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Introducción
De allí que todas las apologías que los modernistas dedicaron a la máquina, el
exponente máximo del poder la razón, parecen siniestras, absurdas, después de
la guerra. Se trataba de la misma máquina que según los futuristas seguidores
de Marinetti o los apologistas del “hombre eléctrico” como Dziga Vertov, por
ejemplo, o los apasionados como Artaud, entusiasmado por las nuevas
posibilidades poéticas que la maquina parecía aportar, nos habría de liberar de
nuestra torpe condición humana, de las cargas de una existencia limitada y
miserable. Durante la guerra la máquina ha demostrado ser también portadora
de muerte y destrucción.
Pero el cine, el que fue el espectáculo de masas por excelencia, el que se hizo
fuerte atravesando los fuegos de la guerra y el infierno, el verdadero hijo pródigo
del siglo XX, el que hizo madurar al siglo con él, no podía permanecer incólume
ante el derrumbamiento de sus viejos ideales. Había que recrearlo.
El cine, que parecía haber realizado plenamente las profecías oscuras de Walter
Benjamin, o de Adorno, había ayudado a convertir el arte en mero
entretenimiento y en propaganda para las masas, impulsándolas a su propia
auto- representación…, controlada, prediseñada, dirigida previamente,
obviamente.
Y fue dentro del terreno del nazismo, y también fuera de él, donde esta supuesta
auto- representación de las masas llegó a su máximo esplendor. Las imágenes
cantaron la gloria de las tropas marchando, la magnificencia de los cuerpos
moldeados en la fragua del esfuerzo y el valor, el dulce sabor de morir por la
Patria.
Es ante una Europa devastada por la guerra, es decir, ante el sueño de la Razón
(del más fuerte), que es ahora necesario desconfiar del cine tanto como de los
discursos y de la Verdad absoluta. La imagen ya no es garantía de Verdad sino
apuesta, a priori, al engaño.
Pero es preciso tener en cuenta que si el cine cae de la utópica ensoñación de los
primeros vanguardistas de pre- guerra (Artaud, Eisenstein, Dulac, etc.), no lo es
tanto por su alta producción de mediocridad sino, por el contrario, por la
efectividad alcanzada por los no-mediocres, por la “qualité” de los realizadores
institucionales.
Por la efectividad de un Goebbels, por ejemplo, que no era ningún tonto. Por la
maestría de una Leni Riefenstahl, que no era precisamente mediocre. Por la
magnificencia de un Hollywood, que sabe producir productos de inobjetable
calidad artística y técnica aptos para el consumo de una clase media poco
ilustrada. Por los Veit Harlan, y luego por los Harald Reini, Géza von Bolváry,
Kurt Wilhelm y tantos otros que lograron llevar al Heimatfilm a un lugar de
privilegio en el corazón del público, de la masa.
Tal vez sea injusto poner en la misma línea a Harald Reini (director de “La
pescadora del lago Constanza”) y a Veit Harlan (el autor de “El Judío Süss”,
1940). Después de todo, el Heimatfilm solo proponía un poco de diversión y
escape de la angustiante realidad cotidiana, mientras que el cine de Goebbels
buscaba la incorporación subjetiva, la percepción natural, de una razón lógica
prediseñada. Sin embargo, ambos tipos de cine, cuando se convierten en
modelos de pensamiento cerrados, cuando componen universos clausurados,
conciertan una suerte de microfascismo que prefigura las funciones, la relación
entre el espectador y la Imagen.
Este microfascismo, lejos de haber sido derrotado junto con los nazis, muestra,
después de la guerra y aun hoy, una insospechada vitalidad en las pantallas
(blancas o de vidrio) y en la cultura contemporánea..
De tal modo que, lo que en principio puede parecer ser algo nuevo, innovador y
distinto, pronto también puede ser tópico. Sin embargo no todo esta perdido. En
1964 se contabilizaban en alrededor de ciento sesenta los jóvenes que habían
accedido al largometraje (de bajo presupuesto) en Francia. De todos ellos
algunos, y solo algunos, consiguieron permanecer fuera del lugar común y seguir
promoviendo sus propias conexiones, sinapsis singulares en el gran cerebro
cinematográfico. Y de ellos, hoy en día unos pocos siguen produciendo
conexiones tensionales.
