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A)
Visión
general.
B)
Prescolástica.
C)
Escolástica
primitiva.
D)
Alta
escolástica.
E)
Escolástica
tardía.
F)
Escolástica
del
barroco.
G)
Neoscolástica.
A)
VISIÓN
GENERAL
1.
Concepto
Por
e.
se
entiende
una
determinada
forma
de
ciencia
filosófica
y
teológica
(peculiar
de
la
edad
media).
La
e.
comienza
en
el
siglo
vil
y
se
desarrolla
a
través
de
la
prescolástica
y
de
la
‐>e.
primitiva,
para
culminar
en
la
alta
e.
Con
ello
se
pone
en
marcha
una
tradición
que,
pasando
por
la
e.
tardía,
vuelve
a
sedimentarse
particularmente
en
la
e.
del
barroco
y
la
neoscolástica,
determinando
hasta
hoy
la
‐>
teología
y
la
‐>
filosofía
en
el
ámbito
eclesiástico,
no
de
una
forma
exclusiva
(por
lo
menos
en
la
actualidad),
pero
sí
de
modo
decisivo
(y
con
mayor
o
menor
intensidad
según
los
países).
De
acuerdo
con
esto
la
e.
tiene
distintas
fases
en
su
constitución
y
recepción,
y
es
enjuiciada
de
manera
distinta
en
cada
época
por
lo
que
se
refiere
al
término,
al
concepto,
al
contenido,
al
método,
a
la
repercusión
y
al
prestigio.
Sin
embargo,
es
más
el
método
que
los
contenidos
particulares
lo
que
permite
hablar
de
una
cierta
estructura
unitaria
y
constante,
en
virtud
de
la
cual
se
puede
designar
con
el
único
término
e.
estas
tradiciones
que
se
conservan
a
través
de
siglos
en
la
historia
del
espíritu
occidental.
El
término
e.
procede
del
vocablo
latino
schola
o
del
griego
axoaí,
y
directamente
viene
de
la
palabra
scholasticus,
que
inicialmente
está
referida
al
maestro
de
la
escuela
y
luego
también
al
estudiante.
Más
tarde
el
término
«escolástico»
se
aplica
al
método
docente
usado
en
las
escuelas
y
a
la
actitud
espiritual
que
a
él
va
ligada.
En
virtud
de
ese
método
la
«sagrada
doctrina
cristiana»
se
organiza
como
un
saber,
en
contraposición
a
la
enseñanza
elemental
o
al
diálogo
espiritual
cultivado
en
los
monasterios
y,
en
general,
a
la
teología
monástica
o
mística.
En
las
escuelas
episcopales
y
urbanas
que
se
van
creando
el
enseñar
pasa
a
ser
una
profesión
especial,
que
lleva
inherentes
la
competencia
y
la
autoridad
jurídica
oficial.
Las
escuelas
se
desarrollan
poco
a
poco
en
corporaciones
que,
por
la
autonomía
de
los
nuevos
métodos
del
saber
y
del
enseñar,
van
adquiriendo
cada
vez
más
el
carácter
de
institutos
independientes
de
formación;
de
ellas
salen
en
el
siglo
xiii
aquellos
centros
occidentales
en
que
se
formó
la
moderna
cultura
y
ciencia,
a
saber,
las
‐‐>universidades.
La
organización
del
tradicional
acervo
cultural
como
saber,
en
el
sentido
de
una
racionalidad
teórica
y
metódica,
por
un
lado,
y
práctica
e
institucional,
por
otro,
es
el
elemento
por
el
que
la
e.
marca
época
y
se
convierte
en
un
nombre
clave
de
la
historia
del
espíritu
y
en
un
fenómeno
importante
de
la
historia
medieval
y
moderna.
2.
Situación
en
la
época
de
la
escolástica
La
consumación
del
método
escolástico
en
la
alta
e.
se
basa
en
presupuestos
sociales
y
filosóficos,
en
virtud
de
los
cuales
se
produce
un
cambio
de
situación
histórica
y
se
crea
una
nueva
época
regida
por
un
principio
unificante.
Desde
el
final
de
la
era
de
los
padres
hasta
el
siglo
xi
en
las
escuelas
monacales,
inicialmente
los
únicos
centros
de
formación,
el
estudio
consistía
esencialmente
en
conservar
la
herencia
recibida
y,
en
la
medida
de
lo
posible,
coleccionar
cosas
nuevas,
aplicando
todo
eso
a
fines
prácticos.
