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EL MAGNO EXPOSITOR BÍBLICO

(Lucas 24:19–27)
INTRODUCCIÓN: ¿Quién no quisiera haber oído al Señor explicar el Antiguo
Testamento? Nosotros lo utilizamos algunas veces en aquellos pasajes más escogidos de los
profetas o de los salmos, pero acudimos con más frecuencia al Nuevo porque tenemos en
esta segunda parte de la Biblia una más rica revelación del Espíritu Santo para nosotros los
cristianos de entre los gentiles, que hemos venido a ser el «Israel de Dios». Pero Jesús no
tenía otra Biblia que los escritos sagrados de la antigua Ley. Sin embargo, ¡cuán
admirablemente lo hizo! En Lc. 4:17–28 supo presentar varios ejemplos para justificar la
atención que había dado a gente no judía en viajes realizados a pueblos vecinos donde
también había hecho milagros (Mr. 7:24). Lucas no lo cuenta, pero el discurso de Jesús nos
induce a creer que tales sucesos habían tenido ya lugar. El Señor era muy oportuno en sus
mensajes. En la presente ocasión lo vemos. Se trataba de dos discípulos desalentados por
los sucesos de la pasión y Jesús tiene que echar mano no de simples incidentes históricos,
sino de un tema que estaba latente en las Escrituras, pero entremezclado en toda la historia
de Israel. Veamos cómo procedió …
1. Les abrió el sentido por el Espíritu Santo: esto necesitamos nosotros también para
que la gente entienda el mensaje. La oración debe ocupar el primer lugar en la predicación
no solamente en el orden ritual, sino en el espíritu y corazón del predicador. Esto es lo que
sabemos de todos los grandes despertamientos y de los más significados hombres de Dios
en el pasado. ¿Preparamos nosotros nuestros discursos con oración?
2. Les llevó directamente a las Escrituras: a pesar de que no tenía la riqueza espiritual
que tenemos nosotros en el Nuevo Testamento. Sabía que las Escrituras eran lo único con
que podía convencer a aquellos dudosos discípulos. Por las Escrituras respondió a sus
escépticas dudas (v. 21). Mucho más hoy día el recurso de las Escrituras como Palabra de
Dios, disipa todas las dudas y resuelve todos los problemas.
3. Dónde empezó el Salvador:
a) Comenzando desde Moisés (v. 27): los libros de Moisés son los más criticados hoy
pero Jesús los había usado ya diversas veces directa ó indirectamente diciendo: «Oísteis
que fue dicho a los antiguos». El Señor tenía plena fe en la inspiración y veracidad de la
Biblia, aunque Él había venido para dar un más alto giro y aplicación a sus preceptos
rectificando los de la antigua ley de los rabinos judíos, pero al mismo tiempo dijo que no
había venido a abolir lo que procedía auténticamente de Dios, sino a cumplirlo (Mt. 5:17).
b) Jesús amaba el Antiguo Testamento: lo creía, lo utilizaba, lo predicaba. Nosotros
tenemos que hacer lo mismo.
4. Lo que enseñó el Salvador: lo que de Él decían (v. 27). ¿Qué lecciones sacaría el
Señor de Gn. 4? El sacrificio de Abel superior al de Caín. De Éx. 12, el sacrificio del
Cordero pascual. De Nm. 21, la serpiente de metal. De Sal. 22, Is. 53 y muchos otros
pasajes, su sacrificio redentor. Él sabía, sin duda, lo que dice Pedro en 1 P. 1:10–12, y se lo
podría explicar con tal énfasis que hizo arder los corazones de sus oyentes. Esto debiera ser
nuestro objetivo cada vez que damos una exposición bíblica.
5. Cómo lo hizo el Salvador:
a) De memoria. No había biblias de bolsillo con referencias en aquellos tiempos. El
Señor citó las Escrituras de memoria, en este caso como en el de la tentación (Mt. 4:6, 10).
En el templo (Mr. 12:36). Y estando clavado en la cruz (Jn. 19:28). Es propio que lo hiciera
en el camino a Emaús. Sigamos el ejemplo del Señor, aprendamos de memoria trozos de su
Palabra, para emergencias, para refrigerio espiritual en la edificación de los creyentes y en
la exposición del Evangelio a los que no creen.
b) Con plena convicción de la verdad que anunciaba, ya que todo aquello se había
cumplido en sí mismo. Así debemos predicar el Evangelio. Nosotros no somos el Señor ni
hemos pasado por sus experiencias redentoras, pero somos redimidos y no debemos
cansarnos de repetir nuestras experiencias del poder y la gracia del Señor sobre nuestras
vidas.

