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Enrique Prochazka Un tinico desierto S Waitinico desierto © 2017, Enrique Prochazka Disefto de portada: Augusto Carrasco Correccién de estilo: Magreb Producciones Diagramacién: Magreb Producciones Treditorial no asume ninguna responsabilidad por el contenido del presente trabajo periodistico e investigacién respectiva, siendo el autor el tinico responsable por la veracidad de las afirmaciones y/o comentarios vertidos en esta obra. © 2017, Editorial Planeta Peri S. A, Bajo su sello editorial Seix Barral Av, Santa Cruz No 244, San Isidro, Lima, Peri, www planetadelibros.com. pe Primera edicién: noviembre 2017 ; ‘Tiraje: 1,000 ejemplares ISBN: 978-612-4379-00.0 de Proyecto Editorial; 31501311701 i: 270 Hecho el Depésito Legal en la Biblioteca Nacional del Perti No ee ora. PAREDES EDITOR S.A.C, Lisson Nro, 135 — : oo ate Oficina 201, Cereado de Lima 2017-16618 ii Entonces dijo a aquel ee le tu Y dl la extendié, y le fue restaurada sana como Mareo, 12: 13 TO ‘A Joseph Kazka le horrorizaria que yo escribiese esto, pero me he propuesto hacerlo, o quiza mi mano deba hacerlo. Ademés, a Joseph le molestaban demasiadas cosas; era (ahora lo sé) un neurético. La obsesién de su vida era la simetria, objetivo que, en lo que se referia a su aspecto al menos, habfa desencontrado por completo. Menudo, con aspecto de percha, las ropas parecian colgar de él como a la espera de que algtin otro las usase Todo en Joseph Kazka (a quien complacia firmar con una simple K.) de- notaba una vibracién casi visible, dando la impresién de que el hombre tiritaba constantemente. Pero otras eran las preocupaciones de K. Por ejemplo, sus manos. jLas manos de Joseph Kazka! Las manos de un gi- gante, largas como sus antebrazos y anchas como su cara. De entre todas las angustias y pesadillas de K., ninguna 1a actitud de sus manos. De nifo el pe sufrié la especial incomprension que los burgueses uienes se apartan de lo tril peos reservamos para q be K,, un joven miope, amante de las matematicas e nado a las abstracciones de la topologia, sentia verdaderg panico a tomar entre sus dedos objetos pequefios o deli. cados, y alguna vez se ocasioné una hemorragia nasal con’ el desmesurado mefique. I La mano izquierda empez6 a apartarse de d, a ma- nifestar con descaro su independencia, a ser incémoda en las sobremesas. Una tarde en la que K. revisaba con afan ciertos textos en la biblioteca, la Mano —ya para en- tonces K. se consideraba apenas un hombre manco 0 un animal simbidtico, de una asimetria molesta— se puso a leer. Celebré su aprendizaje con una repulsiva danza, y con un largo perfodo de vibracién extatica. Temeroso mas que comprensivo, desde entonces K. la alimenté con todo tipo de arte y con textos selectos. Creo que nunca consideré el suicidio: le faltaba imaginacién. La mano derecha empez6 a vibrar también; nadie lo vio y él nunca lo supo, aunque alguna sérdida relacion nocturna se deshizo sin que sus muy ocasionales amigas que no dejaban de mostrar entusiasmo inicial por el des- petiado tacto de K., le oftecieran mayores explicaciones Cierta noche K, descubrié a sus manos entrelazadas de una manera alarmante, Desde hacfa afios él habia im a, al al minimo el contacto entre ambas; e@ ee i. os She ame ibs dedos aa Paesdith Kis 1, a i alta de simetria. +E “i d y sobre su Propio vientre co ne » en busca de mi mano». Item Separarlas, pero la Mano se agarraba con fuerza. Inclis 44 de pulsera y se lo colocé en la onde reloj —decfa— es la frontera de mf mi limite ) impera la Mano». a Cierta tarde K, se senté frente a SU escritorio, con ut papel blanco por delante, sobre el que descansaba pluma fuente nueva. Alz6 su antebrazo yla Mano se apo- deré de la pluma con avidez; desatornillé la tapa y rasgé algunos garabatos en el papel, primero con la tapa, luego con el extremo equivocado (gy quién decide cual es el extremo equivocado?) y, por ultimo, con la punta hacia abajo. Tras unos experimentos ella parecié comprender y, acto seguido, sin mover la mufeca, trazé una linea rec- ta horizontal que dificilmente K. hubiera podido igualar con una regla. La Mano se detuvo, tensa, claramente