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JARDÍN DE EPICURO
y otros ensayos
Rafael Kries
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Q Ediciones
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A MODO DE INTRODUCCIÓN
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PREFACIO
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Introducción
Las reflexiones e inves gaciones sobre la tecnología,
encuentran un campo de par cular ambigüedad. Los
procesos que lo hicieron posible como concepto y le
dieron su significado actual fueron desarrollos en el stock
de conocimientos y producción de materiales, que en su
relación se refieren a un nuevo sustrato, que no es sólo el
de la ciencia o la técnica.
En la tecnología no nos enfrentamos a un simple
desarrollo de la ciencia aplicada o de una nueva teoría
o área de la técnica, ya que la tecnología no se limita al
campo del conocimiento cien fico sobre las artes y oficios
o del empirismo. Porque la idea de tecnología incorpora
factores de carácter social, económico y polí co que sólo
pueden ser puestos en primer plano al nivel global de la
racionalidad social.
Asimismo, porque el sustrato que subyace a la
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aparición?
Un enfoque atomís co de la totalidad del conocimiento,
de las ideas y de las relaciones para analizar un
concepto, ignora el hecho de que aquí se presupone la
correspondencia entre el acontecimiento y realidad, y que
el concepto sólo ene sen do dentro de la red de teorías
en la que surge y a la que se integra. Si al acontecimiento
se lo construye en la grilla del entendimiento no deberá
sorprendernos que en la realidad se encuentren y
mantengan otros elementos de la vida, que emergen
inopinados, tal como nos lo advierte Jacques Derrida.
Sin embargo, reconocemos que la relación entre las
figuras sociales de subje vidad y esa red de teorías sigue
pendiente.
Wi genstein repite, como requisito fundamental del
reino cogni vo, que cualquiera que sea el modo de
construcción del lenguaje, debe haber algo común entre
la estructura de la declaración y la estructura del hecho
para que la declaración confirme el hecho.
La respuesta que desarrollaremos en esta inves gación
corresponde a la de Feyerabend, según la cual en tanto no
hay absolutamente “ningún hecho desnudo”, ello no obsta
a que los hechos que penetran en nuestro conocimiento
ya son considerados de cierta manera y por lo tanto son
esencialmente teóricos.
Popper y el empirismo lógico de la escuela vienesa
provocan otra pregunta. Se trata de las relaciones entre
la realidad social tomada en sus contradicciones y la
conciencia posible, allí.
Para el empirismo lógico toda inves gación, máxima
expresión de la actividad cognitiva, comienza con un
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no sólo por un área temá ca, sino por una red conceptual.
Cada técnica expresa un conocimiento y al mismo empo
obje viza las condiciones sociales de producción, de un
momento dado y de una cierta esfera social.
En su aplicación, el primer proceso es tan sólo una
ac vidad basada en un cierto conocimiento grupal; pero
como forma de la conciencia, es una capacidad y potencial
que no es inherente al mundo sico ni a una naturaleza
humana eterna, sino una cualidad del grupo que se nutre
y expresa ciertas condiciones históricas y naturales, y les
permite persis r en su materialidad.
Por úl mo, el conocimiento es un ámbito social en el
que la conciencia y la experiencia directa se establecen
mutuamente, otorgándose en dad.
En nuestra sociedad, la tecnología es a veces
considerada como la totalidad de los medios; en otras,
es conceptualizada como conocimiento aplicado. Jacques
Ellul la define como “el conjunto de fuerzas a través de
las cuales se u lizan los medios disponibles para lograr
ciertos obje vos valiosos”, definición que presupone
tanto la noción de medios (auxiliares) como la de obje vos
valiosos.
Todo conocimiento se cons tuye históricamente por
medio de drás cas modificaciones de la visión con la
que se conceptualizaron previamente ciertos objetos; en
él también, sin embargo, se puede discernir una cierta
con nuidad temá ca y conceptual.
Ese proceso a través del cual la fabricación y el
conocimiento de la ciencia, la tecnología y la tecnología
fueron fundadas históricamente será un aspecto central
de nuestra inves gación.
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Teogonía, es en los eones del tiempo una creación reciente. Tiene tal
vez unos 70 mil años. Muchísimo más reciente aun, desde luego, es
el surgir de la cultura y el cultivo, la religión y la guerra, las cuales no
tienen mayor antigüedad que unos 10 mil años.
