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Análisis Quijote Libro I

Prólogo de la Primera Parte

Cervantes en el prólogo nos dice que aunque parece padre, es `padrastro de don Quijote, que no se
puede esperar nada importante del libro, porque “en la naturaleza, cada cosa engendra su
semejante” y, como consecuencia, su débil ingenio, solamente dará un libro flojo, lleno de
pensamientos variados, debido a que se engendró en una cárcel. Los padres que tienen hijos con
problemas, no lo suelen reconocer, pero él no quiere ser como estos padres, y ya que cada uno es
libre de pensar lo que quiera, según su libre albedrío y de acuerdo con el refrán “debajo de mi
manto al rey mato”.
Afirma que le costó mucho trabajo escribir el prólogo.  Se encontraba con muchas dudas sobre cómo
hacerlo, cuando entró en su aposento un amigo y le dijo que no se preocupara, que hacer la
introducción no era difícil, bastaba con poner: a) una serie de poemas, inventados por él mismo y
atribuidos a personajes famosos; b) escribir sentencias y atribuirlas a autores importantes; c)
mostrarse erudito y con conocimientos geográficos…etc; pero dado que el libro iba dirigido contra los
de caballerías, debía desechar todo esto y escribir con claridad, “pintando en todo lo que
alcanzáredes y fuera posible vuestra intención, dando a entender los conceptos sin
intrincarlos y oscurecerlos. Procurad también que leyendo vuestra historia, el melancólico se
mueva a risa, el risueño la acreciente, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.
En efecto llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada de los libros de
caballerías”.
Cervantes aceptó este consejo.
Comentario
En este prólogo Cervantes nos presenta su aventura intelectual movido por el acicate, según él
manifiesta, de argüir contra los libros de caballerías. De entrada nos dice que no se espere del libro
nada importante, pues su naturaleza es alicorta y pequeña y de tal naturaleza no se puede esperar
nada más que un libro como ella. Tal aserción, tan humilde como punzantemente formulada, sirve
como contrapunto de las recomendaciones que le da el amigo para escribir el prólogo. Como explica
Francisco Rico, en su excelente edición de Alfaguara, "Era costumbre que los libros llevaran al
comienzo algunas poesías en elogio del autor y la obra. Lope de Vega refiere que en agosto de 1604
Cervantes anduvo buscando en vano quien escribiera unos versos de alabanza para el Quijote; pero
el propio Lope recurrió más de una vez a la artimaña de escribirlos él mismo y publicarlos como si
fueran de poetas amigos y nobles señores"
Tal advertencia sobre los abalorios literarios que  puede usar un autor para mostrarse “erudito en
letras humanas y cosmógrafo” nos va a servir para elucidar cómo entendía Cervantes la verdad. Esta
aparece, con frecuencia, enmarañada y lo es así porque las personas, en función de sus intereses
tejen en el libro una dialéctica poética que está al servicio de lo que quieren. Sin embargo, afirma él
que el discurso debe estar embridado por la claridad, “pintando en todo lo que alcanzáredes vuestra
intención”.
Añade además que la historia debe venir dada por una gavilla de fábulas que hechicen a los más
variados lectores: al melancólico, al risueño, al grave y al prudente.
Los refranes del capítulo
“Debajo de mi manto al rey mato”. Este refrán, utilizado para expresar que cada uno puede pensar lo
que quiera, funciona en el capítulo como jalón para que cada lector, no solamente considere y
reflexione lo que estime, sino que también lo manifieste con entera libertad.

Como dice Vicente de los Ríos, en su Análisis del Quijote, en el prólogo a la edición de la Real
Academia, de 1780, allí se expone que “…la fábula está destinada a dar a conocer previamente a los
lectores el fin del autor, para que desde luego entren a leer la obra con esta inteligencia”.

Merece especial referencia la explicación a la cárcel a la que se alude en el prólogo. Esta alusión ha
sido acicate para que los estudiosos del Quijote se preocupen por su aclaración. Se pueden resumir
en las siguientes corrientes:
a) Hasta el siglo XIX, los biográfos de Cervantes, valiéndose de la tradición oral, sin documentos
hallados que la sustenten, sitúan esta cárcel en Argamasilla de Alba, en concreto, en la cueva de
Medrano, actual Casa de Medrano.
b)Hay documentos probatorios de que Cervantes estuvo en la cárcel dos veces: La primera por
bajeza moral de los denunciantes;  en 1591, Cervantes trabajaba como comisario de
abastecimientos para la Armada, en la provincia de Sevilla. En Écija fue denunciado por el regidor
cuatro años después de ocurrir los hechos de que se había quedado con trescientas fanegas de
trigo, para uso propio. Cervantes se defendió de tal acusación y a tenor de los hechos, carecía de
fundamento: la notificación se emite contra Cervantes el 21 de septiembre y el 30 de septiembre se
hallaba de nuevo en Écija embargando trigo. Había embargado trigo a las clases pudientes y a
almacenes de personas relacionadas con la Iglesia. Hasta que se aclaró estuvo encerrado en los
bajos del Ayuntamiento de Castro de Río.
c )En 1597 pasó seis meses en la cárcel Real de Sevilla, pienso que por la adustez temperamental
del juez Gaspar de Vallejo. En 1594 se nombra a Cervantes recaudador de impuestos atrasados.
Trabaja por Andalucía: En 1597 el Consejo de Hacienda le reclama 79.804 maravedís que no se
habían justificados. En este caso hubiera bastado con una fianza puesta por él o por sus avalistas,
pero el juez anteriormente mencionado le pide la fianza de todo lo que tenía que recaudar en
Granada 2, 557.029 maravedís. Cervantes, asaeteado por tal fianza escribió una carta al Rey   y al
Consejo de Hacienda quejándose de tal medida. El Consejo le dio la razón y salió de la cárcel el 1 de
diciembre, después de haber pasado varios meses en ella. 
d) Francisco Rico con respecto a esta frase dice que Cervantes "no se refiere a la redacción, sino a
la concepción del libro". Casalduero comenta que se refiere a la cárcel del mundo.
e) La crítica extranjera, ya a finales del XIX: Fitzmaurice -Kelly, en Historia de la literatura española 
sostiene que esta cárcel es un recurso retórico. 
Para una visión más amplia véase Lucía Mejías,  Miguel de Cervantes en el laberinto de las cuentas
reales, en La madurez de Cervantes, págs. 251-359.

CAPÍTULO I - NACIMIENTO Y COSTUMBRES DE DON


QUIJOTE
En la Mancha vivía un humilde hidalgo, con escasos medios. Tenía unos cincuenta años y lo
acompañaba su sobrina y un ama. “Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran
madrugador y amigo de la caza”. No se sabe si su nombre era “Quijada”, “Quesada” o “Quijana”.
Leía obsesivamente libros de caballerías, de tal manera que “se  pasaba las noches leyendo de claro
en claro y los días de turbio en turbio”. Tomó tal interés en estos libros que llegó a vender algunas
fanegas de tierra para comprarlos. Como algunos estaban enrevesadamente escritos, él trataba de
discernir lo que querían decir. Tanto es así que perdió la razón y decidió hacerse caballero andante
como los héroes de sus libros. Fue su  propósito  hacer justicia a los agraviados y con ello adquirir
nombre y fama.
Lo primero que hizo fue buscar las armas. Las halló en unas viejas de sus bisabuelos que llevaban
siglos olvidadas. Como no tenía celada de encaje, se hizo una de cartón. Como caballo usó un
hambriento rocín y le puso de nombre Rocinante. Dado que “el caballero andante sin amores era
árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”, pensó que debería tener una dama a quien se le
presentasen y se le ofrecieran como homenaje todos aquellos a quienes él venciera. La halló en
Aldonza Lorenzo, una de la que estuvo enamorado hacía mucho tiempo. Le puso por nombre
Dulcinea del Toboso, porque era natural de esta ciudad, próxima a la suya

Comentario

El capítulo se inicia con la célebre frase “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme”…La famosa frase se ha comentado ampliamente por la crítica cervantina. En primer
lugar hay que citar el libro del profesor José Manuel Lucía Mejías La plenitud de Cervantes. Una vida
en papel (1604-1616), Madrid 2019: un libro especialmente atingente al texto cervantino, por saber
elucidar con gran acuidad todo lo referido a la obra y especialmente a la iconografía.   Cita este
profesor a Astrana Marín, pues en su Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes y Saavera,
trató de acrisolar la creación de los personajes de la obra: Alonso Quijano, el cura Pedro Pérez (que
será el nomre del cura amigo de Alonso Quijano), Dulcinea...etc.  Defendió que detrás del personaje
ficticio se encuentra la persona real del pariente de su mujer Catalina; "el lugar no puede ser otro que
Esquivias, del que no quiso acordarse, no tanto porque tuviera malos recuerdos de él, sino porque
no quería recordarlo, debido a su propia vecindad, inventándose la genial relación entre don Quijote
y Homero, unidos por la universalidad de su patria: "por dejar que todas las villas y lugares de la
Mancha contendiesen entre sí por ahijársele, y tenerle por suyo, como contendieron las siete
ciudades de Grecia por Homero...siete han sido los lugares manchegos que se disputan el privilegio
de haber sido patria de un personaje de foicción: Argamasilla de Alba, Miguel Esteban, Villaverde,
Tirteafuera, Quintanar de la Orden, Argamasilla de Calatrava, Esquivias". 
Con anterioridad a Astrana Marín. Manuel Víctor García, en 1867, en el artículo ¿Quién fue don
Quijote" decía: a) que según "la tradición esquivana, en el tiempo de Cervantes, había entre sus
vecinos un don Alonso de Quijana, hidalgo, lector de libros de caballerías y pobre hombre bonachón;
b) que fue pariente y protector de doña Catalina y que se oponía al matrimonio de ésta con
Cervantes; c) que debido a esta circunstancia, Cervantes se propuso humillar al don Alonso". op. cit.
Lucía Mejía. La plenitud de Cervantes
 Otra gran parte de la crítica, coincide en señalar que “el no quiero acordarme” corresponde a una
fórmula en la que se conjugan varios hechos: a) Desde la Edad Media era frecuente encabezar los
cuentos populares con fórmulas como “en una tierra de que non me acuerdo el nombre, había un
rey”; en este sentido, Cervantes se acoge a un topoi;  b) El Quijote es una parodia de los libros de
caballerías; en estos la figura del héroe es precisa y se define su origen y ascendencia; si Cervantes
quiere desmitificar estos libros y burlarse de ellos,  parece lógico que cuanto más impreciso y elusivo
sea, más se menosprecia ; c) Cervantes se muestra creador desde el inicio: no quiere someterse a lo
que la historia pueda contar de don Quijote. Desde el principio quiere moldearnos la figura del
personaje en los aspectos que le interesen. Por esta razón no le importa desconocer si se llamaba
“Quijada”, “Quesada”, “Quijana”.  Esta interpretación  es la que defiende Leo Spitzer
en Perspectivismo lingüístico en el Quijote: sostiene allí la tesis de que el mundo nos ofrece varias
interpretaciones, “igual que los nombres son susceptibles de varias etimologías”. La variedad de
nombres para referirse a un personaje o polionomasia, es un rasgo del estilo de Cervantes.   Los
individuos pueden ser engañados por las perspectivas bajo las que el mundo aparece. El gran mérito
de Cervantes es que en la España de la Contrarreforma, cuando predominan los modos autoritarios,
proclame la independencia del artista para que el lector aprecie el realismo y el idealismo que la
realidad presenta.  
Nos aparece don Quijote soñándose héroe. Ello era debido a que “tanto se enfrascó en la lectura,
que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco
dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio”.   Sus libros de
caballerías lo habían llevado a este estado. Se nos presenta el caballero con una vestimenta heroica
esperpéntica y un alma fantasiosa y acrisolada. Su deseo de adquirir nombre y fama lo lleva a la
alienación. Esta es otra de las originalidades de Cervantes: Don Quijote, ávido lector de libros, se
convierte en héroe de ficción: su naturaleza surge de la propia literatura caballeresca que lee. Vive la
literatura de tal manera que sale de su entorno real, para vivir en el de la imaginación que llevaban
los libros de caballerías. Esta idealización de un mundo ya pasado, la quiere llevar a la realidad del
mundo presente: el XVII. Esto no es posible, pues el pasado, pasado está y “el presente necesita
otra forma imaginaria”. (Casalduero). Del enfrentamiento del pasado con el presente surge la
personalidad de don Quijote: un loco que arrastra “un conflicto patético, tragicómico”
(Casalduero: Sentido y forma del Quijot)
 En la descripción que nos hace el autor de la búsqueda de sus armas de caballero y el estado de su
caballo domina ya un clima de chanza, de antojos ridículos, de algo que está evocando los
chafarrinones de dibujos infantiles. Tal descripción es lógica si pensamos en la intención que ya
Cervantes apuntó: burlarse de lo libros de caballerías; lo que merece desatacarse es el tono con que
lo hace. Tal ridiculez, comenta Eisenberg, en el libro citado en la introducción,  procede del concepto
que de la risa hay en La philosophía antigua poética, de López Pinciano. Este nos dice que la risa se
encuentra en las obras y en las palabras”, en las cuales se encuentra alguna fealdad y torpeza; lo
ridículo está en lo feo. Es probable que Cervantes leyera este libro, de ahí que subraye tanto el
comportamiento ridículo de don Quijote como la gracia de los dichos de Sancho. Sin embargo, tanto
dislate como vemos en sus deseos de fama, se acompañan de un acendrado sentimiento amoroso
que pivota sobre una aserción tan verdadera como contundente: la necesidad del amor. Este
axioma, como dice Américo Castro, “es la máxima esencia vital para Cervantes”; pero el amor
conlleva libertad para elegir. Sobre esta ecuación, se asienta un dogma que se ha de cumplir para la
plenitud de la persona. Como veremos, don Quijote sentía por Dulcinea un amor desrealizado: en
esto también se asienta el pensamiento ridículo del personaje, pues en la mente de Cervantes pudo
que surgiera, -como apunta Rafael Lapesa en Aldonza-Dulce-Dulcinea- , en una novela pastoril del
siglo XVI, en la que los pastores Deyfebo y Dulcineo se quejan de sus infieles zagalas Dulcina y
Estrella, por lo tanto, es posible que en la mente de Cervantes debió conservar un matiz estimativo
resultante de ese origen” (Rafael Lapesa: De Edad Media a nuestros días) . 
Vicente de los Ríos, en su Análisis del Quijote , en 1780, con gran agudeza, acrisoló el carácter de
nuestro personaje:"Don Quijote es un hidalgo discreto, racional e instruido, y que obra y habla como
tal, menos cuando se trata de la caballería andante"

Retomando el tema de las armas, hemos de apuntar, siguiendo a Vicente de los Ríos, que Cervantes
nos presenta a un don Quijote que en su caletre tenía la obsesión compulsiva  de que “las armas
tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje”.   Por esta razón, una vez que luchó con
el vizcaíno y quedó herido y desalmado, “juró no sosegar hasta adquirir a fuerza de armas el yelmo
de Mambrino”, como veremos más adelante. (Vicente de los Ríos)

Sobre el personaje de Dulcinea nos dice el anterior autor que “Cervantes introdujo un carácter
perfecto en la imaginada Dulcinea, pues como afirma el mismo D. Quijote más adelante, Dulcinea
es hermosa sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, cortés por bien criada, y
finalmente alta por linaje…su carácter existe sólo en la imaginación del héroe.”
Al final de todo este asunto de ficción y realidad en el Quijote, se pregunta Lucía Mejía: "¿Es el
Quijote un trasunto de la biografía cervantina?... El Quijote es una ficción que habla de ficciones y de
realidades, del peligro de romper los límites entre la ficción y la realidad, entre las  imposiciones
sociales y los sueños personales"; dice Lucía Mejías  encontrarse cerca de los postulados de Bruce
W. Wardropper: "el Quijote es un compendio de todos los géneros literarios anteriores, y supone la
continua eliminación de fronteras imprecisas, al mismo tiempo que desdibuja los límites entre la
historia y la ficción. Esta es la principal intuición sobre la que Cervantes construye su novela"

CAPÍTULO II - PRIMERA SALIDA DE DON QUIJOTE


Una vez que lo tuvo todo dispuesto, una mañana de julio,  salió con sigilo por una puerta falsa del
corral.  Subido sobre Rocinante, con su atavío de caballero, se dejaba ir por donde el animal quería,
siempre pensando en “los agravios que deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar
y deudas que satisfacer.”  Pronto se dio cuenta de que no había sido armado caballero, por lo cual
se lo pediría al primer caballero que se topase.
Hablaba sólo. El lenguaje que utilizaba no era el corriente, sí más bien el que le habían enseñado los
libros de caballerías que había leído. Se elogiaba a sí mismo y  a quien en épocas posteriores
contaran sus hazañas. También se dirigía a Dulcinea, pidiéndole que se acordara de él.  
Anduvo todo aquel día sin que le aconteciera nada; al anochecer llegó a una venta, que él creyó ser
castillo. En las puertas de la venta había dos prostitutas a las cuales confundió con dos damas. Oyó
el cuerno de un porquero que llamaba a sus animales; Don Quijote lo confundió con un enano que
anunciaba su llegada. Se acercó a las prostitutas, pero estas salieron corriendo cuando vieron
semejante figura. Utilizando un lenguaje arcaico se dirigió a ellas, pero no pudieron contener la risa
y  él, el enojo. Llegó el ventero y al ver tal figura contrahecha, a punto estuvo de soltar también las
carcajadas. Le ofreció posada, mas no cama porque no había, contestándole don Quijote que con
cualquier cosa tenía suficiente y, citando unos versos de un romance viejo, decía: “mis arreos son las
armas, mi descanso el pelear”.
Le sujetó el caballo el ventero, se bajó don Quijote y las mozas, que se habían avenido a ayudarle,
siguiéndole el juego, le quitaron la armadura, pero no pudieron con la celada pues estaba muy
atada;  tampoco lo permitió don Quijote. Cuando le quitaron la armadura les dijo don Quijote los
famosos versos del viejo romance de Lanzarote: - Nunca fuera caballero/ de damas tan bien servido/

Le preguntaron las mozas que si quería cenar a lo que contestó don Quijote que sí, pues “el trabajo
y el peso de las armas, no se puede llevar sin el gobierno de las tripas”. Le pusieron la mesa al
fresco, a la entrada de la venta y él saboreó unas truchuelas por truchas y un negro y
mugriento  pan, por un hermoso candeal. Grotesca era su imagen cuando tenía que beber; al no
haberse podido quitar la celada, el vino se lo echaban en la boca, a través de un canuto, las rameras
y el ventero. Un castrador de puercos que tocaba su silbato le pareció una suave y delicada música.
Se sentía feliz, pero lamentaba no haber sido todavía armado caballero.     

Comentario

El segundo capítulo trata de la primera salida de don Quijote. Los males que el mundo padecía,
según él, urgían su presencia. Agrupa estos males en cinco: agravios, entuertos, sinrazones, abusos
y deudas. Salió solo una madrugada del mes de julio, dándose cuenta de inmediato de que no había
sido nombrado caballero, condición necesaria para combatir y llevar a cabo sus planes.
Su primer monólogo funciona como parodia del lenguaje caballeresco. Espera que sus aventuras las
cuente un sabio, ofreciéndonos su imagen un contraste grotesco por el lenguaje grandilocuente que
utiliza y su ridícula figura encima de Rocinante: “Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz
de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos,…”. Francisco Rico, en
Don Quijote de la Mancha, ed. Alfaguara, sostiene que "la descripción del amanecer con esa
hinchada retórica no es especialmente propia de los libros de caballerías, sino común a toda la
literatura de tradición grecolatina" 

Como demuestra Helena Percas de Ponseti, en Cervantes y su concepto del arte, el autor nos
presenta diversas perspectivas sobre la verdad que la historia nos cuenta, queriéndonos decir que tal
verdad está en función del historiador:  “Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino
fue la del Puerto Lápice, otros  dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido
averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo
aquel día…”

El primer día no le ocurrió nada y, al anochecer, cansado y hambriento, deseoso de encontrar un


castillo o un refugio de pastores donde acogerse, vio una venta. La realidad que vemos deja
impresiones en nuestro cerebro que posteriormente son perfeccionadas por nuestra fantasía, lo
anterior, era ya doctrina corriente en la época -Juan Luis Vives, Tratado de Anima et Vita-. Don
Quijote, en la puerta de la venta vio dos prostitutas, pero su imaginación transforma las rameras en
doncellas y la venta en castillo. Como apunta Avalle Arce, en Don Quijote como for
ma de vida, la locura de don Quijote se debe a la alteración de su imaginación; posteriormente, “su
fantasía las perfecciona con “todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan”. Fruto de
todo lo anterior fue que cuando a don Quijote le ponen la mesa en la puerta de la venta para cenar y
llega el castrador de puercos y suena su silbato cuatro o cinco veces, “con lo cual acabó de
confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el
abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas y el ventero castellano del castillo”.
La anterior interpretación no tiene nada que ver con la que realiza el artillero Vicente de los Ríos en
su Análisis del Quijote;  para este autor lo que hace Cervantes es reírse, una vez más, de los libros
de caballerías, pues la alienación de don Quijote los hace pasar por el albañal de la venta: “De un
principio tan ajeno a toda razón como dar facultades y preminencias a quien ninguna autoridad tenía
para darlas…solo podía esperarse atropellamientos, trastornos de la sociedad, desprecio de las
leyes, y una transgresión de la moral cristiana y de los primeros preceptos de la religión.” ( de los
Ríos)

Otra de las características que hay que resaltar en este capítulo es el perspectivismo lingüístico en el
nombre del pescado que le sirven a don Quijote en la cena. Cervantes quiere ser fiel a los distintos
nombres que recibe una palabra. Como dice Spitzer, en el artículo antes mencionado, “son
excursiones a lo que hoy llamaríamos geografía dialectal: “un pescado que en Castilla
llaman abadejo, y en Andalucía bacalao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela.”. El
anterior perspectivismo lingüístico funciona como bordón del discurso que permite dilucidar cómo
Cervantes concibe el lenguaje: “formas de expresión que existen como realidades individuales y que
en sí mismas tienen su justificación”. Spitzer

CAPÍTULO III. EL VENTERO ARMA CABALLERO A DON


QUIJOTE
Después de cenar don Quijote  se hincó de rodillas ante el ventero y le pidió que, como señor del
castillo, al día siguiente lo armara caballero, pues estaba ansioso por salir en busca de aventuras en
pro de los que las necesitaran.  El ventero, al verlo con esa actitud, le dijo que sí. Le contó que él, en
sus años mozos también había ejercido de caballero. Recordó los lugares de España en los que
había estado, todos coincidían en que eran sitios de mala fama. Además había visitado varias veces
los juzgados.
Al no tener el castillo capilla, le dijo que podía velar las armas toda la noche en un corral que al lado
de la venta había. Le preguntó que si traía dinero; don Quijote le contestó que no y el ventero le
aseguró que un caballero andante debería llevar dinero y otras cosas, como ropa y ungüentos para
curarse en caso de necesidad.
Don Quijote se dispuso a velar sus armas. Las colocó sobre un abrevadero que había en el corral
para beber agua las bestias. Embrazó la adarga y cogió la lanza; comenzó a pasearse por el patio, a
la luz de la luna,  con aire marcial. Todos en la venta contemplaban atónitos el espectáculo.
 Un arriero se acercó a darles agua a sus bestias y como lo impedían las armas, las cogió y las tiró
con malas formas. Don Quijote le embistió y el arriero quedó mal herido. Vino otro y le sucedió lo
mismo. Cuando los demás arrieros vieron lo que estaba ocurriendo, empezaron a lanzarle piedras a
don Quijote. Para nada les valió la advertencia del ventero, diciéndoles que estaba loco.
El ventero, al ver lo ocurrido quiso acelerar el proceso de armarlo caballero; le aseguró que ya había
velado las armas suficiente tiempo. Trajo un libro que tenía para asentar las cuentas de la venta y,
leyendo como si fuera la Biblia, le mandó que se pusiera de rodillas. Le dio un pescozón y un golpe
en la espalda con la espada. Les dijo a las rameras que lo auxiliasen. Una le ciño la espada, otra le
calzó la espuela. Les preguntó don Quijote por sus nombres. Una le manifestó que se llamaba la
Tolosa, la otra la Molinera. Don Quijote les rogó que se pusiesen don, llamándose doña Tolosa y
doña Molinera.
Don Quijote se despidió del ventero; éste, porque se marchara pronto, ni siquiera le exigió dinero por
los gastos que había hecho.
Comentario
Don Quijote, acuciado por su deseo de  deshacer entuertos y buscarle equidad a los necesitados,
quiere que lo armen caballero. Se encuentra con un ventero, socarrón y viejo truhan, prototipo del
pícaro que, al darse cuenta de la enajenación del personaje, le sigue la cantaleta de la caballería:
toda una farsa parodia del mundo caballeresco medieval, alejado completamente de la época de la
Contrarreforma que está viviendo Cervantes. Es como si el autor nos dijera que lo pasado, pasado
estaba y no tenía sentido volverlo a resucitar.  
 Lo promueve a caballero, de una forma grotesca, pero él, fiel a sus principios, no se preocupa por la
hora y así, de noche, inicia el proceso, que comienza con el velar las armas, pórtico del título que
anhela el héroe. Esta escena, como observa Joaquín Casalduero en Sentido y forma del
Quijote, supone la primera aventura que vive el protagonista. Así lo manifiesta cuando se dirige a
Dulcinea: “Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se
le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo”.  Cuando entró el
segundo arriero, volvió a decir: “Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu
cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo. Las anteriores palabras son un remedo
grotesco del vasallaje que conllevaba el amor cortés. Como observa Avalle Arce en Don Quijote
como forma de vida, “Era obligación del vasallo servir al señor, y era obligación del señor proteger al
vasallo”.  “Trasplantado lo anterior a la situación que vive don Quijote, nos da la siguiente ecuación:
el caballero amante (don Quijote) es el vasallo que sirve a la mujer amada (Dulcinea), quien, por
consiguiente, es la señora, guía y protección del amante.”
El ventero, que sigue el canon de la caballería, musita unas palabras leyendo el libro de su hacienda,
golpea a don Quijote con su espada, consiguiendo que este se conjure con los demás caballeros
andantes.
Una vez más vemos cómo la verdad está velada por el ventero y las prostitutas. No quieren
descubrirle al personaje el estado en que se encuentra. Les interesa seguirle la corriente porque así
se ríen de él y al mismo tiempo se evitan un posible enfrentamiento. Al ser investido de caballero,
don Quijote le ha dado soporte a la propia Literatura, convirtiéndose oficialmente en un personaje de
las novelas de caballerías. Estas novelas don Quijote las va a parodiar, dándoles vida él mismo, pero
una vida grotesca: todo ello forma un auténtico esperpento en el que Cervantes ridiculiza y degrada
los viejos valores medievales de elevar al caballero a la altura del ideal cristiano.
Martín de Riquer, cuando comenta esta situación ridícula de las rameras dice: "Las Partidas de
Alfonso el Sabio establecían que quien hubiese sido armado "por escarnio", es decir por burla, o por
no tener las condiciones adecuadas quedaba ya inhabilitado para recibir la legítima orden de
caballería. Según ello, don Quijote nunca "hubiera podido ser caballero", de modo que "toda la
novela se basa en un error, producto de la locura del protagonista". Francisco Rico, op. cit. pág. 47

CAPÍTULO IV LA AVENTURA CON ANDRÉS Y LOS


MERCADERES TOLEDANOS
CAPÍTULO IV

LA AVENTURA CON ANDRÉS Y CON LOS MERCADERES TOLEDANOS

Don Quijote, muy contento, al verse armado caballero,  dejó la venta pensando que,  de acuerdo con
el ventero, tenía que volver a su casa, coger dinero y buscar un escudero. Pensó en un labrador
vecino suyo.
Iba don Quijote sobre Rocinante cuando oyó las voces de un muchacho llorando. Se trataba de un
pastor, Andrés, que, “desnudo de medio cuerpo arriba”, era azotado por su amo, un rico labrador.
Este le pegaba porque, según decía,  Andrés no guardaba bien el rebaño y le desaparecían las
ovejas; sin embargo, el muchacho comentó que el dueño decía esto para evitar tener que pagarle lo
que le debía. Don Quijote, oído lo anterior, le dijo al labrador que lo desatara y le  pagara lo que le
adeudaba. Hizo la cuenta don Quijote y ésta ascendía a setenta y tres reales. Andrés Haldudo, que
así se llamaba el labrador, contestó que se los pagaría y aún sahumados. El pastor le dijo a don
Quijote que no se fiara de Haldudo. Don Quijote contestó que cada uno es hijo de sus obras, no del
nombre que lleva. Una vez que se hubo marchado don Quijote, Haldudo volvió a azotar al
muchacho,  de tal manera que lo dejó casi muerto.

