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Feminismos y Poscolonialidad Descolonizando El Feminismo Desde y en America Latina PDF
Feminismos y Poscolonialidad Descolonizando El Feminismo Desde y en America Latina PDF
poscolonialidad
Descolonizando el
feminismo desde y en
América Latina.
Karina Bidaseca y
Vanesa Vazquez Laba (Comps.)
Ediciones Godot
Colección Crítica
Bidaseca, Karina Andrea. Feminismos y poscolonialidad / Karina Andrea
Bidaseca y Vanesa Vazquez Laba. - 2a ed. - Buenos Aires : Ediciones
Godot Argentina, 2011. 296 p. ; 20x13 cm. ISBN 978-987-1489-30-5 1.
Feminismo. I. Vazquez Laba, Vanesa II. Título CDD 305.42
Fe de erratas
En la primera edición del presente libro, el artículo escrito por Ana María
Vara terminaba abruptamente en la página 415. Pedimos disculpas por el
error, que fue subsanado en esta nueva edición.
Ediciones Godot
Feminismos y poscolonialidad.
Descolonizando el feminismo desde y en América Latina.
Karina Bidaseca (Comp.)
Fotografía de tapa
Tanya Weekes
www.flickr.com/photos/tanyaweekes/
Corrección
Hernán López Winne
Ediciones Godot
Colección Crítica
www.edicionesgodot.com.ar
www.twitter.com/edicionesgodot
www.facebook.com/edicionesgodot
info@edicionesgodot.com.ar
Buenos Aires, Argentina, 2011
índice
I PARTE
Aportes de la crítica feminista contrahegemónica a los estu-
dios de la (pos)colonialidad.
II PARTE
Aportes de los estudios (pos)coloniales a una crítica de
descolonización del feminismo.
III PARTE
Hacia un encuentro entre los estudios feministas y de la
(pos) colonialidad en América Latina: Debates y desafíos.
L
a posibilidad de construir conocimiento situado
para la producción de una Epistemología Feminista
Latinoamericana que parta desde las márgenes de
vida de las “Otras” del feminismo hegemónico: indígenas
y campesinas, afrodescendientes, diaspóricas y migrantes,
lesbianas, trabajadoras en las maquilas, trabajadoras del
sexo, trans..., es uno de los desafíos que como académi-
cas feministas y militantes nos propusimos discutir bajo
la convicción de que sigue siendo hoy tan vital como ayer
el deseo de revertir aquellas condiciones históricas que
ubican a las mujeres en lugares de subalternidad y de vio-
lencia mayúscula.
En torno de la expresión “Descolonizando el fe-
minismo occidental desde y en América Latina”, las más
de 20 expositoras y concurrentes de Brasil, Colombia,
Puerto Rico, México, y desde distintos lugares de la Ar-
gentina, nos reunimos en un espacio de reflexión con dis-
tintos grupos de investigación y acción feministas, el 29 de
octubre de 2010, en el Instituto de Altos Estudios Sociales
de la Universidad Nacional General de San Martín.
La I Jornada Interna y Panel abierto sobre Feminis-
mo, (Pos) Colonialidad y Hegemonía. Descolonizando el
feminismo occidental desde y en América Latina fue orga-
nizada conjuntamente por el Programa “Poscolonialidad,
Pensamiento Fronterizo y Transfronterizo en los Estudios
Feministas” del IDAES, dirigido por Karina Bidaseca, y el
Grupo Latinoamericano de Estudios, Formación y Acción
Feminista (GLEFAS), coordinado por Yuderkys Espinosa
Miñoso. Contó con el invalorable apoyo del Proyecto PIP
Conicet “Legitimidades culturales de la desigualdad social
en la Argentina actual” (IDAES) y del Proyecto Ubacyt
Feminismos y poscolonialidad | 7
“Mujeres interpeladas en su diversidad. Feminismos con-
tra-hegemónicos del Tercer Mundo” (Facultad de Cien-
cias Sociales, Universidad de Buenos Aires).
Las antropólogas Rita Segato (Cátedra Bioética
UNESCO, Brasil), Ochy Curiel (Universidad Nacional
de Colombia y GLEFAS), integrantes del pueblo mapu-
che, la militante Moira Millán (Werkén mapuche, Pillán
Mahuiza) y la poetiza Liliana Ancalao, así como docentes,
investigadoras y estudiantes que forman parte de un co-
lectivo precursor que en el país impulsa los estudios pos y
descoloniales, junto al auditorio convocado, problemati-
zaron desde diferentes lugares de enunciación, la intersec-
ción entre el campo de los estudios de género y el de los
estudios de la (pos) colonialidad.
Si algo comparten los estudios feministas y los es-
tudios de la colonialidad es su cuestionamiento político a
la epistemología occidental de producción de conocimien-
to, reivindicando los saberes de los cuerpos, identidades,
culturas marginalizados por el universalismo.
De este modo, la crítica a la colonialidad discursiva
de los feminismos hegemónicos en el tercer mundo o Sur
que ha surgido desde hace ya unas décadas, particularmente
en América Latina no sólo debe ocuparse de observar los
mecanismos orientalistas de la fijación otrológica de identi-
dades, sino también de la colonización autoimpuesta en los
estudios feministas latinoamericanos; sin más, la relación de
ambivalencia entre colonizador/colonizada. En otras pala-
bras, el proceso antropofágico por donde asolan las políti-
cas de representación de las mujeres subalternas.
La intensidad del encuentro desplegó desde las
expresiones más emotivas del toque espontáneo del kul-
trun por la antropóloga Laura Zapata; las palabras con-
movedoras de Katsí Yarí Rodríguez al narrar la violencia
sobre los cuerpos afro hipersexualizados en las calles de
Buenos Aires; la actuación de la directora, actriz y dra-
maturga dominicana, exponente del Teatro Tibai, María
Feminismos y poscolonialidad | 9
Rita Laura Segato y Karina Bidaseca en La Scala, San Telmo, 26 de junio de 2010.
Fotografía: Constanza Niscovolos
María Isabel Bosch, directora, actriz y dramaturga dominicana, en un fragmento de
su obra “Las viajeras” (IDAES, 2010). Fotografía: Rosario Castelli
I PARTE
APORTES DE LA CRÍTICA
FEMINISTA CONTRAHEGEMÓNICA
A LOS ESTUDIOS DE LA
(POS) COLONIALIDAD
2. El régimen heterosexual y la
nación. Aportes del lesbianismo
feminista a la Antropología.
Ochy Curiel
4. El idioma silenciado.
Liliana Ancalao
5. Mujer Mapuche. Explotación
Colonial sobre el territorio corporal.
Moira Millán
7. Entre la negación y la
aceptación: políticas de
sexualidad sobre los
cuerpos de las mujeres negras.
Katsí Yari Rodríguez Velázquez
8. Estudios de Género y
Conflictos Sociales Armados.
Carolina María Gómez Fonseca
Rita Laura Segato
Es Doctora en Antropología Social por la
Queen´s University of Belfast. Profesora
de la Cátedra de Bioética de la Univer-
sidad de Brasilia. Investigadora de nivel
máximo del Consejo Nacional de Investi-
gaciones de Brasil. Entre sus publicaciones
más destacadas figuran: Las estructuras
elementales de la violencia. Ensayos sobre
el género entre el psicoanálisis, la antropo-
logía y los Derechos Humanos (Prometeo
y UNQUI, 2003); La escritura en el cuer-
po de las mujeres asesinadas en Ciudad
Juárez (Ediciones de la Universidad del
Claustro de Sor Juana, 2006) y La Nación
y sus Otros. Raza, etnicidad y diversidad
religiosa en tiempos de Políticas de Identi-
dad (Prometeo, 2007).
Género y colonialidad: en busca de claves
de lectura y de un vocabulario estratégico
descolonial.1
Por Rita Laura Segato
L
a pregunta que hoy nos convoca a discurrir sobre la
cuestión de la descolonialidad del poder es tan am-
plia que otorga una gran libertad para responder-
la. La reformulo de esta manera: ¿Por dónde se abren las
brechas que avanzan, hoy, desarticulando la colonialidad
del poder, y cómo hablar de ellas? ¿Qué papel tienen las
relaciones de género en este proceso? La parte inicial de mi
exposición me conducirá más tarde a tratar del tema que
en especial me fue solicitado: examinar el cruce entre co-
lonialidad y patriarcado y las originaciones que de éste se
derivan: el patriarcado colonial/moderno y la colonialidad
de género, en el contexto de la lucha por las autonomías.
Llegaré a ese tema, en la segunda parte de mi exposición,
a partir de una breve revista a dos de mis inserciones y
participaciones en el feminismo y la lucha indígena, que
me permitieron percibir cómo las relaciones de género se
ven modificadas históricamente por el colonialismo y por
la episteme de la colonialidad cristalizada y reproducida
permanentemente por la matriz estatal republicana.
Mi camino expositivo acompañará, por lo tanto, la
secuencia de hallazgos que me condujeron a mi actual com-
prensión de las relaciones entre colonialidad y género, y
al mismo tiempo mostrará la tendencia descolonial de mi
Género y colonialidad | 17
propia práctica académica. Estoy convencida de que si mi
estrategia retórica no fuera esa, perdería capacidad comuni-
cativa al tratar de proponer un modelo de comprensión de
las relaciones de género en la atmósfera colonial moderna.
Mi procedimiento es la “escucha” etnográfica. Por
formación soy antropóloga, que es una profesión que en
algunos círculos y en algunas aldeas se ha vuelto casi una
mala palabra porque esta disciplina practica y emblema-
tiza como ninguna el distanciamiento y el extrañamiento
que Castro Gómez ha propuesto llamar “hybris del punto
cero”, al mismo tiempo que se encuentra en el presente en
un repliegue disciplinar que raya en el fundamentalismo.
Entonces ¿cómo el camino descolonial me alcanzó en mis
prácticas disciplinares, académicas? Progresivamente ha-
ciéndome usar la caja de herramientas de mi formación de
una forma invertida, o sea, de una forma que definí como
una “antropología por demanda”, que produce conoci-
miento y reflexión como respuesta a las preguntas que le
son colocadas por quienes de otra forma serían, en una
perspectiva clásica, sus “objetos” de observación y estu-
dio, primero de una forma inadvertida, y después teoriza-
da (Segato 2006).
En otras palabras: lo que da contenido a mi posición
de sujeto investido en la construcción de una marcha des-
colonial, en este momento, se deriva de las exigencias que
me fueron colocadas por demandas, a las cuales he venido
respondiendo. Me valdré aquí de dos de estas convocato-
rias para introducirme en el tema, porque éstas me llevaron
con el tiempo a una comprensión situada del conjunto de
relaciones estructuradas por el orden de la colonialidad y
me exigieron construir argumentos e inclusive a formular
algunos conceptos que desmontan, desconstruyen, esque-
mas y categorías muy establecidos. Llevan, también, cier-
tos nombres a la quiebra y a la obsolescencia. Términos
como cultura, relativismo cultural, tradición y pre-moder-
nidad se fueron mostrando, en este camino, palabras inefi-
Feminicidio: síntoma de la
barbarie del género moderno
Género y colonialidad | 19
los homicidios de hombres, los homicidios de mujeres au-
mentaron en un 111%, casi triplicándose; en Guatemala,
también de forma concomitante con el restablecimiento de
los derechos democráticos, entre 1995 y 2004, si los ho-
micidios de hombres aumentaron un 68%, los de mujeres
crecieron en 144%, duplicándose; en el caso de Hondu-
ras, la distancia es todavía mayor, pues entre 2003 y 2007,
el aumento de la victimización de los hombres fue de 40%
y de las mujeres de 166%, cuadruplicándose (Carcedo
2010: 40-42). La rapiña que se desata sobre lo femenino
se manifiesta tanto en formas de destrucción corporal sin
precedentes como en las formas de tráfico y comerciali-
zación de lo que estos cuerpos puedan ofrecer, hasta el
último límite. La ocupación depredadora de los cuerpos
femeninos o feminizados se practica como nunca antes y,
en esta etapa apocalíptica de la humanidad, es expoliadora
hasta dejar solo restos.
Esta demanda me llevó a percibir que la crueldad
y el desamparo de las mujeres aumenta a medida que la
modernidad y el mercado se expanden y anexan nuevas
regiones. A pesar de todo el despliegue jurídico de lo que
se conoce, desde la Conferencia Mundial sobre Derechos
Humanos de 1993, como “los derechos humanos de las
mujeres”, podemos sin duda hablar de la barbarie crecien-
te del género moderno, o de lo que algunos ya llaman “el
genocidio de género”.
Género y colonialidad | 21
como un principio no exactamente coincidente con el de-
recho a la diferencia, ya que permanecer diferente y nunca
coincidir no puede tornarse una regla compulsiva para to-
dos los aspectos de la vida y de forma permanente.
De la misma forma, la defensa de las mujeres indí-
genas de la violencia creciente, en número y en grado de
crueldad, que las victimiza no sólo a partir del mundo del
blanco sino también dentro de sus propios hogares y a
manos de hombres también indígenas, al colaborar con la
Coordinación de Mujeres Indígenas de la Fundación Na-
cional del Indio (FUNAI) en la divulgación de la Lei Ma-
ría da Penha contra la Violência Doméstica, me llevó a un
dilema semejante, pues, cómo es posible llevar el recurso
de los derechos estatales sin proponer la progresiva depen-
dencia de un Estado permanentemente colonizador cuyo
proyecto histórico no puede coincidir con el proyecto de
las autonomías y de la restauración del tejido comunita-
rio? Es contradictorio afirmar el derecho a la autonomía,
y simultáneamente afirmar que el Estado produce las leyes
que defenderán a los que se ven perjudicados dentro de
esas propias autonomías.
Lo primero que afirmo, en esa tarea, es que el Estado
entrega aquí con una mano lo que ya retiró con la otra: en-
trega una ley que defiende a las mujeres de la violencia a que
están expuestas porque ya rompió las instituciones tradicio-
nales y la trama comunitaria que las protegía. El adviento
moderno intenta desarrollar e introducir su propio antídoto
para el veneno que inocula. El polo modernizador estatal de
la República, heredera directa de la administración ultrama-
rina, permanentemente colonizador e intervencionista, de-
bilita las autonomías, irrumpe en la vida institucional, rasga
el tejido comunitario, genera dependencia, y ofrece con una
mano la modernidad del discurso crítico igualitario, mien-
tras con la otra ya introdujo los preceptos del individua-
lismo y la modernidad instrumental de la razón liberal y
capitalista, conjuntamente con el racismo que somete a los
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autonomía en términos de relativismo cultural. Para de-
fender la autonomía, será, por lo tanto, preciso abandonar
los argumentos relativistas y del derecho a la diferencia
y substituirlos por un argumento que se apoye en lo que
sugerí definir como pluralismo histórico. Los sujetos co-
lectivos de esa pluralidad de historias son los pueblos, con
autonomía deliberativa para producir su proceso histórico.
Cada pueblo, desde esta perspectiva, es percibido
no a partir de la diferencia de un patrimonio substanti-
vo, estable, permanente y fijo de cultura, o una episteme
cristalizada, sino como un vector histórico. La cultura y
su patrimonio, a su vez, son percibidos como una decan-
tación del proceso histórico, sedimento de la experiencia
histórica acumulada y en un proceso que no se detiene. El
carácter cumulativo de ese sedimento se concretiza en lo
que percibimos como usos, costumbres y nociones de apa-
riencia quieta y repetitiva, que el concepto antropológico
de cultura captura, estabiliza y postula como su objeto de
observación disciplinar. Sin embargo, todo etnógrafo que
regresa a su campo diez años después sabe que esa aparien-
cia de estabilidad no es más que un espejismo, y que usos y
costumbres son nada más que historia en proceso.
Se advierte, de esta forma, que la costumbre pue-
de ser cambiada y en verdad se modifica constantemente,
pues la permanencia de un pueblo no depende de la repe-
tición de sus prácticas, ni de la inmovilidad de sus ideas.
