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Regnasco, M.; La sociedad de Consumo según Durning Basado


en el texto de Durning, A.; ¿Cuándo diremos basta? Buenos Aires,
Planeta, 1994. Capítulos 2 y 4

Categorías de consumidores

Durning clasifica a los consumidores en tres amplias categorías: los consumido-


res, los de ingresos medios y los pobres.

1. Los pobres del mundo - alrededor de 1.1 mil millones de personas, - abarca
todas las personas que ganan menos de 700 dólares por año. Son mayormente
africanos, indios y asiáticos de áreas rurales. Se alimentan principalmente de
granos y legumbres y beben agua impura. Viven en chozas, viajan a pie y sus
pertenencias están fabricadas con materiales disponibles en el lugar.
Representan la quinta parte de la población mundial y ganan sólo el 2 % de los
ingresos del mundo.

2. Los 3.3 mil millones de personas pertenecientes a la clase mundial de ingre-


sos medios ganan entre 700 y 7.500 dólares por miembro familiar. Viven en su
mayoría en América latina, Medio Oriente, China y Asia Oriental.
Habitan en edificios modestos, se alimentan principalmente de granos y agua,
cuentan con electricidad, radio, y gradualmente acceden a heladeras y lavarro-
pas. Viajan en ómnibus, trenes y bicicletas. Sus ganancias representan el 33 %
de los ingresos del mundo.

3. La clase de los consumidores - el 1.1 mil millones de personas, incluye a


aquellos que ganan por encima de los 7.500 dólares por año.
Se alimentan de carne, alimentos procesados y envasados, beben gaseosas y
otras bebidas en envases descartables. Poseen casas o departamentos con ca-
lefacción, y aparatos domésticos eléctricos. Viajan en automóviles, aviones.
Esta clase gana el 64 % de los ingresos del mundo: 32 veces la cantidad de los
pobres.

Entre los miembros de esta clase encontramos mayormente norteamericanos,


europeos occidentales, japoneses, australianos, etc.
Aunque esta clase vive bien, su forma de vida es modesta comparada con los
realmente ricos. Por ejemplo, los ejecutivos de grandes firmas ganan 93 veces
la cantidad que reciben los obreros de esas fábricas. Pero los ricos son sólo un
subgrupo de la clase consumista (1/5 parte), Pero, según Durning, en cuanto
al impacto ecológico, la mayor disparidad no se da, entre los ricos y los consu-
midores, sino entre los consumidores y la clase de ingresos medios.

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En todo el mundo, desde la mitad del siglo XX, el consumo de cobre, energía, carne,
acero y madera por persona se ha duplicado: la cantidad de autos se ha cuadrupli-
cado, el uso de plástico por cabeza se ha quintuplicado, el de aluminio por persona
se ha multiplicado siete veces y el viaje aéreo por persona, 33 veces.

En cambio, el consumo de la clase pobre casi no ha cambiado. El impacto am-


biental de este aumento del consumo es enorme. Alrededor de los años 20, la
sociedad de consumo nace en los Estados Unidos cuando los economistas y eje-
cutivos promocionaron el consumo masivo como la clave para evitar la detención
de la expansión económica. La democratización del consumo era la meta de la
política económica, y el consumo difundido como un deber patriótico.

Si bien la Gran depresión y la Segunda Guerra Mundial detuvieron momen-


táneamente la escalada del consumo masivo, después de la terminación de
la Segunda Guerra Mundial, en 1946, comienza la edad dorada de la sociedad
de consumo.

Para mediados del siglo 20 las familias estadounidenses cambiaban a 4.000 re-
sidencias nuevas todos los días, llenándolas de secarropas, lavavajillas, helade-
ras, televisores, y más tarde, alimentos congelados, enlatados, lociones de be-
lleza.

En 1953, la Junta de Consejeros del Presidente Eisenhower lanza su consigna:


"el propósito final de la economía de los Estados Unidos es producir más bienes
de consumo".

En la actualidad, en los Estados Unidos los habitantes tienen doce veces más
automóviles, usan 21 veces la cantidad de plástico, y cubren 25 veces la dis-
tancia pro aire que en 1950.

Los íconos del consumo mundial: Disneylandia, Coca-Cola, McDonald's siguen


siendo estadounidenses. Las técnicas de publicidad y marketing, perfeccionadas
en los Estados Unidos, ya se utilizan en todos los continentes.