BARTIMEO, EL CIEGO
(Marcos 10:46–52)
1. Oscuridad (v. 46): el pobre ciego vivía en tinieblas, no podía apreciar las hermosuras
de la naturaleza creada por Dios, del mismo modo el pecador cegado por Satanás (2 Co.
4:4) no puede percibir las cosas de Dios (1 Co. 2:12).
2. Oportunidad (v. 47):
a) El Señor nunca más pasó por Jericó; Bartimeo supo aprovechar su única oportunidad.
Hay muchos casos así entre los que escuchan el Evangelio. Por esto tenemos en Is. 55:6:
«Buscad a Dios mientras pueda ser hallado». Esto significa que hay un término a las
oportunidades espirituales de muchos pecadores.
b) Jesús dijo a sus discípulos (Jn. 12:35, 36): «Entretanto que estoy en el mundo, luz
soy del mundo.» Así era, por lo corta que fue la vida del Salvador. En el caso de los
pecadores vivientes, incluyendo los redimidos, lo corta que es nuestra propia vida, nos
impulsa a testificar.
c) Jesús declaró: «Porfiad a entrar» (Lc. 13:24, 25).
3. Obstáculos (v. 48): muchos le increpaban. Hay también obstáculos hoy …
a) Parientes se oponen.
b) Amigos se burlan.
c) Vecinos critican.
d) Negocios estorban.
e) Placeres llaman.
Hay que vencerlos todos.
4. Obediencia (vv. 49, 50): Jesús le llamó y Bartimeo acudió aprisa, respondiendo
inmediatamente: echando su capa. La vista valía mucho más que la capa, por buena y nueva
que fuese. Así es entre todas las cosas del mundo y lo que Jesús nos ofrece.
5. Oferta (v. 51): Jesús sabía lo que necesitaba, pero quería que expresara con palabras
su necesidad. Jesús conoce la nuestra … luz espiritual (Mt. 4:16; Jn. 8:12; 1 P. 2:9).
6. Operación (v. 52): el Señor es un oculista experto. En un instante puede abrir
nuestros ojos para que veamos. Así ha ocurrido a muchos convertidos (2 Co. 4:6).
7. Ocupación (v. 52): Bartimeo no volvió a la vieja vida de mendigo, siguió al Señor,
gozoso de servirle. Así debe ser con nosotros; la gratitud se expresa en consagración y
servicio.

CURACIÓN DEL PARALÍTICO


(Marcos 2:1–12)
INTRODUCCIÓN: puede usarse la de Mt. 9:1–9. Esta curación es un exponente y ejemplo
de la curación espiritual del pecado, considerando los hechos …
1. Un hombre paralítico (v. 3): la parálisis inmoviliza toda acción física. El pecado
paraliza toda actividad espiritual. La víctima no puede andar con Dios, y muchas veces no
es capaz de realizar lo que su conciencia le indica que debiera hacer (véase Ro. 3:9–12, 18–
19, 20).
2. Una buena voluntad dispuesta al esfuerzo y sacrificio (v. 4): la simpatía personal
debe promover el esfuerzo para llevar almas a Cristo. No esperar que vengan, sino nosotros
ir a ellos y traerles al Señor o al lugar donde pueden encontrarle. Allí donde se predica el
Evangelio. Muchos no son capaces de venir solos. Jesús dijo: «Id y predicad».
3. Una perseverancia invencible (v. 4): Satanás siempre pone dificultades delante de los
que quieren llevar a cabo su obra (Mr. 10:48). Aquí el Señor recompensó la fe perseverante
de sus amigos, curando al enfermo:
4. Un perdón inesperado (v. 5): ellos buscaban la curación física del enfermo, pero
Cristo le dio mucho más; como dice el apóstol: «Más de lo que pedimos o entendemos»
(Ef. 3:20), al darle el perdón de los pecados que valía mucho más porque es para la
eternidad. Poder para servir a Dios es más importante que poder para servirse a sí mismo.
5. Una percepción inescapable (vv. 6, 8): el Señor percibió lo que estaban pensando «en
sus corazones». Parece que ni siquiera lo habían expresado en susurro entre ellos; pero Dios
ve el corazón; nada puede escapar a sus ojos escrutadores (Jer. 17:10, Ro. 14:10–12; He.