en- tregada a violentas reflexiones. K. solo la miraba, como animandola, con un horror impregnado de curiosidad... como indicéndole que le cedia el brazo, que estaba dis- puesto a dejarla escribir. De pronto la Mano escribié esto: Abandona tu antropomorfismo imprenta, a una ve= tosa calidez que K. Ja Mano tuviera aje: «Abandona nadecuado, asi- divagaciones: con un tipo de letra perfecto, de locidad notable y con una cierta amis 6 fA ie hallé sospechosa. Era muy extrano qu i i ia é ens: una actitud benigna hacia él. Y el m mo», tan peculiar, tan! K. se distrafa en estas tu antropomortis métrico... Mientras 45 , caminando sobre los dedos, se arg su mano derecha la hoja yla leyé, manchénd " ita en hacia Ja frase escrl on la tinta atin fresca. Azorado, K. comp aje no era para él. La Mano izquierda arrojé derecha atrapo en el aire al final de su by yemas © que el mens: pluma, que la apo parabola. La derecha escribid: De acuerdo con la misma humana, irregular y falible caligrafia que K. hubiera utilizado de haber estado de acuerdo. K, sabia que atin podia salvarse, pero no consiguid reaccio- nar a tiempo. La Izquierda tom el instrumento, que era rojo (K. noté al borde del panico que su brazo tampoco le obedecfa ya) y escribié algo muy desagradable: Matémosle Joseph Kazka se puso de pie muy aprisa para evitar que su mano derecha —que la Derecha aesta fatal sentencia. Pero fue demasiado tarde. Ella llegé a aoa esquina del papel... apenas con las uftas, per la i Jeph uo sacs ro derecho pele brosa rapidez. Lo gol, a Cosas con rapidez, con ae tarla, la mufieca a - arise ¥, forts Ral aia la boca, atontado a a easier ias equilibrio, cerado pis tuviera acceso Joseph y luchando para mantenet Ose} 6 , 4 Ph tropezé y cayé hacia atrds sobre el ‘0 de s i i sin acab: u estudio. Yacia absurdamente cores acabar de creer Jo que le ocu i silla en la que se habia sentado tencia escrita por su co; : ria, con un pie sobre La Derecha ley la sel hermosa, tan asesina. 46 ied mediato, pero parece obvio que, al cesar la voluntad de Joseph de actuar sobre su cuerpo, el resto del cadaver fue presa facil para las Manos. Puedo suponer razonablemen- te que la Izquierda asié la pata del pesado escritorio, izén- dose hacia él, mientras que la Derecha, colaborando a través de un canal répidamente establecido a través de los oméplatos, buscaba friccién entre su palma desprovista de callos y el lustroso entarimado. Ahora que lo imagino, creo que debe haber sido horrible ver a un cadaver siendo arrastrado por sus propias manos, mas atin si considera- mos que, por un torpe error de célculo, una estanteria completa de la cual la Derecha quiso colgarse se vino aba- jo con sus mil y pico pesados voltimenes, aplastando lo que habia sido el cuerpo de su infeliz duefio. Aquello fue un festin. Las Manos leyeron como nun- | buen, iluso Joseph les tenfa ca, incluso sobre temas que €! feromonas, RNA, los fac- vedados: magnetismo animal, tores de la herencia... ' e no solo no tenia obje- Con el tiempo estuvo claro qu i ademés, estar tirado en el piso punto de pudrirse fiana los restos de to ser un cadaver, sino que, del estudio padeciendo rigor mortis y 2 era un verdadero estorbo. Una clara mai ‘i Joseph dejaron de descomponerse: 4 Ja nariz realmente irritaba el mal olor y el est6mago S© habfa venido sintiendo i i rest muy descompuesto. Era imperativo hacer algo al ecto. 47 ‘el de Joseph cedid, el cuerpo pe de la piel J do de las tardes pasadas, el lobular y amoraray ae a alacaray el nuevo J oseph Kazka se irguid bufido y alisd sus ropas- Uno a uno acomod6 sus lib; en el estante —que previamente y con gran trabajo vid a su lugar— reprochandose el descuido general de habitacién. Joseph Kazka, que ya no era Joseph Ka descubrid, tras ese buen rato de sudor, que la vida especial los extremos de la vida) carecia de significado que bastaba apenas un buen libro —bueno, digamos centenar de buenos libros— para satisfacer y hacer cum plir todas las simetrias que habia perseguido durante su” infausta existencia. Y comprendié que reducir su gesta al ; logro de una simetrfa meramente espacial habia sido de una puerilidad casi vergonzosa. Aquello estaba superado, empero, por la dureza de los hechos: ahora él era simeéttie co en el tiempo, habfa durado siendo él y ahora duratia no siendo él, 0 siendo él en la direccién opuesta... Bie ani la idea era todavia un poco confusa. Hacfa falta ver si habia en ella un razonamiento simétrico, tal vez un em timema bi , an a bicornuto, que aparecerfa solo en la enunciaci6m formal. 