La sociedad de consumo llega rápidamente a Europa, Japón e Inglaterra, y los


productos se multiplican con rapidez.
En la actualidad, después de cuatro décadas de expansión consumista, los ni-
veles de consumo de Europa Occidental y de Japón están sólo un grado por
debajo de los de los Estados Unidos.

Los aparatos de aire acondicionado, que requieren sustancias enfriadoras per-


judiciales para la capa de ozono, ya eran comunes en 2/3 de los hogares de los
EE.UU., y consumían el 13 % de la electricidad. En Japón, casi el 60 % de los
hogares poseen por lo menos un aparato de aire acondicionado. Los hornos a
microondas y videocaseteras se convierten en elementos para equipar por lo
menos 2/3 de los hogares de los Estados Unidos.

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En los años ochenta, las políticas económicas de los mercados de valores y ac-
ciones recientemente internacionalizados crearon una euforia de dinero fácil en
la clase acomodada, que se tradujo en una escalada consumista.

En esta década, la deuda privada igualó a la deuda nacional para proteger sus
posesiones esta clase gasta sumas enormes en seguridad privada, alarmas, que
igualaron a los impuestos con destino a la fuerza pública policial.

Pero lo que Durning destaca es la difusión del consumismo como orientación


cultural. Se identifica el consumo con la forma de alcanzar la felicidad personal,
y expresar la posición social y el éxito.

En Japón, por ejemplo, la consigna filosófica de "vivir una vida pura y justa"
decayó del 29 por ciento en la primera encuesta realizada en 1953 al 9 por
ciento en la mitad de los años 80. En cambio, la opción "vivir una vida que
satisfaga los deseos personales" subió del 21 al 38 %.

En los Estados Unidos, entre 1976 y 1990 los estudiantes del último año del
secundario mostraron un interés decreciente en "encontrar el propósito y el sig-
nificado de la vida" . Pero el porcentaje que calificó de mucha importancia el
"tener mucho dinero" como el objetivo de vida más importante creció de menos
del 50% en 1977 al 66 % en 1986.

A su vez, los países de Europa Oriental adoptan las expectativas consumistas de


occidente. Ocurre lo mismo en la India, Corea del Sur, Indonesia, y otros países.

La trágica ironía de esta filosofía consumista, reflexiona Durning, es que ha sido


muy efectiva en dañar el medio ambiente, pero no en brindar una vida gratifi-
cante a la gente.

El impacto del consumo sobre el medio ambiente

Los economistas emplean la palabra consumir con el significado de "utilizar bie-


nes económicos", pero la definición del diccionario es: "Deshacerse o destruir,
malgastar o agotar".

Para Durning, la economía de la sociedad de consumo de todo el mundo son


responsables de la mayor parte del deterioro ambiental causado por los seres
humanos.

Por ejemplo, el uso que hace la clase consumidora de los combustibles fósiles
causa aproximadamente dos tercios de la descarga de dióxido de carbono -
causante del calentamiento global - en la atmósfera.

Sólo la clase adinerada de Estados Unidos, (la décima parte de la población),


descarga a la atmósfera 11 toneladas de dióxido de carbono por año.

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Los países industriales (la cuarta parte del planeta) consumen entre el 40 y el
86% de los recursos naturales del Planeta.

El habitante común de un país industrializado consume tres veces la cantidad


de agua, diez veces la de energía y diecinueve veces la de aluminio que uno de
un país en desarrollo.

El impacto del consumo de madera y minerales lleva a la tala y quema de bos-


ques, invadiendo también el hábitat de los pobres.

En los países industrializados se quema tres cuartas partes de óxido de sulfuro


y nitrógeno, causantes de la lluvia ácida. Sus instalaciones militares han fabri-
cado más del 99% de los proyectiles nucleares del mundo. Sus aparatos de aire
acondicionado liberan el 90% de los cloroflurocarbonados que destruyen la capa
de ozono.

A medida que la gente escala de la clase de ingresos medios a la clase consu-


midora, el impacto ambiental sufre un salto gigante, no sólo por la cantidad,
sino especialmente por la diversidad del consumo. En efecto, el consumo de la
clase más pobre produce un daño relativamente bajo al medio ambiente. Pero
este panorama cambia radicalmente con el aumento de energía, electricidad,
transporte, etc.