4:12, 13).
6. Un poder incomparable (v. 11): «¿Quién puede perdonar pecados sino solamente
Dios?»—decían dentro de sí los que no podían adivinar quién era Jesús; pero la curación
del paralítico demostró quién era; por lo tanto, tenía potestad para perdonar (Hch. 5:31; Mr.
10:43).
7. Una proclamación imprescindible (v. 12): los circunstantes testificaron de lo que
habían visto. ¡Cuánto más lo haría el paralítico sanado! El poder de Cristo capacita al
hombre para proclamar su amor. Hay una facilidad hasta en el habla en los recién
convertidos: el amor de Cristo constriñe a proclamar su poder (Mr. 5:19, 20; 1 Co. 9:16).
¿Sentís vosotros, amigos, este amor y gratitud que os hace obrar? Es el Espíritu de Dios que
está en vosotros. De otro modo, temed por vuestras almas.

ESTER,
O LOS FINES DE LA PROVIDENCIA
(Ester 4)
INTRODUCCIÓN: contar a grandes rasgos la historia de Ester, destacando que Asuero, el
último rey de Persia, se hacía respetar, como todos los reyes de aquella época, haciéndose
sagrados y casi invisibles en palacios inmensos, y el gobierno era ejercido por manos de
favoritos, representantes de la casi «divinidad oculta». Explotando al pueblo, aquellos reyes
se hacían inmensamente ricos y podían ofrecer banquetes espléndidos invitando a todos sus
nobles por espacio de meses como en este caso, que duró 180 días (cap. 1:4) (eran fiestas
con hospedaje real). La reina Vasti se mostró extraordinariamente orgullosa, quizá con
razón, pues muchos exegetas han dicho que el rey le ordenó aparecer completamente
desnuda para que los nobles pudieran contemplar su belleza física y la esbeltez de su
cuerpo. El rey tenía innumerables concubinas, pero una era nombrada reina por decreto
real.
1. La Providencia en la Historia: muchos han notado que no aparece el nombre de Dios
en este libro, y que parece tan sólo una epopeya de la historia del judaísmo; pero, de modo
muy semejante al drama de la vida de José, el hijo de Jacob, aparece el cuidado de Dios en
una serie de circunstancias admirablemente hilvanadas, que revelan de un modo clarísimo
los caminos de la providencia divina …
a) Ester, huérfana, fue educada por su piadoso tío Mardoqueo; la pérdida de sus padres
fue sustituida y compensada por la adopción de un hombre, posiblemente mucho más
piadoso que aquellos a quienes ella lloró en su infancia, trayendo a su vida gran bendición
espiritual.
b) Su elección, en sustitución de la destronada reina Vasti, la puso en la mejor
condición para ser la defensora de su pueblo.
c) Dios iba preparando la caída del primer ministro, Amán, enemigo de su pueblo, por
aquella noche de insomnio del rey, que le indujo a leer el libro de memorias del reino.
d) El hecho de que el rey se fijara en el acto de lealtad de Mardoqueo y le ocurriera al
malvado Amán su primer contratiempo por la orden tan ajena a sus propósitos de parte del
rey. Hasta a los malvados Dios no les deja caer, muchas veces, sin darles un aviso (Nótese
este hecho tanto en este caso como en el de Pilato) (Mt. 27:19).
e) La prudencia y habilidad de Ester eran, sin duda, una respuesta a la oración de
Mardoqueo, y de ella misma, acompañada de sus doncellas, a las que ciertamente la reina
tuvo oportunidad de hablarles del poderoso Jehová, el Dios de Israel.
f) El desenlace en el banquete de la reina Ester a sus dos invitados de honor, el rey y su
primer ministro, Amán. Se ha dicho que Dios ciega a los que quiere perder, para que
cometan un error tras otro.
