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Situacién social y politica de Espaiia a finales de la Edad Media a través de las crénicas oficiales CaROLINA REAL TORRES Universidad de La Laguna carrel@ull.es 0. Las crénicas oficiales como fuentes de informacién. Fuentes discutibles pero importantes, las crénicas oficiales son a menudo una espléndida muestra de la vida cotidiana de la nobleza y de las complejas reglas que presidian la politica de la época. Esto las convierten en una lectura interesante y en una obligada referencia para el conocimiento de la situacién social -y politica de nuestro pais. El cronista Fernandez de Oviedo, a comienzos del siglo XVI, nos dejé por escrito: «Historiadores y cronistas son en la casa real oficio muy preeminente, y el mismo titulo dice que tal debe ser, y de que habilidad el que tal oficio ejercitare, pues ha de escribir la vida y discursos de las personas reales y sucesos de los tiempos, con la verdad y limpieza que se requiere. Oficio es de evangelista, y conviene que esté en persona que tema a Dios, porque ha de tratar en cosas muy importantes, y las debe decir, no tanto arrimAndose a la elocuencia y ornamento retérico, cuando a la puridad y valor de la verdad, llanamente y sin rodeos ni abundancia de palabras, pues que son memorias que han de durar més que los reyes y vida del principe a quien sirven !. Uno de los testimonios més valiosos para conocer cémo los distintos reinos, en que durante la Edad Media se hallaba dividida Espafia, llegaron a conformarse en una sola naci6n, son las crénicas de Alfonso de Palencia. Sus Décadas, también cono- cidas con el nombre de Crénica de Enrique IV, constituyen un material especialmente valioso para la contienda ideoldgica y politica que se desarrolla desde el reinado de Enrique IV hasta la época de los Reyes Catdlicos. 1. Elcronista Alfonso de Palencia (1423-1492). La primera noticia que tenemos de su vida nos la proporciona él mismo en sus crénicas, al relatarnos una embajada en la que particip6 como acompaiiante del que entonces era su protector, Alfonso de Cartagena, en la que por orden del rey Juan I se intentaba limar las diferencias entre varios de los grandes y el valido del rey, don Alvaro de Luna?. Este hecho tuvo lugar cuando Palencia contaba tan sélo con 1 Gonzato FeRNAnnez pe Ovieno, Libro de la Cémara Real del principe Don Juan y offigios de su Casa y servicio ardinario. Madrid, 1870, Sociedad de Biblisfilos Espaftoles, p. 174. 2” ALFONSO DE PaLeNcia, Cronica de Enrique IV, trad. de A, Paz y Melia, J, Madrid (BAE 257), 1973, p. 13. CE. Fray Tomas Ropricuez, «El cronista Alfonso de Palencia», La ciudad de Dios, 15, 1888, p. 22. ‘Actas do TV Congresse Internacional de Latim Medieval Hispnico (Lishos, 12-15 de Outubro de 2005) 782 CAROLINA REAL TORRES, diecisiete afios de edad, lo que indica que nuestro autor, antes de iniciar su labor como secretario y cronista, ya participaba en misiones diplomdticas, rodeado de personajes de peso en el panorama politico de Castilla. Palencia viaja a Italia, donde entra en contacto con grandes eruditos de su tiempo, tales como el cardenal Besarién © Jorge de Trebisonda, y, a su vuelta, se instala en Sevilla bajo la proteccion del arzo- bispo Alfonso de Fonseca, a quien ayudaba en los asuntos més graves del arzobis- pado?. En esta época logra el cargo de cronista y secretario de latin de Enrique IV (6 de septiembre de 1456) y llega a convertirse en uno de los personajes mas influyentes de la corte‘. El puesto de cronista y secretario de cartas latinas era una especialidad erudita dentro del secretariado real que exigfa una amplia formacién intelectual, necesaria para realizar tanto tareas administrativas como polfticas >. Escribir la historia en latin presupone en el autor un nivel cultural mas elevado que el medio, una formacién como la que recibié Alfonso de Palencia, primero bajo la proteccién del obispo de Burgos, Alfonso de Cartagena, y luego durante sus viajes al extranjero y su relacién con algunos de los hombres mas eruditos de su tiempo ®. Esta solida formacion cultural se reflejaré en su gran labor como cronista: «Ornationem historiographum potuisset aliquando habere Hispania, sed uerationem neminem»; estas palabras de Galindez de Carvajal en su proemio del Itinerario de los Reyes Caté- licos describen la particularidad mas sobresaliente de nuestro cronista. Sus Décadas, escritas en torno a 1477, constituyen una de las poco fuentes fiables para hacernos una idea exacta de la situaci6n social y politica de esta época’. Fl valor de su testi- monio radica en su participacién en la mayorfa de los sucesos que escribe y en su estrecha relacién con los grandes protagonistas del drama politico. Aqui se nos plantea el problema de veracidad de la crénica: entre sus fuentes, prevalece «lo que vi», es decir, la autoridad del cronista como testigo y, a veces, participe de los hechos que narra. Sus personajes son retratados fisica y psicolégicamente. Los temas que deja entrever son la ambicién de los nobles, la falta de dinero y otros recursos y, sobre todo, la inmoralidad de los privados; circunstancias que describe fielmente con abundancia de noticias y detalles. Alfonso de Palencia no adquirié su experiencia politica solamente en las compli- cadas corrientes de faccién dentro de Castilla. Su protector, Alfonso de Cartagena, 3 CEA. M. Fastt, Dos tratados deAlfonso de Palencia, con un estudio biogréfico y un glosario, Madrid, 1876, p. XXXII: «Gran idea debfa tener el Arzobispo de Sevilla, don Alfonso de Fonseca, de la capacidad y saber, asi como de la prudencia de nuestro. cronista, pues le encomends el delicado encargo de ir Roma informar al Padre Santo de las dificultades que, para posesionarse de su antigua silla, le oponta la conducta insidiosa de Enrique IVs. Cf. A. Paz Y MELA, El cronista Alfonso de Palencia, Madrid, 1914, The Hispanic Society of America, p. 416; C. Real Torres, «Apuntes sobré el humanista Alfonso de Palencia y sti obras, Revista de Filologia de la Universidad de La Laguna, 17, 1999, p. 663. “CE. Fantt, op. cit, pp. VX; Paz MaLiA, op. cit, pp. V-VII; Real Torres, loc.cit., pp. 662-664; Rodriguez, loc.cit., pp. 24-25, 300 s. 5 Cf. J. L. BERMEIO CABRERO, «Los primeros secretarios de los reyes», Anuario de Historia det Derecho esparol, 49, 1979, p. 188); id., «Origenes del oficio de cronista reals, Hispania, 145, 1980, p. 399; R. B. Tate, Ensayos sobre fa historiografta peninsular del siglo XV, Madrid, 1970, pp. 280-282; id, «La historiografia del reinado de los Reyes Cat6licos», Acta Salamanticensia. Estudios filolégicos, 277, 1994, p. 18. * CEC. ReaL Torres, «La contribucién de Alfonso de Palencia a la difusién de las doctrinas humanistas en Espafia», en Hewnanismo y Tradicion Cldsica. Actas del IX Congreso Espaitol de Estudios Clasicos, Madrid, 1999, pp. 317-320. 7 Las tres primeras Décadas (1440-1477) fueron publicadas por A. Paz y Melia (Biblioteca de Autores Espafioles 257, 258 y 267, Madrid, 1973-1975), y la cuarta fue hallada y traducida por J. Lorzz pe Toro, «La Conquista de Gran Canaria en la Cuarta Década del cronista Alonso de Palencia (1478- 1480)», en Anuario de Estidios Atlanticos, 16, 1970, pp. 325-393. SITUACION SOCIAL ¥ POLITICA DE ESPANA A FINALES DE LA EDAD MEDIA...] 