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Alberto Julián Pérez


Texas Tech University

Fronteras interiores: Mansilla viaja "tierra adentro"

Una excursión a los Indios Ranqueles, 1870, de Lucio V. Mansilla (1831-1913),


es, junto a esos otros “clásicos” de la literatura nacional decimonónica argentina: el
Facundo, 1845, de Domingo F. Sarmiento, y el Martín Fierro, de José Hernández (cuya
primera parte se publicaría dos años después a Una excursión..., en 1872), una obra
difícil de clasificar, si nos atenemos sólo a los patrones eurocéntricos de la crítica para
definir el hecho literario.1 Son, por su contenido y por su forma, obras consideradas
"extrañas", "excéntricas", únicas en su tipo y encierran muchos secretos de nuestro
pasado nacional. Hoy las valoramos de una manera especial, porque contribuyen a
explicar la cultura argentina y ahondan en ese misterio que es el hombre de todo pueblo,
con su peculiar espiritualidad.2
Mansilla no escribió, durante su larga carrera como escritor y periodista, libros
que respondieran a las convenciones de los considerados géneros elevados y prestigiosos
de la literatura europea, como la poesía lírica y la novela.3 El drama fue una excepción,
porque Mansilla era el autor de la tragedia Atar Gull, basada en un texto de Eugenio Sue,
y de una comedia costumbrista, Una tía, estrenadas en 1864, géneros en los que no
reincidió. La anécdota costumbrista, el relato breve y el retrato biográfico fueron las
                                                                                                                         
1  Mansilla   no   se   propuso   escribir   un   libro   de   viajes   convencional,   ni   una   simple   memoria   de   su  
2  Estas obras parecen responder a interrogantes inagotables, según las múltiples lecturas de comentadores y
críticos. Una excursión… ha merecido menos atención de la crítica que las otras dos mencionadas.
3  En el género novela ya contábamos en esa época con una gran obra nacional,   la novela histórica   Amalia,  
1851, de José Mármol. La novela, la poesía lírica   y el drama seguían siendo en Europa los géneros
considerados más   representativos y renovados y, por lo tanto, era 1ógico pensar que un pueblo   como   el
argentino, cuyas élites cultas asumían la superioridad del pensamiento   europeo (y eurocéntrico) y la
supremacía de la cultura europea, adoptaran   esas grandes formas literarias, de notable tradición desde la
antigüedad  (con la excepción de la novela, género moderno). Esteban Echeverría y el  mismo José Mármol,
buenos poetas románticos, crearon una destacada poesía de temas populares en lengua culta. El desarrollo  
del drama se habría de hacer esperar bastante tiempo, y sólo a fines de siglo se forma una escena nacional
autónoma.
Fue en   esa dirección que evolucionó nuestra literatura en el siglo XX, con el paulatino logro de obras
“internacionales", reconocidas dentro de los géneros y las formas apreciadas en el mundo influenciado por
la cultura europea: el cuento, la novela, el teatro, la lírica. Basta nombrar a L. Lugones. J. L. Borges. J.
Cortázar y la prestigiosa cultura teatral de Buenos Aires, para darnos cuenta del reconocimiento logrado
por la literatura Argentina en Latinoamérica y en el mundo.
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formas narrativas “menores” preferidas del autor (que amaba las memorias) y
constituyeron su "estilo" visible, conviniendo que para él el estilo estaba en el hombre y
en la vida, más que en la literatura.
Mansilla proponía una literatura nacional criolla y americana a la vez.4 Sentía
simpatía por la antigua cultura federal popular rosista (recordemos que Juan Manuel de
Rosas, el dictador, era tío materno de Lucio). Sus ideas sobre la cultura popular
campesina gauchesca influyeron en la obra del periodista y poeta José Hernández.5
Caracteriza a los libros mencionados de Sarmiento, Mansilla y Hernández (y los
hace más extraordinarios), su heterogeneidad e innovación genérica. Estos tenían
conciencia que sus obras eran originales y excéntricas a los modelos canónicos
europeos. 6 Fueron trabajos escritos en momentos excepcionales, y proponían una
interpretación política crítica de su realidad social. Sus autores eran periodistas y/o
militares que tenían buena educación literaria y ambicionaban destacarse y ser
reconocidos como escritores.
Conocemos en qué circunstancias Mansilla escribió su obra. El Ejército le estaba
siguiendo un proceso, acusado de haber hecho fusilar a un desertor sin juicio previo. Al
regresar de su exitosa excursión a los Ranqueles se le informó que el proceso había
concluido y él había sido encontrado culpable. Fue destituido de su cargo militar como
Comandante de la Línea de Fronteras con asiento en Río Cuarto, y pasado a la Plana
Mayor Disponible del Ejército (Popolizio 155-8). Aparentemente había sido víctima de
                                                                                                                         
4  En otro artículo he estudiado el peso de la tradición literaria colonial en las letras argentinas del siglo XIX

(Pérez, “El imaginario de la República en el Río de la Plata" 9-26).


5  Aquí no nos queda sino reflexionar que la vida militar y política de Lucio V. Mansilla hubiera sido muy

distinta si su tío, el dictador Rosas, no hubiera caído del poder en l852, cuando Lucio tenía 20 años y estaba
en condiciones de empezar su propia carrera militar y política. Su padre, el General Mansilla, era Jefe del
Estado Mayor y, seguramente, Lucio, de excepcional preparación e inteligencia, hubiera ocupado puestos
importantes en el entorno rosista y se le hubiera asignado su cuota de poder. Por otro lado, caído Rosas, la
sombra del Dictador proyectó sobre la familia de los Mansilla la desconfianza política, que persiguió a
Lucio a lo largo de su carrera y lo hizo fácil víctima de sus enemigos (Popolizio 127-130). El carácter
disipado y juguetón de Lucio, sus excentricidades y su gusto por el escándalo, hicieron poco por cambiar
esa mala imagen familiar.
6  No debemos olvidar en esta lista la hoy admirada breve narración de Echeverría, "El matadero" (que

condena y demoniza, desde la perspectiva liberal, la política popular de Rosas). No fue publicada en vida
del autor, quizá porque la considerara demasiado desprolija e improvisada, a diferencia de su poema La
cautiva, que tanto nombre le había dado en los círculos cultos. Lo cual no significa que no estuviera
consciente de sus méritos (Ramos 144)
Sarmiento, el autor de Facundo, defensor de los valores de la civilización y de la cultura europea en
Argentina, fue un escritor personal, inventivo y anárquico. Se sabía periodista de raza. Escogía, según su
voluntad, tanto el contenido de sus escritos como la forma.
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sus enemigos políticos en el gobierno. Privado de sus sueldos y ocioso se instaló en


Buenos Aires y empezó inmediatamente a escribir y publicar sus cartas en el periódico La
Tribuna, a partir del 20 de mayo y hasta el 7 de septiembre de 1870 (la excursión a
territorio ranquel se había iniciado el 30 de marzo y había durado dieciocho días). Estas
cartas, dirigidas a su amigo Santiago Arcos, autor de Cuestión de los indios Las fronteras
y los indios, 1860, y a la sazón en Europa (quien le respondió luego en el mismo diario
con impresiones de viaje: "Sin rumbo ni propósito"), constituyeron, en opinión de
Guglielmini, la "venganza" de Mansilla contra la ingratitud de Sarmiento, a quien había
apoyado en su candidatura a Presidente, y ahora lo ignoraba y permitía que lo
destituyeran (106). Su amigo Héctor Varela, director de La Tribuna, decidió publicarlas
como libro ese mismo año, y Mansilla agregó cuatro cartas finales y un epílogo, que no
habían aparecido previamente en el periódico.
Estas cartas narran su expedición desde la frontera “interior” de la patria,
constituida en esa época por el Río Quinto en la Provincia de Córdoba, a ese territorio en
poder de las indios que llamaban "tierra adentro". Mansilla utilizó en gran parte de la
obra una prosa informativa y descriptiva, propia del informe militar, para presentar ese
mundo prácticamente desconocido por el lector.7
Mansilla ya había escrito sobre cuestiones y problemas militares: en 1863 publicó
Del ejército argentino y bases para el establecimiento de una escuela militar nacional, y
en 1868, "Bases para la organización del ejército argentino". Fue un activo colaborador
del diario La Tribuna durante la contienda con el Paraguay, enviando artículos muy
críticos desde el frente de guerra 8.