En
conjunto
el
estudio
se
hallaba
decisivamente
a
servicio
de
fines
prácticos
y
contemplativos,
en
el
sentido
de
una
espiritualidad
afectiva
y
de
una
búsqueda
mística
de
Dios.
Consecuentemente
no
se
cultivaron
mucho
la
elaboración
racional
y
la
profundización
de
lo
transmitido,
así
como
la
confrontación
crítica
y
analítica.
Se
seguía
a
las
autoridades
reconocidas,
que
eran
ante
todo
el
magisterio
eclesiástico,
la
Biblia
y
los
padres,
entre
los
cuales
la
autoridad
más
citada
y
respetada
era
la
de
Agustín.
La
adhesión
obediente
a
la
tradición
auténtica
en
general,
o
a
lo
tenido
por
tal,
y
el
argumento
de
autoridad
eran
las
columnas
obvias
del
método
teológico,
sin
que
se
formulara
ninguna
pregunta
crítica
sobre
ellas.
Comenzó
a
producirse
un
cambio
bajo
el
influjo
de
personalidades
importantes,
entre
las
cuales
destaca
Anselmo
de
Canterbury
(10331109),
que,
en
forma
sorprendentemente
radical,
pregunta
por
el
sentido
y
la
esencia
de
la
revelación,
renunciando
para
ello
a
la
prueba
de
autoridad;
y,
con
su
principio
del
credo
ut
intelligam,
expresa
la
idea
de
la
racionalidad
de
la
fe.
De
momento
él
se
halla
solitario
en
su
postura,
pues
esa
idea
no
es
una
nota
característica
de
la
época,
pero
abrirá
perspectivas
que
ni
la
alta
escolástica
llegará
a
descubrir
en
toda
su
hondura.
De
todos
modos,
el
método
anselmiano
de
presuponer
la
fe
viva
para
elaborarla
racionalmente
confiando
en
su
racionalidad,
es
un
procedimiento
básico
de
la
e.,
de
modo
que
Anselmo
ha
recibido
justamente
el
título
de
«padre
de
la
e.»
Con
todo,
esta
dialéctica
entre
fe
y
saber
continuará
siendo
un
problema
no
resuelto
de
las
discusiones
entre
la
teología
monacal
y
la
e.,
un
problema
de
toda
la
teología
medieval;
y,
bajo
la
nueva
terminología
de
la
distinción
entre
razón
«teórica»
y
«práctica»,
el
planteamiento
que
Anselmo
hizo
de
la
cuestión
llegará
a
ser
problemática
central
de
la
filosofía
moderna
y
contemporánea.
Pero
no
fue
solamente
el
influjo
de
determinadas
personalidades
cultas
y
de
escuelas
lo
que
condujo
a
su
cima
en
la
alta
e.
el
planteamiento
racional
y
metódico
del
problema
y
la
nueva
espiritualidad
ahí
implicada,
sino,
más
todavía,
los
cambios
en
la
sociedad,
p.
ej.,
la
aparición
de
un
mundo
más
grande
por
el
descubrimiento
de
nuevas
rutas
comerciales;
el
desarrollo
de
la
artesanía;
el
florecimiento
de
las
ciudades;
el
refinamiento
de
la
nobleza;
el
crecimiento
de
la
conciencia
de
sí
mismo,
aunque
ésta
no
estuviera
orientada
hacia
el
individuo,
sino
hacia
la
Iglesia
y
el
Estado;
y
finalmente
el
arte
gótico,
la
poesía
cortesana
y,
en
el
ámbito
eclesiástico
y
religioso,
el
éxito
de
la
‐‐>
reforma
gregoriana
y,
no
en
último
término,
las
posibilidades
que
para
la
vida
eclesiástica
y
espiritual
ofrecieron
las
nuevas
órdenes
mendicantes.
El
tiempo
estaba
maduro
para
un
cambio
de
época
en
la
espiritualidad
occidental
y
cristiana.
Se
abrió
un
nuevo
horizonte,
el
cual,
bien
en
forma
lineal
o
bien
en
forma
de
oposición
dialéctica,
como
en
la
‐>
reforma
y
contrarreforma,
revistió
una
importancia
fundamental
para
la
historia
de
la
Iglesia,
que
entonces
todavía
era
la
única
Iglesia
occidental,
y
para
la
historia
del
espíritu
en
general.
Filosóficamente
el
horizonte
de
la
evolución
es
en
primer
lugar
el
‐>neoplatonismo,
transmitido
ante
todo
por
Agustín.
