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BOLIVIA

11 DE ABRIL DE 1952 / TRIBUNA ABIERTA

Hace 63 años triunfaba la insurrección obrera en


Bolivia
El 11 de abril de 1952 la clase obrera tomó un rol protagónico en la Revolución Boliviana. El historiador Juan
Hernández analiza este proceso.
Juan Luis Hernández

Sábado 11 de abril de 2015 | Edición del día

Hacia 1950, Bolivia era uno de los países más pobres de América Latina. Su principal riqueza, la minería del estaño,
estaba monopolizada por tres familias: Patiño, Aramayo y Hoschild. Unos 800 terratenientes eran propietarios de la
mayoría de las tierras útiles del altiplano y los valles, explotando al campesinado indígena bajo el sistema del colonato,
que incluía prestaciones de servicios a título gratuito. Esta elite rodeada de un pequeño grupo de periodistas, funcionarios
y políticos profesionales conformaban la rosca, como despectivamente se conocía al núcleo duro oligárquico.
La guerra del Chaco con Paraguay (1932-1935), desnudó la corrupción del régimen político y el carácter semi-colonial del
país. A su término se fundaron los partidos políticos modernos y avanzó la organización del movimiento obrero.
Surgieron el Partido Obrero Revolucionario, (POR, troskista, 1935), el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR,
comunista stalinista, 1940) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, 1942).

En diciembre de 1942 se produjo la masacre de Catavi: una marcha de mineros encabezada por sus mujeres (palliris) fue
ametrallada por el ejército. La luctuosa jornada permitió un primer acercamiento del MNR al movimiento obrero, al
efectuar sus representantes una denuncia e interpelación parlamentaria por la masacre. En 1944, los trabajadores mineros
concretaron la fundación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), organización que se
convertirá en la columna vertebral del movimiento obrero boliviano en los siguientes 40 años.
Un antecedente importante de la Revolución de 1952 fue el gobierno del coronel Gualberto Villarroel (1943-1946), un
militar nacionalista apoyado por la logia militar RADEPA (Razón de Patria) y el MNR. Villarroel decretó numerosas
leyes sociales y alentó la organización del movimiento obrero. En 1945 promovió el primer Congreso Indigenal de Bolivia
y decretó la abolición de todas las formas de prestación gratuita de trabajo en el campo. Su gobierno mantuvo la
neutralidad en la guerra mundial, por lo que fue combatido por los Estados Unidos, los partidos oligárquicos y el PIR.
Estos últimos formaron la Unión Democrática Boliviana (UDB). Villarroel fue derrocado y asesinado el 21 de julio de
1946.
En este contexto, la Federación Minera convocó un Congreso Extraordinario, celebrado en noviembre de 1946 en la
localidad de Pulacayo, con el propósito de debatir la posición de los trabajadores frente a los dramáticos acontecimientos.
El Congreso aprobó las famosas Tesis de Pulacayo, redactadas por Guillermo Lora (POR). Las Tesis, basadas en la teoría
de la revolución permanente, representan una clara superación de los planteos etapistas del stalinismo, inscribiendo la
resolución de las tareas antiimperialista como una fase de la revolución obrera y el socialismo, y contraponiendo la
revolución obrera y campesina a la revolución nacional postulada por el MNR. La adopción de las Tesis por los mineros
fue una gran conquista de la izquierda revolucionaria, convirtiéndose en la plataforma política y teórica de los trabajadores
mineros en los años siguientes.

