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ANIANO PEÑA

AMÉRICO CASTRO Y SU
VISIÓN DE ESPAÑA
Y DE CERVANTES

BIBLIOTECA ROMANICA HISPANICA

EDITORIAL CREDOS
MADRID
Aniano Peña

AMÉRICO CASTRO Y SU VISIÓN


DE ESPAÑA Y DE CERVANTES

Américo Castro ha sido, es y será


—como Unamuno, como Ortega— uno
de esos geniales agitadores que de
cuando en cuando vienen a sacudir
hasta la raíz el pensamiento español
(y que no nos falten). El estruendo
polémico ha acompañado a sus gran¬
des obras, tan revolucionarias por los
métodos como por las ideas. ¿Serenará
las cosas el libro de Aniano Peña? Se
trata de un inteligente estudio sobre la
vida y la obra de Castro, aunque con
especial atención a su visión de Espa¬
ña y de Cervantes, que son los ejes
—íntimamente entrelazados— alrede¬
dor de los cuales gira toda la pro¬
ducción castrista. Peña se muestra
respetuoso, mesurado, casi siempre
admirativo, pero sin renunciar por ello
a ciertas observaciones críticas.
Gusta seguir en pormenor la biogra¬
fía intelectual de don Américo —desde
un principio, cómo le dolía el atraso
cultural español—, formado entre men¬
tores heroicos (Giner, Cossío) y ciencia
filológica rigurosa (Menéndez Pidal),
influido de cerca por Ortega y lanzado
a una formidable labor investigadora
y difusora. La expatriación ahondará
su meditación sobre nuestro país y
nuestro «crónico cainismo». Antes ha¬
bía querido encajar a España —pro-

(Pasa a la solapa siguiente)


NUNC COGNOSCO EX PARTE

THOMASJ. BATA LIBRARY


TRENTUNIVERSITY
AMÉRICO CASTRO Y SU VISIÓN DE

ESPAÑA Y DE CERVANTES
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dirigida por DÁMASO ALONSO

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 226


ANIANO PEÑA

AMÉRICO CASTRO Y SU
VISIÓN DE ESPAÑA
Y DE CERVANTES

£
BIBLIOTECA ROMANICA HISPÁNICA

EDITORIAL CREDOS
MADRID
© ANIANO PEÑA, 1975.

EDITORIAL CREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España.

Depósito Legal: M. 11234-1975.

ISBN 84-249-0619-5. Rústica.


ISBN 84-249-0620-9. Tela.

Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1975.


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in 2019 with funding from
Kahie/Austin Foundation

https://archive.org/details/americocastroysuia13pena
PRÓLOGO

«Las obras que suscitan reacciones críticas y que atraen


polémicas son obras por las cuales corre la vida», ha escrito
Claudio Sánchez Albornoz refiriéndose a la obra de Américo
Castro. Efectivamente, desde mi primer contacto serio con
sus escritos en la Universidad de Pennsylvania, percibí ese
chorro de vida que ha sido el aliciente de mi tesis doctoral,
primero, y de este libro, después.
Mucho se ha escrito y hablado de don Américo; pero,
siendo éste el primer volumen extenso y global sobre su vida
y obra, mi actitud crítica ha tenido que ser tímida e insegura.
Una aproximación respetuosa y adogmática es siempre el
mejor homenaje y reconocimiento a los grandes maestros,
se esté o no se esté completamente acorde con sus métodos
y conclusiones.
Gratitud especial debo a cuantos han dejado huella per¬
ceptible en este libro. He de constatar, en primer lugar, el
nombre del que fue director de la tesis doctoral y amigo
personal, Dr. Ciríaco Morón Arroyo, por su sabia dirección,
oportunas sugerencias y paciente labor de poda y corrección.
Su profundo conocimiento de Ortega y Gasset me ha empu¬
jado por los escritos del gran pensador para identificar, so¬
bre esta pantalla orteguiana, muchos aspectos e ideas de
don Américo.
10 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Igualmente quisiera extender mi simpatía y gratitud a


los profesores de la Universidad de Pennsylvania Arnold G.
Reichenberger y Samuel G. Armistead, por su labor de lecto¬
res y acertada colaboración con ideas y sugerencias nuevas
y valiosas.
A. P.
Philadelphia, Pennsylvania.
Noviembre 1973.
Capítulo I

NOTA BIOGRÁFICA DE AMÉRICO CASTRO

PRIMEROS AÑOS Y ESTUDIOS

Don Américo Castro nació en Cantagalo, municipio brasi¬


leño situado en el Estado de Río de Janeiro, en el año 1885.
Sus padres, don Antonio Castro y doña Carmen Quesada,
eran granadinos *. Su transitoria estancia en Brasil había
sido motivada por asuntos de negocios.
Instalados deñnitivamente en Granada, Castro comenzó
sus estudios de bachillerato y, una vez terminados, entró en
la Universidad granadina para tomar cursos de Derecho y
Letras. Dos catedráticos dignos de mención ocupaban pues¬
tos influyentes en dicha Universidad por entonces: Leopoldo
Eguía Ruiz, profesor de Literatura General, y Mariano Gas¬
par Remiro, notable arabista^. En los escritos de Castro

1 Cf. Américo Castro, Origen, ser y existir de los españoles, Ma¬


drid, Taurus, 1959, pág. 143.
2 Gaspar Remiro ejerció la cátedra de árabe y de hebreo en La
Habana, Salamanca, Granada y Universidad Central de Madrid. Per¬
teneció a la Academia de la Historia. De su obra podemos destacar:
Gramática Hebrea, Salamanca, 1895; algunas traducciones del árabe
12 A. Castro: visión de España y de Cervantes

apenas se encuentran alusiones a sus estudios y profesores


de la Universidad de Granada; y no sabemos si su interés
posterior por lo semita-español (árabe y judío) se originó de
sus contactos con Gaspar Remiro En sus escritos se en¬
cuentran esporádicas alusiones a su «escasa competencia en
temas arábigos»y lingüísticamente se servirá de traduccio¬
nes del árabe hechas por verdaderos especialistas como Asín
Palacios y García Gómez. Es un hecho que, por aquel enton¬
ces, las lenguas semitas pasaron por cierto estado de crisis

como El collar de perlas (1898); y otras obras históricas como Escri¬


turas árabes de Granada (1911) y los manuscritos rabínicos de la Bi¬
blioteca Nacional, Madrid, BAE, 1919.
3 Según nos informan Samuel G. Armistead y Joseph H. Silverman
en «Un aspecto desatendido de la obra de Américo Castro» (Estudios
sobre la obra de Américo Castro, Madrid, Taurus, 1971, págs. 181-90),
en 1922, don Américo muestra ya su semitismo al recorrer las juderías
de Marruecos con fines lingüísticos y literarios, visitando al mismo
tiempo las mellahs de Tánger, Tetuán, Xauen y Larache. Fruto de
aquellas exploraciones fue su artículo «Entre los hebreos marroquíes:
La lengua española de Marruecos» (Revista Hispano-Africana, año I,
núm. 5 [mayo de 1922], págs, 145-46). Esta visita tuvo un doble valor:
la información lingüística y documentos literarios recogidos y el en¬
frentamiento de Castro con una sociedad espiritual y castizamente
tridimensional (hispano-hebreo-marroquí), una evocación viviente de la
España medieval que concebiría más tarde. Ante los ataques poste¬
riores de «semitismo» y «obsesión judaizante». Castro contesta: «Ha
tomado forma pública el chisme o infundio de que mi interés en
acentuar la importancia de la casta judía en el pasado se debe a ser
yo judío. Pío Baroja recogió en sus Memorias (él sabría por qué) esa
invención de los nazis.» Ver A. Castro, La Celestina como contienda
literaria, Madrid, Revista de Occidente, 1965, pág. 49. Y en otra oca¬
sión comenta: «Eso lo inventaron los nazis en Berlín, hacia 1931, por¬
que yo tenía barba y no ocultaba mi antipatía por el fascismo.» Ver
A. Amorós, «Conversación con Américo Castro», Revista de Occidente,
82, enero 1970, pág. 12.
* A. Castro, España en su historia, Buenos Aires, Losada, 1948,
página 215. Según información personal de Armistead, Castro poseía
cierto dominio del árabe, ya que había traducido un canto de Las mil
y una noches.
Nota biográfica de A. Castro 13
en España. Después de la ley de Moyano (1856), la cátedra
de hebreo funcionaba tan sólo en aquellas Facultades donde
había sección de Letras. Figuraba esta enseñanza en las Uni¬
versidades de Madrid, Barcelona, Salamanca, Sevilla, San-
tiago y Zaragoza. En cuanto a Granada, existía, pero como
asignatura acumulada a la cátedra titulada de Lengua Arabe.
Por estos años (1895) el catedrático de hebreo de la Cen¬
tral, don Mariano Viscasillas, deploraba en el Prólogo a su
Nueva Gramática Hebrea «el exiguo estímulo que nuestra
juventud de hoy siente para dedicarse a estos estudios, en
otros tiempos gloria inmarcesible de España»; y «la opción
legal que en nuestros estudios oficiales se otorga para ele¬
gir entre el Hebreo y el Árabe, cuando ambos estudios debían
completarse el uno con el otro, siendo ambos obligatorios»
Esta situación decadente continuaría hasta el plan provisio¬
nal o de transición que precedió a la implantación de la
reforma universitaria (1939-1943). Fue precisamente durante
este período cuando se llevó a cabo la desacumulación del
Hebreo de la Cátedra de Árabe, proyecto anteriormente su¬
gerido por Fernando de los Ríos cuando ocupó el Ministerio
de Educación durante la República.
En Los españoles: cómo llegaron a serlo, don Américo
alude de pasada a sus estudios de Derecho en la Universidad
de Granada y a ciertos descubrimientos, no del todo opti¬
mistas, sobre la situación de las letras españolas:

Cuando, ya al final de la vida, me pregunto por los orígenes


de mi interés en sacar de su tiniebla la auténtica realidad del
pueblo español, los encuentro en fenómenos tan menudos en
apariencia como el haber descubierto, allá por 1900, estudiando
el preparatorio de Derecho, que la mejor historia de la lite-

5 David Gonzalo Maeso, «La enseñanza del hebreo en las antiguas


Universidades españolas», en Miscelánea de Estudios Arabes y Hebrai¬
cos, V, Granada, Urania, 1965-1966, págs. 14-15, fase. 2, pág. 19.
14 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ratura del Siglo de Oro era la del norteamericano George


Ticknor, traducida y anotada por Gayangos y Vedia. ¿Por qué
teníamos los españoles que conocer nuestra propia literatura
a través de libros extranjeros? Aparte de esto, en el Instituto
estudiábamos la Física en el Ganot, un libro francés; luego, en
la Universidad, la economía política en el francés de Gide, y el
derecho romano en el italiano Serafini. Aprendí griego en la
Crestomatía de don Lázaro Bardón, quien había importado de
Francia los tipos griegos

Sigue deplorando este nuestro atraso cultural al mencio¬


nar, páginas más adelante, que en su tiempo las Etimologías
de Isidoro de Sevilla se leían en la edición inglesa de Lind-
say^. Y ante los que se aferran a la españolidad de Séneca,
Castro les echa en cara que jamás estudiaron su ñlosofía
con originalidad y competencia, por razones obvias: en pri¬
mer lugar, jamás se han editado técnicamente las obras de
aquel filósofo en España; y además nadie entre nosotros le
ha consagrado estudios serios, que, hoy todavía (1965), hay
que leer en lenguas extranjeras ®.
Don Américo se licenció en la Facultad de Filosofía y
Letras granadina en 1904. Al año siguiente se trasladó a París
para ampliar sus estudios en la Sorbona. Allí se familiarizó
con la historiografía romántica francesa y con el rigor cien¬
tífico de los métodos filológicos, ya introducidos en España
sobre todo por Menéndez Pidal. Entre las escasas referencias
a sus años de formación, encontramos una alusión a sus
estudios en la Universidad parisiense, mencionando su con¬
tacto con la Histoire de la littérature frangaise de G. Lanson,

6 Américo Castro, Los españoles: cómo llegaron a serlo, Madrid,


Tauros, 1965, págs. 29-30.
7 Wallace M. Lindsay, ed., Isidori Hispalensis episcopi Etymolo-
giarum sive Originum libri XX, Oxford, Clarendom, 1911.
* Los españoles: cómo llegaron a serlo, pág. 235.
Nota biográfica de A. Castro 15

que juzga excelente y aún no superada En París permaneció


hasta 1908. De vuelta a España, fijó su residencia en Madrid
y entró en contacto con la Institución Libre de Enseñanza
(Giner de los Ríos, Cossío), con Menéndez Pidal, Ortega y
Gasset, Unamuno y otros.

MADRID: RELACIONES ACADÉMICAS DE CASTRO

Giner de los Ríos era el fundador de la Institución y el


más prestigioso de sus miembros. Repetidas veces encontra¬
mos su nombre en los escritos de Castro. Sus palabras siem¬
pre rezuman simpatía y admiración por el viejo profesor.
El 6 de junio de 1937 publicó don Américo un artículo «in
memoriam» de don Francisco en La Nación, de Buenos Ai¬
res. Es una de las más sentidas semblanzas brotadas de la
pluma de un discípulo. Le recuerda entrañablemente como
catedrático de Filosofía de la Universidad de Madrid, ya an¬
ciano, siempre caritativo, modesto en su vivir, amante del
arte y folklore. Menciona las concurridas tertulias en su casa,
los paseos con el maestro por el monte de El Pardo, el retor¬
no de la Universidad a casa por las calles madrileñas. Luego
la charla junto a la estufa, siempre entusiasta, fructífera y
aleccionadora. Castro confiesa la imposibilidad de resumir en
la angostura de un artículo lo que don Francisco deseaba
para España y para sus hombres futuros. Y dedica una nu¬
trida página a especificar lo que él mismo, España y los
españoles debían a Giner de los Ríos en moderna educación,
rigor científico, técnica, arte, gusto por los deportes, ciencias

9 A. Castro, «Cómo veo ahora el Quijote», estudio preliminar a


El Quijote, Madrid, Magisterio Español, 1971, pág. 36.
10 A. Castro, Semblanzas y estudios españoles, Princeton, N. J. In¬
sula, 1956, pág. 416.
16 A. Castro: visión de España y de Cervantes

naturales y biológicas y, sobre todo, en la ciencia de saber


adoptar una postura recta ante la vida. Su huella se puede
descubrir hasta en los más remotos rincones de España e
Hispanoamérica. Y aludiendo a los ratos pasados en la casa
del maestro, concluye: «... se salía de allí debiéndole algo
que valía más que todas las ciencias, clasificadas o no: una
postura ante el mundo y un punto de referencias aun dentro
del caos más trastornante». {Ibid., pág. 416.)
A su juicio, Giner es el más ilustre y benemérito entre los
afectados por las ideas de Krause; y le coloca como uno de
los propulsores del movimiento renovador de la vida cultural
española. La virtud persuasiva de aquel santo varón y hasta
su aspecto físico le recordaba a Juan de Ávila, «el apóstol
de Andalucía», allá en el siglo xvi. «La diferencia esencial
entre ambos —escribe— era que Juan de Ávila preparaba
a las gentes para morar en el cielo, y Giner pretendió hacer
más grata y más inteligente la vida en este mundo»
A Manuel B. Cossío dedica igualmente páginas de emotivo
recuerdo. En el artículo sobre Giner, mencionado antes. Cas¬
tro alude a Cossío con estas palabras: «Ciertos rasgos del
maestro (Giner) eran muy perceptibles en aquel otro varón
prodigioso y encantador que se llamó Manuel B. Cossío, que
a veces acaece a algunos discípulos destacar en más relieve
ciertas tendencias del precursor» Estos rasgos y tenden¬
cias habían sido señalados en la semblanza publicada años
antes bajo el título «Manuel B. Cossío: él y su ambiente»
Se trata de unas páginas escritas por el recuerdo y la emo¬
ción, a la muerte del entrañable maestro. Don Américo esta¬
blece un parangón entre la obra y las personalidades de

11 A. Castro, La realidad histórica de España, México, Porrúa, 1962,


página 618.
12 Semblanzas y estudios españoles, págs. 417-18.
12 Cf. Revista de Pedagogía, 1935, págs. 1-15.
Nota biográfica de A. Castro 17

Giner y Cossío; ambos significaban para él «el primer esfuer


zo eficaz que se hizo para incorporar a la vida de acá, la única
que nos es dable contemplar, las valías españolas, el ímpetu
y la emoción que en los siglos de grandeza habían servido
de escala mística para ascender a la cima de lo inexpresa¬
ble»
Giner y Cossío tenían de común no sólo rasgos fisonó-
micos, como «el cabecear problemático», a que alude Castro.
Por encima de todo los unían el amor a España y la dedica¬
ción total a una prometedora obra, y el interés por la vida
universitaria y una nueva pedagogía nacional. En esta peda¬
gogía entraban las inyecciones de optimismo, de aires sanos
y deportes, y una valoración nueva de la mujer. «En Cossío
y en Giner la obra surge como una concesión más a esa
entrega incesante de lo mejor que había en ellos... Todo fue
benefactoría: bien y amor para España y sus hijos.» (Ibid.,
página 432.)
Castro alude frecuentemente a sus charlas con Cossío, a
sus frecuentes visitas, a sus artísticas lecturas del Quijote,
a las anécdotas suyas, verdaderos trozos de historia, de rea¬
lidad poetizada, relatos densos, cargados de color. Y confiesa
que nunca se apartaba de él sin haber logrado un provecho
intelectual y un goce para la fantasía. Como catedrático,
Cossío se dedicó de lleno a reformar aquel medio anárquico
de la Universidad de entonces; y hasta aceptó ser consejero
de Instrucción Pública. Finalmente, reconoce que a estos dos
paladines se debe lo que hoy es España como entidad hu¬
mana y de cultura.
Es lamentable el silencio y aislamiento en que han per¬
manecido no sólo Giner y Cossío, sino la misma Institución
Libre de Enseñanza. No existe una historia de la Institución

14 Semblanzas y estudios españoles, pág. 422.

AMÉRICO CASTRO. — 2
18 A. Castro: visión de España y de Cervantes

pero esto no le causa sorpresa, ya que ni siquiera hay un


libro español decente y legible sobre los Reyes Católicos,
Carlos V o Felipe II En estas mismas páginas Castro men¬
ciona varias veces el estado deprimente de la Universidad
de entonces. Su ambiente malsano y enfermizo, su situación
anárquica, irresponsable y caótica, circunstancias que hacen
resaltar con más fuerza la incalculable obra de innovación
y reforma iniciada por la Institución y sus hombres, espe¬
cialmente Giner y Cossío.
En unas páginas escritas desde Princeton, en 1959, y en¬
viadas a Papeles de Son Armadans en homenaje a Menéndez
Pidal, don Américo describe los años difíciles de la Univer¬
sidad. Cesantía, atonía y caos eran sus lacras más visibles.
Como detalle significativo alude a uno de sus viejos profe¬
sores, que lo fue igualmente de don Ramón. No menciona
su nombre, pero lo describe como una estampa auténtica del
profesor de entonces:

Lo veo penetrar por aquel antro, por la puerta de la calle


de los Reyes, cuellerguido, chapeo blanco y sesgado, el busto
algo oscilante, garrote empuñado y en el aire. Recelosos, pene¬
trábamos tras él, dispuestos a aguantar cualquier chaparrón.
Le molestaban los catalanes... De vez en cuando aludía al mag-
níñco estudio que preparaba sobre la lengua de Santa Teresa
(impreso póstumamente, resultó ser una insigniñcancia) 16.

15 Hoy poseemos dos obras españolas sobre la Institución: V. Ca¬


cho Viu, La Institución Libre de Enseñanza, Madrid, Rialp, 1962, y
M. D. Gómez-Molleda, Los educadores de la España contemporánea.
En De la edad conflictiva, 1972, menciona Castro La España del em¬
perador Carlos V, «obra muy valiosa del catedrático don Manuel Fer¬
nández Alvarez, que forma el tomo XVIII de la Historia de España,
dirigida por R. Menéndez Pidal, publicado por Espasa-Calpe», pág. 181.
Un defecto encuentra, sin embargo: al mencionar los nombres de los
procuradores a las Cortes de 1520, no hace la menor referencia al
hecho de que los consejeros del Emperador tuvieran que ser, en Es¬
paña, de ascendencia rústica.
15 A. Castro, «Cuánto le debemos», PSA, Madrid-Palma de Mallorca,
Nota biográfica de A. Castro 19

Menéndez Pidal solía acudir al Ateneo, única biblioteca


con libros modernos, ]f)ara consultar obras como la Gram-
maire des lengues romanes, de Federico Diez. Pero visto por
el profesor de neolatinidad, que ya conocemos, le exhortó a
no leer aquello: «¡Con las explicaciones de clase tiene bas¬
tante!», le decía. A esta mediocridad de profesorado y de
sistema educativo se refería igualmente Giner cuando decía
a los que se preparaban para las oposiciones: «Digan al tri¬
bunal lo que el tribunal sabe para que les perdone lo que
él ignora.»
No existía tradición filológica. Y los únicos estudios lin¬
güísticos (antes de Menéndez Pidal) eran los de Rufino José
Cuervo. Para otros hallazgos de la filología moderna había
que acudir a hispanistas extranjeros. El ambiente posterior
a la Revolución de 1868 acrecentó el rumor de la cultura
europea, pero lo decisivo sería la obra de Menéndez Pidal.
Los nuevos métodos del maestro (manifestación de orden
y precisión técnica en los modos de tratar los fenómenos
lingüísticos y literarios) se abrieron paso penosamente: «Los
mismos discípulos de Menéndez Pidal tardamos en discipli¬
narnos, y en olvidar los modos de trabajar, ingenuos y pro¬
vincianos, legados por la tradición.» (Art. cit., pág. 286.) Para
el resto, Menéndez Pidal no era más que un hombre paciente
y meticuloso.

tomo XIII, núm. XXXIX, 1959, pág. 284. El profesor aludido era don
Antonio Sánchez Moguel, catedrático de Lengua y Literatura Neola¬
tina en la Universidad Central. El libro en preparación lleva el título
de El lenguaje de Santa Teresa de Jesús. Es un juicio comparativo
de sus escritos con los de San Juan de la Cruz y otros clásicos de
su época. Apareció en edición póstuma en Madrid, Imprenta Clásica
Española, 1915. A pesar del recuerdo poco grato de don Américo, Sán¬
chez Moguel, director de la tesis doctoral de Unamuno, fue quien
introdujo propiamente la filología románica en España.
20 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Sin entrar en detalles, podemos ver algunos resultados de


esas relaciones académicas y contactos personales en la obra
de Castro. Su preocupación por España, por su auténtica
historia, su postura valiente ante el pasado nacional, su inter¬
pretación de nuestra cultura a la luz de nuevos puntos de
partida, son, sin duda, inyecciones de amor a España, reci¬
bidas de sus visitas a la Institución y de sus contactos ami¬
gables con los maestros Giner y Cossío. Al mismo tiempo,
su espíritu abierto, europeizante; su método de rigor cientí-
ñco, su interés ñlológico, son sus deudas al krausismo, a la
Institución y a sus hombres.
Durante estos primeros años en Madrid, Castro comiem^
a trabajar con Ramón Menéndez Pidal. En 1910, el conde de
Romanones, ministro de Instrucción Pública, funda el Centro
de Estudios Históricos. Menéndez Pidal es nombrado director
del Centro, y don Américo, encargado de la sección de Lexi¬
cografía. Pero ya anteriormente el nombre de Castro aparece
unido a Menéndez Pidal en la polémica sobre la europeiza¬
ción entre Unamuno y Ortega. Unamuno había escrito una
carta en el A S C, indignado ante la actitud extranjerizante
de algunos españoles que creían a España muerta en el si¬
glo XVII y que iban a estudiar biología castellana a París o
con profesores alemanes, cuando nosotros teníamos valores
superiores, como Menéndez Pidal. Ante el claro nombre de
don Ramón, que Unamuno exhibe como arma principal con¬
tra los europeizantes. Ortega se ñnge impotente para encon¬
trar una adecuada respuesta; «Mas, ¡ay! —exclama—, he
recibido estos días unas cuartillas de un español, joven e
inteligentísimo, cuyo nombre no ignora Unamuno: don Amé-
rico Castro, discípulo predilecto y familiar del señor Menén¬
dez Pidal» 1'^. Y transcribe dichas cuartillas a renglón seguido.

17 José Ortega y Gasset, Obras Completas, I, Madrid, Revista de


Occidente, 1946, pág. 130.
Nota biográfica de A. Castro 21

En ellas Castro, entre irónico e informativo, va subrayando


el hecho lamentable de que, antes del Manual de Gramática
Histórica Española, de Menéndez Pidal (1904), la casi totali¬
dad de estudios valiosos sobre Filología Castellana y Dialec¬
tología han sido obras de extranjeros (alemanes, franceses
e italianos). Y después de informar específicamente al señor
Unamuno sobre cuáles han sido las principales contribucio¬
nes de dichos hispanistas, añade:

A este inmenso trabajo, labor de treinta años, y a tanto


nombre benemérito, podemos incorporar para honra nuestra
el preclarísimo del Sr. Menéndez Pidal, más conocido en el
extranjero que aquí —dudo que hayan leído el «Cantar de Myo
Cid» más de veinte españoles— y cuya iniciación en la ciencia
de la biología española la debió a haber aplicado a sus inves¬
tigaciones el riguroso método que fuera de aquí se seguía en
esta clase de estudios. Hoy día, es cierto, pueden venir extran¬
jeros y escuchar su palabra autorizada. Ya lo han demostrado
las Universidades de los Estados Unidos, solicitando su presen¬
cia para que difundiese entre ellos sus tesoros de erudición
medieval.
Cierto es también que sería ingrato desconocer que a la
incorporación de un pequeño núcleo de españoles a la cultura
europea debemos el poder enorgullecemos con sus triunfos.
(Ibid., pág. 131.)

Y Ortega concluye manifestando una vez más la alta opi¬


nión y estima que sentía por Castro: «Pensando en esto, he
preferido las observaciones técnicas de mi gran amigo Amé-
rico Castro a toda mi prosa indignada.» (Ibid., pág. 132.)
Castro reconoce continuamente el inmenso valor que re¬
presenta Menéndez Pidal en el resurgimiento literario y lin¬
güístico del siglo XX y la deuda personal que le une al maes¬
tro. Sus palabras tienen tono de testimonio:

He escrito sobre Menéndez Pidal de joven, de mayor y, aho¬


ra, de muy viejo. He dicho también en otras lenguas lo que
22 A. Castro: visión de España y de Cervantes

pienso sobre el valor total de su obra. Aunque muy reacio a


participar en homenajes, quise aprovechar la invitación de mi
amigo Camilo José Cela para rendir honores a mi venerable
maestro i*.

Para él la obra de Menéndez Pidal no es como esos pala¬


cios grandiosos e inconclusos. Don Ramón, de salud férrea
y espíritu de trabajo inigualable (a veces comenzaba su jor¬
nada de trabajo a las tres de la mañana), alzó magníficas y
espaciosas mansiones. «Yo le debo mucho a Menéndez Pidal
—confiesa en el artículo citado—. Puedo discrepar de él en
tal o cual aspecto parcial de la historia española, o en detalles
de enfoque.» {Art. cit., pág. 289.) Y frecuentemente subraya
su rigor científico y el espíritu de estricta religiosidad en su
método de investigación. Él y sus discípulos empleaban a
veces largas horas con una cuartilla, sin pasar adelante, hasta
que la incógnita desaparecía.
Para resaltar más los valores individuales, sostiene que
don Ramón careció de maestros, o los tuvo con signo nega¬
tivo. Sin embargo, Menéndez Pidal se consideraba discípulo
de Menéndez Pelayo. A él alude frecuentemente con respeto
y admiración. Pero según Castro, «la genialidad de Menéndez
Pidal tiene poco en común con la gran obra de su medio
homónimo» En cierta ocasión le llama «entusiasta tradi-
cionalista..., el cual exageró el volumen de la ciencia y del
saber españoles, a fin de colmar el vacío del pasado que le
angustiaba el alma» Don Américo tuvo en su juventud una
actitud negativa frente a Menéndez Pelayo; discrepaba cuan¬
to podía discrepar un filólogo laico y liberal de un hombre

A. Castro, «Cuánto le debemos» (art. cit.), pág. 290.


19 Ibiá., pág. 284. Castro, de espíritu más liberal, jamás pudo acep¬
tar en su totalidad el tradicionalismo de Menéndez Pelayo, no sólo
por diferencias ideológicas, sino de método de trabajo.
® La realidad histórica de España, 1966, pág. 101.
Nota biográfica de A. Castro 23

que buscaba la síntesis católica y conservadora. En la última


etapa de Castro, don Marcelino recibe una valoración más
positiva.
Según Castro, La leyenda de los Infantes de Lara (1896)
representa la primera producción filológica española a nivel
técnico europeo. El autor aparece súbitamente como un his¬
toriador de la literatura, como gran lingüista y riguroso filó¬
logo, sin antecedentes españoles. El gran descubrimiento de
Menéndez Pidal sería la disposición lingüística de la Penín¬
sula en los siglos x y xi y el origen del castellano. Sólo él fue
capaz de penetrar en las tinieblas de aquellos pergaminos
y trazar sendas practicables. De ahí que Castro conceda ran¬
go preeminente y genial a los Orígenes del español (1926)
Y, como obra de conjunto realizada bajo la dirección del

21 Yakov Malkiel, en «Filología española y lingüística general»


(Actas del primer Congreso internacional de hispanistas, eds. F. Pierce
y C. A. Jones, págs. 107-26), nos ofrece una excelente exposición del
estado y desarrollo de estos estudios en la España de Menéndez Pidal.
S. G. Armistead y J. H. Silverman recogen algunas ideas centrales de
dicho artículo en su reseña (Romance Philology, XXIV [1970-1971], pá¬
ginas 13847): «In tracing the Triunfo de la Escuela de Madrid’ (113f.),
M. isolates four different Hispanic responses to Continental Roman¬
ce Linguistics: 1) authoritative, reélaborated translations (A. Castro’s
versión of Meyer-Lübke’s Einfürhrung); 2) the launching of manuals
and monographs parallel to those already available for cognate lan-
guages (Menéndez Pidal’s, Gramática histórica)-, 3) specifically Hispa¬
nic supplements to preéxistent pan-Romanic investigations (additions
and emendations to REW: Menéndez Pidal, Castro, García de Diego),
4) original adaptations or rejections of foreign techniques and theo-
ries (Menéndez Pidal’s, Orígenes; A. Alonso’s critique of Meyer-Lübke on
Catalan). Spanish linguistics and philology deñnitely come of age in
1925 with the publications of the massive, internationally fostered
Homenaje a Menéndez Pidal.» (RPh., núm. cit., pág. 140). Seguidamen¬
te la atención de Malkiel se centra en la dialectología peninsular ini¬
ciada por Menéndez Pidal con ciertos estudios sobre el astur-leonés
llevados a cabo hacia 1906. Pero «The discipline reaches full bloom
in that pioneer’s Documentos lingüísticos and Orígenes, reflecting a
happy interweaving of dialectology and medievalism» (Ibid.).
24 A. Castro: visión de España y de Cervantes

maestro, Castro recuerda que en 1919 emprendieron la em¬


presa colosal de armar un diccionario de la lengua. Pero
la ambiciosa empresa fracasó porque, de los capacitados para
llevarla a cabo, quedaron dos o tres solamente. El trozo que
don Américo compuso se lo legó como recuerdo a la Acade¬
mia Española.
En los escritos de Castro, la obra de Menéndez Pidal ocu¬
pa clara preferencia. Generalmente se trata de citas del maes¬
tro aprobatorias de sus propias teorías lingüísticas, literarias
o históricas. Orígenes del español, La España del Cid, Poesía
juglaresca, Elistoria de España, Leyenda de los Infantes de
Lara, Historia y epopeya. El Imperio hispánico y los cinco
reinos. Los godos y el origen de la épica española, son las
obras pidalianas mencionadas más frecuentemente. Alude a
don Ramón como a su gran maestro, y le llama «historiador
y lingüista de primer rango en el mundo de hoy» 22. Repeti¬
damente le da las gracias por observaciones que se ha dig¬
nado hacerle y por haberle señalado ciertas fuentes latinas
con una precisión erudita. Y después de citar algunas frases
de La España del Cid, en las que Menéndez Pidal reconoce
la idea castrista del efecto decisivo de Santiago en la vida
política y eclesiástica del reino de León, don Américo con¬
cluye satisfecho: «Mi idea acerca de la función desempeñada
por la creencia en Santiago no podía hallar mejor ni más
alto reconocimiento»
Sin embargo, no es difícil descubrir cierto enfriamiento
y parquedad en esas muestras de admiración y términos
laudatorios hacia el maestro entre la primera edición de su
obra cumbre, España en su historia, y las ediciones poste¬
riores (La realidad histórica de España, 1954, 1962). Castro

22 A. Castro, España en su historia, pág. 21.


23 A. Castro, La realidad histórica, 1966, pág. 357.
Nota biográfica de A. Castro 25

esperaba de don Ramón un sonoro aplauso aprobatorio de


sus ideas y métodos históricos. Pero la respuesta fue un
silencio del todo elocuente, y esto heriría la susceptibilidad
de Castro. El mismo fenómeno se repetiría con otro gran
amigo suyo en los principios, Ortega y Gasset.
Ya hemos visto cómo hacia 1909 Castro aparece al lado
de Ortega en la polémica contra Unamuno, Ortega le pre¬
senta como «un español joven e inteligentísimo, discípulo
predilecto y familiar del señor Menéndez Pidal» y amigo per¬
sonal suyo. Los unía no sólo la edad (Castro era dos años
más joven que Ortega), sino sus ideas liberales, innovadoras
y europeizantes. Ambos habían recibido aires nuevos de edu¬
cación en universidades europeas. Y al ganar Ortega la cáte¬
dra de Metafísica de la Central, en 1910, ambos participaron
del mismo ambiente universitario español.
Castro aplaude y acepta numerosas ideas orteguianas,
entre ellas la llamada «tibetanización de España», esa radical
hermetización hacia todo lo exterior, esa ruptura y aisla¬
miento cultural entre España y Europa a que se reñere en
el «Apéndice» a La idea de principio en Leibniz. Celebra que
Ortega, «mente fértil en atisbos», barruntara ya entonces
que el aislamiento entre España y las Indias determinó la
ruina del Imperio y se diera cuenta de que la Contrarrefor¬
ma no explicaba la ruptura cultural entre España y Europa.
Pero es notable «que a la vez no se percatara de que la ce¬
rrazón hacia fuera era simple reflejo de la parálisis de toda
actividad de la mente, impuesta sobre los capaces de ejerci¬
tarla dentro de España»^. Pero cuando Ortega escribía esta
obra (1947), nota Castro, apenas se tenía la menor vislumbre
sobre la estructura de la vida española. Habían comenzado

24 A. Castro, Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alfa¬


guara, 1966, pág. 242.
26 A. Castro: visión de España y de Cervantes

a desvelarla por aquellos años, si bien su claridad total no


se percibiría sino hacia 1960.
En España en su historia, Ortega aparece «henchido de
pensamiento germánico» y representa para Castro el «escri¬
tor y filósofo que ha hecho variar el rumbo del pensamiento
de toda la ’gens hispana’»^. Y después de especificar las te¬
sis de España invertebrada, escribe sobre su autor:

Ortega —todos lo saben— es uno de los mayores escritores


y pensadores en lengua española, y su obra es universalmente
estimada. Su acción sobre el pensamiento de la gente hispánica
es comparable a la influencia que Rubén Darío ejerció sobre
la poesía española de hace medio siglo. Su participación en la
vida pública le ha atraído detractores, pero en el porvenir,
cuando se olvide lo inesencial de cada uno, su obra será mirada
como sin igual desde los tiempos de Luis Vives (f 1540). Quiero
decir que desde Luis Vives no ha habido en el ámbito español
un pensador a tono con la plenitud de los problemas de su
tiempo. {Ibid., pág. 41.)

No pretende Castro calibrar ahora la tesis de Ortega ni


analizar lo que haya de «contradictio in adjecto» en España
invertebrada. Únicamente le importa percibir ese sentido
nihilista que respiran sus páginas, un caso más de ese «vivir
desviviéndose» que, según él, es un rasgo esencial de la his¬
toria hispana.
En la edición refundida (La realidad histórica de España,
1954) don Américo no sólo ha suprimido esas expresiones
encomiásticas, sino también todos los párrafos alusivos di¬
rectamente a España invertebrada. En su lugar encontramos
vagas alusiones a algunos españoles (Ortega) que han inten¬
tado explicar la existencia de España como un mal crónico.
El silencio de Ortega —al igual que el de Menéndez Pidal—
ante España en su historia explica su actitud resentida.

25 España en su historia, pág. 21.


Nota biográfica de A. Castro 27

Algo distinto ocurre en la edición de 1962. Castro, ahora,


hasta se atreve a contradecir abiertamente ciertas ideas de
Ortega:
La España del siglo xvii aparecía como un Tibet de Occiden¬
te, según J. Ortega y Gasset; el cual llamó «sevillano» a Traja-
no y «godo» al Cid, mientras añrmaba que los árabes no habían
sido «ingrediente» en la historia de los españoles; y ni de sos¬
layo tuvo presentes a los hispano-hebreos. Un tamaño error en
persona tan esclarecida no ha de ser censurado, sino entendido

Ataca la actitud de Ortega, Ganivet y otros que pretenden


ver en el español campesino y tradicional presente rasgos
biológicamente idénticos a los del hombre peninsular de hace
mil años. Critica especialmente España invertebrada, donde
hay un intento de explicar la historia nacional como una
enfermedad crónica, afirmando a la vez que el futuro de los
españoles dependió del hecho de ser los visigodos un pueblo
vitalmente pobre, debilitado por largos e íntimos contactos
con los decadentes romanos. Castro no comprende cómo una
mente clarividente como la de Ortega haya podido fundar
una historia hispánica en lo que no fueron los visigodos, y
en el olvido de novecientos años de presencias semíticas, ya
que, según España invertebrada, los árabes no constituyeron
un ingrediente esencial en la génesis de nuestra nacionalidad.
Pero, si prescindimos de estos puntos de abierto desacuerdo,
la obra de Castro refieja una gran influencia orteguiana en
ideas y método, como tendremos ocasión de probar en el
transcurso de este estudio.
El rigor filológico de Menéndez Pidal encontraba su justi¬
ficación filosófica en el cientifismo neokantiano de Ortega
hacia 1910. Con Ortega, Castro es europeizante y, como él,
siente que el primer problema para el español es su propia

26 La realidad histórica, 1966, pág. xviii.


28 A. Castro: visión de, España y de Cervantes

historia. Ortega alude a su amigo como corifeo de la nueva


historiografía. En líneas generales, podemos decir que Cas¬
tro sigue la evolución de Ortega hacia el vitalismo de Sim-
mel y Spengler; y en este período evolutivo escribe El pen¬
samiento de Cervantes, 1925. Años más tarde, igual que Orte¬
ga, cambiará hacia un perspectivismo histórico, una concep¬
ción existencial de la vida, superando todo positivismo, bio-
logismo o psicologismo en su interpretación de la historia.
Esto lo intentaría buscando ima integración de los hechos en
la totalidad de una cultura^.
En 1911, don Américo consigue el grado de doctor en Filo¬
sofía y Letras en la Universidad Central; dos años después
se presenta a oposiciones para una vacante de auxiliaría
existente en la Facultad de Letras. Gana las oposiciones y
comienza oñcialmente su labor docente en la Central.
En 1914, muy interesado en la historia de la lengua, reco¬
rre León y el oeste zamorano (Sanabria, Alcañices y Bermi-
11o), juntamente con Tomás Navarro, para estudiar el dialecto
leonés. Ya anteriormente había realizado estudios sobre di¬
cho tema, y fruto de ellos habían sido unas cuartillas publi¬
cadas el año anterior con el título «Contribución al estudio
del dialecto leonés de Zamora» y también una amplia co¬
lección de romances leoneses inéditos, conservados hoy en
día en el Archivo Menéndez Pidal.
Su actividad lingüístico-literaria va reflejándose en las
páginas de la Revista de Filología Española, que va reco¬
giendo la mayor parte de sus estudios e investigaciones. Su
valiosa colaboración en dicha revista, fundada en 1914 como

^ Para la evolución ideológica de Ortega y alusiones a la evolución


paralela de Castro, ver Ciríaco Morón Arroyo, El sistema de Ortega
y Gasset, Madrid, Ediciones Alcalá, 1968, págs. 240, 322 y 392.
28 A. Castro, Contribución al estudio del dialecto leonés de Zamora,
Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez, 1913.
Nota biográfica de A. Castro 29

órgano científico del Centro de Estudios Históricos, comienza


ya en el primer número con su artículo «Disputa entre un
cristiano y un judío». Se trata de la publicación de un texto
fragmentario que se encuentra en el folio 22 de un códice
escurialense. Transcribe el fragmento y a continuación ana¬
liza su lenguaje, añadiendo al final un glosario de palabras
raras.
En 1915 obtiene la cátedra de Historia de la Lengua en
la Central. A partir de su incorporación a la Facultad de
Filosofía y Letras, Castro, responsable y fiel, tomará parte
activa en todos los proyectos de reforma universitaria, si¬
guiendo los primeros pasos iniciados por sus maestros Giner
y Cossío.
En 1917 se funda el periódico madrileño El Sol, y Castro
se constituye en uno de los colaboradores más asiduos. A la
vez envía frecuentes artículos a La Nación, de Buenos Aires.
En este año (1917) aparecen impresas sus primeras páginas
sobre Cervantes una amplia reseña sobre la edición crítica
de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, hecha
por F. Rodríguez Marín. En la primera parte, don Américo
analiza las deficiencias técnicas de la edición. Y en la segun¬
da, lleva a cabo una crítica artística sobre la concepción esté¬
tica del Quijote de Rodríguez Marín. Ataca especialmente
algunas observaciones del volumen VI, fruto del principio
idealista que venía abriéndose paso a través de toda la crítica
literaria. Rechaza sobre todo la idea de la inferioridad del
autor respecto de su obra y el tema de la miopía de Cervan-
tes-creador respecto a los valores trascendentales y al uni¬
versalismo de su personaje novelesco. Esto pudiera ser
explicable en un «desdeñoso de erudición» como Unamuno,
dentro de su arte y filosofía, pero no en Rodríguez Marín,

29 Cf. RFE. IV, 1917, págs. 393-401.


30 A. Castro: visión de España y de Cervantes

que aspira a ser historiador científico. Y Castro concluye


positivamente que Cervantes no fue un alucinado, incons¬
ciente de lo que estaba haciendo y de lo que brotaba de su
pluma.
Durante los años de la primera guerra mundial, don Amé-
rico tiene oportunidades de dar conferencias fuera de Es¬
paña, sobre todo en Francia. Su nombre adquiere resonancia
fuera de las fronteras propias y las principales Universida¬
des europeas se sienten honradas de escuchar su voz. De
este modo se convierte en uno de los grandes voceros y
expositores de la historia y literatura españolas en la Europa
de postguerra.
El Centro de Estudios Históricos venía organizando cur¬
sos de verano para estudiantes extranjeros. Nuestro cate¬
drático participa activamente en estos programas y aparece
encargado de clases y conferencias sobre lengua y literatura
españolas, sobre conversación y fonética, junto con otros pro¬
fesores eminentes, como Solalinde y Navarro Tomás.
En 1921, el Estado crea la Oficina de Relaciones Cultura¬
les Españolas. Su finalidad principal consistía en fomentar
la acción cultural española en el extranjero, procurando al
mismo tiempo dar facilidades a los estudiantes de fuera que
desearan venir a España para ampliar sus estudios o esta¬
blecer contactos o intercambios culturales. Entre los aseso¬
res técnicos de dicha Oficina figuran don Américo Castro
y don Blas Cabrera, catedrático también de la Universidad
de Madrid.
Hemos aludido anteriormente a su visita a Marruecos
en el invierno de 1922. Don Américo, filólogo riguroso, muy
interesado entonces en la dialectología española, lleva a cabo
una serie de pesquisas y encuestas lingüísticas y literarias
en las juderías marroquíes. Entre el acervo de materiales
recogidos por Castro, magnífico reflejo de una etapa intere-
Nota biográfica de A. Castro 31

sante en el desarrollo del judeo-español marroquí y de sus


manifestaciones poéticas, S. G. Armistead y J. H. Silverman
señalan una colección de 59 romances, 15 consezas (cuentos
folklóricos), 6 cantos de boda y 5 endechas. A lo cual hay
que añadir otros textos y variantes, y mucho material lin¬
güístico suelto: transcripciones de conversaciones y apuntes
léxicos, todos anotados con una rigurosa transcripción foné¬
tica que refleja «la precisión, el claro criterio y la vasta eru¬
dición filológica de quien ya había refundido la Einführung
de Meyer-Lübke y quien había de editar los Glosarios latino-
españoles»
El nombre de Castro había traspasado el océano y desde
la Argentina solicitan su ayuda. En 1923, la Universidad de
Buenos Aires crea el Instituto de Filología Hispánica, y allá
se traslada don Américo en el mes de mayo para colocarse
al frente de dicho organismo. Es su primer contacto con el
Nuevo Mundo, con esta América que habría de ser su segun¬
da patria y que habría de recibir en años subsiguientes lo
mejor de su producción.
A su regreso, la RFE dedica un espacio considerable, en
la sección «Noticias», a sus actividades en América. Entre
otras cosas, dice:

Dio numerosas conferencias y organizó los trabajos del Ins¬


tituto, que a fines del año pasado comenzó a imprimir la Bi¬
blia española del siglo xiii, valiéndose de fotocopias de los
manuscritos de El Escorial. Pronto empezarán a salir también
algunos folletos y artículos sobre la lengua popular y culta en
Buenos Aires, publicados por el mismo Instituto 3i.

Según la misma reseña, Castro amplió su acción docente


a las Universidades de Montevideo y Chile, donde dio varias

30 Estudios sobre la obra de Américo Castro, art. cit., pág. 184.


31 RFE. XI, 1924, pág. 224.
32 A. Castro: visión de España y de Cervantes

conferencias. La Universidad de Santiago le confirió el título


de profesor honorario.
Ante una invitación de la Universidad de Columbia, Cas¬
tro visita Nueva York por primera vez, y en la primavera
de 1924 da un curso de literatura española en dicho centro.
Sucesivamente recibe invitaciones de otras Universidades
estadounidenses para dar conferencias. Fueron éstas las si¬
guientes: Princeton, Pennsylvania, Women College of New
Brunswick, Harvard, Wellesley College, Vassar College, Mi¬
chigan, Wisconsin, North Western, lowa, Ohio y Cornell.
Razones de salud le hicieron desistir de un viaje a Puerto
Rico, donde tenía proyectadas varias conferencias en el curso
de verano. En este mismo año visita por primera vez México,
adonde regresará en 1928 para dar cursos y conferencias. A
su regreso, don Agustín Millares Cario, colaborador del Cen¬
tro de Estudios Históricos y profesor de la Universidad de
Madrid, queda al frente del Instituto de Filología de Buenos
Aires.
El 28 de noviembre de 1924, invitado por el Institut d’Étu-
des Hispaniques, da una conferencia en el Anfiteatro Guizot,
de la Sorbona, sobre «El pensamiento y la moral de Cervan¬
tes». Al año siguiente se le encomienda la dirección de los
cursos de vacaciones para extranjeros que venía organizando
el Centro de Estudios Históricos. En esta fecha aparece su
obra cumbre por entonces. El pensamiento de Cervantes.
En representación del Centro, don Américo y Menéndez
Pidal participan en el Homenaje a M. Antoine Thomas, pro¬
fesor de Filología Románica en la Sorbona. La entrega del
tomo Mélanges de Philologie et d’Histoire que le ofrecían sus
discípulos y amigos tuvo lugar el 29 de marzo de 1927. Am¬
bos contribuyeron a dicho homenaje con sendos artículos.
Al año siguiente Castro regresará a París, junto con Home¬
ro Serís, para de nuevo representar al Centro en la inaugu-
Nota biográfica de A. Castro 33

ración del nuevo edificio del Instituto de Estudios Hispánicos


de aquella Universidad, dirigido por el profesor Ernest Mar-
tinenche.
Durante este mismo año (1927) recorre nuestro filólogo
varias ciudades europeas para dar conferencias sobre litera¬
tura española. En mayo visita la Academia Real de Bruselas
y las Universidades de Londres, Cambridge y Leeds, que le
habían invitado; y en diciembre, las de Estrasburgo, Frank-
furt, Berlín, Marburgo y Bonn. El año siguiente regresa a
México. Sus cursos y conferencias le dan gran popularidad.
Visita igualmente Cuba y Puerto Rico, haciendo resonar su
palabra autorizada en el recinto de sus Universidades.
De regreso a España, recibe una invitación de la Univer¬
sidad de Berlín para explicar un curso de Filología española
durante el año escolar 1930-1931 como «Gastprofessor». Su
actividad intelectual se propaga a otros centros alemanes.
Da conferencias en las Universidades de Colonia, Bonn y Mu¬
nich. Pero su labor universitaria se ve de pronto interrum¬
pida, al ser designado por el Gobierno provisional de la Repú¬
blica embajador de España en la capital alemana el 3 de
mayo de 1931. Visita nuevamente la Sorbona, donde habla
sobre «Les origines et l'évolution de l'espagnol jusqu au
XVP siécle» y sobre «Cervantes en Argel», en la Universidad
de Argel.
En 1932 concluyen sus servicios de embajador de la Re¬
pública en Berlín. Asiste a la apertura del Instituto de Estu¬
dios Hispánicos de la Universidad de Bruselas y pronuncia
un discurso con motivo de la inauguración. Se incorpora
nuevamente a su cátedra de Madrid y colabora activamente
en los trabajos del Consejo de Instrucción Pública y en la
Junta de Relaciones Culturales. En este mismo año se lleva
a cabo una reorganización de la Facultad de Filosofía y Le¬
tras madrileña. Se crean licenciaturas en lenguas y litera-

AMÉRICO CASTRO. — 3
34 A. Castro: visión de España y de Cervantes

turas modernas. De los cursos de literatura francesa son


encargados los catedráticos don Manuel G. Morente y don
Américo Castro. Por decreto del 24 de agosto de 1932, el
ministro de Instrucción Pública, don Fernando de los Ríos,
crea la Universidad Internacional de Verano en el Palacio
de la Magdalena, de Santander. La actividad central consiste
en ofrecer cursos para estudiantes universitarios españoles
y para profesores de Instituto y Normal, dados por profe¬
sores españoles y extranjeros. Castro figura junto a Ortega
y Gasset, Morente y Zubiri, entre los catedráticos invitados
a dar dichos cursos. Bajo su iniciativa se crea por este tiem¬
po la sección de estudios hispanoamericanos del Centro.
Como órgano de dicha sección, se funda la revista Tierra
Firme.
En 1933 continúan sus correrías culturales por las Uni¬
versidades europeas. Invitado por la Universidad de Londres,
pronuncia una conferencia en el King’s College, el 27 de fe¬
brero, acerca de «La cultura española en la época de los
Reyes Católicos». Da otra conferencia sobre «Lope de Vega:
su personalidad, su acción», en el Institut d'Études Hispani-
ques de la Universidad Libre de Bruselas, el 1 de marzo. Y
el mismo día explica una lección referente al teatro de Lope
en la cátedra del profesor L. P. Thomas, de dicha Univer¬
sidad. La Universidad de Poitiers le confiere el doctorado
honoris causa en 1935, y el año siguiente la Sorbona le otor¬
ga el mismo título.
Toda esta actividad cultural, universitaria y diplomática,
dentro y fuera de España, no entorpece su pluma. Sus des¬
cubrimientos literarios y valiosas contribuciones aparecen
en revistas españolas y extranjeras, y muchos de sus artículos
son publicados frecuentemente en periódicos como El Sol y
La Nación. Además de su libro básico sobre Cervantes (1925)
Castro publica Lengua, enseñanza y literatura (1924), sus no-
Nota biográfica de A. Castro 35

tas y adiciones a la Introducción a la lingüística románica


de W. Meyer-Lübke (1926), Santa Teresa y otros ensayos
(1929) y Glosarios latino-españoles de la Edad Media, en 1936.

CASTRO EN AMÉRICA

La guerra española (1936-1939) marca una divisoria en


la vida de don Américo. Al estallar dicha guerra civil, Castro,
republicano en política, se traslada a la Argentina. Y lejos
de su patria, como tantas otras víctimas de los horrorosos
sucesos nacionales, inicia su labor universitaria como vocero
de los valores culturales españoles por las aulas del Nuevo
Mundo. Primero da cursos en la Universidad de Buenos Ai¬
res, y al año siguiente, 1937, se traslada definitivamente a
los Estados Unidos, invitado por la Universidad de Wisconsin,
donde permanece dos años. Texas le contrata para el curso
1939-1940. Y ñnalizados sus compromisos en Texas, Prince-
ton University le recibe como miembro distinguido de su
facultad y le nombra Emory L. For Professor of Spanish.
Fija su residencia en 143 Patton Avenue, y el 11 de diciem¬
bre pronuncia su conferencia inaugural: The Meaning of
Spanish Civilization. A partir de ahora. Castro y Princeton
constituirán un foco muy potente en este resurgir del hispa¬
nismo en los Estados Unidos. Hay que reconocer que gran
parte de este renacimiento hispanista se debe a los españoles
dispersados entre 1936 y 1939; pero don Américo, el más
anciano y prestigioso, los simboliza a todos. Sus discípulos,
formados en sus métodos y disciplina, han ido poblando las
cátedras de literatura española de este país. Estarán más
o menos de acuerdo con las ideas e hipótesis originales del
maestro, se sentirán cerca o lejos de esta ñgura de polémica,
pero todos le recuerdan con marcada admiración y se sien-
36 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ten orgullosos muchos de ellos de exhibir el calificativo de


«castristas». Su casa de Princeton era frecuentemente centro
abierto a sus estudiantes, como lo fue aquella otra del maes¬
tro Giner en los principios del siglo durante sus años uni¬
versitarios en Madrid.
Además de su labor docente y de conferenciante infati¬
gable, fruto de un amor y un celo profundos por los valores
hispánicos, sus publicaciones siguen un ritmo ascendente. En
1948 publica una obra cumbre en su carrera de historiador
de la cultura española, España en su historia^^. De filólogo
y crítico literario, esta obra extensa le convierte súbitamente
en figura de polémica y controversia en el campo de la histo¬
ria y del hispanismo Se trata de un libro revolucionario,
que supone un cambio radical en las categorías historiográ-
ficas tradicionales.
En la primavera de 1953, a los sesenta y ocho años de
edad, don Américo se jubila y Princeton University le nombra

32 A. Castro, España en su historia, Buenos Aires, Losada, 1948.


Márquez Villanueva habla de la dificultad en adquirir y leer esta obra
de Castro en los principios, ya que los libreros españoles tenían una
larga lista de recomendados para los pocos ejemplares que vendían
en sus trastiendas. La lectura de dicha obra, dice Márquez Villanueva,
nos causaba una especie de aturdimiento, en medio de la inmensa
sensación de orfandad intelectual en que nos encontrábamos. Cf. Estu¬
dios sobre la obra de Américo Castro, pág. 161.
33 Ha sido Claudio Sánchez Albornoz el portaestandarte de la con¬
troversia anticastrista. Su obra España, un enigtna histórico (Buenos
Aires, Editorial Sudamericana, 1956) fue un intento de rebatir una
por una las tesis de España en su historia, «sin ánimo hostil, como
él dice, y deseando que las cañas no se tomen lanzas». Tanto eií Espa¬
ña, un enigma histórico, como en la serie de artículos y estudios titu¬
lados Españoles ante la historia (Buenos Aires, Losada, 1958), la obra
de Castro constituye para Sánchez Albornoz un crimen imperdonable
contra la historia. Peca de imaginativa, de cubileteos ingeniosos, de
aplicar a la historia los habituales métodos subjetivos de interpreta¬
ción literaria, despreciando abiertamente los rigores de la metodología
histórica.
Nota biográfica de A. Castro 37

Professor Emeritus. Pero su actividad no cesa. Durante el


verano de este mismo año asiste como visiting professor a
la escuela española de Middlebury College. En 1954 visita
Venezuela para dar cursos y conferencias en sus centros uni¬
versitarios. Aparece una nueva versión de España en su his^
toria, renovada, ampliada notablemente y con nuevo título,
La realidad histórica de España. La violenta polémica susci¬
tada en torno a la primera edición había forzado a Castro
a examinar de nuevo sus posiciones. Su labor fue de correc¬
ción, de reducción y eliminación unas veces y de ampliación
otras, tras un período de cuidadosa meditación, ante los
aplausos y los ataques de críticos y lectores.
Durante 1954 y 1955 recorre varios países de la vieja Eu¬
ropa, dando cursos y conferencias en Francia, Alemania e
Italia. En 1957 regresa nuevamente y pasa unos días en Ma¬
llorca, rodeado de amigos y discípulos. Camilo José Cela se
encuentra entre ellos, y su pluma trazará una «Fotografía al
minuto de don Américo Castro» en su libro Cuatro figuras
del 98. Es una rápida semblanza de don Américo a sus seten¬
ta y dos años. «El viejo profesor es alto, es saludable y juve¬
nil... locuaz, es rápido y ameno..., es bondadoso y sabio,
liberal y gentil, verdadero y esforzado: dulce y casi abando¬
nadamente esforzado. El viejo profesor tiene el mirar limpio,
la color lozana, a flor de labio la sonrisa» Y les ha hablado
de sosiego y añoranza de Aragón y de Cataluña, de Auzías
March y de Ramón Llull. Les recordó a Jovellanos, que estu¬
vo preso en la fortaleza de Bellver purgando su dolor de
España. En Valldemosa les habla de la música del román¬
tico Chopin y sobre fonética y fllología polacas. Finalmente,
en Formentor les instruye, poetizando, sobre Costa i Llobera,

34 Camilo José Cela, «El viejo profesor», en Cuatro figuras del 98,
Barcelona, Aedos, 1961, pág. 171.
38 A. Castro: visión de España y de Cervantes

y del pintoresco y sapiente conde de Keyserling. «La mañana


de su despedida —concluye Cela— alumbró en Son Bonet
una lucecita amarga» a. su regreso, en 1955, la Universidad
de Houston (Texas) le abre sus aulas. Enseña como visitan¬
te, trasladándose en 1964, como «consultor», a la Universidad
de California, San Diego (La Tolla).
Sus alumnos de Princeton le ofrecen un homenaje en 1956.
Reúnen algunos estudios del maestro y los publican bajo el
título Semblanzas y estudios españoles. Durante estos años,
en que sus obligaciones universitarias no son tan exigentes.
Castro dedica más tiempo a sus publicaciones. Su pensa¬
miento se va clasificando y sistematizando en libros de ex¬
tensión, y, a la vez, su obra histórica va siendo traducida a
otras lenguas
En 1957, don Américo vuelve a uno de sus temas favori¬
tos y publica una segunda obra importante sobre Cervantes.
Hacia Cervantes es casi en su totalidad una colección de ar¬
tículos publicados anteriormente. Pero se trata de artículos

35 Op. cit., pág. 172. Pero no todas las semblanzas de Américo


Castro respiran tan sentida y poética simpatía. El poeta José Moreno
Villa, que había trabajado en la sección de Historia del Arte y que
había conocido muy de cerca a don Américo, nos ha dejado unos pá¬
rrafos, en su Autobiografía, referentes a nuestro filólogo: «Américo
era un hombre difícil y hasta antipático para muchos. Tenía el fana¬
tismo y el espíritu de clan del semita. También su tesón, su infatigable
perseverancia. Gozaba creando confiictos; defendía casi siempre cau¬
sas justas, pero de un modo impertinente o en una ocasión inopor¬
tuna. Conmigo fue extremadamente afectuoso durante un largo período
de la vida. Su casa fue como mía. Teníamos, ya lo dije, un apeadero
en Toledo para ir a descansar los finales de semana. Para colmo, cuan¬
do yo llegué a México, me escribió una carta ofreciéndome ayuda
monetaria si me encontraba en apuro. ’Te lo ofrezco como a un her¬
mano’, decía en ella. Después, silencio de años, y pasar por México
sin avisarme. Misterio.» (Vida en claro, autobiografía de José Moreno
Villa, El Colegio de México, México, 1944, págs. 98-100).
3^ Ver «Traducciones» en la sección de bibliografía de Américo
Castro, pág. 298 de este volumen.
Nota biográfica de A. Castro 39

o ensayos revisados, renovados, modificados en parte. En su


segunda y tercera edición (1960 y 1967) sufrirán aún más
cortes y adiciones considerables. A ello alude en el primer
párrafo de la «Introducción» a la edición de 1967:

Los artículos y ensayos que figuran en este volumen (salvo


el último apéndice) fueron publicados entre 1925 y 1948. Tanto
en la primera edición como en la segunda, de 1960, fueron in¬
troducidas correcciones y adiciones; en esta tercera los cam¬
bios han sido mucho mayores y van puestos entre corchetes.
Lo razonable hubiera sido reescribir todo el libro, tarea impo¬
sible por obvios motivos; creo, sin embargo, que los cambios
en la expresión y las extensas adiciones renuevan considerable¬
mente la presente edición 37.

Con esa actitud de constante revisión sigue publicando


y reeditando obras extensas y otras de bolsillo para difundir
sus ideas.
Desde 1957 don Américo había venido pasando sus vaca¬
ciones veraniegas en España, en la Costa Brava preferente¬
mente. Y en 1968 regresa definitivamente por motivos estric¬
tamente familiares, fijando su residencia en Madrid, Se-
gre, 20 A su regreso, cumplidos ya los ochenta años, recibe
el galardón y reconocimiento de un grupo de amantes de
nuestra cultura. Y en julio de 1971 tiene lugar la presenta-

37 A. Castro, Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1967, pág. 9.


38 Escuchemos el sentir del propio don Américo; «Aunque haya
pasado aquí los veranos desde 1957, ha sido gratísimo volver a residir
en Madrid por motivos familiares, reavivar la relación, nunca inte¬
rrumpida, con amigos queridísimos y tomar nuevamente contacto con
la tierra y el paisaje de mi España... Ha sido muy alentador encontrar
en ciertos elementos jóvenes una comprensión para mi obra que esti¬
mula a continuarla y a precisar más su sentido.» (Andrés Amorós,
«Conversación con Américo Castro», Revista de Occidente, núm. cit.,
página 19.) Esos «motivos familiares» a que alude eran primordial¬
mente atender y complacer a su esposa inválida, doña Carmen Medi-
naveitia.
40 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ción de un libro-homenaje a nuestro cervantista en Madrid.


En dicho volumen han colaborado veinticinco especialistas
con estudios sobre la obra de Castro o relacionados de cerca
con aspectos de ella. El proyecto había sido planeado por
Pedro Laín Entralgo, y el volumen fue entregado por don
Arturo Fierro en presencia del propio Laín, Rafael Lapesa,
Pedro Sáinz Rodríguez, Samuel G. Armistead y otras perso¬
nalidades y discípulos del historiador españoP^.
El 26 de julio de 1972 los periódicos estadounidenses nos
sorprenden con el nombre de Américo Castro en sus colum¬
nas: un día antes, a sus ochenta y siete años, había muerto
de un ataque de corazón, en Lloret de Mar (Gerona), donde
estaba veraneando
Dentro de la brevedad característica, las notas periodís¬
ticas subrayaban la pérdida cultural que suponía su muerte,
A su prolífera carrera de escritor y conferenciante unía el
mérito de haber sido don Américo el iniciador del renaci¬
miento cultural de los estudios hispánicos en este país. Y
mencionados sus centros de enseñanza y difusión de cultura,
cargos ejercidos, organizaciones a que pertenecía y honores

39 A este libro aludió don Américo en carta a A. Domínguez Ortiz:


«Un amigo mío me decía hace poco que ese volumen en mi honor
organizado por una fundación judía (sin tener yo arte ni parte en ello)
suscitará el inevitable comentario: ’¿lo ve usted cómo es judío?’.» (An¬
tonio Domínguez Ortiz, «Una carta inédita de don Américo Castro»,
Insula, núms. 314-315 [1973], pág. 4.
'to Andrés Amorós alude al impacto que la noticia de su muerte
causó en su corazón de amigo y en ciertos ambientes españoles: «Oí la
noticia, escribe, en medio de los habituales tópicos del telediario...
Era el día de Santiago: Santiago de España, al que él había sometido
—como a tantas cosas— a su mirada agudamente crítica. Leí luego
algunos comentarios: ignorantes (un periódico le atribuyó los 'Estu¬
dios sobre Lope', de Montesinos), mezquinos, interesados...; muy
pocos dignos. Pero eso no importa demasiado. La atmósfera intelec¬
tual del país es así y no hay más vueltas que darle.» (Andrés Amorós,
«Recuerdos de don Américo», ínsula, núms. 314-315, pág. 12.)
Nota biográfica de A. Castro 41

recibidos, el New York Times (27 de julio) subrayaba sus dos


obras cumbres; El pensamiento de Cervantes (1925) y La
realidad histórica de España (1962). Terminaban uniéndose a
sus hijos, Carmen Castro de Zubiri y Luis Castro Medina-
veitia, en el dolor de la pérdida.
El entierro tuvo lugar días más tarde, en el Cementerio
Civil de Madrid. La última voluntad de don Américo había
sido que su cuerpo fuese colocado junto a los restos de su
esposa, Carmen Medinaveitia, fallecida un año antes. Al acto
asistieron sus hijos, el hijo político don Xavier Zubiri, fami¬
liares, amigos y personalidades españolas y extranjeras del
mundo de las letras y las ciencias.
Capítulo II

MÉTODO DE AMÉRICO CASTRO

ESTADO DE LA CIENCIA Y DE
LA UNIVERSIDAD EN ESPAÑA

Conocida es la «polémica sobre la ciencia española» que


enfrentó a Menéndez Pelayo con los liberales a partir de
1876 En 1908, Ortega y Gasset escribía que estábamos ins¬
critos en el libro negro de Europa por carecer de ciencia,
de cultura moderna y de educación. La misma razón había
dado dos anos antes en su articulo «La ciencia romántica»,
publicado en El Imparcial el 4 de junio de 1906. El motivo
de este artículo fue la publicación del Diccionario del Quijote,
obra etimológica escrita por Julio Cejador y que significaba,
según Ortega, «Una grave indisciplina cometida dentro del
batallón sagrado de la ciencia» Pasa inmediatamente a afir¬
mar que en Francia y en Alemania, desde hace tres o cuatro
siglos, hay muchedumbres de sabios que se dedican a crear
ciencia. Se trata de una ciencia disciplinada, moderna, pues

1 Pedro Laín Entralgo, España como problema, Madrid, Aguilar


1962, págs. 14 y sigs.
2 J. Ortega y Gasset, O. C., I, pág. 40.
Método de Américo Castro 43

la sabiduría exige leyes, reglamentos y disciplina, algo así


como las fábricas bien organizadas. Y refiriéndose concreta¬
mente a España, escribe nuestro pensador: «Necesitamos
ciencia a torrentes, a diluvios, para que se nos enmollezcan,
como tierras regadas, las resecas testas duras y hasta berro¬
queñas». {Ibid., pág. 41.)
En España jamás ha habido ciencia; algimos hombres de
ciencia, sí, pero ciencia, nunca. Los sabios españoles son
monolíticos, seres que nacen sin precursores y que mueren
muerte de su cuerpo y de su obra, sin dejar discípulos. Cien¬
cia individual, aislada, no social, «sinergia», como él la llama.
Y finalmente declara con un tono pesimista:

Nuestra ciencia será, pues, siempre indisciplinada y como


tal fanfarrona, atrevida; irá ganando la certidumbre a brincos
y no paso a paso, acordará en un momento sus andares con
la ciencia universal y luego quedará rezagada siglos. Ciencia
bárbara, mística y errabunda ha sido siempre, y presumo que
lo será, la ciencia española. (Ibid., pág. 42.)

Hay necesidad de un sistema, de disciplina, de rigor, con¬


tra esa ciencia sentimental, tan opuesta y alejada de esa otra
auténtica y moderna que es la europea.
A este problema español, problema de ciencia moderna,
se refería igualmente Federico de Onís en su discurso de
apertura del curso de la Universidad de Oviedo, el 1 de oc¬
tubre de 1912, al pronunciar aquella frase posteriormente
tan controvertida: «Para el español el sentimiento de patria
es esencialmente dolor» Estamos huérfanos de ciencia y
cultura. Y la conclusión de todo su discurso, una vez hecho
un estudio histórico de la Universidad española, era que he-

3 Federico de Onís, Ensayos sobre el sentido de la cultura espa¬


ñola, Madrid, Resid. de Estudiantes, 1932, pág. 26.
44 A. Castro: visión de España y de Cervantes

mos de europeizarnos, ya que en España ni hay ni jamás ha


habido universidad moderna, entendiendo por universidad
ese órgano supremo de la cultura de un pueblo, centro regu¬
lador de la vida científica de una nación, que atiende a dos
fines simultáneos: la producción de ciencia moderna y la for¬
mación de nuevos científicos. La universidad española no
llegó a asimilar total e íntegramente el espíritu y la ciencia
del Renacimiento, bases de la ciencia moderna. Los siglos xvii
y XVIII marcan las primeras directrices del pensamiento
científico europeo. Pero «la universidad española —dice Fe¬
derico de Onís— vive ajena al portentoso movimiento inte¬
lectual de Europa en los siglos xvii y xviii, en los que real¬
mente se crea la civilización moderna, para la cual preparó
los espíritus el Renacimiento». (Ibid., pág. 96.) El siglo xviii
presencia un lento despertar de la ciencia nacional española.
Feijoo en cuestiones generales de método. Casal en medicina,
Mayans en historia y filología, predican y construyen ciencia
que intenta alcanzar el nivel europeo. Jovellanos entra tam¬
bién dentro de esta corriente reformadora. Igualmente For-
ner y Meléndez Valdés, formando un grupo selecto de lite¬
ratos y profesores llamados los «modernos». Pero tras este
breve paréntesis, en los años sombríos del primer tercio del
siglo XIX «la Universidad española —de nuevo Federico de
Onís— llega a un grado de abyección no igualado en épocas
anteriores». {Ibid., pág. 103.)
Don Américo sigue generalmente los pareceres de Ortega
y de Federico de Onís respecto a este estado decadente de la
ciencia española. En su artículo «El movimiento científico
de la España actual» *, una de las primeras afirmaciones es
que durante el siglo xix España apenas ha tenido producción

* Américo Castro, «El movimiento científico de la España actual»,


Hispania, III (octubre 1920), págs. 185-202.
Método de Américo Castro 45

científica que pudiera ser incorporada a la ciencia interna¬


cional.
El país sufría la pesadumbre de una tradición siniestra; los
hombres más esclarecidos miraban con angustia los caminos
reales del progreso, en todos sus aspectos (adelanto material,
ciencias nuevas, evolución moral y política), y comprobaban
doloridos que no se veían en ellos nombres españoles. (Ibid.,
página 186.)

Esto creó un pesimismo radical que aún extiende sus


raíces al momento en que Castro escribe (1920). Años más
tarde, al adquirir una visión nueva de la historia de España,
encontrará la explicación de esa «tradición siniestra» en la
peculiar estructura vital intercastiza de lo español, formada
durante siglos de convivencia con moros y judíos. «El escaso
cultivo —escribe en 1972— o el no cultivo de la ciencia en¬
tre la gente hispana no fue debido a incapacidad intelectual.
La razón ha de buscarse en un trastorno de las estimaciones
sociales» 5. Cultivar la honra y el integralismo de la persona
se imponía a toda ciencia y progreso cultural en los siglos
XVI y XVII.
Pero antes de pensar en las personalidades más inmedia¬
tas, responsables del resurgimiento científico cuyos comien¬
zos se perciben ya en 1920, Castro no puede menos de hablar
de un hombre extraordinario, don Francisco Giner de los
Ríos: «Ningún español sintió con más acuidad el dolor ante
el atraso español; estaba dotado de una fortaleza excepcio¬
nal, y al mismo tiempo se condolía, con alma de niño, ante
las angustias del país, al cual consagró, con devoción no
igualada por nadie, su trabajo y su corazón.» (Art. cit., pági¬
na 187.) Espíritu libre y proselitista —como vimos en el
capítulo anterior—, persiguió fines muy determinados en

5 A. Castro, De la edad conflictiva, Madrid, Taurus, 1972, pág. 236.


46 A. Castro: visión de España y de Cervantes

cuanto a la reforma de la cultura nacional. En 1875 fue ex¬


pulsado de la cátedra por sus ideas y métodos liberales, y a
partir de este suceso llego a convencerse de que en España
la reforma de la instrucción pública había de hacerse desde
fuera de la universidad e independientemente de los orga¬
nismos oñciales, Iglesia y Estado. A esto precisamente se
debió el origen de la Institución Libre de Enseñanza, en 1876,
que tan honda influencia había de ejercer, como veremos,
en la instrucción y formación humana de tantos valores de
la España posterior.
A ñnes del siglo xrx comienzan a destacarse algunas ñgu-
ras eminentes: Ramón y Cajal en histología, Menéndez Pela-
yo en historia literaria, Bolívar y Quiroga en las ciencias na¬
turales, Carracido en química, Hinojosa en la historia medie¬
val, Codera y su escuela en los estudios árabes y orientales,
y, en fin, Menéndez Pidal en filología e historia literaria, des¬
de su primer libro. La leyenda de los Infantes de Lara (1896).
Pero debido al tremendo atraso general, esas individualida¬
des no pueden imprimir una tonalidad distinta a la cultura
nacional ni al conjunto de la instrucción pública. Esas figu¬
ras aisladas no son un orgullo patrio —diría Ortega—, sino
«más bien una vergüenza, porque son una casualidad» (O. C.,
I, pág. 108) en este campo español estéril de la ciencia.
Al lado de estos especialistas y en el umbral de la España
moderna. Castro coloca a los «agitadores de espíritus», a los
despertadores de la conciencia colectiva. Entre otros: Joa¬
quín Costa, a quien debemos la palabra «europeización»;
Ganivet, Clarín, Unamuno, Maeztu, Azorín y Baroja.

CREACIÓN Y VALOR DE LA JUNTA

En 1907 tiene lugar, según don Américo, el hecho más


importante en este resurgimiento científico español: la crea-
Método de Américo Castro 47

ción de la Junta para Ampliación de Estudios. Fue creada


por Real Decreto del 11 de enero de dicho año y modiñcada
por el del 22 de enero de 1910, con el ñn de promover la
relación e intercambio intelectual con el extranjero, fomen¬
tar los trabajos científicos y de investigación en el país y
favorecer la reforma y desarrollo de las instituciones educa¬
tivas nacionales. La propuesta de la creación de esta Junta
fue hecha por el ministro de Instrucción Pública don Amafio
Gimeno, anteriormente profesor de la Universidad Central.
Es muy probable que la iniciativa partiese de ese grupo de
hombres de ciencia y de acción que se iba formando en Es¬
paña. Según Castro, suscitó la idea Giner de los Ríos, quien
de esta suerte incorporaba a la instrucción pública lo mejor
de sus ideales. De todos modos, la creación de una obra tal
es significativa, no sólo por tratarse de una institución esta¬
tal que iba a operar al margen del Estado, sino por haber
logrado crearse a despecho de los organismos reaccionarios
—religiosos, políticos y sociales— de la España de entonces.
Es más, a despecho de las costumbres y tradiciones nacio¬
nales, refractarias a la tolerancia, la Junta logró reunir a
personas y entidades prescindiendo de prejuicios religiosos
o políticos. Librepensadores trabajan junto a sacerdotes en
científica amistad^. De esta suerte, añade Castro, se realiza
el amplio ideal de su inspirador Giner de los Ríos.

6 Pedro Laín Entralgo alude al laicismo de la línea krausista en


España, que bien pudiera ser un antecedente de este espíritu abierto
de la Junta. Las reuniones de Sanz del Río con sus discípulos en
torno a la camilla de su domicilio eran como un «'círculo filosófico'
que laicamente se congregaba a hora de completas». Y sobre la Insti¬
tución Libre de Enseñanza dice que «quería emprender una obra
'completamente ajena a todo espíritu e interés de comunión religiosa,
escuela filosófica o partido político, apartada de apasionamientos y
discordias, de cuanto no sea, en suma, la elaboración y práctica de
los ideales pedagógicos'». Cf. España como problema, pág. 24. La Junta
representaba la realización de estos programas ideales.
48 A. Castro: visión de España y de Cervantes

En la Universidad existían personalidades que individual¬


mente producían ciencia y gozaban de estimación internacio¬
nal (Castro ha señalado a algunas de ellas), pero fuera de
la Universidad había muchos elementos aptos para una pro¬
ducción valiosa. De ahí que la idea primordial de los organi¬
zadores de la Junta «fue agrupar los más altos representan¬
tes de la cultura española, dotándolos de medios de acción
para que, sin la menor traba burocrática, fuesen actuando
sobre la juventud y formasen así núcleos productores de
ciencia». (Castro, art. cit., pág. 189.)
Ya en 1901 y en 1903 el Gobierno había creado algunas
becas para estudiar en el extranjero. Pero no habían pasado
de tentativas aisladas. Ahora es la Junta quien considera ésa
como una de sus principales actividades. El artículo citado
resume así la labor múltiple de este organismo;
Envía estudiantes y profesores a proseguir sus estudios en
el extranjero, trae a España a especialistas para que comuni¬
quen sus métodos a nuestros estudiantes; organiza cursos de
cultura española para extranjeros; prepara profesores de espa¬
ñol para satisfacer las peticiones que hacen las universidades
de fuera, especialmente las de Norte América; pero su función
primordial es la indicada anteriormente: fomentar la investi¬
gación cientíñca dentro de España, agrupando e intensiñcando
los esfuerzos antes aislados de aquellos que sólo tenían con¬
tacto con el extranjero, en donde casi siempre se habían for¬
mado. {Art. cit., pág. 190.)