                                                                                                                         
7  La prosa informativa y descriptiva, característica del informe militar, contaba con una activa matriz
escrituraria americana, productiva desde los tiempos de la Conquista, que incidió en el desarrollo de la
prosa literaria (basta pensar en las escritos de Cortés, Ulrico Schmidel, etc.). No en vano la Conquista se
hizo bajo los signos de la Cruz y la Espada. La Iglesia, dada la educación de sus miembros y el papel que
cumplieron en la enseñanza, también ejerció un liderazgo cultural excepcional, de gran incidencia en lo
escriturario.
Las experiencias de la vida social durante la Independencia y las guerras civiles, cuando sectores
mayoritarios de la población masculina se vieron obligados a participar en empresas militares, fueron muy
importantes en la conformación del imaginario nacional. Participaron en estas guerras tanto el pueblo
campesino como las clases urbanas educadas, de donde saldrían las oficiales y eventualmente los escritores
de informes militares y memorias, así como de historias y novelas. Bastaría sólo mencionar las nombres de
Bartolomé Mitre y Lucio V. Mansilla para comprender la trascendencia que tuvieron estos militares en la
cultura periodística, literaria y política del país.
8  Esto marca un momento álgido en su enemistad con el poderoso General Gelly y Obes que lo consideraba

un traidor. El General escribe a su esposa una carta, donde dice: "Dan náuseas ver y leer las cosas que se
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La prosa de Una excursión…, explicativa y sucinta en lo que cuenta, presenta una


adecuación notable entre la intriga y el escalonamiento temporal, y mantiene a su lector
en tensión. La narración, dirigida a su amigo, adquiere un carácter desinhibido y
coloquial. El Coronel muestra su afán de aventuras y goza del amplio espacio, de esa
pampa real pero poética, donde tiene lugar la misión. Su humor criollo encanta al lector.
El camino esta sembrado de sorpresas. Los incidentes de la marcha conforman
una parte importante del libro. Su experiencia militar (había luchado como oficial, con el
grado de Teniente Coronel, en la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, y
participado en el asalto a Curupaití, junto a su amigo Dominguito Sarmiento, que murió
en esa acción) condiciona su visión de mundo, pero no la contiene totalmente 9. Como
otros militares de la época (José María Paz, Estanislao del Campo, Bartolomé Mitre,
entre otros), Lucio poseía una buena formación intelectual y literaria. La vida militar le
resultaba atractiva y hasta romántica, pero la disciplina y la subordinación exigidas
coartaban su iniciativa personal y su libertad de pensamiento.
El viaje a los indios Ranqueles fue una idea de Mansilla que sus contemporáneos
consideraron temeraria. Lucio obtuvo a duras penas permiso de su superior, el General
Arredondo, para realizarla.10 Un sector de la oficialidad veía con malos ojos la “manía
periodística” de Mansilla. Las columnas que había enviado a La Tribuna durante la
Guerra con el Paraguay, en que criticó la conducción de la Guerra, le habían ocasionado
la enemistad del General Gelly y Obes, Ministro de Guerra de Mitre (Popolizio 129). Le
iniciaron un proceso por no cumplir rigurosamente con las exigencias del reglamento
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
escriben sobre el teatro de la guerra como se titulan estas cosas y entre ellas, en primera línea las que
escribe Mansilla a quien yo he dicho por varias veces y en presencia de varios que es un traidor y que si
fuese general en jefe, no escribía o dejaba de mandar cuerpo en el ejército. Todo lo echa a la chacota   y a la
broma, siguiendo cada vez más insensato en su modo de apreciar los sucesos y nuestras cosas. Es tal la
manía de escribir para la prensa, que para mí es la causa primordial del desquicio y anarquía en que
vivimos" (Popolizio 134).
9  Recordemos que Mansilla, como lo había sido antes su padre - Jefe del Estado Mayor de Rosas y héroe de

la Vuelta de Obligado, donde luchó contra la escuadra Anglo-francesa - era militar de carrera, y había
revistado a partir de 1868 como Comandante de la línea de fronteras Córdoba-San Luis-Mendoza, con
asiento en Río Cuarto, donde hizo un tratado con los Ranqueles, que después motivó su excursión a
territorio indio. Sarmiento lo ataca, como ya lo indiqué, al regresar de la misma. Mansilla fue dado de baja
del Ejército y se encontraba sin trabajo militar al escribir estas cartas.
10  En principio, Mansilla había concertado el tratado con los Ranqueles sin el consentimiento del Gobierno

Nacional. El Gobierno lo enmienda y Mansilla propone hacer una excursión pacífica a los indios para
negociar con ellos las reformas. Se le niega el permiso, Mansilla va de todas maneras, y la autorización
para ir finalmente arriba cuando ya la expedición ha salido (Guglielmini 90).
 
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militar y al regresar de su expedición lo destituyeron de su cargo, con consentimiento del


Presidente, Domingo F. Sarmiento. Los oficiales que tenían una idea más convencional
del deber militar lo veían como a un aventurero y no toleraban su individualismo.
Mansilla era un experimentado viajero. Durante su adolescencia su padre lo
mandó a la India (en parte para alejarlo del país, puesto que, además de leer libros
políticos "prohibidos” estaba envuelto en una aventura sentimental que la madre
desaprobaba) para hacer negocios, y comprar mercaderías que venderían luego en Buenos
Aires. Durante el viaje el muchacho se hizo amigo de un joven aventurero
norteamericano. En lugar de cumplir el encargo, como había acordado con su padre,
decidió viajar con su amigo durante dos años por la India, Egipto, Constantinopla, Roma,
París, Londres y Edimburgo. Se gastó una fortuna, 20.000 libras esterlinas, que era el
dinero que le habían dado para los negocios (Popolizio 57-65). A su regreso publicó el
relato de su viaje, De Adén a Suez, 1854.
El Coronel era un hombre excéntrico. Muchos lo consideraban un dandy y un
snob (Guglielmini 52-64). Jugaba a ser varios sujetos al mismo tiempo. Su imagen
pública resultaba antirromántica. Su estilo discursivo cambia de forma según la situación,
no es homogéneo.
En Una excursión... Mansilla observa la sociedad ranquel con simpatía y
compasión. Varios de los personajes que encuentra le resultan cómicos. También se ríe
de sí mismo. Procura seguir las reglas de convivencia de los indígenas, sin lograrlo del
todo. Su divertido humor grotesco nos recuerda al de su tío, el General Juan Manuel de
Rosas, famoso por las bromas que dirigía hacia propios y extraños.11
En su narración el militar se desdobla en aventurero, el aventurero en antropólogo
y amigo de los indios, luego en cuentista de fogón y amante lírico del desierto, y,
finalmente, en un moralista, que saca sabias lecciones de su experiencia. Nos apostrofa
sobre sus desengaños en lo que toca a la diferencia entre barbarie y civilización, que no
es en absoluto lo que creía que era... Allí la polémica con Sarmiento, que no lo había
                                                                                                                         