El nombre de Theodor Adorno flota entre los dos: Kluge llegó a ser su asistente
en la Universidad de Frankfurt, Godard recibió el premio Adorno, en 1995, por su
contribución a la renovación y ampliación de la estética cinematográfica. Así, a la
distancia y con todas las diferencias que permite la tensión entre ellos impuesta,
Kluge y Godard se nos presentan como dos grandes moralistas, dos grandes
críticos de nuestra época.
De allí los innumerables “guiños” al espectador que presenta “Sin aliento”, las
referencias a filmes, a historietas, etc.
En un sentido similar trabaja estas cuestiones Daniel Schmid, sobre todo en filmes como
“La sombra del ángel” (Schatten der Engel 1976) donde todos y cada uno de los
personajes, la prostituta, el general, el judío, siempre pueden ser la cosa inversa. Juega con
la idea de “tipo”, tan para el cine clásico para suprimirla como significante productor de un
sentido único. En “Nuestra Señora de La Croisette” (Notre Dame de la Croisette, 1981)
narra las increíbles peripecias de una fanática de las “stars” que, sin reservas previas,
decide viajar al Festival de Cannes para conocer a sus estrellas de la pantalla. Lo único que
consigue es caminar vanamente por la avenida principal del Festival, Nuestra Señora de la
Croisette, sin poder ver ni siquiera una estrella o una película. De casualidad se topa en un
ascensor con el director Bob Rafelson (el autor de la cuarta versión de “El Cartero llama
dos veces” – The postman always rings twice, 1981), pero no lo reconoce y él no le presta
demasiada atención. En Violanta de 1977 también había jugado a desconcertar al
espectador a partir de la ruptura sistemática de los raccords de mirada (continuidad de la
mirada de los personajes) Cuando uno cree que un personaje mira a otro, en realidad es al
contrario y así sucesivamente. Son todos métodos, dispositivos formales que tienden a
atacar la certeza que el tópico instituye.
Son las calles de París, filmadas como si fuera la primera vez, las que darán
marco a sus vagabundeos, reflexiones dichas como al pasar, a la lealtad, al
amor y la traición puestos en tensión. Algo surge, algo se mueve, algo cambia en
“Sin aliento”. El filme construye personajes, y nosotros percibimos este proceso
de producción, que se caracterizan por un “no saber qué hacer”, hacia donde
dirigirse, cuál es su punto de llegada. Son sujetos del medio, la política o de su
propio destino. Hay una cámara que los acompaña en sus desplazamientos. Y
dicho acompañamiento es como si fuera rasgando, dejando jirones, trozos de
realidad. De una realidad que suponemos previa, existente antes de que ella, la
cámara interviniera. Pero, lo que la cámara entrega, es una nueva creación-
interpretación que no podría existir sin ella, sin el movimiento particular que
produce.
“No un hay abismo que nos aleje del pasado sino un estado de cosas diferente”, es la
primera frase que se lee, a modo de introducción, a la manera de un entretítulo del cine
mudo, en “Adiós al ayer” como dijimos, el primer largometraje de Alexander Kluge. Este
“estado de cosas diferente”, implica un movimiento que ya no es tanto espacial como
espiritual o mental. Podemos cambiar, movernos en el espacio, atravesar estados y
fronteras, pero eso no significa que modifiquemos la cualidad del movimiento en tanto este
es una inscripción en el tiempo, la cualidad de nuestro pasado.
Anita G., “soltera, sin profesión ni domicilio, nacida el dos de abril de 1937”, ha
cruzado la frontera que dividía a Alemania en dos. Ha llegado de Leipzig hasta
Braunschweig, donde, por cometer un delito menor, es llevada ante un juez que
le lee el código penal. Ella no entiende, no puede entender nada de dicha lectura,
de un discurso jurídico que se torna absurdo porque absurda es la situación toda.
