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EL DÍA

QUE CONOCÍ
A ANGELA DAVIS
ME AGARRÓ FIEBRE

MAGDA DE SANTO

MARSUPIAL EDITORA
.
Ayer fue el dı́a de la hispanidad. Dicen que los nazis
prendieron fuego las banderas de Catalunya. Yo no lo
sé porque no salgo de casa hace tres dı́as. Literalmente
no salgo porque caı́ en cama con fiebres compartidas.
Mi novia tiene el mismo virus. Compartimos hasta los
sı́ntomas, los medicamentos y los horarios, nos tomamos
la fiebre juntas, primero una y luego la otra, contrasta-
mos resultados. Son las 7.30 de la mañana, es mi primer
dı́a de insomnio. Estoy en la cocina preparándome un
mate. Estoy en mi casa, mi casa nueva de pareja, grande,
magnánima antigüedad catalana de maderas crujientes.
Puedo hacer mate y toser sin molestar la que duerme en
la otra ala del gran hogar. Volviendo al dı́a de la hispani-
dad, del orgullo español coincidente con el 12 de octubre
del genocidio americano, es a su vez un dı́a franquista.
Aparentemente el dictador lo decretó en los años 50 y
quedo como fiesta popular sin cuestionamiento.
Ayer Cristina, la grande, la morocha del pueblo, dijo
en la radio a la Negra muchas cosas de su vida privada
y se rió mucho, y mientras dormitaba reconocı́ que sus
risas eran algo desconocido. Por que su performance
de mujer es de abogada. Se burló de aquellas mujeres
toquetonas que se cuelgan en las faldas de sus hom-
bres, o de aquellas que conversan de sus ropas en la
peluquerı́a. Ella solo le importa la polı́tica. Estoy leyendo
a Angela Davis, porque vino a Barcelona y le di un beso.
Y escribimos una entrevista y me da mucha ansiedad

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que en unas horas salga publicada en Pagina/12. Escri-
bimos la nota entre los estados febriles y la mudanza,
entra las compras de verdura para una sopa calórica
y las peleas racistas con Adelina, la anterior dueña de
la anterior casa que se niega a devolvernos la fianza,
por negras - irresponsables - sudacas - impuntuales -
sucias - amigas - que - la - vida la - tienen - fácil - angela
- davis - debe - estar - muy - mayor.
Esta señora Adelina es la tı́pica profesora de femi-
nismo blanco en alguna universidad de provincias de
España cercana a los 70 años con un hijo maricón al que
no puede aceptar del todo. Una señora con tintes huma-
nitarios coloniales. En suma, una racista homófoba. Pero
Angela en la conferencia “Revolución y Resistencia” con
un pueblo ampliamente colorido, a pesar de la cara de
papel higiénico de las señoras de primera fila, nos tiró
un saludo. Antes de comenzar, movió la mano en nuestra
dirección con una amplia sonrisa de complicidad. Por la
mañana la habı́amos seguido, Duen habı́a hablado en un
inglés fluido y yo limitado a mirarla. La verdad es que no
la habı́a leı́do, ni era fan.
A mi me llegaron las feministas negras clásicas antes
que las interseccionales, Audre Lorde únicamente en
realidad. De Angela Davis habı́a comenzado su autobio-
grafı́a de la cárcel y me pareció mal escrito. No puede
avanzar. Pero es la pluma de una muchacha de veinti-
tantos condenada a pena de muerte, me imagino que

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preocuparse por el estilo no era cosa prioritaria. Como
sea (el mate me salió frı́o y ya amaneció definitivamente),
habı́amos obtenido una serie de logros muy lejanos a
la mesura. Llegamos a la conferencia de prensa tarde,
en nombre de Página 12 las dos, llegamos corriendo, su-
dorosas y sin un papel para disimular que tomábamos
nota y yo entendiendo absolutamente nada de la lengua
imperial.
En el CCCB encima las audio guı́as son catalan-inglés,
porque son anti España. (Cristina refirió los intentos de
independencia catalana como las incipientes rupturas
de los estados nación que se avecinan.) Llegamos tarde,
entonces, con lengua afuera e infilitradas, sin cámara de
fotos que hubiera sido la gloria, sin cámara ni mochila
para guardar las camperas, con cara de dormidas y sin
baterı́a en el celular para grabarla con calma. La segui-
mos, le rogamos a la mujer de prensa con su peinado
afro en versión blanca, que le daba una altura consi-
derable pero paradójicamente la hacı́a más pequeña y
menudita europea, le rogamos que nos de unas entra-
das para la conferencia de la tarde, lo hicimos delante
de la propia Angela Davis a la espera del ascensor pero
no hubo resultados.
En la puerta del CCCB volvimos a verla a la enorme,
estilizada, pantera negra, nos sacamos una foto con mi
celular al borde de baterı́a y cámara vergonzosa. In-
vitadas por dos tipos -en rigor, un tipo y un jovencito,