Soltamos así las amarras que sustentan la identidad, sin
dispensarla, pero refiriéndola a la noción de pueblo, como
vector histórico, como agente colectivo de un proyecto
histórico, que se percibe viniendo de un pasado común y
construyendo un futuro también común, a través de una
trama interna que no dispensa el conflicto de intereses y el
antagonismo de las sensibilidades éticas y posturas políti-
cas, pero que comparte una historia. Esta perspectiva nos
conduce a substituir la expresión “una cultura” por la ex-
presión “un pueblo”, sujeto vivo de una historia, en medio
Género y colonialidad | 25
otro. Y nos apartamos estratégicamente a pesar inclusive
de que su plataforma ha sido muy instrumentalizada por
los mismos pueblos indígenas con algunas consecuencias
perversas a las que me referiré más abajo. El argumento
relativista debe ceder lugar al argumento histórico, de la
historia propia, y de lo que he propuesto llamar pluralis-
mo histórico, que no es otra cosa que una variante no cul-
turalista del relativismo, solo que inmune a la tendencia
fundamentalista inherente en todo culturalismo. Más que
un horizonte fijo de cultura, cada pueblo trama su historia
por el camino del debate y la deliberación interna, cavan-
do en las brechas de inconsistencia de su propio discurso
cultural, haciendo rendir sus contradicciones y eligiendo
entre alternativas que ya se encuentran presentes y que son
activadas por la circulación de ideas provenientes del mun-
do circundante, en interacción y dentro del universo de la
nación, definida como una alianza entre pueblos (sobre los
recursos del discurso interno para la transformación de las
costumbres ver An-na´im 1995).
En un caso límite que amenazaba con la inminen-
cia inevitable de una supervisión y vigilancia cerrada de la
aldea por parte de agentes estatales y religiosos, la única
estrategia viable fue substituir la plataforma del relativis-
mo cultural por el argumento plenamente defendible del
pluralismo histórico, siempre expuesto a influencias e in-
tercambios entre historicidades.
Solicito que se entienda, por lo tanto, que fueron los
dilemas de un escenario contencioso muy difícil los que me
condujeron a sugerir los términos pueblo como sujeto de
una historia en lugar de cultura; pluralismo histórico a cam-
bio de relativismo cultural; e inter-historicidad para subs-
tituir interculturalidad. Ellos permiten pensar y actuar de
forma más adecuada a un proyecto crítico y libertador. No
fue el propósito de innovar o introducir neologismos lo que
me llevó a sugerirlos. Tampoco propongo que las palabras
postergadas deban ser eliminadas del vocabulario, sino usa-
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que se encuentra simplemente en un estadio anterior a la
modernidad y marcha hacia ella inevitablemente. Se trata
de realidades que continuaron caminando, como se dijo
aquí, junto y al lado del mundo intervenido por la colonial
modernidad. Pero que, de alguna forma, al ser alcanzadas por
la influencia del proceso colonizador, primero metropolita-
no y después republicano, fueron perjudicadas sobre todo en
un aspecto fundamental: exacerbaron y tornaron perversas
y mucho más autoritarias las jerarquías que ya contenían en
su interior, que son básicamente las de casta, de estatus y de
género, como una de las variedades del estatus.
Tenemos alguna forma de habitar de forma desco-
lonial aun dentro de la matriz de ese Estado e inducirlo
actuar de una forma conveniente a la recomposición de
las comunidades? Es posible transformarlo en un estado
restituidor del fuero interno y, con esto, de la historia pro-
pia? Esto es aquí más que nada una pregunta. Y es una
pregunta dirigida a la situación en que vivimos, que puede
ser descripta como de entre-mundos, porque lo único que
realmente existe son situaciones intermediarias, interfaces,
transiciones, entre la realidad estatal y el mundo aldea, en-
tre el orden colonial moderno y el orden pre-intrusión.
Con cruces variados de influencias benignas y malignas,
un entre-mundo regresivo, conservador, y un entre-mun-
do progresivo; una infiltración maléfica de la modernidad
en la comunidad y una infiltración benéfica de la moder-
nidad en la comunidad. Una infiltración maléfica de la
comunidad en la modernidad y también una infiltración
benéfica de la comunidad en la modernidad.
Me refiero a que cuando la aldea es penetrada por
la modernidad instrumental, los preceptos del mercado y
ciertos aspectos de la democracia representativa, con su
consecuente cooptación de líderes, el entre-mundo que se
genera es destructivo; pero cuando el discurso moderno de
la igualdad y de la razón histórica circula por la aldea, el
entre-mundo que se genera es benéfico, pues tiende a una
Género y colonialidad | 29
de su prolongado ocultamiento en el proceso amplio de
reemergencia de pueblos que el continente testimonia. El
mestizo, así, pasa a percibir que trae la historia del indio en
su interior (Segato 2010 a).
Género y colonialidad | 31
con conclusiones divergentes (Segato 1986 y 2005, y de
próxima reedición en la antología de la Colección Ayacu-
cho organizada por Francesca Gargallo, que reunirá cien
años de pensamiento feminista latinoamericano).
Y una tercera posición, por mí aquí representada,
respaldada por una gran acumulación de evidencias his-
tóricas y relatos etnográficos que muestran de forma in-
contestable la existencia de nomenclaturas de género en
las sociedades tribales y afro-americanas. Esta tercera ver-
tiente identifica en las sociedades indígenas y afro-ame-
ricanas una organización patriarcal, aunque diferente a la
del género occidental y que podría ser descripta como un
patriarcado de baja intensidad, y no considera ni eficaz
ni oportuno el liderazgo del feminismo eurocéntrico. En
este grupo podemos mencionar a las pensadoras feminis-
tas vinculadas al proceso de Chiapas, que constituyó una
situación paradigmática de resolución de las tensiones de-
rivadas de la dupla inserción de las mujeres en la lucha de
los pueblos indígenas y la lucha en el frente de interno por
mejores condiciones de existencia para su género (ver, por
ejemplo, Gutiérrez y Palomo 1999; Hernández Castillo
2003; y Hernández y Sierra 2005).
Las mujeres – tanto indígenas como afro-ameri-
canas (ver, por ejemplo Williams and Pierce 1996) – que
han actuado y reflexionado divididas entre, por un lado, la
lealtad a sus comunidades y pueblos en el frente externo
y, por el otro, a su lucha interna contra la opresión que
sufren dentro de esas mismas comunidades y pueblos, han
denunciado frecuentemente el chantaje de las autorida-
des indígenas, que las presionan para que posterguen sus
demandas como mujeres a riesgo de que, de no hacerlo,
acaben fragmentando la coesividad de sus comunidades,
tornándolas más vulnerables para la lucha por recursos y
derechos. Esto ha sido contestado por las autoras que cito.
Datos documentales, históricos y etnográficos del
mundo tribal, muestran la existencia de estructuras reco-
Género y colonialidad | 33
buto femenino” (op.cit.), para poder exhibir el paquete de
potencias - bélica, política, sexual, intelectual, económica
y moral - que le permitirá ser reconocido y titulado como
sujeto masculino.
Esto indica, por un lado, que el género existe, pero lo
hace de una forma diferente que en la modernidad. Y por
el otro, que cuando esa colonial/modernidad se le aproxi-
ma al género de la aldea, lo modifica peligrosamente. In-
terviene la estructura de relaciones de la aldea, las captura
y las reorganiza desde dentro, manteniendo la apariencia
de continuidad pero transformando los sentidos, al intro-
ducir un orden ahora regido por normas diferentes. Es
por eso que hablo, en el título, de vero-similitud: las no-
menclaturas permanecen, pero son reinterpretadas a la luz
del nuevo orden moderno. Esta cruza es realmente fatal,
porque un idioma que era jerárquico, en contacto con el
discurso igualitario de la modernidad, se transforma en un
orden super-jerárquico, debido a dos factores que exami-
naré a seguir: la superinflación de los hombres, en su papel
de intermediarios con el mundo exterior, del blanco; y la
superinflación de la esfera pública, habitada ancestralmen-
te por los hombres, con el derrumbe y privatización de la
esfera doméstica.
Si la aldea siempre estuvo organizada por el estatus,
dividida en espacios bien caracterizados y con reglas pro-
pias, con prestigios diferenciales y un orden jerárquico,
habitados por criaturas destinadas a ellos que pueden ser,
de forma muy genérica, reconocidas desde la perspectiva
moderna como hombres y mujeres por sus papeles, pro-
pios de esos espacios, y que se muestran marcadas por este
destino de distribución espacial, laboral, ritual; el discurso
de la colonial / modernidad, a pesar de igualitario, esconde
en su interior, como muchas autoras feministas ya han se-
ñalado, un hiato jerárquico abisal, debido a lo que podría-
mos aquí llamar, tentativamente, de totalización progresi-
va por la esfera pública o totalitarismo de la esfera pública.
Género y colonialidad | 35
la clase ancestralmente dedicada a las faenas y papeles del
espacio público con sus características pre-intrusión.
Deliberar en el terreno común de la aldea, ausen-
tarse en expediciones de caza y contacto con las aldeas,
vecinas o distantes, del mismo pueblo o de otros pueblos,
parlamentar o guerrear con las mismas ha sido, ancestral-
mente, la tarea de los hombres. Y es por esto que, desde la
perspectiva de la aldea, las agencias de las administracio-
nes coloniales que se sucedieron entran en ese registro:
de con quien se parlamenta, de con quien se guerrea, de
con quien se negocia, de con quien se pacta y, en épocas
recientes, de de quien se obtienen los recursos y derechos
(como recursos) que se reivindican en tiempos de política
de la identidad. La posición masculina ancestral, por lo
tanto, se ve ahora transformada por este papel relacional
con las poderosas agencias productoras y reproductoras
de colonialidad. Es con los hombres que los colonizado-
res guerrearon y negociaron, y es con los hombres que
el estado de la colonial / modernidad también lo hace.
Para Arlette Gautier, fue deliberada y funcional a los in-
tereses de la colonización y a la eficacia de su control la
elección de los hombres como interlocutores privilegia-
dos: “la colonización trae consigo una pérdida radical del
poder político de las mujeres, allí donde existía, mientras
que los colonizadores negociaron con ciertas estructuras
masculinas o las inventaron, con el fin de lograr aliados”
(2005: 718) y promovieron la “domesticación” de las mu-
jeres y su mayor distancia y sujeción para facilitar la em-
presa colonial (Ibidem 690 ff.)
La posición masculina se ve así inflexionada y pro-
movida a una plataforma nueva y distanciada que se ocul-
ta por detrás de la nomenclatura precedente, robustecida
ahora por un acceso privilegiado a recursos y conocimien-
tos sobre el mundo del poder. Se disloca, así, inadvertida-
mente, mientras se opera una ruptura y reconstitución del
orden, manteniendo, para el género, los antiguos nombres,
Género y colonialidad | 37
Este proceso es violentogénico, pues oprime aquí y empode-
ra en la aldea, obligando a reproducir y a exhibir la capacidad
de control inherente a la posición de sujeto masculina en el
único mundo ahora posible, para restaurar la virilidad per-
judicada en el frente externo. Esto vale para todo el universo
de masculinidad racializada, expulsada a la condición de no-
blancura por el ordenamiento de la colonialidad.
Son también parte de este panorama de captación
del género pre-intrusión por el género moderno el secues-
tro de toda política, es decir, de toda deliberación sobre
el bien común, por parte de la naciente esfera pública re-
publicana, y la consecuente privatización del espacio do-
méstico, su otrificación, marginalización y expropiación
de todo lo que en ella era quehacer político. Los vínculos
exclusivos entre las mujeres, que orientaban a la recipro-
cidad y a la colaboración solidaria tanto ritual como en las
faenas productivas y reproductivas, se ven dilacerados en
el proceso del encapsulamiento de la domesticidad como
“vida privada”. Esto significa, para el espacio doméstico
y quienes lo habitan, nada más y nada menos que un des-
moronamiento de su valor y munición política, es decir,
de su capacidad participación en las decisiones que afectan
a toda la colectividad. Las consecuencias de esta ruptura
de los vínculos entre las mujeres y del fin de las alianzas
políticas que ellos permiten y propician para el frente fe-
menino fueron literalmente fatales para su seguridad, pues
se hicieron progresivamente más vulnerables a la violencia
masculina, a su vez potenciada por el estrés causado por la
presión sobre ellos del mundo exterior.
El compulsivo confinamiento del espacio doméstico
y sus habitantes, las mujeres, como resguardo de lo priva-
do tiene consecuencias terribles en lo que respecta a la vio-
lencia que las victimiza. Es indispensable comprender que
esas consecuencias son plenamente modernas y producto
de la modernidad, recordando que el proceso de moderni-
zación en permanente expansión es también un proceso de
Género y colonialidad | 39
sentadas al lado de sus esposos o agrupadas fuera del recinto
donde ocurren, y ellas hacen llegar las señales de aprobación
o desaprobación al curso del debate. Si es así, no existe el
monopolio de la política por el espacio público y sus activi-
dades, como en el mundo colonial moderno. Al contrario,
el espacio doméstico es dotado de politicidad, por ser de
consulta obligatoria y porque en él se articula el grupo cor-
porativo de las mujeres como frente político.
El género, así reglado, constituye una dualidad jerár-
quica, en la que ambos términos que la componen, a pesar
de su desigualdad, tienen plenitud ontológica y política. En
el mundo de la modernidad no hay dualidad, hay binaris-
mo. Mientras en la dualidad la relación es de complemen-
tariedad, la relación binaria es suplementar, un término su-
plementa -y no complementa- el otro. De acuerdo con el
patrón colonial moderno, cualquier elemento, para alcanzar
plenitud ontológica, plenitud de ser, deberá se ecualizado,
es decir, conmensurabilizado a partir de una grilla de re-
ferencia o equivalente universal. Esto produce el efecto de
que cualquier manifestación de la otredad constituirá un
problema, y solo dejará de hacerlo cuando tamizado por
la grilla ecualizadora, neutralizadora de particularidades, de
idiosincrasias. El otro-indio, el otro-no-blanco, la mujer,
a menos que depurados de su diferencia o exhibiendo una
diferencia conmensurabilizada en términos de identidad
reconocible dentro del patrón global, no se adaptan con
precisión a este ambiente neutro, aséptico, del equivalente
universal, es decir, de lo que puede ser generalizado y atri-
buido de valor e interés universal. Sólo adquieren politici-
dad y son dotados de capacidad política, en el mundo de
la modernidad, los sujetos – individuales y colectivos – y
cuestiones que puedan, de alguna forma, procesarse, recon-
vertirse, transportarse y reformular sus problemas de forma
en que puedan ser enunciados en términos universales, en
el espacio “neutro” del sujeto republicano, donde supues-
tamente habla el sujeto ciudadano universal. Todo lo que
Género y colonialidad | 41
co, pero con capacidad de autodefensa y de auto transfor-
mación. Podría decirse que la relación de género en este
mundo configura un patriarcado de baja intensidad, si
comparado con las relaciones patriarcales impuestas por la
colonia y estabilizadas en la colonialidad moderna.
El mundo moderno es el mundo del Uno, y todas
las formas de otredad con relación al patrón universal re-
presentado por este Uno constituyen un problema. La pro-
pia disciplina antropológica es prueba de ello, pues nace al
abrigo de la convicción moderna de que los otros tienen que
ser explicados, traducidos, conmensurabilizados, procesa-
dos por la operación racional que los incorpora a la grilla
universal. Lo que no puede ser reducido a ella, permanece
como sobra y no tiene peso de realidad, no es ontológica-
mente pleno, es descarte incompleto e irrelevante. La de-
construcción derrideana, que desestabiliza la dupla binaria,
no tiene cabida ni rendimiento en el circuito de la dualidad.