El estado de la instrucción pública era realmente depri¬


mente en todos los grados. En el volumen Lengua, enseñanza
y literatura (1924) Castro incluye dos artículos aparecidos
anteriormente en El Sol, de Madrid; «La organización de las
Facultades de Letras» (1920) y «La enseñanza de la lengua
y literatura españolas» (1922). En ambos artículos y en una
«Nota adicional sobre las facultades de Letras», que se en-
Método de Américo Castro 49

cuentra en el mismo volumen, don Américo describe esa


deprimente situación de la enseñanza en el nivel universita¬
rio. Pero el mal venía de abajo. Sin escuelas suñcientes, sin
profesorado medio competente, la instrucción tenía que ser
superñcial y estrecha. J. B. Trend'^ hace en gran parte res¬
ponsable de este estado de cosas a la influencia eclesiástica.
La segunda enseñanza está predominantemente en manos de
religiosos. Algunas escuelas para pobres eran mantenidas
por los Escolapios. «The teaching —escribe Trend— is gra-
tuitous for poor children, but it is hardly worth having».
(Op. cit., pág. 27.) Los estudiantes de clases más elevadas
eran educados predominantemente por los Jesuítas, pero el
sistema era el mismo: «It is literally true that the ’vice of
thinking’ is discouraged along with the other deadly sins.
The teaching is superñcial and one-sided; modern criticism
is excluded, and history and Science are only admitted in a
’bowdlerized’ form.» (Ibid., pág. 28.) Alude a continuación
el mismo autor a cómo la mayor parte de los intelectuales
españoles detestan tal clase de enseñanza. Y afirma categó¬
ricamente que tal sistema educativo debe ser condenado, no
por clerical, sino por insuficiente y pernicioso. De ahí la gran
necesidad de una institución como la Junta, con un programa
ambicioso de reforma educativa.
Desde 1908, Ortega venía gritando en el mismo tono: «El
problema español es un problema educativo; pero éste, a su
vez, es un problema de ciencias superiores, de alta cultura.»
(O. C., I, pág. 84.) E insistiendo sobre la necesidad de euro¬
peización, escribía en El Imparcial (27 julio 1908):

El problema español es, ciertamente, un problema pedagó¬


gico; pero lo genuino, lo característico de nuestro problema

7 J. B. Trend, A Picture of Modern Spain, London, Constable and


Co. Ltd., 1921.

AMÉRICO CASTRO. —4
50 A. Castro: visión de España y de Cervantes

pedagógico, es que necesitamos primero educar unos pocos de


hombres de ciencia, suscitar siquiera una sombra de preocu¬
paciones científicas y que sin esta previa obra el resto de la
acción pedagógica será vano, imposible, sin sentido. Creo que
una cosa análoga a lo que voy diciendo podría ser la fórmula
precisa de europeización. {Ibid., pág. 103.)

La ciencia española necesita de esa minoría selecta que,


en colaboración y comunidad intelectual al estilo europeo,
destruya esos organismos pedagógicos, «moldes troglodíticos
para perpetuar la barbarie» {Ibid., pág. 142), y establezca
un programa educativo moderno y eñcaz.
La Junta se propone llevar a cabo dicho programa tan
ansiado por el Ortega joven. Para ello se interesa particular¬
mente por la formación del personal docente futuro, dando
inmensas facilidades para seguir de cerca los métodos y mo¬
vimientos científicos y pedagógicos de las naciones más cul¬
tas, tomando parte en ellos. A la vez crea centros de activi¬
dad investigadora, laboratorios modernos donde se cultiven
desinteresadamente la ciencia y el arte®.
La Junta se encarga regularmente de publicar los libros
y revistas producidos por las diversas instituciones y cen¬
tros fundados por ella. Este tesoro de publicaciones repre¬
senta el núcleo más importante de la contribución española
a la ciencia internacional. Entre los organismos culturales
creados por la Junta, sobresale por su trascendencia el Cen-

8 En un principio la Junta se compuso de quince vocales. Don


Santiago Ramón y Cajal fue nombrado primer presidente, y don José
Castillejo y Duarte, secretario general. El profesor Castillejo, «the
right man in the right place», según E. Mérimée (BH, XXII [enero-
marzo, 1920], pág. 67), pronto se convirtió en verdadera alma de la
institución por su intensa dedicación y celo. Entre otros componentes
de la Junta conviene recordar a Joaquín Costa, Menéndez Pelayo (di¬
rector de la Biblioteca Nacional), Rafael Altamira, E. de Hinojosa, Me¬
néndez Pidal y otros.
Método de Américo Castro 51

tro de Estudios Históricos. Su fin es promover las investi¬


gaciones científicas de la historia nacional. Para ello el Cen¬
tro está encargado de investigar las fuentes, preparando la
publicación de ediciones críticas de obras inéditas (como
crónicas, fueros, obras literarias), monografías, glosarios,
obras históricas, filosóficas, literarias, filológicas, artísticas,
etcétera. Organiza misiones científicas y culturales y ofrece
cursos de verano para estudiantes extranjeros. Inicia en los
métodos de investigación para llegar a la formación cientí¬
fica de las nuevas generaciones. Utiliza los conocimientos de
los pensionados que se han formado en los métodos moder¬
nos del extranjero. Y envía fuera, como embajadores de la
nueva ciencia, a los mejor preparados y dispuestos.
El Centro dispone de una buena biblioteca pública para
rellenar las lagunas de las bibliotecas nacionales, que pecan
o por demasiado anticuadas o por insuficientemente espe¬
cializadas^. Ha fundado un laboratorio de fonética, dirigido

5 Tanto Ortega como Castro han deplorado frecuentemente la fal¬


ta y mal estado de las bibliotecas españolas, origen y resultado a la
vez del atraso cultural. El 21 de febrero de 1908 escribía Ortega en
El Imparcial: «Hoy es muy difícil realizar trabajos científicos en Es¬
paña: salvo algunas materias, es decididamente imposible. Comienza
por no haber una sola biblioteca de libros científicos modernos. La
Biblioteca Nacional es inservible, apenas si basta para asuntos de
historia y literatura españolas, que son las disciplinas menos europeas.
Las demás ciencias se hallan por completo desprovistas de material
bibliográfico. Faltan las obras más elementales. Apenas si hay revistas.
Para colmo de desventuras, el reglamento es paladinamente ridículo.
El principio en que se funda este reglamento es que los libros están
en la Biblioteca para que no se los lleven; no para que sean leídos
bajo ciertas garantías, sino exclusivamente para que no se los lleven,
aunque nadie los lea.» (O. C., I, págs. 84-85.) Y concluye a párrafo
seguido: «Creo que una biblioteca de libros científicos (y claro está
que esto quiere decir libros científicos extranjeros) es institución mu¬
cho más urgente que ese teatro nacional proyectado. Puede vivir dig¬
namente una nación sin un Teatro Nacional: sin una biblioteca media¬
namente provista, España vive deshonrada.» {Ibid., pág. 85.)
52 A. Castro: visión de España y de Cervantes

por T. Navarro Tomás. El número de publicaciones es con¬


siderable. El Centro tiene además su órgano periódico de
expresión a partir de 1914: la RFE. Como extensión de estas
actividades culturales, hay que mencionar la organización
del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires, en 1923, en la cual des¬
empeñó don Américo tan importante papel.
Tanto Fierre Paris, en su artículo «Junta para ampliación
de estudios e investigaciones cientíñcas» como E. Mérimée,
en su comentario al ensayo de Castro «El movimiento cien-
tíñco en la España actual» subrayan la gran trascenden¬
cia del Centro como la mayor creación de la Junta. Los direc¬
tores y profesores han sido perfectamente escogidos entre
los más autorizados representantes de la ciencia histórica.
Menéndez Pidal es nombrado primer director, y Castro es
encargado de la sección de lexicografía
Entre otros centros pedagógicos creados por la Junta, don
Américo menciona la Residencia de Estudiantes, «donde los
estudiantes encuentran un ambiente elevado, tanto en el
orden científico (laboratorios, biblioteca) como en el de la
cultura general (conferencias, conciertos, sport, etc.)». (Art.
cit., pág. 190.) E. Mérimée dedica palabras realmente enco¬
miásticas a esta institución estudiantil «qui devrait servir
de modéle en France». {Art. cit., pág. 67.) Junto a esta Resi¬
dencia, Castro coloca el Instituto-Escuela de Segunda Ense¬
ñanza, primer liceo moderno creado en España por la Junta
y que tiende a dar una preparación amplia y moderna a sus
alumnos. El Instituto Nacional de Ciencias, presidido por

10 BH, XVIII (abril 1916), págs. 114-31.


11 BH, XII (enero-marzo 1920), págs. 66-72.
12 Otros miembros integrantes del Centro son: Altamira, Asín, Cos¬
ta, Gómez Moreno, Hinojosa, Menéndez Pelayo, Julián Rivera, V. Gar¬
cía de Diego, Tormo y otros.
Método de Américo Castro 53

Ramón y Cajal, debe también su origen a la Junta. Bajo esta


institución se agrupan los mejores científicos de España.
Finalmente, la Asociación de Laboratorios, dirigida por L. To¬
rres Quevedo, forma un centro más, patrocinado por la Junta.
P. Paris, en el artículo mencionado, resume así sus im¬
presiones sobre esta importante institución de la España
científica moderna:

Tell qu’elle est actuellement, la Junta para ampliación de es¬


tudios est, croyons-nous, une institution sans similaires; elle
ambrasse beaucoup, presque tout, enseignement, éducation, re¬
cherches dans tous les ordres de Sciences, relations multifor¬
mes avec l’étranger; son oeuvre est sociale et patriotique, es-
pagnole et humaine; elle tient de nos Universités, de notre
École nórmale supérieure, de notre École des Hautes Études,
de notre Collége de France, de notre Service des missions, et
elle se meut dans ce domaine avec autant d’aisance que de
souplesse. (Art. cit., pág. 129.)

Y entusiasmado ante las obras de dicha institución, que


marcan una era de progreso y revelan talentos extraordina¬
rios, escribe más adelante: «Ce n’est pas seulement le nombre
et la diversité des travaux originaux qui nous frappent, c’est
la méthode qui de plus en plus s'affirme dans l’enquéte
savante ou érudite, et dans l'exposition». (Ibid., pág. 131.) Y
después de este énfasis en el nuevo método científico que
prevalece en sus diversos trabajos, el mismo Paris concluye
con unas palabras entusiastas: la Junta es «une institution
qui fait le plus grand honneur á l'Espagne, qui ferait honneur
á n’importe quelle grande nation du monde». (Ibid.) Y desea
lo mejor para España en su aportación y contribución a la
ciencia universal.
Esta visión que Castro nos da en 1920 sobre el resurgi¬
miento de un movimiento científico en España, consistente
en su mayor parte en la múltiple labor de la Junta y de sus
54 A. Castro: visión de España y de Cervantes

organismos, nos ofrece una idea clara de lo que el mismo


don Américo entendía por ciencia moderna, por método ri¬
guroso, por todos esos productos universales de cultura,
cuya ausencia había constituido durante siglos el gran pro¬
blema español y su aislamiento y retraso respecto del resto
de Europa. Como para Menéndez Pidal, Ortega, Federico de
Onís y otros epígonos del 98, para Castro este problema de
España había sido primordialmente falta de ciencia, un in¬
menso abismo abierto entre ella y el resto del mundo
Durante los años de su formación en la Universidad de
Granada —ya lo dijimos—, el espíritu clarividente de Castro
había comenzado a sentir ese ambiente vacío de ciencia que
le rodeaba. Los mejores textos eran extranjeros i'*. Esta sen¬
sación de penuria científica y atraso intelectual servirían de
incentivo para su traslado a París, en 1905, con el fin de am¬
pliar sus estudios en la Sorbona.
Después de la guerra franco-alemana de 1870 se propaga
en Francia un intenso culto a la ciencia alemana. La humilla¬
ción de la derrota francesa parece favorecer este fenómeno
cultural. Se trata de un movimiento positivista, consistente
en la aplicación del método riguroso imperante en las ciencias
físicas a todos los ramos del saber. Duruy crea la École des
Hantes Études de París, y establece un sistema de enseñanza

13 Es lo que Clarín reprochaba a la España de 1887: «Parece que


no vivimos en la Europa civilizada... No pensamos en nada de lo
que piensa el mundo intelectual; hemos decretado la libertad de pen¬
sar para abusar del derecho de no pensar nada.» Cf. Guillermo Díaz-
Plaja, Modernismo frente a Noventa y ocho, Madrid, Espasa-Calpe,
1966, pág. 13.
i"! Cf. Los españoles: cómo llegaron a serlo, pág. 29. Casi al fin de
su vida, en 1972, añadirá un detalle más a este estado raquítico de la
cultura: «El mejor Diccionario enciclopédico, de tamaño manejable,
es el de Larousse, aquí y en Portugal. Los buenos diccionarios de las
lenguas clásicas y modernas son extranjeros.» (De la edad conflictiva,
página 237.)
Método de Américo Castro 55

completamente basado en los seminarios alemanes. Esta ola


de germanización se incrementa en la primera década del
siglo XX. Y, siguiendo el mismo proceso que la École des
Hantes Études, se germaniza la Sorbona. Pero es la Facultad
de Letras la que más profundamente se transforma: «Elle
est devenue semblable á la Faculté de philosophie alleman-
de», escribe M. Seignobos en 1904
Y, refiriéndose a esta transformación operada en los estu¬
dios literarios en concreto, el mismo Henri Massis la des¬
cribe así:

On n’entend plus parler aujourd'hui que de méthode scien-


tiñque et de bibliographie. L’explication personnelle des auteurs,
l’analyse des idées ont fait place au commentaire philologique,
á l’étude des sources, á l’exégése, á la chronologie, et á la filia-
tion des textes... La labeur patiente, la recherche minutieuse
et savante ont peu á peu absorbé toute la substance de l'en-
seignement. {Ibid., pág. 22.)

El principio de este movimiento es la aplicación de la


ley físico-matemática a todos los temas del conocimiento. Y
el método histórico habrá de dirigir todas las especulaciones
literarias. El promotor de este método histórico literario en
la Sorbona es Gustave Lanson (1857-1934). Las bases de su
sistema están contenidas en su frase: «Toute explication du
contenu d'un texte doit prendre la forme d'une explication
historique.» {Ibid., pág. 28.) Y Philippe Van Tieghem descri¬
be así su método: «Sa méthode consiste á expliquer ce qui
dans l’oeuvre est explicable par le principe de causalité, á
dégager tout ce que l'auteur doit á son temps, á ses prédé-
cessseurs, á sa vie, á ses lectures.» {Ibid., pág. 24.) Este mé¬
todo es una rebeldía contra toda interpretación subjetivista,
sentimental, fantástica y hasta psicológica y estética. Es el

15 Henri Massis, L'Esprit de la Nouvelle Sorbonne, París, pág. 15.


56 A. Castro: visión de España y de Cervantes

imperio de la especialización, de la razón, del análisis, de la


pura metodología.
Otro método se impone simultáneamente en la Sorbona:
la literatura comparada. Fernand Baldensperger (1871-1958),
codirector de la Revue de Littérature Comparée con Paul
Hazard, es su gran propagador. Su principal objetivo consis¬
te en analizar minuciosamente, científicamente, las relacio¬
nes de las literaturas de varios pueblos y determinar las
filiaciones análogas que en ellas existan. Ambos métodos
exigen rigor científico, un sistema de fichas, átomos de reali¬
dad que han de ser integrados en un todo, bajo las leyes
de un plan lógico y sistemático.
Dentro de este movimiento reformador de los estudios
literarios en Francia podemos colocar otras figuras eminen¬
tes: Gastón Paris, catedrático de l’École des Hautes Études;
Joseph Bédier, Alfred Jeanroy, Paul Hazard, Foulché-Delbosc,
fundador de la Revue Hispanique en 1894 E. Mérimée,
E. Martinenche, Morel-Fatio y Antoine Thomas, profesores
ambos de l’École des Hautes Études. La gran aportación de
la revista Romania debe ser añadida a esta lista de hom¬
bres esclarecidos.
En inmediato contacto académico con estos hombres de
letras y dentro de esa metodología imperante en los estudios
literarios en la Francia de principios de siglo. Castro pasa
tres años de 1905 a 1908. Son años de experiencia e iniciación
en los rigurosos métodos de investigación histórico-literaria,
que perfeccionará luego junto a su maestro Menéndez Pidal
y que veremos refiejados en su obra posterior.
Se ha escrito sobre el método pidaliano, sobre esa pers¬
pectiva desde la cual se acercó el gran crítico a la obra lité¬

is El BH se funda en 1899. Foulché-Delbosc pronto se declaró en


contra, ya que vio su fundación como un acto de enemistad hacia
él y su órgano la Revue Hispanique.
Método de Américo Castro 57

raria. Menéndez Pidal acertó a tomar lo mejor del positivis¬


mo, sus reglas severas de crítica textual, su rigor, su amor
a los hechos lingüísticos; pero supo elevarse sobre este terre¬
no positivista de los «datos» a un horizonte más amplio. Los
datos lingüísticos son para él testimonios fieles de algo más
trascendente y universal. Así lo expresaba en su La España
del Cid, 1929: «La crítica filológica nos permite reconocer la
historia primitiva, e igualmente nos deja llegar hasta la poe¬
sía coetánea»
Al tratar de los estudios hispánicos propiamente dichos,
en el artículo «El movimiento científico en la España actual»
Castro pone de relieve la innovación metodológica de su maes¬
tro, que sólo puede compararse a la de Cajal en las ciencias:

éste y Menéndez Pidal son realmente las dos personalidades


más extraordinarias en la actual ciencia española. Ambos repre¬
sentan como rasgo común el haberse formado merced a una
exaltación del propio esfuerzo, con la vista dirigida hacia la
ciencia universal, más bien que hacia el ambiente en que trans¬
currió su juventud. (Art. cií., pág. 194.)

Este afán de subrayar el método pidaliano lo encontra¬


mos en casi toda la obra de Castro siempre que, por un mo¬
tivo o por otro, tiene oportunidad de escribir sobre la perso¬
nalidad y producción del maestro. «De la España científica¬
mente oscura —escribe— salía una obra de igual nivel téc¬
nico que las producidas en Alemania o Francia» **. Y nueva¬
mente resalta la manifestación de orden y precisión técnica
que Menéndez Pidal introdujo en los modos de tratar los
fenómenos lingüísticos y literarios. Pero no fue sólo el discí¬
pulo entusiasmado quien se asombró ante el rigor científico

17 Menéndez Pidal, La España del Cid, II, Madrid, Espasa-Calpe,


1947, pág. 594.
18 A. Castro, «Cuánto le debemos», PSA, pág. 285.
58 A. Castro: visión de España y de Cervantes

de don Ramón; fueron los mismos hispanistas franceses en


recensiones amplias y laudatorias de sus publicaciones.
Ante la aparición del primer volumen del Cantar de Mío
Cid. Texto, Gramática y Vocabulario (1908), escribe entusias¬
mado Mérimée: «Méthode assurément tres ingénieuse, et
suivie avec une rigueur, une connaissance du texte et de la
topographie, une conscience scientifique au-dessus de tout
éloge» En 1912 califica de «admirables» los dos últimos
tomos de la edición. Ningún otro texto ha sido hasta ahora
en España objeto de un estudio tan completo, personal y
profundo. Estos tres volúmenes (sin mencionar la excelente
edición del Poema del Cid (1898), constituyen un monumen¬
to que tributa el mayor honor a la erudición española. Todo
lo exigido por la crítica más rigurosa «se trouve rassemblé
avec une méthode et exposé avec une précission capables de
satisfaire les plus difficiles»
En conclusión, educado fuera de España en los medios
científicos de la Sorbona, discípulo fiel de Menéndez Pidal y
amigo íntimo de Ortega y de Federico de Onís, Américo Cas¬
tro se encuentra en la misma órbita y dentro del mismo sis¬
tema crítico literario de estas figuras eminentes. Su obra
refleja, ya desde los principios, los mismos rasgos predomi¬
nantes del método moderno imperante.

CARACTERÍSTICAS DE ESTE MÉTODO

1) Rigor científico. — Desde los principios caracteriza a


Castro una tendencia a la investigación detallada. Repetidas
veces alude a este espíritu que Menéndez Pidal fue imponien-

19 E. Mérimée, BH, XI (1909), pág. 120.


20 E. Mérimée, BH, XIV (1912), pág. 220.
Método de Américo Castro 59

do religiosamente a sus discípulos. Fruto de esta comu¬


nión metodológica son algunas obras realizadas en colabora¬
ción. En 1919 se encuentra dentro del grupo que, bajo la
dirección inmediata de don Ramón, acomete la empresa colo¬
sal de armar un diccionario de la lengua. No puto concluir¬
se la inmensa obra —como ya anotamos—, pero este esfuerzo
común es sintomático del paralelismo metodológico entre
maestro y discípulo. Sus primeras ediciones críticas son un
despliegue de técnica filológica y de amplio conocimiento de
la literatura^*. En cada página resalta la búsqueda constante
de la fidelidad textual, con un acopio riquísimo de notas in¬
formativas que esclarecen pasajes y términos oscuros.
Fundada la Revista de Filología Española en 1914, Castro
se convierte en uno de sus más asiduos colaboradores. Ya
en su primer número publica la edición crítica de la Disputa
entre un cristiano y un judío. La edita «en gracia a su valor
lingüístico» y por tratarse del más antiguo texto conocido de
esta clase de disputas. Transcribe el fragmento, analiza rigu¬
rosamente su lenguaje y añade un glosario de palabras raras,
con gran rigor filológico. Páginas más adelante publica un
breve artículo sobre la oposición semántica entre «Mozos e
ajumados». «Ajumado» es una palabra de origen árabe que
no figura en los diccionarios etimológicos y que aparece por
primera vez en los Milagros de Berceo. En el mismo núme¬
ro I de la RFE incluye una reseña sobre la Gramática histó¬
rica de la lengua castellana, de F. Hanssen. Alaba las cuali¬
dades de investigador científico del autor, y las observaciones
que añade muestran a un Castro con profundo conocimiento
de la dialectología española. Precisamente habla en esta oca-

21 Como ejemplo: Obras de Tirso de Molina (1910), con prólogo


y notas; El Buscón de Quevedo (1911), con notas (la Introducción pla¬
neada la deja para el vol. II, que no llegó a publicar); La Dorotea de
Lope de Vega (1913), con prólogo.
60 A. Castro: visión de España y de Cervantes

sión de sus visitas al oeste zamorano para estudiar el dia¬


lecto leonés. Esa región sanabresa, hasta hoy poco estudiada,
le atraía por su interés lingüístico.
Además de otras reseñas y comentarios sobre temas de
lingüística, don Américo, en 1914, presta una gran contribu¬
ción a la filología románica con la traducción de la Introduc¬
ción al estudio de la lingüística romance de W. Meyer-Lübke.
En la «Nota del traductor», colocada al frente de la traduc¬
ción, Castro cree prestar un servicio a los españoles intere¬
sados en los progresos de la filología románica, ya que, debi¬
do al alejamiento cultural en que se encuentra España, esta
ciencia data de ayer. Y en lo que a lingüística general se
refiere, no ha sido objeto de cultivo científico por parte de
los españoles. Existen producciones filológicas francesas, pero
los «libros más importantes que tratan de esta materia están
escritos en lengua alemana. A ellos, pues, habrán de recurrir
nuestros estudiantes y futuros filólogos si aspiran a que su
labor no quede siempre al margen de la ciencia» Esta obra
que Castro ofrece vertida al español ha sido considerada
fundamental por la crítica europea, debido a «la amplitud
de los problemas tratados..., por el sello personal... y, en
fin, por el valor de las indicaciones metódicas que a menudo
se encuentran en la obra del eminente profesor de Viena».
(Ibid.)
En 1915, Castro publica en la RFE un comentario a la
décimocuarta edición del Diccionario de la lengua castellana
de la Real Aeademia. «Lo primero que salta a la vista, descu¬
bre, es la ausencia de un plan riguroso en la selección del
léxico» Y, no obstante la severa crítica a que han sido

22 A. Castro, Introducción al estudio de la lingüística romance,


Madrid, 1914, pág. 5.
23 A. Castro, «Real Academia Española, Diccionario de la lengua
castellanay>, 14.* ed., RFE, II (1915), pág. 52.
Método de Américo Castro 61

sometidas las etimologías, encuentra bastantes errores por


no haber tenido en cuenta la Academia las leyes fonéticas
ni otras obras de lexicografía castellana publicadas anterior¬
mente. Critica acerbamente el carácter ambiguo de este Dic¬
cionario por falta de un plan trazado. Y a propósito de la
Ortología castellana de nombres propios, de M. de Toro Gis-
bert, asegura que será más interesante «cuando el autor re¬
haga su trabajo ateniéndose a un método rigurosamente cien¬
tífico»
En 1916, Castro y Federico de Onís publican los Fueros
leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de Formes.
La publicación de dichos textos se ha hecho atendiendo al
interés lingüístico y jurídico que ofrecen. Son fruto del inte¬
rés dialectal de ambos filólogos, ya que en estos documentos
hay una masa enorme de fenómenos que forman un exce¬
lente punto de partida para el estudio histórico del dialectis-
mo del país. G. Cirot comenta el valioso método adoptado
en dicha edición y estudio: «II semble que les éditeurs de
ces derniers fueros aient adopté une méthode toute nouvelle,
aussi rationnelle, disons-le tout de suite, au point de vue
philologique qu’au point de vue de l'histoire du droit»®.
Sería enormemente extenso comentar todas las contribu¬
ciones de Castro a la historia literaria española, aparecidas
en los números de la RFE (hasta 1936) y en otras revistas
científicas nacionales y extranjeras. En todas encontramos
los mismos rasgos de rigor filológico: estudios etimológicos
y semánticos, ediciones críticas, identificación y paternidad
de obras literarias, tratados con la técnica de la mejor crí¬
tica; acumulación de hechos y datos, definiciones, etimolo¬
gías, glosarios, usos, bajo un estudio evolutivo como pruebas

24 A. Castro, «M. de Toro Gisbert, Ortología castellana de nombres


propios», RFE, II (1915), pág. 388.
25 G. Cirot, BH, XXIII (1921), pág. 239.
62 A. Castro: visión de España y de Cervantes

que llevan paso a paso a una conclusión final con garantías


de ciencia.
En 1916 aparece su famoso artículo «Algunas observacio¬
nes acerca del concepto del honor en los siglos xvi y xvii».
Se trata de un compendio de investigaciones sobre ese tema
central en la comedia del Siglo de Oro. No pretende ser
exhaustivo; el complejo problema del honor de nuestro tea¬
tro, afirma, requeriría la extensión de un libro. Don Américo
encuentra algunos precedentes medievales a ese concepto
del honor formulado por nuestros dramaturgos. Estas con¬
clusiones le colocan dentro del tradicionalismo pidaliano,
viendo en el moderno concepto del honor un resultado de
esa silenciosa corriente tradicional, continua y evolutiva al
mismo tiempo, un ejemplo más de esa transmisión de temas
y variantes, de la gran extensión de esa época latente de la
literatura primitiva. Pidal le proporciona la materia, la lite¬
ratura vieja, para hacer con ella europeísmo, ciencia univer¬
sal. A esta materia primitiva y anónima se refería Ortega
en 1910:

Es tan difícil de tocar esta sustancia, que precisamente a


los que antes de él (Menéndez Pidal) la trataron se debe esta
manera de ver el mundo, que yo llamaría casticismo bárbaro,
celtiberismo, que ha impedido durante treinta años nuestra in¬
tegración en la conciencia europea. Una hueste de almogávares
eruditos tenían puestos sus castros ante los desvanes del pasa¬
do nacional: daban grandes gritos inútiles de inútil admiración,
celebraban luminarias que no ilustraban nada y hacían impo¬
sible el contacto inmediato, apasionado, sincero y vital con la
nueva España, con aquella otra España madre y nutriz. (Obras,
I, pág. 146.)

Pero Menéndez Pidal ha roto con todo eso; y armado con


la mejor ciencia filológica, va formando una moderna cultura
peninsular y labrando una nueva alma para España. También
Método de Américo Castro 63

Castro percibe la riqueza de esta sustancia vieja. El valor


lingüístico contenido en dos viejos pergaminos le mueve a
editar la Disputa entre un cristiano y un judío, como vimos.
El mismo criterio sigue al publicar más tarde, en colabora¬
ción con F. de Onís, la colección de Fueros leoneses. Y el
haber utilizado el manuscrito escurialense I-j-8 para la edi¬
ción de la Biblia Medieval Romanceada, se debió a su enor¬
me valor lingüístico e histórico, ya que es la versión caste¬
llana más antigua que se conserva de algunos libros bíblicos.
De este modo Castro, siguiendo paso a paso el camino tra¬
zado por su maestro, contribuye a la destrucción de ese
«casticismo bárbaro», de ese «celtiberismo» que menciona
Ortega, trazando el inventario de los valores de nuestro pa¬
sado nacional.

2) Oposición a la pura erudición. — Este nuevo método


se opone radicalmente a la pura erudición. Ortega lo expre¬
sa en una frase suya, henchida de sentido: «Ciencia no es
erudición, sino teoría»^. A esos falsos pozos de ciencia se
refería irónicamente al motejarlos de «almogávares erudi¬
tos». Ante un nuevo libro eruditísimo de Menéndez Pelayo,
el mismo Ortega sugiere sarcásticamente que al margen del
último folio habría que escribir: «¡¡Non multa sed multumü»
(Op. cit., I, pág. 142.) De ahí la oposición que Ortega y Castro
establecen entre el científico Menéndez Pidal y el erudito
Menéndez Pelayo, si bien la acusación de «mero erudito»
contra Menéndez Pelayo pecaba de disparatada, fácilmente
comprensible en dos espíritus juveniles llenos de entusiasmo
intelectual reformador.
Son frecuentes los dardos de don Américo contra esa
pseudociencia de la pura erudición. En el conocido artículo

26 J. Ortega y Gasset, Obras, III (1957), pág. 516.


64 A. Castro: visión de España y de Cervantes

«El movimiento científico en la España actual», tres críticos


notorios de su tiempo reciben sus más directos ataques:
Emilio Cotarelo, Adolfo Bonilla y Julio Cejador. Cataloga a
Cotarelo de «pésimo editor de las obras de Lope de Vega y
narrador vulgar de varios episodios literarios». {Art. cit.,
página 195.) Refiriéndose a Bonilla, escribe: «Es lamentable
que un investigador tan valioso haya dispersado sus fuerzas
por dominios tan inusitadamente amplios y heterogéneos.»
(Ibid., pág. 196.) Y considera la Historia de la literatura es¬
pañola de Julio Cejador como «obra disparatada, copia cíni¬
ca y sin la menor crítica de cuantos libros han pasado por
manos del autor». {Ibid.) El mismo Ortega —discípulo de
Cejador en el Colegio de Jesuitas— se adhiere a Castro en
estos ataques; y en su artículo «Observaciones», aparecido
en El Imparcial el 25 de marzo de 1911, critica particular¬
mente la masa bruta de noticias acumuladas por el señor
Cejador. Y, refiriéndose a la edición del Quijote de Francisco
Rodríguez Marín, Castro alaba el trabajo en líneas generales,
pero ataca particularmente el estilo, a veces difuso, y el
voluntario alejamiento de los métodos de la investigación
literaria y filológica.
En los esbozos publicados en Lengua, enseñanza y litera¬
tura (1924), frecuentemente reanuda don Américo sus golpes
contra esta ciencia sin método, la pura erudición. Alude des¬
pectivamente a la «chabacanería semierudita» dominante, a
la «ñoñez erudita», a esos «eruditos tocados del polvo, llama¬
do venerable, de los archivos». En el capítulo titulado «La
crítica filológica de los textos», lamenta, entre otras cosas,
la falta de ciencia histórica en España desde el siglo xix. Por
ciencia histórica entiende la filología. Esta carencia ha origi¬
nado la gran pobreza de ediciones críticas entre nosotros. Se
han desconocido los métodos de investigación que han mar¬
cado el renacimiento de la filología clásica primero y de las
Método de Américo Castro 65

filologías románica y germánica después. «Nuestro siglo xix


—escribe— ha estado fuera de este movimiento por el atraso
de la lingüística y de la técnica histórica en España, y así
nuestras ediciones se caracterizan, en general, por esas dos
notas de incuria o diletantismo» Cita varios ejemplos: «Un
caso típico de edición moderna hecha sin método lo ofrece
la monumental publicación de las comedias de Lope realiza¬
da por la Academia Española y encomendada a don Marce¬
lino Menéndez y Pelayo... Sus ediciones llevan la huella del
más profundo descuido.» {Op. cit., pág. 183.) Y en la nota 1
de la página 190 añade, refiriéndose a dicha edición:

Los tomos que la Academia Española ha añadido a la edi¬


ción de Menéndez y Pelayo contienen un texto aún mil veces
peor; y, claro está, sin las admirables introducciones del maes¬
tro. El señor Cotarelo es quien corre con este trabajo (llamé¬
mosle así) que llena de oprobio a la Academia, ya que ella se
hace responsable de esa publicación. {Ibid., pág. 190.)

En el Homenaje a don Marcelino Menéndez Pelayo (1937),


Castro contribuye con un discurso Es un público recono¬
cimiento de los valores del gran sabio y, a la vez, una crítica
de algunas producciones suyas, víctimas del ambiente inte¬
lectualmente pobre de aquella España finisecular y de su
falta de método. Con el ridículo mote de «polígrafo», don
Marcelino perdió energía y tiempo sacrificando «su valiosa
actividad a cuestiones ociosas, arrastrado por un ambiente
frívolo y gritón, que solicitaba dramatismo polémico en tor¬
no a las investigaciones históricas» De ahí que su obra
juvenil sobre los Heterodoxos fuera una pérdida de tiempo.

27 A. Castro, Lengua, enseñanza y literatura, Madrid, Imprenta Clá¬


sica Española, 1924, pág. 179.
28 Boletín de la Academia Argentina de Letras, V (1937).
29 A. Castro, «Homenaje a don Marcelino Menéndez y Pelayo»,
BAAL, V (1937), pág. 457.

AMÉRICO CASTRO. — 5
66 A. Castro: visión de España y de Cervantes

El mismo juicio le merece la Ciencia española. Sobre la His¬


toria de las ideas estéticas dice Castro: «Alguien hubiera de¬
bido advertir a don Marcelino que su Historia de las ideas
estéticas era un centón de noticias, una juxtaposición de
fragmentos, valiosos sin duda, pero carentes de norte y uni¬
dad». {Op. cit., pág. 459.) Y sobre su carencia de método
añade a continuación: «Menéndez y Pelayo no poseía una cul¬
tura teórica, rigurosa. Se había ido formando al azar de sus
inmensas lecturas.» (Ibid.) Falta, pues, de amplitud, miope
visión de erudito, con un culto morboso de la «biblioteca»,
víctima, en fin, de la estrechez de su tiempo.
En los esbozos pedagógicos: «La organización de la Fa¬
cultad de Letras», «La enseñanza de la lengua y literatura
españolas» y «Nota adicional sobre las Facultades de Letras»,
Castro describe con amargura el desolador espectáculo que
ofrecen nuestra enseñanza secundaria y superior. Entre las
múltiples causas señala —al igual que Ortega— dos deficien¬
cias: la del profesorado y la de los métodos pedagógicos. No
se cultiva la verdadera ciencia, sino el memorismo y el ver¬
balismo hueros, la fácil erudición. La enseñanza así es absur¬
da, fundamentalmente oral, abstracta y formalista, de una
vacuidad grotesta y de una pueril mezcolanza de materias.
Falta un sistema pedagógico riguroso que invite al trabajo
«personal» y verdaderamente científico. Aboga por un cam¬
bio urgente, particularmente en las Facultades de Letras;
pero «la incultura nacional, la rutina y los intereses creados
en torno a los libros de texto hacen difícil una eficaz refor¬
ma»^®. Las mismas deficiencias volverá a mencionar en 1971:
«En la España de Cervantes, como en la de mi juventud, en
la Universidad se cultivaba poco el saber por el saber; la
finalidad perseguida era lograr un título que permitiera si-

30 A. Castro, Lengua, enseñanza y literatura, pág. 239.


Método de Américo Castro 67

tuarse socialmente como abogado, médico o en alguna otra


profesión» Y, finalmente, una vez descritos en detalle sus
infructuosos esfuerzos por una reforma universitaria. Castro
termina desesperanzado: «Así acaban las pequeñas Memo¬
rias de uno que quiso arreglar la Facultad de Letras de Ma¬
drid y perdió miserablemente el tiempo»

3) Visión sintética. — El nuevo método, como hemos vis¬


to, se opone de lleno a la erudición, a esa visión minuciosa
y de cortos horizontes. De ahí que don Américo postule una
visión universal, global y sintética como exigencia de la cien¬
cia moderna. Esta falta de universalismo será el motivo de
su oposición radical a muchas obras de Menéndez Pelayo.
En el discurso-homenaje antes mencionado dice a este res¬
pecto:

Sobre ninguno de los «grandes» nos dio (don Marcelino) un


estudio sintético... Le encantaban los trabajos de aproche, el
manejo de grandes cúmulos de erudición, de ediciones, de refe¬
rencias, y ello sin tasa y sin margen. O también era muy dado
al discurso breve y exquisito, anticipo de lo que nunca había
de hacer in extenso. No poseyó en rigor una concepción cen¬
tral, sistemática, una idea de la literatura española bien traba¬
da y abarcada de sus antitéticos rasgos que fuera realizando
en sus trabajos parciales. Le divirtió con exceso el juguete bi¬
bliográfico, el formar biblioteca propia, que incita quizá a usar
la pluma en la dirección que marcaba arbitrariamente el volu¬
men peregrino (como entonces decían) que llegaba a las manos.
Algo de intoxicación de lectura ^3.

31 A. Castro, «Cómo veo ahora el Quijote», pág. 92.


32 Lengua, enseñanza y literatura, pág. 258. Años más tarde, refi¬
riéndose a este librito, confesará don Américo: «Lo escribí en un mo¬
mento de mal humor.» (Nicolás Marín, «Palabras de don Américo»,
Insula, núms. 314-315 [1973], pág. 11.)
33 A. Castro, «Homenaje a don Marcelino Menéndez y Pelayo»,
BAAL, V (1937), págs. 460-61.
68 A. Castro: visión de España y de Cervantes

En los breves párrafos «In memoriara» a la muerte de


Antonio G. Solalinde, el mismo Castro lamenta los esfuerzos
que dicho medievalista malgastó en sus principios antes de
llegar al ambiente de la filología del Centro de Estudios His¬
tóricos y ser iniciado por el maestro Menéndez Pidal. «Se
había ocupado —escribe— en asuntos que nada tenían que
hacer con la imiversidad o la ciencia» Y uno de los requi¬
sitos para lograr la reforma de la enseñanza en España, por
la que aboga en Lengua, enseñanza y literatura, ha de ser la
imposición de esa visión sintética y global en estudios y en
exámenes. Trabajo personal y meditado, con dominio cum¬
plido de las técnicas históricas y filológicas.
Este método amplio y universal se percibe en toda su
obra. Para él es imposible estudiar un autor, una obra par¬
ticular o una faceta aislada sin proyectar una visión panorá¬
mica, lo más total y comprensiva posible. Necesita poseer
una perspectiva científica. En su edición crítica de El Buscón
reconoce la conveniencia de situar esta obra dentro de un
estudio global de Quevedo; pero, debido al excesivo número
de páginas que ello supondría, prefiere publicar en un segun¬
do volumen todo lo que allí se ve obligado a omitir. Tal volu¬
men no apareció nunca. Su ensayo sobre el honor no es,
según su estimación, un trabajo definitivo, sino simplemente
un conjunto de observaciones preparatorias para un «estu¬
dio general» sobre el honor en nuestro drama, que quizá él
mismo pueda hacer un día. Es que, escribe, «una investiga¬
ción acerca del honor en la literatura española no tendría
pleno valor científico si no va encuadrada dentro de una
historia general del honor» y, siguiendo este método, su
estudio sobre Teresa la Santa es una visión histórica de los

34 A. Castro, «In memoriam», BAAL, V (1937), pág. 345.


35 Semblanzas y estudios españoles, pág. 357.
Método de Américo Castro
69

diversos movimientos religiosos de su tiempo. En «El movi¬


miento científico en la España actual» intenta ser compren¬
sivo en principio. Y, fiel a su método, hasta emite juicios
(en general acertados) sobre hombres de ciencia en camp>os
que, según propia confesión, están fuera de su competencia.
Una omisión difícilmente excusable —aunque sí comprensible
por su espíritu laico— encontramos en esa visión global del
resurgimiento intelectual de la España moderna: el olvido
total de lo que la inmensa producción teológica, apologética,
mística y crítica religiosa (siempre floreciente en España)
supone en favor o en contra de ese movimiento científico que
pretende hacer visible. El silencio de Castro es total, y no
confiesa si por falta de competencia propia o por tratarse de
materias no integrables, según su opinión, dentro del campo
de la auténtica ciencia.
Muchas de sus conferencias y artículos poseen el carác¬
ter de esbozos, de panoramas amplios. Son guiones comple¬
tísimos, que prefiguran las extensas páginas de un libro. Por
vía de ejemplo podemos mencionar: «Perspectiva de la novela
picares» 36. Igualmente su ensayo sobre el honor, y el estu¬
dio sobre «Don Juan en la literatura española», impreso en
Conferencias del año 1923, en Buenos Aires.
Su traducción, bastante libre y reformada, de la Vida de
Lope de Vega, de Hugo A. Rennert (1919), no aspira a ser
un estudio profundo y completo de Lope y su obra; es un
toque de llamada, una presentación de selecciones y aspectos
lopescos que «puedan servir de aliciente para emprender más
amplios estudios de esos poemas y novelas», dice en la «Ad¬
vertencia» introductoria. Ya anteriormente declara que el
señor Rennert ha aprobado y autorizado la introducción de

36 Cf. Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento


de Madrid, XII, núm. 46 (1935), págs. 123-43.
A. Castro: visión de España y de Cervantes
70
profundas modificaciones y numerosos acrecentamientos en
su libro, propuestos por el mismo Castro. Es una obra que
aparece con defectos de método, confiesa don Américo. «Una
vida de Lope, escribe, debería contener un estudio metódico
del ambiente de la época y un fino análisis de la formación
espiritual del artista» Una reforma tal hubiera exigido
rehacer totalmente el libro.
Pero el ejemplo más patente de este aspecto metódico
lo ofrecen sus obras cumbres. Ya los títulos mismos anun¬
cian la amplitud de visión. El pensamiento de Cervantes aspi¬
ra a ser un estudio sintético ideológico del autor del Quijote.
En la «Introducción» misma lamenta la falta de esta visión
global en los estudios sobre Cervantes. Estas son sus pala¬
bras: «De hecho no encontramos libros cervantinos de con¬
junto análogos a los que aclaran la vida y el arte de Dante
o de Shakespeare, ni en número ni en calidad» Y en la
página siguiente insiste de nuevo sobre dicha diferencia.
«En España no existe ningún libro de conjunto sobre Cer¬
vantes. Los que existen son extranjeros.» (Op. cit., pág. 8.)
Termina dicha «Introducción» preguntándose si no será hora
de intentar un estudio concordado de las obras de Cervantes,
serenamente, sin prejuicios y con un propósito bien definido.

4) Esfuerzo y constante corrección. — En 1948 aparece


la primera edición de su obra histórica cumbre, España en
su historia, obra voluminosa y de altas aspiraciones. Repre¬
senta un gigantesco esfuerzo de interpretación de la historia
nacional. Castro intenta descubrir cómo se formó y se des¬
arrolló lo que denomina la «forma hispánica de vida». Seis
años más tarde (1954) aparece una segunda edición, reno-

n A. Castro, La vida de Lope de Vega, de H. A. Rennert, Madrid,


Imprenta de los Sucesores de Hernando, 1919, pág. vi.
38 A. Castro, El pensamiento de Cervantes (1925), pág. 7.
Método de Américo Castro 71

vada y ampliada, con un nuevo título: La realidad histórica


de España. Pero no para ahí: en 1962 publica una tercera
versión con contenido nuevo, ordenado y matizado en nueva
forma. Finalmente, en 1966, edita nuevamente su obra, con
una amplia introducción escrita un año antes. Es verdad que
los ataques y crítica de la polémica levantada en torno a sus
ideas histórico-literarias han tenido mucho que ver en esta
serie ininterrumpida de cambios, adiciones y mutilaciones;
pero no cabe duda de que este constante trabajo de revisión
y rectificación a que somete sus obras explica el método de
inquietud intelectual que caracteriza su producción toda.
El mismo fenómeno observamos en otras obras suyas:
La peculiaridad lingüística rioplatense (1941) aparecerá en
1961, en una segunda edición «muy renovada». Su segundo
libro cervantino. Hacia Cervantes, publicado en 1957, será
reeditado en 1960 en «edición revisada», y en 1967, en una
tercera edición «considerablemente renovada». De la edad
conflictiva sale a luz en 1961, y dos años más tarde, en 1963,
aparece en una segunda edición «muy ampliada y corregida».
Una tercera aparecerá finalmente en 1972, igualmente some¬
tida a ampliaciones y correcciones. Como último ejemplo, su
obrita Origen, ser y existir de los españoles, publicada en
1959, sufre una renovación total en su reedición de 1965:
nuevo título {Los españoles: cómo llegaron a serlo), nuevas
páginas y reducción de otras a fin de evitar dificultades de
comprensión.
Frecuentemente su mente de pensador sistemático percibe
perspectivas desconocidas y visiones más amplias; y, a se¬
mejanza de Ortega, promete al lector segundas partes y hasta
nuevos libros, que completen y unlversalicen; pero esas obras
jamás aparecerán, permaneciendo en la región de los meros
posibles. En las primeras líneas de De la edad conflictiva nos
da un ejemplo de esas promesas de universalismo: «Reduzco
72 A. Castro: visión de España y de Cervantes

considerablemente en este libro lo que sobre el mismo tema


esperO' decir algún día en una obra extensa acerca de la lite¬
ratura española en los siglos xvi y xvii» Y en los primeros
párrafos de La peculiaridad lingüística rioplatense declara
que esas páginas son una introducción a lo que debiera ser
un libro sobre la lengua en la Argentina.

5) Filología como europeización.— Tanto Ortega como


Castro, al enfrentarse con la palabra «europeización», hacen
notar que fue don Joaquín Costa quien la lanzó por primera
vez en el umbral de la España moderna. Se trata de una
palabra respetable, fecunda y del todo acertada para formu¬
lar el problema español. Ortega intenta definir su significado
en el artículo «Asamblea para el progreso de las ciencias»
La herencia que hemos recibido de nuestros mayores ha sido,
según él, falta de precisión y método. Esto ha creado un
desnivel entre Europa y España, que se ha de rectificar por
medio de la europeización. Para comprender el alcance de
esta palabra hay que definir a Europa. Europa es ciencia
para Ortega, y ciencia es investigación incorporada en una
teoría universal. Frente a otros programas de europeización,
prescribe una fórmula; «Si queremos cosechas europeas, es
menester que nos procuremos simientes y gérmenes eu¬
ropeos.» (Op. cit., pág. 103.) La ciencia es la única garantía
de supervivencia moral y material en Europa. Y España
necesita ciencia desesperadamente si no quiere continuar
inscrita en el libro negro de Europa.
El epílogo del discurso —ya varias veces citado— de Fede¬
rico de Onís es una fogosa llamada a la europeización. Aboga
por un «internacionalismo», que va a ser el carácter de la

39 A. Castro, De la edad conflictiva, Madrid, Taurus, 1961, pág. 21.


w El Imparcial, 27 julio 1908; Obras, I, págs. 99-110.
Método de Américo Castro 73

nueva Era, un vivir con la mente puesta en Europa y el cora¬


zón en España. La decadencia y consunción de la cultura
nacional radican en aquello de que España careció: el espí¬
ritu y ciencia modernos. Y esto es precisamente Europa.
Esta europeización se opone a extranjerización. Lo extran¬
jero es lo que separa a los pueblos modernos, y lo europeo,
es decir, la cultura moderna, es lo que los une. Si cultura es
una entrega espiritual de unas generaciones a otras, ese lazo
que nos une con el pasado y con el porvenir, es al mismo
tiempo la comunión espiritual con otros pueblos. «Cultura
moderna, añrma, es la civilización europea...; y en ser eu¬
ropeos ha de estar puesta nuestra mira y nuestro anhelo.»
(Op. cit., pág. 108.) En este afán de europeización hemos
de evitar todo espíritu de servil imitación de lo extranjero,
enteramente vano e infecundo. «Seamos españoles, termina,
pero pongamos nuestro esfuerzo en apropiamos la esencia
de la civilización europea.» (Ibid.)
Este programa de europeización así propuesto a la Espa¬
ña universitaria ya había sido formulado anteriormente por
Ortega en varios de sus artículos aparecidos a partir de 1908,
y en términos idénticos. Cómo Castro se inserta en este triun¬
virato, ya lo hemos visto en la polémica de 1909 entre Ortega
y Unamuno. Frecuentemente ataca don Américo la noción
de «castizo» embrollada por Unamuno en su ensayo En torno
al casticismo, e igualmente el concepto de «intrahistoria»,
mientras España carecía de la riqueza cultural de Europa.
Lo cataloga de «amargo nihilista», desafecto a la novedad.
«Su nihilismo cultural, escribe, su desestima del progreso,
insincera en su raíz, acabó por convertirse en epidermis, o
en perñl de su propia alma» De ahí que, «nacido y crecido
entre insignificancias, Unamuno, lo mismo que otros espa-

41 La realidad histórica de España (1966), pág. xviii.


74 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ñoles no resignados a vivir a ras de vulgaridad, se encas¬


tilló en la fortaleza de su 'intrahistoria'.» {Op. cit., pág. xix.)
Y, finalmente, afirma en Los españoles: cómo llegaron a serlo
(pág. 283) que Unamuno, poco amigo de «europeizar» a sus
compatriotas, anhelaba más bien «hispanizar» a los europeos.
A este «europeísmo» aludirá Castro años más tarde: «Dicen
que éramos la anti-España, pero lo que queríamos era traer
las cosas de Europa»'*^.

6) Laicismo. — Entre las tesis más típicas del Ortega


joven está la muerte irremediable de la religión como acti¬
vidad culta. Según su maestro Cohén, la religión tuvo su
función cultural hasta que la ética racional la sustituyó. Esta
idea es asimilada por Castro y condiciona sus escritos hasta
el punto de que siempre acentuará el aspecto laico de la cul¬
tura española. La edición de la Biblia medieval romanceada,
llevada a cabo en el Instituto de Filología de Buenos Aires,
fue motivada, nos dice Castro, no por razones bíblico-religio-
sas, sino por «el enorme valor histórico y lingüístico» de
dicho manuscrito, que representa una de las versiones caste¬
llanas más antiguas de la Biblia.
Este laicismo resalta igualmente en los escritos suyos que
rozan el tema erasmiano. Según don Américo, ya en la Uni¬
versidad había aprendido de Menéndez Pelayo que Erasmo
era un «heterodoxo», un espíritu marginal; pero no le agrada
esa concepción de la historia, ya que toda personalidad emi¬
nente ha de ser considerada en una serie de armonías, en¬
granadas de modo razonable. «Decir que un escritor es hete¬
rodoxo, escribe, y pretender hacer a base de tal concepto

‘*2 Nicolás Marín, «Palabras de don Américo», Insula, núms. 314-


315 [1973], pág. 11.
Método de Américo Castro 75

obra histórica, es perfectamente imposible»"*^. La piadosa


reflexión puede juguetear con tal califlcativo, pero no así
la historia, que, como verdadera ciencia, ha de considerar los
fenómenos bajo normas y sentidos históricos. Y lamenta la
falta de un capítulo, en las historias literarias, que hable de
Erasmo, de sus ideas, concepción de la vida, temas, estilo
e influencias Tan enorme ha sido la influencia de Erasmo
que, sin él, el siglo xvi habría sido otra cosa en Europa. De
ahí que sea totalmente pueril hablar de él desde el punto de
vista clerical o anticlerical, como se ha venido haciendo en
España. Y, ante la gran aceptación de Erasmo por la España
intelectual y alejada de las querellas religiosas, recuerda
aquel dicho tan popular como signiñcativo: «Quien habla
mal de Erasmo, o es fraile o es asno.» Muertos el arzobispo
Fonseca (1534) y el inquisidor general Manrique (1538), la
España del siglo xvi sufre un quiebro. El pueblo y lo más
popular de la religión, la orden franciscana, evocan el espec¬
tro de Torquemada. Es el imperio de la tradición y el vulga¬
rismo sobre la razón y el espíritu científico de los principios
del Renacimiento. Consecuentemente se inicia una persecu¬
ción contra las obras de Erasmo. Se suprimen sus libros en
romance y se espurgan y castigan sañudamente sus edicio¬
nes en latín; párrafos tachados con tinta corrosiva, páginas
recubiertas con hojas pegadas mediante un engrudo indespe-
gable, páginas y páginas arrancadas de cuajo. Esto ha hecho
que las traducciones primeras de Erasmo carezcan de valor
crítico para conocer su pensamiento. Pero, para Castro, la

43 A. Castro, Santa Teresa y otros ensayos, Madrid, Historia Nueva,


1929, pág. 155. ... -j
44 Esto lo escribía Castro en 1929. Años más tarde sugerirá la idea
a su amigo Marcel Bataillon, quien emprenderá la ardua empresa,
fruto de la cual ha sido la importante obra Erasmo y España, Méxi¬
co, 1950.
76 A. Castro: visión de España y de Cervantes

lengua ostenta valores especiales, rasgos de muy peculiar


estilo, por ser reflejos del español de principios del siglo xvi,
todavía con supervivencias medievales. Es una mezcla armó¬
nica de amplitud, elegancia y gracias antiguas con el sentido
vivo del Renacimiento.
Reflriéndose al pensamiento, don Américo tiene particular
interés en subrayar que Erasmo fue, ante todo, un humanis¬
ta. Pero «lo imperdonable es que el alejamiento intelectual
de muchos modernos hace que se venga dando al término
'humanista' un sentido bastante superflcial y exterior». (Op.
cit., pág. 171.) El humanismo poseía un espíritu declarada¬
mente laico. Representaba un corte tajante con ese diálogo
apasionado con la divinidad, acerca de la eternidad de la otra
vida y de la fugacidad de la actual, que pasa como sombra.
Los humanistas intentaban crear un nuevo tipo de ser «hu¬
mano» mediante las notas permanentes y universales que
la cultura iba descubriendo ya en la antigüedad clásica, ya
en el mundo moderno. Se complacían, en fin, en demostrar
la grandeza del hombre. De ahí que, para Erasmo, hasta las
grandes personalidades de la antigüedad pagana fueran me¬
recedoras de prestigio, veneración y santidad. Este laicismo
erasmiano hacía vociferar a los teólogos de Valladolid en
1527, ya que el erasmismo llevaba a la descatolización. Y
San Ignacio arrojaba con disgusto el Enquiridion, porque su
lectura le enfriaba la fe. Es que Erasmo poseía un concepto
de religión totalmente moderno. Aspiraba a un cristianismo
en armonía con la actitud científica del hombre inteligente
y con el libre ejercicio de la religión. Finalmente, refirién¬
dose a la gran influencia del humanista holandés, subraya
Castro que Erasmo ha movilizado toda la cultura del Rena¬
cimiento. Con respecto a España, hace notar que ha sido éste
uno de los países más estremecidos por sus gérmenes más
eficaces. En nuestro siglo xvi la huella de Erasmo se percibe
Método de Américo Castro 77

no sólo en los erasmistas declarados, sino también en mani¬


festaciones literarias como la novela picaresca, en escritores
religiosos como Fray Luis de Granada y Fray Luis de León,
entre otros; en los folkloristas y, en fin, en cuantos ro2:aron
temas nacidos al calor del Renacimiento^.
Este laicismo metódico de Castro se percibe más clara¬
mente aún en el ensayo «La mística y humana feminidad de
Teresa la Santa». El acercamiento a sus escritos es exclusi¬
vamente histórico y literario.

Ni clínica, ni empíreo —comienza diciendo—. Teresa de Ávila


suele ser llevada de uno a otro recinto, siempre envuelta en
aureolas mágicas... Que Jesús o Bros fuesen los demiurgos de
la obra teresiana, tal vez no sea indiferente desde ciertos puntos
de vista; en lo que atañe a la consideración histórica y litera¬
ria de los escritos de la Santa, el resultado es el mismo. Posesa
de divinidad o de neurosis, nuestra mística carece aún de claro
y sereno emplazamiento entre los valores que integran la histo¬
ria de la civilización hispánica. (Ibid., pág. 9.)

Y don Américo va a intentar poner de relieve los valores


culturales de la obra teresiana. Está particularmente intere¬
sado en el momento de la historia literaria; por eso prescin¬
dirá del contenido teológico-doctrinal de los escritos de la
Santa y considerará la actitud mística en tanto que fenóme¬
no humano. «Lo esencial, escribe, es que Eckart, Juan de la
Cruz, Teresa de Ávila y otros con ellos, produjeron sumas
de arte, crearon estilos, influyeron en la sensibilidad.» (Ibid.,
página 10.)

45 Esta concepción laica del humanismo y erasmismo fue recha¬


zada por Bataillon en Erasmo y España. El erasmismo, según Batai-
llon, fue en España un movimiento fundamentalmente religioso. La
tesis del hispanista francés movió a don Américo a un nuevo estudio
del tema, y de ahí a la radical evolución que luego estudiaremos.
78 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Es de lamentar que la Santa de Ávila, tan celebrada um¬


versalmente, tenga como principales lectores a gente devota,
a teólogos eruditos o a buscadores de anormalidades ner¬
viosas.
Se olvida en el caso de Santa Teresa que la historia de Espa¬
ña ha recubierto a veces con el velo del particularismo religioso
temas y modalidades llenos de más amplia trascendencia. En
bastantes obras de la época clásica, la materia artística aparece
involucrada con elementos ajenos al arte. (Ibid., pág. 11.)

Y, en un recorrido histórico, Castro culpa al «abuso indis¬


creto de la dictadura teológica» de que, en los siglos xvii y
XVIII particularmente, nos quedásemos vacíos de nuevas sus¬
tancias de cultura y de que, así como los alfileres y el cristal
de La Granja, del mismo modo las ideas mostraran un aire
extranjerizo. Años más tarde, leyendo entre líneas, don Amé-
rico intuirá la descendencia judía de la Santa (como la de
Luis Vives y Diego de Valera) por motivos internos de estilo
y expresión. Ello le lleva a escribir:

Teresa de Jesús enñló hacia Dios su angustiada conciencia,


y los teólogos dirán lo que así averiguara sobre el último de
los problemas. Para nosotros, interesados en lo finito, es inne¬
gable que su busca ansiosa, y su estar en esa busca, acontecie¬
ron en la soledad de su tiempo, y permitieron a Teresa descu¬
brir zonas de vida, habitables ahora para los buscadores de
bellezas humanas ^6.

^ A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 212. Sobre el origen con¬


verso de Santa Teresa, ver; N. Alonso Cortés, «Los pleitos de los Ce¬
pedas», Boletín de la Academia Española, XXV (1946), pág. 85-110;
H. Serís, «Nueva genealogía de Santa Teresa», NRFH, X (1956), pági¬
nas 365-384; F. Márquez Villanueva, Espiritualidad y literatura, Ma¬
drid, Alfaguara, 1%8; J. Gómez-Menor Fuentes, El linaje de Santa Te¬
resa y San Juan de la Cruz, Toledo, 1970.
Método de Américo Castro 79

Una de las características de las obras literarias españolas


es su integralismo. Se pueden parangonar con Las Meninas,
donde el artista se ha complacido en llevar al lienzo su pale¬
ta y caballete y hasta los curiosos que asoman por el estudio.
Las obras de la Santa abulense participan de este integra¬
lismo. Poseen valores ascéticos y religiosos, sí, pero son ade¬
más reflejos de otros fenómenos valiosos del siglo xvi. «Bajo
el aspecto biológico (que es lo que interesa a Castro), los
libros de Santa Teresa pueden ser mirados como el tipo más
completo del lenguaje familiar de Castilla» Sencillez y cla¬
ridad estilísticas son sus condiciones distintivas. Su prosa
castiza y llana es el habla del pueblo castellano. De ahí que
los estudios más valiosos y útiles consagrados a la Santa
sean los que muestren interés ya por el aspecto histórico de
la mística, ya por una interpretación puramente fllológico-
literaria. La historia literaria ha de huir tanto del empíreo
como de la fisiología. Ha de circunscribirse a la zona huma¬
na y clara del arte.
Finalmente, se detiene a analizar la técnica teresiana de
I «confesión lírica y subjetiva». Considera en particular el fenó-
[ meno de la transverberación, ya que «al mito del milagro
I se ha respondido con la crudeza de la fisiología» {Op. cit., pá¬
gina 53), en su afán de interpretación, llegando a ver en el
dardo lacerante un mero eco de anhelos sexuales no satis¬
fechos sino de esa forma subconsciente. Pero la fina violencia
lírica y romántica de la descripción de dicho fenómeno hará
que este y otros pasajes de la obra teresiana se incorporen
a la historia del arte literario más puro y desinteresado. Esta
técnica de literatura a base de análisis íntimos que abundan
en Santa Teresa ha sido finalmente llamada por Vossler
«Wohlerzogenheit» literaria. Por eso Castro percibe en la

I
A. Castro, Santa Teresa y otros ensayos, pág. 14.
80 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Santa castellana gérmenes de una Mme. de Lafayette y de


una Mme. de Sévigné. Sin su obra, concluye, faltaría una
rueda importante en la literatura europea
En su estudio sobre «El problema histórico de La Celes-
tina», se esfuerza en subrayar todos los elementos renacen¬
tistas contenidos en esta obra maestra. Estas páginas de don
Américo aspiran a ser un golpe seco al artículo Gibt es eine
spanische Renaissance?, del profesor alemán señor Klempe-
rer, publicado en la revista Logos, en 1927. Al parecer, este
profesor de Dresde ataca a Castro por haber hecho de Cer¬
vantes, en su libro El pensamiento de Cervantes, un espíritu
tocado por la sustancia renacentista. Para Klemperer, que
sigue a Heinrich Morf, España no participó de ningún Rena¬
cimiento, España no es un país europeo, España es África,
y nada más. Con ñnísima ironía. Castro se pregunta qué
entiende el señor Klemperer por Africa: «Porque si África
se reñere en este caso a la cultura islámica, escribe, entonces
nos encontramos con una civilización que en el siglo x, y en
Córdoba, era la única que realmente existía en Europa. Mas
para Klemperer, Africa no es Averroes, ni Algacel, ni la mate¬
mática, ni la astronomía, ni la arquitectura»Y alude a que,
cuando estudiantes alemanes vienen a España, dicho profe¬
sor les aconseja que no visiten el Museo del Prado para que

A este espíritu o método laico podemos atribuir, sin duda, el


hecho frecuentemente observable a lo largo de la obra de Castro de
erdtar títulos o nombres de una manera o de otra en conexión con la
religión, siempre que le sea posible. Si de Santa Teresa y otros ensa¬
yos pasa a Teresa la Santa... (en la 2.” edi., 1971), son muchísimos los
casos en que hablará de Teresa de Jesús o Teresa simplemente, de
Ignacio de Loyola y hasta de Juan de Avila, «hoy merecidamente ca¬
nonizado por la Iglesia», según don Américo. Igualmente se observan
casos de eliminación frecuente de títulos eclesiásticos, como Fray,
Sor o Padre.
A. Castro, «Sobre el Renacimiento en España», La Nación, 20 de
enero de 1929, pág. 15.
Método de Américo Castro 81

no se formen una idea errónea de España. Al llegar a Garci-


laso en sus clases de literatura, dice a sus estudiantes que
Garcilaso no es español, que quiso «escapar a lo español».
Y al tratar el tema del Renacimiento, se abstiene sagazmente
de mencionar La Celestina. Y, un tanto irritado por la vulgar
actitud y por la ignorancia de tan resentido ñlólogo. Castro
va a poner de relieve todos los elementos que hacen de La
Celestina una obra renacentista.
Uno de ellos es la «gran profanidad» que respiran las pági¬
nas del libro de Rojas, y que lleva a Calisto a deducir la
magnificencia divina de ese contemplar la faz perfectamente
bella de Melibea, creada por la Naturaleza, y a preferir la
visión arrobada del encanto melibeico a la celestial y glo¬
riosa del otro mundo. Y, aludiendo concretamente a esa pro¬
fanidad o laicismo, escribe; «La Celestina es obra laica si
las hay; su filosofía moral descansa sobre las ideas que en
torno al mundo, la naturaleza y lo divino circulaban enton¬
ces en los medios humanísticos de la Italia renaciente»
Este laicismo le llevará a ver en Cervantes un espíritu
naturalista y laico en sus conceptos de religión y moral, como
veremos más adelante al analizar El pensamiento. La misma
actitud crítica predomina en su estudio «Cómo veo ahora el
Quijote» (1971). Al ver en el último capítulo de la primera
parte del Quijote una alusión y crítica a las patrañas de dos
moriscos que ocasionaron la creencia en el Sacromonte de
Granada, don Américo constata a renglón seguido:

50 Santa Teresa y otros ensayos, pág. 204. El profesor Otis H. Creen


(apoyado en Leo Spitzer, «Zur Celestina», ZRPh, L [1930], págs. 238-39)
disiente de esta interpretación de Castro. Para él, esa «Naturaleza» a
que alude Calisto no es la renacentista (idem est natura quod Deus),
sino la Natura naturans, vicaria, causa secunda de la creación, esen¬
cialmente subordinada al poder y providencia de Dios. (Otis H. Creen,
Snain and the Western Tradition, II [Madison, Univ. of Wisconsin Press,
1964], págs. 76-77.)

AMÉRICO CASTRO. — 6
82 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Me apresuraré, tras decir claramente lo expresado con tanta


cautela por Cervantes, que mi problema es de intelección lite¬
raria e histórica, y que no me propongo desacralizar el Sacro-
monte granadino, ni privar a Granada —bella entre las bellas—
de una fe y de un culto de hace casi 400 años 5i.

Finalmente, el hecho de silenciar por completo, como


vimos, la contribución teológica y religiosa a la ciencia espa¬
ñola en su artículo «El movimiento científico en la España
actual», pudiera atribuirse al mismo laicismo personal suyo.
Únicamente al hablar del pensamiento filosófico en la España
moderna alude a que estos estudios están atravesando una
honda crisis en nuestro país, y culpa a la vana palabrería
y a la «barbarie clerical» de este estado decadente. Su méto¬
do ha de soslayar todo elemento confesional y religioso; ha
de ser rigurosamente científico y, como tal, laico y desinte¬
resado.

CONCIENCIA DE CAMBIO

Al analizar las características integrantes del método de


Castro, mencionamos la visión sintética, el esfuerzo y cons¬
tante corrección, junto con la crítica adversa, para explicar
la serie de cambios, adiciones y mutilaciones a que constan¬
temente ha sometido su obra. Su afán intelectual ha hecho
que su pensamiento esté expuesto a permanente reajuste en
búsqueda de la verdad. Su evolución ideológica ha sido ya
estudiada sucintamente por Guillermo Araya en el núm. 82
de Cuadernos Taurus, bajo el título «Evolución del pensa¬
miento histórico de Américo Castro», 1969. Después de afir¬
mar este sentido evolutivo, y cómo Castro revisa 5^^ ahonda
en la última de sus publicaciones todo lo escrito y pensado

51 A. Castro, «Cómo veo ahora el Quijote^, pág. 27.


Método de Américo Castro 83

anteriormente, Araya señala dos etapas en la obra histórica


de don Américo. La primera se define por un marcado «eu-
ropeísmo». Siguiendo los criterios de los hispanistas e histo¬
riadores anteriores y contemporáneos suyos, Castro explica
la historia y la cultura españolas aplicando los mismos mol¬
des y conceptos que al resto de los países europeos. Esto,
consiguientemente, origina una visión oscura y pesimista de
la realidad española, una vez puestos de relieve la deficiencia
y atraso de España respecto al resto de Europa. A esta etapa
alude nuestro historiador en el «Prólogo» a la edición de
1962 de La realidad histórica de España:

Mi obra hispánica aspira a ser constructiva y alentadora, en


forma distinta a como yo la concebía hace unos cuarenta años.
Intenté entonces sacar a luz lo que en España hubiese habido
de europeísmo (erasmismo, pensamiento «renacentista», ilustra¬
ción del siglo xviii), sin bucear previamente en las honduras
del sentir colectivo, sin darme cuenta de que todos continuá¬
bamos quejándonos, renegando de nuestro sino, soñándonos,
ennegreciéndonos por dentro mucho más que lo hacían las ne¬
gras leyendas; acumulando datos, ediciones, anecdotismo, o
lanzando afirmaciones de tipo sintético sin el menor fundamento
analítico. No se nos había ocurrido que, antes de nada, era
imprescindible pensarnos, dilucidar dónde, cuándo y cómo exis¬
tieron los quienes de esta historia 52.

Lo esencial era, pues, identificar a los agentes de esta


historia, revelar la realidad de los auténticos españoles.

Creíamos, continúa, que el problema consistía en utilizar los


abstractos perímetros de la vida de la cultura (Edad Media,
Prerrenacimiento, Épocas de transición, Prerreforma, Reforma,
Contrarreforma, Barroco, etc.), y no en convivir, en situarnos
en la existencia de quienes se enfrentaron con esos horizontes
de cultura —creados por ellos o por otros—, desde su espe¬
cífico funcionamiento vital. {Op. cit., pág. XV.)

52 La realidad histórica de España, pág. xiv.


84 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Y confiesa que, de haber continuado en su intento de


«europeización retrospectiva» de hace cuarenta años, jamás
habría descubierto quiénes han sido los agentes y cuáles las
circunstancias determinantes de la historia de los españoles.
Aunque productiva, esta primera etapa es la menos fecimda,
si bien encontramos obras importantes como El pensamiento
de Cervantes, 1925.
La segunda etapa va marcada por un fuerte «españolis¬
mo». España se ha de entender como fenómeno histórico
peculiar, al que es imposible aplicar las categorías de inter¬
pretación histórica de otros países europeos. España aparece
como una singularidad dentro de Europa, y solamente situa¬
dos dentro de la realidad de su historia podremos atisbar
el futuro nacional,
Araya sitúa hacia el año 1938 el momento en que hace
crisis en Castro la visión europeizante del pasado español.
El mismo don Américo alude a este fenómeno en España en
su historia. Al tratar de determinar el papel del Islam en la
historia patria, se abre esta grieta crítica en su pensamiento:

Hasta hace no muchos años pensaba sobre este punto como


todo el mundo. Cuando en 1938 escribía un ensayo sobre ciertos
problemas de los siglos xv y xvr, noté cuán difícil era introdu¬
cir lo islámico en el cuadro de la historia, o prescindir de ello,
y acabé por soslayar la cuestión indebidamente. No supe enton¬
ces cómo abordar el problema, porque aún pesaban sobre mí
los modos seculares de enfocar la historia, y la autoridad de
ciertos grandes historiadores 53.

Ese ensayo sobre los siglos xv y xvi, durante cuya gesta¬


ción comienza a vislumbrar un pasado español de contextura
interna muy distinta a como había sido tradicionalmente
soñado, fue concluido en 1939, bajo el título Lo hispánico

53 A. Castro, España en su historia, págs. 4748.


Método de Américo Castro 85

y el erasmismo, y aparecería en la RFH (1940) la primera par¬


te, y en 1942 la segunda y tercera^. En adelante irá mode¬
lando y estructurando su nueva visión histórica, a cuya luz
todo lo español cobrará claridad meridiana. Fruto de este
esfuerzo será su obra cumbre, España en su. historia (1948),
clara exposición de su «españolismo» histórico, es decir, de
su visión «no-europeísta» de España y su pasado. En 1954
aparece ima segunda edición, después de un proceso de cam¬
bios y reajustes. El nuevo título. La realidad histórica de
España, documenta una nueva voluntad de precisión. No
obstante, se mantienen básicamente las características de
la primera edición. Consciente de este proceso evolutivo de
sus ideas, ya había predicho Castro, en 1948, la posible tra¬
yectoria de este proceso al escribir:

No hemos intentado trazar una nistoria en el sentido usual


de la palabra, sino ofrecer una orientación que haga posible
escribirla algún día. Para este proyecto —o torso— de biografía
de España nos han servido aquellos fenómenos en que la for¬
ma de vida parecía expresarse más directamente: el lenguaje,
la literatura, las confesiones íntimas y cuanto se nos daba como
una estructura del fluir vital de la persona. Si nos fuera posible,
desearíamos tratar en otro volumen de cómo siguió viviéndose
y desviviéndose España en los siglos xvi y xvii, cuando las posi¬
bilidades hispánicas se universalizaron valiosamente 55.

La culminación o maduración de la doctrina fundamental


de Castro aparece en 1962, en la edición renovada de La rea¬
lidad. En el «Prólogo» considera esta obra como una PRI-

54 A. Castro, Aspectos del vivir hispánico, Santiago de Chile, Cruz


del Sol, 1949. Una última edición ha sido publicada por Alianza Edito¬
rial, 1970, precedida de estas palabras introductorias: «Accedo a la
amable sugestión de reeditarla, a fin de evitar que en el futuro fuese
reimpresa sin enmendar lo muy necesitado de enmienda.» (Pág. 7.)
55 España en su historia, págs. 634-35.
86 A. Castro: visión de España y de Cervantes

MERA PARTE, {Op. cit., pág. xxviii.) Y páginas más adelante


(213 y 251) alude a un segundo tomo de esta obra, de próxi¬
ma aparición. La «Introducción» añadida en 1965 sigue con¬
teniendo alusiones directas a esta Segunda Parte (pág. [3]),
en la que predice un estudio más completo y ampliado del
contenido de la Primera.
Si se compara la edición de 1962 con las anteriores, inme¬
diatamente salta a la vista la ausencia de los apartados lite¬
rarios que habrían sido incluidos en la Segunda Parte anun¬
ciada. Castro ofrece una exposición de sus presupuestos his-
toriográñcos con pie firme, seguro y definitivo. En la edición
posterior, de 1966, lo único que añadirá será una «Introduc¬
ción» nueva, escrita en 1965, «última piedra añadida por Cas¬
tro al gran edificio» según Andrés Amorós.
El año 1960 es para don Américo un año revelador. A él
alude varias veces como fecha decisiva, en que, quitado el
telón de la historiografía al uso, ha visto con claridad total
la estructura interior de la realidad española, que había co¬
menzado a desvelar años antes. De la edad conflictiva (1961)
y la nueva versión de La realidad histórica de España (1962)
son los exponentes de esta visión clara y total. Posteriormen¬
te, don Américo ha seguido produciendo obras que son coro¬
larios y aspectos de sus hallazgos anteriores. Estos libros
últimos no suelen ser voluminosos, y su fin primario es di¬
fundir las ideas fundamentales de las obras extensas. A este
carácter propagandista y «bolsillable» alude concretamente
en dos escritos recientes: en «La Celestina» como contienda
literaria (1965) y, más ampliamente, en Los españoles: cómo
llegaron a serlo:

56 A. Amorós, «Algunos supuestos de un prólogo: ’La realidad his¬


tórica de España’ (1966)», en Estudios sobre la obra de Américo Cas¬
tro, pág. 31.
Método de Américo Castro 87

Algunos lectores hallarán en este libro ocasionales insisten¬


cias y reiteraciones acerca de temas ya tratados en otros libros
míos. Lo he hecho intencionadamente. Los libros breves y ma¬
nejables, impresos en España, llegan a una clase de público
inaccesible para obras voluminosas, largas de leer, costosas y
publicadas en el extranjero. Tan importante como decir la ver¬
dad es difundirla 57.

Productos lógicos y consecuentes de esta evolución del


pensamiento histórico han sido sus últimos escritos sobre
Cervantes. A su nueva visión histórica responde una nueva
visión cervantina. Pero ambas visiones constituirán el tema
central de los capítulos siguientes.
No todos los castristas están de acuerdo con G. Araya en
distinguir una doble etapa, un cambio radical («evolución
copernicana», como él la llama) en la obra de nuestro histo¬
riador. Juan Marichal ha señalado la unidad y continuidad
ideológica de don Américo; «Ha de añrmarse ante todo que
en el proceso ideológico de don Américo Castro no ha habido,
pese a las apariencias contrarias, un corte o rompimiento
entre sus trabajos posteriores a 1936 y su obra anterior»
Tiene razón en parte; en sus dos épocas es constante un afán
por encontrar el principio orgánico de la historia española,
su entraña histórica nacional; pero cambia totalmente el
enfoque y el resultado de la interpretación, hasta el punto
de que el mismo Castro considera palos de ciego cosas que
antes había defendido con ardor.
Su búsqueda afanosa de la realidad española había sido
la misma antes de 1936 y después; su interrogante sobre la
identidad de lo español ha sido formulado en los mismos

57 Los españoles: cómo llegaron a serlo, pág. 7.


58 Juan Marichal, «La unidad vital del pensamiento de Américo
Castro y su significación historiográfica». Revista Hispánica Moderna,
XXI (1955), pág. 318.
88 A. Castro: visión de España y de Cervantes

términos; pero las respuestas han sido distintas. Ante el de¬


bate iniciado en el siglo xviii en torno a la aportación de
España a la cultura universal, Castro centra sus esfuerzos
primeros en una visión europeizante de España, visión tradi¬
cional (como hemos visto), que le llevará a situar las gran¬
des obras de nuestra literatura dentro de la cultura occiden¬
tal. Y a la luz de los conceptos europeos de Renacimiento,
Barroco, etc., trata de subrayar la contribución de España
a dicha cultura. Para ello pone de relieve en el Quijote, en el
Burlador, en la comedia de capa y espada, aquellos aspectos
y valores que caracterizan las corrientes literarias de la Eu¬
ropa de entonces. A la obra de Cesare de Lollis, Cervantes
reazionario, donde se ponen en tela de juicio ciertos aspec¬
tos valiosos de Cervantes como autor, responde con su obra
básica El pensamiento, situando a Cervantes y su obra den¬
tro de la Contrarreforma y del Renacimiento europeo. Lo
importante era, pues, buscar el contexto occidental de las
peculiaridades hispanas.
La experiencia amarga de la Guerra Civil, primero, y su
expatriación, después, sumen a Castro en una serie de medi¬
taciones sobre la realidad de ese pueblo llamado España,
que ha quedado allá atrás. Sus ideas anteriores le resultan
ahora insuficientes en este intento de definir lo español. Y,
apoyado en Dilthey y en Ortega, elabora una nueva concep¬
ción de la historia. Bajo esta visión historiográfica, España
y lo español se le presentan como una peculiaridad única¬
mente definible en términos propios. Años de búsqueda cons¬
tante, de investigación rigurosa sobre esta radicalidad del
«nosotros» español. El fruto sazonado serían sus escritos
históricos, ya mencionados. Dos novedades dignas de notar
representa su obra: una, por su contenido y enfoque, en di¬
vergencia radical con las interpretaciones tradicionales de
la historia de España; otra, por la divergencia respecto a la
Método de Américo Castro 89

definición de la identidad de lo español dada anteriormente


por el propio autor.