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ambos afrodescendientes españoles- a tomar café de
golpe recuerdo el horario de terapia. Duen se queda
conversando de polı́ticas negras descoloniales y migra-
ciones, yo me voy con los bolsillos inflados de cosas, el
cargador del celular, los cigarrillos, el encendedor, la
billetera. Se me cae los pantalones del peso, se me abre
el cierre del bolsillo de la campera que me da calor.
Me meto en el subte, le aviso a mi terapeuta que voy
con demora. Entro a la casa de Adelina a medio mudar,
cargo el celular, hablo por fin con mi calmante psı́quico
que me hace caer de la hermosura viviente en la que
estamos.
Llega mi novia, limpiamos el maldito piso, Duen llora
de resentimiento de clase, limpiar casas en general le
pega mal, sobre todo si no va a hacer uso ella misma
de la suavidad perfumada de las superficies. Llora de
bronca y resentimiento anticipándose a la negativa de
Adelina. Es la hora de la conferencia, no tenemos entra-
das, Duen repite como mantra las palabras de Angela
Davis “no hay que pensar como el sistema”. Se le ocurre
la genial idea de ir como mi traductora, o mi fotógrafa.
Ya sabemos que solo otorgan una entrada por medio
de comunicación. Estoy dispuesta a que ella entre por
mı́, no sólo porque mi terapeuta me hizo darle cabida
a las necesidades de mi pareja, sino porque Duen es
fanática de Angela Davis: en su estado de wasap dice
que no le hablen si no la leyeron. Principio que, desde

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ya, no cumplı́.
Llegamos en horario porque yo me confundı́ y ella
no me dijo la verdad. Entonces llegamos a horario. Le
tuve que dar un codazo porque de ansiedad estaba
preguntando a cualquiera diciendo cualquier cosa para
que le den una entrada. La reté. “Vos te callás. Dejame a
mı́”. Fuimos a la sección prensa pero hizo la misma estu-
pidez desesperada. Cuando sos prensa tener que ser
una diosa porque vas a trabajar, no a ver a tus ı́dolos.
Son dos actores trabajadores que se encuentran que
tienen que colaborar mutuamente. El mal desempeño
de uno afecta directamente al otro. Mi performance de
periodista no se habı́a desplegado en territorio colonial
aún pero lo hicimos.
A último minuto, cuando Duen ya estaba en la cola con
mi entrada y yo en la dulce espera voy corriendo a su
encuentro para abrazarla. Pablo Martı́nez, el director de
la escuelita blanca, me vio y sonrió al teléfono, yo no lo
participe de mi festejo. La que pica la entrada lo mandó
a la sección de invitaciones porque él no tenı́a la suya
y nosotras descendimos por la rampa del CCCB, Duen
nuevamente llorando y agradeciéndome. Se detuvo en
la mesa de venta de libros y compró el clásico Mujeres,
raza y clase y el último que son una serie de entrevistas.
Ayer empecé a leer el primero, que ya en las primeras
páginas desarrolla una hipótesis que se alienea con las
construccionistas de género.

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La mujeres negras esclavas no eran mujeres, eran
esclavas trabajadoras y paridoras, a lo sumo la marca
de género se encontraba en la posibilidad de violar-
las o de parir, pero no eran lo que entendemos como
“mujeres”. En este sentido, de fondo se asume que la
construcción de la feminidad es blanca y por lo tanto se
deduce que un feminismo -aunque no sea esencialista ni
genitalista como el de de Bouvoir- que sostiene y asume
un sujeto mujer relativamente universal, sin problema-
tizarlo o historizarlo es, de mı́nima, racista. Esto en las
primeras cinco páginas de libro. Y luego me dio insomnio.
Pensé en la insistencia de Cristina de su construcción
de femineidad, tan Joan Riviere, tan enmascarada de
las ansias de poder. Antes de leer la hipótesis, recién
comprado el libro, nos dimos el lujo por caminar por el
medio de la pasarela, sin timidez, en el medio con nues-
tras invitaciones de prensa para sentarnos adelante.
A los costados centenares de personas en su sillitas
bien ubicadas y orgullosas de ese espacio conquistado.
Nosotras caminamos hasta delante mientras un hombre
europeo blanco petiso con una corbata que le llegaba
hasta las caderas de color roja con ovejitas blancas y en
el medio una negra (me lo imagino en su casa eligiendo
la ropa, en el momento que pensó “con esta corbata
me amarán, qué brillante soy”), bueno, con su corbata,
camisa blanca afuera del pantalón como informal, saco
de vestir y pantalón rosa, hablando en catalán sobre