Con la transformación del dualismo, como varian-
te de lo múltiplo, en el binarismo del Uno – universal,
canónico, “neutral”- y su otro – resto, sobra, anomalía,
margen – pasan a clausurarse los tránsitos, la disponibi-
lidad para la circulación entre las posiciones, que pasan a
ser todas colonizadas por la lógica binaria. El género se
enyesa, a la manera occidental, en la matriz heterosexual,
y pasan a ser necesarios los Derechos de protección contra
la homofobia y las políticas de promoción de la igualdad
y la libertad sexual, como el matrimonio entre hombres o
entre mujeres, prohibido en la colonial [/] modernidad y
aceptado en una amplia diversidad de pueblos indígenas
del continente (describí esta diferencia entre los mundos
para las comunidades de religión afro-brasileira Nagô Yo-
ruba de Recife en el artículo ya citado de 1986).
Las presiones que impuso el colonizador sobre las
diversas formas de la sexualidad que encontró en el inca-
nato han sido relevadas por Giuseppe Campuzano en cró-
nicas y documentos del siglo XVI y XVII (Campuzano
Género y colonialidad | 43
vir de forma descolonial es intentar abrir brechas en un
territorio totalizado por el esquema binario, que es posi-
blemente el instrumento más eficiente del poder.
Es por eso que les digo, a mis interlocutoras indias,
en los talleres de la Coordinación de Género y generación
de la Fundación Nacional del Indio, al exponer ante ellas
los avances de la Lei Maria da Penha contra la Violencia
Doméstica: el Estado les da con una mano, lo que ya les
sacó con la otra.
Cuando el mundo del uno y su resto, en la estruc-
tura binaria, encuentra el mundo de lo múltiplo, lo cap-
tura y modifica desde su interior como consecuencia del
patrón de la colonialidad del poder, que permite una in-
fluencia mayor de un mundo sobre otro. Lo más preciso
será decir que lo coloniza. En este nuevo orden dominan-
te, el espacio público, a su vez, pasa a capturar y mono-
polizar todas las deliberaciones y decisiones relativas al
bien común general, y el espacio doméstico como tal se
despolitiza totalmente, tanto porque pierde sus formas
ancestrales de intervención en las decisiones que se to-
maban en el espacio público, como también porque se
encierra en la familia nuclear y se clausura en la privaci-
dad. Pasan a normar la familia nuevas formas imperativas
de conyugalidad y de censura de los lazos extendidos que
atravesaban la domesticidad (Maia 2010; Abu-Lughod
2002), con la consecuente pérdida del control que el ojo
comunitario ejercía, vigilando y juzgando los compor-
tamientos. La despolitización del espacio doméstico lo
vuelve entonces vulnerable y frágil, y son innumerables
los testimonios de los grados y formas crueles de victi-
mización que ocurren cuando desaparece el amparo de
la mirada de la comunidad sobre el mundo familiar. Se
desmorona entonces la autoridad, el valor y el prestigio
de las mujeres y de su esfera de acción.
Esta crítica de la caída de la esfera doméstica y del
mundo de las mujeres desde una posición de plenitud
Género y colonialidad | 45
hubo jerarquía y relaciones de género como relaciones de
poder y prestigio desigual, con la intervención colonial
estatal y el ingreso al orden de la colonial modernidad
esa distancia opresiva se agrava y magnifica. Ocurre una
mutación bajo el manto de una aparente continuidad. Es,
por eso, necesario ensayar una habilidad retórica consi-
derable para hacer comprender que el efecto de profun-
didad histórica es una ilusión de óptica, que sirve para
solidificar las nuevas formas de autoridad de los hombres
y otras jerarquías de la aldea. Porque nos encontramos
aquí frente a un culturalismo perverso, del que hablé al
iniciar estas breves páginas, que no es otra cosa que el
fundamentalismo de la cultura política de nuestra época,
inaugurado con la caída del muro de Berlín y la obsoles-
cencia del debate marxista, cuando las identidades, ahora
politizadas, se transformaron en el lenguaje de las dispu-
tas (Segato 2007).
En suma y recapitulando, cuando, en un gesto que
pretende la universalización de la ciudadanía, pensamos
que se trata de substituir la jerarquía que ordenaba la
relación de hombres y mujeres por una relación iguali-
taria, lo que estamos realmente haciendo es remediando
los males que la modernidad ya introdujo con solucio-
nes también modernas: el estado entrega con una mano
lo que ya retiró con la otra. A diferencia del “diferen-
tes pero iguales” de la fórmula del activismo moderno,
el mundo indígena se orienta por la fórmula, difícil para
nosotros de acceder, de “desiguales pero distintos”. Es
decir, realmente múltiplos, porque el otro, distinto, y
aún inferior, no representa un problema a ser resuelto. El
imperativo de la conmensurabilidad desaparece. Es aquí
que entra con provecho el entremundo de la modernidad
crítica, fertilizando la jerarquía étnica con su discurso de
igualdad, y generando lo que algunos comienzan a llamar
ciudadanía étnica o comunitaria, que solamente podrá ser
adecuada si partiendo del fuero interno y la jurisdicción
Género y colonialidad | 47
Ochy Curiel
Nació en Dominicana y reside en Colombia.
Es Magíster en Antropología Social, especia-
lista en Educación Superior y licenciada en
Trabajo Social. Actualmente se desempeña
como Coordinadora Curricular de los post-
grados de la Escuela de Estudios de Género
de la Universidad Nacional de Colombia. Es
parte del Grupo Latinoamericano de Estu-
dios, Formación y Acción Feminista (GLE-
FAS). Ha escrito varios artículos y editado
varios libros sobre feminismo, antirracismo,
lesbianismo feminista y decolonialidad.
El régimen heterosexual y la nación.
Aportes del lesbianismo feminista a la
Antropología
Por Ochy Curiel
E
ste texto es un resumen de mi tesis de maestría en
antropología social, en la cual me propuse analizar
cómo el régimen heterosexual está relacionado con
la nación. Mi interés en hacer una tesis como esta obede-
ció a varias cuestiones: en primer lugar, aportar a descolo-
nizar la antropología en tanto ha estudiado generalmente
las prácticas de quienes se han asumido como “otros” y
“otras” (indígenas, afros, mujeres…) pero muy poco se in-
vestiga y se analizan los mecanismos y tecnologías que han
producido esa otredad frente al paradigma moderno.
En segundo lugar, porque me interesaba colocar una
nueva perspectiva de análisis teórico y político que ofrece
la corriente lésbico feminista al entender la heterosexuali-
dad como un régimen político que atraviesa la mayoría de
las relaciones sociales que se dan en una nación, cuestio-
nando la idea de entenderla como una práctica, orienta-
ción u opción sexual.
Esta perspectiva surge de la teoría feminista, pero
también del movimiento social con lo cual trato de hacer
una ruptura entre teoría y práctica como un proceso de
descolonización del conocimiento que coloca en el centro
la relación saber-poder.
El texto que a continuación presento tiene varias
partes. Una primera en la que brevemente, a partir de las
revisiones epistemológicas, teóricas y políticas que se han
hecho en la antropología trato de mostrar el sesgo euro-
céntrico que aún se mantiene en la disciplina por conti-
nuar estudiando fundamentalmente a los otros y las otras,
1. En búsqueda de una
Antropología de la Dominación
50 | Ochy Curiel
un profundo sesgo eurocéntrico desde una perspectiva en
la que se asumía que se estudiaba pueblos sin historia, lle-
gué a ella en un momento de cambios significativos en las
ciencias sociales, que obviamente afectaron a la disciplina,
aquellos que muchos autores y autoras llamaron “la crisis
de la ciencias sociales” que se iniciaron a finales de los
años sesenta y que propició una revisión interna episte-
mológica, metodológica y teórica, que cuestionó los pre-
supuestos de la modernidad racional y del eurocentrismo
que la orientaban.
En Colombia particularmente, desde la década de
los setenta, han surgido propuestas críticas que ha mar-
cado a la disciplina como lo fueron la Antropología del
Debate desde los años sesenta, posteriormente la Antro-
pología Urgente, la Antropología Militante, la Investiga-
ción-Acción Participativa (IAP), la Antropología como
Crítica Cultural, desde las cuales se propició un compro-
miso con la realidad social y política, que a través de una
formación interdisciplinaria permitió orientar a los mo-
vimientos sociales, fundamentalmente indígenas y poste-
riormente afrodescendientes, a la vez que cuestionar la
objetividad como necesidad científica y reconocer que el
“otro” y la “otra” que se estudiaba, tenían sus verdades
e interpretaciones. Desde allí se plantearon propuestas
metodológicas que generaron la creación de procesos co-
lectivos entre sujetos y objetos de la investigación y que
propiciaron una investigación con compromiso social, un
compromiso con la acción transformadora (Arocha, 1984;
Correa, 2006; Friedemann, 1984).
Posteriormente, a finales de la década de los ochen-
ta, los antropólogos denominados posmodernos o de crí-
tica cultural como Clifford Geertz (1988), James Clifford
(1992), Marcus y Fisher (2000), entre otros, tuvieron una
influencia significativa en Colombia y motivaron la nece-
sidad de construir autoridades etnográficas múltiples que
implicara la intersubjetividad, la representación de diálo-
1. En este texto entiendo por otros u otras, quienes no han tenido privilegios de raza,
clase, sexo, sexualidad, nacionalidad y que se definen como la diferencia: mujeres,
lesbianas, indígenas, negras, y negros, homosexuales, trans, frente a la mismicidad, es
decir hombre, blanco o mestizo, heterosexual y con privilegios materiales y simbólicos.
2 Entenderé por mujeres una categoría socialmente construida sociológica y
52 | Ochy Curiel
lesbianas3 (ambas consideradas por el pensamiento hete-
rocéntrico y sexista, “otras”), en una nación, en este caso
la colombiana a través de un análisis de discurso de la
Constitución política de 1991 y los procesos que le die-
ron origen.
La constitución política:
expresión de una hegemonía
54 | Ochy Curiel
forjando gracias a la aparición de lo que denomina “capi-
talismo impreso”. El periódico, la novela, y otros medios
escritos se convierten en producciones en masa, leídos en
un mismo tiempo y un mismo lugar o territorio, lo que
genera una imaginación colectiva que va definiendo fron-
teras y una conciencia nacional.
Con ello, Anderson ofreció una definición antropo-
lógica de nación como una comunidad política imaginada
inherentemente limitada y soberana: comunidad porque
a pesar de las desigualdades y la explotación existentes en
su interior, sus integrantes se conciben desde un compañe-
rismo profundo, fraterno, horizontal; imaginada porque
existe por tanto la idea de comunión, aunque sus integrantes
no se conozcan y no se relacionen entre sí; límitada, porque
sus fronteras son finitas aunque elásticas, y porque la nación
nunca se asumirá como la humanidad completa; soberana
porque todos y todas en la nación sueñan con ser libres,
siendo la garantía y el emblema de esa libertad, el Estado
Soberano. Las raíces culturales del nacionalismo están en
esa fraternidad y esta libertad imaginada que justifican in-
cluso que se mate y se esté dispuesto a morir por la nación.
La Constitución Política colombiana de 1991, fue
un texto producto de la hegemonía y se constituyó en un
escrito jurídico con el estatuto legítimo máximo, que gra-
cias a su difusión masiva ha impactado de manera signifi-
cativa en la conciencia de la mayoría de los y las colom-
bianas, convirtiéndose en doxa5, en el proyecto normativo
nacional de mayor trascendencia.
5. Doxa, aunque es una palabra de origen griego, en las ciencias sociales fue un
concepto propuesto por Pierre Bourdieu para referirse al conjunto de creencias y de
prácticas sociales que son consideradas normales en un contexto social, las cuales
son aceptadas sin cuestionamientos. Aunque son desconocidos los orígenes sociales
de estas prácticas y creencias y sus principios de funcionamiento se les reconoce
habitualmente como criterios y formas de proceder socialmente válidos desde donde
surge su eficacia simbólica. La doxa es una condición para mantener el estado de
cosas existente en una sociedad (Bourdieu, 1998).
56 | Ochy Curiel
tructuras discursivas y de comunicación aceptables y legi-
timadas por la sociedad (Van Dijk, 1995, 2005).
Y la tercera perspectiva es que del Análisis Crítico
del Discurso, tomé concretamente el análisis de la argu-
mentación, apropiado para el análisis de textos jurídicos
políticos, siguiendo los aportes del sociólogo mexicano
Gilberto Giménez (1981), para quien la argumentación
viene a ser un proceso cuasi-lógico de esquematización o
de representación de la realidad a partir de premisas ideo-
lógicas que se suponen compartidas, todo ello promovido
y sostenido desde un lugar social e institucional determi-
nado. Este método consiste en descubrir el principio de
organización que rige la estructura lógica aparente de los
enunciados normativos codificados. No es inmanente al
texto sino que viene impuesto por factores extratextuales,
por tanto, tiene que ver con las relaciones sociales. Es en
la argumentación que se encuentra el plano ideológico-
discursivo de las relaciones de poder.
ella (que me interesa resaltar tanto en el texto de la Constitución como en las actas de
la Asamblea Nacional Constituyente,) así como aspectos relevantes de las entrevistas
y documentos, utilicé la tipografía bastardilla o itálica.
7. Este texto fue publicado primero en inglés como: Compulsory Heterosexuality
and Lesbian Existence Signs: Journal of Women in Culture and Society 5. Num 4.
(diciembre 1980). Posteriormente salió una versión reducida en la antología de la
58 | Ochy Curiel
Sostuvo que la heterosexualidad, así como la maternidad,
la explotación económica y la familia nuclear tienen que
ser analizadas como instituciones políticas sustentadas en
ideologías que disminuyen el poder de las mujeres.
La autora analiza la obligatoriedad de esta institución
en diferentes momentos de la historia a través del cinturón
de castidad, el matrimonio infantil, la erradicación de la
existencia lesbiana, la idealización del amor y el matrimonio
heterosexual, la clitoridectomía, entre otras prácticas que
han implicado la imposición de la fuerza física sobre las mu-
jeres en muchos casos y en otros el control de su conciencia.
La obligatoriedad de la heterosexualidad para Rich,
está ligada por demás a las formas de producción capita-
listas que producen la segregación por sexo en la esfera
laboral, asignando a las mujeres posiciones menos valo-
radas en la división del trabajo como empleadas domésti-
cas, secretarias, nanas, educadoras o meseras, dando lugar
a una sexualización en el trabajo mismo e n donde se ejerce
además, en muchas ocasiones y en muchos momentos, el
acoso sexual. Además, Rich señala en los lugares de tra-
bajo, la invisibilización de las lesbianas, las cuales para
sobrevivir deben negarse y pretender ser mujeres hetero-
sexuales, tanto en su apariencia física, como en sus modos
de comportamiento.
Con todo ello, Rich coloca la heterosexualidad
como algo distinto a una simple “práctica sexual”, “prefe-
rencia”, “orientación” o “elección” para las mujeres. Para
ella, se trata más bien de una imposición institucionalizada
para asegurar el acceso físico, económico y emocional de
los hombres a las mujeres.
El salto teórico-político sobre la heterosexualidad
lo ofreció indudablemente Monique Wittig, quien hizo un
misma autora: Blood, Bread and Poety. Selected Prose, 1979-1985. Nueva York:
W.W. Norton y Company, 1996 y luego fue traducida al castellano en: Navarro,
Marysa y Catherine R. Stimpson. (comps) 1998. Sexualidad, género y roles sexuales.
Argentina. Fondo de Cultura Económica.
60 | Ochy Curiel
les sean invisibilizadas. Las mujeres por tanto no pueden
ser concebidas fuera de la categoría de sexo: “Sólo ellas son
sexo, el sexo” (Wittig, 1992 p.28). Todo lo anterior es asu-
mido “naturalmente” por el Estado, las leyes y la institu-
ción policial, entre otros regímenes de control.