El asesinato de Villarroel abrió el sexenio, un período de seis años (1946-1952), caracterizado por la agudización extrema
de la lucha de clases. El POR dirigió importantes conflictos obreros entre 1947 y 1949, pero no logró capitalizar su
ascendiente para construir un partido de masas. Incidió en ello la feroz represión gubernamental, debilidades organizativas
y ciertas tendencias sindicalistas, de acuerdo al balance de Lora. A partir de 1949 se inicia el declive del POR y el
crecimiento de la influencia del MNR en el movimiento obrero, que supo capitalizar a su favor el martirologio de
Villarroel y adoptó posiciones radicalizadas a través de la dirigencia de la FSTMB encabezada por Juan Lechín. Ese
mismo año impulsó una rebelión cívico-militar en varias ciudades que fracasó, y en 1950 una huelga general semi-
insurreccional ferozmente reprimida. En 1951 se convocaron elecciones generales, donde triunfó la fórmula Víctor Paz
Estenssoro-Hernán Siles Suazo. El presidente en ejercicio, Mamerto Urriolagoitía, entregó el poder a una junta militar
dirigida por el general Ballivián, que cerró el Congreso y desconoció los resultados electorales. Con el “mamertazo”,
como se llamó popularmente al autogolpe, una época llegaba a su fin.

El MNR, dirigido por Siles Suazo, organizó un complot, con la ayuda del general Antonio Seleme, jefe de los carabineros
de La Paz. El objetivo era la formación de un gobierno cívico-militar que convocara a nuevas elecciones. En la madrugada
del 9 de abril de 1952 se inició la insurrección: los comandos movimientistas tomaron los principales edificios públicos y
la radio Illimani, con el apoyo de los carabineros. Pero la Junta Militar resolvió resistir, y el jefe de estado mayor, general
Humberto Torres Ortiz, convocó un total de nueve regimientos acantonados en la ciudad y sus cercanías, que
inmediatamente rodearon los edificios públicos ocupados. El 10 por la tarde, creyendo todo perdido, Seleme se asiló en la
embajada de Chile. Siles Suazo intentó negociar, pero los militares no ofrecieron garantías, por lo cual debió continuar la
lucha.

En la madrugada del 11 de abril los primeros contingentes mineros, procedentes de Milluni, comenzaron a descolgarse por
las laderas de los cerros que rodean a La Paz. Portando sus cargas de dinamita, las lanzaban a las tropas apenas topaban
con ellas. Los soldados arrojaban sus armas y huían, los mineros las tomaban y avanzaban. En cuestión de horas la
situación se dio vuelta. En la tarde del 11 de abril, Torres Ortiz firmó su rendición ante Siles Suazo, mientras los efectivos
del ejército masacrador de la rosca, desarmados y derrotados, debieron desfilar entre los obreros triunfantes. Los mineros
de Bolivia habían obtenido el triunfo más sensacional de toda su historia. En síntesis, el MNR intentó un golpe de estado
tradicional, la resistencia del ejército abrió una crisis que permitió la intervención de los mineros, transformando lo que
iba a ser un golpe palaciego más de la historia de Bolivia en el inicio de la revolución.

El 15 de abril, Paz Estenssoro regresó de su exilio en la Argentina y se hizo cargo del gobierno, con Hernán Siles Suazo
como vicepresidente. Dos días después, el 17 de abril, se formó la Central Obrera Boliviana (COB). Nacida en las
barricadas todavía humeantes de la insurrección de abril, la COB era la legítima representación de los trabajadores que
hicieron la revolución. Juan Lechín fue designado secretario ejecutivo y Germán Butrón secretario general. Su programa
fundacional era la lucha por la nacionalización de las minas y los ferrocarriles, la revolución agraria, la defensa de las
conquistas sociales, la independencia política de la central obrera.

¿Cual era el panorama el día después del triunfo de la insurrección? Lo más impactante era la destrucción del ejército,
producida tras tres días de lucha en La Paz y Oruro. Las milicias formadas al calor de los acontecimientos sólo en una
mínima parte estaban controladas por el MNR, la mayoría respondían a los sindicatos y a la COB.

