Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Primera edición en la Colección Autores del 450 - Instituto de Cultura del Estado de Durango: 2013
Cerro de la Cruz 122. Fracc. Lomas del Guadiana, 34110, Durango, Dgo.
El Instituto de Cultura del Estado de Durango realizó las búsquedas correspondientes ante el Instituto
Nacional de Derechos de autor y en la Sociedad General de Escritores de México, a fin de localizar a los
no obstante esto, el Instituto de Cultura del Estado de Durango, deja a salvo los derechos patrimoniales
del autor, comprometiéndose a llevar a cabo el instrumento jurídico con quien demuestre fehaciente-
Stasia de la Garza
Coordinadora Nacional de Literatura
12 | Palindromía
zorra el abad y Anita lava la tina. Sobre el primero diré que es el
segundo palíndromo en el rubro de la fama y que es una matriz
modificable: «Dábale amor a la Roma el abad» o «Dábale azar a
la raza el abad», por citar sólo dos variantes. Acerca del segundo
debo decir que se trata de un palíndromo infinito. Si nosotros des-
lizamos la palabra lava en el seno del retrógrado como los apoda-
ba Baltasar Gracián descubriremos que sigue siendo palíndromo:
Anita lava, lava, lava, lava, lava la tina. Anita siempre está lavando
la tina… ¡pobre Anita!
Dice Miguel González Avelar en el prólogo de Palindromía que
ni siquiera el gran libro de Darío Lancini –Oír a Darío–1 puede con-
siderarse como una culminación en el arte de las frases de lectura
reversible, los famosos janos retóricos, y tiene razón. Baste como
botón de muestra el hermoso libro de Pedro Ruiz, un palindromis-
ta catalán que publicó varias colecciones de frases bilegibles en su
ya canónico ¡Ajája!2 Menciono de refilón incluso el libro antológi
co coordinado por el mismo Pedro Ruiz y Jesús Lladó Parellada
Sé verla al revés,3 con muestras múltiples de la labor llevada a cabo
por los miembros, del Club Palindrómico Internacional con sede
en Barcelona. Ambos libros publicados gracias al generoso empe-
ño del palindromista Carlos López (director de editorial Praxis).
Perdón por la digresión que espero no derive en autobombo. Du
rante los últimos 30 años de mi vida me he dedicado, entre otros
placeres, al arte de la Palindromía, mas esto no se vio reflejado sino
en los recientes cinco años donde publiqué de manera consecutiva
cuatro libros sobre palíndromos (A la gorda drógala, Sorberé cere
bros, Efímero lloré mi fe y Echándonos un palíndromo)4 y un prólogo
1. Oír a Darío incluye algunos de los más bellos poemas palindrómicos en la historia del idioma
español. La muestra más nítida es «Amor azul», pieza magistral que inicia con el celebérrimo «yo
de todo te di…» Esta frase fungió como disparador para imaginar el palíndromo aforístico «Yo de
todo te doy».
2. Dediqué un artículo publicado el diez de enero del presente año en el diario Milenio Laguna
al trabajo impresionante de Pedro Ruiz como palindromista: «La magia lúcida del palindromista
Pedro Ruiz»: «Pere inventa sonetos, odas, silvas, haikús, sextillas palindrómicos».
3. Libro fundamental que incluye reflexión sobre palíndromos (palindrología), palíndromos de
numerosos autores, juegos verbales de otra índole y notas biobibliográficas de los autores. Por
cierto en esta obra llama la atención, entre otros, el trabajo fecundo del palindromista mexicano
Ignacio de Jesús Sánchez Montes: «¿Eso no era mareo? No sé».
4. A la gorda drógala es un librito que contiene claves para palindromistas principiantes (Artele-
trA), Efímero lloré mi fe compendia 26162 palíndromos míos ordenados alfabéticamente (Edicio-
nes sin nombre/Instituto Coahuilense de Cultura), Sorberé cerebros es el empeño antológico aquí
comentado (Colofón/Axial) y Echándonos un palíndromo es una amplia revisión taxonómica del
mundo del los janos retóricos (Algarabía).
5. Por lo demás, se puede alargar por el centro o por los extremos esta expresión: «La ruta no
natural» (Adam Rubalcava), «La ruta nos aportó otro paso natural» (Víctor Carbajo) o «Adán: o la
ruta natural o nada» (GPG).
14 | Palindromía
las. Si el palíndromo es muy largo, en cambio, la coincidencia au-
toral6 se torna casi imposible: Ubu rey de Darío Lancini, el poema
de Gerardo Deniz o las frases cangrejas enhebradas por el hombre
de los tres siglos Juan Filloy en su tratado de Palindromía deno-
minado Karcino. Podemos entonces formular la primera intentona
axiomática, aunque esta frase bordee el territorio del oxímoron:
mientras más extenso sea un palíndromo, la posibilidad de coinci-
dencia autoral se reduce y es casi computable en cero. Nadie pue-
de escribir, sin haberlo visto jamás, el gran palíndromo francés de
George Perec: 1969. Los milagros verbales son irrepetibles: nadie
podrá escribir «Seis mujeres enamoradas» de Pedro Ruiz o el gran
palíndromo de Miguel Ángel Zorrilla incluido en Sorberé cerebros.
Paso a examinar otra problemática relacionada con estos anima
les verbales que se muerden la cola. En su prólogo a Palindromía,
González Avelar sugiere o recomienda algunas flexibilizaciones del
criterio palindrómico. Estas flexibilizaciones o licencias nos hacen
pensar que, como en poesía, el quehacer palindrómico también
acepta concesiones sin desmedro o deterioro del resultado. De ma
nera que la frase asno/onza es palindrómica, aunque desde la pers-
pectiva visual no lo parezca. Aportaré un ejemplo aprendido en
Torredembarra, España, justo en uno de los congresos interna
cionales del club de palindromistas y cuyo autor es el valenciano
Josefet Fuentes: A besos, Rebeca, hace versos Eva. Rotundo ejemplo
donde los cambios de letras se perciben de manera visual y don
de la sonoridad queda intacta o impoluta. El palindrólogo Gonzá
lez Avelar se refiere, asimismo, a la función muda de la letra «h»
que no impide hacer palíndromos: «La sor Elena anhele rosal». La
«h» lastima la correspondencia simétrica visual, pero no la eurit-
mia sonora. Algo similar se aprecia si escribimos el palíndromo «A
ti charro, borrachita», cuyo paralelismo sintáctico empariente con
el ínclito «A ti cama, mamacita». En Palindromía leemos un deli-
cioso palíndromo oximorónico7 cuya belleza es potenciada por los
6. El distingo entre coincidencia autoral y plagio es el siguiente: en la primera no conoces los pro-
ductos intelectuales de los demás y llegas al mismo resultado por caminos similares o distintos;
en la segunda sí conoces los productos intelectuales ajenos y sencillamente los copias a la letra.
7. Los palíndromos animados con ritmo y figuras retóricas como la sinestesia, la hipálage o el
oxímoron son poéticos. Incluyo varias muestras de esta naturaleza en mi reciente Echándonos un
palíndromo (Algarabía).
Palindromía
8. Digo esto para contrastar esta metodología palindrómica con, por ejemplo, la que alienta la obra
teatral de Darío Lancini Ubu, rey: un solo palíndromo leído desde la última hasta la primera letra.
Añado de manera tangencial que el drama de González Avelar fue puesto en escena bajo la dirección
de Héctor Azar.
16 | Palindromía
el autor evita el encabalgamiento en la cuarta línea y procede a
iniciar la quinta línea con la conjunción copulativa y: «rehacer su
luz, recaer / y al rato botarla». El poeta interroga para tratar de de
finir si se trata de una cuestión real o ficticia: «¿Amor, broma?». Y
la respuesta posee una derivación sinestésica: «Amor al aroma»;
sinestésica e invitante al calambur: «Amor al aroma» se descom-
pone en «Amor a la Roma». El poema traza una curva semántica
que va del desencanto (recaer) a la fascinación (amor al aroma).
Podemos afirmar, sin hipérbole, que la definición del amor como
«La rosa más oral» es una verdadera perla sinestésica: la rosa re-
mite a la plasticidad del color y al encanto del olor mientras que la
voz oral remite a las palabras y a los besos. Releamos el segundo
texto de la primera secuencia palindrómica.