Wittig explica un fenómeno bastante generalizado y
aún actual: hay que decir, que aunque algunas cosas hayan
cambiado para algunas mujeres en torno a ciertas normas
de sexo y género, aún estas relaciones (lo que Nicole Clau-
de Mathieu llamó “las relaciones sociales estructurales de
sexo8”) siguen existiendo como un mecanismo social de
poder contundente.
En otro de sus importantes ensayos, publicado en
el número siguiente de Questions Féministes, “El pensa-
miento Straigth”9, (2001) Wittig revierte la idea de que el
discurso de la heterosexualidad es apolítico, analizando el
poder del discurso en tanto los signos tienen significados
políticos y también efectos concretos en el plano material,
ya que a partir de ellos se puede ejercer violencia concreta.
El potencial explicativo de los argumentos de Moni-
que Wittg es innegable y aporta significativamente a nues-
tro propósito: demostrar cómo el pensamiento straight
está conectado con el campo político, de manera concreta
con la idea de nación.
8. He decidido traducir el concepto del feminismo materialista francés de rapports
sociaux de sexe por relaciones sociales estructurales de sexo (macro, en cierta forma
abstractas, estables, relaciones de clase), para no confundirlo con el de relaciones
sociales entre los sexos (micro, cotidianas y bastante variables, situadas en el nivel
de las interacciones entre mujeres y hombres individuales).
9. En castellano, el concepto de “pensamiento straight”, muchas veces es mal traducido
como la mente hetero, lo cual desvirtúa la propuesta de Wittig, ya que no se trata de
cuestiones de mente sino de ideología en su sentido más fuerte (Ver nota siguiente).
También se ha traducido como el pensamiento heterosexual, lo que a su vez es
discutible, ya que Wittig probablemente usó la palabra inglés straight como una forma
de no usar la palabra heterosexualidad, que parece referirse única y directamente a
prácticas sexuales. En la mayoría de los casos usaré el concepto en inglés para evitar
confusiones, a menos que sean citas ya traducidas (no por mí) del texto original.
62 | Ochy Curiel
ruptura en el movimiento. En efecto, muchas mujeres de-
fendieron la idea de ir representadas por sus partidos u
organizaciones, y no apoyaron una lista única de mujeres.
La ruptura se concretizó en un encuentro nacional que
paradójicamente se denominó “El abrazo amoroso por la
vida”, realizado en Bogotá en octubre de 1990.
El proceso de la constituyente fue importante para
las feministas, en tanto permitió una mayor visibilidad
de las mujeres como sujetas políticas, lo cual fortaleció
los movimientos sociales, no sólo de mujeres y feminis-
tas sino de otros grupos excluidos, como indígenas y
afrodescendientes.
A pesar de este aspecto positivo, es obvio que este
proceso constituyente no logró la transformación de las
desigualdades sociales derivadas del sexo, la raza, la clase
y otras relaciones de poder, pese a su importancia como
ley suprema y fundamental de la nación y como encarna-
ción del contrato social que supuestamente emana de un
amplio consenso social. Ese “contrato” surge de la nego-
ciación entre las fuerzas políticas y sociales. Contó tam-
bién con el agenciamiento de los grupos subalternizados,
los “incluye” parcialmente, aunque finalmente quienes
poseen la ventaja son los grupos que sustentan el poder
político, económico, social, sexual y racial. En el proceso
que precedió y acompañó la nueva Constitución, son los
mismos que definen en qué debe basarse la nación, entre
otras cosas, cómo y cuándo deben o no parir las mujeres.
Tal como ha plantado Gramsci en torno a la hegemonía,
el grupo dominante generalmente organiza la vida de los
grupos subordinados no desde la coerción, sino desde la
persuasión (Gramsci, [1949]2003).
No es casual entonces, que de todas las propuestas
que llevaron las feministas a la Asamblea Nacional Cons-
tituyente, las que quedaron fueron las que se enmarcan en
un Estado liberal, aunque en su momento hayan sido un
gran avance político: igualdad de derechos, participación
64 | Ochy Curiel
que se produzca ese contrato social (simbólico). Lo haré
a través de la noción de pueblo, unidad de la nación y la
representación.
El preámbulo de La Constitución Política de Co-
lombia declara:
El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder so-
berano, representado por sus delegatarios a la Asamblea
Nacional Constituyente, invocando la protección de Dios,
y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar
a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justi-
cia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, den-
tro de un marco jurídico, democrático y participativo que
garantice un orden político, económico y social justo, y
comprometido a impulsar la integración de la comunidad
latinoamericana, decreta, sanciona y promulga la siguien-
te CONSTITUCION POLITICA DE COLOMBIA.
(Cursivas de la autora).
Las preguntas que valdría la pena formular son: ¿qué
tan soberano fue ese pueblo que vertió en sus representan-
tes el poder de decretar, sancionar, promulgar la Constitu-
ción Política? ¿Fue el sujeto colectivo de la nación? ¿Qué
nivel de consentimiento hubo entre los distintos sectores
sociales en torno a Carta Magna?
Me interesa resaltar dos cuestiones claves del preám-
bulo de la Constitución: la representación de sus delegata-
rios a la Asamblea Nacional Constituyente y la unidad de
la nación. Lo haré a través del análisis del contrato y del
pacto social como dos premisas fundamentales que defi-
nen el Estado-Nación.
Para Rousseau el contrato social era un pacto entre
ciudadanos y el Estado. Es decir, los representantes. Las
ciudadanas, para Rousseau, estaban en condición de pre-
ciudadanía, ya que no tenían autoridad sobre sí mismas, ni
acceso en propio a los recursos, y sobre todo, porque no
gozaban de la razón de la misma forma que los varones.
Según Rousseau, en el contrato social, los ciudadanos va-
66 | Ochy Curiel
vicción de que la nueva Constitución constituía un nuevo
pacto social. Para la mayoría, la nación implicaba una tota-
lidad, la cual que se logaría a través del nuevo pacto social.
68 | Ochy Curiel
hecho de que las cuatro mujeres constituyentes no repre-
sentaban ni al movimiento feminista, ni al movimiento de
mujeres sino que eran representantes de partidos políticos.
Ese mismo análisis lo podemos hacer para las y los indí-
genas, para las y los afrodescendientes, es decir aquellos
grupos sociales que han estado fuera del pacto nacional,
porque no han tenido privilegios de sexo, raza y clase para
definir los destinos de una nación.
Hoy día, en Colombia, la servidumbre y la escla-
vitud han sido abolidas, y existe jurídicamente una plena
igualdad de las mujeres en el plano formal. Sin embargo,
podemos ver como en el proceso constituyente del 1991,
las mujeres, las lesbianas, trabajadoras y trabajadores, y
podríamos sumar indígenas y afros, apenas han sido in-
cluidos e incluidas parcialmente al contrato social. Poco
han participado en su redacción en cuanto constituyen-
tes, aunque hayan querido dar sus aportes, como fue en
el proceso pre-constituyente a través de mesas de traba-
jo. De allí que sus intereses y demandas se hayan visto
débilmente reflejados en el texto constitucional. A pesar
de ello, para la legitimación de aquél contrato, ahora sí,
se requiere su consentimiento —y dicho consentimiento
les fue solicitado. Ahora bien, podemos decir que no han
tenido otra opción que firmarlo, aunque sea desventajoso,
pues son otros quienes tienen la hegemonía. Como plantea
Pateman: “una vez que los débiles han sido conquistados,
se realiza un contrato en que los débiles acuerdan produ-
cir para los fuertes a cambio de “algo más o menos que la
mera subsistencia” (Pateman 1995,p. 87).
En la Asamblea Nacional Constituyente, no parti-
ciparon lesbianas, gays, mucho menos personas trans, es
decir, personas no heterosexuales. Ni siquiera aparece en
la actas de la Asamblea Naciónal Constituyente, o en el
texto de la Constitución alguna mención de estas palabras,
otro de los indicadores de que la heterosexualidad se da
por sentada como “natural”, lo que indica como dice Wit-
70 | Ochy Curiel
gared Mead en Sex and Temperament in Three Primitive
Societies realizado en Nueva Guinea, en el que se propu-
so analizar la personalidad social a través de los tempe-
ramentos de ambos sexos, ha sido probablemente uno de
los principales textos fundacionales sobre este tema. Mead
analizó cómo la división sexual del trabajo y las estructu-
ras de parentesco explicaban los distintos papeles de gé-
nero de las etnias arapesh, mundugumor y tchambouli, de
manera distinta a las sociedades occidentales, demostran-
do que las diferencias temperamentales no eran innatas
sino que sociales (Mead, 1935).
Posteriormente las contribuciones de Simone de
Beauvoir en el texto Segundo sexo, (1949 fueron crucia-
les para entender la construcción social del ser mujer que
sintetizó en la frase célebre: “La mujer no nace, se hace”.
(Beauvoir, [1949]1987).
Demostrando la construcción cultural de los sexos, y
en la línea de Mead, en los años setenta surge bajo la pluma
de la socióloga británica Ann Oakley (1972) la categoría de
género para explicar la construcción cultural de lo que es ser
mujer u hombre y la relación de poder que existen entre los
dos sexos en lo social, material y simbólico. Desde entonces
se planteó que género es la construcción social del sexo.
La historiadora norteamericana Joan Scott que le
ha dado más relieve al concepto de género, ampliándolo
hasta considerarlo como una de las formas primarias de
las relaciones y estructuras sociales de poder. De acuerdo
con Scott, estas relaciones de poder se expresan en sím-
bolos culturales que evocan representaciones múltiples (y
a menudo contradictorias), en conceptos normativos que
interpretan significados de los símbolos, los cuales a su vez
se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas,
legales y políticas y también definen identidades en térmi-
nos subjetivos (Scott, 1998).
El trabajo de la antropóloga Gayle Rubin también
ha sido significativo en este sentido, a través de su con-
72 | Ochy Curiel
causa de ella, existe lo que la antropóloga francesa de-
nominó diferenciación; es decir, un acto político que cons-
truye la diferencia y que resulta de la división sexual del
trabajo no solo material, sino también emocional y sub-
jetiva (Mathieu, [1989] 2005). La construcción social (e
ideológica y, por tanto, política) de la diferencia, más que
ver la construcción cultural del género, indica la construc-
ción cultural del sexo (y de la sexualidad).
Mucho más tarde, desde otras disciplinas, autoras
radicadas en Estados Unidos, como Teresa de Lauretis y
Judith Butler, se hicieron famosas al decir algo parecido,
aunque de forma mucho más débil. De hecho, esta debi-
lidad de sus planteamientos (escondida detrás de una fra-
seologia sofisticada, elitista e incomprensible) los hizo más
“digeribles” para el sistema y les garantizó un rápido éxito
internacional.
74 | Ochy Curiel
pues estas quedan desamparadas, es decir, el Estado pasa
a ser el proveedor paternal y el representante del hombre-
padre cuando aquél no está. Paralelamente, hay que se-
ñalar que parecería entonces que cuando las mujeres son
desligadas de la familia, es decir autónomas, no necesitan
de la protección del Estado.
De lo anterior se desprende que las dos categorías,
hombre y mujer, que se plantean como discretas, binarias
y mutuamente excluyentes, aparecen como dependientes
una de la otra. Sin embargo, la palabra heterosexualidad
no aparece, se asume como dada, no se escribe. Es decir,
la heterosexualidad no tiene existencia jurídica, aunque sí
efectos jurídicos, porque como dice Monique Wittig: “hay
un presupuesto, un “estar ya ahí” (Wittig, 2006: 67).
76 | Ochy Curiel
derecho y deber, el de la creación de la vida y todos lo que
éste implica, sin menoscabo del derecho que les asiste a
las mujeres a realizarse integralmente en los campos del
trabajo, la economía, la cultura y la política. (Acta sesión
Plenaria 8 de marzo de 1991. Gaceta Constitucional No.
24. Pág. 119) (Cursivas mías).
Lo anterior muestra que a pesar de que muchos
hombres crean que es legítimo que las mujeres tengan cier-
tos derechos, como los expuestos por estos tres hombres
constituyentes, la obligatoriedad de la maternidad no se
pone en cuestión. ¿Cómo es posible una nación sin madres
abnegadas? ¿Cómo se transmite la tradición que le daría
unidad? Mantener la diferencia sexual es entonces condi-
ción para la unidad nacional, porque desde esta ideología,
se definen lugares “naturales” para las mujeres, que impli-
can la dependencia con los hombres en los discursos jurí-
dicos y no menciona siquiera a las lesbianas y otros grupos
no heterosexuales. En la Constitución colombiana de 1991
y en el proceso de su redacción y justificación por parte
de sus autores más legítimos, podemos verificar entonces
que uno de los principales mecanismos del régimen hete-
rosexual, es mantener la diferencia sexual como su base
ontológica.
78 | Ochy Curiel
hijos e hijas, y que es legitimada jurídicamente a través de
un contrato (el matrimonio preferiblemente, o en todo caso
una unión de hecho tal como reza el artículo 42). Esto oculta
una realidad social y cultural, ya que históricamente, como
actualmente, existen otras formas de familia en el país.
Una serie de estudios realizados en Colombia des-
de varias disciplinas dan cuenta de las diversidades de las
estructuras familiares según los contextos socio-culturales
(Gutierrez, 1968, 1973, 1975, 1988; Tenorio, 2000; Perea
Díaz, 1990). Estos estudios y muchos más han corroborado
que la familia nuclear no era la única forma familiar, que
existían familias extensas, monoparentales, madres solteras
y mujeres “solas” en varias clases sociales (y podríamos asu-
mir que en varios grupos racializados y étnicos) y en di-
versas regiones del país. A pesar de lo anterior, el discurso
jurídico mantiene lo que la colombiana María del Carmen
Castrillón (2007) denomina la nuclearización y biologiza-
ción de la familia, es decir, su reducción a una forma centra-
da en una pareja mujer-hombre con hijos e hijas, y la fuerte
valorización de los lazos consanguíneos respectivamente.
Rastreando históricamente el discurso que ampara
jurídicamente la familia nuclear como centro de la socie-
dad colombiana, encontramos que según la abogada fe-
minista Adriana Leaño (2008), este modelo se instala des-
de la Colonia. Sin embargo, durante la Colonia y en los
primeros años de la República, existían formas familiares
que no se constituían en torno al matrimonio católico ni
tampoco ligadas a la reproducción de parejas legalmente
reconocidas, —existían altas tasas de “ilegalidad” en la
época. La autora señala además cómo la jefatura femenina
era una característica importante. No obstante, el patrón
hispánico regido por el ideal de familia nuclear basada en
el matrimonio era el discurso jurídico legitimado para la
época. Leaño destaca cómo, a pesar de la diversidad de es-
tructuras familiares, la familia nuclear durante la Colonia
fue central en la vida social, siendo una poderosa estrategia
Familia y nación
80 | Ochy Curiel
ligado al hecho que la pertenencia a una nación está atrave-
sada por los lazos de parentesco dentro del núcleo familiar,
asumidos como naturales y universales. Se deriva entonces
que se piense que el parentesco heterosexual es un hecho
natural ligado a la nación.
Desde la antropología crítica, se ha planteado cómo
el parentesco, al igual que la mayoría de las estructuras so-
ciales es un producto cultural que define los lazos primor-
diales que fundan la identidad personal. Tanto la nación
como el parentesco y la familia son considerados como
una precondición de la existencia, la base para el futuro del
desarrollo de los y las individuas, y por ello muchas veces
se naturaliza aquello que es construido por la cultura. El
parentesco es una construcción social, aunque se le dé un
sentido fundacional y biológico (Bestard, 2006).
En ese sentido, el parentesco nos lleva de la natura-
leza a la cultura, así como de la esfera privada a la públi-
ca. Va de las relaciones de lazos genealógicos a la sociedad
completa, en este caso, la nación. La casa, que en el imagi-
nario dominante representa a la familia, se ve como la con-
tinuidad de la nación. La nación, igual que la casa, es como
una propiedad patrimonial (para quienes pueden acceder
a la propiedad), que se transmite de generación en genera-
ción a través de mecanismos herencia que son legitimados
ideológicamente en el marco de la familia heterosexual.