Don Quijote continuó camino de su aldea, acordándose de Dulcinea, a la cual le ofreció el mérito de
lo que acababa de realizar.

Llegado a un cruce de caminos, se dejó ir por donde Rocinante quiso, éste se dirigió a su
cuadra.  Iba pensando en Dulcinea cuando aparecieron un grupo de comerciantes toledanos que se
dirigían a Murcia a comprar seda. Pronto se plantó delante de ellos y, lanza en ristre, les pidió que
reconocieran a Dulcinea como  Emperatriz de la Mancha y mujer más hermosa del mundo. Uno de
ellos, dándose cuenta del personaje, le contestó que le enseñara un retrato y si tal era, de inmediato
lo reconocería. Lo mismo le contestó otro de los que iban, pues si les enseñaba un retrato, por
pequeño que fuese y dado que por el hilo se saca el ovillo, rápidamente lo reconocerían, aunque
fuese fea y tuerta. Don Quijote que oyó lo anterior, arremetió contra ellos, pero Rocinante tropezó y
cayó al suelo. Los mercaderes siguieron su camino, mas don Quijote los increpó llamándoles “ruin
canalla y gente miserables”. Oído esto por un mozo de los que iban, dándose cuenta de cómo
estaba don Quijote, cogió la lanza, la rompió y descargó toda su cólera sobre el caballero.

Do Quijote no se podía levantar, mas no por eso dejó de comprender que lo que le había ocurrido
era propio de caballeros andantes.      

Comentario

Después de la ceremonia de ser armado caballero, don Quijote, siguiendo los consejos del ventero,
regresa a su casa a buscar todo lo que le faltaba, especialmente un escudero. Pensó en contratar a
“un labrador vecino suyo que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de
la caballería”. Como observa Casalduero, “con esta frase irónica, dentro siempre de la nota
generalizadora de la época, se presenta completa la figura de Sancho.

De camino a su aldea,  tiene lugar la segunda aventura: impedir que el labrador Juan Haldudo siga
abusando físicamente de otro más débil, su criado y pastor Andrés. Don Quijote intervino de
inmediato y,  como juez, dictó sentencia. Andrés alabó su intervención, calificándolo de “buen
caballero” y de “valeroso y buen juez”. El episodio ha servido para opinar sobre la justicia en la obra.
Algunos de los planteamientos más significativos que encuentro son:

a)      El artículo de Mario Alano di Filipo: La justicia en el Quijote. El autor sostiene la tesis de que al ser
don Quijote un personaje fuera de la realidad de su época, quiere practicar la justicia;  a pesar de sus
buenos propósitos, arregla los conflictos de una forma inadecuada. Lo único que consigue es lo
contrario de lo que busca, pues es sabido que cuando se marchó don Quijote, Haldudo volvió a
azotar a Andrés y, como dice Cervantes, cuando lo desató, “él (Andrés) se partió llorando y su amo
se quedó riendo…Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote.”

b)      Enrique Vivó de Undabarrena, en Cervantes y su vocación por el Derecho, estima que al ver a un
hombre más fuerte abusar físicamente de otro más débil, don Quijote toma partido por este último
para deshacer el “entuerto que se le está haciendo al Derecho Natural”.

c)       Niceto Alcalá Zamora, en El pensamiento del Quijote visto por un abogado, destaca como punto
cardinal de la flaqueza judicial de don Quijote “la invasión constante de la jurisdicción pública, serena
e imparcial del Estado, por la débil y parcial justicia privada”.

d)      Carlos Prat Westerlindh, en La justicia en el Quijote, defiende la tesis de que Cervantes toma como
referencia en este capítulo “la justicia compensatoria e igualitaria”.  “Pretende compensar unos
agravios con otros, si bien considera que la parte más débil, aquella que ha sufrido el daño físico,
debe ser compensada económicamente. En este sentido, los azotes, rechazados por don Quijote por
la forma brutal y excesiva,  compensan la deuda que tiene Andrés. Su fallo, que lo ponga en libertad
y que le abone el salario que le debe es “una solución justa”…. “Del capítulo se extraen dos
consecuencias: la primera se refiere a la necesidad de que las sentencias no se queden en meras
declaraciones de intenciones (recuérdese que don Quijote, se fía de Juan Haldudo cuando dice que
le pagará a Andrés lo que le debe, cosa que no cumplió); por lo tanto, para que la libertad sea
garantizada, es imprescindible que las sentencias sean ejecutables. La segunda consecuencia
deriva del llamado principio de exclusividad, es decir de la necesidad de unos Jueces y Tribunales
imparciales”.

e)      Otra interpretación de este capítulo la podemos realizar desde los planteamientos de Daniel
Eisemberg en La interpretación Cervantina del Quijote. Sobre el humor en el libro sostiene el autor
que es muy posible que Cervantes creyera que “el humor surge del contraste entre lo que ocurre y lo
que el lector piensa que sería lo adecuado”.  Con su intervención, don Quijote consigue todo lo
contrario de lo que pretendía.

Si en la primera aventura don Quijote se enfrenta con los arrieros; en la segunda la realiza buscando
principios de justicia, en la tercera lo hará buscando la proclamación de la belleza de Dulcinea. Don
Quijote quiere que los comerciantes toledanos proclamen que no hay mujer más hermosa que “la
Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. Pronto se dan cuenta del estado mental de
don Quijote. Le siguen la corriente y no les importará decir de Dulcinea lo que el caballero quiere.
Necesitan un motivo para justificar su afirmación, por eso le piden el retrato, apoyándose en el refrán
de que “por el hilo se saca el ovillo”. La intención de los comerciantes es la de acomodar la verdad a
la situación. Don Quijote los maltrata llamándolos  “ruin canalla y gentes miserables”. Su opinión era
despreciativa para los que no tenían la categoría de caballero. La reacción del mozo, moliendo a don
Quijote como cibera, cuando se encuentra en el suelo, tiene tal grado de vesania como la del
caballero.

CAPÍTULO V. DON QUIJOTE REGRESA A SU ALDEA


 
DON  QUIJOTE REGRESA  A SU ALDEA
Don Quijote no podía ni levantarse del suelo por lo palos que había recibido. Estando en esta
situación se consolaba pensando en el romance del marqués de Mantua, creyéndose el héroe
Valdovinos.  Acertó a pasar por allí un labrador vecino suyo que lo recogió, lo subió con gran
esfuerzo sobre su jumento y lo condujo a su aldea. Mientras iba sobre el rucio, don Quijote creyó ser
el moro Abindarráez, de tal manera que cuando el labrador le preguntó que cómo se encontraba,
éste le respondió llamándole don Rodrigo Narváez. El labrador trató de hacerle ver que ellos eran
Pedro Alonso y el honrado hidalgo señor Quijana. Don Quijote contestó diciendo “Yo sé quién soy”,
añadiendo que si quería podría ser cada uno de los Doce Pares de Francia, pues sus hazañas se
aventajarían a las de todos ellos.
Para que en la aldea no pudiesen ver el mal estado en que venía don Quijote, se esperó el labrador
a que anocheciera. Cuando llegaron a la casa de don Quijote, estaban allí sus amigos: el cura Pedro
Pérez y maese Nicolás, el barbero. El ama les decía que don Quijote hacía ya tres días que faltaba
de casa y que no encontraba las piezas de la armadura;  que la culpa de lo ocurrido la tenían  los
libros de caballerías que continuamente leía don Quijote, que le habían trastornado el juicio y, a
gritos, decía,  que los debían quemar todos. Del mismo parecer era la sobrina. El cura intervino para
decir que al día siguiente limpiarían la biblioteca de don Quijote de estos libros.
El labrador y don Quijote oyeron lo que decían en su casa. Don Quijote dijo en voz alta que abrieran
al marqués de Mantua y la moro Abindarráez, por lo que se dieron cuenta del estado en que se
encontraba. Pidió que lo acostaran porque quería dormir. El cura se informó por el labrador de lo que
había dicho don Quijote, pero no pudieron averiguar lo que a este le había pasado, pues decía que lo
que tenía era el molimiento por haberse caído de Rocinante y el  cansancio provocado por la lucha
que había mantenido con diez atrevidos jayanes.  Al día siguiente se presentó en su casa el cura,
acompañado de maese Nicolás para poner orden en la librería.

Comentario

Las identificaciones que realiza don Quijote constituyen el axioma más evidente de su locura. Su
enajenación le impone una verdad que él hace suya: su falsa identidad es el producto de una
conciencia confundida por la lectura de los libros de caballerías. Sus palabras y el estado de regreso
a su casa nos dejan ver su aspecto esperpéntico y su alma fantasiosa y acrisolada por los
personajes que dice creer ser. Su verdad tiene tal grado de subjetividad que la convierte en
irracional. Tendido en el suelo, acude a su mente el Romance del Marqués de Mantua: cuando el hijo
de Carlomagno, Carloto, dejó herido al hijo del Marqués , Valdovinos.

Cuando pasó por el lugar el vecino suyo Pedro Alonso y lo reconoció, don Quijote dijo ser el moro
Abindarráez y, su vecino, don Rodrigo de Narváez; el labrador le contestó: “yo no soy don Rodrigo
Narváez…ni vuestra merced es Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana”. Don Quijote
le replicó: “Yo sé quien soy y sé que puedo ser”. Esta frase ha dado lugar a diversas interpretaciones
de acuerdo con el punto de vista adoptado en la interpretación del libro:

a)      Desde una visión romántica, que ha dado lugar al quijotismo, don Quijote, al igual que los grandes
héroes, mantiene inalterable su fe, a pesar de los descalabros que pueda sufrir: “Lo heroico en la
vida de don Quijote no son sus victorias, ya que no sufre más que derrotas, sino la fe en su misión, lo
que equivale a la fe en si mismo. Con la frase “Yo sé quien soy”, se nos dice que el elemento
sustantivo y diferenciador en la vida del héroe, es la fe”. (Avalle Arce).

b)      En esta misma línea de interpretación romántica, Unamuno, en Vida de don Quijote y
Sancho, sostiene que “Sólo el héroe puede decir “!Yo sé quien soy!”, porque para él ser es querer
ser; el héroe sabe quién es, quién quiere ser…”.

c)       Torrente Ballester, en Don Quijote como juego, defiende la tesis de que “Alonso Quijano juega a
ser don Quijote, y uno de los medios técnicos es la representación. La frase “yo sé quien soy”,
analizada en el contexto en el que se da: en el diálogo con su vecino Pedro Alonso, cuando éste
pretende sacarlo de la ficción literaria y devolverlo a su condición de Alonso Quijano, no quiere decir
nada y quiere decirlo todo. Es una frase ambigua…Alonso Quijano “socorre” a su personaje; el
socorro consiste en permitirle, o ayudarle a permanecer donde está; dentro del juego”.

Cuando llegaron a la aldea, el labrador, después de esperar a que anocheciera, llamó a la puerta de
don Quijote y dijo: “Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua,
que viene malferido, y al señor Abindarraez, que trae cautivo al valeroso  Rodrigo Narváez, alcaide
de Antequera.”. Como observa Ángel Rosemblat, en “La lengua del Quijote “, se destaca en la frase
el uso arcaizante, que viene a remedar el habla caballeresca.

Con este capítulo se cierra la primera salida de don Quijote que “ha modulado su melodía en tres
momentos: primera salida ; segundo, venta; tercero, retorno. (Casalduero)
). La salida ha durado dos días. Salió, de su casa, según nos dice el cap. II, “una mañana, antes del
día, que era uno de los calurosos del mes de julio…”  y salió de la venta temprano: “La del alba
sería” (cap. IV. )Lo recogió un vecino suyo, Pedro Alonso;  volvió a su casa al anochecer: “Llegaron
al lugar, a la hora que anochecía, pero el labrador esperó a que fuese algo más de noche”

Desde una interpretación ajustada al propósito de Cervantes, los personajes caballerescos


constituyen para él el acicate de su vida. Esta viene ahormada por las lecturas de estos libros. Don
Quijote les va a dar vida a través de su propia vida. Esta es la gran originalidad de Cervantes, como
apunta Riley, en  Teoría de la novela en Cervantes. Don Quijote se va a transformar en los
personajes de los libros que ha leído, es decir, va a tratar de darle vida a la literatura, viviéndola él
mismo.

}CAPÍTULO VI. ESCRUTINIO DE LA LIBRERÍA


Muy temprano llegaron a casa de don Quijote sus amigos, le pidieron la llave de la biblioteca al ama
y entraron. Había más de cien libros. Tanto el ama como la sobrina habían decidido quemarlos. El
cura consideró que había que leer los títulos para ver cuál se podía salvar.
En el escrutinio se salvaron del fuego los siguientes: Los cuatro de Amadís de Gaula  porque, según
el barbero,  es un libro verosímil;  Palmerín de Inglaterra porque está escrito con una prosa clara y se
expresa con razones convincentes; Don Belianís de Grecia se salva siempre que se le suprima el
exceso de imaginación que lleva; la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco porque tiene
un excelente estilo y es una mina de pasatiempos.
Terminados los libros de caballerías pasaron a los pastoriles. Empezaron con la Diana de
Montemayor. El cura opina que se suprima de este libro la parte que se refiere al agua encantada y
los versos de arte mayor, pero que se deje la prosa. También salva del fuego la Diana
enamorada, de Gil Polo; Los diez libros de Fortuna de amor, por lo cuidado de su estilo; El Pastor de
Fílida, por ser el protagonista un discreto cortesano. Sobre la Galatea, opina el barbero que el libro
propone algo, pero no concluye en nada, por lo tanto habrá que esperar a la segunda parte para ver
el final.
Valoran después tres poemas épicos: La Araucana, de Ercilla, La Austriada, de Juan Rufo y El
Monserrato, de Cristóbal de Virués. Los tres, según el cura, por la relevancia de sus versos.

Comentario

Estamos ante un capítulo de crítica literaria que nos da indicios claros del Pensamiento Literario de
Cervantes, aludiendo al importante libro de Américo Castro. Los rasgos comunes  que tienen los
libros que se salvan de la hoguera son la verosimilitud, la claridad con la que están escritos  y el
grado probable de que lo que cuentan pueda ocurrir.  Esto constituye el bordón de su quehacer
literario y es lo que desea que el lector comprenda.
He subrayado lo que afirma el cura cuando libra del fuego el Palmerín de Inglaterra porque entre sus
virtudes halla la eficacia de las "razones cortesanas y claras , que guardan y miran el decoro del que
habla con mucha propiedad y entendimiento". Este decoro, como explica Lázaro Carreter en La
prosa del Quijote es "la adecuación justa del modo de expresarse el personaje a su cualidad y
carácter variable según las circunstancias del que habla". Es decir, el escritor o hablante competente
debe saber elegir las expresiones lingüísticas mas adecuadas a cada situación. 
 Américo Castro lo expresa también muy claro:  “Cervantes explica conscientemente el análisis
racional de la realidad”.  Su credo intelectual lo dejó escrito en el  axioma que encierran estos
versos  de su poema “Viaje al Parnaso”:

Que a las cosas que tienen de imposibles,

Siempre mi pluma se ha mostrado esquiva.

Las que tienen vislumbres de posibles,

De dulces, de suaves y de ciertas,

Explican mis borrones apacibles.

Avalle Arce, en Don Quijote como forma de vida, percibe sobre la biblioteca de don Quijote algunos
puntos que conviene recordar:

a) “Esa famosa biblioteca no atesoraba más que novelas en prosa y libros en verso, de los cuales
ninguno pertenecía al género dramático; b) se aprecian ausencias de géneros de amplia difusión en
la época: ascética, mística, filosofía y romances; estos últimos demuestra conocerlos por la tradición
oral; su biblioteca padecía de total falta de actualidad; no poseía ningún best-seller de sus años. El
libro más moderno es El Pastor de Iberia (1591), de Bernardo de Vega; c) Lo anterior demuestra que
don Quijote no estaba al día en las lecturas de los libros que se publicaban. No progresó desde su
juventud. Siempre se comportó como un muchacho encarnado en el cuerpo de viejo”.

Entiendo que con bastante agudeza percibió Avalle lo siguiente: “Si la vida del cristiano, moro o judío
se fundamenta sobre un libro- Biblia, Corán, Torá-, la vida de don Quijote se estructura sobre un
libro: el de caballerías-, especialmente el Amadís”.  Se pregunta Avalle: ¿Hay analogía de
dependencia?. Afirma no saberlo.

Desde la psicología, analiza a don Quijote Mariano Pérez Álvarez en Psicología  del Quijote. Lo
realiza desde lo que se llama “El principio quijotesco que se refiere a la adopción de una identidad
conforme a personajes literarios.” La tesis que defiende el autor es que la dialéctica
persona/personaje que constituye a la persona real, se encuentra en cada uno de nosotros en más o
en menos grado; tomando como referencia la que  se da entre “don Quijote, que viene a ser el
personaje y Alonso Quijano, la persona de partida”.

Este principio quijotesco lo vemos en la vida real, tanto “con personajes de ficción e históricos, como
con preceptos que modelan conductas (como ser un buen cristiano o un metrosexual) e, incluso, con
base en la información por la que uno rige su vida(a la moda científica, tecnológica o budista)”

Especial importancia en esta crítica literaria que realiza el cura Pero Pérez es su postura ante la
novela caballeresca Tirant lo Blanch del escritor valenciano Joanot Martorell, publicada en Valencia
en 1490. Escribe Cervantes: 
"- Valame Dios -dijo el cura, dando una gran voz -, que aquí está Tirante el Blanco!. Dádmele acá,
compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento, y una mina de
pasatiempos...Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del
mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento
antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género
carecen. Con todo eso os digo que merecía el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de
industria que le echaran a galeras por todos los días de su vida. LLevadle a casa y leedle, y veréis
que es verdad cuanto de él os he dicho".
Hay una evidente contradicción entre la alabanza del libro en la primera parte y la condena a remar
en galeras del autor del mismo en la segunda. Lo anterior ha dado lugar a considerar este pasaje
como muy obscuro por los cervantistas, especialmente Diego Clemencín,  y muy atacado por los
tirantistas. Se han escrito diversos artículos aclarando tal obscuridad. Son de especial mención el
que hace Daniel Eisemberg en "La interpretación Cervantina del Quijote" y especialmente el artículo
de Pedro Javier Pardo García en "Don Quijote, Tirante el Blanco y la parodia realista. De nuevo
sobre "el pasaje más obscuro del Quijote". Considera el autor que "es lógico pensar que Cervantes
imitó o se sintió al menos influenciado por aquello que alaba y se separó de Martorell en lo que
critica." Como se ve en lo dicho por el cura, lo que critica Cervantes es "la industria"con que está
hecho el libro, es decir el propósito artístico con que está hecho el Tirant. Sostiene y demuestra el
autor la tesis de que la "industria" o propósito de Martorell es distinta de la de Cervantes. "La parodia
de Martorell surge de su intento de adaptar el género de  caballerías a una nueva realidad para
renovarlo, en Cervantes del enfrentamiento del mismo a una nueva realidad para ridiculizarlo...El
propósito paródico o artístico que le faltó a Martorell, equivale al propósito o industria que le sobra a
Cervantes"

CAPÍTULO VII. SEGUNDA SALIDA. SANCHO PANZA

Don Quijote oyó el ruido que se hacía en su biblioteca y se despertó. Empezó a gritar y a ponerse
furioso. El cura lo tranquilizó; don Quijote se dirigió a él como si fuera  el arzobispo Turpín, uno de los
personajes de los libros de caballerías. Entre todos, después de haberle dado de comer,
consiguieron que volviera a dormir.
El ama, esa noche, harta de tanto libro, los echó todos al fuego, con lo cual pagaron justos por
pecadores. Tapió la biblioteca, según había acordado con los amigos de don Quijote. Cuando éste
se levantó al día siguiente, buscó la biblioteca y no la encontró. Le preguntó al ama y esta contestó,
junto con la sobrina, que el mago Frestón los hizo desaparecer. Don Quijote contestó que tenía una
lucha pendiente contra ese mago, a lo cual le contestó el ama que sería mejor quedarse en casa
y no buscar pan de trastrigo, pues son muchos los que van a por él y vuelven trasquilados
Pasó don Quijote quince días en su casa, con distintos altibajos. Lo visitaba el cura y don Quijote le
decía que lo que el mundo necesitaba eran caballeros andantes. El cura, a veces le quitaba la razón,
otras se la daba porque era la única manera de entenderse.
Por esos días le pidió don Quijote a “un labrador, vecino suyo, hombre de bien – si es que este título
se puede dar al que es pobre- pero de muy poca sal en la mollera”, que le acompañara. Le prometió
una isla en cuanto la ganara; a él lo nombraría gobernador. Movido por esto, Sancho dejó a su mujer
y a sus hijos  y, como escudero,  acompañó a don Quijote.
Acordaron salir del pueblo de noche. Le pidió don Quijote a Sancho que llevase unas alforjas y fuese
acompañado de su rucio.  Don Quijote, de acuerdo con lo que le dijo el ventero, cogió dineros y
camisas y compuso su armadura.
Por la mañana, cuando salió el sol, estaban lejos de su pueblo. Sancho iba muy a gusto en su rucio,
pensando que sería gobernador.
La conversación que mantenían giraba en torno al gobierno de la ínsula. Le decía don Quijote que
era costumbre entre los caballeros darles a sus escuderos, al final de sus días, alguna ínsula, pero
que él no esperaría tanto, pues en  seis días la tendría, y quizá no como gobernador, sino como rey.
Sancho no veía a su mujer como reina, ni siquiera como duquesa. Finalmente dice Sancho que
espera poder llevar bien lo que su amo le dé.

Comentario

Edward C. Riley, en Teoría de la novela en Cervantes, sostiene que “La crítica de las novelas de
caballerías se hace de dos maneras: mediante juicios más o menos directos dentro de la ficción, y
también mediante la ficción misma “. Esta tesis de Riley se demuestra fácilmente con la lectura del
capítulo anterior y éste.  En el anterior vimos el escrutinio; en éste vemos la ficción misma: asistimos
a la parodia de las mismas novelas.

Una vez más volvemos a hallar a don Quijote dándole vida a la parodia de los libros de caballerías.
Estos lo han llevado a la alienación y su alma vaga dramática en el espacio de la ficción
caballeresca.

Encontramos en el capítulo la voz del narrador que, comentando  la asepsia del ama por los libros, al
quemarlos todos, nos dice que pagan justos por pegadores. Un refrán muy veraz y con el que la
lengua alude a que pagan los inocentes las culpas que otros han cometido.  Frente al pensamiento
irracional de don Quijote, se opone la racionalidad del refrán: es la voz cervantina, cuya didáctica
quiere transmitir al lector

La oposición locura cordura la volvemos a hallar en la conversación entre don Quijote y el ama.
Cuando éste le dice que piensa ir a buscar al mago Frestón, le contesta esta que “no busque pan de
trastrigo, pues muchos van a por él y vuelven trasquilados”.  Expresión que se utiliza para decir que
se buscan líos y cosas inadecuadas, consiguiendo lo contrario de lo que se buscaba. Las dos
expresiones, que son propias de la razón y el sentido común, siguen estando vigentes y con mucha
fuerza.

La voz de Cervantes, refiriéndose a Sancho, como “hombre de bien - si es que este título se puede
dar al que es pobre.-, bosqueja su sensibilidad por las personas humildes.

Con este genial personaje, llegado de la literatura popular, cuyos antecedentes se encuentran en el
más antiguo libro de caballerías conocido, El Caballero Cifar ( Menéndez Pidal: Un aspecto de la
elaboración del Quijote,), entra en escena el escudero, con alforjas llenas de refranes, cuyo candor
“tanto precio dará a la locura del hidalgo”.

En El Personaje de Sancho Panza y los lectores del siglo XVII, Javier Salazar, explica el contexto
socioeconómico del “labriego prototipo, simple y agudo, malicioso y bobo, muy similar al que
Cervantes nos presenta en su novela”.
Vicente de los Ríos, en el libro anteriormente señalado, asiente, según el sentir de la época -1790-
que "el carácter de Sancho es el de una labrador interesado, pero ladino por naturaleza, y sencillo
por su crianza y condición, que procede siempre según le inclina el interés."

Muy importantes son los estudios de Agustín Redondo, sobre la tradición carnavalesca en El Quijote.
El autor estudia la obra desde este punto de vista y, en concreto, en Tradición carnavalesca y
creación: Del personaje de Sancho Panza al episodio de la Ínsula Barataria, muestra con gran
acuidad los dos aspectos de la cultura: el popular, proyectado en lo carnavalesco y el oficial o culto,
reflejado en lo cuaresmal. Ambos se manifiestan en un reversible juego de espejos, cuyos
protagonistas son don Quijote y Sancho. Este último es "por varias de sus características, un loco
carnavalesco".

