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Lectura requerida

Panzeri, A. Contaminación informativa. Buenos Aires, UAI, 2006.


Basado en el texto de Gore, A. La tierra en juego. Ecología y concien-
cia humana. Segunda Edición, Buenos Aires, Editorial Emecé, 1993.
Cap. 11.

Contaminación Informativa

Al Gore desarrolla la idea de que a partir de una de las características distintivas


del ser humano, que es su capacidad de utilizar información para representar
simbólicamente el mundo que le rodea, y del hecho de la posibilidad de mani-
pular información sobre el mundo o compartirla con nuestros semejantes, esta-
mos aprendiendo a manipular el mundo.

A lo largo de la historia hemos acentuado nuestra dependencia de la informa-


ción; se trata de una dependencia poco cuestionada, ya que en raras ocasio-
nes nos planteamos el impacto negativo de la información.

Durante la mayor parte de la historia la cultura ha sido representada como un


flujo de incesante información especialmente acerca del mundo y de la manera
de relacionarnos con el mismo, de la manera más productiva. Se dice que para
poder recibir este flujo de información, recordarlo y utilizarlo las sucesivas ge-
neraciones debieron reconfigurar su mentalidad. Pero la atención requerida por
ese trabajo mental trajo como resultado la distracción del contexto mismo en
que tenía lugar la comunicación. “En las culturas antiguas el cúmulo de infor-
mación útil aparecía indefectiblemente inmerso en un discurso general sobre la
vida que se transmitía de generación en generación.

El contexto social, cultural y ecológico en el que se adquiría y empleaba la in-


formación seguía vivo en la mente de quienes la manejaban.” 1 Señala Al Gore
que una de las cosas que empezamos a ignorar a lo largo del proceso de la
utilización de la información es el hecho de que las nuevas tecnologías nos cam-
bian y cambian el contexto de nuestras vidas. Cuanta más información consu-
mimos, mayor es el dominio mental que ejerce sobre nosotros la información,
como representación del mundo, en contraposición a la experiencia directa del
mismo. Y cuanto más nos acostumbramos a relacionarnos de forma indirecta
con el mundo, mayor necesidad de la información sentimos, y ello nos lleva a
inventar nuevas maneras de satisfacerla. La información se desvincula del con-
texto que le da sentido.

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Gore, Al;. En: La tierra en juego. Ecología y conciencia humana, Segunda Edición,
Buenos Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 11, Somos lo que utilizamos, pg. 183.

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El método científico generó un aumento de la información adquirida, pero tam-
bién agigantó ese desvinculación entre información y su contexto. El método
científico permitió investigar los fenómenos naturales y estimuló la idea de frac-
cionarlos en pequeñas partes informativas. Además, mediante el método cien-
tífico cada una de esas partes puede ser explicada, reproducida y manipulada.

Nuestro poder de manipulación de la naturaleza creció de forma proporcional al


aumento de la información disponible. La relación con el conocimiento se orienta
a la idea de que todo problema puede ser resuelto por el método científico. La
confianza depositada en él crece y se considera a los científicos y a los invento-
res como verdaderos héroes. El conocimiento científico produce admiración y el
correlato de esto es la soberbia de los científicos que no ven este proceso de
endiosamiento.

Analiza Al Gore la producción acelerada de información, que comenzó con la era


industrial y se intensificó con la era de la información, ya que se produce el
hecho que dicha información comenzó a sobrepasar en exceso la posibilidad de
ser utilizada. Esta situación es crítica, dado que “nos inunda la información [...]
y en lugar de buscar la manera de comprender y asimilar la información que ya
disponemos preferimos seguir aumentando su volumen a un ritmo vertiginoso” 2.

La crisis que padece nuestra relación con la información se asemeja a nuestra


drástica relación con el medio ambiente. Del mismo modo que automatizamos
el proceso de conversión de oxígeno en anhídrido carbónico (CO 2) por medio de
la invención de la máquina de vapor o el automóvil, sin tener en cuenta la limi-
tada capacidad planetaria de absorber el CO2, hemos automatizado mediante
invenciones como la imprenta o la computadora el proceso de creación de datos
sin pensar que nuestra capacidad de asimilar nuevos conocimientos es limitada.

Al Gore propone generar un nuevo concepto y es el de exformación. Entiende


por el mismo a la información que no está almacenada en ningún ser vivo. Se
le puede cambiar el nombre o no, lo importante es que este proceso crece de
manera preocupante. El exceso de información no utilizada se está convirtiendo
en una especie de contaminación. No debe sorprendernos que esta superabun-
dancia informativa coincida con una crisis en la educación. La educación es una
suerte de reciclaje del saber; no obstante, parece resultarnos más fácil generar
nuevos datos que conservar y emplear los conocimientos que ya teníamos.

“Esta producción desorbitada y sin precedentes de nuevos datos empieza a obs-


taculizar el proceso que convierte la información en conocimiento. En circuns-
tancias normales, se trata de un proceso muy similar al de la fermentación: la

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Gore, Al;. En: La tierra en juego. Ecología y conciencia humana, Segunda Edición,
Buenos Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 11, Somos lo que utilizamos, pg. 185,
186.