PERSISTENCIA DE LOS PRESUPUESTOS METÓDICOS

Este abandono del concepto normativo y primario de


europeísmo por un españolismo valiente y original no supone
ruptura o abandono de los presupuestos metódicos que ca¬
racterizan su obra anterior. Analizando su producción última
I {La realidad histórica de España, 1962, por ejemplo), vemos
I inmediatamente a un Castro dueño y seguro de sí, en pose¬
sión cada vez más firme de sus bases doctrinales. Se le ha
acusado de imaginativo (Sánchez Albornoz, sobre todo), de
poco rigor en los datos, de fácil generalización. De esto peca¬
rán, sí, a veces, algunas de sus deducciones o intuiciones
demasiado simplistas y extremas, como tendremos ocasión
de ver. Pero lo que Castro hace es apoyarse con firmeza en
ciertos principios para él indiscutibles, y desde ahí dotar a
los hechos de un valor que dé sentido a la historia. Estos
hechos aparecen valorados en una triple dimensión: descri-
bibles, narrables o historiables. Se basa en datos objetivos
(los epitafios de Fernando III y de los Reyes Católicos, por
ejemplo); y, según sus métodos, esos datos cobran dimensión
historiable a la luz de la visión casticista, clave de su inter¬
pretación de la cultura española. Utiliza la literatura y la
historia para obtener una comprensión total de la realidad
nacional, ya que ambas se a5mdan y se completan mutua¬
mente. Así, el tema de la conciencia de la propia personalidad
de la literatura española a partir del siglo xv sólo se explica
t teniendo en cuenta las circunstancias sociales existentes, es
I decir, la peculiar estructura social y el sentido de la varia
I población hispana. De ahí el tono personalísimo del Quijote,
90 A. Castro: visión de España y de Cervantes

especialmente en su «Prólogo», donde el yo del autor es su


tema. Es lo que Castro llama repetidas veces «integralismo»
español, esa unión inseparable, según Dilthey, entre las cir¬
cunstancias que acompañan al autor y el tema literario.
Debido a sus métodos (sin que esto suponga aceptación
de todos sus presupuestos y conclusiones), la visión historio-
gráfica que Castro nos ofrece es el intento más complejo y
sistemático que poseemos para llegar a la identidad de lo
español; historiadores de primer rango (Vicens Vives, por
ejemplo) la prefieren a otras visiones más tradicionalistas,
como la de Sánchez Albornoz Partiendo de lo medieval, ha
ido avanzando hacia lo moderno, analizando la época de Cer¬
vantes y el Siglo de Oro, particularmente. Las incompren¬
sibles tragedias del presente le han llevado a buscar la iden¬
tidad del pasado nacional, a cuya luz cobran sentido muchos
enigmas de la historia hispana.

59 J. Vicens Vives, Aproximación a la historia de España, Barce¬


lona, Editorial Vicens-Vives, 1972, págs. 192-193.
Capítulo III

CASTRO Y SU VISIÓN HISTÓRICA DE ESPAÑA

Me convidó a tomar la pluma el


deseo que conocí —los años que pe¬
regriné fuera de España en las nacio¬
nes extrañas— de entender las cosas
de la nuestra.
P. Juan de Mariana i

Tanto los supuestos teóricos de la nueva historiografía


de Castro, como la evolución de sus tesis sobre la realidad
histórica de España, han sido ya expuestos y diversamente
comentados por críticos de historia y literatura españolas
en libros (Guillermo Araya), artículos y reseñas.
El pensamiento histórico de nuestro cervantista está con¬
tenido primordialmente en España en su historia (1948), y
precisado en las ediciones subsiguientes {La realidad histó¬
rica de España, 1954, 1962, 1966). A esta básica obra histórica
ha ido añadiendo escritos de más reducido alcance (obras
«bolsillables», como él los llama) sobre aspectos culturales
directa o indirectamente conectados con su visión de la histo¬
ria nacional. Particularmente merecen señalarse: Dos ensa-

1 Epígrafe con que Castro encabeza la «Nota preliminar» en Los


españoles: cómo llegaron a serlo, pág. 7.
92 A. Castro: visión de España y de Cervantes

yos (1956), De la edad conflictiva (1961, 1963 y 1972), «La Ce¬


lestina» como contienda literaria (1965) y Los españoles-,
cómo llegaron a serlo (1965, 2.“ edición de Origen, ser y exis¬
tir de los españoles, 1959). A éstos hemos de añadir los estu¬
dios sobre Cervantes, que analizaremos más tarde, y que tan¬
to han esclarecido su producción literaria, la personalidad
del autor y la historia de su tiempo.

ESTADO DE LOS ESTUDIOS


HISTÓRICOS EN ESPAÑA

El pasado nacional, que siempre había ocupado a los es¬


pañoles, se intensifica como problema para la Generación
del 98. Y el tema España se torna preocupación para sus
mentes privilegiadas. Desde principios del siglo xx, los mé¬
todos positivistas se habían infiltrado en las universidades
españolas, fenómeno explicable en gran parte por el europeís-
mo importado por algunos intelectuales en contacto con los
centros culturales de Europa. El distanciamiento de la ciencia
española se hace más patente, y el llamado «problema» espa¬
ñol va a ser el núcleo de una preocupación histórica. En esta
panorámica visión histórica, que nos lleva como de la mano
a Castro, hemos de mencionar nombres como Menéndez Pe-
layo, Menéndez Pidal, Unamuno, Ortega, García Morente, en¬
tre otros, por su valiosa contribución a la historia y porque
sus ideas sobre España están de algún modo relacionadas
con las de don Américo. Un rasgo común caracteriza a estos
historiadores: el afán de superar el positivismo y así remon¬
tarse a una interpretación y comprensión más profunda de
los datos históricos.
Menéndez Pelayo alude al impacto que las lecciones de
Milá y Fontanals ocasionaron en sus métodos historiográfi-
Castro y su visión histórica de España 93

eos. En aquel maestro «contemplé en ejercicio, escribe, un


modo de pensar histórico, relativo y condicionado» que le
llevaría por otras sendas una vez superado el positivismo.
Su principio será el sugerido por Dilthey: «dar una segunda
vida a las sombras exangües del pasado» {Ges. Schr., VII,
página 201)^ mediante los Wirkungszusammenhdnge o «cone¬
xiones operativas», vínculos o lazos que ligan cada obra hu¬
mana con la vida histórica del momento. Los «hechos» son
testimonios de una realidad latente, a la que el historiador
ha de llegar superando el estadio positivo de mero coleccio¬
nista.
Ante el caso España, Menéndez Pelayo se refugia en el
pasado glorioso que representa el siglo xvi, cuando España
—renacentista y católica— era en todo la cumbre de Europa.
Desde esa cima áurea rechaza toda idea pesimista de deca¬
dencia cultural. La España visigoda carece de interés, e igual¬
mente la Edad Media, por ser la historia de una lucha de la
luz latina y cristiana contra las tinieblas germánicas. España
ha de conservar celosamente los ingredientes de su siglo de
plenitud histórica: fe católica, clasicismo grecolatino y genio
nacional.
Menéndez Pidal comparte esta visión tradicionalista del
pasado español. Apoyado en la rica erudición del positivismo,
mediante su capacidad organizadora tratará de penetrar en
el pasado a través de la «psicología de los pueblos». Como
Menéndez Pelayo, utilizará todo elemento naturalista (geo¬
grafía, paisaje) como recurso crítico.
La Vblkerpsychologie lleva a Menéndez Pidal a esa visión
tradicionalista de la historia. Buscar la «tradición eterna»
será la tarea del historiador, utilizando el estudio de las fuen-

2 M. Menéndez Pelayo, Estudios y discursos literarios, V, pág. 134.


3 Citado por P. Laín Entralgo, España como problema, Madrid,
Aguilar, 1962, pág. 209.
94 A. Castro: visión de España y de Cervantes

tes, el detalle filológico, la estética, el medio histórico, geo¬


gráfico y social. Junto a esta «psicología arqueológica», el
historiador ha de contar con la «latencia» secular de fenó¬
menos culturales que —como el río Guadiana— aparecerán
más tarde, después de períodos de incubación y silencioso
desarrollo.
La tesis pidaliana respecto al origen de lo español es cla¬
ra: Castilla hace a España, pero encarnando y reestructuran¬
do valores humanos y culturales preexistentes en la tradición
romano-visigoda, unos patentes y fácilmente detectables,
otros en estado de latencia. El hecho de que la Edad Media
española sea, según él, cristiano-islámica (hasta la europea
es incomprensible sin referencia al Islam) no empece el ca¬
rácter esencialmente occidental de su cultura.
Unamuno peca de falta de sistematización al expresar sus
ideas sobre la historia nacional. Pero para comprender su
posición historicista hay que tener presente la distinción que
hace entre sucesos y hechos, entre historia e intrahistoria
o tradición eterna. «Debajo de esta historia de sucesos fuga¬
ces, historia bullanguera —escribe en 'La crisis del patrio¬
tismo’— hay otra profunda historia de hechos permanentes,
historia silenciosa...»L Y en «En torno al casticismo» (1895)
puntualiza: «Esa vida intrahistórica, silenciosa y fecunda
como el fondo del mismo mar, es la sustancia del progreso,
la verdadera tradición, la tradición eterna.» {Op. cit., pág. 20.)
A lo fugaz y pasajero de la historia opone lo estable y per¬
manente de la intrahistoria. La historia abarca cuanto aísla
y distingue; la intrahistoria, cuanto funde e integra unos
hombres con otros.
Su distinción va más lejos: a un «presente momento his¬
tórico», compuesto por lo huidizo, lo que está pasando, opone

4 Miguel de Unamuno, Ensayos, I, Madrid, Aguilar, 1951, pág. 273.


Castro y su visión histórica de España 95

otro presente intrahistórico, profundo y permanente, sedi¬


mentación de sustancias de presentes históricos ya pasados.
Lo esencial será, pues, descubrir esa tradición eterna del
presente, seguida de una proyección hacia el futuro. Más
tarde, Unamuno abandonará el concepto de intra-historia,
identificándolo con naturaleza y oponiéndolo a la libertad y
civilización, en cuanto específico del hombre.
Su interpretación de España y lo español no es constante.
Pasa de antitradicionalista (contra esos «desenterradores de
osamentas») a europeizante, españolizante y defensor de un
africanismo. Castilla ha hecho a España, a la vez que se ha
ido españolizando, con un espíritu centralizador, unitario y
expansivo. Esa idea castellana, encarnada en acción, se
revelaría en la creación de una literatura castiza y clásica
a la vez.
Ortega ofrece una historiografía más sistematizada. Lo
primero que se observa en sus escritos es el desarrollo pro¬
gresivo de «una conciencia histórica». A una primera etapa
idealista, con dominio de la razón pura y del patrón sobre¬
histórico, el clasicismo (influencia de Cohén), sigue una se¬
gunda con la presencia de Spengler, y caracterizada por un
marcado perspectivismo vitalista. España invertebrada (1921),.
El tema de nuestro tiempo (1924) y Las Atlántidas (1924) re¬
flejan sus conceptos históricos de este período. La tercera
etapa, condicionada en gran parte por Heidegger, tiene un
claro carácter existencial. En Historia como sistema (1935)
la realidad radical es la vida, un quehacer, puro futurismo,,
condicionada por las creencias. La «razón vital o histórica»
nos dará una explicación satisfactoria de esa realidad radical.
La vida así concebida posee una dimensión nueva, el pasado
que actúa y determina de algún modo el futuro. De ahí su
afirmación de que el hombre no tiene naturaleza, sino his¬
toria.
96 A. Castro: visión de España y de Cervantes

España es para Ortega muchas cosas: un dolor, un pro¬


blema, im enigma. Propone su reconstitución y europeiza¬
ción: si España es el problema, Europa es la solución. Lo
que en sus primeros años era crisis educativa, problema de
ciencia y cultura, será más tarde problema de integración
de lo espontáneo a la cultura; integración de toda herencia
familiar, ya que no sólo somos latinos y mediterráneos,
sino «blondos germanos» meditativos y depositarios de
cultura.
Una vez puesto al descubierto el desconocimiento craso
de la historia de España que padecemos, pasa a asegurar
que su invertebración ha sido motivada por Castilla: «Casti¬
lla ha hecho a España, y Castilla la ha deshecho» s. Ese desin-
tegralismo nacional radica en la falta de minorías egregias
e imperialismo de la masa; y la clave se encuentra en la Edad
Media, con la peculiaridad que supone la invasión visigótica
en la Península. Los visigodos fueron el origen de la gran
desgracia de España por haber sido el pueblo más viejo de
Germania, alcoholizado de romanismo, deformado, decaden¬
te y anquilosado. Su falta de vitalidad y de una minoría fuerte
explica la ausencia de feudalismo. Y un simple soplo de aire
africano (que no llegó a constituir «ingrediente esencial» en
la génesis de nuestra nacionalidad) logró borrarlos de la
Península. La Reconquista no tuvo carácter de tal, según su
apreciación. Y concluye que la historia de España ha sido
la historia de una decadencia. En su etapa final existencial,
el problema español será problema de proyección histórica
futura.
Antes de adentrarnos en la visión histórica de Castro, cree¬
mos conveniente analizar brevemente algunas ideas historio-
gráficas contenidas en Idea de la Hispanidad de Manuel Gar-

5 José Ortega y Gasset, Obras, III, pág. 69.


Castro y su visión histórica de España 97

cía Moren te*. Encierra especial interés el apartado «España


como estilo», primera parte de una conferencia leída en Bue¬
nos Aires, en 1938, y el discurso pronunciado por el acadé¬
mico español en la apertura del curso 1942-1943, en la Uni¬
versidad de Madrid, bajo el título «Ideas para una ñlosofía
de la historia de España». La exposición historiográñca de
García Morente da la sensación de ser, no sólo cronológica,
sino ideológicamente, un estadio intermedio entre el Ortega
de Historia como sistema (1935) y el Castro de La realidad
histórica, con un enorme bagaje —claro está— de ortodoxia
a lo Menéndez Pelayo^.
Ya Eugenio Asensio, en su artículo «Américo Castro his¬
toriador» (MLN, LXXXI, 1966), al tratar de las fuentes de
algunos temas centrales de nuestro cervantista, junto a los
nombres extranjeros de Spengler, Dilthey y Toynbee, coloca
los españoles de Menéndez Pelayo, Unamuno, Ortega y Ma¬
nuel García Morente. Según el señor Asensio, el concepto
de «vivir desviviéndose», por ejemplo, básico en la concep¬
ción historiográñca de Castro, aparece elaborado en un apar¬
tado del mencionado discurso de García Morente, que lleva
precisamente ese título ®.

6 Manuel García Morente, Idea de la Hispanidad, Madrid, Espasa-


Calpe, 1947.
7 E. Rey, S. J., apunta una serie de coincidencias entre Morente
y Castro. Una de ellas es la valoración de lo islámico en la vida espa¬
ñola, aunque sin el carácter exclusivista que le da don Américo. Otras:
«La concepción de lo hispánico dentro de un horizonte de posibilida¬
des e imposibilidades, fórmula con que Castro matiza el concepto de
su ’vividura hispánica’. La definición dinámica de España. La Historia
como biografía, etc. Dentro de su modalidad de ñlósofo de la Historia,
no de historiógrafo, Morente es, pues, un intérprete de nuestra reali¬
dad histórica y habrá que tenerlo en cuenta, sobre todo cuando se
hable de Américo Castro.» (E. Rey, Razón y Fe [abril 1958], pág. 207.)
* Reproducimos la cita completa: «Porque lo típico del hombre
hispánico es, por decirlo así, su modo singular de vivir, que consiste en
'vivir no viviendo’, o, dicho de otro modo, en 'vivir desviviéndose’, en

AMÉRICO CASTRO. — 7
98 A. Castro: visión de España y de Cervantes
En la conferencia «Idea de la Hispanidad» encontramos
varias ideas que nos traen a la mente otras similares de
Menéndez Pelayo y Ortega y que aparecerán elaboradas con
toda riqueza crítica en don Américo. Un pueblo histórico no
es mero objeto pasivo de los acontecimientos, según García
Morente; es sujeto agente (Ortega, Castro), que ha hecho su
propia historia. Es de capital importancia identificar el ser
de ese pueblo, su nacionalidad (la «ipseidad», el «nosotros»
de la historia de Castro). Las teorías naturalistas que ven la
esencia de una nación en algo natural, como sangre, raza,
geografía, idioma, etc., con todos los rasgos y caracteres pri¬
marios, esenciales, inherentes a esos objetos naturales (Me¬
néndez Pidal), no dan una respuesta satisfactoria. Una nación
no es una cosa natural, sino una creación humana y, como
tal, dotada de libertad. La libertad convierte al hombre en
autor y actor de su propia vida, eco de aquella frase orte-
guiana: «El hombre es novelista de sí mismo»®. La vida del
hombre no viene hecha de antemano, como la del animal (el
«tigre» orteguiano, que estrena siempre el ser tigre), o la de
la piedra, sino que es algo que, al vivirlo, hay que hacer y
resolver en cada momento y con anticipación. El hombre,
pues, se inventa, se crea su propia vida. De ahí su carácter
estrictamente individual, irreductible y diverso: «Esta diver¬
sidad —escribe García Morente— se manifiesta en la histo-

viyir la vida como si no fuera vida temporal, sino eterna.» (Op. cit.,
pág. 248.) Una respuesta a las conclusiones de Asensio sobre la falta
de originalidad de Castro ha aparecido en el artículo «Américo Castro
and his critics: Eugenio Asensio», por A. A. Sicroff, HR, núm. 1, 40
(1972), págs. 1-30. El asunto parece haber tomado proporciones de
controversia, ya que acaba de aparecer en la misma revista otro ar¬
tículo-respuesta del señor Asensio, titulado: «En torno a Américo Cas¬
tro. Polémica con Albert A. Sicroff», HR, núm. 4, 40 (1972), págs. 365-85.
9 Ortega, Historia como sistema, Madrid, Revista de Occidente
1966, pág. 39.
Castro y su visión histórica de España 99

ria. La historia es la continua producción por el hombre de


formas y modos de ser nuevos, imprevistos, que no pueden
derivarse de elementos naturales» La naturaleza, abando¬
nada a sí misma, llegará a producir razas, hasta organizacio¬
nes como las de los castores (Castro aludirá, igualmente, al
«castor americano»), pero nunca pueblos y naciones.
Las teorías espiritualistas, reducidas a dos (la de Renán
y la de Ortega), tampoco solucionan la identidad de una
nacionalidad. Ambas se basan en un acto espiritual colectivo
de adhesión, un plebiscito cotidiano. Para Renán, el objeto
de dicho plebiscito será «un pasado de glorias y remordi¬
mientos», y la adhesión colectiva a dicho pasado constituirá
la esencia de una nación. Para Ortega, en cambio, será el
porvenir histórico que va a realizarse. La nación es, pues,
según él: «Primero: un proyecto de convivencia total en
una empresa común; segundo: la adhesión de los hombres
a ese proyecto incitativo.» {Op. cit., pág. 35.) De ahí la
importancia de las minorías rectoras. La esencia de la na¬
cionalidad histórica consistirá en un dinamismo creador,
propulsor, fecundo en obras y formas nuevas. Ambas teorías
espiritualistas son incompletas y presentan explicaciones
parciales. Sin la adhesión a un futuro incitante, proyecto
de ulterior vida común, la teoría de Renán sería un mero
romanticismo contemplativo (como la «intrahistoria» de
Unamuno). Pero un proyecto de futuro, propuesto por
minorías selectas (Ortega), ha de ser condicionado por el
modo de ser del presente y del pasado de un pueblo. Y
una nación será lo que hay de homogéneo y común entre
la realidad histórica pasada, la presente y el concreto proyec¬
to futuro. Esa afinidad u homogeneidad histórica tiene un
nombre para García Morente: «Estilo. Una nación es un

10 M. García Morente, op. cit., pág. 35.


100 A. Castro: visión de España y de Cervantes

estilo, un estilo de vida colectivo.» {Ibid., pág. 40.) Y en la


misma página concluye: «Cuando en la vida de un grupo
humano a lo largo del tiempo existe unidad de estilo en los
diversos actos, en las empresas, en las producciones, enton¬
ces puede decirse que existe una nación.»
¿Qué es este estilo de vida?, se pregunta García Morente.
Vida, vivir, es siempre hacer algo condicionado por la liber¬
tad. Ya Ortega había escrito: «el hombre se hace a sí mismo
en vista de la circunstancia..., es un Dios de ocasión» (Orte¬
ga, op. cit., pág. 42); y, libre como es, es im ente creador de
su propia entidad. De ahí que los actos humanos, tanto
individuales como colectivos, estén determinados por una
finalidad o propósito ideal y por un conjunto personal de
preferencias (Castro hablará de «preferencias y rechazos»).
Esas formas, estructuras o modalidades libres, determinadas
por las preferencias absolutas que expresan la íntima perso¬
nalidad del agente, son las que constituyen el estilo de vida.
Una nación ha de ser fiel a este estilo de vida nacional como
condición primaria y fundamental de su existencia y pervi-
vencia como nación. De ahí brota su sentido de tradición,
que no es una perpetuación del pasado, sino la «transmi¬
sión» (Ortega) del «estilo» nacional de una generación a otra.
El tradicionalismo así concebido no se opone a progreso.
Todo el quehacer- nacional ha de llevar la impronta y cuño
del estilo de vida que define la esencia de la nacionalidad.
¿Cuál es el estilo de vida hispánico? A esta pregunta final
responde ofreciendo un símbolo que lo manifiesta: la figura
del «caballero cristiano», prototipo de la esencia de la hispa¬
nidad, formado durante ocho siglos de frente y en oposición
al mundo árabe. España ha realizado dos empresas ingentes:
la de salvar a Europa del asalto árabe, y la de haberse he¬
cho a sí misma como nación, consciente de su unidad y des¬
tino, sobre la esencia de un cristianismo beligerante, brotado
Castro y su visión histórica de España 101

por oposición a una convicción religiosa combativa. De ahí


que, según Castro, frente a un Mahoma brote un Santiago
Matamoros, y la Reconquista adquiera carácter de guerra
«divinal».
En su discurso final, «Ideas para una filosofía de la histo¬
ria de España», García Morente llega a las mismas conclu¬
siones, ofreciéndonos a la vez un sistema historiográfico
más completo. Al título, aparentemente «racionalista», de
Ortega, Historia como sistema, opone: «un acontecer siste¬
mático no es acontecer histórico... Si la historia pudiese re¬
ducirse a sistema, dejaría de ser historia para convertirse en
una como astronomía o biografía de la existencia humana».
(Op. cit., pág. 160.) Y, una vez afirmada la imposibilidad de
reducir esta realidad de la historia a otras realidades no his¬
tóricas (economía, geografía, ética de valores, etc.), formula
esta pregunta fundamental: ¿qué es la realidad histórica?
La respuesta es orteguiana: La historia es, por esencia, vida,
vida personal.

El hombre vive sobre la vida biológica otra vida en la cual


no es ya sólo ejecutante, sino al mismo tiempo compositor. El
hombre inventa por sí mismo la melodía que ejecuta en su vida.
El hombre escribe el papel que representa. El hombre es simul¬
táneamente actor y autor de su propia evolución. Ahora bien:
esta peculiaridad de la vida humana, que la hace imprevisible,
irreductible a leyes específicas generales, llámase libertad. He¬
mos llegado a la estructura esencial de la realidad histórica.
La realidad histórica es una realidad libre. (Ibid., pág. 171.)

Esta libertad brota de la voluntad libre que denominamos


persona. De ahí que el objeto de la historia sea la persona
humana. Y la ciencia histórica o historiografía ha de consis¬
tir en una biografía (Castro) o narración de una vida per¬
sonal.
102 A. Castro: visión de España y de Cervantes

En la vida humana encuentra García Morente tres ele¬


mentos fundamentales: hechos o acontecimientos, un hilo o
trayectoria que une esos hechos prestándoles unidad y con¬
tinuidad en el tiempo, y la persona agente de esos hechos y
de la trayectoria vital. La tarea del biógrafo —prototipo del
historiador— ha de ser triple: fijación rigurosa de los he¬
chos, interpretación de éstos en la trayectoria vital, «convi¬
viendo» (Castro) con el agente histórico, y penetración en
la esencia de la personalidad biografiada. La historia nacio¬
nal es para García Morente la biografía de una nación, de
esa «quasi-persona» colectiva (usando su propia terminolo¬
gía) con voluntad creadora. Y la historia de una época cons¬
tituye un capítulo de esa historia nacional.
Ante el problema de identificar la esencia de España, nos
encontramos con la imposibilidad de aplicarle una definición
estática, que sitúe la realidad española en el cuadro de otras
realidades. España no es ni el territorio geográfico en que la
historia peninsular se ha desarrollado, ni el idioma, ni otras
realidades concretas, como instituciones, artes, costumbres,
ciencia. «La España que queremos definir y simbolizar no
es la que en la Historia se ha hecho, sino la que ha hecho la
Historia... La definición de España deberá ser, pues, necesa¬
riamente, dinámica o genética.» (Ibid., pág. 193.) La misma
concepción dinámica de España subrayará Castro.
En toda vida humana, ya individual, ya colectiva, pode¬
mos distinguir un sujeto (unidad vital en un momento dado)
y una persona (unidad totalitaria, idéntica, inmutable, intem¬
poral). El viejo de hoy es distinto del joven de ayer, en cuan¬
to sujeto vital o foco y concreción de existencia; pero es
idéntico en cuanto persona. Lfna tarea primaria del historia¬
dor ha de identificar esa «persona» de una colectividad, Es¬
paña concretamente. Y García Morente recoge una palabra
«lanzada a la circulación por monseñor Zacarías de Vizca-
Castro y su visión histórica de España 103

rra», según él dice, para definir esa esencia de lo español.


Dicha palabra es «hispanidad», vínculo espiritual que une al
mundo hispánico. Pero, para definir ese concepto, es nece¬
sario perseguir la trayectoria temporal de la historia de
España.
García Morente distingue cuatro etapas en dicha trayec¬
toria: Etapa de preparación: recuento de ingredientes, ele¬
mentos, sustratos para la nacionalidad. He aquí su tesis:

El empuje decisivo hacia la formación de la nación española


lo dieron la monarquía visigótica y, sobre todo, la religión cris¬
tiana. La monarquía visigótica separó a España del Imperio
romano y la constituyó en independencia política... Ese proceso
de hispaniñcación... encontró el más poderoso fermento plas¬
mador en la religión cristiana. (Ibid., pág. 209.)

Y es el cristianismo el que suscitará esa «conciencia co¬


mún» (Castro) en la Península. De ahí su conclusión: «Desde
Recaredo, la monarquía visigótica es nacional en España.»
{Ibid., págs. 210-11.)
La segunda etapa es de formación. Son los años de la Re¬
conquista (711-1492), años igualmente claves para don Amé-
rico, en que la esencia religiosa nacional se desarrolla hasta
llegar a la unidad católica establecida por los Reyes Cató¬
licos. Y aquí García Morente se hace una pregunta clave:
(••Qué relación existe entre la invasión árabe en 711 y la cons¬
titución de la nación española como unidad católica en 1492?
¿Fue causa eficiente de esa unidad religiosa, o simplemente
causa final? Para Castro —como veremos— fue claramente
causa eficiente; es decir, suponiendo que España sea nación
esencialmente católica, ello se debería a la invasión árabe,
que impuso al país la necesidad de fundir su ser político
con su ser religioso; de ahí la identificación tan española de
la realidad política con la realidad religiosa. García Morente,
104 A. Castro: visión de España y de Cervantes

por el contrario, ve una acción providencialista, que dispuso


el «accidente» de la invasión árabe para que se creara esa
circunstancia que impuso a los españoles la identificación
político-religiosa. Para Castro, la unidad religiosa de España
es un accidente que aconteció porque aconteció el hecho
de la invasión árabe; para García Morente, sin embargo,

la religión católica no constituye un accidente, sino el elemento


fundamental de su esencia misma... Innumerables cosas pudie¬
ron acontecer o no acontecer en la historia de España; sólo
una hubo necesariamente de producirse: la unidad católica.
Todo lo demás puede considerarse como contingente o acciden¬
tal. El catolicismo, empero, es consustancial con la definición
misma de hispanidad. {Ibid., pág. 213.)

Y continúa subrayando cómo, a partir de la invasión


árabe, el horizonte de la vida peninsular está dominado por
la contraposición entre el cristiano y el moro. El moro es
siempre el intruso, el otro en religión y en nacionalidad. La
finalidad de la vida española será, pues, desplazar de la Pen¬
ínsula al musulmán invasor, para así establecer la unidad
religiosa y nacional. La conclusión no se hace esperar: si la
religión católica constituye la esencia y razón de ser en la
nacionalidad hispana, España ha de ser fiel a su catolicismo
para no cometer un suicidio político, ya que el dejar de ser
católica equivaldría a dejar de ser hispánica.
Termina describiendo el tercer período de nuestra histo¬
ria como época de expansión y plenitud de hispanidad bajo
la idea del Imperio católico universal, al cual sigue el cuarto,
y último, «período de aislamiento», cuando España, ante la
«enfermedad de Europa» (secularización de la vida, laicismo,
naturalismo, positivismo, liberalismo, etc., y que Ortega y
Castro llamarán «ciencia moderna»), se separa del resto del
mundo y se encierra en si misma, fiel a su propia esencia.
Castro y su visión histórica de España 105

Lo contrario hubiera sido un suicidio nacional. De ahí sus


ataques a los ideales «europeizantes», propuestos, según Mo-
rente, por minorías de refinada cultura; nuestro pueblo los
ha rechazado siempre porque, en el fondo, esos «ideales» no
son españoles; representan «imposibles históricos». El deber,
pues, del «caballero cristiano» (símbolo viviente de la hispa¬
nidad) ha de ser doble: un «vivir desviviéndose» en una direc¬
ción de eternidad, y una fidelidad a la esencia de la patria,
España, creadora de esa orden de caballería que es ella
misma.

CASTRO Y su VISIÓN HISTÓRICA

1) Motivación de su interés histórico. — Los desastres


bélicos y coloniales de fines del siglo xix (ya lo hemos di¬
cho) habían suscitado en toda una generación tremendos inte¬
rrogantes sobre el pasado español, un pasado lleno de «enig¬
mas históricos», en expresión de Menéndez Pelayo. El san¬
griento confrontamiento de 1936 reaviva más trágicamente
esos porqués históricos, en un deseo de descubrir la diná¬
mica interna que había llevado a toda una nación a semejante
cataclismo. Y don Américo experimenta en sí mismo sus
crudas experiencias”. El estallido de la Guerra Civil hace
que abandone España. Expatriación, breve estancia en Argen¬
tina, y los Estados Unidos finalmente. Son años de medita-

” He aquí algunas alusiones del propio Castro: «Ya en 1936 co¬


mencé a darme cuenta de nuestra ignorancia acerca de nosotros mis¬
mos; ni sabíamos quiénes éramos, ni por qué nos matábamos unos
a otros. Hablo en primera persona por haber oído en la radio de San
Sebastián, en julio de 1936, la noticia de mi fusilamiento; algún amigo
se quedó gratamente sorprendido al oír mi voz aún existente. Años
más tarde emprendí la tarea —para tantos irritante— de averiguar el
motivo de nuestro crónico cainismo.» (A. Castro, «Española, palabra
extranjera: razones y motivos [Madrid, Taurus, 1970], pág. 29.)
106 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ción (recordemos los de Unamuno en el exilio) sobre la his¬


toria de esa patria que había desembocado en tan caótica
guerra destructora. Aquella lucha interna de casi tres años
no era un accidente, una lamentable casualidad, sino el trá¬
gico desenlace de un pasado aún desconocido por haber sido
erróneamente enfocado. ¿Consecuencias? Sus anteriores mo¬
dos de pensar sobre la contextura de la civilización ibérica
comienzan a hacer crisis, precisamente en el proceso de escri¬
bir, en 1939, un ensayo sobre ciertos problemas de los si¬
glos XV y XVI de nuestra cultura, como él mismo declara.
Pero no logra Castro esclarecer del todo esos enigmas y se
aferra, como en última instancia, a la visión europeizante
de España, una España parte integrante de la cultura occi¬
dental, idea imperante en la inmensa mayoría de los histo¬
riadores, discípulos amaestrados de Menéndez Pelayo y Me-
néndez Pidal.
Un año antes (1937) su amigo Marcel Bataillon había
publicado Erasme et l'Espagne, intento de estudiar exhausti¬
vamente el fenómeno erasmista de la vida espiritual en la
España del siglo xvi. Su lectura le entusiasma y satisface
intelectualmente. Por eso los primeros párrafos de su ensayo
«Lo hispánico y el erasmismo» son de aprobación incondi¬
cional:

El estudio de Bataillon —concluso, perfecto— posee la belle¬


za de toda tarea inteligente y bien acabada... De esa pirámide
tan sabiamente arquitecturada no cabe remover pieza alguna.
Repensar el asunto sería, en cambio, el mayor homenaje que
pudiera rendirse a tan espléndida construcción

Este «repensar» las 903 páginas del libro del hispanista


francés origina en Castro una serie de dudas ante ciertos

12 A. Castro, Aspectos del vivir hispánico, Madrid, Alianza, 1970, pá¬


ginas 13-14.
Castro y su visión histórica de España 107

extraños procesos de la historia hispana. ¿Cómo puede con¬


cebirse —se pregunta—, percibirse histórica y vitalmente, el
raro apasionamiento que desencadenó en España la doctrina
erasmista? Los artículos de 1939 van a intentar hallar una
respuesta a dicho interrogante. «El método usado —nos dice
don Américo consistió en referir a un mismo motivo vital,
o a una misma situación histórica, fenómenos en apariencia
dispares e inconexos.» (Op. cit., pág. 9.) Comienza a vislum¬
brar un posible sistema de conexiones en la manera de exis¬
tir hispánico; pero, ante el temor de incidir en un «ingenuo
ñloorientalismo», «continué —confiesa— obstinándome (como
el resto de los historiadores) en que España, país cristiano,
sólo podía entenderse dentro del marco de la Europa occi¬
dental, pese al 'largo y enojoso paréntesis’ de ocho siglos
(711-1492) de una soberanía y de una civilización compartida
por tres pueblos y tres creencias muy diferentes». (Ibid.,
página 10.) Pero esta obstinación iría cediendo terreno ante
el fermento de duda brotado en torno a la occidentalidad
de lo español, a la vez que se iban destacando con claridad
progresiva sus contornos como peculiaridad histórica.
A partir de ahora, la obra de Castro se desarrollará alre¬
dedor de un tema central, la auténtica realidad histórica de
España, a cuya luz cobren sentido todos los fenómenos cul¬
turales del pueblo hispano. Esta búsqueda de bases histó¬
ricas o culturales para la explicación de la obra literaria
permanece constante a través de los diversos cambios de
don Américo. En este punto, como dijimos, tiene razón Ma¬
nchal cuando acentúa «la unidad vital» del pensamiento de
nuestro historiador
La dura experiencia de la Guerra Civil le había llevado
a la conclusión de que un conocimiento más cabal del pasado

Juan Manchal, La voluntad de estilo (Teoría e historia del ensa¬


yismo hispánico), Madrid, Revista de Occidente, 1971.
108 A. Castro: visión de España y de Cervantes

nos ayudará a comprender el presente para evitar que esa


tragedia se vuelva a repetir en el porvenir. Y, como en el
caso del P. Mariana, ese su peregrinar por tierras extrañas
moverá su pluma en un afán de mejor entender las cosas
de la patria.

2) Necesidad de una historia auténtica. — Hemos aludi¬


do a los gritos angustiosos de Ortega ante el estado escan¬
daloso y deprimente de la historia de España. Sus palabras
son duras y expresivas: «la perdurable modorra de idiotez
y egoísmo que ha sido durante tres siglos ('siglos de error y
de dolor') nuestra historia» Tras haber descubierto que la
Edad Media es la época en que España se constituye, sugiere
a los jóvenes investigadores que se dejen de andar por las
ramas y estudien los siglos medios, secreto de la génesis de
España y de sus problemas nacionales. Los ataques y lamen¬
tos de don Américo contra la historiografía al uso y contra
las erróneas interpretaciones de que ha sido objeto la histo¬
ria patria son obsesionantes, particularmente en la segunda
etapa evolutiva de su pensamiento. Y, como Ortega, advierte
que es nuestra Edad Media la que no ha sido sometida aún
a una tentativa de interpretación honda y coherente. Por el
contrario, antipatías, prejuicios, mitos, favoritismo infantil
por romanos y visigodos, fobia contra árabes y judíos, etc.,
venían siendo los ingredientes de nuestras historias. «La his¬
toriografía española —escribe en Los españoles: cómo llega¬
ron a serlo— era antes un informe tapiz, tejido de exaltacio¬
nes patrióticas, complejos de inferioridad, antipatías hacia
el Islam y los judíos» Efectivamente, venía existiendo en
los mejores historiadores una pertinacia a integrar las cultu-

Ortega y Gasset, España invertebrada, O. C., III, pág. 70.


15 A. Castro, Los españoles: cómo llegaron a serlo, pág. 257.
Castro y su visión histórica de España 109

ras árabe y judía en la historia de España. De acuerdo con


un prejuicio neovisigótico, el árabe había sido un «invasor»
y «depredador», el autor de la «destrucción de España»; y
la Edad Media, una visión simplista y pueril de moros corrien¬
do detrás de los cristianos por los cerros y llanuras peninsu¬
lares. Mientras se escribía acerca del «eterno español» (Me-
néndez Pidal), del «sevillano» Trajano (que hablaba latín nada
menos que con marcado acento andaluz) y del «español»
Séneca (Ortega y Menéndez Pidal), se acentuaba el carácter
«pasajero» de la islamización peninsular (Menéndez Pidal)
y la idea de que los árabes no fueron ingrediente esencial
en la constitución de España (Ortega). De este modo, nues¬
tra Edad Media aparecía vacía, «Cueva de la nada» gracia-
nesca, sin los rasgos más característicos de la Europa occi¬
dental: sin feudalismo, alejada de movimientos culturales
como el renacimiento carolingio y la escolástica del siglo xii,
y desinteresada de empresas de calibre europeo como las
Cruzadas y las luchas entre el Papado y el Imperio. Vista,
pues, la España del Medievo a través del clásico patrón eu¬
ropeo, nos daba la sensación de una completa esterilidad
cultural, tristemente reducida al tipo del «caballero cris¬
tiano» 1*.
Su pasión por España (herencia del 98) le sugiere la
gran necesidad de una historia constructiva y alentadora,

16 Refiriéndose a este estado de nuestra historia, Castro usa expre¬


siones bien gráficas: «caos historiográfico», «brumosa y enredada his¬
toriografía», «escamoteos y fantasías historiográficas», «contrajuderías»,
«ingenuas y voluminosas críticas», «historia teñida, determinada, por
una vieja tradición melancólica», «ofuscación», «engañosa superficie»,
«visión de un pasado quimérico», «floresta de fábulas, amarguras,
cegueras y 'antiismos'», en fin, «perfectas majaderías», como diría
Ortega.
17 «Don Américo fue hijo espiritual y continuador de los institu-
cionistas, de los hombres del noventayocho; o, si queremos remon¬
tarnos más, de los erasmistas y los ilustrados: de todos los que se
lio A. Castro: visión de España y de Cervantes

alejada de las categorías abstractas europeístas (erasmismo,


renacimiento, ilustración del xviii) y de otros abstractos pe¬
rímetros de la vida cultural, así como de todo prejuicio y
mitos patrios; pero inmersa en la realidad e identidad de
los agentes históricos, en su convivir, en su específico funcio¬
namiento vital. Esta empresa, cuya urgencia siente nuestro
historiador, consistirá en dar una respuesta satisfactoria a
aquella pregunta de Larra: «¿Dónde está España?», pregunta
repetida por Ortega en El Imparciál, en 1912: «¿Dónde está?
Porque esa que se nos da como España no nos sirve para
nada.» {Obras, I, pág. 243.)
En dicho artículo, al comentar el nuevo libro de Azorín,
Lecturas españolas, que representa una jugosa contribución
a la nueva manera de entender la historia española. Ortega
lanza unas ideas para la auténtica historiografía, que no ha
de ser panegírico encomiástico, sino «terapéutica», historia
de una enfermedad, destrucción de mitos. Este será el pro¬
grama de Castro: constructivo y alentador, pero sin cerrar
los ojos a la cruda autenticidad del pasado, por molesto y
desagradable que apareciere. Su primer paso, España en su
historia, es a la vez el primer cumplimiento de aquella pro¬
fecía contenida en el «Prólogo» a la cuarta edición (1924) de
España invertebrada: «Yo sé que un día, espero que próxi¬
mo, habrá verdaderos libros sobre historia de España, com¬
puestos por verdaderos historiadores». {Obras, III, pág. 45.)

TEORÍA HIST o RIO GRÁFICA DE CASTRO

Hemos mencionado cómo los años que van de 1938 a 1962


constituyen para don Américo una meditación sobre la histo-

han planteado con rigor y buena voluntad cuál es la peculiaridad


histórica de nuestro viejo país.» (Andrés Amorós, «Recuerdos de don
Américo», ínsula, núms. 314-315 [1973], pág. 12.)
Castro y su visión histórica de España 111
ria hispana. Poco a poco España va despojándose de su eu-
ropeísmo tradicional, y apareciendo, tras ios Pirineos sim¬
bólicos, aislada y única como singularidad histórica y cultu¬
ral, explicable por la convivencia secular de tres castas de
creyentes. Los escritos de Castro sufren ahora cambios y
reajustes constantes, debido a la responsabilidad intelectual
que siente en su búsqueda de la auténtica España.

1) Presupuestos historiográficos. — Castro no es un his¬


toriador abstracto. Pero, para que su visión de la historia
de España no sea juzgada como pura corazonada y del todo
acientífica como la valora Sánchez Albornoz, entre otros_,
se ha visto precisado a formular unas bases teóricas que so¬
porten y robustezcan sus interpretaciones de lo español.
La historia, en su constante barajar los hechos, tiene va¬
rios niveles, que oscilan desde la más elemental y positiva
relación de aconteceres y exhumación y edición de docu¬
mentos, hasta la explicación de los hechos por los agentes
responsables. Dichos agentes pueden ser pasivos (el sujeto a
quien le pasan) o activos y causantes. La historiografía espa¬
ñola «al uso» (blanco frecuente de los ataques de Castro)
pone de relieve esa pasividad. Y se detiene en la imagen de
ese «eterno español» identificado con una geografía atempo¬
ral, sobre cuyo suelo han ido incidiendo pueblos y sucesos:
invasiones, movimientos culturales, aires africanos, etc. La
historia se convierte así en simple casualidad, sin acercarse
a la identidad de los pueblos, que habrá que buscar fuera:
bien en ese sustrato humano depositario de valores eternos
de humanidad, que no se limita a espacio ni tiempo (la «in-
trahistoria» de Unamuno), bien en otros sustratos y herencias
seculares, identificados con la sangre, el suelo y la geografía,
la economía, la raza y la psicología. Contra la explicación
112 A. Castro: visión de España y de Cervantes

naturalista de la historia que sugieren dichos presupuestos


se levanta la pluma de Castro:

Desde hace años he venido tropezando en la dificultad de


haber sido enfocados y caracterizados los españoles como si
hubiesen sido objetos biológicos o psíquicos, y no una unidad
colectiva de vida humana, existente en un tiempo, en un espacio
y con clara conciencia de su dimensión social i®.

De ahí su firme oposición a Menéndez Pidal, Unamuno


y al Ortega de España invertebrada, anclados en un psico-
logismo o vitalismo poco clarificado. Castro hará una refle¬
xión metodológica más seria y profunda, adentrándose para
definir el «nosotros» de la historia.

Concebimos la historia, escribe, como una biografía, como


una descripción llena de sentido de una forma de vida valiosa...
Aun a riesgo de equivocarse y de ser muy incompleto, hay que
entrar en el existir de quienes vivieron su propia historia; den¬
tro, no fuera de ella

Castro busca el «ser» y la integración de los hechos en la


totalidad de una cultura, una vez superado todo positivismo.
Pero la historia descansa primordialmente sobre una realidad
básica: la vida, aquella «realidad radical» de Historia como
sistema (Ortega, 1935). Así, del vitalismo (de Simmel y Spen-
gler) pasa nuestro cervantista a una concepción global, exis¬
tencia!, de la vida, siguiendo a Heidegger y al Ortega de la
última época

En la vida (así concebida por Castro) se encuentra tanto el


yo pensante como lo que da ocasión al pensamiento: todo exis-

1* Castro, La realidad histórica, pág. xi.


n Castro, España en su historia, pág. 10.
20 Cf. C. Morón Arroyo, El sistema de Ortega y Gasset, cap. III.
Castro y su visión histórica de España 113

te y se da en la totalidad básica y omniabarcante de la vida,


la cual está en ella misma, y es el último límite a donde el
hombre puede llegar viviendo y viviéndose

Según este concepto «omniabarcante» de la vida, el hom¬


bre (y la colectividad) es «un ser de existencia prospectiva
y temporalizada, cuyo presente va labrándose en una vista
simultánea de su futuro y de su pasado (estar preocupado
por hacer algo que aún no existe en vista de lo que ya está
hecho)». (Op. cit., pág. 123.) A la luz de estos conceptos Cas¬
tro define la «vida histórica»: «Una actividad funcional cuya
razón de existir consiste en la misma inmanencia de su con¬
tinuo tender hacia un futuro, partiendo de un presente inclu¬
sivo de un pasado.» {Ibid., pág. 116.) Y el motivo de mayor
confusión de los estudios históricos al uso deriva de no haber
incorporado en ellos esta noción de «vida».
La vida histórica (como la vida humana) es un «queha-
cerse», un hacerse hacia adelante, puro «futurismo», un
«gerundio» (faciendum), usando la terminología de Ortega.
Los hechos son únicamente símbolos y expresión de esa rea¬
lidad vida, y la obligación del historiador es explicar los
hechos en la «estructura» (1948) o «morada vital» (1954) del
agente colectivo del cual son expresión. La proposición «Bru¬
to mató a César» sólo adquiere plenitud de sentido cuando,
tras la espada asesina, sepamos quiénes fueron como seres
humanos Bruto y César, qué significó César y el Imperio
Romano en toda la historia posterior y qué giro pudo tomar
el Imperio después del asesinato. Sólo entonces decimos algo
inteligible con esa proposición. El verbo, la acción, cobra
sentido histórico cuando va unido a su sujeto. Por eso el
primer deber de la historiografía habrá de ser distinguir ese

21 Castro, La realidad histórica, pág. 116.

AMÉRICX) CASTRO. — 8
114 A. Castro: visión de España y de Cervantes

sujeto agente, llenarlo de sentido histórico, identificando su


forma de vida, su estructura o morada vital, su jerarquía
de valores
Todo sujeto agente histórico es un grupo humano, una
colectividad, que adquiere dimensión historiable en la medi¬
da en que vaya sintiendo y manejando como suyos los pro¬
yectos y realizaciones de dimensión colectiva. Dicho agente
histórico ha de ser definido por una conciencia de «ipseidad»,
de «personeidad» colectiva, ya que un pueblo, como una vida
humana, es algo originario que empieza a existir cuando se
sabe y se siente existir como tal. Se trata de asistir a ese
proceso de personalización colectiva, de construcción y des¬
arrollo de su personalidad, que consiste en dirigir eficaz¬
mente las posibilidades a su alcance hacia fines de dimen¬
sión historiable. Esta conciencia que adquieren los pueblos
de su dimensión colectiva es un común denominador, vínculo
o trabazón interior, «realidad subyacente», «estilo de vida»
(García Morente), de los sucesivos numeradores temporales
que constituyen el proceso existencial en la vida de una colec¬
tividad humana. Por debajo, pues, de todos los numeradores
hay un denominador común, el «nosotros» de la historia, al
que hay que identificar, ya que únicamente desde «dentro»
de su persona adquieren sentido los hechos. Las bases de
estos principios se encuentran en Heidegger, que Castro ha

22 «La ingenua urgencia de narrar o averiguar, sin más, lo que


pasó, hace olvidar a veces la auténtica realidad de los hechos y de las
obras de la historia humana, una realidad sólo historiable cuando es
puesta en correlación con la estructura humana en que existe, y con
los valores en los cuales se hace significante. Pirandello puso en boca
de un personaje la siguiente declaración: 'Un hecho es como un saco
que no se tiene en pie cuando está vacío; para que se mantenga dere¬
cho hace falta poner en él la razón y el sentimiento motivadores de
su existencia’.» (A. Castro, «La tarea de historiar». Cuadernos, núm. 4
[París, enero-febrero 1954], pág. 21.) Por consiguiente, los hechos hu¬
manos han de ser referidos a la vida donde acontecen y existen.
Castro y su visión histórica de España 115

asimilado quizá a través de Ortega. La historicidad humana


sólo se concibe desde proyectos, dimensiones y posibilidades
historiables, y no desde impulsos biológicos o psicológicos.
En esta fundamental tarea de la historiografía —identi¬
ficar el «nosotros» de la historia— se presentan varios pro¬
blemas. Partiendo del hecho innegable, la existencia de cier¬
tas peculiaridades diferenciales en la vida de los pueblos {lo
romano, lo francés, lo español), la primera pregunta del his¬
toriador será «cuándo» empiezan a estar históricamente cons¬
tituidas esas peculiaridades, esas formas o «estilos de vida»,
cuándo un pueblo surge a la vida historiable. Como respues¬
ta, Castro concibe «las historias particulares como estructu¬
ras fundadas en una ipseidad de conciencia, existentes en
una 'morada vital’» cuya peculiar fisonomía se hace paten¬
te a través de los hechos historiables.
Por «morada vital» entiende Castro una realidad inva¬
riante, pero dinámica, una estructura dispuesta y funcionan¬
te, que causa la unidad y peculiaridad vital del agente histó¬
rico. Sobre dicha morada se asientan los proyectos colectivos,
como punto de apoyo y principios sobre los cuales sentimos
que se basa nuestro vivir. Y es ella la que determina el con¬
junto de posibilidades o imposibilidades colectivas que un
pueblo tiene en un momento dado. De la morada vital reciben
la impronta de peculiaridad {lo español, lo visigodo) los
hechos generados por el agente histórico. Caracteres pare¬
cidos revisten las creencias orteguianas, como determinantes
del quehacer de la vida.
Al «modo como los hombres manejan su vida dentro de
esa morada, toman conciencia de existir en ella», llama don
Américo vividura. «Esta sería el modo ’vivencial’ —escribe—,
el aspecto consciente del funcionar subconsciente de la 'mo-

23 A. Castro, Dos ensayos, México, Porrúa, 1956, pág. 13.


116 A. Castro: visión de España y de Cervantes

rada’» 2“, Otra definición de estos conceptos de morada vital


y vividura aparece en Los españoles:

La intelección de la historia de un pueblo requiere... articu¬


lar la ininterrumpida sucesión de lo acontecido en im espacio
geográfico con la sucesiva aparición de sujetos-agentes históri¬
cos que adjetivan como suyo lo acontecido desde un cierto
momento del fluir histórico. Al espacio humano abarcado y
limitado por el «nosotros» de la historia vengo llamando desde
hace tiempo «morada vital». Y a la conciencia de sentirse exis¬
tiendo en esa «morada» (como cuando se dice «nosotros los
ingleses», o «los franceses», etc.), le he dado el nombre de
«vividura». (Op. cit., págs. 62-63.)

Todo esto se basa en la concepción castrista de la vida y


de la historia, como un quehacer hacia adelante:

Me interesa la vida como movimiento, curso y dirección,


como algo variable, conjugado con una «invariante» que haga
captable lo que persiste a lo largo de las mutaciones tempo¬
rales; «invariante» porque de otro modo no podríamos llamar
«francés» al parisiense del siglo xi y al de hoy. Persigo una
constante vital, im «modo» y no una «sustancia» 25.

Esa «invariante» es lo que hace que el anciano de hoy se


vea identificado con el joven de ayer, no obstante las muta¬
ciones temporales.
Si la vida es quehacer, futuro, toda colectividad se define
más por sus fines que por su pasado. El pasado puede actuar
como sustrato intrahistórico, como herencia biológica, como
sustrato lingüístico puramente formal. Pero así como los
hijos heredan esto de los padres, llegando a ser individuos
diferentes, del mismo modo un pueblo, heredero de sustratos
y tradición, puede ser objeto de «cataclismos» históricos que

24 A. Castro, La realidad histórica, págs. 109-10.


25 A. Castro, La realidad histórica, págs. 110-11.
Castro y su visión histórica de España 117

marcan rupturas radicales y transforman su conciencia, sur¬


giendo otros «nosotros», otras moradas de vida. El historia¬
dor, pues, después de identificar a un pueblo descubriendo
su morada vital, podrá llegar hasta sus orígenes recorriendo
hacia atrás la historia de dicho pueblo, hasta llegar a una
estructura vital, a una morada de vida, distinta de la actual.
Aquel crítico instante temporal marca el nacimiento de la
nueva colectividad histórica.
Un nuevo problema se presenta al historiador: qué es lo
historiable, cuándo un hecho comienza a ser histórico supe¬
rando las vallas del puro evento. Castro intenta dar respuesta
a este interrogante en su ensayo «Descripción, Narración,
Historiografía», publicado en Dos ensayos (1956). Gran parte
de dicho estudio está dedicado a establecer la diferencia en¬
tre los conceptos de «historiable», «narrable» y «describible».
Cada uno de estos conceptos posee su objeto propio; el de
la historiografía son los hechos humanos historiables, es
decir, dotados de valor perdurable y trascendente, dispuestos
en adecuada perspectiva. Ese valor trascendente de los
hechos hace que sean «convivibles» en la vida del historia¬
dor, captados «vivencialmente» (no caprichosamente) por él.
De ahí la dependencia de lo historiable del historiador: «La
jerarquía de los valores —aclara Castro— es solidaria de la
jerarquía de los valorantes.» {Op. cit., pág. 26.)
Lo «narrable» representa una categoría inferior, objeto
de la crónica o de la «eventología». Es la vida de ciertos pue¬
blos que, aunque «importantes» (llevar al «puerto»), carece
de esa trascendencia histórica digna de ser revivida por
otros. Entran en esta categoría el progreso, la civilización y
otros fenómenos dignos de estima, «contemplables», pero no
revivióles.
Finalmente, lo «describible» es el nivel más bajo de una
vida colectiva. Es una descripción del vivir de un pueblo
118 A. Castro: visión de España y de Cervantes

primitivo, caracterizado por motivaciones rudimentarias:


fisiológicas, psíquicas, económicas.
El problema surge al tratar de precisar cuándo, por qué
y cómo un pueblo llega a adquirir o perder su dimensión his-
toriable, ya que no se puede llamar histórico a todo lo pasa¬
do. Es fundamental partir de la presencia de una conciencia
de vida colectiva, una conciencia de ipseidad en enlace con
el pasado y en vista del futuro, que suponga la convicción
de encontrarse existiendo en y desde posibilidades eficaces.
La labor del historiador será adentrarse en esa morada vital
y desde allí hacer obra selectiva mediante juicios de valor.
Los hechos de dimensión historiable comienzan haciéndose
en la «morada» de su creador, pero han de estar dotados de
una existencia proyectiva, una posibilidad de procrearse, de
revivir en las vidas de quienes entren en relación (de prefe¬
rencias y rechazos) con ella (artista, historiador, etc.). «La
tarea de historiador —dice Castro— es una forma de conver¬
sación, de convivir con quienes en alguna forma dejaron
expresiones vivientes de sus vidas.» (Ibid., pág. 33.) Y el «mé¬
dium» imprescindible para acercarse al pasado glorioso de
un pueblo es el historiador en su doble tarea de aproxima¬
ción vivencial y selección valorativa. «Historiar —continúa
don Américo— requiere entrar en la conciencia del vivir de
otros a través de la conciencia del historiador, es decir, sir¬
viéndose de su vivencia del vivir de otros.» {Ibid., pág. 34.)
Lo historiable queda así delimitado, no científicamente, sino
existencialmente, vivencialmente, p>or la apreciación valora¬
tiva del historiador. Y, como resumen de sus doctrinas so¬
bre lo historiable, escribe en Los españoles:

...no todo en la vida pretérita de un pueblo debe ser visto


como historiable..., sólo merecen en rigor este calificativo las
obras y acciones humanas dignas de sobrevivir y de ser revividas
Castro y su visión histórica de España 119
por quienes revelen poseer justificada conciencia de su valor.
(Op. cit., pág. 98.)

La historia, pues, de la vida de un pueblo ha de cons¬


truirse desde un presente retrospectivo, que vea lo historia-
ble en la trascendencia y valía de lo que el tiempo no se
llevó.

2) Aplicación práctica a la historia de España. — Desde


sus presupuestos históricos. Castro pasa a identificar y des¬
cribir el agente colectivo español: cuándo y cómo se formó
la «morada vital» de España, cuándo se sintió por primera
vez esa conciencia de ipseidad que constituye lo español de
la historia. Porque lo hispánico existe 2^. Basado en el presu¬
puesto fundamental de la existencia temporal de peculiari¬
dades diferenciales en la vida de los pueblos, comienza ne¬
gando el concepto tradicional del «eterno español» (Menéndez
Pidal) y toda otra teoría de continuidad perfectiva o defectiva
de glorias o lacras nacionales. Va a descubrir ese momento
clave del pasado en que España se constituye como una pecu¬
liaridad histórica y comienza a existir con conciencia de
nacionalidad proyectiva. Y he aquí una fecha revolucionaria
en la historiografía de Castro: para él el año 711, con el
«cataclismo» de la invasión árabe, marca la ruptura de la
tradición anterior y el nacimiento de un nuevo agente histó¬
rico, instalado en una nueva «morada de vida», fraguada en
la convivencia de tres castas identificadas primariamente por
sus creencias religiosas. El nombre de «cristiano», adoptado
por esa naciente colectividad histórica en lucha, explica la

26 Ver Dos ensayos, reseña de Amold G. Reichenberger, HR, XXVI,


núm. 3 (julio 1958), págs. 234-36. «For this reviewer at least, there is
a high degree of likelihood and plausibilitiy that this ¡o, in the case
at hand lo hispánico, does exis.» (Pág. 235.)
120 A. Castro: visión de España y de Cervantes

peculiaridad de su estructura vital. Siglos de entrecruces


constantes, de tensiones, luchas y armonías sobre el suelo
peninsular, que irán moldeando al auténtico español y la
realidad histórica de España.
Lógicas deducciones de lo anterior formulan las tesis cho¬
cantes y controvertidas de Castro: Séneca y Trajano no fue¬
ron españoles; los visigodos, y con ellos San Isidoro, no eran
españoles; el español nació a la vida histórica con el «nos¬
otros» colectivo que se fue fraguando y destacando en la
lucha y convivencia secular de la Reconquista.
Instituciones medievales como las órdenes militares, el
culto a Santiago, formas de vida y costumbres regionales, la
tolerancia religiosa, formas de expresión literaria como el
Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, etc., serían inexplicables
para don Américo fuera de esa peculiaridad de la vida penin¬
sular, consistente en convivencia y mutua influencia.
Séneca y los visigodos no fueron españoles simplemente
porque se sintieron pertenecientes a un «nosotros» distinto
del nuestro. Séneca, nacido en Corduba (que nada tiene que
ver con la Córdoba conquistada por Fernando III el Santo),
fue un romano educado por maestros griegos imbuidos del
pensamiento estoico. Vivió y escribió en Roma, en el siglo i
después de Cristo, y Roma fue el centro de su mundo y de
sus aspiraciones como romano de su siglo. Contra los parti¬
darios de la ingenua idea de un «senequismo español» (Me-
néndez Pelayo, Ganivet, etc.), afirma Castro que el pensa¬
miento de Séneca es incomprensible fuera del estoicismo de
los romanos y griegos. El estoicismo, además de una moral
(no tan simplista como aquella a que la han reducido algu¬
nos), es una complicada teoría filosófica que nada tiene que
ver con la supuesta sobriedad del español o con el hecho
empírico de aguantar el hambre o el dolor. Este infantil
afán de españolizar a Séneca es una consecuencia más de
Castro y su visión histórica de España
121
ese pretender llenar los vacíos de la historia patria con glo¬
rias multiseculares con las cuales tan sólo nos unen lazos
geográficos. El pretender identificar «Hispania» con «España»
es un sofisma para nuestro historiador.
El problema está aquí en preguntarse, no si Séneca se
sentía romano o español, sino si, dentro del «nosotros» roma¬
no, sentía una peculiaridad de un diferente modo de ser que
posteriormente había de ser lo español. ¿Poseían los proce¬
dentes de Hispania peculiaridades diferenciales suficiente¬
mente características como para ser notadas por los de la
metrópoli? En ese caso habría que ver ya un carácter espa¬
ñol que llegaría a dominante cuando Hispania lograse su
independencia y su total desarrollo como nación soberana.
Un primer indicio de estas peculiaridades habría que buscar¬
lo en la actitud de Séneca frente a Roma, y en la actitud de
los romanos frente a los provinciales de Hispania. Es decir,
determinar la dimensión histórica del distanciamiento entre
Roma y la provincia Hispania^.
Un fenómeno que causa problema a la posición castrista
es la permanencia lingüística. Como han demostrado A. To-
var, Clavería, Lapesa y otros, quedan varios rasgos del roma-
nismo hispano y del visigodo en el futuro castellano. Y con¬
tra la tesis de Castro de que la presencia de fenómenos lin¬
güísticos arabes (vocablos, seudomorfosis o paralelismos
expresivos) manifiesta la acción de la presencia musulmana
en zonas más profundas de la vida española, habría que
responder mostrando que la base estructural y el grueso del
castellano es el latín. Si el celtíbero desapareció dejando paso

27 Cicerón, en Pro Archia, habla de los «poetae cordubenses quid-


dam pingue sonantes». Es curioso que Séneca, Juan de Mena y Gón-
gora, todos cordobeses, hayan sido los poetas barrocos de sus respec¬
tivas épocas.
122 A. Castro: visión de España y de Cervantes

al latín, el latín permanece, no obstante la invasión musul¬


mana, «destrucción de España» según las crónicas
Castro responde que el castellano fue, en sus principios,
una forma de latín rústico, y asume que quienes lo hablaban
de ningún modo lo asociaban con el ambiente y los modos
de vida romanos. Es más, el desarrollo independiente de
cinco dialectos románicos (gallego, leonés, castellano, arago¬
nés, catalán) es un síntoma de las profundas mutaciones
experimentadas por la Hispania después del siglo viii. La
solución del problema radica en la importancia que demos
a la lengua como elemento conformador de estructuras de
vida colectiva.
Para Unamuno la presencia de una lengua supone per¬
manencia de esencia. Castro, por el contrario, opina que es
un molde externo a merced de los contextos de vida. De
ahí que la continuidad de una lengua no sea indicio necesario
de la continuidad de nacionalidad o forma de vida colectiva,
como el hablar diferentes lenguas tampoco supone diferen¬
tes nacionalidades (el caso de la Suiza moderna, por ejem¬
plo).
«Los visigodos no eran españoles», reza un titular de Cas¬
tro. Y contra todos los que acuden a tópicos como «sangre
visigótica», vocablos góticos, nombres de personas, toponi¬
mia, costumbres jurídicas, objetos arqueológicos, etc.. Castro
concluye: «El pretendido españolismo de los godos es senci¬
llamente un anacronismo y una fantasmagoría, fundados en

Leo Spitzer ha demostrado que muchas de esas formas del len¬


guaje aducidas por Castro como pruebas definitivas de una influencia
árabe configuradora de la espiritualidad española son casos de arcaís¬
mo, ya que muchas de ellas existen igualmente en el francés y en el
italiano antiguos, así como en el provenzal. Ver L. Spitzer, «’Mestu-
rar’ y la semántica hispano-árabe», NRFH, III, 2 (1949), págs. 141-49.
Castro y su visión histórica de España
123
posteriores anhelos y nostalgias» 29. No obstante su romani¬
zación, no se sintieron enlazados ni con los habitantes prerro¬
manos, ni con los romanos mismos. (Ver Historia Gothorum
de Isidoro.) Y don Américo tratará de demostrar que «los
visigodos no estructuraron las vidas de quienes se crearon
otra forma colectiva de existir a lo largo de los siglos poste¬
riores a la invasión musulmana. El reino visigodo inició una
forma específica de vida, de funcionamiento vital, que no
prosperó» 20.
Las primeras crónicas de la Reconquista {Crónica Albel-
dense, 880) no nos ofrecen panoramas visigóticos. Nos ha¬
blan, por el contrario, de «cristianos» (christiani), «astures».
Y don Opas recuerda que «en otro tiempo toda Hispania
estuvo unida y ordenada bajo el régimen de los godos, y
cuánto brillara por su doctrina y saber sobre otras tierras» 21,
Dichos testimonios confirman que los godos eran un recuer¬
do lejano ya en el siglo ix, según Castro. Con el desarrollo
de la Reconquista, otras gentes, con otros nombres, fueron
formando nuevas conciencias colectivas. Y en el espacio
geográfico de la Hispania «unida y ordenada» de los visi¬
godos asistimos al nacimiento de las más tarde llamadas
Españas.

29 A. Castro, La realidad histórica, pág. 151.


20 A. Castro, Los españoles, pág. 113.
21 Ramón Menéndez Pidal, Reliquias de la poesía épica española,
Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1951, páginas
xxxi y 23. En vez de afirmar que la «finalidad última» de la resistencia
iniciada en Asturias contra los moros fue «recuperar la tierra antes
regida por los reyes visigodos de Toledo», Castro cita la Crónica de
Albelda, donde se hace mención de la ocupación sarracena del «reino
de los godos». Don Américo subraya el contenido espiritual de la pala¬
bra christiani para probar su tesis, pero trata de soslayo el contenido
de la palabra goti, refugiándose en que el recuerdo del reino de los
visigodos era ya entonces (880) lejano y nostálgico. Ver La realidad
histórica, pág. 29.
124 A. Castro: visión de España y de Cervantes
El contenido de nobleza e hidalguía inherente al vocablo
godo («sangre goda») no encierra ningún sentido positivo:
ser godo era no ser moro ni judío. Ya Menéndez Pidal, en
Los Godos y la Epopeya española (1956), alude al gran por¬
centaje de «vanidad», «fantasía», «jactancia» e «ilusión» en¬
cerrado en ese «común sentir de la noble sangre goda en
España» Pero, apoyado en su principio historiográfico de
que «la total comprensión histórica exige considerar la vida
de un pueblo como un continuo irrompible, dada la realidad
de su ininterrumpida sucesión generativa» (ibid.), sostiene
la posición de que dicho concepto (sangre goda) promovió,
en los siglos sucesivos, muy eficientes características de la
nación española. Y mantiene firmemente su convicción de
que los godos han de ser mirados «como el cimiento de la
vida política y social en la España que sobrevive a la ruina
del reino visigodo». (Ibid., pág. 30.) Es más, dicho goticismo
se vigoriza después de la invasión islámica, que no causó
en modo alguno ruptura con el pasado visigótico. Y señala
varios fenómenos culturales provenientes de los visigodos,
actualizados por los cristianos del Norte: libros doctrinales,
históricos y legislativos, costumbres bárbaras latentes, y la
epopeya. Ortega y Gasset, en España invertebrada, cree igual¬
mente en un goticismo perdurable, pero de signo negativo,
que no agrada a Menéndez Pidal. Los visigodos, pueblo esen¬
cialmente débil, son el «ingrediente decisivo» de las lacras
del pueblo español. Pero el mismo Ortega, al redactar en
1952 el «Prólogo» a El collar de la paloma, de Ibn Hazam,
para la traducción de E. García Gómez, expresa ideas en
aparente contradicción con sus tesis visigóticas anteriores.
Sin duda la lectura de España en su historia, aparecida cua-

^ R. Menéndez Pidal, Los godos y la epopeya española, Madrid,


Espasa-Calpe, 1969, pág. 32.
Castro y su visión histórica de España 125

tro años antes, habría influido en este cambio, si bien Ortega


evita expresamente toda alusión directa a Castro y a su libro,
que contiene varias páginas y alusiones al poeta cordobés.
Después de llamar «árabe 'español'» a Ibn Hazam, atribu¬
yéndole el arabismo en serio y la españolía informalmente.
Ortega establece el siguiente principio historiográfico, repe¬
tido por Castro hasta la saciedad:

Sin que yo pretenda estorbar que los demás hagan lo que


les plazca, no estoy dispuesto, por mi parte, a correr la aven¬
tura de llamar en serio «español» a cualquiera que nace en el
territorio peninsular, aunque sea de sangre «indígena» y aun¬
que haya vivido aquí toda su vida 33.

Y el mismo Ortega, que había llamado «sevillano» a Tra-


jano y «godo» al Cid, continúa líneas más adelante: «Y esto
que es verdad ahora... lo era mucho más en el friso de los
siglos décimo y undécimo, cuando la 'cosa' España empezaba
tan sólo a germinar.» (Ibid.)
Hasta sus tesis de que lo árabe no fue «ingrediente esen¬
cial» en la génesis hispana parecen estar en crisis igualmen¬
te. La Edad Media europea es para él ahora inseparable de
la civilización islámica, ya que ha consistido en la conviven¬
cia de cristianismo e islamismo sobre un área común impreg¬
nada por la cultura grecorromana. Y, centrando su atención
sobre lo árabe español (al-Andalus), subraya el hecho de la
convivencia con palabras extremadamente expresivas: «Nues¬
tra sociedad ha convivido durante siglos con esa sociedad
andaluza, piel contra piel, en roce continuo de beso y lanza¬
da, de toma y daca, de influjo y recepción.» {Ibid., pág. 43.)
Y muestra su insatisfacción ante el estado de los estudios his¬
tóricos arábigo-españoles, en un párrafo que va directamente

33 Ortega y Gasset, «Prólogo», en O. C., VII, pág. 42.


126 A. Castro: visión de España y de Cervantes

contra el libro de Castro que había dedicado extensión con¬


siderable e importancia capital a dicho tema: «Una de las
grandes vergüenzas que desdoran los estudios históricos es
que, a estas alturas, ni de lejos se haya logrado esclarecer
la figura de la relación entre ambas sociedades.» (Ibid.)
Las primeras crónicas documentan las iniciales etapas de
la Reconquista como una empresa del reino de Asturias des¬
tinada a restaurar el reino visigodo. Pero no era éste el sen¬
timiento dominante en otros reinos peninsulares. León y
Castilla parecen ser los únicos reinos que se sintieron here¬
deros de los visigodos; no así Aragón, lanzado hacia un im¬
perio mediterráneo y oriental, y más tarde excluido de la
conquista de las Indias.
Otra prueba de la no «españolidad» de los visigodos es,
según Castro, su concepción de religión y estado. Adhirién¬
dose a Menéndez Pidal, niega tanto la existencia de una Igle¬
sia «nacional» como de un estado visigótico «teocrático» a
lo Felipe 11. Este fenómeno causó ciertas dificultades a Me¬
néndez Pelayo, partidario de una historia española concebida
como una continuidad de creyentes ortodoxamente católicos.
De ahí que, ante el arrianismo inicial de los visigodos, excla¬
me: «España no ha sido nunca arriana, porque los visigodos
no eran españoles»^, tesis incondicionalmente suscrita por
Castro ^5.
En conclusión, el adjetivo español no puede aplicarse con
rigor a quienes habitaron la Península Ibérica antes de la
invasión árabe. Lo existente en la tierra en donde se da hoy

34 M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles.


vol. II, 1917, pág. 94.
35 «La creencia religiosa ha sido una máxima dimensión en la
vida-historia de España, una actividad situada en lugar preferente en
el recinto de su morada vital.» (A. Castro, «La tarea de historiar»,
página 24.) Y concluye, en la página siguiente, que este aspecto dife¬
rencia claramente a los visigodos de los auténticos españoles.
Castro y su visión histórica de España 127

eso que llamamos español fue antecedente, sustrato, condi¬


ción que hizo posible eso llamado España. Y «sólo en virtud
de un tosco paralogismo —escribe Castro— cabría identiñ-
car la realidad vital de la posibilidad con lo hecho posible
por ella; lo condicionado, con la condición». (La realidad,
página 12.) El que los iberos, celtas, romanos y visigodos
hayan sido condición para la existencia de los futuros espa¬
ñoles, no les hace tan españoles como aquéllos. La realidad
histórica no es algo sustancial, enraizado en el suelo geoló¬
gico y dado de una vez para siempre.
Aparte de la conciencia de continuidad con lo visigodo,
¿se advierte algún indicio de continuidad con lo romano clá¬
sico? No en la Edad Media, según Castro, época de total
dominio religioso. Para los cristianos medievales, la Roma
pagana era la imagen de la Babilonia bíblica, que había que
huir refugiándose en el cristianismo. Por su corrupción. Dios
había destruido su imperio para dárselo al Papado En lite¬
ratura, el héroe griego Alejandro aparece como varón provi¬
dencial, mientras que los romanos son olvidados, como ejem¬
plares de vicio y corrupción. La cultura medieval anterior
a Alfonso X vive de la teología patrística. Con el Rey Sabio
y la escuela de traductores de Toledo, España se convierte
en foco de ciencia griega y oriental en Europa. Pero ya con
don Juan Manuel se percibe la entrada de la escolástica y la
influencia de Santo Tomás, a la luz de cuyas doctrinas pudie¬
ran encontrar sentido tanto la guerra contra el infiel musul¬
mán como la tolerancia religiosa.
El siglo XV marca una gran revolución cultural en España:
la «entrada de los clásicos». Surge cierta conciencia de «ro-

36 Don Américo no tiene en cuenta que la institución misma de


la Iglesia y el Papa, considerado sucesor de los emperadores en la
Ciudad Eterna, fue en todo Occidente el vínculo de pervivencia del
Imperio Romano.
128 A. Castro: visión de España y de Cervantes

manismo», de identidad y pertenencia, de familiaridad con


la cultura clásica romana. Los escritores humanistas van a
Italia, tierra de la antigua Roma, para beber más de cerca
lo romano; y con toda conciencia asimilarán el movimiento
renacentista y se sentirán caminando por su corriente. Este
fenómeno cultural ha de ser tenido en cuenta siempre que
se juzgue la carga de occidentalismo de la cultura española.
Además de la ruptura con el pasado, ¿qué otros rasgos
diferenciales caracterizan, según Castro, la inédita estructura
funcional de la vida española? Porque es deber fundamental
del historiador identificar la vida del «nosotros» de la histo¬
ria para que esos «hechos» dejen de ser abstracciones o hijos
de nadie y rebosen de sentido.
Es indudable que, sin la invasión musulmana y el ingre¬
diente árabe, los hispanogodos hubiesen creado una colecti¬
vidad nacional mucho más cercana a Francia e Italia que a
la España del siglo xvi. Pero ese «cataclismo» histórico fue
la causa inicial de esa realidad llamada «singularidad»
hispana. El lento proceso de la Reconquista (tenía razón
Ortega al preguntarse si era lícito llamar «Reconquista» a
una cosa que había durado ocho siglos) y la formación de
la futura variedad humana llamada española son aspectos del
mismo fenómeno. La formación, pues, de conciencia de colec¬
tividad en la zona cristiana fue paralela a ese continuo fenó¬
meno de oposición lenta a un enemigo presente. Estas espe¬
ciales circunstancias exteriores e interiores hacen que la vida
se estructure mediante una serie de valores basados en pre¬
ferencias y rechazos. Esta convivencia y enfrentamiento pro¬
longados secularmente crean la necesidad, a veces, de esta¬
blecer un común horizonte de vida. Los musulmanes se carac¬
terizaban por estar animados y sostenidos en sus empresas
por una creencia religiosa, fenómeno único en Occidente.
Pues bien (y éste es el origen del primer rasgo esencial del
Castro y su visión histórica de España 129

«nosotros» español): «Para quienes combatían contra ellos,


año tras año, siglo tras siglo, la creencia también acabó por
constituir la raya última de su horizonte vital» Esta insta¬
lación de los españoles en la creencia (ya divina, ya humana)
desempeñará una función decisiva en su historia. Solamente
ella explica tanto el carácter «divinal» del vivir español —en
guerra y en paz— como sus anhelos de imperialismo. Aque¬
llas gentes dispares de los diferentes reinos peninsulares sólo
se aunaban en vértices de creencias y anhelos, literariamente
estampados en el Cancionero y en el teatro del siglo xvii.
La obligación de la guerra forzó al hispanogodo a adoptar
no sólo un nombre belicoso cargado de religiosidad («cristia¬
no»), sino la misma táctica material y espiritual en que
aquélla era practicada por el enemigo. De ahí que, frente al
nombre de Mahoma, sonara en el campo cristiano el de San¬
tiago, cuyo culto habría de adquirir proporciones inauditas
al fragor de la Reconquista^*.
Durante cuatro siglos, musulmanes y cristianos aspiraron
a poseer la totalidad del suelo peninsular. Pero jamás existió
una lucha de dos poderes unidos, sino reinos cristianos mal
avenidos —de ahí el carácter de empresa «policéfala» que

37 A. Castro, Los españoles, pág. 89.


38 Dos capítulos de La realidad histórica (IX y X) están dedicados
al tema de Santiago: origen dioscúrico y auge de la creencia, conse¬
cuencias bélicas y políticas, etc. Constituye este apartado un punto
de fricción en la controversia castrista. Los ataques y desacuerdos
contra sus tesis y conclusiones provienen más del lado católico que
del histórico, ya que la verdadera historia (desde el P. Mariana) y
los auténticos historiadores (aun siendo «españoles y católicos») jamás
han podido justificar con razones «históricas» aceptables el origen
y el volumen de tal fenómeno religioso en España. Como detalle de
la controversia, ver la reseña de A. K. Ziegler, «Tíie Structure of Spa-
nish Historyi), Speculum, XXXI (Jan. 1956), págs. 146-52; y las respues¬
tas de don Américo aparecidas en Dos ensayos, págs. 57-61, y en
Speculum, XXXII (Jan. 1957), págs. 222-23.