2. La Historia como parábola: el pueblo de Dios de todos los siglos ha tenido un
malvado y astuto enemigo, Satanás, que ha procurado su perdición; pero el plan de Satanás
ha sido frustrado por su gran intercesor el Señor Jesucristo. Notemos 3 dilemas:
a) El de Ester: su elevada posición la habilitaba y convertía en la única persona
adecuada para salvar a su pueblo del exterminio decretado por el malvado Amán, pero
había el gran peligro de que el rey Asuero la considerara una intrusa en sus negocios de
Estado y no le extendiera el cetro; por eso, tras los 3 días de ayuno y oración, exclama, en
una decisión heroica: «Entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la Ley; y si perezco,
que perezca …».
b) El de Jesucristo: aunque Él era el Hijo de Dios encarnado y nadie estaba en mejor
posición que Él para salvar, según los planes de Dios, a los que le aceptan por fe, se había
hecho verdadero hombre por su kenosis (Fil. 2:7, 8) y como hombre le cabía la posibilidad
de pensar que el Todopoderoso, después de su costoso sacrificio en la cruz, no le resucitara
«para nuestra justificación». Es lo que aparece en Jn. 12:27–29 y en Mt. 26:39, 42 y 36;
pero el Padre cumplió su fiel esperanza.
c) El dilema nuestro (Mt. 16:25–27): este dilema es mucho más suave en nuestra edad.
Es cierto que el enemigo se complace en atormentamos viniendo a nuestra mente y
sugiriéndonos dudas, lo que es mucho más soportable en nuestro tiempo que en los tres
primeros siglos, o en el de los mártires de la Edad Media, que aún era mucho más agudo,
por tratarse sólo de una interpretación más acertada del plan de la salvación de Dios a la luz
de las Sagradas Escrituras, no de una negación absoluta del Salvador. En este tiempo en
que la influencia indirecta de las doctrinas de Jesús ha traído al mundo la democracia y los
derechos humanos, ¿no sabremos decir a Satanás: «¡Vete de mí, artero enemigo!, pues si
otros han dado sus vidas en medio de terribles sufrimientos, yo, que estoy en mucha mejor
situación que ellos, ¿no serviré a mi Salvador hasta el fin, aunque el plan de Dios para la
humanidad no sea exactamente como yo lo quisiera?» «¡Oh, si, Señor, creo en Ti, ven en
auxilio de mi poca fe!» (Mr. 9:24).
3. El triunfo de la fe: tanto Mardoqueo como Ester vieron colmada su fe y sus plegarias
con un triunfo completo, que todavía es recordado por el pueblo judío anualmente en la
fiesta de Purim. Pero, desgraciadamente, tan sólo como un recuerdo patriótico, mientras
que los cristianos evangélicos vemos en ello una figura y emblema del triunfo de la fe en el
reinado de Jesucristo, de quien ha sido dicho: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies» (Sal. 110:1 y Hch. 2:35). Su triunfo, que es el nuestro, ha
de ser completo sobre el enemigo y toda clase de mal que ha ocurrido en este mundo.
CONCLUSIÓN: nosotros hemos de participar de su triunfo a causa de su decisión y de la
nuestra. Su triunfo sobre el pecado y Satanás es completo, pero Él ha conducido su pueblo,
poniéndolo a prueba de diversas maneras, y nuestras pequeñas decisiones de cada día han
de contribuir a la medida de nuestra gloria (véase Mt. 25:45; Lc. 19:16–26; 1 Co. 3:8).

LA OFRENDA DE MARÍA
(Juan 12:1–3)
INTRODUCCIÓN: Jesús se hallaba de visita en casa de sus amigos de Betania por última
vez. ¡Cuán grato y oportuno fue aquel refrigerio de amor antes de la semana de pasión!
Cuando iba a ser objeto de los mayores desprecios e ingratitud sentiría que alguien le había
comprendido y le amaba. Esta breve narración contiene grandes enseñanzas para nosotros.
1. Cada cual debe servir a Cristo en lo que puede:
a) Lázaro ofreció hospedaje. Según la costumbre judía, compraría él las vituallas; tenía
dinero y no hallaba mejor medio de emplearlo que para honrar a Aquel que le devolvió la
vida.
b) Marta no era la dueña, pero sí la administradora de la casa. Poseía probablemente
arte culinario, y gustosa se esmeró en este servicio.
c) María de sus ahorros, cumplió la costumbre judía de obsequiar al huésped con un
perfume de un modo espléndido.
Es esto una gran lección para las iglesias cristianas. ¿No es Cristo nuestro Huésped?