6 . Buscé un papel, trazé algunas lineas. Desde hace un rato ven: wae de la mano de Kazka, gavacribiendagieaaaaly 198!) 48 Menen ¢ bsasentdr A Taylor | Taylor arrastré el ultimo fardo escaleras arriba a tr: del htimedo silencio de la madrugada. A esa hora todos los demas reclusos estarfan dormidos, sofando, quiza, irrealizables planes de escape. Aparte de la secreta cohor- te de presos que preferia la noche al dia aun tras las rejas, y de la cual Taylor era hacia semanas un inconspicuo representante, solo estaban despiertos los centinelas en el alto muro, haciendo vida de lechuza, opacos en sus almenas resentidas, hartos de suefio, sombras y café. Esa guardia adormecida era lo tinico que permitiria un eventual escape. Alcatraz se defendia con corrientes imprevistas; McHale, en Alaska, con la mortal igual- dad de la tundra. Pennsbrook estaba asentada sobre la més dura pizarra de las Pocono Mountains: alli es im- posible cavar ttineles. Y, a diferencia de otros presidios, Pennsbrook, con una poblacién pequefa y lejos de las ciudades, no necesitaba abrir sus puertas todos los dias: Entraba un camién de alimentos los jueves y salian los de basura algunos otros dias, a horas erraticas. Y ya Tong Ed lo habfa intentado por alli el 77. Buenos motivos tenia: su condena era por ciento treinta y cuatro afios. — Tony Ed no esperd a pudrirse; de Pennsbrook habfa que — nm salir, Sin embargo, lo que fue me a t Tony Ed, para Taylor —ingeniero aeroespacial, M. B. As Ph. D.. CalTech, meni era mas que un reto tecnolégico. Habia que salir de Penp brook, en efecto, aunque fuera solo Bey demostrar que era posible. Existia una debilidad, y habian encerrado al hombre adecuado para aprovecharla. Taylor, arrastrando tres afios en el penal, habia escu- chado por enésima vez a Joshua Kellog enumerar los in- tentos de fuga. El viejo siempre terminaba canturreando a quien quisiera oirle que para salir de Pennsbrook habia que ser pajarito. —Una de aquellas naves espaciales tuyas deberta te- cogernos a todos, muchacho, —le de a—. ;Por qué me dijiste que estabas aqu{? ;Mataste a algtin marciano, as- tronauta? Los gnomos dicen que es la Casa Graciosa, pero ninguna Gracia tiene este largo encierro y, de cualquier modo, no 6 una casa, es el agrio patio del Castillo del Mago que desde aqui veo triunfalmente asentado en la montana. Mads de una vez se me ha conducido a esa alta construccién abominable, producto de las artes negras mds que del trabajo de hombres Pero cada vez he rechazado el hidromiel, y siempre el Mago a he devuelto a este amplio calabozo. Horrible y cruel pa “ee i ae E mi a ae no cederé. 7 gadores Bo ahi, i. me ersten 4 “ de yegu 4 sus hipogrifos de metal (hijos es! SY niet gui . JY nietos de éguilas y leones), Me defendi con a 9 a algunos de sus monstruos, bot ‘abajos para derrotarme Pero cat J 10 obligué a acumular ante su tremendo pode petia Taylor tensando la robusta a bien en otra parte. Aquel asunto de ba dboahaliees bastante olvidado, después de la de Watergate... Claro, , los ratones siempre cargaban con la culpa de los leones. Y aunque Taylor llegé a gozar de sus quince minutos (y del millén que le tocé en suerte) era, después de todo, un raton. Asi que lo habfan encerrado por los proximos vein- ticinco afios, lo que para un deportista, joven y brillante ingeniero equivalia al resto de su vida. Pero tras decidir que era posible, solo cinco semanas le habia costado construirse el vehiculo que significaria su libertad, robando tubos de aluminio, aqui, sabanas de por ahi y alambre fuerte de por alla... El viejo Josh habia acertado: Pennsbrook, coronando la larga cresta de las Pocono, recibia los mejores vientos para el vuelo ascen- sional que Taylor hubiera sentido desde aquellas tardes fabulosas en Malibu. Lo que para el resto de