Anita G. va a parar a al cárcel.
Sin profesión, sin oficio, sin estudios Anita G. no parece tampoco saber que
hacer. No puede comprender los slogans que rezan por todos lados: “Veamos
con confianza el porvenir. ¡Tengamos confianza!”. Esos eran los latiguillos que se
repetían por doquier en una RFA todavía con resabios de la era Adenauer. Las
imágenes se entrecruzan. Kluge inserta más entretítulos, historietas, imágenes
que operan como “opsignos” que anonadan al personaje, que lo dejan sin
respuestas adecuadas. Después de todo ella no esta ni siquiera casada, diría el
juez.
Anita encuentra un amante, un funcionario del gobierno con el que vivirá por
algún tiempo. Hasta que se canse y le dé cien marcos para que se marche. En
ese momento vienen las tomas más intensamente afectivas del filme. Anita
vagando por una Frankfurt indiferente. Deambulando por parques y laderas de
un río glacial. Anita sola en el desierto de una gran ciudad. Anita por puentes y
carreteras. Anita embarazada decide volver a la cárcel. Después de todo es un
mejor lugar que la calle.
“Adiós…” recuerda, por momentos, a “Vivir su vida” (Vivre sa vie, 1962) ese maravilloso
filme que Godard rodara con Anna Karina como protagonista. Sin embargo, la posición
frente al rostro femenino que ambos autores sostienen es diferente.
Pero, en Godard, debajo de todo tópico, debajo de todo estereotipo, las mujeres
saben, poseen a muy buen resguardo un secreto al que los hombres no pueden
acceder.
La mujer es compromiso afectivo, como el que decide afrontar la madre sustituta de una niña
que con sus parientes solo puede esperar un futuro de indiferencia y soledad en “El Ataque
del presente al resto de los tiempos” (Der Angriff der Gegenwart auf die übrige
Zeit, 1985)
2.b.- Complot
En 1964, con un guión escrito junto con su padre espiritual, Roberto Rossellini, y
basándose en una obra de Benjamin Joppolo, Godard dirige “Los carabineros”.
En este filme, el mundo entero ha devenido tópico. El mundo entero ha sido
sustituido por el tópico, por imágenes estratificadas, en un juego del poder que
es preciso denunciar. Dos ingenuos y ambiciosos ciudadanos, habitantes de un
metafórico reinado, son convencidos de ir a la guerra en nombre de su rey. Las
ganancias ofrecidas por prestar tal servicio son incalculables. Sus anhelantes
esposas se quedan en casa esperando un retorno cargado de tesoros.
Pero, lo que subyace, debajo de todo esto, es un recorrido, una cartografía de los
mecanismos, de la lógica del poder, no ya como discurso, en tanto lenguaje, sino
como relación, como configuración de estructuras de pensamiento, como
categorías del pensar. Ya que todo discurso es ridiculizado, puesto en evidencia,
lo que queda es una sensación, una percepción amarga de las formas, las figuras
de operación de un poder escondido más allá, después, o más acá, antes, de
los discursos.
Esto ya había aparecido en el segundo largo de Godard, “El soldadito” (Le petit
soldat, 1960), todavía con mayor evidencia y menor vuelo poético, a partir de la
denuncia de la tortura sistemática, organizada, por parte de los servicios de
inteligencia. Pero también las razones vacías de la Organization de l'Armée
Secrète – (OAS) [Organización del Ejército Secreto] [3] . Pero todo el accionar de
los servicios es velado, sepultado, bajo una catarata de palabras, de discursos
insignificantes.