Ciertamente
Platón
mismo
era
considerado
como
el
filósofo
por
antonomasia,
pero
sus
obras
apenas
se
conocían,
a
excepción
de
un
fragmento
del
Timeo.
El
cambio
radical
se
produjo
por
el
hecho
de
que
se
llegó
a
un
conocimiento
más
amplio
de
las
obras
de
Aristóteles.
Hasta
mediados
del
siglo
xii
se
conocía,
gracias
a
Boecio,
tan
sólo
la
Lógica
de
Aristóteles,
y
de
ella
únicamente
los
dos
escritos
sobre
las
«categorías»
y
la
doctrina
de
«la
proposición
y
el
juicio».
De
los
escritos
de
Aristóteles
acerca
de
la
lógica
vuelven
a
descubrirse
ahora
los
dos
«analíticos»,
los
«tópicos»
y
la
«sofística»,
que
son
contrapuestos
como
«nueva
lógica»
a
la
anteriormente
conocida
«antigua
lógica».
Sobre
este
tiempo
aparecen
igualmente
traducciones
directas
de
sus
escritos
metafísicos
y
de
su
filosofía
de
la
naturaleza.
Hasta
entonces
Aristóteles,
en
sus
aspectos
principales,
sólo
era
conocido
indirectamente,
por
mediación
de
los
filósofos
árabes
y
judíos
(Averroes,
Avicena,
Alfarabi,
Moisés
Maimónides,
Avicebrón),
los
cuales
a
través
de
España,
dominada
entonces
por
el
Islam,
transmitieron
traducciones
latinas
de
las
versiones
árabes
de
Aristóteles.
A
partir
de
dicho
siglo
en
Italia
y
Sicilia,
principalmente
por
obra
de
Bartolomé
de
Messina
y
Guillermo
de
Moerbeke,
que
traduce
para
Tomás,
surgen
versiones
directas
del
griego.
Por
primera
vez
este
conocimiento
de
los
escritos
de
Aristóteles
sobre
lógica,
filosofía
de
la
naturaleza
y
metafísica
creó
los
presupuestos
para
la
recepción
revolucionaria
de
Aristóteles,
en
virtud
de
la
cual
la
teología,
a
pesar
de
la
más
férrea
oposición
por
parte
de
la
autoridad
eclesiástica
y
de
la
teología
monacal,
quedó
fundamentalmente
acuñada
de
una
manera
muy
rápida
e
intensa
si
tenemos
en
cuenta
las
circunstancias
de
aquella
época.
Desde
entonces
para
la
escolástica
el
«filósofo
por
antonomasia»
es
Aristóteles.
En
la
recepción
e
interpretación
de
Aristóteles
como
instrumento
filosófico
y
metafísico
para
la
teología
está
la
gran
aportación
de
la
e.
Ahí
está
y
en
cierto
modo
se
consuma
su
importancia.
Y,
bajo
la
perspectiva
de
la
historia
de
la
filosofía,
con
ello
termina
también
la
obra
de
la
e.,
aunque
algunos
pensadores
conserven
una
importancia
permanente.
3.
Método
A
diferencia
de
la
forma
de
tesis
con
que
la
neoscolástica
estructura
las
materias
a
enseñar
y
de
su
organización
abstracta
y
poco
hermenéutica
de
las
mismas,
la
enseñanza
escolástica
de
la
edad
media
constaba
primaria
y
fundamentalmente
de
la
lectura
de
textos
auténticos,
tomados
sobre
todo
de
la
Biblia.
La
lectura
escolástica
se
distinguía
esencialmente
de
la
que
se
hacía
en
los
monasterios,
no
sólo
por
el
hecho
de
que
la
segunda
era
cultivada
principalmente
por
monjes,
sino
también
porque
el
transcurso
y
la
interpretación
teológica
de
la
misma
tenían
su
lugar
en
la
ordenación
monástica
de
la
vida
y
del
día,
en
el
contexto
de
la
institución
monacal
y
de
su
actividad
litúrgica
y
espiritual.
En
virtud
de
su
propio
principio,
la
teología
monástica
acentúa
la
santidad
inviolable
de
la
palabra
de
Dios,
que
ningún
método
lógico
puede
alcanzar
o
penetrar.
Dicha
teología
está
convencida
de
que
el
evangelio
no
puede
analizarse
científicamente
ni
someterse
a
una
construcción
especulativa.