AMÉRICO CASTRO. — 9
130 A. Castro: visión de España y de Cervantes

representa la Reconquista hasta el momento de los Reyes


Católicos (1474)— contra taifas musulmanes sin firme cohe¬
rencia. Cristianos y moros luchaban unos contra otros, y a
veces entre ellos mismos. La propia protección, las pasiones,
el interés y la codicia personales motivaban estas peleas, no
siempre continuas y constantes. Pero ese afán de ganar y
reconquistar la tierra respondía a una convicción religiosa
de «Guerra santa» contra el infiel. El punto de vista árabe
está en el Alcorán, y la misma justificación «a lo cristiano»
encontramos en don Juan Manuel; «Ha guerra entre los cris¬
tianos et los moros, et habrá, fasta que hayan cobrado los
cristianos las tierras que los moros les tienen forzadas»
Y explica la razón por la cual Dios ha permitido haber esta
«guerra derechureramente», para que los cristianos que en
ella muriesen, cumplidos los mandamientos, fuesen mártires.
La misma motivación, pues, y la misma promesa de paraíso
contenida en el Alcorán.
Hasta el siglo xv, la guerra santa así concebida coexiste
con cierta forma de tolerancia calcada, según Castro, sobre
el modelo islámico. En el Alcorán se reconoce cierta comu¬
nidad de fe entre «las gentes del Libro» (musulmanes, judíos
y cristianos, todos monoteístas). Los musulmanes no tenían
interés en asimilar religiosamente a sus enemigos, ya que
su fin bélico tendía principalmente a una extensión y dominio
territorial. De ahí que la doctrina de la tolerancia y de la
guerra santa sean solidarias y formen aspectos del mismo
funcionamiento del vivir islámico. La llegada de los impe¬
tuosos almorávides y almohades (siglo xi) representó una
reacción «inquisitorial» contra dicha tolerancia, e hizo impo¬
sible la convivencia con los judíos y cristianos en al-Andalus.
El mismo proceso siguió en el campo cristiano. La tolerancia

39 Citado por A. Castro, Los españoles, pág. 132.


Castro y su visión histórica de España 131

de Las Partidas, de corte islámico, y el espíritu tolerante


reflejado en don Juan Manuel {Libro de los Estados) y en el
Libre del gentil e los tres savis, del casi contemporáneo Rai¬
mundo Lulio, serán interrumpidos violentamente a fines del
siglo XV, y la Inquisición regirá desde entonces la vida espa¬
ñola.
Pero no todos aceptan esta interpretación islámica de la
tolerancia documentada en la corte de Alfonso el Sabio. Los
moros y los judíos de Castilla eran, en primer lugar, vasallos
del rey; no poseían tierras (riqueza), sino oficios. Por otra
parte, la ley cristiana ordena tolerancia y libertad en la con¬
versión, pero manda forzar —incluso físicamente— a los
que han profesado la fe para que la practiquen. Por ello
no se persigue al moro o judío en cuanto tales, sino al con¬
verso falso o al renegado''^. Si a esto se añade que ni el
moro ni el judío tenían derecho al proselitismo, se advierte
el equívoco que supone ese concepto de tolerancia contenido
en Las Partidas. Debido a dichas circunstancias, quedaba la
puerta abierta a toda tiranía, al socaire de cualquier razón

40 Contra las tesis de Castro hay que notar la doctrina general


de la Iglesia, formulada por Santo Tomás de Aquino. Al tratar de la
conducta con los infieles, responde así: «Responden dicendum quod
infidelium quidam sunt qui nunquam susceperunt fidem, sicut genti¬
les et Judei. Et tales nullo modo sunt ad fidem compellendi, ut ipsi
credant: quia credere voluntatis est. Sunt tamen compellendi a fide-
libus, si facultas adsit, ut fidem non impediant vel blasphemiis, vel
malis persuasionibus, vel etiam apertis persecutionibus. Et propter hoc
fideles Christi frequenter contra infideles bellum movent, non quidem
ut eos ad credendum cogant (quia si etiam eos vicissent et captivos
haberent, in eorum libértate relinquerent an credere vellent): sed prop¬
ter hoc ut eos compellant, ne fidem Christi impediant.
Alii vero sunt infideles qui quandoque fidem susceperunt et eam
profitentur (el caso de los conversos): sicut haeretici vel quicumque
apostatae. Et tales sunt etiam corporaliter compellendi (la Inquisi¬
ción) ut impleant quod promiserunt et teneant quod semel suscepe¬
runt.» Cf. Summa Theologica, Secunda Secundae, cuestión 10, art. 8.
132 A. Castro: visión de España y de Cervantes

de estado o de un supuesto bien común. A esta luz cobra


sentido el establecimiento de la Inquisición.
La dirección y responsabilidad de la Reconquista (en un
principio «policéfala») es asumida finalmente por Castilla,
tierra de «hombres de fierro», según las crónicas. La razón
alegada por Castro constituye otro rasgo característico de
lo español: «La casta cristiana que un día acabaría para sí
el dominio total de la vida española, llegó a tal cima por haber
dotado de efectiva dinamicidad lo que llamo la dimensión
imperativa de la persona» ‘*1. Este espíritu y énfasis personal
determinó tanto sus realizaciones como sus omisiones en
una lucha de competencias. Se origina, pues, un polarismo
entre las castas existentes en la Península, y el programa y
meta de la casta cristiana será ejercer pleno señorío y ser¬
virse del enemigo (el Cid). Frente a la aguda inteligencia del
hispano-judío y a la industriosidad constructiva y laboriosa
del árabe, el cristiano cultivará un esfuerzo heroico y bata¬
llador, un culto y estima de su persona. Esto haría posibles
sus sueños de soberanía, su expansión imperial y todos sus
logros historiables. Una triste consecuencia apunta Castro,
sin embargo; es el reverso de tan magnífico tapiz: la ausencia
de cultura racionalmente crítica y el retraso cultural de Es¬
paña. Ese encastillamiento en la creencia y en el valor intrín¬
seco de la persona, ese sentimiento de superioridad, es res¬
ponsable del polarismo casticista. La casta cristiana vence¬
dora y triunfante se opondrá a todo ejercicio intelectual,
a todo proyecto de razonamiento o experimental, por orgullo
casticista (el «¡Que inventen ellos!», de Unamuno), es decir,
por lo que esas actividades habían tenido de árabes o judías.
Secuencia de estos modos de vida será la formación de una
sociedad española escindida en dos, cristianos viejos y cris-

A. Castro, Los españoles, pág. 114.


Castro y su visión histórica de España 133

tianos nuevos o conversos. Y la obsesión por la honra y por


la limpieza de sangre —de origen judío— determinará la
realidad vital española durante la llamada «edad conflic¬
tiva».
En una visión de perspectiva, Castro llama a España
«una historia de inseguridades y firmezas». Se trata de un
problema de estructura inicial —explica—, secuela de haber¬
se yuxtapuesto y confundido los motivos religiosos y los
seculares. Los diversos grupos iniciadores de la Reconquista
coincidían únicamente en el trasmundo de su creencia, no
en el mundo de las conexiones terrenas; consecuentemente
la vida de todos ellos fue alzándose sobre cimientos de inse¬
guridad. Si a esta peculiaridad de los grupos cristianos aña¬
dimos la especial circunstancia de haber tenido que convivir
con otras colectividades definidas igualmente por su religión,
el pasado se vuelve agudo problema, cargado de angustia
existencial e incertidumbre. Esto explica el que aun ilustres
escritores hayan intentado dar por inválidas amplias zonas
del pasado español y hasta eliminado siglos enteros de su
historia. España era una porción de Europa, en estrecho y
continuo contacto con ella. España, de una manera o de
otra, nunca estuvo totalmente ausente de Europa. «Secuela
inmediata de tales fenómenos es que la historia de España
no ha podido estructurarse en un modo válido para todos;
un agudo relativismo matiza cuanto a ella se refiere: en sus
nacionales, arrogancia, melancolía, recelo y acritud frente a
extraños; en éstos, aire de desdeñosa, tenaz incomprensión,
inexactitud calumniosa y, a veces, entusiasmo exaltado»
Esta actitud angustiosa, de insatisfacción, de casi ver¬
güenza, ante la propia historia, tiene un nombre para Castro:
«vivir desviviéndose». La vida de España, desde siglos, viene

42 A. Castro, La realidad histórica, pág. 76.


134 A. Castro: visión de España y de Cervantes

consistiendo en un ansia de «desvivirse», de huir de sí mis¬


ma, de «desandarse», si ello fuera posible. «Se vive, escribe
don Américo, como si la vida, en lugar de caminar hacia
adelante, sintiera la necesidad de desandar, de comenzar
nuevamente su curso. Molesta que hubiera habido moros
y judíos... A esto llamo 'desvivirse'». (Op, cit., pág. 80.) Don
Quijote y don Juan ejemplarizan excelentemente este rasgo
tan español.
Un aspecto último queremos añadir para darnos cuenta
de la estructura vital que Castro nos da de esta entidad histó¬
rica llamada España, que tantos rasgos esenciales adoptó de
las otras castas religiosas durante los ocho siglos de entre¬
cruce y convivenciaLa ruptura de la armonía de castas
y la soberanía de la casta cristiana vencedora crean a fines
del siglo XV una monarquía española unitaria y católica.
Órgano protector de esta unidad religioso-política es el Tri¬
bunal del Santo Oficio de la Inquisición, activo e inconmo¬
vible hasta 1820. La tradición inquisitorial de la Roma pon-

43 Yakov Malkiel subraya la importancia que Castro concede al


elemento judío en la formación de lo español: «Yet at no time, per-
haps, has the role played by Jews in the shaping of Spain’s history
been assessed quite so highly by a mature and experienced scholar,
never has the impact of the precipitate political, economic, and cul¬
tural mfiltration of countless enforced secession of Jews faithful to
their religión from a millennial symbiosis with Christians received
so warm an attention as in Americo Castro’s new book España en su
historia: cristianos, moros y judíos, the fruit of a decade of medita-
tion.» (Y. Malkiel, sobre España en su historia, HR, XVIII [1950],
página 328.) Pero hace notar la parcial y limitada visión que nos ofrece
don Américo: «A degree of complete parity in the treatment of the
three groups has presumably not been achieved. Moors and Jews are
admirably shown to intervene in the history of Spain to the extent
to which they have helped to shape Christian life.» (Ibid., pág. 329.)
Falta el punto de vista árabe: «What, in other words, did Santiago
León, Burgos, Huesca, and Pamplona look like in the dreams of am-
bitious potentates residing at Cordova, Badajoz, Seville, Granada or
Medina, Damascus, and Bagdad?» (Ibid.)
Castro y su visión histórica de España 135

tificia se establece en España, pero su funcionamiento ad¬


quiere características sin igual en Occidente, por la asimi¬
lación de elementos e ingredientes musulmanes y judíos. Las
circunstancias particulares de la nación inyectaron un fana¬
tismo espiritual en los inquisidores. El totalitarismo político-
social en cuanto a la creencia religiosa daba a España una
estructura más cercana a las castas orientales, árabe y judía,
que a los otros pueblos occidentales. A esta enorme prepon¬
derancia de la religión en la vida española se refería Unamu-
no, un tanto alarmado, cuando escribía: «No sé si debido
a la lucha de ocho siglos que nuestros abuelos sostuvieron
con los moros..., el caso es que aquí... se ha operado cierta
fusión entre el sentimiento patriótico y religioso, dañosa
a ambos, pero más acaso al religioso que al patriótico»'’^. La
conclusión de Castro no se hace esperar: «Ser español sig¬
nifica, ante todo, haber existido como creyente», escribe en
su artículo «La tarea de historiar», anteriormente citado.
Y líneas más adelante leemos: «Creencia, personalismo inte¬
gral, expresión y expansión ilimitadas no son para mí abs¬
tracciones o caracterizaciones psicológicas. Son radios que
me llevan al centro de la morada vital de los españoles.»
(Art. cit., pág. 25.)
En conclusión, si a estos rasgos estructurales constitutivos
de la entidad histórica «España» unimos la pervivencia de
ciertos hábitos hispanorromanos y visigóticos (que Castro
se resiste a aceptar), una presión política y espiritual de la
naciente Francia y, en fin, una acción bastante directa de la
Roma cristiana, llegaríamos a poseer una imagen y noción
más acabadas de la peculiar contextura histórica de la vida
llamada española.

^ Unamuno, Ensayos, I, pág. 458.


Capítulo IV

EL PENSAMIENTO DE CERVANTES

EL CERVANTISMO DE CASTRO Y SUS ETAPAS

Cervantes ha recibido una atención primordial en la obra


de Américo Castro. Durante más de cincuenta años le ha
dedicado estudios sobre aspectos particulares y obras de
conjunto. No sería descabellado afirmar que la vida literaria
de nuestro historiador ha estado presidida por el signo de
Cervantes. Su interés cervantista comienza muy temprano
en su carrera histórico-literaria. Quizá el impulso originario
lo deba a Manuel B. Cossío, «maravilloso conversador y un
lector único. A nadie oí leer el Quijote con el arte perfecto
que él lo hacía» i.
El centenario de Cervantes, celebrado en 1905, causó hon¬
da impresión en su aprecio a la genial novela y a su autor.
Con esta ocasión se celebraron en España festejos literarios
y se pronunciaron discursos (como el de Menéndez Pelayo)
sobre Cervantes. Los escritos sobre nuestro clásico, apare-

* A. Castro, Semblanzas y estudios españoles, Prínceton, 1956, pá-


gina 432.
El pensamiento de Cervantes
137
cidos entonces, irían grabando profundamente su figura lite¬
raria en la mente de Castro 2. Entre los libros más influyen¬
tes en su comprensión del Quijote, y citados en la «Intro¬
ducción» de El pensamiento, están: L'Espagne de Don Qui-
chotte (1895), de Morel-Fatio; Meditaciones del Quijote (1914),
de Ortega y Gasset; un capítulo de La fine del Umanesimo
(1920), de G. Toffanin, y Un aspecto de la elaboración del
Quijote (1920), de Menéndez Pidal. Para la mejor compren¬
sión del texto señala el muy valioso comentario de la edición
crítica hecha por F, Rodríguez Marín, en 1916. Hay final¬
mente otra obra que alaba calurosamente y cita con frecuen¬
cia a través de El pensamiento: Cervantes et le romantisme
allemand (París, 1914), de J.-J. A. Bertrand. Todos estos libros
indudablemente fueron inyectando en don Américo entusias¬
mo por la rica figura de Cervantes, compendio y exponente,
según él, del humanismo español del siglo xvi.
Hemos hecho alusión anteriormente a las relaciones per¬
sonales y académicas que unieron a Ortega y a Castro duran¬
te sus primeros años universitarios en Madrid. Sus mentes
indudablemente no poseían secretos ideológicos, y es fácil
asumir que se leían mutuamente sus escritos. En 1914 apa¬
recen Meditaciones del Quijote; y es probable que ciertos
gritos angustiosos de Ortega ante la deplorable situación de
Cervantes y su libro cumbre estimulasen el interés cervan¬
tino de Castro:

¡Cervantes —un paciente hidalgo que escribió un libro—, se


halla sentado —lamenta Ortega— en los elíseos prados hace tres

2 Así el libro de Navarro Ledesma, El ingenioso hidalgo M. de


Cervantes Saavedra. Sucesos de su vida; el de T. Carreras Artau, La
filosofía del derecho en el «Quijote» (citado en Et pensamiento), del
mismo año, y Vida de don Quijote y Sancho (1905), de Miguel de Una-
muno, «libro bello y sugeridor como pocos», según palabras del pro¬
pio Castro.
138 A. Castro: visión de España y de Cervantes

siglos, y aguarda, repartiendo en derredor melancólicas mira¬


das, a que le nazca un nieto capaz de entenderle! (O. C., I,
página 327.)

«Entenderle» quiere decir intelligere o leer lo de dentro,


un leer pensativo para llegar a la profundidad del Quijote.
Y culpa especialmente a la Restauración y a sus críticos
(Menéndez Pelayo, Valera) de haber aplaudido la mediocri¬
dad sin haber tenido la experiencia de lo profundo. ¿Conse¬
cuencia? Cervantes y su libro fueron mezclados «eruditamen¬
te con nuestros frailecicos místicos, con nuestros dramatur¬
gos torrenciales, con nuestros líricos, desiertos sin flores».
(Ibid., pág. 340.) Y Ortega clama por ese «nieto» cervantino
que saque a viva luz la plenitud y profundidad de Cervantes
y su obra. Sus palabras son incitadoras e insinuantes: «No
existe libro alguno —se refiere al Quijote— cuyo poder de
alusiones simbólicas al sentido universal de la vida sea tan
grande.» {Ibid., pág. 360.) Y aludiendo concretamente a Cer¬
vantes, ese «semidiós alcabalero», como él le llama, grita de
nuevo en tono de invitación: Cervantes...,

He aquí una plenitud española... He aquí una palabra que


en toda ocasión podemos blandir como si fuera una lanza. ¡Ah!
Si supiéramos con evidencia en qué consiste el estilo de Cer¬
vantes, la manera cervantina de acercarse a las cosas, lo ten¬
dríamos todo logrado. Porque en estas cimas espirituales reina
inquebrantablemente solidaridad y un estilo poético lleva con¬
sigo una filosofía y una moral, una ciencia y una política. Si
algún día viniera alguien y nos descubriera el perfil del estilo
de Cervantes, bastaría con que prolongáramos sus líneas sobre
los demás problemas colectivos para que despertásemos a nueva
vida. {Ibid., pág. 363.)

Estos escritos orteguianos adquieren pleno sentido desde


la perspectiva de su programa europeísta, analizado anterior¬
mente. Para nuestro filósofo, Cervantes, «plenitud española».
El pensamiento de Cervantes 139

es el único autor universal que ha producido España, en¬


tendiendo «universal» en el sentido neokantiano de Ortega,
como igual a culto; mientras el místico y el comediante se¬
rían documentos de la aislada barbarie nacional.
Volviendo la atención a don Américo, ¿no pretendería ser
ese «nieto» cervantino, ese «alguien» restaurador de Cervan¬
tes y descubridor de su estilo, de su universalismo, de esa
manera cervantina de acercarse a las cosas? Su inmersión
en la metodología orteguiana y su profesión de ñlólogo le
hacían el más indicado para emprender la tarea.
Sea como consecuencia de aquellas lecturas artísticas de
Cossío, sea por el impacto recibido por los escritos de los
cervantistas durante y posteriormente al Centenario, sea por
esos párrafos inflamatorios de Ortega, o por otros motivos
más personales y profundos, como su especial interés por
nuestro siglo xvi, la realidad es que el tema cervantino ha
preocupado a Castro toda su vida. Esta preocupación e inte¬
rés fueron en aumento al ir descubriendo la íntima ligazón
que existe entre literatura e historia, y cómo los testimonios
literarios ilustran las circunstancias y fenómenos humanos
de un pueblo. Y concentrado particularmente en el Siglo de
Oro por su importancia clave. Castro baraja sistemática¬
mente ambos elementos (historia y literatura) para llegar a
esa comprensión más profunda y completa.
La visión de Cervantes ha sufrido una evolución de acuer¬
do con su visión histórica. De ahí que se puedan señalar
igualmente dos etapas en la interpretación castrista de nues¬
tro primer clásico. La primera está dominada por una obra
cumbre, El pensamiento de Cervantes, aparecida en 1925 y
reeditada en 1972. La segunda, por dos libros que reflejan su
nueva interpretación cervantina: Hacia Cervantes (1957, 1960
y 1967) y Cervantes y los casticismos españoles (1966). A estas
obras hay que añadir un interesante estudio preliminar de
140 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Castro a la edición Magisterio Español del Quijote, que lleva


por título: «Cómo veo ahora el Quijote» (1971). A El pensa¬
miento precedieron cuatro breves estudios y una reseña, que
constituyen como una prehistoria en la dedicación cervan¬
tina de don Américo

ANÁLISIS DE «EL PENSAMIENTO DE CERVANTES»

1) Estado de los estudios cervantinos. — Al plantearse


don Américo la pregunta de si había habido en la España del
siglo XVI repercusiones y reflejos del pensamiento renancen-
tista, volvió los ojos a Cervantes y trazó los planes de esta
obra. El pensamiento (1925) representa un estudio sintético

3 Su trabajo «Algunas observaciones acerca del concepto del honor


en los siglos xvi y xvii» (1916) posee una importante sección sobre el
peculiar sentir de Cervantes respecto al tema del honor. En 1917 publi¬
ca en la RFE una reseña a la edición crítica del Quijote de F. Rodrí¬
guez Marín. Años más tarde, en 1923, pronuncia una conferencia en
la Universidad de Chile bajo el título «Cervantes. Su ñlosofía de la
Naturaleza y su técnica literaria»: es un claro exponente ideológico
cervantino, precedente del libro de 1925, que posiblemente ya tenía
muy adelantado, si no del todo escrito, por tales fechas, como ciertas
expresiones e ideas de la conferencia dan a entender. En 1924 aparece
en la Revista de Occidente un artículo suyo titulado «Cervantes pen¬
sador». Y, finalmente, en este mismo año La Nación, de Buenos Aires,
publica otro trabajo: «Cervantes y Pirandello», donde Castro hace
notar que en el Quijote se encuentran los precedentes de la técnica
usada por Luigi Pirandello en Seis personajes en busca de autor. Se
ha hablado de Unamuno y su «nivola» Niebla; hasta de Calderón y
El gran teatro del mundo, como muestrarios de técnica similar; pero
no de Cervantes. Y, sin que suponga una imitación voluntaria por par¬
te de Pirandello (existen diferencias), don Américo señala cómo los
principales aspectos de «teatro dentro del teatro», contenidos en Seis
personajes, existían ya en la novela cumbre cervantina, estaban im¬
plícitos en la concepción misma del Quijote y en el invento de Cide
Hamete Benengeli.
El pensamiento de Cervantes 141

y global de la ideología cervantina sobre las bases del huma¬


nismo renacentista.
El libro está dedicado al maestro don Ramón Menéndez
Pidal en su XXV aniversario como profesor de la Univer¬
sidad Central, En la «Introducción» expone el calamitoso
estado de los estudios cervantinos en España, la baja opinión
de algunos sobre Cervantes y su obra y la necesidad de un
libro de conjunto que ponga a su debida altura los valores
de nuestro clásico. Precisamente por eso se ha lanzado él a
«intentar un estudio concordado de las obras de Cervantes,
serenamente, sin prejuicios, con propósito muy circunscrito».
(Op. cit., pág. 17.)
Los estudios más valiosos que el siglo xix dedicó a Cer¬
vantes proceden de literatos y filósofos, destacándose espe¬
cialmente la labor de los románticos alemanes. Pero hoy, la¬
menta Castro, el ambiente es hostil a todo intento de situar
a Cervantes en una zona de clara conciencia intelectual. Y
menciona un caso concreto que le sucedió en Philadelphia
con ocasión de unas conferencias sobre el «pensamiento de
Cervantes». Un crítico español (profesor de Villanova), que
le había escuchado, escribió con rara celeridad, nada menos
que todo un libro para rebatir la tesis castrista de que en
Cervantes hubiera un sistema de pensamiento. Según este
autor, en el Quijote no hay otra filosofía que la de «la fe
en el ideal... sobre las ruindades de la vida»^

4 El crítico español mencionado es el P. David Rubio, de la Orden


de San Agustín, y su libro lleva por título ¿Hay una filosofía en el
«Quijoter>7, Nueva York, Instituto de las Espadas, 1924. He aquí la
cita completa, tomada de la «Conclusión»; «¿Hay alguna ñlosofía en
el inimitable libro? En mi humilde opinión, existe la ñlosofía de la
fe en el ideal, en el valor del esfuerzo, en el triunfo de la justicia, en
el mérito del sacrificio y en la lucha constante contra toda adversi¬
dad hasta conquistarla y vencerla, para que triunfe el ideal sobre las
ruindades de la vida.» (Buenos Aires, Editorial Losada, 1943, pág. 177.)
142 A. Castro: visión de España y de Cervantes

En España no existen libros de conjunto sobre Cervantes.


Los que hay son extranjeros. Y menciona el libro de Emile
Chasles y los de Savj-Lopes y Schevill. La vida de Cervantes
escrita por Navarrete, en 1819, aún no ha sido renovada. El
público se satisface con la de Fitzmaurice-Kelly, o con la de
Miguel de los Santos Oliver (1916), como añadirá en la edi¬
ción de 1972. Algo que sorprende profundamente a don Amé-
rico es que Menéndez Pelayo no se ocupara de Cervantes sino
ocasionalmente. Algunos comentarios eruditos y la edición
de Rodríguez Marín constituyen la mejor aportación espa¬
ñola al estudio de Cervantes.
Fitzmaurice-Kelly machaca la simpleza de la naturalidad
de Cervantes; y Rodríguez Marín critica irónicamente a quie¬
nes, con pretensiones filosóficas, buscan la quinta esencia
de la significación del Quijote. Su consigna es negar que en
la novela cervantina haya posibilidades de estudio íntimo de
ninguna clase. Y Castro culpa a Menéndez Pelayo de haber
dado origen a esta actitud minimizante al escribir en Ideas
estéticas:

Cervantes era poeta y sólo poeta, «ingenio lego», como en


su tiempo se decía. Sus nociones científicas no podían ser otras
que las de la sociedad en que vivía. Y aun dentro de éstas no
podían ser las más peregrinas, las del menor número, sino las
del número mayor, las ideas oficiales, digámoslo así, puesto que
no había tenido tiempo ni afición para formarse otras s.

Al mismo Menéndez Pelayo aludía Ortega y Gasset, en


1914, cuando advertía a ciertos cervantistas que se mantu¬
viesen a una distancia respetuosa de la intimidad del gran
novelista; no vaya a ser que, por acercarse demasiado, digan
alguna cosa poco delicada o extravagante.

5 Citado en El pensamiento, pág. 12.


El pensamiento de Cervantes 143
Tal aconteció, a mi entender —escribe textualmente—, al más
famoso maestro de literatura española, cuando hace no muchos
años pretendió resumir a Cervantes diciendo que su caracte¬
rística era el buen sentido. Y nada hay tan peligroso como to¬
marse estas confianzas con un semidiós —aunque éste sea un
semidiós alcabalero. {Obras, I, págs. 363-64.)

M. Milá y Fontanals también es, en parte, responsable de


esta actitud minimizadora, dice Castro en 1972. Y cita un
párrafo de sus Obras Completas (IV, 303), en donde, entre
otras cosas, leemos:

Sola una regla creemos que se había impuesto (Cervantes),


y era la de procurar que, a la llana, con palabras significantes,
honestas y bien colocadas, saliese su oración y período sonoro
y festivo... Con ese ligero atavío, y con su buen ingenio, debió
abandonarse a Dios y a su buena ventura

En el extremo contrario cabía situar a Federico de Cas¬


tro, para quien Cervantes era un filosofo de primera línea
que «había resuelto el problema del onto-psicologismo»
Y Castro resume así las opiniones extremas sobre Cer¬
vantes:

Se ve con precisión que en Valera, Menéndez Pelayo y otros,


se funden la enemiga a las interpretaciones arbitrarias de eso-
teristas y partidarios de la omnisciencia de Cervantes, con la
afirmación de que nuestro autor es la cosa más natural del
mundo, un gran novelista, y que no hay que calentarse mucho
la cabeza para calar su sentido. Es un español más de su época,
no de los más cultos, sino de los más vulgares, que no tuvo
tiempo de instruirse mucho, y que por milagro del genio tute¬
lar de los grandes vates produjo una maravillosa obra de fan¬
tasía, que no necesitaba para su elaboración sino eso, fantasía.

6 Citado en El pensamiento (1972), pág. 16.


7 Cf. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, II,
Madrid, BAC, mi, págs. 1012-13.
144 A. Castro: visión de España y de Cervantes

De ahí al tema de la inconsciencia de Cervantes no hay más


que un paso *.

Estas doctrinas, brotadas en el siglo xix, tienen ecos en


el XX: así Savj-Lopes, Schevill, Maeztu, Azorín, etc. Rodrí¬
guez Marín afirma cierta inconsciencia en Cervantes. El autor
del Quijote fue uno de tantos hombres de su tiempo. Él y
Colón tienen de común que murieron sin darse clara y cabal
cuenta del valor de sus invenciones. Éste es, pues, Cervantes
para tan esclarecidos críticos: un autor vulgar en cuanto al
intelecto y a la cultura, pero inconscientemente genial. So¬
bre este telón oscuro y pesimista de los estudios cervantinos.
Castro va a proyectar bajo luz nueva lo que él estima ser el
verdadero pensamiento de Cervantes.

2) Método: Geistesgeschichte. — Bergson en Francia,


Croce en Italia, Whitehead en Inglaterra y Dilthey y varios
más en Alemania, son los iniciadores más representativos de
diversos movimientos, encaminados todos, a veces por vías
distintas, a derrocar las viejas filosofías del positivismo.
Idealismo, psicologismo, simbolismo en arte y literatura, son
algunos de los «modernismos» más predominantes ahora. Al
mismo tiempo asistimos al nacimiento de nuevos términos,
como Erlebnis, Gehalt und Gestalt, Struktur, Geist, Kultur,
etcétera, todos reveladores de nuevos métodos e ideologías.
En medio de este movimiento antipositivista europeo que¬
remos hacer mención especial a la situación en Alemania,
con la cual Castro estaba en contacto. Alemania había sido
la patria de los métodos filológicos durante el siglo xix. Des¬
de principios del xx la reacción en contra es general y hasta
extremista a veces. S. George, F. Gundolf y otros se oponen
a toda erudición tradicional. Karl Vossler y Leo Spitzer so-

* A. Castro, El pensamiento (1925), pág. 14.


El pensamiento de Cervantes 145

bresalen en el campo de las lenguas romances. Especial men¬


ción merece un grupo de filósofos, también alemanes, defen¬
sores de los métodos de las ciencias históricas en oposición
a los métodos de las ciencias físicas. Dilthey primero, segui¬
do de Windelband, Rickert y otros, como Max Weber, Sche-
1er, Simmel, etc., en Alemania (al mismo tiempo que Xénopol
en Francia y Benedetto Croce en Italia), han ido liberando
el estudio de la historia y la literatura del dominio de los
métodos de las ciencias naturales. La historia y la literatura
no son ya campos de segundo o tercer grado intelectual. Y
tanto los estudios históricos como la erudición literaria, aun¬
que lejos de ser ciencias naturales, son sistemas de conoci¬
miento organizado con sus propios métodos y asociaciones,
no simplemente colecciones de creaciones imaginativas o im¬
presiones individuales.
La inmensa mayoría de estos filósofos de la historia han
cultivado la Geistesgeschichte {Kulturgeschichte, en términos
de don Américo) historia del espíritu o de las ideas. Un ejem¬
plo patente de este método lo tenemos en Der Untergang des
Abendlandes (1918), de Oswald Spengler, donde se estudia
la decadencia de Europa desde un profetismo histórico, basa¬
do en una aceptación a priori de que en todas las culturas
se dan los mismos ciclos que en el año: primavera, etapa
de mito y formación; verano y otoño, edades de racionalis¬
mo; e invierno, etapa de decadencia, de bizantinismo
Dentro del interés general que esta obra produjo, pode¬
mos integrar la preocupación histórica que aparece por estos
años en los escritos de Ortega. El entusiasmo y simpatía inte¬
lectual de nuestro filósofo por Spengler aparecen claros en la
carta que le dirigió desde München en 1921. Dice así:

9 Cf. C. Morón Arroyo, El sistema de Ortega y Gasset, Madrid,


Ediciones Alcalá, 1968, pág. 311.

AMÉRICO CASTRO. — 10
146 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Muy estimado señor: Por indicación mía, la editorial Calpe,


de Madrid, ha adquirido los derechos de traducción de su libro
La decadencia de Occidente. Lo está ahora traduciendo un
alumno y colega mío. Va a publicarse en una «Biblioteca de
ideas del siglo xx», que yo dirijo. A mi paso por Munich me
alegraría extraordinariamente poder saludarle. Con gran simpa¬
tía intelectual, su seguro servidor, José Ortega y Gasset.
Hotel Marienbad, München, 1921 lo.

España invertebrada (1921), El tema de nuestro tiempo


(1923) y Las Aílántidas (1924) son los primeros productos
serios de este interés nuevo en su obra, y fruto, sin duda al¬
guna, de un fuerte estímulo spengleriano
Es imposible, por la extensión, estudiar aquí con alguna
profundidad la deuda spengleriana de los escritos de Ortega.
Remitimos al lector a las páginas 301 a 303 de la obra de
Morón Arroyo, anteriormente citada, donde esquemáticamen¬
te se alude a los reflejos estructurales, nueva terminología,
ideas y conceptos nuevos, que aparecen en las obras histó¬
ricas del Ortega de los años 1920, fenómeno únicamente ex¬
plicable por las lecturas de Spengler.
Ya hemos aludido a los esfuerzos de Menéndez Pidal por
superar la pura investigación de detalles y la influencia orte-
guiana sobre el Castro joven. Como los escritos de Ortega,
también los de don Américo reflejan un conocimiento directo
o indirecto de Spengler, quien presentaba las culturas como

'0 Op. cit., pág. 122.


Este estímulo spengleriano ha sido resumido por Morón Arroyo
al estudiar las relaciones entre ambos filósofos; lo reduce a dos .sen¬
tidos: «inicios explícitos de Ortega sobre el filósofo alemán y estímu¬
los o influencias del segundo que aparecen en la obra del primero»
(El sistema de Ortega y Gasset. pág. 299). Si Ortega sintió admiración
por la obra de Snengler, fue porque vio en ella el primer intento de
dar autonomía científica a la historia. Snengler representa la supe¬
ración del positivismo de los «hechos» y juntamente la inteligibilidad
de lo histórico desde la historia misma.
El pensamiento de Cervantes 147

totalidades en las que todos los elementos se influyen mutua¬


mente. De ahí que a nuestro filólogo no le satisfagan las his¬
torias de la literatura usualmente escritas. La literatura de
una época (Edad Media, por ejemplo) es un elemento más
de su manifestación cultural, y no se puede presentar fuera
de su contexto; si no, se la desvitaliza. Hay que penetrar has¬
ta la «íntima estructura» de esos bloques de nuestra civili¬
zación. Castro sigue, pues, las mismas rutas de Ortega en su
evolución historiográfica hacia el vitalismo de Simmel y
Spengler; y es ahora, en este momento evolutivo, cuando
escribe El pensamiento. Luego, como Ortega, dará un viraje
hacia una concepción más global, existencial de la vida. Así
se explica su constante contraposición entre el recuento abs¬
tracto de las ideas y su deseo de captar la realidad, que en¬
contramos en sus escritos posteriores.
Don Américo reconoce su deuda a los métodos antipositi¬
vistas, al confesar que su primer libro sobre Cervantes fue
escrito bajo el influjo de la idea de la Kulturgeschichte que
dominaba entonces. Efectivamente, El pensamiento ofrece un
Cervantes estudiado desde un enfoque literario abstractizante,
bajo la visión fría y substantiva de las ideologías filosófico-
históricas de la Geisíesgeschichte. Estudia el producto
—ideas— desgajado del sujeto que las piensa. La literatura
era fácilmente separable de las circunstancias y situaciones
humanas de las personas. Años más tarde reconocerá repe¬
tidas veces este su error del perspectivismo literario de 1925.
Una condena expresa de los métodos de la «historia de las
ideas» aparece ya en el umbral de España en su historia:

No hemos pensado este libro sobre el supuesto de una civi¬


lización, o sea, de unas estructuras valiosas, desgajadas de quie¬
nes las engendraron y siguen viviendo bajo el horizonte que
aquellas estructuras determinan... Cervantes, Velázquez, Coya
y Hernán Cortés tienen el puesto que les corresponde en el
148 A. Castro: visión de España y de Cervantes
reino de los valores humanos. Conocemos, en cambio, defec¬
tuosamente el sentido de la historia y de la vida que hizo posi¬
bles a aquellos y a muchos otros hombres extraordinarios...
Quisimos averiguar cómo se formó y se desarrolló lo que hoy
dominaríamos la forma hispánica de vida 12.

Ante este concepto vitalista, las categorías abstractas de


«cultura de Occidente», o «latina», o «eslava», u «oriental»
resultan ya inadecuadas. Y sigue insistiendo machaconamente
en las mismas ideas de que hay que entrar en el existir de
quienes vivieron su propia historia; dentro, no fuera de ella,
ya que los hechos y datos tan sólo valen en cuanto aspectos
significativos de algo yacente bajo ellos

12 A. Castro, España en su historia, pág. 9. En la página siguiente


leemos: «Concebimos la historia como una biografía, como una des¬
cripción llena de sentido de una forma de vida valiosa» (pág. 10). Para
la distinción entre Geistesgeschichte y ima historia existencial como
la propugnada por Ortega y Castro en sus últimas etapas, ver Morón
Arroyo, El sistema de Ortega y Gasset, capítulos IX y X.
12 Así confiesa Castro su «conversión» a la nueva metodología
histórica: «Me di cuenta, sin embargo, de la falta de sentido, de lo
abstracto de citar términos como Renacimiento, Contrarreforma y Ba¬
rroco, tan usados por mi, sin ver con nitidez en mi conciencia de qué
estaba hablando, o sea, quiénes fuesen la entidad a la que le acontecía
el curioso percance de aparecer, o de no aparecer como renacentista,
barroquista o lo que fuere. Vi mi casi total ignorancia del 'sujeto' al
cual pudiera referir con dignidad intelectual la masa voluminosa de
los aconteceres, de las 'influencias', de los valores y de los desvalores.
¿Quién es y cómo es ese 'quien' al cual le pasa vivir tan rica y dra¬
mática existencia?» (Op. cit., pág. 14.) En la segunda edición de El
pensamiento, de 1972, don Américo reanuda sus protestas contra sus
conceptos europeístas de su época de Kulturgeschichte, que le llevaron
a hacer de Cervantes un espíritu renacentista europeo. Así aclara su
posición definitiva: «Haré notar de una vez para siempre que me
parece incorrecto usar términos abstractos, tales como Renacimiento,
Edad Media, Barroco, etc., para designar el sujeto de una proposición
histórico-cultural. El Renacimiento... nunca existió como agente de
una actividad especificada. Hoy es frecuente incurrir en el error que
yo incurrí; hace medio siglo no nos habíamos planteado el problema
de cuál fuera, o pudiese ser, en realidad, el sujeto agente de vma
El pensamiento de Cervantes 149

Lejos de estas categorías abstractas, le resulta del todo


imposible decir ya que lo español es europeo u oriental. Y
se ve precisado a inventar una categoría especial, la de la
«hispanidad»
Al leer el libro percibimos una clara influencia de los mé¬
todos de la Geistesgeschichte en la estructura general obser¬
vada por Castro. Simplemente los títulos y subtítulos del
«Indice general» ya nos hablan de los dualismos y categorías
favoritos de esos críticos e historiadores de la «Historia de
las ideas», «Armonía y disonancia», «Lo universal poético y lo
particular histórico», «El error y la armonía como temas lite¬
rarios», «El vulgo y el sabio», «Las armas y las letras», «¿To¬
lerancia o intolerancia?», «La Contrarreforma», «Crítica hu¬
manística», etc, Y Cervantes aparece como el prototipo del
artista consciente de la España del Siglo de Oro, humanista
imbuido de las ideas del erasmismo y consumado renacentista
en medio del mundo del Barroco y de la Contrarreforma. Al
Castro de 1925 no le interesaban ni los problemas personales
del autor del Quijote ni las crisis sociales y conflictos de
razas de la España quiñentista. Esto ocurrirá más tarde, al
abandonar los métodos abstractizantes de la Kulturgeschichte
y descender intelectual e históricamente a la morada vital del
autor y de su sociedad. El Siglo de Oro p>erderá entonces ese
pomposo título de «Siglo de Oro» para llamarse «Edad con-

historia o de un fenómeno dotado de dimensiones históricas.» {El pen¬


samiento [1972], págs. 59-60.)
«Los textos literarios —expresivos de vida— no son juicios inte¬
lectuales, y por lo mismo es inoperante enfrentar la literatura desde
la inexactitud denominada "historia de las ideas’. El sentido y signifi¬
cación de los textos guarda relación con el contexto de las vidas his¬
tóricas en que aparecen.» (A. Castro, La realidad histórica [1954], pá¬
gina 431.) Las mismas ideas encontramos en la edición de 1966 (pági¬
nas xxiii, xiv-xv, [7]); Cervantes y los casticismos (págs. i, 143) y en
Hacia Cervantes (pág. 9),
150 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ílictiva», y Cervantes aparecerá como una víctima de esos


conflictos raciales utilizando su genial pluma como medio
expresivo y hasta expansivo, de un alma y de una sociedad
oprimidas.

3) Presupuestos literarios. — En unos versos del Viaje


al Parnaso encuentra Castro lo que llama el «credo intelec¬
tual y artístico» de Cervantes:

Nunca a disparidad abre las puertas


mi corto ingenio, y hállalas contino
de par en par la consonancia abiertas 15.

Y se propone'tratar los problemas literarios que más de


cerca afectan a nuestro clásico. Menéndez Pelayo, en Ideas
estéticas (1884), y A. Bonilla, en Cervantes y su obra (1916),
han tocado de pasada la actitud cervantina respecto a las
ideas estéticas, pero sus conclusiones no satisfacen y son hoy
demasiado elementales e insuficientes. Para don Américo, Cer¬
vantes ha leído la literatura de su época, los preceptistas de
poética y hasta libros de carácter filosóflco o ideológico. Y sus
ideas literarias no son un elemento adventicio, sino parte
constitutiva de la misma orientación que le guiaba en la se¬
lección y constitución de su obra. Al contrario que en Lope
de Vega, la teoría y la práctica aparecen en él inseparables.
Cervantes nace a la vida literaria en medio del problema
estético que afectaba a la íntima estructura del siglo. Desde
la Edad Media dos tendencias se iban fijando progresiva¬
mente en la literatura: la heroica y la cómica. Al acentuar
el Renacimiento el poder de la razón y del ideal, por una
parte, y los valores inmediatos y terrenos, por otra, ambas
tendencias se enraízan fuertemente en nuevas formas litera-

15 Citado en El pensamiento, pág. 21.


El pensamiento de Cervantes 151

rías. La Celestina es un ejemplo manifiesto de esa conjunción


de planos literarios; por eso Cervantes le llama: libro divino
si encubriera más lo humano. Arte heroico, caballeresco y
de amor idealizado, frente a lo picaresco y cómico. Dos visio¬
nes del mundo totalmente opuestas: la de Calixto frente a
la de Sempronio.
Al ponerse en contacto ambas actitudes literarias se acen¬
túa un dominio progresivo de la visión crítica y materialista
de la vida. Con este triunfo, el ideal se precipita por la ver¬
tiente de lo cómico y brota el género picaresco. Erasmo asis¬
te a este derrumbamiento del Olimpo, creador de la igualdad.
Y comenta Castro: «Este aspecto del erasmismo influye en
la gestación de la novela picaresca, y juzgo eso más impor¬
tante que el influjo de la crítica anticlerical de Erasmo sobre
varios episodios del Lazarillo». (Op. cit., pág. 25.)
Otro peligro, según Castro, amenaza a la literatura idea¬
lista. El poder arrollador de los estímulos puramente terre¬
nos y humanos encamina las plumas hacia lo mundano olvi¬
dándose de las aspiraciones ultraterrenas. La Iglesia Católica
reacciona con un repliegue general y el Concilio de Trento
impone una severa vigilancia sobre la literatura —«Libri qui
res lascivas seu obscoenas ex professo tractant, narrant aut
docent». {Ihid., pág. 26.) Aparecen censuras y condenas con¬
tra las ingenuas novelas pastoriles y contra los libros de
caballerías. Hay que cortar los vuelos de la sensibilidad y
fantasía puramente mundanas. La Contrarreforma de ese
modo afectará a la técnica de la obra literaria. Y los trata¬
distas se verán obligados a delimitar moralmente los confi¬
nes de este juego de fantasía y sensibilidad en las obras pro¬
fanas para poder salvarlas

16 Este concepto abstracto e impreciso de Contrarreforma no sa¬


tisface al Castro de 1972. De ahí que, en nota, trate de aclarar nueva¬
mente su pensar. Alude a la situación española de entonces, integrada
152 A Castro: visión de España y de Cervantes

Toffanin, en La fine del Umanesimo (1920), relaciona las


más altas producciones de Cervantes con las discusiones a
que se entregaban los preceptistas italianos (Castelvetro,
Piccolomini) durante su estancia en Italia (1569-1575). El
problema candente lo constituían las relaciones entre histo¬
ria y poesía, que hizo posible la sublime inspiración cervan¬
tina. Castro parece levantar su voz contra esta influencia
italiana:

...la originalidad de Cervantes, lo que forma la clave de sus


más altas producciones, es, con el sistema de la doble verdad,
ese despeñarse el ideal por la vertiente de lo cómico... Los leja¬
nos orígenes de tal disposición de espíritu vienen más bien de
las fuentes antes mencionadas (es decir, Erasmo y el espíritu
del segundo Renacimiento), y, sobre todo, del especial sesgo
cervantino, irreductible a ningxma fuente. (Op. cit. [1925], pá¬
gina 27.)

El primer Renacimiento (fines del siglo xv y primera mi¬


tad del xvi) no sigue la Poética de Aristóteles, y la literatura
se desarrolla separada de la vida, sin preocupaciones mora-
lizadoras Es a partir de 1550 cuando se inicia una reacción

por dos castas: cristianos viejos y cristianos nuevos. «Para algunos de


éstos veracidad contra fantasía significaba, además de rechazo de lo
fabuloso no cristiano, interés por lo comprobable por la razón y ale¬
jamiento de lo que Erasmo valía como superstición (falsa milagrería,
santos fabulosos, ceremonias misteriosas y no conducta estricta, etc.)...
El catolicismo del siglo xvii no fue en España como en Francia e
Italia.» {El pensamiento [1972], pág. 61.) Y menciona como detalle la
sorpresa de católicos extranjeros ante la superabundancia de santua¬
rios y advocaciones a la Virgen.
17 Marcial había dicho: «Lasciva est nobis lingua, sed vita proba.»
Pero el humanista Juan de Mal Lara ponía en tela de juicio el que
la vida pudiese ser diferente de las palabras. Y Castro, en 1972, aporta
nuevas ideas sobre la materia. En la edad conflictiva española esa
congruencia de los personajes literarios es posible en Lope (Pedro
Crespo, Peribáñez), no en Cervantes, situado en diferente vertiente
vital. «El arte de Cervantes es inseparable de la honda y ancha grieta
El pensamiento de Cervantes 153

antiplatónica, se impone el preceptismo de la Poética del


Estagirita y el espíritu de la Contrarreforma guía la litera¬
tura por derroteros éticos y racionales, Trento es un intento
de restablecimiento de la síntesis medieval mediante la unión
del arte con la vida y la moral. Y ante las censuras de los
moralistas se impone crear una literatura verdadera, a la vez
que ejemplar. Aristóteles ofrece la solución al delimitar los
campos del poeta y del historiador. Éste escribe las cosas
como han sucedido y aquél cómo deberían haber sucedido.
De donde resulta que la poesía trata las cosas más univer¬
salmente y la historia más en particular. Ese mundo de la
verdad posible o de lo verosímil, mundo de la poesía, se va
a convertir en paradigma de lo «debido», de lo ejemplarmen¬
te moral.
En medio de tal problema literario está Cervantes. Sus
informaciones —no está seguro Castro— quizá procedan de
los tratadistas italianos, o del Pinciano, que los sigue muy
de cerca, o de las poéticas aristotélicas españolas de este
tiempo, mero calco de las italianas. Poco importa para el
caso.
Lo genial de Cervantes se revela en el arte con que ha intro¬
ducido en lo más íntimo de la vida de sus héroes el problema
teórico que inquietaba a los preceptistas; el autor ha colocado
a Don Quijote en la vertiente poética y a Sancho en la histó¬
rica... Don Quijote hablará en nombre de la verdad universal
y verosímil; Sancho defenderá la verdad sensible y particular.
La oposición, como es natural y cervantino, no se resuelve, sino
que queda patente, como problema abierto. {Op. cit. [1925], pá¬
ginas 30-31.)

que escindía la sociedad española y el alma de bastantes españoles de


mente crítica.» (El pensamiento [1972], pág. 62.) Ese abismo es salvado
gracias a la ironía cervantina, una ambivalencia artísticamente inte¬
grada, mantenida como pluralidad de puntos de vista. Integralismo
moral de lo externo e interno, realizado por Cervantes mediante una
dialéctica literaria de nueva factura.
154 A. Castro: visión de España y de Cervantes

He aquí, pues, la gran obra cervantina como síntesis ge¬


nial y consciente de las tendencias literarias. Don Quijote,
personaje perfecto, idealizado, ejemplar, verosímil, el soñado
por los preceptistas, frente a un Sancho histórico y particu¬
lar, siempre dispuesto a enderezar la historia, a traer a cola¬
ción la «relicta circunstantia», el hecho bruto. «Don Quijote,
el pobre, aspira a la existencia mítica; mas Sancho, al tirarle
de los pies, lo introduce violentamente en su realidad, gracias
a la cual surgió el nuevo género de la novela.» (/¿»¿d., pág. 34.)
Castro se hace eco aquí (como en otros muchos lugares
de su obra) de expresiones e ideas ya sugeridas, y hasta en
parte desarrolladas, por Ortega y Gasset en las Meditacio¬
nes y en otras obras posteriores. Durante el Renacimiento
el arte literario se enriquece y amplía enormemente, conquis¬
ta una profundidad estética. Ya no existe sólo el mundo
épico, ideal y poético. La trayectoria de la imaginación esca¬
pándose de la tierra tras el ámbito de la aventura y del mito
(el orbe fantástico del retablo de maese Pedro) recibe a cada
paso los tirones de la realidad. Lo central del problema con¬
siste, para Ortega, en acomodar la realidad actual en la capa¬
cidad poética. Cervantes está situado en el centro mismo de
este problema; con palabras de Ortega; «Cervantes mira el
mundo desde la cumbre del Renacimiento» (op. cit., I, pá¬
gina 383), desde esa superación integral de la antigua sensi¬
bilidad. Y el Quijote representa la «flor de ese nuevo y gran¬
de giro que toma la cultura». (Ibid.) En esta obra cumbre
encontramos: por un lado, la realidad y circunstancia de
una venta, un Sancho cuya misión es hacer imposible la
aventura, un arriero y el trabucaire de maese Pedro, que
representan formalmente la agresión a lo poético; y por otro,
el mito, el mundo fantástico del retablo, la fantasía aven¬
turera del héroe. Y el gran acierto de Cervantes ha consis¬
tido en colocar a don Quijote en la conjunción de esos dos
El pensamiento de Cervantes 155

campos. «Don Quijote —escribe Ortega— es la arista en que


ambos mundos se cortan formando un bisel.» {Ibid., pág. 382.)
Don Quijote es un ser real, sí, y real es su indómita voluntad;
pero esta voluntad está henchida de un deseo de aventuras.
Por eso transita fácilmente de uno a otro campo, como alma
fronteriza que es. Vive sus aventuras, y lo referido en los
libros de caballerías tiene realidad en su fantasía; pero a la
vez nuestro hidalgo manchego tiene una indubitable existen¬
cia y cada aventura envuelve una punzante ironía.
El Quijote representa, pues, para Qrtega una novedad
literaria, la plena expansión del nuevo género, la novela. Todo
novelista nace a la vida literaria con una deuda a Cervantes.
Y cita las palabras de Flaubert: «Je retrouve mes origines
dans le livre que je savais par coeur avant de savoir lire:
don Quichotte.» «Y Madame Bovary —concluye Ortega— es
un Don Quijote con faldas y un mínimo de tragedia sobre
el alma.» {Ibid., pág. 398.)
El genio de Cervantes supo dominar el problema que le
presentaban los preceptistas de su época, tomando sus pre¬
ceptos como medio y no como meta. De ahí que tanto las
Poéticas como los libros de caballerías y el resto de otras
literaturas utilizadas por Cervantes «actúen como materia
revivible y revivida por unas criaturas literarias, no simple¬
mente como temas de cultura renacentista, barroca o lo que
sea» {El pensamiento [1972], pág. 64), nos dice Castro en
la segunda edición, dominado por las corrientes vitalistas
de Literature and Life. Este aspecto cervantino le recuerda,
con salvedades, el arte de Marcel Proust. Pero «Cervantes
fue el primer escritor para quien los datos de la experiencia
intelectual y sensible fueron vitalmente transmutados en re¬
laciones imprevisibles»

18 Ibid. Ver E. C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid,


156 A. Castro: visión de España y de Cervantes

El Quijote representa una agresión técnica entre esos dos


mundos (universal y particular) que los preceptistas se em¬
peñaban en limitar. Pero, fuera de esta síntesis agresiva, se
encuentran otras muestras de la misma técnica en la obra
de Cervantes. La armonía («consonancia») perfecta que hay
entre la oposición Don Quijote-Sancho, existe igualmente en¬
tre la Calatea y la autocrítica cervantina, aunque Menéndez
Pelayo no la percibiera en Orígenes de la novela, donde al
mismo tiempo alude a la crítica punzante y despiadada que
Berganza hace de las novelas pastoriles. Castro responde a
esto aludiendo al gran entusiasmo de Cervantes por la Cala¬
tea y su continuación, y cómo la crítica de Berganza más
que crítica es un simple señalar la gran distancia que hay
de la realidad a la ficción. Los pastores del mundo real están
sucios, cantan horrorosamente y se cosen las abarcas; es decir,
no son como los de los libros. En este sentido no son «ver¬
dad». Y resume así la solución del problema: «Cervantes
opone en este caso, como en el diálogo de Don Quijote y
Sancho (II, 3), la verdad universal y la particular, el pastor
'relicta circunstantia’, y el pastor que se ata las abarcas.»
(Ibid., pág. 38.)
Con todo esto enlaza perfectamente la teoría de lo vero¬
símil. En muchas ocasiones habla nuestro clásico de la vero¬
similitud como aspecto necesario a toda obra Hteraria i’. De

Taurus, 1966, cap. I, núm. 4: «Literatura y vida en el Quijote», pági¬


nas 66-87, donde concuerda con Castro.
19 En el Persiles encontramos una clara exposición de esta doctri¬
na: «No todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y po¬
drían pasar sin serlo y sin quedar menoscabada la historia..., puesto
que es excelencia de la historia que cualquier cosa que en ella se
escriba puede pasar al sabor de la verdad que trae consigo; lo que
no tiene la fábula, a quien conviene guisar sus acciones con tanta
verosimilitud que, a despecho y pesar de la mentira que hace diso¬
nancia en el entendimiento, forme una verdadera armonía.» (Miguel
de Cervantes, Obras Completas [Madrid, Aguilar, 1965], pág. 1656.)
El pensamiento de Cervantes 157

esta verosimilitud deduce Cervantes que «la verdad de la


historia está garantizada en cualquier caso por la realidad
objetiva de los hechos; la verdad ideal de lo inventado re¬
quiere trabazón y armonía subjetivas». (A. Castro, op. cit.,
págna 41.) Se ve, pues, en nuestro autor una constante incli¬
nación hacia la consonancia y armonía, huyendo de toda dis¬
paridad y disonancia. Su obra representa esencialmente la
aplicación de esa consonancia a la relación ideal y subjetiva
del sujeto y el objeto, y la verdad consistirá en la armonía
con el punto de vista de quien la considere. En este aspecto
Cervantes sigue las doctrinas neoplatónicas sobre la belleza,
contenidas en los Diálogos de amor, de León Hebreo, y en
los preceptistas italianos, y expuestas por el Pinciano en
España, basado teóricamente en las ideas aristotélicas sobre
la verosimilitud
En conclusión, la regulación constituye uno de los prin¬
cipales elementos del pensamiento literario de Cervantes
Sus teorías literarias, su preceptismo sobre el drama, la
poesía, su actitud ante el milagro, etc., brotan de este afán
de regulación literaria, del «racionalismo» cervantino.
Ante esta tendencia simplificadora de Castro, ante esta
«piedra filosofal» del racionalismo de Cervantes, llevado a
tales extremos y explicativo de tantas facetas, algunos crí¬
ticos se han visto precisados a pararle los pies rectificando
algunas de sus exageradas conclusiones. Bataillon, gran ami¬
go y admirador suyo, delimita varias veces ese racionalismo

20 Sobre la deuda cervantina al Pinciano y a los tratadistas italia¬


nos, ver Riley, op. cit., cap. I: «Cervantes y la teoría literaria de su
tiempo», págs. 15-34.
21 «Su obra consiste esencialmente en ofrecemos el poema de la
armonía o el drama de la incongruencia... En el fondo, Cervantes
está impregnado del amor a la divina razón, conquista suprema del
Renacimiento.» {Op. cit., pág. 46.)
158 A. Castro: visión de España y de Cervantes

del autor del Quijote Amezúa muestra aquí también su


desacuerdo total con las ideas castristas Y el mismo don
Américo —como veremos en seguida— da un paso atrás en
esta evaluación de Cervantes al introducir lo vital y espon¬
táneo como elemento delimitador de lo racional. Pero será
especialmente en su época casticista cuando manifestará ma¬
yor desacuerdo con su propio pensar primitivo sobre este
aspecto cervantino
Entre los pequeños cambios que ofrece la segunda edición
de El pensamiento, hay dos palabras aplicables a Cervantes
que Castro procura casi siempre suprimir o encubrir con
otras de nuevo cuño, o simplemente interpretar con su labor
de notas. Una de estas palabras es «hipocresía» y otra «ra¬
cionalismo», que ahora nos concierne. La explicación de esta
actitud es doble: en primer lugar, las grandes polvaredas
que esos términos habían levantado entre los críticos desde
1925, y por otra parte, el cambio ideológico operado en nues¬
tro cervantista, que le hace ver a Cervantes a una nueva luz.
Su teoría sobre el teatro no se puede explicar como efec¬
to de la rivalidad existente entre Cervantes y Lope de Vega.
Esa animosidad dará, sí, un matiz especial a sus ataques
contra las comedias al uso, pero el teatro, como otras formas
varias de la actividad humana, entra dentro de su afán de

22 M. Bataillon, Erasmo y España, Méjico, Fondo de Cultura Es¬


pañola, 1966, págs. 778, 782 y 785.
23 Amezúa, Cervantes creador de la novela corta, I, pág. 281; II,
página 264.
2'' A. Castro, Hacia Cervantes, pág. 384; Los casticismos, pág. 110-11.
En 1925, Castro tenía una concepción liberal del Renacimiento, tomada
de Jacob Burckardt, y fundada en el concepto neokantiano de Cultura,
importado por Ortega. En este sentido su visión laica del Renacimien¬
to y Cervantes es errónea. En dos ocasiones cita Civilisation en Italie
del historiador suizo, a quien respetuosamente llama «profundo pen¬
sador», como ejemplar del materialismo aplicado a la historia lite¬
raria.
El pensamiento de Cervantes 159

regulación racional. El contraste que se nota aquí entre la


teoría y la práctica de Cervantes ha recibido explicaciones
muy diversas. Para don Américo, en 1925, Cervantes es re¬
fractario al arte vulgar en primer lugar; prefiere ser loado de
los pocos sabios que de los muchos necios. Pero la comedia
exige contar con un público y con su concepción de la vida.
Y Cervantes, agobiado por problemas literarios, no podía
someterse a los gustos de aquella «bestia fiera». Esta incom¬
patibilidad primaria va seguida de una crítica a la «comedia
nueva» por su inobservancia de los preceptos y halago exce¬
sivo de lo vulgar. No obstante, Cervantes intenta escribir
teatro saliéndose de los moldes usuales, y su fracaso es noto¬
rio. «El teatro cervantino —escribe Castro—, dejando fuera
los entremeses, es duro de leer en la actualidad, salvando
algún que otro pasaje aislado.» (Op. cit., pág. 51.)
El mismo Cervantes llegó a percibir la inferioridad de
su arte dramático y, ante la imposibilidad de componer co¬
medias al gusto de la época, claudica. No podía competir
con aquel «Monstruo de la Naturaleza», no por «deficiencia
de fantasía —escribe Castro—, sino por carencia de lirismo,
exceso de ironía y de crítica». (Ibid., pág. 53.) A estas razones
añadirá una más en su época casticista; «y por no estar de
acuerdo con los principios básicos de la comedia lopesca,
coincidentes con el sentir de la casta dominante». (Op. cit.
[1972], pág. 47.) Especialmente en lo tocante a «honra igual
a opinión». Su racionalismo («espíritu crítico», en 1972) pide
que en la Corte debiera haber una persona discreta que exa¬
mine y censure todas las comedias antes que se representen,
una persona que pueda imponer su criterio artístico. En
medio de esta desilusionada claudicación, Cervantes cede a
veces y entona un elogio a la «comedia nueva», como en El
rufián dichoso, vacilación solamente comprensible por la
necesidad de justificar sus propias comedias, que aspiraban
160 A. Castro: visión de España y de Cervantes

a seguir la corriente, aunque no llegaron a conseguir el


aplauso del público. Pero el afán preceptista y antivulgar
tiene raíces muy profundas en la mente cervantina e impide
que su teatro rebase un mediocre nivel.
Cervantes cree en la excelencia científica de la poesía. Una
definición aparece en Per siles: «Una doncella tierna... a quien
tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas
doncellas, que son todas las otras ciencias» Esta noción de
poesía, como compendio de ciencias, es una reacción contra
el «arte por el arte» del primer Renacimiento, debido al pro¬
pósito didáctico y moralizador de la Contrarreforma. Se tra¬
ta, pues, de ideas dominantes en los preceptistas de enton¬
ces, con los cuales estaba familiarizado.
Este afán razonador de regulación y preceptismo no para
en la literatura, sino que Cervantes lo extiende a la vida mis¬
ma. Es obsesionante su preocupación de cómo deban ser las
cosas y las conductas. Su obra está llena de sentencias y má¬
ximas inspiradas todas por su preocupación racional. La
razón, el término medio, la reflexión y el cálculo, la vigilan¬
cia..., han de ser normas de los actos humanos.
Pero Castro da un paso atrás en esta evaluación «raciona-
nalista» de nuestro clásico cuando escribe:

Cervantes no es sólo un portador de temas de su época; por


característico que esto sea de su pensamiento, no es en él me¬
nos esencial la reelaboración crítica de los puntos de vista que
su época le ofrece. Ante el exceso racionalista surge la reac¬
ción de lo vital y espontáneo, en cierto modo, como lo particu¬
lar se oponía a lo universal en el plano de la fantasía. (Op. cit.,
página 61.)

Y cita al loco Vidriera, para quien era algo presuntuoso


el querer reducir a la infalibilidad de las demostraciones ma-

25 Citado por Castro, El pensamiento, pág. 45.


El pensamiento de Cervantes 161

temáticas los movimientos y pensamientos coléricos de los


contrarios. Diferencia de lo racional y de lo emotivo o vital.
«Este vaivén —escribe don Américo— entre lo que 'debe ser'
y lo que es o 'puede ser', explica esas posturas, a veces
antagónicas, del pensar cervantesco que actúa como un in¬
menso péndulo.» (Ibid.)
El Ortega de Meditaciones, (1914) y más explícitamente el
de El tema de nuestro tiempo (1923), está presente en este
dualismo de razón y vida a que Castro alude con las palabras
de Vidriera. Las vagas alusiones de Meditaciones («La razón
no puede, no tiene que aspirar a sustituir la vida», y «Esta
misma oposición... entre la razón y la vida es ya sospechosa.
¡Como si la razón no fuera una función vital y espontánea!»
[Obras, I, pág. 71]), tendrán un desarrollo más extenso en
El tema y mayor aclaración en «Ni vitalismo ni racionalismo»
(1924). Una vez descubierta la vida como realidad radical, la
idea de la razón pura de Cohén, aprendida por Ortega en
Marburgo, es sustituida en 1923 por la razón vital. El racio¬
nalismo socrático había sido «un gigantesco ensayo de iro¬
nizar la vida espontánea mirándola desde el punto de vista
de la razón pura» pero la espontaneidad no puede ser anu¬
lada. El error de Sócrates y de los racionalistas posteriores
ha consistido en establecer ese imperio de la razón pura con
su lógica fundada en la ciencia física matemática. La gran
revolución de Ortega en este momento consiste en descubrir
la vida y hacer de la vida el último punto de referencia, el
objeto primario al que hay que referir todo lo demás. La
ciencia fundante no será ya la física matemática, sino la bio¬
logía general o la psicología La vida no niega la razón, sino

26 Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, Madrid, Revista


de Occidente, 1970, pág. 69.
22 Para todo esto, ver C. Morón Arroyo, op. cit., págs. 111-12.

AMÉRICO CASTRO. — 11
162 A. Castro: visión de España y de Cervantes

que reprime y burla sus pretensiones de soberanía, según


Ortega. Y la razón, así destronada, pasa a ser sólo una forma
y función de la vida.

La razón pura, escribe, no puede suplantar a la vida: la cul¬


tura del intelecto abstracto no es, frente a la espontánea, otra
vida que se baste a sí misma y pueda desalojar aquélla. Es tan
sólo una breve isla flotando sobre el mar de la vitalidad prima¬
ria. (Ortega, op. cit., pág. 71.)

Ortega encuentra un símbolo de esta braveza espontánea


en Don Juan, ejemplo de indisciplina indomeñable, de vida
sublevada contra la razón de la moral. «Sólo cuando exista
una ética que cuente, como su norma primera, la plenitud
vital, podrá Don Juan someterse. Pero significa una nueva
cultura: la biológica. La razón pura tiene que ceder su impe¬
rio a la razón vital.» {Ibid., pág. 72.) Así, sobre este telón
ideológico orteguiano cobra un sentido más concreto el escep¬
ticismo de Vidriera contra la infalibilidad de la ciencia física
matemática al aplicarla a los actos vitales humanos, y la
conclusión de Castro al escribir: «Cervantes es un raciona¬
lista que nos da los límites de lo racionalmente estructura-
ble.» {El pensamiento, pág. 61.)

4) Posición crítica de Cervantes y la realidad. — Cervan¬


tes se coloca en el fondo de la conciencia de sus personajes
de ficción para desde allí ver, juzgar y hasta fabricar la rea¬
lidad. Es lo que Castro llama la doctrina del punto de vista,
«prisma de la realdad», es decir, esa perspectiva que toma
lo real ante cada uno de los personajes.
Cervantes exige una armonía psíquica entre el ser y el
obrar. Don Quijote y otros personajes aparecen estructura¬
dos con su punto de vista definido, que determina sus actos
e impulsos vitales. De esta armónica conexión dependen el
El pensamiento de Cervantes 163
realismo y la verosimilitud y se origina ese recurso técnico
del autor de presentarnos la realidad en planos sucesivos de
lejanía y perspectiva. Este psicologismo o conocimiento del
punto de vista, de la conciencia y de lo subjetivo es flora¬
ción típica del Renacimiento, añrma Castro, repitiendo xma
vez más ideas que Ortega había expresado en Meditaciones:

Otro carácter del Renacimiento es la supremacía que adquie¬


re lo psicológico. El mundo antiguo parece una pura corporei¬
dad sin morada y secretos interiores. El Renacimiento descubre
en toda su vasta amplitud el mundo interno, el me ipsum, la
conciencia, lo subjetivo. (Obras, I, pág. 383.)

Ya anteriormente el mismo Ortega había desarrollado su


teoría favorita del perspectivismo, término definidor de su
filosofía durante un tiempo. Nociones y alusiones perspec-
tivistas aparecen en casi todos sus escritos. En Meditaciones,
la teoría del perspectivismo evoluciona hacia una noción más
realista. La verdad existe en esa circunstancia circimdante
que forma la otra mitad de nuestras personas. Y nuestra
mente ha de apresarla con un método perspectivista, siguien¬
do sus articulaciones, amoldándose a ella del mismo modo
que la mano se amolda al objeto material a fin de apresarlo
bien. (Ibid., págs. 321-22.) Perspectivismo fenomenológico,
pluralista, que se vierte hacia lo singular, lo inmediato y lo
individual.
En El tema encontramos una nota informativa sobre esta
materia: «Desde 1913 —dice Ortega— expongo en mis cursos
universitarios esta doctrina del perspectivismo que en El
espectador I (1916) aparece taxativamente formulada» Efec¬
tivamente, en 1916 dedica las primeras páginas de esas «Con¬
fesiones» al tema «Verdad y perspectiva». La misma evolu-

28 Ortega y Gasset, El tema, pág. 107.


164 A. Castro: visión de España y de Cervantes

ción que se había operado en el concepto orteguiano de vida


—al pasar del concepto de vida como situación a «vida como
impulso» o sensación radical ante la vida con tono biologis-
ta—, se opera en sus ideas perspectivistas. El Ortega de 1916
y el de El tema (1923) nos ofrecen, pues, un perspectivismo
basado en la vida, y en la vida como sensación vital de sen¬
tido psicológico o biologista.
Desde este fondo del perspectivismo orteguiano. Castro
se va a enfrentar con el tema de la «realidad oscilante», ver¬
dadero eje de la obra cumbre de Cervantes. Una gran preocu¬
pación cervantina es ver cómo es la realidad^. Y el proble¬
ma que presenta lo real afecta el arte de su obra literaria.
El título de su no identificada comedia El engaño a los ojos
señala la dirección de este arte suyo personalísimo.
Don Quijote es para Castro «el depositario mayor del tema
de la realidad oscilante» Su perspectiva aparece bien defi¬
nida: «todo lo que pensaba, veía o imaginaba el buen Hi¬
dalgo, le parecía ser hecho conforme a sus lecturas». Los
objetos, sí, ofrecen diferentes apariencias; y frecuentemente

29 En 1972 cambiará esta frase, dándole vm sabor existencial: «Una


preocupación máxima (de Cervantes) sería la de expresar literaria¬
mente el contraste entre las imaginaciones extraordinarias y fantás¬
ticas y la experiencia común y usual.» (Op. cit. [1972], pág. 82.)
30 El pensamiento, pág. 80. Leo Spitzer afirma con Castro que el
perspectivismo informa la estructura del Quijote. Cervantes emplea
los procedimientos lingüísticos de palionomasia y polietimología para
revelar la multivalencia de las palabras para las distintas mentes hu¬
manas. Si el mundo es susceptible de varias interpretaciones, de igual
modo los nombres lo son de varias etimologías, y así causar el «enga¬
ño a los ojos». «De consiguiente, podemos aceptar que el perspecti¬
vismo lingüístico de Cervantes se halla reflejado en su concepción de
la trama y de los personajes.» (Leo Spitzer, Lingüistica e Historia lite¬
raria, Madrid, Credos, 1968, pág. 150.) Existe, pues, en el Quijote una
relación entre sus ambivalencias lingüísticas y su perspectivismo gene¬
ral. Ver cap. IV, «Perspectivismo lingüístico en el Quijote*, en op. cit.,
páginas 135-87.
El pensamiento de Cervantes 165

Don Quijote percibirá un aspecto de las cosas y los demás


otro distinto. Hasta él mismo se da cuenta de esta faceta
ambigua y cambiante de la realidad. Claro que él lo atribuía
a una caterva de encantadores que todo lo mudan y truecan.
De ahí sus palabras: «eso que a ti te parece bacía de barbe¬
ro me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le pare¬
cerá otra cosa»
La realidad, decíamos anteriormente, aparece en diferen¬
tes vertientes según los diferentes puntos de vista («puntos
de vida», en la edición de 1972)^^. Pero otras veces esa vaci¬
lación ante la realidad es suscitada artificialmente, desde fue¬
ra, con el fin intencional de que las cosas y los hechos pre¬
senten una vertiente ficticia al lado de la verdad, una ilusoria

Contra el concepto idealista de la verdad y la interpretación ro¬


mántica del Quijote de Castro («el engaño a los ojos»), Alexander
A. Parker ofrece una opinión contraria en «El concepto de la verdad
en el 'Quijote’», en Actas de la Asamblea cervantina de la lengua espa¬
ñola, Madrid, Revista de Filología Española, 1948, págs. 287-305
32 Una vez más don Américo se hace eco aquí de conceptos orte-
guianos. Morón Arroyo titula el capítulo VII de su ya conocido libro
sobre Ortega «Perspectiva y verdad» (págs. 233-52). En él recorre las
diversas etapas de desarrollo por que pasa el concepto de perspecti-
vismo en los escritos de nuestro pensador, de acuerdo con las diver¬
sas influencias recibidas. De una primera época «neokantiana» (hacia
1910), en que la perspectiva es hipótesis creadora de panoramas (H.
Cohén), Ortega avanza, en Meditaciones, hacia un perspectivismo más
realista, basado en la escala de valores de Max Scheler. El morfolo-
gismo introducido por Dilthey y llevado a extremos por Spengler influ¬
ye en el perspectivismo de nuestro filósofo, que pasa por una tercera
etapa morfologista (El tema, «El sentido histórico», 1924), con un
marcado tono biologista o psicologista. Finalmente, ante la presencia
de Heidegger, cuando la vida se hace «biografía», el concepto de
perspectiva como instalación o morada vital (Standpunkt) es la «ver¬
dad» radical de la vida humana (hacia 1949). En conclusión, «la noción
orteguiana de perspectiva sufre una evolución paralela a la que sufre
su idea de la vida y todo su pensamiento.» (Op. cit., pág. 239.) La obra
de Castro, apoyada en ese concepto de morada vital, prueba la fecun¬
didad del perspectivismo de Ortega.
166 A. Castro: visión de España y de Cervantes

apariencia, creando así el «engaño a los sentidos». Tal es el


caso de la muerte fingida de Basilio en las bodas de Cama-
cho.
Esta manera cervantina de ver la realidad oscilante es un
eco del tema central de los filósofos del Renacimiento. Ya
en el siglo xvi se encuentran los gérmenes que luego, con
Descartes, formarán la filosofía idealista moderna. Un pre¬
cedente son las ideas platónicas renacentistas italianas. Pero
Cervantes «ni era filósofo, ni estaba interesado en el abstrac¬
to problema de a qué esencial realidad refiere el falible testi¬
monio de los sentidos», aclara Castro en la edición de 1972.
(Op. cit., pág. 84.) Y lo coloca dentro de lo hoy llamado «rela¬
tivismo de los juicios de valor»; es decir, lo único que pre¬
ocupaba al autor del Quijote era el problema de «cómo afec¬
tase a la vida de sus imaginadas figuras el hecho de que el
mundo de los hombres y de las cosas se refractara en incalcu¬
lables aspectos». (Ibid.) La validez, pues, de los juicios que
continuamente encontramos en su obra queda sometida a la
circunstancia de ser expresión de cómo va desarrollándose
el vivir de quienes lo forman.
Durante la Edad Media se incuba la filosofía aristotélico-
tomista. Para estos filósofos la mente humana era como una
pantalla, «tabula rasa», donde se imprimían las «species», las
huellas o imágenes sensibles de la realidad a través de los
sentidos. El perfecto conocimiento consistía en la relación
o adecuación perfecta entre sujeto y objeto.
Esta concepción realista del mundo es perturbada por las
corrientes renacentistas que eliminan esa fe en la certeza del
conocimiento objetivo, al comprobar que la adecuación en¬
tre sujeto y objeto es deficiente, ya que el testimonio de los
sentidos puede ser falaz. El humanismo entonces da impor¬
tancia cumbre al hombre como modelador ideal de la reali¬
dad y no como mero reflector pasivo. La base la dan la mente
El pensamiento de Cervantes 167

y los estados de conciencia. Ya el platonismo distinguía entre


apariencia e idea (las sombras de la cueva de Platón), y esto
conducirá a ese dualismo entre aspecto y reizón que desarro¬
llará Descartes.
La literatura —que es lo que interesa a Castro— refleja
estos problemas ñlosóñcos y una inquietud ante el aspecto
cambiante de la realidad a la hora de emitir juicios. La solu¬
ción será una superación de las apariencias mediante una
investigación racional de las cosas. Nuestro siglo xvi está
cruzado por tales ideas, que hallan reflejo en Cervantes como
culminación de nuestra cultura. Pero al aplicar a nuestro
clásico el concepto de humanismo, hay que entender no sola¬
mente «espíritu de antigüedad», sino valoración y ensalza¬
miento de lo humano, del hombre, de su razón, subordinán¬
dole todo lo demás.
Luis Vives, Pietro Bembo, entre otros, se hacen eco de
estas ideas. Pero es Erasmo quien muchas veces se ocupa
de este problema entre apariencia y realidad. La solución,
superación de las apariencias, es aplicada por el humanista
holandés a los asuntos de fe. Certidumbre ante el posible
«engaño a los ojos». Nuestros sentidos pueden ser espejos
cóncavos, espejos de acero, que deforman la realidad; hemos
de procurar, pues, el espejo veraz de la razón.
Otro renacentista, Baltasar Castiglione, trata igualmente
del tema de la realidad engañosa de donde procede la relati¬
vidad de nuestros juicios; «porque no solamente a vosotros
os puede parecer una cosa y a mí otra, mas yo mismo puedo
tener sobre un mismo caso, en diversos tiempos, diferentes
juicios» ecos de aquel lejano proverbio de Terencio «Quot
homines, tot sententiae».