11  De estos episodios uno muy cómico lo cuenta el mismo Mansilla en sus Causeries: al regresar de su

largo viaje, Rosas le fuerza a comer, burlándose y haciéndose el que no entendía, varios platos de arroz
con leche (Popolizio 70-72).
Mansilla, durante la Guerra contra el Paraguay, siendo Jefe del  12 de Línea, vestía una capa colorada traída
del África, y se paseaba  por encima del parapeto de las trincheras, desafiando a los tiradores   enemigos.
Dándoles la espalda, se agachaba exhibiendo su parte posterior y los observaba por debajo de sus piernas,
burlándose de ellos, ante la fascinación y la diversión de sus soldados (Guglielmini 86).
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apoyado ni comprendido, es evidente. El sanjuanino había descripto en Facundo un


mundo maniqueo, en que la civilización se oponía irreversiblemente a la barbarie;
Mansilla verá, en cambio, una realidad matizada, donde por momentos ambos conceptos
se confunden. Sus descripciones de los Ranqueles muestran la singularidad de sus
costumbres, y su sofisticación en el manejo del gobierno propio, probando que poseen un
vida pública compleja y práctica.
Mansilla no niega la realidad histórica: los indios y el gobierno argentino están en
guerra, pero no cree que haya que destruir al indio para que sobreviva la civilización. Su
tío, Juan Manuel de Rosas, en 1833, había demostrado, en su concepto, cómo proceder
con los indígenas, siendo firmes y abiertos al mismo tiempo: había dirigido una
expedición armada y atacado a los indios enemigos, e hizo alianzas con las tribus amigas.
Incorporó a los indios entre sus tropas y les dio trabajo en sus estancias como peones.
Bautizó a varios de ellos como cristianos. Entre los indios que apadrinó se encontraba
Panguitruz, el hijo de un cacique, que había sido tomado prisionero durante una invasión.
Rosas lo hizo bautizar y le dio su apellido, como si fuera su hijo. Este indio, Mariano
Rosas, era, en el momento de la Excursión, a dieciocho años de la caída del caudillo de la
Federación, el Jefe principal de las tribus ranquelinas. Había heredado el poder de su
padre, el cacique Paine.
Mariano recordaba con afecto a Juan Manuel, que le había enseñado a hacer los
trabajos del campo. Cuando Mariano huyó para regresar a sus tolderías, su padrino le
hizo enviar un generoso regalo y le prometió su protección constante y su cariño. Durante
la excursión, imitando a su tío, Mansilla apadrinará a una niña, hija de su amiga, la China
Carmen, a quien dará su nombre. Este, como Rosas, se siente patriarca protector. Promete
a los Ranqueles la paz y el respeto de sus territorios. Mansilla se extralimita en sus
atribuciones, el poder y el crédito político con que contaba eran muy inferiores a los que
creía tener. En los hechos, el Gobierno muestra muy poco interés en cumplir el tratado de
Mansilla.
La guerra contra el indio terminará en 1879, con la denominada “Expedición al
Desierto”, bajo el mando del General Julio A. Roca. Éste dispuso una gran invasión
militar, los reprimió duramente y ocupó sus tierras. Los Ranqueles ya no podrían invadir
más con sus malones. Habían sido definitivamente derrotados. El estado argentino,
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culminando su política colonial, les quitó sus territorios. Las famosas 40.000 leguas
conquistadas se abrieron a la explotación agrícola y ganadera.
El objetivo de Mansilla en este viaje de 1870 a territorio indio era ratificar el
tratado de paz, y demostrar a los Ranqueles que era posible dialogar y entenderse con el
estado argentino. Mansilla había cumplido previamente funciones diplomático-militares
en Chile, en 1864. Sus pares del Ejército lo veían como a un entrometido y le harán pagar
caro su osadía. En 1898, durante la segunda presidencia de Roca, Mansilla volvió a
cumplir funciones diplomáticas: el gobierno lo envió a Europa como Ministro
Plenipotenciario.
Las tribus que fue a visitar el Coronel estaban en guerra con los "cristianos" y,
durante su viaje, si bien no hubo enfrentamientos armados, vivieron situaciones de
conflicto. Los indios se emborrachaban y peleaban entre sí. Había rivalidades entre ellos.
Las tribus mantenían una vida política dinámica. El momento culminante del viaje fue la
celebración de la junta de Mariano Rosas (a quien llama “el Talleyrand del desierto" (8),
haciendo alusión a la astucia del famoso hombre de estado francés) y sus caciques para
discutir el tratado de paz. Todas las tribus ranqueles asistieron al encuentro. Fue un
verdadero parlamento celebrado en medio del desierto entre las tribus venidas de todo el
territorio.
Los Ranqueles argumentaban siguiendo sus fórmulas retóricas, elaboradas y
complejas. Las discusiones se extendieron durante horas. Mansilla procedió con cautela.
Estaba solo. Su astucia era su fuerza. La fuerza del débil. Competía con los indios
empleando sus mismas armas sicológicas - la desconfianza y la simulación - y en su
terreno.
Los padrecitos franciscanos de la expedición hacían lo posible por acercarse
espiritualmente a los indios y comunicarles su fe. Los Ranqueles también eran débiles,
como lo expresaron los caciques varias veces: eran pobres y no les habían enseñado a
trabajar. No tenía los medios suficientes para defenderse de sus enemigos. Las tribus
estaban en lenta retirada hacia tierras cada vez más secas y más inhóspitas, por la presión
colonizadora del blanco.
Mansilla describe las costumbres y hábitos de vida de la cultura ranquel. Muchos
de éstos resultaban grotescos desde el punto de vista del blanco. Muestra la actitud
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responsable que existe en esa sociedad entre gobernantes y gobernados (igualdad y


