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en el noroeste de suramérica
Sonia Archila*
Introducción
durante los períodos Pleistoceno y Holoceno del Cuaternario (Van der Hammen
1961, 1974, 1986a,b, 1992; Van der Hammen y Gonzalez 1963; Wijmstra y Van
der Hammen 1966; Plazas et al. 1987, 1991ª; Oyuela Caycedo 1996, 1998). Otras
investigaciones llevadas a cabo en Panamá (Bartlett y Barghoorn 1973 citado por
Pearsall 1995: 120), Ecuador (Athens y Ward 1999) y Perú (Wright 1983, Han-
sen et al. 1984 citados por Pearsall 1995: 120) han arrojado información sobre la
reconstrucción de la vegetación y sus cambios durante el Cuaternario. Pero los
estudios de polen no solamente han servido para reconstruir los ecosistemas del
pasado, sino que han sido usados para inferir el tipo de interrelaciones ocurri-
das en el pasado entre humanos y recursos vegetales (por ejemplo Piperno 1989,
1990; Pearsall 1992; Monsalve 1985; Herrera et al. 1992). Más recientemente los
estudios de fitolitos y de residuos han contribuido a ampliar nuestros conocimien-
tos arqueobotánicos (véase Pearsall 1988, 1993, 1994; Pearsall y Piperno 1993;
Piperno 1985a, b, 1988, 1998).
Figura 1
Región del noroeste de suramérica, baja centroamérica y área circuncaribe a la
que se refiere el texto. Escala: 1:25.000.000. Adaptado de gran atlas universal
planeta 2004: 236-237.
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Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo 20, uno de los parámetros conceptuales
de la investigación arqueológica en el norte de Suramérica suponía que los desarrollos
relacionados con la adopción, uso y manejo de recursos vegetales alimenticios y no
alimenticios debían ser explicados con base en los modelos difusionistas (véase por
ejemplo Steward 1963). Era imposible considerar la probabilidad de que alguno de
estos procesos como, por ejemplo, la domesticación de plantas como el maíz, fríjol
o calabaza hubiese ocurrido en la zona.
Lo anterior se puede analizar en términos más generales dentro de la
concepción misma que al Área Intermedia se le atribuía, como región cultural
inferior a las de Mesoamérica y los Andes de Suramérica. Así, el Área Intermedia era
considerada como el receptáculo de eventos que se originaron fuera de sus límites,
generalmente en Centro América, particularmente en México (para una crítica de
esta concepción véase por ejemplo Sheets 1992) y en Sur América, básicamente
en Perú. Estas concepciones teóricas sobre la naturaleza de estas regiones del
continente determinaron el curso de las investigaciones arqueológicas en general
y de arqueobotánica en particular. En otras palabras, el problema del origen de la
agricultura no fue considerado un tema principal de estudio en la región.
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Por otra parte, las tierras tropicales se consideraron por mucho tiempo
inapropiadas para el desarrollo de procesos sociales importantes, entre ellos la
domesticación de plantas y el desarrollo de la complejidad social y en general,
como afirman Piperno y Pearsall (1998: 2-3), para la innovación y desarrollo
cultural. En la literatura antropológica y arqueológica del área se encuentran
debates teóricos sobre la incapacidad de los ecosistemas tropicales para sostener
sociedades sedentarias y agrícolas (véase por ejemplo, Meggers 1954, 1957;
Meggers y Evans 1957; Steward 1963). Como recuerdan Piperno y Pearsall las
afirmaciones relacionadas con la imposibilidad del potencial para la agricultura
de los bosques tropicales se basaron en datos sobre las tierras del interior del
Amazonas brasileño donde no ocurren inundaciones periódicas de ríos que las
fertilicen y cuyos suelos son pobres. También estas afirmaciones se basaron en
trabajos de la planicie de inundación o várzea del río Amazonas en Brasil donde
existe una abundancia atípica de recursos silvestres que poco debió incentivar
el crecimiento de plantas. Por otra parte, argumentan Piperno y Pearsall, ni el
interior del Amazonas ni la várzea del río son áreas consideradas como candidatos
posibles para haber albergado los ancestros silvestres de las principales plantas de
semillas o de tubérculos. En opinión de Piperno y Pearsall (1998: 3), entonces, el
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interior del Amazonas en Brasil no tuvo que ver con el origen de la producción
de alimentos en el Neotrópico. Sin embargo estas autoras opinan que el tipo de
ambientes como el de los bosques tropicales, que no son ni tan maléficos ni tan
beneficiosos para la gente y las plantas, son precisamente donde se encuentran los
orígenes de la producción de alimentos en América.