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Por eso tiene razón Heráclito cuando dice: en el origen de las cosas
está la guerra. Yo le atribuyo ese origen a esa segunda sociabilidad,
que ya he mencionado, relaciones de las cuales surge la guerra y la
necesidad de descargar el sentimiento de la culpa propia en otro. La
guerra, al igual que los Holocaustos, no surge –en su fundamento–
de problemas político/militares, o económicos como lo piensa cierto
marxismo ingenuo. No hay guerra de la que no se haya tomado
botín, asesinado a grupos humanos, y que no haya sido bendecida
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Por eso creo que cuando surge el pensamiento griego clásico en las
polis y se expanden en forma rizomática las nuevas actividades y
mecanismos, interpretaciones y teorías del cosmos y la sociedad, las
herramientas del pensamiento de la sociedad mercantil capitalista
puede allí también reconocer sus propios fundamentos; tal como
lo hicieron por lo demás los pensadores, intelectuales y padres del
Renacimiento de la Academia de Marsilio Ficino en Florencia.
La sociedad capitalista desarrolló la razón haciéndola doblemente
racional, al igual que en su análisis numérico, pero no podía buscar
como el mundo griego el arkhé o principio en el origen del ciclo
de vida que ella desataba sino en su conclusión, en la ganancia y el
progreso.
ideología sostenibles.
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2.- Lao Tse dice del Tao que aunque se exprese en el Universo, no se
relaciona con el enjambre de homínidos, ni se expresa en su habla.
Tampoco es el ente ni el Ser, con o sin traza el que pueda ser su despliegue
pues no entra en comparación alguna, ni está en el empo ni en el espacio,
o en la nada. No es lo general ni está por llegar. Si no es el mar ¿es la onda
que lo mueve?: Tampoco.
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Introducción
Al mismo empo los griegos clásicos, que ubicamos a par r del sVI AC,
no ubicaron la unidad sujeto-objeto en la conciencia al distanciarse del
mythos, sino que cons tuyeron tanto la unidad o su separación --de
sujeto y objeto—como temas de su análisis de la Physis (la naturaleza) y
de su reflexión socio-psicológica.
Jenófanes hizo evidente que “todas las cosas con Opinión están prendidas”
y a poco andar Anaxágoras advir ó que el pensamiento analí co por sí
mismo no conducía a la esencia de las cosas. Señaló que en el mundo no
solo había partes sino suertes –Moirai-- es decir cosas… y algo además,
algo que las animaba.
¿Qué es aquello que animaba y que a su vez era penetrado por ellas? Eso
sería tema de otras reflexiones, respecto de las cuales tan brillantemente
reflexionaron Adorno y Sohn-Rethel en el s XX.
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que no par cipa de una interpretación obje vista del valor y de las
relaciones sociales. Es decir que no otorga carácter revolucionario a una
propuesta que toma la realidad social y al hombre unilateralmente como
objeto.
Totalidad y autonomía
Desde luego que no, pues esos datos aparecen como funciones surgidas
de un aparato de supuestos epistemológicos en el que el sujeto, ya sea
el Par do, el movimiento sindical, de masas u otro, son externos a la
realidad.
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Realidad y Praxis
Esa es una historia y un balance que hay que hacer, a pesar de que el
pensamiento hegeliano, presente también en nuestra época, imagine la
reflexión histórica sólo como búsqueda de preguntas al pasado de los
problemas del futuro.
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La permanencia consƟtuƟva
¿Qué sen do ene traer esta reflexión y desarrollo de ideas a una discusión
sobre la autonomía? : Que ella –la autonomía-- remite a la coincidencia
del sujeto-objeto en la realidad concreta, a la verdad y transparencia de
su relación, y por ende al carácter de la totalidad en la que se construyen.
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La ontología kan ana --posi vista o hermenéu ca, aunque entre ellas
cabe reconocer su diferencia-- abre espacio a ese idealismo que señala la
diferencia entre forma y contenido como irrelevante, o que las unifica en
el principio iden tario.