783 desarroll6, segtin la opinién de R.Tate, «una particular actividad en 1420-21 no sdlo intentando solucionar las diferencias entre los Infantes de Aragén, sino también las existentes entre Juan II de Castilla y el Infante Don Juan después del golpe de estado de ‘Tordesillas, cuando el Infante don Enrique intenté adquirir el control del reino. En premio a su habilidad como negociador fue nombrado miembro del consejo real. Poco después actt6 como emisario cerca del Infante don Enrique cuando este prin- cipe intenté tomar posesidn del Marquesado de Villena. Sus actividades subsiguientes le muestran como partidario del rey en su oposicién a las maniobras de Alfonso V de Arag6én»®. Esta habilidad como negociador debié heredarla Palencia de su gran amigo, pues de ello da muestras a lo largo de su vida y de su obra al referirnos sus numerosas intervenciones en asuntos de gran trascendencia. El objetivo de nuestro estudio es hacer un andlisis de pasajes especialmente significativos en relacién con la serie de circunstancias problematicas que rodearon al reinado de Enrique IV y los comienzos de los Reyes Catélicos, época en que se sientan las bases de la monarquia espafiola. 2. Situacién social y politica de Castilla segin el cronista Alfonso de Palencia. Los esfuerzos de la monarqufa por lograr un estatus mas o menos estable envol- vieron al pais a lo largo de varios siglos en una lucha entre bandos aristocréticos opuestos que cambiaban coristantemente de cardcter y filiacién. Palencia escribe al calor de una reavivada contienda ideolégica entre realeza y aristocracia en el marco de la crisis econémica, social, y politica que sufria Castilla. «Durisimo censor del Impotente y su corte», como lo califica Dominguez Bordona%, nunca dudé en decir abiertamente lo que pensaba. Comenzando por el final del reinado de Juan II de Castilla y centrandose en la figura de su hijo Enrique, se repite una constante en los escritos de nuestro cronista: la conducta desacertada del rey que genera un conflicto y la consiguiente intervencién de la nobleza mediante el consejo y, como no, las intrigas palaciegas. Juan Il de Castilla (1405-1454) fue una figura controvertida en el panorama poli- tico del siglo XV. Su largo, pero complicado, reinado coincide con una época llena de conflictos politicos y descontento social. Su valido, don Alvaro de Luna, fue un perso- naje clave en Ia lucha contra los grandes nobles castellanos partidarios de limitar el poder real en favor de sus propios intereses. Este personaje se ve envuelto en nume- Tosos asuntos oscuros, como el triste episodio de la la locura de Isabel, esposa de Juan Il. El nacimiento de Isabel la Catélica habia supuesto una gran alegria para su padre, pero, como nos explica Palencia, seria también motivo de desgracia, ya que, a ratz de dar a luz, la reina madre desencadené una profunda melancolfa que, afios mas tarde, con la muerte de su esposo, acabaria convirtiéndose en demencia: «Una nueva alegria vino entre tanto a reanimar el espfritu del rey con el nacimiento de su hija Isabel...; mas como nunca suele la fortuna conceder a los mortales un gozo sin amar- garselo con algun pesar, la joven [reina] contrajo en el sobreparto graves dolencias, no sin que recayeran las sospechas sobre don Alvaro, que ni podfa ver con buenos ojos el acendrado carifio del rey hacia su esposa, ni dudar de que aquel nacimiento 8 Tare, op. cit, p. 57. 8 J. Domincuez Bornona, «La prosa castellana en el siglo XV», en G. Diaz-Piasa (coord.), His- toria general de las literaturas hispdnicas, IL, Barcelona, 1968, p. 171. Cf. M. PENNA, Prosistas castellanos del siglo XV, 1 (Biblioteca de Autores Espafioles 116), Madrid, 1959, p. CXXXVI; Reat Torres, loc. cit., p. 667. 784 CAROLINA REAL TORRES contribuiria a aumentarle, Por esto se cree que dirigié todo su estudio a imposibilitar ala reina para corresponder al afecto y a que la locura viniese a destruirle. Ello fue que, sin la menor causa, la reina cay6 en profunda tristeza, y contra lo que todos. pensaban, después de un parto felicisimo, apoderose de su Animo un horror a toda alegria que sélo lograba mitigar la compaiiia del esposo; sin que pudiese disminuirle la variedad de espectaculos que se discurrian, ni el regocijo que con toda clase de fiestas se buscaba» !°, Después de muchos afios de ejercer una gran influencia sobre el rey, el poder de don Alvaro comenzaba a debilitarse probablemente como resultado del ascendiente de la reina sobre su esposo y de las acciones de sus numerosos adver- sarios, entre los que se encontraba el principe Enrique y su valido Juan Pacheco, marqués de Villena. Finalmente don Alvaro, caido en desgracia, muere degollado el mismo aiio del nacimiento del infante don Alfonso: «En el mismo afio de 1453» -nos relata Palencia — «en que el turco tom6 Constantinopla, y en que don Alvaro de Luna sufrié en Valladolid tan terrible muerte, nacié en Tordesillas a 15 de noviembre, dia de San Eugenio, don Alfonso, ilustre hijo del rey don Juan de Castilla» (op. cit, I, pp. 52-53). Con la muerte de Juan II y la coronacién de Enrique IV (1454), se inicia un tiempo leno de peligros y conflictos para toda la sociedad castellana. Enrique comenzé por no respetar las disposiciones econémicas del testamento de su padre, en el que se decfa que a la infanta Isabel le correspondia la villa de Cuéllar, con sus rentas y jurisdiccion, y, a la muerte de su madre, la villa de Madrigal, ademas de la cantidad anual de un millén de maravedies que percibiria a partir de los diez afios mientras permaneciera soltera. Isabel nunca recibid esta cantidad de dinero, ni tampoco la villa de Cuéllar, que fue entregada a uno de los protegidos del rey, don Beltran de la Cueva. De Enrique se dice que estaba poco capacitado para llevar las riendas del pafs, a lo que se unfa su impotencia sexual, por lo menos con respecto a las mujeres: de su primer matrimonio con Blanca de Navarra no tuvo hijos, por lo que, aconse- jado por su valido Juan Pacheco, decide contraer nuevo matrimonio con Juana de Avis, hermana del rey Alfonso V de Portugal. La legitimidad de este segundo enlace ha sido puesta en entredicho por varios autores, entre ellos Palencia, quien advierte que en las capitulaciones matrimoniales no se habfa incluido la dispensa de la bula por los obispos designados por el Papa. También la noche de bodas fue objeto de distintos comentarios que apuntan a que Juana de Avis amanecié tan pura como lo estaba la noche anterior, y existe, ademds, otro pequefio detalle: en contra de la costumbre establecida para probar la consumacién del matrimonio, Enrique prohibié que se exibiera la sabana nupcial. Asf pues, no es de extrafiar que, cuando en 1461, seis aiios después de la boda, se anuncia el estado de buena esperanza de la reina, se renovaran las sospechas y los comentarios maliciosos sobre la paternidad del futuro heredero, atribuida al favorito del rey don Beltran de la Cueva. Con ocasi6n del bautismo de la pequefia infanta, que recibié el nombre de Juana, el marqués de Villena, a pesar de hallarse entonces en aparentes buenas relaciones con el rey, pocas horas antes de la celebracién redacté ante notario un escrito en el que se afirmaba la nulidad del acto poniendo en duda la legitimidad de la infanta. Varios nobles se sumaron a este acto, entre ellos el conde de Haro, don Pedro Ferndndez de Velasco, que conservé en su archivo personal una copia del documento!!. Se desconocen los motivos concretos que ponfan en duda la legitimidad de Juana, pero este hecho 10 ALFONSO DE PALENCIA, Cronica de Enrique IV, ed. A. Paz y Melia, Madrid, Biblioteca de autores espafioles, 1973-75, I, p. 35. "Real Academia de la Historia, Memorias, Doc, XCII, pp. 302-304. Cf, M* A. Pérez Samper, Isabel la Catélica, Barcelona, 2004, pp. 31-32. SITUACION SOCIAL ¥ POLITICA DE ESPANA A FINALES DE LA EDAD MEDIA...) 