Un aspecto teórico con el que se enfrentaron los investigadores del área para
abordar el uso de recursos vegetales en el pasado y la producción de alimentos fue
el marco conceptual evolucionista lineal que implicaba que los primeros habitantes
del continente habían sido cazadores recolectores de megafauna que básicamente
subsistían de la cacería de grandes mamíferos. Cuando los datos arqueológicos
permitieron demostrar que las poblaciones más antiguas en los trópicos de
América no habían sido solamente cazadores de megafuana sino que también
habían incluido otras estrategias de subsistencia que implicaron economías de
amplio espectro, se empezaron a cuestionar estos modelos (por ejemplo véase
Ranere y Cooke 2003). En este sentido, la arqueobotánica desarrollada en varias
regiones tropicales como por ejemplo Panamá y Colombia (Cavelier et al. 1995,
Cooke et al. 1996) permitió deducir que los recursos alimenticios vegetales
tanto silvestres como manipulados, propiciados y posiblemente domesticados,
constituyeron una parte muy importante de los recursos utilizados por los más
antiguos habitantes de la región.
Argumentos similares a los de Sauer (1952), fueron expuestos por el antro-
pólogo y arqueólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff (1977, 1986b), quién postuló que
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En opinión de Staller (2004: 56, 70, 71), las explicaciones sobre el desarrollo
sociocultural se han enfocado en la transición entre la recolección y la producción
de alimentos y en el descubrimiento de cuándo y dónde comenzó la producción
de alimentos, obteniéndose información sobre las plantas más antiguas que
son importantes desde el punto de vista económico, especialmente el maíz. Lo
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Ecología y evolución
Coevolucionismo
Rindos (2000: 160- 182), plantea un modelo para explicar el origen de la agricultura
con base en la ecología y la biología evolutiva. Este autor define la domesticación
en el marco del concepto de coevolución, es decir, como un proceso evolutivo en el
que se establece una relación simbiótica entre individuos, lo que lleva a que ocurran
cambios en los rasgos de esos organismos. Así, se plantea que existen interacciones
entre humanos y plantas que pueden resultar en cambios en las plantas que a su
vez, pueden tener consecuencias importantes tanto para humanos como para las
plantas. Rindos propone una clasificación de la domesticación de acuerdo con
diferentes comportamientos humanos y con ambientes distintos: domesticación
incidental, que resulta de la dispersión y protección de plantas silvestres en el
ambiente general; domesticación especializada, la cual implica que el hombre
es un agente obligado en la relación con las plantas; y domesticación agrícola,
la cual es la culminación de los otros dos procesos e implica el establecimiento
de los sistemas de producción agrícola, sin que signifique que los otros tipos de
domesticación dejen de existir.
Piperno y Pearsall (1998) toman en cuenta los argumentos de Sauer (1952), La-
thrap (1977) y Harris (1969, 1972, 1977a,b, 1989) sobre las posibilidades de que
la domesticación de plantas haya ocurrido en las tierras bajas de los trópicos, en
particular en los bosques deciduos y sobre la importancia de las condiciones eco-
lógicas propicias para la propagación y cultivo de plantas, especialmente teniendo
en cuenta las huertas domésticas como espacios de experimentación constante.
Estas autoras realizan investigaciones en Panamá y Ecuador, desarrollando nue-
vas metodologías como el análisis de fitolitos.
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Piperno y Pearsall (1998) argumentan que los humanos que habitaron en épocas
tempranas el trópico americano, ocuparon áreas cubiertas por vegetación decidua
o no permanente (es decir, la costa Pacífica de Panamá Central y de Ecuador, el
norte de Venezuela, las tierras bajas del Caribe y noreste de Colombia, el sur de
las Guyanas, el sur de Bolivia y las bocas de los ríos Tapajos y Xindú en Brasil).
Las regiones mencionadas son también los habitats de los ancestros silvestres de
muchas plantas cultivadas y donde el cuidado de éstas ocurrió. En algunos lugares
del noroeste de Suramérica como por ejemplo, el medio río Medio Caquetá se ha
registrado evidencia arqueológica de horticultura practicada a pequeña escala hacia
el 9000 AP (Herrera y Cavelier 1999, Piperno 1999). En el sitio de San Jacinto 1
localizado en la serranía de San Jacinto en el norte de Colombia cerca de la costa
Caribe, se encontraron macrorestos arquebotánicos que incluyeron semillas y
maderas carbonizadas. Entre los restos de semillas 179 resultaron identificables.