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información es destilada en forma de conocimiento y éste, a su vez, aunque no
siempre, fermenta hasta convertirse en sabiduría. Pero hoy en día es tal el alud
informativo que este lento proceso, totalmente desbordado, se ve incapaz de
asimilarlo.”3

Relacionando educación, cultura y tecnología, Al Gore incorpora los conceptos


de “primera y segunda tecnologías informativas”, refiriéndose al lenguaje ha-
blado y al lenguaje escrito respectivamente. No hemos prestado tanta atención
al hecho de que el modo de transmitir la información nos modifica a medida que
lo utilizamos. La tecnología de la información no hace más que mediar entre
nosotros y el objeto descrito; en el proceso de plasmar mediante una represen-
tación simbólica el significado de un fenómeno real, dejamos fuera algunos ele-
mentos y distorsionamos el valor de otros.

Todas las tecnologías de la información, desde los signos tallados en piedra


hasta la televisión satelital, ampliaron nuestra capacidad de comprender el
mundo que nos rodea. Generalmente, nos adaptamos de tal modo a la tecnolo-
gía de la información empleada que nos olvidamos por completo de sus efectos
distorsionantes. Las palabras habladas son indicadores de la experiencia. A me-
nudo nuestra experiencia personal se identifica más con las palabras que ex-
presan el sentido que con el sentido propiamente dicho.

La reproducción de imágenes tiene el mismo efecto de indicador. En un ensayo


Walter Benjamín describe cómo la reproducción tecnológica de una obra de arte
la despoja de su aura natural. Cualquiera que haya visto una reproducción fo-
tográfica de obras, como la Gioconda o del Desayuno en la hierba, se daría
cuenta de que por más fiel al original que sea, la reproducción ha perdido su
impacto. Y si vemos esa misma reproducción varias veces, cada vez, iría dismi-
nuyendo aún más el impacto residual de la experiencia que ésta pretende re-
producir.

Siempre que utilizamos una tecnología acumulamos cierto poder y perdemos


algo en el proceso. Algo similar ha ocurrido a nuestra relación con la naturaleza.
A medida que vamos dejando nuestra relación con el mundo natural en manos
de la tecnología nos encontramos con creciente frecuencia frente al mismo tipo
de apuesta con la casualidad: poseemos una mayor capacidad para procesar los
elementos naturales que necesitamos y para repartir el producto entre un nú-
mero creciente de personas, pero empieza a desaparecer el respeto y el temor
reverencial que caracterizaban nuestra relación con la naturaleza.

Ésta es una de las principales razones que implican la amplísima difusión del
concepto de naturaleza como simple suma de recursos; en efecto, para algunas
personas se trata de un gigantesco banco de datos que puede ser manipulado
a voluntad. Pero el coste de esta concepción de la naturaleza es muy alto y gran

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Gore, Al;. En: La tierra en juego. Ecología y conciencia humana, Segunda Edición,
Buenos Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 11, Somos lo que utilizamos, pg. 187.

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parte del éxito de nuestros esfuerzos por salvaguardar el ecosistema dependerá
de que sepamos inspirar un nuevo respeto por el medio ambiente como un todo
indivisible.

La crisis medioambiental es un ejemplo que viene al caso: muchos se niegan a


tomársela en serio porque confían en la capacidad del ser humano para hacer
frente a cualquier amenaza; basta con definirla, acumular montañas de infor-
mación, fraccionarla en una infinidad de partículas manipulables para, final-
mente, resolverla.

El volumen de información sobre la crisis es hoy tan apabullante que las técnicas
convencionales para resolver problemas no sirven en absoluto. A pesar de la
llamada crisis de la información, lo que hoy necesitamos es un enfoque jeffer-
soniano del tema medioambiental. Jefferson quería un enfoque universal de la
totalidad del saber.

Actualmente, el mundo parece haber llegado a una encrucijada, los pueblos de todo
el planeta empiezan a ser conscientes de que forman parte de una civilización global
unida por intereses y preocupaciones comunes. De éstos, uno de los más importan-
tes es la protección del medio ambiente. Debemos impedir que nos inunde el torrente
informativo; así mismo, debemos rechazar la idea de que el mundo natural es un
mero banco de recursos e información codificada.

Evidentemente, el impacto de la tecnología no se limita tan solo a nuestros


sistemas de tratamiento de la información. Hemos ampliado nuestros sentidos
y multiplicado nuestras posibilidades de incidir en el entorno mediante un des-
pliegue incesante de nuevas herramientas, técnicas y procedimientos.

La ciencia y tecnología nos han proporcionado miles de herramientas nuevas


con las que multiplicar las posibilidades de explotar la tierra para satisfacer
nuestras necesidades; pero también nuestros caprichos. Ninguna de estas tec-
nologías tiene, por sí sola, la envergadura del armamento nuclear; no obstante,
sumadas unas a otras, su impacto sobre los sistemas naturales del planeta hace
que las consecuencias de la explotación ilimitada resulten tan imprescindibles
como las de un conflicto nuclear.

