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Fragmento tomado de “Un sistema-Mundo dividido en Centro y

Periferia” de Adrián Vidales.

Disponible en: https://elordenmundial.com/un-sistema-mundo-dividido-en-centro-y-periferia/

Centro, periferia y semiperiferia


Acabamos de ver que los Estados-nación no son entes aislados de los que
les rodea, sino que están en permanente contacto con sus semejantes. Esto
nos lleva a la otra estructura fundamental presente en el sistema-mundo,
enunciada por Wallerstein y definida por Taylor y Flint como “estructura
geográfica horizontal tripartita”. Antes hemos afirmado que la “estructura”
económica no puede funcionar sin una “superestructura” que la proteja, y
que ésta estaba formada por los Estados-nación. Es decir, que el
capitalismo a nivel global no puede funcionar sin un sistema interestatal.
Este conjunto de Estados insertos en una única economía global capitalista,
pueden ser clasificados en tres grupos o zonas económicas en función del
rol que ocupan en la división internacional del trabajo: centro, periferia y
semiperiferia.

Los países del centro son aquellos que dominan el sistema-mundo a nivel
político y económico, y en ellos los niveles de eficiencia en la producción
agroindustrial y de acumulación de capital son los más altos. De esta forma,
los Estados del “centro” están especializados en la producción de bienes
fabricados mediante altos niveles de tecnología y mecanización, y que,
debido precisamente a esto, tienen un mayor precio en los mercados
internacionales. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón son las zonas
económicas consideradas “centrales”.

En el otro extremo del sistema mundo se sitúan los países “periféricos”.


Están caracterizados por tener un sistema de producción menos sofisticado
y mecanizado que los países del “centro” y por lo tanto, su producción,
basada fundamentalmente en la exportación de materias primas y
productos agrícolas, está menos valorada en los mercados internacionales.
Buena parte de los Estados de Asia, África y América Latina estarían
incluidos en este grupo.

Para los teóricos del sistema-mundo, la relación que se establece entre


ambos grupos es fundamentalmente de explotación del “centro” sobre la
“periferia”, y basan esta explotación en lo que ellos denominan intercambio
desigual. Este concepto gira en torno a la idea de que al tener un menor
precio los productos “periféricos” en los mercados mundiales con respecto
a los producidos por el “centro”, cuando éstos son intercambiados, la mayor
parte de la plusvalía generada por los trabajadores de los Estados
periféricos termina en manos de los grandes productores de los Estados del
“centro”. Esto, unido al hecho de que los Estados periféricos están
gobernados en su mayoría por gobiernos títeres al servicio de las grandes
multinacionales de los países ricos (o del “centro”) que dan trabajo a buena
parte de sus poblaciones, hace que la relación de explotación antes
mencionada se estabilice y perpetúe.

La pregunta lógica que todos nos haríamos en este punto sería: ¿y cómo es
posible que estos pueblos explotados no reclamen sus derechos y derriben
a sus explotadores?. Según Wallerstein, hay tres mecanismos
fundamentales que permiten al sistema-mundo gozar de una relativa
estabilidad política: la concentración de la fuerza militar en las áreas
céntricas, la difusión entre la población de los Estados del centro de la
convicción de que su propio bienestar depende de la supervivencia del
sistema como tal y, finalmente, la división de los explotados en un gran
estrato inferior y un estrato intermedio más pequeño. Este estrato
intermedio es lo que se conoce como semiperiferia, cuya función principal
es, pues, dividir a los explotados para que no hagan frente común contra
los privilegiados del centro del sistema mundo. Para ello se le da un papel
en la división del trabajo que hace que las economías de estos Estados estén
basadas en sistemas de producción que mezclan componentes de las otras
dos zonas económicas y que les permiten desempeñar, al mismo tiempo,
un papel de explotado (por el centro) y explotador (de la periferia).
Ejemplos de Estados semiperiféricos serían Brasil o Argentina. Dentro del
esquema de intercambio comercial que se da entre centro y periferia
(bienes de capital intensivo por materias primas y productos agrícolas) los
países semiperiféricos intervienen en el mercado mundial exportando al
centro bienes procedentes de sectores deslocalizados (por ejemplo, la
industria del automóvil) y, al mismo tiempo, vendiendo a las áreas
periféricas productos semejantes a los del centro (pero con un menor nivel
de capital intensivo).

Una vez divididos los Estados miembros del sistema interestatal en zonas
económicas y señaladas las interacciones económicas que se dan entre
ellos, ahora se impone la necesidad de averiguar cómo se relacionan estos
Estados a nivel político en el sistema-mundo. Estas relaciones políticas se
desarrollan en un marco de competencia permanente por aumentar el
poder propio en un juego de suma cero, en un intento por conseguir las
mejores condiciones para el desarrollo de las industrias y empresas
nacionales. En este contexto la guerra juega un papel fundamental, puesto
que permite a los Estados ascender posiciones en el sistema-mundo
(pasando, por ejemplo, de país semiperiférico a país central), para
reestructurar las relaciones de poder entre “centro” y “periferia” (mediante
la creación, por ejemplo de clientelas) y, finalmente, reestructurar las
relaciones de poder entre los países del “centro”, de tal forma que ninguno
de ellos pueda dominar en solitario el conjunto del sistema mundo.

Sin embargo, esto no siempre se ha conseguido y ha habido épocas en las


que un Estado (evidentemente de los considerados “céntricos”) ha logrado
asumir un papel de potencia hegemónica dentro del sistema-mundo. Un
Estado se convierte en hegemón cuando adquiere una ventaja competitiva
frente a sus rivales en las tres áreas económicas principales: producción
agro-industrial, comercio y finanzas. Esta superioridad económica permite
al Estado hegemónico imponer en gran medida sus reglas y deseos en los
terrenos político, económico, militar, diplomático y, en ciertos casos,
cultural. Esto ha ocurrido en los últimos siglos tres veces y en todas ellas se
han cumplido unos patrones que permiten establecer un ciclo hegemónico:
primeramente un Estado adquiere ventaja competitiva en producción agro-
industrial, luego en comercio y finalmente en el ámbito financiero; a
continuación se vive un periodo relativamente corto de tiempo en el que el
hegemón mantiene su posición de forma incontestable (entre 30-50 años)
para después ir perdiendo su ventaja competitiva en el mismo orden en que
la consiguió, lo que hace que paulatinamente su poder se resquebraje y
termine siendo sustituido como potencia hegemónica por otro Estado. Los
tres casos históricos mencionados anteriormente son los de las Provincias
Unidas entre 1625-1672, Reino Unido entre 1815-1873 y Estados Unidos
entre 1945-1967.

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