Autores marxistas como Alberto Pla o Liborio Justo (Quebracho) sostienen que en esos momentos tendía a plantearse una
situación de dualidad de poderes entre la COB y las autoridades. Pero al mismo tiempo la COB participaba en la gestión
gubernamental mediante la inclusión de “ministros obreros” en el gobierno del MNR Este último aspecto es resaltado por
otros autores como Ernesto Ayala Mercado, quien acuñó la expresión “Cogobierno MNR-COB” para describir la
situación. Ambos hechos expresaban tendencias que coexistían al interior de las masas: los trabajadores pretendían
imponer a las autoridades las decisiones de las organizaciones sindicales, pero también creían que el gobierno del MNR
iba a llevar a cabo la revolución social por la cual ellos habían luchado.

Lamentablemente, no existió un partido u organización política que planteara con claridad que la dualidad de poderes se
resolviese a favor de la COB. El Partido Comunista (PC, el PIR se había disgregado) apoyaba abiertamente al gobierno, y
el POR no cuestionó la participación de los dirigentes obreros en el gabinete. Su estrategia inicial fue defender al gobierno
ante las amenazas imperialistas, desarrollar una política de “apoyo crítico” y exigir la radicalización de las reformas
propuestas, con el objeto de presionar el ala izquierda del MNR. Al no surgir una dirección obrera que buscase
concientemente resolver la dualidad de poderes a su favor, se trabó la posibilidad de avanzar en la revolución social,
imponiéndose finalmente la política del gobierno. El contenido fundamental de la revolución de 1952 fue el sufragio
universal, la nacionalización de las minas y la reforma agraria, concretado entre 1952 y 1953, y en 1955 se aprobó un
nuevo Código Educativo a nivel nacional. A pesar de sus limitaciones, estas medidas produjeron transformaciones
duraderas en la sociedad y la economía de Bolivia.

Durante el mandato de Paz Estenssoro (1952-1956) se mantuvieron los “ministros obreros” en el gabinete, pero persistió
una tensa relación entre la COB y el gobierno. Los trabajadores reclamaban la nacionalización de las minas sin
indemnización y bajo control obrero, el gobierno las puso bajo administración de sus funcionarios y pactó una
indemnización con sus antiguos dueños. La COB también se opuso a la reorganización del ejército apoyada por Estados
Unidos.

Hernán Siles Suazo (1956-1960) lanzó un plan de estabilización monetaria pergeñado por el FMI, al cual se opuso la
COB. El gobierno reprimió al movimiento obrero y terminó con el “cogobierno”. Las tendencias conservadoras y
antiobreras se acentuaron en el segundo mandato de Paz Estenssoro (1960-1964), donde se promovió el rearme acelerado
del ejército.

Ante ello, los mineros retomaron los planteamientos básicos de la Tesis de Pulacayo, plasmados en los Congresos de
Colquiri-San José (1958) y Colquiri (1963). En este último se adoptó la Tesis de Colquiri, en la que se acusa al gobierno
de aceptar los planes imperialistas, planteando la ruptura política y organizativa del movimiento obrero con el MNR.

El 4 de noviembre de 1964 un golpe de estado impuso una junta militar presidida por el general de aviación René
Barrientos Ortuño, en ese momento vicepresidente de un tercer mandato de Paz Estenssoro. Los militares estaban de
nuevo en el centro del escenario político, y permanecerían en él hasta 1982.

El golpe del 4 de noviembre de 1964 es considerado habitualmente como el fin de la revolución iniciada con la
insurrección de abril de 1952. Sin embargo, la revolución terminó antes pero también después de ese 4 de noviembre.
Antes, porque la capacidad de innovación y transformación social se había agotado tras los primeros años revolucionarios;
y después, porque la economía y la política boliviana, seguían respondiendo al proceso abierto en abril de 1952.