Es así como en la retórica nacionalista, la familia es vista
como un elemento precontractual de la nación, mientras
que sus virtudes morales son las mismas virtudes ideales
de la nación. Como escribe Bestard (2006, p.58): “los lazos
durables del parentesco podrían ser considerados como la
tradición que preserva la nación”.
Existe entonces una especie de linaje imaginario, que
afirma que los diferentes grupos forman una gran familia
a partir de familias interrelacionadas en un mismo territo-
rio. Esto responde a preguntas como ¿de dónde venimos?
y ¿quiénes somos? , como bien lo planteó Anthony Smith:
82 | Ochy Curiel
El reto de la Antropología es generar nuevos marcos
analíticos que den cuenta de estas realidades, para que sal-
ga de su complicidad de hecho con la norma heterosexual
y el pensamiento straight.
7. La nacionalidad
84 | Ochy Curiel
mas no tuvieron mayores debates: por lo menos no apa-
recen escritos en las actas estudiadas. De ahí que podría
asumir que para la mayoría de los y las constituyentes,
los criterios definidos en el artículo 96 eran aquellos que
debían quedar en la Constitución Política para definir la
nacionalidad (Gacetas Constitucionales No. 12, 18, 20, 22,
23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30,31, 32,33, 34).
La naturalización de la nacionalidad y sus conse-
cuencias sobre la ciudadanía
Sobre el artículo 96 que refiere a la nacionalidad, es
interesante abordar el tema de la naturalización que apare-
ce en la primera parte del artículo que dice:
86 | Ochy Curiel
sarse o establecer una unión de hecho con una persona
de sexo opuesto. En esta nueva situación, la posibilidad
de legalizar su estancia por medio de la unión con una
persona del mismo sexo, puede ser vista como un avance,
o al contrario como una manera de obligar a las personas
lesbianas o gay a “normalizarse”, al entrar al dispositivo
profundamente heterosexual de la pareja.
Aunque la nacionalidad se tenga por derecho, la
ciudadanía se ve limitada cuando el régimen de la hetero-
sexualidad actúa como demarcador de derechos. Esta rela-
ción afecta fundamentalmente a mujeres y lesbianas, aun-
que también a gays y hombres racializados, llevándoles a
situaciones de precariedad y de inseguridad no sólo a ni-
vel local, sino también transnacional, más aún cuando por
efectos de la mundialización se genera una división sexual
y racial internacional del trabajo que empuja fundamen-
talmente a lesbianas y mujeres del Tercer Mundo a migrar
y a establecer, sin quererlo, relaciones heterosexuales para
conseguir papeles y estabilizar su situación migratoria. En
ese sentido, la nacionalidad y la ciudadanía son afectadas
directamente por el régimen heterosexual.
88 | Ochy Curiel
generando la necesidad de fortalecer identidades colectivas
que van dando un sentido de pertenencia así como un refu-
gio material, espacial y psicoemocional a los grupos raciali-
zados y marginados, alrededor de lo cultural. Sin embargo,
es necesario colocar como un problema central: como la
construcción y el fortalecimiento de identidades colectivas
alrededor de lo cultural demanda un tipo de autenticidad
que recae fundamentalmente en las mujeres, pues a través
de ellas se busca un origen mítico en la que se basa la alian-
za matrimonial o de hecho, que es heterosexual. Es en este
marco que a las mujeres se les pide lo que Amrita Chhac-
chi ha denominado “la carga de representación” (Chhachi,
citada por Yuval-Davis, 2004). Ellas son las que son cons-
truidas para cargar la representación de la autenticidad, son
las portadoras simbólicas de la identidad y el honor de la
colectividad, es decir de la nación.
De esta forma, las mujeres deben tener comporta-
mientos “apropiados”, ropas “apropiadas” y movilidades
“apropiadas”. Como sostienen Adrienne Rich y Monique
Wittig, en la lógica heterosexual los cuerpos de las mujeres
son “apropiados” para ser colocados al servicio no sólo de
sus maridos, amantes, esposos, sino de una colectividad
completa (Rich, 1980; Wittig, 1992). Esta autenticidad
cultural, tiene que ver además con limitar a las mujeres a
la esfera reproductiva dentro de una relación heterosexual.
Se asume que son las mujeres que “paren el colectivo”
(Yuval, Davis, 2004), al ser las reproductoras biológicas de
la nación, o de las culturas particulares, que además deben
siempre cuidar del producto de esa reproducción.
El multiculturalismo, la mayoría de las veces, le
viene muy bien a la masculinidad, pues son casi siempre
los hombres finalmente quienes se rigen como los repre-
sentantes más autorizados de las culturas, de la cuales las
mujeres asumen el rol de reproductoras y transmisoras.
Como lo ha estudiado la feminista materialista francesa
Jules Falquet (1991) en el caso de las mujeres indígenas de
90 | Ochy Curiel
tudiar grupos de las denominadas “culturas particulares”
muchas veces ha presumido que las mujeres no eran opri-
midas, sino que se trataba de relaciones marcadas por otro
tipo de tradiciones, fuera de la mirada occidental.
Si partimos de que las culturas son construcciones,
que son contingentes, producto de relaciones y conflic-
tos sociales, es necesario complejizarlas en su estudio. En
ese sentido, introducir los impactos que tiene el régimen
heterosexual en la construcción cultural, indudablemente
ayuda a analizar esta complejidad.
10. Entre las cuales la Defensoría del Pueblo, las Personerías de Medellín y Bogotá,
Human Rights Watch, la Asociación por los Derechos Civiles de Argentina, la
Asociación Española para la aplicación del derecho internacional de los derechos
humanos, la Facultad de Antropología de la Pontificia Universidad Javeriana, el
Centro Latinoamericano de Sexualidades y Derechos Humanos de la Universidad
Estatal de Rio de Janeiro y la Comisión Colombiana de Juristas.
92 | Ochy Curiel
impulsar la proliferación de prácticas sociales y sexuales
fuera del matrimonio y las obligaciones del parentesco he-
terosexual dominante? ¿El recurso del Estado marca el fin
de una cultura sexual radical?
Mi argumento no se limita a analizar cómo se eclipsa
la variedad de las sexualidades en esta normalización, aun-
que tampoco lo descarto. Como plantee antes, para otro
tipo de relaciones sociales, pienso que toda legitimación
por parte del Estado significa entrar en los términos que
ofrece el Estado-nacional, y con ello las opciones alterna-
tivas se van clausurando en la medida que legitimamos al
Estado como única posibilidad de reconocimiento social.
Además, sigue generando otros tipos de exclusiones, pues
el hecho que el acceso a la atención médica y la posibilidad
de transmisión del patrimonio, por ejemplo, tengan que
ser legitimados por el Estado a través de la legalización de
este tipo de uniones, sigue limitando la posibilidad de ac-
ceder a esos servicios para las personas célibes, divorciadas
y divorciados, u en otro tipo de relaciones familiares que
cada vez afloran más en Colombia como en otras partes.
Entiendo que el tema no tiene salida fácil, dado
que la falta de reconocimiento estatal supone angustias,
invisibilidades y hasta diversos tipos de violencia y exclu-
siones que muchas personas no heterosexuales vivimos a
diario. Sin embargo, creo que para que esto cese, debemos
reconocer y legitimar otras formas posibles, tanto de re-
laciones como de organización social. Si observamos otras
experiencias y otras sociedades, nos damos cuenta que son
posibles otras maneras de vivir en sociedad como lo hacen
comunidades campesinas en Brasil, parte del Movimiento
Sin Tierra o las diferentes comunas lésbicas que han existi-
do en diversos lugares y momentos de la historia (Falquet,
2008). Desde mi posición como lesbiana feminista, invito
a pensar en aquello que aún no ha sido pensado, lo que
constituye un reto necesario para un pensamiento y un ac-
cionar crítico y comprometido.
E
ste artículo recoge las tesis trabajadas en mi reciente
libro Perturbando el texto colonial. Los Estudios
(Pos) coloniales en América Latina (2010) para
comprender la subalternidad femenina: por un lado, que
96 | Karina Bidaseca
los límites del feminismo académico blanco para pensar
los procesos de “colonialidad” y sexo/género. Hablaré de
“colonialismo jurídico” en el tratamiento del caso por
parte del Estado Nación argentino y de “colonialismo
discursivo”, cuando las voces “bajas” (Guha, 2002) de las
mujeres son fagocitadas, representadas o traducidas por
otras voces. Entiendo sus voces como instrumento polí-
tico del sujeto, ensayando, en los pliegues lo que llamo
una “teoría de las voces” (Bidaseca, 2010) desde la con-
ceptualización de Aníbal Quijano (2000) de su “colonia-
lidad del poder”, que incluye el tratamiento de la política
de la subjetivación en curso.
98 | Karina Bidaseca
surgen problemas con esta denominación, que englobaría
tanto a las mujeres oprimidas por la raza en el “Primer
Mundo” como a las mujeres de países descolonizados.
Estas tensiones se retrotraen a la década de los
años setenta, en la que el feminismo chicano, negro, in-
dígena y asiáticoamericano, reunido en el ejemplar libro
“Esta puente mi espalda. Voces de mujeres tercermundis-
tas en los Estados Unidos” (1988) constituye el anteceden-
te de lo que luego se llamaría feminismo “postcolonial”.
Las mujeres que cuestionan este feminismo son aquellas
que observan otras ausencias sintomáticas de la agenda fe-
minista: el racismo, lesbofobia, la colonización. En torno
al llamado a la unidad del feminismo para luchar contra
la opresión universal del patriarcado, las feministas –que
desconocían la opresión de raza y clase- pospusieron y
desecharon estas otras opresiones e impidieron ver sujetos
racializados sexualizados y colonizados y la ubicación de
estos sujetos en diferentes discursos racializados (hook).
En efecto, encontraron que la categoría de patriarcado era
una forma de dominación masculina universal, ahistórica,
esencialista e indiferenciada respecto de la clase o la raza y
fue este el motivo de su cuestionamiento.
Cuestionamiento que también suscriben las mu-
jeres indígenas cuando afirman que es una categoría oc-
cidental con la cual no se identifican. “El concepto de
género es patrimonio de las ciencias sociales como cate-
goría de análisis y su construcción teórica es parte de un
proceso social y académico distante a los Andes.” (Paiva,
2007). Mientras la Unidad es el principio de abstracción
la cultura occidental, la Paridad lo es para la cosmovi-
sión indígena (Lajo). Esta cosmovisión está compuesta
por entidades complementarias pero a la vez opuestas:
masculino, femenino se complementan a la vez que se
oponen, no se busca asegurar la superioridad masculina
como en la cultura occidental.
Para la pensadora indígena Rosalía Paiva (2007)
S
ólo fue hace cien años, sin embargo para mi gene-
ración parece que fue en un tiempo mítico. El pue-
blo mapuche se movía con libertad en su territorio,
la gente se comunicaba con las fuerzas de la mapu. Ma-
puzungun significa el idioma de la tierra. La tierra habla,
todos sus seres tienen un lenguaje y todos los mapuches lo
conocían.
El mapuzungun era la primera lengua y se enseña-
ba y aprendía en condiciones óptimas. A la sombra de los
ancianos crecían los nuevos brotes, el verde perfecto que
luego estaba delante de los rituales. Cerca del agua.
Las mujeres cantaban los tayüles que transmitían
la fuerza, y el orgullo de ser quien se era no era un tema
filosófico en cuestión.
Pero la muerte que desde 1492 venía cercando a los
pueblos originarios de América cerró su círculo en el sur.
La guerra del desierto, el malón winka, significó la derro-
ta militar, la ocupación del territorio por parte del estado
argentino. “Cuando se perdió el mundo” hace cien años.
El mapuzungun se volvió el idioma para expresar el
dolor, el idioma del desgarro cuando el reparto de hom-
bres, mujeres y niños como esclavos. Un susurro secreto
en los campos de concentración. El idioma del consuelo
entre los prisioneros de guerra. El idioma para pensar.
Fue el idioma del extenso camino del exilio, la dis-
tancia del destierro. La larga marcha de nuestros bisabue-
los hacia las reservas. Ka Mapu.
A nuestros abuelos, les tocó ir a la escuela rural y
hacerse bilingües a la fuerza. Aunque fue el proscripto de
GLOSARIO
Mapu: tierra
Zungun: habla, idioma.
Che: gente
Tayüll: canción sagrada del linaje familiar
Winka: extraño, enemigo
Ka Mapu: tierra lejana
Ka mollfunche: gente extranjera, de otra sangre.
Nguillatun: ritual propiciatorio
Puel Mapu: tierra del este, actualmente Argentina.
Mapuche ta iñche: yo soy mapuche
Kishungenelan: no me mando solo/a
C
asi dos siglos tardó el conquistador e invasor a
nuestro continente, en reconocer que los pueblos
originarios éramos personas y no animales, sin
embargo y a pesar de ese “reconocimiento” las sociedades
surgidas a la luz del “progreso” de la cultura hegemónica
siguen resguardando en el inconsciente colectivo de que lo
bárbaro, salvaje, feo y malo es inherente a lo indígena. Ex-
presiones tales como:… “éstos niños parecen indios” fra-
se habitualmente usada ante una situación bulliciosa, o de
cierto “desorden”, también esta frase peyorativa es utiliza-
da ante la supuesta desprolijidad en el vestir o en el peinar.
Durante siglos se ha educado a esta sociedad con
estos prejuicios muy bien arraigados, sin embargo en el
caso del pueblo nación mapuche, notamos curiosamen-
te, que esa mirada negativa hacia lo indígena tiene cierto
resarcimiento desde el enfoque sexista, es decir, desde la
pupila racista del dominador, no hay atributo bueno en
el dominado, sin embargo todos los historiadores y cro-
nistas de la época de la conquista, como posterior, en la
conformación de los estados nación, coinciden en señalar
como virtudes sólo de los hombres mapuches, la fortaleza
física, su coraje y sus habilidades como jinetes y guerre-
ros, si bien esto fue real debido a una nutritiva y correcta
alimentación, no era privativo de los hombres, toda la na-
ción mapuche, soberana en su territorio, conocedora de la
naturaleza de la que formaba parte, identificaba perfecta-
mente cuáles eran los frutos y alimentos que nuestra ñuke
mapu(madre tierra) nos otorgaba. Al igual que importan-
La mujer mapuche y
las múltiples formas de opresión
N
unca se está plenamente conciente del lugar de
pertenencia hasta que sales de él, hasta el mo-
mento en que alguien pregunta ¿de dónde eres?,
contestar una pregunta tan simple puede ser toda una en-
crucijada, nunca se sabe qué es aquello que la otra persona
realmente quiere saber, las posibilidades se multiplican:
podrías responder donde naciste, donde viviste, el ulti-
mo lugar en el que residiste antes de pasar a condición de
extranjería, en última instancia puede implicar revelar tu
identidad no al otro sino a ti misma.
La pregunta por la procedencia o por “el lugar del
que eres” puede ser sólo una pregunta cortés, simple cu-
riosidad de parte de aquella persona que interroga, pero la
respuesta sin darnos cuenta puede marcarnos mucho más
de lo que pensamos. Similar a llenar un formulario para
cualquier tramite burocrático, como nos ejemplifica Tere-
sa De Lauretis en La tecnología del género, la primera vez
que llegamos al casillero, F o M, en realidad elegimos una
representación, entramos al juego del sistema sexo-género,
en las relaciones sociales de género y nos representamos
como hombres o mujeres, nos marcamos e identificamos
en dos opciones binarias, aunque sea una respuesta casi
automática y tan naturalizada, implica hacer un reconoci-
miento, una instantánea inspección sobre nuestros cuer-
pos y las identidades sexuales con las que nos han y nos
hemos cargado. De Lauretis (1999) cuestiona, quién marca
a quién, si a final de cuentas no somos nosotras quienes
marcamos F sino la F quien nos marca a nosotras.