Para
los
monjes
la
teología
es
sabiduría
y
no
ciencia.
Los
escolásticos,
en
cambio,
intentan
penetrar
lógica
y
racionalmente
en
el
texto
leído,
con
una
técnica
adecuada
a
la
enseñanza.
Sin
embargo,
la
lectura
de
la
Escritura
de
ningún
modo
tendía
exclusivamente
a
fundamentar
con
citas
y
argumentos
bíblicos
los
principios
y
tesis
teológicos,
sino
que,
de
acuerdo
con
las
exigencias
del
tiempo,
ella
también
era
entendida
genuinamente
como
una
entrega
del
hombre
entero
a
las
exigencias
del
evangelio
como
fundamento
comunitario
de
la
vida
creyente.
El
asentimiento
a
la
palabra
de
Dios
es
el
acto
fundamental
de
la
originaria
teología
escolástica.
Pero,
evidentemente,
con
ello
a
la
teología
escolástica
se
le
plantea
el
problema
de
cuál
es
más
exactamente
el
evangelio
contenido
en
la
‐‐>palabra
de
Dios
y
de
cómo
él
está
expresado
en
los
escritos
del
Antiguo
y
del
Nuevo
Testamento
y
en
la
restante
tradición
auténtica.
Precisamente
de
cara
al
asentimiento
a
la
palabra
de
Dios
la
teología
escolástica
pone
en
juego
el
así
llamado
método
dialéctico,
al
principio
para
resolver
incongruencias
filológicas
y
gramaticales
en
la
inteligencia
del
sentido
literal
del
texto.
Con
la
lógica
del
sic
et
non
se
intenta
armonizar
las
afirmaciones
del
texto
que
se
contradicen;
las
preguntas
que
quedan
y
las
respuestas
correspondientes
son
tratadas
en
anotaciones
interpuestas
(glossa
interlinearea),
o
dan
lugar
a
más
largas
aclaraciones
y
exposiciones
(glossa
ordinaria
=
marginalia).
El
método
escolástico
llega
a
su
madurez
en
esta
actividad
de
explicación
por
glosas.
El
escolástico
como
intérprete
del
texto
pregunta
en
medida
creciente,
durante
la
alta
edad
media
recurriendo
a
toda
la
fuerza
especulativa,
más
allá
de
las
concretas
dificultades
del
texto,
y
llega
así
a
los
problemas
fundamentales
de
la
fe
y
de
la
vida
cristiana,
que
él,
finalmente,
intenta
entender
en
su
unidad
con
los
medios
del
nuevo
procedimiento
lógico
y
demostrativo
de
la
metafísica
aristotélica,
para
lograr
una
ordenación
conjunta
y
sistemática
de
la
«sacra
doctrina».
La
interrogación
e
interpretación
del
texto
adopta
una
forma
que
al
final
queda
estereotipada
en
la
secuencia
de
pregunta
(utrum),
esbozo
de
respuesta
(videtur
quod),
objeción
(sed
contra)
y
respuesta
definitiva
(respondeo).
Esta
técnica
de
enseñanza
e
interpretación
exige
en
el
discípulo,
no
sólo
un
escuchar
creyente,
sino
también
una
reflexión
y
argumentación
aunque
la
decisión
de
la
cuestión
normalmente
es
asunto
del
maestro.
Sin
embargo,
por
este
método
los
maestros
han
de
rendirse
cuentas
a
sí
mismos
de
lo
enseñado
y
las
rinden
también
ante
sus
colegas
en
la
disputatio.
Aquí
proponen
sus
quaestiones
y
dirigen
una
discusión
estrictamente
reglamentada
y
altamente
crítica.
En
virtud
de
esta
técnica
de
enseñar
y
aprender
se
desarrollan
nuevos
géneros
literarios.
De
las
glosas
de
los
textos
surgen
las
sentencias,
que
se
compendian
en
colecciones.
Luego,
las
sentencias
son
llamadas
generalmente
comentarios,
cuando
las
anotaciones
y
los
pensamientos
particulares
pasan
a
formar
un
conjunto
ordenado,
en
el
cual
cada
sentencia
recibe
su
lugar
lógico.
De
las
disputaciones
ordinarias
surgen
las
quaestiones
disputatae,
y
de
las
extraordinarias,
en
las
que
cualquiera
puede
proponer
cuestiones,
nacen
los
quodlibeta.