libertad que, a su juicio, no existía en la sociedad cristiana, especialmente estando
Sarmiento de Presidente).
La cultura ranquel que presenta Mansilla es limitada e imperfecta. Describe sus
defectos y sus logros. Desde nuestra perspectiva lógica resulta contradictoria. Los indios
son crueles, se emborrachan y se vuelven violentos bajo el efecto del alcohol, esclavizan
a las cautivas, matan a las ancianas que creen “engualichadas". Muchas de sus conductas
sociales benefician la convivencia: respetan la autoridad de los viejos, obedecen al
cacique (que asigna enorme importancia a su función pública, pensando constantemente
en sus gobernados y sufriendo la misma pobreza de medios que ellos), protegen a los
perseguidos políticos de los cristianos (los gauchos federales, que viven como iguales al
refugiarse en un toldo, sin otra obligación que salir a malón cuando llega el momento,
como un indio más). La vida parlamentaria y política de los Ranqueles es desarrollada y
compleja, y sumamente efectiva: el autor describe el apego a las formas y fórmulas
parlamentarias, y la tradición que respalda la vida política de los Ranqueles.
La sociedad ranquel ha cambiado sus pautas de comportamiento, como
consecuencia de la proximidad de la civilización cristiana, y de la guerra. Se encuentra en
un avanzado estado de transculturación. Los indios se han acostumbrado a ciertos gustos
y lujos de la cultura cristiana, como el consumo del alcohol, el tabaco, el mate, y el uso
de artículos de plata labrada. Están en contacto con el idioma español: muchos lo han
aprendido, como el cacique Mariano Rosas y la China Carmen. Esta última es la
“lenguaraz” de Mansilla, es decir, la traductora oficial, y la que lo introduce en el secreto
de la compleja lengua araucana. El Coronel habla de ella con admiración y le brinda su
amistad (228-29). Varios caciques conviven con cautivas cristianas y sienten orgullo al
mestizarse con el blanco. Los Ranqueles respetan sus propias costumbres nativas, sus
rituales y su lengua: durante las conferencias públicas con Mansilla se comunican sólo en
araucano. Para hablar con Mansilla usan el servicio de lenguaraces, aunque sepan el
español.
El apego a fórmulas jurídicas, el empleo de una retórica parlamentaria definida,
así como el respeto jerárquico en las maneras de salutación, muestran lo avanzado de su
vida política, sustentada en una concepción democrática y participativa. El cacique
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respeta las opiniones de sus gobernados. Trata de persuadirlos de lo acertado de sus


decisiones y no se impone por la fuerza. La sociedad blanca, en cambio, recurría con
frecuencia a la violencia política y veía como legítimo el empleo de la coerción y el uso
(supuestamente racional) de la fuerza. En el tratado de paz (que Mansilla quiere hacer
ratificar), el gobierno no les reconoce a los indios la propiedad de la tierra en que viven,
sólo les ofrece un "subsidio" de alimentos y ropas. Los indios desconfían de semejante
propuesta que les niega derechos legítimos sobre sus tierras y busca asimilarlos a los
intereses de la cultura blanca. La “liberación” de esos territorios, habitados por unos diez
mil ranqueles, según estimaciones del mismo autor, a la explotación agrícola-ganadera,
no la logrará él, sino el General Roca, casi diez años después.
Mansilla, aunque aclamado por los indios, saldrá mal parado de su expedición.
Sus enemigos políticos lo atacan y hacen que lo expulsen del Ejército. Su tratado de paz
no detiene los malones ni la guerra. Sin embargo, no fracasa el libro sobre la excursión.
Con él Mansilla se consagra como escritor: se trataba de una aventura real, alejada de la
experiencia de la mayoría. Mansilla describe la vida de un mundo en agonía, que no
podía existir como tal por mucho tiempo más. Para los lectores que no habían estado en
las fronteras y para los europeos la existencia del indio tenía ribetes imaginarios y
fantásticos... El Coronel había conocido a importantes caciques en persona y había
alternado con ellos, de igual a igual. Era imposible pensar en un testigo mejor.
Mansilla amaba la vida natural. Era un hombre intelectualmente bien formado.12
Se consideraba mejor educado que Sarmiento, al que describiría como a “un ser rústico,
con un barniz intelectual, que amaba la civilización y era bárbaro en sus polémicas de
sectario intransigente...” (Guglielmini 95).13 Mansilla era descendiente de la clase política
que había detentado el poder en la sociedad rosista. Había crecido en una situación de
privilegio, acorde con su posición social y su fortuna. Había tenido tiempo, tranquilidad y
                                                                                                                         
12  Guglielmini lo describe como lector insaciable desde su primera juventud, y atribuye las fuentes
principales de su pensamiento a los moralista clásicos franceses: La Bruyere. La Rochefoucald, Montaigne
(83).
13  Sostiene Mansilla   que las lecturas de Sarmiento parecían haber sido muchas, pero en   realidad   no lo

eran; que amaba la educación y era inculto, y lo califica   de   “adivino de   epígrafes"   (Guglielmini 95).
Aunque se sabe que el sanjuanino nunca recibió una educación sistemática ni esmerada, el retrato es  
exagerado: Mansilla tenía sobradas razones para sentir despecho y resentimiento   contra   Sarmiento, a
quien había apoyado en su candidatura a la  Presidencia,  sin que este le retribuyera favor alguno, y aún más
aceptara aplicarle duras reprimendas.
 
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medios para realizar los estudios y lecturas deseadas, y refinó su gusto con extensos
viajes y estadías en París. Fue siempre un lector compulsivo, especialmente de autores
franceses (Guglielmini 83). La suerte política adversa de su familia, a la caída del tirano,
tiene que haber incidido en su desencanto con el progreso liberal.
Se mostraba como un intelectual realista y poco dogmático. Sus lecturas
reflejaban la diversidad de sus intereses: incluían autores románticos a los que admiraba,
como Hugo y Musset, autores eclécticos como Cousin y Michelet, y a Comte, el padre
del positivismo científico, que tanta influencia tuvo en el Río de la Plata. Se interesó en
las ciencias de la época: la frenología, el magnetismo, el hipnotismo, y los conocimientos
naturalistas. Durante sus prolongadas estancias en París, además de frecuentar a la
aristocracia parisina, trató a los artistas más famosos de su tiempo. Hacia el fin de siglo
conocerá a Paul Verlaine y a Sara Bernhardt (Guglielmini 32-33). Su dandismo se
adecuará al ambiente finisecular de la belle epoque, hasta hacer de él una especie de tío
decadente de los sobrinos modernistas, que habrían de revolucionar el ambiente literario
en Buenos Aires, sucediendo a los hombres de la Generación del 80: Miguel Cané,
Eduardo Wilde, Lucio V. López y el mismo Mansilla (Guglielmini 52-53).
Mansilla era un hombre mundano y refinado y, al mismo tiempo, se sentía
apegado a las tradiciones de su tierra. Describe ricamente en su libro los aspectos más
variados de la vida cotidiana de los indígenas, sus comidas, su vestimenta. Sus
descripciones muestran una actitud narrativa diferente, una nueva conciencia formal.
Mansilla no cree en un arte autocontemplativo, pero, siendo un buen conocedor de
lo literario, nunca pierde conciencia del carácter verbal y expresivo de su narración.
Sobresale el moralismo escéptico de sus reflexiones, sus observaciones sagaces sobre la
naturaleza humana, que constituyen una crítica, no sólo a la idea sarmientina de
civilización, sino también a la idea moderna de progreso, y a toda posición dogmática
para interpretar la cultura y juzgar al hombre.
No era un "ideólogo" que antepusiera sus ideas sobre el mundo a su observación
de la realidad; para él su experiencia humana era la base de sus reflexiones: "...el mundo
no se aprende en los libros - afirmaba -, se aprende observando, estudiando los hombres y
las costumbres sociales. Yo he aprendido más de mi tierra yendo a los indios ranqueles,
que en diez años de despestañarme, leyendo opúsculos, gacetillas, revistas y libros
  11  