Entre éstas se determinaron juncos (Cyperus sp.) y tubérculos como arruruz
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o los del Amazonas de Ecuador y Perú. Lathrap (1977), por ejemplo, basó en
gran parte sus teorías sobre orígenes de la agricultura en datos de los indígenas
Shipibo, mientras que Reichel Dolmatoff (1968, 1976, 1986a,b) basó su teoría
sobre los orígenes de los cacicazgos colombianos en información sobre indígenas
del Amazonas quienes muy particularmente explotaban la yuca amarga como
alimento principal. Él consideró el estado de desarrollo de estos indígenas como
inferior a los de los Andes quienes fueron cultivadores de plantas productoras de
semillas tales como el maíz y el fríjol.
Un elemento importante a considerar y discutir en el norte de Suramérica es
que es difícil usar los modelos tradicionales de origen y desarrollo de la agricultura
para explicar cómo ocurrió el fenómeno en esta región. En esos modelos
tradicionales como por ejemplo los que explican el desarrollo de la agricultura
en Mesoamérica y Perú se requirió de la existencia de sociedades sedentarias
habitando aldeas y con tecnologías cerámicas desarrolladas. Lo que prueban
datos arqueológicos del norte de Suramérica es que la tecnología cerámica por
ejemplo existió sin sedentarismo (véase por ejemplo Oyuela-Caycedo 1995, 1996)
y que el cultivo de plantas se presentó en grupos no sedentarios que no habitaron
en aldeas (véase por ejemplo Cavelier et al. 1992).
Respecto a estudios de arqueobotánica sobre la producción de alimentos
después del siglo XVI, época del contacto con europeos, existen los trabajos
pioneros para la zona de la península de la Florida de Margaret Scarry (1985). Estos
trabajos se refieren a la reconstrucción de las prácticas cotidianas incluyendo las
actividades de subsistencia llevadas a cabo por lo s habitantes del asentamiento
del siglo XVI llamado San Agustín. Los restos botánicos analizados provienen
de contextos domésticos como aljibes y corresponden a material preservado bajo
condiciones de sobresaturación de agua. Entre las plantas estudiadas se encuentran
aquellas domesticadas en época prehispánica como el maíz, otras de origen
europeo y otras silvestres. Es interesante anotar que estudios como el mencionado
permiten analizar el impacto de las economías indígenas americanas sobre las
economías de subsistencia y los patrones alimenticios que los europeos intentaron
implementar en América. Es este el caso de la población de San Agustín.
Otros modelos sobre las actividades de procesamiento de plantas han sido
desarrollados en el cercano oriente por ejemplo por Hillman (1984) y Jones
(1984), para plantas productoras de granos como trigo o cebada con varias
partes que pueden ser obtenidas durante las actividades de procesamiento y que
eventualmente llegan a formar parte de los conjuntos de fragmentos o partes
de plantas carbonizadas encontradas en sitios arqueológicos. Pero en el trópico
la mayoría de plantas usadas como alimentos principales en la dieta de las
poblaciones prehispánicas no producen tales partes a excepción del maíz (Hastorf
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Entre las principales conclusiones que se han logrado a partir del desarrollo
de la arqueobotánica en la región de estudio, se encuentran:
1. La interacción entre humanos y plantas implicó manipulación, domesticación
y cultivo desde épocas muy tempranas, es decir, desde comienzos del
Holoceno, unos 9000 años AP.
2. En algunos casos la domesticación y cultivo de plantas se presentó en
sociedades igualitarias, no jerarquizadas, simples y posiblemente con
patrones de movilidad residencial específicos como por ejemplo movilidad
estacional.
3. La manipulación y cultivo de ciertas plantas como el maíz, necesariamente no
condujo a otros desarrollos culturales como por ejemplo, la sedentarización,
especialización económica y aumento demográfico.
4. Desde épocas antiguas, fueron muchas las plantas usadas y cultivadas por
los indígenas de la región de los trópicos americanos.
5. Los procesos de domesticación, cultivo y producción de alimentos, no se
presentaron sólo en las tierras altas andinas, sino también ocurrieron en
tierras localizadas a menor altitud sobre el nivel del mar (climas templados
y cálidos en el trópico, ubicados aproximadamente entre 0 y 2500 metros
sobre el nivel del mar).
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Agradecimientos
Deseo agradecer la amabilidad y comentarios realizados por los evaluador(es)
de este artículo. Sus sugerencias han sido muy valiosas para la organización del
manuscrito, así como para la discusión presentada.
Bibliografía
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