El segundo texto, intitulado «Lógica», está animado por una
espléndida unidad interior cifrada en la presencia de Adán y Eva
y en la insinuación de la voz ave como símbolo de evanescencia o
efimeridad. Se trata de un poema extraordinario incoado por un
verso luminoso que entraña gran sabiduría: «Adán; ¿somos o no
somos nada?». Este verso habrá de conectarse con otro de resonan-
cias shakespereanas, también notable: «Se es o no se es». El título
«Lógica» alude a la sobresaliente correspondencia de las partes
que conforman el todo, a la euritmia.9
El poema «Ética» es más largo y por ello el riesgo de perder la
cordura semántica es mayor. Sin embargo conserva, en líneas gene-
rales, un sentido anudado a la propuesta de castigar a quien evade
la normatividad, a quien se aparta de la ética. El primer y el último
verso son medios palíndromos. Me parece que el autor plantea una
invitación tácita al lector para que éste complete el palíndromo.10
El primer palíndromo ya íntegro sería: «Edipo pide a mamá yo hoy:
yo hoy a mamá Edipo pide». El último verso arrojaría en su prolon-
gación: Tupa caput.11 En el poema sobresalen con carácter autóno-
9. El diccionario de la rae dice que euritmia es la «Buena disposición y correspondencia de las di
versas partes de una obra de arte».
10. A este procedimiento Umberto Eco le llama, en Obra abierta, «coejecución autoral»: autor y lector
suman empeños creativos.
11. El verbo «tupir» cuadra muy bien con el penúltimo verso, por otra parte sorprendente: «a ti, mo
doso sodomita». «Tupir» es, según la rae: «Apretar mucho algo cerrando sus poros o intersticios».
Es posible una interpretación más de la presencia del caput como remate del poema: el octavo verso
aislado: «Tupac Caput»: mención al sesgo del héroe inca o incásico: Tupac Amaru.
12. «Galaor» de Hugo Hiriart desacraliza con magnífico humor las novelas de caballería. El poema
incluye el verso «Así revela la leve risa» cuyas variantes a partir del núcleo o matriz es: «Así revela
leve risa» o «Así revela aleve risa».
18 | Palindromía
Detengo la mirada en «Velación» porque es uno de los poemas
más concentrados e intensos de Palindromía. El final es fulminan
te: «A esa malla la red efímera;/haré mi fe de rala llama, sea». El
sea es sinónimo del amén y confiere circularidad estética al texto.
El título «Velación» es certero y carga de sentido cada línea del
poema: «A / la rural / adarga sagrada». Poema con gran, si me per-
miten el préstamo de la ardua crítica literaria, isotopía cimentada
en la contigüidad semántica de varias palabras: sagrada, efímera,
llama. Como si se tratase de una flama el poema va creciendo a
cada línea cumpliendo así su ambición caligramática.
De «Narcisa» destaco el primer verso. Se trata de un palíndromo
aerodínamico, denominación que inventó el escritor Jaime Muñoz
Vargas: aerodinámico es un palíndromo que por su forma de fluir
en la lectura inicial no parece ser palíndromo. El asombro del lec-
tor se potencia en el ejercicio de la relectura: «Yo soy la volatinera
arenita, lo valioso y». Línea aerodinámica sin duda.
En «Jai Kai» hay suficientes elementos relacionados con el orbe
de la poesía breve japonesa. La mención de «ajaponesado» hace ex
plícita la intención de evocar esa forma tradicional de poesía cul
tivada en Japón. Para mi gusto prescindiría del verso «atar rata y
ratón; notar», aunque el molde o cartabón formal exijan la fila de
seis versos.
«Infundio» es el poema-verso menos convencional o comedido
del conjunto Palindromía. Posee un alto grado de condensación se
mántica y una respuesta gentil e irónica: «¿Oír no ser dama tu
puta13 madre? Sonrío». La sonrisa que desarma y defiende a un
tiempo. La tensión del poema-verso radica en las menciones de
«dama» y «puta madre» referidas a la misma persona. El título
–«Infundio»– es descriptivo.
En «Evita» descubrimos un verso que guarda estrecha relación
con el célebre «Son robos. No solo son sobornos» De Darío Lan-
cini: «sobornos son robos». Y «Lana sube» es un guiño a la añeja
adivinanza «Lana sube / lana baja…¿qué es?: ¡La navaja!» poe-
ma de admirable bordadura semántica. Y asimismo admirable es
el sentido de «Elegía», poema de largo aliento si consideramos que
se trata de versos-palíndromos.
13. El núcleo «A tu paso posa puta» se desdobla en numerosos palíndromos hilarantes: «A tu paso
bromea, cae, morbosa puta», por ejemplo.
14. En Echándonos un palíndromo dedico una sección a los palíndromos infinitos, por ejemplo:
«Adán: roja lee, lee, lee, lee, lee, lee, lee, la Jornada».
15. En el arte palindrómico de Miguel González Avelar sobresalen los palíndromos interrogantes: el
poema-verso «Infundio» es una notabilísima muestra.
20 | Palindromía
componen sean simétricas».16 El palindromista aduce varios ejem-
plos: A ti mi ama imita y O mito o timo. Digo esto porque el palín-
dromo de Miguel González Avelar («anecsé a la escena») no es es-
pecular, pero sí es palíndromo. Lo mismo podemos decir de otros
ya comentados en esta aproximación a Palindromía. En «Ojalá»
descubrimos además la mitad del palíndromo que constituye el tí-
tulo del libro en homenaje a Miguel González Avelar: «Eso no sé».
La otra parte del título es «¿Yo soy?»: ¿Yo soy? Eso no sé.17
Cierran Palindromía «Sevilla» y «Y trópico no conocí por ti»,
ambos textos de nervio trabado y de afilado ingenio, pero me de-
tendré en los últimos versos del segundo poema porque alientan
una verdad que recuerda la frase de Shakespeare y que además,
ganancia no menos formidable, son frases palindrómicas: «Se es o
no se es» y «Si eres seréis», dos preciosos aforismos. Y no exagero
si afirmo que esos dos primores verbales (como les solía llamar Mi-
guel) formarán parte de las más exigentes y prestigiosas antologías
de frases de lectura reversible en cualquier lugar y en cualquier
tiempo. Son maravillas que coronan la extraordinaria labor de uno
de nuestros más brillantes cultores del ingenio. Aquí me detengo.
16. P.69.
17. El libro ¿Yo soy? Eso no sé, publicado gracias a los buenos oficios de Miguel Ángel Porrúa es
un agasajo intelectual y emotivo que revela pasajes/pasadizos de la personalidad y del talento de
Miguel González Avelar: sus múltiples facetas como político, hombre público, escritor, funcionario,
intelectual y humorista. Entre otras plumas, allí leemos textos de Beatriz Paredes, María de los Ángeles
Moreno, Julio Trujillo, Nicolás Alvarado, familiares y amigos de Miguel, Javier García Galiano y un
servidor: «Debo a Miguel González Avelar mis primeros pasos en el terreno lúdico y verbalista. Su
libro Palindromía fue motivación y acicate. Allí descubrí perlas que pensé (pensamos) que eran de mi
autoría. El ejemplo más nítido; «la ruta natural».
22 | Palindromía
Palindromía
26 | Palindromía
Ordinariamente el palindroma se construye para ser leído, y me-
jor aún, para ser visto. Al efecto, se le exige una arquitectura ab-
solutamente simétrica, como si el resultado que se buscara fuese
una entidad visual y no fonética; a este respecto las reglas han
sido muy severas y, por tanto, nadie considera que ha terminado
uno si no figuran exactamente las mismas letras a la ida que al re
greso de la frase. Es una temprana frustración, por ejemplo, dar-
se cuenta de que, estrictamente, azur, no vale como rusa. De aquí
que el primer acto de rebeldía del palindromista consista en querer
abandonar la servidumbre ortográfica para conquistar el dominio
de los puros sonidos. ¿Será posible establecer y liberalizar al mismo
tiempo, algunas reglas en esta materia? Demos un primer paso.