Por otra parte, hemos caído en una suerte de soberbia tecnológica que nos im-
pulsa a creer que nuestros nuevos poderes pueden ser ilimitados. Nos atreve-
mos a suponer que encontraremos soluciones tecnológicas a cualquier problema
que la propia tecnología pueda ganar.

Con frecuencia nuestra fascinación por la tecnología sustituye lo que antes era
fascinación por la naturaleza. Ignoramos el efecto de nuestra alquimia tecnoló-
gica en los procesos naturales.

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En ocasiones, el paso de una tecnología a otra, aun cuando se utilicen ambas
con el mismo propósito, puede alterar profundamente la relación entre los dife-
rentes elementos de un sistema. Además, las nuevas generaciones tecnológicas
se suceden hoy en día a tal velocidad que el salto de una a otra resulta a veces
desconcertante y brusco. Como es obvio, suele tener repercusiones en nuestra
relación con el entorno.

Nuestra sociedad ha permitido que la ciudad se convierta en un basurero satu-


rado de delincuencia, drogadicción, pobreza, ignorancia y desesperación. Tam-
bién en este caso se produjo un salto, pero no de tecnología sino de eras. La
era industrial había favorecido la aglomeración de fábricas y viviendas junto a
los puertos, donde enormes cantidades de carbón y materias primas se daban
la mano con grandes masas de trabajadores.

En ocasiones, lo que cambia no es la tecnología sino el marco en que se la aplica.


El estudio del efecto transformador de la ciencia y la tecnología sobre nuestra
relación con el mundo natural se beneficia, sin duda, de una redefinición del
término “tecnología”. Además de herramientas y aparatos, deberíamos incluir
aquellos sistemas y métodos de organización que incrementan nuestra capaci-
dad de imponer nuestros designios en el entorno. Cualquier conjunto de proce-
sos que conformen un nuevo modo de incrementar nuestro poder o de facilitar
la realización de cualquier tarea debe considerarse asimismo como una tecno-
logía. Incluso los grandes patrones de pensamiento, como la economía de mer-
cado o la democracia, se ajustan a la definición; son, a su modo, maquinarias
diseñadas para producir ciertos resultados y, como los demás aparatos, a veces
tienen consecuencias imprevisibles.

También el cuerpo humano sería una especie de tecnología. Nuestra forma de


plantearnos el medio ambiente se basa en nuestra percepción de las cosas a
través de los cinco sentidos. Ellos nos conectan con la Tierra, a su vez, limitan
nuestra experiencia al codificarla en patrones que reflejan tan solo el tipo de
información que pueden recibir y procesar. Los CFC, las sustancias químicas que
destruyen la capa de ozono son, por ejemplo, inodoros, incoloros e insípidos.
Por lo tanto, en lo que a nuestros sentidos se refiere, no existen.

Parte de nuestra reticencia a dar respuestas a la crisis ecológica radica en que


sus síntomas no han empezado a disparar alarmas que sean perceptibles para
nuestros sentidos. Así pues, nuestros cuerpos y mentes son tecnologías poco
perfeccionadas. Y lo que complica aún más las cosas es el papel que juega la
identidad sexual en nuestra percepción del mundo.

La civilización occidental ha desarrollado un mundo fundamentalmente mascu-


lino de relación con el mundo y se ha organizado en torno a estructuras filosó-
ficas que invalidan los patrones vitales de carácter femenino.
Paralelamente, hemos descuidado la posibilidad de reducir índices de mortalidad
infantil escandalosos. Nuestra experiencia de la vida está determinada por otro
aspecto de nuestro cuerpo, tan obvio que apenas lo notamos. Todos comparti-

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mos una arquitectura corporal más o menos idéntica, con dos mitades práctica-
mente iguales a ambos lados de un plano que lo secciona como si fuera un
espejo. Esta característica de nuestro cuerpo es llamada simetría bilateral y
marca profundamente nuestra percepción del mundo.

Aunque la cuestión de la simetría bilateral puede parecer algo confusa, a nuestro


entender ilustra la forma más peligrosa de distorsión tecnológica que ha expe-
rimentado nuestra relación con la Tierra, puesto que la tecnología moderna ha
incrementado enormemente nuestra capacidad para manipular la naturaleza sin
que ello se corresponda con un aumento en la capacidad de protegerla.

Al dar mayor importancia a algunos sentidos que a otros, al potenciar unas


capacidades y relegar otras y al otorgar más valor a determinados potenciales,
las tecnologías pueden muy bien alterar nuestra percepción, experiencia y con-
siguiente relación con el mundo. Da la sensación de que estamos más dispues-
tos a escuchar proyectos descabellados como éstos que a plantearnos la tarea,
aparentemente más ardua, de revisar la sensatez de anteriores manipulaciones
que no parecen tener una relación demasiado sana con su contexto porque
amenazan con destruirlo. En su sentido más profundo, el medioambientalismo
comprometido con la ecología del planeta surge con fuerza de la parte más
sensata de nuestro ser, la que sabe asegurar, proteger y conservar aquellas
cosas que nos importan antes de manipularlas y quizá de alterarlas de manera
irreversible.

A continuación, le presentamos tres mapas conceptuales que sintetizan los con-


ceptos abordados en el texto.

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