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Guía para luchar contra tu cerebro: los sesgos cognitivos

Pongamos que estás viendo un partido de baloncesto y uno de los jugadores lleva ya tres triples seguidos. Es
probable que pienses que está en racha y que puede encestar todos los triples que quiera. Pues no. Estás siendo
víctima de un sesgo cognitivo y le estás dando más importancia a tres eventos aislados que a toda la serie de tiros
de tres de este jugador.
Un sesgo o prejuicio cognitivo es una interpretación errónea e ilógica de la información disponible, al dar
demasiada importancia o demasiada poca a algunos aspectos. Estos errores no son consecuencia de que nuestro
cerebro funcione mal. Al contrario: no podemos analizar todos los datos a nuestro alcance por lo que procesamos
la información mediante intuición, prueba y error, y otros métodos informales (heurística).
Normalmente (y sobre todo cuando vivíamos en la sabana hace varios miles años y nos estaba persiguiendo un
depredador de unos cuatrocientos kilos de peso), estos métodos heurísticos nos ayudan a pensar más rápido y
mejor, pero en ocasiones nos llevan a cometer errores. Con más frecuencia de lo que creemos. Aquí van unos
cuantos ejemplos.
SÓLO ESCUCHAMOS LO QUE QUEREMOS ESCUCHAR
• Sesgo de confirmación. Aceptamos sin más las pruebas que apoyan nuestras ideas mientras que nos
mostramos escépticos con las que son contrarias, considerándolas parciales o interesadas. Como explica
Michael Shermer en The Believing Brain, reaccionamos de forma emocional a datos conflictivos y
después racionalizamos por qué nos gustan o no.
• Ilusión de serie o apofenia. A veces vemos patrones donde no los hay. Como explica también Shermer,
estamos preparados para interpretar en conjunto hechos que puede parecer que no están relacionados. Si
oímos ruido en la maleza, podría ser un depredador. O sólo el viento. Y es mejor equivocarnos con un
falso positivo que con un falso negativo, ya que un error podría suponer nuestra muerte por exceso de
confianza. El problema es cuando esto nos lleva a ver teorías de la conspiración por todas partes.
• La ilusión de grupo, la falacia del apostador y la creencia en rachas deportivas son similares a la
apofenia: aunque en una ruleta cada tirada es independiente y el rojo tiene las mismas probabilidades de
salir que el negro, tendemos a creer que un suceso es más probable cuando lleva tiempo sin haber
ocurrido, o menos porque lleva mucho tiempo ocurriendo.
• La correlación ilusoria también es parecida a la apofenia. Es la tendencia a asumir que hay relación
entre dos variables aunque no haya datos que lo confirmen, como por ejemplo en el caso de los
estereotipos. La falacia post hoc, ergo propter hoc asume que esta relación es causal por el hecho de que
una variable suceda detrás de la otra, como si el canto del gallo provocara la salida del sol.
• Efecto Barnum o Forer. Los horóscopos parecen creíbles por su culpa, ya que tendemos a tratar las
descripciones vagas y generales como si fueran descripciones específicas y detalladas, cosa que les
ocurre especialmente a los géminis, a pesar de ser pensadores independientes y de no aceptar las
afirmaciones de los demás sin pruebas.
• Heurística de disponibilidad. Tomamos decisiones rápidas sin tener todos los datos, simplificando lo
máximo posible los pasos que deberíamos tener en cuenta. Por ejemplo: María tiene 31 años, es soltera,
independiente e inteligente. Estudió Filosofía y en la universidad estaba muy interesada por temas de
discriminación y de justicia social, participando por ejemplo en manifestaciones en contra de las
centrales nucleares. ¿Qué es más probable, que María trabaje en un banco o que María trabaje en un
banco y sea participante activa del movimiento feminista? El 89% opina que lo más probable es lo
segundo. Y esto no es correcto porque la segunda posibilidad es un subconjunto de la primera.
• Sesgo de observación selectiva. Te rompes una pierna. Sales a la calle y sólo ves a gente con muletas.
Te da la impresión de que todo el mundo se ha roto la pierna. Tranquilo, no has puesto las lesiones de
moda: sólo ocurre que ahora te fijas más. Y sí, pasa lo mismo con las embarazadas.
YO, YO Y YO
• Sesgo de autojustificación. Si después de gastarte 3.000 euros en asientos de cuero para tu Seat Panda
tienes remordimientos, sólo te quedan dos opciones: o racionalizar tu decisión (son elegantes, aumentan
el valor del coche, huelen bien) o reconocer que estabas equivocado. Y eso no apetece.
• Sesgo de retrospectiva. Reconstruimos el pasado con conocimiento actual. El lunes es muy fácil saber
lo que tendría que haber hecho el Barça para ganar el partido del domingo y el 8 de diciembre de 1941
era sencillo unir los puntos y deducir que los japoneses atacarían Pearl Harbour el día anterior.
• Y ya a nivel personal, mezclamos nuestros recuerdos con la imaginación y con lo que nos explican otras
personas en el llamado sesgo de fabulación.
• Hay más sesgos de memoria, incluido el de retrospección “color de rosa”, por el que recordamos los
eventos pasados como más positivos de lo que realmente fueron. (Cualquier tiempo pasado fue un sesgo
cognitivo).