785 coincide con un gran escdndalo social: la decisién del rey de nombrar a don Beltran de la Cueva, el supuesto padre de la infanta, conde de Ledesma, de donde procede el mote de Juana la Beltraneja. Todo esto demuestra claramente la oposicién de los nobles a la politica ejercida por Enrique IV. Otro hecho significativo fue la oposicién de los grandes de Espaiia a la politica matrimonial ejercida sobre los infantes: tras el intento fallido del rey que, siguiendo la politica de los Trast4mara castellanos de enlazar con la realeza portuguesa, pretendfa casar a Isabel con el hermano de su esposa, el rey Alfonso V de Portugal, un sector influyente de la nobleza, entre los que se encontraban Carrillo, Villena, los condes de Paredes, Trevifio y Salinas, los obispos de Osma y de Coria y el maestre de Calatrava, Pedro Girén, se reunié en Alcalé el 16 de mayo de 1464, estableciendo una alianza destinada a preservar los intereses de Alfonso e Isabel, evitando entre otras cosas proyectos matrimoniales que representaran un peligro para sus intereses. Este pacto planteaba una serie de cuestiones politicas de gran interés y encubria un nuevo enfrentamiento entre nobleza y monarquia, que finalmente se soluciona con la deci- si6n del rey de dejar a Alfonso bajo la tutela del marqués de Villena y nombrarlo futuro heredero de la corona a condicién de que se case con su hija Juana. En el mismo acuerdo, se establece que cese la custodia que sobre Isabel ejercia la reina Juana, asignéndole el palacio real de Segovia, asi como las rentas de la villa de Casa- rrubios del Monte y algunos juros, con lo cual Isabel ganaba no sélo libertad y una mejor posicién econémica, sino también una posicién politica mas definida en la linea sucesoria al trono "2. No obstante, Isabel no consiguié nunca librarse por completo del acoso, mas que de la tutela, de la reina, quien, segtin nuestro cronista, intent6 siempre perjudicar a la infanta: «...no contenta con haber roto ella y sus damas toda barrera de honestidad, se habia empefiado en introducir la disolucién en el traje y en las conversaciones de las doncellas de dofia Isabel luego que conocié su natural pudoroso y la pureza de sus costumbres, y entre otras sugestiones, inducfala constantemente al matrimonio con el rey de Portugal...» (op. cit, I, p. 238). Pero no sélo era el destino de Alfonso o Isabel el que se vefa amenazado, era el de toda Castilla. En 1465 Alfonso, que s6lo tenfa once afios, fue proclamado rey en Avila por los nobles encabezados por el marqués de Villena. Este sticeso fue, sin duda, el detonante de la guerra civil entre los partidarios de Enrique y los miembros de la Liga. En esta ocasién sera Pedro Girén, hermano del marqués de Villena, quien tome la iniciativa en medio de. este caos politico. Ya, con anterioridad, habia atentado contra la madre de la infanta, tal y como apunta Palencia: «...e] maestre de Calatrava, don Pedro Girén, instigado por el rey, y con el mayor descaro, porque el pudor estaba desterrado de aquella corte, traté de atentar al honor de la reina viuda que, después de la muerte del esposo, encerrada en oscura habitacién y condenada a voluntario silencio, vivia dominada por tal pesadumbre, que ya degeneraba en especie de locura. Favorecié al rey cuanto pudo el inicuo propésito; mas no pasé del 4nimo de los que lo concibieron, quedando libre de toda sospecha la castidad y virtud de aquella sefiora» (op. cit, I, p. 62). No se escapa al lector de esta cronica que el ambicioso y astuto plan de Villena suponfa emparentar con la familia real, cosa que al rey Enrique no parecia importarle. Isabel légicamente se opuso a este acuerdo que supondria casarse con alguien de un rango social inferior y tal vez la exclusi6n de la Iinea suce- soria. Dios parecié escuchar sus ruegos, ya que el maestre, tal y como nos relata Palencia, murié de un mal de garganta cuando se dirigia al encuentro de Isabel, el 20 de abril de 1466: «Deshizo los soberbios planes de don Pedro Girén el Omnipotente, 1? Cf, Pérez Samper, op. cit, pp. 34-38, 786 CAROLINA REAL TORRES a cuyo poder nadie resiste y de cuyo juicio ni por apelacién, ni por cautela se escapa;... porque atacado de stibita enfermedad en Villarubia, cerca de Villareal, no solamente hubo de desistir, a pesar suyo, de sus propésitos, sino que en época en que no reinaba pestilencia, y entre la multitud de personas sanas, él solo sufri6 miserable muerte a consecuencia de una apostema de garganta... La voz del pueblo, que tiene ago de la voz de Dios, dio gran importancia a esta muerte, y atribuyé a milagro la desaparicién de un tirano a quien sus inmensas y mal adquiridas riquezas habfan hecho concebir tan atroz infamiap (op. cit, I, p. 204). A pesar de su fracaso, Villena no se da por vencido y una vez més serd su ambicién Ja que altere la situaci6n: deseoso de compensar la pérdida de Toledo que haba experimentado recientemente, decidié apoderarse de Segovia, ciudad en la que se encontraban en ese momento tanto la reiria como Isabel, La caida de Segovia supuso un grave revés para Enrique, pero nuestro cronista, Alfonso de Palencia, lo sefiala como un hecho positivo para la infanta: «quedando ya por don Alfonso las puertas y toda la ciudad, menos el alcdzar, donde la reina dofia Juana, que moraba en las casas del rey, se refugié apenas oy6 el tumulto. No asf la hermana de don Alfonso y segunda esperanza de estos reinos, la infanta dofia Isabel, la cual libre de todo temor, le recibié con alegre semblante, congratulandose gozosamente con él de que la fortuna les hubiese sido favorable, y de que la divina providencia les hubiera salvado del peligro de muerte» (op. cit, 1, p. 232). Entre tanto, la guerra civil continuaba entre los partidarios de Alfonso y los de Enrique, aunque por ambas partes se intentaba llegar a un acuerdo. En el transcurso de estos acontecimientos, en junio de 1468, Alfonso recibe la noticia de que Toledo habia caido en poder de Enrique, por lo que marcha a Avila en compaiifa de su hermana Isabel para reunir una tropa con el fin de recuperar la ciudad, pero en el camino muere tragicamente al contraer la peste. La muerte de Alfonso suscité nume- rosas sospechas. Palencia afirma que fue envenenado por el marqués de Villena, partidario del rey Enrique: «Por muchos y muy ciertos indicios se conocié y los resul- tados vinieron también a demostrarlo