CAPÍTULO VIII. LOS MOLINOS DE VIENTO Y OTROS


SUCESOS NOTABLES

Iban en su conversación cuando divisaron a lo lejos treinta o cuarenta molinos de viento. Don
Quijote, movido por la fama que buscaba, pronto los identificó con gigantes y se dispuso a
enfrentarse a ellos. Sancho le advirtió de inmediato que aquellos no eran gigantes, sino molinos. Don
Quijote lo tachó de miedoso. Con la rodela en una mano y la lanza en otra, arremetió contra ellos.
Debido a que se levantó viento, las aspas se movieron y golpearon a don Quijote, cayendo al suelo,
en tal estado que casi no se movía. Recriminado por Sancho, don Quijote contestó diciendo: Calla,
amigo Sancho, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza” .
Levantándose como pudo, se dirigieron al Puerto Lápice. Iba don Quijote de medio lado sobre
Rocinante y con muy mal aspecto por los golpes recibidos. La lanza se le había roto y le iba
comentando a Sancho que cuando encontrase una buena encina se haría otra igual o mejor que la
primera. Sancho sintió ganas de comer, don Quijote dijo que lo hiciera él, pues no tenía hambre.
Aquella noche la pasaron entre unos árboles. Sancho, durmiendo a pierna suelta. Don Quijote,
después de haberse hecho la lanza, pensando en Dulcinea. A la mañana siguiente tampoco quiso
desayunar don Quijote, pues se alimentaba con los recuerdos de Dulcinea. Le pidió a Sancho que si
tenía que entrar en una nueva aventura,  solamente le ayudase si se trataba de canalla y gente
baja”; no, si eran caballeros andantes.
Estando en esta conversación aparecieron a lo lejos dos frailes subidos en sus mulas. Detrás de
ellos venía un coche con cuatro o cinco hombres a caballo y dos mozos a pie. En el coche iba una
señora vizcaína que se dirigía a Sevilla. Don Quijote confundió de inmediato a los frailes por
encantadores que llevaban secuestrada una princesa. Siguiendo su propósito de deshacer entuertos
se dispuso a atacarlos. Sancho le volvió a corregir al igual que en los molinos. Desistió de la
advertencia de Sancho y tomando carrera envistió contra los frailes. Uno, al verlo venir, salió
corriendo; el otro cayó al suelo. Sancho se dirigió al caído y quiso despojarlo del hábito y de sus
pertenencias porque le pertenecían, según había acordado con Don Quijote. Los mozos al ver lo que
Sancho hacía, se dirigieron a él, aprovechando que don Quijote se había ido hacia el coche.
Golpearon sin compasión a Sancho. El fraile cuando pudo se levantó, se subió en su mula y
rápidamente huyó, “haciéndose más cruces que si llevara el diablo a espaldas”.
Do Quijote se dirigió a la señora que iba en el coche, diciéndole que sus secuestradores estaban en
el suelo; que él era el famoso don Quijote de la Mancha y que solamente le pedía que fuese al
Toboso y le dijera a Dulcinea lo que había visto. Dado que no dejaba pasar el coche, un vizcaíno que
acompañaba a la mujer, se dirigió a don Quijote, en una “mala lengua castellana y peor vizcaína”,
amenazándolo si  no los dejaba pasar. Don Quijote que oyó la amenaza se dirigió furiosamente
contra el vizcaíno. Este, protegiéndose con una almohada blandió su espada contra don Quijote.
Comentario

Este capítulo da pie a plantear algunas de las interpretaciones más importantes que se han dado del
Quijote. En concreto, la advertencia de Sancho a don Quijote, diciéndole que “aquellos que allí
se parecen  no son gigantes, sino molinos de viento”.  Con este “parecer” se inicia la doble
perspectiva con la que don Quijote y Sancho ven la realidad. La teoría del perspectivismo o puntos
de vista diferentes con que las cosas se contemplan en el libro, la desarrolló ampliamente Américo
Castro en El pensamiento de Cervantes. Antes de referirme a Castro, considero que tengo que hacer
referencia a Vicente de los Ríos que ya, en 1780, para el prólogo de la edición de la Real Academia,
en su Análisis del Quijote, planteó la tesis del doble punto de vista con el que Cervantes realiza su
obra: a) las visiones que don Quijote tiene de las cosas, que están formadas por lo que su fantasía le
dicta, moldeada por la lectura de los libros de caballerías. En este capítulo se halla en la confusión
de molinos con gigantes y en la de los frailes de la orden de San Benito con encantadores;   b) la que
nosotros, lectores, tenemos al ver la realidad como es; b.1) la de percibir el modo de captar don
Quijote las cosas que le ocurren: “El lector siente un secreto placer en ver primero estos objetos
como son en sí, y contemplar después el estraordinario modo con que los aprende D. Quijote. Este
placer  es una de aquellas gracias privativas del Quijote, que no pueden tener las fábula heroicas…,
pues estos mismos hechos, mirados con la lente de la locura de este héroe, le representan como un
caballero valiente y afortunado. ”(Análisis del Quijote). Anthony Close, en Las interpretaciones del
Quijote, definió el punto de vista anterior diciendo que “Lo que Vicente de los Ríos realizó es un
penetrante análisis de la dicotomía entre ilusión y realidad en que se funda la novela”

La de Américo Castro, que en El pensamiento de Cervantes, defiende la tesis de que para
Cervantes, no hay una forma única de ver las cosas. La realidad es cambiante y los juicios de valor
son relativos. Sin embargo hay unas realidades morales cuya existencia es absoluta. Este es el caso
de la libertad amorosa. Cuando esta verdad absoluta se rompe porque se ha producido un error o
desacuerdo en su apreciación recíproca, se produce una tragedia. Sobre esta base “de la
desarmonía (error) y concordancia o (atracción vital, sobre todo en el amor), discurren unos u otros
personajes cervantino”.  “Cuando el error consiste en la falsa interpretación de una realidad física
(venta –castillo; molinos –gigantes…) sus resultados se sitúan siempre en la gama de lo
cómico”.  Este es el caso de las aventuras que encontramos en este capítulo.
Sobre el principio del perspectivismo, con el sentido de que “no hay verdad inmutable”, es decir, que
“el mundo es engañoso y proteiforme”, analiza Dominique Breton este capítulo en  “Una lectura literal
del significante aventura”, defendiendo el perspectivismo en la obra.    

A la tesis de Américo Castro se opone Alexander Parker, quien en El concepto de la verdad en el
Quijote, defiende la tesis de la objetividad de la verdad: “si la causa por la cual las acciones de los
hombres se conforman con la realidad o se oponen a ella la buscamos en el interés de los
personajes porque las cosas sean de un modo o de otro, la visión de la vida humana en el Quijote se
presta a un análisis que da a la novela un sentido preciso, válido para cualquier época”. Por qué
motivo falsea don Quijote la verdad, diciendo que unos molinos son gigantes, se pregunta
Parker.  “Porque quiere lograr fama de héroe. Sus lecturas le han enseñado que el heroísmo es algo
extravagante y fantástico, es decir, no han dado testimonio de la verdad”

Ya en el título del capítulo podemos ver la ironía con que Cervantes lo enfoca: “Del buen suceso”.
Sus afán de notoriedad y fama lo llevan a identificar molinos con gigantes. En la apacible y tranquila
Mancha, Don Quijote busca una vez más que el mundo recuerde sus famosas aventuras y para ello
vemos su extraño enfrentamiento con los molinos-gigantes y el grotesco resultado.  La respuesta a
Sancho sobre su osadía también queda enmarcada por su ingenio: “Calla, amigo Sancho, que las
cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza”. Todo cambia y nada
permanece; tan pronto se encuentra uno abajo como arriba. Esta parece ser una de las reflexiones
morales de Cervantes.
Claudio Guillén en su Comentario a este capítulo acierta plenamente cuando dice: “Han sido otras a
lo largo de los siglos las lecturas de esta aventura, familiar y proverbial en tantas lenguas. La
posteridad ha recogido la fuerza de voluntad de un David condenado al fracaso, el riesgo
desmesurado al servicio de un generoso idealismo, la futilidad del sueño, la valentía inútil, pero
admirable por  inútil, la prioridad de la motivación sobre el cálculo del resultado”

Uno de los personajes que resultan graciosos por su forma de hablar en este capítulo es el vizcaíno.
Su habla refuerza el perspectivismo lingüístico en la obra

CAPÍTULO IX. LOS CARTAPACIOS DE TOLEDO Y LA


BATALLA DEL VIZCAÍNO
Nos dice el narrador que se quedó muy intrigado por saber lo que le ocurriría a don Quijote en su
pelea con el vizcaíno, pues estaban los dos muy encolerizados. Sospechaba que tan importante
historia debía de tener su historiador.  Buscaba ansiosamente información sobre la historia de don
Quijote y la halló en el Alcaná (o calle de los mercaderes) de Toledo. Había allí un joven con unos
cartapacios que contenían unos papeles que se referían a don Quijote. El título de uno de ellos
era Historia de don Quijote de la Mancha, escrito por Cide Hamete Benengeli, historiador
arábigo. Los compró todos. Estaban escritos en árabe. Le dijo a un morisco que hablaba castellano
que los tradujese. Le pagó con  dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo. Como tenía interés por
saber lo que pasaba, llevó al morisco a su casa y en un mes y medio los tradujo.
En uno de los papeles estaba pintada la batalla entre el vizcaíno y don Quijote. El vizcaíno estaba
sobre su mula y debajo estaba escrito “Don Sancho de Azpeitia”. Don Quijote estaba subido sobre
Rocinante y debajo ponía “Don Quijote”. Junto a él estaba Sancho Panza y tenía cogido el cabestro
de su asno; debajo ponía Sancho Zancas.
El autor de la historia era árabe, los cuales tienen fama de mentirosos. El de ésta es probable que
pusiera algo de menos que demás, sin embargo “los historiadores deben ser puntuales, verdaderos y
no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición no les hagan torcer del
camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo
de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.
La segunda parte de la historia nos cuenta el bravo enfrentamiento entre don Quijote y el vizcaíno. El
vizcaíno se lanzó sobre don Quijote y le descargó un fuerte golpe con la espada; tuvo suerte don
Quijote porque no le acertó de lleno y logró escapar con solo una herida en la oreja. Cayó, se levantó
y se subió sobre Rocinante. Cogió la espada con las dos manos; se lanzó sobre el vizcaíno, que se
protegía con la almohada, pero le dio tal golpe que empezó a echar sangre por la boca, narices y
oídos;  después cayó de la mula. Don Quijote se acercó al vizcaíno, le puso la espada entre lo ojos y
le conminó a que se rindiese so pena de perder la vida. Intervinieron las señoras que iban en el
coche para que se la perdonara, contestando don Quijote que así lo haría con la condición de que se
presentara ante Dulcinea y se pusiese a su disposición. Las señoras, por librarse de aquel loco
furioso, le prometieron que así lo

Comentario
El arte de la ficción cervantina aparece muy bien reflejado en este capítulo. Por lo que se demuestra
en el texto,  hay un autor de los primeros ocho capítulos, que deja la historia sin terminar; también
hay un autor árabe, Cide Hamete, según lo que está escrito en los cartapacios que el autor  editor
encuentra en el Alcaná de Toledo; un moro aljamiado que los traduce al castellano y, por último un
autor editor, exacto alarife del libro, Cervantes,  que posteriormente nos lo cuenta. Este editor, como
sabe que el autor árabe es poco amigo de la verdad y no lo dijo todo sobre don Quijote,  nos hace
unas reflexiones sobre la historia en las que se atisba la racionalidad cervantina.

Vicente de los Ríos, que en su Análisis del Quijote, compara a Cervantes con Homero, nos dice que
“La diferencia entre las fábulas heroicas y las burlescas está, entre otros hechos en la invocación,
que se da en las primeras y no en las segundas…Cervantes conmutó la invocación a las musas,
como hizo Homero, por la invocación al recurso a Cide Hamete Benengeli, quien como árabe y
manchego debía saber por menor las particularidades de la locura de Don Quijote, que hace
verosímil la fábula, y al mismo tiempo indica el origen de nuestras materias caballerescas”.
En el combate con el vizcaíno se vuelve a encontrar uno de los muchos engaños que a la razón
cometen los personajes. Este se enfrenta a don Quijote sin percibir que estaba loco. Tiene que
ocurrir la lucha para que los que iban en el coche engañen a don Quijote y acepten realizar lo que él
desea. El no asumir pronto la verdad de la locura les ha traído estos problemas. 
CAPÍTULO X. DIÁLOGOS ENTRE DON QUIJOTE Y
SANCHO
Sancho se levantó maltrecho por lo palos que le habían dado los mozos de mulas. De inmediato se
dirigió a don Quijote a pedirle una ínsula, pues en la aventura había vencido. Don Quijote le contestó
que no se ganaban tan fácilmente y que quizá más adelante se la podría dar.
Seguía Sancho a don Quijote cuando le sugirió que se debían quedar al amparo de alguna iglesia,
pues era muy probable que el vizcaíno los hubiese denunciado a la Santa Hermandad. Si los cogían
pasarían muchos años en la cárcel. Don Quijote les contestó que dónde había leído él que la justicia
hubiera apresado a un caballero andante, acusado de homicidio. Sancho contesta que él no sabía
nada de omecillos.
Viendo el estado en que estaba don Quijote, sangrando por la oreja, le dice que se la va a curar con
unos hilos y ungüento. Don Quijote le habla de los milagros  del bálsamo de Fierabrás. Le explica
sus propiedades y Sancho, que cree que se ganará dinero con la venta del bálsamo le pide que se lo
dé. Le contesta don Quijote que tiempo tendrá de enseñarle cosas importantes y que le cure la oreja,
pues le duele.
Al darse cuenta don Quijote de que se le había roto la celada en el combate con el vizcaíno, jura que
actuará como el marqués de Mantua cuando quiso vengar la muerte de su sobrino Valdovinos: “no
comer pan a manteles ni con su mujer folgar” hasta que pueda vengarse. Sancho le contestó que el
vizcaíno cumplió su penitencia cuando se presentó ante Dulcinea, por lo tanto no procedía más.
Pensó don Quijote ganarle la lanza al primer caballero que se encontrase. Iban en esto cuando sintió
ganas de comer. Le pidió a Sancho que le diese algo de lo que llevaba en las alforjas, pero era unos
mendrugos de pan, una cebolla y un poco de queso, cosa que Sancho consideraba inadecuada para
un caballero. Don Quijote le contesta que los caballeros andantes comen lo que tienen a mano. Pasa
el tiempo, la noche se echa encima y se cobijan junto a las chozas de unos cabreros.
Análisis
Uno de los estudios más lúcidos sobre la naturaleza de Sancho nos lo ofrece Dámaso Alonso en   De
los siglos oscuros al de oro.  ( Sancho - Quijote / Quijote - Sancho) Sostiene allí el autor que  la
descripción del alma de Sancho que realiza Cervantes se corresponde con el realismo más exacto.
La naturaleza humana se mueve entre la ilusión y la realidad: este es el caso de Sancho. En este
diálogo lo vemos muy bien: los motivos que centran su ilusión son la ínsula y poseer la propiedad del
Bálsamo de Fierabrás. Al lado de esto se encuentra realidades como evitar ser prendidos por la
Santa Hermandad o evitar perseguir al vizcaíno porque probablemente haya cumplido con lo que
prometió. Lo que define a Sancho, dice Dámaso, “es estar oscilando, pasando constantemente de un
plano a otro, de la ilusión a la realidad desilusionada. Es un hombre realísimo; es el hombre”
El humor es importante en el libro. Ya Cervantes nos dijo en el prólogo que había que procurar que
cuando se cuente la historia “el melancólico se mueva a risa”; por lo tanto, este es uno de los
objetivos del libro. Por otra parte, de Sancho sabemos por el capítulo VII que era una persona
simple, amiga de dichos ocurrentes.  Esto es lo que destacamos en este capítulo: la graciosa
elocución de Sancho. Temeroso de que la Santa Hermandad los encierre, don Quijote contesta con
arrogancia que nunca la Santa Hermandad ha acusado de homicidio a un caballero. Sancho, que
desconoce el significado de la palabra, la confunde con “omecillo”, “rencores”. He aquí cómo se
cumple la tesis de López Pinciano, explicada antes: “ La risa se encuentra entre dos cosas: obras y
palabras, en las cuales se encuentra alguna fealdad y torpeza”.
CAPÍTULO XI. DON QUIJOTE CON UNOS CABREROS.
DISCURSO SOBRE LA EDAD DORADA
Los cabreros se disponían a cenar, tendieron unas pieles de ovejas en el suelo e invitaron a don
Quijote y a Sancho. Don Quijote se sentó en una artesa, que estaba puerta del revés. Sancho se
quedó de pie. Don Quijote le dijo que se sentara a su lado, pues era propio de los caballeros
andantes comer en igualdad de condiciones que sus criados, porque “de la caballería andante se
puede decir lo mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala”. Sancho le contestó
que prefería comer de pie e incluso a solas, “pues el comer acompañado supone respeto y
ciertos comportamientos como mascar despacio, beber poco, limpiarse a menudo, no
estornudar ni toser si te viene en gana ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen
consigo”.
Don Quijote insistió y consiguió que Sancho se sentara a su lado. Después de comer la carne,
pusieron los cabreros encima de las zaleas bellotas avellanadas y un medio queso muy duro.
Tampoco faltó el vino, que corría abundantemente.  Una vez que hubo don Quijote comido bien,
cogió un puñado de bellotas y habló de la bondad de aquellos tiempos en los que  no existían las
palabras tuyo y mío, en los que no había necesidad de trabajar porque la naturaleza, abundante en
todo, nos daba lo que necesitábamos; en los que predominaba la concordia y la paz en la tierra;  no
había fraude, ni se mezclaba el engaño y la malicia con la verdad y la llaneza; la justicia no se
movía por los favores y los intereses, ni existía la ley del encaje en las sentencias; las jóvenes
podían andar libremente sin temer a que su honestidad fuese manchada por otros.
Lamentablemente –continuó don Quijote- ahora, en estos tiempos, no ocurre igual: el amor, ha
perdido su inocencia y se le busca con requerimiento. Ha crecido la malicia y para defender las
doncellas, amparar a las viudas y ayudar a los menesterosos se creó la orden de la caballería. A
esta orden pertenecía él. Terminaba dándole las gracias a los cabreros por lo bien que lo habían
acogido.
Sancho, por su parte, oyó en silencio el discurso, sin parar de comer bellotas y beber vino
Una vez que don Quijote terminó, lo cabreros lo quisieron agasajar con cancines. Le presentaron a
un zagal que cantaba muy bien: Antonio. Éste cantó el romance de sus amores con Olalla, una
hermosa pastora a quien deseaba hacer su esposa
Terminado de cantar el romance, antes de irse a dormir, don Quijote se quejó de la oreja. Un cabrero
se la curó con hojas de romero y sal.
Comentarios
Estamos ante un capítulo en el que predomina el ingenio y la cordura. Los cabreros invitan a cenar a
don Quijote y a Sancho. Este último, dice que no se siente bien cenando en grupo porque se tiene
que someter a ciertas normas sociales: comer despacio, beber poco…etc. Este es un ejemplo de lo
que Cervantes quería que los libros llevasen de provecho. No quería que las buenas normas de la
mesa se vieran ajadas por la mala compostura.  Cómo se han perdido estas normas en la sociedad
de hoy. Basta ver las escenas del botellón para comprobarlo.
Otro de los aspectos importantes del capítulo es el discurso de la edad dorada. En un ejemplo de
estilo oratorio, el narrador nos avisa de las circunstancias de la enunciación que condicionarán la
expresión de don Quijote: “tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la
voz a semejantes razones”.
Lázaro Carreter, en un magnífico estudio, “La prosa del Quijote”, señala que tanto los personajes de
don Quijote y Sancho, como su habla, hay que entenderlos desde la misma literatura en la que se
desenvuelven. Don Quijote y Sancho se van alimentando de literatura. Es desde la misma literatura,
nos dice Lázaro Carreter, desde donde hemos de interpretar lo que nuestros personajes manifiestan.
Los precedentes del paraíso perdido se encuentran en la literatura latina, en Virgilio y en Ovidio. Este
tema se traslada a la novela pastoril del Renacimiento y don Quijote lo utiliza para criticar la época
actual, pues no en vano en su discurso, don Quijote perora con la dignidad del tribuno sobre la falta
de justicia que se aprecia en sentencias arbitrarias –ley del encaje-.  La verdad se oscurece por el
engaño, la malicia y los intereses de las personas. Este último término: los intereses,  se ha de tener
muy en cuenta para entender el concepto de verdad cervantina
El título que Cervantes le dio: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, nos permite explicar
las palabras de cordura que don Quijote dijo en este discurso. Si don Quijote es la historia de un
loco, es interesante ver el concepto que en la época de Cervantes había de la locura. El doctor
Huarte de San Juan había publicado el libro Examen de Ingenios (1575). En este libro se explica el
temperamento en función de los humores del cuerpo. Un equilibrio de los mismos, producía
personas normales; un desequilibrio, personas maniáticas, que a veces pueden actuar con gran
inteligencia. A esta última visión responde don Quijote en su alocución. Sin embargo, también aquí
hay parodia, pues, según él, el origen de la caballería a la que pertenece, se encuentra en esta
literatura pastoril del Renacimiento
Este entreverar el carácter en don Quijote, actuando unas veces como discreto y otras como loco,
fue analizado ya por Vicente de los Ríos, en 1790,  como fruto de la imaginación de Cervantes:
“estos razonamientos sobre la edad dorada, aunque discretísimos están enlazados con la locura de
D. Quijote… Los dos aspectos de este carácter producen otro efecto tan eficaz como la variedad,
para sujetar gustosamente la atención de los lectores.”

Cuando el pastor le pide a Antonio que cante el romance a Olalla diciéndole que “te sientes y cantes
el romance de tus amores que te compuso el beneficiado tu tío, que en el pueblo ha aparecido muy
bien”, comenta el docto militar, que “esto era muy ordinario cuando solo los eclesiásticos, y los que
seguían la carrera de la judicatura, se ocupaban en leer y estudiar, y ellos hacían todas las obras de
ingenio, fuesen o no correspondiente a su estado”