Algo similar a la invasión de dudas que agobian al militante de las OAS en “El
soldadito” le ocurrirá al agente Ferdinand Rieche en “Ferdinando el duro”
(Der starke Ferdinand, 1975/ 76) de Alexander Kluge. La temática de la película
ya la había adelantado Kluge en uno de sus primeros cortos, “Retrato de una
virtud” (Porträt einer Bewährung, 1964) En ese cortometraje Kluge intenta
captar el instante, el modo de pensamiento de cierta parte de la burguesía
alemana. Se trata de la historia de un policía sumiso, obediente, absolutamente
apegado al reglamento que ha pasado, casi sin inmutarse, por todos los
regímenes políticos. El simplemente cumple con su trabajo del mejor modo
posible; lo cual es una innegable virtud. Virtud de la que se ufana reprochando a
las nuevas generaciones una actitud contestataria que no le hace nada bien al
reinado de la ley y el orden.
Pero de todo esto Ferdinand no entiende nada. Por eso espía al propio gerente de
la planta y lo considera un traidor cuando comprueba que esta en tratativas con
un grupo belga. Finalmente planea un absurdo atentado que, cuando fracasa, lo
conduce al arresto y la probable cárcel.
Por otro lado, si todo es tópico, el poder no puede menos que esconderse detrás
de la imagen. Desde allí intenta controlarla o ocultarnos algo en ella, algo de la
experiencia vívida que ella puede proporcionar, en contra de los discursos vacíos.
No se trata de un acto premeditado. Es simplemente la consecuencia de la
aplicación de una determinada lógica del acontecer político.
Al comienzo de esa película se expone claramente que, para que el filme tenga
rentabilidad asegurada es necesario contratar a grandes figuras (Jane Fonda e
Yves Montand en este caso), tener un tema, un drama, proponer
representaciones de burgueses y campesinos, etc. El dinero condiciona, produce
el tiempo de un filme, afecta sus condiciones de visibilidad / invisibilidad. El
dinero es el Tópico de todos los tópicos. Es, en última o primera instancia, el
gran condicionador de toda posibilidad de pensamiento.
2.c.- Pedagogía
Pero, la denuncia del complot, la denuncia de las formas y lógica del poder, es
inseparable, en ambos autores, de la aplicación de una cierta didáctica.
El aire estaba lleno de presagios en 1967 cuando Godard filma “La Chinoise”
(Ídem, 1967) Los estudiantes tenían y buscaban un protagonismo político que,
antes de la guerra, pocas veces habían tenido. El triunfo de la revolución cultural
china, la guerra de Vietnam, el constante cuestionamiento a las estructuras del
poder, tanto dentro como fuera de las universidades, la emergencia de la cultura
“pop”, el sexo libre, y la aparición de nuevas formas de producción, registro y
consumo, fueron algunos de los factores, habría muchos más para enumerar,
que hacían pensar que un cambio, a escala mundial, se estaba avecinando [12] .
Todo esto conduciría al famoso Mayo francés del 68, o a las revueltas
universitarias, mucho más sangrientas de México en 1969, o a las
manifestaciones callejeras de Frankfurt en 1972. Estás últimas son las que
parecen en “En peligro y máximo apuro el compromiso lleva a la muerte”
(In Gefahr und grösster Not bringt der Mittelweg den Tod, 1974) película de
Alexander Kluge codirigida con Edgar Reitz.
Si “La Chinoise” implica un antes presagiado del Mayo del 68, “En peligro…”
es el después resumido.
“Lo que todos los filmes tímidamente sugieren, esto es, que la audiencia lee las imágenes,
La Chinoise lo demanda: la imagen está para ser atravesada por el acto de lectura, y nada
puede ser leído sino se encuentra ahí. Para leer la imagen, o más aún para descifrarla como
un manuscrito visto por primera vez, no hay que interpretar los signos, decodificar figuras ni
analizar las premisas y las conclusiones. Más que eso es el paciente deletreo, toma por
toma, de sus “componentes”, con la premisa de que es la imagen la que crea sus propios
elementos constituyentes que visiblemente manifiesta.” [13] Esto escribía Comolli con
respecto al filme de Godard. En esa línea de pensamiento podemos agregar que “La
Chinoise”, además de desarticular ya toda propuesta orgánica de lectura del filme al poner
en evidencia el dispositivo por el cuál éste es producido (se ve la “claqueta” que señala el
comienzo de cada toma, se insiste a cada paso en el hecho de que estamos viendo una
película y asistiendo a su proceso de producción, se ve a Raoul Coutard, el director de
fotografía de la película y a la cámara reflejados en un espejo, etc.), promueve una cierta
“pedagogía de la imagen” que va a estar presente tanto en buena parte de la filmografía
de Godad como en la de Kluge.