el deseo del maestre de que la peste arrebatase a don Alfonso. Por eso inventé falsos motivos para ir prolongando la estancia en ‘Arévalo, donde por espacio de tres meses diariamente hacia sucumbir el mal nifios y mancebos. Cuando al cabo convino marchar a tierra de Toledo y vio que toda la corrupcién del aire era impotente para dafiar a don Alfonso, recurrié a la accién mas eficaz del veneno, porque ya, segtin luego se conocid, trabajaba por la causa de don Enrique. Juzgo yo autor de este crimen al citado maestre» (op. cit, I, pp. 249-250). El juicio de Palencia, aunque probable, no esté justificado por ninguin otro testimonio que mencione semejante acusacién. De cualquier modo, la temprana muerte de Alfonso iba a cambiar radicalmente la historia de Castilla y la de la propia Isabel quien, segtin nos explica el cronista, se convertirfa entonces en el centro de las intrigas de los nobles: «Llena de tristeza y abatida por el pesar, luego que entré preci- pitadamente en Avila como en busca de algtin seguro para si y para los suyos, envid sus cartas a las provincias y ciudades que al difunto rey [Alfonso] obedecieron, noti- ficdndoles la muerte de este su querido hermano, declarandose su legitima sucesora, aconsejéndoles que se mantuviesen en su antigua fidelidad y mirasen al bien de los reinos y lo angustioso de los tiempos, y excitandoles por tltimo, a manifestar sus intenciones para que ella pudiera conocer con més claridad la mente de los vasallos eales» (op. cit, I, p. 236). Durante aquel verano de 1468 un grupo de nobles, liderados por el arzobispo Fonseca, se reunfa a mediados de agosto en Castronuevo a fin de llegar a un acuerdo: reconocimiento de Enrique IV como rey, reconocimiento de Isabel como princesa heredera y reconciliacién de ambos bandos. El bando isabelino encontré su mejor aliado en el reino de Juan II de Aragén, quien se apresuré a pactar SITUACION SOCIAL ¥ POLITICA DE ESPANA A FINALES DE LA EDAD MEDIA [...] 787 el matrimonio de Isabel con su hijo Fernando. Dicho acuerdo, conocido como el tratado de los Toros de Guisando es descrito al detalle en la crénica de Palencia: «Al dia siguiente ciertos mensajeros instaron a todos los que en Cebreros estaban a que saliesen a encontrarse con los que venfan de Cadalso en medio del camino, junto a la venta llamada de los Toros de Guisando, por los que allf se encuentran tallados en piedra: Aceptada la entrevista, salieron acompafiando a la princesa el arzobispo y los dos obispos con unas doscientas lanzas. En la otra parte aguardaba su llegada el rey con el maestre de Santiago, el arzobispo de Sevilla, el obispo de Calahorra, los condes de Plasencia, de Benavente, de Miranda, de Osorno y de Ribadeo, el adelan- tado mayor de Castilla, Pedro L6pez de Padilla, y gran séquito de caballeros. Acom- pafiébanle también en calidad de legado a latere y nuncio apostélico del papa Paulo el obispo de Leén, Antonio de Veneris, presente allf por voluntad de ambas partes, para que con su autoridad y mandato definiera y sancionara los acuerdos todos, a fin de poner término a mayores discordias, dar con ellos paz-y quietud al reino y designar al legitimo sucesor de la corona. A poca distancia se hallaba un escuadrén de mil tres- cientas lanzas préximamente, propio para aumentar el temor de los que en compaiifa de la princesa, se iban acercando... El arzobispo, que Ilevaba la rienda de la mula en que venia dofia Isabel, la condujo al sitio préximo en que la aguardaban, y entonces don Enrique, el legado y los demas sefiores se adelantaron algunos pasos hasta que Jos dos hermanos sé encontraron. Alli el prelado solté la rienda y permanecié inmévil sin hablar palabra ni hacer la mds ligera sefial de acatamiento; mas la princesa que en tanto habia querido, aunque en vano, besar Ja mano al rey, se volvié al arzobispo, y afectuosamente le invité a hacerlo él también y a reconocerle por su rey y sefior. Replicé el prelado que no lo harfa hasta tanto que, declarada piblicamente futura heredera y princesa legitima de estos reinos, fundamentos més validos permitieran facultad completa y verdadera de romper antiguos compromisos de obediencia y fidelidad» (op. cit, I, pp. 262-263). A continuacién, tuvo lugar el reconocimiento ptiblico de Isabel como legitima heredera, para lo que Enrique se vio obligado a reco- nocer que Juana no era hija suya: «Inmediatamente don Enrique» —continéa rela- tando Palencia —«en presencia de todos los magnates susodichos, juré en manos del legado que la legitima sucesi6n en el trono pertenecia a su hermana doiia Isabel, prin- cesa y verdadera heredera de los reinos de Leén y Castilla..., afirmaba con la auto- ridad de libre y esponténeo juramento, ante Dios y los hombres, que aquella doncella no era hija suya, sino fruto de ilicitas relaciones de su addltera esposa; y, por tanto, no queriendo defraudar la legitima sucesién de estos reinos..., declaraba piiblica- mente todas aquellas cosas en confirmacién del derecho hereditario de su hermana doi Isabel, actual princesa de los reinos de Castilla y Len» (ibid.). Pero el recono- cimiento de Isabel como futura reina no apacigué los animos de algunos nobles que pretend{an, en complot con el rey Enrique, apartarla de la corona. Su matrimonio, como apunta Palencia, se convirtié en una importante cuestién de Estado: «Desga- rrada asi Espafia por tantos y tan encontrados bandos de los grandes, venfan a sumi- nistrar materia no escasa para mds devastador incendio las controversias a las que daba lugar el matrimonio de la princesa dofia Isabel» (op. cit, I, p. 269). Asi, en enero de 1469, Ilegaba a Ocaiia, donde se encontraba Isabel, la embajada portuguesa para negociar las condiciones del matrimonio de ésta con Alfonso V. Palencia se hace eco de las numerosas amenazas que se hicieron a la princesa para que aceptara este casa- miento: «Ademas [el rey Enrique] encargé a don Pedro de Velasco que, pretextando aconsejarla, hablase a la princesa y la amenazase con la reclusién si en asunto de tanta monta como el del matrimonio no sometia su voluntad a la de su senor y hermano, y a la de los magnates que le acompafiaban. En esta entrevista hablo el de Velasco con tan excesiva libertad, que arrancé lagrimas a la doncella, la cual, llena 788 CAROLINA REAL TORRES de rubor, apelé al amparo del Omnipotente para librarse de tamajfia vergtienza y rechazar tan cruel injuria... En tanto aguardaban respuesta a sus pretensiones los embajadores portugueses en la aldea de Ciempozuelos, cerca del tajo; mas no hallando medio de recabar el asentimiento de la Princesa, tratose de aprisionarla, sefialndose para su reclusién el aledzar de Madrid. Descubierto el plan, el arzobispo de Toledo persuadié a alguno de los principales de Ocaiia a que dejasen entrar en la villa sus escuadrones en caso de que los partidarios del infausto matrimonio osasen insistir en arrancar a la ilustre doncella el consentimiento para contraerles (ibid.). Ante la firme negativa de casarse por parte de Isabel, se barajaron otros posibles candidatos, entre ellos un francés, el duque de Guyena, hermano del rey de Francia Luis XI, y un inglés, el duque de York, Ricardo de Gloucester; ambos