33 El Cotesano, citado en El pensamiento (1925), pág. 87.


168 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Esta dirección que encontramos en las grandes figuras del


humanismo europeo (Vives, Bembo, Erasmo, Castiglione), y
el desarrollo ulterior de su actitud crítica, escéptica a veces,
subjetiva e idealista, forma la base de la ciencia y filosofías
modernas. Cervantes está dentro de dichas corrientes. Sin ser
filósofo, ha dramatizado, sobre todo en el Quijote, ese pro¬
blema central del pensamiento moderno. Su mundo se resuel¬
ve en puntos de vista: «Eso que a ti te parece bacía de bar¬
bero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le
parecerá otra cosa.»
La gran novedad del arte cervantino es hacer que las rea¬
lidades puedan ser al mismo tiempo yelmo y bacía. Sólo de
este modo son posibles los vuelos de la aventura contrarres¬
tados siempre por los tirones de la crítica, del espíritu cien¬
tífico. Ante el problema que presenta la realidad, Cervantes
echará mano de la luz natural del entendimiento, en primer
lugar. Pero el entendimiento necesita de los sentidos; consi¬
guientemente, el empleo de la experiencia es absolutamente
necesario como fuente y garantía de dicho conocimiento. Es
más, hasta para formar juicios sobre la realidad moral es
imprescindible la experiencia. Finalmente, para la posesión
de la verdad hemos de razonar congruentemente, teniendo
una clara noción de causa y efecto. En conclusión, la crítica
de la verdad únicamente se extiende a lo que es objeto de
demostración experimental o racional. Esto hace que Cervan¬
tes establezca ciertas limitaciones en la zona de la crítica de
la realidad. Los misterios y prodigios están fuera del límite
de la experiencia, e igualmente lo están esos «laberintos» sub¬
jetivos que la facultad razonadora es incapaz de resolver.

5) Consecuencias literarias del error y la armonía._Co¬


mo se ha visto, el tema de la realidad oscilante es de capital
importancia en la obra de Cervantes, según don Américo. Se-
El pensamiento de Cervantes 169
ría una corriente procedente de las inquietudes psicológicas
del Renacimiento. Cada persona posee su propio ángulo vi¬
sual, en función del cual varían las representaciones y los
juicios sobre lo real. Pero Cervantes afirma la existencia
categórica de determinadas realidades, ya físicas, ya morales.
Entre estas realidades morales, admitidas dogmáticamente
por nuestro autor. Castro coloca la libertad amorosa. El amor
es para él, como para León Hebreo, la máxima esencia vital:
«La naturaleza —fuerza mística que, según el Renacimiento,
comparte con la divinidad el regimiento del universo_ ha
hecho del amor un principio armónico per se.» (Op. cit., pá¬
gina 117.) Y ¡ay de aquellos que quebrantan esa ecuación vi-
íal representada en el amor armónico y concorde! De ahí
brotan dos temas del todo cervantinos: la tragedia del des¬
acuerdo (error) y la exaltación de la armonía y concordancia
en el amor.
Error es la falsa interpretación de una realidad física o
moral. Los casos de error físico son castigados cómicamente
en general mediante el ridículo y el humorismo. Pero las con¬
secuencias de los errores morales suelen terminar trágica¬
mente, a menudo con la muerte. Estos yerros últimos son,
para Castro, los que mejor manifiestan el punto de vista de
la ideología cervantina. Este juego de error y armonía es
una tendencia artística del autor, que hace de esas series de
desarmonía y concordancia caminos reales por los que discu¬
rren muchos de sus personajes. Veamos algunos ejemplos.
El caso de Juan Haldudo, en los umbrales de la vida aven¬
turera de Don Quijote, pone bien de manifiesto el error en
que incurre nuestro caballero en su ideal de imponer justicia.
Pero hay otros casos de profunda complicación en que se
cmzan los planos de acierto y error. Tal es el de los galeotes,
donde, según Castro, resulta difícil aplicar el concepto usual
de error.
170 A. Castro: visión de España y de Cervantes

La realidad moral, para nuestro novelista, es aquí ondulante


y tornasolada. Con ciertas reservas hay, pues, que hablar de
error en este episodio, ya que lo erróneo confina con lo proble¬
mático. ¿Tiene razón la justicia al condenar a los galeotes? ¿La
tienen los guardas? ¿O los galeotes? ¿O Don Quijote mandán¬
doles ir con sus cadenas a los pies de Dulcinea? ¿Yelmo? ¿Ba¬
cía? ¿Baciyelmo? La técnica es la misma

La novelita El curioso impertinente presenta un problema


especial, su interpolación dentro del Quijote. Aunque el mis¬
mo Cervantes trata varias veces de justificar esas interpola¬
ciones, hay dos grupos de pareceres: unos que, por razones
estéticas, de armonía, de perspectiva o de condensación de
interés en torno al protagonista, la rechazan de lleno; y otros
que encuentran cierto paralelismo, armonía y conexión inter¬
na entre los diversos episodios y el conjunto. Castro se incli¬
na al parecer de estos últimos y ve la relación de esos episo¬
dios con la acción central del Quijote como una consecuencia
de cierta concepción moral y psicológica que se proyecta
sobre el protagonista primordialmente, pero que rebasa su
ámbito y anima otras figuras secundarias Pero lo más inte¬
resante es que novelas como El celoso extremeño estén en
la misma serie de inarmónica incongruencia debida al error,

34 Ibid., pág. 120. Contra estas incógnitas de don Américo, creemos


que en la mente de Cervantes es error librarlos contra la justicia.
Don Quijote obra locamente, y la prueba es el pago que recibe. Pero
el principal problema aquí es el secreto humano del agradecimiento;
no se debe exigir demasiado pago por el bien que se haga. El favor
debe liberar, no atar al favorecido.
35 «Lo interesante para mí, escribe Castro, es señalar la existen¬
cia dentro de la máxima novela de una similitud en la disposición
psicológica y vital de los personajes principales y secundarios. De ahí
surge la armonía entre los episodios y la fábula mayor; en esos epi¬
sodios interviene a veces Don Quijote (Grisóstomo, Cardenio, Cama-
cho, etc.); en otros (Celoso y Cautivo) asiste a su relato.» (Ibid., pá¬
ginas 123-24.)
El pensamiento de Cervantes 171

como el episodio de Grisóstomo; y que la historia del Cautivo


esté trazada sobre los mismos diseños de casos de armoniosa
convergencia operada por el amor, como en el episodio de
Fernando y Dorotea. En medio de estos relatos encontramos
al héroe majestuoso, síntesis armonizadora de contrarios, al
presentarnos la verdad y el error en recíproca confluencia,
en oscilación constante.
Al tratar del honor en Cervantes, Castro señala que los
maridos llevan casi todo el peso de la responsabilidad en los
casos de adulterio. Pero El curioso impertinente presenta un
aspecto especial, ya que no se trata de un marido disoluto,
sino de una loca experiencia para probar los quilates de la
moral de Camila. El error de Anselmo es único: piensa que
tanto Camila como Lotario son personajes abstractos, esta¬
tuas rupestres para quienes no cuentan las circunstancias.
Desconoce totalmente la frágil condición humana. Por ello,
el dramático resultado, después de varios días de planeado
cortejo durante su voluntaria ausencia, es natural y humano.
Y Cervantes le hace caer muerto sobre este necio e imper¬
tinente desatino de su vida.
Esta teoría de la «doctrina del error» ha sido punto de
controversia, nos dice Rodríguez-Puértolas en una nota bio-
gráflca de la segunda edición, aunque últimamente es casi
generalmente aceptada aun por quienes la habían puesto en
duda. Marcel Bataillon, en particular, achaca a Castro exce¬
siva intelectualización en esta doctrina del error y de la muer¬
te post errorem.
Las ideas cervantinas sobre el matrimonio participan de
lleno de las corrientes del Renacimiento, que acentuaban la
concordancia amorosa y la adecuada proporción del hombre
y la mujer. Pero Mexía y Juan de Mal Lara tienen una serie
de refranes que reflejan esta doctrina. Y Cervantes exige
dos condiciones para la conformidad matrimonial: libertad
172 A. Castro: visión de España y de Cervantes

en la selección («El comer y el casar ha de ser a gusto pro¬


pio»); y paridad de condición («Cada oveja con su pareja»).
Dentro del tema cervantino del casamiento incongruente
hay un subtema, el de «el viejo y la niña», perfectamente
ejemplificado en El celoso extremeño y en el entremés El
viejo celoso. Cervantes mueve aquí su pluma con inusitado
cinismo. Aludiendo a la escena de Lorencica ayuntándose con
el lindo galán que le ha camuflado la celestinesca Hortigosa,
y a sus terribles improperios contra el viejo marido que se
muere de celos al otro lado de la puerta. Castro concluye:
«Tengan esto en cuenta quienes toman en serio la 'ejempla-
ridad' de las novelas y no sospechan el grado de maliciosa
hipocresía de que podía ser capaz el autor», {Ibid., pági¬
nas 135-36.) Estas palabras suscitan dos temas a discutir: la
hipocresía cervantina, de que hablaremos más adelante, y la
«ejemplaridad» de las Novelas.
Es un hecho que Cervantes insiste machaconamente en
la moralidad de sus Novelas ejemplares. En el «Prólogo al
lector» que escribió en 1612, al ser llevadas a la imprenta,
escribe:
...los requiebros amorosos que en algunas hallarás son tan
honestos y tan meditados con la razón y discurso cristiano que
no podrán mover a mal pensamiento al cuidado o cuidadoso
que las leyere... Heles dado nombre de EjBtnplares, y si bien
lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún
ejemplo provechoso.

Una cosa me atreveré a decirte; que si por algún modo al¬


canzara que la lección de estas novelas pudiera inducir a quien
las leyera a algún mal deseo o pensamiento, antes me cortara
la mano con que las escribí que sacarlas en público. Mi edad
no está ya para burlarse con la otra vida. (Obras, págs. 769-70.)

Estas protestas cervantinas de didactismo y ejemplaridad


han dado lugar a muy contrarias interpretaciones al conju-
El pensamiento de Cervantes 173
garlas con el contenido y moralidad de ciertas escenas de
sus Novelas, de El celoso extremeño, concretamente. Castro
sugiere un Cervantes maliciosamente hipócrita en sus alega¬
tos de ejemplaridad. Hemos citado ya sus palabras, Pero
este poner en tela de juicio la sinceridad ejemplarizante del
gran novelista no es hallazgo original de don Américo. Una
vez más se hace eco de ideas ya sugeridas por Ortega, quien,
a su vez, sigue a Tieck (Schriften, XI, Berlín, 1829, pági¬
nas Ixxxv-lxxxvii), según nota Rodríguez-Puértolas (Op. cit.,
página 153).
En Meditaciones, Ortega nos da un breve tratado sobre
la novela. En el segundo apartado discute el doble tema que
ofrece el título de «Novelas ejemplares» que Cervantes dio
a ciertas producciones suyas: cómo esas composiciones en¬
tran dentro del género «novela», y cómo ha de ser compren¬
dido el calificativo de «ejemplares». Para Ortega, lo de «ejem¬
plares» no ofrece dificultad alguna: «Esa sospecha de mora¬
lidad, escribe, que el más profano de nuestros escritores
vierte sobre sus cuentos, pertenece a la heroica hipocresía
ejercitada por los hombres superiores del siglo xvii.» (Obras
Completas, I, pág. 367.) Y Cervantes (como Galileo, Descar¬
tes, etc.) es un producto del Renacimiento, siglo de contra¬
dicciones y dualismos, «de católicos triunfos... y de grandes
sistemas racionalistas, formidables barbacanas erectas con¬
tra la fe». (Ibid.)
Castro ha tratado el tema de la «ejemplaridad» cervan¬
tina en tres ensayos posteriores: «El celoso extremeño de
Cervantes» (1947), «La ejemplaridad de las novelas cervan¬
tinas» (1948) y «Cervantes se nos desliza en El celoso extre-
meño» (1968). Los dos primeros estudios han sido sometidos
a cambios, correcciones y adiciones en las tres ediciones de
Hacia Cervantes, donde han sido recopilados. Su tesis pri¬
mitiva aparece sensiblemente modificada en ellos. Pero su
174 A. Castro: visión de España y de Cervantes

última y definitiva posición respecto al caso que presenta


El celoso extremeño nos la ofrece en el artículo mencio¬
nado de 1968.
Para nuestro cervantista, las novelitas de Cervantes poseen
dos aspectos fácilmente distinguibles; la finalidad moral de
los relatos en sí y la pretensión del autor de que sean mora¬
les, evidente en las frases del «Prólogo» que hemos citado
anteriormente. Y el problema consiste en discernir si lo
moralizante de estas obras proviene del relato en sí, del
autor que mira hacia sí, o del autor que mira hacia un públi¬
co con cuyos gustos ha de congraciarse. Castro nos da una
clave al afirmar que «la ejemplar!dad de la obra literaria no
es un concepto aislable del tiempo, lugar y situación del es¬
critor que ejemplariza» 36. Es necesario, pues, prestar aten¬
ción a las circunstancias sociales e íntimas de Cervantes, a]
mundo en torno, en cuanto circunstancia de la persona, al
pensar en la ejemplaridad de sus novelas. «La vida de nues¬
tro gran novelista, según don Américo, osciló entre el ataque
mordaz a la sociedad que lo repelía y el afán de congraciarse
con ella.» (Op. cit., pág. 448.) Era el esquema de vida a que
tenían que ajustar su conducta muchos conversos.
Sus primeros escritos están marcados por la impronta
del recuerdo de sus fracasos y públicas desestimas. Así se
explican sus poesías impublicables contra Felipe II y su in¬
capacidad política. El Quijote es el estallido, la arremetida
del solitario y apartado contra el gigantismo, el monumen-
talismo institucional que oprimía y humillaba a tantos espa¬
ñoles. El combate está llevado a cabo de la única forma lícita
entonces: grotescamente. Más tarde expresará el sentido de
lo grotescamente descomunal, viendo en esos gigantes la so¬
berbia de las instituciones.

36 A. Castro, Hacia Cervantes, pág. 453.


El pensamiento de Cervantes 175

La publicación del Quijote (1605) trae a Cervantes el grato


estremecimiento del éxito. A sus casi cincuenta y ocho años
las letras le ofrecían tardíamente la gloria negada por las
armas en sus años jóvenes. Su actitud frente al entorno y
su conducta social cambian ahora notablemente. En 1609
ingresa en la Cofradía de los esclavos del Santísimo Sacra¬
mento, y en 1613 es admitido en la Orden Tercera de San
Francisco. Sus escritos adoptan un tono de crítica más sutil.
Una prueba la tenemos en la segunda parte del Quijote, don¬
de ya no se derriban por el suelo de una lanzada frailes beni¬
tos, ni hay burlas acerca del «millón de avemarias» rezado
por Don Quijote en un rosario grotesco hecho con tiras del
pañal de su no muy limpia camisa. Cervantes sobrepone,
pues, a la actitud crítica y antimayoritaria de los cristianos
nuevos (palabras de 1967), un claro conformismo. «A esta
distancia, y en vista de cuanto sabemos (va siendo hora de
tenerlo presente), la tan clamoreada 'ejemplar!dad’ ha de
ser entendida como tal ejemplaridad, y también como intento
de hacerla resaltar muy clamorosamente.» (Ibid., pág. 463.)
Más aún: tres novelas cervantinas (Rinconete y Corta¬
dillo, El celoso extremeño y La tía fingida) fueron incluidas
en la Compilación de curiosidades españolas que Porras de
la Cámara coleccionó para solaz del Cardenal-arzobispo de
Sevilla, don Fernando Niño de Guevara. Nuevo éxito, pues,
al ingresar su obra en los más altos medios eclesiásticos,
donde, junto al «buen gusto», existía el prurito de moralidad.
Esta pública apreciación de su obra, más el hecho de que el
Cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas tomara a Cervantes
bajo su protección, motivaron el que nuestro autor modiñ-
cara considerablemente el texto de dos novelas {El celoso
extremeño y Rinconete y Cortadillo) al prepararlas para la
imprenta en 1612. Había que purgar su texto para ajustarlas
al sentir de quienes ñnalmente reconocían sus valores y le
176_A. Castro: visión de España y de Cervantes

ofrecían protección. Por consiguiente, la «ejemplaridad» de


las Novelas, primer libro publicado después del éxito del
Quijote, tiene razón de ser vista desde esta nueva perspectiva
en la vida de Cervantes. Su nombre corría por el mundo his¬
pánico, y, al ser reconocido por príncipes de la Iglesia y por
grandes de España, ya no se sentía fuera de la sociedad, sino
dentro del círculo moral de los más altos personajes de en¬
tonces. De ahí el tono mesurado y pacato de las Novelas y
su ansia de gritar bien alto su propósito sano y moralizante
en el «Prólogo al lector». De escritor rebelde pasa a mesu¬
rado conservador.
Las Novelas ejemplares colocan a nuestro autor dentro
de la «literatura justificativa», cultivada por quienes se sen¬
tían algo inseguros en cuanto a su situación social. Al pro¬
logar dicha colección, Cervantes tenía muy presente lo que
había escrito anteriormente, quizá no del todo edificante.
Y aclara Castro:

Las justificaciones y cautelas del prólogo descubren, sin más,


que fue sentida la necesidad de justificarse. El tono justifica¬
tivo y defensivo es propio de quienes viven preocupados e inse¬
guros, y temen no ser interpretados como ellos quieren y nece¬
sitan serlo. {Ibid., pág. 471.)

Ante aquella sociedad infestada de malsines a caza de


víctimas, ese tono de «ejemplaridad» expresa dramáticamen¬
te la angustia del escritor cristiano nuevo (Mateo Alemán,
Cervantes, etc.), temeroso de que no se acepten sus escritos
como ejemplares.
Justificada así la posición ejemplarizante del autor,
¿ejemplarizó realmente Cervantes en sus Novelas? La res¬
puesta conclusiva del Castro de 1967 es que sí, y en formas
varias, dirigiendo su vista hacia lo exigido por la «opinión»,
o hacia lo implícito en la estructura íntima del arte. Y esto
El pensamiento de Cervantes 177
no obstante, la dificultad que ofrece la solución «baciyélmi-
ca» que estampó en la primera versión, no «a lo divino»,
sino «a lo lascivo», de El celoso extremeño.
Un año más tarde (1968) don Américo lamenta, en «Cer¬
vantes se nos desliza en El celoso extremeño», el no haberse
dado cuenta de por qué termina dicha novela en modo tan
extraño, al preparar la tercera edición de Hacia Cervantes
(1967).
Lo acontecido a Loaysa y a Leonora mientras yacían en uno,
solos y en la oscuridad, ha hecho cavilar a muchos —escribe
Castro con un deje entre humorista y malicioso—; sobre ello
he escrito desorientados juicios, y no sólo yo. Se confirma, una
vez más, cuán difícil y arriesgado es decir algo que valga la
pena sobre un escritor de varias y amplias dimensiones 37.

Su propósito en dicho artículo va a ser exponer los mo¬


tivos de su error al interpretar lo hecho por Cervantes en
1613, al modificar el manuscrito original, dejado inédito, e
impreso por primera vez en el siglo xviii.
En un desvío teórico desarrolla Castro la idea de que
el objeto de la crítica literaria «no es un qué unívoco como
el de la ciencia, sino algo cuya realidad existió en la vida de
quien lo puso en palabras, en enlace con el vivir en tomo
a él» {ibid.y, un para qué. La realidad de la obra literaria
no es una morfología estática como la realidad del triángulo
y de la aspirina, por ejemplo. Consiguientemente está siem¬
pre abierta a todo cambio motivado por la insatisfacción y
diferente perspectiva de todo gran escritor artista. El nuevo
género de novela, creado por el genio de Cervantes, no es
orientado por las preferencias de un público, como en el
caso de la comedia y de los libros de caballerías. Es el ánimo

37 A. Castro, «Cervantes se nos desliza en El celeso extremeño»,


PSA, XIII (1968), pág. 206.

AMÉRICO CASTRO. — 12
178 A. Castro: visión de España y de Cervantes

creador del artista quien planea y dispone su estructura, y


no finalidades abstractas, moralizantes y genéricas, o mode¬
los preestablecidos.
Apoyado en estos principios críticos. Castro se lanza a
una de sus típicas deducciones. Con «clara luz» cree ver el
motivo de haber cambiado Cervantes el curso del drama
erótico creado por Loaysa, la dueña, y por la misma Leonora
(llamada Isabel en el primer manuscrito). En la primera
redacción (la presentada al Cardenal Niño de Guevara) los
acontecimientos siguen lo tópico en literatura; los desenlaces
están determinados desde fuera, dejando libres las fuerzas
naturales de hábitos e instintos. De ahí que al abrir el día,
Isabel «no estaba ya tan llorosa en los brazos de Loaysa a
lo que creerse puede». {Ibid., pág. 209.) Pero años más tarde,
al ir a publicar esta novela, Cervantes se siente motivado
por distintos puntos de vista y prefiere presentar al viejo
celoso y al rico chulo sevillano derrotados y vencidos: Loay¬
sa «se cansó en balde». «La realidad literaria —concluye
nuestro cervantista— no coincide ya con lo obvio y espera-
ble, sino con el estado de ánimo y con la intención del autor...
Cervantes motiva... los actos de los personajes... desde la
inmanencia del autor y de sus figuras, no desde las formas
trascendentes ya dadas en torno a ellos.» (Ibid.) Arte «inten¬
cional» este de Cervantes, que arrastra un enorme iceberg
de pasión y amargura reprimidas. Sus palabras se transfor¬
man en instrumentos de venganza literaria. Y su satisfacción
artística consiste en hacer que el indiano ricachón y el mocito
desvergonzado fracasaran (por motivos distintos) junto al
cuerpo seductor de Leonora.
¿En qué se funda esta enemiga de Cervantes contra Ca¬
rrizales y Loaysa? Castro contesta que en las Indias, origen
de la riqueza del viejo extremeño, y donde mandará castigado
a Loaysa al final de los acontecimientos. «En nuestra novelita.
El pcnscmiicyito de Cei'vcintes
179
escribe, las Indias (a donde Cervantes no pudo ir) son vistas
como refugio y amparo de los desesperados de España sal¬
voconducto de los homicidas’.» (Ibid., págs. 213-14.) Carrizales
y Loaysa simbolizan, por otra parte, a la clase prepotente
que descansa sobre su riqueza, nunca bien vista en la obra
cervantina.
Este sentir de Cervantes es la explicación más plausible
para Castro a no haber cometido adulterio la joven pareja
y a haber quedado ambos profundamente dormidos, «enla¬
zados en la red de sus brazos», totalmente rendido Loaysa
tras una noche de asaltos baldíos. El que este mocito de
barrio no gozara de los encantos de la joven malmaridada
era motivo más imperativo, para cambiar el texto, que las
conveniencias sociales de Cervantes en 1613, a las cuales
acudía Castro anteriormente. No bastaba ya hacerle morir,
como en la primera redacción, reventándosele «un arcabuz...’
en las manos», sino que le prepara un mayor castigo envián¬
dolo a las Indias, donde había estado Carrizales. Las Indias
punto de convergencia de ambos impotentes, es como un
criadero y un vertedero de humanas deficiencias.
Pero esta enemiga cervantina contra las Indias, indianos
ricos y chulos de barrio, no explica del todo el enigma de los
cambios textuales. Sigamos a don Américo en su búsqueda
ingeniosa:

La frase clave —el asomo de un sumergido iceberg— es que


Loaysa «se cansó en balde», y quedaron «entrambos dormidos»
Por mucho que se aguce el ingenio, lo dicho aquí no es ni inte¬
ligible, ni verosímil en vista de cuanto antecede. Loaysa se ador¬
mece como un niño en brazos de la mujer que no logró violen¬
tar. «Llegó en esto el día, y cogió a los nuevos adúlteros enla¬
zados en la red de sus brazos.» ¿Por qué nuevos, por qué son
red los brazos? Todo se ilumina al darnos cuenta de que Cer¬
vantes está calcando sus palabras sobre otras que no son suyas.
180 A. Castro: visión de España y de Cervantes

en este caso del Ariosto, Orlando furioso, VII, 48-50. (Ibid., pá¬
gina 217.)

Y va probando con citas en italiano cómo en El celoso


extremeño se desdoblan y se acoplan las figuras de Ariosto,
sin aquella morosa sensualidad y de acuerdo con la perspec¬
tiva cervantina.
Ecos del Orlando, de Angélica aletargada por el ungüento
del ermitaño libidinoso, contribuyeron a que Cervantes des¬
enlazara más «cervantinamente» su novela, gracias a la gro¬
tesca ocurrencia de convertir en impotente a un lujurioso
desmedido. Y concluye Castro:

... en el encuentro decisivo del celoso indiano con el mocito


«de barrio», el propósito que incitaba al novelista y la fuente
literaria del desenlace de la obra discurrieron como un subte¬
rráneo Guadiana por debajo de las palabras. (Ibid., pág. 221.)

Don Américo continúa analizando otros casos de error


dentro de la obra cervantina. En todos ellos se descubre la
misma uniforme y orgánica estructura. El error es una infrac¬
ción del orden natural, del ritmo del universo, y la naturaleza
misma es quien aplica las sanciones.
Pero no todo es error en el mundo de Cervantes. Hay
casos de plena armonía vital con aciertos y coincidencias.
Si el amor incongruente es causa de absurdos y tragedias, el
amor armónico es una fuerza imperiosa que magnifica las
vidas. Un ejemplo lo tenemos en la historia del Cautivo, in¬
serta en el Quijote. «Si el Curioso impertinente era la trage¬
dia del desatino. El Cautivo representa el drama de la armo¬
nía vital. Ambas obras se sitúan en las dos opuestas vertien¬
tes que integran la concepción cervantina del mundo» El

3* A. Castro, El pensamiento (1925), pág. 147.


El pensamiento de Cervantes 181
amor así concebido, congruente y compartido, es la base de
la armonía humana y universal.
Este aspecto del pensamiento de Cervantes sigue muy de
cerca ideas corrientes en su tiempo, contenidas en los Diálo¬
gos de amor y en El Cortesano. Y sin pretender buscar fuen¬
tes, Castro establece una serie de paralelismos ideológicos
entre León Hebreo y Cervantes, basado en que las ideas de
los Diálogos estaban muy difundidas, copiadas e imitadas
durante el siglo xvi. El neoplatonismo se hallaba en la ma¬
nera cervantina de concebir la vida, ya que sus doctrinas,
difundidas en Europa, sirven de base y sostén al edificio
ideológico del Renacimiento.

6) Conceptos de naturaleza-, religión y moral en Cervan¬


tes. — Las doctrinas de la discordancia y armonía descansan
sobre las ideas cervantinas acerca de la naturaleza, soportes
necesarios de su concepción del mundo y de la vida. En La
Calatea y en Per siles llama a la naturaleza «mayordomo de
Dios»; y una de sus obras más primorosas es el mundo abre¬
viado o microcosmos. La Inquisición jamás se opuso a dicha
proposición, sin duda por considerarla un lugar común lite¬
rario. Efectivamente, afirma Castro, esas doctrinas sobre la
naturaleza son un reflejo del pensamiento naturalista del
Renacimiento.
Ya en la Edad Media comienzan ciertas corrientes natura¬
listas. Valla dirá en el siglo xv: «Idem est natura quod Deus,
aut fere idem.» Pero es Nicolás de Cusa (f 1464) quien mo¬
derniza el concepto de naturaleza como principio autónomo
e inmanente. La Potencia divina se confunde con la de la
naturaleza, apoderado, «mayordomo» de la Divinidad. Así se
explican, según Castro, aquellas palabras de Calixto: «En
182 A. Castro: visión de España y de Cervantes

esto veo, Melibea, la grandeza de Dios... En dar poder a


natura que de tan perfecta hermosura te dotase»
La base de este naturalismo es el neoplatonismo renacen¬
tista, amante del hombre y del mundo. De un concepto nega¬
tivo de Dios (Dios es lo que no es el mundo), estos pensa¬
dores pasan a atribuir a la naturaleza el mismo concepto de
infinitud de Dios, realidad ignota, sólo alcanzadle mística¬
mente, no racionalmente. La trascendencia medieval es susti¬
tuida por la inmanencia: lo divino no trasciende ya del uni¬
verso, sino que está inmanente en él.
Este naturalismo inmanentista se refieja, de una manera
o de otra, en muchos escritores italianos, desde Valla y El
Gusano hasta Giordano Bruno y Campanella. Pero Cervantes
no necesitó beber directamente en dichas fuentes, ya que
ideas naturalistas circulaban en España merced a las traduc¬
ciones de León Hebreo, Erasmo y Castiglione, refiejadas en
escritores como Mexía y Mal Lara. Lo que sí adquiriría Cer¬
vantes en Italia es la noción del gran valor de tales doctrinas.
El Renacimiento, movido por el concepto de naturaleza
divina, se apodera ávidamente de temas perfectos e ideales,

39 Op. cit., pág. 155. Otis H. Creen comienza el apartado «Natura


naturans» con estas palabras aplicables a Castro: «Unfamiliarity with
theological concepts can be the cause of fundamental misconceptions
in the interpretation of Spanish literature and the spirit of the age
that produced Spain's literary masterpieces.» (Spain and the Western
Tradition, II, pág. 76; o II, 90, vers. esp.: España y la tradición occi¬
dental, Madrid, Credos, 1969.) Tal desconocimiento de la escolástica
y de la teología tomista explica los errores de Castro, víctima de un
laicismo personal que le hace ver en Cervantes una doctrina natura-
ista. Green ofrece una interpretación más satisfactoria mediante sus
conceptos de Dios, Providencia, «Natura naturans», «Natura natura-
ta», mundo, etc. (Op. cit. págs. 76-97; y su artículo «Sobre las dos
fortunas: de tejas abajo y de tejas arriba», Studia Philologica: Home¬
naje ofrecido a Dámaso Alonso, II [Madrid, 1961], págs. 143-54). Proba¬
blemente Castro, también aquí, recoge y desarrolla, bajo un tono
naturalista, la idea sugerida por Ortega en Meditaciones al llamar a
Cervantes «el más profano de nuestros escritores». (Obras, I, pág. 367.)
El pensamiento de Cervantes 183
como la Edad de Oro, que encuentra en autores de la anti¬
güedad. El fervor místico de los humanistas les hacía soñar
con un mundo autónomo, bello y perfecto. En dos direccio¬
nes se proyecta ese fervor renacentista: una hacia un pasado
quimérico, la edad dorada de Saturno, y otra hacia un pre¬
sente naturalmente puro («menosprecio de corte y alabanza
de aldea»).
Es bien sabido el discurso de Don Quijote sobre la edad
dorada, inspirado por un puñado de bellotas. Pero la riqueza,
la codicia y la guerra han acabado con dicha edad perfecta.
Esta concepción del mundo viene de los antiguos, y Mal Lara
cita a varios poetas como Virgilio y Ovidio. Cervantes era
un lector asiduo de Mal Lara, así como de Castiglione y Eras-
mo. De este último tomaría la idea de que la civilización ha
trastornado el orden natural de las cosas. En este sentido el
Renacimiento considera la civilización como un mal destruc¬
tor de la pureza prístina de los seres; pero por otra parte
busca afanosamente la cultura, que es razón y se opone a
la espontaneidad natural, como más tarde acentuará Ortega.
Cruce de ideas, contradicciones, vaivenes, propios de aquella
época, de la que participa Cervantes. El arte de su genialidad
literaria consistirá en superar esa oposición presentándola
como un problema de ilimitada amplitud.
La segunda dirección del naturalismo del siglo xvi consis¬
te en un anhelo de perfección natural presente, buscando
en el mundo lo que más se aproxime a la naturaleza pura:
el niño, el salvaje, el rústico, los pueblos, etc.; es decir, las
manifestaciones de mayor espontaneidad vital. De ahí la po¬
pularidad que el Renacimiento da a la idea del «Beatus ille»
y el menosprecio de corte y alabanza de aldea.
Lo pastoril es otra derivación concreta de las ideas vigen¬
tes entonces sobre la naturaleza. Y si para Menéndez Pelayo
esta clase de novelas era un puro diletantismo estético, sin
184 A. Castro: visión de España y de Cervantes

que ninguna razón histórica justificase su aparición, para


Castro «lo pastoril viene a su hora y razón, guiado por moti¬
vos intensos que afectan a lo más íntimo de la sensibilidad
y de las ideologías coetáneas». {Ibid., pág. 189.) Los refranes
y proverbios nos sitúan igualmente en el reino de lo espon¬
táneo y de la virtud natural. Están dentro de la ideología
renacentista y son expresiones de la sabiduría inmanente
y de la virtud eterna y universal que la naturaleza puso en
el fondo del hombre.
Con el concepto humanista de naturaleza y moral natural
se relaciona la justicia. Cervantes presenta frecuentemente
esta justicia natural en oposición a la legal y humanamente
estatuida; y junto a la alabanza de la justicia sencilla y razo¬
nable, presenta la violenta reprobación de la justicia de la
época, opuesta a la razón y equidad. Tenía experiencias
amargas de jueces tiranos y despóticos. En sus ataques se
perciben anhelos por un régimen de razón y humanidad:

Tal cúmulo de razones explican de sobra que Don Quijote


dé suelta a los galeotes. Estaba convencido de cuán absurda
era la justicia al uso, y hace prevalecer un criterio de morali¬
dad superior, basada en estímulos inmanentes. {Ibid., pág. 208.)

Este concepto laico de naturaleza le va a servir a don


Américo para interpretar ciertos aspectos religiosos de Cer¬
vantes.
La actitud cervantina respecto a la religión ha recibido
distintas y hasta opuestas interpretaciones. «Inquisidor»
para unos, «librepensador» para otros, Cervantes ha recorri¬
do, como peón de ajedrez, todas las categorías intermedias
en manos de sus críticos.
Castro adelanta que en los pensamientos e ideas religio¬
sos de Cervantes, diseminados sin un sistema en su obra,
hay contradicciones. Pero también aquí se deja guiar por el
El pensamiento de Cervantes 185

complejo espíritu de su siglo, mezcla de adhesión a la Iglesia


y de criticismo racionalista. Y es ahora cuando recoge y des¬
arrolla el tema de la hipocresía cervantina, rozado anterior¬
mente al analizar la «ejemplaridad» de sus Novelas. «No me
parece escandaloso —escribe— afirmar desde luego que Cer¬
vantes era un gran disimulador, que recubrió de ironía y
habilidad afirmaciones e ideas contrarias a las usuales.»
{Ibid., pág. 240.) Y después de varias citas en las que Cervan¬
tes elogia la hipocresía y el disimulo, don Américo le llama
«genial socarrón, lleno de cautelas». Al tener que escribir
novelas ejemplares, endulzará la voz, cambiará escenas para
no escandalizar a los ángeles de la Contrarreforma. Y una
vez cotejados los dos textos de El celoso extremeño, conclu¬
ye Castro:
Hemos cogido al autor con las manos en la masa... Cervantes
es un hábil hipócrita, y ha de ser leído e interpretado con suma
reserva en asuntos que afectan a la religión y a la moral oficia¬
les; posee los rasgos típicos del pensador eminente durante la
Contrarreforma. {Ibid., pág. 244.)

Mencionamos anteriormente cómo esta idea de la hipo¬


cresía cervantina fue sugerida por Ortega en Meditaciones,
juzgándola característica de los hombres eminentes del si¬
glo XVII. Pero han sido las expresiones de Castro las que han
levantado una gran polvareda polémica. Rodríguez-Puértolas
dedica tres notas extensas a este punto controvertido, en la
segunda edición de El pensamiento^. Y junto a una biblio¬
grafía exhaustiva, nos ofrece en esquemáticas referencias las
opiniones en pro y en contra de los críticos. En sus escritos
últimos el mismo don Américo ha intentado responder a
tamaño escándalo de parte de la crítica'”.

^ El pensamiento (1972), págs. 153, 301-3 y 303-4.


‘*1 «Algunos críticos más que presurosos pusieron el grito en el
cielo por haber yo llamado 'hipócrita’ a Cervantes (palabra que desde
186 A. Castro: visión de España y de Cervantes

La Contrarreforma es para Castro una reacción de replie¬


gue defensivo de la Iglesia en el siglo xvi. Mientras Erasmo
fue sostenido por Roma, por el Emperador y por los inqui¬
sidores generales, el cristianismo español llegó a poseer as¬
pectos de universalismo y un espíritu crítico. Muerto en 1538
el inquisidor general Manrique, las órdenes religiosas desata¬
ron su contenida agresividad contra los erasmistas, consti¬
tuyéndose lo que Menéndez Pelayo llama la «democracia frai¬
luna». Durante el Renacimiento la Iglesia había coqueteado
con el espíritu de novedad, y hasta había creído que arte,
razón y vida podían desarrollar sus ideales sin rozar el dog¬
ma. Erasmo había intentado esa concordia artificial, al mis¬
mo tiempo que minaba las bases del catolicismo. Cuando
Lutero hizo efectivos los principios del erasmismo y la des¬
bandada luterana comenzó en masa, la Iglesia en Trento dio
consigna de repliegue general hacia el momento prerrena-
centista, iniciando una estricta reforma de costumbres; es
el fenómeno de reacción llamado Contrarreforma.
En los países católicos esta Contrarreforma creó una si¬
tuación difícil y complicada. Abandonar el dogma rígido con¬
firmado en Trento suponía quedarse sin religión. Pero las
más grandes personalidades de la época buscaron fórmulas
que les permitiesen continuar unidas a la Iglesia, de modo

hace años juzgo inadecuada). Pero quien conozca las condiciones en


que se vive bajo regímenes en donde la sinceridad puede llevar a la
tortura o a la muerte —y, sobre todo, conozca íntimamente la época
cervantina— tiene obligación de matizar el sentido de los términos.
Exagerar las expresiones virtuosas para no inspirar recelo en los
tiranos y escapar de ellos por la tangente de la ironía, es un recurso
de estilo que no es lícito confundir con la hipocresía de un Tartufo.
Expresarse velada o hipócritamente para salvar la libertad de seguir
diciendo cosas de alto valor, no es como la hipocresía cuyo fin es
poder seguir haciendo indecencias a mansalva. Hay textos muy claros
citados por mí, aunque algunos, o no los leen, o parecen no haberlos
leído.» {Hacia Cervantes, pág. 253.)
El pensamiento de Cervantes 187

que el pensamiento y la vida pudiesen discurrir sin la reli¬


gión, que quedaba relegada a la conciencia. Cervantes, como
Montaigne, acepta la teología como reina de las ciencias,
pero hace que las vidas de sus personajes discurran según
una moral naturalista y racional.
A esto hay que añadir que a fines del siglo xvi el catoli¬
cismo español estaba ligado a la política estatal, y era antes
materia de honor nacional que de conciencia. Esta idea, em¬
brionaria en 1925, será desarrollada en La realidad, donde
hablará de Estado-Iglesia, esa extraña identificación insepa¬
rable de la contextura cristiano-islámico-judía nacional. Las
masas resentidas durante años, los conversos y descendientes
de conversos, ahora en posición ventajosa, crearán esa situa¬
ción peculiar, movidos por una furia antijudaica y por deseos
de alejarse de sus orígenes. Esto creará lógicamente un dua¬
lismo entre conducta y creencia, que frecuentemente encon¬
tramos en algunos espíritus selectos de la Contrarreforma.
El lazo de unión de ambas actitudes será la habilidad y el
disimulo para salvar ese trecho existente entre creer y obrar.
La hipocresía ha de ocultar y encubrir hábilmente el alcance
de la creencia para no herir esas verdades de carácter públi¬
co y tradicional. Y Castro menciona los casos de Giordano
Bruno, Galileo, Campanella, Montaigne, Tasso y Descartes,
quienes de una manera o de otra intentaron armonizar (bajo
el bastón de Roma) su respeto a la revelación y a la tradición
popular con el cultivo de la ciencia que, especialmente en el
caso de Descartes, significaba la ruina de la teología.
En conclusión, el conflicto de las ideas renacentistas con
el catolicismo había creado una forma especial de religiosi¬
dad en las más altas figuras de fines del siglo xvi. El espíri¬
tu de la Contrarreforma se impone y obliga a esos compro¬
misos, en parte por convicción, en parte por miedo a la
Inquisición. Uno de los efectos lógicos será la melancolía y
188 A. Castro: visión de España y de Cervantes

desengaño propios del 1600. Y Cervantes, en conexión con


su momento histórico, refleja este complicado estado del
pensamiento religioso. Católico, creyente y hasta piadoso, sí,
pero como los otros genios de la época, amantes de noveda¬
des científicas, de la naturaleza «mayordomo de Dios», y con
una actitud crítica frente a ciertas creencias y prácticas reli¬
giosas. Y concluye: «Su cristianismo... recuerda, en ocasio¬
nes, más a Erasmo que a Trento» ''2.
Las frecuentes alusiones al erasmismo cervantino, y espe¬
cíficamente este enfrentamiento de Erasmo con Trento, han
suscitado una enconada polémica entre los críticos. Hatzfeld
y Casalduero parecen ser los más acérrimos defensores del
«barroquismo» cervantino, aunque desde posiciones diferen¬
tes. González Amezúa se opone, también aquí y de un modo
acerado, al erasmismo de Cervantes. Sus palabras reflejan
claramente su partidismo crítico: «Hacer, por tanto, eras-
mista a Cervantes a bulto y sin más distingos, afirmar que
sus novelas y comedias están impregnadas, aunque sea par¬
cialmente tan sólo, de aquella doctrina heterodoxa y conde¬
nada, es convertirle consecuentemente en hereje también,
sacándole fuera de la comunión católica» Marcel Bataillon,
por el contrario, ha dedicado páginas extensas al erasmismo
de Cervantes en su obra Erasmo y España. Una vez analizada
la posición de Castro y la controversia por él originada, el

A. Castro, El pensamiento, pág. 254.


« Citado por Rodn'guez-Puértolas en nota 39 de El pensamiento
(1972), pág. 308. Aubrey F. G. Bell, en Cervantes (Norman University
of Oklahoma Press, 1947), se opone igualmente al erasmismo cervan¬
tino: «Some critics, and specially Professor Castro, believe that Cer¬
vantes was profoundly influenced by the thought of Erasmus. But in
the first place, although Erasmianism might be in the air of sixteen-
century Europe, it is possible to exaggerate its influence in Spain...
Spanish masterpieces...» (Libro de Buen Amor, Corbacho, La Celes¬
tina, Lazarillo de Tormes, plavs of Gil Vicente, Don Quijote) owed
very little to Erasmus», pág. 176.)
El pensamiento de Cervantes 189

hispanista francés sitúa la obra cervantina en la perspectiva


del erasmismo. Pero tanto Bataillon como Castro parecen
exagerar las proporciones del erasmismo de Cervantes. En
su tiempo, erasmistas y no erasmistas frecuentaban la crítica
de las ceremonias exteriores vacías de contenido espiritual,
de los vicios de la clerecía, de la riqueza eclesiástica, de la
oración vocal rutinaria. El problema está en ver hasta qué
punto Cervantes coincide con Erasmo en algo más hondo
y positivo que en ese lugar común de la sátira religiosa y
eclesiástica, lo cual aún queda por demostrar. En «Cómo veo
ahora el Quijote», don Américo recoge algunos aspectos de
ese erasmismo antiguamente acentuado
Algo que, según Castro, salta a la vista en los escritos
cervantinos, es el alarde de ortodoxia, ese curarse en salud
del autor. Al hablar de sus novelas aludimos a su afán mo¬
ralizante, a cómo procuraba resellarlas católicamente. Refi¬
riéndose al autor de la primera parte del Quijote, Sancho
sostiene «que si hubiera dicho de mí cosas que no fueran
muy de cristiano viejo, como soy, que nos habrían de oír los
sordos» ^5. Y don Américo añade una serie de pasajes donde
Cervantes hace referencia a esa seminobleza que se arroga¬
ban los cristianos viejos ranciosos a lo Sancho Panza.

Bell, en la obra citada, dice acertadamente a este respecto:


«Erasmus... was congenital to the Spanish temperament, and for that
very reason his influence must be regarded as complementary rather
than initiatory in the history of Spanish culture... Erasmus' criticism
of external conventions and dogmas..., was inherent in the direct and
subtle Spanish mind, ever ready to question external appearance and
to probe reality to the core.» (Ibid.) Y líneas más adelante: «Cervan¬
tes [stress] on the natural side of religión... derides any aspect of
religión that was exclusively formal but did not rejected the symbols
and dogmas of the Church any more than St. John of the Cross
rejected them... Cervantes could discover an abundant source of humor
in either of these absurdities.» {Ibid.)
45 Citado en El pensamiento (1925), pág. 255.
190 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Este constante alarde de ortodoxia es típico del espíritu


que animaba la Contrarreforma. Se trata de una preocupa¬
ción cervantina por dar impresión de fidelidad absoluta a
la tradición y creencias sociales. En esa época de «dualis¬
mos», de hábil disimulo, de audacia contenida —como insis¬
te Castro—, a Cervantes se le ven las costuras en más de un
caso. Era católico, sí, pero poseía una ideología no cristiana
en cuanto a la naturaleza y a la moral. De ahí sus guiños
malignos y su pronta crítica contra ciertas prácticas y cere¬
monias. Para don Américo no es compatible la visión moder¬
na del mundo con un sincero cristianismo; así se explica el
recurso del disimulo y la hipocresía que echa sobre Cervantes.
Parece ignorar que desde la Edad Media la Escolástica venía
siendo una síntesis de revelación (Biblia) y filosofía griega
y, como tal, pagana.
En cuanto a las manifestaciones «no conformistas» de
Cervantes, Castro añade varias más a las comúnmente admi¬
tidas. Menciona el pasaje de la primera edición del Quijote
(1605), suprimido rápidamente en la segunda del mismo año,
donde aludía a aquel millón de avemarias rezado por don
Quijote utilizando un rosario hecho de los faldones colgantes
de su camisón. Igualmente aquel otro texto que la Inquisi¬
ción portuguesa mando tachar en 1624; «Luego dijo sobre
la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avema¬
rias, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz
a modo de bendición.» {Op. cit, pág. 264.) La sorna y la falta
de respeto están bien a la vista. La misma irrespetuosidad
merecen para nuestro autor ciertas ceremonias eclesiásticas.
Así llama «mutatio capparum» al hecho de que Sancho cam¬
bie el mal aparejo de su «Rucio» por el bueno del «Barbero».
Su espíritu critico se levanta contra rogativas (que alteran
las leyes de la naturaleza) y contra las procesiones, que ya
habían sido blanco de las flechas de Erasmo. Otros detalles
El pensamiento de Cervantes 191
de crítica socarrona los encontramos en su actitud ante los
santos patronos y milagreros. En particular se ríe sarcásti¬
camente tras el comentario que hace don Quijote al rasgo
caritativo de San Martín de Tours partiendo su capa con
el pobre: «Debía ser entonces invierno —dice nuestro Hidal¬
go—; que si no, él se la diera toda, según era de caritativo.»
(Ibid., pág. 267.)
Bajo el subtítulo de «Crítica humanística». Castro nos
ofrece una disquisición teológica sobre el destino final de
las almas de los gentiles. La ocasión se la dan aquellas pala¬
bras de don Quijote: «Los gentiles, sin duda, están en el
infierno; los cristianos, si fueron buenos cristianos, o están
en el purgatorio o en el cielo.» Pero ¿refiejan estas frases el
verdadero pensamiento de Cervantes?, se pregunta don Amé-
rico. «Cervantes, es su respuesta, no pensaba en serio en la
fatal condenación de los gentiles, como no lo pensaban otros
escritores coetáneos, ni, sobre todo, la misma Iglesia cuando
tenía que enfrentarse con el grave problema, dogmática y
teológicamente.» {Ibid., pág. 273.) Se trata de una de tantas
ironías de nuestro autor, que pone en labios de su héroe una
opinión vulgar que corría como válida. Hasta la misma Inqui¬
sición dejó intacto dicho aserto en los dos espurgos a que
sometió el Quijote.
Este problema es por demás complicado, ya que la Iglesia
jamás ha dado una interpretación conclusiva a aquel ver¬
sículo de San Pablo: «Propter hoc enim et mortuis evange-
lizatum est.» El Credo consigna el dogma «descendit ad infe-
ros», pero la Iglesia nunca ha especificado qué hizo Cristo
en los infiernos. Se ha limitado a sustituir «infierno» por
«limbo» y a señalar que Cristo descendió a ese lugar de los
justos para liberar las ánimas de los santos padres que ha¬
bían muerto en la fe y esperanza del Redentor y esperaban
allí su advenimiento. Se elude el problema de la gentilidad
192 A. Castro: visión de España y de Cervantes

propiamente dicha. Pero en tiempo de Cervantes, el huma¬


nismo, el protestantismo y el descubrimiento de nuevos mun¬
dos sumidos en las tinieblas del paganismo colocaron este
tema en primer plano de la actualidad.
La solución tomista de la fe implícita es bien conocida.
Para la salvación es esencial una cierta creencia (explícita
o implícita) en Cristo mediador. Así se explican las categó¬
ricas palabras de Trento: «Pides est humanae salutis initium,
fundamentum et radix omnis iustificationis, sine qua impos-
sibile est placeré Deo.» (Conc. Tridentinum: sess. VI: Decr.
801)'^®. De este decreto proceden las tesis teológicas sobre la
necesidad de la fe, que Castro se olvida de mencionar: «Ac-
tus fidei strictae dictae requiritur necessario ad iustificatio-
nem, necessitate medii.» Pero ¿qué mínimo de verdades teo¬
lógicas ha de comprender ese acto de fe estricta? Aquí los
teólogos no concuerdan, no obstante todo género de sutilezas
y «distingos». Hablan de verdades necesarias «necessitate
medii» y otras «necessitate praecepti». En las primeras in¬
cluyen la existencia de Dios, y Dios remunerador (Deum esse
et remuneratorem esse), pero disputan sobre la extensión y
esencia de ambas verdades.
Ante el problema especial que presentan los infieles nega¬
tivos (quienes pueden no creer sin que haya culpa personal)
ante la voluntad salvífica universal y santidad de Dios, la
Iglesia se lava las manos: si un adulto se salva, no se salva
sin un acto de fe; pero si se condena, se condena por su
culpa. En la presente economía, la Iglesia Católica es el cami¬
no ordinario de salvación, pero no es el único camino «sim-

^6 Denzinger, Enchiridion Symbotorum..., Barcelona, Herder, 1963,


página 372. Ver «Cánones de iustificatione», op. cit., págs. 378-81. Aun¬
que Castro no se acerque a estos cánones tridentinos, creemos útil
mencionarlos para alcanzar mejor perspectiva en este problema de
la justificación.
El pensamiento de Cervantes 193
pliciter». Y la conclusión optimista y esperanzadora (que
Castro recoge) de que «Facienti quod in se est Deus non
denegat gratiam», queda terriblemente minimizada al identi¬
ficar esta gracia con la «gratia sufficiens», que en la cruda
realidad siempre resulta «insuficiente» sin la ayuda de la
gracia eficaz.
El humanismo siente la urgente necesidad de salvar a los
gentiles ilustres, ya que eran mirados como prototipos y
ejemplares de sabiduría y virtud. Por eso Erasmo grita entu¬
siasmado: «Sánete Sócrates, ora pro nobis.» Los teólogos,
en su afán de mantener el dogma de la voluntad salvífica
universal de Dios, se ven precisados a admitir (ya lo hemos
dicho) la universalidad de la «gratia sufficiens», ya que «fa¬
cienti quod in se est Deus non denegat gratiam». La luz de
la verdad ilumina a todo hombre que viene a este mundo
antes o después de Cristo. De donde se sigue la posibilidad
de salvación para todos aquellos que, viviendo la ley natural
esculpida en sus mentes, sean fieles a esa luz verdadera. Pero
Roma, sumamente cautelosa, jamás ha decretado la salvación
concreta de este o del otro gentil. Permitió que la tradición
popular mandase al infierno a la gentilidad precristiana
(como reflejan las palabras de don Quijote antes citadas);
pero dejó las puertas abiertas a la posibilidad de que fícese
al cielo cualquier elegido de Dios. Misterios y arcanos de la
predestinación.
Trento dejó el problema casi intacto. Su terminología
testifica que era poco menos que imposible salvarse antes
de Cristo'*^. La prevaricación de Adán hizo a los hombres
inmundos e hijos de ira por naturaleza. Consiguientemente,
ni los gentiles por las fuerzas naturales, ni los judíos por la

Ov. cit., pág. 378. Ver «Cánones de iustificatione». {Ibid., pági¬


nas 378-81.)

AMÉRICO CASTRO. — 13
194 A. Castro: visión de España y de Cervantes

misma letra de la ley de Moisés, podrían liberarse o levan¬


tarse de su estado. El libre albedrío no estaba extinguido o
destruido, pero sí enfermo, debilitado e inclinado al mal.
Mas no permite Trento que se extinga esa lejana posibilidad
de que el libre albedrío pueda cooperar una vez «a Deo mo-
tum et excitatum». Es decir, el Concilio opta por una posi¬
ción intermedia entre la doctrina protestante de que la fe
en Cristo es absolutamente necesaria para la salvación (de
ahí que los gentiles vayan al infierno), y el entusiasmo eras-
mista, que llama santos a Sócrates y a Cicerón. Castro conclu¬
ye rehusando terciar en tan espinosa controversia, ya que,
según él, carece de estudios previos sobre la historia de los
problemas teológicos en España y su conexión con la lite¬
ratura. Unicamente ha pretendido con esta disquisición teo¬
lógica señalar el amplio horizonte sobre el que se proyectan
algunas ideas cervantinas.
Siguiendo a Erasmo y al humanismo, Cervantes encuen¬
tra en la religión cristiana aspectos fundamentales que son
mero trasunto del paganismo. Así el templo de la Rotunda,
en la antigüedad templo de todos los dioses, ahora está de¬
dicado a todos los santos; y la gran fiesta de las Mondas
de Talavera, que antes se celebraba en honor de Venus, aho¬
ra se celebra en honor de la Virgen de las vírgenes. Ya Eras¬
mo había encontrado relaciones semejantes: «en el Coloquio
Naufragium, dice que 'antes era Venus quien velaba por los
marineros, porque se pensaba que había nacido del mar;
y cuando cesó en tal cargo, reemplazaron esta madre que
no era virgen por una Virgen que es Madre'» El humanis¬
mo racionalista lleva a Cervantes aún más lejos, hasta afir¬
mar que los gentiles no necesitaron de la lumbre de la fe
cristiana como base de ciertas creencias. Les bastó la luz

48 Citado en El pensamiento (1925), págs. 279-80.


El pensamiento de Cervantes 195

natural. De todo lo cual concluye Castro como innegable que


Cervantes estaba directamente influido por Erasmo.
Morel Patio subraya, en L’Espagne de Don Quichotte,
cómo Cervantes trata respetuosamente al sacerdote que ejer¬
ce verdadera cura de almas, y fustiga, por el contrario, al
eclesiástico que no cumple con su ministerio. Esto le da pie
a don Américo para acumular pasajes donde Cervantes lanza
punzadas contra la vida eclesiástica, contra rezos, santos,
ermitaños y peregrinos, milagros debidos a las supersticio¬
nes, ánimas y apariciones. Una excepción representa el entu¬
siasta elogio a la enseñanza jesuítica que se encuentra en el
Coloquio. Castro se abstiene en 1925 de formular una opi¬
nión rotunda; quizá fuera motivado por el grato recuerdo
de sus estudios en Sevilla; o quizá se trate de una fórmula
de respeto a las ideas oficiales. Pero, a la luz de sus últimos
descubrimientos casticistas, ha tratado recientemente el tema
en «El 'Quijote' taller de existencialidad». La compañía se
compuso en un principio de miembros y dirigentes que te¬
nían orígenes discutibles. Esto explicaría su actitud antidis¬
criminatoria en el candente problema de la pureza de san¬
gre y motivaría posiblemente esa simpatía de Cervantes,
converso y víctima de los conflictos de castas'‘5.
El tema de la tolerancia (o intolerancia) cervantina ha
dado lugar a opiniones contrarias. Julius Klein y Morel Patio
son del parecer de que Cervantes es el depositario de la
demencia religiosa española, de la fantástica «hereticofobia»
y del fanatismo loco de su pueblo. Es más, en asunto de
herejes, Cervantes era una salamandra «inquisicionófila» {sic)

La Compañía se opuso a la limpieza de sangre no por poseer


miembros conversos, como dice Castro. Otras órdenes religiosas mos¬
traron la misma oposición por principios de moral cristiana. Pero
todas tuvieron que adoptar el estatuto de limpieza, en Toledo, forza¬
das por el cardenal Silíceo.
196 A. Castro: visión de España y de Cervantes

a lo Lope y Calderón. Morel Patio se refiere concretamente


a los moriscos, afirmando que en la obra cervantina siempre
se los trata de canalla ignominiosa, objeto constante de odio
y desprecio. La diatriba del Coloquio contra los moriscos
refieja im lugar común en los escritos de la España de en¬
tonces. Existía parecida discriminación a la existente en
algunos estados del sur de USA con respecto al negro, o a la
de Alemania y Norteamérica respecto al judío (Castro escri¬
be esto en 1925). También aquí Cervantes aparece como un
espíritu prismático que refracta la realidad del momento:
por una parte, el punto de vista oficial, según el cual los
moriscos eran gente indeseada, que había que arrojar fuera;
por otra, el de los propios moriscos, personalizado en el
Ricote con notas de delicada humanidad
Los judíos aparecen ocasionalmente en Cervantes. San¬
cho se declara enemigo mortal de dicha raza, como cristiano
viejo y católico, apostólico y romano que es. En general, las
escasas alusiones a israelitas son desfavorables para ellos.
Se los trata como raza inferior, infame y sucia. Son frecuente
objeto de burlas pesadas, que el autor no condena y que
atribuye a la pertinacia hebrea. En resumen, concluye Castro,
«no veo, pues, base sino para afirmar que por unas u otras
razones —antijudaísmo de español, opinión formada en Ar¬
gel, donde el judío era un pobre ser, blanco de la saña de
moros y cristianos, concesión a la opinión corriente—, Cer-

50 «Los moriscos son españoles, están en su patria natural, están


bautizados, son la base de la riqueza agraria, los oponen a los cristia¬
nos viejos, han de casarse entre sí, no van a los conventos ni a la
guerra. Todo esto lo dice Cervantes; pero dice también que son incom¬
patibles con España y que ha hecho perfectamente en expulsarlos.
Sobre el conflicto surge como dolorosa armonía la humana piedad que
fluye de las palabras del morisco Ricote: 'es dulce el amor de la pa¬
tria'.» {El pensamiento, págs. 297-98.)
El pensamiento de Cervantes 197
vantes aparece como lo que hoy llamaríamos un antise¬
mita» 51.
Castro analiza finalmente el tema del cristianismo de
Cervantes. Para él el valor de las virtudes cristianas se cen¬
tra en la humildad y en la caridad, amor al prójimo, com¬
prensión y perdón de las debilidades e injurias. Tanta im¬
portancia concedía a dichas virtudes, que llegó a escribir:
«las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no
tienen mérito ni valen nada». La Inquisición tachó este pasa¬
je para cortar el peligro de movimientos misticistas y de
excesivo espiritualismo interno. Interesaba al catolicismo el
énfasis en las obras exteriores. La religión cervantina se basa
en la conducta más que en las ceremonias exteriores 52. La
armonía y la razón han de condicionar y limitar los estímu¬
los morales de la conducta. Y en casos de conflicto entre
religión y naturaleza, Cervantes se inclina por esta última,
dice don Américo, cuyo laicismo personal le lleva a ver natu¬
ralismo y «laicismo» en toda la obra cervantina.
Los problemas de conducta son esenciales. No basta ser
cristiano, hay que vivir como tal. Ya lo decía Sancho con
aquellos términos tan suyos: «Bien predica quien bien vive,

51 Op. cit., pág. 306. Estas interpretaciones de 1925 sufrirán algunos


cambios en el Castro de la segunda época. A ellos alude Rodríguez-
Puértolas en la nota 170 de la segunda edición de El pensamiento
(págs. 324-25). Efectivamente, visto Cervantes desde la nueva perspec¬
tiva de su tiempo y ambiente como víctima de las crisis raciales por
su origen converso, sus textos relacionados con judíos ofrecen nuevo
sentido. No reflejan ya a un Cervantes racista y antisemita, sino más
bien a un Cervantes que presenta literariamente el doble aspecto de
la cuestión, el punto de vista cristiano y el punto de vista judío.
52 «Animas del purgatorio, oraciones, sermones, reliquias, santos,
milagrería supersticiosa, ceremonias religiosas, conducta antievangé¬
lica de frailes, ermitaños y eclesiásticos, todo ello da lugar a zumbas
y ataques más o menos penetrantes; en cambio, se ensalza a menudo
la heroica sumisión de las pasiones al imperativo cristiano, que en
nuestro autor se resuelve en categoría moral.» (Ibid., pág. 307.)
198 A. Castro: visión de España y de Cervantes

y yo no sé otras tologías.» pág. 315.) Cervantes, de este


modo, separa la religión de la moral. La venganza está ex¬
cluida en sus principios morales siempre que los actos no
inhiban la reflexión. La huella de Erasmo aparece en la pre¬
ferencia por la sencillez de los actos religiosos, opuesta al
aparato exterior de ritos y ceremonias. De todo lo cual con¬
cluye nuestro cervantista que las ideas cristianas de Cervan¬
tes acusan claramente su ñliación renacentista.
El Renacimiento aspira con entusiasmo a ese retorno a
las fuentes de la religión. Y Erasmo, escribe don Américo,
es el máximo representante de esa inquietud. Sentirá repug¬
nancia por las soluciones dogmáticas tanto católicas como
protestantes. Consecuentemente será odiado en ambos cam¬
pos. «Pero ha dejado a lo largo del siglo, a la vez que mística
emoción, una estela de criticismo y de insatisfecha inquie¬
tud; de exigencia racional y de espíritu de protesta. Sin
Erasmo, Cervantes no habría sido como fue.» (Ibid., pág. 320.)
La moral cervantina se sale a veces del marco religioso,
según Castro; aparece reflejada en la vida de los personajes,
más que en las máximas y apotegmas que se encuentran acá
y allá, y que frecuentemente revelan un mero prurito mora-
lizador. Y nuestro cervantista se propone demostrar cómo
esta moral de Cervantes es

de carácter esencialmente filosófico, puramente natural y hu¬


mana, sin ingerencia activa de principios religiosos... El núcleo
de esta moral es el naturalismo... Con este naturalismo se com¬
binan, además, elementos de razón y de análisis que vienen
derechamente del estoicismo renacentista. {Ibid., pág. 322.)

El neoestoicismo del siglo xvi era una doctrina moral


que pretendía conciliar el estoicismo clásico (fatalista, pan-
teísta y contrario a la inmortalidad del alma) con los dog¬
mas católicos, Justo Lipsio, contemporáneo de Cervantes, es
El pensamiento de Cervantes 199

el más notable portavoz de estas corrientes filosóficas. Esto


no quiere decir, afirma Castro, que Lipsio infiuyera en Cer¬
vantes, ya que en el siglo xvi, en Italia y en España, circu*
laban ampliamente todas las direcciones del pensamiento
estoico, tínicamente pretende establecer el fondo histórico
de la moral cervantina y exponer las ideas que, de una forma
o de otra, influyen más directamente en dicha moral
Al analizar la importancia del error en el pensamiento
cervantino, vimos cómo las sanciones no se basaban en leyes
externas, sino que eran mera consecuencia de las culpas.
Nuestros grandes dramaturgos (Lope, Tirso, Calderón), sí,
creen en una justicia trascendente que regula los actos de
los personajes; Cervantes, por el contrario, concibe la natu¬
raleza como un orden inmanente, y ésta será la base de su
moral, según interpretación de Castro. Consecuentemente,
nuestro autor mueve sus creaciones artísticas como si no
existieran castigos o recompensas fuera de este mundo. Sus
seres humanos han de seguir la senda recta o torcida, tra¬
zada por su estructura natural; y cada persona dará los fru¬
tos que estén en armonía con su naturaleza.
De todo esto se desprende la singularidad de los carac¬
teres de ficción cervantinos. Su primordial menester es sos¬
tener que son como son y esforzarse por no dejar de serlo
y de no apartarse de su naturaleza. Es el caso de Don Qui¬
jote luchando contra grandes y chicos, empeñados en que
dé de manos a sus aventuras y abandone su profesión de
caballero andante. Lo propio ocurre a Sancho, quien se ve
obligado a confesar, no obstante sus ínsulas y gobiernos:
«Sancho nací, y Sancho pienso morir.» Las consecuencias

53 El libro de Alejandro Ramírez contiene las cartas cruzadas en¬


tre Lipsio y los españoles, y no hay nada de ideas ni discusión teórica.
El supuesto estoicismo del siglo xvi es senequismo, pero dulcificado
y penetrado de cristianismo, aspecto que Castro no llega a percibir.
200 A. Castro: visión de España y de Cervantes

morales de esta concepción son inevitables No es razona¬


ble luchar contra la estrella, sino seguir los pasos de la pro¬
pia naturaleza. Pero no creemos que pueda hacerse determi¬
nista a Cervantes, como sugiere esta concepción de Castro.
Cervantes sigue la doctrina de que las estrellas «inclinan»,
pero no «arrastran». Castro minimiza y restringe enorme¬
mente el sentido de libertad y libre albedrío, en su afán de
subrayar el «naturalismo» cervantino, que no existe como
tal. Don Américo cae en contradicciones, e interpreta falsa¬
mente el caso de Marcela («Yo nací libre, y para poder vivir
libre escogí la libertad de los campos»), el de Dorotea y el
Duque, la historia de Basilio y hasta la idea tan repetida de
que cada uno es hijo de sus obras. ¿Qué vale todo esto si
estamos determinados por naturaleza?
Varios son los pasajes que muestran a un Cervantes entu¬
siasta del libre albedrío, concretamente en el campo del amor.
Pero «libre albedrío significa libertad de amar, según Castro;
es decir, derecho a perseverar en la fatal inclinación o repug¬
nancia que liga o separa a una mujer y a un hombre». {Ibid.,
páginas 334-35.) Cada ser tiene su trayectoria propia marca¬
da por la naturaleza y no es razonable abandonarla violenta
o inarmónicamente para acoplarse a la de otros. Libre
albedrío significa, pues, en Cervantes derecho a seguir sin
entorpecimiento el propio destino, y la voluntad es «el estí-

54 Estas son las palabras de Castro: «Si el carácter y su secuela


la conducta son inmutables, la razón podrá darse cuenta de ese estado,
pero no lo podrá variar. La moralidad se convertirá en un hecho posi¬
tivo, que en lo sensible nos contentará o nos amargará, pero que. en
realidad, no merecerá censura ni elogio; el individuo experimentará
automáticamente los resultados de su conducta. Lo moral deja de ser
gobernado por el ideal religioso y trascendente, y se toma en producto
casi biológico; ’el mundo es ansí’, y es inútil querer variarlo El Qui¬
jote es la gran prueba de esta verdad.» {Ibid., pág. 332.)
El pensamiento de Cervantes 201

mulo vital que nos incita a determinarnos según nuestro


carácter y naturaleza propios»
De tales principios brota un sistema de moral autónoma.
La conducta individual no está marcada por motivos que
trasciendan del ser íntimo, ni luchando con éste (como exige
la religión), ni caminando con él en dócil armonía. Y los
caracteres mejor trazados por Cervantes son como saetas
que se dirigen a su blanco. Objetivamente no hay fortuna
ni azar; todo responde a un proceso de causa a efecto; todo
acontece como debe acontecer, obedeciendo a un desarrollo
necesario. Para ello la razón, con serena intelección, ha de
vigilar diligentemente para disponer con sabiduría de cuanto
sobrevenga sobre nosotros. Esta doctrina profesa nuestro
Hidalgo al decir: «Lo que te sé decir es que no hay fortuna
en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas
que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los
cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: cada uno es ar¬
tífice de su ventura.» (Ibid., pág. 337.)
En la interpretación de este «obstruso» pasaje Castro lee
entre líneas el pensamiento de Cervantes, para quien el curso
de los sucesos humanos (las cosas pasan porque tienen que
pasar) pende de la naturaleza, «mayordomo de Dios», y no
de la providencia divina. Destino y providencia se funden en
un mismo concepto La segunda parte del pasaje encierra

55 Ibid., pág. 335. Eí tratado de Argel muestra la falsedad de esta


interpretación cervantina de don Américo Castro.
56 Don Américo parece desconocer el sentido escolástico de provi¬
dencia al confundirla con hado. Su laicismo le lleva a oponer la «natu¬
ra naturans» (de que habla Creen) a Dios, desconociendo la distinción
escolástica de Dios «causa prima» y naturaleza «causa secunda», de
creación, conservación y gobierno de la «natura naturata» o mundo
creado. Todos sus errores a este respecto tienen la misma base: el
naturalismo que atribuye a Cervantes. Quiere hacer de él uno de aque¬
llos «herejes modernos» a que alude Lucas de Tuy en el siglo xiii:
«Con apariencia de filosofía quieren pervertir las Sagradas Escrituras.
202 A. Castro: visión de España y de Cervantes

una complicación de pensamiento y de expresión. ¿De qué


modo podemos labrar nuestra ventura? El universo, explica
don Américo, puede hacernos girar dentro de su juego fatal
como elementos que somos del mundo natural, pero existe
en nosotros una capacidad de regulación contra esas fuerzas
exteriores. Consecuentemente podemos ser «artífices de nues¬
tra ventura» en un doble sentido: como seres objetivos, do¬
tados de una fatal inclinación natural que determina nues¬
tras vidas; o como seres capaces de sobreponernos a ese
fatum, mediante un acto racional y sensible que nos consti¬
tuya en seres autónomos ética y racionalmente y en labra¬
dores de nuestra ventura. Es la fórmula preferida del estoi¬
cismo.
Tales principios morales reducen el concepto de respon¬
sabilidad a mera paternidad e imputación de la culpa. De
ahí que, al leer a Cervantes, Castro sienta la impresión de
un glacial fatalismo. No cabe otra actitud que resignación
ante las consecuencias de la fatal conducta. Y la filiación
de tal doctrina moral es evidentemente estoica. Ya Séneca,
Erasmo y Castiglione habían subrayado la necesidad de la
razón para sobreponerse a toda fatalidad e impulsos pasio¬
nales. Solamente así se logra la suprema conformidad y esa
victoria esencial a la moral del Renacimiento, la victoria de
sí mismo. Don Quijote encarna dicha victoria, aunque fra¬
case en ese afán de implantar el bien y la justicia en este
mundo.

Prefieren ser llamados naturalistas o filósofos, ya que los filósofos anti¬


guos están más próximos a los herejes, y a muchos de los modernos
naturalistas (modernorum naturalium) los ensucia la mancha de la
herejía. Atribuyen a la naturaleza todo lo que Dios realiza cada día
con orden maravilloso..., dicen que Dios confirió a la naturaleza el
poder de hacerlo todo... Su finalidad es introducir la secta de los ma-
niqueos y manifestar que hay dos dioses, uno de los cuales, el malo,
creó todas las cosas visibles.» {España en su historia, pág. 299.)
El pensamiento de Cervantes 203

Pero la dirección moral de Cei'vantes no es totalmente


paralela a la de Séneca. El carácter de la obra literaria impo¬
ne ciertas diferencias inevitables. Por otra parte, nuestro
autor está lejos de creer que esta vida es una preparación
para la muerte. Consiguientemente, sus personajes cumbres
no sienten la necesidad de renunciar, por motivos morales,
a los goces y placeres que la naturaleza brinda. Cervantes
cree en la posibilidad de la Edad de Oro, ejemplificación del
summum bonum de la filosofía antigua, pero el error se
pone por medio y ocasiona el reino del mal entre nosotros.
La solución es la moral estoica, que sugiere resignación y
paciencia, ese «doblar la capa y sentarse sobre ella» cervan¬
tino.
La moral humanista integra el siguiente dualismo; un
estoicismo razonador y un naturalismo sensualista y espon¬
táneo. Cervantes los simplifica en el «debe ser» razonador
de Don Quijote, frente al «es así» sensualista de Sancho. La
respuesta moral cervantina es la posibilidad de ambas me¬
diante una zona de armonía.
Su preferencia por la espontaneidad natural como fuerza
eterna, anterior a las leyes y razonamientos humanos, se
manifiesta particularmente en todos esos matrimonios del
gusto cervantino, en que el amor libre y espontáneo, sin fór¬
mulas legales ni ceremonias religiosas, es preferido al matri¬
monio solemne exigido por Trento. Hay que respetar ese or¬
den natural acoplando a él nuestra razón y sensibilidad. Y
el ideal será ese esfuerzo de conocimiento mediante el cual
aneguemos las pasiones en un mar de prudencia, y llegar a
la ansiada libertad o vencimiento de sí mismo, que supone
una autonomía intelectual y conformidad frente al devenir
inexorable. El error de la conducta de los héroes cervanti¬
nos, esa infracción de las armonías naturales, lleva al ani¬
quilamiento de su propio físico.
204 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Finalmente, acaba por dominar en nuestro genial autor


la concepción naturalista e inmanente de la vida, según Cas¬
tro. No obstante, Cervantes toma a veces otros caminos diver¬
sos de los estoicos. Ante las insoportables calamidades huma¬
nas, el estoicismo ofrece una solución fría y calculada: abrir¬
se las venas; pero Cervantes no propone suicidios; esa misión
destructora yace en la Naturaleza. Y a la luz de estas doc¬
trinas examina las palabras de Carrizales, en El celoso extre¬
meño, reo de lesa naturaleza, que se siente fabricador del
veneno que fatalmente ha de extinguir su vida. El mismo
fenómeno muestran los casos de muerte post errorem, que
no descansan sobre supuestos religiosos, sino sobre un con¬
cepto estoico del destino.

Cervantes, concluye Castro, se asimiló, en modo que sor¬


prende, las doctrinas morales del siglo xvi, difundidas fuera de
España. Está en la corriente derivada de Pomponazzi, para
quien las culpas y las penas son fatales, y las virtudes y los
vicios llevan en sí mismos sus sanciones; se halla, en el fondo,
en la misma postura moral que Telesio o Campanella 57.

Moral nueva y revolucionaria, bajo aquella discreción y


cautela a que obligaba la Contrarreforma. Si no llegó a afin¬
carse plenamente en la literatura y pensamiento de España,
eso ya no fue culpa de Cervantes.

7) Otros temas. — En el capítulo V de El pensamiento,


Castro analiza otros aspectos del pensar cervantino. Entre
todos destaca el tema de lo picaresco en la obra de nuestro
clásico. Por primera vez congratula a Menéndez Pelayo por
su fina observación al establecer una distancia infinita entre
Cervantes y la novela piscaresca. Pero no todos los cervan¬
tistas comparten tal doctrina, lo cual crea un equívoco cuan-

57 A. Castro, El pensamiento, págs. 255-56.


El pensamiento de Cervantes 205

do se habla de Cervantes como autor picaresco. Y resume


las diversas opiniones sobre este punto:

Cervantes escribió noveléis picarescas; escribió algo parecido,


pero no propiamente picaresco, diferente de aquéllas por la
perfección del estilo; en fin, Cervantes no escribió novelas pica¬
rescas; pensó escribir una, siguiendo la moda, y fue gran lás¬
tima que no lo hiciera. (Op. cit. [1925], pág. 231.)

Pero Cervantes no es un escritor de modas, como lo es


Lope, en quien el medio y el ambiente marcan fácilmente su
impronta.
Antes de estudiar el no picarismo de Cervantes, Castro
echa de menos una definición comprensiva de la novela pica¬
resca, que abarque sus características de forma, la íntima
estructura de su estética, y que marque lo específico y dife¬
rencial respecto de otras formas novelescas. Esta clase de
obras trata de picaros y nos ofrece la visión del mundo que
tienen dichos sujetos literarios.

De ahí que sean esenciales tanto la forma autobiográfica


como la técnica naturalista. El picaro ve la vida picarescamen¬
te, no cree en las ideas ni en los valores ideales, y se aferra,
por tanto, a lo único que para él es válido y seguro; la materia
y el instinto. La consecuencia emotiva de tal actitud es el des¬
contento, la amargura y el pesimismo (Guzmán de Alfarache),
o la sorna y el sarcasmo (Pablos el Buscón). (Ibid., pág. 233.)

Siempre se ha juzgado el Lazarillo de Tormes como la pri¬


mera manifestación del género picaresco. Esta obra es fuente
y punto de arranque de dicho género, «pero encierra al mis¬
mo tiempo, según Castro, gérmenes de una visión de la vida
más compleja que la adoptada por las obras clásicas de este
género, en las que, sobre todo, pensamos al decir 'novela
picaresca'». {Ibid.) Ya Navarro Ledesma había descubierto
en el Escudero y en Lazarillo algunos aspectos del dualismo
206 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Don Quijote-Sancho. Inquietudes erasmistas laten bajo la crí¬


tica del Clérigo de Maqueda y del Buldero^. Además, «en
el Lazarillo falta el tono amargo, el encallecido y estático
pesimismo que consideramos consustancial con el género
picaresco. De esta encantadora obrita podrían derivarse nove¬
las picarescas; pero, al mismo tiempo, algo más». (Ibid., pá¬
gina 234.)
La aparición del Guzmdn de Alfarache, en 1599, marca el
nacimiento de varias obras de corte similar, con temas exclu¬
sivamente picarescos. Su estructura claramente se distancia
de la del Lazarillo. Y Castro considera como auténtica novela
picaresca la creada por Mateo Alemán. Su Guzmán de Alfa¬
rache «es el molde fraguado para contemplar de cierta ma¬
nera la vida humana; en ella son esenciales la técnica natura¬
lista, el carácter autobiográfico y gustar la vida con el mal
sabor de boca». (Ibid.) Ésta ha de ser, pues, la categoría esté¬
tica e histórica de la genuina novela picaresca. Su héroe lite¬
rario estará pegado a la tierra y por fuerza ha de contemplar
la vida de abajo arriba. Esto ocasionará irremediablemente
un relato de bajo nivel, y Mateo Alemán, para superarlo,
acudirá a artificiales digresiones moralizadoras, que Castro
cataloga como «salvación artificiosa y artísticamente infe¬
cunda desde el punto de vista del género novelesco», (Ibid.)
Artísticamente sólo ofrecen estas novelas el atractivo de su
narración itinerante y anecdótica, una gracia algo ruda, ras¬
gos malignos y cierta comicidad que a veces llega a la farsa.
Y Castro pasa a afirmar que en la obra cervantina se dan
parcial y externamente algunos elementos de novela pica¬
resca. En primer lugar existen picaros (Ginés de Pasamon-
te, rufianes, gentuzas, etc.); pero dichos personajes son ma¬

sa Ver notas 43 y 44 de este capítulo (págs. 188-89), donde hemos


expuesto la opinión contraria de Aubrey F. G. Bell sobre el erasmis-
mo del Lazarillo.
El pensamiento de Cervantes 207

teña de la manipulación artística de Cervantes, que los mue^


ve como a muñecos de retablo de acuerdo con su compleja
visión del mundo. Conociendo a Cervantes, es imposible ima¬
ginarle instalado en la pupila de uno de aquellos personajes
de pobres juicios y rastrero caminar del espíritu. «De ahí,
concluye, que halle infundada la suposición de que Cervan¬
tes pensase escribir una novela piscaresca, y no la escribiera
por estas o las otras razones.» (Ibid., pág. 237.) En cuanto
al Coloquio y Rinconete y Cortadillo, por su carácter auto¬
biográfico, nos recuerdan la estructura externa de la novela
picaresca, pero la analogía no pasa de la superficie. La dife¬
rencia es esencial tanto estética como ideológicamente.
En conclusión, encontramos en Cervantes rasgos sueltos
de apicaramiento, episodios de picardía. Pero

presentar picaros o rozar motivos picarescos es cosa que nada


tiene que ver con escribir una novela picaresca, entendida ésta
en la forma antes dicha... Su arte profundo (de Cervantes) le
llevaba a tocar necesariamente temas ideales junto a otros sen¬
sibles, materiales. Lo típico de su género consistía en no afin¬
carse dogmáticamente a ninguna de esas posiciones... El espí¬
ritu inquieto y ascendente de Cervantes no hubiera podido
reposar en la visión que un mozo de muchos amos proyectara
sobre la vida... Lo que el picaro piense no interesa a Cervantes.
(Ibid., pág. 239.)

