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TORRE ROJA a partir de 7 afios La Have antigua y oxidada que Andrés se encuentra un dia no sirve para abrir nin- guna de las puertas de su casa. Pero su padre recuerda una puerta olvidada en la pared del fondo del desvén...!y deciden abrirla! Paul Maar nacié en Alemania, Estudio bellas artes y fue profesor durante 10 afios, Es autor ¢ ilustrador de libros infantiles, entre otros, Roberto y Otrebor, que también forma parte de la coleccién Torre de Pa- pel. Ha escrito obras de teatro y guiones de televisin para nifios. Sus obras han recibido premios internacionales y se han traducido a varios idiomas. Actualmente vive en Bamberg, Alemania. ce uns ISBN 958-04-1489-0 9"7e95s0l4 asso LA PUERTA OLVIDADA PAUL MAAR oo pa eee LA PUERTA OLVIDADA ; SE LA PUERTA OLVIDADA PAUL MAAR Traduccion de Rafael Arteaga ustraciones de Frantz Wittkamp tp://wwrw-nonna.com ‘Daagold, Buenos Aires, Caracas i, Manco, § fami, Panama, Quit, Juan, San Sa", 2:01, Saitiago ce Chile epygt ©1991 pr tparoudcy Tostaie Union or docal Norma SA AS topo Cl I 0 ri Vv v VL vn val CONTENIDO ae La lave ct La puerta El padre se vuelve nifio El canguro y Ia cacatéa La biisqueda La oficina de informacién Buscando hayas El regreso CAPITULO 1 { Todo empezé un dia completamente | normal, en una familia completa- ! mente normal y durante un almuerzo completamente normal. | EI dia completamente normal era | viernes. \ La familia completamente normal i era la familia Buenahora. i Esta es la familia Buenahora: i Guillermo Buenahora, de 36 afios | de edad, es el padre. Helena Buenahora, de 34 afios, es la madre. £ Margarita, de 10 afios, es la hija. Andrés, que acaba de cumplir 6 afios y pronte entraré a la escuela, es el hijo. El almuerzo completamente nor- mal era éste: Espinacas con crema, papas y filete de pescado. Primero, el padre se sirvié espina- cas y le pasé la bandeja a la madre. Luego, la madre se sirvié espinacas y le pasé la bandeja a Margarita. ita dijo: —jUstedes saben que a mi no me gustan las espinacas! —y le pasé la bandeja a Andrés. Y ahi fue cuando la historia empez6 de verdad. Andrés dijo: —jA mi me encantan las espinacas! Luego tomé el cuchar6n y cuando iba a servirse una buena cantidad de espinacas, algo cay6 de su manga iPLAFI y aterrizé directamente en la bandeja, salpicando con espinacasa la 9 familia. Todos quedaron con la cara lena de manchitas verdes. —jPerdén! —dijo Andrés asustado. —j{Qué fue eso? —preguntaron su padre, su madre y Margarita casi al mismo tiempo. —Algo se me cayé en la bandeja —dijo Andrés con voz casi impercep- tible. —Ya nos dimos cuenta —dijo su padre y se limpié las espinacas de la punta de la nariz—. gY qué fue? Andrés comenzé a buscar con la cuchara por entre las espinacas. —jAqutf esta, fue esto! —dijo y sacé de la bandeja un objeto alargado. Cuan- do lo colocé sobre su plato, tintined. El objeto se veia verde y estaba cu- bierto de espinacas. Al parecer se tra- taba de una gran Mave antigua. —jUna llave! —grit6 la madre sor- prendida—. ;De dénde la sacaste? —De mi manga —dijo Andrés con cierto sentimiento de culpa—. Se me cay6. —No. Lo que yo quiero saber es cémo fue a dar esa Have a tu manga —dijo la madre. —Sali6 del bolsillo de mi pantaién —explicéd Andrés—. Primero la tenfa en el bolsillo dei pantalén, pero como no podia sentarme bien con ella alli, me la meti en la manga. —jNo, no! Lo que quiero saber es cémo llegé la lave al bolsillo de tu , pantal6n —pregunté la madre. —jMuy sencillo, yo la puse ahi! —No. jEs que no me entiendes? —dijo la madre un poco incémoda ya—. Quiero saber de dénde sacaste Ja lave. —Ah, ya entiendo! Me la encontré. —iY dénde? Andrés reflexioné un momento. —Aqui, debajo de a mesa, creo. O entre el florero. Ya no me acuerdo bien. —iDebajo de ia mesa o entre el flo- rero! —dijo Margarita remedando- lo—. jIncrefble que seas tan olvidadizo! i Andrés se encogié de hombros. —De verdad