En efecto, tanto en Kluge como en Godard parece haber un interés marcado por
la pedagogía. Pero si en Godard se trata en primera instancia de una “pedagogía
de la imagen”, en Kluge se trata de una pedagogía ética. Obviamente, ambas
pedagogías no están, no pueden ser pensadas por separado:
En Kluge, se trata más bien de actualizar, de plantear una serie de paradojas que
confrontan a sus criaturas, y al espectador, con sus propias cargas morales. Por
ejemplo, “En peligro…” muestra a los integrantes de un Congreso del Partido
Socialista en una actitud autista similar a la de los estudiantes de “La
Chinoise”. Pero en Kluge se trata de confrontar los dichos con sus propias
posibilidades comunicativas, con sus propias posibilidades de adaptación y
transformación de la sociedad. En ese sentido, Kluge esta mucho más cerca de
Habermas que Godard. Sin embargo, en su filme no cesan de surgir imágenes de
un absurdo que se mezclan los discursos políticos (impotentes ya) con el desfile
de un carnaval, una marcha en las calles con la demolición impiadosa de
antiguas construcciones de la ciudad. Y, en medio de todo esto, una aspirante a
periodista que no puede encontrar un sentido único a una realidad tan
intensamente cambiante. Erra de postura en postura, aunque sean
absolutamente contradictorias muchas de ellas. Esto ya estaba presente en la
conducta política de Roswitha en “Trabajo ocasional de una esclava”, pero
aquí Kluge lo extiende a la vida social y cultural de Frankfurt o de Alemania toda.
Se trata de la confusión como política o la política de la confusión.
Pero, atención: aquí hablamos de una pedagogía del mostrar, del posibilitar ver
ciertas cuestiones de la Imagen. No nos referimos a la pedagogía como
adoctrinamiento. Cuando una maestra enseña gramática en la escuela esta
impartiendo una serie de consignas, de normas, que deberán ser acatadas por el
alumno sin consideraciones. Lejos de pensar a la pedagogía como un
intercambio, como se quiere disfrazar a la transmisión de información, en
realidad podemos pensarla como la implementación de ciertas y determinadas
órdenes: “es poco probable que una maestra, cuando explica una lección o
cuando enseña ortografía simplemente transmita una información. Más bien
ordena, da consignas. A los niños se le suministra la sintaxis del mismo modo
que se le suministran a los obreros instrumentos, para producir enunciados
conforme a las significaciones dominantes. Es preciso que comprendamos en
sentido literal esta fórmula de Godard: los niños son presos políticos. El lenguaje
es un sistema de órdenes, no un medio de información. La televisión dice:
“ahora, un poco de diversión…”, “A continuación, noticias…” [15]
Sobre la pintura es que trata, en uno de sus tantos temas, “Pasión” (Passion,
1981) Pero de la pintura antes del acto de su ejecución. Se reproducen una serie
de cuadros famosos en un estudio de televisión
Sobre la pintura es que trata, en uno de sus tantos temas, “Pasión” (Passion,
198) Pero de la pintura antes del acto de su ejecución. Se reproducen una serie
de cuadros famosos en un estudio de televisión, pero a través de una cámara
que se sumerge en el espacio habitado por actores que intentan reproducir las
poses retratadas. Es como mostrar la trastienda o el antes del momento de
pintar. Es como mostrar los bastidores del teatro de la ópera en “El poder de
los sentimientos” o la falsedad del Santo Grial de Parsifal en “El ataque...”,
en Kluge.
En ambos casos, lo que podemos extraer, como experiencia, es que aún nos falta
construir una didáctica de las imágenes que nos permita verlas simplemente
como imágenes. Ver que una lámpara olvidada encendida no es nada más que
eso, una lámpara encendida en el tiempo (“El ataque…”) Falta una didáctica
política de la Imagen que nos sumerja en ella misma como en la duración.