El proceso boliviano marca el agotamiento inexorable del proyecto nacionalista, que como en el resto de los países
latinoamericanos dibujó una curva descendente. Ya en los sesenta el MNR dejó el discurso nacionalista para las
celebraciones patrias, asumiendo el proyecto desarrollista en alianza con el capital extranjero y las fuerzas armadas. En los
setenta el MNR apoyó a la dictadura de Banzer, y en 1985 inauguró el ciclo neoliberal en Bolivia.

Los mineros y la izquierda, por su parte, acudieron a su gran fortaleza de reserva: los viejos y vigentes postulados de
Pulacayo, desde los cuales interpelaron en muchas oportunidades a la dirigencia sindical. Es lo que permitió la
reconstrucción de tendencias clasistas al interior del sindicalismo minero, que se expresarán en la experiencia de la
Asamblea Popular.

La revolución de 1952 fue frustrada, vencida, desfigurada, como se lo quiera expresar. Pero en la sociedad burguesa no
existe ninguna universidad donde se enseñe a los hombres y mujeres como hacer la revolución. La frustración y la derrota,
como decía la inolvidable Rosa Luxemburgo, son las únicas escuelas de los revolucionarios. Recordemos la heroica gesta
de los mineros de Bolivia, aprendamos de los errores. Este será nuestro mejor homenaje.

TRIBUNA ABIERTA
Hace 65 años triunfaba la insurrección obrera en
Bolivia
En 1952, los mineros y el pueblo de Bolivia obtuvieron el triunfo más importante de toda su historia.
Juan Luis Hernández
Martes 11 de abril de 2017 | Edición del día

La Paz, 9 de abril de 1952. A las seis de la mañana la emisora estatal, Radio Ilimani, salió al aire anunciando que una
nueva revolución había triunfado en Bolivia. Era un complot arduamente tramado por el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR), dirigido en la clandestinidad por Hernán Siles Suazo. Contaba con la adhesión del general
Antonio Seleme Vargas, jefe de los carabineros de La Paz y hasta el día anterior, ministro de la Junta Militar encabezada
por el general Hugo Ballivián. El golpe, meticulosamente planeado, debió sin embargo adelantarse. En una tensa reunión
en la tarde-noche del 8 de abril, Ballivián relevó a Seleme de su cargo, sospechando su involucramiento en la conspiración
en curso. Desde las primeras horas de ese miércoles 9 de abril, los comandos movimientistas, apoyados por los
carabineros, ocuparon con relativa facilidad los principales edificios públicos del centro de La Paz.

Pero el anuncio de Radio Illimani se reveló prematuro. La dirección del MNR, experta en la organización de este tipo de
complots, cometió un error fundamental: creyó que el general Humberto Torres Ortiz, jefe del Estado Mayor del Ejército,
se mantendría neutral. Después de todo, se trataba de un plan aceptable para las Fuerzas Armadas, Seleme sería designado
presidente provisional hasta las nuevas elecciones generales, previstas para octubre de 1952. Torres Ortiz, alertado por los
rumores conspirativos, había sigilosamente recorrido las principales guarniciones del altiplano recabando la lealtad de sus
jefes. Para cuando Radio Illimani propalaba las buenas nuevas, ya había instalado su cuartel general en El Alto, y con el
respaldo de 9 regimientos que totalizaban 8.000 hombres, estaba listo para tender un cerco a los rebeldes acantonados en
el centro de la ciudad.

Esa misma tarde comenzaron los enfrentamientos armados. Seguro de su éxito, Torres Ortiz exigió la rendición
incondicional de los insurrectos antes de las 18 horas. Una hora más tarde, Seleme anunció por radio que ante el curso de
los acontecimientos dejaba la conducción de la rebelión en manos de los civiles, y se refugió en la embajada de Chile. Sin
embargo, las cosas no iban demasiado bien para las fuerzas leales. El regimiento Lanza, que había iniciado su marcha
desde su cuartel general en Miraflores, fue frenado por militantes populares apoyados por carabineros, no pudiendo
ocupar el cerro Laikakota ni avanzar sobre la sede del gobierno. En Villa Victoria, distrito fabril de la ciudad, se libró una
feroz batalla que prosiguió el 10 de abril, en la que los militares sufrieron fuertes pérdidas en manos de obreros fabriles y
vecinos. Lo mismo sucedió en la zona del Cementerio, desde donde los insurrectos bloquearon el acceso a la ciudad de los
regimientos acantonados en El Alto.

