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ESCUELA SECUNDARIA N°2 PACHECO

PLAN DE CONTIGENCIA

Profesora: Polledrotti Yesica

CURSO: 5° 7°

Materia Micro y Macro Economía

PROFESORA: Polledrotti Página 1


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Actividad N° 1

Leer los siguientes fragmentos, e identificar las necesidades básicas y la manera


de satisfacerlas.

La isla misteriosa de Julio Verne

El inventario de los objetos que poseían los náufragos del aire, arrojados sobre
una costa que parecía estar deshabitada, se hará en seguida. No poseían nada,
excepto la ropa que llevaban encima en el momento de la catástrofe. No obstante,
hay que mencionar un cuadernillo y un reloj que Gedeón Spilett había
conservado, por inadvertencia sin duda; pero ni un arma, ni un útil, ni siquiera
una navajita. Los pasajeros de la barquilla lo habían arrojado todo para aligerar el
aeróstato.

Los héroes imaginarios de Daniel de Foe o de Wyss, así como los Selkirk y los
Raynal, naufragados en Juan Fernández o en el archipiélago de Auckland, no
estuvieron nunca en escasez tan absoluta. O consiguieron abundantes recursos de
su navío embarrancado, como trigo, animales, útiles, municiones, o bien algún
resto llegaba a la costa que les permitía hacer frente a las primeras necesidades de
la vida. Tampoco se encontraban completamente desarmados ante la Naturaleza.
Pero aquí ni un instrumento, ni un útil: nada. ¡Tendrían que conseguirlo todo!

Y si al menos Cyrus Smith hubiera estado con ellos, si el ingeniero hubiese


podido aplicar su tecnología, su espíritu inventivo al servicio de aquella
situación, tal vez no se hubiese perdido toda esperanza.

Cuando comienza el segundo fragmento el jefe del grupo, el ingeniero Cyrus


Smith, ya se había reencontrado con sus compañeros de infortunio.

—Pues bien, mister Cyrus ¿por dónde empezaremos— preguntó al día siguiente
por la mañana Pencroff al ingeniero.

—Por el principio— respondió Cyrus Smith.

Y, en efecto, era por el principio por donde aquellos colonos se verían forzados a
empezar. Ni siquiera poseían los útiles; ni siquiera se encontraban en las
condiciones naturales de quien, teniendo tiempo, economiza esfuerzo. Les faltaba
el tiempo, puesto que debían subvenir inmediatamente a las necesidades de su
existencia, y si, aprovechándose de la experiencia adquirida, no tenían nada que
inventar, por lo menos tenían que fabricarlo todo. Su hierro, su acero, se hallaba

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aún en estado mineral; sus cacharros, en estado de arcilla; su ropa blanca y sus
vestidos, en estado de materiales textiles.

Hay que decir, además, que aquellos colonos eran hombres en toda la acepción
de la palabra. El ingeniero Smith no podía ser secundado por compañeros más
inteligentes ni con más abnegación y celo. Los había sondeado. Conocía sus
aptitudes.

Gedeón Spilett, periodista de gran talento, habiéndolo aprendido todo para poder
escribir de todo, debía contribuir ampliamente con la cabeza y con la mano a la
colonización de la isla. No retrocedería ante ninguna tarea y, cazador apasionado,
haría un oficio de lo que hasta entonces sólo había constituido para él un placer.

Harbert, magnífico muchacho, notablemente instruido en las Ciencias Naturales,


constituiría un serio puntal a la causa común.

Nab era la abnegación personificada. Astuto, inteligente, incansable, robusto, de


una salud de hierro, entendía algo del trabajo de la forja y sería utilísimo a la
colonia.

En cuanto a Pencroff, había sido marino por todos los mares, carpintero en los
astilleros de Brooklyn, ayudante de sastre en los navíos del estado, jardinero,
cultivador durante sus vacaciones, etcétera, y, como las gentes de mar, hábil en
todo, sabiéndolo hacer todo.

Hubiera sido realmente difícil reunir cinco hombres más adecuados para luchar
contra el destino, más seguros para triunfar.

«Por el principio», había dicho Cyrus Smith. Ahora bien: ese principio del que
hablaba el ingeniero era la construcción de un aparato que pudiese servir para
transformar las sustancias naturales. Sabemos el papel que desempeña el calor en
esas transformaciones. El combustible, madera o

carbón mineral, podía utilizarse inmediatamente. Se trataba, pues, de construir un


horno para utilizarlo.

— ¿Para qué servirá ese horno?— preguntó Pencroff.

—Para fabricar los cacharros de barro que necesitamos— respondió Cyrus


Smith.

— ¿Y con qué haremos el horno?

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—Con ladrillos.

— ¿Y los ladrillos?

—Con arcilla. En marcha, amigos míos. Para evitar los transportes,


estableceremos nuestro taller en el lugar mismo de producción. Nab llevará las
provisiones y no faltará fuego para la cocción de los alimentos.

—No— respondió el periodista —pero nos faltarán los alimentos si carecemos de


armas de caza...

— ¡Ah, si tuviésemos sólo un cuchillo!... — exclamó el marino.

— ¿Qué? — preguntó Cyrus Smith.

—Pues que construiría rápidamente un arco y varias flechas, y la caza abundaría


en la despensa.

—Sí, un cuchillo, una hoja cortante...— dijo el ingeniero, como si hablase


consigo mismo.

En aquel momento sus miradas se posaron en Top, que correteaba por la orilla.
De repente, los ojos de Cyrus Smith se animaron.

— ¡Top, ven aquí! — llamó.

El perro acudió corriendo a la llamada de su amo. Este cogió la cabeza del animal
entre sus manos y, quitándole el collar que llevaba al cuello, lo rompió en dos
partes, diciendo:

— ¡Aquí tiene dos cuchillos, Pencroff!

Le respondieron dos hurras del marino. El collar de Top estaba hecho con una
delgada lámina de acero templado. Bastaba, pues, con afilarlo sobre una piedra
de greda, de modo que uno de sus filos quedase en condiciones. Esa clase de
piedra se encontraba en abundancia en la playa, y dos horas después los útiles de
la colonia se componían de dos hojas afiladas que había sido fácil montar en un
mango sólido.

La conquista de este primer útil se saludó triunfalmente. Conquista preciosa, en


efecto, y que serviría a buen propósito.

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