Pasado y futuro pasan a ser polos que definen lo absoluto, que a su vez
es la conciencia individual o la socialidad objetual, el trabajo. Éste deja
de ser una determinación histórica para adquirir un rango ontológico y
moral. La discrepancia de Korsch respecto de Lukacs surge en este punto
y no como otros creen de la diferencia tác ca en la Tercera Internacional,
que también se daba desde luego.
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Referencias
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ANEXOS
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4. El primer paso que hay que dar para reiniciar una teoría y una
práctica revolucionaria es romper con la pretensión del marxismo
de monopolizar la iniciativa revolucionaria y la dirección teórica y
práctica.
9. Desde este punto de vista conviene juzgar con espíritu crítico las
dos revoluciones rusas de 1917 y de 1928. Y desde este punto de vista
hay que determinar las funciones diversas que el marxismo cumple
actualmente en Asia y a escala mundial.
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Queda sin saber, sea ellos como fuere, si la filoso a, como fuere, si
la filoso a, como ac vidad del espíritu conceptuante, todavía ene
empo, o si ha quedado atrás de aquello que debe comprender, una
situación que conduce al mundo a una catástrofe. Parece demasiado
tarde para la contemplación. Desde hace más de cien años ya se
apuntó a la destrucción de la filoso a. La filoso a marxista, propagada
en el Este bajo el nombre de materialismo dialéc co (Diamat), de
ser unificable sin más con la teoría marxista, es tes monio del giro
del marxismo en un dogma está co, contrario al propio contenido,
o, como ellos mismos lo afirman, su conversión en una ideología.
Quien filosofa aun sólo puede hacerlo si niega la tesis marxista del
a superación del conocimiento. La misma pensaba en la posibilidad
de modificación radical del mundo como cosa ya dada aquí y ahora.
Sólo la terquedad podía rebajar tanto esa posibilidad como Marx.
El proletariado, al que se dirigió no estaba aún integrado: a todas
luces se empobrecía mientras que, por el otro lado, el poder social
no contaba aún con los medios de afirmarse, en casos graves, con
una fuerza incontenible. La filoso a, como pensamiento de consuno
coherente y libre, se encuentra en una situación muy dis nta. Marx
habría sido el úl mo en arrancar al pensamiento del curso real
de la historia. Hegel, que sabía de la transitoriedad del arte y que
profe zó su fin, hizo depender su con nuación de la “conciencia de
los peligros”. Lo que vale, empero, para el arte, es aceptado por la
filoso a, cuyo contenido de verdad converge con el del arte, aun
cuando sus formas de experiencia sean diferentes. La duración no
abreviada de sufrimiento, angus a y amenaza exige al pensar, que
no puede realizarse, el no abandonarse. Luego de la oportunidad
desaprovechada, tendría que reconocer, sin renuncias, por qué el
mundo, que podría ser ahora un paraíso, puede llegar a ser mañana
un infierno. Un conocimiento tal sería desde ya la filoso a. Ponerlo
de lado, so pretexto de una praxis, que serviría para eternizar
irresis blemente una situación cuya crí ca es asunto propio de la
filoso a, es anacrónico. La praxis, que mo va la cons tución de
una humanidad racional y adulta, permanece en la senda de lo
malsano si no cuenta con una teoría que piense a la totalidad en
su no verdad. No requiere más palabras el señalar que no se trata
de reacondicionar al idealismo, sino de hacerse cargo de la realidad
social y polí ca y de su dinámica.
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I
Según se cuenta, hubo un autómata construido de manera tal, que, a
cada movimiento de un jugador de ajedrez, respondía con otro, que
le aseguraba el triunfo en la partida. Un muñeco vestido de turco,
con la boquilla del narguile en la boca, estaba sentado ante el table-
ro que descansaba sobre una amplia mesa. Un sistema de espejos
producía la ilusión de que todos los lados de la mesa eran transpa-
rentes. En realidad, dentro de ella había un enano jorobado que era
un maestro en ajedrez y que movía la mano del muñeco mediante
cordeles. En la filosofía, uno puede imaginar un equivalente de ese
mecanismo; está hecho para que venza siempre el muñeco que cono-
cemos como “materialismo histórico”. Puede competir sin más con
cualquiera, siempre que ponga a su servicio a la teología, la misma
que hoy, como se sabe, además de ser pequeña y fea, no debe dejarse
ver por nadie.