CAPÍTULO XII. EL AMOR DE GRISÓSTOMO A MARCELA


Estaban curándole a don Quijote la oreja cuando llegó Pedro,  otro pastor y gran prevaricador del
lenguaje, con la noticia de lo que había ocurrido en el pueblo. Un estudiante de Salamanca, rico y
buen compositor de versos,  Grisóstomo,  había muerto de amor por causa del rechazo de la pastora
Marcela, sin que esta le hubiese dado trato de favor ni esperanza alguna. Pidió ser enterrado al pie
de un alcornoque, donde por primera vez vio a su amada.  Se opuso a ello el cura y un amigo del
estudiante, Ambrosio, que conocía la causa de su muerte. Grisóstomo, cuando venía al pueblo era
muy apreciado por sus conocimientos de astrología entre los agricultores. Les hablaba de los
eclipses, así como de la abundancia o esterilidad de las estaciones y cosechas. Además componía
villancicos y escribía autos sacramentales. Un día se vistió de pastor, junto con su amigo Ambrosio y
se marcharon al campo, siguiendo la estela de Marcela.
Esta era huérfana de padre y de madre. El padre fue un rico labrador con más fortuna que la de
Grisóstomo. Se casó con una mujer que era admirada en el pueblo por su honestidad y hermosura.
Murió en el parto de Marcela. Al poco tiempo, de dolor, murió su marido. A la niña la crió un tío suyo
que era sacerdote en el lugar. Desde pequeña se vio que en belleza iba a superar a la madre. A la
edad de catorce o quince años, empezaba a ser cortejada por los mozos ricos del lugar, pero su tío,
no quería concederles la mano de la sobrina sin su consentimiento, pues era de la opinión de que
“no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad”.  Cuando se lo decía, ella
contestaba que no estaba todavía preparada para el matrimonio, razón por la cual el tío no insistía.
Un día decidió hacerse pastora, se vistió como tal y se marchó al campo. Hizo saber que su
intención era permanecer soltera.  Gran parte de los jóvenes se hicieron pastores, siguiéndola. Por
su belleza y su afable trato, enamoraba a los jóvenes. Estos suspiraban por ella, pero ella, cuando le
proponían el matrimonio, los rechazaba. Grisóstomo, la adoraba.
Comentario
El Quijote es una novela llena de novelas. Unas guardan más relación con la trama que otras. La que
trata este capítulo, pertenece a la segunda. Pertenece al género de la novela pastoril, muy en boga
en la época.
 Menéndez Pidal, ya notó que el episodio de Cardenio está directamente inspirado por un conocido
romance de Juan del Encina.
 Los pastores de esta novela pastoril,  se oponen por la cultura que tienen: cultos e ilustrados, como
Marcela y Grisóstomo, y rústicos, que se expresan con muchos vulgarismos, constantemente
corregidos por don Quijote, como Pedro. El habla de este último con sus constantes vulgarismos es
un ejemplo vivo del realismo expresivo que Cervantes quería reflejar en la novela. Su habla nos
produce risa por las confusiones a que da lugar, como es el caso de sarna por Sara, en la confusión
de Pedro.  La función que tiene este nuevo narrador es la de introducir este relato pastoril y
bosquejar los errores que se producen cuando el amor no está basado en la armonía de las
personas.
Sobre el realismo expresivo de Cervantes hay que referirse nuevamente a Lázaro Carreter. Cuando
se realiza el escrutinio de la librería, sabemos por boca del cura que el Palmerín de Inglaterra se libra
por “las razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha
propiedad y entendimiento”.
“El decoro –nos dice Lázaro- es la adecuación  del modo de expresarse el personaje a su calidad y
carácter”. En este capítulo nos muestra las diferencias culturales que se dan entre los pastores:
Pedro, vulgar e inculto, pero con sentido común, como prueba las valoraciones que realiza de
Marcela y su tío, frente a Grisóstomo, convertido en orate por dejarse llevar por sentimientos
virtuales.
Otro aspecto importante que se destaca en el capítulo es la connotación moral que Cervantes quiere
transmitir con el caso de la muerte por amor de Grisóstomo. Este se enamora tan locamente que
pierde el juicio. No llega a amarla, sino a adorarla, sin ser correspondido por ella, pues dice que no lo
quiere. Con su actitud bosqueja lo que es el amor para Cervantes:  un dogma, basado en la
correspondencia entre dos personas o armonía. Si esta no se da, se produce un error tan grande en
el que lo comete que termina en tragedia. Esto es lo que le pasa a Grisóstomo. Marcela es una mujer
hermosa y honesta, pero exige un principio que está unido al amor: la libertad, sin ésta no es posible
que se dé. La consecuencia del amor, para Cervantes, es el matrimonio, pero Marcela, al no estar
enamorada, no lo acepta. Sin embargo, su tío, el sacerdote, que le hubiese gustado que se casase,
especialmente porque la veía con edad y  por lo muy solicitada que estaba, lo cual, parece decirnos
Cervantes, que una mujer muy hermosa soltera, causa más daño que bien.
El sacerdote se nos presenta como una persona prudente, especialmente cuando se hace eco del
viejo apotegma de que en el casamiento el amor ha de estar ahormado por la voluntad.  
CAPÍTULO XIII. ENTIERRO DE GRISÓSTOMO. LA DAMA
DEL CABALLERO ANDANTE
Se levantaron muy temprano los pastores para ir al entierro de Grisóstomo. Llamaron a don Quijote y
éste le ordenó a Sancho que enalbardase a Rocinante para acompañarlos. Pronto se pusieron en
camino. Se incorporaron a un grupo de seis pastores, vestidos de negro, coronadas sus cabezas de
ciprés y amarga adelfa. A ellos se les unieron otros dos hombres, a caballo y muy bien vestidos.
Uno de ellos, que se llamaba Vivaldo, le decía a otro que daba por bien el retraso que llevaban, pues
de esta manera podían  asistir al entierro de Grisóstomo, que se había quitado la vida por la hermosa
Marcela. Intervino don Quijote para interesarse por ella;  pero lo que le dijeron fue lo mismo que la
noche anterior había oído de Pedro.
Al ver vestido así a don Quijote, le preguntó Vivaldo que por qué iba así armado por estas tierras tan
pacíficas. Don Quijote le contestó que era caballero andante. A continuación explicó el origen de esta
caballería, que se asienta en  tiempos del  rey Arturo, fundador de la orden de la Tabla Redonda.
Con el tiempo fue extendiéndose por todo el mundo y a ella pertenecían  caballeros tan importantes
como  Amadís de Gaula, Felix Marte de Hircania y Tirante el Blanco. También profesaba en la orden
de caballería; caminaba en busca de aventuras y ofrecía su ayuda a los necesitados.
La caballería andante –siguió diciendo don Quijote- pasa por muchas estrecheces, al contrario que
los cortesanos, que viven regaladamente. No viven con la tranquilidad que tienen los religiosos;
estos piden al cielo, pero son los caballeros los que ejecutan la justicia divina. Dándose cuenta de
que estaba delante de un orate, le comenta Vivaldo que los caballeros andantes, cuando acometen
una aventura, se encomiendan a su dama, en vez de encomendarse a Dios como hacen los
cristianos. Don Quijote le contesta que era propio de la caballería andantesca, primero
encomendarse a su dama y posteriormente a Dios. Le comenta el caminante que había leído que no
todos los caballeros andantes tienen damas y le pone el ejemplo de don Galaor, hermano de
Amadís. Don Quijote le contesta que una golondrina no hace verano, para decirle a continuación,
de manera secreta, que Galaor también se encomendaba a su dama. Le preguntó a don Quijote por
la suya y éste le contestó con una descripción idolatrada de Dulcinea:  “es reina y señora mía, su
hermosura, sobre humana”.
Los cabreros oyeron la descripción de don Quijote y se percataron de su falta de juicio. Sancho, que
lo conocía, se daba cuenta de que desde que andaba con él, siempre decía lo mismo de Dulcinea,
pero que nunca la vio así.
Desde lejos vieron a un grupo de cabreros, vestidos de negro y con guirnaldas en la cabeza.
Llevaban una camilla. Pronto se dieron cuenta de que en ella estaba el cuerpo de Grisóstomo.
Anselmo hizo una elegía del difunto y de su apasionado amor que lo llevó a la muerte.   Lo iban a
enterrar con los papeles que había escrito. Vivaldo le pidió a Anselmo que no lo hiciera, pues podían
contener textos importantes. Anselmo le permitió que cogiera uno de esos papeles. Resultó ser la
Canción Desesperada.
Comentario                                                                                                                                       
Ya dije anteriormente, de acuerdo con críticos como Segre, que el Quijote es una novela ensartada
en la que aparecen otras que guardan alguna relación con la trama amorosa que vive el personaje.
En este caso es el del amor que vive Grisóstomo por Marcela. El de don Quijote por Dulcinea, se
asienta en la irrealidad; pero el de Grisóstomo lo hace en la realidad. Se quita el amor por Marcela.
Toda su historia tiene un aire de verdad y nada resulta extraño cuando el amor se vive como un
drama que lleva a la alienación. 
Comparte con don Quijote que adora a su amada, si ser correspondido por ella. Esta adoración es
casi religiosa. Don Quijote dice que es “dueña y señora mía”; Grisóstomo, porque lo desdeña, se
quita la vida. Vivaldo censura la veneración que los caballeros tienen por sus damas. Esto parece ser
lo que critica Cervantes, por ser lo que une a don Quijote y Grisóstomo. Esta es la lección que
Cervantes quería que el lector aprendiera y funciona como corolario de la adoración amorosa que
lleva a la enajenación.
Con respecto al romance que cita don Quijote cuando se explaya sobre la caballería: Nunca fuera
caballero / de damas tan bien servido / como fuera Lanzarote / cuando de Bretaña vino, /, es una
prueba del desequilibrio que a don Quijote le ha producido, tanto el romancero como los libros de
caballerías. Don Quijote estaba empapado del Romancero. Lo vimos en el capítulo II, en la venta,
cuando les dice a las coimas: Nunca fuera caballero / de damas tan bien servido /… También en el
capítulo IV, cuando quedó malherido y empezó a pensar en el Romance del Marqués de Mantua: -
¿Dónde estás señora mía, / que no te duele mi mal? / Sobre esta base del Romancero, se apoya
don Ramón Menéndez Pidal para sostener que al igual que el Bartolo, del Entremés de los
Romances, que se vuelve loco del leer el Romancero, Cervantes se inspiró en el Entremés para
escribir la primera salida de don Quijote.     

CAPÍTULO XIV. LA CANCIÓN DESESPERADA. LAS


RAZONES DE MARCELA
Vivaldo empezó a leer la canción desesperada de Grisóstomo. Aparece en ella el autor como una
persona terriblemente dolida por el despecho que le ha hecho Marcela. Su dolor es tan grande que ni
siquiera el aullido y las quejas de dolor de los más fieros animales pueden comparársele en su
intensidad. Sus quejas se extenderán por todo el mundo. No hay asomo de esperanza. Ante esta
situación desea vehementemente un hierro o una soga para quitarse la vida. A esto lo lleva la
hermosura y frialdad de la amada. Pero no quiere que por ello se turbe, al contrario, que sea para
ella una fiesta. Desea que todos los mitos del sufrimiento se refugien en él antes de arrojarse al
vacío.
Los presentes dijeron que no se correspondía lo que decía la canción con lo que se comentaba
sobre el buen crédito y fama de Marcela. Estando en esto apareció Marcela. Cuando esto ocurrió,
Ambrosio le recriminó su presencia, pues, según él, ella había sido la causa de la muerte de
Grisóstomo. A esto respondió ella defendiéndose en un largo parlamento
Comienza su discurso Marcela diciendo que está allí para recriminar a todos aquellos que creen en
las razones de Grisóstomo. Empieza diciendo que si ella es hermosa es porque el cielo  lo ha
querido; pero no por ello está obligada a amar a quien la ama. No debemos desear todo lo que es
hermoso, pues siendo esto múltiple, múltiple sería el deseo y la voluntad, lo cual sería un error por lo
mucho que nos confundiría. Y “el verdadero amor no se divide y ha de ser voluntario y no forzoso”. A
partir de aquí, razona Marcela llevando el argumento al absurdo: “si el cielo la hubiera hecho fea,
¿tendría que quejarse porque no la querían?”. Continúa razonando Marcela desde el plano moral,
diciendo que la honra y las virtudes son adornos del alma. Si una persona se enamora del cuerpo, no
por eso se debe perder la honestidad que es patrimonio del alma, por complacer al deseo del
amante. Dice que vive en la soledad de la naturaleza y ella es su compañera. Si los deseos se
mantienen con esperanzas, ella no ha dado ninguna a Grisóstomo, por lo tanto, lo ha matado su
porfía contra la esperanza, que nunca ella le mostró. 
 Una vez que terminó, se alejó de los que estaban. Don Quijote que también estaba presente dijo
que no se atreviera nadie a seguirla, pues había demostrado con claras y contundentes razones que
ella era libre, honrada y honesta y para nada tenía que ver con la muerte de Grisóstomo.
Las razones de don Quijote convencieron a todos y nadie se atrevió a seguirla. Enterraron el cuerpo
de Grisóstomo, diciendo Ambrosio que mandaría poner un epitafio en la tumba, explicando la causa
de su muerte.
Esparcieron flores en la sepultura y se separaron. Vivaldo le dijo a don Quijote que lo acompañara a
Sevilla porque encontraría muchas aventuras. Contestó que antes tenía que limpiar de malhechores
aquellas tierras.
Comentario
Nos encontramos con un capítulo en el que se oponen la locura que manifiesta Grisóstomo en la
Canción Desesperada a la sindéresis que muestran Marcela y don Quijote en sus razonamientos.
Especialmente el discurso de la primera. Como demuestra muy bien Martín de Riquer, en
Aproximación al Quijote, “el estilo está perfectamente adecuado a la trama principal de la novela”.
 Con este capítulo termina la novela pastoril de Marcela y Grisóstomo. Era un género de novela muy
en boga en la época y Cervantes se hace eco de ella. Los protagonistas eran unos pastores
idealizados o pastores poetas como es el caso de Marcela y Grisóstomo.
 El discurso de Marcela pertenece al oratorio y es un ejemplo de la heterofonía de la obra. Con su
discurso, Marcela ingresa de pleno en defensa de la dignidad de la mujer. Marcela pretende
convencer a los oyentes de su inocencia y lo consigue. Empieza su discurso hablando de la
naturaleza de la hermosura, para pasar después a explicar las circunstancias que la acompañan. Se
centra después en la muerte de Grisóstomo y las circunstancias relacionadas con la causa, para
terminar hablando de la honestidad y su naturaleza a la que prosigue. Su influencia en el ánimo de
los oyentes es tal que todos se quedan parados y ninguno la acosa. Don Quijote, con gran cordura
asume todo lo dicho por ella.
Cervantes se adelanta en el tiempo y nos describe personas con valores intemporales. Este es el
caso de Marcela. Prototipo de mujer independiente, defensora de su libertad. Defiende ella, con gran
razón, que no se puede someter una persona a otra simplemente porque uno de ellos esté
enamorado del otro. El amor es una ecuación y ha de ser correspondido por los dos. Por encima de
todo la persona tiene que ser libre para aceptar al otro. Es una ley de la naturaleza, y esta ley no se
puede franquear. Así debe ser, pues cuando ese sentimiento no está establecido, difícilmente se
puede crear. Las palabras de Marcela "Yo nací libre, y para poder vivir libre, escogí la soledad
de los campos", le sirven, entre otras  razones  a Salvador de Madariaga en Cosas y gentes, ed.
Espasa. pág. 94, a preguntarse "¿Cabe considerar a Cervantes como un hombre representativo del
siglo español en que vivió?...¿ estas palabras no suenan ya al XVIII y a Rousseau?... Con Rabelais y
Montaigne, es Cervantes uno de los precursores de la era de la razón. Los tres grandes libros,
Gargantúa,  los Ensayos y el Quijote, jalonan las etapas del espíritu europeo en el camino que lleva
de la era caballeresca de los grandes monarcas europeos hacia los tiempos modernos"
 Esta es la lección que Cervantes nos da en este capítulo. Con este discurso, la voz de Marcela se
convierte en paladín de los derechos de la mujer e ingresa por derecho propio en las voces próceres
de los derechos civiles:  una razón más para saber por qué Cervantes es un clásico.

CAPÍTULO XV. LA AVENTURA CON LOS YANGÜESES


Cuenta Cide Hamete que don Quijote y Sancho continuaron por el mismo bosque por el que se metió
Marcela, con intención de encontrarla.  No la hallaron; llegaron a un prado a la hora de la siesta y se
sentaron a comer y a descansar. Dejaron en libertad a Rocinante y al rucio. Había por allí unas
yeguas de unos arrieros gallegos. Rocinante se dirigió a ellas con intención de alegrarse, pero lo
repelieron sin miramientos. Los arrieros, al ver que Rocinante seguía  molestando a sus yeguas, le
dieron tal sarta de palos que lo dejaron en el suelo. 
Don Quijote cuando vio lo que habían hecho con Rocinante, le dijo a Sancho que tenían que
intervenir para vengar al caballo. En un principio, Sancho se resistió, pero al ver a don Quijote cómo
le daba un golpe a uno de los arrieros, decidió intervenir. Ellos eran más de veinte; al verlos a los dos
solos, cogieron sus estacas y los molieron, dejándolos tirados junto a Rocinante, que aún no se
había levantado. Ahí se podía ver –comenta el narrador-  lo que son capaces de hacer las estacas
puestas en manos rústicas y agraviadas
Cuando se levantaron, Sancho pidió de inmediato el bálsamo de Fierabrás, del que le había hablado
don Quijote, para curarse; éste le contestó que pronto lo tendría. A don Quijote le preocupaba haber
tergiversado las leyes de caballería, pues un caballero no debería enfrentarse con gente ruin como
aquella. Por esta razón le pedía a Sancho que la próxima vez se enfrentara él con gente de tal ralea.
Con voz lastimera, Sancho se lamentaba de haber intervenido, pues era persona pacífica y jamás se
había metido ni se metería en trifulca alguna.
Don Quijote le recordó que cuando fuera gobernador de la ínsula debería tener valor para
defenderla, pues en las conquistas,  “el nuevo posesor debe tener entendimiento para
saberse  gobernar y valor para ofender y defenderse en cualquier acontecimiento”.
Sancho, que estaba molido, le contestó que no estaba para pláticas, que debían ayudar a Rocinante
y que jamás creyó lo que vio en él. Lo cual le llevaba a pensar lo que se dice: “que es menester
mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida”.
Sancho le preguntó a don Quijote que si era frecuente entre los caballeros andantes salir con tanta
frecuencia tan mal parados, a lo que éste contestó que los caballeros andantes siempre estuvieron
sometidos a los triunfos y a las derrotas, poniéndole el ejemplo de Amadís de Gaula, que llegó a
recibir doscientos azotes y al Caballero del Febo que, a traición, le pusieron una lavativa de arena,
nieve y agua. Se quejó Sancho de los estacazos que le dieron, de los cuales se acordaría siempre.
Le respondió don Quijote que “no hay memoria que el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le
consuma”.
Deciden ir a ver a Rocinante, pues había quedado mal parado y continúan con su diálogo lleno de
razonamientos. Dice Sancho que se maravilla de que su rucio haya quedado “ libre y sin costas”, a lo
que contesta don Quijote que “Siempre deja la aventura una puerta abierta en las desdichas para
dar remedio a ellas”, razón por la cual le vendría bien subir en el rucio, pues Rocinante no estaba
para tal. A la afirmación de Sancho de que hay diferencia entre ir a caballo ha subido en asno, vuelve
a argumentar don Quijote que las heridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la
quitan”.
Quiso don Quijote terminar el diálogo, pues estaba anocheciendo y era conveniente salir del lugar.
Sancho le ayudó a subir en el rucio; detrás iba él llevando a Rocinante del cabestro cuando vieron
una venta que don Quijote creyó que era castillo. Llegaron a ella y Sancho se introdujo con toda la
recua.

Comentario
Estamos ante uno de los capítulos en los que la alienación de don Quijote está superada por unas
expresiones que reflejan agilidad de pensamiento y cordura en la elocución.  A través del diálogo, el
lector va viendo las enseñanzas que Cervantes quería que los libros mostrasen. El diálogo sirve
como catalizador del pensamiento del lector.
El crítico literario Bloom, en El canon occidental dice que “ La relación entre don Quijote y Sancho,
cariñosa y a menudo irascible, constituye la grandeza del libro, más incluso que el vigor con que se
representan las realidades naturales y sociales…No se me ocurre una amistad comparable n toda la
literatura occidental”.
 En efecto, los dos personajes dialogan con gran cortesía. Los argumentos de uno son analizados
rápidamente por el otro. En bastantes de las respuestas de don Quijote,  encontramos sensatez: don
Quijote desea intervenir al ver cómo apalean al pobre Rocinante, creyéndose con valor suficiente
para enfrentarse a los yangüeses, Sancho rápidamente le advierte del error. Cuando Sancho se
queja de que es una persona tranquila y no tiene valor para enfrentarse a nadie, don Quijote
rápidamente le comenta que para ser gobernador de la ínsula se ha de tener entendimiento para
gobernarse y valor para defenderse.
Cuando Sancho opina sobre el comportamiento de Rocinante dice que “es menester mucho tiempo
para venir a conocer a las personas, y que no hay cosa segura en esta vida”.
Al quejarse Sancho de que siempre se acordará de los palos recibidos, don Quijote le contesta que
no hay memoria a quien el tempo no acabe.
A los comentarios de Sancho referidos a que su rucio es el único que ha salido bien en esta
aventura, rápidamente responde don Quijote que siempre deja la aventura una puerta abierta a las
desdichas para dar remedio a ellas.
Por último, cuando Sancho le dice a don Quijote que hay diferencia entre el ir a caballo o atravesado
como costal de basura, responde don Quijote que “las heridas que se reciben en las batallas, antes
dan honra que la quitan.”
Tanto las respuestas de uno como de otro nos obligan a reflexionar. Con razón dice Bloom que
Cervantes, junto con Shakespeare y Montaigne son escritores sapienciales.

CAPÍTULO XVI. LAS AVENTURAS DE LA VENTA


Don Quijote, atravesado en el asno, llegó a la venta. A la pregunta del ventero, Sancho contestó que
se había caído desde una peña. La mujer del ventero, caritativa, su hija y la criada Maritornes: tuerta,
fea, algo enana y jorobada, ayudaron a Sancho a acostar a don Quijote en un camaranchón que en
otro tiempo fue pajar.
Mientras alumbraba Maritornes, la mujer y la hija del ventero embadurnaron el cuerpo de don
Quijote; como le vieron el cuerpo acardenalado, le preguntaron a Sancho y éste contestó que al
caerse se había dado contra las piedras. Que dejaran algo de ungüento para él, pues también
llevaba algunos cardenales producidos por la lástima que le dio al ver los de don Quijote. Preguntó
Maritornes que quién era. Sancho contestó que don Quijote de la Mancha, caballero aventurero, que
tan pronto podía verse emperador como ser apaleado. También le dijo que muchas veces se busca
una cosa y se halla otra.
Intervino don Quijote para darles las gracias por lo que estaban haciendo, en unos términos que ellas
no entendieron.
El arriero había quedado en refocilarse aquella noche con Maritornes. Compartían habitación don
Quijote, Sancho y el arriero. Este, que era un rico de Arévalo, debía de ser pariente del autor de la
historia, pues, según el narrador editor, nos la cuenta toda, con pelos y señales, y no como los
historiadores, que se dejan lo más importante. Del dolor que tenían, tanto Sancho como don Quijote,
no podían dormir. Con la venta en silencio y sin luz, el arriero esperaba a Maritornes. Don Quijote se
imaginaba que la hija del señor del castillo se había enamorado de él y que aquella noche acudiría a
su lecho, pero no yacería con ella por no ser infiel a Dulcinea.
Entró Maritornes en el camaranchón, oliéndole la boca a ensalada trasnochada.  Don Quijote, que
pensaba en la hija del ventero, al oírla, extendió los brazos, la cogió, la sentó en la cama y le tocó el
vestido.
Don Quijote le dijo, en pulido lenguaje, que le gustaría complacerla, pero que se lo impedía el
malestar que tenía y la fidelidad a su dama. El arriero, que esperaba con ansiedad a  Maritornes, oía
escamado lo que don Quijote decía. Se acercó con sigilo y le dio tal puñetazo en las quijadas que le
dejó la boca llena de sangre. Después se subió encima de él y lo vapuleó.
La cama en la que estaban el arriero, don Quijote y Maritornes, cayó al suelo. El ventero oyó el ruido
y de inmediato pensó que sería alguna aventura de Maritornes. Entró en la habitación, Maritornes al
verlo, se metió en la cama de Sancho; éste, que soñaba, le empezó a dar golpes a la sirvienta, esta
a él, el arriero a Sancho, el ventero a Maritornes y todos contra todos, pues se apagó el candil que
llevaba el ventero. 
Un cuadrillero de la Santa Hermandad, que estaba en la venta, entró en el camaranchón, creyó que
don Quijote estaba muerto. Quiso detenerlos a todos y cada uno se escapó por donde pudo.    

Comentario
Este capítulo responde muy bien a los consejos que Cervantes nos da en el prólogo: “Procurad
también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se nueva a risa, el risueño la
acreciente..”.  Daniel Eisenberg, en La interpretación cervantina del Quijote, dedica un capítulo al
estudio del humor en la obra. ( Véase lo que se dijo en el comentario del capítulo I). La tesis de
López Pinciano se cumple aquí. Curan a don Quijote y se acuesta a descansar; sin embargo, la
enfermera de Sancho, les provoca después el peor de los descalabros.
Por otra parte, la simpleza de Sancho conlleva la gracia de la respuesta que le da a la hija del
ventero, sobre cómo se le han producido a él los cardenales.
Por otra parte, de la lectura del capítulo se extrae también la conclusión de que cuando las
relaciones sexuales son fuera del matrimonio, se obtienen resultados como los que le ocurren a
Maritornes y al arriero. Cervantes, que creía que la literatura también tenía que educar, lo ejemplifica
en este capítulo.

CAPÍTULO XVII

EL BÁLSAMO DE FIERABRÁS Y LA HUIDA DE LA


VENTA
Se despertaron don Quijote y Sancho e iniciaron una conversación refiriéndose a lo mal que se
encontraban por la paliza que les habían dado. Don Quijote le dijo que estaba recibiendo a la
seductora hija del ventero cuando recibió del guardián de la doncella unos puñetazos tan fuertes que
le provocaron sangre por la boca. Sancho se quejaba de que sin ser caballero andante, también lo
habían aporreado.

Entró el ventero en el camaranchón  a interesarse por don Quijote. Al verlo despierto, le preguntó en
términos amables, pero poco corteses para un caballero andante,  que cómo se encontraba. Don
Quijote se sintió ofendido por la forma en que le habló el ventero y contestó desacertadamente.
Irritado por la respuesta el ventero lanzó el candil sobre la frente de don Quijote, provocándole unos
chichones. Al verse así le pidió a Sancho que le trajese sal, aceite, vino y romero para hacer el
Bálsamo de Fierabrás.

Trajo Sancho lo que le pidió don Quijote. Hizo el bálsamo, cociendo los ingredientes anteriores, y se
lo tomó, provocándole un fuerte vómito. Durmió después más de tres horas y se levantó muy
aliviado.

Debido a la mejoría que experimentó don Quijote, quiso Sancho probar el famoso bálsamo y,
tomándose el que quedaba empezó a sudar de una manera que creía morirse. Después tuvo unas
diarreas fortísimas. Según don Quijote, a Sancho le habían provocado unos efectos diferentes a los
suyos, debido a que Sancho no había sido armado caballero andante.

Don Quijote que se encontraba bien quiso partir rápidamente, así pues ensilló a Rocinante y
enalbardó el rucio de Sancho.

Se disponían a salir de la venta. Don Quijote se dirigió al ventero, tomándolo como señor del castillo
y diciéndole que, como caballero andante, se ponía a su disposición. El ventero contestó   que no era
señor de ningún castillo, que aquello era una venta y que  sólo necesitaba cobrar. Don Quijote lo
llamó sandio y mal hostelero y, picando a Rocinante, salió rápidamente de la venta.

El ventero se dirigió a Sancho pidiéndole que le pagara, pero él contestó con el mismo razonamiento
de don Quijote. Si los caballeros andantes no pagaban, tampoco lo hacían los escuderos. Ante esta
situación, los presentes, entre los que se encontraban unos mozos pillos y algo taimados,  se
dirigieron  a Sancho y con una manta lo mantearon. Sancho daba gritos, a estos acudió don Quijote
y, desde la tapia pudo ver cómo manteaban a Sancho.  Cuando lo dejaron, quien únicamente acudió
en su ayuda fue la compasiva Maritornes, le trajo agua, pero él pidió vino.

Cuando bebió, salió también rápidamente de la venta Sancho, aunque si sus alforjas con las cuales
se quedó en prenda el ventero.

Análisis
La psicología de Sancho, apunta Dámaso Alonso, “es, en su desenvolvimiento, un largo proceso de
engaño y desengaño, es decir, de un tipo característico del realismo psicológico, de la pintura de las
almas en la literatura española…”

Un claro ejemplo de lo anterior es lo que ocurre en este capítulo. Sancho estaba ilusionado con el
Bálsamo de Fierabrás. Lo manifestó en los capítulos anteriores, dando a entender que con aquello
se podía ganar dinero.

Don Quijote, después de tomárselo y vomitar quedó como nuevo. Sancho, que tenía fe en su amo,
quiso seguir su ejemplo, pero le sucedió lo contrario: cuando se lo tomó le produjo vascas, sudores y
dolores de muerte.

Cuando don Quijote se lo vuelve a ofrecer, Sancho contesta: “!Guárdese el licor con todos los
diablos, y déjeme a mí!.

Sancho ha pasado de la ilusión al desengaño. Es la tosca realidad con la que nos encontramos
todos los días.

Cuando Sancho es manteado por los mozos alegres y apicarados que estaban en la venta, lo pasa
muy mal y solamente Maritornes le ofrece primero, agua; posteriormente y a ruego de Sancho, vino.
Maritornes, la moza que se refocilaba con los arrieros, que les daba satisfacción a lo que le pedían,
también accede, como dice Cervantes, con “espíritu cristiano”, a ofrecerle a Sancho vino, pagándolo
de su bolsillo. La caridad cristiana se está perdiendo. Actualmente, se funciona  únicamente por
dinero. Este es el dios al que se adora.

Otro de los aspectos que destacan en el capítulo es la actitud de Sancho cuando tiene que pagar en
la venta. Actúa como su amo, don Quijote. Tenemos que preguntarnos por qué actúa así Sancho. La
respuesta está en el concepto de verdad que Cervantes nos da en el libro. Este aspecto ha sido muy
bien estudiado por Alexander A. Parker en “El concepto de verdad en el Quijote”. Este autor sigue el
concepto de verdad que Cervantes nos da en el capítulo XI: “La verdad se oscurece por el
engaño, la malicia y los interese de las personas”. A Sancho le vale el testimonio de don Quijote
para irse sin pagar como hizo su amo. La realidad era otra, pero quiso interpretarla como le
interesaba.

Digno de destacarse, como explica Lázaro Carreter en La prosa de El Quijote, es  la respuesta de
don Quijote al cuadrillero cuando le llama “buen hombre”. Este le contesta: “¿Úsase en esta tierra
hablar desa suerte a los caballeros andantes, majadero?. Don Quijote se cree herido
idiomáticamente en su dignidad y contesta de esa manera.  Cervantes nos quiere mostrar, una vez
más, la heterofonía del caballero, como señala Lázaro Carreter.

