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Frithjof SCHUON
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Según la angelología islámica, el «Espíritu» ‒ Rûh‒ es más o menos una
emanación de Dios; está secundado por cuatro Arcángeles, que son por decirlo así
los pilares del mundo.
feminidad parecen formar una bipolaridad irreductible, pero la Unidad
nos recuerda que esa dualidad tiene su razón de ser, a priori en el
Amor que quiere y debe manifestarse, y a posteriori en el hijo que es
fruto de la bipolarización. La unidad nos indica asimismo esta verdad:
sólo en cierto aspecto son complementarios los términos de una
dualidad como lo masculino y lo femenino; desde otra perspectiva, la
de la Realidad Esencial, cada término es único, o sea que al Principio
Supremo se lo puede considerar en un aspecto femenino tanto como
en un aspecto masculino. Otro ejemplo es el de la bipolaridad sujeto-
objeto: por influencia del principio de Unidad, el sujeto se aísla y se
convierte en manifestación del único Sí mismo, y por tanto del Sujeto
divino, que evidentemente no tiene asociado; y lo mismo ocurre,
mutatis mutandis, con el polo objeto, que se aísla y se convierte en
reflejo participativo del Ser divino, y por tanto del En sí objetivo de la
Realidad. La bipolaridad sin embargo, sea cual sea, no queda
anulada, simplemente queda «interiorizada», en el sentido de que
‒conforme al principio yin yang‒ cada uno de los dos polos contiene a
su modo al otro; por lo demás, si así no fuera, no habría posibilidad
alguna de contacto entre ellos, porque no pueden entenderse y
colaborar dos cosas absolutamente diferentes. Si no hubiera un
elemento de masculinidad en la mujer, ni un elemento de feminidad
en el hombre, no podría haber unidad entre ellos.
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Es decir, los prototipos celestiales ‒las «ideas» platónicas‒ descienden, a través
de varios planos cósmicos, hacia el plano material, en el cual se van «encarnando»
sucesivamente conforme a un orden lógico; la vida y la consciencia no pueden
surgir de la materia por evolución «horizontal»
el Intelecto puro, que al ser aliquid increatum et increabile, pertenece
al Orden divino.
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Así, el número Tres tiene algo mesiánico; con él, todo vuelve
por decirlo así al orden, es el gran Consuelo, la nueva Edad de Oro.
Pero «el dado está lanzado», la Dualidad debe reaparecer; ya no
como una especie de cataclismo ontológico ‒nuestras expresiones
son sin duda demasiado imaginativas‒, sino como régimen nuevo;
sea «espacial», sea «temporal», porque existen los puntos cardinales
como existen los ciclos de duración, simbólicamente hablando. Es
decir, el número cuatro asume la función del número dos, pero a
partir de una nueva base, más estable en cierto sentido pero no
menos dramática, por decirlo de algún modo; y así sucesivamente ad
infinitum. Ese es el significado de la alternancia de los números
impares y pares ‒el punto de partida es la Dualidad‒ que avanzan
hacia una Totalidad transnumérica tanto dentro de nosotros como a
nuestro alrededor; tanto hacia la Apocatástasis como hacia esa
extinción que es nuestro encuentro profundo con Dios, más allá de
las servidumbres de la Contingencia o de la Relatividad. El número es
la perspectiva de Mâyâ, en nosotros mismos tanto como en el Orden
divino; «negra soy, pero hermosa».
Frithjof SCHUON