Está en la página 1de 1

12.

EN EL NIDO DEL TARN

Estaba encadenado por los brazos y las piernas a un armazón de madera que flotaba
en el agua. Debido al peso de mi cuerpo las cadenas penetraban profundamente en mi
carne. Volví la cabeza y vomité en las aguas amarillas del Vosk. Luego parpadeé ante
el sol caluroso y traté de moverme.
Alguien dijo:
—Está despierto.
Confusamente percibí el movimiento de algunas astas de lanzas, apoyadas contra
mi armazón, dispuestas a empujarlo hacia la corriente del río. Dentro de mi campo
visual apareció un objeto negro, que resultó ser el casco de un miembro de la Casta
de los Asesinos. Lentamente se alzó el casco y contemplé un rostro flaco y cruel, un
rostro que parecía de metal gris.
—Soy Pa-Kur —dijo el hombre—. Jefe de Asesinos de Ar. Comandante Supremo
de este ejército.
—De modo que volvemos a encontramos —dije.
Sus ojos permanecieron faltos de toda expresión.
—El cilindro en Ko-ro-ba. La ballesta —agregué.
Él callaba.
—En aquella oportunidad no lograste matarme —dije irónicamente—. Quizá
quieras arriesgar ahora un segundo tiro. Posiblemente el objetivo se encuentre esta
vez más al alcance de tus posibilidades.
Los hombres detrás de Pa-Kur murmuraron. El del casco negro no parecía
reaccionar.
—Mi arma —dijo, y extendió su brazo. De inmediato colocaron en él una
ballesta. Se trataba de una gran arma de metal, lista para disparar.
Me preparé para recibir el tiro mortal, reflexionando acerca de si llegaría a sentir
el impacto. Pa-Kur levantó el brazo con gesto dominante. Desde no sé dónde un
objeto pequeño y redondo voló por los aires, por encima del río. Era un discotarn,
arrojada por uno de los hombres de Pa-Kur. Cuando el objeto diminuto, cuyo color
negro contrastaba con el cielo azul, alcanzó su punto más alto, escuché el clic del
disparador, la vibración de la cuerda y el breve silbido del pivote. Antes de que la
moneda pudiera comenzar a caer, fue alcanzada por el proyectil que la arrastró unos
doscientos cincuenta metros.
—He sido un necio —gemí.
—Y morirás como tal —dijo. En su voz no sonaba ninguna emoción.
—Espera —repliqué—. Te pido un favor —me costaba hablar—: Dime qué has
hecho con la muchacha.

ebookelo.com - Página 79

También podría gustarte