2.d.- Espacio
Esto ya había aparecido en los dos primeros filmes de Chabrol, “El bello Sergio”
(Le beau Serge, 1957) y “Los primos” (Les cousins, 1958) Pero allí aparecía
planteado a partir de la dicotomía marxista campo / ciudad como determinante
de las conductas y de los procesos de pensamiento de los sujetos. La mentalidad
provinciana contrastada con la mentalidad parisina.
El París de Godard es más una condición existencial que una realidad geográfica. Es un
espacio habitado por ideas y sensaciones y posturas corporales, como las de la joven
Mónica en “Montparnasse et Levallois” (episodio del filme “Paris visto por…” [Paris vu
par…, 1966], los otros episodios estuvieron a cargo de Claude Chabrol) “La Muette”, Jean
Douquet, “Saint Germain-des-Pres”, Jaen Daniell Pollet, “Rue St. Denis”, Eric Rohmer,
“Place de L´Etoile” y Jean Rouch, “Gare du Nord” ).
Más adelante veremos como esta misma concepción del espacio repercute en
Jacques Rivette y su “Le Pont du Nord”, de 1982.
En “Vivir su vida” Godard había explorado las posibilidades del primer plano, ya
que lo que se investiga allí no es solo el rostro de Anna Karina, la protagonista
del filme, sino las posibilidades del primer plano en tanto potencia rostrificadora
de otras partes del cuerpo, un cuerpo que comienza a disociarse, a modificar la
localización de sus intensidades, y de los objetos. El primer plano es lo que
permite comunicar la cualidad de un rostro, de una mirada, con una nuca, por
ejemplo (cosa que, en su momento causó asombro), ya que en varias secuencias
del filme se asiste a diálogos entre personajes fotografiados de espaldas.
“Elogio del amor” (Eloge de l´amour, 1999) tiene por objeto las detenciones,
las escansiones del amor. Cuatros tiempos, cuatro “entres”: el encuentro, la
pasión, las disputas y la separación y, por último, las reconciliaciones. Este filme,
tal vez suponga, en Godard, un punto de inflexión similar al que el libro
“Fragmentos de un discurso amoroso” supuso en la obra de Roland Barthes.
“Devoro con la mirada toda trama amorosa y en ella descubro el lugar que sería mío si
formara parte de ella (…) estoy aprisionado en un espejo que se desplaza y que me capta
en todas partes donde existe una estructura dual”, escribía Barthes. ¿Ese espejo infinito,
que se desplaza en el tiempo, devorando los años, los días, las horas, y los minutos de los
enamorados, no es acaso otra cosa que el cine mismo?
Por otro lado, los personajes de “Elogio…” están en continua espera: en espera
de definir los temas de un filme, en espera de definir la estructura de tal filme
(¿será un documental, una ficción?), espera de la inevitable pelea y de la
reconciliación.
En “El poder de los sentimientos” (Die Macht der Gefühle, 1982/83) la cosa
queda clara. Los afectos son la única alternativa posible al capitalismo tardío que
ha hecho del tiempo una “sucesión de eternos presentes” (Jameson). Se trata de
una lógica de la televisión, el periodismo y la actualidad que sólo puede ser
atravesada promoviendo una nueva conexión del sujeto con sus propios
sentimientos, con su propia afectividad como intensidad, como potencia del
crear.