Pero llenar un formulario no es lo mismo que con-
testarle a un interlocutor amistoso, el segundo entra en
1. Véanse los textos de Monárrez, Julia. “La cultura del feminicidio en Ciudad Juárez,
1993-1999” en Frontera Norte, El Colegio de la Frontera Norte, vol. 12, núm. 23,
enero-junio, 2000: 87-118 y Limas, Alfredo y Patricia Ravelo. Femenicidio en
Ciudad Juárez: una civilización sacrificial”, en El Cotidiano. Revista de la realidad
Mexicana, México, UAM-Azapotzalco, núm 111, ene-feb, 2002: 47-57.
V
olví a perderme en Buenos Aires. Llegué hace dos
meses a esta ciudad y ella y yo aún no hemos po-
dido hacer las paces. Sin embargo, no niego que
esta ciudad tiene su encanto, para mí es el de la inmensi-
dad. Yo, que vengo de Puerto Rico, una pequeña isla del
Caribe, en la que el carro es una necesidad ya que, entre
otras razones, no hay ni facilidad ni conciencia peatonal,
la posibilidad de caminar por horas sin ni siquiera tener
claro un destino es inigualable. La mejor imagen que en-
cuentro para explicarlo es la sensación que se tiene al inicio
de sentirse enamorado. Esa sensación de fluidez, de estar
en tránsito. Dejarse llevar, sin dudas. Hasta que entonces
llega el cisma, ese pequeño detalle que agrieta la confianza.
Ese detalle que no importa cuánto se avance en la relación,
reaparece en cada discusión manifestando que no es tan
pequeño. En uno de esos días en que transitaba por esta
ciudad, apareció mi cisma.
Iba de camino hacia la Plaza de Mayo, o, por lo me-
nos eso pensaba, hasta que comencé a caer en cuenta de que
nuevamente estaba perdida. Entonces, observé lo que me
rodeaba. A cuatro pies de distancia, frente a mí, caminaba
un hombre “blanco”, muy alto y rubio, vestido de chaque-
ta y corbata. Me impresionó porque aparentaba estar tan
perdido como yo. Mientras reparaba en esto, noto frente a
nosotros dos, un motorista que nos da la espalda y al qui-
tarse su casco, deja ver un “dread lock” largo y hermoso.
Y recuerdo haber sentido paz al ver su cabello, como si
ese “dread lock” tendiera un puente, entre nosotros, por
E
ste análisis se realiza en el marco de la investigación
de tesis de Maestría, sobre desplazamiento forzado
en la zona del Catatumbo Colombiano, que arroja
información acerca de la condición de la mujer en zonas
donde se vive una profunda crisis humanitaria.
A continuación se presenta la relación existente en-
tre conflicto armado y la problemática de género. A partir
de la revisión de la dicotomía victimario – victima. Tratan-
do de entender cómo las diferentes formas de violencia han
afectado la posición de las mujeres frente a los hombres, en
el espacio público, o frente al estado. Buscando ampliar a
nuevos enfoques de género, que impliquen entender nue-
vas formas de participación y articulación en el conflicto,
al igual que delinear nuevas formas de construcción y pro-
yección que se generan para la construcción de identidad
en el post conflicto.
Desplazamiento forzado:
cambio en las condiciones de vida
14. Mujer-Indígena-Urbana.
Entre el hacer y el decir,
el territorio y la ciudad.
Ana Mariel Weinstock
Rosario Castelli
es activista feminista, Profesora en Ciencias
Antropológicas de la Universidad de Buenos
Aires. Integrante del grupo de investigación
activista “Feministas Ch’ixi”, que desarrolla
el PRI “Dependencia, colonialidad y rupturas
epistemológicas en los feminismos latinoameri-
canos” y del PRI “Antropología y Sexualidades.
Procesos, prácticas y representaciones” ambos
asentados en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires. Miembra del
Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación
y Acción Feminista (GLEFAS).
Colonialidad y dependencia en los
estudios de género y sexualidad en
América Latina: el caso de Argentina,
Brasil, Uruguay y Chile
Por Yuderkys Espinosa Miñoso
y Rosario Castelli
Introducción
L
a presente propuesta intenta avanzar en algunas
hipótesis que venimos desarrollando en trabajos
anteriores. A gran escala nuestro proyecto está
comprometido en develar la colonización discursiva y la
colonialidad de los feminismos latinoamericanos, así como
la manera en que ésta ha estado imbricada dentro de los
proyectos de construcción de las hegemonías feministas
del continente. Nuestras hipótesis refieren a que mucha
de la producción de sentido y apuestas políticas del femi-
nismo latinoamericano se han dado dentro de contextos
marcados geopolítica e históricamente por los procesos de
colonización, descolonización y recolonización continen-
tal, desde donde se definen la mayor o menor legitimidad
de discursos y prácticas emancipatorias.
Tal como lo hemos sostenido en trabajos anteriores
(Espinosa M.: 2010), aun cuando en América Latina el fe-
minismo nace al calor de las izquierdas y las luchas revolu-
cionarias de los años 70 la producción del ideario feminista
latinoamericano se desarrolló y amparó en el pensamiento
y el programa político del feminismo occidental. En la his-
toria oficial del feminismo es en Europa y EEUU donde
se iniciaría este movimiento político de las mujeres al cual
accederían algunas mujeres de las élites intelectuales y de
1. Gloria Anzaldúa, Cherry Moraga, Ana Castillo, Norma Alarcón; ni con las
feministas negras como bell hooks, Audre Lorde, Patricia Hill Collins, Barbara
Smith, Cheryl Clarke, Angela Davis o las reunidas a mediados de los 70 en el
Combahee River Collective.
2. Trabajos como los desarrollados por autoras como Silvia Rivera Cusicanqui, Suelí
Carneiro, Jurema Wernerk, Lélia Gonzáles, Julieta Paredes, Breny Mendoza, Ochy
4. Para una lectura amplia sobre estos movimientos leer: Fernanda Beigel (2006),
Karina Bidaseca (2010). Algunos textos clave de los estudios (pos)coloniales en
América Latina ver: Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendietta (1998), Arturo
Escobar (2007), Silvia Rivera Cusicanqui y Rossana Barragán (1997).
5. Si nos atenemos a las tesis de Quijano tal identidad no existía al momento de la
llegada al “nuevo mundo”. La ponemos entrecomillas para significar su precariedad
Alcances de la investigación.
Investigaciones en Derechos
y salud sexual y reproductiva
Caracterización general
de los marcos conceptuales y analíticos
Conclusiones preliminares.
Santiago Ruggero
es Lic. en Sociología, UBA. Docente de la Cátedra: “La Soci-
ología y los Estudios Poscoloniales”, Facultad de Cs. Sociales,
UBA. Miembro de los Proyectos Ubacyt “Mujeres interpeladas
en su diversidad. Feminismos contra-hegemónicos del Tercer
Mundo”, dir. K. Bidaseca (Facultad de Cs. Sociales, Universi-
dad de Buenos Aires. Y Proyecto “Colonialidad, colonialismo e
imperialismo. Conflictos territoriales, políticas antimigratorias,
guerras difusas” (IDAES/UNSAM).
Sergio Kaminker
es Lic. En Sociología, UBA. Doctorando del Doctorado en
Sociología, IDAES, UNSAM. Becario Conicet. Miembro del
Proyecto “Colonialidad, colonialismo e imperialismo. Conflictos
territoriales, políticas antimigratorias, guerras difusas” (IDAES).
Alicia Tabarosa
es Lic. En Sociología, UBA. Miembro del Programa “Posco-
lonialidad, pensamiento fronterizo y transfronterizo en los
estudios feministas” (IDAES).
María Herminia Greco
es Lic. En Sociología, UBA. Miembro del Programa “Posco-
lonialidad, pensamiento fronterizo y transfronterizo en los
estudios feministas” (IDAES).
Ana Mines
es Estudiante avanzada, Sociología, UBA. Integrante del Uba-
cyt “Mujeres interpeladas en su diversidad. Feminismos con-
trahegemónicos del Tercer Mundo”, dir. K. Bidaseca (Facultad
de Cs. Sociales, Universidad de Buenos Aires. Miembro del
Programa “Poscolonialidad, pensamiento fronterizo y trans-
fronterizo en los estudios feministas” (IDAES).
Cinthia Saporito
es Lic. En Sociología, UBA. Integrante del Ubacyt “Mujeres
interpeladas en su diversidad. Feminismos contra-hegemónicos
del Tercer Mundo”, dir. K. Bidaseca (Facultad de Cs. Sociales,
Universidad de Buenos Aires).
Luciana Politti
es Lic. En Sociolgía, UBA.
Raza y racismo,
algunas consideraciones desde la genética.
La negritud femenina y
la violencia sexual colonial.
“Ennegrecer el feminismo”
Nos dice bell hooks (2004) “Como grupo, las mujeres ne-
gras están en una posición inusual en esta sociedad, pues
no sólo estamos como colectivo en el fondo de la pirámide
ocupacional, sino que nuestro status social es más bajo que
el de cualquier otro grupo. Al ocupar esa posición aguan-
tamos lo más duro de la opresión sexista, racista y clasista.”
Queremos destacar en base a ello, algunas de las si-
tuaciones interesantes para pensar en cómo se expresa la
subalternidad racializada de las mujeres negras, que han
emergido en el trabajo de campo realizado a partir de una
encuesta a población afrodescendiente cuyos resultados
serán parte del próximo Informe:
1. La mayoría de la/os encuestada/os contestaban en
primera instancia por la negativa ante la pregunta si habían
sufrido algún tipo de discriminación. Ello se reforzaba con
la negación de la negritud. Por un lado, observamos la na-
turalización del racismo cotidiano, la objetualización de los
vendedores ambulantes africanos que son parte del paisaje
citadino (Un encuestado por ejemplo, afirmó que “cotidia-
namente era insultado por su color de piel, pero que prefe-
ría no pensar en ello”, -Encuestadora). Paradojalmente, se
presenta la autonegación mientras el estereotipo con el cual
se los violenta sigue siendo el color de la raza: “Negra de
mierda…”, “Negro de mierda, volvete a tu país”…
Características sociodemográficas,
Razones de llegada al país,
Salud,
Discriminación
Participación en el tiempo libre.
E
l trabajo que se realiza en el ámbito doméstico o
fuera de él con el fin de garantizar los cuidados de
las/os integrantes del hogar, y el mantenimiento,
creación y reproducción de las condiciones básicas de la
vida (Rohlfs et al, 1998) comprende tareas de manteni-
miento de la infraestructura del hogar, organización del
funcionamiento del hogar, trabajo de mediación con el
mundo externo y cuidado de las/os integrantes del hogar
(Carrasquer et al, 1998).
Cursé el Seminario de doctorado “Poscoloniali-
dad, pensamiento fronterizo y transfronterizo en los Es-
tudios Feministas. Revisión y nuevas contribuciones teó-
ricas” (UBA, 2010) dictado por Karina Bidaseca y Vanesa
Vazquez Laba en la búsqueda de nuevas perspectivas de
análisis para esa temática. Encontré allí marcos comprensi-
vos que al aportar a la exploración de las diferencias entre
mujeres, rescataban elementos que consideraba claves para
el análisis del trabajo doméstico y de cuidados de las mu-
jeres migrantes. En particular, en este artículo me centraré
en dos de ellos: 1- la interseccionalidad género-raza-clase
social y su especificidad en el marco del capitalismo colo-
nial globalizado, y 2- la cuestión de la agencia femenina en
contextos de subalternidad.
2. La interseccionalidad género-clase-raza en
mujeres que migran en contextos del capitalismo
colonial globalizado
E
l presente artículo surge de los avances alcanzados
en el desarrollo del proyecto de investigación “La
Prostitución Forzada tras la privatización de YPF
en las ciudades de Cutral Co y Plaza Huincul. Una mira-
da desde la Perspectiva del Género Descolonial”. Dicho
proyecto tenía en sus inicios como objetivo fundamental
indagar acerca de las características que adquiere la Pros-
titución, como estrategia de supervivencia a partir de la
precarización de la vida que la privatización de Yacimien-
tos Petrolíferos Fiscales (YPF) generó. En la medida que
la investigación se iba desarrollando, fui encontrando da-
tos que me resultaron de total relevancia que me obligaron
a reformular algunas cuestiones que consideré oportuno
compartirlas.
Para dar cuenta de mi anterior objeto de estudio, me
pareció pertinente comenzar con un rastreo histórico de la
Prostitución en dichas localidades y para mi sorpresa me
encontré con la historia de la “Casita de Chapa”. Este caso,
no sólo pone en evidencia el protagonismo del Estado al
apoyar, por acción u omisión, prácticas proxenetas; tam-
bién puso de manifiesto la relación de necesariedad exis-
tente entre la Prostitución y las Industrias de Explotación
de Hidrocarburos. Por lo tanto, considero que cualquier
investigación seria, que pretenda dar cuenta de la Trata de
personas con fines de explotación sexual en estas zonas del
globo, donde son estas industrias las que configuran las
realidades de su población, debe partir de la comprensión
del lugar que la Prostitución y su consumo tienen en este
juego perverso.
El orgullo nacional
Nada es natural…
Cuerpo de mujer…
¿Ypefianas?
Reflexiones preliminares
L
a relación entre economía y mujer ha sido abordada
usualmente desde la política pública en temas aso-
ciados a la pobreza y la demografía. Sin embargo,
en el año 2010 los gobiernos de la región asumieron una
de las principales propuestas del movimiento feminista: El
reconocimiento del cuidado como un aspecto principal del
funcionamiento de la economía y un derecho universal.
Periódicamente la CEPAL organiza una conferencia
en la que se acuerdan políticas regionales para el avance en
la igualdad de género. En esta reunión a la que asisten re-
presentantes de los gobiernos de América Latina y el Ca-
ribe se propone una agenda que se traduce en políticas y
programas que son aplicadas por los distintos países.
En la última conferencia1 dos puntos principales
fueron trabajados, uno se refería a la necesidad de incre-
mentar la participación de las mujeres en los organismos
de decisión política, principalmente aquellos elegidos de-
mocráticamente y el segundo que será analizado en este
trabajo se refiere al lugar de la mujer en la economía: “La
contribución de las mujeres a la economía y la necesidad
de que el trabajo doméstico no remunerado y las tareas de
cuidado se entiendan y traten como asuntos públicos, de
responsabilidad compartida entre las esferas del Estado,
el sector privado y la sociedad civil…Para ello se propone
el desarrollo y el fortalecimiento de políticas y servicios
universales de cuidado, basados en el reconocimiento del
4. “El cuidado es una actividad específica que incluye todo lo que hacemos para
mantener, continuar y reparar nuestro mundo, de manera que podamos vivir en él,
tan bien como sea posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser y nuestro
ambiente, todo lo cual buscamos para entretejer una compleja red de sostenimiento
de la vida. Esta definición incluye tanto la posibilidad del autocuidado como la de
cuidar a otros, sin contar su dimensión afectiva, pero no lo equipara a una actividad
mercantil cualquiera. Asimismo, incorpora tanto la perspectiva de quienes otorgan
L
a trayectoria de Gladys Ñanco, co-fundadora de
la primera comunidad urbana mapuche-tehuelche de
Puerto Madryn, puede relatarse en dos planos. En un
plano, su rol protagónico para la recuperación, organización
y comunicación comunitaria así como en la gestación y sos-
tenimiento del territorio comunitario. En otro plano, su ac-
ción nombrada por la voz del otro, su palabra desplazada, su
primera persona transformada en tercera.