extranjeros, lo que apartaria a Isabel de la corona de Castilla. La eleccién de un marido para la prin- cesa era no sélo un problema interno de Castilla, sino que, al estar implicados otros paises como Portugal, Francia o Inglaterra, era también una cuestion de politica internacional 3. Lo que estaba claro era que Isabel preferfa la unién con Fernando y laalianza con la corona de Aragén, lo que supon{a apostar por una monarqufa fuerte que unirfa a dos descendientes del linaje de los Trastémara. Palencia narra cémo Isabel encontré a su mejor aliado en el arzobispo Alonso Carrillo, un personaje clave en numerosas contiendias nobiliarias de Castilla: «El arzobispo de Toledo, desde Yepes, contradecia por modos exquisitos semejantes propésitos; excitaba a los prin- cipales de Ocafia contra aquellos que en cualquier manera favoreciesen los intentos de los embajadores portugueses, y por medio de sagaces mensajeros amonestaba.a la princesa dofia Isabel a que ni por temor renunciara a Ja verdadera gloria, ni creyese hallar otro matrimonio, fuera del del principe de Aragén don Fernando, mas honroso ni més propio para asegurar la felicidad futura» (op. cit, I, p. 270). En el proyecto de esta alianza entre Castilla y Arag6n, jug6 también un papel decisivo el condestable navarro mosén Pierres de Peralta, enviado de Juan II de Aragén, con el que la prin- cesa tuvo varias entrevistas que detalla nuestro cronista: «Toda la exquisita vigilancia del maestre era ineficaz para evitar que penetraran en la villa [de Ocafia] mensajeros secretos y hablasen reservadamente con la princesa, sobre todo desde que ella, mas inclinada al matrimonio con el principe aragonés, s6lo escuchaba a los enviados del arzobispo. Era el principal de ellos el navarro Pierres de Peralta, hombre de arrojo y actividad extremados, a quien no pudo detener cuando se dirigia a su entrevista secreta con la princesa el peligro de la rapida corriente del Tajo que para conseguir su propésito tuvo que atravesar de noche por un vado incierto. Con el auxilio de dos criados de aquella sefiora, Gonzalo Chacén y su sobrino Gutierre de Cardenas, en otro tiempo inclinados al bando del maestre, pero entonces partidarios de la princesa, penetraba de noche en su camara a darle cuenta del estado de las cosas, y cuando no podfa acudir en persona, valiase de Guillermo de Garro y de Bartolomé Arguinaz para comunicar los mensajes de que debfa dar parte» (ibid.). Es cierto que la opcién de Isabel decantaba el futuro del pais, y encontraba un amplio respaldo popular, segin recoge Palencia: «Antes de todo esto, el pueblo y hasta los pajes de los cortesanos se habian mostrado favorables a aquel enlace, porque en los cantares y tonadas con que acostumbran a dar su juicio sobre las cosas, desaprobaban el matrimonio con el portugués, augurando desdichas a la princesa dofia Isabel si aceptaba la mano de un viejo, ella, tierno capullo de rosa, prestindose a ser en la flor de su juventud madrastra de hijastros que la superaban en edad, y sometiendo inhumanamente los reinos de Castilla y Leon a crueles enemigos que por solo este enlace atropellaban la 13 Cf. Prez Samper, op. cit, p. 80. SITUACION SOCIAL Y POLITICA DE ESPANA A FINALES DE LA EDAD MEDIA [..] 789 honra y la libertad omnfmoda de nuestra patria» (ibid.). Desde este momento hasta el dia de su boda, Isabel sufrirfa todo tipo de contratiempos: «Gravemente preocu- paban el Animo del arzobispo de Toledo» ~-escribe Palencia «las dificultades del comenzado empefio, conociendo por repetidos avisos el trastorno de las cosas de Aragén, asf por el encarnizamiento de la guerra de Catalufia, como principalmente por el poco acierto en el encargo confiado a los navarros Bartolomé Arguinaz y Guillermo Garro, para traer el collar de perlas y piedras preciosas y la gruesa suma de oro 20.000 florines segtin la Cronica castellana—que el arzobispo, como nego- ciador del matrimonio, habfa prometido enviarian de Arag6n a la princesa, cuando por medio de enviados secretos se trataba en Ocafia de las arras de los esponsales. Por causas diversas no sonaba tampoco agradablemente en los ofdos de los magnates aragoneses y de muchos ciudadanos el rumor de aquel enlace, recelosos del mayor poderio de Castilla, o de que el rey de Aragén adquiriese bastante para refrenar las tiranfas producidas por la guerra. De la entrega del collar y del pago de aquella suma se crefa depender tinicamente la ratificacién de la palabra entre los principes empe- fiada; por lo cual el arzobispo me encomends el cargo de marchar a aquel reino y tratar de vencer las dificultades que para ello hubiese» (op. cit, I, p. 277). Palencia, hombre de confianza del arzobispo Carrillo y ferviente partidario de la boda de Isabel y Fernando, recibié la misién de trasladarse a la corte aragonesa para recoger las arras, los veinte mil florines y el collar: «Juzg6 luego necesario el excelente soberano [Juan II de Aragén] avistarse en Cervera con su hijo... Vio él rey con sumo gozo a su hijo; congratulose con él de la conclusién del matrimonio proyectado, y de comin acuerdo se convino en que el anciano permaneciese en Cervera, y don Fernando marchase a Valencia a rescatar de manos de Jos usureros el collar empefiado en cantidad considerable, y a buscar la necesaria para entregar la que se habia prome- tido. Tres dias pasaron juntos deliberando, y al cabo de ellos el anciano padre en un elocuente razonamiento pronunciado ante los grandes, exhorté a su hijo a la practica de todas las virtudes: le excit6 a que tuviese en lugar de padre al arzobispo de Toledo, de quien é1 se confesaba deudor de tal agradecimiento, que ni con todos sus reinos podria pagarle los beneficios en repetidas ocasiones recibidos; recordando, entre otros... la exquisita vigilancia y la maravillosa habilidad desplegada para traer a buen término el matrimonio cuya realizaci6n, gracias a la sagacidad de tan eminente sujeto, podia considerarse segura, por todo lo cual debfa procurar apenas legase a Valencia, que el collar y la suma prometida se enviasen cuanto antes a su destino. Prometié el principe cumplir sumisamente cuanto se le ordenaba; marché a Bala- guer, luego a Lérida y a Mequinenza, donde se embarcé en una fusta, y siguiendo el curso del Ebro hasta Tortosa, torcié el camino para Valencia, y alli no sin dificultad rescaté el collar y reunié el dinero, que se nos entregé a mfy a Pedro de la Caballeria, integro ciudadano de Zaragoza, para que llevasemos uno y otro al arzobispo de Toledo, a Ja saz6n residente en Alcala. Gran contento recibié éste con nuestra llegada y dio gracias al Omnipotente por haber arreglado a tan poca costa tamafias dificul- tades» (op. cit, 1, p. 278). Entretanto, el marqués de Villena contintia moviéndose por las paginas de Palencia sembrando la maldad y el desorden: «Quedaba por resolver una ciertamente no pequefia [dificultad], y era acudir a ibrar a la ilustre princesa dofia Isabel que permanecfa en Madrigal al lado de su madre, de la asechanzas con que trataba de someterla a su poderio el maestre, avezado a todo género de tiranfa» (ibid.). «...el maestre» —contintia relatando Palencia— «que, aunque ausente, habia