que no me acuerdo —dijo. —Raro, jmuy raro! —afiadié el pa- dre. Pero no se estaba refiriendo a An- drés. Luego, tomé la Ilave con los de- dos y la levé cuidadosamente al lava- platos. Alli abris el grifo y dejé correr el agua hasta que Ja Have quedé lim- pia. EI padre la examiné con cuidado y volvié a decir «raro» mientras agitaba Ja cabeza. —iQué es lo raro? —preguntd la madre desde la mesa. —La conozco muy bien. Es la misma lave que perdi de nifio —le explicé el padre—. En esa época la busqué durante semanas enteras sin encontrarla. Y ahora aparece aqui, de un momento a otro. Todos se acercaron’a mirar la ex- trafia lave. —jDe dénde es esa lave? - pre- gunté la madre. —Hmm... —dijo el padre y refle- xion6 un rato. —De todos modos no tiene por qué estar entre las espinacas —observé Margarita. —Ya la he probado en todos ios armarios y no le sirve a ninguno — dijo Andrés—. Y tampoco a ninguna puerta. —jLa puerta! Pero claro, jla puerta! —exclamé el padre sobresaltado—. 1B zCémo pude haberla olvidado? Con ella se puede abrir la puerta que queda en el fondo del desvan. Y sin pensarlo dos veces subié a toda prisa las escaleras, con la lave en la mano. El resto de 1a familia corrié tras él. —jDe qué puerta est4 hablando? —pregunté la madre mientras lo se- guia escaleras arriba. —Dé6nde podré haber una puerta en ese lugar? —pregunt6 Margarita, que corria detras de su madre. ~—-Yo nunca he visto una puerta alli —dijo Andrés que iba de ultimo—. iNo corran tanto que me dejan atrés! Arriba, en el desvén, el padre per- manecié un rato de pie mirando a su alrededor, como si buscara algo. A un lado, debajo del techo incli- nado, habfa algunas cajas empolvadas que contenjan botellas vacias. Al otro habia una antiquisima bicicleta de nifio, recostada en una viga. En el centro, el techo del desvan era 4 més alto y alli habfa un par de mue- bles viejos que alguna vez habjan per- tenecido a los abuelos. El padre pasé junto a los muebles y se dirigié muy decidido a la pared trasera. hj tiene que estar! —exclamé y senald hacia el muro de ladrillo—. De nifo sali muchas veces por esa puerta. El padre examiné cada centimetro de pared, mientras la-‘madre, Marga- rita y Andrés lo miraban desconcerta- dos. —Desaparecié... {La puerta ya no esté ahi! —dijo finalmente. Estaba muy confundido y movia la cabeza de un lado a otro sin parar. —Es posible que alguien la haya tapado con ladrillos... —dijo Andrés para consolarlo. —Pero si fuera asi se veria el sitio en jonde estaba antes la puerta —inte- rrumpié Margarita. —jA dénde Ievaba tu famosa puerta? Aqui estamos en el tercer piso. Al otro lado de la puerta no hay sino vacio. El que la hubiera atrave- sado se habria cafdo al patio —co- menté6 la madre como si dudara. —Tienes razén. Tienes razén — contest6 el padre en voz baja y se sent6 en un asiento viejo y empol- vado—. A pesar de todo, yo creo que aqui existia una puerta. Aunque tal vez me engafie; han pasado casi treinta afios. El padre se veia tan triste que Mar- garita le puso el brazo alrededor de Jos hombros. —wNo es tan grave, papa —dijo—. Tenemos otras puertas, hay mds que suficientes en esta casa. Ven, bajemos que la comida se va a enfriar. CAPITULO [ 7] | LA PUERTA Dos dias més tarde, el domingo, An- drés entré como una tromba en la habitacién de los nifios. Estaba muy excitado. —jLa vi! {Si existe! jEs verdad! — gritaba. Margarita estaba vistiéndose, sen- tada en el borde de la cama, y dejé caer las medias del susto que Andrés le dio. — Por qué gritas tanto? —pre- gunté disgustada—. Qué pasa? =~ —jLa puerta! —grité Andrés—. Fui al desvan, queria volver a buscar la puerta y, de pronto, la puerta estaba ahi. No sé por qué no la vimos el otro —iYa se lo dijiste a papé? —pre- gunt6 Margarita. Ahora ella estaba tan nerviosa como Andrés. —No, primero queria venir por la llave —dijo Andrés—. Apurate, jvis- tete! Vamos a donde papa y se lo decimos. En menos de cinco minutos estaban