Esta disociación entre ejecutar un trabajo y tomar
la palabra puede expresar una relación de subordinación
pero también una relación de complemento. Sin embargo,
nuestro sentido común académico nos predispone a elegir
la primera interpretación. Y en este sentido, me pregunto
por qué frente a determinados hechos en la vida cotidiana
de esta mujer mapuche, yo veo una relación de sumisión
y si ello no respondería a mi mirada occidental sobre la
noción de equidad entre dos géneros diferentes. Por eso,
una preocupación central que acompaña todo este trabajo,
será revisar desde qué lugar simbólico-material interpreto
y qué procesos de traducción implemento. En definitiva,
poner a prueba mi capacidad o no de apartarme de una
mirada colonialista.
Y en el caso de que se tratase de una relación de su-
misión, analizaré cómo se expresa su situación de subalter-
na en relación a su identidad indígena y de género. ¿Cuáles
son los mecanismos de dominación étnica y sexual en la
esfera personal y social? Lejos de pensarlas como escin-
dibles, entiendo a estas dos dimensiones de la identidad
como dos entradas, dos caminos distintos pero entrelaza-
Mujer-Indígena-Urbana | 291
dos. ¿Cómo sería un modo de ser mujer mapuche-tehuel-
che? ¿Existe como tal? ¿Cómo identificar sus expresiones?
Todas estas preguntas en un marco problemático
más amplio que sirve de contexto: cómo se expresa la etni-
cidad en la ciudad. Cómo definir como comunidad origi-
naria a aquellos colectivos que han modificado uno de los
elementos sustantivos de su etnicidad que es su relación
con la tierra.
La disociación entre el hacer y el decir en la historia
de Gladys, fue inicio de un ejercicio compartido entre su
análisis personal y mi intención académica para interpre-
tarlo desde el bagaje teórico del feminismo poscolonial.
Por supuesto, todas estas preguntas exceden el pre-
sente trabajo pero vale como primer intento.
2. Kai Kai, que reinaba en el océano, provocó un diluvio y obligó a los muy antiguos
a refugiarse en la montaña de cima triple donde reinaba Tren Tren. Largo tiempo
duró la lucha entre Kai Kai y Tren Tren, mientras una de las serpientes elevaba el
nivel de las aguas provocando la muerte masiva por inundación, la otra elevaba el
nivel de la montaña para salvarlos. Finalmente, ganó Tren Tren pero acercó tanto
a los humanos al sol, que muchos perecieron. Sobrevivieron una o dos parejas y
sólo un sacrificio humano permitió hacer descender el nivel de las aguas y así,
pudieron repoblar el planeta. (“El cuerpo de la mujer como soporte del discurso
simbólico mapuche” en Montecino, Sonia Sol viejo, sol vieja. Lo femenino en las
representaciones mapuche, Revista Excerpta Nº7, 1996).
Mujer-Indígena-Urbana | 293
mágicas: expresa el anhelo que los espíritus dadores y pro-
tectores de la vida amparen el receptáculo femenino donde
ella se gesta” (Montecino, 1996)
Las mujeres mapuche portan, entonces, en su pro-
pio cuerpo los discursos míticos que dan identidad a su
pueblo, que lo singularizan. Y, al mismo tiempo, desde
su cuerpo elaboran y reproducen esos relatos (vía el ofi-
cio de tejedora). Podríamos leer en esto que lo femenino
es soporte y germinación de la narración que explica el
re-surgimiento de la humanidad. Pero, también puede in-
terpretarse como el anhelo social de que ese cuerpo, que
es puramente naturaleza, sea “escrito” por la cultura. Lo
femenino cambiante, cíclico como los elementos natura-
les, es “contenido” por un cinturón cargado de símbolos
religiosos, fundacionales, de vida. Apresado en ese relato,
el cuerpo de la mujer mapuche es cultura y naturaleza al
mismo tiempo. Y, metafóricamente, el propio cinturón es
el nexo que ella tiene con el cosmos: una relación “umbili-
cal” que va envolviendo al ser (real y figurado) que nacerá
desde su vientre. (Montecino, 1996)
Con respecto a la utilización de platería, la trapela-
cucha es el principal conjunto ornamental que no sólo en-
gala sino especifica identidad. Se trata de una alhaja pecto-
ral que cae sobre el pecho femenino, cuyo diseño muestra
un águila de dos cabezas en el ápice; bajo las aves cuelgan
dos pillanes (fuerzas extraordinarias y poderosas) y luego
un conjunto de cadenas que culminan casi siempre en una
placa de la cual cuelgan monedas o campanas3.
Algunos testimonios de Carmela Romero revelan
que la mujer y la plata se encuentran relacionadas en al-
gunas canciones, en donde el metal es una metáfora de la
belleza de la mujer. En dichas canciones, recopiladas por
3. Según las investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
Nacional de Chile, la plata es un metal que sirve de “contra”, es decir, protege del
mal a las mujeres que lo usan. También, trae suerte. Tener peumas (sueños) con
joyas de plata es signo de buena fortuna, de fertilidad y restauración de la salud.
Mujer-Indígena-Urbana | 295
a su territorio, “paga” por él para apoderarse de su vida.
En las versiones de sumpall masculino el pago se realiza
mediante alimento con la aparición la invocación de gran-
des cardúmenes mientras que en las versiones de sumpall
femenino el pago se resuelve mediante plata.
En el relato de “La princesa de la laguna Quelén-
Quelén” en lugar de sirenas, la protagonista es una prin-
cesa encantada que en las noches de luna, se transforma
en garza para salir a buscar novio. Arropa entre sus alas al
elegido y lo lleva a su isla-paraíso donde promete felicidad
y vida eterna a condición de no contar el secreto. Luego de
un tiempo, le da permiso para regresar con los suyos pero
al romper el mandato de mantener el secreto, desaparece.
Se dice que la princesa sigue apareciendo como garza para
llevarse a otro joven. Cuando no encuentra a nadie, vuelve
a su isla y llora, y a los pocos minutos se desencadena el
temporal y la lluvia.
Los ecos de Sumpall femenino se oyen en esta na-
rración: la garza quita, sustrae a un joven de su familia,
sin dar nada a cambio; por ello rompe, incluso, la norma
de reciprocidad presente en el “pago” de la novia. En este
epeu [cuento] claramente se quebranta la virilocalidad. A
diferencia del Sumpall, se trata de un ser que se metamor-
fosea: de princesa encantada (bajo el agua) a garza, de gar-
za a princesa. Lo femenino aparece como bello, de inevi-
table seducción; mujer rubia (como en la versión de María
Raguileo) que enloquece a los jóvenes. (Montecinos, 1996)
En otro relato del río Toltén, la sumpall se transforma
en una niña bella y vestida de verde. Un winka (hombre blan-
co invasor) rico que compró (o robó) muchas tierras viaja en
camión y al ver una niña muy bonita sola en el camino, la lleva
en la parte de atrás de su vehículo. Durante el viaje tuvieron
un accidente donde sólo todos los huincas ricos perecieron,
dos jóvenes se salvaron y de la niña no se tuvo noticia pero se
cuenta que ella voló por sobre el camión mientras caía al río.
Hasta aquí, los actos y las expresiones que contie-
Mujer-Indígena-Urbana | 297
central. Angel llevó su filmadora nueva y estaba dispuesto a
grabar para la posteridad todo lo que estuviera a su alcance.
Entre otras cosas, filmó una rogativa que hermanos mapu-
ches habían organizado para el inicio de la jornada. Hasta
ahí, nada les llamó demasiado la atención pero cuando lle-
garon a su casa y pusieron la casetera para mirar…
“Ahí fue que nosotros con Angel, los dos (se emo-
ciona)… ¿qué pasó con nosotros? ‘¿Viste, negra? Esto es
lo nuestro. Esto es lo que nosotros no sabíamos. Esto es
lo que ignorábamos. Esto es lo que nosotros buscábamos
y no sabíamos’. ¿Qué era?. A partir de ahí, unas mujeres
de Trelew nos empiezan a llamar que vayamos a una reu-
nión, que se van a juntar todos mapuches…” (Entrevista a
Gladys Ñanco, enero 2011)
La realización de la primera rogativa de Madryn del
año 1997 derivó en la conformación de la comunidad ori-
ginaria más antigua de la ciudad de la cual se fueron des-
prendiendo los demás colectivos que hoy existen en Puer-
to Madryn. Se registraron como comunidad en febrero
de 2000 y al año siguiente, la Municipalidad les otorga un
predio de 6 hectáreas, ubicadas en las afueras de de la urbe
camino hacia la ruta nacional Nº3 y hacia la Península de
Valdés. Desde entonces, el “campito” (como le llaman) ha
sido centro de sus prácticas y sus sueños comunitarios. Un
lugar desde donde tomar conocimiento de sus ancestros.
“A decir verdad, hoy por hoy… Gladys de alguna
manera se ha tornado en el puntal de la comunidad, del
predio, ¿no? Yo tampoco digo nada al respecto porque me
parece bien que ella, porque ella tiene mucha afinidad con
los jóvenes. Eso es bueno, poder trabajar con los jóvenes
y hacer que los jóvenes se interesen. Eso hay que tener
una cierta afinidad para con eso. Ella convoca y los chicos
vienen y van al campito, trabajan en el campito y lo que
yo veo como positivo que lo hacen con ganas. Ponen todo
de sí y eso es bueno. Chicos que por ahí sin conocimiento,
(…) Es lo que se da en llamar vida en comunidad, todos
Mujer-Indígena-Urbana | 299
las lágrimas) Y yo lo siento así. Es muy fuerte para mí. Y
realmente, creemos. Creemos en la fuerza de la naturaleza.
Creemos y yo tengo plena fe por ejemplo, de que si yo le
pido al mar, a la montaña, a las piedras, al viento, se pue-
de cumplir. Y muchas cosas de esas, muchos hermanos que
predican el ser mapuche o el ser tehuelche pero después de
ahí, se van todos a la iglesia. Bueno, allá ellos también (…) Y
lo que yo digo de que por qué me tocó a mí. Y bueno, es un
sentimiento” (Entrevista a Gladys Ñanco, diciembre 2010).
Desde la cosmovisión mapuche, cada cual llega a
esta vida con un mandato a cumplir y cada quien debe des-
cubrir cuál es su newén (espíritu).
A veces se presenta a partir de los sueños como en
el caso de su hija Silvia cuya misión es ser calfumalen (jo-
ven vestida de azul en ceremonias rituales), quien para su
propia sorpresa canta en mapuzungun (lengua mapuche)
sin haber aprendido el idioma. Dicen que es un poco in-
trovertida y que no canta en público pero cuando canta en
lengua, lo hace bien.
“Lo que Silvia hace, que canta en legua mapuche,
ella canta los taíles6 y ella lo soñó. Siempre cuento que yo
decía esta chica se debe estar poniendo de novio por eso
está tan triste. Y estaba tirada, así en la cama. Estaba triste,
yo la veía triste. Bueno, pensaba problemas de la casa, la
familia, qué se yo tantas cosas pasan en uno. Ella me contó
y me dijo lo del sueño y yo le dije mi hijita lo poco que yo
he averiguado, yo sé que no te podés resistir, no podés ne-
garlo. Pero yo no sé mamá, no voy a poder. Yo sé que vas
a poder porque por algo se te presentó el peuma7 para que
vos aprendas, para que vos sepas realmente cuál es tu lugar.
Y bueno es así. (…) Yo creo mucho en los sueños y además
le doy importancia. Por ejemplo, no soporto cuando mi
esposo dice “no le des bola!”, “la tenés que dejar pasar”.
6. Canto sagrado
7. Sueño
8. Se refiere a la diferencia entre sentir algo como propiedad de uno (que le pertenece)
y sentirlo como propio (perteneciendo a ese algo)
9. ¿Y ella? El gana un sueldo fuera de la casa, por lo tanto puede cuantificar en
billetes su esfuerzo y aporte.
Mujer-Indígena-Urbana | 301
nuevo, una motosierra (que tampoco anda)” (Intervención
de Gladys en entrevista a Angel, octubre 2008)
En ese tiempo, no trabajaba fuera de su casa. Ahora,
montó un negocio de ropa en unos de los locales, propie-
dad conyugal, que ella ayudó a construir aunque no direc-
tamente aportando dinero.
Luego de dos años, retomo el contacto con Gladys
para entrevistarla ya de manera personal y con una idea
general de concentrarnos en ella. Entre las dos entrevis-
tas, no sólo había mediado tiempo sino un cambio en el
posicionamiento de Gladys que se expresa en la autoper-
cepción de los dos planos (decir y hacer) nombrados por
ella misma.
“Es bueno que alguien se ocupe del tema de la mu-
jer… se ocupan siempre de lo que hace el hombre (…) En
todos los grupos siempre pasa igual, ¿viste? Por ahí la mu-
jer trabaja, hace muchas cosas y no la tienen en cuenta (…)
uno lo hace con pasión, igual, porque una no se fija en esas
cosas” (Entrevista a Gladys Ñanco, enero 2011)
He aquí la marca de género está presente en todas las
culturas. Igualdad y diferencia, como dos conceptos cen-
trales del pensamiento postcolonial, aparece aquí con toda
su complejidad. ¿Cuánto me une a mí, mujer académica
“occidental” a Gladys, mujer mapuche?
Porque si bien la visión homogénea del feminismo
occidental disuelve las irreductibles particularidades que ca-
racterizan la vida de las mujeres no Occidentales y termina
apropiéndose de dichas diversidades bajo un patrón universal
(y opresor) de ser mujer (Felski, 1999: 40); también es cierto
que muchas mujeres indígenas se enfrentan al dilema de no
anteponer sus luchas como mujeres a la lucha global de su
pueblo. Relegan y esconden su diferencia sexual bajo el con-
cepto de complementaridad que termina siendo una trampa
(Bidaseca, 2010:206), donde la “diferencia” se transforma en
subordinación y la “igualdad” en una ilusión engañosa.
Igualdad y diferencia no son dos categorías binarias
Mujer-Indígena-Urbana | 303
“Yo le dije a mi hijo, le digo pero ellos no le dan
importancia a lo mío (…) ellos palparon mucho lo del pa-
dre, la historia del padre, quién es su papá, de dónde vino,
quién es, todo, ¿no? Y a veces, cuando les toca hablar de
mí, ¿no?, yo me siento mal porque ellos dicen: ‘No, mi
mamá no’ Y yo me enojo porque le digo a ellos: ‘¿Por qué
me niegan? ¿Por qué? ¿Por qué tienen esa descarez de ne-
garme? ¿Por qué lo hacen? No, mi mamá, no. Ella es de
José de San Martín’, ¿viste? ‘No mi mamá no, ella no’. Y
no, no, no. Es como que no asumen que yo soy descen-
diente de mapuche”13.
E: Y vos ¿qué pensás? ¿A qué responde eso?
G: No, es porque a ellos es como los criamos, como
en eso de que su papá era el descendiente, que su papá era
el originario, que su papá esto, que su papá el otro, que su
papá allá” (Entrevista a Gladys Ñanco, enero 2011).
Aquí es cuando la disociación de los planos se trans-
forma en una diferenciación jerárquica del hombre quien
detenta la palabra (y la historia) y la mujer quien delega su
palabra y su historia14.
También pertenecen a los dos planos, la palabra es-
crita y la palabra hablada. Claramente, la cultura occidental
privilegió la escritura y despreció la oralidad de las socieda-
des clasificadas como “ágrafas”. Una palabra fija, discreta,
perdurable, inmodificable, universal, independiente de los
sujetos que la ejercen y del contexto que la hace posible.
Una palabra objeto, que sólo admita y reconozca la marca
de su autor individual (Bidaseca, 2010: 215).
Cuando Gladys toma la iniciativa de difundir la cul-
tura tehuelche-mapuche, Angel le indica que debe leer e
Palabras finales
Mujer-Indígena-Urbana | 305
favorece la adopción de prácticas de dominación de géne-
ro occidentales que reproducen la invisibilidad del trabajo
femenino en cuanto a recuperación y continuidad cultural.