Cuando Godard llama, en su “Historia (s) del cine” (Histoire (s) du cinéma,
1998) a modificar nuestra relación con la imagen (lo dice explícitamente), ¿no
esta reclamando una nueva relación con nuestra propia “subjetivización”, para
usar un término caro a Foucault. Se trata de crear, pensar y resistir
constituyendo un nuevo “arte de vivir”. No un vivir en el arte como en una
burbuja. Es cabalgar entre el positivo y el negativo de un filme. En varias
secuencias de su “Historia (s)…” Godard juega con el positivo y el negativo de
la película. No se trata ya, como ocurría en la época de “La Chinoise”,
simplemente de develar el artilugio. El dispositivo cinematográfico ya esta lo
suficientemente develado, expuesto. En la era del “making- off”, cuando el
mostrar lo que sucede “detrás de la escena” se ha constituido en una nueva
escena institucional, esto ya no sorprende a nadie. De lo que se trata, por el
contrario, es de trazar una nueva línea que conecte el Afuera más exterior con
el Adentro más absoluto. Este afuera reverbera en nosotros, en nuestro
territorio interior, pero la apuesta consiste en afrontarlo y devolverlo a los
“territorios exteriores” (“Alphaville”) como pregunta, como interrogación, no
como certeza- tópico- respuesta. Tal vez no haya posición política más radical,
ya que hace de la intensidad personal un compromiso político más allá, o más
acá de todo dogma de todo discurso. Es un desconfiar de todas las palabras
haciéndolas contrastar con la propia intensidad. Es un ir más allá de todo
saber informático (¿cómo trasmitir, como comunicar esto?) para entregarnos la
más absoluta ignorancia del amor y la afectividad.
Por ahora solo nos resta referirnos muy sucintamente a otro rasgo común a
ambos realizadores: el humor.
“Ferdinando el duro” puede ser tomada por una comedia (y de hecho lo es) satírica, ácida
y cruel. A lo largo y lo ancho de la obra de Kluge, los ejemplos podían ser infinitos. El
objetivo habitual de los dardos de Kluge son los periodistas (“Trabajo...”, “En peligro...”,
“La Patriota”, “El poder...”, “El ataque”), la televisión (“Artistas...) y por supuesto, los
políticos y funcionarios, además de las actitudes o clisés contemporáneos (los “apresurados”
y las cirugías estéticas y el furor por parecer siempre joven, en “El ataque...”, por ejemplo).
La comedia, que no necesariamente tiene que ser chistosa, y el humor son recursos,
estrategias, herramientas para liberar al pensamiento del acartonamiento y la esclerosis. Lo
que ocurre, muchas veces, es que el espectador latino esta poco familiarizado con un humor
tan sutil, hecho con notas tomadas como al pasar. Pero sin lugar a dudas Kluge es el autor
más profundamente cómico de todo el NCA.
Ya en 1961 Godard había ensayado un paso de comedia musical con “Una mujer es una
mujer”. La comedia musical como potencia falsificante, como puesta en evidencia del
artilugio cinematográfico y, por lo tanto como puesta en tensión de lo virtual y lo actual, es la
vía regia la constitución de un régimen cristalino que casi ningún integrante de la NVF se ha
de resistir a probar (desde Truffaut a Rivette, pasando por Rohmer). Otros filmes de Godard,
como “Pierrot el loco” también están jugados a partir de un paso de comedia que
desarticula, irónicamente, cuestiones, categorías políticas siniestras, como el imperialismo
americano y la guerra de Vietnam. “Week end” (Ídem, 1967), que contiene uno de los
travellings más hermosos de la historia del cine, muestra por la vía del absurdo, las
consecuencias de la sociedad industrial. En “Nouvelle vague” (Ídem, 1990) se burla de su
“movimiento” de origen y de los propios espectadores que van con ciertas y determinadas
expectativas preestablecidas al cine. También de los actores- fetiche de toda una época del
cine francés, figura de Alain Delon incluida.
Como lobo solitario, gruñón e histérico, que blande una enorme matraca sentado
en un taburete para tratar de mantenernos despiertos, se lo puede ver a Godard
en “Les Enfants jouent à la Russie” (1993) una profunda indagación acerca
de la historia de la Unión Soviética, y su influencia a lo largo del siglo XX, que
alguna vez mereció escondidas trasmisiones nocturnas en la TV argentina.
Pero, más allá de los ejemplos puntuales, la ironía y el humor campean a todo lo
largo de la obra tanto de Kluge como de Godard.