todos en el desvan delante del muro de ladrillo. —jIncrefble! —murmuré la madre mirando fijamente la puerta café de madera, que se hallaba en todo el cen- tro de la pared. —Si, asi la recordaba —afirmé el padre sonriendo, parecfa muy satisfe- cho. icreible! —exclamé la madre una vez mas. El padre hizo girarla perilla. Estaba | | | | | | | i a | . be gris vy empolvada y de ella colgaban multitud de telarafas. —Esté cerrada con lave. Andrés, jdame la lave! —dijo. Meti6 Ia lave en el ojo de la cerra- dura y la hizo girar. La puerta se resis- tié un poco pero al empujarla se abrié dejando apenas una rendija. —Andrés, Margarita, jno se acer- quen! —grit6 la madre asustada—. Y té, Guillermo, ten cuidado, jno sea que te caigas al patio! —Si es como antes, no caeré ni al patio ni a ninguna otra parte —mur- a muré el padre y abrié la puerta com- pletamente. —jIncrefble! —exclamaron Ia ma- dre, Margarita y Andrés casi ai tiempo, —jDebo estar volviéndame loco! © —iEs maravillose, papa! Pero é] parecia no estar sorpren- dido en io més minimo. Solamente asenta y sonrefa. Al otro lado de la puerta habia un prado, pero no se trataba, ni mucho menos, de un prado corriente, de un poco de hierba amarilla aprisionada entre dos sembrados de papa, jno! La hierba alta y jugosa crecia desde el quicio de la puerta y, hasta donde alcanzaba la vista, no habia mas que hierba. A una cierta distancia, el terreno se volvia un poco quebrado y se veian unas colinas, y sobre una de ellas ha- bia un arbol. — Cémo es posible? Nuestra casa se enccentra en plena ciudad. ,Como 2 puede haber un prado aqui? —pre- gunt6 Margarita desconcertada. —Si, y ademas jcémo asi que el prado empieza directamente enfrente de la- puerta? jAqui estamos en un tercer piso! —dijo la madre. —Y jcémo puede hacer sol? Desde hace dos dias llueve sin parar —dijo Andrés—. Ahora mismo estaba Ilo- viendo. El padre encogié los hombros. —Yo tampoco lo puedo explicar. Solo sé que es asi, y que ya era asi cuando yo tenia siete afios. Si se atra- viesa la colina, se llega a un pequefio bosque, y més allé hay un lago con una isla. —Papé, jvamos hasta alld! —ex- clamé Andrés entusiasmado—. Quie- 10 ver el lago. —Si, hagamos una excursi6n —su- girié Margarita. — Vamos? —pregurité el padre mi- rando a la madre. —Mejor vayan ustedes. Yo me ucu- 2 paré del almuerzo mientras tanto — contesté ella—. Me paso todos los dias yendo de un lado pata otro, asi que no me molesta nada permanecer en casa el domingo. (Hay que decir que la sefiora Buenahora trabajaba en el correo, repartiendo cartas.) —Bien. Voy por mi chaqueta y sali- mos —dijo el padre entusiasmado. Poco después los tres se despedian de la madre delante de la puerta. — De verdad no quieres venir con nosotros? —pregunté el padre. —No, de verdad que no. Por favor, regresen a las doce para almorzar y ique les vaya bien! —Gracias —dijo el padre y atravesé la puerta. Andrés y Margarita lo si- guieron y salieron a la amplia pra- dera. La puerta se cerré tras ellos, y ajusté haciendo un suave «clic». Cuando mi- raron a su alrededor no vieron nin- guna puerta, tnicamente el cielo azul. Pero cuando se acercaron bien, descu- brieron una linea muy fina’en medio del azul del cielo. Era la rendija de la puerta. Y cuando tocaron el azul ce- leste, pudieron también sentir la pre- sencia de la puerta en ese sitio. —Cémo haremos para encontrar la puerta cuando volvamos? —pre- gunté Margarita. —jLa pradera se ve igual por todos lados! iY si nos perdemos? —dijo An- drés. El padre reflexionaba. —Arranquemos bastante hierba y hagamos un montén con ella —pro- puso—. Cuando regresemos sabre- mos que la puerta se encuentra detras del mont6n de hierba. Pronto amontonaron tal cantidad de hierba que Andrés apenas podia ver por encima de ella. Entonces partieron. Atravesaron la pradera y luego ascendieron lenta- mente por Ja colina. Delante de ellos se extendia el bosque. Andrés se les adelanté y grit6 desde