encargado por cartas y frecuentes mensajeros al arzobispo de Sevilla, entonces resi- dente en Coca, cerca de Madrigal, que juntando fuerte escuadrén de lanzas, tuviese presa a dofia Isabel en esta Ultima villa, o la Ievase a otra donde le fuera imposible aceptar el matrimonio con el principe don Fernando... Confiaba el maestre que para 790 CAROLINA REAL TORRES perpetrar esta maldad le bastaria el auxilio de algunos que a la muerte del rey don Alfonso habja él elegido para acompaiiar a la princesa y desempeiiar los cargos de su casa» (op. cit, I, p. 282). Villena era el enemigo més importante, pero eran muchas las personas de las que Isabel no podia fiarse. completamente. Asf, las personas de confianza de la princesa se reducian, en la opini6n de nuestro cronista, a unos pocos: «Era jefe de ella por su dignidad y preeminencia don Luis de Acuiia obispo de Burgos; seguiale en autoridad Gémez de Miranda, prior de Osa, hombre perverso, y por tiltimo don Diego de Melo, oriundo de Portugal... Formaba parte también del consejo de la princesa fray Alfonso de Burgos: (ibid.). No obstante, con la ayuda del arzobispo de Toledo y el almirante de Castilla, Isabel logra salir de Madrigal y refugiarse en Valladolid, ciudad donde, segiin nos dice Palencia, el bando de la princesa contaba con més partidarios: «Apenas Iegé el arzobispo [de Toledo] y conversaron entre sf don Alfonso, hijo del almirante, y el obispo de Coria don ifiigo Manrique, se traté de ir a besar la mano a la ilustre princesa, que al siguiente dia se digné salir al monas- terio de monjas extramuros de Madrigal, donde se verificé el acto y se excogitaron los medios de disponer la marcha, ante el recelo de que en la villa, y infeccionada con las intrigas de los agentes del maestre, pudiera tramarse alguna traicién o ejecutarse alguna fuerza contra la princesa» (op. cit, I, p. 284). El problema que se plantea entonces es el viaje de Fernando desde Aragon, ya que debia atravesar territorios hostiles como los del obispo de Burgo de Osma y los del conde de Medinaceli. Por consiguiente, como acompajiantes del novio, Isabel envia a dos hombres de su entera confianza, Gutierre Cardenas y el propio Alfonso de Palencia: «Con grande afan se aguardaba en Castilla la legada del principe; no era menor su anhelo porque se realizase el deseado matrimonio, y como el efecto que los prometidos se profe- saban excitaba sus corazones a abreviar el plazo para unirse en amoroso vinculo, quiso la ilustre princesa dofia Isabel darme el encargo de comunicar su pensamiento a su futuro esposo don Fernando, para inutilizar primero las gestiones del cardenal de Arras, o de Albi, contra quien se crefa necesario prevenirse, como quiera que no hubiese desistido de trabajar en favor del matrimonio del duque de Guyena; y para anticiparse a la legada del rey don Enrique y del maestre, a fin de que la tardanza en celebrar el matrimonio no ocasionara repentinos trastornos. No se ocultaba a la gran penetracin de la doncella cuanto habfan combatido y cuanto habfan de resistir el rey y el maestre el proyectado enlace; sabfa que para romper el vinculo de aquellos espon- sales, tiempo antes contraido en Ocafia, habfan de apelar a todo género de violencias» (op. cit, I, pp. 287-288). Finalmente Isabel y Fernando se retinen por primera vez el 14 de octubre de 1469 en Valladolid, en presencia del arzobispo Carrillo, Gutierre de Cérdenas y Gonzalo Chacon. Palencia dejé en su crénica un detallado relato de aquel encuentro tan esperado, escuchado probablemente de los labios del arzobispo: «En la entrevista, la presencia del arzobispo reprimié los impulsos amorosos de los amantes, cuyos corazones fortalecidos entonces con la mutua contemplacién habfa de henchir poco después de gozo el licito vinculo del matrimonio. Al cabo de casi dos horas antes de media noche, pasadas con la amadisima esposa, a quien entregé los regalos de los esponsales, salié de allf don Fernando...» (op. cit, I, pp. 295-296). La boda se-celebré pocos dias después, pero los problemas, lejos de acabar, no habfan hecho més que empezar: La situacién era inestable hasta el punto de que, cuando Isabel queda emba- razada, deciden, por cuestiones de seguridad segiin indica Palencia, trasladar su resi- dencia de Valladolid a Duefias, donde se instalan en el palacio de don Pedro Acuiia, duque de Buendfa y hermano del arzobispo Carrillo: «Al empezar el mes de marzo del afio 1470, sintiose en cinta la ilustre princesa dofia Isabel, y como esperar la época del parto en Valladolid era menester fuertes guarniciones, y por otra parte, el principe y los grandes, sus amigos, temfan las novedades que por acaso pudieran ocurrir en SITUACION SOCIAL Y POLITICA DE ESPANA A FINALES DE LA EDAD MEDIA...) 791 villa tan populosa, resolviose marchar a Duefias, diez y ocho millas distante de Valla- dolid, juzgando aquella residencia més segura...» (op. cit, I, p. 302). A primeros de octubre tiene lugar el nacimiento de Ja nueva infanta, lo que encrudecié atin més si es posible el enfrentamiento con el rey Enrique, quien se decide, por consejo del marqués, a reconocer como heredera a su hija Juana (Palencia, op. cit, I, p. 315). No se hicieron esperar las protestas de Isabel, quien, como nos cuenta Palencia, mand6 diversas cartas al rey y a los grandes, justificando sus acciones, asi como la conveniencia de su matrimonio con Fernando para el futuro del pais: «Terminé dofia Isabel sus cartas exhortando a los espafioles, que nada de lo dicho ignoraban, a que no atropellasen sagrados derechos, ni procurasen a estos reinos vergonzosa ruina, otorgando asentimiento a la tirénica y corrompida voluntad de don Enrique que tamajias injusticias ordenabap (op. cit, I, pp. 321-322). ‘A pesar de que los principes gozaban cada vez més del favor del pueblo, el clima de convivencia estaba tan deteriorado que, segiin explica Palencia, «...entre los fami- liares eran grandes las disensiones y cabeza de ellas aquel fray Alonso, un tiempo tan adicto al arzobispo, a la saz6n resueltamente contrario... En Duefias la princesa dofia Isabel miraba con malos ojos a los adictos al arzobispo y a los contrarios de fray Alonso, especialmente al mayordomo Pedro de Silva, y como el arzobispo lo llevase mal y con ello aumentase el enojo de la princesa, falté poco para que de aquella junta saliese en vez de remedio mayor trastorno» (op. cit, II, p. 48). Aconteci- mientos similares se sucedfan entre el populacho, convirtiéndose en ocasiones en auténticas revueltas, como sucedié en tierras andaluzas: «...me decidf-relata Palen- cia~a ira Salamanca para hacer conocer a la princesa y al arzobispo la ansiedad del duque [de Medina Sidonia] y las calamidades que pesaban sobre Andalucia a causa de la desidia del inicuo rey y de las astucias activamente empleadas por el malvado maestre». Ante el deseo de Isabel de viajar hasta Sevilla personalmente, el propio Palencia intenta disuadirla: «No oculté yo las muchas incomodidades y obstdculos que tal resoluci6n, ofrecfa, principalmente por ser impropia de la mujer la varonil actividad exigida por las circunstancias para la répida marcha y para la cautela nece- saria si habfan de