los dise- fradores del Landing Team de la NASA era apenas un problema técnico, para Taylor resulté una auténtica pa- sin, y él mismo volaba sus prototipos para escindalo de los seniors que preferfan alquilar a alguno de los suicidas barbudos que Taylor consideraba «su gente». Ni el atre- vido Frank Rogallo aprobaria lo que ahora se disponia a intentar su exdiscipulo con aquel viejo disefio suyo, la més sencilla e improbable de las naves aéreas. El Mago es barbudo y rapido, de suaves pisadas y gran 0 no hay alma. El Ave, su temible sabiduria; en su cuerp' Ilo, odia a los gnomos guardiana, odia el encierro en el Casti 73 horribles que me acechan, odia incluso a - amo, subyuga con encantamientos y con el reflejo de su 1 tremendo, cubierto (cuando no lo usa) con opacas pie murciélago. Yo sé que aquella terrible vigia quisiera ese, par, como yo mismo lo haré: pero el hechizo que pesa sobye ella es demasiado fuerte. A mi solo me contienen extranase invisibles cadenas, y mi odio por el Mago, que exige de mi un juramento de lealtad que jamds he de dar. Pero el Ave, sospecho, no imagina siquiera el hilo que la atrapa. Si solo pudiera recordar dénde quedé mi talisman, romperia este cruel hechizo y con el tiempo la astuta cabeza del Mago. Pero él nubla mi mente y favorece la perpetua noche que rodea al Castillo. Cuando quiere verme, junta su pulgar y su indice y mira por el agujero: ese ojo manual me sigue por doquier. Pero un Caballero ha de oponer a las artes magicas astucia, y no solo valor: ya he descubierto como esconderme, y aprovecho esta artimana para buscar la joya. Lo mis dificil habia sido tefir la tela; el plomizo re- sultado de sus afanes tendria que bastar. Le molestaba no haber terminado de cortar el tubo central, que sobresalfa por delante, pero eso no tendria importancia en el aire. Aquella noche, con ayuda de Josh, pudo transportar todo aquello a la azotea del pabellén, perfil del muro almenado. El vi armar el esperpento, bastante por encima del ejo insistid en quedarse @ y hasta el ul . ‘ timo momento juré que aquetio caeria al patio como un, a piedra. casco, Taylor se habia fo- alla oscura. Abrazé al viejo trea, enfrenté aquel vient Incapaz de improvisar un trado la cabeza con una to: Ys pias asegurar la Ultima ¢ slorioso, Dos zancadas después, sin ruido al crawl Pajaro negro y igantesco, a hallado el talis jHe a m man! 5 r gnomos duermen su sy, Nada me detiene ahora; !05 470 imbeécil, y mis cadenas se bath 74 lo alto, las almenas permanecen oscuras, el Ave no ha alertada. Soy otra vez un Caballero. oie jEstaba loco! Estaba completamente loco. jHabia lle- gado a sentir la turbulencia del borde del muro en las rodillas! Pero se habia fugado, el esttipido muro estaba atrs y arriba, y delante de él solo el negro valle, hondo y tortuoso. Lo evitaria. El ala volaba mal, la inmanejable tela sonaba de un modo alarmante. A su derecha, muy abajo, unas manchas luminosas serian Scranton, © el ma- nicomio de Nanticoke. Entonces sintié la ascensional, e hizo un débil inten- to por cazarla, Era imposible en ese mal remedo de ala delta, y tras tres afios y dos dias sin volar. EI aterrizaje, o mejor dicho la caida, era ya inevitable. Con una torpe maniobra apunté al campo més cercano, que subia hacia a demasiado répido. Corro a través de los prados encantados, veces por mirar atrds. De pronto, jay’, veo luces en Lea nas del Castillo, imagino cémo correted el hediondo ejército de gnomos. El Mago ha despertado, su profundo ajo pulsdtl i ti 1 Ave ya me busca por los prados hechizados, y envia ast a j a; , ‘pons acazarme a través de las descorridas cortinas de niebla. ¢ ie no mio! Basta el movi grard verme? jCiego y vencido destil ojo del Mago para guiarla hasta mt {De dénde salid este idiota? Surgiendo oe a i i S| justo donde iba a estrellarse sin remedio, un i bao tal corria derecho delante de él, que volaba recto Y y caigo muchas 75 a a mancha negra apufialaba a aquel hom bre con ese tubo central demasiado largo y entreabierto, y como luego, de manera imposible, batia las fuertes alasy — levantaba vuelo de vuelta hacia el Castillo. 1 (1980)

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