arriba: —jPuedo ver el lago! Margarita caminaba detras de su pa- dre. —Estoy viendo algo muy distinto —dijo confundida—. Papa, {no notas nada raro? EI padre se detuvo y pregunté: —{Que si no noto qué, hija? 26 —Ti... te has vuelto mas pequefo balbuceé Margarita. —jMés pequefio? —pregunté el pa- dre y bajé la vista. Parecia que se hubiera vestido con la ropa de su her- mano mayor, la chaqueta le daba hasta las rodillas. —jQué raro! —dijo y se remangé los pantalones—. Tienes raz6n. gTa también te has achicado? —No —dijo Margarita. —iVengan ya, aptirense! —grité ‘Andrés con impaciencia. Margarita y su padre siguieron ca- minando. Entonces, Margarita pudo observar exactamente lo que estaba pasando: Su padre se empequefiecia més con cada paso que daba. Cuando Iegaron a la cima de la éolina, el padre era apenas més alto qué Andrés. Pero no solamente se ha- bia reducido de tamafio, sino que ya no parecia un adulto. — Pap, te has rejuvenecido! —dijo Andrés admirado. 28 El padre se veia como un nifio de siete afios. —jQué bueno que ahora tengo ti- rantes —dijo sonriendo—, 0 si no se me caerfan los pantalones! Su voz también habia cambiado, y ahora hablaba como un nifio. — Qué vas a hacer cuando te vuel- vas todavia m&s pequefio? —pre- gunté Margarita sorprendida un poco molesta. —wNo creo que me achique mucho més —dijo’ su padre sin preocu- parse—. Vamos, jhagamos una ca- rrera! A ver quién llega de primero al bosque. Y salié corriendo con toda la rapi- dez que le permitfan sus piernas. —iNo se vale! jTu arrancaste antes que nosotros! —grit6 Andrés, co- triendo tras él. Margarita se quedé quieta un mo- mento mds. Cuando not6 que su pa- dre se habia vuelto todavia mas pe- quefio, salié corriendo también. 29 Los tres alcanzaron la orilla del bos- | que casi al mismo tiempo y se echaron | en la hierba jadeantes, en medio de | ruidosas carcajadas. | | CAPITULO IV EL CANGURO Y LA CACATUA ‘Ya habian descansado un rato, cuando Margarita levant6 de pronto la cabeza y comenzé a escuchar atentamente. —jOigo algo! —murmuré. Los otros dos también escuchaban ahora. En el bosque no cesaba de retumbar un plop-plop... plop-plop. Parecia co- mo si alguien diera golpes en el suelo. —zQué sera? —pregunt6 Margarita en voz baja y se incorporé. Su padre también: aguz6 el ofdo. —Creo que viene hacia ac4 —dijo, y también se incorporé. Los dos se adentraron en el bosque cautelosamente y treparon a una lo- mita para poder ver mejor. Estaba re- cubierta de un musgo café muy la- nudo y en la cima crecian dos extra- fos Arboles. Eran muy pequefios, y casi no tenian hojas. Entonces vieron qué era lo que pro- ducia el ruido: Un canguro que daba grandes saltos por entre el bosque. —jMiren! {Un ‘canguro! —grit6 el padre sorprendido. El animal quedé paralizado del susto en la mitad de uno de sus saltos. El padre. habfa gritado justamente cuando el animal se habia despegado del suelo, y, por esa raz6n, habia que- dade colgando en el aire, como conge- lado a un metro del suelo. Luego de un rato movié los ojos hacia un lado con mucha precaucién y miedo, hasta que los vio a los dos. 32 Respiré aliviado y cayé a tierra con un fuerte plop. ~—Son sélo dos nifios —murmur6— y por poco me matan del susto. —No, tres nifios —dijo Andrés que en ese momento se unja a su padre y asu hermana. De inmediato el canguro volvié a quedar tieso del miedo. Esta vez de- mor6 casi un cuarto de hora para re- cuperarse un poco. Luego pregunté: —Quién eres tui? —Yo me Ilamé Andrés, ésta es Mar- garita y éste es pap —explicé Andrés con presteza. En ese momento un pdjaro desgre- fiado sacé la cabeza de la bolsa del canguro y grit6 con voz estridente: —¢Papé? jQué nombre més raro para un nifo! ;Pap4, papa, jejeje! —Perdén, el pequeiio no sabe Io que dice —dijo el canguro avergon- zado, y a toda prisa empujé al pajaro nuevamente dentro de la bolsa. —Si quieren, me pueden amar 33. «

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