CAPÍTULO XVIII. LA AVENTURA CON LOS REBAÑOS


Con dificultades Sancho alcanzó a don Quijote. Cuando llegó, don Quijote le dijo que vio cómo lo
manteaban, pero que no lo pudo evitar porque se encontraba encantado y le fue imposible saltar las
tapias para evitarlo. Sancho le contestó que no era cosa de encantamientos, que eran hombres con
nombre y apellido, como fue el caso del ventero Juan Palomeque el Zurdo. De lo anterior, sacaba la
experiencia de que aquello les había ocurrido por ir tras de aventuras de las que no se sacaba nada.
Consideraba que sería mejor volver a casa  y no andar de un sitio en otro y de mal en peor.

Don Quijote argumentaba que era propio de caballeros andantes verse envueltos en achaques de
caballerías y que pronto vería cómo triunfaban en alguna batalla. Sancho replicó que hasta ahora la
única batalla en la que se había vencido fue contra el vizcaíno, y aún salió mal parado don Quijote,
pues perdió media oreja y media celada; desde entonces lo único que han recibido han sido palos y
más palos y él, en concreto, un duro manteo.

Sentía don Quijote lo que le había ocurrido a Sancho y le decía que deseaba encontrar una espada
que sirviera contra los encantadores, similar a la de Amadís. Sancho, con ironía,  le contestó que él
era una persona con suerte, y la espada serviría como el Bálsamo de Fierabrás, útil para el
caballero, pero no para el escudero.

Estando en esto divisaron dos grandes polvaredas que en sentido opuesto se acercaban. Se trataba
de dos manadas de ovejas y carneros. Creyó don Quijote que iba a entrar en una nueva aventura y
así se lo dijo a Sancho.  En su calenturienta fantasía, Don Quijote vio dos ejércitos y supuso que uno
era el del emperador Alifanfarón y el otro, el de su enemigo Pentapolín del Arremangado Brazo, rey
de los garamantas y buen cristiano. Se pondría de parte de este y ganaría noble y eterna fama.

Don Quijote explicó la causa del enfrentamiento y por qué deberían intervenir. Sancho dijo que la
causa era noble y que él también participaría; pero que le preocupaba su rucio, porque no estaba
para tales batallas. Contestó don Quijote que lo dejara a su ventura, pues con su intervención
conseguirían muchos caballos. Así pues, decidieron subirse a una loma para ver el enfrentamiento.

Don Quijote de inmediato, llevado de su loca fantasía empezó a ver los personajes de sus novelas
enfrentándose los unos con los otros.

Sancho le advirtió de inmediato que aquellos no eran ejércitos, sino dos bandadas de ovejas y
corderos. Don Quijote le respondió que el miedo que tenía le impedía ver la realidad, pues “ uno de
los efectos del miedo es que turba los sentidos y hace que las cosas no parezcan lo que son”.
Sin explicar más se lanzó contra ellos. Los pastores le pidieron que se alejase, pero al ver que don
Quijote no hacía caso, cogieron las hondas y lo machacaron a pedradas, dejándolo por muerto. A la
primera pedrada, don Quijote quiso reponerse con el Bálsamo de Fierabrás, así que tomo un trago.
Cuando Sancho llegó, después de maldecirse por ir con don Quijote, éste le pidió que le viese la
boca, pues le faltaban dientes. Cuando Sancho se acercó, don Quijote vomitó sobre él. Del asco que
sintió vomitó a su vez Sancho sobre el caballero, quedando los dos como de perlas.

Se levantó don Quijote y se acercó a Sancho para consolarlo, pues se encontraba muy triste por lo
acontecido. Don Quijote le dijo: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace
más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto se ha de
serenar el tiempo, porque no es posible que ni el mal ni el bien sean durables”.
Le dice don Quijote que las desgracias son para él, pero Sancho replica que también tiene sus
quebrantos, que van desde la pérdida de las alforjas al manteo que recibió. Se sorprende don
Quijote de que no lleve las alforjas, pues en ellas iba la comida, pero trata de consolar a Sancho,
argumentándole que “Dios que es proveedor de todas cosas, no nos ha de faltar, pues no falta
a los mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua”.  Oído o
anterior, Sancho le contesta que sirve para predicador, respondiendo don Quijote que de todo han de
saber los caballeros andantes, pues nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.

Decide don Quijote que sea Sancho el que elija el sitio para dormir, pero le pide antes que le mire las
muelas que le quedan en la boca. Le dice Sancho que solamente tiene dos muelas y media arriba y
ninguna en la parte de abajo, a lo que contesta don Quijote que hubiera preferido que le hubieran
derribado un brazo, pues “la boca sin muelas es como molino sin piedras, y en mucho más se
ha de estimar un diente que un diamante”.

Prosiguieron su jornada, quejándose don Quijote del dolor de sus quijadas.

Comentario

Uno de los aspectos principales del libro son los diálogos como ya hemos dicho antes. Son tan
específicos estos diálogos, como apunta Bloom, en el Canon de la Literatura Occidental, que han
quedado marcados por la cortesía con que se van oyendo los dos personajes. Angus Fletcher,
en Los colores de la mente, nos dice sobre don Quijote y Sancho que “Todo lo que piensan cada uno
de ellos es sometido a examen o crítica. Mediante un desacuerdo, casi siempre cortés, gradualmente
establecen una zona donde dan rienda suelta a sus pensamientos, y de cuya libertad se aprovecha
el lector para reflexionar sobre ellos”.

En efecto, en estos diálogos encontramos la voz de Cervantes sobre los provechos que deseaba que
los libros tuvieran. Se han destacado en negrita las advertencias que Cervantes realiza. Dentro de
estas, es de destacar la que don Quijote le dice a Sancho sobre el saber que han de tener los
caballeros andantes, pues “nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza”. En esta frase hay
un atisbo de la vida de Cervantes: su actuación como soldado y su oficio de escritor.  

Otro aspecto importante es el valor que la experiencia tiene para conocer la realidad. Cuando don
Quijote le dice a Sancho que desea tener una espada que sea útil frente a los encantadores,
Sancho, llevado de su experiencia con el Bálsamo de Fierabrás, le contesta con una adveración tan
cierta como sufrida por él mismo con dicho Bálsamo: útil para el caballero, pero no para el escudero.

Cuestión aparte es la gracia chocarrera de los vómitos, que nos recuerdan el humor primitivo y crudo
del siglo XVII.

CAPÍTULO XIX. LA AVENTURA DEL CUERPO MUERTO


Caminaban don Quijote y Sancho y este último le decía que es probable que la causa de lo que les
estaba ocurriendo la tuviera el que don Quijote hubiera faltado a las leyes de caballería, ya que no
había recuperado el almete de Mambrino. Don Quijote le contesta que tiene razón y que lo del
manteo pudiera ser que fuera porque Sancho es primerizo en lo de la caballería, pero que todo se
volvería a recomponer. Le dice Sancho que él no juró nada al respecto y que por lo tanto nada debía.
Que cumpliera don Quijote lo prometido, no fuera a ser que los fantasmas se volvieran a solazarse
con ellos.

Estando en esta conversación se les echó la noche encima. Tenían hambre y a ello se les unió el
miedo que pasaron cuando vieron que a lo lejos se les iba aproximando una gran multitud de
lumbres que se hacían más grandes a medida que se acercaban.

Don Quijote, al darse cuenta del miedo que empezaba a sentir Sancho, trató de tranquilizarlo
diciéndole que en esta nueva aventura que se presentaba mostraría toda su valentía, pero  la
experiencia le decía a Sancho que si el enfrentamiento era con fantasmas, sus costillas lo pagarían.
Don Quijote lo volvió a tranquilizar diciéndole que no lo pesaría nada.

Se apartaron un poco del camino y vieron a un grupo de veinte encamisados que llevaban unas
antorchas encendidas. Detrás venía una litera cubierta de luto, seguida por otros seis encamisados
todos de luto. Don Quijote se imaginó alguna situación propia de sus libros, se plantó delante del
camino y le preguntó a uno de ellos por lo que llevaban en las andas y que le dijera de dónde venían
y a dónde iban. No se sintió a gusto don Quijote con la contestación que le dio y le cogió la mula al
encamisado por el freno. Esta se asustó, el que iba subido se cayó y uno que vino a ayudarlo,
denostó a don Quijote. Embistió este contra todos con tal furia que parecía el diablo. Los apaleó y
echaron todos a correr con sus lumbres encendidas, pensando que el tal diablo les quería quitar el
cuerpo muerto que llevaban.

Se acercó don Quijote al que estaba en el suelo. Le conminó a que le dijese quién era. Contestó este
que se llamaba Alonso López, bachiller, natural de Alcobendas y que se dirigía a Segovia a llevar el
cuerpo de un hombre muerto, con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las lanzas.
Se disculpó don Quijote por lo ocurrido, pues era hombre cristiano.

Llamó a Sancho, pero este no acudió hasta que no sacó de una de las mulas que llevaban los
sacerdotes todos los alimentos que pudo. Se acercó a donde estaba don Quijote con el que había
caído al suelo. Se dirigió Sancho al bachiller diciéndole que el que los había combatido era “el
Caballero de la Triste Figura”, explicándole posteriormente a don Quijote que así era como lo vio a la
luz de la antorcha, debido al cansancio que manifestaba  y la falta de muelas.

Lo anterior le sirve a don Quijote para replicarle que no era lo que Sancho pensaba, sino que el sabio
a quien corresponde escribir sus hazañas habría considerado bien que así se llamara y sería el
nombre que tomaría de ahora en adelante.

Le recrimina el bachiller lo que don Quijote ha hecho y le contesta que él se siente cristiano y jamás
pensó ofender a la Iglesia. Siempre había tenido en cuenta por qué excomulgaron al Cid
Campeador. Oído esto, el bachiller se marchó.
Quiso don Quijote conocer lo que llevaban en la sepultura, pero Sancho se lo impidió argumentando
que se debían pronto marchar, pues si se daban cuenta los vencidos que solamente un hombre
había peleado contra ellos, podían volver y les diesen en qué entender. Dicho lo cual deberían
marcharse y como dice el refrán: váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza.

Se marcharon y tanta era el hambre que llevaban que cenaron, desayunaron y comieron, pero no
disponían de agua.

Comentario

La crítica literaria sobre El Quijote se puede agrupar en dos grandes bloques: a) Los que realizan
una interpretación del libro, siguiendo la propia visión de Cervantes: la historia de un loco embebido
de Literatura caballeresca. Es lo que se ha dado en llamar interpretación dura; b) Los que lo
interpretan como un héroe, también llamada interpretación blanda.  Esta última postura corresponde
principalmente al Romanticismo y corriente afines.

En esta última corriente se sitúan las de Unamuno en “Vida de don Quijote y Sancho” y la de Bloom
en “El Canon Occidental”. Una y otra entran de lleno en la corriente hermenéutica de Gadamer.  Para
este filósofo, interpretar es entrar en juego con el escritor. Este a su vez entra en juego con la
realidad. Entrar en juego es crear ámbitos. De acuerdo con esta teoría, Cervantes entra en juego con
la realidad del alma hispánica en su doble vertiente quijotesca y sanchopancesca. Siguiendo con
esta interpretación podemos decir que Cervantes vivió de cerca estos dos modos de encarar la
realidad de la existencia española: por una parte, aquellos que viven la vida movidos por altos
ideales, tienen una visión heroica de la misma; por otra la que la viven desde lo plebeyo, desde lo
rutinario y deprimente. Es  la oposición entre don Quijote y Sancho.

Don Quijote vive su existencia desde el ámbito de la heroicidad, del ayudar al otro, de la fe en la
solidaridad. Sin embargo a veces, como muy bien demostró Américo Castro, la realidad va oscilando
y lo que creemos ser ejércitos, resultan se rebaños de ovejas y carneros y como en este caso, lo que
don Quijote cree que son fantasmas que han robado un cuerpo, resultan ser unos humildes
sacerdotes que llevan un féretro. Por lo tanto, los sentidos nos engañan muchas veces. Esta sería la
lectura que desde un punto de vista hermenéutico y ambital haríamos del capítulo. Hay que tener
mucho cuidado porque nuestras acciones, llevadas de buenos propósitos, a veces pueden ser
perjudiciales como en este capítulo le ha ocurrido a don Quijote.

Otro de los hechos significativos en este capítulo es cuando don Quijote le dice al bachiller que
nunca tuvo el propósito de ofender a la Iglesia, pues en su memoria estaba lo que “le pasó al Cid
Ruy Díaz cuando su Santidad del Papa lo descomulgó”.  En este caso don Quijote recuerda la
Historia que se cuenta en el romance del Cid “A concilio dentro de Roma”. Esto tiene que ver con un
tema que surgió al principio: La influencia del “Entremés de los Romances” en El Quijote. El
protagonista del Entremés, Bartolo se vuelve loco de leer romances. Valiéndose de este hecho,
Menéndez Pidal aprecia la influencia del Entremés en la primera parte del Quijote. Una vez más,
cuando lo caballeresco le vuelve a la mente, se cruza en don Quijote un romance.
CAPÍTULO XX. AVENTURA DE LOS BATANES
Después de haber comido, y dado que no tenían agua, le dijo Sancho a don Quijote que aquel
copioso valle era indicio de que por allí había abundante agua. Se adentraron por una zona muy
espesa de árboles. Oyeron un gran estruendo similar a un gran salto de agua. Sancho sintió miedo
porque además se empezaban a oír los golpes de unos hierros y cadenas que rítmicamente
golpeaban algo.

Don Quijote, embrazó su rodela y le soltó una perorata a Sancho sobre la misión que el Caballero
andante tenía en el mundo. Especialmente destacaba don Quijote que deseaba resucitar la edad
dorada y expulsar la edad de hierro en la que el mundo se encontraba. Dicho esto, inicia su
aventura, no sin pedirle a Sancho que si no regresaba, debería decirle a Dulcinea que había muerto
por ser digno suyo.

Sancho, que sentía un miedo atroz, le pide que no se vaya. Le dice que el cura del pueblo les
aseguraba que el que buscaba peligro perecía en él; que ahora nadie los veía y por lo tanto, si se
marchaban de allí, nadie los tacharía de cobardes; que él tiene mujer e hijos, que se ha dejado llevar
por la codicia de poseer la ínsula que le prometió y que por favor que no vaya, que el alba llegará
pronto. Don Quijote le contesta que ni las lágrimas ni los ruegos lo han de detener de cumplir lo que
como caballero tiene que hacer, así que le prepare a Rocinante.

Sancho, para impedir que don Quijote se marchara, ató con el cabestro de su asno las patas de
Rocinante. Diciéndole a continuación que si don Quijote persistía en enojar a la fortuna, queriéndose
marchar, sería como dar coces contra el agujón. Don Quijote, ante la imposibilidad de mover a
Rocinante decidió esperar a que llegase el día. Sancho le dice que se eche a dormir y si no quiere
dormir,  que le contará cuentos, a lo que don Quijote le responde que duerma él, que nació para
dormir, que él hará lo que le venga en gana.

Al final, don Quijote desea que le cuente un cuento. Sancho  le cuenta el cuento del pastor Lope y la
Torralba. Lo narra muy mal, dada su condición de persona inculta; don Quijote le va recriminando la
forma de contarlo. El cuento tiene como tema los celos del pastor; su alejamiento de Torralba y cómo
esta lo sigue. Sobre esto, dice don Quijote que “era propio de mujeres desdeñar a quien las
quiere y amar a quien las aborrece”. Sancho deja el cuento con un final inesperado y don Quijote
lo atribuye a que el ruido que venía le había perturbado el entendimiento.

Trató don Quijote de ver si Rocinante se movía, pero era imposible. El frescor de la noche y el miedo
que tenía, llevaron a Sancho a evacuar el vientre. La “esencia” ascendió y don Quijote, tapándose
las narices,  le dijo: “Sancho, hueles y no a ámbar”.

Sancho había desatado ya a Rocinante. Don Quijote al darse cuenta de que Rocinante estaba
desatado se dispuso a continuar su aventura. Sancho, lloroso lo siguió, prometiéndose no abandonar
a su amo hasta el último tránsito y fin de aquel negocio. Por esta razón piensa el autor que era
Sancho cristiano viejo.

Llegaron a un prado desde el que vieron un gran torrente de agua que caía cerca de unas casas en
ruinas. Pronto se dieron cuenta de que de allí venía el ruido. Entraron y vieron que lo producían seis
mazos de batán que rítmicamente golpeaban.
Sancho no pudo evitar la risa y empezó a recitar, a modo de guasa, el discurso heroico que había
dicho don Quijote. Este, irritado por la actitud de Sancho, le asestó con la lanza dos palos en la
espalda. Trató Sancho de tranquilizarlo y dijo que lo que les había ocurrido era de risa y digno de
contarse, a lo que replicó don Quijote que  “no era digna de contarse, porque no son todas las
personas tan discretas, que sepan poner su punto en las cosas”.  Admite Sancho los palos que
le dio don Quijote, pensando en el refrán de “quien bien te quiere te hará llorar”.

Le pide don Quijote que olvide lo que ha pasado, pues “los primeros movimientos no son en
manos de hombre”. La risa y los palos han venido porque no se han respetado las distancias, pues
“es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero, así
es que de hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto, porque de cualquier manera
que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cántaro”.

En el supuesto de que no se adjudicase la ínsula y hubiese que acudir a salarios, desea saber
Sancho cuánto cobraba un escudero de los de antes y si se le pagaba por días, semanas o meses.
Contesta don Quijote que estaban a merced de lo que el amo les deba, pero que él ya había hecho
testamento cerrado por lo que le pudiera ocurrir. Promete Sancho no volver a hacer donaires de su
amo a lo que contesta don Quijote que “después de a los padres, a los amos se ha de respetar
como si lo fuesen”

Comentario

El Quijote se ha analizado desde todas las vertientes. Una de ellas ha sido desde lo económico
social. Desde este punto de vista es de destacar el análisis realizado por Pierre Vilar : “El tiempo del
Quijote”.  Le dice don Quijote a Sancho que “nació en esta nuestra edad del hierro para resucitar en
ella la del oro”. 

La primera parte se publica en 1605. La pregunta que surge es ¿cómo se encontraba España en
esta época?.  Algunos hechos nos sirven para explicar la “edad del hierro” que dice don Quijote: a)
Una enorme inflación.  El trigo pasa de los 430 maravedís por fanega en 1.595 a los 1.401 en 1598;
b) Un fuerte problema de salud. De 1599 a 1601, “el hambre que sube de Andalucía”, enlaza con la
peste bubónica que baja de Castilla y ambas están destruyendo la mayor parte de España; c) Hay un
problema demográfico en el campo: se producen ciudades superpobladas y campos yermos. Por
esta razón, un hortelano de Castilla que cobraba 3470 maravedís en 1599 percibe 9000 en 1603.
Según otro investigador Hamilton, esto no significa una edad de oro para los trabajadores, ya que no
los hay asalariados. Predominan los arrendatarios de un suelo caprichoso en los que la mayoría de
las veces no se gana para comer.

Hay unos rentistas arruinados y un caballero anacrónico que dirige discursos sobre un tiempo que
fue y ya no es.

Sancho ha tenido también los mejores análisis. Es de destacar el de Marques Villanueva “La génesis
literaria de Sancho Panza”. El modelo de Sancho, el pastor rústico se encuentra ya en el teatro
anterior a Lope de Vega: Torres Naharro, Juan del Encina, Sánchez de Badajoz, etc. Todavía
estamos viendo esta figura rústica, miedosa y por supuesto, inculta. El propio autor nos dice que es
cristiano viejo a tenor de la fidelidad que le presta a su amo.

Sancho sueña con la ínsula. Esta es para él como Dulcinea para don Quijote. Es el ideal que lo
mantiene en la obra, aunque en estos primeros momentos raye en pesadumbre por seguir a un orate
como don Quijote.

La validez del provecho de don Quijote está restringida muchas veces a su propia época. En algunas
ocasiones realiza valoraciones que son ofensivas: tal es el caso de lo que dice de las mujeres: “era
propio de las mujeres desdeñar…”; en otras sigue describiendo la naturaleza humana en un ámbito
de universalidad. Hay otras que no se corresponden con los valores actuales: “es menes ter hacer
diferencia de amo a mozo…”

CAPÍTULO XXI. EL YELMO DE MAMBRINO. LA


HISTORIA DEL CABALLERO ANDANTE

Después del desengaño de los batanes, no quiso don Quijote continuar por la vía que llevaban.
Giraron y se marcharon por otro camino. De inmediato divisó don Quijote un hombre a caballo que
traía puesto en la cabeza un objeto que relucía.

Se dirigió don Quijote a Sancho diciéndole que “no hay refrán que no sea verdadero, pues todos
son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente
aquel que dice. “Donde una puerta se cierra, otra se abre””. Aplica el refrán a su frustrada
aventura de los batanes y supone que ahora se ha de enfrentar a una aventura cierta: coger el yelmo
de Mambrino que juró conseguir (Recuérdese que en el capítulo 9, don Quijote pierde la celada en el
enfrentamiento con el vizcaíno; en el 10, dice que se comportará como el Marqués de Mantua hasta
que encuentre una celada nueva).

Le pide Sancho que no se vaya a confundir una vez más como ocurrió con los batanes, que él no
veía ninguna celada o yelmo en la cabeza, sino un objeto que relumbraba, “que ojalá orégano sea
y no batanes”;  pero don Quijote, ofendido,   no quiere volver a oír hablar de los batanes.

A continuación, sin escuchar las razones de Sancho, embistió don Quijote contra un pobre barbero
que se dirigía a un pueblo vecino del suyo a realizar una sangría; estaba lloviendo y se puso en la
cabeza la bacía para protegerse de la lluvia. El hombre, al ver venir de aquella manera a don Quijote
pidiéndole el yelmo que llevaba, se tiró del caballo y puso pies en polvorosa.

Se acercó Sancho y don Quijote le pidió que recogiese el “yelmo”. Sancho se echó a reír al ver que
llamaba yelmo a la bacía, pero se contuvo por no irritar a don Quijote

Este, llevado de sus lecturas, cree que es de oro finísimo e inventa una explicación a la
transformación que el yelmo había experimentado y aunque pueda ser bacía de barbero como decía
Sancho, para él estaba seguro de que en realidad no lo era: “sea lo que fuere, que para mí la
conozco no hace al caso la trasmutación”. Considera que le puede ser útil para protegerse de las
pedradas y Sancho le contesta que si se  las tiran con honda no.

Sancho, aprovechándose que el barbero se había marchado, dejando abandonado su caballo, quiso
cambiarlo por su asno, pero don Quijote se opuso, argumentando que era impropio de los caballeros
quitarles los caballos a los vencidos y dejarlos marchar a pie, aunque le permitió cambiar los
aparejos, dejando su rucio muy bien presentado. Este cambio de los arreos entre los dos asnos, dice
Cervantes que lo realizó  Sancho a "mutacio caparum"

Después de comer, subieron a caballo y fueron por donde Rocinante quiso. Sancho trató de
convencer a don Quijote de que sería de más provecho ponerse al servicio de algún rey. Don Quijote
le replicó contándole con todo lujo de detalles la historia ideal del caballero andante: el
reconocimiento de sus aventuras, su acogimiento por los reyes, sus amores con su hija la princesa,
su servicio al rey en la guerra, el descubrimiento de que el caballero también es de ascendencia real,
su subida al trono al fallecer el rey y las mercedes que le hace a su escudero.   

Le contesta Sancho que lo que don Quijote ha contado se verá cumplido y llegará a ser rey  Esto lo
aprovecha don Quijote para decirle que quizá pudiera ser, aunque la condición principal para casarse
con princesa es ser descendiente de reyes. De lo anterior saca como conclusión que “hay dos
maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derivan su descendencia de príncipes y
monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han acabado en punta, como
pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en
grado, hasta llegar a ser grandes de señores; de manera que está la diferencia en que unos
fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron.”. Aplica lo anterior a su caso y considera
que cuando pidiera la mano de la princesa, se la deberían de conceder, pero que si no se la
concedían, la podría robar.

Esta última afirmación la apoya Sancho con dos refranes que dicen algunos desalmados: “No pidas
de grado lo que puedes tomar por fuerza” y “Más vale salto de mata que ruego de
hombres  buenos”.

Continuaron con el tema de las mercedes que Sancho recibiría si don Quijote llegara a ser rey.
Nombraría a Sancho conde, pero debería arreglarse la barba. Sancho le responde que si llegara a
conde, llevaría tras de sí un barbero que le  rapase y cuidase su barba.

Comentario

  Uno de los objetivos que nos propusimos cuando empezamos a escribir en el blog es descubrir el
concepto que Cervantes tiene de la verdad. Ya en el capítulo XI nos dijo que “la verdad se
oscurece por el engaño, la malicia y los intereses de las personas”. Está claro que, para
Cervantes, existe una realidad, una verdad que se corresponde con unos hechos, pero que los
intereses de las personas, transforman los hechos, ocultándolos o presentándolos como lo que no
son. Este capítulo muestra ya cómo los hechos se transforman por nuestro interés. Don Quijote se
había quedado sin celada y cabalgaba acuciado por encontrar una. Su pensamiento iba puesto en
conseguirla. Cuando vio la bacía pensó de inmediato que era yelmo o celada. Sancho se lo advierte
y él dice que puede parecer que sea bacía, pero que él cree que es celada; es más, dice que “ sea lo
que fuere, que para mí la conozco no hace al caso la transmutación”.  Este punto de vista ha
sido analizado por Alexander Parker; siguiendo esta línea argumental, nos situaríamos en el
pensamiento realista para interpretar la verdad cervantina.

A pesar de darle al pasaje esta interpretación, hay que destacar que Américo Castro, en  El
Pensamiento de Cervantes, resalta otra que es forzoso señalar.  Cervantes, dice Castro, critica las
formas que tiene la sociedad de su tiempo de enfocar las cosas que sucedían., pues “La España del
1600 estaba regida totalmente por la OPINIÓN”. Este hecho llegaba a determinar la vida de las
personas: si se opinaba que alguien era un hereje, si se era o no cristiano viejo, si se tenía o no
honra…etc, se fijaba lo que le podría ocurrir a esa persona. Para combatir ese punto de vista, nos
dio su propia visión del mundo, dándonos la opinión de los locos y la de los cuerdos, la de los altos y
la de los bajos. Es decir, la realidad se funda en PARECERES y esta realidad fundada en pareces,
va oscilando, por eso Castro la denomina Realidad oscilante. Este punto de vista, puramente
idealista  reforzará la interpretación romántica de la verdad del XIX.

Otro aspecto importante del capítulo es el que se refiere a la historia ideal del caballero andante que
don Quijote le cuenta a Sancho. Como demostró muy bien Edward  C. Riley en Teoría de la novela
en Cervantes, “uno de los méritos de Cervantes consiste en que sea el mismo don Quijote quien
las  parodie involuntariamente en sus esfuerzos por darles vida, imitando sus hazañas. Ya en el
capítulo I “se sintió con ganas de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete”.
Se refería a la novela del personaje don Belianís. En este caso, su imaginación lo lleva a contar la
trama de una novela de caballerías, es decir, se siente autor.  