especiales" (162). Tratará en sus cartas de comunicar al lector ese saber no libresco,
derivado de su experiencia y ponerlo en contacto con la tierra. La tierra y la nación, deseo
americano de constituir la patria. Mansilla narra desprovisto de fórmulas: el mundo que
describe, con afán documental, es auténticamente nuestro. Esa "tierra adentro" resultaba
desconocida, no sólo para los extranjeros, sino también para aquellos argentinos que no
se habían aventurado más allá de los límites de las ciudades, que remedaban lo europeo.
Era el espacio donde vivía el estanciero, el gaucho, el indio y el soldado.
La realidad de tierra adentro desmiente la visión romántica (y sombría) de
Echeverría en La cautiva. La pampa que describe Mansilla (que ajusta su riqueza
expresiva a lo que muestra) comunica la fuerza moral de su verdad. Es un paisaje lleno de
vida y de energía espiritual, amigo del hombre y de su aventura terrestre. Dice: "Los que
han hecho la pintura de la Pampa, suponiéndola en toda su inmensidad una vasta llanura,
¡en qué errores descriptivos han incurrido! Poetas y hombres de ciencia, todos se han
equivocado. El paisaje ideal de la Pampa, que yo llamaría, para ser más exacto, pampas,
en plural, y el paisaje real, son dos perspectivas completamente distintas. Vivimos en la
ignorancia hasta de la fisonomía de nuestra Patria”(55). El Coronel sólo cambia su estilo
lacónico y se vuelve brillante cuando contempla un paisaje que lo emociona: su prosa se
llena de color, se enriquece de figuras. La fuerza expresiva y el poder de sugestión del
paisaje, especialmente durante la noche, le hacen sentir lo que es la belleza, se percibe en
posesión de una poesía natural y primitiva. Entonces confiesa que prefiere ese paisaje,
virgen y agreste, a las más grandes ventajas de la ciudad y de la civilización. La presencia
del fogón, la noche estrellada, el descanso, después de todo un día de marcha, son
placeres únicos para el criollo que está en contacto con su tierra. Conforman el alma del
paisano. Alimentan su espíritu.
El libro presenta historias intercaladas de paisanos y gauchos: paisanos buenos y
malos, gauchos federales y gauchos ladrones. También encontramos retratos de indios.
Son "historias de vida": las breves biografías muestran a los gauchos y a los indios
verdaderos, de carne y hueso, como seres pluridimensionales, llenos de matices. Eran
individuos que sufrían y escapaban de un sino que les había sido adverso. Mansilla ve
ejemplares de periódicos de Buenos Aires, y comenta con ironía que en las tolderías
también se lee La Tribuna, donde él publica sus cartas sobre la excursión (53). Entre las
  12  

historias que cuenta Mansilla sobresalen la de Linconao, hermano del cacique Ramón, a
quien el autor salva de morir de viruelas; la de Mariano Rosas, el cacique principal de los
Ranqueles; la del Cabo Gómez, que tiene lugar durante la guerra con el Paraguay; la de
Crisóstomo; la de Miguelito; la de Camargo; la de Chañilao; la del Doctor Macías; la de
la cautiva Fermina Zárate. Mansilla cree más que en la Historia de los grandes hechos
heroicos, en los pequeños sucesos de las vidas entrelazadas, en las "vidas paralelas" de
aquellos que se encuentran por casualidad o fatalidad del destino.
Varias de las "vidas" de Mansilla conforman un repertorio de historias criollas. La
del gaucho Miguelito es una conmovedora historia de amor romántico entre un joven
disipado y una muchacha de mejor condición social, y una historia de amor filial, en la
cual el hijo se deja condenar a muerte para salvar la vida al padre, el verdadero asesino de
un Juez. Miguelito es valiente, guitarrero, tiene por amigo y compañero de fiestas a su
progenitor, a quien admira. Finalmente, éste le ayuda a escapar de la cárcel, y los dos
gauchos se separan para huir de la persecución de la justicia. Miguelito se refugia entre
los indios. El Coronel, que deja al propio Miguelito contar su vida, insiste en que la
historia “real” de Miguelito...“mutatis mutandis, es la de muchos cristianos que han ido a
buscar un asilo entre las indios” (165).
Mansilla aprovecha el momento para disertar sobre el gaucho argentino, singular
producto de la pampa, al que también había estudiado Sarmiento en su Facundo, 1845. A
diferencia de éste, que advierte sobre los peligros de la barbarie, Mansilla denuncia las
injusticias que padece el gaucho, a quien “... nuestros políticos han perseguido y
estigmatizado, ... nuestros bardos no han tenido el valor de cantar, sino para hacer su
caricatura” (156). Mansilla critica la concepción sarmientina de la barbarie, que
consideraba al gaucho vehículo del atraso nacional. Para él el gaucho era una víctima de
las maniobras de los políticos. Critica a la poesía gauchesca, que había hecho del gaucho
un personaje cómico (Ascasubi y del Campo, por ej.). Esta imagen habría de cambiar dos
años después con la aparición del Martín Fierro, 1872: el punto de vista de Hernández,
en lo que respecta al gaucho, se parece al de Mansilla.
Para la generación de Sarmiento y Alberdi, la Generación de 1837, la creación de
un país progresista y liberal requería la europeización de la cultura y el flujo de
inmigrantes; Mansilla, en cambio, que ha visto los resultados de esos cambios,
  13  

introducidos en la vida nacional por los políticos de este grupo, que llegaron al poder
después del derrocamiento de Rosas, afirma: "La monomanía de la imitación quiere
despojarnos de todo: de nuestra fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra
tradición. Nos van haciendo un pueblo de zarzuela. Tenemos que hacer todos los papeles,
menos el que podemos. Se nos arguye con las instituciones, con las leyes, con los
adelantos ajenos. Y es indudable que avanzamos. Pero ¿no habríamos avanzado más
estudiando con otro criterio los problemas de nuestra organización e inspirándonos en las
necesidades de la tierra?" (156). Argumento bien fundado, que muestra la creciente
frustración y escepticismo de un sector social culto representativo, con simpatías
federalistas (en el que debemos incluir también a José Hernández), ante el modelo liberal
eurocéntrico implantado.
Mansilla, vinculado a familias de estancieros y oficial del Ejército, ha convivido
con los gauchos en la campaña y en las guerras, y es un gran conocedor y defensor del
espíritu del hombre de nuestro suelo. A Miguelito lo califica de "alma noble”. Lejos de
pensar que el tipo racial del gaucho, mestizo hispano-americano, sea inferior al europeo,
como creía Sarmiento, sostiene que " ... nuestro barro nacional empapado en sangre de
hermanos puede servir para amasar sin liga extraña algo como un pueblo con fisonomía
propia, con el santo orgullo de sus antepasados, de sus mártires, cuyas cenizas descansan
por siempre en frías e ignoradas sepulturas" (157). En otro capítulo dice que: "La raza de
este ser desheredado que se llama gaucho, ... es excelente, y como blanda cera, puede ser
modelada para el bien; pero falta, triste es decirlo, la protección generosa, el cariño y la
benevolencia” (207). Lo que falta, se entiende, es la protección del Estado.
Si Mansilla es un ardiente defensor del gaucho, también defiende el derecho de
sobrevivencia del indígena. Indirectamente continúa la diplomacia federal de su tío Juan
Manuel de Rosas: cree en la persuasión y en la negociación, y no en la guerra a muerte.
Mansilla se hace presente en las tolderías desarmado. Además del valor militar y del
coraje físico que esto implica, es una muestra de fe y de confianza, en sí mismo y en el
ser humano, independientemente de su raza. Comprobamos su sentido humanístico
cristiano en los comentarios sobre las mujeres, a quienes describe con gran cariño y
compasión por el sufrido papel que tienen en la sociedad ranquel, y a las que celebra,
muchas veces, por su belleza. Hay un vínculo afectivo muy profundo que une a Mansilla
  14  