En el habla de los mexicanos, pueblo de abecedario casi homó-
fono, Z y S no tienen apenas diferencia de entonación. Con la ma-
yor naturalidad se emplea el sonido de una y otra en las palabras
en que la ortografía manda ponerlas, de tal manera que lo normal
es usarlas indiscriminadamente; por el contrario, aquél que las os-
tenta al hablar, sea por calculado criollismo o porque no tiene más
remedio, aparece a los oídos de los demás con un defecto prosódi
co, o servidumbre peninsular. Por esta razón la palindromía acepta
el uso indiscriminado de la Z o S, y aun en ciertos casos de la C,
cuando al leerla de regreso ésta consiente sonido suave. Así, por
ejemplo, el uso de esta licencia nos permite asegurar que onza vale
como palindroma de asno. Si aceptamos esta convención, necesaria
en un espacio tan apretado como es en el que nos movemos, enton-
ces podemos construir este bello palindroma que sólo por necesi-
dad tiene un aborrecido acento nazi:
28 | Palindromía
el altiplano, al menos con cuatro sonidos diferentes en otros tantos
lotes de palabras. Es tan versátil que puede convocar polémicas
ideológicas en razón de su uso, como ocurre en el caso de la pa-
labra México. Aquí, el empleo de la jota o de la equis es bastante
para separar dos continentes, y aun dos concepciones del mundo.
El carácter instrumental de la equis se vigoriza en cuanto apare-
cen las palabras nahuas: en Xochimilco, suena francamente como
ese; en Xola, como ese che; en Xalapa, trabaja como jota; y en casi
todo el resto del vocabulario como c s. Ni qué decir de que para
hacer un palindroma debería poder usarse con toda libertad en sus
cuatro sonidos, especialmente en la vía de regreso.
Básicamente son estas todas las licencias que, por lo pronto,
parecen necesarias para girar del palindroma gramatical al fonéti-
co, y así ensanchar el horizonte de este entretenimiento.
Si aceptamos estas mínimas reglas de juego, podemos entonces
comenzar a mover las piezas. Imposible saber de antemano a dónde
nos conduzca esta actividad. Jugar es experimentar con el azar, de-
cía el clásico, y por eso delante de nosotros hay un continente cuyo
contorno está por definir; un misterio que sólo poco a poco se irá
mostrando. Rumbo a este continente habremos de descubrir mu-
chos Mediterráneos, y hasta es posible que todo el territorio esté
ya caminando a fuerza de numerosas acometidas durante un lapso
muy dilatado. Podría pasarnos a todos los palindromistas, desde el
de menor hasta el de mayor buena fe, lo que a tantos gambusinos
de otros metales, quienes van felices recogiendo muestras por una
ladera y apenas al doblar el cerro se topan con la bocamina de una
antigua y considerable explotación comercial.
Es necesario un aviso final: la gran mayoría de los palindromas
que van a leerse constan de una sola línea. El conjunto es, pues, un
zurcido de dichas líneas. Excepcionalmente, el palindroma com-
prende varios versos; en estos casos la longitud alcanzada queda
comprendida entre dos flechas. El verso, pues, se engendra por el
movimiento de una letra; el poema por el movimiento de un verso,
el sólido… ¿Quién que haya tenido tratos con las palabras y sus
propiedades no se ha imaginado un cubo verbal?; un sólido forma-
do de letras acomodadas de tal forma que, leídas en todas direccio-
nes, nos digan algo con sentido. Un cubo, o muchos de ellos, que
gozando de esta propiedad omnisignificante pudiera acomodar en
30 | Palindromía
Índole
Reconocer
La rosa más oral,
rehacer su luz, recaer
y al rato botarla.
¿Amor, broma?
amor al aroma.
32 | Palindromía
Ética
Arte, la letra
sé verla al revés
y al revés sé ver la
seda de comodino sonido. Mocedades
sin anís
y sobre verbos,
abajo se deshojaba
aviesa, la seiba
desde su sed; sed
de sed.
34 | Palindromía
Saint Exupery
36 | Palindromía
Galaor
A
la rural
adarga sagrada
→ le haré breve relato:
rota le reverbera –el ↔
aire sería–
→ a esa malla la red efímera;
haré mi fe de rala llama; sea. ↔
38 | Palindromía
Narcisa
40 | Palindromía
Infundio
42 | Palindromía
Lana sube…
A barba brava
la navaja banal
al rasurar usarla
y
olé pelo.
¡Oh!, mínimo
ateo poeta
os honra, sarnoso,
el dios. Oidle
la brevedad alada de verbal
oración. ¡Oh!, Icaro
¡oh! dador rodado,
él da rima, miradle:
esa ni giró y origínase.
Así musa sumisa
ahora perpeto, te preparo a
ser y tramar, a mártires
reconocer
a saber. Rebasa
anula la Luna
y
ahí sé, ¡oh!, poesía.
44 | Palindromía
Ser
Amo la paloma
y
a la bala;
ser a mares
asir a la risa
y
raro, llorar.
A popa
o ir beodo, ebrio,
o he sido Odiseo.
Adelante rebasan, a saber, Etna, Leda
Sara y demás, a media ras.
46 | Palindromía
Tus minas el Palacio…
A Colima
a mi loca Colima
allí va la maravilla.
Al libar ama la Villa
y
libre, servil
la moral, claro, mal
el varón honorable
allí saca casilla.
A Colima,
a mi loca Colima
allí va la maravilla.
Allí va ramal a Villa.
Y si
la mina, animal, la mina
o ya cesó o se cayó,
anímese, cese mina
ya, ¡ay!
no salva blasón.
A Colima,
a mi loca Colima,
allí va la maravilla.
Soy de mero Remedios
oreja y viajero;
si a palos solapais
allí cederá la redecilla;
a ti loca acólita
a recitar apenas sane para ti será.
A Colima,
a mi loca Colima,
allí va la maravilla.
48 | Palindromía
Padre Nazas
No erró Torreón
→al elegir arar arena mala
a la manera rara
¿Odre?, Lerdo.
rígele la ↔
riada cada ir
así lo vital era relativo, Lisa.
Laico, social,
no cocina pánico con
la romería y aire moral;
roe palabra parva, la peor
y
no majo o jamón,
no erró Torreón.
50 | Palindromía
Sevilla
52 | Palindromía
L a muerte de A delita
Drama palindromo
personajes
Sargento León
Leda Isa
Edna Anel
Anis Esaú
Cuadro único
SARGENTO:
(entra dando voces, sumamente agitado)
–¡Lena, Anel!;
yo soy.
A ti, Leda: ¿y Adelita?
¿Oír rumor o murió?
SARGENTO:
(interrumpiéndola al ver el cadáver de Adelita)
–¡Ay, es ella, cállese ya!
¿Lena, Anel
o Isa la mató? ¡Sota mala si…!
LEDA:
–No, ellas no son; sal León.
Él, oíd, a la mala diole.
LEÓN:
(se levanta del suelo medio borracho)
–Oí matones, ¿yo soy?, ¿se nota mío
ese cese?
Anís es asesina.
ANEL:
(aparte)
–Al rata le da delatarla.
¿A caso saca
oro?
LENA:
(dirigiéndose a Edna en voz baja)
–¡Ande, Edna!
eluda, adule.
ANIS:
–¡Ay! sorbí libros ya.
La Roma moral
soñaba baños;
la Roma moral
soña caños
y
54 | Palindromía
la Roma amoral
oír Atila totalitario.
LEÓN:
–Atiza la sita,
soy romano con amoríos.
ANÍS:
→ –A cama hoy sí voy.
LENA:
–Yo bis.
ANÍS:
–Yo hamaca ↔
órgano a la onagro.
LEÓN:
–Oílas, ésa se salió;
se les
aloca la cola.
ISA:
–¿Así adulas?
EDNA:
–Salud a Isa.
ISA:
–Olé verso, os reveló.
LENA:
–Así no lo coloniza;
ande, Edna
eluda, adule.
LEÓN:
–A ti roba, favorita,
y soy augur uruguayo, sí.
ISA:
–Ya la vi rival, ¡ay!
LEÓN:
–Así es; sé Isa
y
dad, revélale verdad.
ISA:
(a Anís)
–Es ella.
ESAÚ:
–Cállese,
56 | Palindromía
o ruge seguro
sin Anís.
LEÓN:
(aparte)
–León, seguro ruges, no él.
ISA:
–Ya oí, bruto. Turbio, ¡ay!
árbol obra;
la turbó, brutal,
y
usó yerbas, o no sabré yo su…
SARGENTO:
–Eso lo sé.
Oígoles elogio y amar drama.
Sé de redes
sé ver: la naca oyó Coyoacán al revés.
