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PRÓLOGO
George Bernard Shaw afi rmaba hace más de 100 años (en el prefa-
cio de su obra teatral La comandante Bárbara, de 1907) que «el peor
de los males y el peor de los crímenes es la pobreza». La afi rmación
es mucho más que una mera constatación de que la pobreza es una
enorme tragedia que echa a perder la vida de mucha gente en todo
el mundo. La inmensa tragedia que representa la pobreza es más
que evidente: destroza vidas, ahoga la felicidad, destruye la crea-
tividad y erradica la libertad. Pero Bernard Shaw no se refería en
aquella ocasión a las penurias de la pobreza o a los infortunios que
provoca. Hablaba de las causas y las consecuencias de la pobreza,
que nace del mal y termina siendo un crimen. ¿Y eso por qué? ¿Y
cómo nace ese mal?
Seguramente tenemos muy interiorizada la idea clásica según la
cual la pobreza no es más que la falta de ingresos, pero en última
instancia debemos considerar la pobreza como falta de varios tipos
de libertad: la falta de libertad para obtener como mínimo unas con-
diciones de vida satisfactorias. Los bajos ingresos son, sin duda algu-
na, un factor importante, pero también lo son la falta de escuelas, la
ausencia de instalaciones sanitarias, la ausencia de medicamentos,
la subordinación de la mujer, situaciones medioambientales peligro-
sas o la falta de empleo (que afecta a algo más que los ingresos).
Reducir la pobreza implica ampliar estas prestaciones, y para ello
hay que aumentar el poder de las personas, especialmente de las per-
sonas con problemas, y garantizar que las prestaciones se amplían y
que las deficiencias se eliminan.
Las personas siguen sin tener acceso al poder como consecuen-
cia de muchos y variados procesos. La situación en la que viven los
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Amartya Sen,
Asesor honorífico, Oxfam,
marzo de 2008
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CAPÍTULO UNO
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UN MUNDO DESIGUAL
Desde que nace hasta que muere lo más probable es que la vida de
una persona esté dominada por los niveles extraordinarios de desi-
gualdad que caracterizan el mundo moderno. Una niña nacida en
Noruega llegará con casi toda certeza a la vejez.1 Pero si naciera
en Sierra Leona, tendría una posibilidad entre cuatro de morir antes
de cumplir los cinco años. Una niña noruega irá a un buen colegio,
después a la universidad, tendrá salud y recibirá atención hasta la
vejez. En Sierra Leona, sólo dos de cada tres niñas empezarán a ir a
la escuela, y muchas de ellas lo dejarán, desalentadas por la «tasa de
uso» que impone la escuela o por los pobres estándares de educa-
ción, o porque se ven obligadas a quedarse en casa a cuidar de sus
hermanos o a ir a trabajar para mantener a sus familias. Sólo una de
cada cuatro mujeres sabe leer y escribir. La universidad no es más
que un sueño inalcanzable.
El grado de desigualdad en el mundo es impresionante. Las 500
personas más ricas del mundo tienen más ingresos que los 416 mi-
llones de personas más pobres.2 Cada minuto, en el mundo en vías
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