No obstante, la situación de los rebeldes seguía siendo precaria. En la noche interminable del 10 de abril, una
convulsionada reunión del comando insurrecto discutió intensamente el curso a seguir. No había ningún tipo de garantías
por parte de Torres Ortiz, por lo que la reunión finalmente se dispersó sin directivas precisas.

Mientras la reunión languidecía, un nuevo actor entraba en escena. En las primeras horas de la madrugada del 11 de abril
los primeros contingentes mineros comenzaron a descolgarse por las laderas de los cerros que rodean a La Paz. Venían de
Milluni, perfectamente organizados en grupos con un responsable al frente, y traían un arma que se revelaría letal: la
dinamita. Apenas topaban con los retenes militares, les arrojaban las cargas explosivas, los soldados arrojaban las armas y
huían, los mineros las tomaban y avanzaban.

En poco tiempo los regimientos Bolívar y Pérez, principales contingentes leales, quedaron rodeados en la ceja de El Alto.
Los soldados se rendían, huían o se unían a los mineros, que ya en forma torrencial se abalanzaron sobre el centro de la
ciudad, tomando entre dos fuegos a las fuerzas que respondían al gobierno, mientras centenares de hombres y mujeres se
unían a la lucha. A las cuatro de la tarde Torres Ortiz debió abandonar su cuartel general, trasladarse a Laja, en las afueras
de La Paz, y firmar la rendición incondicional de las Fuerzas Armadas. Para entonces, los efectivos del ejército
masacrador de la rosca, desarmados y derrotados, desfilaban entre los obreros triunfantes. Los mineros y el pueblo de
Bolivia habían obtenido el triunfo más sensacional de toda su historia.

El triunfo de la insurrección fue el resultado de un largo proceso previo. La guerra del Chaco (1932-1935), desnudó la
corrupción del régimen político oligárquico y el carácter semi-colonial del país. En la posguerra se fundaron nuevos
partidos políticos -el Partido Obrero Revolucionario, (POR, troskista, 1935), el Partido de la Izquierda Revolucionaria
(PIR, comunista stalinista, 1940) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, 1942). Y en un puñado de años de
la década del cuarenta, se forjó la matriz político-organizativa del proletariado minero boliviano, protagonista principal de
las luchas de las siguientes cuatro décadas.

En diciembre de 1942 se produjo la masacre de Catavi: una marcha de mineros encabezada por sus mujeres fue
ametrallada por el Ejército. La luctuosa jornada permitió un primer acercamiento del MNR al movimiento obrero, al
efectuar sus representantes una denuncia e interpelación parlamentaria por la masacre. En 1944, los trabajadores mineros
concretaron la fundación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), organización que se
convertirá en la columna vertebral del movimiento obrero boliviano en los siguientes cuarenta años. Y finalmente, en
noviembre de 1946, la Federación Minera convocó un Congreso Extraordinario en la localidad de Pulacayo, con el
propósito de debatir la posición de los trabajadores frente a los dramáticos acontecimientos que habían culminado con el
derrocamiento y asesinato del presidente nacionalista Gualberto Villarroel (21 de julio de 1946). Este Congreso aprobó las
famosas Tesis de Pulacayo. Redactadas por Guillermo Lora (POR) y basadas en la teoría de la revolución permanente,
representan una clara refutación de los planteos etapistas del stalinismo, inscribiendo la resolución de las tareas
antiimperialista como una fase de la revolución obrera y el socialismo, y contraponiendo la revolución obrera y campesina
a la revolución nacional postulada por el MNR. La adopción de las Tesis por los mineros fue una gran conquista de la
izquierda revolucionaria, convirtiéndose en la plataforma política y teórica de los trabajadores bolivianos en los años
siguientes.

