Tomando en cuenta que estamos ante una crisis accidental a nivel social e internacional que amenaza nuestro bienestar físico y psicológico, consideramos que es fundamental el cuidado y la tranquilidad emocional por sobre el rendimiento académico del estudiantado. Esta crisis por su carácter brusco y abarcativo constituye un gran desafío en el que los aspectos más esenciales de la vida -como el encuadre de las actividades en la rutina- se ven afectadas. Esto implica una enorme exigencia sobre los sujetos, quienes deben desarrollar profundos procesos adaptativos en poco tiempo, que se tornan complejos. Sumándole a esto que los estudiantes se encuentran frente a una ruptura en su continuidad; a la vez que el aislamiento genera una sensación de agobio (sobretodo en los adolescentes), es importante que el docente no incremente esta sensación con el envío de tareas; sino que funcione como un “contenedor emocional” para los estudiantes. La educación durante y posteriormente a la crisis accidental contribuye al restablecimiento del equilibrio emocional, un medio por el cual tanto pares como educadores podemos ayudar al otro a sobrellevar la situación, a su vez siendo conscientes de que la crisis se resolverá con o sin nuestra ayuda pero que nuestro accionar puede hacer la diferencia.