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quién era Angela Davis. El petiso este habló con simpatı́a
tal como para afirmar que Catalunya no hay gente negra,
y mientras seguı́a con su discurso y nosotras de la mano
por la pasarela central llagamos a proscenio, ahı́ justo,
ahı́ Angela nos hace contacto visual y nos tira un saludito.
Nos sentamos en el piso como unas reinas. ¿Vos viste
eso? Y una española joven a nuestro lado, se entromete,
pues yo sı́.
A la izquierda del escenario mientras el petiso pseu-
do gracioso invoca a las masas catalanas allı́ presentes
a cantar una canción de justicia y el publico mayormente
racializado lo abuchea, se niega y empieza a gritar por
el nombre de la querida intelectual, ahı́ mismo desde el
piso veo en la primera fila de gente sentadita a mi pro-
fesora de filosofı́a Marina Garcés. Que delicioso saber
que Angela insistió en que no se puede pensar en el hoy,
ni en el capitalismo, sin dar cuenta de la colonización y
la esclavitud. Qué precioso ser testigo de la cara de la
filosofa europea que enseña Rousseau y el nacimiento
de la crı́tica con Kant y otros engendros antropológicos
de la supremacı́a blanca. Angela terminó su conferencia
con un ¡Asúmanlo, Europa ya no es blanca, Europa es
racista! Y todas lloramos.
Nos fuimos a seguir limpiando la casa de Adelina
con gasolina Davis, empoderadas por el boulevard Sant
Joan. Habı́amos pedido ayuda a Vicu, la hermana de
Maie. Duen empezaba a tener febrı́cula. Pero la emoción

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se le confunde a veces con el reconocimiento de una
anomalı́a fı́sica. A mı́ me pasa que lo niego directamen-
te. La imposibilidad de reconocerse vulnerable, o quizá
peor, la pelea interna de una por no ser la débil mucha-
cha que su padre caricaturiza. Llegando a la casa nos
chocamos con la propia Adelina y su hijo, nuestro amigo
maricón, que se burló de algún modo que no entendı́ has-
ta el dı́a siguiente. En la puerta Vicu nos esperaba con
cervezas y disposición. Frenética barrió toda la casa y
pasó la fregona con lavandina hasta el último rincón, nos
contó historias a los gritos y Duen ya se quedó quieta
en una sillita a punto de desmoronarse.
Nos fuimos las tres con las últimas valijas, una cada
una, y un objeto en la mano, el cuento impreso “Popu-
lismo queer” en una especie de tergopol canchero, un
tubo con dibujos y pinturas de Duen y una lata de cerve-
za en cada mano. En la otra mano, cada una, una maleta
de distinto color: gris, rosa chicle y verde manzana. Lle-
gamos a casa. Sabı́amos que tenı́amos que entregar la
nota al otro dı́a a las 10 am Argentina. Y devolver las
llaves a la vieja racista a cambio de la fianza. Duen esa
noche deliró de fiebre. Quizá se le mezcló con las poten-
tes emociones del dı́a. Era un radiador. Me levanté a la
madrugada para ponerle paños de agua helada en la
frente y un medicamento tı́pico para estos casos. Por la
mañana la dejé en cama con un gorro de invierno y la
computadora para que se ponga a traducir.

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Me levanté con tiempo, pero salı́ tarde como me
sucede habitualmente. Me di cuenta que mi demora de
minutos podrı́a generar una batalla campal con Adelina.
No me iba a dejar pasar por encima. Empecé a sentir
mi propia fiebre y fatiga a varias cuadras de caminata,
desde la esquina la veo parada en la puerta con sus
manos en la cintura posición jarra. Está molesta. Miro el
reloj y son las 12.08. Llego ocho minutos tarde. Escándalo.
Comienza la pelı́cula norteamericana de los años 50 de
la ama y su sirvienta, me recoloca allı́ y vuelvo a zafar.
“Los favores cuestan muy caro”. “Solo espero un poco
de respeto”. “¿No me podı́as llamar para avisarme tu
demora”. No voy a pedir disculpas de nada. No voy a
decir “sı́, señora”.
Pisa el palito. “La llame a tu amiga y me dijo que tiene
fiebre. Seguro, fiebre”, se burla. “No es mi amiga, es
mi pareja”. Está adoctrinada en cuestiones lgbt por el
feminismo blanco y su hijo maricón dueño de la librerı́a
La Canı́bal, al que Duen le pintó una Gilda en la persiana.
“Aquı́, en este paı́s, se dice amigas”, se justifica la señora
y ahı́ se cae a pedazos su pequeña fortaleza. Ambas
sabemos no solo que es mentira, sino que ella cometió un
error que la avergüenza y revela su edad deficitaria de
progresismo bien intencionado. En efecto, su presunta
solidaridad humanitaria respecto de alquilarnos por seis
meses un departamento se sostenı́a en base a ayudar
a unas lesbianas sudamericanas sin recursos. Abrimos