con el mundo: con sus soldados, los gauchos, los indios, las mujeres.
Esta relación afectiva generosa y noble desaparece ante los negros. Mansilla se
muestra agresivo y despreciativo con ellos. Trata muy mal al negro del acordeón, un
antiguo esclavo de Buenos Aires, que había sido soldado y luego desertara. El negro se
había refugiado entre los indios, y alegraba con su música el toldo del cacique Mariano
Rosas. Mansilla lo consideraba un pésimo ejecutante y pierde totalmente su paciencia
ante este personaje, a quien trata con todo desprecio y lo describe casi como a un
demonio. Su agresividad ante el negro no decae en ningún momento. Es difícil justificar
su actitud, el Coronel había convivido con los negros en su casa paterna y admiraba la
habilidad con que le habían referido historias fantásticas en su infancia (Popolizio 16).
Quizá se trate de una antipatía personal que no debemos ver como un sentimiento racista
más generalizado. El negro, a quien el Coronel no llama por su nombre, le cuenta luego
la historia de su vida y le dice que él es "federal" y que cuando cayó “... nuestro padre
Rosas, que nos dio la libertad a los negros, estaba de baja" del Ejército (187). El negro
agrega que no volverá a la civilización hasta que no regrese "... el Restaurador, que ha de
ser pronto", y le canta una canción rosista: “Que viva la patria/ libre de cadenas,/ y viva el
gran Rosas/ para defenderla" (187). No obstante el orgullo familiar que le puede haber
despertado esta canción, le prohíbe que cante más y amenaza con golpearlo.
Mansilla narra con interés varias de las ceremonias que presencia de la vida
indígena y diversas escenas que acontecen entre soldados e indios. Hace detalladas
descripciones de la personalidad y costumbres de los caciques y otros indios principales,
entre las que se destaca la de Ramón, el platero, el indio limpio y trabajador, y la de
Mariano Rosas, el ahijado de su tío. El retrato de Mariano va más allá de la
caracterización individual: analiza la personalidad política del más alto líder de los
Ranqueles, que confía en él y simpatiza con su causa, y demuestra cómo la buena
diplomacia del General Rosas en el trato con los indios con el paso de los años trajo
beneficios al país.
Mariano había aprendido a trabajar en la estancia de Rosas, adonde lo llevaron
después de ser tomado prisionero, siendo un adolescente, durante un malón. Rosas le
enseñó las tareas de la estancia como a un peón mas, y le pagó sus salarios. Comenta
Mansilla: "Mariano Rosas conserva el más grato recuerdo de veneración por su padrino;
  15  

hablaba de él con el mayor respeto, dice que cuanto es y sabe se lo debe a él; que después
de Dios no ha tenido otro padre mejor..." (180). La actitud de Juan Manuel de Rosas ante
el indio cautivo no respondía a la que se podría haber esperado de un "Dictador", como
irónicamente lo designa Mansilla. Es un ejemplo de lo que se obtiene cuando se trata a
otro ser humano con reconocimiento y bondad, sin descalificarlo por su raza u origen.
Rosas trató al indio como a un gaucho más y aún encontró tiempo libre para enseñarle él
mismo las labores de la estancia. Finalmente lo bautizó y le dio su apellido. Una conducta
paternal hacia alguien que estaba muy lejos de llevar su sangre. Obviamente Rosas no
tenía miedo de que su nombre, y su descendencia, real o simbólica, se contaminara con
individuos de otros pueblos, que los liberales como Sarmiento considerarían “razas
inferiores”. La actitud de éste - como la de Mansilla, su sobrino - contrastaba
enormemente con la política contemporánea de persecución y exterminio, no sólo del
indio sino también del gaucho, que se estaba llevando a cabo. El trato de Rosas al
indígena probó ser buena política, por cuanto Mariano es en ese momento el jefe
principal de los Ranqueles, y su deseo de negociar con Mansilla, el sobrino de Rosas,
había hecho posible el tratado de paz.
Mansilla trata de ser justo en sus juicios y censura muchas de las conductas que
observa en la sociedad ranquel: el abuso del alcohol, el robo, el mal trato a las cautivas,
sus creencias “primitivas”. A medida que avanza el libro aumenta su simpatía y
admiración por ese mundo que descubre en el desierto, y se agudiza su crítica a la
“civilización” sarmientina. Nota que, entre los indios, el mando es hereditario y tiene por
objetivo servir a la comunidad. A diferencia de las sociedades cristianas, no parece
agitarlos la ambición de poder. Su sociedad es más democrática que la nuestra, por
cuanto se respeta la opinión de la mayoría, consultada con gran frecuencia, a pesar del
inconveniente que esto acarrea. Mansilla celebra la sensualidad y la belleza de la mujer
india, comparable a la de las cristianas. En ningún momento oculta su predilección y
afecto hacia la China Carmen, su comadre y “lenguaraz" (traductora e intérprete).
Los Ranqueles se han adaptado a vivir en un medio hostil. La visita de Mansilla
les trae esperanzas. Es un sagaz “diplomático” y asume su papel. Va a sostener y
defender el tratado de paz en territorio ranquel ante sus autoridades políticas. Los
indígenas aceptan su liderazgo, despierta admiración en muchos. No trata de imponer su
  16  

propio criterio; no actúa de manera arrogante; argumenta con ellos de igual a igual,
escuchando sus razones. Acepta sus costumbres, se mimetiza con ellos, comparte su
cultura, su estilo de vida.
Mansilla está dando una respuesta diferente a un debate vigente en esos
momentos: el dilema civilización/barbarie. Al ir en persona al desierto, es un testigo
autorizado para hablar de ese mundo desde su experiencia. Nos demuestra que no sólo
hay buenos y malos “salvajes”, sino también buenos y malos “civilizados”. Malos
civilizados son los que se niegan a comprender el mundo de otras culturas distintas y lo
demonizan sin conocerlo. Sarmiento ha actuado como un “mal” civilizado: dogmático,
desagradecido hacia Mansilla, enemigo del gaucho y del indio, eurocentrista a ultranza,
despreciativo de lo hispanoamericano; Mansilla, en cambio, prueba ser un "buen"
civilizado: es abierto, confiable, respetuoso de los tipos americanos, sean gauchos o
indios, tiene fe en el espíritu nacional, gran sentido de la realidad, es compasivo, de
criterio amplio, capaz de entender la sutil gradación que va de la barbarie a la civilización
y viceversa. Ama lo diferente y no siente su identidad amenazada ante la presencia del
indio o del gaucho (Sarmiento, mientras tanto, recomendaba el exterminio de ambos y
pregonaba que no podría concretarse la unión nacional hasta que estos no
desaparecieran).
En el país de Mansilla caben todos. Es un mundo plural. Opone al dogmatismo de
Sarmiento un sano escepticismo, que lo lleva a ver el bien en el mal, y el mal en el bien:
ambos términos se relativizan. Dice, reflexionando sobre su viaje: “¡Cuánto he aprendido
en esta correría! Si me hubieran dicho que los indios me iban a enseñar a conocer la
humanidad, una carcajada homérica habría sido mi contestación. Como Gulliver, en su
viaje a Liliput, yo he visto al mundo tal cual es en mi viaje a los Ranqueles. Somos unos
pobres diablos"(314). Al comparar los vicios de la sociedad ranquel con la suya, puede
entenderla mejor y descubrir en la propia defectos que antes no había sabido ver.
En uno de los episodios del libro, Mansilla nos describe un sueño suyo sobre el
“imperio Ranquel”. Es una fantasía burlesca sobre el deseo de poder que agita a los seres
humanos, tema que lo preocupaba en esos momentos.
En el sueño, Mansilla se ve a sí mismo como emperador de los Ranqueles y otras
tribus. El sueño consta de dos partes: en la primera, él, como conquistador del desierto,
  17  