evitarse sus peligros. Era notoria la imprudencia de tal viaje, y asi traté de disuadir a la princesa» (op. cit, U1, pp. 100-101). La tensién entre nobleza y monarqufa continuaba, pero lo que el pueblo querfa y necesitaba era la paz, y, cons- cientes de ello, los principes se avinieron a reunirse con el rey Enrique para una nueva entrevista: «...me anunciaron ~ nos dice Palencia —la extrafia novedad de haber regresado de Aragon don Fernando, y que reuniéndose en Aranda con la princesa, se habjan ido a Segovia, donde o por fuerza o por voluntad, residfa a la sazén el rey don Enrique» (op. cit, II, p. 111). En Segovia los principes firmaron con el alcaide Andrés de Cabrera el 15 de junio una capitulacion que venfa més o menos a confirmar el acuerdo tomado en Guisando: reconocimiento de Enrique como rey y de Isabel como heredera al trono (Palencia, op. cit, II, p. 111). El encuentro entre el rey y los prin- cipes fue aparentemente cordial, pero muchos eran los temores ante las acechanzas por parte del rey y sus seguidores, por lo que Isabel y Fernando deciden separarse. Palencia, a quien le preocupaba mucho la seguridad de los principes y de la pequefia infanta, escribe: «El afio de 1474 puso término a una situacién indigna por la opor- tuna salida del principe de aquella reclusién de Segovia, no sdlo execrable, sino vergonzosa, pues en el callején sin salida entre la ciudad y el alcdzar habia centinelas que no dejaban pasar a ninguno de los servidores de don Fernando hasta conven- cerse, después de muchas pesquisas, de que no levaban armas. En cambio entraban armados todos los maquinadores de la traicién, y slo la mano de la Providencia pudo apartar la funesta e inminente ruina, permitiendo que los traidores estuviesen pendientes de la tan vana como anhelada esperanza de la reclusién de la nifia» 792 CAROLINA REAL TORRES (op. cit, Il, p. 117). La aproximacién entre los principes y él rey result6 un auténtico fracaso. La guerra civil parecia inminente. 3. Consolidacién de la corona de Castilla. La muerte de Enrique IV, la madrugada del 11 al 12 de diciembre de 1474, deja como legado una situacién de incertidumbre y discordia. Palencia escribia: «Diffcil serfa explicar la inmensa turbacion y los terrores que la muerte del rey infundio en sus criados... Algunos, entusiastas de la honra y valimiento del arzobispo de Toledo, le avisaron en breves términos, la vispera de morir el rey, la naturaleza de la mortal enfermedad y luego su fallecimiento a las tres horas de ocurrido. Asi pudo él escribir inmediatamente al principe don Fernando, a la saz6n en Zaragoza» (op. cit, I, p. 154). Habfa llegado el momento tan deseado para Isabel. Muchos cronistas han relato tanto los funerales como la proclamacién de Isabel como reina, pero ninguno con tantos detalles como Palencia: «Levantose en Ia plaza un elevado timulo de madera descubierto por todos los lados para que pudiese ser visto por la multitud, y terminadas las fiinebres ceremonias, quitaron los negros pafios y aparecié de repente la reina revestida con riqufsimo traje, y adornada con resplandecientes joyas de oro y piedras preciosas que realzaban su peregrina hermosura, entre el redoble de los atabales y el sonido de las trompetas y clarines y otros diversos instrumentos. Luego los heraldos proclamaron en altas voces a la nobleza y al pueblo la exaltacién al trono de la ilustre reina, y enseguida se dirigié la comitiva hacia el templo» (op. cit, TI, p. 155). El hecho de que el acto de proclamacién fuera protagonizado por una mujer generé una fuerte polémica, en la que toma parte nuestro cronista: «Como simbolo del poder de la reina a quien los grandes rodeaban a pie llevando el palio y la cola del vestido, iba delante un solo caballero, Gutierre de Cardenas, que sostenfa en la diestra una espada desnuda cogida por la punta, la empufiadura en alto, a la usanza espa- fiola, para que, vista por todos, hasta los mas distantes supieran que se aproximaba Ja que podria castigar los culpados con autoridad real. No faltaron algunos sujetos bien intencionados que murmurasen de lo insdlito del hecho, pareciéndoles necio alarde en la mujer aquella ostentacién de los atributos del marido; pero acallé todos los reparos la adulacion de los que proclamaban lo natural del hecho, por cuanto la herencia de los reinos en ningtin modo correspondia a don Fernando, sino exclusiva- mente a la reina dofia Isabel;... De aquf surgié el germen de graves contiendas a gusto de los grandes, fomentadores de nuevas alteraciones» (op. cit, II, p. 155). Palencia echaba la culpa de la actitud de la reina a las personas de su entorno que, segin él, se aprovechaban de su condicién de mujer: «Las maquinaciones de los cortesanos tuvieron el resultado apetecido. Sus diarias adulaciones y fingimientos hallaron acogida en oidos femeninos al afirmar que incumbfa a la reina exigir la debida fide- lidad que obligase a todos a defender principalmente el derecho hereditario, y evitar con las convenientes resistencias el yugo que tal vez el ilustrisimo cényuge, apoyado en la autoridad de marido, intentara imponer a las cervices castellanas. Movieron tales razones el animo de la reina, al fin mujer, y en seguida hicieron mudar de opinién a muchos, antes muy contrarios a la arrogancia y prepotencia de doiia Isabel, y que ya lo vefan con otros ojos al asegurar que los derechos del matrimonio en nada se referfa al sefiorfo y regia potestad. Los varones religiosos condenaban estas ins6- litas y funestas artes, y querian persuadir a la reina que rechazase las insinuaciones de los lisonjeros reclutados en la tiranica corrupcién de los grandes para lograr la ruina del reino y de la regia majestad y perpetrar maldad inandita, decian, si conse- gufan que la reina recibiese a su marido énvalentonada con tales consejos. Debfa, por SITUACION SOCIAL ¥ POLITICA DE ESPARA A FINALES DE LA EDAD MEDIA...) 793 cl contrario, preceder a todo la concordia de los cényuges, y luego tratar entre ellos las condiciones del gobierno que desde los més remotos siglos favorecfan al varén. Asintié algtin tanto la reina a estas mas templadas persuasiones, y se empez6 a disponer lo necesario para recibir al rey, que hizo su solemne entrada en Segovia el 2 de enero [de 1475]» (op. cit, II, p. 165). Finalmente se Ilegé a un acuerdo de parti- cipacién conjunta de Isabel y Fernando en el gobierno de Castilla. Nacia un nuevo concepto de la monarquia, creéndose una nueva entidad que se lamaria Espafia. A partir de ese momento, son innumerables los casos en que se manifestaria la unidad de accion de la pareja. El propio Palencia da cuenta de ello: «Don Fernando marché a Duefias a consultar maduramente con dofia Isabel lo que habfa de hacerse, y dejé a cargo del condestable don Pedro de Velasco, con las demas tropas, el sitio del castillo de Burgos durante los cuatro 0 cinco dfas de su ausencia. Marido y mujer estuvieron de acuerdo acerca de lo necesario que era para rendir el castillo la fiel lealtad y la pericia del maestre de Calatrava don Alfonso de Arag6n, llamado por Fernando por frecuentes cartas y mensajeros... De completo acuerdo con dofia Isabel, el rey se resolvié a