• Sesgo de experimentador. Los observadores y en especial los experimentadores científicos a menudo
notan, seleccionan y publican los datos que están de acuerdo con las expectativas previas al experimento,
descartando los que puedan contradecir el punto de partida.
• Ilusión de control. La tendencia a creer que podemos controlar o al menos influir en hechos sobre los
que no podemos realmente actuar.
• Fenómeno del mundo justo. Buscamos motivos que nos hagan pensar que la víctima de un hecho
desafortunado ha hecho algo para merecerlo. Ejemplo: cuando alguien dice que la culpa de que le roben
fotos a Jennifer Lawrence es de Jennifer Lawrence por hacerse fotos.
• Inclinación a la negatividad. Damos más peso a las creencias y hechos negativos que a los positivos.
Por ejemplo, cuando únicamente tenemos en cuenta los accidentes de aviación antes de coger un vuelo.
El sesgo de normalidad sería lo contrario: creer que nunca nos pasará algo malo, como un accidente de
avión, sólo porque nunca nos ha pasado antes.
• Profecía autocumplida. Partimos de una definición falsa de una situación, seguimos con un
comportamiento que se adecúe a estas expectativas y acabamos convirtiendo en real la definición previa.
Ejemplo: “Mi novia me va a dejar porque me preocupo demasiado por las cosas, así que me comienzo a
preocupar por la posibilidad de que mi novia me deje y al final mi novia me acaba dejando. OS LO
DIJE”.
TODO ES RELATIVO
• Anclaje. Es la tendencia a tener demasiado en cuenta una referencia o información anterior. Por ejemplo,
si en tu ciudad pagas 500 euros al mes de alquiler, esa será la referencia que uses cuando te mudes a otra
ciudad, aunque sea mucho más cara. Incluso los últimos números de tu DNI pueden usarse como anclaje.
• Efecto de encuadre. La tendencia a extraer diferentes conclusiones dependiendo de cómo se presenten
los datos. Por ejemplo, consideramos mejor una cura para el 90% de los afectados por una enfermedad
que otra que suponga la muerte del 10%. Aunque sean lo mismo.
• Pasa algo parecido con el efecto señuelo. X parece mejor que Y si presentamos una tercera opción
parecida a X, pero algo peor. Por este motivo, Dan Ariely recomienda en Predictably Irrational que
vayas a ligar con un amigo que sea parecido a ti, pero un poco peor.
• Efecto de la primera impresión. Percibimos, recordamos y damos más importancia al primer evento
que a los siguientes, aunque puedan contradecirlo o atenuar su valor. Cuando te presentan a Juan, se le
cae el vaso. A partir de entonces, es JUAN EL TORPE. Eso sí, también existe el efecto de último
evento, por el que damos más valor a los acontecimientos recientes, habiendo olvidado los anteriores.
• Coste irrecuperable. Tendemos a sobrevalorar aquello en lo que hemos invertido tiempo y esfuerzo, ya
sean los doce minutos que llevamos en espera en el servicio de atención al cliente o los doce años de
matrimonio (hipoteca incluida) con esa persona a la que ya no amamos. Una variante es lo que Dan
Ariely, Daniel Mochon y Michael I. Norton llaman efecto IKEA: nos gusta más lo que hemos
construido con nuestras propias manos porque ¡eh!, lo hemos construído nosotros con nuestras propias
manos.
• Otros frenos al cambio son la aversión a la pérdida y el sesgo de statu quo: valoramos más lo que
tenemos que lo que podríamos conseguir, aunque a veces esto signifique perder oportunidades.
ES QUE LA GENTE...
• Sesgo de atribución. Nosotros hemos conseguido nuestro empleo porque hemos trabajado duro y somos
inteligentes y creativos, pero Juan está ahí porque es el sobrino del gerente. También tendemos a pensar
que nuestra personalidad, comportamiento y creencias son más flexibles y menos dogmáticas que las
ajenas.
• Eso sí, en ocasiones valoramos en exceso las opiniones de un experto, valorando únicamente su prestigio
y no sus argumentos, siguiendo el sesgo de autoridad.
• Y por eso nos influye a menudo el efecto halo, que tiene lugar cuando nos llama la atención un rasgo
positivo de alguien y lo generalizamos al total de esa persona: por ejemplo, tendemos a pensar que la
gente guapa es más inteligente y más bondadosa que las personas menos atractivas, a pesar de que una
cosa no tiene que ver con la otra. También por este motivo los altos ganan más dinero.
• Falso consenso. La tendencia a sobreestimar el grado en el que otras personas están de acuerdo con
nuestras creencias y comportamientos. Es similar al sesgo de proyección, por culpa del cual atribuimos
a los demás nuestras propias creencias.
• No se ha inventado aquí. La tendencia a no creer una fuente de información porque es ajena al grupo o
a la comunidad.
PUNTO CIEGO
Shermer explica que este metasesgo consiste en la tendencia a reconocer el poder de los sesgos cognitivos en los
demás, pero creer que a nosotros no nos influyen tanto. Te ha afectado si te has pasado todo el artículo pensando
frases como: “Sí, esto es lo que le pasa a Juan… Y esto es lo que le ocurre a mi hermano… Ah, mira, como mi
jefe…”

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