Cuando hablamos de un signo visual icónico operamos condicionado por
factores culturales y los diferentes acontecimientos que hayamos tenido en nuestra vida (definidos por contextos determinados y destinatarios específicos) por lo cual su desarrollo requiere una comprometida relación dialéctica con los procesos de cambio que rigen las sociedades actuales. En primera instancia es fundamental afirmar que en la categoría de los signos icónicos se incluyen toda clase de imágenes, dibujos, pinturas, fotografías o esculturas. Además, reproducen algunas condiciones de la recepción del objeto, seleccionadas por unos códigos visuales y a través de convenciones gráficas. La comunicación visual en su papel mediador en la acción comunicacional entre sujetos sociales, está relativizada por su contexto histórico / cultural, ya que ésta no puede comprenderse sino como un fenómeno social, donde la relación pragmática entre mensaje y sujeto justifica su existencia. Si acompañamos la intuición emergente ante la experiencia cotidiana, comenzamos a tomar conciencia del proceso que ha venido perfilándose y en el cual nos hallamos inmersos, la expansión de un nuevo tipo societario, que tiene como ejes centrales el consumo y la comunicación. En este caso el icono (Retrato de Van Gogh) está subordinado en base a una vivencia del artista holandés, donde sin siquiera tener un primer plano de su oreja mutilada sabemos por la carga icónica del mismo el contexto del mensaje y por lo tanto el chiste. Básicamente, el autorretrato es el canal por el cual la comprensión del espectador se guía para entender el meme, y el barbijo (Montaje) hace de nexo para finalmente emitir el mensaje al espectador. Si nos enfocamos entonces, la Comunicación Visual en el marco de la Comunicación Social, debemos considerar a ésta como una actividad subordinada a la interpretación del mensaje. Por ende, la concepción de valores estéticos en la Comunicación Visual está condicionada a la optimización de dichas interpretaciones.