Las
cuestiones,
que
al
principio
guardan
una
relación
muy
estrecha
con
la
lectura,
pero
más
tarde
se
separan
de
ella
y
se
convierten
en
tratados
independientes,
hallan
su
gran
forma
en
la
summa
quaestionum,
cuyos
articuli
son
una
quaestio
disputata
reducida
a
su
esquema
esencial;
a
ese
género
literario
se
debe
el
que
la
e.
sea
calificada
como
época
de
las
«summas».
La
autoconcepción
genuina
de
la
e.
se
representa
en
los
grandes
comentarios
y
sumas,
con
su
procedimiento
literario‐analítico
y
metafísico‐especulativo,
y
con
su
articulación
ordenada
a
base
de
puntos
de
vista
científicos.
La
filosofía
e.
es
fundamentalmentee
creyente
frente
a
la
autoridad
infalible,
sobre
todo
frente
a
la
palabra
de
Dios
(lectio)
y
se
sabe
obligada
esencialmente
a
la
tradición
cristiana
(auctoritas),
y
precisamente
por
esto
pone
en
juego
una
fuerza
intelectiva
que
configura
la
fe
con
claridad
intelectual
y
por
primera
vez
fundamenta
la
teología
como
ciencia,
elaborando
además
pensamientos
filosóficos
con
valor
permanente.
Cuando
en
la
e.
tardía
comenzó
a
escindirse
esta
unión
(apenas
sometida
a
una
reflexión
hermenéutica,
pero
realizada
con
mayor
o
menor
genialidad)
entre
los
tres
elementos:
lectio,
auctoritas
y
quaestio,
tuvo
que
decaer
la
genuina
fuerza
creadora
y
la
vigorosa
autocomprensión
de
la
e.
La
falta
de
discreción
en
la
interpretación
filológica,
el
formalismo
lógico
y
el
nominalismo,
la
abstracción
desconectada
de
la
tradición,
lo
mismo
que
la
ingenua
tendencia
empirista
a
lo
concreto,
las
sutilezas
dialécticas
y
la
coacción
de
un
orden
formal,
fueron
las
consecuencias
de
dicha
escisión.
Con
ello
se
iniciaron
las
diversas
fases
de
movimientos
antiescolásticos
empezando
por
la
devotio
moderna,
pasando
por
la
reforma,
hasta
llegar
a
las
modernas
corrientes
humanistas,
filosóficas
e
incluso
teológicas.
4.
Concepción
de
la
escolástica
acerca
de
sí
misma
La
e.
genuina
de
la
alta
edad
media
no
solo
decayó
por
un
desprestigio
externo
de
su
propia
concepción,
sino
también
porque
ella
misma
llevaba
en
sí
el
germen
de
su
crisis,
tal
como
lo
ha
mostrado
el
desarrollo
de
su
método.
Por
más
que
la
e.
pudiera
imponerse
de
manera
convincente
refutando
la
ingenuidad
de
la
teología
agustiniana
de
los
monasterios,
sin
embargo
ella
no
pudo
tranquilizarse
legítimamente
frente
a
ciertos
móviles
fundamentales
de
la
teología
antigua.
A
la
larga
no
podía
tener
buen
fin
el
presuponer
por
un
lado
la
auténtica
tradición
cristiana
como
fundamento
de
la
teología
y,
por
otro
lado,
el
poner
en
juego
un
método
radicalmente
racional
y
una
‐>
metafísica
que,
en
virtud
de
su
origen
griego,
es
ajena
a
toda
historia.
A
diferencia
de
los
epígonos,
la
alta
e.
presintió
también
esto
en
sus
mejores
pensadores
y
teólogos.
Pero
tampoco
los
compromisos
con
la
tradición
mística
de
los
monasterios
y
con
la
tradición
neoplatónica
del
agustinismo
pudo
impedir
que
por
propia
ilustración
interna
se
produjera
el
conflicto
entre
fe
y
saber,
entre
amor
y
conocimiento,
entre
tradición
y
especulación,
entre
historia
y
metafísica,
entre
naturaleza
y
gracia.
Al
principio
el
método
originario
de
la
e.
estableció
una
relación
elemental
entre
esos
polos
opuestos.
Pero
luego
se
vio
que
las
antítesis
no
podían
reconciliarse
por
la
dinámica
interna
de
este
método;
es
más,
como
lo
muestra
la
e.
tardía
con
sus
rasgos
nomilales
y
empiristas,
tuvo
que
estallar
la
pugna
abierta
entre
ellas.