Ser dama, madres,
no sólo son
enaguas. Esaú: gané
hoy, por propio,
a Jacala la caja.
Separas sarapes
y
sábete, te vas.
ANEL:
(aparte)
–Oíd, ujíeres, ese rey judío.
ESAÚ:
–¿surcaré Veracruz
o iré serio
a mi loca Colima?
Allí tocaron a Nora Cotilla.
ANÍS:
(se arroja con un puñal contra el Sargento)
SARGENTO:
–Ajá, van a la navaja.
Al amago soga mala
y
el aviso sí vale.
LEÓN:
–A barba brava
la navaja banal
al rasurar, usarla.
ESAÚ:
(a una señal del Sargento, y mientras ahorca a Anís)
–Uno con uno, pon uno con u.
Sodoma amó dos. Sodoma amó dos.
Ser tres. Ser tres. Ser tres.
¿Se es a cuatro?
SARGENTO:
–¡Corta, ucase es!
LEÓN:
–El vano Zar, ese razonable.
ESAÚ:
(continúa)
–Ora revés, cinco se ve raro
Seis sí es.
Al siete vete isla.
58 | Palindromía
ANÍS:
–Aparta sátrapa.
SARGENTO:
–Se ve la vida, ¿la ves?
ANEL:
–Se va la diva y ávida la ves.
ESAÚ:
–Ocho mocho.
Sólo se ve un nueve, sólo se ve …
(muere Anís)
LEÓN:
–Ese idiota mató, y diez, ¿eh?
EDNA:
–Ahí va, dotada todavía,
airosa, usada, suasoria
asna mansa.
Senos albos, ¡oh blasones!,
senos sones,
de sol a sed, de sal o sed.
Amada dama
ama
aya
adiós hoy da.
SARGENTO:
–Oí mi simio
y mi
oso rugir, y riguroso
homicida sadísimo
la maté, ¡oh! poeta, mal.
LENA:
–A lo hecho anoche, ¡hola!
VOZ DE ADELITA:
–No letargo logra telón
ni fin, ni fin, ni fin.
60 | Palindromía
II. Tex tos
Varona
62 | Palindromía
guido de un cortejo de animales con el rabo entre las patas, salió
con Eva –así la llamará para cubrir las apariencias– a engendrar
una especie no prevista en las consideraciones providenciales.
64 | Palindromía
–Quiero decir que no le estoy hablando de carencias sino de
hallazgos; hablo de un depósito de libros que lo hará encanecer en
minutos porque todos esos textos están allí. Ignoro cómo y por qué,
pero todos los he visto y tocado. ¿Le gustaría acompañarme?
Los dos hombres salieron desaforadamente de la habitación atro-
pellando el menaje de la casa. Su resuelta aparición en la banqueta
despertó una vaga inquietud en el barrio. Todos los conocían como
apasionados coleccionistas de papeles y cuando venía al caso les
aplicaban el vago epíteto de enfermos; pero, por lo demás, vivían
en paz con la comuna. Tomaron la calle, remontaron la pendiente
de su estrecha calleja y se alejaron rajando el aire con los toscos
dibujos de sus brazos ávidos. Detrás de sí dejaban sobre un tablero
de ajedrez catorce piezas staunton fatigadas por las evoluciones de
un final de partida maniáticamente analizado.
Atravesaron la ciudad con rumbo a una colonia que goza fama
de pacífica y estaba casi provinciana a aquellas horas de la tarde;
en algún recoveco se detuvieron a la entrada de una casa de foto
grafía. Dos vitrinas en cada flanco de la puerta delataban, con fo-
tos ovaladas, a casi todo el vecindario. Un pequeño letrero propo-
nía «Se compran libros». Penetraron resueltamente. Al fondo del
húmedo pasillo los recibió un viejecito bajo, redondo y colorado.
–¿Cuál de los dos señores se va a retratar? –preguntó con exa-
gerada humildad.
–No, ninguno, no es eso. Lo que ocurre es que el compañero,
aquí, mi amigo, dice que usted, amén de esta ocupación remune
rada –y con un ademán recorrió el fétido negocio–, colecciona do-
cumentos más o menos selectos.
–¡Ah sí, sí; ahora recuerdo a su amigo!
–¿Cómo está usted?
Fernando estaba fascinado. Veía sin pestañear los ojos del fo-
tógrafo librero, tratando de seguir los viajes a salto de mata de su
mirada nerviosa. Pudo contestar dominando la temblorina:
–Yo estoy bien, gracias –y agregó–; en efecto, platiqué aquí al
señor, mi amigo, de su interesante devoción y él insistió en que le
mostrara su casa y, de ser posible, los curiosos ejemplares que posee.
–Bueno –aclaró el anciano instantáneamente– en realidad yo
nada más los guardo; pero pasen, pasen, siéntense.
66 | Palindromía
–¿Quiere usted decir –intervino Fernando humildísimamente–
que no nos va a enseñar los libros?
Ante nuestras barbas estupefactas, el anciano inició el movi-
miento de montar un diminuto e invisible caballo. En vez de res-
pondernos levantó una polvadera de malas palabras y jineteando
el aire desapareció detrás de ellas sin dejar rastro de sí. Soy testigo
de cómo se fue acelerando y reduciendo sobre la perspectiva rec-
tilínea, cuyo punto de fuga me dio la impresión de ser el agujerito
de una chinche.
Fernando y yo hubiéramos envejecido de haber esperado su re-
greso. Salimos, pues, a la calle y antes de volver a nuestras flaque-
zas advertimos en uno de los aparadores de retratos, desdibujado
por la creciente oscuridad, el rostro común y corriente de nuestro
fantasmal anfitrión.
68 | Palindromía
Expediente 22/IX/70
70 | Palindromía
Informe de un investigador
72 | Palindromía
dos en gobierno se trastorna, sin explicación aparente, por la ingo-
bernable actividad privada de los propios humanos organizados en
familias. Algo, pues, irracional y poderoso está ocurriendo entre
nosotros. Aquí adelanto mi sospecha mayor, la hipótesis a que he
arribado con el único auxilio de lupas y microscopios de juguetería:
postulo, señor Director del Instituto, la existencia de una profunda
revolución seminal, un verdadero cataclismo que está sucediendo
en las profundidades en que pulula esa sociedad que nos ha esco-
gido como huéspedes, y cuyo alcance no podemos medir todavía.
Es muy posible que este desorden sea el efecto del temor pánico
ante los billones de desencuentros provocados por anovulatorios,
pero todavía no se lo puedo asegurar.
Lo cierto es que vivimos al borde del desastre, y por tanto, a
grandes males grandes remedios, maestro. Deseo iniciar una cru-
zada que a corto plazo nos libere de semejante plaga y no se me
ocurre otra medida que el exterminio. Atacar de raíz, a fondo y sin
clemencia, a esa raza desmesurada y parásita que debió desapare-
cer con los dinosaurios, y se subió a nosotros como quien pesca el
último autobús biológico, allá por el cuaternario. Verá usted cómo,
entonces, la humanidad florece por otra parte y en cosa de años se
vuelve puro espíritu. Estimo que una aspersión masiva de dicloro-
difenil-tricloroetano será suficiente para abatir el enemigo en su
propia guarida.
Apóyeme con decisión porque necesito algunos elementos de
trabajo; verbi gratia, ayudantes, suscripciones a revistas, un espec-
trógrafo de masas, un microscopio electrónico y, sobre todo, un
amplio permiso expensado para iniciar ciertos cursos de biología.
Si estas preocupaciones extracurriculares no merecieran su ple
na aprobación, amigo Director, quiero dejar asentado que, a pesar
de todo, he estado cumpliendo con los deberes propios de mi gra-
voso nombramiento. En efecto, el Dr. Mercado tiene en su poder
la nota bibliográfica que se me pidió y que, personalmente, le en-
tregué a fines de marzo, acerca del sexto tomo de Derecho Civil
del profesor Pietro-giovanni. Hubiera podido incluirse fácilmente
en los anales del instituto, pero los remilgos estilísticos del citado
jurisconsulto han coagulado mi trabajo en el fondo de algún cajón
de sus innumerables escritorios. Lo mismo, exactamente lo mis-
mo, puedo decir de la recensión que hice la semana pasada de la
74 | Palindromía
Charada
76 | Palindromía
lencio total de la recámara fue ocupado por la cuarta, impar y defi
nitiva campanada. Entonces estimó que la anécdota nocturna ha
bía terminado.