El estilo de vida consumista depende de inversiones continuas en energía, quí-


micos, metales y papel. En EE.UU., estas cuatro industrias están entre las cinco
que requieren mayor intensidad de energía y emisión tóxica.

Una sociedad que depende de los combustibles fósiles genera un porcentaje de


contaminación atmosférica abrumador. El impacto mayor se produce cuando
mayor cantidad de personas accede a este tipo de vida, para luego entrar en
una etapa de relativa estabilidad, aunque de porcentajes sumamente altos.

Sería imposible que ese tope de consumo energético y de recursos naturales, al


que han llegado los países industriales pueda ser alcanzado por los restantes
países del mundo sin devastar el planeta. Esto demuestra que la economía mun-
dial se está expandiendo más allá de lo que puede soportar la biósfera de la
Tierra.

Al globalizarse la economía, se crea una sombra ecológica que atraviesa el pla-


neta: una blusa en una boutique japonesa puede provenir de pozos petroleros
de Indonesia a través de plantas petroquímicas y fábricas textiles en Singapur.
Un automóvil en Alemania puede responder a una marca de una corporación
estadounidense, pero contener autopartes fabricadas en una decena de países,
y materias primas proveniente de otra decena.

Los países en desarrollo, señala Durning, suelen alentar este proceso de dete-
rioro ambiental para tratar de saldar sus deudas o atraer capitales.

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Durning cita una publicidad exhibida por el gobierno filipino en la revista Fortune
en 1975: Para atraer a empresas como la suya, hemos destruido montañas,
arrasado con junglas, rellenado pantanos, corrido ríos y reubicado pueblos, . .
.todo para que les sea más fácil a usted y a su compañía hacer negocios aquí".

Japón importa el 70 por ciento del maíz, trigo y cebada, el 95% de la soja y más
del 50% de la madera. Gran parte de estos productos provienen de los bosques
tropicales de Borneo, que rápidamente desaparecen.

Esto es sólo un ejemplo de una tendencia mundial.

A esto hay que agregar que la destrucción del hábitat es la principal causa en el
mundo de la extinción de las especies.

Los precios altos y las modas efímeras pueden tener efectos inesperados. Ban-
gladesh, la India e Indonesia envían cada año 250 millones de ranas a Europa,
donde los restaurantes sirven sus patas como una delicadeza. Como consecuen-
cia, en Asia aumentó el número de mosquitos portadores de malaria, que antes
eran alimento de los sapos, multiplicándose el número de muertes por esa en-
fermedad.

Sin embargo, señala Durning, aunque la sociedad de consumo tiene una gran
responsabilidad en esta devastación, es infrecuente que el consumo reciba la
atención de ecologistas, como variable relevante.

Por lo general, los ambientalistas trabajan en la regulación de las tecnologías y


en los planes de planificación familiar, pero desestiman el consumo en su eva-
luación de las causales del deterioro ambiental.

Las razones para poner el peso en los temas de tecnología y poblacionales se


encuentran en que las tecnologías son más fáciles de reemplazar que las acti-
tudes culturales.

El economista ambiental Herman Daly del Banco Mundial señala que sólo dete-
ner el crecimiento de la contaminación mundial - sin siquiera reducir la veloci-
dad, como claramente hace falta - requeriría que en las próximas cuatro déca-
das hubiera una mejora del 2.000 por ciento en la forma en que la tecnología
afecta el ambiente. Esto supondría que los países industrializados deberían de-
tener su expansión consumista de inmediato, para permitir que los países en
desarrollo los alcancen. También se señala que la población mundial, en ese
mismo período, no debería superar el doble de la actual.

Los países industrializados no están dispuestos a responder a estos planteos, pero


el cambio energético-tecnológico y la estabilización de la población, por sí solos, no
son suficientes para detener el deterioro ambiental si no se complementan con
índices más sensatos de consumo en los países hiperindustrializados.

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No es posible que la totalidad de la población mundial pueda vivir con el estilo
de vida de los Estados Unidos.

Es necesario abandonar el discurso que identifica el consumo con la gratifica-


ción, el éxito y la felicidad. Hace falta una profunda transformación en nuestra
escala de valores, que estimule la búsqueda de un estilo de vida cómodo, pero
sin poner en peligro la biósfera.

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