El asesinato de Villarroel abrió el sexenio, un período de seis años (1946-1952), caracterizado por la agudización extrema
de la lucha de clases. Duros combates emprendidos por el sindicalismo minero fueron ferozmente reprimidos por los
gobiernos de la rosca, de los cuales formaba parte el PIR. En junio de 1951 se realizaron elecciones generales, donde se
impuso la fórmula Víctor Paz Estenssoro-Hernán Siles Suazo. Fue ante esta circunstancia que el presidente en ejercicio,
Mamerto Urriolagoitía, entregó el poder a una junta militar dirigida por el general Ballivián, que cerró el Congreso y
desconoció los resultados electorales. Con el “mamertazo”, como se llamó popularmente al autogolpe, una época llegaba a
su ocaso.

Como se explicó anteriormente, el 9 de abril de 1952 el MNR intentó un golpe de mano con el propósito de encontrar una
salida a la peligrosa situación. Pero la resistencia del ejército abrió una crisis que permitió la intervención de los mineros,
transformando lo que iba a ser un golpe palaciego más de la historia del país en el inicio de la revolución que cambiaría
totalmente su historia.

El 15 de abril, Paz Estenssoro regresó de su exilio en la Argentina y se hizo cargo del gobierno, con Hernán Siles Suazo
como vicepresidente. Dos días después, el 17 de abril, se formó la Central Obrera Boliviana (COB). Nacida en las
barricadas todavía humeantes de la insurrección triunfante, la COB era la legítima representación de los trabajadores que
hicieron la revolución. Juan Lechín (minero) fue designado Secretario Ejecutivo y Germán Butrón (fabril) Secretario
General. Su programa fundacional era la lucha por la nacionalización de las minas y los ferrocarriles, la revolución
agraria, la defensa de las conquistas sociales, la independencia política de los trabajadores.

¿Cuál era el panorama el día después del triunfo de la insurrección? Lo más impactante era la destrucción del Ejército. Las
milicias formadas al calor de los acontecimientos respondían en su mayoría a los sindicatos y a la COB. Pero al mismo
tiempo la COB participaba en la gestión gubernamental mediante la inclusión de “ministros obreros” en el gobierno del
MNR. Se planteaba, por lo menos en términos embrionarios, una situación de dualidad de poderes, entre la central obrera
y las autoridades gubernamentales. Los trabajadores pretendían imponer las decisiones de las organizaciones sindicales,
pero también creían que el gobierno del MNR iba a llevar a cabo la revolución social por la cual ellos habían luchado.

Lamentablemente, no existió en aquel momento un partido u organización política que planteara con claridad que la
dualidad de poderes se resolviese a favor de la COB. El POR no cuestionó la participación de los “ministros obreros” en el
gabinete. Su estrategia consistió en defender al gobierno de las amenazas imperialistas, desarrollar una política de “apoyo
crítico” y exigir el cumplimiento de los reclamos de las masas, presionando el ala izquierda del MNR con la esperanza de
su radicalización.

Al no surgir una dirección obrera que buscase concientemente resolver la dualidad de poderes a favor de los trabajadores,
se trabó la posibilidad de avanzar en la revolución social, permitiendo al MNR imponer su política conciliadora.

El contenido fundamental de la revolución de 1952 fue el sufragio universal, la nacionalización de las minas y la reforma
agraria, concretado entre 1952 y 1953. En 1955 se aprobó un nuevo Código Educativo Nacional. Estas medidas
produjeron transformaciones importantes en la sociedad y la economía boliviana, pero al mismo tiempo pusieron de
manifiesto las limitaciones insalvables de un proceso controlado por el reformismo nacionalista.