II
“A las peculiaridades más notorias del espíritu humano, dice Lotze,
pertenece…junto a tanto egoísmo en lo particular, una falta de en-
vidia general de todo presente respecto de su futuro.” Esta reflexión
apunta hacia el hecho de que la imagen de felicidad que cultivamos
se encuentra teñida por completo por el tiempo al que el curso de
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III
El cronista que hace la relación de los acontecimientos sin distinguir
entre los grandes y los pequeños responde con ello a la verdad de
que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido
para la historia. Aunque, por supuesto, sólo a la humanidad redimi-
da le concierne enteramente su pasado. Lo que quiere decir: sólo a la
humanidad redimida se le ha vuelto citable su pasado en cada uno
de sus momentos. Cada uno de sus instantes vividos se convierte en
una citation à l’ordre du jour, día éste que es precisamente el día del
juicio final.
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IV
Procuraos primero alimento y vestido, que así el Reino de Dios os
llegará por sí mismo. Hegel, 1807. La lucha de clases que tiene siem-
pre ante los ojos el materialista histórico educado en Marx es la lucha
por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas y
espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha
de clases de una manera diferente de la que tienen en la representa-
ción que hay de ellas como un botín que cae en manos del vencedor.
Están vivas en una lucha en forma de confianza en sí mismo, de va-
lentía, de humor, de astucia, de incondicionalidad, y su eficacia se
remonta en la lejanía del tiempo. Van a poner en cuestión, siempre
de nuevo, todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los do-
minadores. Como las flores siempre vuelve su corola hacia el sol,
así también todo lo que ha sido, en virtud de un heliotropismo de
estirpe secreta, tiende a dirigirse hacia ese sol que está por salir en el
cielo de la historia. Con ésta, la más inaparente de todas las transfor-
maciones debe saber entenderse el materialista histórico.
V
La imagen verdadera del pasado pasa de largo fugazmente. El pasa-
do sólo es atrapable como la imagen que relumbra, para nunca más
volver, en el instante en que se vuelve reconocible. “La verdad no se
nos escapará”: esta frase que proviene de Gottfried Keller indica el
punto exacto, dentro de la imagen de la historia del historicismo,
donde le atina el golpe del materialismo histórico. Porque la imagen
verdadera del pasado es una imagen que amenaza con desaparecer
con todo presente que no se reconozca aludido en ella.
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VI
Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como
verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como
éste relumbra en un instante de peligro. De lo que se trata para el
materialismo histórico es de atrapar una imagen del pasado tal como
ésta se le enfoca de repente al sujeto histórico en el instante de peli-
gro. El peligro amenaza tanto a la permanencia de la tradición como
a los receptores de la misma. Para ambos es uno y el mismo: el peli-
gro de entregarse como instrumentos de clase dominante. En cada
época es preciso hacer nuevamente el intento de arrancar la tradi-
ción de manos del conformismo, que está siempre a punto de so-
meterla. Pues el Mesías no sólo viene como Redentor, sino también
como vencedor del Anticristo. Encender en el pasado la chispa de la
esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que
está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del
enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer.
VII
Considerad lo oscuro y el gran frío De este valle que resuena de la-
mentos Brecht, La ópera de tres centavos. Fustel de Coulanges le re-
comienda al historiador que quiera revivir una época que se quite
de la cabeza todo lo que sabe del curso ulterior de la historia. Mejor
no se podría identificar al procedimiento con el que ha roto el mate-
rialismo histórico. Es un procedimiento de empatía. Su origen está
en la apatía del corazón, la acedía, que no se atreve a adueñarse de la
imagen histórica auténtica, que relumbra fugazmente. Los teólogos
medievales vieron en ella el origen profundo de la tristeza. Flaubert,
que algo sabía de ella, escribió: “ Peu de gens devineront combien
il a fallu étre triste pour ressuciter Carthage.” La naturaleza de esta
tristeza se esclarece cuando se pregunta con quién empatiza el histo-
riador historicista. La respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y
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VIII
La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excep-
ción” en que ahora vivimos es en verdad la regla. El concepto de
historia al que lleguemos debe resultar coherente con ello. Promover
el verdadero estado de excepción se nos presentará entonces como
tarea nuestra, lo que mejorará nuestra posición en la lucha contra el
fascismo. La oportunidad que éste tiene está, en parte no insignifi-
cante, en que sus adversarios lo enfrentan en nombre del progreso
como norma histórica. El asombro ante el hecho de que las cosas que
vivamos sean “aún” posibles en el siglo veinte no tiene nada de filo-
sófico. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser el de
que la idea de la historia de la cual proviene ya no pueda sostenerse.