El segundo, se inclina a sostener que la negación de la perte-
nencia femenina a una parcialidad originaria (mapuche) res-
ponde a la construcción de un imaginario social colonialista
que refuerza la expansión colonialista sobre la tierra.
Muchas preguntas se abrieron en este primer inten-
to de reflexionar desde el feminismo poscolonial. Necesi-
tamos continuar profundizándolo en diálogo con nuevos
testimonios de las comunidades. Porque si bien se inició el
abordaje del problema desde la intersección género-etnia,
aún en el análisis se presentan como dimensiones disocia-
das, como si ser mapuche y ser mujer corrieran por carriles
separados.
Y en esta búsqueda, resulta interesante destacar el
contraste entre las dos entrevistas. La autopercepción de
la situación de subalterna por parte de Gladys Ñanco, que
trascendió el discurso (casi genera su separación matrimo-
nial) pero que al volcarlo en lo discursivo nos brinda la
oportunidad de enriquecer y profundizar el análisis a par-
tir del diálogo y la traducción, como proceso intercultural.
Su denuncia de discriminación por los propios miembros
de la comunidad, dentro del entorno familiar más ínti-
mo, nos lleva a pensar por un lado, en su performatividad
y capacidad agencial; por el otro, en que las relaciones
de colonialidad atraviesan todos los grupos sociales. No
existen sujetos subalternos puros y transparentes. Como
dice Mallon: “la mayoría de los subalternos son sujetos
tanto dominados como dominantes, dependiendo de las
circunstancias o ubicación en la que los encontremos” (ci-
tado por Bidaseca, 2010). La dominación no es un exterior
absoluto, aún para quienes nos posicionamos en un lugar
de emancipación.
L
os Encuentros Nacionales de Mujeres comenzaron
a realizarse en 1986 y hasta la actualidad continúan
sin interrupción. Estas reuniones anuales convocan
mujeres de todo el país durante tres días, en los cuales a
través de la participación en talleres de diversas temáticas
se hacen escuchar, debaten y proponen acciones a seguir.
En el marco de estos encuentros vengo trabajando desde
el 2007, participando concretamente en el taller “Mujeres
de los pueblos originarios”. Éste reúne mujeres indígenas
de distintas comunidades y regiones del país. “Originaras”
de todas las edades, con sus colores, lenguas, banderas, son
acompañadas por mujeres no indígenas que participamos
en este taller. Con distintas historias organizativas logran
articular sus acciones y construir una agenda política en
la que se proponen combinar las demandas específicas de
género con las demandas de sus pueblos.
Al recorrer la historia de los encuentros a través del
relevamiento de sus conclusiones, la realización de entre-
vistas y la participación personal en los mismos; intento
conocer la forma en que las mujeres indígenas fueron for-
taleciéndose en este espacio nacional de mujeres. La par-
ticipación en estos encuentros junto al material registrado
en otros espacios, en los cuales las mujeres indígenas par-
ticipan, me han permitido identificar posicionamientos,
alianzas y disidencias de este colectivo respecto al movi-
miento más amplio de mujeres.
Cultura y Agencia
E
l Poder Judicial como órgano de Estado encarga-
do de dirimir conflictos e impartir justicia le cabe
una especial responsabilidad ya que a través de sus
fallos se reconocen o no derechos colectivos de los pue-
blos indígenas. Aquella jurisprudencia que aplica los De-
rechos Humanos y Derecho Indígena de manera favorable
genera conciencia y aporta a visibilizar la importancia del
respeto y reconocimiento hacia este grupo históricamente
excluido. En este sentido, mediante el debate de caso re-
ferido a violencia contra la mujer indígena se busca deve-
lar prácticas judiciales que violan los Derechos Humanos
en base a la construcción del “indígena/mujer indígena”
que perpetúan y reproducen simbólicamente relaciones
de Hegemonía-subalternidad.
A partir de la Reforma de la Constitución Nacional
en el año 1994, con la incorporación de los Tratados In-
ternacionales de Derechos Humanos (Art. 75 Inc. 22) y el
reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas
(Art. 75 Inc. 17) el Estado Argentino se define como Plu-
ricultural. En este sentido, resulta menester la armoniza-
ción jurídica en pos de superar la concepción monista del
Estado, en donde se identifica al Estado con un modelo
de nación, para admitir que puede existir una diversidad
cultural (coexistencia de cosmovisiones distintas) a la cual
el Estado debe respetar.
Este nuevo bloque de constitucionalidad federal,
implicó un cambio radical en el reconocimiento de los de-
L
a Subsecretaría de Salud Comunitaria tiene bajo su
órbita la mayoría de los programas del Ministerio
de Salud de la Nación cuya destinataria principal es
la mujer en sus distintas etapas de la vida. Dependen de di-
cha Subsecretaría: la Dirección Nacional de Maternidad e
Infancia, el programa Nacional de Salud Sexual y Procrea-
ción Responsable, el Programa Nacional de Prevención
de Cáncer de Cuello-Uterino y el Programa Nacional de
Salud Integral en la Adolescencia, entre otros.
A inicios de 2009, se forma el área de comunicación en
salud comunitaria y se comienza a trabajar en la búsqueda de
formas de comunicación menos centralistas, que incorporen
la mirada y la voz de aquellos a quienes se busca interpelar y
con los que se intenta dialogar en el espacio público.
Un diagnóstico inicial mostraba que a pesar de un
marco de derecho favorable para el acceso a la salud de la
mujer y también de respeto de los derechos de los pueblos
originarios, en las prácticas cotidianas en los servicios de
salud las situaciones eran muy heterogéneas y en numero-
sos casos estos derechos no estaban garantizados.
A la vez, el desarrollo de la estrategia de comunica-
ción no podía desconocer que las formas de conceptuali-
zación de la salud y la enfermedad, del rol del hombre y
la mujer están sujetos, aunque no de forma definitiva, a las
creencias, valores e imaginarios de la cultura o grupo de
pertenencia.
En este marco de permanente tensión, de paradigmas
en disputa y significaciones que se construyen y reconfir-
T
anto Argentina (1991)1 como Bolivia (1997)2 fue-
ron los primeros países en Latinoamérica que pro-
mulgaron medidas de acción afirmativas de género
orientadas a aumentar y garantizar la representación de
las mujeres en los parlamentos nacionales, mediante leyes
de cuotas electorales. Como indica Archenti, las acciones
afirmativas puede ser de tres tipos: “…elaboración de pro-
gramas y planes de igualdad de oportunidades y de trato,
la creación de espacios de mujer en el ámbito ejecutivo y
la implementación de acciones afirmativas de género (cuo-
tas) en los procesos eleccionarios” (2002:30). El primer
tipo no necesariamente requiere la presencia de mujeres,
sí los otros dos. Asimismo, los mecanismos implementa-
dos para garantizar las cuotas eleccionarias han sido tres:
escaños reservados, leyes electorales de cuota y cuotas de
partidos políticos (Krook, 2008).
Lamentablemente no existen datos sistematizados
respecto de la inserción de mujeres en el ámbito del poder
ejecutivo. Sabemos que en Argentina, progresivamente,
cada vez más mujeres están al frente de ministerios y debe-
mos destacar que en Bolivia, tras la renovación de su man-
dato presidencial en enero del año 2010, el gabinete de Evo
Morales quedó constituido en partes iguales por mujeres
y hombres. Sí hay mayor información en relación al po-
der legislativo. Además de que ambos países sancionaron
1. Se promulgó la ley 24.012/1991 (Ley de Cupo) modificatoria del código electoral,
garantizando una cuota mínima de un 30% de mujeres con posibilidad de de ser electas.
2. Se sancionó la ley 1704/1997 reforma el sistema electoral estableciendo también
una cuota de 30% de mujeres y, en simultáneo, se aprueba una normativa que
establece cuotas al interior de los partidos políticos.
Salida
E
n general, las teorías feministas blancas hegemó-
nicas interpretan las prácticas culturales de las
mujeres subalternas como residuos arcaicos; las
representan como inmaduras para la praxis política y,
por tanto, justifican la necesidad de ser “educadas” en
el feminismo occidental. Como explican Amos y Parmar
(citado por Mohanty, 2008: 129) estas teorías deben im-
pugnarse continuamente.
En la hoy conocida como América latina, 1492 sig-
nificó el silenciamiento y la inferiorización de la cosmovi-
sión indígena frente a la supremacía cultural de occiden-
te. La política imperialista de re-nombrar lo que ya tenía
nombre: lugares, lenguas, creencias, costumbres… silenció
los idiomas originarios y con ello, la memoria y la historia
de los pueblos calificados “sin historia”. Para impedir la
disolución de la memoria de los que Dipesh Chakrabarty
llama “pasados subalternos”, la crítica poscolonial busca
en la Historia la fabricación de narrativas (Chakrabarty,
1998). Reconsidera la historia desde otro lugar, desde el
lugar de los colonizados, y así intenta recuperar las “voces
bajas” (Guha, 2002) de la historia.
1. Una versión idéntica fue publicada en la Revista Temas de Mujeres, publicación
digital el Centro de Estudios Históricos e Interdisciplinario Sobre las Mujeres Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Agradecemos a las
editoras la autorización para su reproducción. Las autoras gratifican los momentos
de diálogo mantenido con Moira Milán y Liliana Ancalao.
E
l estudio de los discursos científicos y literarios
por medio de los cuales es representada y conoci-
da una población sujeta a gobierno colonial, dejó
al descubierto las íntimas relaciones que mantienen entre
sí el saber (científico) y el poder (administrativo y polí-
tico). Después de “Orientalismo” de Edward Said (2003
[1978]), el estudio de las sociedades indígenas dejó de re-
clamar para sí el “derecho” y la idoneidad de estudiar di-
rectamente al “otro”. Contorneando las diversas formas
de ejercer esa clase de violencia epistemológica, algunos/
as procedieron a incorporar como dimensión de análisis
la revisión “reflexiva” (Bourdieu, 1995; Bourdieu, 2003) o
“textual” (Clifford y Marcus, 1991) de sus prácticas de co-
nocimiento. Otros/as comenzaron a estudiar las “ideas” o
“representaciones” que sobre esas poblaciones producían
las agencias estatales, eclesiales o científicas, bajo la for-
ma del “indigenismo” (Sousa Lima, 2002); “indianidad”
(Pacheco de Oliveira, 1988) y “aboriginalidad” (Briones,
2005). Los/as propios/as indígenas/as han sido señalados
como actores interesados en “conocer” y “objetivar la
propia cultura” e íconos sagrados con objeto de re-crear-
los como “efectores de grupidad” (Briones, 1998); formas
simbólicas contemporáneas de procesamiento del regreso
a la indianidad perdida a merced de procesos de urbaniza-
ción y mixtura (Pacheco de Oliveira, 1999).
Claudia Briones, en su análisis del activismo mapu-
Hacia la afectación
D
entro del área de estudios los movimientos socia-
les, autores como Snow et al. (1986: 464), citando
a Erving Goffman, definen la noción de framing
como “‘esquemas interpretativos’ que permiten a los in-
dividuos ‘localizar, percibir, identificar y dar nombre’ a
sucesos de su vida local o del mundo”. Estos marcos son
fundamentales para que los integrantes de los movimien-
tos sociales puedan responder de manera conjunta a los
cambios que amenazan su modo de vida: “Al dar signi-
ficado a los eventos o sucesos, los marcos interpretativos
permiten organizar la experiencia y guían las acciones,
tanto individuales como colectivas”. Una segunda noción
importante que trabajan estos autores es la de de ciclos
de protesta o cycles of protest. Tarrow (1998: 142) define
ciclo de protesta como “una fase de conflicto exacerbado
a través del sistema social”. Los ciclos de protesta pueden
ir asociados con marcos interpretativos maestros, los que
“no sólo inspiran y justifican la acción colectiva, sino que
también dan significado y legitiman las tácticas”, según
Snow et al. (1986: 477). Así, estos autores sostienen que
algunos discursos elaborados en un ciclo de protesta pue-
den ser utilizados en momentos sucesivos, debido a que
algunos movimientos “funcionan como progenitores de
marcos interpretativos maestros que proveen un anclaje
ideacional e interpretativo para movimientos posteriores
en el ciclo de protesta” (Ibid.).
Cuba y el azúcar
El yanqui
sobre el cañaveral.
La tierra
bajo el cañaveral.
¡Sangre
que se nos va! (84)
Y fijate que tú
No ere tan adelantá
Porque tu boca e bien grande,
Y tu pasa, colorá.
Caña
(febril la dije en mí mismo)
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿qué cortador con su mocha
te cortará?
¿Qué ingenio con su trapiche
te molerá?
El momento de la rebelión
y la soledad (de género)
Un marino americano,
bien,
en el restaurant del puerto,
bien,
un marino americano
me quiso dar con la mano,
me quiso dar con la mano,
pero allí se quedó muerto,
bien,
pero allí se quedó muerto
el marino americano
que en el restaurant del puerto
Látigo,
sudor y látigo.
Látigo,
sudor y látigo,
E
l objetivo de este trabajo, que abordaré en mi tesis
de maestría, es indagar la concepción de identidad
femenina que expresa la poetisa y novelista nica-
ragüense Gioconda Belli en su narrativa. Para desarrollar
mi investigación seleccioné las dos primeras novelas de
la escritora: La mujer habitada (1988) y Sofía de los pre-
sagios (1990). En ambas historias se narran sucesos que
comprometen a mujeres que revierten su posición en la
sociedad y se toman el espacio de lo público para hablar
con su propia voz. Su obra no debe considerarse como
literatura feminista, sino, como una literatura que le da
protagonismo a la mujer.
Metodológicamente realicé una delimitación en la
obra de la autora, La mujer habitada es una de sus obras
más reconocidas que ha sido traducida a varios idiomas y
analizada en ámbitos, políticos, literarios y sociales. Sofía
de los presagios es una novela que no tiene tanto recono-
cimiento, pero es una obra que describe la experiencia de
una mujer que debe enfrentar el dilema de la identidad fe-
menina y la dificultad de sentirse parte de dos culturas.
Ambas novelas relatan las historias de mujeres que tienen
el desafío de vivir en un mundo diseñado y dirigido por
los hombres.
L
as preocupaciones políticas y temáticas de los femi-
nismos latinoamericanos en esta primera década del
siglo XXI reponen la tensión entre lo global y lo lo-
cal, lo central y lo periférico, lo dominante, lo subordinado,
lo hegemónico, lo contrahegemónico. Bajo este escenario
lo que me interesa en estas líneas es retomar, a modo de
panorama general, la ya clásica discusión entre autónomas
e institucionalistas que encontró a mediados de los’90 su
momento de máxima expresión, pero que no ha desapare-
cido en cuanto divisoria de aguas dentro del feminismo en
América latina, con la intención de abordar con mayores y
más ricos elementos las prácticas feministas comunicacio-
nales on line. Es decir, se trata del puntapié inicial de un
estudio comparativo entre los portales feministas institu-
cionalistas hegemónicos y los portales feministas autóno-
mos contrahegemónicos donde lo que se identificará serán
características, formatos, contenidos, estrategias comuni-
cativas, metas políticas, fines sociales, perfil comunicativo,
tipo y modalidad de articulación con acciones off line. Esta
tarea previa permitirá por un lado, a través de la exploración
y descripción de los perfiles, contenidos y formatos de los
portales, identificar si se corresponden con el denominado
institucionalista o con el autónomo o tal vez con formatos
mixtos de difícil clasificación. Por otro lado, se podrá deter-
minar en qué medida las producciones teóricas de los femi-
nismos latinoamericanos encuentran en las NTIC un lugar
de expresión, difusión y formación en la medida en que se
constate, o no, su reflejo o quizás hasta un lugar de mayor
desarrollo, en la Red.
Palabras finales
Otras fuentes