preside una floreciente civilización indígena. Ha evangelizado a los indios, que trabajan
la tierra y viven en paz en sus aldeas. Escucha una voz: le dice que se proclame
emperador. Este tema poseía un antecedente real: el del francés Orélie-Antoine de
Tounens, que pocos años antes, en 1860, se había coronado Rey de Araucanía, y tuvo que
escapar de su presunto reino perseguido por las autoridades chilenas.
En la segunda parte del sueño, Lucio, caracterizado como un joven mancebo,
marcha en una carreta hacia una gran ciudad, donde dice que había nacido, en obvia
referencia a Buenos Aires, aunque no la nombra. Lo siguen los indígenas, vestidos de
ropas diversas: prendas gauchas, y trajes a la francesa y a la inglesa. Sus consejeros le
advierten que jamás logrará entrar victorioso en esa ciudad, consejo que él desoye. Y en
ese momento despierta.
El sueño conforma una alegoría, que no sabemos si Mansilla efectivamente soñó,
o inventó, o ambas cosas (puesto que la simbología de los sueños queda parcialmente
falsificada por la construcción verbal de la vigilia), en la que hace diversas alusiones a
episodios y circunstancias de su vida real. Efectivamente, él se había aventurado en el
desierto para pacificarlo y su diplomacia estaba surtiendo efecto, los indios lo trataban
con gran respeto. La voz le dice que no va a conquistar la ciudad, tal como sucederá:
vuelve exitoso de su misión, pero poco después el Ejército lo destituye de su mando.
Lucio pacifica y "conquista" a los Ranqueles, pero es vencido por la política de Buenos
Aires. El sueño es una visión grotesca de la suerte que le había tocado: el Presidente
Sarmiento, en vez de reconocerle su servicio, lo castiga. Su proyecto de celebrar la paz y
llevar la civilización a los indios fracasa, pero no por culpa de él sino por culpa de los
intereses y la política de la ciudad, que resulta así el obstáculo mayor. Impide que los
indios puedan asimilarse a la sociedad blanca.
Mansilla creía en la posibilidad real de pacificar a los indios. No era necesario
continuar la guerra, ni mucho menos pensar en el exterminio de su raza. Pensaba que la
religión podía cumplir un papel importante en el acercamiento de ambas sociedades e
hizo decir misa en el toldo de Mariano Rosas a los padres franciscanos que lo
acompañaban. Mariano lo nombró padrino de su hija mayor, y los franciscanos la
bautizaron. El cacique le pidió que la educara como cristiana. Notamos el interés que los
indios muestran por la religión de los blancos. Dedica una carta entera a describir la vida
  18  

espiritual de los Ranqueles y concluye que son "uniteístas y antropomorfistas" (224).


Creen en Dios, que tiene forma humana, y en el demonio, que no posee forma alguna.
Respetan y entierran a sus muertos. "Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos -
señala - creen en la metempsicosis, que el alma abandona la carne después de la muerte,
transmigrando ... " (225).
Mansilla nos presenta una cultura ranquel compleja y relativamente sofisticada, y
nos hace ver que sería un crimen tratar de destruirla. Hacia el final del libro, en el
"Epílogo", se transforma en abogado defensor de los indios. Sabe que la cultura blanca
busca asimilarlos y someterlos. Concluye: "Si hay algo imposible de determinar, es el
grado de civilización a que llegará una raza; y si hay alguna teoría calculada para
justificar el despotismo, es la teoría de la fatalidad histórica. Las calamidades que afligen
a la humanidad, nacen de los odios de razas, de las preocupaciones inveteradas, de la falta
de benevolencia y de amor"(392). Una posición conciliadora y cristiana, que rebate la
idea de Sarmiento sobre las razas. Para Mansilla lo mejor es que las razas se fusionen.
Dice que los Ranqueles son: “... una raza sólida, sana, bien constituida ...". Y señala: "No
hay peor mal que la civilización sin clemencia" (391).
Comprueba la inventiva y creatividad del cacique Ramón, que fabrica una fragua
con utensilios caseros, y medita sobre la intolerancia y el falso sentimiento de
superioridad de nuestra “civilización”, que pone su supuesta excelencia por encima de
cualquier otra realidad, y estigmatiza y persigue a todos los que no se someten a sus
designios. Saca la conclusión siguiente: "Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría,
tanto que leemos y estudiamos, ¿y para qué? Para despreciar a un pobre indio, llamándole
bárbaro, salvaje; para pedir su exterminio, porque su sangre, su raza, sus instintos, sus
aptitudes no son susceptibles de asimilarse con nuestra civilización empírica, que se dice
humanitaria, recta y justiciera, aunque hace morir a hierro al que a hierro mata, y se
ensangrienta por cuestión de amor propio, de avaricia, de engrandecimiento, de orgullo,
que para todo nos presenta en nombre del derecho el filo de una espada ... " (373).
Una excursión a los indios Ranqueles tuvo una acogida favorable del público
lector y fue premiado por el Congreso Internacional Geográfico de París de 1875. Aparte
de su mérito como libro de viajes, intentaba un sincero acercamiento al mundo
amenazado del indio sudamericano. Debate sobre el sentido de la civilización. ¿Cuál era
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el mejor proyecto político civilizador - se pregunta, en obvia referencia a la política


sarmientina - un proyecto etnocéntrico e intolerante, que acepte cometer atropellos en
nombre de ideas elevadas, o un proyecto humanitario y cristiano, que tome en cuenta el
componente histórico de la población y sus necesidades?
La defensa del indio queda asociada en el libro a la defensa del gaucho, tipo social
igualmente amenazado por la política liberal y a quien el mismo indio muchas veces
acoge y protege en sus tolderías, cuando el gaucho escapa de la persecución de la justicia.
Todas las narraciones de vidas de indios y gauchos brindan un cuadro realista y
costumbrista de los peligros y privaciones propias de la pampa, y muestran como éstos se
sobreponen a las necesidades y las carencias gracias a dones esenciales de la vida en
sociedad: el amor a la familia (común a los indios y a las cautivas, y al gaucho, como lo
vemos especialmente en la historia de Miguelito) y el respeto a sus creencias religiosas.
El mundo de Mansilla no es artificioso ni está idealizado: su afán es documental,
testimonial, y presenta con colorido dramático lo que observa, independientemente de las
conclusiones morales que pueda derivar del hecho. Busca dar un testimonio equilibrado,
mostrando lo bueno y lo malo. Describe la vida de un gaucho generoso y valiente como
Miguelito, pero también cuenta la vida del gaucho de avería Rufino Pereira, al que logra
educar y transforma en un servidor de confianza; nos muestra la vida responsable de
Mariano Rosas, el buen gobernante ranquel, sensato, astuto y sabio, y luego nos describe
el carácter violento y cruel del cacique Epumer, su hijo mayor, que se transforma cuando
está en familia, y es afable, hospitalario y respetuoso cuando Mansilla lo visita en su
toldo (donde vive con una sola mujer a la que quiere mucho, a diferencia de los otros
indios que practicaban la poligamia). El ser humano es por naturaleza contradictorio,
independientemente de su raza y su condición social. Sin embargo, todos los hombres son
redimibles, presentan muchos rasgos bondadosos junto a otros crueles, pueden hacer el
bien y el mal, saben arrepentirse, y demuestran, cuando llega el momento, un interés
genuino por el otro. Su visión del ser humano es optimista y positiva.
Mansilla prueba que la toldería del indio está mejor organizada y provista, es más
civilizada, que el rancho de un gaucho, en el que falta de todo (194). No hay un sólo tipo
de gaucho: diferencia el ''paisano gaucho" del "gaucho'' propiamente dicho. El "paisano
gaucho" es trabajador, obedece la ley, es buen federal, compone "la masa social
  20  