La metáfora "mutatio capparum" le sirve a Salvador de Madariaga, en el libro "Cosas y Gentes I, en


el cap. Cervantes y su tiempo", para impeler al lector de la obra a que observe el "fino humorismo de
Cervantes, que casi siempre que se acerca al clero", lo hace  de una manera "siempre ligera y casi
silenciosa", pues  esta expresión "refiere nada menos que el cambio anual de las capas
cardenalicias que se suele hacer el día de Resurrección". Esta visión erasmista que Madariaga ve en
algunos aspectos de la obra la defiende apoyando el punto de vista anterior con el siguiente
razonamiento: "Por si quedase duda sobre la intención de su metáfora, pasemos al maravilloso
cuento de los dos regidores que rebuznando a porfía por dos caminos distintos intentaban dar con el
asno que uno de ellos había perdido; y rebuznaban tan bien que al fin se toparon el uno con el otro
sin hallar el asno, con lo cual, confundidos en admiración mutua, alabaron mutuamente su arte
rebuznatorio hasta que uno de ellos cerró la puja de elogios con este proverbio tendencioso. "si bien
canta el abad, no le va en zaga el monaguillo" . (II. 25)

CAPÍTULO XXII. LIBERACIÓN DE LOS GALEOTES


Después de la conversación mantenida en el capítulo anterior, cuenta Cide Hamete Benengeli que
vieron a un grupo de hombres que venían ensartados por el cuello con una cadena y esposadas las
manos. Los custodiaban cuatro guardias. Sancho de inmediato advirtió que se trataba de galeotes
que iban forzados por la justicia real a las galeras.

Don Quijote respondió que aquí debía intervenir él, pues su oficio era deshacer entuertos y ayudar a
los necesitados. Sancho le volvió a advertir que los mandaba la justicia, en nombre del rey, en pena
por los delitos cometidos.

Quiso don Quijote saber las razones por las que iban castigados. Se lo preguntó a un guardia y le
contestó que se lo preguntase directamente a ellos. Así lo hizo don Quijote y le fueron respondiendo
con ironía: uno va a galeras por enamorado, pero enamorado de “una canasta de colar atestada de
ropa blanca”; otro, según el primero, por músico y cantor, es decir, cantar en el ansia, que según el
guarda es “confesar en el tormento”: confesó su delito, “ser cuatrero”; otro, por seducir a jóvenes
doncellas; otro por alcahuete y hechicero. Sobre lo primero, don Quijote realiza un elogio de los
alcahuetes, los cuales son necesarios en una república bien ordenada. Sobre la hechicería dice
que “no hay hechiceros en el mundo que puedan mover la voluntad, como algunos simples
piensan, que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerce”.

 Por último le preguntó a un condenado que iba cargado de cadenas bastante más que los otros. Dijo
llamarse Ginés de Pasamonte; que dejó escrita y empeñada la historia de su vida en la cárcel por
doscientos reales y aunque le habían echado diez años, pensaba volver y recuperar el libro, cuyo
título era La vida de Ginés de Pasamonte. Este libro es “tan bueno…, que mal año para Lazarillo de
Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o se escribieren”. Discute Ginés con el
guardia que los llevaba, quiso este alzar la vara para pegarle y don Quijote se lo impidió.

Don Quijote le pide a los guardias que los suelten, argumentando que “lo que se pueda hacer por
bien no se haga por mal…porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y
naturaleza hizo libres…que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo
haya cada uno con su pecado…y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los
otros hombres, no yéndoles nada en ello.”
El comisario le contestó que no le buscara tres pies al gato, pues no estaba autorizado para
soltarlos.

Don Quijote arremetió contra él. Cayó al suelo. Los guardias atacaron a don Quijote. Se produjo un
momento de gran confusión y los galeotes se quitaron las cadenas y atacaron a los guardias; estos
salvaron la vida huyendo.

Sancho le advirtió a don Quijote que se deberían marchar, pues la Santa Hermandad vendría a
buscarlos. Don Quijote reunió a los galeotes y les dijo que “Es de gente bien nacida agradecer los
beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”.  De
acuerdo con lo anterior les pidió que fueran al Toboso, se presentaran ante Dulcinea y le contaran la
hazaña que había realizado. Le respondió en nombre de todos Ginés de Pasamonte. Le dijo que eso
era imposible porque la justicia podría prenderlos de nuevo y que era como pedir peras al olmo.

Don Quijote montó en cólera al oír la respuesta de Ginés, lo llamó “don hijo de la gran puta, don
Ginesillo de Paropillo”. Este, al darse cuenta de que a don Quijote le faltaba el juicio, se puso de
acuerdo con los otros galeotes, se apartaron y los apedrearon. Don Quijote cayó al suelo. Se acercó
un galeote y le rompió la bacía en la espalda; les quitaron las ropas; a Sancho lo dejaron en pelota.
Solos se quedaron el jumento y Rocinante;  don Quijote, afligido; Sancho, temeroso de encontrarse
con la Santa Hermandad.

Comentario

El capítulo de los galeotes es interesante para conocer aspectos del tiempo de Cervantes. Pierre
Vilar considera que “el español roba y se deja robar. La “sisa” o rapiña del criado sobre las finanzas
del dueño está descrita como usual en todos los niveles: familia, comunidad, administración.
Cervantes, antiguo soldado  dotado del cargo de recaudador, la practicó con poca habilidad pues fue
a parar a la cárcel. La “necesidad” por un lado, y la “ocasión” por otro pueden llevar a la galeras. Por
eso don Quijote libera a los galeotes”.

Avalle-Arce, en el comentario que realiza a este capítulo, lo enfoca desde “la polarización de
actitudes” que se reflejan: cuando don Quijote interroga a los galeotes, estos contestan con ironía,
pues “las respuestas se dan en un nivel lingüístico y el caballero las interpreta en otro”.   El primero
dice que va por “amor”, al contestarle don Quijote que no se lo creía, responde el galeote que va
porque robó ropa; el segundo, por cantar, explica el primero, que por cantar en el tormento del agua;
el tercero, por no tener diez ducados, al decirle don Quijote que le dará veinte, contesta que “es
como tener dineros en mitad del golfo y se está muriendo de hambre”.  Cuando llega a Ginés de
Pasamonte, dice Avalle-Arce que “este archi-criminal literato tiene el mismo apellido artístico que el
real e histórico Jerónimo de Pasamonte, aragonés que fue soldado en Italia en el tercio de Miguel de
Moncada (el mismo que sirvió Cervantes), luchó en Lepanto, tuvo otras experiencias militares
compartidas con el genial novelista, terminó cautivo en Túnez y escribió su vida. Estos
paralelismos…han sido esgrimidos por Martín de Riquer para identificar al soldado Pasamonte con
Alonso Fernández de Avellaneda”.

Pérez Reverte, en Galeras, puertos y corsarios. La mar y la navegación en el Quijote, analiza la jerga
de las galeras, en palabras como gurapas: voz de germanía; en “Tres precisos de gurapas “ son tres
años de galeras. Ginés de Pasamonte dice conocer bien a qué saben el bizcocho y el corbacho. “El
bizcocho era la comida básica en el mar: galleta de pan negro reseco molido y vuelto a cocer para
que se conservara sin enmohecerse –La ración del galeote era, según Mateo Alemán, de veintiséis
onzas. El corbacho era el rebenque o látigo, a menudo vergajo, que llevaba el cómitre o guardián de
galeotes.”

Una vez más he puesto en negrita el pensamiento de Cervantes elucidado a través de explicaciones
de don Quijote sobre el libre albedrío, el comportamiento con los demás y la gratitud.

CAPÍTULO XXIII. ENCUENTROS CON EL "ROTO DE LA


MALA FIGURA"
A raíz de lo acontecido con los galeotes, don Quijote le dijo a Sancho que “el hacer bien a villanos
es echar agua en el mar…así que paciencia y escarmentar para desde aquí adelante”.

Considera Sancho que no escarmentará don Quijote, pero le advierte que la Santa Hermandad no
entiende de asuntos de caballerías y por lo tanto deberían esconderse por algún lugar de Sierra
Morena. Don Quijote lo trata de cobarde, pero para que no lo califique de contumaz, acepta su
consejo con tal de que no se lo diga a nadie. Sancho lo tranquiliza diciéndole que “el retirar no es
huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es
guardarse hoy para mañana, y no aventurarse todo en un día.”

Se subieron en sus monturas y se adentraron por las montañas para apartarse de la Santa
Hermandad. Iba don Quijote sobre Rocinante, pensando en sus aventuras y Sancho, comiendo
sobre su rucio, cuando don Quijote encontró en el suelo, un podrido cojín y una deshecha maleta
que Sancho abrió; en ella venían varias monedas de oro, que Sancho, con el acuerdo de don Quijote
se guardó,  varias camisas de holanda y un librillo de memorias. Cree don Quijote que el dueño fue
probablemente asaltado en el camino, pero Sancho le replica que no pues se habían dejado el
dinero.

Cogió don Quijote el libro y leyó dos textos. El primero un soneto con el tema del amor sufrimiento
por el desdén de la dama; el segundo, una carta con el mismo tema, en la que le reprocha que lo ha
dejado por “quien tiene más, no por quien vale más que él”.

Deseaba don Quijote saber quién era el dueño de los objetos para devolvérselos, cuando a lo lejos
vieron un joven medio desnudo que iba saltando de risco en risco. Decidió seguirle don Quijote
porque se imaginó que era el dueño de las cosas encontradas, pero lo accidentado del terreno se lo
impidió. Sancho se opuso alegando que tenía miedo de quedarse solo y que si se encontraba al
propietario, se  vería obligado a devolverle los escudos.

No lejos de allí oyeron el silbido de un cabrero. Se dirigieron a él y le comentaron lo de la maleta.


Dijo que también la vio él, pero que no quiso abrirla porque no le fueran a tachar de hurto, pues “ es
el diablo sutil, y debajo de los pies se levanta al hombre cosa donde tropiece y caya sin saber
cómo ni  cómo no”. Sancho, que no quería ser tachado de sacre, dijo que  tampoco la abrió, pues
“no quiero perro con cencerro”.
A continuación les contó el anciano pastor la historia de “el Roto de la Mala Figura”, que fue como le
puso el autor. El joven medio desnudo, de aspecto salvaje, que acababan de ver, se presentó allí
hacía unos meses. A veces aparecía de improviso. Les preguntó que cuál era el sitio más escarpado
de aquellas sierras y hacia allí se dirigió. Cierto día bajó. Le dieron de comer; al rato se quedó
embelesado y se lanzó contra uno de los pastores, llamándolo Fernando, al cual le pensaba sacar el
corazón por el mucho daño que le había hecho. En el Roto, alternaban ratos de tranquilidad con
otros de locura enfurecida.

Comentó don Quijote que no cesaría hasta conocer a ese hombre; la fortuna quiso que en ese
momento, éste se acercara. Don Quijote lo abrazó. Se quedaron mirándose el uno al otro y el Roto
empezó a hablar.

Comentario

Resulta ostensible el miedo de Sancho a la Santa Hermandad, pues para escarmiento de


malhechores, cuando alguien era condenado a muerte, lo sacaban al campo, lo ataban a una estaca
y lo asaeteaban hasta morir.

Cuando Sancho le miente al cabrero respecto a la maleta, le hace una higa a la verdad. Esto viene a
elucidar el concepto de verdad cervantina expuesta en el capítulo XI: “la verdad se oscurece…por
los intereses de las personas”. Efectivamente, Sancho miente porque no quiere ser tachado de
sacre. Lo apoya con el refrán “No quiero perro con cencerro”: no quiero cosas con problemas.

La estructura del Quijote, responde a la de una novela “ensartada” por otras que hacen referencia a
la variedad de novelas del XVI, como señaló Menéndez Pelayo. La que se inicia en este capítulo
corresponde a la novela sentimental. Todas novelas intercaladas tienen como tema el amor. La
lectura de ellas se realiza muy bien a partir de las tesis de Américo Castro. El amor para Cervantes
“es la máxima esencia vital; la naturaleza ha hecho del amor un principio armónico. Malhaya quien
rompe la ecuación vital, representada en el amor concorde”.

CAPÍTULO XXIV. CARDENIO CUENTA SU HISTORIA

 Empezó a hablar el Roto dándole las gracias a don Quijote por el interés que había mostrado. Le
responde don Quijote que se había prometido no irse de aquellos lugares sin saber cómo le podría
ayudar, pues si la desventura que lo había llevado allí tenía consuelo, pensaba llorar con él, pues
“todavía es consuelo en las desgracias hallar quien se duela de ellas”. Le pide que le diga quién
es y qué lo ha llevado allí, a lo que responde el Roto que se lo contará todo, pero que previamente le
den algo de comer.
Le dieron de comer y lo hizo como persona atontada, de prisa y engullendo más que tragando.
Cuando terminó, se sentaron en un verde prado;  el joven les dijo que les contaría su historia, pero
que no lo interrumpieran con preguntas, pues lo que le había ocurrido le provocaba tanto daño, que
el detenerse en las desgracias, las aumentaba.

Dijo que se llamaba Cardenio, nacido en Andalucía y era de noble linaje. Lo había llevado allí, en ese
estado, su desventura amorosa con Luscinda. Era esta una joven, y hermosa mujer de desde niño
estuvo enamorado. Se veían con mucha frecuencia y su padre aceptaba este hecho; pero para evitar
las murmuraciones de la gente, les prohibió que se vieran con tanta asiduidad, impidiéndole la
entrada en su casa. Esto intensificó el deseo de estar juntos, porque “aunque pusieron silencio a
las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas
suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado”. Por esta razón se
escribían contándose sus sentimientos

Decidió pedirla por esposa, pero tuvo que aplazar el casamiento porque cierto día cuando llegó a su
casa, el duque Ricardo, grande de España,  le pidió a su padre que el joven fuera a su casa como
compañero de su hijo el mayor. Allí se marchó sin olvidarse jamás de su amada. Fue muy bien
tratado por el duque, pero conoció y trabó estrecha amistad con el hijo menor, Ricardo. Este,
gallardo, gentil y liberal le prometió el matrimonio a una joven labradora de su padre, pero no lo hizo
y sí la gozó. Para que no se enterara el duque, decidió marcharse del pueblo, pidiéndole a Cardenio
que lo acompañara. Se fueron al pueblo de Cardenio. Este, entusiasmado porque volvería a ver a
Luscinda, le contó a Fernando sus relaciones con ella, sus virtudes y hermosura. Cierta noche
acompañó Fernando a Cardenio a casa de Luscinda, la vio y se enamoró. Le pidió a Cardenio que
se la pidiera a su padre por esposa. Después de oírle nombrarle sus alabanzas empezó Cardenio a
sentir celos. Se escribían Cardenio y Luscinda notas. En una de ellas, esta le pedía el libro de
caballerías que más le gustaba: el Amadís de Gaula

Cuando don Quijote oyó esto, reaccionó de inmediato alabando el buen entendimiento de ella.
Cardenio, después de estar un rato callado comentó que uno de los episodios de Amadís no se
correspondía con la verdad. Esto irritó a don Quijote y lo llevó a retar a Cardenio. Este, enfurecido,
con una piedra golpeó a don Quijote y cayó al suelo. Sancho quiso defenderlo y también quedó
malparado; igual le ocurrió al cabrero.

Sancho le recriminó al pastor que no le advirtiese de la locura del Roto. Se enzarzaron el cabrero y
Sancho en una pelea, interviniendo don Quijote para tranquilizarlos. Quiso don Quijote saber dónde
podría encontrar al Roto, el cabrero le dijo que por aquellos contornos.

Comentario

En este capítulo conviene resaltar los siguientes hechos:

a) La historia de Cardenio y Luscinda. Conviene preguntarse por qué nos volvemos a encontrar otra
vez con un loco como protagonista de la novela. La crítica (Rodríguez Marín, Américo Castro, Luis
Rosales) coincide, con matices, en señalar que la figura del loco tiene una gran tradición en la
Literatura, pues dicen la verdad; con él se puede enfrentar el escritor a la realidad social, criticarla y
denunciarla: de otra forma sería imposible.

b) Como demuestra Porras Collantes, en su análisis de las novelas intercalas en El Quijote, todas
mantiene una estructura paralela con el libro.

b.1 En esta novela se da el mismo tipo de locura entre don Quijote y Cardenio: en los dos se va
alternando episodios de locura con cordura;

b.2 Tanto don Quijote como Cardenio son defensores del matrimonio

c) Sobre esto último es conveniente volver a tener en cuenta la opinión de Américo Castro. Dice
Castro que “cada observador posee un especial ángulo de percepción, en función del cual varían las
representaciones y los juicios”. Estos pueden ser ciertos o erróneos. Cuando el personaje interpreta
mal una realidad moral, las consecuencias son dramáticas o trágicas. Tanto Cardenio como
Fernando manifiestan la manera correcta y errónea de pedir el matrimonio.

CAPÍTULO XXV. LA PENITENCIA DE DON QUIJOTE


Se habían despedido del cabreo y continuaban adentrándose en la montaña con Sancho de mal
temple porque don Quijote le había prohibido hablar. Ante esa situación, llega un momento que
Sancho le dice volvía a su casa si no le levantaba la prohibición, pues eso era “enterrarlo en vida”. 

Le levantó don Quijote la prohibición y lo primero que le dijo Sancho es  lo mal que lo hizo al
interrumpir al loco Cardenio cuando contaba su historia y además contradecirlo en el asunto de
Amadís, cuyas consecuencias fueron  los golpes que tanto uno como otro se llevaron.

Contesta don Quijote que el caballero andante está obligado a defender la honra de las mujeres ante
cualquier persona que se la quite, sea loco o cuerdo. Cardenio había dicho que la reina
Madasima  estaba amancebada con un cirujano. Eso era falso y él tenía que desmentirlo.

Sancho contesta con una retahíla de refranes para justificar que a él lo traía sin cuidado que se
amancebaran o no. Entre estos refranes destacan: a) Los que tienen como significado “a mí se me
da igual”: “De mis viñas vengo, no sé nada; el que compra y miente en su bolsa lo siente; b) las
apariencias engañan: muchos piensan que hay tocino y no hay estacas; c) La libertad no se
puede limitar: ¿quién puede poner puertas campo?; d)  de todos se  murmura: hasta de Dios
dijeron”.

Le recrimina don Quijote la sarta de refranes que ha dicho y le dice que preste atención porque
piensa realizar una hazaña con la que se convertirá en el caballero andante más perfecto del mundo.
Justifica don Quijote su pretensión de perfección porque quiere imitar y superar al mejor caballero
porque “cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte procura imitar los originales de los
más únicos pintores que sabe, y esta misma regla corre por todos los más oficios o ejercicios
que sirven de adorno de las repúblicas…”. Le sigue diciendo don Quijote que quiere imitar a
Amadís en el sufrimiento que tuvo cuando su señora Oriana lo desdeñó y se retiró en penitencia a la
Peña Pobre con el nombre de Beltenebros. Le replica Sancho que Amadís tuvo motivos, pero que él
no los tiene, a lo que contesta don Quijote que si él sin causa quiere enloquecer de tristeza, qué
haría si Dulcinea le hubiese dado motivos. Por esta razón quiere que vaya y le diga a Dulcinea lo que
por ella es capaza de hacer.

Cuando termina de decirle lo anterior, vuelve don Quijote a preguntarle a Sancho que si lleva   el
yelmo de Mambrino, a lo que Sancho responde que no es de buen juicio llamar yelmo a una bacía. A
lo anterior responde don Quijote diciendo que la transformación de la bacía en yelmo se debe a
que andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y
truecan y las vuelven según su gusto…y así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mi
yelmo de mambrino y a otro le parecerá otra cosa.

Escogió don Quijote para hacer penitencia el pie de una montaña. Allí, perorando a los dioses se
lamentó a voces del sufrimiento amoroso que le producía la ausencia de Dulcinea.

Dicho lo anterior, don Quijote se bajó de Rocinante y lo dejó en libertad. En este momento, Sancho
hace referencia a su rucio. (En la edición princeps, de 1604, no se dice cómo se pierde el rucio. En la
segunda edición de Juan de la Cuesta, se cuenta cómo Gines de Pasamonte, en el capítulo 23, le
robó el asno a Sancho.)

Le dice don Quijote que no vaya a ver a Dulcinea hasta que no pasen tres días y podrá contemplar
cómo se da calabazadas  contra las peñas, que le deje hilas para curarse, ya que perdieron el
bálsamo. Le contesta Sancho que peor fue perder el  asno.

Cuenta don Quijote que piensa escribirle la carta a Dulcinea en el librillo que se dejó Cardenio.
Sancho le contesta que también incluya los tres pollinos que le prometió. A continuación comenta
que el suyo es un amor platónico, que no la había visto ni cuatro veces por el recato con que sus
padres Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la habían criado.

Lo anterior le da pie a Sancho para saber quién es  Dulcinea del Toboso, por otro nombre Aldonza
Lorenzo. Dice al respecto que esta es ”mujer de pelo en pecho y que tiene mucho de cortesana”. Le
contesta don Quijote con el cuento de la viuda hermosa y rica que se enamora de un fraile motilón y
al preguntarle el prior para qué quería un fraile como ese, ella contesta que para lo que lo quiere,
tanta filosofía sabe y más que Aristóteles.

Así que para lo que él quiere a Dulcinea, tanto vale como la más alta princesa, pues “dos cosas
incitan a amar, más que otras, la mucha hermosura y la buena fama “

Escribió don Quijote su carta amorosa  y se la leyó a Sancho. Le pide este que escriba también la
cédula de los tres pollinos prometidos. Una vez realizado lo anterior y explicado a Sancho que dejara
unas retamas por el camino para saber volver,  se quedó don Quijote “en carnes y en pañales”; dio
“dos zapatetas en el aire y dos tumbas”.  Subido en Rocinante, se marchó Sancho satisfecho de que
podía decir que su amo estaba loco.
Comentario

Algunos de los aspectos que habría que resaltar en este capítulo son: a)  La valoración que realiza
don Quijote del yelmo de Mambrino. Estas palabras de don Quijote, subrayadas, han dado lugar a
dos tesis sobre la interpretación de la verdad en el libro: a.1 Américo Castro, sostiene que la verdad
está en función de la percepción que hagamos de las cosa, es un punto de vista personal. La moral
es siempre autónoma y está basada en la manera de ser de la persona. “Este concepto idealista de
la verdad refuerza la interpretación romántica del Quijote (Alexander A. Parker); a.2 ) Sostenida por
Parker. La verdad es objetiva y se corresponde con los hechos. Esta “verdad se encuentra
oscurecida por el engaño “(Cervantes, cap.11).  Los encantadores que se imagina don Quijote son
los hombres mismos, y en primer lugar, él mismo. Transforman las cosas porque les interesan. Los
demás hombres con sus opiniones, ayudan a reforzarla.

b) Los refranes de Sancho. Contribuye a resaltar la figura de Sancho los abundantes refranes que
dice. Su persona se va desarrollando a lo largo de la obra, “pasando de ser un humilde rústico a ser
tan importante como su señor, esto se logra por los refranes…con ellos la voz de Sancho ingresa
con timbre diferenciado en el conjunto polifónico del Quijote (Lázaro Carreter)

CAPÍTULO XXVI. DON QUIJOTE EN LA PEÑA POBRE.


LA CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA CONTADA
POR SANCHO
Una vez que Sancho se marchó, don Quijote se subió a lo alto de la peña y empezó a pensar cómo
podría tolerar mejor la ausencia de Dulcinea. Podría imitar a Roldán, que sufrió mucho cuando se
enteró que Angélica se había acostado más de dos siestas con el morillo Medoro; o podría imitar a
Amadis de Gaula cuando su señora Oriana le prohibió que la visitara hasta que ella quisiese, razón
por la cual Amadís se tuvo que retirar a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño: allí se hartó de
llorar hasta que el cielo los socorrió. No tenía sentido imitar a Roldán, pues Dulcinea, jamás había
visto moro alguno. Por lo tanto lo razonable era imitar a Amadís.

Se sabía que Amadís se encomendó a Dios y rezó mucho, en consecuencia eso es lo que él haría:
rezar. Rompió su camisa e hizo una gran tira; le hizo once nudos, a manera de rosario, y rezó un
millón de avemarías. Como no tenía ermitaños con quien hablar, se entretuvo en escribir poesías en
las cortezas de los árboles. Las poesías se apoyaban en el estribillo “Aquí lloró don
Quijote/ausencias de Dulcinea / del Toboso/”.

Así pasó tres días don Quijote, encomendándose a las ninfas de los ríos y comiendo hierbas para
mantenerse. Tenía al final tal aspecto, que si Sancho tarda más en venir, no le hubiera conocido “ni
la madre que lo parió”.
Sancho se dirigió al Toboso. En el camino se encontró con la venta en la que lo mantearon. No se
atrevía a entrar, a pesar de ser la hora de comer y tener hambre. Salieron de la venta el cura y el
barbero. Cuando vieron a Sancho subido en Rocinante le preguntaron por don Quijote, pero no
quería decirles donde lo había dejado porque así lo había prometido. Amenazaron a Sancho,
argumentando que probablemente lo habría matado. Este replicó diciendo que “no era hombre que
robaba ni mataba: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo”.

Después les contó el estado en que quedó don Quijote y la finalidad de su viaje: darle la carta a
Dulcinea. Les piden que les dé la carta, la busca y no la encuentra. Sancho se afligió pues la pérdida
de la carta suponía también el extravío de la cedula con la entrega de los tres pollinos. Le replicó el
cura diciéndole que no se preocupara, pues cuando llegaran a donde estaba don Quijote, escribiría
la cédula y la firmaría don Quijote. Sancho decide entonces decirla de memoria, con estas graciosas
palabras: “Alta y sobajada señora … el lego y falto de sueño….Vuestro hasta la muerte, el Caballero
de la Triste Figura”.

Le vuelven a pedir el cura y el barbero que nuevamente les diga la carta y Sancho vuelve a cometer
otros tres mil errores. Les cuenta Sancho la promesa de don Quijote de que cuando fuera
emperador, lo bien que lo colocaría a él, una vez enviudado, casándolo con una rica doncella. Se
quedaron admirados de cómo se había contagiado la locura de don Quijote a Sancho.

Les dice el cura a Sancho y al barbero que tienen que sacar a don Quijote del lugar en el que se
encuentra, pero antes entrarían a comer. Sancho se niega a entrar por las razones que más adelante
les dirá y les pide que les saquen un plato de caliente y así lo hicieron. Comenta el cura cómo
sacarían de allí a don Quijote: se vestiría de doncella y el barbero de escudero. Se presentarían ante
don Quijote y requerirían su presencia para deshacer un agravio que a ella le habían hecho.
Probarían a llevarlo a algún lugar a ver si conseguían poner remedio a su locura.

