Vivimos en una economía global que se caracteriza no sólo por el libre comercio
de bienes y servicios sino más aún por la libre circulación de capitales. Las
economías de los países están íntimamente interrelacionadas. Esto favorece al
capital financiero, que puede ir donde se obtengan mejores recompensas. Como
resultado tenemos un “(...) gigantesco sistema circulatorio, que toma capital en
los mercados financieros y las instituciones financieras del centro y después lo
bombea a la periferia directamente en forma de créditos e inversiones de cartera
o indirectamente a través de corporaciones multinacionales.” 1
Siendo el capital un ideal tan preciado, los países compiten por obtener y retener
el capital poniendo a éste como prioridad frente a otros objetivos sociales
desbaratando los mecanismos sociales y políticos.
Por otro lado, están las “deficiencias del sector no mercado”, donde se trata el
fracaso de la política, tanto en el nivel nacional como en el internacional.
Junto con los defectos del mecanismo del mercado, se reconocen la ausencia de
mecanismos reguladores y políticos adecuados.
El sistema capitalista global, si bien es una idea, gobierna nuestras vidas como
si fuera un imperio. Un imperio cuya cobertura global es mayor que la de
cualquier imperio anterior. No es un imperio territorial, carece de soberanía, y
es casi invisible pues carece de estructura formal. La mayor parte de sus
súbditos no saben que están sometidos a él, aunque reconocen que están
sometidos a fuerzas impersonales.
No es territorial, pues los territorios son gobernados por los estados, y estos a
menudo plantean obstáculos para la expansión.
Dice Soros: “La analogía del imperio está justificada porque el sistema
capitalista global gobierna efectivamente a quienes pertenecen a él, y no es fácil
abandonarlo. [...] No puede descansar el tanto en cuanto exista algún mercado
o recurso que permanezca sin incorporar. En este sentido, presenta escasas
diferencias con respecto a Alejandro Magno o Atila el huno, y sus tendencias
expansionistas bien podrían dar como resultado su propio desmembramiento.
El imperialismo fue caracterizado por Vladimir Illich Lenin como la última etapa
del capitalismo y vinculado a la explotación y al colonialismo.
En La crisis del capitalismo global 3, Soros afirma que, como un imperio, este
sistema gobierna toda una civilización, pero no es un imperio territorial, y carece
de los símbolos y rituales de la soberanía. La soberanía de los estados que
pertenecen a él son un resabio y un estorbo a su poder e influencia. Esto, señala
Soros, se cumple aún en el caso de Estados Unidos.
3Cfr. Soros, G., La crisis del capitalismo global, Buenos Aires, Sudamericana, 1999,
cap. 6, pgs. 133-137
¿En qué sentido puede hablarse, sin embargo, de un imperio sin centro?