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IX
Mi ala está pronta al vuelo. Retornar, lo haría con gusto, pues, fuera
yo aún tiempo vivo mi suerte sería escasa. Gerhard Scholem, Saludo
del Angelus. Hay un cuadro de Klee que se títula Angelus Novus. Se
ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre
lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta
y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su
rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros apare-
ce como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única,
que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar.
El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer
lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina
en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este
huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve
las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo.
Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
X
Los temas de meditación que la regla conventual proponía a los her-
manos novicios tenían la tarea de alejarlos del mundo y sus afanes.
La reflexión que desarrollamos aquí procede de una determinación
parecida. En un momento en que los políticos, en quienes los adver-
sarios del fascismo habían puesto su esperanza, yacen por tierra y
refuerzan su derrota con la traición a su propia causa, esta reflexión
se propone desatar al que vive en el mundo de la política de las redes
en que ellos lo han envuelto. Ella parte de la consideración de que la
fe ciega de esos políticos en el progreso, la confianza en sus “base de
masas” y, por último, su servil inserción en un aparato incontrolable
no han sido más que tres aspectos de la misma cosa. Es una reflexión
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que procura dar una idea respecto de lo caro que le cuesta a nues-
tro pensamiento habitual una representación de la historia que evite
toda complicidad con aquella a la que esos políticos siguen aferra-
dos.
XI
El conformismo, que desde el principio se encontró a gusto en la
socialdemocracia, no afecta sólo a sus tácticas políticas, sino tam-
bién sus ideas económicas. Esta es una de las razones de su colapso
ulterior. No hay otra cosa que no haya corrompido más a la clase
trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente.
El desarrollo técnico era para ella el declive de la corriente con la
que creía estar nadando. De allí no había más que un paso a la ilu-
sión de que el trabajo en las fábricas, que sería propio de la marcha
del progreso técnico, constituye de por sí una acción política. Bajo
una figura secularizada, la antigua moral protestante del trabajo ce-
lebraba su resurrección entre los obreros alemanes. El programa de
Gotha muestra ya señales de esta confusión. Define al trabajo como
“la fuente de toda riqueza y de toda cultura”. Presintiendo algo malo,
Marx respondió que el hombre que no posee otra propiedad aparte
de su fuerza de trabajo “está forzado a ser esclavo de otros hombres,
de aquellos que se han convertido… en propietarios”. A pesar de ello,
la confusión continúa difundiéndose y poco después Josef Dietzgen
proclama: “Trabajo es el nombre de mesías del tiempo nuevo. En
el… mejoramiento… del trabajo estriba la riqueza, que podrá ha-
cer ahora lo que ningún redentor pudo lograr”. Esta concepción del
marxismo vulgar sobre lo que es el trabajo no se detiene demasiado
en la cuestión acerca del efecto que el producto del trabajo ejerce so-
bre los trabajadores cuando éstos no pueden disponer de él. Sólo está
dispuesta a percibir los progresos del dominio sobre la naturaleza,
no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos tecnocráticos
con los que nos toparemos más tarde en el fascismo. Entre ellos se
encuentra un concepto de naturaleza que se aleja con aciagos presa-
gios del que tenían las utopías socialistas anteriores a la revolución
de 1848. El trabajo, tal como se lo entiende de ahí en adelante, se
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XII
Necesitamos de la historia, pero de otra manera de como la necesita
el ocioso exquisito en los jardines del saber. Nietzsche, Beneficios
y perjuicios de la historia para la vida. El sujeto del conocimiento
histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx apa-
rece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que
lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de tantas genera-
ciones de vencidos. Esta conciencia, que por corto tiempo volvió a
tener vigencia con el movimiento «Spartacus», ha sido siempre des-
agradable para al socialdemocracia. En el curso de treinta años ha
logrado borrar casi por completo el nombre de Blanqui, cuyo timbre
metálico hizo temblar al siglo pasado. Se ha contentado con asig-
nar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones
futuras , cortando así el nervio de su mejor fuerza. En esta escuela,
la clase desaprendió lo mismo el odio que la voluntad de sacrificio.
Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados
y no del ideal de los descendientes liberados.
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XIII
Puesto que nuestra causa se vuelve más clara cada día y el pueblo
cada día más sabío. Wilhelm Dietzgen, La filosofía socialdemócrata.
La teoría socialdemócrata, y aún más su práctica, estuvo determina-
da por un concepto de progreso que no se atenía a la realidad, sino
que poseía una pretensión dogmática. Tal como se pintaba en las ca-
bezas de los socialdemócratas, el progreso era, primero, un progreso
de la humanidad misma (y no sólo de sus destrezas y conocimien-
tos). Segundo, era un progreso sin término (en correspondencia con
una perfectibilidad infinita de la humanidad). Tercero, pasaba por
esencialmente indetenible (recorriendo automáticamente un curso
sea recto o en espiral). Cada uno de estos predicados es controver-
tible y en cada uno de ellos la crítica podría iniciar su trabajo. Pero
la crítica –si ha de ser inclemente– debe ir más allá de estos predi-
cados y dirigirse a algo que les sea común a todos ellos. La idea de
un progreso del género humano en la historia es inseparable de la
representación de su movimiento [ fortgang ] como un avanzar por
un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación del
movimiento histórico debe constituir el fundamento de la crítica de
la idea de progreso en general.
XIV
El origen es la meta. Kart Kaus, Palabras en versos I. La historia es
objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo
y vacío, sino el que está lleno de “tiempo del ahora” [ jetztzeit ]. Así,
para Robespierre, la antigua Roma era un pasado cargado de “tiem-
po del ahora”, que él hacía saltar del continuum de la historia. La Re-
volución Francesa se entendía a sí misma como un retorno de Roma.
Citaba a la antigua Roma tal como la moda a veces cita a un atuen-
do de otros tiempos. La moda tiene un olfato para lo actual, donde
quiera que lo actual de señas de estar en la espesura de lo de antaño.
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CONFIDENCIAS EN EL JARDÍN DE EPICURO
XV
La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de
las clases revolucionarias en el instante de su acción. La Gran Revo-
lución introdujo un nuevo calendario. El día con el que comienza el
nuevo calendario actúa como un acelerador histórico. Y es en el fon-
do el mismo día que vuelve siempre en la figura de los días festivos,
que son días de rememoración. Los calendarios miden el tiempo,
pero no como relojes. Son monumentos de una conciencia histórica,
de la cual en Europa, desde hace cien años, parece haberse perdido
todo rastro. Todavía durante la Revolución de Julio se registró un
episodio que mostraba esa conciencia saliendo por sus fueros. Cuan-
do cayó la noche del primer día de combate ocurrió que en muchos
lugares de París, independientemente y al mismo tiempo, hubo dis-
paros contra los relojes de las torres. Un testigo ocular, cuyo acierto
resultó tal vez de la rima, escribió entonces: Qui le croirait! On dit
qu’rrités contre l’heure De nouveaux Josués, au pied de chaque tour.
Tiraient sur les cadrans pour arrêter le jour.
XVI
El materialista histórico no puede renunciar al concepto de un pre-
sente que no es tránsito, en el cual el tiempo se equilibra y entra en
un estado de detención. Pues este concepto define justo ese presente
en el cual él escribe historia por cuenta propia. El historicismo levan-
ta la imagen “eterna” del pasado, el materialista histórico una expe-
riencia única del mismo, que se mantiene en su singularidad. Deja
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que los otros se agoten con la puta del “hubo una vez”, en el burdel
del historicismo. Él permanece dueño de sus fuerzas: lo suficiente-
mente hombre como para hacer saltar el continnum de la historia.
XVII
El historicismo culmina con todo derecho en la historia universal.
