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Panzeri, A. Desencuentros entre la economía y el medio am-


biente. Buenos Aires, UAI, 2006. Basado en el texto de Gore, Al; La
tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Prefacio. Segunda Edi-
ción, Buenos Aires, Editorial Emecé, 1993. Cap. 10.

Desencuentros entre la economía y el medio ambiente

La herramienta más poderosa que ha usado la civilización quizás sea la econo-


mía clásica y de libre mercado. Funciona como un sistema que distribuye recur-
sos, trabajo, finanzas e impuestos, que controla la producción y el consumo de
riquezas y que influye en casi todas las decisiones de nuestras vidas.

“La dura realidad es que nuestro sistema económico padece ceguera parcial: ve
unas cosas y otras no. Evalúa y vigila cuidadosamente el valor de todo lo que afecta
a vendedores y compradores, como la comida, la ropa, la manufactura, y, desde
luego el dinero. Sin embargo, sus intrincados cálculos suelen ignorar el valor de
otras cosas, más difíciles de comprar o vender, como el agua fresca, el aire puro,
la belleza de las montañas y la rica diversidad de la vida forestal....”1 De este modo,
la ceguera parcial de nuestro sistema económico se convierte en la fuerza más
poderosa de cuantas se ocultan tras la aparente irracionalidad de ciertas decisiones
relativas al medio ambiente global.

Podemos pensar que estos errores puede ser corregidos. Para que esto suceda
hay que comenzar por reconocer que la economía es una fuerza tan poderosa
que puede darnos una visión equivocada de la realidad. Todo sistema económico
parte de ciertos principios; éstos pueden ejercer una fuerte influencia sobre la
manera que tenemos de interpretar los datos que recibimos de la realidad, de
modo tal que condicionan así nuestras decisiones.

El punto de vista de Al Gore apunta a señalar que la economía clásica no ve de


manera integral el mundo que nos rodea, esto implica decir que aquellos aspec-
tos que no son relevados por la economía son aspectos que no se ven y esto
hace que la forma de interpretar lo que llamamos beneficios y costes puede ser
de otra manera. Lo que no se releva no se tiene en cuenta para tomar decisio-
nes. “Al calcular el PNB, los recursos naturales no se deprecian mientras se
consumen. [...]¿Por qué no se contabiliza esa pérdida como coste económico de
la producción de grano del año anterior? Si el índice anual de pérdida de suelo

1Gore, Al, , La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Bue-
nos Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las conse-
cuencias, página 171, 172

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es elevado, el país se podría estar empobreciendo a pesar del aparente beneficio
reportado por las cosechas de cereales.”2

La economía clásica no considera aspectos muy importantes del medio am-


biente. Estos temas, tales como la contaminación o el agotamiento de los re-
cursos son dejados de lado en las decisiones económicas. Al no incluirlos en los
fundamentos de la teoría económica clásica, la misma se desvincula de los efec-
tos destructivos del medio ambiente. Sin embargo, cuando el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional, los bancos de desarrollo regional y las autorida-
des crediticias nacionales deciden los créditos y la ayuda monetaria que se otor-
gará a los distintos países del mundo, se basan sobre todo en las posibilidades
de mejorar el rendimiento económico del receptor del préstamo. Y para todas
estas instituciones, el indicador fundamental del rendimiento económico de un
país es el crecimiento de su PNB. De esta manera, el PNB considera como algo
aconsejable la destrucción rápida y despiadada del medio ambiente.

Los economistas clásicos consideran que todos los que participan en la lucha
entre la oferta y la demanda están “fehacientemente informados”, es decir, que
todo aquel que toma una decisión económica dentro de este casi omnipotente
y omnipresente marco de evaluación es más que consciente de todos los hechos
que rodean y fundamentan la decisión adoptada, sin descartar la posibilidad de
que existieran errores de apreciación. La extensión lógica de esta “información
fehaciente” es lo que los economistas clásicos denominan transparencia mer-
cantil del sistema, que suponen asimismo perfecta.

Estas teorías rozan la arrogancia intelectual, sobre todo a la vista de su incapa-


cidad para incorporar, en términos económicos, conceptos como la pérdida de
recursos naturales. Tan irreal y absurda es su pretensión de considerar los re-
cursos naturales como bienes gratuitos e ilimitados. Esto se debe en parte a que
el sistema de evaluación de los ingresos nacionales fue establecido en plena era
colonial, cuando parecía que el abastecimiento de los recursos naturales no te-
nía límite. Por lo tanto, no es casual que los efectos más devastadores afecten
a países que se han liberado de su condición colonial hace tan solo una década.
Los mecanismos de la explotación abusiva del medio ambiente han cobrado im-
pulso y son difíciles de controlar, sobre todo teniendo en cuenta que se rigen
por unas leyes económicas sentadas por quienes más se beneficiaban de la ex-
tracción de los recursos naturales de esos países.