SEGUNDA EDICIÓN DE «EL PENSAMIENTO», 1972

Contemplada y ponderada la doble visión cervantina que


ofrecen sus escritos, hemos llegado a la siguiente conclusión:
El pensamiento de 1925 representa lo más valioso sobre el
tema brotado de la pluma de don Américo, y la visión de
Cervantes que proyectan sus páginas es más clara, acertada
(no obstante los errores señalados) y fecunda que la de su
208 A. Castro: visión de España y de Cervantes

última época cervantina que desarrollaremos en el capítulo


siguiente. Su afán de relacionar a nuestro clásico con las
corrientes humanístico-renacentistas de la Europa de su tiem¬
po, y sus categóricas conclusiones como: «Sin Erasmo, Cer¬
vantes no habría sido como fue» {ibid., pág. 320), o es de todo
punto imposible penetrar en el pensamiento de Cervantes
si se le aleja de las corrientes de su tiempo, es decir, de su
«filiación renacentista», están más cerca de la verdad históri-
co-literaria que sus últimos puntos de vista, integrados en
una tarea desmitificadora inadmisible en su totalidad por
extremista. Sea o no realidad histórica el origen converso
del autor del Quijote (falta aún la prueba definitiva y peren¬
toria), no se puede admitir que la crisis social de la Edad
conflictiva, ni los propios confiictos personales del autor,
hayan marcado en sus escritos una impronta mucho más
profunda que los años de contacto directo con el Renaci¬
miento durante su estancia en Italia, primero (1569-1575), y
en España, después, abiertamente expuesta a las corrientes
europeas a través de obras renacentistas difundidas en tra¬
ducciones. De ahí que en 1925 Castro sienta la necesidad de
un estudio sobre las «fuentes» de Cervantes, sin que esto
presuponga absolutamente minimizar la gran originalidad
cervantina, es decir, aquel «especial sesgo cervantino, irre¬
ductible a ninguna fuente» {ibid., pág. 27), de que él había
hablado.
Don Américo reconoce frecuentemente el espíritu com¬
plejo de Cervantes. Efectivamente, esta complejidad no se
ilumina totalmente mediante los conceptos abstractos de la
Kulturgeschichte; hay que adentrarse en las situaciones y
dimensiones de vida de los agentes humanos; hay que con¬
vivir con ellos; hay que situarse en su morada vital; pero
sin tocar el extremo opuesto y creer que la simplista «piedra
filosofal» de los conflictos casticistas lo explica todo en núes-
El pensamiento de Cervantes 209

tro complejo siglo xvi. Sin duda también aquí sería necesario
aplicar aquel espíritu armónico del Renacimiento, conjuga¬
dor de extremos y de opuestos, que nos dé una visión global
y total de Cervantes; un Cervantes de espíritu oprimido por
crisis personales y sociales, pero al mismo tiempo un Cer¬
vantes genio de su siglo, abierto y susceptible a los movi¬
mientos, corrientes e influencias nacionales y extranjeras.
Este libro tuvo una recepción. La primera edición quedó
rápidamente agotada sin saciar las ansias de todos los cer¬
vantistas, y una segunda se venía haciendo necesaria y urgen¬
te ante la creciente demanda. Pero para el Castro de la se¬
gunda época esto era una empresa difícil o imposible, de
repugnancia intelectual, ya que su nueva perspectiva de la
realidad histórica de España, en el siglo xvi, era totalmente
distinta. Editar El pensamiento de acuerdo con su nueva
ideología habría supuesto, pues, escribir un libro nuevo en
su integridad. Ante el anuncio de que tan ansiada edición
iba a salir de la editorial Noguer, una mezcla de sorpresa
y curiosidad invadió los espíritus de los lectores de Castro,
ansiosos de descubrir la suerte corrida por el texto lejano
de 1925. Don Américo hubiera deseado reescribir esta obra
orientando en otro sentido la averiguación de los cómos y
los porqués del Quijote, y hasta asignarle otro título más
adecuado. Pero otros quehaceres y la falta de tiempo se lo
han hecho imposible. La ayuda de Julio Rodríguez-Puértolas
ha permitido, al parecer, esta segunda edición de 1972. Su
tarea ha sido doble:

En primer lugar —son sus palabras—, incorporar al texto


de 1925 las notas reunidas por don Américo Castro durante casi
cuarenta y cinco años; unas breves y compendiosas; otras ex¬
tensas y complejas, pero todas ellas importantes y demostra¬
tivas del interés que su autor ha tenido a lo largo de tantos
años y vicisitudes por tan viejo —y fundamental— libro... La

AMÉRICO CASTRO. — 14
210 A. Castro: visión de España y de Cervantes

segunda parte de mi trabajo ha consistido en actualizar ciertos


aspectos de El pensamiento de Cervantes, especialmente en lo
que se refiere a cuestiones bibliográficas y en las conexiones del
mismo —o, en su caso, en su apartamiento— con lo escrito por
Castro desde aquel lejano año de 1925. (Op. cit. [1972], pág, 9.)

Efectivamente, el texto de 1925 aparece reeditado en casi


su totalidad. Los cambios son mínimos e insignificantes, y
están concentrados mayormente en los dos primeros capítu¬
los, como si el reeditor hubiese sentido un pronto cansancio
o hastío en su tarea ya desde los comienzos. Las pequeñas
mutaciones textuales se suelen reducir a cambios de tono
y expresiones, comprensibles en un Castro renegado de los
conceptos abstractos de la Kulturgeschichte y partidario de
un énfasis más interno y existencial. Consiguientemente,
siempre que le sea posible evitará términos como Edad Me¬
dia, Renacimiento, Humanismo, Contrarreforma, etc., u otros
menos ambiciosos, como divina razón, racionalismo, racional,
hipocresía, etc., para acallar así los gritos de la crítica. Los
párrafos suprimidos son realmente insignificantes y de nin¬
gún modo interrumpen el texto original. Las adiciones son
de dos clases; textuales y bibliográficas; unas incluidas en
el cuerpo del texto y otras tímidamente diseminadas en las
notas al final de los capítulos; unas hechas por el propio
Castro y otras por su coeditor Rodríguez-Puértolas. Don
Américo ha querido rellenar ese abismo ideológico abierto
entre el Cervantes de El pensamiento de 1925 y el de Los
Casticismos, mediante una serie de compromisos que a todas
luces dan la sensación de forzados y de artificialidad inevi¬
table.
En las notas al final de los capítulos encontramos la ma¬
yor parte de estas adiciones o interpolaciones con el fin de
armonizar —si son armonizables— las diversas visiones cer¬
vantinas, o prevenir al lector en caso de que no lo sean. Si
El pensamiento de Cervantes 211

a todo esto añadimos la extensa bibliografía puesta al día


por el coeditor en la misma sección de notas, podemos dar¬
nos una idea de la innovación que supone esta segunda edi¬
ción. No obstante estos fenómenos, El pensamiento de 1972
no da la sensación de un «nuevo libro», como sugiere la sola¬
pa posterior de la edición. Se diría, por el contrario, que el
Castro de 1925 no ha muerto ideológicamente del todo, como
han querido demostrar sus protestas casticistas y rechazos
abstractizantes. El mismo Rodríguez-Puértolas alude, en la
«Advertencia del anotador», al «gran interés que su autor ha
tenido a lo largo de tantos años y vicisitudes por tan viejo
—y fundamental— libro». {Ibid., pág. 9.) Quizá su desacuer¬
do con aquel Cervantes renacentista y europeo, elaborado en
1925, no fuese tan radical en el fondo como sus palabras pos¬
teriores han pretendido indicar. Por el contrario, la nueva
edición sí da la sensación de fracaso en su afán de armonizar
las diversas visiones castristas de Cervantes.
El mismo don Américo parece darnos una clave para esta
evaluación de la reedición de El pensamiento, al cerrar su
«Nota del autor» con esta frase no del todo optimista:
«Ofrezco ahora lo que puedo, no lo que hubiera deseado.»
(Op. cit., pág. 8.) Personalmente creo que el fruto de estos
esfuerzos de Castro ha sido limitado y discutible. Elubiera
sido preferible haber reeditado el texto original íntegro y sin
alteraciones como memoria perenne del Castro de entonces
y como muestrario ideológico de su primera visión cervan¬
tina.

«EL PENSAMIENTO», EJEMPLAR DE METODOLOGÍA

Después de todo lo expuesto sobre este libro fundamen¬


tal en los estudios cervantinos, resulta más fácil analizar los
métodos seguidos por su autor. El pensamiento representa
212 A. Castro: visión de España y de Cervantes

una rígida aplicación de los principios críticos atribuidos a


don Américo en las páginas precedentes. Ya la recepción
crítica de la obra subrayaba algunos de estos métodos como
valores esenciales del libro. Dámaso Alonso comienza su
reseña considerando esta obra como la primera aportación
de España al nuevo movimiento de la biología positivista
iniciado por la voz de alerta que Vossler había lanzado
en 1904.
Estamos, por fin, dice, ante un libro nuevo sobre Cervantes,
ante un libro que trata de explicar, según las necesidades de
la investigación literaria moderna, lo que nadie había hasta aho¬
ra explicado satisfactoriamente: la carga ideológica del cerebro
que pudo soñar el Quijote. En este libro se inaugura un pro¬
cedimiento nuevo, pero que no excluye ni menosprecia la labor
de los investigadores anteriores. El acopio de datos, el esclare¬
cimiento del texto, la minuciosa pesquisa de todos los recodos
biográficos, trabajos, son útiles e imprescindibles ayer, hoy y
siempre 59.

Y concluye afirmando que se trata de un libro denso, bien


trabado, nutrido de ideas ejes y lleno de matices, que nece¬
sita ser leído por entero.
W. J. Entwistle escribe a propósito de esta producción de
Castro: «This is a first-rate contribution to Hispanic stu-
dies»50. G. Cirot nos dice por su parte: «...voici un livre
qu'on lira» oi. Y dos páginas más adelante celebra la magní¬
fica idea de este discípulo de Menéndez Pidal, de ver en
Cervantes no sólo valores de forma, sino también de fondo.
El método seguido es excelente: examinar todas las facetas

59 Dámaso Alonso, reseña de El pensamiento, Revista de la Biblio¬


teca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, III (Madrid,
1926), pág. 385.
50 W. J. Entwistle, reseña de El pensamiento, Bulletin of Spanish
Studies, IV (Liverpool, 1927), pág. 134.
51 G. Cirot, BHi, XXIX (Bordeaux, 1927), pág. 129.
El pensamiento de Cervantes 213

para llegar a una apreciación sintética y a una visión de con¬


junto. Y concluye: «Aussi son effort, quel que soit le résultat,
marquera-t-il á la fois une conclusión et un commencement
dans les études cervantesques; á coup sur, un événement.»
(Op, cit., pág. 131.)
Gerardo Diego, en Revista de Occidente, subraya varias
veces el método pidaliano, riguroso, prudente y textual, se¬
guido por don Américo en estas cuatrocientas páginas sobre
el pensar cervantino. Y si bien no le satisface del todo la
aplicación del método filológico a problemas del pensamien¬
to, no deja de señalar en Castro las cualidades de erudito
con sutilezas de artista psicológico, y de investigador que
maneja un idioma vivo, actual, rico en imágenes y giros de
ágil ensayista. Y afirma categóricamente: «El libro de Amé-
rico Castro señala una ruta nueva en los estudios cervan¬
tinos» *2.
José Robles hace resaltar igualmente el método filológico
y de comparación de textos aplicado por Castro en esta
obra *3. Manuel Pedro González reseña El pensamiento con
un tono de verdadero entusiasmo. Califica al libro de suges¬
tivo, revelador, fruto sazonado y enjundioso de diez años de
perseverante esfuerzo y de inteligente pesquisa a través de
la obra cervantina^.
J. B. Trend enjuicia este libro como una «... extremely
original contribution as regards Cervantes» *5. y G. T. Nort-
hup comienza su extensa reseña subrayando que este «stimu-

62 G. Diego, RO, XII (Madrid, 1926), pág. 365.


63 «La técnica filológica podrá tener sus quiebras, pero siempre es
más fructífera que el ensayo al margen, la reconstrucción esotérica
o la anotación pedestre. Y hasta la fecha casi exclusivamente de estas
tres cosas se compone el cervantismo... El libro que reseñamos señala
un nuevo rumbo.» (J. Robles, MLN, XLII [abril 1927], pág. 277.)
64 M. P. González, MLJ, XI (Menasha, Wis., 1926), pág. 115.
65 J. B. Trend, The New Criterion, V (1927), pág. 147.
214 A. Castro: visión de España y de Cervantes

lating book» deja en sombras toda la obra crítica anterior


sobre Cervantes. La razón es obvia: el método riguroso apli¬
cado:
Américo Castro has been known chiefly for solid work in
lingüistics. This training saves him from pitfall of superficia-
lity, while lack of pedantry and charm of style have enable him
to produce a work as readable as any... For the first time
Cervantes has been presented in his proper relationship to
Renaissance thought. A philologist is surely the best of literary
critics, when to method is added discernment and taste ^6.

Años más tarde, y después del cambio interpretativo


operado en Castro en su segunda etapa cervantina, este libro
suyo ha seguido siendo para muchos críticos base impres¬
cindible y punto de partida indiscutible en todo estudio so¬
bre Cervantes. Así, Pedro Laín Entralgo escribe en 1965:

Para mí, Américo Castro comenzó siendo el autor de El pen¬


samiento de Cervantes: el hombre que acertó a sacar al crea¬
dor del Quijote del cerco asfixiante en que le tenían sumido la
indagación micro-erudita de los cervantistas a la manera de
Rodríguez-Marín y el antierudito ensueño de los quijotistas a
la manera de Unamuno^t.

Bataillon, en Erasmo y España, considera El pensamiento


como «el más profundo análisis del pensamiento de Cervan¬
tes»^*. Igualmente Hatzfeld, quien escribe a este propósito:
«Entre los estudios ideológicos... va a destacar siempre el
libro de Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, y sus
añadiduras posteriores en Hacia Cervantes» Alborg ha de¬
dicado al autor del Quijote un excelente capítulo en su Histo-

G, T. Nothup, MPh, XXV (Chicago, 1927), pág. 231.


P. Laín Entralgo, «Breve encuesta española. 12 españoles hablan
de Américo Castro», PSA, X (1965), pág. 128.
68 M. Bataillon, Erasmo y España (México, 1966), pág. 784.
69 H. Hatzfeld, El Quijote como obra de lenguaje (1966), pág. xi.
El pensamiento de Cervantes 215

ria de la literatura española. Entre otras cosas escribe sobre


el libro de Castro: «La auténtica innovación que aporta la
crítica de nuestros días puede considerarse iniciada por el
libro de Américo Castro, El pensamiento de Cervantes»
Unos críticos han aceptado en bloque las ideas de Cas¬
tro, otros en parte; pero de hecho ha resultado muy difícil
todo intento serio de acercamiento a Cervantes sin tener
delante esta obra de interpretación. Un punto en que la crí¬
tica ha coincidido unánimemente es en atribuir a El pensa¬
miento un valor de punto de partida, de abridor de sendas
en los estudios cervantinos
Entre los métodos propios que don Américo pone en
práctica en el estudio de esta máxima figura de nuestra lite¬
ratura está el examen global aprovechando íntegramente to¬
dos los elementos que ofrece su obra. Ya el título mismo

70 J. L. Alborg, Historia de la literatura española, II, Madrid, Cre¬


dos, 1967, pág. 189.
71 Agustín Amezúa, en Cervantes, creador de la novela corta espa¬
ñola (Madrid, 1956-1958) no deja de reconocer a Castro ciertos valores
obvios, no obstante ser este libro un continuo intento de refutación
de El pensamiento. Amezúa pretende colocar a Cervantes en el corazón
del más castizo tradicionalismo español. Para él nuestro clásico no
poseía el menor indicio de espíritu democrático. Era un ejemplar del
statu quo social, un conformista, un fanático racista y un católico
cien por cien. Sobre estas bases rechaza Amezúa todo indicio eras-
mista en la obra de Cervantes, ya que el erasmismo era considerado
herejía y, por tanto, fuera de la comunión de la Iglesia. L. Philipe
May, en Cervantes, un fondateur de la libre-pensée (París, 1947), y Ri¬
chard L. Predmore, en El mundo del Quijote (Madrid, 1958), señalan
igualmente dicho aspecto del libro de Castro. Asimismo, para Guiller¬
mo Araya El pensamiento «sigue siendo... el mejor libro escrito so¬
bre este autor (Cervantes)» (Estudios sobre la obra de Américo Castro,
página 148). Finalmente, Julio Rodríguez-Puértolas, en su artículo
«Américo Castro y Cervantes», describe así los valores de esta obra:
«Se trata de una renovación total y global de la crítica sobre el tema,
una destrucción sistemática y útilísima del cervantismo tradicional y
de charanga, el primer estudio coherente de Cervantes.» (Estudios so¬
bre la obra de A. Castro, pág. 372.)
216 A. Castro: visión de España y de Cervantes

define de por sí este universalismo metódico utilizado. El


resultado ha sido este libro denso, bien trabado, pictórico
de ideas ejes, como escribía Dámaso Alonso.
El punto central del volumen es para mí el tema del natu¬
ralismo cervantino relacionado con los del error y el acierto,
con las ideas morales y religiosas del autor. Y es esta con¬
cepción naturalista la que impregna de laicismo toda la obra
de Cervantes, como hemos visto. Moral naturalista, hetero¬
doxa, basada en la espontaneidad y fuertemente matizada de
elementos estoicos. Si a esto se añade la impronta de Eras-
mo, que Castro subraya a cada paso («sin Erasmo, Cervantes
no habría sido como fue»), nos damos cuenta del espíritu
laicista que don Américo hace emanar de los escritos cer¬
vantinos.
G. Cirot compara el método adoptado por Castro con
una orquestación sinfónica en donde todos los elementos
sueltos se mezclan y conjugan artísticamente para producir
una armonía potente y majestuosaGeroge T. Northup
subraya la sensación de profundidad que da la lectura de
El pensamiento. Una de las causas ha sido el rigor científico
del método filológico utilizado por el autor, en el cual ha
recibido una sólida preparación. Ensalza su inmensa labor
de paciencia en ese coleccionar datos, en ese ponderar cada
frase y palabra, y en esa documentación amplia y esmerada
que relaciona a Cervantes con las mejores mentes europeas
de su tiempo. Finalmente, su laicismo aparece en ese subra¬
yar la tolerancia religiosa, su actitud de hipocresía y disi-

72 Un defecto estructural creemos encontrar en El pensamiento.


El orden de capítulos, temas y subtemas no da esa sensación de armo¬
nía sinfónica; por el contrario, da la impresión de falta de lógica. Su¬
puesto el concepto castrista de «Naturaleza», los capítulos sobre la
religión y moral (VI y VII) de Cervantes debieran venir inmediata¬
mente a continuación, como secuelas lógicas de dicho concepto.
El pensamiento de Cervantes 217

mulo hacia la religión y su sistema ético heterodoxo basado


en la naturaleza y en doctrinas estoicas, A estos errores le
ha conducido su personal laicismo.
En conclusión, podemos considerar El pensamiento como
el mejor exponente de las características metodológicas de
don Américo, analizadas en el capítulo II de este estudio:
rigor científico y filológico, oposición a la pura erudición,
visión sintética, laicismo y secularización, europeísmo y vi¬
sión universal.
Capítulo V

CERVANTES Y LA REALIDAD HISTÓRICA


DE ESPAÑA

La biblioteca creada por los escritos de Américo Castro


ofrece una rica variedad: estudios lingüísticos, rigurosamen¬
te filológicos, problemas dialectales, discusiones etimológicas
o semánticas, glosarios, reseñas a contribuciones nacionales
y extranjeras preferentemente lingüísticas, ediciones críticas
de obras particularmente del Renacimiento, aspectos diver¬
sos de la Edad Media, el Renacimiento español con sus pro¬
blemas, el fenómeno erasmista, el sentimiento del honor,
la picaresca, estudios particulares sobre obras y autores, la
«Edad confiictiva», el Barroco, el siglo xviii, Iberoamérica,
ensayos sobre temas de actualidad (estado de la ciencia, de
la cultura, de la universidad, etc.), la realidad histórica de
España, Cervantes,
Dentro de este rico despliegue intelectual, los dos temas
últimos han atraído particularmente la atención de Castro:
la autenticidad de España y la autenticidad de Cervantes; de
tal modo que las últimas décadas de su carrera intelectual
han sido una profunda meditación sobre Cervantes y la his¬
toria española de su tiempo. Identificar a España para mejor
Cervantes y la realidad histórica de España 219

conocer a ese hijo genial, Cervantes; identificar a éste para


que la historia nacional se haga más clara e inteligible. He
aquí la ecuación unívoca en que se ha centrado su mente
desde esa perspectiva del exilio. Esta relación íntima entre
el autor y sus circunstancias históricas sirve de excelente
hermenéutica para, a la luz de los presupuestos historiográ-
ficos y de la visión castrista de España, expuestos en los
capítulos precedentes, descubrir al autor Cervantes, cuya
persona corre por sus obras.
Hemos mencionado que las ideas cervantinas de Castro
obedecen a la trayectoria de sus ideas sobre España y su
historia. Su primitiva concepción tracionalista de una Espa¬
ña integrada en Europa y su cultura occidental produjo El
pensamiento, anteriormente comentado. A dicha obra siguen
dos artículos de menor importancia; «Cervantes y la Inqui¬
sición» (MPh, XXVII [1930], págs. 427-33) y «Erasmo en
tiempo de Cervantes» (RFE, XVHI [1931], págs. 329-89 y
441). Merece mencionarse el librito Cervantes, publicado en
París en 1931. Estos trabajos cervantinos forman un com¬
plemento de su obra básica El pensamiento, algunas de cuyas
ideas refie jan y divulgan.
El paréntesis de la Guerra Civil y su asentamiento en el
destierro inician, a la vez que su nueva interpretación histó¬
rica de España, una visión nueva de Cervantes. Época de
búsqueda e intuiciones. Y junto a sus obras voluminosas
sobre la identidad de lo auténtico español, el tema Cervantes
se hace obsesionante para Castro, y su pluma nos ofrece lo
mejor de sus hallazgos. Dos libros compendian casi total¬
mente los estudios de nuestro cervantista: Hacia Cervantes
(en sus tres ediciones: 1957, 1960 y 1967) y Cervantes y los
casticismos españoles (1966). Hacia Cervantes es una colec¬
ción de ensayos cervantinos, escritos a partir de 1941, y ya
anteriormente reunidos por los ex alumnos de Princeton en
220 A. Castro: visión de España y de Cervantes

1956, excepción hecha de «El cómo y el por qué de Cide


Hamete Benengeli», que aparecería el mismo año en BHS,
XXXIII (1956), págs. 218-25. Estos estudios, a los que hay
que añadir «Españolidad y europeización del Quijote» («Pró¬
logo» al Quijote, México, Porrúa, 1960), forman los pasos de¬
cisivos de aproximación a ese Cervantes a nueva luz, descen¬
diente de conversos, cristiano nuevo, que vivió en sí mismo
y en sus personajes literarios el conflicto casticista de su
tiempo, conforme se expone en «Cervantes y el Quijote a
nueva luz», primer ensayo de Cervantes y los casticismos
españoles.
Don Américo ha seguido divulgando y añadiendo estudios
complementarios a esta nueva visión cervantina: en 1967
publica un nuevo ensayo, «El Quijote, taller de existencia-
lidad» {RQ, V); un año después aparece «Cervantes se nos
desliza en El celoso extremeño» (PSA, XIII [1968], páginas
205-22); en 1971 la edición Novelas y Cuentos de el Quijote
nos ofrece un estudio preliminar de Castro, con un título
bien sugestivo, «Cómo veo ahora el Quijote». Finalmente cie¬
rra su carrera cervantina, ya en el borde de su vida, la se¬
gunda edición de El pensamiento (1972), comentada anterior¬
mente. Antes de acercarme a los escritos cervantinos del
Castro de la segunda época y entresacar de ellos ese Cervan¬
tes nuevo, será conveniente adentrarnos particularmente en
los problemas y conflictos que caracterizan la morada colec¬
tiva de la vida española en los siglos de su Edad conflic¬
tiva para que, a esa luz, nos resulte mejor iluminada y más
familiar la propia morada vital de Cervantes.

CASTAS Y CASTICISMOS

La morada vital del pueblo español —repite insistente¬


mente Castro— ha sido el resultado del entrecruce («tren-
Cervantes y la realidad histórica de España 221

zado», «convivencia y desgarro») de tres castas de creyentes:


cristianos, moros y judíos. La invasión musulmana rompe
la continuidad de la vida peninsular y el fenómeno de la
Reconquista marca el nacimiento de reinos cristianos en¬
frentados a al-Andalus en un común afán por recobrar la
tierra perdida. El nombre religioso de «cristianos» repre¬
senta —como hemos dicho anteriormente— un valor espiri¬
tual análogo al del enemigo, y constituye la primera huella
islámica en quienes en el siglo xiii (no antes) serían llama¬
dos «españoles» ^
«Cristiano» quería decir que los combatientes así deno¬
minados estaban instalados y sostenidos en los valores de
una creencia religiosa análoga militar y políticamente a la
del enemigo. La fe en Cristo o en Santiago «nacionalizaba»
tanto como la fe en Alá o en Mahoma. Este fenómeno, de
origen musulmán, consistente en ese circunscribir el ser co¬
lectivo con la línea de su filiación religiosa, va a iniciar el
sentido de casta en la estructura vital española. Dicho voca¬
blo, aplicado originariamente a animales, se llena de signi¬
ficación humana al ser adoptado por los reinos peninsulares
para definir el grado de pureza de su linaje espiritual.
La posición de los cristianos respecto a su casta no era
exclusiva de ellos; la misma actitud casticista tenían los he¬
breos y los árabes. La razón reside en la peculiar estructura
de la vida española, según Castro: tres pueblos cada uno de
ellos con voluntad de afirmarse como tal, con y contra Jos

1 En «Español-», palabra extranjera: razones y motivos (Madrid,


Taurus, 1970), Castro expone el origen provenzal de la palabra «espa¬
ñol», según ha demostrado el profesor suizo Paul Aebischer en Estu¬
dios de toponimia y lexicografía románicas (Barcelona, Consejo Supe¬
rior de Investigaciones Cientíñcas, 1948). Fueron los peregrinos del
sur de Francia quienes usaron por primera vez la palabra espanhol,
derivada del latín Hispaniolus, para designar a los patronizados por
Santiago. Ver A. Castro, op. cit., págs. 78 y sigs.
222 A. Castro: visión de España y de Cervantes

otros dos. Esta conciencia de casta, fundada en la fe religio¬


sa, encontraba su modelo en el vecino al-Andalus, en donde
los musulmanes no pudieron prescindir ni de los mozárabes
(aún cristianos) ni de los judíos. Obligados a una tal convi¬
vencia por razones de inseguridad político-social, el sentido
de casta se agudiza, apoyado en la preponderancia de su
civilización y vida oriental.
Instalados los judíos en Toledo por Tárik y en Sevilla por
Muza, afirman igualmente su conciencia bíblica de alto lina¬
je. Al mismo tiempo los mozárabes se singularizan por su
fe cristiana que los vigoriza frente a sus rivales. Pero, muy
islamizados en sus costumbres, impregnarían de nuevas for¬
mas de vida los reinos cristianos en los siglos x y xi. Así,
tres siglos después de existir al-Andalus, el norte de la Pen¬
ínsula ofrecía una variedad de modos de vida islámicos lle¬
gados por diferentes conductos. Y su vivir ofrecía el aspecto
de un trenzado de distintas creencias unidas por una «inse¬
guridad» radical. Quedaba así establecida la base para que
la conciencia de sentirse colectivamente importante y supe¬
rior se tradujese en las tres formas de «casticismo». La hiS'
toria de España consistiría de ahora en adelante en lo que
Castro llama «la convivencia pacífica de las tres castas, tren¬
zada con el latente o manifiesto afán de destruirla» 2. El epi¬
tafio del sepulcro de Fernando III, en la catedral de Sevilla,
documenta tal convivencia, cuyas bases se encuentran en el
concepto de tolerancia religiosa que ofrece el Alcorán.
En esta tolerancia medieval, en la convivencia de tres cre¬
dos incompatibles, encuentra Castro no sólo el motivo origi¬
nario de esta división de castas (de no haber tenido que con¬
vivir no habrían sentido la necesidad de afincarse en valores
de linaje), sino la razón histórica que impidió la vigencia del

2 A. Castro, La realidad histórica, pág. 38.


Cervantes y la realidad histórica de España 223

régimen gradual del feudalismo europeo —labriegos, artesa¬


nos, nobles, cléricos—. Esa desarticulación en tres gradua-
lismos, independientes unos de otros, impidió toda articula¬
ción feudal.
La conciencia de casta, característica de estos grupos, res¬
pondía a una convicción del predominio y superioridad no
sólo de la creencia, sino también del valor de la persona.
Si el árabe sentía la superioridad de su fe combativa en el
Islam y el alto nivel de su vida oriental, el judío se sabía
«pueblo escogido» de Dios y superior intelectual y financie¬
ramente, y el hispano-cristiano, depositario de la única reli¬
gión verdadera —la del Nuevo Testamento— y señor de la
tierra adquirida por sus altas dotes belicosas.
Si del concepto de casta pasamos al modo como fue vivido
en España (a Castro no le agradan los conceptos abstractos),
especialmente a partir del siglo xv, notamos un fenómeno de
capital importancia en el funcionamiento del vivir español:
la preocupación («obsesión» mejor) por la «limpieza de san¬
gre», que no era sino un calco y reencarnación del sistema
semítico de la pureza de linaje.
Ningún pueblo como el hebreo ha sentido en forma tan
exaltada la comunidad de su sangre espiritual. Los libros del
cen una serie de textos responsables de ese sentir colectivo
Antiguo Testamento (Deuteronomio, Éxodo, entre otros) ofre-
que ha sobrevivido al espacio y al tiempo. Una firme convic¬
ción de que el ser parte del pueblo electo por Dios para suyo
les otorgaba una hidalguía por naturaleza, a la cual se refería
don Sem Tob cuando escribía: «¡Fidalgo de natura!»
Con el debilitamiento político y social de los musulmanes,
a partir del siglo xiii, y la pujante supremacía de los «hom¬
bres de fierro» de «Castilla la gentil», los judíos se aproximan
más a los cristianos y se acelera el proceso de «empinación»
por sus sabidurías y técnicas, y hasta por sus contactos y
224 A. Castro: visión de España y de Cervantes
familiaridad con la clase señorial. Se realizan, sin producir
escándalo, matrimonios «intercastizos», ya por la belleza tra¬
dicional de las judías, ya por su riqueza, ya por su prepon¬
derancia intelectual. Esto explica no sólo que cristianos de
ascendencia regia amaran a bellas judías sino que la madre
de Fernando el Católico fuera de sangre hebrea.
Son muchos los testimonios alusivos a este estado de
preeminencia a que iban llegando los judíos antes del desga¬
rro de 1492. Subrayan principalmente cómo siendo súbditos
de los reyes de Castilla han llegado a ser los hebreos más
sabios, honrados e ilustres de todos los reinos de la transmi¬
gración. Y reducen a cuatro sus preeminencias: linaje, rique¬
za, bondades y ciencia'*. Esa preeminencia de linaje, que
Rabí Arragel asigna a los judíos castellanos, los coloca en
una posición privilegiada frente al resto del pueblo hebreo.
Y el sentimiento de hidalguía y de «grandeza» española les
acompañaría en la diáspora, conservando, a la vez, el nom¬
bre nacional de «españoles» (sefardíes) 5.
Este clamor de preeminencia hispano-hebrea se intensiñ-
có en el siglo xv a medida que se veía inminente la ruina de
la convivencia intercastiza. De haberse desenvuelto la vida
española en un ritmo de calma y armonía, aquella mezcla
de cristianos y de hebreos no habría originado la edad de
conflictos a que vamos a asistir.

3 El caso de Alfonso VIII y Raquel, recogido en nuestro teatro


del Siglo de Oro y del siglo xvm.
Ver De la edad conflictiva (pág. 141), donde Castro alude a testi¬
monios del Rabí Arragel de Guadalajara, y de los conversos Juan de
Lucena, Alonso de Cartagena y otros.
5 «Españoles sin patria» los llama Angel Pulido en su libro titu¬
lado Intereses nacionales. Españoles sin patria y la raza sefardí (Ma¬
drid, 1905).
Cervantes y la realidad histórica de España 225

LA EDAD CONFLICTIVA

Ya a fines del siglo xiv se dan casos aislados de desma¬


nes por parte de los cristianos, causando matanzas masivas
de judíos en Sevilla, Zaragoza y otras ciudades 6, Pero es en
el siglo XV cuando la anterior convivencia de castas se torna
en declarada animosidad. Ante la «preeminencia» hebrea, se
va levantando una ola de odios, envidias y rencores en los
cristianos de abajo, en los «menudos», azuzados por parte de
la clerecía (órdenes religiosas principalmente). Pero las cir¬
cunstancias políticas tuvieron mucho que ver en este fenó¬
meno.
Unidas políticamente Castilla y Aragón con el matrimo¬
nio regio (1469), postergada la nobleza por la mano dura de
los Reyes y animado el villanaje por el favor real, la
población cristiana se sintió pronta a realizar, por fin, el
sueño latente durante siglos de dominar y aplastar a las
otras dos castas La política religiosa, con la implantación

6 La raza del judío aparece en Castilla en tiempos de Enrique II


(1369-1379); probablemente era imitación francesa y ansia voraz de
apoderarse de sus riquezas. En las crónicas medievales el judío ape¬
nas cuenta, excepto como proveedor de impuestos de emergencia. Con
Enrique III (1390-1406) la situación hebrea empeora. Las crónicas docu¬
mentan toda clase de desmanes: «Estando allí —en Segovia, Enri¬
que III, 1391— ovo nuevas como el pueblo de la cibdad de Sevilla
avía robado la Judería, e que eran tomados christianos los más judíos
que y eran, e muchos dellos muertos.» (Crónica Enrique III, BAE,
68, 177b.) Efectivamente, estos fenómenos presionaron a muchos he¬
breos a aceptar el bautismo, si bien la conversión masiva no tendría
lugar hasta 1492.
7 Castro insiste constantemente en el carácter de «guerra santa»
que revistió la Reconquista: «La guerra contra los musulmanes en Es¬
paña y en Palestina, dejando aparte lo diferente de sus ñnalidades
y consecuencias, estuvo inspirada por el '$ihM o guerra santa musul¬
mana.» (La realidad histórica, pág. 419.) Se opone rotundamente a

AMÉRICO CASTRO. — 15
226 A. Castro: visión de España y de Cervantes

de la Inquisición, favoreció enormemente esta odiosidad. La


consecuencia definitiva sería, una vez tomada Granada, en
1492, la implantación oficial de la unidad religioso-católica
y la consabida expulsión de todo elemento no cristiano que
no pasase por las aguas del bautismo®.

Richard Konetzke, para quien dicha «guerra santa» era una simple
empresa económica. Y, apoyado en E. Lévy-Proven?al, sostiene don
Américo que, bajo el deseo de ganar tierra y conseguir rico botín,
existía la creencia de alcanzar el paraíso según las promesas del Alco¬
rán. Y cita al papa León IV (quien en 848 había prometido la eterna
bienaventuranza a quienes muriesen luchando contra los musulmanes
que ocupaban Sicilia) y a Urbano II (que había llamado a cruzada
en el Concilio de Clermont [1095] contra los sarracenos de Tarragona),
para probar que sus documentos eran reflejos de la doctrina del ^ihád
y del carácter «sacramental» que a veces tuvo para los cristianos la
guerra santa contra el musulmán. Tanto el Poema del Cid («Los moros
llaman '¡Mafomat!’, e los cristianos ’¡Santi Yagüe!’») como Don Juan
Manuel (Libro de los Estados, XXX) documentan el carácter «sacra¬
mental», «misionero», «divinal», de la Reconquista. El auge del culto
de Santiago sólo se explica desde este concepto de guerra santa. «De
no haber sido España sumergida por el Islam, el culto a Santiago
no hubiera prosperado.» (Ibid., pág. 328.) Por eso dicho apóstol es uno
de los pilares de la historia española, un anti-Mahoma, y su basílica
una anti-Kaaba: «A una guerra sostenida y ganada por la fe religiosa
se intentó oponer... otra fe bélica, grandiosamente espectacular, apta
a su vez para sostener al cristiano y llevarlo al triunfo.» (Ibid.) El con¬
sabido antisemitismo de muchos historiadores les impide aceptar este
aspecto de la Reconquista.
8 Las condiciones de las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas por
Hernando de Zafra el 28 de noviembre de 1491, dificultaron en un
principio la realización de esos anhelos de unidad político-religiosa.
Menéndez Pelayo (Heterodoxos, lib. V, cap. III, págs. 327-328) resume
así los términos de dichas Capitulaciones, siguiendo Rebelión y casti¬
gos de los Moriscos del Reino de Granada, de Mármol Carvajal: «Sa¬
bidas son las condiciones de la capitulación..., no diferentes en esen¬
cia de las que los cristianos habían solido otorgar a las ciudades
rendidas por moros desde el siglo xiii; antes bien, favorables con
exceso, hasta el punto de consentirse en ellas a chicos y grandes vivir
en su ley, con promesa formal de no quitarles sus mezquitas, torres
y almuédanos, ni perturbarles en sus costumbres y usos, ni someter
sus causas a otros tribunales que los de sus cadíes y jueces propios.
Cervantes y la realidad histórica de España 227

Este annus mirabilis de la historia de España marca oñ-


cialmente el principio de la llamada por Castro «Edad con¬
flictiva». Los cristianos vencedores se creen ahora el pueblo
selecto de Dios, adoptando una actitud de fanatismo reli¬
gioso, como anteriormente los hispano-hebreos, quienes más
que nunca son ahora identificados como pueblo deicida, en

Asimismo se otorogaba plena libertad a los que quisieran pasarse a


Berbería, o a otras partes, para vender tierras, bienes muebles y raíces,
cómo y a quien quisieran, dándoles pasaje libre y gratuito por tér¬
mino de tres años, con sus familias, mercaderías, joyas, oro y plata,
y todo género de armas, excepto las de pólvora, y poniendo a su
disposición, durante setenta días, diez naves gruesas para el trans¬
porte. Expirados estos plazos, cada morisco podría embarcarse cuan¬
do quisiera, pagando a sus Altezas un ducado por persona. Prome¬
tíase solemnemente que los moros nunca llevarían una señal como
la de los judíos; que los cristianos jamás entrarían en las mezquitas
sin permiso de tos alfaquíes; que los tributos no serían mayores que
los que se pagaban en tiempo de los reyes granadinos; que a nadie,
ni siquiera a los renegados (siempre que lo fuesen antes de la Capi¬
tulación), se ios apremiaría a ser cristianos por fuerza, ni se los obli¬
garía a ningún servicio de guerra contra su voluntad; y, finalmente,
que los alfaquíes administrarían por sí solos las rentas del culto y de
las escuelas públicas.» {Op. cit. [Santander, Aldus, 1947], págs. 327-28.)
Menéndez Pelayo, como buen católico tradicionalista, lamenta muchos
de los sucesos posteriores a la Capitulación. Imposible de observar
en muchas de sus cláusulas y temerariamente firmada por los Reyes
Católicos, no se pudo cumplir mucho tiempo. Se inician persecucio¬
nes contra los renegados, faltándose así a las capitulaciones. Ello dio
origen a alborotos en el Albaicín y a las rebeliones de la Alpujarra
y Sierra Bermeja. «Los Reyes Católicos, escribe Menéndez Pelayo,
aprovecharon esta ocasión, que venía a desatarles las manos, sujetas
por la Capitulación, y considerándose libres y sueltos de todo pacto,
pusieron a los vencidos moriscos en la alternativa de emigrar o recibir
bautismo (1501): disposición que se aplicó también a los mudéjares
de Castilla y León en 20 de febrero de 1502.» {Ibid., pág. 330.) Si el
interés de los señores (Carlos V suspendió sus edictos una vez recibi¬
dos 80.000 ducados) protegía a veces a los moriscos, el pueblo se levan¬
tó en sangrientas venganzas (Las Germanías). Se dan forzadas con¬
versiones masivas; Felipe II impone las severas ordenanzas de su
padre. Finalmente, en 1609 se decretó su expulsión.
228 A. Castro: visión de España y de Cervantes

un total olvido de aquellas leyes tolerantes y comprensivas


de las Partidas y del Fuero Real. Los odios anteriores se
toman persecución bajo el instrumento de la Inquisición®.
Con el triunfo cristiano y la imposición de una dimensión
de vida político-social, análoga a la de sus enemigos y riva¬
les semitas, el resultado fue una «monarquía religiosa e in¬
quisitorial, a destono con Europa, con sus esplendores y sus
conflictivas angosturas» i®. Pero Castro va más lejos aún al
tratar de medir la enorme trascendencia de esta Edad con¬
flictiva en la estructura vital de España. Por eso escribe:

La nueva y muy apretada situación de los judíos respecto


de los cristianos durante el siglo xv fue mucho más decisiva
para el rumbo de la vida española que el resurgimiento de las
letras clásicas, los contactos con Italia o cualquiera de los
acontecimientos que suelen usarse para vallar la llamada Edad
Media y dar entrada a la Moderna. La feroz persecución de
los hebreos modiñcó las relaciones tradicionales entre los no¬
bles, los eclesiásticos, los villanos y los judíos, y llevó al extre¬
mo aquella forma única de la vida española en que religión
y nación confundieron sus límites n.

Los muchos conflictos en que se resuelve la vida española


en los siglos xvi y xvii pudieran centrarse en una fórmula
común: el drama de la honra en conexión con la totalidad
de la vida española; es decir, la vivencia del problema de la
opinión y honra desde la peculiar morada vital de lo español.
Porque partiendo de la estructura castiza tan especial de los
españoles, a cuya formación hemos asistido, la opinión de los
demás ha de constituir un elemento condicionador clave en
la vida del individuo. Los diversos conflictos se irán identiñ-

9 Las Partidas documentan, sí, una cierta tolerancia; pero al mis¬


mo tiempo incorporan la inferioridad del judío como pueblo deicida.
10 A. Castro, De la edad conflictiva, Madrid, Taurus, 1972, pág. 141.
11 A. Castro, La realidad histórica, pág. 48.
Cervantes y la realidad histórica de España 229

cando al ser examinadas las formas peculiarísimas en que


ese sentimiento de la honra se haya expresado en las insti¬
tuciones y formas de vida durante dichos siglos; en la reli¬
gión, en la economía, en las tareas intelectuales, en la lite¬
ratura, etc. Penetrando, pues, en la forma en que fue vivida,
trazaremos el cuadro de esta Edad conflictiva como un pano¬
rama de realidad humana, específicamente española.

Gracias a ese método, concluye Castro, será posible llamar


«edad conflictiva» a lo que antes se identificaba con comunes
denominadores europeos (la Contrarreforma y el Barroco, por
ejemplo), y que aparece ahora como alta y dramática expresión
de un angustioso conflicto de castas, tan angustioso que muchos
prefieren cerrar los ojos para no verlo, y silenciarlo, y conti¬
nuar manteniendo en circulación unas cuantas ingenuidades
cada vez más inválidas 12.

HONRA Y LIMPIEZA DE SANGRE

La Edad conflictiva de la vida española se caracteriza por


la aparición de un ingrediente nuevo en la sociedad: el con¬
verso. El converso, con su conversión sincera o forzada, había
intentado una integración total en la estructura de la vida
hispana. Pero la misma peculiaridad en que ésta estaba esta¬
blecida hizo de él un elemento disgregante y conflictivo. En
efecto, de ahora en adelante la sociedad española estará sec¬
cionada en dos categorías en oposición «casticista»; cristia¬
nos viejos frente a cristianos nuevos.
El intento de integración y unificación social de los Reyes
Católicos y la conversión masiva de muchos judíos ayudó a
éstos, ya de por sí vigorosos y capacitados, a infiltrarse en
las altas capas de la sociedad. Incontables cristianos nuevos

12 De la edad conflictiva, pág. 9.


230 A. Castro: visión de España y de Cervantes

inundan el clero secular y regular, los cargos concejiles y


los oficios ligados con el saber y la competencia. Esta infil¬
tración —es ocioso probarlo— no fue en modo alguno bien
acogida por el viejo elemento cristiano, que de nuevo se
sintió inseguro y creyó minada su posición de supremacía.
Por otra parte, el nombre de converso o cristiano nuevo
pronto se hizo sospechoso de insinceridad confesional, debido
no sólo a su carga de sangre hebrea, sino a algunos casos
de reincidencia en el anterior judaismo, fácilmente explica¬
ble dado el gran número de bautismos forzosos que hubo
ante la alternativa de salir o quedarse en España El deni¬
grante apodo de «marranos» con que se los distinguía es
bien sintomático del desprecio y sentido peyorativo. Según

13 Menéndez Pelayo describe algunos de los atropellos de que fue¬


ron víctimas los moriscos durante el revuelo de Las Germanías: sa¬
queos, incendios, sacrilega ceremonia de bautizar a más de 16.000 mo¬
riscos en medio de llamas y sangre. Concretamente, en Polop asesina¬
ron a 600 una vez bautizados. Sus gritos (según Fray Damián Fonseca,
Expulsión de los moriscos de España, 1612) eran bien significativos;
«Echemos almas al cielo y dineros a nuestras bolsas.» Y añade don
Marcelino: «En fuerza a haber substituido a la catequesis de la pre¬
dicación la del hierro, nos encontramos dentro de casa con una pobla¬
ción de falsos cristianos, enemigos ocultos e implacables, que sin cesar
conspiraban contra el sosiego del reino, ya en públicos levantamien¬
tos y rebeliones, ya en secretos conciliábulos y en tratos con el turco
y con los piratas bereberes. Bien puede decirse que entre los moriscos
apenas había uno que de buena fe profesara la religión del Crucificado.
La Inquisición lo sabía, y alguna vez los llamaba a su Tribunal como
apóstatas; pero acabando siempre por tratarlos con extraordinaria
benignidad, sin imponerles pena de relajación ni confiscación de
bienes, ya que no era de ellos toda la culpa, sino que alcanzaba no
pequeña parte a los cristianos viejos.» (Op. cit., pág. 331.) En páginas
más adelante llama «miembro podrido del cuerpo de la nacionalidad
española» (pág. 335) a los moriscos rebelados y revueltos contra su
crítica situación, a fines del siglo xvi. Para él, todos los moriscos eran
apóstatas, y se alegra de su definitiva expulsión. Lo único que lamen¬
ta es que no hubiera sido hecha antes por Felipe II. En muchísimos
casos los judíos conversos pasaron por circunstancias similares.
Cervantes y la realidad histórica de España 231

Covarrubias {Tesoro, 1611), «marrano es el recién convertido


al cristianismo, y tenemos ruin concepto dél por haberse
convertido fingidamente» Si a todo esto se unen las envi¬
dias suscitadas por su fácil adaptación al medio, por su pro¬
greso económico y «empinación» social, y las codicias que
ocasionaban sus riquezas, se hacen más inteligibles, aunque
no justificables, los odios y rencores de toda índole de que
fueron objeto no sólo el hecho de ser judío, sino hasta la
simple sospecha de descender de ellos, de poseer algunas
gotas de sangre hebrea.
Se propaga ahora más que nunca una general obsesión
por la sangre, por la «limpieza de sangre», de enorme reper¬
cusión social. «Limpieza de sangre» valdrá como conciencia
de casta, de descender del pueblo que los españoles del si¬
glo XVI habían identificado —more hebraico— con el elegido
por Dios. Pero el caso antisemita español no tiene nada que
ver con la oposición «racial» de arios y judíos en la Alema¬
nia de Hitler. «Fuera de las ocasionales y cómicas referencias
a la encorvada nariz de los hebreos, aclara Castro, el cris¬
tiano español no opuso al judío un tipo biológico de homo

1“* Para la probable etimología de la palabra «marrano», ver B. Ne-


tanyahu, The Marranos of Spain (New York, American Academy for
Jewish Research, 1966), pág. 59, nota. Dos palabras hebreas eran apli¬
cadas a los judíos conversos al cristianismo para indicar la dedicación
o sinceridad de su conversión; Mumar r inin ] y Meshumad [irwn ].
Mamar se aplicaba a formas de conversión que habían sido «so-
mewhat less derogatory than meshumad, which always meant a wiliul
convert and a complete and utter one... In line with thls it may be
assumed that after the conversión of 1391 the appellation ra-
ther than was often attached to the forced convert, and this,
in my opinión, may well have been the source of the term marra¬
no». (Loe. cit.) Por un proceso que se llama de «haplología», desapare¬
cería la primera sílaba de mamar-anas y al final tomaría, bien la
forma española -o(s), bien el proceso latino -us>-o(s). La connotación
de «swine» sería adoptada inmediatamente después debido a la homo-
fonía de las palabras: Mamar-anas, marañas, marrano.
232 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Hispanas» Se trata de un concepto espiritual de la sangre


según la tradición bíblica, que, como vimos, había condicio¬
nado la segregación castiza en los siglos anteriores.
La peculiar estructura de la vida española, cimentada
sobre un integralismo personal, sobre la dimensión impera¬
tiva de la persona, sintió la urgencia de mantener y mostrar
los valores personales, su integridad como auténtico espa¬
ñol, cristiano viejo por los cuatro costados. De ahí el gran
drama vital que llegó a representar la honra personal (como
«vivencia del honor»), pendiente de la estima y desestima
públicas. La «opinión» ajena se convirtió en angustia y obse¬
sión asñxiante para el español, a quien, por ser quien era,
le era esencial mantener su honra («el que toque a mi opi¬
nión»), su hidalguía, aun a costa de otros intereses. Así estas
feroces embestidas de la «opinión» llegaron a crear el gran
conflicto entre individuo y sociedad, que caracteriza la vida
española de estos siglos cumbres de su historia. Estas cues¬
tiones de honra pasaron de la vida real a ser vividas poética¬
mente en una nueva estructura literaria, la «comedia»:

... el «honor» en el drama del siglo xvii no es un simple tema


literario, ni un rasgo de psicología humana y universal. Es, sí,
expresión de realidad profunda, de la inquietud española por
el valer de su persona frente a otras personas, de la inconmo¬
vible creencia en su valer personal, añrmada en roces, ajustes
y pugnas con otras creencias rivales. (Op. cit., pág. 142.)

Las riquezas por sí solas no creaban honra; las obras vir¬


tuosas tampoco hacían al hombre honrado, según Lope de
Vega en Los comendadores de Córdoba. Si la honra estaba
en los otros, en la opinión, había que poner bien en claro
los valores esenciales de la persona, los valores de casta, de

15 De la edad conflictiva, pág. 73.


Cervantes y la realidad histórica de España 233

linaje, de sangre. Así se explican la latente y angustiosa in¬


quietud, la preocupación oprimente por lo castizo de la per¬
sona y la «limpieza» de su sangre, que caracterizan la edad
conflictiva española. Y el mantener la opinión honrosa de
sangre linajuda (de «alcurnia», palabra árabe) condicionará
la vida social toda: desde el simple comer tocino y servir
jamón extremeño a la mesa, para no ser tachado de judío,
hasta fenómenos de más trascendencia, como paralizar el
ejercicio de la inteligencia (por aquello de: «Ni xudío nezio,
ni liebre perezosa», que registra el Vocabulario de refranes,
de Gonzalo Correas), y huir de toda profesión non christiana,
para no ser blanco de sospechas. La obsesión por la honra
determinó, pues, aquella situación de integralismo sin con¬
tenido objetivo.
La Inquisición vino a agravar hasta el extremo esta situa¬
ción conflictiva, al convertirse casi exclusivamente en instru¬
mento anti-converso (anti-judío y anti-morisco), en un servicio
común a Iglesia y Estado. El Santo Oflcio calcó sus procedi¬
mientos en modelos judaicos, ya que, según don Américo,
fueron cristianos nuevos (Torquemada, Deza) quienes lo pla¬
nearon y organizaron. De haber sido simple extensión del
tribunal eclesiástico vigente en otros países de la cristiandad
europea, no habrían escandalizado al P. Mariana sus proce¬
dimientos horrorosos. Su extraño proceder —según el histo¬
riador jesuita— había sumido a los españoles en «pesadum¬
bre gravísima y a par de muerte». {Hacia Cervantes, página
18) El nombre de converso, ya lo hemos dicho, se había

16 Esta tesis de Castro es exagerada. La Inquisición actuó contra


los conversos sin obedecer a principios racistas, sino siguiendo la doc¬
trina sobre los conversos, ya establecida por Santo Tomás de Aquino,
y basada en su antropología y en las relaciones de cuerpo, alma y
educación. Los mejores teólogos del siglo xvt acudieron al gran esco¬
lástico para probar teológicamente el establecimiento del Santo Oficio
234 A Castro: visión de España y de Cervantes

cargado de sentido peyorativo, por la sospecha de que todo


converso lo era falsamente, dada su conversión súbita, en
1492, como de la noche a la mañana. Si a esto unimos el efecto
pernicioso de la murmuración, delación y malsinismo, vemos
explicable toda esa serie de pesquisas y procesos inquisito¬
riales, ejecutorias de pureza de sangre, procesamientos, per¬
secuciones, encarcelamientos, autos de fe y sambenitos col¬
gados en las iglesias, que ensombrecen los siglos xvi y xvii.
Ante esta situación angustiosa y tensa, las ejecutorias de
hidalguía y de «limpieza de sangre» se hicieron imprescin¬
dibles, sobre todo para quienes ocupaban puestos públicos,
ya civiles, ya eclesiásticos Ello dio origen a innumerables
ejecutorias de hidalguía falsas, adquiridas solapadamente o
compradas con sumas considerables de dinero. Muchos, cons¬
cientes de su ascendencia «no limpia», cambiaban de nom¬
bre, ocultaban los de sus antepasados, así como el lugar de
nacimiento, y hasta mudaban de residencia dentro de Espa¬
ña, o salían fuera del país en busca de una atmósfera más
respirable, bien en Europa, bien en las Indias, frecuentemen¬
te para no regresar jamás i®.

y sus actividades en España. Los textos de la Summa Theologica están


ya citados anteriormente.
n El caso de las ejecutorias fue un negocio bastante sucio en la
España de entonces. No solamente eran conseguidas secretamente
mediante soborno, sino que hasta los mismos reyes animaron a veces
a comprarlas para sacar dinero de que tanto necesitaban sus reinos.
Carlos V no tuvo escrúpulos en aceptar grandes sumas, tanto de mo¬
riscos como de judíos.
18 En 1582, dos años después de salir de la cautividad, Cervantes
dirigió una solicitud al secretario de Felipe II, Antonio de Eraso, para
que se le otorgara un oficio real en las Indias. La respuesta fue nega¬
tiva: «Es forzoso que aguarde la carabela de aviso, por ver si tray
alguno de alguna vacante. Todas las que acá había, están ya proveí¬
das.» (Cervantes y los casticismos, pág. 95.) El 21 de mayo de 1590
volvió Cervantes a solicitar del Rey, a través del Consejo de Indias,
que se le otorgara uno de los cuatro oficios vacantes: contador en
Cervantes y la realidad histórica de España 235

Pero no podemos tachar a los cristianos viejos como los


únicos responsables de este estado caótico y conflictivo. En
muchos casos eran los mismos conversos los que tomaban
posiciones beligerantes contra sus hermanos de casta. Eran
frecuentes entre ellos los casos de «malsinismo», un modo
bien rastrero de probar un celo cristiano que a veces no po¬
seían. En otros casos eran la envidia, o la codicia de riquezas
ajenas, o animosidades personales, las causantes de tamañas
acusaciones. Otras veces su conversión sincera sin duda les
había llevado a extremismos religiosos, verdaderas reencar¬
naciones cristianas del exclusivismo y fanatismo que había
inyectado en ellos el sentido de «casta» inherente a su ante¬
rior religión judía. De ahí el caso inaudito de que dos de los
primeros inquisidores generales, Tomás de Torquemada y
Diego de Deza, fueran conversos
La dimensión social de este estado de cosas es incalcula¬
ble en la historia española, según Castro. En esta edad angus¬
tiosa y conflictiva radica el secreto no sólo de las glorias y

Nueva Granada, gobernador de Soconusco (Guatemala), contador de


las galeras de Cartagena o corregidor de La Paz. Y subrayaba sus
credenciales en la solicitud; «hombre hábil y suficiente y benemé¬
rito». La respuesta negativa no se hizo esperar: «Busque por acá en
qué se le haga merced.» La razón existente tras ambas negativas y
de que no apareciese su nombre en el Libro de Descripción de verda¬
deros retratos de ilustres y memorables varones, de Francisco Pache¬
co (1571-1654), fue, según don Américo, su situación marginal y foránea
respecto a la sociedad de su tiempo por su condición de converso y
cristiano nuevo. Únicamente el arzobispo de Toledo y el Conde de
Lemos le prestaron una ayuda caritativa.
*9 Caro Baroja cita unas palabras bien significativas que un con¬
verso pronunció tras las rejas de la cárcel de la Inquisición: «Si algu¬
na cosa buena tienen los inquisidores, era pertenecer al linaje elegido
por Dios.» (Citado por A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 232.)
Estos dominicos, descendientes quizá de conversos más o menos
lejanos, sin duda no tenían memoria de ello; eran, sobre todo, «esco¬
lásticos» tomistas.
236 A. Castro: visión de España y de Cervantes

grandezas de España, sino también de sus desgracias y mi¬


serias. Las feroces embestidas de la opinión obturaron toda
posibilidad de dar libremente vuelo a la inteligencia. «La
'honra' se lograba por otras vías, escribe Castro, y la adqui¬
rida mediante el esfuerzo intelectual era sospechosa más de
judaismo que de herejía, y encaminaba a la infamia social
y a las interrogaciones del Santo Oñcio»^.
Una lista completa de todos los «mártires de la inteligen¬
cia», en expresión de don Américo, sería enorme. Ahí está el
caso clásico de sor Juana Inés de la Cruz, ansiosa de ciencia,
a quien cortaron los sueños de intelección por creer que el
estudio era cosa de Inquisición. Fray Luis de León y otros
catedráticos de las Universidades de Salamanca y Osuna fue¬
ron procesados y encarcelados por amor a la verdad y a la
ciencia^*. Y, como ellos, cuántos otros en la España de en-

20 A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 168.


21 Muy benévolamente trata Menéndez Pelayo el caso de Fray Luis
de León, y culpa no a la Inquisición, sino a las envidias y reyertas
de escuela existentes entonces. En un principio fue una terrible cues¬
tión filológica y universitaria, suscitada entre los hebraizantes. Fray
Luis de León, Martín Martínez de Cantalapiedra y el doctor Grajal,
contra el helenista León de Castro, partidario de la versión de los
Setenta y opuesto a los códices hebreos, que creía corrompidos por
la malicia de los judíos. La ocasión fueron las juntas sobre la Biblia
de Vatablo, que se celebraron en Salamanca. Hubo palabras arreba¬
tadas por ambas partes; Fray Luis amenazó a Castro con hacer que¬
mar su libro sobre Isaías. Y fue entonces cuando el iracundo hele¬
nista, herido en su orgullo literario, delató a Fray Luis a la Inquisi¬
ción. El teólogo dominico Bartolomé de Medina echó leña al fuego
contra nuestro lírico. La cuestión en litigio era capitalísima; la auto¬
ridad y valor de la Vulgata. Por eso la Inquisición exigió del reo una
amplia explicación y defensa de sus opiniones. «Así lo hizo Fray Luis
en varios escritos admirables de erudición y sagacidad, sobre todo
para compuestos en una cárcel y con pocos libros. Y aunque el pro¬
ceso duró mucho y sus enemigos eran fuertes y numerosos, la virtud,
sabiduría e inocencia del profesor salmantino triunfaron de todo, y
acabó por ser absuelto, aunque se recogió, conforme a las reglas del
Cervantes y la realidad histórica de España 237
tonces. Mención especial merecen tantos y tantos de inteli¬
gencia eminente, quienes, ante la asfixia cultural española,
buscaron refugio para sus mentes esclarecidas en el extran¬
jero. Así, El Brócense, Luis Vives, Los Valdés, por entresa¬
car alguien de una lista que ocuparía enorme extensión
Muchos de ellos, en mayor o menor grado, sufrieron las con¬
secuencias de aquel temor de Humillos (ironía de los nom¬
bres) en Los alcaldes de Daganzo, para quien el saber leer
era una quimera que llevaba al brasero.
Eugenio Asensio, en su artículo citado, atribuye a Castro
la «teoría de la incapacidad teórica de nuestra cultura» ^3;
y saca a relucir los nombres de Juan de Valdés (converso,
según don Américo), Miguel Servet y Miguel Molinos, para
refutar una tesis que Castro no ha formulado. Jamás ha
negado nuestro cervantista la existencia de un potencial cien¬
tífico en España; únicamente ha expuesto su paralización
y atrofia, debidas a las peculiares circunstancias tantas veces
mencionadas.

Hubo en España, escribe a este respecto, humanismo, ciencia


y ñlosofía: Nebrija, el Brócense, Luis Vives, Gómez Pereira,
Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y otros, a tono con Eu¬
ropa; de algunos de ellos tomaron ideas los europeos. La cues¬
tión, por tanto, no es si el español es o no capaz de altas sabi¬
durías, sino el motivo de haberse interrumpido su cultivo 24.

Indice Expurgatorio, la traducción que había hecho en lengua vulgar


del Cántico de Salomón.» (Historia de los heterodoxos españoles, li¬
bro V, pág. 420.)
22 Contra Castro hay que decir que no todos tuvieron que dejar
España por ser cristianos nuevos.
23 Eugenio Asensio, «Américo Castro historiador», MLN, LXXXI
(1966), págs. 595-637.
24 A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 235. Casi al final de su
vida dirá don Américo: «El español demuestra, siempre, que puede,
pero no quiere. Se resiste ante la cultura, y no tiene ningún defecto
cerebral que se lo impida.» (N. Marín, art. cit., pág. 11.)
238 A. Castro: visión de España y de Cervantes

En esta agonía intelectual de ciertos españoles de mente


clara y renovadora, en esta castración de las inteligencias,
encuentra Castro los orígenes del llamado retraso cientíñco
de España frente a la Europa moderna. Se hizo imposible
la constitución y actuación de una minoría intelectual, rec¬
tora de los destinos culturales, y no precisamente por culpa
de visigodos enclenques y borrachos de romanización (Or¬
tega), sino por los prejuicios de casta de la peculiar estruc¬
tura vital española.
Igual que la ciencia, toda técnica se hizo sospechosa. Y
España se tuvo que servir de técnicos extranjeros para su¬
plir las deñciencias. Los oficios que habían estado conecta¬
dos con la casta árabe y judía eran ahora desechados, debido
a esta obsesión angustiosa por mantener la honra y evitar
en lo posible ser tenido por uno ex illis. Las consecuencias
de estos fenómenos son fáciles de suponer: debilitamiento
de la nación como potencia exterior y empobrecimiento pro¬
gresivo La falta de productos y materias primas se remedió

25 Son muchos los historiadores (E. Thomas Buckle, Historia de


la civilización española, por ejemplo) que subrayan el terrible impacto
económico causado por la despoblación seguida a la expulsión de los
moriscos por decreto del Duque de Lerma de 4 de abril de 1609, y de
los mudéjares por cédula real del 31 de mayo de 1611. El número de
expulsados varía según los historiadores, a los cuales habría que aña¬
dir los miles y miles asesinados y exterminados principalmente en
Valencia. Menéndez Pelayo escribe acertadamente a este propósito:
«La pérdida de un millón de hombres, en número redondo, no fue
la principal causa de nuestra despoblación, aunque algo influyera; y
después de todo, no debe contarse sino como una de tantas gotas de
agua al lado de la expulsión de los judíos, la colonización de América,
las guerras extranjeras y en cien partes a la vez, y el excesivo número
de regulares; causas señaladas todas sin ambajes por nuestros anti¬
guos economistas (Fernández Navarrete). Sufrió mucho Valencia, ya
que, según Francisco Idiáguez, 'bastaban ellos solos a causar fecun¬
didad y abundancia en toda la tierra, por lo bien que la saben culti¬
var y lo poco que comen’; al paso que de los cristianos viejos dice
Cervantes y la realidad histórica de España 239

con importaciones, y el oro de América pasaba por España


sin detenerse, ya que casi todo él era invertido en estas im¬
portaciones extranjeras.
Mancillada de judaismo toda riqueza fruto de industria
y negocio, se hizo imposible en España la industrialización
europea, basada en la institución de una burguesía fundada
en el comercio, el tráfico bancario y el desarrollo industrial.
De ahí esas dinastías de familias genovesas, florentinas y
alemanas, que sostenían con sus préstamos la monarquía
española. La tradicional habilidad financiera y técnica de los
hispano-hebreos sería utilizada por Holanda, Turquía e In¬
glaterra a raíz de la expulsión. La única institución que supo
enriquecerse enormemente en medio de este río revuelto de
la vida económica española fue la Iglesia, donde tantos con¬
versos habían encontrado asilo.
También en este punto se levanta la pluma de Asensio
en un afán de salvar la distancia que Castro establece entre
España y el resto de Occidente. El desprecio al trabajo ma¬
nual de los hidalgos españoles, que Castro interpreta, como
hemos visto, a la luz del concepto casticista de honra y pres¬
tigio social, es para Eugenio Asensio un «lugar común» de
la Edad Media, vigente en Europa (Francia, Italia) bajo simi¬
lares aspectos. En prueba de esta «peculiaridad» española
que Castro expone, A. A. Sicroff cita el «fascinating study»
de William J. Callaham^é, donde se hace mención de las
grandes dificultades que tuvo Carlos III en un intento de

el mismo secretario que 'se daban mala maña en la cultura'. Pero lo


cierto es que fueron aprendiendo y Valencia se repobló muy luego.»
{Op. cit., pág. 341.) Castro parece sobreestimar esa alusión a los «cris¬
tianos viejos» para levantar el castillo de su tesis casticista y explicar
un fenómeno tan complejo como el empobrecimiento nacional.
26 William J. Callaham, «The Crown and the Status of Commerce
and Industry in Eighteenth-Century Spain», International Review of
Social History, XI (1966).
240 A. Castro: visión de España y de Cervantes

desarrollar la industria y el comercio nacionales. Sus planes


chocaban —aún en el siglo xviii— con «an apparently per-
vasive and tenacious system of valúes which looked upon
manual labor in an industrial context and economic enter-
prise in general as dishonorable for noble and commoner
alike»^. Y usando las mismas palabras de Callaham, explica
el contenido de dicho sistema de valores: «social prestige
continued to remain attached to ownership of land, the pro-
fession of arms, the possesion of honorific offices and the
preservation of a code of honor which regarded participa-
tion in commerce and industry as socially degrading.» {Op.
cit., págs. 20-21.) La razón histórica ya nos la da Castro en
esos prejuicios de casta tan arraigados en los españoles y
que continuaron siglos después. De ahí la publicación de la
Cédula, en 1783, «the most sweeping measure of the century
against popular prejudices», según el mismo Callaham^.

27 Albert A. Sicroff, «Américo Castro and his critics», HR, núm. 40


(1972), pág. 20.
28 Centrado Menéndez Pelayo en los problemas ocasionados por
la expulsión de los moriscos, reconoce —ya lo hemos visto— los males
ocasionados a la agricultura por la despoblación. La industria pade¬
ció menos, porque desde medio siglo atrás venía en declarada deca¬
dencia. Por otra parte, las principales manufacturas (excepción hecha
de la seda y el papel) no estaban en poder de los moriscos. Y, tras
mencionar que de los 16.000 telares existentes en Sevilla, tan sólo
quedaban 300 en tiempo de Felipe V, y no por razón de la expulsión,
ya que en Sevilla apenas había moriscos y las fábricas ya estaban
cerradas cincuenta años antes, Menéndez Pelayo busca los motivos:
«... nuestros abuelos preferían enriquecerse batallando en Italia y en
Flandes o conquistando en América, y miraban con absurdo y lamen¬
table menosprecio las artes y oficios mecánicos. El descubrimiento
del Nuevo Mundo, las riquezas que de allí vinieron a encender la
codicia y despertar ambiciones fácilmente satisfechas; esta es la ver¬
dadera causa que hizo enmudecer nuestros telares y nuestras alcanás
y nos redujo primero a ser una legión de afortunados aventureros
y luego un pueblo de hidalgos mendicantes.» (Op. cit., pág. 342.) Y
añade declaradamente contra don Américo, como anticipándose a los
Cervantes y la realidad histórica de España 241

Ante esta violenta inversión del sistema de valoraciones


sociales, germen de la más tarde llamada «decadencia» espa¬
ñola, una profesión aparecía limpia, por no haber sido prac¬
ticada por judíos: labrar la tierra. Si toda riqueza adquirida
con industria o negocios se hacía sospechosa (recuérdese el
concepto peyorativo que acompañaba al «indiano» español),
el ser hijo del terruño, sin embargo, ofrecía la mayor garan¬
tía de limpieza de sangre y de hidalguía. Es lo que Castro
califica de «rustificación» de la sociedad española, de cuyo
proceso es síntoma el hecho singular de que el Romancero
poesía para «gente de baja e servil condición», según el
Marqués de Santillana— pasara a ser un género literario
enormemente popular y grato tanto para el vulgo como para
la nobleza 29. Pero la consagración literaria del villanaje se

presupu6stos de su tesis casticista: «Absurdo es atribuir a una. causa


sola, quizá la menor, lo que fue obra de desaciertos económicos,
que bien poco tienen que ver con el fanatismo religioso.» (Ibid.)
29 Igualmente aquí el pecado de Castro consiste en la simplifica¬
ción de las causas de fenómenos complejos como la decadencia de
la agricultura. La mayor parte de los historiadores vuelven los ojos
a «El Honrado Consejo de la Mesta de Pastores» como uno de los
motivos del abandono del cultivo de la tierra. Desde la Edad Media,
la Península venía siendo rica en ganadería. Ya Alfonso X había de¬
cretado leyes protectoras; pero fue Alfonso XI quien autorizó la
formación de la poderosa organización de la Mesta, en 1347. Los Reyes
Católicos mostraron idéntica actitud favorita, y en 1487 confirmaron
una serie de privilegios, codificados en 1511 por el jurisconsulto Pala¬
cios Rubios. Dado el inmenso poder que llegó a poseer dicha organi¬
zación, los resultados para la agricultura fueron desastrosos durante
los períodos de traslado de rebaños de unos lugares a otros. Los his¬
toriadores Julius Klein y Earl J. Hamilton, entre otros, critican seve¬
ramente la política agraria de los Reyes Católicos. Por la ley de «pose¬
sión», que Klein describe como «by far the most pernicious, and
unfortunately the most lasting contribution of Ferdinand and Isabella
to the supremacy of the pastoral industry over agriculture», la Mesta
aseguraba la ocupación permanente e ininterrumpida de los campos
a veces con el pretexto más baladí. Entre otros privilegios, podían
cortar árboles en escasez de pastos, y hasta quemar montes para tener

AMÉRICO CASTRO. — 16
242 A. Castro: visión de España y de Cervantes

encuentra particularmente en la «comedia», donde el labra¬


dor afirma su honor contra una aristocracia sospechosa de
limpieza; todo el honor del labriego se apoya en ser cristiano
viejo, de limpia sangre. Lope de Vega, el casticista más po¬
pular, dio expresión a tales sentimientos en Peribáñez, en
Fuenteovejuna y en El Alcalde de Zalamea, que más tarde
perfeccionaría Calderón La novela picaresca y, sobre todo,
Cervantes, son la respuesta del cristiano nuevo, llevando al
ridículo la consabida ignorancia de los rústicos villanos a
lo Sancho Panza. El labriego, encarnación de la honra e
irradiador de ella, no es un resultado de las ideas humanis-

mejores pastos en primavera. Los resultados fueron devastadores:


«This reign was indeed the critical period in the history of Castilian
forestry —escribe Klein—, and the desolation which was wrought on
the wooded arcas of the kingdom had its beginning in the uncompro-
mising partiality of Ferdinand and Isabella for the pastoral industry.»
(Julius Klein, The Mesta: A Study in Spanish Economy History [Cam¬
bridge, Massachusetts, 1920], págs. 321-22.) Este abandono de la agri¬
cultura fue, pues, una de las principales causas del hambre en 1502-1503
y 1506-1507, que documenta el cronista Andrés Bemáldez en Historia
de los Reyes Católicos. Jaime Vicens Vives se muestra escéptico a la
creencia tradicional de que los Reyes Católicos fueron un estímulo
para el adelanto económico de España. Subraya especialmente la Gran
Hambre de 1506 como resultado, no de circunstancias climatológicas
adversas, sino de la falsa estructura económica producida por facto¬
res como la excesiva protección de la cría de ganado, la expulsión de
los moriscos de Granada y, sobre todo, la política favorable al creci¬
miento de grandes terratenientes. Ver sus dos obras: Aproximación
a la historia de España (Barcelona, 1952) y Manual de historia econó¬
mica de España (Barcelona, 1959). La Mesta se extinguió definitiva¬
mente en 1836.
30 «The weak point in Professor Castro’s argumentation is what
I cali his ’transfer theory’. The evidence is that most honor conflicts
in the drama evolve about the purity of the woman in the family.
We are asked to believe that what is really meant (conscious or not)
is the honor resting on the pureza de sangre. This seem to me far-
fetched and devious. Would it not be easier to take into account that
other aspect of honor, the one which actually does depend on wo-
men?» (A. G. Reichenberger, HR, XXXI [1963], pág. 169.
Cervantes y la realidad histórica de España 243
tas, ni de ese acercamiento a lo primitivo y natural, que Cas¬
tro sugería en El pensamiento, 1972:

Su presencia en el teatro de Lope de Vega no fue recibida


por el público de los corrales como un «fenómeno renacentis¬
ta», sino como escape vital para una situación angustiosa, sin
semejante fuera de España..., e inseparable de los mismos esta¬
dos conflictivos que hicieron posible el teatro de Lope de Vega,
expresión del consenso de los más^^.

Las formas literarias de alto estilo, como explicaremos


más adelante, fueron expresiones ligadas a circunstancias
humanas vividas por sus autores y revividas por sus perso¬
najes literarios.
Un aspecto más de esta forma de vida hispana queda por
desvelar antes de adentrarnos en el tema Cervantes, alma
conocedora como pocas de las amarguras y conflictos angus¬
tiosos de su tiempo. Se trata de un aspecto positivo y cultu¬
ralmente valioso, fruto igualmente de ese estado conflictivo
de la honra, ya que el cuadro de la vida social española sería
incompleto y engañoso si nos limitáramos a subrayar única¬
mente sus aspectos negativos y de humana deficiencia.

CARÁCTER CONFLICTIVO DE LA LITERATURA

El culto al valor imperativo de la persona había llevado


a la nación española, según Castro, a la cumbre de un Impe¬
rio cuya extensión no ha tenido igual en la historia. Es que
el español encontró un campo de expansión y de realización
de sus ingénitos sueños de imperialismo y de sus valores
como persona en las guerra de Africa y Europa primero y en
la conquista de un nuevo mundo después. Es el siglo de oro
de las armas, con el que rivalizará en valor el de las letras.