Desde la lejanía del brazo izquierdo se disparó algo así como un
proyectil guiado que persiguió infalible al corazón y le produjo el
ángor y el colapso.
78 | Palindromía
surero? ¿O Blas era simplemente un atormentado por la frecuencia
de los magnicidios?
El Enjambre
80 | Palindromía
Y todavía nos queda el testimonio del Derecho, a cuya luz se
magnifican estas consideraciones; porque dice a la letra el miste-
rioso artículo 871 del Código Civil para el Distrito y Territorios
Federales, en vigor: «Es lícito a cualquier persona apropiarse los
enjambres que no hayan sido encerrados en colmenas o cuando las
han abandonado».
82 | Palindromía
La hilera de hormigas
84 | Palindromía
actos. Con cada uno que nos deja perdemos realidad y una coarta-
da magnífica para probar que pasamos por la vida. Creo, –agregó
en la misma voz baja–, que ésta es la razón para explicar el descon-
cierto que sobreviene a los hombres cogidos en flagrante vejez. Sus
testigos van desapareciendo y si, de pronto, tuvieran que robar tal
o cual pasaje de su curriculum vitae, no encontrarían quien diera
razón de ninguno. Al final de cuentas –sentenció–, no somos sino
un puro acto de fe ofrecido a la credulidad de los jóvenes que ya
nos encontraron aquí».
Javier echó la mirada por toda la pieza y le pareció oportuno
cambiar de tema; lo extraordinario de la situación, es cierto, lo au-
torizaba a saltar de un asunto a otro sin el orden del discurso. «Si
quieren de verdad acompañar a los deudos, deberían permanecer
totalmente callados. Tú te acuerdas –evocó– cómo le molestaba a
José que la gente perdiera el punto. No veo cómo pueden estos– y
con un gesto amplio involucró a todo el velorio– justificar las char-
las impertinentes con que pueblan este tiempo. La familia no ha
podido evitar las novedades de criadas, negocios, viajes y promo-
ciones. Te habrás fijado que de vez en cuando hasta un empleado
de la funeraria tiene que chistar. Para llamarlos al orden, pero no
callarán hasta mañana, un momento, cuando el cuerpo baje tum-
bándose hasta el fondo del agujero. Y no estará cubierto totalmen-
te de tierra cuando el grupo de dolientes comience a dispersarse y
cada quien se asirá del primer vivo con el que tropiece en los co-
rredores del panteón; ya lo verás –vaticinó. Yo vengo a estos actos
y lo hago siempre que puedo, a ver si contribuyo a crear un hábito
de discreción; pero reconozco que no han acabado de entender mi
punto de vista, no obstante que tengo años de dejar a los que me
saludan con el ademán en el aire. Por cierto –reconoció–, ahora
estoy faltando a mi convicción, pero contigo prefiero ser explícito,
te vi muy poseído por la situación desde que entraste y creo que
tienes madera de doliente».
No pensaba responderle, pero tampoco hubiera tenido oportu-
nidad, con las últimas palabras Javier comenzó a irse y fue a dar
contra una pared donde quedó completamente ausente.
Fue inevitable volver a pensar en José. Él decía que preparar
el presupuesto anual de su dependencia era como someterse a un
severo sauna administrativo: mucho sudar proyectos primero y al
86 | Palindromía
–«Fue distinguido con imprecisas comisiones, gozó de licen-
cias; fue regularizado y, en general, tuvo especial habilidad para
agenciarse prestaciones».
–«Ruega por él…».
–«Cuando estuve de parto –intervino la esposa–, hasta a mí,
que no era empleada, me consiguió el disfrute de mi incapacidad».
–«Ruega por él…».
–«Realizó un viaje de estudios acogiéndose a lo dispuesto en el
artículo doscientos, alcanzó varios aumentos y en más de una oca-
sión cobró sustanciosos emolumentos».
–«Ruega por él…».
–«Aprovechó plenamente los períodos de vacaciones y, sin em
bargo, resistió victorioso la facilidad de los préstamos a corto pla-
zo».
–«Con dispensa de algún trámite engorroso, señaló oportuna-
mente a los beneficiarios del seguro».
–«Ruega por él…».
–«Y un poco antes de morir, tramitado ya el pago de marcha,
aprovechó la oportunidad, como siempre, para reiterar al mundo
las seguridades de su más alta y distinguida consideración».
Los presentes, de común acuerdo, dijeron todos «amen».
Yo me dirigí inmediatamente a la salida, deslizándome entre
los compañeros, con la mirada desafocada por cálculo y cuidando
de no encolerizar a Javier. No quería toparme con nadie a quien
tuviera que otorgar ni siquiera una inclinación de cabeza como
aviso de mi despedida.
88 | Palindromía
esperación cuando sepan que no he sido dotado para la pintura ni
para la fotografía, y aunque tampoco parezca haberlo sido para la
narración, como se está pudiendo ver, necesito confiar al depósito
de las palabras la sensación de que vengo hablando.
Díselo de una vez: creo firmemente que la atmósfera fue al-
guna vez la verdadera residencia del hombre en este planeta. Por
supuesto que el aire tenía entonces una densidad superior a la del
agua y era capaz, por ende, de soportar la gravidez humana. En
ese aire grueso el hombre no requería la condición aerodinámica
que bestias de mucho mayor tonelaje habían desarrollado ya sobre
la tierra, para hendir como toscos navíos la resistencia del ambien-
te. Dotados de cuatro recias extremidades, flexibles a la altura del
codo y la rodilla, hombres y mujeres flotaban en un espeso gas
asemejando sus movimientos para darles idea de ellos, más bien a
la manera como los pulpos los hacen en el agua, que a la forma en
que se desplazan los gorilas sobre la tierra.
Ignoramos totalmente cómo fue que aquel gas denso se enra-
reció, dejando caer graciosamente hasta el fondo del aire su car-
gamento de personas y animales lastrados. No es difícil imaginar
a las parejas estirando las puntas de los pies para sentir, primero,
la seguridad de tocar lo alto de las montañas, vivir después en las
cuevas escarpadas, bajar luego hasta los valles y, por último, tocar
en la playa, ya erguidas para siempre, la frontera imprecisa del mar
y sus oleajes.
Todavía en la época remota en que la Biblia se redactó a base de
recuerdos ya entonces milenarios, quedaba el registro borroso de
aquellos hombres –ángeles les decían– que a veces se encarrera-
ban, ya muy ineptos, para remontarse hasta las antiguas moradas.
Un testimonio de la condición planetaria de esta catástrofe que
le ocurrió a los ángeles que nos precedieron está en el mito del
águila que cae del cielo para encarnar en los hombres, que casi se
da la mano con nosotros los mexicanos a través del señor Cuauh
témoc. Bueno, con decir que hasta el propio Luzbel, príncipe de
las alturas, se parece más al perdedor de una batalla territorial que
al protagonista de una conflagración moral.
Por eso estoy seguro también de que una erudición más respon-
sable que ésta podría documentar en todas partes la caída gradual
de nuestros ancestros y hasta uno que otro banquete que alcanza-
90 | Palindromía
6.0 x 1027 potencia
31 de diciembre
He dudado varios días si un artículo filosófico o una disertación
científica es la forma que contendrá mejor a mi hallazgo, pero ad-
vertida de que los hombres nos niegan capacidad para una y otra
y todas las cosas, creo que ni siquiera se ocuparían de leerlo. Al
final de cuentas creo que es mejor presentar un informe escrito de
corrido y sin mayores pretensiones.
1 de enero
La masa de la Tierra, se asegura, es del orden de 5.93 multipli-
cado por diez a la veintisiete, gramos. Si desestimamos la pequeña
diferencia que hay para cerrar la cantidad en 6 y agregamos luego
los 27 ceros, obtenemos la decorosa magnitud de seis mil trillones
de toneladas para la masa terrestre.
Este es el peso, nada menos, que el ingenioso Arquímides se
proponía pulsar cuando dijo: «Dadme un punto de apoyo y moveré
al mundo».