Al Gore señala que el aumento de la productividad suele calcularse mediante un


método que se basa en una presunción absurda: si una técnica nueva tiene
consecuencias buenas y malas, resulta permisible, en ciertas circunstancias, va-
lorar las buenas e ignorar las malas. Así, cuando aumenta el número de bienes
producidos por unidad de trabajo, materia prima y capital, se habla de un in-

2Gore, Al, , La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Bue-
nos Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las conse-
cuencias, página 172

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cremento de la productividad. Pero el nuevo proceso no sólo aumenta la pro-
ducción de bienes sino también, y en mucha mayor medida, la de subproductos
dañinos. “En su obtusa definición de la productividad, la economía clásica nos
asegura que el aumento de aquélla y el progreso económico son sinónimos. El
progreso resulta tan atractivo que los economistas tienden a desestimar los
efectos secundarios nocivos que suele entrañar. El problema está, por supuesto,
en que los efectos positivos y negativos siempre van juntos y es preciso saber
ponderarlos muy bien para poder determinar si el resultado general es positivos
o negativo”3.

Además, el autor observa que “... el gasto resultante de la lucha contra la con-
taminación suele incorporarse a las cuentas nacionales en la columna del haber
del libro mayor. En otras palabras, cuanta más contaminación generamos más
contribuimos al crecimiento del producto nacional”4.

La economía clásica no suele evaluar de manera procedente los costes asociados


al consumo. Cada vez que consumimos algo producimos algún tipo de residuo,
hecho que suelen pasar por alto los economistas clásicos. Ninguno de estos
costes ocultos se contabiliza bien. El modo en que nuestro sistema económico
evalúa la productividad ni siquiera tiene sentido dentro de la propia lógica del
sistema. “Si los bienes económicos son producidos a partir de recursos naturales
que no se deprecian porque las reservas son ilimitadas; si los procesos de pro-
ducción no generan subproductos indeseados de ningún tipo y si, además, los
bienes desaparecen sin dejar huella una vez consumidos, no cabe duda de que
estamos frente a una magia de notable poder” 5. Cada vez que suponemos estar
consumiendo algo (bienes o recursos), lo que estamos haciendo en realidad es
transformarlo en una sustancia química y físicamente distinta.

Uno de los argumentos más fuertes y frecuentes respecto de la consideración


del medio ambiente es el que sostiene que se afectarían las ganancias y esto
descarta la actitud respetuosa a la naturaleza. Pero este argumento no es sólido
en rigor, dado que, como dice Al Gore, haciendo referencia a “...una ley como
la de la Pureza del Aire que propone la reducción de los anhídridos sulfurosos,
se nos advierte que la productividad de las centrales térmicas disminuirá en
base a algunos cálculos que ignoraran por completo el ahorro resultante de la

3Gore, Al, La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Buenos
Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las consecuencias,
página 176.

4Gore, Al, La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Buenos
Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las consecuencias,
página 175.

5Gore, Al, La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Buenos
Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las consecuencias,
página 175.

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ausencia de gastos destinados a la lucha contra la contaminación originada por
cada tonelada de carbón que se quema.”6

La mirada de la economía clásica sobre estas cuestiones medioambientales está


regida por la ausencia de una comprensión de que el planeta es un organismo
y que los límites territoriales son sólo políticos pero no valen para las cuestiones
de contaminación. El otro eje del marco teórico de la economía clásica es la
inmediatez, entendida en el sentido de que no evalúa las consecuencias de las
decisiones en términos de tiempos. Por ejemplo la falta de consideración del
planeta que se la deja a las generaciones futuras es una actitud que, como
señala Al Gore, es una forma de discriminación a las mismas, que encontrarán
un planeta desbastado. “El debate actual sobre el desarrollo perdurable se basa
en el reconocimiento general de que las inversiones de las grandes instituciones
financieras, como por ejemplo el Banco Mundial, casi siempre han estimulado el
desarrollo económico en el Tercer Mundo a costa de la explotación a corto plazo
de sus recursos naturales, priorizando así el flujo inmediato de divisas y poster-
gando un crecimiento de larga duración.”7

A continuación, le presentamos un esquema que sintetiza los conceptos abor-


dados en el texto.

6Gore, Al, La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Buenos
Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las consecuencias,
página 177.

7Gore, Al, La tierra en juego. Ecología y conciencia humana. Segunda Edición, Buenos
Aires, Editorial Emecé, 1993. Capítulo 10, La economía: la verdad o las consecuencias,
página 178.

Problemática del mundo actual / Pág. 4


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