31 A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 222.


244 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Dentro de la nación, como hemos expuesto, la situación


era distinta: nerviosismo social, angustia, opresión, asfixia
y aires irrespirables; todo por el prurito de la honra y lim¬
pieza de sangre. Algunos traspasaron las fronteras en busca
de atmósferas nuevas; pero otros (los más) que no pudieron
salir, o decidieron permanecer, pasaron por situaciones muy
complejas, tanto íntima como socialmente. Para algunos po¬
cos, lo más sencillo fue competir en celo con los cristianos
viejos y hacerse inquisidores. Otros, en cambio, resolvieron
el problema muy distintamente: se refugiaron en sí mismos,
en la soledad y asilo de su interioridad, para desde allí com¬
batir, con las armas más a mano, los conflictos con que la
sociedad los tenía enfrentados. Esto explica, según don Amé-
rico, el número considerable de conversos que entraron en
órdenes religiosas y en conventos huyendo del «mundanal
ruido», en busca de una vida retirada en la soledad de su
propia alma. Otros se sintieron atraídos por un cristianismo
de tipo interior y espiritual, y se acogieron a sectas y movi¬
mientos religiosos (erasmismo, iluminismo, etc.) que tendían
hacia una espiritualidad de carácter intimista, místico y ex¬
tramundanal, con una marcada indiferencia o menosprecio
de ceremonias y ritos exteriores De ahí que hasta los vuelos

32 Los Alumbrados (Madrid, Taurus, 1972), de Antonio Márquez,


es un libro que trata de desmenuzar muchas incógnitas, especialmen¬
te el origen del iluminismo. Hay razones de raza y cultura que lo
justifican: teoría del origen flamenco, alemán, italiano, erasmista, lute¬
rano, etc.; o de un concepto espiritual autóctono. Ninguna de esas
afirmaciones puede ser exclusiva. Para Sáinz Rodríguez, el antecedente
estaría en una forma de «desviación de la espiritualidad franciscana
incrementada al amparo de la reforma cisneriana y cuyo origen más
remoto había que buscar en los espirituales». Si se añade a todo ello
un toque de espíritu «semitizado», muy propio del tiempo, la imagen
de tal fenómeno aparecería con un perfil más claro y distinto, según
don Américo.
Cervantes y la realidad histórica de España 245

místicos de San Juan de la Cruz se hicieran «algo» sospe¬


chosos a los linces de la Inquisición. El popularismo de San
Pablo, iniciado con Lorenzo Valla y Erasmo, se acrecienta
ahora entre muchos conversos, por su doctrina del cuerpo
místico de Cristo, dentro del cual no hay acepción de perso¬
nas. A la luz de esta «retirada espiritual» interpreta Castro
las preferencias de Juan del Encina y Lucas Fernández, en¬
tre otros, por los misterios de la Natividad y Pasión del
Señor, origen de nuestra salvación e igualdad espiritual.
Hasta la literatura crítica de las costumbres poco cristianas
de los eclesiásticos (teatro de la primera mitad del siglo xvi.
Lazarillo, Cervantes), que Castro había interpretado como
fruto de la influencia erasmiana, aparece ahora como un
reflejo de esa pugna entre espiritualidad y materialismo reli¬
gioso, sentida confusamente por almas en conflicto y angustia.
Particularmente interesan a Castro gran número de con¬
versos que vivieron su soledad, expresaron su melancolía y
desesperación, y volcaron, en ñn, la amargura de su alma
torturada en formas artísticas y literarias de nuevo estilo.
La participación de los conversos en la cultura española,
en el siglo xv, había sido extraordinaria. Según don Américo,

La historia de la literatura —apegada por lo común a las


abstracciones y al convencionalismo de «buen tono»— tiene cui¬
dado en no decir que, sin la obra de los hispano-hebreos, la
literatura del siglo xv aparecería bastante desmantelada. (Op.
cit., pág. 195.)

Y recuerda una serie de nombres destacados en cuya


obra se reflejan las huellas de su procedencia, tanto en la
peculiaridad del estilo como en la manera tan suya de ar¬
ticular sus temas. «En forma más o menos abierta, escribe,
se nota en ellos algo discrepante, minoritario, y esto ayuda
a predecir en ciertos casos su pertenencia a la casta hispano-
246 A. Castro: visión de España y de Cervantes

hebrea» Ahí radica la singularidad de la literatura espa¬


ñola, y no en luces otoñales de Edad Media, Renacimiento
o Contrarreforma, como si las producciones literarias estu¬
viesen determinadas por circunstancias «hegelianas».
Durante el siglo xvi las situaciones se hacen más tensas
y exacerbadas. Ante el monstruo de la «opinión», el cristiano
nuevo particularmente se siente enflaquecer y quedarse en
los mismos huesos, como sucedió a aquel «cristiano nuevo
y algo perdigado, rico y poderoso, que viviendo alegre, gor¬
do, lozano y muy contento... aconteció venírsele por vecino
un inquisidor», según cuenta Mateo Alemán en su Guzmán
de Alfarache (II, 3, cap. 8). Y lo mismo sucedió, añade, a un
carnero junto a cuya jaula colocaron otra con un lobo den¬
tro. Pero tras el símil literario existía para Castro una rea¬
lidad cruda y amarga.
El converso enfrentado así a una sociedad de doble ofen¬
siva, la de los inquisidores y la de la opinión oprimente, tra¬
tó de atraerla, eludirla o crearse individuales preeminencias.
Otros —una minoría— ofrecieron una contraofensiva en for¬
ma irónica, dolida o amarga. De este modo la contienda
entre cristianos viejos y nuevos sirvió de ocasión tangencial
a creaciones literarias «historiables», en el sentido castrista
del vocablo. La historia literaria no puede olvidar, pues, las
conexiones entre la peculiar estructura vital española y el

33 Ibid., pág. 196. Los conversos citados son: Pablo de Santa Ma¬
ría, Alonso y Teresa de Cartagena, García de Santa María, Juan de
Mena, Juan de Lucena, Juan Alfonso de Baena, Fernando de la Torre,
Juan Alvarez Gato, Antón de Montoro, Mosén Diego de Valera, Alonso
de Falencia, Alfonso de la Torre, Hernando del Pulgar, Rodrigo Cota,
Diego de San Pedro, Fernando de Rojas, Juan del Encina, Lucas Fer¬
nández, Torres Naharro, Diego Sánchez de Badajoz, entre otros. Pro¬
bado el origen hispano-hebreo de tales figuras, imposible poner en
duda la predominante contribución semita a la cultura nacional del
siglo XV.
Cervantes y la realidad histórica de España 247

nacimiento de ciertas formas y géneros sin igual en Europa.


Las circunstancias opresivas acorralaban, y los más, con
«ánimo deprimido» (como escribía el P. Mariana a propósito
del proceso de Fray Luis de León), se pasaban al otro lado
o se plegaban a las circunstancias. Otros hubo, sin embargo
—y esto nos lleva de la mano a Cervantes—, que optaron
por «personarse» en el centro mismo del conflicto. Si hasta
el hablar y el callar se habían hecho peligrosos (según aque¬
lla carta de Luis Vives, en 1525), quedaba aún abierta una
salida, exprimir como una esponja el amargor del alma, po¬
ner al descubierto la situación opresiva y asñxiante. Así, la
misma cerrazón del ambiente hizo surgir las claridades y
aberturas del arte y de la expresión literaria.
Estas nuevas y sorprendentes formas de expresión co¬
menzaron a manifestarse en 1499 con La Celestina, y alcan¬
zarían su máxima dimensión con el Quijote. Las obras así
brotadas fueron traducidas más bien que imitadas formal¬
mente: La Celestina, Lazarillo, Diana de Montemayor, Guz-
mán de Alfarache, el Quijote, Amadís. Interesaban particu¬
larmente esas figuras literarias enfrentadas con su propia
vida (excepción hecha del Amadís), en brega con circunstan¬
cias que daban la impresión de ser copia de la realidad en
su doble vertiente, la exterior de las cosas, o la íntima de
las almas. Aquella expresión literaria, innovadora y de am¬
plias dimensiones, ponía el acento no en el suceso o en el
acontecer, sino en el afán de persistir, de estar, la figura
literaria en su ser, en medio de los vaivenes circunstantes.
De acuerdo con su interpretación casticista de la realidad
nacional, don Américo clasifica la literatura española de los
siglos XVI y XVII en dos vertientes claramente distintas y de¬
limitadas: la mayoritaria de los cristianos viejos y la mino¬
ritaria de los nuevos.
248 A. Castro: visión de España y de Cervantes
No sospechábamos que la literatura posterior a 1492 se orde¬
nase por sí sola en dos vertientes, en estricto acuerdo con su
significación castiza, mayoritaria o minoritaria. Siendo todos
unos, los españoles no formaban un conjunto homogéneo, ni
su literatura estuvo únicamente motivada por circunstancias de
época (tradición medieval. Renacimiento, Contrarreforma, Ba¬
rroco, etc.) 34.

Los cristianos viejos se crearon una literatura de acuerdo


con sus gustos e ideales. El Romancero, los libros de caba¬
llerías, las crónicas de Indias, las historias fabulosas de Flo-
rián de Ocampo, fueron preparando la llegada de la Come¬
dia nacional, género en el cual la casta mayoritaria vio refle¬
jado el recuerdo de su pasado glorioso y sus ideales presen¬
tes de imperialismo.
Numerosos temas medievales cayeron sobre la literatura
de los siglos XVI y xvii, fenómeno explicable no a la luz de
ese concepto «tradicionalista» aplicable a lo español, sino
a la luz de su estado presente, que les llevaba a revivir las
glorias del pasado. La evolución y desarrollo del Romancero
evidencian una vez más la situación española. De poesía oral,
compuesta para el pueblo rústico y vulgar, pasó a literatura
impresa y cultivada, incluso para doctos, en estos siglos cum¬
bres de cultura. Y el hecho inaudito de que Martín Nució
imprimiera un Cancionero de romances castellanos en Am-
beres no fue un fenómeno renacentista, explicable por el
gusto humanista hacia lo espontáneo y natural. Se trata más
bien de un fenómeno «español», paralelo al enorme desarro¬
llo de los libros de caballerías. El español mayoritario (la
casta heroica de Castilla) fomentó los géneros literarios más
acomodados a sus gustos y apetencias presentes. El Roman¬
cero, los libros de caballerías y más tarde la Comedia, ali-

34 A. Castro, Hacia Cervantes, pág. 13.


Cervantes y la realidad histórica de España 249

mentaron los anhelos y aspiraciones de los cristianos viejos


en casa, y hasta los bríos imperialistas de los soldados y
conquistadores fuera. A los soldados de Cortés, la impresio¬
nante visión de Tenochtitlán les parecía «cosa de Amadís».
Y no olvidemos cuánto tiempo emplearon Santa Teresa,
Ignacio de Loyola y Cervantes en esa literatura tan de su
agrado en los principios. «Separada de tamañas circunstan¬
cias, la peculiaridad literaria de los españoles respecto de
Europa quedará envuelta en nubosidades sin sentido» (op.
cit, pág. 15), concluye Castro.
La literatura mayoritaria, poética, novelística o dramá¬
tica (Lope de Vega, Vélez de Guevara, Mira de Amescua,
Alarcón, etc.) no lleva claramente a sus páginas el conflicto
casticista entre cristianos viejos y conversos. Su concepción
de la vida da por supuesto que el labriego villano y rústico
es depositario del honor de casta, por no haber sido «de
sangre de mora o judía manchado». Fueron cristianos nue¬
vos quienes hicieron problema literario de las ideas reinan¬
tes acerca de la honra. Desde La Celestina hasta el Quijote
se registra una serie de obras en las cuales, sin aludir directa
y expresamente al conflicto social existente, se aflrma que la
honra depende de la conducta, de las obras, de la virtud, y
no del linaje, ni de la anónima opinión del vulgo. El Roman¬
cero, la comedia lopesca, los hidalgos castellanos, los inqui¬
sidores, no juzgaron ilógica, anticristiana o grotesca la iden-
tiflcación de honra con la opinión de aquella «bestia ñera»
del vulgo; serán conversos, como Fernando de Rojas, Fray
Luis de León, Mateo Alemán, Cervantes, Góngora y otros de
la misma casta, quienes lo harán estableciendo otro género
de valoraciones y estimas. La limpieza de sangre carece de
valor y es rechazada, desdeñada o tratada irónicamente. Las
flguras literarias de esta producción minoritaria ocupan posi¬
ciones socialmente marginales (don Quijote); se enfrentan
250 A. Castro: visión de España y de Cervantes

críticamente con el mundo en torno (picaresca) o se retraen


de él hacia campos ideales (novela pastoril). Esos son, según
Castro, los géneros literarios que deben su origen no a con¬
ceptos abstractos europeístas, sino al conflicto español de
castas. Los conversos expresaron así, recluidos en su soledad
literaria, la forma en que ellos sentían la realidad circun¬
dante, dotando de forma artística la conciencia de sus pro¬
blemas y de sus valoraciones. De ahí que su literatura, bro¬
tada del hontanar mismo de su propio vivir colectivo, sea
el mejor exponente de los conflictos de aquellos agonistas
del espíritu. «Sin aquel agónico conflicto no hubieran sur¬
gido obras de alta e inteligente belleza, expresiones de sensi¬
bilidad religiosa, quizá aún no suflcientemente valoradas.»
(Ibid., pág. 20.) La historia de la Edad conflictiva fue un
drama atroz, pero en modo alguno infecundo. Fue paradó¬
jicamente un drama «historiable» en el pleno sentido cas-
trista de la palabra.
No obstante el enorme interés que Castro presta al ele¬
mento semita («buscador de conversos» le llama Eugenio
Asensio), la posición del converso es, a veces, equívoca en
su obra. El judío se había sentido pueblo elegido por Dios
desde sus lejanos orígenes bíblicos. Los judíos españoles
de la Edad Media y los sefardíes de la diáspora hispana se
sentían los más nobles del pueblo de Dios. Castro documen¬
ta que precisamente de ellos heredó el hispano-hebreo su
concepto de casta y limpieza de sangre. Ante estos supues¬
tos, ¿cómo se explica el que en la Edad conflictiva fueran
los conversos casi los únicos que se opusieron a la limpieza
de castas, cuando ellos o sus antepasados habían sido los
apóstoles y propagadores?
Si de este aspecto pasamos a la idea de don Américo de
que el retraso científico de España radica en la obsesión de
limpieza, que encontró un símbolo en el labriego analfabeto.
Cervantes y la realidad histórica de España 251

una pregunta de contextura orteguiana nos viene a la mente:


¿cómo es posible que una clase ignorante de labradores y
cristianos viejos y una nobleza inculta hubieran podido im¬
poner su criterio, cuando es la aristocracia de la inteligencia
(«minorías selectas») la que hace la historia? El problema
se recrudece si recordamos que, según don Américo, hasta
Fernando el Católico era converso, y, consiguientemente,
Carlos V y Felipe II.
Hemos visto que Castro no sostiene —contra el parecer
de E. Asensio— la «incapacidad teórica» de los españoles.
Pero un hecho de enorme trascendencia, como el retraso
científico de una nación, es un fenómeno complicadísimo,
cuya explicación total no puede hallarse en una única y sim¬
plista razón histórica, la obsesión por la limpieza de sangre,
aunque no se pueda negar su importancia. Otros muchos
y variados factores intervinieron, sin duda, en ese estado
cultural, cuyas resonancias lamentables aún perduran. Un
nuevo interrogante: si los cristianos viejos cultivaron y hasta
idealizaron la ignorancia en honor de la limpieza de casta,
¿por qué los cristianos nuevos, opuestos a esa obsesión cas¬
ticista, no produjeron, por reacción, ciencia europea? Para¬
lelamente a ese fenómeno de casta, habría que colocar otras
«peculiaridades» inherentes a la morada vital española.
Partamos de la enorme importancia e infiujo que la Igle¬
sia Católica ha tenido en los destinos de España. Algunos
testimonios:

Ese vínculo que une el catolicismo con España es algo esen¬


cial y consustancial con la persona misma de la nación... Si
fuera posible que España, alguna vez, dejase de ser católica,
España habría dejado de ser España, y sobre el viejo solar de
la Península vivirían otros hombres que ya no podrían, sin
abuso, ser llamados españoles. (García Morente, Idea de la His¬
panidad, pág. 263.)
252 A. Castro: visión de España y de Cervantes

En términos menos fanáticos y más comedidos, Unamu-


no se encara así con el problema religioso español:

La religión católica... ha influido y sigue influyendo en el


modo de ser, de vivir, de pensar y de sentir del pueblo español,
tanto o más —creo que mucho más— que su lengua, su legis¬
lación y su historia 35.

El catolicismo, por sus mismos principios, es una religión


esencialmente exclusivista, en el sentido de que, para ella,
el camino de salvación y acercamiento a Dios es único des¬
pués de la fundación de la Iglesia por Cristo. «Extra eccle-
siam nulla salus», reza uno de sus dogmas, si bien, ante
las controversias ecumenistas y la cruda realidad, los teólo¬
gos tratan de encontrar «distingos» interpretativos de ese
«ser» y «pertenecer» a la Iglesia 3*. Por Iglesia se entiende
—claro está— la Católica Romana. El espíritu de exclusivis¬
mo religioso característico de la Iglesia hispana es de origen
judaico, según Castro; pero habría que ir más lejos conside¬
rándolo no «peculiaridad» de la Iglesia española, sino heren¬
cia secular y genética del cristianismo, iniciado por «conver¬
sos». La Iglesia católica desde su nacimiento ha intentado
imponer ese espíritu de iglesia universal y única, superior
a toda otra sociedad o institución terrena; y lo ha conseguido
siempre que las circunstancias políticas y sociales han sido
favorables, poniendo en práctica un rígido control de con-

35 Miguel de Unamuno, «La educación». Ensayos, I, pág. 327.


36 He aquí algunos decretos eclesiásticos sobre este tema: «Extra
unam, sanctam, Romanam, catholicam Ecclesiam neminem salvan
credimus.» (Professio fidei Waldensibus, prescrita por Inocencio III,
1208. Ver Denzinger, pág. 423.) «Una est fidelium universalis Ecclesia,
extra quam nullus omnino salvatur.» (Decreto contra Albigenses, en
Conc. Lateranense, IV, 1215. Ver Denzinger, pág. 430.) «Fidei catho-
licae dogma esse definimos, extra unam Ecclesiam Christi nullam esse
sperandam salutem.» (Esquema reformado del Conc. Vaticano I. Ver
Sacrae Theologiae Summa, I [Matriti, BAC, 1962], pág. 882.)
Cervantes y la realidad histórica de España 253

ciencias ya individuales, ya colectivas. De ahí la razón de los


«sacros imperios» de la Edad Media, de las monarquías cató¬
licas de la Moderna y de los estados católicos y concordatos
vaticanos de la actual. Cuando tal control (individual y colec¬
tivo) no es posible, o predica separación y libertad confesio¬
nal (en caso de ser minoría), u opta por una tolerancia como
«mal menor».
La Iglesia peninsular pasó por momentos agónicos cuan¬
do, de religión estatal visigótica, tuvo que enfrentarse con
las creencias de un invasor poderoso. La Reconquista tuvo
espíritu de cruzada religiosa, de lucha contra el infiel. Y la
tolerancia que documentan Las Partidas y el Fuero Real no
es sino una «concesión» (un mal menor) ante la circunstan¬
cia de un adversario política y culturalmente poderoso, si no
superior. No hay que olvidar que, junto a esa lenidad reli¬
giosa de las leyes. Las Partidas siguen refiriéndose al hebreo
como pueblo deicida: «Se toleraba a los judíos para que 'ellos
viviesen como en cautiverio para siempre, e fuesen remem¬
branza a los omnes que ellos vienen del linaje de aquellos que
crucificaron a N. S. Jesucristo’ {Partida VII, 24, 2)»^L
Que esa tolerancia medieval era algo artificial en la Espa¬
ña cristiana nos lo demuestran esas explosiones esporádicas
de los «menudos», esas matanzas y saqueos de aljamas y
morerías, a despecho de la contención de las leyes. La ex¬
plosión definitiva, incontenible, vendría cuando, debilitado
el enemigo, la monarquía «tuvo que imponer» el espíritu
católico de la masa como religión oficial. Digo «tuvo que
imponer» porque, según afirma Castro, «todavía en 1491 Fer¬
nando el Católico protegía a los judíos de Zaragoza contra
las prédicas de los dominicos, confiaba a hebreos la admi¬
nistración de la Santa Hermandad, los utilizaba como emba-

37 Citado por A. Castro, La realidad histórica, pág. 44.


254 A. Castro: visión de España y de Cervantes

jadores». (Op. cit., pág, 53.) Establecido el ideal religioso de


un catolicismo totalitario y estatal, con un órgano extrema¬
damente fiel y celoso, la Inquisición —circunstancias todas
inmejorables—, vemos efectivamente implantado el exclusi¬
vismo religioso de que hablábamos antes. Las peculiares
circunstancias locales, españolas, de entrecruce de castas
contribuyeron indudablemente a enconar y agudizar ese
exclusivismo esencial, hasta extremismos fanáticos a veces.
Desde esa atalaya soberana la Iglesia española va a con¬
trolar la nación entera. Y la Inquisición, con poderes plenos,
va a ser su más fiel instrumento. El Santo Oficio, «mientras
existió —escribe V. Lloréns—, fue el más representativo, el
que dio su tono a la Iglesia española, y, por otra parte, el
más íntimamente vinculado a la vida española, hasta el punto
de que apenas hubo en ella resquicio en que no penetrara»
La censura impuesta a la vida nacional no ha sido aún
suficientemente valorada. Por motivos de ortodoxia —ya re¬
ligiosos, ya políticos— se impuso un constante rechazo fren¬
te a toda idea nueva y a todo movimiento sospechoso. Ya
los Reyes Católicos establecieron una severa censura de li¬
bros venidos de fuera. Extirpado el erasmismo, se entabló
una lucha a muerte contra las ideas de la Reforma, contra
el racionalismo de la ciencia, contra la Ilustración, contra el
panteísmo romántico, contra el liberalismo, contra el socia¬
lismo, contra el darwinismo, contra las ideas democráticas,
contra el existencialismo. Esta falta tremenda de libertad,
esta CENSURA inquisitorial (existiera o no existiera oficial¬
mente tal órgano religioso) ha dado el tono general a la
vida española desde fines del siglo xv, según Lloréns, y ha
sido la valla que ha dificultado la comunión intelectual de

38 Vicente Lloréns, Literatura, Historia, Política, Madrid, Revista


de Occidente, 1967, págs. 122-23.
Cervantes y la realidad histórica de España 255

España con la cultura occidental, causando el consabido re¬


traso cientíñco, y no pruritos de honra y limpieza de sangre
así tan desnudamente presentados Paradójicamente la Igle¬
sia, que en los siglos oscuros de la Edad Media había sido
la depositaría y difusora del saber, se torna su enemigo
declarado en las edades modernas, con un celo desesperado
por conservar intacto el tesoro de su revelación frente al
desarrollo irrefrenable de la razón y de la ciencia. Su asce¬
tismo es bien conocido: desprecio de lo terrenal y caduco
(inteligencia, riquezas, progreso material) y preocupación
por tesoros incorruptibles y eternos.
A todo esto pudiéramos añadir otras peculiaridades de
la estructura vital hispana. Ya en el siglo xiv el Canciller
Ayala acusaba a los castellanos de indolencia ante el saber.
Las Cortes de Guadalajara (1390) pedían a Juan I que reser¬
vase las prebendas para castellanos, porque, estando en ma¬
nos de extranjeros —alegaban—, no tenían estímulo para
la ciencia los de Castilla. Sin acudir a tesis psicologistas de

Menéndez Pelayo, gran apologista de la Inquisición española,


se opone enérgicamente a toda «censura» inquisitorial: «Es caso, no
sólo de amor patrio, sino de conciencia histórica, el deshacer esa
leyenda progresista, brutalmente iniciada por los legisladores de Cá¬
diz, que nos pinta como un pueblo de bárbaros, en que ni ciencia
ni arte pudo surgir, porque todo lo ahogaba el humo de las hogueras
inquisitoriales.» {Historia de los heterodoxos, IV, pág. 440.) Condena
las palabras de Muñoz Torrero: «Cesó de escribirse en España desde
que se estableció la Inquisición», como «padrón eterno de vergüen¬
za». Y exclama: «¡Desde que se estableció la Inquisición, es decir,
desde los últimos años del siglo xv! ¿Y no sabían esos menguados
retóricos, de cuyas desdichadas manos iba a salir la España nueva,
que en el siglo xvi, inquisitorial por excelencia, España dominó a
Europa aún más por el pensamiento que por la acción, y no hubo
ciencia ni disciplina en que no marcase su garra?» (Ibid.) Si en algu¬
nos ramos del saber como ciencias exactas y naturales fue pobre Es¬
paña, no fue ciertamente por culpa de la Inquisición, afirma don
Marcelino: Y si cesó de escribirse, fue únicamente «cuando llegaba
a su apogeo nuestra literatura clásica». {Ibid., pág. 445.)
256 A. Castro: visión de España y de Cervantes

caracterología nacional, esa indolencia parece echar raíces


firmes en los siglos xvi y xvii a favor de las circunstancias
político-religiosas ya aludidas por Castro. El imperio de las
armas oscurece al de las letras, falta un sentido de libertad,
se extingue progresivamente la curiosidad de exploración
científica que condujo a los grandes sistemas modernos. Bro¬
tan, sí, casos aislados y estrellas de primera magnitud en
arte y letras, pero están ausentes obras sistematizadas de
pensamiento moderno a lo Descartes, Giordano Bruno, Gali-
leo, Spinoza, Newton. El español nunca ha destacado por
proyectos claros aglutinantes colectivamente (el «individua¬
lismo» clásico); su estado ha sido el de los picaros de la pica¬
resca, siempre a la deriva, dependiente de las circunstancias;
pero estamos cayendo en el vicio de las generalizaciones,
insuficiente para solucionar un problema tan complejo.
Ortega comentaba que lo vergonzoso no es ignorar una
cosa —eso es lo natural—, sino resistir a saber, creer saber
lo ignorado, obturando así soberbia y tercamente el poro de
la mente por donde pudiera entrar la verdad. Y compara
este fenómeno a las termiteras, cuyo guardián tiene el menes¬
ter de poner su testuz enorme, charolada y durísima en el
orificio de entrada para que nadie entre. Y ahora su aplica¬
ción al caso España que aquí nos incumbe: «Quien ha llevado
una vida intelectual publica muy activa en España y fuera
de España, automáticamente compara, y la comparación le
fuerza a convencerse de que en el español este hermetismo
mental es un vicio permanente y endémico.» (Obras, VII,
página 426.) Tampoco podemos aceptar tamaña generaliza¬
ción caracterológica de que el español sea intelectualmente
«guardián termitero», de testuz poco porosa, pero sus pala¬
bras nos dan motivos serios que pensar.
Junto al expediente castrista de la limpieza de sangre,
habría que colocar, pues, otros co-elementos que ayuden a
Cervantes y la realidad histórica de España 257

descubrir el contenido y funcionamiento del pensamiento


español de los siglos xvi, xvii y posterior, y a la luz de los
cuales explicar más cumplidamente un fenómeno tan com¬
plejo como los límites de la ciencia española.

CERVANTES Y LOS CASTICISMOS ESPAÑOLES

Si de los supuestos históricos pasamos al concepto de


literatura, Castro comparte con Dilthey una idea básica: la
obra literaria es «veraz en sí misma... Ha nacido con ella un
dominio intermedio entre el saber y la acción, en el cual la
vida se revela en una profundidad inaccesible a la observa¬
ción, a la reflexión y a la teoría». (Gesammelte Schriften,
VII, 207)'“. A través de la expresión literaria buscará don
Américo el modo de vivir histórico del autor y de la colec¬
tividad. Y ante los escándalos de los historiadores profesio¬
nales por este uso histórico de la literatura, se justiñca así:

Como siempre acontece, la literatura es también ahora la


vía más directa para penetrar en una situación de vida colec¬
tiva, en la vivencia del propio existir como textura de vida y
horizonte estimativo, y por lo mismo no entiendo cómo ciertas
gentes, poco habituadas a razonar, censuran que use yo la lite¬
ratura como fuente histórica'*!.

^ Citado por Pedro Laín Entralgo en España como problema, pá¬


gina 705.
'•i A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 217. En el capítulo I de
este estudio hemos mencionado cómo Sánchez Albornoz ha atacado
enconadamente esta intromisión del filólogo Castro en el campo veda¬
do de la Historia. «Castro ha empleado muchas horas de su vida en
el comentario de las obras literarias que han llamado su atención.
Admiro las exégesis ingeniosas y a veces medulares de los estudiosos
de nuestra literatura... No creo, sin embargo, ofender a tales exégetas
si declaro que su tarea los expone a graves riesgos. Intentan descu¬
brir el trasfondo del autor analizado... Y a veces pueden llegar a

AMÉRICO CASTRO. — 17
258 A. Castro: visión de España y de Cervantes

A la luz, pues, de su concepción historiográfica, va a hacer


ver que todo fenómeno cultural existe desde y en una deter¬
minada morada vital, y solamente identificando ese sistema
peculiar de vida podremos entender todo el producto cultu¬
ral en sí (la obra literaria en el caso) como los aconteceres
propios de todo un pueblo. Y apoyado en su nueva visión
casticista de la historia española, en los siglos xvi y xvii, va
a interpretar a Cervantes y su obra.
Analizando la obra cervantina (leyendo entre líneas). Cas¬
tro ha llegado a una conclusión radical; Cervantes es un
cristiano nuevo. El tono y la tesitura ideológica de sus escri¬
tos revelan la situación marginal del autor, en conflicto con
la sociedad circundante y en oposición a la literatura mayo-
ritaria. Los mismos personajes de ficción que pueblan sus
obras (el Quijote) viven literariamente los mismos conflictos
de su autor; y se hallan sometidos a un proceso de autode¬
terminación de su propia vida, que consiste, como la historia,
en un hacerse hacia adelante, en una voluntad de estar exis¬
tiendo desde su propio y singular modo de ser. Este nuevo
arte literario hizo posible la novela moderna, «que no con¬
siste en la expresión de lo que acontezca a la persona, sino
de cómo ésta se encuentra existiendo en lo que acontece».
(Op. cit., pág. 211.) La deuda de la literatura occidental a
la concepción novelística cervantina es, pues, incalculable.

1) Cervantes en la Edad conflictiva. — En 1947, un año


antes de hacer pública su nueva visión histórica, escribía

creer que 'todo el monte es orégano’, que pueden saltar sin peligro
de lo pintado a lo vivo y que pueden lanzarse a velas desplegadas
por los procelosos mares de la interpretación histórica, sin el previo
y paciente esfuerzo de una investigación cautelosa y exhaustiva y
con desprecio del estricto tratamiento metodológico que la Historia
requiere. Ese ha sido el pecado de Castro.» (Españoles ante la Histo¬
ria, págs. 261-62.)
Cervantes y la realidad histórica de España 259

Castro en el Homenaje a Cervantes, ofrecido por Insula:


«Hace años intenté interpretar el Quijote con criterios exclu¬
sivamente occidentales.» Su imagen de Cervantes había sido
la tradicionalmente aceptada, un hombre de su tiempo, hu¬
manista, renacentista y ensombrecido por las nubes de la
Contrarreforma. La razón nos la dará más tarde: «Hace cua¬
renta años —leemos en Los casticismos— no sospechábamos
que la literatura española del siglo xvi hubiese sido una lite¬
ratura de 'castas’, y que el estoicismo y el erasmismo fueron
funcionales y no modos abstractos e ideales de situarse el
escritor en su imaginado mundo» Al Quijote de 1925, obra
excelente y repertorio de las ideas de la cultura occidental
del tiempo, opone ahora otro Quijote, surgido «como reacción
contra una sociedad y una literatura» que lo hicieron artís¬
ticamente posible.
Para el nuevo Castro, muy lejos ya de la Historia de las
ideas, la página literaria (está pensando en el arte cervan¬
tino) no es un frío documento cientíñco; el estilo literario
supone im «ademán» de establecer un diálogo del autor con
el lector y el oyente. Las palabras son conducto de una carga
de intencionalidad que se realiza al ser captada por el lector
en un proceso de «reviviscencia». Se trata de una presencia
vital, humana, que hay que detectar reviviéndola, actualizán¬
dola en una nueva existencia. Es lo que llama «literatura
p>ersonalizante», y Cervantes es el mejor exponente.
i
La gran revolución estilística (del arte nuevo cervantino)
consistió en pasar de la narración-descripción a lo que llamaría
«autobiografismo», en virtud del cual las figuras humanas, los
animales y, a veces, el autor, harán presente su saberse estar
ahí, abierta o encubiertamente “M.

^ A. Castro, Cervantes y tos casticismos, pág. 143.


^3 A. Castro, Hacia Cervantes (nota), pág. 276.
^ A. Castro, «El Quijote, taller de existencialidad». Revista de Oc¬
cidente (julio 1967), pág. 16.
260 A. Castro: visión de España y de Cervantes

La vida extraliteraria del autor no ha de resolverse nece¬


sariamente en su creación artística, pero las posibilidades
de esta última yacen en aquélla. De ahí la necesidad de aden¬
trarse en ese clima humano latente en la página literaria.
En el caso concreto de Cervantes, Castro insiste macha¬
conamente en este aspecto biográfico, en conocer al hombre-
escritor Cervantes, en desvelar la presencia autobiográfica
de su obra. Algo imprescindible y de enorme ayuda será
identificar la situación interior (la «morada vital») de España
a fines del siglo xvi, aunque reconoce que esto será dificul¬
toso para muchos, por prejuicios históricos e intereses crea¬
dos. Sus palabras son categóricas:

La nueva manera de arte iniciada por Cervantes hace indis¬


pensable tener presentes las circunstancias del espacio y tiempo
que la hicieron posible. Porque el nuevo arte consistió en acer¬
carse a la realidad (a la literaria de aquel tiempo, y a la no
hteraria) para a la vez repelerla y superarla. (Art. cit., pági¬
nas 29-30.)

Las mismas ideas abundan en otros escritos suyos. En


Cervantes y los casticismos, por ejemplo, insiste: «Las cir¬
cunstancias literarias y sociales se hallan presentes en la
obra cervantina como superadas, rechazadas o zaheridas»
Y en «Cómo veo ahora el Quijote*: «El estilo y la disposición
del arte cervantino son inseparables de las circunstancias
externas e internas que los hicieron posibles» (pág. 31). Estas
circunstancias, pues, hay que tenerlas presentes al acercar¬
nos a Cervantes. Fue, sí, escritor de su tiempo, pero no de
un tiempo occidental y europeo, sino peculiarmente «espa¬
ñol». Y ya sabemos cómo era la estructura y cuáles eran
las circunstancias de la España del siglo xvi, en su Edad
conflictiva: una sociedad escindida en dos y enfrentada por

45 A. Castro, Cervantes y los casticismos, pág. 11.


Cervantes y la realidad histórica de España 261

conflictos casticistas, que tan hondamente afectaron la vida


de nuestro escritor. Su obra cumbre, el Quijote, ha de ser
interpretada desde ese vértice de la vida española, desde ese
trasfondo de situaciones conflictivas, donde nació y se des¬
arrolló en un dialéctico debate con la sociedad y la litera¬
tura coetáneas

2) Cervantes y una literatura minoritaria. —ha división


de castas fue desastrosa en muchos aspectos para la vida
española (ciencia, economía, etc.), pero fue literariamente
productiva. Hubo una literatura popular, «vulgar», alimento
y reflejo de los gustos e ideales de la mayoría. Junto a esa
literatura surgió otra, según Castro, marginal y foránea, crí¬
tica y enfrentada con el sentir de la mayoría dominante y
expresiva del alma más o menos angustiada y agónica de la
casta minoritaria de conversos. Sus autores eran cristianos
nuevos mayormente o simpatizantes, al menos, con la amar¬
gura de ese vivir marginal.
Examinada la obra cervantina (particularmente el Quijo¬
te) a la luz de ese trasfondo casticista, se descubre en ella
una serie de facetas que hablan del origen converso del autor,
según Castro, o de su simpatía por la causa minoritaria.
Según nuestro cervantista, la estructura del Quijote está ba¬
sada sobre un problematismo que radica en la existencia de
su héroe. Don Quijote no se limita a aflrmar que él es don
Quijote, sino que sostiene hasta polémicamente que él sabía
que lo era y se impone una tarea básica: defender su per¬
sonalidad, mantener su ser contra quienes pretendan mode¬
lar y torcer su vida y hacerle ser otro distinto, según el gusto
de los demás. La existencia literaria del Hidalgo es conce-

«Yo sé quién soy..., y sé que puedo ser, no sólo los que he


dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los nueve
de la Fama.» (I, 5.)
262 A. Castro: visión de España y de Cervantes

bida, pues, como un problemático vivir su yo, y, a la vez,


como un litigio constante entre él y la sociedad. Su actividad
aventurera se va a caracterizar por un declarado «antigigan¬
tismo», por derribar y echar por tierra los gigantes, ya se
le aparezcan bajo forma de aspados molinos de viento, ya
bajo el sayal de frailes benitosPero si tras el retablo de
Maese Pedro está la mano de éste, del mismo modo bajo
esas aventuras y lo llanamente expresado en el Quijote está
la mirada oblicua y frecuentemente irónica de Cervantes.
Expresar a las claras lo sentido por los marginados o arrin¬
conados contra la sociedad dominante hubiera sido necia
ingenuidad, riesgo infructuoso, ya que jamás pasaría por el
fino tamiz inquisitorial. De esta manera, tras molinos y frai¬
les benitos, don Quijote (Cervantes) se nos ofrece luchando
contra los «gigantes» de la sociedad mayoritaria, contra las
creencias y gustos dominantes, bajo el tenue velo de un
estilo alusivo elusivo. El auténtico tema del Quijote será,
pues, para don Américo el «enfrentamiento artístico, moral
e intelectualmente justificado, del uno contra los muchos»'**.
Y anteriormente había escrito: el tema central consiste «en
la pugna entre quien ha decidido ser el que es y como es
y los empeñados en despojarlo de su personalidad, indiso¬
lublemente unida a una profesión». (Op. cit., pág. 65.)
Puestos ahora a identificar esos «gigantes» cervantinos,
el primero que salta a la vista es la literatura mayoritaria
del tiempo. El Quijote es inconcebible, para Castro, separado
de las circunstancias, tanto sociales y religiosas, como lite-

47 Don Américo interpreta el percance de los frailes benitos («gen¬


te endiablada y descomunal») como un ataque más de don Quijote
contra los «gigantismos» de las instituciones —Ordenes monásticas
e Iglesia, en el caso—. El yoísmo del héroe de la «nueva novela» se
ponía así al servicio de la gigantofobia cervantina. Ver «Cómo veo
ahora el Quijote», págs. 12, 20-21.
4S «Cómo veo ahora el Quijote», pág. 101.
Cervantes y la realidad histórica de España 263

rañas, de su tiempo. Es una obra que encierra una postura,


una reacción frente a la vida y, a la vez, frente a una lite¬
ratura deficiente, creando con ello un «arte nuevo». La obra
cervantina no se puede enfocar como un absoluto, sin enlace
con la vida de su autor, ya que en Cervantes la tenaz rebeldía
y la invención artística marchan al unísono. «Cervantes se
distanció de todas las formas de literatura preexistentes
para con otra, audazmente nueva, oponerse a los criterios
estimativos de la España mayoritaria.» (Ibid., págs. 16-17.)
Este arte nuevo cervantino, que había de abrir amplia
dimensión a la novelística moderna, consiste en la genialidad
de saltar de las formas tradicionales de fantasía o imagina¬
ción literarias —formas estereotipadas— a otras nuevas, pre¬
sentes en la estructura del Quijote, consistentes en expresar
«cómo se encuentra existiendo la figura imaginada en lo que
le acontece, en lugar de narrar o describir lo que le acon¬
tece». {Ibid., pág. 25.) La figura literaria se enfrenta con la
penosa tarea del hacerse de su personalidad, y el problema
de existir adquiere dimensión universal. En el Quijote vemos
cómo sus figuras cumbres surgen cargadas con el problema
de sus vidas a cuestas, construyéndose sus existencias como
algo suyo, biografiándose a sí mismas como singularidades,
no como tipos predeterminados por circunstancias previas
y trascendentes. De ahí que esta novela cervantina sea un
«taller de existencialidad... donde se hacen y deshacen exis¬
tencias» Sus figuras surgen y se van dibujando a favor
de los conflictos, y sus vidas se mueven y oscilan según la
trama creada por el movimiento de distintos puntos de vista,
con lo cual queda abierto un espacio humano multidimen-
sional, por donde habrá de dilatarse la novela moderna poste¬
rior, particularmente en el siglo xix. Consciente de esta di-

'*9 «El Quijote, taller de existencialidad», pág. 14.


264 A. Castro: visión de España y de Cervantes

mensión, él mismo se decía haber sido el primero en novelar


en lengua castellana, si bien lo decía refiriéndose a las Ejem¬
plares. Dickens, Stendhal, Dostoievski y el mismo Galdós
han de ser visualizados a la luz del nuevo arte del Quijote,
fragua y taller de existencialidad.
Cervantes utiliza, sí, la tradición literaria, los libros de
caballerías, el Romancero, la novela pastoril, pero como mero
potencial. Toda esta materia literaria estará subordinada y
condicionada a la estructura funcional del Quijote, un inter¬
no polemizar entre el uno y los todos, entre el hombre apar¬
tado y afirmado en sí mismo y una sociedad fundada sobre
la opinión y confuso juicio del vulgo. A ellos se refiere Cas¬
tro cuando escribe: «Los libros de caballerías y los Roman¬
ces hicieron posible el Quijote; pero la visión innovadora-
mente crítica que Cervantes proyectó sobre aquéllos nada
les debe»5“. De ahí su insistencia: «El Quijote no es redu-
cible a ningún común denominador artístico» 5*, no es reflejo
ni proyección de ninguna forma literaria previa; es la expre¬
sión única de una nueva y artística visión de la vida, la de
Cervantes, situada en las peculiarísimas circunstancias de la
vida española hacia 1600. «Es, por tanto, baldío —concluye
nuestro cervantista—, buscar para el Quijote modelos clási¬
cos o renacentistas, de esto o de aquello. Puede haber de
todo, aunque todo de otro modo.» (Op. cit., pág. 330.)
Una aclaración antes de seguir adelante: la novela de
«nuevo estilo» que inicia el Quijote fue posible no por el
número de gigantes derribados, sino por el consciente afán
de dar con ellos en tierra, tuviera o no tuviera éxito, afirma
don Américo. De haberse liado el Hidalgo manchego en el
menester de derribar «gigantes», el Quijote se habría conver¬

so A. Castro, Los españoles, pág. 199.


SI A. Castro, Hacia Cervantes, pág. 332.
Cervantes y la realidad histórica de España 265
tido en una fría crítica social a lo Guzwán de Alfarache, lo
cual no quería Cervantes. Su «nuevo estilo» no paró ahí, en
desvelar injusticias (esto aparecería en otras obras menores,
como La ilustre fregona), sino en hacer ver artísticamente,
con un tono existencial, cómo era vivida la injusticia huma¬
na. En Mateo Alemán, autor y figuras literarias son víctimas
de las circunstancias, del «mundo inmundo»; Cervantes, por
el contrario, las convierte genialmente en ingrediente de su
arte nuevo y para las figuras creadas. Así, sin esclavizar su
propósito literario, le es posible enfrentar a un personaje
quijotizado con un mundo que no lo está.
Esta oposición al gigantismo de la literatura mayoritaria
reviste aspectos más concretos. A aquella sociedad y a sus
valores literarios y extraliterarios venían oponiéndose otros
escritores conversos desde fines del siglo xv. Los Romances,
tan unlversalizados, son grotescamente tratados en aquella
«Misa de amor» de La Celestina. Cervantes, por su parte,
lo hará en el episodio de la Cueva de Montesinos. Pero sus
ataques más certeros irán contra la concepción de la Come¬
dia nacional y los valores en ella ensalzados. Recluido en
su mundo marginal, Cervantes rechaza las estimaciones en¬
tonces en vigor. Su primera discrepancia es sobre el concep¬
to de honra-opinión, tan popularizado en las comedias al
uso. A la nobleza hereditaria opone la nobleza de las obras
y de la virtud. Ante las infidelidades matrimoniales, no juzga
lícito ni cristiano matar a la esposa infiel, como en los dra¬
mas calderonianos. A la visión del ignorante labriego como
depositario de la limpieza de sangre, responde sarcástica y
burlescamente por boca de Sancho, orgullosote de tener «cua¬
tro dedos de enjundia de cristiano viejo». Contra la obse¬
sión de los linajes, presenta Cervantes al protagonista de
su obra cumbre con una ascendencia irrisoria: «Pedro Bar¬
ba y Gutierre Quijada, de cuya alcurnia yo desciendo por
266 A. Castro: visión de España y de Cervantes

línea recta de varón» (I, 49). La España imperial, poetizada


lírica y dramáticamente por Lope, es contemplada por Cer¬
vantes desde la periferia, desde los arrabales, donde todo se
hace cuestionable.
Especial interés ofrece la oposición cervantina a la obse¬
sión casticista por la honra y limpieza de sangre. Su clara
posición al lado de la causa minoritaria de los cristianos
nuevos le servirá a Castro de valioso indicio para descubrir
el origen converso de Cervantes.
El odio antijudaico del pueblo español cristiano viejo fue
expresado en una institución, paradójicamente de herencia
hebrea; «la limpieza de sangre, columna vertebral del alma
española desde el siglo xvi»52, según palabras de Castro.
Cervantes opondrá otros valores: «la sangre se hereda, y la
virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la san¬
gre no vale» (II, 42). Don Américo comienza por presuponer
el origen judío de Cervantes (origen algo lejano) como punto
de partida en la exégesis de su pensamiento. Y ante los pre¬
vistos ataques del antisemitismo retrospectivo, añrma rotun¬
damente que Cervantes era de veras cristiano, y que tan
españoles eran los cristianos nuevos como los viejos. Pero,
por exigencias de método, escribe:
Desde el punto de vista literario, hace falta tener presente
su condición de cristiano nuevo (su casta) para comprender el
arte y estilo de Cervantes. E igual acontece con Luis de León,
Bartolomé de las Casas, Mateo Alemán y con otros. En todas
sus obras se nota la tensión entre el ánimo aislado de quien
escribe y la resistencia ofrecida por la sociedad de los más;
entre quien se siente superior y esclarecido y el vulgo opri-
mente y amorfo. {Op. cit., pág. 85.)

En El Licenciado Vidriera, el conflicto de castas es tra¬


tado humorísticamente en aquella preeminencia de don Do-

52 A. Castro, Cervantes y los casticismos, pág. 84.


Cervantes y la realidad histórica de España 267

mingo sobre don Sábado. En Los baños de Argel, un sacris¬


tán llena de injurias a un judío que se resiste a llevarle un
barril de agua en sábado. Dicho sacristán roba más tarde
la comida y hasta un niño de pecho al judío. En La gran sul¬
tana, un cristiano echa en la comida de los judíos un buen
trozo de pemil para hacerla incomible. Las maldiciones
abundan por ambas partes. Ante estos y otros muchos casos
parecidos, Castro concluye:

En 1925, en El pensamiento de Cervantes, pág. 306, afirmé


que Cervantes era «antisemita»; hoy diría, en lugar de eso, que
Cervantes expresó literariamente el punto de vista de los cris¬
tianos y también el de los judíos. En un drama o novela anti¬
semita de nuestro tiempo no se concedería la palabra a los
judíos perseguidos para que manifestaran lo sentido respecto
de sus perseguidores. (Ibid., pág. 87.)

A veces Cervantes ofrece los dos aspectos del conflicto,


como admite Castro; pero el fiel estimativo de su balanza
toma siempre una posición más o menos declarada: unas
veces a favor del cristiano, otras a favor del judío. No ocurre
así en la literatura de la casta mayoritaria, donde jamás sus
héroes son de sangre no limpia. Por el contrario, el cristiano
nuevo (o el no cristiano) aparece frecuentemente como un
ser degradado, incitado a cometer vilezas por su mala cas¬
ta 5^. Habría que interpretar la actitud de Cervantes a la luz
de su concepto religioso, sin llegar a ver en él una preferen¬
cia por una indiferencia confesional, como parecen sugerir
estas palabras de Castro: «quién sabe si en el interior de su
alma no pensaría que sería justo y muy cristiano dejar a
cada uno su fe». (Op. cit., pág. 91.) Lo que Cervantes no
aprueba, tanto en cristianos como en judíos (y esto se per-

53 Ver Quien mal anda, en mal acaba, donde AJarcón presenta a


Una adúltera de raza judía y a una prostituta de casta morisca.
268 A. Castro: visión de España y de Cervantes

cibe a través de su obra toda), es el fanatismo religioso,


cualquiera que sea, y el énfasis en ritos y prácticas exterio¬
res, ya se trate de respeto ridículo al Sábado o al Domingo,
de procesiones, rogativas y rosarios sin cuento, como de
asco y repugnancia al en j un dioso tocino. Quizá la razón de
esta espiritualidad interna (que Castro interpreta «castiza¬
mente») hubiera que buscarla en el erasmismo recibido a
través de lecturas directas y de las primeras lecciones reci¬
bidas de su maestro erasmista López de Hoyos
Jamás don Quijote se identifica con la casta de cristianos
viejos, aunque hable de ello con Sancho. No odia por moti¬
vos religiosos y, como hemos anticipado, basa la honra no

54 Don Américo vuelve a este erasmismo en Cervantes y los cas¬


ticismos. En la coincidencia entre Cervantes y Santa Teresa en pre¬
ferir el servicio de Dios al de los señores terrenales, que «espulgan
el linaje», ve Castro una influencia directa o indirecta de la «regla
tercera» del Enquiridion de Erasmo. (Op. cit., pág. 109.) Y en la pági¬
na siguiente escribe: «Como hecho, como contribución a la historia
de las ideas religiosas, el erasmismo o el cristianismo de Cervantes
no me interesan hoy. Vuelvo a este tema por estar persuadido de que
el Quijote fue, frente a la literatura de su tiempo, expresión de un
retraimiento, de una interiorización espiritual (muy propia de conver¬
sos). Cervantes no era hereje, racionalista ni enemigo de la Iglesia,
en cuyos dogmas creía... Ocasionalmente, y sin responder a ningún
sistema, ironiza prácticas y exterioridades religiosas muy del gusto po¬
pular. Se aleja en el Quijote de las ciudades, se sitúa en las afueras
de la sociedad.» {Ibid., págs. 110-11.) Y concluye: «En el Quijote se
secularizó, se dinamizó y se estructuró artísticamente lo que antes
y en torno a él había sido experiencia espiritual y mística, contem¬
plación tensa, anhelante y estática.» (Ibid.) En «Cómo veo ahora el
Quijote» roza nuevamente el tema erasmiano. La obra de Fray Felipe
de Meneses, Luz del alma (1554), que está dentro de la corriente eras-
mista, y que don Quijote ensalza como digna de ser impresa, ha deja¬
do huellas en Cervantes. (Op. cit., pág. 56.) Y páginas más adelante
leemos categóricamente: «Erasmo se esforzó doctrinalmente en remo¬
ver cuanto —según él— velaba el fondo espiritual del cristianismo,
y en ese sentido Juan López de Hoyos y su discípulo Cervantes fue¬
ron erasmistas.» (Ibid., pág. 87.)
Cervantes y la realidad histórica de España 269

en la sangre que se hereda, sino en la virtud que se aquista.


Su religiosidad es más espiritual que la de Sancho, e incli¬
nada hacia el aspecto conducta. Se observa en él una ten¬
dencia a huir de las ciudades, albergue de la masa y de los
«gigantismos», y gozar de la soledad de los campos, donde
la libertad del propio yo pueda explayarse. Este «hijo de
nadie» (no olvidemos su ridicula genealogía y su impreciso
lugar de nacimiento, «de cuyo nombre no quiero acordar¬
me») aparece, pues, frente a Sancho, como cristiano nuevo,
«hijo de sus obras»
A la luz de la conclusión anterior cobran sentido para
Castro detalles de otro modo inexplicables. A la imprecisión
de la morada se opone una detallada descripción de sus
armas de caballero, de su caballo, de las personas que lo
sirven y atienden, de su edad, de su aspecto físico, y hasta
de sus comidas: nuestro caballero de triste figura cenaba
«lentejas los viernes», «duelos y quebrantos» los sábados.
«Duelos y quebrantos» eran huevos con torreznos en tiempos
de don Quijote Si a esta expresión juntamos otra contem¬
poránea, pero declaradamente opuesta: «Güevos y torreznos,
la merced de Dios» (Covarrubias, Tesoro), y las proyectamos
a la luz de una España dividida en castas, llegamos a esta
conclusión: comer huevos con torreznos era motivo de «due¬
los y quebrantos» para los cristianos nuevos (y más si era
en sábado), mientras que era «merced de Dios» para los
cristianos viejos. El tema del «torrezno» aparece especial¬
mente unido a Sancho. Su apetito se excita enormemente al

ss Esto que Castro interpreta a la luz casticista de «converso»


pudiera verse como una parodia del Tirante.
56 Una cuestión estimativa hace que aquellos huevos con tocino
frito, en la España casticista de entonces, nada tuvieran que ver con
los «duelos y quebrantos» que ofrecen en sus menús algunos restau¬
rantes —que nada tienen de ventas— de la España turística de hoy
para atraer visitantes, sean o no cervantistas.
270 A. Castro: visión de España y de Cervantes

percibir de lejos tufos de torreznos asados al acercarse a las


bodas de Camacho. Sanchica prepara un suculento plato al
Paje de los Duques, consistente en un soberbio torrezno
empedrado con huevos. Pero la más significativa unión de
tocino con cristiandad vieja nos la dan las credenciales de
Sancho: «cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo por los
cuatro costados».
Son tantas las alusiones de Cervantes y de otros escrito¬
res de la época al jamón y al tocino, que Castro habla del
tema de la «tocinofilia» y de la «tocinofobia», y opone una
literatura «tocinófila» a otra «tocinófoba». Citando a Albert
A. Sicroff, menciona el caso clásico de Arias Montano, ya
aludido anteriormente. Según don Américo, dicho cristiano
nuevo «comía jamón cuando era huésped de alguien, o cuan¬
do tenía huéspedes, a fin de que su limpieza de sangre no
fuese puesta en duda»^. Si de la vida real pasamos a la de
ficción —puro reflejo de la real—, el Dómine Cabra, en El
Buscón, también ponía un trocito de tocino rancio en la olla
de los garbanzos «por no sé qué que le dijeron rm día de
hidalguía». Para Lope, «tocino fiambre» era nombre hidalgo.
Y en medio de la pelea literaria entre Quevedo y Góngora
(cristiano nuevo este último, según Castro) encontramos
esta burla quevedesca:

Yo te untaré mis versos con tocino


porque no me los muerdas, Gongorilla.

De todo lo cual concluye don Américo:

El blando y untuoso tocino llegó a convertirse en una ines-


capable muralla que separaba a los españoles del 1600. Entre
la obra de Cervantes y la de Lope de Vega se interponía... im
abismo insalvable de grasa porcuna 58.

57 A. Castro, De la edad conflictiva, pág. 65.


58 A. Castro, Hacia Cervantes, pág. 23.
Cervantes y la realidad histórica de España 271

Como detalle final, los nombres despectivos de «cerdo»


y «marrano» tenían ima fuerte connotación casticista.
El Quijote sigue ofreciendo al análisis de Castro mayor
número de elementos, que le llevarán a concluir la cristian¬
dad nueva de Cervantes y de su héroe literario. Varios son
los casos en que don Quijote se enfrenta con la justicia del
rey y con las insignias de la autoridad real, un delito de lesa
majestad (en el episodio de los Galeotes y en el de los leo¬
nes). No siente el menor respeto por la vida monástica (los
frailes benitos). Ironiza y alude sarcásticamente a los rezos
rutinarios y cuantitativos; disuelve procesiones y rogativas,
menosprecia imágenes veneradas por el pueblo, sonríe iró¬
nicamente de la «caridad» de San Martín; el santo de su
devoción es San Pablo, primer gran «converso», represen¬
tante de una espiritualidad interna y universal, grata a cris¬
tianos nuevos y erasmistas. Teólogos y «tologías» no ofrecen
el menor interés para Cervantes y para don Quijote; y los
sacerdotes que aparecen en el curso de sus aventuras están
lejos de ejercer la cura de almas; tan sólo dos de ellos (Pero
Pérez y el Canónigo) son bien considerados por nuestro ca¬
ballero andante, por su cultura profana y sentido crítico 5^.
Señores acomodados, pero parasitarios, con un sonoro «don»
al frente (don Diego Miranda), representantes de la casta
mayoritaria, son tratados por Cervantes despectivamente
como símbolos de una exterioridad acomodaticia, compla¬
cidos en un vivir estancado social y culturalmente, y en opo¬
sición a todo esfuerzo y curiosidad intelectual. Cervantes

59 En su estudio final «Cómo veo ahora el Quijote», Castro opta


por una posición generalizadora en este tema. Refiriéndose al Ecle¬
siástico del palacio del Duque (II, 31), critica ásperamente la clerecía
en general: «Eclesiásticos y grandes señores ejemplificaban la opri-
mente prepotencia, tanto en la Segunda como en la Primera parte.»
{Op. cit., pág. 83.) Cervantes era partidario de un cristianismo evan¬
gélico y paulino y sin jerarquías.
272 A. Castro: visión de España y de Cervantes

hizo blanco de sus mayores sarcasmos la vida de aquel caba¬


llero, por ser símbolo del quietismo espiritual e intelectual
en que yacía España.
Fuera del Quijote, Cervantes mantiene las mismas acti¬
tudes y convicciones. Conocidísimos son dos de sus entre¬
meses (Los alcaldes de Daganzo, El retablo de las maravi¬
llas) por el humor, ironía y sarcasmo con que se ridiculiza
el problema de la limpieza de sangre y los extremismos a
que lleva. La tesis cervantina es la misma en ambos. Para
ser alcalde de pueblo no es suficiente ni una cristiandad
vieja, ni un analfabetismo, ni rezar rutinariamente las cua¬
tro oraciones básicas, ni tampoco ser buen catador de vinos.
El discreto razonar y un sentido de íntegra justicia humana
harán que Rana sea el candidato elegido, el único que, por
otra parte, no ha alardeado de cristiano viejo. El mismo pro¬
blema, aunque atacado más directamente y con sarcasmo,
encontramos en El retablo, con un detalle nuevo, una alusión
al tocino casticista. El alcalde Benito Repollo posee las mis¬
mas credenciales que Sancho: «Cuatro dedos de enjundia
de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados
de mi linaje.» Por sobradamente conocidos, no entramos a
detallar la serie de embustes y situaciones divertidísimas
a que da lugar aquella patraña de que las maravillas del
retablo de Tontonelo (de nuevo la ironía de los nombres
cervantinos) no podrán ser vistas ni por cristianos nuevos
ni por hijos ilegítimos. El simbolismo encerrado en tamaña
farsa es el mejor muestrario de las falsas valoraciones socia¬
les. Y, como en su novela cumbre, también aquí crea Cer¬
vantes otro personaje quijotesco, el Furrier, un Quijote suo
modo, «a lo entremés», igualmente valiente y decidido, quien
a cintarazos disuelve la farsa idiota y la ridicula creencia
en una cristiandad vieja y ranciosa.
Cervantes y la realidad histórica de España 273
Con esta rica acumulación de temas casticistas de la obra
de Cervantes, Castro cree tener suficiente evidencia para
reafirmar lo que en principio había sido mero presupuesto:
la pertenencia, tanto de Cervantes como de don Quijote, a
la minoría marginal de la cristiandad nueva. Más tarde aña¬
dirá nuevos datos biográficos, exteriores a la obra literaria,
que lo confirmen.

3) Motivación del «Quijote». — Uno de los apartados de


Cervantes y los casticismos lleva por título «El Quijote sur¬
gió como reacción contra el Guzmán de Alfarache». Esto da
motivo a una nota de gran extensión, en la cual Castro cita
varias frases de Casalduero, con las cuales parece coincidir,
y que le han de servir de apoyo para sus tesis:
Cervantes no se ocupa directa o indirectamente de Alemán...
El alejamiento de Alemán me parece que se debe a la distinta
concepción del mundo de ambos novelistas... En la creación
novelesca de Cervantes no estaba solo. Mateo Alemán le prece¬
de. Ambos coinciden en considerar insuficente la forma rena¬
centista y en necesitar una más compleja. El creador de la
picaresca (Mateo Alemán) quiere abrazar el mundo en su tota¬
lidad: la sociedad y el hombre. Y lo hace manteniéndose dentro
de la tradición cristiana medieval... Quizá nadie leyó al Guzmán
con más atención que Cervantes, el cual «se separó» por com¬
pleto del mundo picaresco, que juzgaba tan unilateral como
el renacentista

La cita de Casalduero es más extensa aún, pero estas


ideas entresacadas van a ser el fondo esquemático de las
páginas siguientes

60 Citado por A. Castro, en Cervantes y los casticismos (nota 32),


página 66.
61 Algo que no agradará más tarde a Castro, en 1971, será esa frase
de Casalduero, según la cual Alemán abarca el mundo «dentro de la
AMÉRICO CASTRO. — 18
274 A. Castro: visión de España y de Cervantes
«Ignoro, escribe Castro, cuáles fueron los contactos entre
ambos (Cervantes y Alemán), sobre todo, qué conociera el
uno acerca de lo que el otro había escrito» Pero esto no
le impide afirmar la existencia de una relación entre el Qui¬
jote y el Guzmán, a través de su radical oposición, «de la
cual Cervantes se daba cuenta». El resto de sus páginas va
a consistir en subrayar esas oposiciones y contrastes entre
ambas obras.
El primer contraste que se observa es un dinamismo di¬
versificado y creante en el Quijote, frente a un quietismo
compacto e inerte en el Guzmán. Las figuras cervantinas se
despegan del texto, tienen vida y expresión, parecen perso¬
nas de carne y hueso, y su vivir posee la variedad y artística
diversidad de la vida real, personalidades muy suyas e irre¬
ductibles, que se van haciendo en un proceso vital. «Nada
de esto era posible en Mateo Alemán, para quien nada ni
nadie poseía un horizonte suyo. En un acceso de satanismo
negó esta posibilidad incluso a Dios Creador, al cual sitúa
inerte e impotente ante el 'mundo inmundo’, des-creación
suya.» {Qp. cit., pág. 74.) Visión siniestra, infernal, discorde
y pesimista la de Guzmán de Alfarache, «sin la cual —casi
estoy por afirmarlo— no tendríamos el Quijotey> (ibid.), con¬
cluye Castro indecisamente y con una modestia inusitada.
En Hacia Cervantes se muestra más seguro y rotundo.
Según él, Cervantes sí leyó el Guzmán antes de ser publi-

tradición cristiana medieval, como todos los autores del Barroco en


España». La historia no se ha de visualizar con abstracciones; y en
cuanto a Mateo Alemán, asegura que «era el más anticristiano entre
los contemporáneos de Cervantes, el cual lo tuvo muy presente al
ofrecernos una visión del mundo diametralmente opuesta a la del
Guzmán de Alfarache». («Cómo veo ahora el Quijote» [nota 30], pá¬
ginas 43-44.)
A. Castro, Cervantes y los casticismos, pág. 70.
Cervantes y la realidad histórica de España 275
cada su primera parte en 1599, al igual que Lope de Vega
sabía del Quijote antes de salir a luz en 1605. Y ante el
panorama deprimente del mundo inmundo de Alemán, «Cer¬
vantes decidió no permanecer silente e inerte ante una mo¬
numental desolación» 63. y, ya que Alemán no parecía opo¬
nerse a los juicios preferentes de la mayoría, Cervantes tomó
nuevos rumbos alejados de la picaresca y estructurados
artísticamente por su cervantina posición ante el mundo
conflictivo. Su arte nuevo había de ser tan genial que evitaría
los mitos de Lope sin dar en la desesperación nihilista de
Guzmán, ni en la grotesca visión caricaturesca de Quevedo.
En «Cómo veo ahora el Quijote» insiste sobre los mismos
puntos respecto al Guzmán, es decir, sobre su visión nega¬
tiva del mundo, que igualmente aparece en otro libro suyo,
San Antonio de Padua (1604). Una idea en que hace hincapié
es sobre la obsesión de tener o no tener honra, que, según
Castro, rezuma por todo el Guzmán de Alfarache. La posición
de Alemán es, como la de Cervantes y don Quijote, de cris¬
tiano nuevo: la honra es hija de la virtud. En su vida de
picaro, Guzmán sufre las angustias de casta. En Génova
quiere hacerse de los godos, pero al descubrirse el linaje
de padre, le aborrecen y escupen llamándole «bellaco, ma¬
rrano». Esta costumbre de falsear el linaje es un tópico fre¬
cuente en sus páginas. El cristiano nuevo es, para Alemán,
culto e inteligente, pero de poco o nada le sirve si no logra
ocultar su mala casta y comprarse un hábito de hidalgo.
Mateo Alemán y Cervantes tienen varias cosas en común.
Ambos solicitaron un pasaje para las Indias, huyendo quizá
de su posición de outsiders a que la sociedad los había rele¬
gado. Si a Cervantes le fue denegada su solicitud dos veces.
Alemán fue más afortunado y pudo sobornar al funcionario

63 A. Castro, Hacia Cervantes, pág. 296.


276 A. Castro: visión de España y de Cervantes

encargado. Ambos eran cristianos nuevos, de remota ascen¬


dencia judaica, lo cual no impedía que fueran buenos cris¬
tianos y excelentes españoles, lo mismo que lo era Fernando
el Católico. Ambos tomaron la pluma para descargar la
angustia y amargura de sus vidas. Y, sin precedentes lite¬
rarios, ambos son creadores de artes y géneros nuevos. Pero
es aquí donde sus cursos se bifurcan. Ni Cervantes hubiera
podido escribir novelas picarescas a lo Guzmán, ni Alemán
crear un Quijote, porque sus concepciones del mundo y del
hombre eran opuestas. El «hijo de nadie» de Guzmán estaba
muy distante del «hijo de sí mismo y de sus obras», de don
Quijote.
Que existen tales oposiciones y contrastes entre estas dos
creaciones que honran nuestras letras salta a la vista, y
Castro tiene el mérito de haberlas analizado siguiendo las
líneas sugeridas por Casalduero. Lo único que creemos de¬
masiado radical y sin bases objetivas es aquel titular de Los
casticismos, «El Quijote surgió como reacción contra el Guz¬
mán de Alfarache». No habiendo en la obra cervantina la
menor alusión directa a dicha oposición, la creación del
Quijote es perfectamente concebible sin el Guzmán, como
simple fruto de la genialidad de Cervantes y de su humana
concepción del mundo y de la vida, aunque nosotros deba¬
mos compararlas como dos manifestaciones simultáneas de
la historia de la novela con dirección divergente.
A la conclusión, anteriormente repetida, de que «el Qui¬
jote surgió contra una sociedad y una literatura» {Hacia
Cervantes, pág. 276), y más concretamente, como reacción
contra el Guzmán de Alfarache, une finalmente Castro otra
conclusión, que constituye su último hallazgo y contribución
a sus estudios cervantinos. Las reiteradas protestas del «Pró¬
logo» al Quijote, de que «todo él es una invectiva contra los
libros de caballerías», son un típico guiño literario de Cer-
Cervantes y la realidad histórica de España 111

vantes, y hay que entenderlas a través de ese prisma inten¬


cional cervantino. «Libros de caballerías» son, sí, los men¬
cionados (quemados o preservados) en el Quijote, pero son
también los plomos y pergaminos hallados entre los escom¬
bros de la torre Turpiana en el Sacromonte granadino, lla¬
mados «libros de caballerías» por Cervantes al final de la
primera parte del Quijote (I, 52).
Lo histórico del caso ya había sido expuesto en La reali¬
dad histórica, 1962 (págs. 200 y sigs.). Se trata de un intento
de ciertos moriscos granadinos, a fines del siglo xvi, de reco¬
brar con ardides teológicos algunas de las posiciones socia¬
les perdidas en aquella España de castas*^. El derrumba¬
miento de la torre Turpiana dio ocasión a dos moriscos,
Alonso del Castillo y Miguel de Llana, para enterrar bajo los
escombros unos pseudoevangelios escritos en pergaminos
y placas de plomo. Al realizarse las excavaciones entre 1595
y 1597, fueron apareciendo esos textos apostólicos falsifica¬
dos, hecho misterioso que motivó el ser llamada Sacromonte
dicha colina. Estos escritos ofrecían en mal latín y en árabe
una serie de textos evangélicos, en los cuales cristianismo
e Islam se sincretizaban. Como el dogma trinitario era el
centro de discrepancia entre cristianos, moros y judíos, se
forjaron una fórmula confusa o voladamente antitrinitaria:
«No hay otro Dios sino Dios y Jesús, Espíritu de Dios.»
Muchas mentes clarividentes llamaron la atención sobre tal
patraña; pero el hecho tomó relieve histórico al ser apro¬
bada su autenticidad por el arzobispo de Granada, don Pe¬
dro de Castro y Quiñones. La dimensión religiosa tomó pro¬
porciones extraordinarias cuando se unió al prodigio xma
creencia taumatúrgica. En 1603 llevaron al Sacromonte a una

^ Castro utiliza la abundante información ofrecida por J. Godoy


Alcántara, en Historia crítica de los falsos cronicones, 1868, obra que
promete editar en la Edit. Castalia.
278 A. Castro: visión de España y de Cervantes

endemoniada con tan rebeldes demonios que no salían


«aunque le avían dicho mil Evangelios». El arzobispo, to¬
mando el «Libro de la nómina de Santiago» (uno de los ha¬
llados en la caja de plomo), hizo la señal de la cruz sobre
la endemoniada, diciendo en árabe la fórmula antitrinitaria
que ya conocemos, y los demonios aullando salieron de estam¬
pía. La creencia de la autenticidad de los «libros», así confir¬
mada, arraigó en el clero granadino. El caso fue sometido
a Roma, y allá fueron enviados los libros evangélico-arábi-
gos para examen. Inocencio XI se pronunció finalmente en
contra, declarando que se trataba de una ficción, con resa¬
bios de mahometismo, forjada para ruina de la fe católica.
En 1962, Castro utiliza el caso «históricamente» para sub¬
rayar algunos aspectos de la España histórica de entonces:
una voluntad de coexistencia de las castas; la confiada y
fácil receptibilidad del español para cuanto se suponía venir
de lo alto; y la situación en que quedó la Colegiata del Sa-
cromonte después de la declaración de Roma. Porque el Papa
no había condenado las placas escritas en latín bárbaro, en
las que se aseguraba que en dicho lugar habían sido marti¬
rizados varios discípulos del apóstol Santiago, entre ellos
—claro está— San Cecilio, patrón de Granada. Una iglesia
fue levantada por el arzobispo, y en 1741 los canónigos del
Sacromonte publicaron una biografía del arzobispo con el
fin de salvar el carácter sacro del monte y de las reliquias
conservadas en el templo. Así, concluye Castro, a la sombra
de «una trampa montada por algunos moriscos en momen¬
tos de angustia para su casta..., había surgido algo más real:
un templo espléndido, intereses eclesiásticos de gran cuan¬
tía y la fe de toda una ciudad en sus santos patronos»

*5 A. Castro, La realidad histórica, pág. 202.


Cervantes y la realidad histórica de España 279

En 1967, en el ensayo «El Quijote taller de existenciali-


dad». Castro menciona nuevamente el caso del Sacromonte,
pero con fines muy distintos.

Carecería de todo interés remover ahora los escombros del


alminar granadino (llamado por aquellos falsarios la torre Tur-
piana), y discutir si Granada posee reliquias del tiempo de los
Apóstoles, de no haber Cervantes arremetido contra aquellos
desatinos al final del capítulo LII de la primera parte del Qui¬
jote. {Op. cit., pág. 24.)

Porque, según él, Cervantes estuvo en Granada allá a


fines de siglo, y los prodigiosos hallazgos venían apareciendo
desde 1588. Y, como en la historia lo importante no es la
anécdota en sí, sino el modo cómo ésta estuviese «habitada»
y vivida, conviene ahora analizar la reacción de Cervantes
ante tal patraña. La clave está en el capítulo indicado, que
sólo a esta luz se hace inteligible.
Antes de exponer su interpretación, Castro acredita sus
méritos de originalidad: «Que yo sepa, esto no se ha inten¬
tado nunca, y aun cuando así fuera, la vía que vamos a
tomar no creo haya sido antes recorrida.» (Ibid., pág. 22.)
El final de la primera parte del Quijote siempre había veni¬
do dando dolores de cabeza a los cervantistas. Don Quijote
queda tan muerto como vivo: vivo en el propósito de Cer¬
vantes, pero muerto según unos pergaminos en caracteres
góticos hallados en los cimientos derribados de una ermita
que se renovaba. Dichos pergaminos contenían unos versos
castellanos, que narraban muchas de sus hazañas La sar-

66 Este es el texto del Quijote a la luz de la interpretación y


transcripción de don Américo: «Ni de su fin acabamiento [de don
Quijote] pudo [el autor] alcanzar cosa alguna... si la buena suerte
no le deparara un antiguo médico [lo era Alonso del Castillo], que
tenía en su poder una caja de plomo [conservada hoy en la Abadía
del Sacromonte], que, según él dijo, se había hallado en los cimien-
280 A. Castro: visión de España y de Cervantes

cástica alusión de este párrafo cervantino a los textos apó¬


crifos y reliquias falsas de Granada parece obvia, dado el
paralelismo existente entre dicho relato novelesco y los suce¬
sos históricos del momento: cajas de plomo halladas entre
los escombros de torres o ermitas en renovación; dentro,
pergaminos y placas de plomo escritos en árabe, latín y ver¬
sos castellanos; al mismo tiempo reliquias, placas funera¬
rias y epitafios ya de mártires (San Hiscio y San Cirilo con
todos sus discípulos), ya de Don Quijote, Dulcinea, «Rocinan¬
te» y Sancho. A las descripciones en latín de las placas gra¬
nadinas corresponden esos titulares latinos de los académi¬
cos de Argamasilla sobre las sepulturas de los personajes
cervantinos. «Nueva y jamás vista historia» eran tanto el
contenido de los pergaminos del amigo de Cervantes, sobre
don Quijote, como los falsos prodigios del Sacromonte. Si
a todo esto se añade el curioso detalle de llamar «libros de
caballerías» a esa «nueva y jamás vista historia», la alusión
irónica a los hallazgos y creencias del Sacromonte —«libros

tos derribados de una antigua ermita [o sea, la mezquita] que se


renovaba [con la construcción de Granada], En la cual caja se habían
hallado unos pergaminos con letras góticas [muy grandes], pero en
versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas [de don
Quijote] y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso,
de la figura de «Rocinante», de la fidelidad de Sancho Panza y de la
sepultura del mismo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios
de su vida y costumbres. Y los que se pudieron leer y sacar en
limpio fueron los que aquí pone el fidedigno autor de esta nueva y
jamás vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren, en
premio del inmenso trabajo que le costó inquirir y buscar todos los
archivos manchegos para sacarla a luz, sino que le den el mesmo cré¬
dito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías, que tan
validos andan en el mundo; que con esto se tendrá por bien pagado
y satisfecho, y se animará a sacar y buscar otras, si no tan verda¬
deras, a lo menos, de tanta invención y pasatiempo.» («Cómo veo
ahora el Quijote-», págs. 29-30.) Los paréntesis y los subrayados son
del propio Castro.
Cervantes y la realidad histórica de España 281

de caballerías» se confirma y robustece. Así, «contra la


explosión demencial provocada por la fantasía de unos mo¬
riscos, reaccionó la invención cervantina con su nuevo arte
de infundir dimensión literaria en lo que carecía de ella»‘7.
Aquellas reiteradas insistencias del «Prólogo» en persuadir
al lector de que la obra había sido escrita como «una invec¬
tiva contra los libros de caballerías» y nada más, adquieren
nueva dimensión a la luz de la realidad histórica del tiempo.
El espíritu íntegro, selecto, antivulgar de Cervantes reaccio¬
nó irónica, pero literariamente, contra lo que había de fal¬
sedad, de religiosidad exterior, gregaria y sin alma, en tal
«camelo» religioso, «libros de caballerías» del Sacromonte.
Cervantes «manejó», sí, la literatura previa a él, y la realidad
circundante. Y para penetrar en su intencionalidad hay que
tener presentes las circunstancias de espacio y tiempo que
hicieron posible el arte nuevo de su obra. La conclusión
de Castro no se hace esperar: sin el montón de mentiras
de los plomos granadinos y «sin el Guzmán de Alfarache
(1599), Cervantes no hubiera escrito el Quijote-»
Don Américo muestra su descontento, en 1971, de que
nadie haya respondido o hecho alusión (a excepción de una
breve referencia de J. Jiménez Lozano) a este hallazgo inter¬
pretativo suyo, expuesto por primera vez en su ensayo «El
[ Quijote, taller de existencialidad». (JRO, 1967.) Bajo estos pre¬
supuestos de don Américo desaparece el enigma que venían
presentando esos párrafos finales de la primera parte del
Quijote. Sin duda, Cervantes tuvo presente el fresco suceso
I del Sacromonte; lo demuestra el detallado paralelismo que
ofrece su relato y que acabamos de desmenuzar. Pero con¬
cluir de ahí que sin el Guzmán y sin los plomos de Granada

'57 «El Quijote, taller de existencialidad», pág. 27.


68 «Cómo veo ahora el Quijote» (nota 21), pág. 29.
282 A Castro: visión de España y de Cervantes

Cervantes no hubiera escrito su obra cumbre, es algo dema¬


siado extremista y descabellado. Podemos ver, sí, una sar¬
cástica alusión cervantina a la falsedad de tal fenómeno
religioso contemporáneo, pero nada más. Lo que no parece
admisible es que el camuflaje de unos plomos fuera, ni re¬
motamente, la causa y motivación última de la creación del
Quijote.

