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DESARROLLO Y LA CONDUCTA
ACTIVIDAD: SINTESIS
La mayor parte de los sujetos que se diagnostican con algún tipo de trastorno se
encuentra en la niñez o la adolescencia, pero suelen existir casos en los que el
diagnóstico de una persona con algún tipo de trastorno se de en la etapa de madurez o
la etapa adulta. Dentro de los trastornos se pueden encontrar los siguientes:
Retraso mental
Trastornos del aprendizaje
Trastorno de las habilidades motoras
Trastornos de la comunicación
Trastornos generalizados del desarrollo
Trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador
Trastornos de la ingestión y de la conducta alimentarias de la infancia o la niñez
Trastornos de tics
Trastornos de la eliminación
Otros trastornos de la infancia, la niñez o la adolescencia
La persona que se diagnostica con retraso mental debe tener ciertos criterios, el
primero de estos es que se caracteriza por una capacidad intelectual por debajo del
promedio, es decir un CI de aproximadamente 70 o menos, también debe tener ciertas
limitaciones en algunas áreas de habilidades como pueden ser el autocontrol,
habilidades sociales, académicas entre otras, como tercer punto debe tener un inicio
anterior a los 18 años de edad. Estas personas también presentan incapacidades
adaptativas, es decir a cómo afrontan los sujetos efectivamente las exigencias de la
vida cotidiana y cómo cumplen las normas de autonomía personal esperables de
alguien situado en su grupo de edad, origen sociocultural, y ubicación comunitaria
particulares. Este trastorno se puede separar en diferentes niveles, empezando con
retraso mental leve, en este nivel se encuentra alrededor del 85 % de las personas
que son afectadas por este trastorno. No se les puede identificar a corta edad ya que
son capaces de desarrollar habilidades sociales durante la etapa de preescolar y una
vez en la etapa adulta adquieren habilidades laborales y solo necesitan una
supervisión u orientación mínima en casos de mucho estrés. El segundo nivel es el
retraso mental moderado y a diferencia del primer nivel que tiene una categoría de
educable, este tiene una categoría de adiestrable. En este nivel se encuentran
alrededor del 10 % de toda la población con retraso mental. La mayoría de estas
personas adquieren habilidades de comunicación durante los primeros años de la
niñez. Pueden adquirir una formación laboral y con supervisión moderada, pueden
atender su cuidado personal. También pueden beneficiarse de adiestramiento en
habilidades sociales y laborales, pero es improbable que progresen más allá de un
segundo nivel en materias escolares. Una vez en la etapa adulta, la mayoría son
capaces de realizar trabajos no cualificados o semicualificados, siempre con
supervisión, en talleres protegidos o en el mercado general del trabajo. En el tercer
nivel encontramos lo que es el retraso mental grave y este incluye el 3-4 % de los
individuos con retraso mental. En sus primeros años de niñez adquieren un lenguaje
comunicativo escaso o nulo, pero durante la edad escolar pueden aprender a hablar
y pueden ser adiestrados en habilidades elementales de cuidado personal. Tienen
límites en cuanto a la enseñanza por ejemplo con el alfabeto y el cálculo simple, pero
pueden dominar ciertas habilidades como el aprendizaje de la lectura global de
algunas palabras imprescindibles. En la edad adultos son capaces de realizar tareas
simples supervisados en instituciones. En su mayoría se adaptan bien a la vida en la
comunidad, sea en hogares colectivos o con sus familias, a no ser que sufran alguna
discapacidad asociada que requiera cuidados especializados o cualquier otro tipo de
asistencia. En el siguiente nivel se encuentra el retraso mental profundo y abarca 1-2
% de las personas con retraso mental. La mayoría de los individuos con este
diagnóstico presentan una enfermedad neurológica identificada que explica su retraso
mental. En la niñez desarrollan considerables alteraciones del funcionamiento
sensoriomotor. Puede darse un desarrollo óptimo en un ambiente estructurado con
ayudas y supervisión constantes, así como con una relación individualizada con el
educador. El desarrollo motor y las habilidades para la comunicación y el cuidado
personal pueden mejorar si se les somete a un adiestramiento adecuado. Algunos de
ellos llegan a realizar tareas simples en instituciones protegidas y estrechamente
supervisados. Por último se encuentra el retraso mental de gravedad no especificada,
este se utiliza cuando existe una clara presunción de retraso mental, pero la persona
en cuestión no puede ser evaluada satisfactoriamente mediante los test de
inteligencia usuales. Éste puede ser el caso de ciertos niños, adolescentes o adultos
con excesivas insuficiencias o falta de cooperación, lo que impide que sean
evaluados.
El trastorno del desarrollo de las habilidades motoras tiene ciertos criterios para
identificarla, la primera de estas sería una alteración significativa del desarrollo de la
coordinación motora. Como segundo criterio se encuentra una afectación interfiera
significativamente en el rendimiento académico o las actividades de la vida cotidiana.
Como tercer punto esta que las deficiencias de la coordinación no se deban a una
enfermedad médica (p. ej., parálisis cerebral, hemiplejía, o distrofia muscular) y no se
cumplen los criterios del trastorno generalizado del desarrollo. Si hay un retraso
mental, las deficiencias motoras exceden de las habitualmente asociadas a él seria el
cuarto criterio. Las manifestaciones de este trastorno varían en función de la edad y
la etapa del desarrollo. Por ejemplo, los niños pequeños pueden manifestar torpeza y
retrasos en la consecución de hitos del desarrollo motor (p. ej., caminar, gatear,
sentarse, anudar los zapatos, abrocharse las camisas, subir y bajar una cremallera).
Los niños mayores pueden manifestar dificultades en tareas motoras como hacer
rompecabezas, construir modelos, jugar a la pelota y escribir. Estos trastornos pueden
incluir trastorno fonológico, trastorno del lenguaje expresivo y trastorno mixto del
lenguaje receptivo-expresivo. Este trastorno prevalece en los niños de 5 a 11 años en
un 6%. Se puede identificar en los primeros intentos del niño por correr, tomar un
tenedor, ajustarse los botones, entre otros.