Tan
pronto
como
el
método
empleado
elementalmente
por
la
e.,
método
que
ésta
todavía
no
sometió
ni
podía
someter
a
una
auténtica
reflexión,
en
el
curso
de
la
historia
fue
objeto
de
un
examen
detenido,
tuvo
que
ponerse
de
manifiesto
la
insuficiencia
del
procedimiento
escolástico
en
el
ámbito
hermenéutico
y
especulativo,
por
la
razón
de
que
dicho
procedimiento
no
tenía
una
inteligencia
clara
de
sí
mismo.
En
tales
antítesis
el
fiel
de
la
balanza
se
inclinó
hacia
uno
de
los
dos
lados.
De
ahí
que
ya
en
la
alta
escolástica
ciertos
temas
centrales
del
cristianismo,
como
la
libertad,
la
persona,
la
historia,
dejaran
de
tratarse
en
gran
parte.
No
es
que
la
e.
no
conociera
estas
realidades,
pero
ella
no
las
incluyó
en
el
sistema
como
partes
constitutivas.
Desde
la
perspectiva
actual
podríamos
decir
que
la
historia
de
salvación
no
aparecía
precisamente
como
historia,
y
menos
todavía
como
historia
de
la
revelación
en
su
carácter
de
diálogo
personal
y
libre,
en
su
dialéctica
eclesiástica
y
social.
Evidentemente,
estas
dimensiones
de
la
concepción
del
cristianismo
acerca
de
sí
mismo
sólo
más
tarde
pudieron
hacerse
conscientes
en
forma
clara,
pero
como
problemática
práctica
operaban
ya
en
la
disputa
entre
las
diversas
teologías
de
la
edad
media
y
en
el
terreno
práctico
de
los
escolásticos
mismos;
y
actualmente
una
vez
sometidas
a
una
reflexión
detenida,
hacen
posible
un
juicio
justo
sobre
las
luchas
de
entonces.
Simplificando
la
problemática
histórica
podemos
decir:
la
teología
agustiniana
y
monástica,
que
sin
duda
tenía
una
concepción
más
genuina
de
la
revelación
como
historia
salvífica,
no
quería
someterse
al
planteamiento
racional
del
problema
en
la
e.,
pues,
aun
sin
saberlo
con
claridad,
presentía
instintivamente
qué
consecuencias
implicaba
dicho
planteamiento.
Por
otro
lado
la
teología
escolástica
ya
no
pudo
mantenerse
en
la
antigua
práctica,
pero
con
ello,
sin
que
a
su
vez
lo
notara
claramente,
hubo
de
mutilar
la
concepción
del
cristiano
acerca
de
sí
mismo
en
favor
de
una
racionalidad
teórico‐formal
e
institucional.
Este
problema
de
la
tensión
no
armonizada
entre
la
racionalidad
de
la
revelación
y
su
libre
historicidad,
así
como
las
diversas
soluciones
que
hasta
ahora
se
le
han
dado,
constituyen
el
destino
de
la
teología
hasta
nuestros
días.
La
e.
llevó
a
cabo
una
primera
fundamentación
científica
de
la
teología.
Su
mérito
permanente
es
el
haber
reconocido
esta
tarea
y
el
haberla
abordado;
en
ese
sentido
la
e.
es
esencialmente
teología
y
no
filosofía.
Pero
con
ello
se
inició
un
planteamiento
del
problema
teológico
que
la
e.
misma
no
llegó
a
perfeccionar.
Sólo
por
la
recepción
de
una
nueva
filosofía,
esta
vez
de
la
moderna,
puede
la
teología
constituirse
como
ciencia
en
conformidad
con
las
exigencias
actuales.
Pues
únicamente
esa
recepción
‐como
interpretación
crítica‐
de
la
moderna
filosofía
trascendental,
con
inclusión
de
la
reacción
existencialista
y
marxista
frente
a
ella,
ha
llevado
a
descubrir
el
contenido
y
el
método
de
la
teología
de
tal
modo
que
ésta,
ni
deba
reducir
o
abandonar
falsamente
su
absoluta
racionalidad,
ni
se
vea
obligada
a
subyugar
su
historicidad
fundada
en
la
gracia
soberanamente
libre.
Y
precisamente
así
la
teología
puede
constituirse
como
ciencia
histórica
y
creyente
(cf.
también
‐>filosofía
trascendental,
‐
>teología
trascendental,
‐
>
teología,
historia
de
la
‐>
teología,
‐
>teoría
y
práctica).
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