Es de ella tal vez de la que la historiografía materialista se diferencia
más netamente que de ninguna otra en cuestiones de método. La
historia universal carece de una armazón teórica. Su procedimiento
es aditivo: suministra la masa de hechos que se necesita para llenar
el tiempo homogéneo y vacío. En el fundamento de la historiogra-
fía materialista hay en cambio un principio constructivo. Propio del
pensar no es sólo el movimiento de las ideas, sino igualmente su
detención. Cuando el pensar se para de golpe en medio de una cons-
telación saturada de tensiones, provoca en ella un chock que la hace
cristalizar como mónada. El materialista histórico aborda un objeto
histórico única y solamente allí donde éste se le presenta como mó-
nada. En esta estructura reconoce el signo de una detención mesiá-
nica del acaecer o, dicho de otra manera, de una oportunidad revo-
lucionaria en la lucha por el pasado oprimido. Y la aprovecha para
hacer saltar a una determinada época del curso homogéneo de la
historia, de igual modo que hacer saltar de su época a una deter-
minada vida o del conjunto de una obra a una obra determinada.
El beneficio de este procedimiento reside en que en la obra se halla
conservado y superado el conjunto de la obra, en ésta toda la época
y en la época el curso entero de la historia. El fruto nutricio de lo
históricamente comprendido tiene en su interior al tiempo, como
semilla preciosa pero insípida.
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XVIII
En la idea de la sociedad sin clases, Marx secularizó la idea del tiempo
mesiánico. Y es bueno que haya sido así. La desgracia empieza cuan-
do la socialdemocracia eleva esta idea a “ideal”. El ideal fue definido
en la doctrina neokantiana como una “tarea infinita”. Y esta doctrina
fue la filosofía escolar del partido socialdemócrata –de Schmidt y
Stadler a Natorp y Vörlander. Una vez definida la sociedad sin clases
como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo, se transformó,
por decirlo así, en una antesala, en la cual se podía esperar con más o
menos serenidad el advenimiento de la situación revolucionaria. En
realidad, no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad
revolucionaria –sólo que ésta tiene que ser definida en su singulari-
dad específica, esto es, como la oportunidad de una solución com-
pletamente nueva ante una tarea completamente nueva. Al pensador
revolucionario, la oportunidad revolucionaria peculiar de cada ins-
tante histórico se le confirma a partir de la situación política. Pero se
le confirma también, y no en menor medida, por la clave que dota a
ese instante del poder para abrir un determinado recinto del pasado,
completamente clausurado hasta entonces. El ingreso en este recinto
coincide estrictamente con la acción política; y es a través de él que
ésta, por aniquiladora que sea, se da a conocer como mesiánica. (La
sociedad sin clases no es la meta final del progreso en la historia, sino
su interrupción, tantas veces fallida y por fin llevada a efecto).
XIX
“Los escasos cinco milenios del homo sapiens –dice uno de los biólo-
gos más recientes– representan, en relación con la historia de la vida
orgánica sobre la tierra, unos dos segundos al final de una jornada de
veinticuatro horas. Llevada a esta escala, la historia de la humanidad
civilizada ocuparía la quinta parte del último segundo de la última
hora.” “El tiempo del ahora”, que como modelo del tiempo mesiánico
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[Apéndice]
A
El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre dis-
tintos momentos de la historia. Pero ningún hecho es ya un hecho
histórico solamente por ser una causa. Habrá de serlo, póstumamen-
te, en virtud de acaecimientos que puedan estar separados de él por
milenios. El historiador que parte de esta comprobación no permite
ya que la sucesión de acaecimientos le corra entre los dedos como
un rosario. Aprehende la constelación en la que ha entrado su propia
época con una muy determinada época anterior. Funda de esta ma-
nera un concepto del presente como ese “tiempo de ahora” en el que
están incrustadas astillas del tiempo mesiánico.
B
Es seguro que los adivinos que inquirían el tiempo por los secretos
que él guarda dentro de sí no lo experimentaban como homogéneo
ni como vacío. Quien tiene esto a la vista puede llegar tal vez a ha-
cerse una idea de la forma en que el pasado era aprehendido en la
rememoración, es decir, precisamente como tal. Se sabe que a los
judíos les estaba prohibido investigar el futuro. La Thora y la plegaria
los instruyen, en cambio, en la rememoración. Esto los liberaba del
encantamiento del futuro, al que sucumben aquellos que buscan in-
formación en los adivinos. A pesar de esto, el futuro no se convirtió
para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Porque en él cada
segundo era la pequeña puerta por la que podía pasar el Mesías.
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