La nacionalización de la minería, concretada el 31 de octubre de 1952, tras meses de dilaciones gubernamentales, puso fin
al monopolio de las tres familias propietarias de la industria del estaño, Patiño, Aramayo y Hoschild. Pero en oposición a
la COB, que exigía la expropiación sin pago de las minas, el gobierno pactó una indemnización a los antiguos propietarios
y mantuvo a Estados Unidos como único comprador del mineral. El sueño de varias generaciones de bolivianos, de
levantar una planta fundidora en Bolivia, exportar productos complejos e iniciar la industrialización del país, quedó
nuevamente postergado. La reforma agraria, proclamada en Ucureña el 2 de agosto de 1953, terminó con las haciendas del
altiplano y los valles, pero dejó intacta la gran propiedad latifundaria en el Oriente del país. Su carácter parcelario derivó
en la extensión del minifundio y la caída de la producción, sin poder alcanzar el autoabastecimiento alimentario, al tiempo
que los latifundios agroganaderos de Santa Cruz constituyeron la base de sustentación del nuevo bloque dominante.

En el plano internacional el MNR realizó un rápido acercamiento a los Estados Unidos, recib iendo ayuda financiera,
supuestamente para paliar la crisis alimenticia, pero rápidamente direccionada hacia la reorganización del ejército. En
contraprestación a esta “ayuda”, que en realidad incrementaba el endeudamiento externo, Estados Unidos exigió y obtuvo
concesiones en la legislación petrolera, plasmadas en 1956 en el llamado Código Davenport, que permitió la participación
de empresas norteamericanas en la explotación hidrocarburífera. Y ya en el mandato de Hernán Siles Suazo (1956-1960),
el gobierno lanzó el Plan Eder, un plan de estabilización monetaria pergeñado por el técnico homónimo del FMI, al cual
se opuso la COB. El gobierno reprimió al movimiento obrero y terminó con el “cogobierno”, como se llamó la
participación de “ministros obreros” en el gabinete.

Las tendencias conservadoras y antiobreras se acentuaron en el segundo mandato de Paz Estenssoro (1960-1964), donde
se promovió el rearme acelerado del Ejército. El proceso finalmente decantó el 4 de noviembre de 1964, cuando un golpe
de Estado impuso una junta militar presidida por el general de aviación René Barrientos Ortuño, en ese momento
vicepresidente de un tercer mandato de Paz Estenssoro. Las Fuerzas Armadas, derrotadas por los trabajadores en abril de
1952, estaban de nuevo en el centro del escenario político, remozadas y reorganizadas bajo la égida de los Estados Unidos
y la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Si en los países como Bolivia, la resolución del problema agrario, la industrialización y la independencia nacional
constituyen asignaturas pendientes, la “Revolución Nacional” del MNR demostró los límites insalvables de la burguesía
autóctona para resolverlas, confirmando -por la negativa- la justeza de la Tesis de Pulacayo. Con el agregado que en pocos
países latinoamericanos el nacionalismo completó una curva descendente tan marcada como en Bolivia: si ya para los
años sesenta el MNR dejó el discurso nacionalista para las celebraciones patrias, asumiendo un proyecto desarrollista en
alianza con el capital extranjero y las Fuerzas Armadas, en 1971 apoyó el golpe de Banzer y el terrorismo de estado, y
para 1985 fueron Banzer y sus partidarios los que apoyaron a Paz Estenssoro y al MNR en el inicio del ciclo neoliberal en
Bolivia.

La experiencia de 1952 puso de relieve la potencialidad de la movilización unitaria de los trabajadores en la lucha contra
la oligarquía y el ejército de la rosca. La heroica gesta de los mineros de Bolivia también demuestra que las masas en
lucha necesitan contar, en los momentos decisivos, con organismos propios, independientes del Estado, en los cuales
poder deliberar, tomar decisiones y construir su poder.

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