En “JLG/ JLG”, (Ídem, 1995) Godard pone aún más en evidencia el hecho de
que él mismo ha sido convertido en un tópico [17] . Esto ya había sido expuesto
claramente en “Por nombre Carmen” donde él mismo actúa encarnando el
personaje del tío de Carmen, un viejo director de cine medio loco, retirado e
internado en un hospicio.
[2] Poco antes del fusilamiento de la revolucionaria hay una escena que merece
ser comentada: los soldados están preparando algo caliente en un casco. Se
oyen unos disparos a lo lejos y todos salen corriendo. La cámara se queda en el
casco mientras escuchamos, a la manera de sonsigno, sonidos que provienen de
un lejano “fuera de campo”. Nunca vemos, nunca presenciamos la acción. Esta
nos es restada, nos es sustraída a nuestra percepción curiosa, acostumbrada a
ver, en cine, todo lo importante, toda la acción. Este simple hecho de vaciar la
pantalla de personajes, cosa casi inédita en ese momento, es un acto político/
estético que constituye un paso adelante en la construcción del cine político
Moderno.
[3] El filme estuvo prohibido durantes tres años por la censura francesa todavía
muy sensible por todo el tema de la represión ejercida por las tropas de
ocupación francesa en el país africano. Las OAS era un grupo de extrema
derecha francés que se oponía a los intentos del Frente de Liberación Nacional
por conseguir la independencia de Argelia y al reconocimiento, por parte de
Francia, a tal independencia. Finalmente, la independencia argelina fue
reconocida por De Gaulle en 1962. Las OAS reaccionaron con ferocidad y
trataron, en varias oportunidades, de asesinar al presidente galo. El filme “El día
del chacal” (The day of the jackal, 1973) de Fred Zinneman, se basa en uno de
esos fallidos intentos. Por otra parte, otro joven realizador políticamente
comprometido, Gillo Pontecorvo, reflejó las luchas del FNL por conseguir la
liberación argelina en el ya mítico filme “La batalla de Argelia” (La battaglia di
Algeri, 1966).
[5] Cf. “El ataque del presente al resto de los tiempos”, la secuencia de la
familia presa de los caprichos de una computadora.
[11] En realidad la película esta codirigida con Jean-Pierre Gorin que también
formaba parte del grupo. El grupo, formado por los citados Gorin y Godard,
además de Jean- Henri Roger. La premisa del grupo, políticamente alineado con
el marxismo- leninismo, era utilizar el cine como instrumento de concientización.
Aboliendo la idea de autor, sus filmes aparecían firmados por el grupo. “Viento
del este” (Vent d’est, 1969) un extraordinario filme con Gian María Volonté
aparece como la realización más conocida de éste período. Muchas de esas
películas estaban filmadas en 16mm., cámara en mano. Se trata de un cine
urgente del que Godard no tardará en alejarse. No simplemente por cuestiones
narcisísticas, como habitualmente se sugiere, sino, fundamentalmente, por un ir
más allá incluso que los discursos de izquierda. Godard esta más allá de la
izquierda. Es la izquierda de la izquierda. El tábano molesto de todo discurso
instituido.
[14] “La Chinoise” fue atacada tanto por la derecha, que la consideraba un
panfleto subversivo (en la Argentina estuvo prohibida por largo tiempo) como por
la izquierda que la consideraba reaccionaria al ridiculizar el comportamiento de
los revolucionarios. Obviamente, y a la distancia, el filme de Godard es, ante
todo, una interdicción política que muestra, pedagógicamente, lo peligrosos de
toda adhesión incondicional a tópicos y dogmas.
[16] “Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o
enormemente patético: en Erwartung (Espera), una mujer espera a su amante,
por la noche, en el bosque; yo no espero más que una llamada telefónica, pero
es la misma angustia. No tengo sentido de las proporciones. (…)La espera es un
encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada se teje
así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de
salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso (para no ocupar el
aparato); sufro si me telefonean (por la misma razón); me enloquece pensar que
a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el
llamado bienhechor (…) El ser que espero no es real”. R. Barthes, “Fragmentos
de un discurso amoroso”, edit. Siglo XXI, México, 1983.