argentina”; el "gaucho”, el cambio, no respeta la autoridad, es un criollo errante, sólo se


conchaba para las yerras y escapa al servicio militar. El Coronel recrimina su actitud a los
hombres de la ciudad, que lo condenan y no lo conocen. "No lo han visto jamás", dice, y
apostrofa: "…la libertad, el progreso, la inmigración, la larga y lenta palingenesia que
venimos atravesando hace diez y ocho años lo va haciendo desaparecer. El día que haya
desaparecido del todo será probablemente aquél en que se comprenda que tenemos una
masa de pueblo sin alma, que en nada, ni en nadie cree ... " (292).
El Coronel sabe que la naturaleza humana está llena de subterfugios. Negociar
con el indio y tratar con el soldado, implica moverse en un terreno de engaños e intrigas.
El "estilo" político de Mariano Rosas no es esencialmente distinto al de la política
civilizada: todos engañan, parcial o totalmente, y procuran que sus pueblos crean que las
decisiones que toman son resultado de la voluntad de la mayoría. El mecanismo
legitimador democrático no es perfecto entre los Ranqueles, aunque es superior al de los
cristianos. La sociedad ranquel es mucho más nivelada e igualitaria que la nuestra. Si
bien reconoce la diferencia entre el indio rico y el pobre, no tiene un concepto de
propiedad de la tierra como los cristianos. Y es ese deseo de posesión de la tierra lo que
lleva al blanco a tratar de expulsar a los indios de sus territorios.
La intriga política y los grupos de poder existen en ambas sociedades, como
también los mecanismos sicológicos de negociación de los intereses individuales. Los
intrigantes más interesados y crueles, entre los Ranqueles, eran los cristianos y las
mujeres que vivían en los toldos. Mansilla describe a algunos de los cristianos como
gente de muy baja calaña, moralmente inferiores a los indios. Las mujeres de los toldos,
cuando son esposas de un cacique, intrigan entre sí para vengarse de la preferida. Los
cristianos tratan de lograr ciertas ventajas y seguridad. Mansilla cuenta el caso del Doctor
Macías, el médico que había sido enviado como Embajador plenipotenciario a los indios
en 1867 y, víctima de las intrigas de los cristianos blancos, se había transformado en
prisionero. Lo describe como a un hombre débil y dependiente, verdadero chivo
expiatorio de los odios y los celos de todos. El desierto tiene sus propias reglas
darwinianas de sobrevivencia. El educado doctor no resiste la agresión sicológica. El
Coronel pide su libertad a Mariano Rosas y la consigue.
Por fin, Mansilla y su comitiva regresan hacia el Río Quinto. Se separan en dos
  21  

grupos y él irá por el camino desconocido de la Laguna del Bagual, mostrando un firme
espíritu de aventuras. Durante la marcha reflexiona sobre lo que había vivido y
aprendido. La experiencia le ha dejado una enseñanza profunda. Está convencido que la
realidad es un don y una bendición: "La miseria del hombre - dice - consiste en ver
frustradas sus miras y en vivir de conjeturas; porque la realidad es el supremo bien y la
belleza suprema” (388).
Mansilla incluye un epígrafe con una cita de Comte en el "Epílogo", en el que
hace un informe etnográfico de los indios: su lugar de residencia, su tipo físico, su
número, y recomienda la conquista pacífica de los mismos (392). El epígrafe dice: "¿No
nos ordenan la religión y la humanidad aliviar a los pacientes? ¿No son hermanos todos
los hombres? ¿No deben compartirse los bienes y los males que deben a su autor común?
¿Es lícito mostrarse inexorable y sin piedad con alguno de sus semejantes?”(388). La cita
del fundador de la filosofía positiva refuerza la posición humanitaria de Mansilla.
Las ideas positivistas, cuando eran tomadas con otro criterio por un pensador
como Sarmiento, podían servir para justificar la expoliación de los grupos que no
respondían, en su concepto, a los intereses de la civilización y el progreso social.
Sarmiento argumentaba que las razas que él consideraba inferiores eran ineducables;
Mansilla demuestra que los Ranqueles componían una cultura compleja, que basa su
saber en su necesidad y experiencia, y merecía ser rescatada.14
Sintiéndose víctima de la política sarmientina, y sabiéndose, en muchos aspectos,
por encima de las ideas dogmáticas del plebeyo Sarmiento sobre la civilización, muestra
un espíritu conciliatorio y caritativo. Su deseo era defender el derecho de todos los
habitantes del suelo - incluidos los gauchos y los indios - a ocupar el espacio nacional, y
tener su lugar en la nueva nación. Como escritor, además, quiere comunicar al lector el
placer de sus aventuras, compartir con él el descubrimiento de aspectos ignorados del
país y el goce de la naturaleza libre americana.
Su actitud ante su público es muy distinta a la de Sarmiento. El sanjuanino
despreciaba a las masas y mostraba en sus escritos un sentimiento de superioridad
                                                                                                                         
14  Sarmiento, en Educación popular, 1849, dice: '' ... es un hecho fatal que los hijos sigan las tradiciones de
los padres, y que el cambio de civilización, de instintos y de ideas no se haga sino por el cambio de razas.
¿Qué porvenir aguarda a Méjico, a Perú, Bolivia y otros Estados sudamericanos que tienen aún vivas en sus
entrañas como no digerido alimento, las razas salvajes o bárbaras indígenas que absorbió la
colonización...?” (lbarra 54).
  22  

arrogante. Mansilla critica el europeísmo y el liberalismo utópico de los miembros de la


Generación del 37 (en ese momento en pleno apogeo político) y propone, en cambio, un
liberalismo americano, tolerante y nacionalista, sensible a las necesidades del país real,
humanitario y cristiano, que tenga fe en el hombre que habita en su suelo, cualquiera sea
su raza y su condición social.15

Bibliografía citada

Guglielmini, Homero. Mansilla. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, 1961.


Hernández, José. Martín Fierro. Buenos Aires: RAI/Cátedra, 1980. Edición de Luis
Sáinz de Medrano.
Ibarra, Ana Carolina. Doce textos sobre educación. México: Secretaría de Educación
Pública, 1985.
Mansilla, Lucio V. Una excursión a los indios Ranqueles. Caracas: Biblioteca Ayacucho,
1984. Edición y prólogo de Saúl Sosnowski.
Popolizio, Enrique. Vida de Lucio V. Mansilla. Buenos Aires: Editorial Pomaire, 1985.
Sarmiento, Domingo F. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Cátedra, 1990.
Edición de Roberto Yahni.

                                                                                                                         
15  Uno de los argumentos que Mansilla utiliza en la asamblea con los Ranqueles para convencerlos de su
buena fe es que él no puede engañarlos porque es igual a ellos y son todos argentinos (305).
 

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