4) Apéndice biográfico de Cervantes. — El estudio de


la obra de Cervantes a la luz de las circunstancias literarias
e históricas de la España de su tiempo ha llevado a don
Américo a concluir que Cervantes fue un outsider de origen
converso. Aunque en los últimos años Castro se haya dedi¬
cado tan de lleno a seguir esa pista cervantina, no ha sido
él el iniciador de tal idea. Salvador de Madariaga a quien
cita don Américo en La Celestina como contienda literaria
(pág. 25), se ha adelantado a los demás cervantistas. Apa¬
rentemente, desde mucho antes, esa sospecha en tomo al
autor del Quijote bullía en la mente de Castro y de otros
cervantistas. El ser cimjano su padre, los frecuentes cam¬
bios y contradicciones en cuanto al lugar de su nacimiento,
mudanzas de domicilio, los desprecios oflciales que sufrió,
su actitud contra la limpieza de sangre y sus burlas sobre
los cristianos viejos, etc., todo tentaba a colocarlo entre
otros cristianos nuevos de su tiempo: Luis de León, Santa
Teresa, el autor anónimo del Lazarillo, etc. Pero como aún
falta por aparecer un documento oflcial que aflrme textual¬
mente el origen converso de Cervantes, el afán de Castro
se ha cifrado en investigar, acumular datos que iluminen lo
presupuesto y lo expresado en su obra literaria. Los hallaz-

69 Ver Cuadernos (París, 1960), págs. 44-46.


Cervantes y la realidad histórica de España 283

gos de los eruditos Rodríguez Marín y Astrana Marín {Vida


de Cervantes) le van a servir de valiosa ajoida.
En Cervantes y los casticismos (pág. 164), Castro se in¬
cluye entre «algunos presuntuosos técnicos» que habían
sonreído despectivamente ante ciertos hallazgos de Rodrí¬
guez Marín, allá a principios de siglo, por considerarlos en¬
tonces como «ingenuidades positivistas». Don Francisco ha¬
bía hablado de un modelo vivo de don Quijote. Castro se
pone ahora a su lado, y reconoce una correlación entre la
forma inicial del Hidalgo novelesco y algún hidalgo real de
la familia Quijada de Esquivias. Lo que Rodríguez Marín
no había determinado era el motivo y la forma de aquella
correlación. Tal hidalgo Quijada (o Quesada o Quejada) no
fue modelo de don Quijote, sino arcilla moldeable para él.
Esto lo exigía el arte nuevo cervantino, según el cual sus
figuras literarias han de hacerse y desarrollar su yo existen¬
cia! paso a paso.
Lo interesante es que los Quijada de Esquivias estaban
emparentados con la joven esposa de Cervantes, Catalina
Palacios de Salazar y Vozmediano. Los Quijada eran tenidos
por descendientes de confesos judíos, aunque Rodríguez
Marín lo rechaza, en su afán de «desjudaizar» a todo español
ilustre, según Castro, alegando la existencia de ciertos docu¬
mentos de hidalguía.
Como tantos y tantos conversos, también los Quijada se
construyeron un árbol genealógico de ilustres antepasados.
De ahí la socarrona vanagloria de don Quijote al creerse
sucesor de «Los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre
Quijada, de cuya alcurnia yo desciendo por línea recta de
I varón» (I, 49). Esquivias había sido catalogado socarrona-
! mente en Persiles como lugar «por mil causas famoso: una
por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos».
Según las famosas Relaciones topográficas, del tiempo de
284 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Felipe II, Esquivias poseía treinta y siete hijosdalgo; pero


añade Astrana Marín: «no sabrían explicar claramente los
más dellos por qué razón tienen aquellas armas y blaso¬
nes»™. Esquivias, pues, estaba lleno de conversos, como el
Toboso lo estaba de moriscos.
Castro añrma que la endogamia era practicada frecuen-
tísimamente, bien por la protección que supone continuar
entre los propios, bien por un sentimiento de casta aún la¬
tente en la España casticista de entonces. Pues bien, un nie¬
to del converso Fernando de Rojas, Garci Ponce, contrajo
matrimonio con María de Salazar, proveniente de los Sala-
zares de Esquivias. He aquí, pues, el entroncamiento entre
la familia de la mujer de Cervantes y uno de los Rojas de
Puebla de Montalbán. Castro añade, a base de erudición,
que este parentesco fue sugerido tiempo atrás por el canó¬
nigo de Toledo don Narciso Estégana, pero que ha sido re¬
cientemente conñrmado con riqueza de pruebas por el pro¬
fesor Stephen Gilman’h La conclusión de don Américo es
clara: «Siendo seguro el parentesco de la mujer de Cervan¬
tes con los Quijada (ver, además, Astrana, IV, 38), y dado
lo sabido acerca del linaje de aquéllos, es evidente que don
Quijote y su creador tenían que ser ex illis»'^^.
El caso Cervantes (como anteriormente los casos Luis
Vives, Fernando de Rojas, Santa Teresa, Luis de León, etc.)
causará repulsa y enojo; pero ñnalmente se llegará a admi¬
tir cuán ilógico y fuera de razón será seguir atribuyendo el
Quijote a un Cervantes cristiano viejo.
Los pocos e imprecisos detalles biográñcos que poseemos
sobre Cervantes nos presentan a éste como un español mar-

™ Citado en Cervantes y los casticismos, pág. 168.


S. Gilman, The Family of Fernando de Rojas, en Romanische
Forschungen, 1966.
72 Cervantes y los casticismos, pág. 168.
Cervantes y la realidad histórica de España 285

ginal, foráneo y desatendido. Tras su heroísmo militar y sus


cinco años de cautiverio, de nada le sirven sus credenciales
y recomendaciones al llegar definitivamente a la patria. Para
sobrevivir toma el cargo de alcabalero, propio de conversos.
Su padre era cirujano, profesión de judíos primero y de con¬
versos después. La familia mudó frecuentemente de domi¬
cilio. Ya Quevedo había aludido al sentido de este cambio
de lugar y a otras angustias a que habían de someterse los
impuros de sangre:

Para ser caballero o hidalgo, aunque seas judío o moro, haz


mala letra, habla despacio y recio, anda a caballo, debe mucho
y vete donde no te conozcan, y lo serás.

(Libro de todas las cosas, BAAEE, XXIII, 481)73.

Cervantes mismo se vio forzado a ocultar dos veces su


verdadero lugar de procedencia (Alcalá de Henares), y de¬
claró ser original de Córdoba, para ayudar a su amigo Tomás
Gutiérrez en confiicto con la Inquisición. Y si miramos a
sus abuelos y bisabuelos, los encontramos igualmente ejer¬
ciendo cargos y oficios conectados con su condición de cris¬
tianos nuevos.
A la luz de todo lo precedente, la pertenencia de don
Quijote y de Cervantes a la casta minoritaria de cristianos
nuevos es, para Castro, no sólo clara y evidente, sino alec¬
cionadora y motivo de orgullo nacional, ya que gracias a su
condición marginal posee España una obra literaria de di¬
mensión universal.
Esta conclusión que hace de Cervantes cristiano nuevo
nos crea serias dudas acerca de la validez crítica de los mé¬
todos usados por el Castro último. Ese entrever guiños esti¬
lísticos del autor, irónicas intenciones, dobles fondos, leyen-

73 Citado en De la edad conflictiva, pág. 217.


286 A. Castro: visión de España y de Cervantes

do entre líneas, elaborando hipótesis sobre indicios insig¬


nificantes y llegando a conclusiones tan rotundas, peca de
reemplazar el rigor de la historia por la lucubración y el
esoterismo que él había atacado tan reciamente en su pri¬
mera época, y que Sánchez Albornoz le ha echado en cara
tantas veces. Et pensamiento se enfrentaba con las puerili¬
dades de la crítica esotérica, llena de anagramas, con la
simple conjetura y con esas «travesuras de chico sin maes¬
tro», como él dice en la «Introducción», que hablaban de
un Quijote anticlerical, evangélico o anagramático («cristia¬
no nuevo», añadirá Castro al final). La historia, aunque ha
de superar el positivismo de los hechos, no puede prescin¬
dir de ellos y en ellos ha de apoyarse, y no en simples supo¬
siciones, para evitar el llegar a peregrinas conclusiones.
En historia, como en sana crítica literaria, hay que pres¬
cindir de muchas cosas, que en fin de cuentas se resuelven
en dos: corazonadas y «odiamientos», por usar los mismos
términos de Castro. Y la interpretación de la cultura espa¬
ñola parece estar sufriendo el handicap de dos posiciones
extremas y antagonistas: los «desjudaizantes» de todo espa¬
ñol ilustre y los «judaizantes» en franca oposición. Pero
tanto el ver judíos por todas las cumbres de la cultura his¬
pana como el cerrar los ojos por no querer ver ninguno,
son actitudes «casticistas» y fanáticas.
Si analizamos los argumentos de don Américo en el caso
Cervantes, su debilidad salta a la vista. Que su padre y algu¬
no de sus abuelos y antepasados fuesen cirujanos nada
prueba, ya que no todos, ni aun la mayoría, eran conversos.
Lo mismo habría que decir del oficio de alcabalero, que
Cervantes ejerció forzado por las circunstancias, porque no
encontró algo mejor. Es más, Cervantes fue un gran soldado
(lo mismo que su hermano Rodrigo), y de ello se glorió toda
su vida. Las causas de dejar la vida militar son sobrada-
Cervantes y la realidad histórica de España 287
mente conocidas. Pero, de acuerdo con la visión de Castro,
la vida militar era ideal casi exclusivo de la clase combativa
y caballeresca de los cristianos viejos. El que Cervantes
mintiese sobre el lugar de nacimiento para ayudar a su ami¬
go en apuros tan sólo pudiera decirnos que fue un menti¬
roso caritativo, pero de ningún modo descendiente de con¬
versos. La cristiandad nueva de los Quijadas de Esquivias
será algo problemática, e igualmente lo es su parentesco
con la mujer de Cervantes. Sus reiteradas alusiones al jamón
y al tocino, «duelos y quebrantos», no son en absoluto con¬
cluyentes. Covarrubias las interpreta como plato de ocasión
o emergencia, cuando no había otra cosa y había que salir
del paso. Y ¿quién forzaba al Hidalgo a comer dichos man¬
jares cada sábado si ello le causaba «duelos y quebrantos»
por su origen judío? El que Cervantes sostenga que el honor
reside en la virtud y no en la sangre, tampoco prueba nada.
Calderón, otros dramaturgos y la ascética cristiana creían
lo mismo. La respuesta a los amores mixtos del cautivo y
de un don Quijote enamorado de la morisca Dulcinea se
puede encontrar en el Romancero (literatura mayoritaria,
según don Américo), donde tantos idilios hispanomoriscos
hay sin prejuicios casticistas.
Interprétese como se quiera, Cervantes aparece como or¬
todoxo católico. Y si se llegase a probar su origen converso
(como en los casos de Luis Vives, Luis de León, Santa Tere¬
sa y otros), no se demostraría que la cultura española era
sinónimo de judaismo (como sugiere la actitud de Castro,
que Eugenio Asensio le reprocha), sino todo lo contrario.
La cultura española, por muy «peculiar» que aparezca, no se
puede reducir a interpretaciones simplistas de «judíos» y
«cristianos», sino a una conjunción de elementos varios,
orientales y occidentales, cristianos, hebreos y musulmanes,
integrados todos en la Europa de su tiempo.
288 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Si la genialidad cervantina creó la novela que Europa


adoptó como el género moderno por excelencia, fue debido
no a una reacción casticista, sino al arte único de Cervan¬
tes, que supo tocar esa fibra española, en esencial conviven¬
cia y familiaridad cultural con el alma europea, mediante
la vecindad y simbiosis de España con Europa.
CONCLUSIÓN

La historia y la historiología españolas han cambiado


radicalmente a partir de 1948, se esté o no se esté de acuer¬
do con las tesis historiográñcas de Américo Castro. La
polémica originada por su obra ha sido claramente favo¬
rable a la cultura hispana, suscitando primero una serie de
interrogantes, y después incitando hacia una cientíñca inves¬
tigación de lo que bona fide se poseía. Aquella historia na¬
cional que se había aprendido, como la tabla de multiplicar,
canturreando la españolidad de Séneca, Trajano y la Dama
de Elche, es sometida por primera vez al rigor del análisis.
Y una doble pregunta viene a la mente de los historiadores:
¿Qué es lo español? y ¿Cuándo comenzó España?
La obra de Castro ha pretendido dar una respuesta autén¬
tica a dichas incógnitas. Para ello ha partido de una concep¬
ción más humanizada y existencial de la historia, ya que
«la historia de un pueblo no puede construirse según patro¬
nes universales y abstractos» ^
Sus hallazgos felices prueban el valor de los métodos
históricos. Y su visión general de la historia hispánica incor¬
pora a España a la ciencia de la historiografía moderna.

1 A. Castro, La realidad histórica (1954), pág. 598.

AMÉRICO CASTRO. — 19
290 A Castro: visión de España y de Cervantes

Pero el genio teórico y metódica de don Américo se de-


valúa considerablemente con el extremismo de sus conclu¬
siones categóricas: la coordinada de cristianos, moros y ju¬
díos no explica cumplidamente la peculiar morada vital de
España, que, así delimitada, resulta raquítica y simplista.
No todas las características de lo hispánico brotan de la
convivencia de tres razas. Y, si bien es verdad que jamás don
Américo llega a sostenerlo abiertamente, ya que constante¬
mente habla de «visión global e integrante» de nuestra his¬
toria 2, su enorme y exagerado énfasis en los conflictos cas¬
ticistas hace que prácticamente sean olvidadas otras muchas
razones históricas. Por otra parte, y aun admitiendo la tesis
diltheiana de integración de historia y literatura, la visión
total del pasado de los pueblos ha de apoyarse no sólo en
la literatura, sino en todas las manifestaciones de la cultura,
según Laín Entralgo en España como problema (pág. 706).
Su visión de Cervantes posee los valores y desvalores de
su visión histórica. Entre El pensamiento, de 1925, y «Cómo
veo ahora el Quijote», de 1971, dos visiones, dos interpre¬
taciones de Cervantes. De un Cervantes renacentista y eras-
mista a otro casticista y cristiano nuevo. Sin embargo, leído
atentamente su último escrito sobre Cervantes («Cómo veo
ahora el Quijote»), observamos un cambio de intensidad en
ciertas ideas anteriores, sin que ello signifique abandono
expreso de supuestos previos. La coordinada cristianos, mo¬
ros y judíos es tímidamente mencionada, ha perdido relieve.

2 He aquí algunas alusiones de don Américo: «Para este proyecto


—o torso— de biografía de España nos han servido aquellos fenóme¬
nos en que la forma de vida parecía expresarse más directamente: el
lenguaje, la literatura, las confesiones íntimas, y cuanto se nos daba
como una estructura del fluir vital de la persona.» (A. Castro, España
en su historia., págs. 634-5.) Y espera encontrar «la verdadera, la gran
historia hispánica... en las novelas, los dramas, las esculturas, las
comedias y los poemas». (Ibid., pág. 619.)
Conclusión 291

Se vuelve a acentuar, aunque débilmente, el erasmismo de


Cervantes; pero ahora no en el terreno de las puras ideas,
sino como un sentido íntimo de la libertad.
Este sentido de la libertad lleva a Cervantes a una crítica
personal de todos los valores falsos e ideas recibidas de su
tiempo. Paralela a esta crítica surge una idea de novela
opuesta a la picaresca; mientras la picaresca nos presenta
un personaje pasivo y conformista, el Quijote sería la reali¬
zación artística de una criatura que busca realizarse como
ser único, «hijo de sus obras», insertándose en el mundo
que le rodea con su mensaje original y recibiendo los palos
de quienes vivían de los tópicos.
Esta visión existencial es perfectamente correcta. El sen¬
tido íntimo de la libertad hace de Cervantes un ser margi¬
nal en su tiempo y sociedad; pero ese carácter marginal no
viene de su condición de cristiano nuevo (aunque Castro no
lo niega expresamente), sino de su propia genialidad. Aquí
don Américo parecía iniciar un despliegue de sus tesis ex¬
tremas sobre cristianos viejos y nuevos hacia una visión
existencial de la historia y de la literatura, perfectamente
legítima y aceptable. Don Américo parece volver a las anti¬
guas líneas de Unamuno, en que don Quijote es el caballero
de la entrega y de la fe en un mundo de venteros, bachille¬
res, hidalgos, canónigos y duques, gentes cómodas del statu
quo, que no se arriesgan en ningún proyecto personal.
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SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA DE AMÉRICO
CASTRO

Las obras aqxií recogidas corresponden a las directamente citadas


en el texto, o utilizadas como información y referencia. Una biblio¬
grafía más completa de los escritos de Américo Castro, hasta 1956, se
encuentra en Semblanzas y estudios españoles (págs. XXVII-LIII).

El buscón, de Francisco de Quevedo, Madrid, Clásicos Castellanos,


1911; edición, con introducción y notas, basada en la de Zaragoza,
1926; la segunda edición de 1927, basada en un nuevo manuscrito,
anula la de 1911.
Contribución al estudio del dialecto leonés de Zamora, Madrid, imp.
de Bernardo Rodríguez, 1913.
La Dorotea. Acción en prosa, de Lope Félix de Vega Carpió, Madrid,
Biblioteca Renacimiento, 1913; edición con prólogo.
Introducción al estudio de la lingüistica romance, de Wilhelm Meyer-
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«Disputa entre un cristiano y un judío», RFE, I (1914), págs. 173-80.
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Sobre F. Hanssen, Gramática histórica de la lengua castellana, en
RFE, I (1914), págs. 97-103; 181-84.
Sobre Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana,
14.* edc., en RFE, II (1915), págs. 52-55.
Sobre M. de Toro Gisbert, Ortología castellana de nombres propios,
en RFE, II (1915), págs. 387-88.
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Fueros leoneses de Zamora, Salamanca y Alba de Formes, Madrid,


Junta para Ampliación de Estudios. Centro de Estudios Históricos,
1916; edición y estudio en colaboración con Federico de Onís.
«Algunas observaciones acerca del concepto del honor en los si¬
glos XVI y XVII», RFE, III (1916), págs. 26-31.
Sobre Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Qui¬
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Vida de Lope de Vega, 1562-1635, Madrid, Sucs. de Hernando, 1919;
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El pensamiento de Cervantes, Madrid, Centro de Estudios Históricos
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Introducción a la lingüística románica, de Wilhelm Meyer-Lübke, Ma¬


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Biblia medieval romanceada, según los manuscritos escurialenses I-j-3,
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La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico, Buenos
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ÍNDICES

AMÉRICO CASTRO. — 20
INDICE ONOMÁSTICO

Aebischer, Paul, 221. Asensio, Eugenio, 97, 98, 237, 239,


Alarcón, Juan Ruiz de, 249. 250, 251, 287.
Alborg, José Luis, 214, 215. Asín Palacios, Miguel, 12, 52.
Alemán, Mateo, 176, 206, 246, 249, Astrana Marín, Luis, 283, 284.
265, 266, 273, 274 275, 276. Averroes, 80.
Alfonso VIII, 224. Azorín, 46, 110, 144.
Alfonso X (el Sabio), 127, 131, 241.
Alfonso XI, 241. Baldensperger, Fernand, 56.
Alfonso de Baena, 246. Bardón, Lázaro, 14.
Algacel, 80. Baroja, Caro, 235.
Alonso, Dámaso, 212, 216. Baroja, Pío, 12, 46.
Alonso Cortés, Narciso, 78. Bataillon, Marcel, 75, 77, 106, 157,
Altamira, Rafael, 50, 52. 158, 171, 188, 189, 214.
Alvarez Gato, Juan, 246. Bédier, Joseph, 56.
Amezúa, Agustín González de, 158, Bell, Aubrey F. G., 188, 189, 206.
188, 215. Bembo, Pietro, 167, 168.
Amorós, Andrés, 12, 39, 40, 86, 110. Bergson, Henri, 144.
Aquino, Santo Tomás de, 127, 131, Bernáldez, Andrés, 242.
233. Bertrand, J.-J. A., 137.
Araya, Guillermo, 82, 83, 87, 91, Bolívar, Ignacio, 46.
215. Bonilla Sanmartín, A., 64, 150.
Arias Montano, B., 270. Bruno, Giordano, 182, 187, 256.
Ariosto, 180. Buckle, E. Thomas, 238.
Aristóteles, 153. Burckardt, Jacob, 158.
Armistead, Samuel G., 12, 23, 31,
40. Cabrera, Blas, 30.
Arragel, Mosé (Rabí), 224. Cacho Víu, 18.
308 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Calderón de la Barca, P., 196, 199, Cotarelo, Emilio, 64, 65.


242, 287, Covarrubias, 231, 269, 287.
Callaham, William J., 239, 240. Croce, Benedetto, 144, 145.
Campanella, 182, 187. Cruz, Juana Inés de la, 236.
Carlos V, 18, 186, 227, 234, 251. Cuervo, Rufino José, 19.
Carracido, J. R., 46.
Carreras Artau, T., 137. Chasles, Emile, 142.
Cartagena, Alonso de, 224, 246. Chopin, 37.
Cartagena, Teresa de, 246.
Carvajal, Mármol, 226. Darío, Rubén, 26.
Casal, J., 44. Denzinger-Schonmetzer, 192, 252.
Casalduero, Joaquín, 188, 273, 276. Descartes, 166, 167, 173 , 256.
Casas, Bartolomé de las, 266. Deza, Diego de, 233, 235.
Castelvetro, 152. Díaz-Plaja, Guillermo, 54.
Castiglione, Baltasar, 167, 168, 182, Dickens, Charles, 264.
202. Diego, Gerardo, 213.
Castillejo y Duarte, J., 50. Diez, Federico, 19.
Castillo, Alonso del, 277, 279. Dilthey, 88, 90, 93, 97, 144, 165, 257.
Castro, Antonio, 11. Domínguez Ortiz, A., 40.
Castro, Federico de, 143. Dostoievski, Fedor, 264.
Castro, León de, 236. Duruy, 54.
Castro de Zubiri, Carmen, 41.
Castro Medinaveitia, L., 41. Eckhart, M. J., 77.
Castro y Quiñones, P., 277. Eguía Ruiz, Leopoldo, 11.
Cecilio, San, 278. Encina, Juan del, 245, 246.
Cejador, Julio, 42, 64. Enrique II, 225.
Cela, Camilo José, 22, 37. Enrique III, 225.
Cicerón, 121, 194. Entwistle, W. J., 212.
Cirilo, San, 280. Erasmo, 74, 75, 76, 152, 167, 168,
Cirot, Georges, 61, 212, 216. 182, 185, 188, 189, 190, 193, 194,
Clarín (Leopoldo Alas), 46, 54. 195, 198, 202, 208, 245.
Clavería, Carlos, 121. Eraso, Antonio de, 234.
Codera Zaydín, Francisco, 46. Estegana, Narciso, 284.
Cohén, Hermann, 74, 95, 165.
Correas, Gonzalo, 233. Feijoo (Padre), 44.
Cossío, Manuel B., 15, 16, 17, 18, Felipe II, 18, 126, 174, 227, 230, 234,
20, 29, 136, 139. 251.
Costa i Llobera, 37. Felipe V, 240.
Costa, Joaquín, 46, 50, 52, 72. Fernández, Lucas, 245, 246.
Costa, Rodrigo, 246. Fernández Alvarez, Manuel, 18.
índice onomástico 309

Fernández de Navarrete, M., 238. Gundolf, F., 144.


Femando el Católico, 224, 251, 276. Gutiérrez, Tomás, 285.
Fernando III (el Santo), 89, 120,
222. Hamilton, Earl J., 241.
Fierro, Artiu'o, 40. Hanssen, F., 59.
Fitzmaurice-Kelly, J., 142. Hatzfeld, Helmut, 188, 214.
Flaubert, 155. Hazard, Paul, 56.

Fonseca (Arzobispo), 75. Hebreo, León, 157, 169, 181, 182.

Fonseca, Damián, 230. Heidegger, Martín, 95, 112, 114, 165.

Forner, Juan Pablo, 44. Hinojosa, Eduardo de, 46, 50, 52.

Foulché-Delbosc, R., 56. Hiscio, San, 280.

Ibn Hazam, 124, 125.


Galdós, Benito Pérez, 264. Idiáguez, Francisco, 238.
Galileo Galilei, 173, 187, 256. Inocencio XI, 278.
Ganivet, Angel, 27, 46, 120. Isidoro de Sevilla, 14, 120, 123.
Ganot, 14.
García de Diego, V., 23, 52. Jeanroy, Alfred, 56.
García Gómez, 12, 124. Jiménez Lozano, J., 281.
García Morente, M., 34, 92, 97, 98, Jovellanos, Gaspar Melchor de, 37,
99, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 114. 44.
Garcilaso de la Vega, 81. Juan de Avila, San, 16, 80.
Gayangos y Vedia, 14. Juan de la Cruz, San, 19, 77, 245.
George, S., 144. Juan Manuel, Don, 127, 130, 131,
Gide (el francés), 14. 226.
Gilman, Stephen, 284. Juan I, 255.
Gimeno, Amalio, 47.
Giner de los Ríos, 15, 16, 17, 19, Klein, Julius, 195, 241, 242.
20, 29, 36, 45, 47. Klemperer (Profesor), 80.
Gisbert, M. de Toro, 61. Konetzke, Richard, 226.
Godoy Alcántara, J., 277. Krause, Christian F., 16.
Gómez-Menor Fuentes, J., 78.
Gómez-Molleda, M. D., 18. Lafayette, Mme. de, 80.
Gómez Moreno, 52. Laín Entralgo, Pedro, 40, 42, 47, 93,
Gómez Pereira, Antonio, 237. 214, 257, 290.
Góngora, Luis de, 121, 249, 270. Lanson, G., 14, 55.
González, Manuel Pedro, 213. Lapesa, Rafael, 40, 121.
Grajal (Dr.), 236. Larra, Mariano José de, 110.
Granada, Fray Luis de, 77. Ledesma, Navarro, 137, 205.
Green, Otis H., 81, 182, 201. Lemos, Conde de, 235.
310 A. Castro: visión de España y de Cervantes

León IV (Papa), 226. May, L. Philipe, 215.


León, Fray Luis de, 77, 236, 247, Mayans y Sisear, G., 44.
249, 266, 282, 284, 287. Medina, Bartolomé de, 236.
Lerma, Duque de, 238. Medinaveitia, Carmen, 39, 41.
Lévy-Provenqal, E., 226. Meléndez Valdés, Juan, 44.
Lindsay, Wallace M., 14. Mena, Juan de, 121, 246.
Lipsio, Justo, 198, 199. Menéndez Pelayo, M., 22, 23, 42,
Lollis, Cesare de, 88. 46, 50, 52, 63, 65, 66, 67, 74, 92,
Lope de Ayala, El Canciller, 255. 93, 97, 98, 105, 106, 120, 126, 136,
Lope de Vega, 150, 152, 158, 196, 138, 142, 143, 150, 156, 183, 186,
199, 205, 232, 242, 249, 275. 204, 226, 227, 230, 236, 238, 240,
López de Hoyos, Juan, 268. 255.
Loyola, Ignacio de, 80, 249. Menéndez Pidal, R., 14, 15, 18, 19,
Lucena, Juan de, 224, 246. 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28^
32, 46, 52, 54, 56, 57, 58, 59, 62,
Llana, Miguel de, 277. 63, 67, 92, 93, 98, 106, 109, 112,
Lloréns, Vicente, 254. 119, 123, 124, 126, 137, 141, 146,
Llull, Ramón, 37. 212.
Meneses, Fray Felipe de, 268.
Madariaga, Salvador de, 282. Mejía, Pedro, 171, 182.
Maeso, David Gonzalo, 13. Mérimée, Emest, 50, 52, 56, 58.
Maeztu, Ramiro de, 46, 144. Meyer-Lübke, W., 23, 31, 35, 60.
Mahoma, 129, 221. Milá y Fontanals, 92, 143.
Mal Lara, Juan de, 152, 171, 182, Millares Cario, Agustín, 32.
183. Mira de Amescua, A., 249.
Malquiel, Yacov, 23, 134. Molinos, Miguel, 237.
Manrique, Inquisidor General, Montaigne, Michel de, 187.
Alonso, 75, 186. Montemayor, Jorge de, 247.
Manrique, Jorge, 120. Montoro, Antón de, 246.
March Auzías, 37. Morel-Fatio, A., 56, 137, 195, 196.
Mariana, Juan de, 91, 108, 233, 247. Moreno Villa, José, 38.
Manchal, Juan, 87, 107. Morí, Heinrich, 80.
Marín, Nicolás, 67, 74, 237. Morón Arroyo, Ciríaco, 28, 112, 145,
Márquez, Antonio, 244. 146, 148, 161 165.
Márquez Villanueva, F., 36, 78. Muñoz Torrero, Diego, 255.
Martín de Tours, San, 191, 271. Muza, 222.
Martinenche, E., 33, 56.
Martínez de Cantalapiedra, Mar¬ Naharro, Torres, 246.
tín, 236.
Navarro, Tomás, 28, 52.
Massis, Henri, 55.
Nebrija, Antonio de, 237.
Indice onomástico 311

Netanyahu, B., 231. Pulgar, Hernando del, 246.


Newton, 256. Pulido, Ángel, 224.
Nicolás de Cusa, 181, 182.
Niño de Guevara, Fernando, 175,
Quesada, Carmen, 11.
178.
Quevedo, Francisco, 68, 270, 285.
Northup, G. T., 213, 214, 216.
Quiroga, M., 46.
Nució, Martín, 248.

Ramírez, Alejandro, 199.


Ocampo, Florián de, 248.
Ramón y Cajal, Santiago, 46, 50,
Oliver, Miguel de los Santos, 142.
53, 57.
Onís, Federico de, 43, 44, 54, 58,
Reichenberger, Arnold G., 119, 242.
61, 63, 72.
Remiro, Mariano Gaspar, 11, 12.
Opas, Don, 123.
Renán, Ernest, 99.
Ortega y Gasset, J., 15, 20, 21, 25,
Rennert, Hugo A., 69, 70.
27, 28, 34, 42, 44, 46, 49, 50, 51,
Rey, E., 97.
54, 58, 62, 63, 64, 66, 71, 72, 73,
Reyes Católicos, 18, 89, 103, 130,
74, 88, 92, 95, 96, 97, 98, 99, 100,
227, 229, 241, 242, 254.
101, 104, 108, 109, lio, 112, 113,
Rickert, Heinrich, 145.
114, 124, 125, 128, 137, 138, 139,
Riley, E. C., 155, 157.
142, 145, 146, 147, 148, 154, 155,
Ríos, Fernando de los, 13, 34.
158, 161, 162, 163, 164, 165, 173,
Rivera, Julián, 52.
182, 183, 185, 238.
Robles, José, 213.
Ovidio, 183.
Rodríguez Marín, F., 29, 64, 137,
140, 142, 144, 209, 210, 211, 214,
Pablo, San, 191, 245, 271.
283.
Pacheco, Francisco, 235.
Rodríguez-Puértolas, Julio, 171,173,
Palacios de Salazar y Vozmedia-
185, 188, 197, 215.
no, C., 283.
Rojas, Fernando de, 81, 246, 249,
Palencia, Alonso de, 246.
284.
Paris, Gastón, 56.
Rubio, David, 141.
París, Pierre, 52, 53.
Rubios, Palacios, 241.
Parker, A. A., 165.
Ruiz, Juan (Arcipreste de Hita),
Piccolomini, 152.
120.
Pinciano, El, 153, 157.
Pirandello, Luigi, 114, 140.
Pomponazzi, Pietro, 204. Sainz Rodríguez, P., 40, 244.
Ponce, Garcí, 284. Salazar, María de, 284.
Porras de la Cámara, 175. Sánchez Albornoz, Claudio, 9, 36,
Predmore, Richard L., 215. 89, 90, 114, 157, 286.
Proust, Marcel, 155. Sánchez de Badajoz, Diego, 246.
312 A. Castro: visión de España y de Cervantes

Sánchez Moguel, Antonio, 19. Ticknor, George, 14.


Sandoval, Bernardo de, 175. Tieck, 173.
San Pedro, Diego de, 246. Tieghem, Philippe Van, 55.
Santa María, García de, 246. Tirso de Molina, 199.
Santa María, Pablo de, 246. Toffanin, G., 137, 152.
Santillana, Marqués de, 241. Tomás, Navarro, 30.
Sanz del Río, Julián, 47. Tormo, Elias, 52.
Savj-Lopes, 142, 144. Torquemada, Tomás de, 75, 233,
Scheler, Max, 145, 165. 235.
Schevill, R., 142, 144.
Torre, Alfonso de la, 246.
Seignobos, M., 55.
Torre, Fernando de la, 246.
Sem Tob, Don, 223.
Torres Quevedo, L., 53.
Séneca, 14, 109, 120, 121, 202, 203,
Tovar, Antonio, 121.
289.
Toynbee, 97.
Serafini, 14.
Trajano (Emperador), 109, 120, 289.
Serís, Homero, 32, 78.
Trend, J. B., 49, 213.
Servet, Miguel, 237.
Shakespeare, 70.
Sicroff, A. A., 98, 239, 240, 270.
Unamuno, Miguel de, 15, 19, 20, 25,
Silíceo (Cardenal), 195.
26, 29, 46, 74, 92, 94, 95, 97, 106,
Silverman, Joseph H., 12, 23, 31.
111, 112, 122, 132, 135, 137, 140,
Simmel, Georg, 28, 112, 145, 147.
214, 252.
Sócrates, 161, 194.
Solalinde, Antonio G., 30, 68. Urbano II, 226.
Spengler, Oswald, 28, 95, 97, 112,
121, 145, 146, 147, 165.
Spinoza, Baruch, 256. Valdés, Hermanos, 237.
Spitzer, Leo, 81, 122, 145, 164. Valdés, Juan de, 237.
Stendhal, Henri Beyie, 264. Valera, Juan, 138, 143.
Suárez, Francisco, 237. Valera, Mosén Diego de, 78, 246.
Valla, Lorenzo, 181, 182, 245.
Vélez de Guevara, 249.
Tarik, 222. Virgilio, 183.
Tasso, Torquato, 187. Viscasillas, Mariano, 13.
Terencio, 167. Vitoria, Francisco de, 237.
Teresa de Jesús, Santa, 18, 68, 77, Vives, Jaime Vicéns, 90, 242.
78, 79, 80, 249, 268, 282, 284, 287. Vives, Luis, 26, 78, 167, 168, 237,
Thomas, Antoine, 32, 56. 247, 284, 287.
Thomas, L. P., 34.
Vizcarra, Zacarías de, 102.
Indice onomástico
313
Vossler, Karl, 79, 145, 212. Xénopol, 145.

Weber, Max, 145. Zafra, Hernando de, 226.


Whitehead, 144. Ziegler, A. K., 129.
Windelband, 145. Zubiri, Xavier, 34, 41.
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INDICE GENERAL

Págs.

Prólogo . g

Capítulo I.—Nota biográfica de Américo Castro . 11

Primeros años y estudios . H


Madrid: Relaciones académicas de Castro. 15
Castro en América. 35

Capítulo II.—Método de Américo Castro . 42

Estado de la ciencia y de la universidad en España. 42


Creación y valor de la Junta. 46
Características de este método. 58

1) Rigor cientíñco. 58
2) Oposición a la pura erudición. 63
3) Visión sintética. 67
4) Esfuerzo y constante corrección . 70
5) Filología como europeización . 72
6) Laicismo. 74

Conciencia de cambio. 82
Persistencia de los presupuestos metódicos . 89
316 A Castro: visión de España y de Cervantes

Págs.

Capítulo III.—Castro y su visión histórica de España. 91

Estado de los estudios históricos en España . 92

Castro y su visión histórica. 105


1) Motivación de su interés histórico . 105
2) Necesidad de una historia auténtica . 108

Teoría historiográfica de Castro . 110


1) Presupuestos historiográficos . 111
2) Aplicación práctica a la historia de España. 119

Capítulo IV.—El pensamiento de Cervantes . 136

El cervantismo de Castro y sus etapas . 136

Análisis de El pensamiento de Cervantes . 140


1) Estado de los estudios cervantinos . 140
2) Método: Geistesgeschichte . 144
3) Presupuestos literarios. 150
4) Posición crítica de Cervantes y la realidad. 162
5) Consecuencias literarias del error y la ar¬
monía . 168
6) Conceptos de naturaleza, religión y moral
en Carvantes . 181
7) Otros temas. 204

Segunda edición de El pensamiento, 1972 . 207

El pensamiento, ejemplar de metodología . 211

Capítulo V.—Cervantes y la realidad histórica de Es¬


paña . 218

Castas y casticismos. 220


Indice general 317

Págs,

La Edad conflictiva . 225

Honra y limpieza de sangre. 229

Carácter conflictivo de la literatura. 243

Cervantes y los casticismos españoles . 257


1) Cervantes en la edad conflictiva . 258
2) Cervantes y una literatura minoritaria. 261
3) Motivación del Quijote. 273
4) Apéndice biográfico de Cervantes . 282

Conclusión . 289

Selección bibliográfica de Américo Castro . 293

Traducciones . 298

Bibliografía general. 298

ÍNDICE ONOMÁSTICO . 307


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BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dirigida por: Dámaso Alonso

I. TRATADOS Y MONOGRAFIAS

1. Walther von Wartburg: La fragmentación lingüística de la Roma¬


nía. Segunda edición aumentada. 208 págs. 17 mapas.
2. René Wellek y Austin Warren: Teoría literaria. Con un prólogo
de Dámaso Alonso. Cuarta edición. Reimpresión. 432 págs.
3. Wolfgang Kayser: Interpretación y análisis de la obra literaria.
Cuarta edición revisada. Reimpresión. 594 págs.
4. E. Allison Peers: Historia del movimiento romántico español.
Segunda edición. Reimpresión. 2 vols.
5. Amado Alonso: De la pronunciación medieval a la moderna en
español. 2 vols.
9. René Wellek: Historia de la critica moderna (1750-1950). 3 vols.
Volumen IV, en prensa.
10. Kurt Baldinger: La formación de los dominios lingüísticos en la
Península Ibérica. Segunda edición corregida y muy aumen¬
tada. 496 págs. 23 mapas.
11. S. Griswold Morley y Courtney Bruerton: Cronología de las co¬
medias de Lope de Vega. 694 págs.
12. Antonio Martí: La preceptiva retórica española en el Siglo de
Oro. Premio Nacional de Literatura. 346 págs.
13. Vítor Manuel de Aguiar e Silva: Teoría de la literatura. 550 págs.
14. Hans Hórmann: Psicología del lenguaje. 496 págs.

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS

1. Dámaso Alonso: Poesía española (Ensayo de métodos y limites


estilísticos). Quinta edición. Reimpresión. 672 págs. 2 láminas.
2. Amado Alonso: Estudios lingüísticos (Temas españoles). Tercera
edición. Reimpresión. 286 págs.
3. Dámaso Alonso y Carlos Bousoño: Seis calas en la expresión lite¬
raria española (Prosa- Poesía-Teatro). Cuarta edición. 446 págs.
4. Vicente García de Diego: Lecciones de lingüística española (Con¬
ferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid). Tercera edi¬
ción. Reimpresión. 234 págs.
5. Joaquín Casalduero: Vida y obra de Galdós (1843-1920). Cuarta
edición ampliada. 312 págs.
6. Dámaso Alonso: Poetas españoles contemporáneos. Tercera edi¬
ción aumentada. Reimpresión. 424 págs.
7. Carlos Bousoño: Teoría de la expresión poética. Premio «Fasten-
rath». Quinta edición muy aumentada. Versión definitiva. 2 vols.
9. Ramón Menéndez Pidal: Toponimia prerrománica hispana. Reim¬
presión. 314 págs. 3 mapas.
10. Carlos Clavería: Temas de Unamuno. Segunda edición. 168 págs.
11. Luis Alberto Sánchez: Proceso y contenido de la novela hispano¬
americana. Segunda edición corregida y aumentada. 630 págs.
12. Amado Alonso: Estudios lingüísticos (Temas hispanoamericanos).
Tercera edición. 360 págs.
16. Helmut Hatzfeld: Estudios literarios sobre mística española. Se¬
gunda edición corregida y aumentada. 424 págs.
17. Amado Alonso: Materia y forma en poesía. Tercera edición. Reim¬
presión. 402 págs
18. Dámaso Alonso: Estudios y ensayos gongorinos. Tercera edición.
602 págs. 15 láminas.
19. Leo Spitzer: Lingüística e historia literaria. Segunda edición.
Reimpresión. 308 págs.
20. Alonso Zamora Vicente: Las sonatas de Valle Inclán. Segunda
edición. Reimpresión. 190 págs.
21. Ramón de Zubiría: La poesía de Antonio Machado. Tercera edi¬
ción. Reimpresión. 268 págs.
24. Vicente Gaos: La poética de Campoamor. Segunda edición corre¬
gida y aumentada, con un apéndice sobre la poesía de Cam¬
poamor. 234 págs.
27. Carlos Bousoño: La poesía de Vicente Aleixandre. Segunda edi¬
ción corregida y aumentada. 486 págs.
28. Gonzalo Sobejano: El epíteto en la lírica española. Segunda edi¬
ción revisada. 452 págs.
31. Graciela Palau de Nemes: Vida y obra de Juan Ramón Jiménez
(l.a poesía desnuda). Segunda edición completamente reno¬
vada. 2 vols.
34. Eugenio Asensio: Poética y realidad en el cancionero peninsular
de la Edad Media. Segunda edición aumentada. 308 págs.
39. José Pedro Díaz: Gustavo Adolfo Bécquer (Vida y poesía). Ter¬
cera edición corregida y aumentada. 514 págs.
40. Emilio Carilla: El Romanticismo en la América hispánica. Ter¬
cera edición revisada y ampliada. 2 vols.
41. Eugenio G. de Nora: La novela española contemporánea (1898-
1967). Premio de la Crítica. Segunda edición. 3 vols.
42. Christoph Eich: Federico García Lorca, poeta de la intensidad.
Segunda edición revisada. 206 págs.
43. Oreste Macrí: Fernando de Herrera. Segunda edición corregida
y aumentada. 696 págs.
44. Marcial José Bayo: Virgilio y la pastoral española del Renaci¬
miento (1480-1550). Segunda edición. 290 págs.
45. Dámaso Alonso: Dos españoles del Siglo de Oro. Reimpresión
258 págs.
46. Manuel Criado de Val: Teoría de Castilla la Nueva (La dualidad
castellana en la lengua, la literatura y la historia). Segunda
edición ampliada. 400 págs. 8 mapas.
47. Ivan A. Schulman: Símbolo y color en la obra de José Martí.
Segunda edición. 498 págs.
49. Joaquín Casalduero: Espronceda. Segunda edición. 280 págs.
51. Frank Pierce: La poesía épica del Siglo de Oro. Segunda edición
revisada y aumentada. 396 págs.
52. E. Correa Calderón: Baltasar Gracián (Su vida y su obra). Se¬
gunda edición aumentada. 426 págs.
53. Sofía Martín-Gamero: La enseñanza del inglés en España (Desde
la Edad Media hasta el siglo XIX). 274 págs.
54. Joaquín Casalduero: Estudios sobre el teatro español. Tercera
edición aumentada. 324 págs.
55. Nigel Glendinning: Vida y obra de Cadalso. 240 págs.
57. Joaquín Casalduero: Sentido y forma de las «Novelas ejempla¬
res». Segunda edición corregida. Reimpresión. 272 págs.
58. Sanford Shepard: El Pinciano y las teorías literarias del Siglo
de Oro. Segunda edición aumentada. 210 págs.
60. Joaquín Casalduero: Estudios de literatura española. Tercera
edición aumentada. 478 págs.
61. Eugenio Coseriu: Teoría del lenguaje y lingüistica general (Cinco
estudios). Tercera edición revisada y corregida. 330 págs.
62. Aurelio Miró Quesada S.: El primer virrey-poeta en América
(Don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros).
274 págs.
63. Gustavo Correa: El simbolismo religioso en las novelas de Pérez
Galdós. Reimpresión. 278 págs.
64. Rafael de Balbín: Sistema de rítmica castellana. Premio «Fran¬
cisco Franco» del C. S. I. C. Segunda edición aumentada. 402
páginas.
65. Paul Ilie: La novelística de Camilo José Cela. Con un prólogo
de Julián Marías. Segunda edición. 242 págs.
67. Juan Cano Ballesta: La poesía de Miguel Hernández. Segunda
edición aumentada. 356 págs.
69. Gloria Videla: El ultraísmo. Segunda edición. 246 págs.
70. Hans Hinterháuser: Los «Episodios Nacionales» de Benito Pérez
Galdós. 398 págs.
71. Javier Herrero: Fernán Caballero: un nuevo planteamiento. 346
páginas.
72. Werner Beinhauer: El español coloquial. Con un prólogo de Dá¬
maso Alonso. Segunda edición corregida, aumentada y actua¬
lizada. Reimpresión. 460 págs.

AMÉRICO CASTRO. — 21
73. Helmut Hatzfeld: Estudios sobre el barroco. Tercera edición
aumentada. 562 págs.
74. Vicente Ramos; El mundo de Gabriel Miró. Segunda edición
corregida y aumentada. 526 págs.
75. Manuel García Blanco: América y Unamuno. 434 págs. 2 láminas.
76. Ricardo Gullón: Autobiografías de Unamuno. 390 págs.
80. José Antonio Maravall: El mundo social de «La Celestina». Pre¬
mio de los Escritores Europeos. Tercera edición revisada.
188 págs.
82. Eugenio Asensio: Itinerario del entremés desde Lope de Rueda
a Quiñones de Benavente (Con cinco entremeses inéditos de
Don Francisco de Quevedo). Segunda edición revisada. 374 págs.
83. Carlos Peal Deibe: La poesía de Pedro Salinas. Segunda edición.
270 págs.
84. Carmelo Gariano: Análisis estilístico de los «Milagros de Nuestra
Señora» de Berceo. Segunda edición corregida. 236 págs.
85. Guillermo Díaz-Plaja; Las estéticas de Valle-Inclán. Reimpresión.
298 págs.
86. Walter T. Pattison; El naturalismo español (Historia externa de
un movimiento literario). Reimpresión. 192 págs.
88. Javier Herrero: Angel Ganivet: un iluminado. 346 págs.
89. Emilio Lorenzo: El español de hoy, lengua en ebullición. Con un
prólogo de Dámaso Alonso. Segunda edición actualizada y
aumentada. 240 págs.
90. Emilia de Zuleta: Historia de la critica española contemporá¬
nea. Segunda edición notablemente aumentada. 482 págs.
91. Michael P. Predmore: La obra en prosa de Juan Ramón Jimé¬
nez. Segunda edición, en prensa.
92. Bruno Snell: La estructura del lenguaje. Reimpresión. 218 págs.
93. Antonio Serrano de Haro: Personalidad y destino de Jorge Man¬
rique. Segunda edición, en prensa.
94. Ricardo Gullón: Galdós, novelista moderno. Tercera edición revi¬
sada y aumentada. 374 págs.
95. Joaquín Casalduero: Sentido y forma del teatro de Cervantes.
Reimpresión. 288 págs.
96. Antonio Risco: La estética de Valle-Inclán en los esperpentos y
en «El Ruedo Ibérico». Reimpresión, en prensa.
97. Joseph Szertics: Tiempo y verbo en el romancero viejo. Segunda
edición. 208 págs.
98. Miguel Batllori, S. I.: La cultura hispano-italiana de los jesuítas
expulsos. 698 págs.
99. Emilio Carilla: Una etapa decisiva de Darío (Rubén Darío en la
Argentina). 200 págs.
100. Miguel Jaroslaw Flys: La poesía existencial de Dámaso Alonso.
344 págs.
101. Edmund de Chasca; El arte juglaresco en el «Cantar de Mío
Cid». Segunda edición aumentada. 418 págs.
102. Gonzalo Sobejano: Nietzsche en España. 688 págs.
103. José Agustín Balseiro: Seis estudios sobre Rubén Darío. 146 págs.
104. Rafael Lapesa: De la Edad Media a nuestros días (Estudios de
historia literaria). Reimpresión. 310 págs.
105. Giuseppe Cario Rossi: Estudios sobre las letras en el siglo XVIII.
336 págs.
106. Aurora de Albornoz; La presencia de Miguel de Unamuno en
Antonio Machado. 374 págs.
107. Carmelo Gariano; El mundo poético de Juan Ruiz. Segunda edi¬
ción corregida y ampliada. 270 págs.
108. Paul Bénichou; Creación poética en el romancero tradicional. 190
páginas.
109. Donald F. Fogelquist; Españoles de América y americanos de
España. 348 págs.
110. Bernard Pottier; Lingüistica moderna y filología hispánica. Reim¬
presión. 246 págs.
111. Josse de Kock; Introducción al Cancionero de Miguel de Una¬
muno. 198 págs.
112. Jaime Alazraki; La prosa narrativa de Jorge Luis Borges (Temas-
Estilo). Segunda edición aumentada. 438 págs.
114. Concha Zardoya; Poesía española del siglo XX (Estudios temá¬
ticos y estilísticos). Segunda edición muy aumentada. 4 vols.
115. Harald Weinrich; Estructura y función de los tiempos en el len¬
guaje. Reimpresión. 430 págs.
116. Antonio Regalado García; El siervo y el señor (La dialéctica
agónica de Miguel de Unamuno). 220 págs.
117. Sergio Beser; Leopoldo Alas, crítico literario, 372 págs.
118. Manuel Bermejo Marcos; Don Juan Valera, crítico literario. 256
páginas.
119. Sólita Salinas de Manchal; El mundo poético de Rafael Alberti.
272 págs.
120. Oscar Tacca; La historia literaria. 204 págs.
121. Estudios críticos sobre el modernismo. Introducción, selección
y bibliografía general por Homero Castillo. Reimpresión. 416
páginas.
122. Oreste Macrí; Ensayo de métrica sintagmática (Ejemplos del «Li¬
bro de Buen Amor» y del «Laberinto» de Juan de Mena). 296
páginas.
123. Alonso Zamora Vicente; La realidad esperpéntica (Aproximación
a «Luces de bohemia»). Premio Nacional de Literatura. Se¬
gunda edición ampliada. 220 págs.
124. Cesáreo Bandera Gómez; El «Poema de Mío Cid»: Poesía, histo¬
ria, mito. 192 págs.
125. Helen Dill Goode: La prosa retórica de Fray Luis de León en
«Los nombres de Cristo». 186 págs.
126. Otis H. Green; España y la tradición occidental (El espíritu cas¬
tellano en la literatura desde «El Cid» hasta Calderón), 4 vols.
127. Ivan A. Schulman y Manuel Pedro González: Martí, Darío y el
modernismo. Con un prólogo de Cintio Vitier. Reimpresión. 268
páginas.
128. Alma de Zubizarreta: Pedro Salinas: el diálogo creador. Con un
prólogo de Jorge Guillén. 424 págs.
129. Guillermo Fernández-Shaw: Un poeta de transición. Vida y obra
de Carlos Fernández Show (1865-1911). X + 330 págs. 1 lámina.
130. Eduardo Camacho Guizado: La elegía funeral en la poesía espa¬
ñola. 424 págs.
131. Antonio Sánchez Romeralo: El villancico (Estudios sobre la lírica
popular en los siglos XV y XVI). 624 págs.
132. Luis Rosales: Pasión y muerte del Conde de Villamediana. 252
páginas.
133. Othón Arróniz: La influencia italiana en el nacimiento de la
comedia española. 340 págs.
134. Diego Catalán: Siete siglos de romancero (Historia y poesía). 224
páginas.
135. Noam Chomsky: Lingüística cartesiana (Un capítulo de la histo¬
ria del pensamiento racionalista). Reimpresión. 160 págs.
136. Charles E. Kany: Sintaxis hispanoamericana. 552 págs.
137. Manuel Alvar: Estructuralismo, geografía lingüística y dialectolo¬
gía actual. Segunda edición ampliada. 266 págs.
138. Erich von Richthofen: Nuevos estudios épicos medievales. 294
páginas.
139. Ricardo Gullón: Una poética para Antonio Machado. 270 págs.
140. lean Cohén: Estructura del lenguaje poético. Reimpresión. 228
páginas.
141. León Livingstone: Tema y forma en las novelas de Azorín. 242
páginas.
142. Diego Catalán: Por campos del romancero (Estudios sobre la
tradición oral moderna). 310 págs.
143. María Luisa López: Problemas y métodos en el análisis de pre¬
posiciones. Reimpresión. 224 págs.
144. Gustavo Correa: La poesía mítica de Federico García Larca. 250
páginas.
145. Robert B. Tate: Ensayos sobre la historiografía peninsular del
siglo XV. 360 págs.
146. Carlos García Barrón: La obra crítica y literaria de Don Antonio
Alcalá Galiana. 250 págs.
147. Emilio Alarcos Llorach: Estudios de gramática funcional del
español. Reimpresión. 260 págs.
148. Rubén Benítez: Bécquer tradicionalista. 354 págs.
149. Guillermo Araya: Claves filológicas para la comprensión de Or¬
tega. 250 págs.
150. André Martinet: El lenguaje desde el punto de vista funcional.
218 págs.
151. Estalle Irizarry: Teoría y creación literaria en Francisco Ayala.
274 págs.
152. Georges Mounin: Los problemas teóricos de la traducción. 338
páginas.
153. Marcelino C. Peñuelas; La obra narrativa de Ramón J. Sender.
294 págs.
154. Manuel Alvar: Estudios y ensayos de literatura contemporánea.
410 págs.
155. Louis Hjelmslev: Prolegómenos a una teoría del lenguaje. Se¬
gunda edición. 198 págs.
156. Emilia de Zuleta: Cinco poetas españoles (Salinas, Guillén, Lorca,
Alberti, Cernuda). 484 págs.
157. María del Rosario Fernández Alonso: Una visión de la muerte
en la lírica española. Premio Rivadeneira. Premio nacional
uruguayo de ensayo. 450 págs. 5 láminas.
158. Angel Rosenblat: La lengua del «Quijote-». 380 págs.
159. Leo Pollmann: La «Nueva Novela» en Francia y en Iberoamérica.
380 págs.
160. José María Capote Benot: El período sevillano de Luis Cernuda.
Con un prólogo de F. López Estrada. 172 págs.
161. Julio García Morejón: Unamuno y Portugal. Con un prólogo de
Dámaso Alonso. Segunda edición corregida y aumentada. 580
páginas.
162. Geoffrey Ribbans: Niebla y soledad (Aspectos de Unamuno y
Machado). 332 págs.
163. Kenneth R. Scholberg: Sátira e invectiva en la España medieval.
376 págs.
164. Alexander A. Parker: Los picaros en la literatura (La novela
picaresca en España y Europa. 1599-1753). 220 págs. 11 láminas.
165. Eva María Rudat: Las ideas estéticas de Esteban de Arteaga
(Orígenes, significado y actualidad). 340 págs.
166. Angel San Miguel: Sentido y estructura del «Guzmán de Alfara-
che» de Mateo Alemán. Con un prólogo de Franz Rauhut. 312
páginas.
167. Francisco Marcos Marín: Poesía narrativa árabe y épica hispá¬
nica. 388 págs.
168. Juan Cano Ballesta: La poesía española entre pureza y revolu¬
ción (1930-1936). 284 págs.
169. Joan Corominas: Tópica hespérica (Estudios sobre los antiguos
dialectos, el substrato y la toponimia romances). 2 vols.
170. Andrés Amorós: La novela intelectual de Ramón Pérez de Aya-
la. 500 págs.
171.Alberto Porqueras Mayo: Temas y formas de la literatura espa¬
ñola. 196 págs.
172. Benito Brancaforte: Benedetto Croce y su crítica de la literatura
española. 152 págs.
173. Carlos Martín: América en Rubén Darío (Aproximación al con¬
cepto de la literatura hispanoamericana). 276 págs.
174. José Manuel García de la Torre: Análisis temático de «El Ruedo
Ibérico». 362 págs.
175. Julio Rodríguez-Puértolas: De la Edad Media a la edad conflictiva
(Estudios de literatura española). 406 págs.
176. Francisco López Estrada: Poética para un poeta (Las «Cartas
literarias a una mujer» de Bécquer). 246 págs.
177. Louis Hjelmslev: Ensayos lingüísticos. 362 págs.
178. Dámaso Alonso: En torno a Lope (Marino, Cervantes, Benavente,
Góngora, los Cardemos). 212 págs.
179. Walter Pabst: La novela corta en la teoría y en la creación litera¬
ria (Notas para la historia de su antinomia en las literaturas
románicas). 510 págs.
180. Antonio Rumeu de Armas: Alfonso de Ulloa, introductor de la
cultura española en Italia. 192 págs. 2 láminas.
181. Pedro R. León: Algunas observaciones sobre Pedro de Cieza de
León y la Crónica del Perú. 278 págs.
182. Gemma Roberts: Temas existenciales en la novela española de
postguerra. 286 págs.
183. Gustav Siebenmann: Los estilos poéticos en España desde 1900.
582 págs.
184. Armando Durán: Estructura y técnicas de la novela sentimental
y caballeresca. 182 págs.
185. Wemer Beinhauer: El humorismo en el español hablado (Im¬
provisadas creaciones espontáneas). Con un prólogo de Ra¬
fael Lapesa. 270 págs.
186. Michael P. Predmore: La poesía hermética de Juan Ramón Jimé¬
nez (El «Diario» como centro de su mundo poético). 234 págs.
187. Albert Manent: Tres escritores catalanes: Carner, Riba, Pía. 338
páginas.
188. Nicolás A. S. Bratosevich: El estilo de Horacio Quiroga en sus
cuentos. 204 págs.
189. Ignacio Soldevila Durante: La obra narrativa de Max Aub (1929-
1969). 472 págs.
190. Leo Pollmann: Sartre y Camus (Literatura de la existencia). 286
páginas.
191. María del Carmen Bobes Naves: La semiótica como teoría lin¬
güística. 238 págs.
192. EmiUo Carilla: La creación del «Martín Fierro». 308 págs.
193. Eugenio Cosenu: Sincronía, diacronía e historia (El problema
del cambio lingüístico). Segunda edición revisada y corregida.
290 págs.
194. Óscar Tacca: Las voces de la novela. 206 págs.
195. J. L. Portea: La obra de Andrés Carranque de Ríos. 240 págs.
196. Emilio Náñez Fernández: El diminutivo (Historia y funciones en
el español clásico y moderno). 458 págs.
197. Andrew P. Debicki: La poesía de Jorge Guillén. 362 págs.
198. Ricardo Doménech: El teatro de Suero Vallejo (Una meditación
española). 372 págs.
199. Francisco Márquez Villanueva: Fuentes literarias cervantinas.
374 págs.
200. Emilio Orozco Díaz: Lope y Góngora frente a frente. 410 págs.
8 láminas.
201. Charles Muller: Estadística lingüística. 416 págs.
202. Josse de Kock: Introducción a la lingüistica automática en las
lenguas románicas. 246 págs.
203. Juan Bautista Avalle-Arce: Temas hispánicos medievales (Litera¬
tura e historia). 390 págs.
204. Andrés R. Quintián: Cultura y literatura españolas en Rubén
Darío. 302 págs.
205. E. Caracciolo Trejo: La poesía de Vicente Huidobro y la van¬
guardia. 140 págs.
206. José Luis Martín: La narrativa de Vargas Llosa (Acercamiento
estilístico). 282 págs.
207. Use Nolting-Hauff: Visión, sátira y agudeza en los «Sueños» de
Quevedo. 318 págs.
208. Alien W. Phillips: Temas del modernismo hispánico y otros es¬
tudios. 360 págs.
209. Marina Mayoral: La poesía de Rosalía de Castro. Con un prólo¬
go de Rafael Lapesa. 596 págs.
210. Joaquín Casalduero: «Cántico» de Jorge Guillén y «Aire nues¬
tro». 268 págs.
211. Diego Catalán: La tradición manuscrita en la «Crónica de Al¬
fonso XI». 416 págs.
212. Daniel Devoto: Textos y contextos (Estudios sobre la tradición).
610 págs.
213. Francisco López Estrada: Los libros de pastores en la literatura
española (La órbita previa). 576 págs. 16 láminas.
214. André Martinet: Economía de los cambios fonéticos (Tratado de
fonología diacrónica). 564 págs.
215. Russell P. Sebold: Cadalso: el primer romántico «europeo» de
España. 294 págs.
216. Rosario Cambria: Los toros: tema polémico en el ensayo es¬
pañol del siglo XX. 386 págs.
217. Helena Percas de Ponseti: Cervantes y su concepto del arte
(Estudio critico de algunos aspectos y episodios del «Quijo¬
te»). 2 vols.
218. Coran Hammarstrdm: Las unidades lingüísticas en el marco de
la lingüistica moderna. 190 págs.
219. H. Salvador Martínez: El «Poema de Almería» y la épica romá¬
nica. 478 págs.
220. Joaquín Casalduero: Sentido y forma de «Los trabajos de Persi-
les y Sigismundo». 236 págs.
221. Cesáreo Bandera: Mimesis conflictiva (Ficción literaria y vio¬
lencia en Cervantes y Calderón). Prólogo de René Girard. 262
páginas.
222. Vicente Cabrera: Tres poetas a la luz de la metáfora: Salinas,
Aleixandre y Guillén. 228 págs.
223. Rafael Ferreres: Verlaine y los modernistas españoles. 272 págs.
224. Ludwig Schrader: Sensación y sinestesia. 258 págs.
225. Evelyn Picón Garfield: ¿Es Julio Cortázar un surrealista? 266 pá¬
ginas. 5 láminas.
226. Aniano Peña: América Castro y su visión de España y de Cer¬
vantes. 318 págs.

III. MANUALES

1. Emilio Alarcos Llorach: Fonología española. Cuarta edición au¬


mentada y revisada. Reimpresión. 290 págs.
2. Samuel Gili Gaya: Elementos de fonética general. Quinta edición
corregida y ampliada. Reimpresión. 200 págs. 5 láminas.
3. Emilio Alarcos Llorach: Gramática estructural (Según la escuela
de Copenhague y con especial atención a la lengua española).
Segunda edición. Reimpresión. 132 págs.
4. Francisco López Estrada: Introducción a la literatura medieval
española. Tercera edición renovada. Reimpresión. 342 págs.
6. Femando Lázaro Carreter: Diccionario de términos filológicos.
Tercera edición corregida. Reimpresión. 444 págs.
8. Alonso Zamora Vicente: Dialectología española. Segunda edición
muy aumentada. Reimpresión. 588 págs. 22 mapas.
9. Pilar Vázquez Cuesta y María Albertina Mendes da Luz: Gramá¬
tica portuguesa. Tercera edición corregida y aumentada. 2 vols.
10. Antonio M. Badia Margarit: Gramática catalana. 2 vols.
11. Walter Porzig: El mundo maravilloso del lenguaje. (Problemas,
métodos y resultados de la lingüística moderna.) Segunda edi¬
ción corregida y aumentada. Reimpresión. 486 págs.
12. Heinrich Lausberg: Lingüística románica. Reimpresión. 2 vols.
13. Andró Martinet: Elementos de lingüística general. Segunda edi¬
ción revisada. Reimpresión. 274 págs.
14. Walther von Wartburg: Evolución y estructura de la lengua fran¬
cesa. 350 págs.
15. Heinnch Lausberg: Manual de retórica literaria (Fundamentos de
una ciencia de la literatura). 3 vols.
16. Georges Mounin: Historia de la lingüística (Desde los orígenes
al siglo XX). Reimpresión. 236 págs.
17. André Martinet: La lingüística sincrónica (Estudios e investiga¬
ciones). Reimpresión. 228 págs.
18. Bruno Migliorini; Historia de la lengua italiana. 2 vols. 36 láminas.
19. Louis Hjelmslev: El lenguaje. Segunda edición aumentada. 1%
páginas. 1 lámina.
20. Bertil Malmberg; Lingüística estructural y comunicación humana.
Reimpresión. 328 págs. 9 láminas.
21. Winfred P. Lehmarm: Introducción a la lingüística histórica. 354
páginas.
22. Francisco Rodríguez Adrados: Lingüistica estructural. Segunda
edición revisada y aumentada. 2 vols.
23. C. Pichois y A.-M. Rousseau: La literatura comparada. 246 págs.
24. Francisco López Estrada: Métrica española del siglo XX. Re¬
impresión. 226 págs.
25. Rudolf Baehr: Manual de versificación española. Reimpresión.
444 págs.
26. H. A. Gleason, Jr.: Introducción a la lingüística descriptiva. 770
páginas.
27. A. J. Greimas: Semántica estructural (Investigación metodológi¬
ca). Reimpresión. 398 págs.
28. R. H. Robins: Lingüistica general (Estudio introductorio). 488
páginas.
29. I. lordan y M. Manoliu: Manual de lingüística románica. Revi¬
sión, reelaboración parcial y notas por Manuel Alvar. 2 vols.
30. Roger L. Hadlich: Gramática transformativa del español. 464 págs.
31. Nicolás Ruwet: Introducción a la gramática generativa. 514 págs.
32. Jesús-Antonio Collado: Fundamentos de lingüística general. 308
páginas.
33. Helmut Lüdtke: Historia del léxico románico. 336 págs.
34. Diego Catalán: Lingüistica íbero-románica (Crítica retrospectiva).
366 págs.

IV. TEXTOS

1. Manuel C. Díaz y Díaz: Antología del latín vulgar. Segunda edi¬


ción aumentada y revisada. Reimpresión. 240 págs.
2. María Josefa Canellada: Antología de textos fonéticos. Con un
prólogo de Tomás Navarro. Segunda edición ampliada. 266
páginas.
3. F. Sánchez Escribano y A. Porqueras Mayo: Preceptiva dramá¬
tica española del Renacimiento y el Barroco. Segunda edición
muy ampliada. 408 págs.
4. Juan Ruiz: Libro de Buen Amor. Edición crítica de Joan Coromi-
nas. Reimpresión. 670 págs.
5. Julio Rodríguez-Puértolas: Fray Iñigo de Mendoza y sus «Coplas
de Vita Christi». 643 págs. 1 lámina.
6. Todo Ben Quzmán. Editado, interpretado, medido y explicado
por Emilio García Gómez. 3 vols.
7. Garcilaso de la Vega y sus comentaristas (Obras completas del
poeta y textos íntegros de El Brócense, Herrera, Tamayo y
Azara). Edición de Antonio Gallego Morell. Segunda edición
revisada y adicionada. 700 págs. 10 láminas.
8. Poética de Aristóteles. Edición trilingüe. Introducción, traduc¬
ción castellana, notas, apéndices e índice analítico por Valentín
García Yebra. 542 págs.

V. DICCIONARIOS

1. Corominas: Diccionario crítico etimológico de la lengua


Joan
castellana. Reimpresión. 4 vols.
2. Joan Corominas: Breve diccionario etimológico de la lengua cas¬
tellana. Tercera edición muy revisada y mejorada. 628 págs.
3. Diccionario de Autoridades. Edición facsímil. 3 vols.
4. Ricardo J. Alfaro: Diccionario de anglicismos. Recomendado por
el «Primer Congreso de Academias de la Lengua Española».
Segunda edición aumentada. 520 págs.
5. María Moliner: Diccionario de uso del español. Premio «Lorenzo
Nieto López» de la Real Academia Española, otorgado por vez
primera a la autora de esta obra. Reimpresión. 2 vols.

VI. ANTOLOGÍA HISPANICA

2. Julio Camba: Mis páginas mejores. Reimpresión. 254 págs.


3. Damaso Alonso y José M. Blecua: Antología de la poesía espa¬
ñola. Lírica de tipo tradicional. Segunda edición. Reimpre¬
sión. LXXXVI -f 266 págs.
6. Vicente Aleixandre: Mis poemas mejores. Tercera edición aumen¬
tada. 322 págs.
7. Ramón Menéndez Pidal: Mis páginas preferidas (Temas litera¬
rios). Reimpresión. 372 págs.
8. Ramón Menéndez Pidal; Mis páginas preferidas (Temas lingüís¬
ticos e históricos). Reimpresión. 328 págs.
9. José M. Blecua: Floresta de lírica española. Tercera edición
aumentada. 2 vols.
11. Pedro Laín Entralgo: Mis páginas preferidas. 338 págs.
12. José Luis Cano: Antología de la nueva poesía española. Tercera
edición. Reimpresión. 438 págs.
13. Juan Ramón Jiménez: Pájinas escojidas (Prosa). Reimpresión.
264 págs.
14. Juan Ramón Jiménez: Pájinas escojidas (Verso). Reimpresión.
238 págs.
15. Juan Antonio de Zunzunegui: Mis páginas preferidas. 354 págs.
16. Francisco García Pavón: Antología de cuentistas españoles con¬
temporáneos. Segunda edición renovada. Reimpresión. 454
páginas.
17. Dámaso Alonso: Góngora y el «Polifemo». Sexta edición am¬
pliada. 3 vols.
21. Juan Bautista Avalle-Arce: El inca Garcilaso en sus «.Comenta¬
rios^ (Antología vivida). Reimpresión. 282 págs.
22. Francisco Ayala: Mis páginas mejores. 310 págs.
23. Jorge Guillén: Selección de poemas. Segunda edición aumentada.
354 págs.
24. Max Aub: Mis páginas mejores. 278 págs.
25. Julio Rodríguez-Puértolas: Poesía de protesta en la Edad Media
castellana (Historia y antología). 348 págs.
26. César Fernández Moreno y Horacio Jorge Becco: Antología lineal
de la poesía argentina. 384 págs.
27. Roque Esteban Scarpa y Hugo Montes: Antología de la poesía
chilena contemporánea. .372 págs.
28. Dámaso Alonso: Poemas escogidos. 212 págs.
29. Gerardo Diego: Versos escogidos. 394 págs.
30. Ricardo Arias y Arias: La poesía de los goliardos. 316 págs.
31. Ramón J. Sender: Páginas escogidas. Selección y notas introduc¬
torias por Marcelino C. Peñuelas. 344 págs.
32. Manuel Mantero: Los derechos del hombre en la poesía hispánica
contemporánea. 536 págs.
33. Germán Arciniegas: Páginas escogidas (1932-1973). 318 págs.

VII. CAMPO ABIERTO

1. Alonso Zamora Vicente: Lope de Vega (Su vida y su obra). Se¬


gunda edición. 288 págs.
2. Enrique Moreno Báez: Nosotros y nuestros clásicos. Segunda edi¬
ción corregida. 180 págs.
3. Dámaso Alonso: Cuatro poetas españoles (Garcilaso - Góngora -
Maragall - Antonio Machado). 190 págs.
6. Dámaso Alonso: Del Siglo de Oro a este siglo de siglas (Notas y
artículos a través de 350 años de letras españolas). Segunda
edición. 294 págs. 3 láminas.
8. Segundo Serrano Poncela: Formas de vida hispánica (Garcilaso-
Quevedo - Godoy y los ilustrados). 166 págs.
9. Francisco Ayala: Realidad y ensueño. 156 págs.
10. Mariano Baquero Goyanes: Perspectivismo y contraste (De Ca¬
dalso a Pérez de Ayala). 246 págs.
11. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Pri¬
mera serie. Tercera edición. 3 vols.
12. Ricardo Gullón: Direcciones del modernismo. Segunda edición
aumentada. 274 págs.
13. Luis Alberto Sánchez: Escritores representativos de América. Se¬
gunda serie. Reimpresión. 3 vols.
14. Dámaso Alonso: De los siglos oscuros al de Oro (Notas y artícu¬
los a través de 700 años de letras españolas). Segunda edición.
Reimpresión. 294 págs.
17. Guillermo de Torre: La difícil universalidad española. 314 págs.
18. Angel del Río: Estudios sobre literatura contemporánea española.
Reimpresión. 324 págs.
19. Gonzalo Sobejano: Forma literaria y sensibilidad social (Mateo
Alemán, Galdós, Clarín, el 98 y Valle-Jnclán). 250 págs.
Arturo Serrano Plaja: Realismo «mágico» en Cervantes («Don
Quijote» visto desde «Tom Sawyer» y «El Idiota»), 240 págs.
21. Guillermo Díaz-Plaja: Soliloquio y coloquio (Notas sobre lírica
y teatro). 214 págs.
22. Guillermo de Torre: Del 98 al Barroco. 452 págs.
23. Ricardo Gullón: La invención del 98 y otros ensayos. 200 págs.
24. Francisco Ynduráin: Clásicos modernos (Estudios de crítica lite¬
raria). 224 págs.
25. Eileen Connolly: Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza.
Con un prólogo de José Antonio Maravall. 236 págs.
26. José Manuel Blecua: Sobre poesía de la Edad de Oro (Ensayos
y notas eruditas). 310 págs.
27. Fierre de Boisdeffre: Los escritores franceses de hoy. 168 págs.
28. Federico Sopeña Ibáñez: Arte y sociedad en Galdós. 182 págs!
29. Manuel García-Viñó: Mundo y trasmundo de las leyendas de
Bécquer. 300 págs.
30. José Agustín Balseiro: Expresión de Hispanoamérica. Con un
prólogo de Francisco Monterde. Segunda edición revisada. 2
volúmenes.
31. José Juan Arrom: Certidumbre de América (Estudios de letras,
folklore y cultura). Segunda edición ampliada. 230 págs
32. Vicente Ramos: Miguel Hernández. 378 págs.
33. Hugo Rodríguez-Alcalá: Narrativa hispanoamericana. Güiraldes-
Carpentier - Roa Bastos-Rulfo (Estudios sobre invención y
sentido). 218 págs.

VIII. DOCUMENTOS

2. José Martí: Epistolario (Antología). Introducción, selección, co¬


mentarios y notas por Manuel Pedro González. 648 págs.

IX. FACSÍMILES

1. Bartolomé José Gallardo: Ensayo de una biblioteca española de


libros raros y curiosos. 4 vols.
2. Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado: Catálogo bibliográfico
y biográfico del teatro antiguo español, desde sus orígenes
hasta mediados del siglo XVIII. XIll + 728 págs.
3. Juan Sempere y Guarinos: Ensayo de una biblioteca española de
los mejores escritores del reynado de Carlos 111. 3 vols.
4. José Amador de los Ríos: Historia crítica de la literatura espa¬
ñola. 7 vols.
5. Julio Cejador y Frauca: Historia de la lengua y literatura cas¬
tellana (Comprendidos los autores hispanoamericanos). 7 vols.

OBRAS DE OTRAS COLECCIONES

Dámaso Alonso: Obras completas.


Tomo I: Estudios lingüísticos peninsulares. 706 págs.
Tomo II: Estudios y ensayos sobre literatura. Primera parte: Des¬
de los orígenes románicos hasta finales del siglo XVI. 1.090 págs.
Tomo III: Estudios y ensayos sobre literatura. Segunda parte:
Finales del siglo XVI, y siglo XV11. 1.008 págs.
Tomo IV: En prensa.
Homenaje Universitario a Dámaso Alonso. Reunido por los estudian¬
tes de Filología Románica. 358 págs.
Homenaje a Casalduero. 510 págs.
Homenaje a Antonio Tovar. 470 págs.
Studia Hispánica in Honorem R. Lapesa. Vol. I: 622 págs. Vol. II:
634 págs. Vol. III: En prensa.
Juan Luis Alborg: Historia de la literatura española.
Tomo I: Edad Media y Renacimiento. 2.a edición. Reimpresión.
1.082 págs.
Tomo II: Época Barroca. 2.a edición. Reimpresión. 996 págs.
Tomo III: El siglo XVIII. Reimpresión. 980 págs.
José Luis Martín: Crítica estilística. 410 págs.
Vicente García de Diego: Gramática histórica española. 3.a edición re¬
visada y aumentada con un índice completo de palabras. 624 págs.
Graciela Illanes: La novelística de Carmen Laforet. 202 págs.
Frangois Meyer: La ontología de Miguel de Vnamuno. 196 págs.
Beatrice Petriz Ramos: Introducción crítico-biográfica a José María
Salaverria (1873-1940). 356 págs.
Los «Lucidarios» españoles. Estudio y edición de Richard P. Kinka-
de. 346 págs.
Vittore Bocchetta: Horacio en Villegas y en Fray Luis de León. 182
páginas.
Elsie Alvarado de Ricord: La obra poética de Dámaso Alonso. Prólo¬
go de Ricardo J. Alfaro. 180 págs.
José Ramón Cortina: El arte dramático de Antonio Buero Valle jo.
130 págs.
Mireya Jaimes-Freyre: Modernismo y 98 a través de Ricardo Jaimes
Freyre. 208 páginas.
Emilio Sosa López: La novela y el hombre. 142 págs.
Gloria Guardia de Alfaro: Estudios sobre el pensamiento poético de
Pablo Antonio Cuadra. 260 págs.
Ruth Wold: El Diario de México, primer cotidiano de Nueva España.
294 págs.
Marina Mayoral: Poesía española contemporánea. Análisis de textos.
254 págs.
Gonzague Truc: Historia de la literatura católica contemporánea (de
lengua francesa). 430 págs.
Wilhelm Grenzmann: Problemas y figuras de la literatura contem¬
poránea. 388 págs.
Antonio Medrano Morales: Lingüística inglesa. 408 págs.
Veikko Váanánen: Introducción al latín vulgar. Reimpresión. 414 págs.
Luis Diez del Corral: La función del mito clásico en la literatura
contemporánea. 2.a edición. 268 págs.
Miguel J. Flys: Tres poemas de Dámaso Alonso (Comentario estilís¬
tico). 154 págs.
Irmengard Rauch y Charles T. Scott (eds.): Estudios de metodolo¬
gía lingüistica. 252 págs.
Étienne M. Gilson: Lingüística y filosofía (Ensayos sobre las cons¬
tantes filosóficas del lenguaje). 334 págs.
I
Date Due
DP 63.7 .C38 P46
Pena, Aniano. 010101 000
Americo Castro y su visión de

163 100 47 5
TRENT UNIVERSITY

blema de Larra y del 98— dentro del


contexto ideal europeo; ahora va a son¬
dear lo peculiarmente español en su
vivir mismo. Y nace España en su his¬
toria (luego llamada La realidad histó¬
rica de España), magna obra historio-
gráfica que rompía viejos moldes y
DP63.7 buscaba, a través de los hechos y de la
Peña, Aniaj literatura, la forma hispánica de vida.
Américo j Castro la encuentra en la convivencia
España y dj secular de cristianos, moros y judíos,
más tarde trocada en intolerancia cas¬
ticista de los cristianos viejos contra
los nuevos. ¿Cómo habían menospre¬
DATE I
ciado los historiadores estos mutuos
infiujos, estas marginaciones? Santiago,
la Inquisición, la limpieza de sangre,
el honor, el vivir inseguro, etc., dan
lugar a páginas estremecedoras.
El pensamiento de Cervantes es otra
obra fundamental. Hace ver al inmor¬
tal novelista —contra la crítica erudita
al uso— como artista muy consciente
y crítico, empapado de los problemas
del Renacimiento europeo. Nada de que
le salió una obra maestra casi sin dar¬
se cuenta. Andando el tiempo, Castro
—conforme a la evolución indicada—
buscaría en Cervantes un lado más
personal y social... Podrán ponerse ta¬
chas a algunas conclusiones de Castro,
pero no le neguemos la admirable maes¬
tría, el espíritu renovador con que ha
transformado los estudios histórico-li-
terarios, la capacidad de inquietar y de
incitar. Por el fuego de su palabra ha¬
brán de pasar los investigadores fu¬
turos.

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