Comentario

Uno de los artículos sustanciales para interpretar el Quijote, proviene de Leo Spitzer: Perspectivismo
lingüístico en el Quijote. Parte el autor de la tesis, ya explicada, de Américo Castro, sobre la
denominada “realidad oscilante”  en el Quijote: recordemos que la realidad, según Castro, se va
presentando tal y como los personajes la perciben. Spitzer denomina a lo anterior
perspectivismo.  En la obra, esta perspectiva la extiende él a todos los aspectos: temas, personajes,
lenguaje…etc. Es decir, Cervantes, como creador se sitúa por encima de los personajes y nos
permite ver lo que opinan de los más diversos temas. “Las cosas se nos representan no por lo que
en ellas son en sí, sino sólo en cuanto objeto de nuestro lenguaje o de nuestro pensamiento”. Esto
nos lleva, desde este punto de vista a ver el Quijote como una obra relativista. Pero tal relativismo
tiene una gran excepción: la moral y en concreto el pensamiento del catolicismo español. En todo lo
que tenga que ver con Dios y la Iglesia, no rige el perspectivismos, sino el absolutismo. Hay sólo una
forma de entenderlo: la de la Iglesia Católica. Cuando don Quijote, confundiendo a Roldán con
Ferragut y a Medoro como paje de Agramante, con Dardinel de Almeonte, decide imitar a Amadís y
no a Roldán, lo realiza especialmente porque Amadís se retiró a la Peña Pobre y se encomendó a
Dios; don Quijote lo imita, rezando “un millón de avemarías”. En este caso se retuerce el argumento
con un cierto tono burlón.
Donde también “se pude ver el perspectivismo lingüístico es en la transcripción que realiza Sancho
del altisonante estilo amoroso de la carta de don Quijote a Dulcinea” (Spitzer).  Sancho dice de
memoria lo que él cree que don Quijote ha dicho: el soberana y alta señora, que dice don Quijote, se
convierte en alta y sobrajada señora, corrigiéndolo el barbero en sobrehumana o soberana
señora; de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, pasa en palabras de Sancho al
llego y falto de sueño y el ferido. “Estos trueques lingüísticos… ponen de manifiesto las distintas
perspectivas bajo las que unos mismos acontecimientos aparecen a dos personajes de fondo tan
distinto” (Spitzer).

El punto de vista anterior para interpretar el Quijote es muy fecundo y ha dado lugar a la visión
idealista del libro. En esta línea se sitúa la Vida de don Quijote y Sancho, de Unamuno. Existe otra
interpretación, basada en el realismo. De acuerdo con este punto de vista, la carta habría que
interpretarla de acuerdo con la intención que Cervantes plantea en el prólogo: “Procurad que leyendo
vuestra historia, el melancólico se mueva a risa…”

Sobre esto último hay que tener en cuenta la opinión de D. Eisenberg, ya explicada en el comentario
del capítulo 1º

CAPÍTULO XXVII. EL CURA Y EL BARBERO


CONSIGUEN SU PROPÓSITO. CONTINÚA LA HISTORIA
DE CARDENIO

Le pareció bien a Sancho la propuesta del cura y entraron en la venta para pedirle a la ventera unas
faldas y una toca para la cabeza. Esta les preguntó que para qué las querían. Le contó el cura las
razones de la locura de don Quijote y cómo tenían que traérselo de donde estaba. Cayó ella en la
cuenta de quién era don Quijote y de lo que aconteció con él y Sancho en la venta. Le pidió que
dejara depositadas unas sotanas nuevas y les dio todas las ropas que necesitaban. Vistió la ventera
al cura con prendas “que se debieron hacer en tiempos del rey Bamba”, y el barbero se hizo unas
grandes barbas de una cola de buey rojizo, dirigiéndose hacia Sierra Morena.

Al poco de salir no le pareció bien al cura el ir vestido de esa manera y le pidió al barbero que
trocasen la vestimenta. Aceptó este y el cura le explicó todo lo que le tenía que decir a don Quijote.
Sancho los fue guiando, siguiendo las ramas que había dejado en el camino. En el trayecto les fue
contando la historia de Cardenio. El cura aleccionó a Sancho en lo que tenía que decirle a don
Quijote sobre la carta: su entrega a Dulcinea y cómo esta le pedía que regresase.

Sancho se adelantó y quedaron el cura y el barbero, esperando, en un lugar apacible, y


resguardados del calor del medio día. Estando en este lugar reconocieron  la voz de Cardenio, por lo
que Sancho les había contado, que con voz lastimera cantaba versos de amor, celos y locura:
¿Quién menoscaba mis bienes?/Desdenes./ Y ¿quién aumenta mis duelos?/ Los celos./ Y ¿quién
prueba mi paciencia? / Ausencia. / De ese modo, en mi dolencia / ningún remedio se alcanza, / pues
me matan la esperanza /desdenes, celos y ausencia.  Se le acercó el cura y con convincentes
razones le pidió que dejase aquella vida. Les respondió Cardenio, al cura y al barbero, en su sano
juicio,  que les contaría la desgracia que lo había llevado allí y verían cómo tal desgracia no tenía
consuelo alguno.
Como Cardenio se dio cuenta de que los oyentes ya sabían quién era él y lo que le había
acontecido, reanudó su historia donde la había dejado cuando don Quijote lo interrumpió. Empezó
contando el contenido de la carta que Luscinda le dirigía a Cardenio y que estaba dentro del Amadís:
le decía que la pidiese por esposa a su padre.  Dado que Cardenio sabía que por un tiempo tenía
que ejercer de compañero de don Ricardo, le pidió a su amigo don Fernando que intercediera por
ellos. Dicho lo cual, se desahogaba diciendo: ¿ de qué me quejo, desventurado de mí, pues “ es
cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto
a bajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni
industria humana que prevenirlas pueda?.” don Fernando, que anteriormente había visto a
Lucinda y se había enamorado de ella, para alejar a Cardenio, lo mandó a su casa a pedirle a su
hermano don Ricardo dinero para comprar caballos. Mientras, aprovechándose de que Cardenio no
estaba allí, le pidió al padre de Lucinda la mano para casarse con ella, cosa que consiguió sin mayor
dificultad. Luscinda, a través de un mensajero, se lo dijo a Cardenio.

Este volvió rápidamente a su casa, no sin antes decir que ¿”quién hay en el mundo que se pueda
alabar que ha penetrado y sabido el confuso pensamiento y condición mudable de una
mujer?”. Dicho lo cual continuó su historia refiriendo cómo Luscinda se desposa con don Fernando,
lo ve él personalmente, se aleja del pueblo y se razona a sí mismo por qué se habría producido tal
hecho, si ella le había manifestado siempre su amor. Llega a la conclusión de que “ una doncella
recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbrada siempre a obedecerlos, hubiese
querido condescender con su gusto, pues le daban por esposo a un caballero por principal,
tan rico y tan gentilhombre, que a no querer recibirle, se podía pensar o que no tenía juicio o
que en otra parte tenía la voluntad, cosa que redundaba tan en perjuicio de su buena opinión
y fama”. Dicho lo anterior continuó contando cómo se marchó, llegó al lugar en el que se
encontraban, perdía el juicio y lo recuperaba.

Cuando terminó de contar su historia se oyó una voz lastimera que se quejaba.

Comentario

En la cartografía poética del Quijote de 1605 ocupa un espacio singular la venta de Juan
Palomeque . Por ella pasaron, se detuvieron  y fueron burladores y burlados don Quijote y Sancho
en los capítulos 16 y 17.  Por ella pasa Sancho camino del Toboso, y en ella se encuentra con el
cura y el barbero, que van en busca de don Quijote para sanarlo.

Sobre la historia de Cardenio y Luscinda, ya Menéndez y Pelayo afirmaba que en lo relatos


intercalados se pude vislumbrar toda la producción novelesca anterior a Cervantes, de tal manera
que éste “se la asimiló e incorporó toda en su obra”. Un ejemplo lo ocupa esta novela sentimental.
Como ya quedó demostrado en el comentario al capítulo xxiv, hay concomitancias entre las locuras
de don Quijote y Cardenio: en los dos alternan los momentos de locura con los de lucidez. La voz de
Cardenio nos deja ver un alma acrisolada en la tristeza por la insidia de don Fernando.

Se hace necesario recordar el posible concepto que de la locura pudo tener Cervantes. Desde el
Renacimiento hay un fuerte intento de interpretar desde un punto de vista corpóreo la enfermedad
mental.  La idea de que la mente depende de la organización del cuerpo se expresa claramente en el
Examen de ingenios de Huarte de San Juan. Este explicaba la variedad de la psicología humana, a
partir de la teoría de los humores. Rafael Salilla señala en 1905 el origen del Quijote en el Examen
de ingenios. Las almas dependen de la estructura del cuerpo. Se creía que el mundo estaba
compuesto de cuatro humores –tierra, aire, fuego y agua-, estos tenían su contrapartida en los
humores constituyentes del cuerpo humano: melancolía, sangre, bilis y flema. Un equilibrio perfecto
producía una aptitud general mediocre, mientras que alguna desproporción era necesaria para un
desarrollo mental sobresaliente. Este es el hecho que encontramos en don Quijote y Cardenio: son
manifiestamente locos, pero capaz de impresionar en sus intervalos lúcidos. Ejemplo de esto último
en el caso de  Cardenio lo vemos cuando cuenta con gran lujo de detalles lo que le ha ocurrido con
Luscinda. Los versos de Cardenio nos dejan una verdad inconcusa de Cervantes: era también poeta.
La estrofa con la que se expresa Cardenio, el ovillejo, es una aportación más de Cervantes a la
Literatura, pues fue el primero que la utilizó. 

CAPÍTULO XXVIII. HISTORIA DE DOROTEA

La voz que oyeron don Quijote, Sancho y Cardenio provenía de una persona que estaba muy cerca
de allí, lavándose los pies en un arroyo. Se estaba lamentando de su desgracia, diciendo que
obtendría más recompensa del silencio de las montañas que de ningún hombre a quien le pudiera
contar las quejas que tenía.

El joven en cuestión iba vestido de labrador y llevaba puesto una montera. Cuando se la quitó dejó
esparcir una larga melena rubia. Por la finura de los pies ya habían advertido que se trataba de una
mujer. Pronto se percataron de su belleza, que para Cardenio sólo era comparable a la de Luscinda.
Al darse cuenta de la presencia de ellos, quiso huir, pero el cura se le acercó y cogiéndola de la
mano le dijo que le contase lo que le ocurría, “pues ningún mal puede fatigar tanto que rehúya de
no escuchar siquiera el consejo que con buena intención se le da al que lo padece. Así que
contadnos vuestra buena o mala suerte que en nosotros hallaréis quien os ayude a sentir
vuestras desgracias.”Oído lo anterior, y dado que se habían dado cuenta de que era una mujer que
algo grave le había pasado, pues estaba sola y vestida de hombre en un lugar como ese, contó su
historia, diciendo que sus padres eran vasallos, en Andalucía, de un duque de los que llaman
“grandes” en España.  Dicho señor tenía dos hijos: el mayor, heredero de su estado y el menor, don
Fernando, traidor y embustero. Ella provenía de unos padres, labradores, cristianos viejos, honrados
y virtuosos. Se dedicaba a controlar la hacienda y en los ratos libres, leía libros piadosos y tocaba el
arpa porque la experiencia le mostraba “que la música compone los ánimos descompuestos y
alivia los trabajos que nacen del espíritu”. Ella, que solamente salía acompañada de su madre y
unas criadas para ir a misa, fue vista por don Fernando que inmediatamente se enamoró de ella. Se
lo comunicó con múltiples cartas, sin que ella diese respuesta, lo exteriorizó con músicas y verbenas
en su calle. Todo ello se volvía en contra de él, no porque no le agradaban las alabanzas,
pues “por feas que seamos las mujeres, siempre nos da gusto oír que nos llamen hermosas”,
sino por la honestidad y por seguir los consejos de sus padres.

Supo don Fernando que sus padres quisieron casarla. Una noche, estando ella en su habitación, se
encontró a don Fernando. No tuvo fuerza para gritar, él la sujetó y “empezó a decirme tales
razones, que no sé cómo es posible que tenga tanta habilidad la mentira, que las sepa
componer de modo que parezcan verdaderas”. El lloraba; ella no se ablandaba, pues solamente
se entregaría a su legítimo esposo. Le prometió serlo él y le dio palabra de que quería ser su marido.
Le advirtió que se fijase bien en lo que hacía, porque “nunca los desiguales casamientos se
gozan ni duran  en aquel gusto con que se comienzan,”; él continuó con su intento, “así como el
que no piensa pagar, que al concertar de la barata, (al hacer un contrato fraudulento) no repara
en inconvenientes”. Allí, poniendo por testigo una imagen de La Virgen y en presencia de una
criada suya, dejó de ser doncella, una vez que su criada se marchó. Al día siguiente, don Fernando
se marchó, “porque, después de cumplido aquello que el apetito pide, el mayor gusto que
puede venir es apartarse de donde le alcanzaron”.

Por la misma criada que la traicionó cuando metió a don Fernando en su casa, supo después que
este se había casado con una hermosa mujer llamada Luscinda; al enterarse, se vistió de muchacho
y se fue en busca de don Fernando. Cuando llegó al pueblo supo que Luscinda, por una nota que
don Fernando le encontró en el pecho, se había casado por obediencia a sus padres, pues ella le
había dado el sí a Cardenio. Don Fernando la quiso matar y ella desapareció de la ciudad. Trató
Dorotea de encontrar a don Fernando, pero no lo consiguió. Su fracaso la había llevado a aquellas
montañas.

Cuando salió de su casa se hizo acompañar por un criado suyo. Quiso abusar de ella y lo arrojó por
un precipicio. Trabajó como pastor para un ganadero que mostró también lascivos deseos, razón por
la cual lo dejó, resignándose a vivir sola en aquellas montañas.

Comentario

Las novelas intercaladas en El Quijote y esta es una de ellas, han recibido diferentes valoraciones
por parte de la crítica. Para unos, tal es el caso de Salvador de Madariaga, en  Guía del lector del
Quijote, son un añadido innecesario. Es más, dice Madariaga, que en tanto que se apartan de la
trama, dan a entender un cansancio por parte de Cervantes. Dice que los distintos episodios, “se me
antoja “relleno” de autor cansado.”

Otros críticos sí que le dan un significado a estas historias dentro del libro. Tal es el caso de Anthony
Close, en  Los episodios del Quijote. Analiza el autor el concepto de episodio en la novela
renacentista. Los episodios son “ornamento virtuosista, cuento ornamental divergente, paréntesis
elocuente y didáctico”.  En definitiva se trata de añadidos que los autores van realizando en lo que
cuentan para darle más variedad a su obra.

Cervantes, en la primera parte del Quijote cuando va intercalando episodios y este es uno de ellos,
opta por un sistema coordinativo. El autor “desenchufa” de lo que está contando para introducir una
historia que tiene cierta relación, en este caso temática y causal, con el tema de la novela.
Las anteriores palabras de Dorotea sobre el cínico comportamiento de Fernando son ostensibles del
afán de Cervantes por dejar constancia del matrimonio secreto, o por juramento en España. Como
muy bien explica Lucía Mejía en La plenitud de Cervantes.  "Fue práctica habitual desde el siglo XII
hasta el Concilio de Trento (1545-1563) el matrimonio secreto o clandestino, o por juramento como
una institución que fue habitual y legal en la España medieval y en los primeros decenios del siglo
XVI, tanto en España, Francia, Alemania o Italia. El matrimonio se hacía efectivo con todas las de la
ley, con solo el consentimiento del esposo. Sin más testigos, sin más ceremonias...a pesar de que a
partir de 1563, esta costumbre y modo ancestral de matrimonio ya no era vigente ni era permitido y
aceptado por la Iglesia, lo cierto es que seguía siendo práctica común. Dorotea es un buen ejemplo
literario de la pervivencia del matrimonio secreto en papel"

Lo anterior, era propio de la forma de narrar anterior a Cervantes. La novedad que él aporta, consiste
en lo heterogéneo de los elementos coordinados. Cervantes va enlazando todos los tipos de novelas
anteriores a él, -pastoriles, sentimentales, bizantinas...-, con aventuras cómicas, propias de la
parodia caballeresca que es el libro.

El mismo Cervantes, en el prólogo a este capítulo nos dice: “gozamos ahora en nuestra edad,
necesitada de alegres entretenimientos, no sólo de la dulzura de su verdadera historia, sino de los
cuentos y episodios de ella, que en parte no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la
misma historia”.
Estas palabras de Cervantes elucidan claramente el matrimonio en secreto o por juramento en
España

CAPÍTULO XXIX. COLABORACIÓN DE DOROTEA


Dorotea continuó pidiendo que le dijesen dónde se podría esconder para no ser vista, especialmente
por sus padres, pues había hecho con su honestidad, lo que ellos nunca se hubiesen imaginado.

Quisieron el cura y el barbero tomar la palabra para consolarla, pero Cardenio se adelantó y
tomándole la mano, después de presentarse y decir quién era y lo que compartía con ella, el odio a
don Fernando, le prometió como caballero que lo desafiaría por el daño que a ella le había hecho.

Agradeció Dorotea a Cardenio su ofrecimiento; el cura les dijo que se fueran con él a su aldea donde
les ofrecería lo que les faltaba. Contó el cura por qué estaban allí y recordó Cardenio su disputa con
don Quijote.

Oyeron las voces de Sancho, llamándolos. Cuando llegó les dijo lo mal que se encontraba don
Quijote; cómo no había podido convencerlo para que saliera, aunque le había dicho que Dulcinea le
pedía que regresara; que si no se daban prisa para sacarlo, no sería ni emperador ni arzobispo. Se
ofreció Dorotea a representar el papel de doncella menesterosa; conocía cómo tenía que hacerlo,
pues era lectora de libros de caballerías.

Dorotea se vistió de princesa con tanta gracia que todos se quedaron sorprendidos de su belleza,
especialmente Sancho. Quiso saber su nombre y el cura le dijo que se llamaba Micomicona,
princesa de un reino de África. Fue agraviada por un gigante y ha venido a pedirle a don Quijote que
deshaga el agravio que el gigante le hizo. Sancho, que parece contagiado de la locura de don
Quijote, le pide al cura que aconseje a don Quijote que no se haga arzobispo, pues él, por estar
casado, no podría servir a la Iglesia. Sí, que se case con la princesa, con lo cual don Quijote será
emperador y él podría cumplir su deseo.

Se pusieron en camino y al poco encontraron a don Quijote ya vestido. De inmediato Dorotea se


arrodilló a sus pies y le pidió que la protegiera ante lo que le habían hecho. Sancho, acercándose a
don Quijote le dijo que venía de lejanas tierras, al oído de su fama, para que pusiera fin a sus
desdichas. Sancho le explicó a don Quijote que se trataba de la princesa Micomicona, reina del reino
Micomicón de Etiopía. Don Quijote aceptó la petición, contestando “manos a labor, que en la
tardanza dicen que suele estar el peligro”.

Se pusieron en camino y aunque Sancho iba a pie por la pérdida del rucio, se iba consolando con lo
que le correspondería cuando su señor fuera emperador. Los vasallos que tendría, aunque fueran
negros, pronto los vendería y con el dinero se podría comprar algún título o cargo oficial.

El cura, que se había quedado atrás con Cardenio, cuando vio venir a don Quijote, después de haber
aseado a Cardenio, cortándole las barbas,  se le acercó y abrazándolo por la pierna, elogió su fama.
Pronto don Quijote le pidió que se subiese en una caballería de las dos que había. El barbero, que
hacía de escudero de Dorotea, se ofreció a dejarle su silla. Cuando se bajó para que el cura se
subiera, la mula se espantó, cayó el barbero al suelo y volaron las barbas.  Don Quijote se extrañó y
dijo: “!Las barbas le han derribado y arrancado del rostro, como si las quitaran aposta!. 

Después de haberle puesto el cura, por “ensalmo”, las barbas al barbero, y, subido en la mula, junto
con la princesa y el barbero, le preguntó don Quijote que qué hacía allí. El cura, que había oído de
Sancho la aventura de los galeotes, contestó que junto con maese Nicolás se dirigían a Sevilla a
cobrar un dinero que un pariente suyo le había mandado de América. En el camino fue asaltado por
unos galeotes, que dicen que liberó un hombre falto de juicio. De esta forma “defraudó a la justicia
del rey, alborotó a la Santa Hermandad y soltó al lobo entre las orejas”.

Don Quijote, cambiaba de color, pero no decía palabra.

Comentario

Una vez más vemos cómo arguye Cervantes contra los libros de caballerías. Dorotea confiesa que
era lectora de estos libros; Luscinda le pidió el Amadís a Cardenio. Las dos aparecen como
personajes alicaídos a los que la vida ha zarandeado como muñecos. Esta es una de las
enseñanzas que Cervantes quiere resaltar en El Quijote. Estos planteamientos moralizantes son
propios de la época, pero para nada resultan adecuados hoy.

Interesante es también el comportamiento de Sancho. Como ya dijimos en el comentario al capítulo


XVII, el análisis de Dámaso Alonso: Sancho-Quijote / Quijote –Sancho, plantea con rigor la visión
psicológica de Sancho. Sostiene allí la tesis de que lo que caracteriza a Sancho son las oscilaciones
entre el comportamiento pícaro al que le conduce la realidad y la visión fantasmagórica del caballero
don Quijote. En efecto, Sancho, llevado por la codicia, desea que su señor se case con la princesa
Micomicona, para de esta manera poder recibir los beneficios de su señor, en este caso esclavos
negros y después venderlos. Dámaso lo explica con estas palabras: “lo característico del alma de
Sancho es que en ella el movimiento de ilusión y desilusión se reproduce ondulatoriamente a través
de todas las páginas de la obra”.
Analiza Unamuno este capítulo lamentando las burlas que le hacen a don Quijote; burlas que
empiezan con el barbero cuando no puede contener la risa y terminan con el cura cuando reprime
tan duramente la liberación de los galeotes.

Otro de los aspectos que resaltan en el libro son las creaciones lingüísticas, el ingenio de Cervantes
con las palabras. Esto es lo que ocurre con el nombre del reino y de la princesa: “mico”, significa
“mono de cola larga”; mico más mico en aumentativo,  da lugar a Micomicón.  También puede
basarse en la expresión “dar el mico”, es decir, engañar, faltar a un compromiso. Dado que Dorotea
fue engañada por don Fernando, pudiera ser que esto quisiera indicar la expresión como indica
Casalduero.

CAPÍTULO XXX. LA INGENIOSA HISTORIA DE LA


PRINCESA MICOMICONA
 

Después que el cura terminó de reprehender a don Quijote por lo que se había hecho al liberar a los
galeotes, intervino Sancho para decir que quien lo había realizado había sido su amo, a pesar de
que él le había advertido de la clase de gente que era la que liberaba. Don Quijote, al oír esto, montó
en cólera diciendo que a los caballeros andantes no les correspondía saber a qué gentes les hacían
el favor, sino que su religión le exigía ayudar a los necesitados, “poniendo ojos en sus penas y no en
sus bellaquerías”.  En vista de la actitud que tomaba don Quijote, intervino Dorotea para
tranquilizarlo y pedirle lo que le había prometido.  Aceptó don Quijote y le pidió que le contara su
desgracia.

Contó Dorotea que era huérfana de padre y madre. Su padre, conocedor de la magia, vaticinó que el
gigante Pandafilando de la Fosca Vista, le usurparía el reino a menos que ella se casara con él; su
padre no se lo recomendaba, ni ella tampoco lo aceptaba. Sí que le había aconsejado que buscase
en España a un famoso señor llamado don Azote o don Gigote. Sancho corrigió, llamándole Don
Quijote o el Caballero de la Triste Figura. Abundó ella en lo mismo, argumentando que el tal
caballero tenía un lunar debajo del hombro. Como don Quijote quiso desnudarse para comprobarlo,
Sancho le dijo que no lo hiciera, que él sabía que sí lo tenía. Dorotea, aceptaba el ofrecimiento de
don Quijote, diciendo que “con los amigos no se ha de mirar en pocas cosas” (no se ha de
reparar en nimiedades), pues basta que haya lunar y esté donde estuviere. Dice que está contenta
de haberse encontrado con don Quijote y que cuando desembarcó en Osuna, ya empezó a oír su
fama. Después de corregirle el cura –una vez que don Quijote se había dado cuenta de que Osuna
no tiene puerto de mar- que fue en Málaga el desembarco, continuó ella, diciéndole a don Quijote
que si quisiera casarse con ella, que le entregaría su reino y su persona. Oído esto por Sancho, se
puso contento al saberse vasallo del posible emperador, pues sólo se trataba según él, de matar al
gigante Pandahilado.  Después de disculparse en lo que no hubiera acertado en la narración de su
historia, pues ello se debía a  que “los trabajos continuos y extraordinarios quitan la memoria al
que los padece”.

Respondió don Quijote que no se podía casar con ella, pues su corazón era de Dulcinea. Sancho
cuando oyó esto se encolerizó, diciéndole que Dulcinea no le llegaba ni al zapato de la que estaba
delante.  De esta manera, alcanzar el condado sería como “pedir cotufas en el golfo”  (pedir cosas
imposibles). Le recomienda que coja el reino que le viene a las manos “de vobis vobis” ( gratis, sin
ningún esfuerzo).

Oído esto por don Quijote, maldiciendo a Sancho, cogió la lanza y le dio dos palos en la espada que
lo tiraron por tierra.

Habiéndose dado cuenta de lo mal que le habían sentado sus palabras a don Quijote, se levantó y
refugiándose tras el caballo de Dorotea le dijo que no quería ofenderlo, sino que reconsiderara y se
casara con la princesa, aunque después se amancebara con Dulcinea, pues así sería emperador y él
conde. Oído lo anterior por Dorotea, mandó que no se hablara más del asunto, especialmente de
“aquesa señora Tobosa” . Le dice a Sancho que le pida perdón a don Quijote, este lo acepta y se
disculpa por los palos que le dio, pues “los primeros movimientos no son en manos de los
hombres”. Le pide que tenga cuidado al hablar, pues “tanto va el cántaro a la fuente que al final
se rompe” (La frecuente exposición al peligro tiene sus riesgos).  Vuelve a disculparse Sancho por
lo de Dulcinea y don Quijote le replica que se olvide, pues “A pecado nuevo, penitencia
nueva” (cada problema requiere su solución).

Elogia el cura la brevedad del cuento de Dulcinea y contesta ella que sabía qué tenía que decir, pues
leía con frecuencia los libros de caballerías, pero desconocía las provincias que tenían puerto de
mar, razón por la que se equivocó.