insistir fuertemente con su hermano, tan perito en las artes de la milicia, para que, pospuesta toda tardanza y prescindiendo de la cuestién del Maestrazgo, apresurase su marcha... Resuelto asf, segtin se vio mas tarde, por comin acuerdo de los reyes, don Fernando regresé a Burgos...» (op. cit, II, pp. 235-236). Aunque Isabel y Fernando eran ya reyes de Castilla, lejos de terminar el largo conflicto vivido durante el reinado de Enrique IV, la lucha por el poder se recrudecié hasta convertirse en guerra civil. El principal problema lo provocarfa el distancia- miento del arzobispo de Toledo por una parte, y, por otra, la entrada de un ejército portugués en tierras de Castilla, encabezado por el propio rey Alfonso V, quien, tras unirse con Juana la Beltraneja en Plasencia, fueron proclamados reyes de Castilla y Le6n. El desorden era de tal magnitud que, segiin explica el cronista, los reyes se vefan obligados a separarse a menudo dividiéndose asi las funciones del poder: «Don Fernando marché desde ‘Toro a Medina del Campo para poner a seguro a su tierna hija, porque allf habfa una gran torre con amplisimos alojamientos, cuya guarda estaba encomendada a Gutierre de Cardenas, persona de la entera confianza de los regios cényuges, motivo para que se eligiese aquella mansion como mas a propésito para la seguridad y decoro de la ilustre adolescente... Asf pues, a principios de 1477, el rey se ocup6 con mAs atencién en Medina de proveer a todas estas urgen- cias, después que la reina, con arreglo alo resuelto, marcho en los primeros dias de diciembre anterior a tierras del tajo, tomé posesién de Ocafia y de Uclés y puso a raya las tentativas del comendador mayor de Leén don Alfonso de Cardenas... Tres [problemas] principalmente exigian pronto remedio. Uno era la toma de los castillos que el alcaide de Castronufio defendia, juntamente con la guarnicién de Cantala- piedra, y que causaban considerables dafios a muchos pueblos de los alrededores. También habfa que acudir rapidamente a atajar las turbulencias de Trujillo, donde a diario corria la sangre por las calles... Era asimismo necesario poner freno a las turbulencias de Andalucfa, y, por tanto, los reyes convinieron en atender cada uno a diversos asuntos, encargandose don Fernando del sitio de las fortalezas de Castro- nuffio y otras cercanas, y dofia Isabel de ir a las fronteras de Portugal, de alli a Anda- lucia, y permanecer en Sevilla, hasta que el rey, terminado lo de Castilla, pudiera reunirse con la reina... Desde alli [Madrid] marché don Fernando a Casarrubios, y a los dos dias cruz6 los montes de Segovia. La reina sintié mucho separarse de su esposo para ira la frontera portuguesa, y bien demostraron ambos en la despedida cuan dura se les hacfa. Acompafiaba al rey el condestable; casi todos los demas nobles siguieron a la reina, asf para auxiliarla en la resolucion de los asuntos arduos...» (op. cit, TM, p. 12). No obstante, la corona dual de Isabel y Fernando crearfa la nueva 794 CAROLINA REAL TORRES, entidad que se Ilamaria Espafia, devolviendo el orden y la tranquilidad a la sociedad castellana. 4. Reflexiones finales. Hemos querido resaltar la participacién directa del cronista en los hechos que narra: de ahf una escritura que se nutre de hechos y que se. impregna de una atenta penetracién que revela un espfritu mds dogmitico y agresivo que el caracter adulador y servil de la produccién historiografica medieval. En las apreciaciones de Palencia encontramos una refinada habilidad de narrador que desarrolla su relato calculando sutilmente todos sus efectos. El cronista provoca efectos de objetividad y de verdad mediante el recurso de dejar que los hechos hablen por s{ solos. Podemos decir que el puro relato basta para indicar su evaluacién positiva o negativa, la mayorfa de las veces, sin necesidad de inmiscuirse en el relato con comentarios o apreciaciones personales. En sus escritos se refleja el descontento general ante la debilidad de la monar- quia, el poder de los privados y el mal gobierno del pais. Sus ideales morales y polfticos estuvieron inevitablemente bajo la influencia de los grandes problemas de la tiltima mitad del siglo XIV y principios del XV: las disensiones internas de los reinos de la Peninsula y las tensiones existentes entre las principales fuerzas del poder politico y la nobleza, que nunca cesé en su intento de frustar los esfuerzos de la Corona por consolidar su poder. En definitiva, Palencia logra hacer brillantemente un andlisis vivido de los motives politicos de sus contemporéneos. Podemos afirmar que cumple su labor en el marco de un determinado proyecto politico, a partir de un conjunto de principios ideolégicos ampliamente compartidos por muchos nobles: la consolidacién de Castilla. El hecho de haber ocupado los cargos de cronista y secretario lo convierten en portavoz oficial de la historia. Su conocimiento y participacién en el desarrollo de los hechos, proporcionan a sus palabras un sello de veracidad incuestionable. Por consiguiente, no es de extrafiar que sus Décadas, como afirma R. Tate ‘4, hayan servido «como cantera para cualquier historiador moderno de categoria». M. Penna '5 lo describe como «uno de los hombres de accién y pensamiento que en la Espafia del siglo XV actuaron para el transito definitivo del pats de la situacin politica medieval ala moderna», y como tal debe ser recordado. Referencias bibliograficas BeRMEJO CABRERO, J. L., «Los primeros secretarios de los reyes», Anuario de Historia del Derecho espaitol, 49, 1979, pp. 187-296. «Origenes del oficio de cronista real», Hispania, 145, 1980, pp. 395-409. Domincuez Boxpona, J., «La prosa castellana en el siglo XV», en G. Diaz-Plaja (coord.) Historia general de las literaturas hispénicas, U1, Barcelona, 1968, pp. 163-185. Fait, A. M., Dos tratados de Alfonso de Palencia, con un estudio biogrdfico y un glosario, Madrid, 1876. 14 Tare, op. cit, p. 37. 15 PENNA, op. cif, p. CLL. SITUACION SOCIAL Y POLITICA DE RSPANA A FINALES DE LA EDAD MEDIA [...] 795 Paz y Meta, A., Elcronista Alfonso de Palencia, The Hispanic Society of America, Madrid, 1914. — Alfonso de Palencia, Crénica de Enrique IV. Introducci6n de A. Paz y Melia, Madrid, Biblio- teca de autores espafioles, vols.I-III, 1973-75. PENNA, M., Prosistas castellanos del siglo XV, 1 (Biblioteca de Autores Espafioles 116), Madrid, 1959. Perez Samper, M®A., Isabel la Catdlica, Barcelona, 2004, REAL Torkes, C., «Apuntes sobre el humanista Alfonso de Palencia y su obra», Revista de Filo- logia de la Universidad de La Laguna, 17, 1999, pp. 657-670. «La contribucién de Alfonso de Palencia a Ja difusién de las docirinas humanistas en Espafias, en Humanismo y Tradicién Clasica. Actas del 1X Congreso Espariol de Estudios Clasicos, Madrid, 1999, pp. 317-320. Ropkicuez, Fray Tomds, “El cronista Alfonso de Palencia’, La ciudad de Dios, 15, 1888, pp. 17-26, 71-87, 149-156, 224-229, 298-303. ‘Tare, R. B., Ensayos sobre la historiografia peninsular del siglo XV, Madrid, 1970. «La historiografia del reinado de los Reyes Catélicos», Acta Salamanticensia. Estudios filoldgicos, 277, 1994, pp. 17-28.

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