10 de enero
La verdad es que Arquímides no sabía dónde tenía la cabeza
cuando se propuso una empresa tan desproporcionada, y si con es
ta posibilidad fue más feliz aún que cuando el ¡eureka!, se debe a
que no midió realmente sus fuerzas o abandonó los cálculos co-
rrespondientes. Veamos si no: para elevar del suelo una tonelada a
la altura de diez centímetros sería preciso disponer de una palanca
como de 10 metros y aplicar a su extremo una fuerza de 100 kilos,
pero…
16 de marzo
¿Pesará Arquímides 75 kilos?, es posible y aún probable que
más. Imaginémoslo, pues, sentado en la orilla de la barra, colgado
casi de los cuernos de una luna ignorada todavía y envuelto en el
más profundo silencio celestial.
Este momento, de una perfección inefable, señala el equilibrio
exacto entre la masa del geómetra –carne, huesos, sangre– y el po-
deroso volumen de océanos, montañas y desiertos hechos bola que
allá abajo se agitan con el estertor de una agonía de primer orden.
2 de junio
Si mis cálculos son correctos, bastaría ahora con que Arquími
des se sangoloteara un poco para sacar la Tierra de quicio; no obs
tante, démosle generosamente cien kilómetros más a su infinita
palanca para no dudar de que comienza a caer en el pozo inmenso
del Universo. Allá muy lejos, en el otro extremo de este amplísimo
balancín, la Tierra empezará a elevarse por el impulso de un hom-
bre común y corriente. Aquí es donde veo la gravedad del problema
y juzgo que 75 kilos son insuficientes para concluir el experimento.
El sabio de Siracusa está, en efecto, a una altura inverosímil
respecto del plano de la Tierra, su palanca se apoya en la base del
Polo Sur, en la región de los epónimos Byrd, Amundsen, Hillary y
Scott; el punto de apoyo para este artificio es un taquete como de
cien kilómetros de alto, colocado a la distancia de un radio terres
tre; la elevación del equilibrista es, pues, de un grado de circun-
ferencia, sólo que transportando este ángulo hasta la prodigiosa
altura en que está izado el terrícola resulta que la distancia que
hay desde allí hasta el plano de la Tierra entra en el orden de mag-
nitud de los años luz.
92 | Palindromía
21 de junio
Sospecho que mi marido anda manoseando mis cajones. Aun-
que le tengo dicho que no se entrometa en lo que considero más
importante, como son estas búsquedas, estoy segura de que cada
vez que puede se pone a fisgar mis intimidades científicas. Escon-
deré mejor.
5 de julio
Tan fuera de la Tierra se encuentra Arquímides que aún supo-
niendo que caiga con un movimiento uniformemente acelerado y
empuje al planeta sin remedio, le llevaría tanto tiempo nivelarse
con él que en el trayecto perdería uno por uno todos los cabellos,
los dientes, el entusiasmo y la salud. El rigor mortis le sobreven-
dría más o menos a un tercio del camino.
Bien se ve que hay hazañas que no puede cumplir el hombre
más empeñoso –sirva esto de consuelo para Arquímides. Y conste
que he simplificado los problemas hasta el máximo, porque desde el
comienzo nos hundíamos en el pantano de las variables, como, por
ejemplo: ¿pesa realmente la Tierra? El punto fijo de apoyo, ¿existe?
Arquímides ¿se atrevería hasta allá arriba?
Hasta aquí los papeles de Laura. Mañana le sugeriré un co-
lofón casi inevitable: Arquímides fue acuchillado por un bárbaro
mientras despejaba penosamente algunas incógnitas desplegadas
sobre una mesa de mosaicos sicilianos.
94 | Palindromía
No tengo palabras
96 | Palindromía
gar el papel de ciertos traumatismos perfectamente concluyentes,
frente a los cuales la mejor voluntad no serviría de nada. Pensaba,
más bien, en esa muerte pausada que llega sin estrépito, apagando
sin sentir la llama de la vida ante la cara de pregunta de todos los
testigos. En esos casos, decía, una enorme cantidad de mecanis-
mos se van desconectando dentro de nosotros, a veces por la evo-
lución natural de las cosas, y otras, las graves, por una curiosidad
vagabunda que se aventura a las sensaciones y luego es incapaz de
desandar el proceso destructivo.
A él le parecía evidente que no todos esos mecanismos han de
estar perfectamente cancelados en el momento en que se suele
decretar que alguien ha fallecido, porque algunas veces lo dicen
médicos que festinan los epílogos, el mismo tipo de gente, para él
naturalmente odiosa, que siempre gana las puertas antes de que
un espectáculo esté cabalmente concluído.
El mejor argumento que le conocí, y esto a través de tercera per
sona, puesto que siempre me rehusé a tratarlo, era la aptitud de los
pájaros para dormir en un alambre. No hay lógica, decía plagiando
a un poeta, en la capacidad de las aves para abandonarse al sueño
sobre un mecate sin el temor de darse un porrazo a media noche.
Por supuesto que el pájaro está firmemente asido a la rama, pero
esto es precisamente lo notable, pues para no perder el equilibrio
tiene el ave que adoptar una rigidez que no es otra cosa que un
rigor mortis inducido. Dureza mortuoria de mentiras, claro, pero
bastante para confundir a un lego que no hubiese visto pájaros ja-
más y tuviera que juzgar de su vitalidad por el aspecto mortecino,
mecánico casi, de su estatuto nocturno. Esta es la prueba, agre-
gaba Carlos O., de que un dispositivo paralelo al sueño, pero un
poco más allá de él, opera en ciertas bestias proporcionándoles más
aspecto de muerte que a otras, cuya apariencia en esa situación es
menos confusa. ¿Quién nos puede decir, ensayaba, que en la ca
rrera hacia su fin no pase el hombre también por esas siniestras fa-
ses de la palidez y el rigor cadavéricos, antes de ser completamente
irreversible su proceso de muerte?
No quiero hablar, ni por un momento, de cómo vine a conocer
lo que al final de cuentas le pasó a Carlos O. en el epílogo de sus
temores y precauciones. Baste saber que, movido por ellos, llegó a
elaborar un finísimo sistema de señales que no sólo traducía su voz
98 | Palindromía
Beatriz
Fluye lento el arno y se parte en tres bajo los finos arcos del puen-
te viejo, Florencia hierve sobre el calor poderoso del comercio,
la orfebrería y la industria de la construcción. Casas suntuosas y
altas se aprietan sobre las calles, cancelan la deslumbrante luz y
establecen por pasajes y galerías aéreas una secreta comunicación.
Y todo se sabe. La balconería avanza sobre el arroyo y asomarse a
la ventana es atropellar la intimidad entera del vecindario.
Un grabado antiguo rescata el instante en que Dante encuen-
tra a Beatriz. El dibujante ha perdonado el decenio escaso de la
Portinari y nos entrega una escena perfectamente plausible: acom-
pañada por su nana, la niña vuelve la cara y sin dejar se caminar
se encuentra con los ojos inmensos del señor del Alighieri. Por el
intersticio de esos pocos segundos, masculino y femenino en su
expresión más simple anudan una complicidad que se promete
eterna. Al llegar a su casa la muchacha corre a abrazar a sus mu-
ñecas que, por fin, se le entregan filialmente.
Las ocasiones de inmortalidad se obtienen en concursos que
organiza el municipio, Ghiberti le gana a Donatello las puertas del
Bautisterio y las del Paraíso. El desarrollo de la perspectiva condu-
ce de la mano a los pintores directamente al campo, que ahora se
releva con delicadeza detrás de los rostros y los cuerpos. El volu-
men ingrávido del lienzo parece alcanzar la densidad del mármol
y éste, labrado como nunca, se desvanece en el marco delgado del
aire.
Los artistas están en la boca de todos y, a cambio, los pinceles
escurren burgueses de la vida real sobre los frescos ciudadanos. Yo
te pinto, tú me pintas, nosotros nos debemos un retrato. ¿Y Dante?
La vida nueva comienza a adquirir forma bajo la rítmica pluma
toscana, la laboriosa maquinaria lingüística edifica una alegoría
que desdice y confunde la murmuración. El imposible amor se de
fiende y construye su nido de palabras en el sitio más elevado. Allí
permanecerá a salvo, así se hunda Florencia, para alivio de quie-
nes sobrellevan algún amor inusitado y no pueden redactar, siquie-
ra como Dante, los términos de su desesperación y su entusiasmo.
He encontrado la definición de lo
bello, de lo para mí bello. Es algo
ardiente y triste, una cosa un poco
vaga, que abre paso a la conjetura.
Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas
a un objeto sensible, por ejemplo, al
objeto más interesante en la socie-
dad: a un rostro de mujer.
CH A R LES BAUDEL A IR E
100 | Palindromía
pero para mi propósito, dibujar un rostro sobre un plano, el ins
trumental empleado parece bastar.
La geometría es la dialéctica de las formas. De la misma ma-
nera que en el discurso socrático, un punto, una línea, un plano,
son elementos a partir de los cuales surgen por firme convicción
los triángulos, los polígonos y el círculo. Unos cuantos axiomas,
afirmaciones evidentes por sí mismas, nos llevan de la mano a teo-
remas cuya verdad necesita demostrarse. Pueden entonces plan-
tearse problemas que en la geometría son enunciados en que se
piden construcciones que llenen requisitos dados; sólo entonces
se arriba a la cosecha de los corolarios, que no son otra cosa que
afirmaciones surgidas de las certezas alcanzadas y cuya demostra-
ción requiere poco o ningún razonamiento nuevo. Es este también
el tipo de encadenamiento de ideas y formas que nos llevará de la
mano a construir el rostro que buscamos.
He dicho que regla y compás son los instrumentos que me han
conducido con felicidad a través del mapa femenino. Pero de nin
guna manera se piense que la belleza de la mujer radica en su in
dudable parentesco con la geometría; por el contrario, es esta dis-
ciplina la que se beneficia de la correspondencia entre las formas
y proporciones descarnadas que ella maneja y las correlativas, pre-
ciosas y necesariamente previas de la figura humana. De aquí, se
guramente, el encanto que aquella estricta sabiduría ejerció entre
los antiguos griegos, esforzados interrogadores del misterio más al
to de la naturaleza, que es lo humano.
Es común que el artista se esfuerce por crear el ideal de belleza
que satisfaga su apetito de armonía; yo, en cambio, he recorrido el
camino opuesto: he partido de modelos que me parecieron exce-
lentes para encontrar en ellos las características formales que per-
mitieran crear un arquetipo. ¿Por qué? Porque hay un momento,
dice Ortega y Gasset, en que empieza uno a desdeñar los ideales
del puro deseo y a estimar los arquetipos, es decir, a estimar como
ideal la realidad misma en lo que tiene de profunda y esencial. Tal
es la, si se quiere, desorbitada proposición de este trabajo.
No digo que haya encontrado una manera mecánica de repro-
ducir la belleza del rostro, pero, ciertamente, si se componen pun-
tualmente las proporciones que aquí muestro, el resultado será un
semblante armonioso que, revestido con un poco de arte, puede
102 | Palindromía
cara es, como veremos, un desarrollo estricto de esta dimensión y
sirve de patrón para edificar las proporciones de la especie.
No es de extrañar que por tanto tiempo se nos haya escapado
esta sencilla realidad, si consideramos el extraordinario desasosie-
go de los ojos y la circunstancia adicional de que toda observación
directa y prolongada de ellos se ve interrumpida por el batir de los
párpados, pero primordialmente por la resistencia, muy explicable,
a fundar en un elemento tan inestable como los ojos el desarrollo
proporcional del rostro. De aquí que los estudios sobre la cara ha-
yan descansado, hasta ahora, en elementos que sólo en apariencia
son más firmes, tales como el ovalado contorno exterior que de-
finen los huesos del cráneo, pómulos y maxilar, o por el artificio
de inscribir el rostro en un cuadrado rígido, o el de segmentarlo
en proporciones que cortan la imprecisa frontera del cabello en su
parte superior, la línea del mismo pelo desplegada sobre la frente,
los arcos superciliares y los arranques de la nariz y barbilla, tal y
como es, por ejemplo, la proposición del divino Leonardo. Pero es
tas soluciones, aunque funcionan a grandes rasgos, carecen de la
precisión formal que en la realidad tiene el rostro de las personas.
La distancia interpupilar, en cambio, rige con sólo dos puntos el
desarrollo obligatorio de la cara y, una vez establecida, prefigura
todas las demás medidas y proporciones de ella.
Sólo dos puntos bastan, conforme a este teorema, para construir
una fisonomía perfectamente bien proporcionada, puesto que toda
la faz no es sino el desarrollo de la distancia que establece el eje de
los ojos, para propagarse luego por toda la cara.
Es explicable, sin embargo, y digno de advertirse, que el desa-
rrollo del módulo interpupilar no pueda resolver todas las curvas y
redondeces del rostro, porque éste, a cada momento, desafía las re-
gularidades del compás, particularmente en su contorno exterior.
En sus orillas, ciertamente, el rostro responde a las arbitrariedades
que dictan los genes familiares, la corpulencia o aun el apetito. Y
si bien el módulo interpupilar es capaz de definir la totalidad de
la cara partiendo de su centro hacia la periferia, es en este último
territorio donde el lápiz del artista puede correr con libertad para
satisfacer el gusto de los tiempos, las latitudes, las razas y, por su-
puesto, su propia concepción de la belleza.
figur a 1
104 | Palindromía
Suponemos que las pupilas están mirando exactamente hacia
el frente, formando la línea visual una paralela con la línea del pi
so. Suponemos, igualmente, que los ojos estarán precisamente en
el centro de sus órbitas, dejando cada iris una porción idéntica del
tejido blanco de la córnea hacia ambos lados del ojo. En esta po-
sición la base del iris se eclipsa levemente tras el arco inferior del
párpado. Ya volveremos luego sobre esta disposición del eje inter-
pupilar para enriquecer su construcción precisa en el rostro. Por
ahora seguimos dibujando a grandes trazos.
La recta que pasa por las pupilas divide la cabeza en dos partes
iguales. Existe, en efecto, la misma distancia entre la barbilla y el
eje interpupilar que entre éste y el límite superior del cráneo. Esta
proporción, aunque es difícil de reconocer y aun de aceptar a pri-
mera vista, se presenta invariablemente en los rostros que estima-
mos más hermosos. El eje interpupilar establece de esta manera
la simetría del plano horizontal de la cara, mientras que la línea
que bisecta frente, nariz, boca y barbilla constituye la simetría del
plano vertical.
Hay que tener cuidado, sin embargo, en no confundir grosera-
mente el cráneo con el pelo, el cual, según su arreglo artificioso,
hace variar la proporción del rostro, en función de su abundancia
sobre la frente, su esponjamiento, el corte y su textura. Es el pelo
de la mujer su elemento más variable, el que le permite, según los
usos de la época, adaptar la proporción de su figura a la armonía
deseada; es el corrector de estilo de la naturaleza.
Sigamos por ahora en el empeño de establecer los otros puntos
capitales que definen las proporciones principales de la cara, como
sigue:
Tomando como lado la línea ab y haciendo centro en a y b, res-
pectivamente, interséctense los arcos correspondientes en la parte
inferior. Llamaremos «o» al punto de intersección.
Aquí tenemos ya lo que será la parte central de la cara. En efec
to, a y b indican el centro de las pupilas, a cuyo alrededor se cons
truirán los ojos. El punto «o» se situará arriba de la boca, aproxima
damente a la mitad entre la base del cartílago que divide la nariz
y la media luna que se forma al centro del labio superior. La nariz,
en consecuencia, quedará inscrita en el triángulo aob. La prolon
gación de los arcos ao y bo señalará, cuando hayamos de dibujarlo,
figur a 2
106 | Palindromía
figur a 3
108 | Palindromía
figur a 5
110 | Palindromía
segmentos, como sigue, en donde ab es la distancia interpupilar
(di) a a’ y b’ b limitan el largo de los ojos y a’ b’ es la distancia entre
el cierre de los párpados.