(Mt. 18:20). ¿Qué haremos para obsequiarle? Unos saben predicar. ¡Que gozo para Él oír
narrar su amor a los inconversos! Otros pueden orar; saben concretar pensamientos
edificantes que expresan el sentir de la asamblea. Otros tienen dinero que ofrecer con más
abundancia que sus hermanos. Otros pueden cantar o recitar. Algunos tienen don de gentes
para la evangelización o para tratar con los niños. Que cada cual descubra su don para
consagrarlo al Señor, sin empeñarse en hacer por vanagloria aquello que no podemos, ni
esquivando por indolencia lo que podríamos hacer con un poco de esfuerzo. Si se hubiesen
intercambiado los papeles en el hogar de Betania, María no hubiera desempeñado en la
cocina el mismo trabajo que Marta y ésta no poseía la delicadeza necesaria para el acto de
amor que aquélla realizó. Cuidado en no pensar como el mal siervo, que porque tenía poco
creyó no debía servir de ningún modo a su Señor (Mt. 25:25).
2. El amor no admite limitaciones: trescientos denarios era el jornal de un obrero
correspondiente a un año. Una ofrenda exagerada, según los mismos discípulos. Es seguro
que para sí misma habría adquirido María un perfume de menos precio, pero sentía que al
Señor no podía ofrecerle un don ordinario que denotara mezquindad. ¡Qué no se merecía el
que les había devuelto a Lázaro! ¡Qué no se merece el que murió para darnos vida eterna!
¿Denotan mezquindad nuestras ofrendas al Señor?
3. El amor tiene que expresarse para que pueda ser apreciado: el perfume encerrado en
el vaso no daba olor, pero quebrado éste, se demostró su rica esencia. el amor no es para ser
guardado en el corazón, sino para ser expresado con hechos. el amor de Dios guardado en
el seno de su divinidad de nada nos habría aprovechado; pero manifestado en la persona de
Cristo ha hecho nuestra redención. Cuando el vaso de alabastro que lo contenía, o sea, el
cuerpo de Cristo, fue quebrado en la cruz, el perfume del amor de Dios llenó el mundo
entero. Asimismo con los grandes servidores de Dios. A Pablo no le importaba que su
cuerpo fuera quebrado, gastado en el servicio, antes decía: «Me gozo y congratulo por
todos vosotros» (2 Co. 4:11, 5; Fil. 2:17).
4. Lo que se ofrece a Cristo aprovecha también a otros: el perfume era para Jesús, pero
todos los que se hallaban en la casa disfrutaron de su agradable olor. Todo acto de amor a
Jesús echa su fragancia sobre otras vidas. Cantamos, oramos y damos ofrendas para el
Señor, pero muchas personas reciben bien por ello. el mundo entero está disfrutando del
olor de actos realizados por amor a Jesús en hospitales y casas de misericordia. ¿Qué recibe
el mundo por causa de nuestro amor a Cristo?
5. El amor puro trasciende lejos: leemos que «la casa se llenó del olor del ungüento».
No tan solamente el aposento donde se hallaba Jesús, sino las habitaciones contiguas. No
basta dar culto al Señor en el templo o en nuestra intimidad. Nuestra vida entera debe estar
llena de aquel olor de santidad que haga radiantes y agradables nuestras vidas en cualquier
lugar donde nos hallemos. La cocina, el lavadero, el taller y la oficina donde concurren los
cristianos deben llenarse del buen olor de Cristo (1 Co. 10:31, 32; Ef. 6:6).
6. Es un privilegio muy solemne servir a uno que puede distinguir los motivos del
corazón: los hombres pueden, con frecuencia, interpretar mal nuestras actitudes, porque no
son capaces de leer en nuestros corazones. Ésta es la razón de la mayor parte de los
conflictos y odios humanos. Comprender es perdonar. Comprender es apreciar el valor de
los actos ajenos, aunque no estén exentos de defectos. María no fue comprendida por los
discípulos. Estos veían únicamente un lado de las cosas y su razonamiento era justo hasta
cierto punto: pero Jesús sabía que no había allí ninguno de los motivos que los discípulos
suponían: orgullo, vanagloria, ostentación, sino amor puro, fe en el cumplimiento de aquel
vaticinio que el Salvador había hecho (Mt. 16:21) y probablemente el propósito muy
ingenuo de prevenir que el sagrado cuerpo entrara en descomposición antes de que se
cumpliera el momento de la victoria sobre la muerte.
CONCLUSIÓN: ¡Cuidado con juzgar los propósitos y servicio de nuestros prójimos!
¡Atenta vigilancia sobre los nuestros! Él sabe por que y cómo le servimos. Gracias a Dios
que no puede haber malas interpretaciones por su parte, pero tampoco podemos cegar sus
ojos con un servicio de poco valor. Que pueda el decir de cada uno: «Éste ha hecho lo que
podía … ¡Todo lo que le era posible hacer por Mí según sus circunstancias!».

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