Está en la página 1de 3

Estrategias para el pensamiento crítico

No hay pensamiento crítico que valga si no comienza por sí mismo; si no tiene como
«primera parada» el rigor de interrogar, sistemáticamente, sus fines y sus principios, sus
herramientas, sus horizontes y sus limitaciones

No hay pensamiento crítico que valga si no comienza por sí mismo; si no tiene como
«primera parada» el rigor de interrogar, sistemáticamente, sus fines y sus principios, sus
herramientas, sus horizontes y sus limitaciones. El pensamiento crítico que se auto-exceptúa
es exceptuable del todo.

Por más salvoconductos que se invente, el pensamiento crítico que no echa sus barbas a
remojo, que no se tiene a sí mismo como objeto de estudio permanente, termina siendo
coartada dogmática idéntica a las que nos han hartado a lo largo de la historia. Por más
ingeniosos que sean sus personeros de moda, agazapados en el burocratismo, en las
farándulas, en las máquinas de guerra ideológica, en las iglesias o en los santuarios de fake
news… por más «críticos» que parezcan, si no pasan por sí mismos son sospechosos.

¿Más claro? Prudencia no es sinónimo de debilidad. El panorama está convirtiéndose en un


campo minado, donde cualquier payaso pretende detonar un debate fuera de su alcance.
Abundan tirios y troyanos. Pero las direcciones políticas están obligadas a profundizar la
autocrítica si quieren profundizar la confianza.

IRREVERENCIA EN EL DEBATE, LEALTAD EN LA BATALLA

Mal nos irá si al revisar los daños causados por las ideas de la clase opresora, nos creemos
inmaculados, indemnes o a salvo. El problema no es aceptar que somos (también) engendros
de la ideología de la clase dominante; el problema es identificar qué tan orgullosos estamos y
qué hacemos con eso.

Ya no se puede validar un pensamiento crítico que coquetee con utopías o se vuelva


emboscada puramente especulativa. Necesitamos el pensamiento crítico para pensar y hacer
la transformación de la realidad, pero con un sustento metodológico de autocrítica y
reelaboración permanentes, al alcance efectivo de los pueblos, para superar el orden
económico-social al uso.

Y es que las ideas de la clase dominante se expresan, primero, como modelo económico y,
por eso, desarrollar la crítica ha de servirnos para ganar fuerza organizadora contra las peores
herencias de clase, es decir, su economía, sus leyes y sus valores morales.

Hay que romper, desde sus entrañas, las formas y usos del razonamiento convencional
inoculadas en nuestra cotidianidad más invisible; desarrollar un cambio, no sólo de formas,
con un método nuevo entrenado para superar toda lógica hegemónica que, huérfana de
cuestionamiento a la esencia de la actividad productiva y a las relaciones de producción
dominantes, nos ha adoctrinado con su contenido y pertenencia de clase y su capacidad de
paralizarnos las funciones intelectuales y políticas; que nos ha convertido en defensores de
nuestro verdugo.
El pensamiento crítico que necesitamos debe contener un efecto subversivo, incluso sobre él
mismo, si quiere tenerlo para cualquier otro campo de subversión. La praxis del pensamiento
crítico puede tomarse como una síntesis de humanismo de nuevo género que pone el interés
social por encima de todo; pensamiento crítico sometido, él mismo, al principio de desarrollo
histórico, operando en las entrañas de la coyuntura, con afirmaciones revolucionarias
rigurosas, incompatibles con los mitos de «estabilidad» conservadora.

Para evitar la emboscada de vivir reconstruyendo, abstractamente, categorías escapistas, es


preciso repolitizar al pensamiento crítico, alejarlo de gurúes y santorales academicistas y
trazar su desarrollo científico al lado de las luchas sociales. Cada renovación del pensamiento
crítico debe ser respuesta a necesidades transformadoras de la práctica histórica dispuesta a
intervenir en el corazón de todas nuestras contradicciones.

Hay que producir un estatuto científico, cuya condición, primera y última, sea no estancarse
entre reformulaciones, abandonos y revisionismos de moda, ni entre puros conceptos o
proposiciones que no estén vinculados a la lucha por la transformación del mundo. El
pensamiento crítico no puede desarrollarse independiente de la historia del pueblo trabajador,
cuyas luchas determinan sus avances y retrocesos, sus transformaciones y rectificaciones. No
puede depender de los «modelos de futuro» o de las prescripciones en abstracto.

Al contrario, debe expresar el movimiento real de las luchas sociales, no como una «teoría
acabada», sino como una intervención organizada y popular contra la lógica y las acciones de
reproducción dominante, a gran escala, y de acumulación acelerada del capital; especialmente
la lucha contra la ideología opresora que es como un virus inoculado en la razón, para
superponerse a las conexiones lógicas y a las evidencias científicas mismas, hasta convertirse
en una tara contra el razonamiento crítico.

PARA TRANSFORMAR, NO SOLO INTERPRETAR

Ciertamente, en la vida diaria, la actual valoración del pensamiento crítico dista mucho de ser
la de una necesidad teórico-práctica entrenada desde nuestra infancia. Mayormente está
escindido de su fuerza revolucionaria y se le reduce al catálogo de los buenos propósitos, casi
exclusivamente, «intelectuales». Desvirtuado. Esa es la emboscada academicista para evitar
que avance contra los focos ideológicos esparcidos hasta los rincones más insospechados de
la mente, de la tecnología y del cuerpo, como expresión dinámica de dominación. Por eso hay
que intervenir contra la alienación, la ignorancia y las condiciones hegemónicas de
producción, simultáneamente.

De lo que se trata no es (solo) de interpretar el mundo, sino de transformarlo, suprimiendo las


clases sociales. Eso necesita un florecimiento mundial del pensamiento crítico, capaz de
llevarlo hasta el terreno de las emociones, de los sentimientos, de las creencias, de los gustos.

Se precisa un pensamiento crítico del modo de producción y de las relaciones sociales


impuestas por el capitalismo, en su modelo de Estado, de «sociedad civil», de división de
clases, de partidos sin democracia real, de arte y de ecología mercantiles y mercantilizados.
Urge un pensamiento crítico para la vida diaria, para interpelar qué somos, cómo somos y qué
debemos ser para dejar de ser sociedades sometidas al capricho de los opresores; un
pensamiento crítico, pues, sujeto y objeto, también, de la crítica. Es la praxis, pues, como
arma de la crítica.

También podría gustarte