Ahora ya podemos ir a considerar la estructura orbital, la for-
ma en que dentro del perímetro del ojo se presentan sus diversos
elementos. En primer término, vayamos al extremo inferior: para
establecer su grado de oblicuidad frente al eje ab, volvemos a ha-
cer uso del módulo interpupilar ab y, al efecto, con esa distancia,
y apoyándonos en la media bisectriz perpendicular a la figura, ha-
cemos centro conveniente y tiramos el arco inferior ab. Enseguida
bajamos sendas perpendiculares de los puntos a’ y b’ hasta tocar
el arco ab. Llamamos «a» y «b» a estos nuevos puntos, los cuales
en la figura que construimos, marcarán los extremos interiores de
cada ojo, la porción en que se cierran hacia la nariz.
figur a 7
figur a 8
112 | Palindromía
O
figur a 9
figur a 10
114 | Palindromía
O
figur a 11
figur a 12
116 | Palindromía
está inscrita en un círculo mayor, aproximadamente el doble del
iris, de cuya área podemos darnos cuenta por la porción visible de
la córnea. Como comprobación de esta presentación concéntrica
de los ojos, en los rostros reconocidamente más hermosos, la telilla
membranosa en que se implanta el lacrimal presenta usualmente
una terminación de media luna vuelta hacia el iris; ésta, efectiva
mente, forma un pequeño arco que inicia la circunferencia mayor
que se forma por la parte blanca de la córnea, pero que la envoltu-
ra de los párpados impide ver íntegramente. Veamos, pues, con los
factores dados, cómo se encarnan los ojos.
Las Cejas. A nada se parecen más las cejas que a las alas des-
plegadas de un ave marina. Es, efectivamente, asombroso el efecto
de dibujar la cabeza y el cuerpo de alguno de esos pájaros. Ya no
sólo en la posición de frente de la cara, sino en el escorzo que se
quiera, las cejas siempre adoptarán la forma de una ave batiendo
figur a 13
118 | Palindromía
He aquí la solución para implantarla: si bajamos dos líneas per-
pendiculares a los puntos a’ y b’ y los hacemos cortar a los arcos
ao y bo, ya conocidos por nosotros, obtendremos el ancho de las
aletas de la nariz y, consecuentemente, la altura de la cara en que
esta protuberancia queda implantada convenientemente.
La construcción de la figura anterior muestra, adicionalmente,
que el ancho de las aletas de la nariz es igual a la distancia entre
los ojos y, también, lo que es lo mismo, que la nariz tiene el ancho
de cada ojo. Naturalmente, la nariz no es un rectángulo cuyos la
dos bajen a plomada desde los puntos interiores de los ojos. El ta-
bique nasal, que define el diseño de este órgano, muestra de frente
aproximadamente la mitad del ancho del rectángulo, en tanto que
la línea de la carne se ensancha hacia las cejas y hacia la punta de
la nariz, en proporciones sutiles que varían de uno a otro rostro.
Son justamente estos saldos de la geometría los que dan, dentro de
una estructura perfectamente rígida, las variedades casi infinitas
de la figura y la belleza humanas.
La Boca. ha quedado pendiente la boca, cuya colocación en el
plano del rostro parece ser lo más incierto del problema constructi
vo que nos ocupa. El juego de las curvas que la define es un vór
tice de intersecciones, arcos comprendidos a ondulaciones que no
parecen obedecer a ninguna pauta. Y me refiero, por supuesto, a
unos labios en reposo, porque en la posición de iniciar una pala-
bra o expresar un sentimiento los labios pierden toda proporción y
trastornan la geometría.
En cuanto aparece la sonrisa, el rostro se ilumina y la geome-
tría se bate en retirada, una sonrisa que sea franca, extiendo las
comisuras hasta tocar las perpendiculares que bajan de los puntos
exteriores del iris. En ocasiones incluso pueden rebasar tales pun-
tos, dando entonces sensación de ingenuidad, sencillez y felicidad
extremas.
La principal característica de la boca, sin embargo, la que se
antoja ciertamente mágica, consiste en que su largo establece, en
relación con la amplitud de los ojos, la proporción áurea, esto es,
que los extremos de la boca y los ojos, cuando están en reposo, es
tablecen la llamada divina proporción, el misterioso número pita-
górico, la relación aritmética 1.1.618.
figur a 14
120 | Palindromía
que completaría el ancho de la boca, desconoce, hasta donde he-
mos llegado, un límite geométrico preciso y su dibujo queda libra-
do a la plena voluntad del artista. Su menor o mayor grosor, nunca
mayor, sin embargo, que la abertura natural de los ojos, mostrará
la carga de sensualidad con que se muestra el arquetipo a la con-
templación ajena.
Las Orejas. Este par de piezas cartilaginosas situadas a cada
lado de la cara, corresponde más bien a la estructura lateral del ros
tro; pero su influencia en la apariencia del frente es indudable y,
por esto, tenemos también que definir su altura y su tamaño en la
cara.
El tamaño de las orejas es también el de la distancia interpu-
pilar (di), aún cuando su menor tamaño tiende a hermosear la faz.
La altura de los lóbulos de las orejas en la cara, mirándola siempre
de frente, queda definida por una recta paralela al eje ab que pasa
por la punta de la nariz.
La altura de la concha o concavidad del conducto auditivo se si-
túa hacia la altura de los lacrimales. Tal ocurre señaladamente en la
Esfinge, monumento destinado por antonomasia a recibir pregun-
tas. En términos generales, el perfil exterior de las orejas, de es-
tructura ciertamente muy variable y de interrogación a los lados de
la cara. Pueden encontrarse también perfiles más ovalados, como
de concha marina, que hacen el efecto de embellecer el rostro con
un acento infantil. Las orejas están en constante desarrollo en el
rostro, crecen con el tiempo y es indudable que su paulatina evo-
lución, de menor a mayor diferenciación en el curso de infancia,
juventud y madurez, contribuyen a mejorar o demeritar el equili-
brio y armonía del rostro.
Hemos fijado ya algunos datos esenciales para dibujar un rostro
bien proporcionado y, sin embargo, queda la sensación muy clara
de que aún falta mucho por hacer. Poco hemos podido decir del
pelo, por ejemplo, el cual representa miles de posibilidades y según
su disposición influirá sensiblemente en el efecto final. Creo que
está en Platón el aserto de que en la cabellera anida la belleza de
la mujer.
La observación tiene que ser cierta, porque la belleza de segu
ro está esperando entre las infinitas posibilidades que caben en
122 | Palindromía
cierta manera, el espíritu siente el alivio de haber aprehendido la
fugacidad de la belleza, así sea entre los trazos burdos de la geo-
metría. Claro es que esta captura durará sólo un instante, pues
apenas el modelo inicie el movimiento las reglas saltarán hechas
astillas, pero tal vez sea este un primer paso para formalizar ese
misterio altísimo que es cada mujer. Si uno se fija bien, en todas
hay, al menos, una partícula de la belleza. Y aunque se experimen-
ta cierto temor y pena por encerrarlas en una jaula de líneas, yo
quisiera que no se viese en estos intentos sino el laborioso home-
naje de un hombre que, habiendo estado alguna vez enamorado, se
preguntó frente al objeto de su admiración ¿qué es esto?
Los diccionarios suelen definir el palindroma como una senten-
cia o verso que puede leerse lo mismos de izquierda a derecha que
en sentido inverso, podría ser, entonces, el oficio o hábito de hacer
palíndromas o la reunión de los mismos.
Toda la primera parte de este libro, corresponde a esta descrip-
ción, incluso, aparece también un drama palindromo en un acto.
El resto de los apartados están constituidos, primero, por la reu
nión de una serie de textos narrativos que llaman la atención por
su originalidad y oficio. Y el volumen culmina en un ensayo muy
interesante y peculiarísimo sobre las proporciones en el rostro fe-
menino, en donde se subrayan hallazgos que sorprenderán al lector.
124 | Palindromía
índice
Estudio preliminar
Palindromía o la magia de los espejos verbales |9
Miguel González Avelar: palindromista y palindrólogo |12
Palindromía |14
La muerte de Adelita, drama palindromo |17
Palindromía |21
i. pa lindromí a |23
Índole |29
Lógica |30
Ética |31
Estética |32
Saint Exupery |33
Ópera prima |34
Galaor |35
Velación |34
Narcisa |36
Jai kai |38
Infundio |39
Evita |40
Lana sube… |41
Ser |43
Heredera |44
Padre Nazas |47
Ojalá |48
Sevilla |49
l a muert e de a delita
Drama palindromo |51
ii. t ex tos
Varona |59
El hallazgo |62
El artista |66
Informe de un investigador |69
Charada |73
Mimesis |76
126 | Palindromía
de un best i a rio
El enjambre |78
La mariposa |80
La hilera de hormigas |81
Descanse en paz |82
Acróstico |92
No tengo palabras |93
Carlos O. |94
Beatriz |97
iii. ensayo
Las proporciones del rostro femenino |98
Bibliografía |122