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la puerta. Al entrar y ver todo tan blanco e impoluto
se calma. Baja la guardia. Observa cada cajón, y se
siente cada vez más segura en su territorio. Encuentra
mi termómetro olvidado pero no se enfada.
Las sucias saben limpiar las casas. No ası́ mismas,
pero si las propiedades blancas de las blancas. Huelen
mal pero están entrenadas para no dejar rastros. Y
son muy honestas. “Ya sé que no tendremos problemas
con el dinero”. Nos ponemos a hacer cuentas. Me debe,
finalmente, 478 euros. “Pensé una propuesta. Ahora te
doy la mitad y luego cuando compruebe que toda la
casa está funcionando correctamente te doy lo que
resta. Habitualmente en las inmobiliarias es luego de
un mes, pero yo de favor lo haré en unos dı́as”. No
me lo puedo creer, el sadismo se prolongará aunque
cada artefacto de la casa está asegurado. Cada pared
tiene seguro. Todo el piso tiene un seguro. No me puedo
liberar de esta mujer. La fiebre me sube. Transpiro.
Busco agua y sirvo dos vasos por cortesı́a. No me
agradece. Saca muchos euros de 50 a la vista. “No tengo
sencillo, tendremos que ir a cambiar abajo”. Mi orgullo,
autosuficiencia y capacidad de resistir un rato más con
esta tortura se acaban. Deje, deme 200. Me debe 278. La
palabra deber a una acreedora innata le hace rechinar.
“Ud. me debe a mı́ la última factura de agua”, concluye.
Salgo sin detenerme derecho por el boulevard Sant Joan
hacia el Arco de Triunfo. Quiero meterme en la cama,

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tengo hambre, fiebre, estoy sudada y me acabo de dar
cuenta que olvidé la bici atada en el árbol de la puerta
de la casa de Adelina del dı́a anterior. No me importa.
Duen se indigna ante el corralito colonial de Adelina
que retiene nuestro dinero. Busco un mercado, tengo
los 200 euros en la billetera que me los quiero gastar
todos juntos en cualquier cosa haciendo honor a mis
latitudes. Tengo, ergo, gasto. Entro al peor mercado del
barrio, no hay siquiera con qué tentarme. Pienso rápido
una compra para enfermas: limón, fideos. El hombre que
atiende es bastante joven para el tipo de mercado que
ostenta. Está avergonzado de sus manos supurantes,
con pequeñitas ampollas coloradas una al lado de la
otra como una constelación de psoriasis indisimulable.
Me entrega el paquete temblando. Cambio 50 euros de
Adelina por un paquete de fideos.
Entro a otro supermercado compulsiva aunque la
fiebre me retrase el andar. Compro lo que me da el
cerebro y la oferta. Gasto otros 20 euros. Quiero más.
Encuentro un vivero, perfecto para nuestra nueva casa.
Compro un crisantemo, una violeta de los alpes, y otra
que tiene flores minúsculas rosadas como las ampollas
del tipo del almacén. Llego a casa, siento que me voy a
desmayar. Duen está obediente traduciendo a Angela
Davis. Tenemos que entregar la nota en una hora y aun
no tiene ni un renglón. La hacemos en tiempo récord. En-
viamos y a dormir dos dı́as seguidos. Ya está online y se

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la quiero refregar a todo el mundo. Tiene varias erratas,
problemas de tipeo y alguna concordancia verbal mal
dispuesta. Angela Davis es nuestra pantera criminal. Por
cierto, me llegó un mail. Nos han rechazado de la Sala
Beckett, el obrador de dramaturgia catalán que dice ser
internacional, una convocatoria para hacer esa obra. No
me afecta en lo más mı́nimo. Tengo una vecina pianista,
son las 10 de la mañana.

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Crónica transatlántica sobre lesbianas, migraciones, alqui-
leres y celebridades. En medio de la visita de la filósofa y
activista afroamericana Ángela Davis a Barcelona en 2017,
nuestra cronista se enfrenta al lenguaje racista del mundo
inmobiliario, a los lı́mites del Eurodream y a varios otros cua-
dros febriles.

Diagramado en LATEX
Segunda edición: Marzo 2019

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Como base, se utilizó el código del siguiente proyecto:


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