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Análisis semiótico del cuento “Los Aristogatos”

A pesar de ser viuda, Madame Adelaida Bonfamille era muy feliz. Su casa era bella y
gracias a la lealtad y buen empeño de su mayordomo Edgar, en ella todo estaba ordenado y
marchaba bien, por lo que su fortuna no mermaba en lo más mínimo.

Pero lo que más feliz la hacía de todo era la belleza y buenos hábitos de sus gatos, los que
sin dudas estaban entre los más afortunados de la gran urbe parisina, pues tenían todas las
atenciones y comodidades que un gato doméstico pudiese desear, al punto de que eran
conocidos en el vecindario como los aristogatos de Madame Adelaida.

Duquesa, la mayor de las mascotas, era una bella gata blanca. Además de ella, en la gran
mansión vivían sus tres pequeñines: Marie, que cantaba con dulzura y simulaba en belleza a
su madre; Beriloz, que tocaba el piano con gran habilidad; y Toulose, que pintaba y
desbordaba creatividad, pero también picardía.

Los tres eran orgullo de Duquesa y de Madame Adelaida, las que aspiraban que al igual que
la gran gata blanca, los pequeños se convirtieran en grandes nobles, en unos verdaderos
aristogatos.

La felicidad y armonía en casa de Madame Adelaida se rompería súbitamente.

Resulta que esta llamó un día a su abogado con el objetivo de hacer su testamento, pues
consideraba que ya iba siendo tiempo por su edad.

En el documento, legó toda su fortuna y mansión a sus felinos, cuyo cuidado encargaba al
mayordomo Edgar, quien a su vez heredaría todo una vez los animales no estuvieran.

Al tanto de esto, el mayordomo fui víctima de la codicia. Pensó que para ver reciprocado
todo su trabajo, lealtad y dedicación de los últimos años, debería esperar mucho tiempo,
pues cada gato se decía que tenía siete vidas.

Por ello, dejándose llevar por las ambiciones más bajos que suelen nublar el juicio de las
personas, ideó un malévolo plan que no dudó en llevar a cabo.
Este consistió en encerrar a los cuatro gatos en una bolsa y llevarlos bien lejos de la casa,
para lanzarlos a un río y cerciorarse que los animales no fuesen obstáculos para heredar la
fortuna de la señora a la que había servido tanto tiempo.

Así lo hizo y si no hubiese sido por un gato callejero, llamado Tomás O´Malley, su plan
hubiese resultado.

Duquesa y sus hijos habían logrado salirse de la bolsa y del río, pero tras pasar una noche
con mucho frío y sin saber dónde estaban y cómo regresar a su casa, O´Malley, que era
como el pequeño Toulose adulto, acudió en su socorro y prometió ayudarles a regresar a su
hogar.

De esta forma, acompañados por un verdadero conocedor de la calle y de todos los


recovecos de París, Duquesa y sus pequeños estaban felices, pues sabían que volverían a la
comodidad de la mansión, bajo los gratos cuidados y amor de Madame Adelaida.

Desde el pirncipo O´Malley quedó prendado de Duquesa y le agradaron los niños, y aunque
los ayudaría de buena fe, lamentaba el hecho de que pronto volverían a separarse.

El camino a la mansión era largo, por lo que tuvieron que pasar la noche en otra barriada de
París.

O´Malley les dijo que podían descansar en su buhardilla y a la mañana siguiente


reemprenderían viajes con más energía, algo que aceptó Duquesa.

Sin embargo, cuando llegaron al recinto de su salvador, había muchos otros gatos que
habían irrumpido en él.

Se trataba de Gato Jazz, amigo de O´Malley, y los integrantes de su banda, los que dieron
una calurosa bienvenida e hicieron disfrutar su música a las Aristogatos, que nunca antes se
habían divertido de tal forma.

A la mañana siguiente llegó el momento de la despedida. Tanto los pequeños como


Duquesa le habían tomado mucho aprecio a O´Malley y no concebían el hecho de que ya
no volvieran a verse.
..

Resulta que cuando los gatos entraban de nuevo en la mansión, entusiasmados por volver a
ver a Madame Adelaida, Edgar, que los había visto con antelación, les tenía una trampa
tendida.

Los había vuelto a encerrar y se disponía a mandarlos en una caja a un país muy alejado,
del cual nunca podrían volver a regresar.

Por suerte, un pequeño ratón amigo de Duquesa presenció la escena y bajo las indicaciones
de esta, acudió a la buhardilla de O´Malley para que una vez más fuese al rescate.

Sin dudarlo, el gato callejero y galán, que ya había conquistado el corazón de Duquesa, fue
acompañado por sus amigos músicos a rescatar a sus amigos aristócratas. Hacerlo no le
tomó gran trabajo y con zancadas y arañazos logró salvar a sus amigos y meter a Edgar en
la caja, con lo 1ue fue el mayordomo quien nunca más regresó a la mansión.

De esta forma Madame Adelaida recuperó a sus gatos, a los que siguió dando los mismos
caprichos y atenciones de siempre, con una diferencia; ahora el grupo tenía un nuevo
miembro, O´Malley, pareja de Duquesa y todo un padre para los tres pequeñines y futuros
Aristogatos, a los que también les gustaba el Jazz y la vida en las calles de París.

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