Apartándose don Quijote con Sancho, insiste el primero que le cuente con pelos y señales cómo fue
su embajada ante Dulcinea y quién le escribió la carta. Responde Sancho que se la aprendió de
memoria y que así se la pudo recitar, pero que la había olvidado. Recordaba lo de “sobajada” o
“soberana” y,  el final : “Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura” y   entre una y otra
manifestación, había añadido más de mil trecientas palabras enamoradas.

Comentario

Este capítulo lo podemos leer desde distintos puntos de vista: a) Desde una perspectiva realista,
hemos de preguntarnos, siguiendo a Parker, por qué le miente Sancho a don Quijote. Está claro que
porque: 1. No quiere que se enfade, pues en su locura es capaz de hacer cualquier cosa. En esta
misma línea de razonamiento, diremos, siguiendo a Cervantes,  que la verdad se transforma por los
intereses de los hombres 2. Quiere seguir con él, pues su codicia le lleva a no darse cuenta de la
ilusión de su amo y él quiere participar en esa ilusión de aspirar a ser conde: son las oscilaciones
existenciales de las que nos habla Dámaso Alonso.

b)  El perspectivismo lingüístico.  Me referí a él cuando comenté el capítulo XXVI.  También hay


perspectivismo en este capítulo. Dorotea finge que su presunto liberador se llama don Azote o don
Gigote y Dulcinea del Toboso es aquesa señora Tobosa.

Por su parte, Sancho varía los nombres con mucha frecuencia. No es capaz de retener el nombre
real. Lo hace por aproximaciones.  Así, el gigante Pandafilando, se transforma en Pandahilando.
c) Ye aludí en el capítulo XVII al artículo de Lázaro Carreter, la prosa del Quijote. Cuando analiza la
heterofonía de la obra, manifiesta que los personajes se expresan de acuerdo con el rango social y
cultural que tienen. “Sancho ha de hablar conforme al genus humile que corresponde a su naturaleza
rústica.”

En el caso de Dorotea, ella misma manifiesta que era seguidora de los libros de caballerías.
Ignoraba la geografía española, pues creía que Osuna tenía puerto de mar. En definitiva, era una
persona ignorante. De ahí su afirmación de “aquesa Tobosa”.

d) Guillermo Díaz Plaja, en el libro En torno a Cervantes, concibe el libro “En último término, y bien
“teatralmente”, el esqueleto de la novela cervantina es un largo y suculento diálogo. 

LAS NOTICIAS DE SANCHO SOBRE DULCINEA.


OPINIÓN DE ANDRÉS SOBRE LA CABALLERÍA
ANDANTE
Don Quijote estaba muy interesado en saber cosas de Dulcinea. Así que interrogó a Sancho por todo
lo referido a su embajada a Dulcinea. Sancho fue ensartando una mentira con otra para salir airoso
de la empresa.  Le dijo que cuando llegó, Dulcinea estaba cribando el trigo rubión (De las tres clases
de trigo: candeal, trechel y rubión, este es el peor). Le pidió don Quijote que no se dejara nada en el
tintero (que no se olvidara ni un detalle) y mostró especial interés en saber lo que Dulcinea pensaba
de él. Le contestó que esta ni siquiera le preguntó; no obstante, le dijo que don Quijote se había
quedado haciendo penitencia y maldiciéndose su fortuna por no tener a su lado a su señora. Le
respondió don Quijote que no maldecía su fortuna, sino que estaba orgulloso de tener una tan alta
señora. Lo de alta lo utiliza Sancho para burlarse, diciendo que es tan alta como él, pues cuando
entre los dos echaron un saco sobre el rucio, comprobó su estatura.

Aprovecha lo anterior para preguntarle que qué fragancia exhalaba. Sancho le contesta que
desprendía cierto tufo a piel cultivada y olor a hombruno. Quiso saber don Quijote lo que hizo cuando
leyó la carta y Sancho le contestó que no la leyó porque no sabía leer. Lo que sí le dijo Dulcinea es
que deseaba que su caballero dejase la sierra y fuera a verla al Toboso.

Le preguntó don Quijote que si le entregó alguna prenda para él y Sancho replicó que únicamente le
dio un trozo de pan y queso ovejuno. Le contesta don Quijote que si no le dio algo de oro es que no
lo tenía por allí, pero que “buenas son mangas después de Pascua” (lo bueno siempre es bueno,
aunque llegue a deshora). Pasa a continuación don Quijote a decirle que está extrañado del poco
tiempo que había tardado. Lo atribuye a que algún encantador amigo suyo había llevado a Sancho
por los aires., pues existían encantadores que de esta manera colaboraban con los caballeros
andantes cuando se tenían que trasladar a lugares lejanos.

Dice don Quijote que tiene dudas sobre lo que debe de hacer: ¿Ir al Toboso, como le pide Dulcinea o
cumplir la palabra que le ha dado a la princesa Micomicona?. Considera que debe cumplir su palabra
y después dirigirse al Toboso. Inmediatamente intervino Sancho para decirle que se casara con
Micomicona, que los podría casar el cura, pues “más vale pájaro en mano que buitre
volando y quien bien tiene y mal escoge, por bien que se enoja no se venga.”
Don Quijote le dice que si el interés que muestra es por conseguir recompensas económicas, él, si
recibe alguna parte del reino de Micomicona, se la entregaría a Sancho. Le pide a continuación que
de lo que han hablado no diga nada a nadie, pues Dulcinea era muy reservada en sus
pensamientos. Esto lo aprovecha Sancho para preguntarle a don Quijote que por qué obliga a los
que vence a presentarse a su señora. Don Quijote responde que porque así lo disponen las leyes de
la caballería para las damas de los caballeros: deben tener muchos vasallos que las sirvan, sin que
los pensamientos vayan a más, interpretándolo Sancho que él ha oído hablar de esa clase de amor:
“he oído predicar que se ha de amar a nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva
esperanza de gloria o temor de pena”

Elogió don Quijote la forma de hablar de Sancho y, en ese momento oyeron la voz del barbero
diciéndoles que se esperasen un poco, pues había una fuentecilla y querían pararse a beber. Así lo
hicieron y comieron algo.

Estando en esto pasó por allí un muchacho que llorando se abrazó a un apierna de don Quijote. Le
dijo que era Andrés, a quien él había desatado de la encina en la que lo estaban castigando (cap. IV)

De inmediato don Quijote lo reconoció y lo puso de ejemplo de lo que los caballeros andantes hacen
en bien de los necesitados. Invitó a Andrés a que les contase la heroicidad. El muchacho  contestó
que no solamente no le pagó su amo, sino que descargó toda su cólera contra él y por culpa de don
Quijote ha estado mucho tiempo en el hospital, debido a la paliza que le dio.

Decidió don Quijote ir en busca del labrador, pues ya sabía él por experiencia que “no hay villano
que guarde palabra que tiene, si no saca provecho en guardarla” .  Cuando Dorotea se da
cuenta de que don Quijote se disponía a marcharse, le pidió que no se entremetiera en   ninguna
empresa  hasta no haber terminado con la suya.

Dice don Quijote que tendrá que esperar Andrés por las razones que había apuntado Dorotea. Pidió
el muchacho algo de comer. Sancho le dio pan y queso y maldiciendo a don Quijote y a todos los
caballeros andantes del mundo se marchó corriendo camino de Sevilla, quedándose don Quijote
afrentado por sus palabras.

Comentario

En este capítulo podemos apreciar varios puntos de vista que justifican las diversas lecturas que se
han hecho sobre El Quijote

a)      El engaño de Sancho. Una vez más hemos de mencionar el concepto de verdad, expuesto por
Cervantes en el capítulo XI. El hecho de que “la verdad aparezca oscurecida por los interese de los
hombres”, avala la interpretación realista del libro y sostiene la tesis de A. Parker. Sancho miente
porque así le interesa. Se libra de la reacción colérica de don Quijote y mantiene su ilusión de sacar
partido por lo que cree que a él lo beneficia: el casamiento de don Quijote con la Mitomicona.
b)      El personaje de Sancho. Lázaro Carreter analizó, como ya expuse en anteriores capítulos, la
polifonía de la obra. Sostiene la tesis, a partir de los estudios de Bajtin, de que con Cervantes se
funda la novela moderna porque “ha enseñado a acomodar el lenguaje a la realidad del mundo
cotidiano”. Es decir, Sancho, un pobre rústico y analfabeto y muchos otros personajes de la obra,
utilizan “un lenguaje estándar, bajo pero no desviante, que sea “grosero”, esto es, humilde por la
simplicidad, estupidez o vivacidad de lo que se dice”.  Sancho deforma los refranes: en vez de” Más
vale pájaro en mano que ciento volando”, dice “Más vale pájaro en mano que buitre volando”. En vez
de decir, “Quien bien tiene y mal escoge, por mal que le venga no se enoje”, dice “quien bien tiene y
mal escoge, por bien que se enoja no se venga”.

c)       La opinión de Andrés sobre don Quijote y los caballeros andantes. Cervantes quería ridiculizar los
libros de caballerías. Como advierte Leo Spitzer, quiere advertir sobre los peligros que algunos libros
llevan. A don Quijote, su intervención en la liberación de Andrés da como resultado lo opuesto de lo
esperado y el niño termina maldiciendo lo que el héroe ha hecho, por las consecuencias que le trajo.

d)      En el sentido anterior, el falso engaño de don Quijote, puesto a través de la afirmación: “No hay
villano que guarde palabra que tiene si no saca provecho en guardarla”, se corresponde con la falsa
imagen que a veces tenemos de las cosas. En este sentido “Predmore ha señalado la frecuencia y el
cuidado con que el libro distingue entre las cosas que son verdad, las que por inferencia deben serlo
y las que sólo parecen serlo” (Eisenberg. La interpretación cervantina del Quijote). Don Quijote
quiere que Andrés comunique con alharacas la hazaña de su liberación; lo que recibe es un conjuro
diciéndole que se alejen todos los caballeros andantes.

CAPÍTULO XXXII. DE VUELTA CON LOS LIBROS DE


CABALLERÍAS
CAPÍTULO XXXII

DE VUELTA CON LOS LIBROS DE CABALLERÍAS

Cuando terminaron de comer  continuaron su camino y llegaron nuevamente a la venta de Juan


Palomeque. De inmediato los saludaron el ventero, la ventera, su hija y Maritornes. Don Quijote pidió
un camaranchón que fuese mejor que el anterior. Se lo dio la ventera, no sin antes pedirle que lo
pagara, y se acostó a descansar.

La ventera, de inmediato le pidió al barbero las barbas que le había dejado, insinuando, en un doble
sentido sexual, que las de su marido estaban por el suelo. Se las dio el barbero, a ruegos del cura.

En la sobremesa, la ventera contó lo del manteamiento de Sancho, aprovechando que este   no
estaba presente. Hablaron de la locura de don Quijote y el cura aprovechó la conversación para
explicar el efecto de los libros de caballerías en su enfermedad. Cuando el ventero oyó lo de los
libros de caballerías, los elogió extremadamente, pues era frecuente en los días de siega que algún
segador leyese para los demás, y lo pasaban tan bien que según el ventero nos quita mil
canas (nos quita años y preocupaciones); la ventera dice que es el único tiempo en que descansa,
pues no riñe con su marido; para Maritornes son libros muy entretenidos, especialmente cuando una
doncella vigila mientras está su señora con su amante; a la hija le gustan porque la enternecen las
separaciones de los caballeros con sus señoras.

Pidió el cura ver los libros de caballerías y el ventero les trajo tres: Don Girongilio de Tracia,
Felixmarte de Hircania y, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba con la vida de
Diego García de Paredes. El cura reprobó los dos primeros por mentirosos y disparatados y aprobó
el último porque trataba de cosas que habían ocurrido realmente.  El ventero que ya sabía la quema
de los libros de don Quijote, probablemente contado por el cura cuando estuvo allí, le preguntó que
si sus libros eran herejes o flemáticos, el barbero lo corrigió, diciéndole que se dice cismáticos.

El ventero cuenta algunas de las historias de estos libros, como el caso de Felixmarte, que “de un
revés partió cuatro gigantes, así como irracionalidades de otro tipo. Con tal vehemencia lo contaba
que Dorotea le dijo a Cardenio que poco le faltaba al bueno del ventero “para hacer la segunda parte
de don Quijote”. El cura volvió a rebatirle la calidad de dichos libros, pues sólo servían para
entretener; todo lo que contaban era falso. El ventero, que no se creía las razones del cura,
contestó: A otro perro con ese hueso ( se repele algo que no nos gusta o consideramos
desagradable), sé dónde me aprieta el zapato (sé lo que me gusta). A estas razones argumentó
que esos libros no podían decir “disparates y mentiras”, porque tenían licencia del Consejo Real.

El cura le explicó que en las repúblicas bien concertadas existen juegos de ajedrez, de pelota y de
trucos para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar. También se permite
imprimir estos libros, pensando que la gente no los toma por verdaderos. Contestó el ventero que no
se le ocurriría hacerse caballero andante, pues sabía que eso había existido en épocas pasadas,
pero no ahora. Oído lo anterior, Sancho pensó que una vez que terminara esta aventura de don
Quijote, lo dejaría y se volvería a su casa.

Se llevaba la maleta el ventero y le pidió el cura ojear los libros. Vio uno, cuyo título decía  El curioso
impertinente. Lo abrió y le pareció bueno. Todos los presentes le rogaron que lo leyera para que
todos lo oyeran.

Comentario

Los desatinos lingüísticos del ventero –flemáticos por cismáticos- refuerzan una vez más la tesis de
Lázaro Carreter, explicada en el capítulo anterior.

Interesante es este capítulo para recordar una vez más la opinión de Cervantes sobre los libros de
caballerías. Hablando por boca del cura nos dice que “son mentirosos y están llenos de disparates y
devaneos”.  A continuación añade que “si me fuera lícito ahora y el auditorio lo requiera, yo dijera
cosas acerca de, lo que han de tener los libros para ser buenos, que quizá fueran de provecho y aun
de gusto para algunos”. Lo anterior es un indicio de lo que Cervantes  nos dirá más adelante sobre lo
que han de tener los libros  para “ser buenos”.

Los personajes de la venta que leen estos libros: Dorotea, el ventero y su familia, junto con
Maritornes, son rústicos e ignorantes. Algunas de las cosas que enseñan estos libros aparecen aquí:
Maritornes lo pasa bien imaginándose cómo tienen relaciones sexuales personas que no están
casadas; estas relaciones son muy placenteras; el ventero, cuando lee estos libros se olvida de su
mujer; la hija se enternece porque las mujeres hacen sufrir a los hombres: “si fueran honradas,
cásense con ellos”. Lo anterior serían razones negativas para Cervantes. Sin embargo el
entretenimiento tiene cabida: ahí están “los juegos de ajedrez, de pelota y de trucos”.

Los personajes de la venta funcionan para acrisolar, una vez más, los aspectos negativos de los
libros de caballerías que el ventero ha presentado.

Unamuno, de quien ya he hablado anteriormente, cuando analiza este capítulo, está a favor del
ventero porque se ha quijotizado. Lee libros de caballerías, que encarnan la fe. En este sentido se
convierte en un quijote más. Ya sabemos que para este escritor, don Quijote, que es el ejemplo del
hacer, es más importante que su propio creador: Cervantes. El Quijote de Unamuno es la viva
representación de muchísimas personas que viven por un ideal. En torno a ese ideal gira su vida. El
vivir, según Unamuno –El sepulcro de don Quijote-, consiste en buscar un ideal. Buscar a don
Quijote y” mientras se busca lo que hay que hacer es ¡Luchar!, ¡Luchar!”

  

CAPÍTULO XXXIII. SE INICIA LA NOVELA DEL


"CURIOSO IMPERTINENTE"
El cura dio lectura a la novela, diciendo que En Florencia, vivían dos jóvenes amigos ricos y
caballero, llevados por tal grado de amistad que eran conocidos por todos, como “los dos amigos”.
Uno se llamaba Anselmo y era aficionado a pasatiempos amorosos; el otro, Lotario, a los de la caza.

Anselmo se enamoró de Camila, joven bellísima y honesta. Le confió el secreto a Lotario y quiso que
este fuese el que interviniese en pedirle la relación a sus padres. Quedó satisfecha Camila de su
casamiento con Anselmo y muy agradecida a Lotario por lo que había hecho. Este, una vez pasadas
las bodas, dejó de ir con la frecuencia que solía a casa de su amigo, porque “no se han de visitar
ni continuar las casa de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros,
porque aunque la verdadera y buena amistad no puede ni debe ser sospechosa en nada, con
todo esto es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los
mismos hermanos, cuanto más de los amigos.”

Quedó extrañado Anselmo al darse cuenta de que su amigo Lotario no frecuentaba la casa como
antes. Se lo dijo y le comunicó que su mujer, Camila, también estaba sorprendida, pues ella era
sabedora de la excelente amistad que los unía. Es más, le insistió en que no quería que ese
comportamiento circunspecto echara por tierra el nombre por el que los conocían: “los dos amigos”.

Lotario era de la opinión de que “el casado a quien el cielo había concedido mujer hermosa
tanto cuidado había de tener con los amigos que llevaba a su casa como en mirar con qué
amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas ni en los
templos, se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfacción se
tiene.

Anselmo andaba preocupado por la fidelidad de Camila y un día se lo confesó a su amigo Lotario.
Quería saber si Camila le era fiel, pues según él, “no es una mujer más buena de cuanto es si no
es solicitada, y que aquella sola es fuerte siempre  que no se doble a las promesas, a las
dádivas, a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. Porque
¿qué hay que agradecer que una mujer sea buena si nadie le dice que sea mala?.  Le pide que
sea el mismo Lotario quien la solicitase en amores , pues siendo su amigo, en el caso de que Camila
sea vencida, él respetaría la amistad y se impondría la cordura.

Lotario le respondió con un largo discurso, empleando cuatro argumentos para que desistiera de lo
que se proponía: a) La amistad tiene un límite. Este está en no utilizarla contra los deseos de
Dios:” Los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse de ellos, como dijo un poeta,
“usque ad aras”, (hasta el altar) que quiso decir que no se habían de valer en su amistad en
cosas que fuesen contra Dios”; b) La utilidad. Se debe intentar realizar cosas de las que
pudiéramos obtener algún provecho. “Las cosas dificultosos se intentan por Dios, o por el
mundo o por entrambos a dos...la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te ha de
alcanzar gloria de Dios, bienes de fortuna, ni fama con los hombres…no has de quedar ni más ufano,
ni más rico, ni más honrado”; c) La estima y fama de la mujer. “Hase de guardar la mujer buena
como se guarda y estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no
consiente que nadie le pasee ni manosee.” ; d) La Biblia. Dios creó a Eva de una costilla de Adán.
Este la miró y dijo: “Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos”; y Dios dijo: “Por ésta dejará
el hombre a su padre y madre, y serán dos en una misma carne. Y entonces fue instituido el divino
sacramento del matrimonio, con tales lazos que sólo la muerte puede desatarlos”

Viendo Lotario que no había razón que convenciese a Anselmo y, pensando que le podría ofrecer el
asunto a otro, se ofreció a entrar en la prueba. Uno de los días que Lotario fue a comer a casa de
Anselmo, le dijo este que se tenía que ausentar por motivos de negocios. Le pidió a Camila que
atendiese en todo a Lotario. Después de comer, estando solos Lotario y Camila, manifestó Lotario
que tenía sueño y se quedó dormido hasta que llegó Anselmo. Salieron de casa los amigos  y
Anselmo le preguntó que cómo le había ido. Lotario le contestó que por ser la primera vez, se había
limitado a elogiar su hermosura y discreción, contestando Anselmo que volvería a dejarlos solos.

Anselmo repitió una vez más el dejarlos solos, pero comprobó por el ojo de la cerradura que Lotario
lo había engañado. Lotario cuando se quedaba solo no le decía palabra a Camila. Le reprochó
Anselmo duramente el engaño. Lotario le prometió, bajo palabra de honor, que no volvería a ocurrir.
Decidió Anselmo marcharse durante unos días fuera de su casa. Le dijo a Camila que atendiera en
todo a Lotario. Después de tres días de ir a su casa, terminó por enamorarse de Camila y decidió
requebrarla con razones amorosas y solícitas. Esta, sorprendida y confusa, se encerró en su
aposento y le escribió la siguiente carta a su marido.

Comentario

El curioso impertinente es un episodio más intercalado en El Quijote. El estudio de estos episodios


ha sido estudiado especialmente por Anthony Close. Llega este especialista a las siguientes
conclusiones: a) El Quijote podemos verlo  como la crónica épico- burlesca de una  extensa novela;
b) Del tronco de esa novela surgen diversas ramas que llamamos episodios; c) Estos episodios
tienen una estructura coordinativa o yuxtapositiva, según tengan una relación más o menos estrecha
con la trama del Quijote; d) Cuando se inicia un episodio se produce un “desenganche” de los
personajes principales. En el caso del Curioso impertinente, don Quijote está durmiendo cuando los
oyentes le piden al cura que lea la novela; e) Este es el único episodio de la primera parte que tiene
una estructura yuxtapositiva. Sobre esto último, entiendo que Anselmo, padece cierta obsesión que
raya en la locura por saber si Camila le será fiel; por lo tanto, sigue compartiendo con don Quijote
cierta enajenación. En tanto que esta “rama” o episodio está ligada al “tronco” por una relación
temática, su estructura sigue siendo coordinativa, igual que las otros episodios intercalados:
Cardenio y Dorotea,  Marcela y Grisóstomo.

 Cesare  Segre considera que las interpolaciones en El Quijote tienen la función de representar “una
especie de galería de los géneros literarios de su tiempo”. Este episodio, en concreto, se relaciona
con la novela psicológica como muy bien precisó Menéndez Pelayo.

Interesante es para el análisis de esta novela recordar una vez más a Américo Castro en El
pensamiento de Cervantes. Sostiene y demuestra el autor el tema de la realidad oscilante, es decir,
Cervantes se introduce en la mente de sus personajes y nos expone la manera que ellos tienen de
ver la realidad. Surge de esta forma el tema del “engaño a los ojos”. El máximo exponente de este
engaño es don Quijote, confunde molinos con gigantes. Hay una confusión sensorial o física. Sus
consecuencias tienen un sentido gracioso o burlesco; existen otros errores que consisten en “una
mala interpretación de una realidad moral (típico ejemplo de Anselmo, creyendo que la virtud de
Camila es como oro que puede ponerse al fuego para probar su pureza); las consecuencias de tales
errores no suelen ser cómicas sino trágicas, y a menudo se castigan con la muerte”.

Cervantes, por boca de Lotario, viene a adverar que las pretensiones de Anselmo son un albur de
espadas de las que sólo cabe esperar lágrimas y sangre.    

CAPÍTULO XXXIV. PROSIGUE LA NOVELA DEL


"CURIOSO IMPERTINENTE"
Camila, en términos duros le escribe una carta a su marido, poniéndole el ejemplo militar de que así
como el general tiene que estar con su ejército, el marido debe estar en su casa. En caso contrario
se iría con sus padres.

Anselmo leyó la carta y comprendió que Lotario había emprendido la conquista de Camila. Le
prohibió que se marchase. Esta se arrepintió de haberle escrito lo anterior a su marido, pues no
quería incitar pendencia alguna entre ellos. Lotario de inmediato emprendió el asedio
y  así, “acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que
más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la misma
vanidad, puestas en la lengua de la adulación.”

“Camila se rindió. Esto es un ejemplo claro que nos muestra que sólo se vence la pasión
amorosa con huirla y que nadie se ha de enfrentar con tan poderoso enemigo, porque es
menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas”. Sólo conoció la entrega de Camila su
querida criada Leonela.

Fue Anselmo a ver a su amigo Lotario a su casa. Cuando le preguntó por el asunto que llevaban, le
respondió que podía estar orgulloso de la mujer que tenía, pues ni las dádivas, ni las promesas, ni
las lisonjas habían podido contra su fuerte honestidad.
Quedó Anselmo satisfecho de las respuestas de Lotario; no obstante, le rogó que siguiera insistiendo
en sus ataques amorosos. Para darle a entender a Camila que Lotario estaba enamorado de una tal
Clori, le pidió que escribiera unos sonetos reflejando sus sentimientos. Cierto día que fue a comer a
casa de Anselmo, leyó Lotario dos sonetos en los que expresaba sus cuitas. En el primero se
lamentaba del menosprecio de la dama; en el segundo expresaba su deseo de morir al no verse
correspondido. Camila era sabedora por Lotario del fingimiento de los poemas. Anselmo se
enorgullecía de la honestidad de su esposa: “todos los escalones que Camila bajaba hacia el centro
de su menosprecio, los subía, en la opinión de su marido, hacia la cumbre de su virtud y de su buena
fama”.

Se confesó Camila a Leonela que sentiría que Lotario la hubiese creído una mujer frágil y de fácil
entrega, pero Leonela le respondió que no se preocupara, “que el que da primero, da dos
veces” (Volvería a intentarlo). Camila le contestó con otro refrán: “Lo que cuesta poco se estima
en menos “ (Lo que no requiere esfuerzo, no se valora). Trató Leonela de tranquilizar a Camila con
una serie de razonamientos sobre las propiedades del amor: “el amor unas veces vuela y otras
anda…en un mismo punto comienza la carrera de sus deseos y en aquel mismo punto la
acaba y concluye “. Le dijo que hizo bien en aprovechar la ausencia de Anselmo, “porque el amor
no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión”.  Le asegura que si
sólo tiene en cuenta “las cuatro eses que dicen que han de tener los enamorados “ (sabio, solo,
solícito y secreto), nada debe temer.

Le pidió Camila a Leonela que no le dijese a nadie sus relaciones con Lotario. Esta le confesó que
también se veía en su casa con un novio que tenía. Cierto día, cuando al romper el alba   iba Lotario
a entrar en casa de Camila observó que un hombre embozado salía de ella. Creyó, ciego de celos,
que Camila le había sido infiel. Buscó a Anselmo y le dijo que fácilmente podría comprobar por sí
mismo la infidelidad de su esposa. Lo invitaba a que se cerciorara de ello, observando el encuentro
amoroso que esa noche había concertado con ella.

Anselmo quedó sorprendido de lo que le dijo Lotario. Ese día, cuando Lotario fue a casa de Camila,
esta, preocupada, le confesó lo que sabía de Leonela, las visitas nocturnas del novio y su huida por
la mañana. De inmediato se dio cuenta Lotario de que lo que había imaginado era falso. Arrepentido,
le confesó a Camila lo que le había dicho a Anselmo y cómo este se ocultaría en la recámara,
pero “como naturalmente tiene la mujer ingenio presto para el bien y para el mal, más que el
varón”, indignada le dijo que no se preocupara, pues había ideado un plan para salir de aquella
situación.

 Camila, sabedora de que Anselmo estaba oculto observándola, le comunicó a Leonela sus
propósitos de matar a Lotario. Le dijo que fuera a por él y lo trajese a su casa. Previamente, Leonela,
sabiendo que Anselmo la oía,  había alabado las virtudes y honestidad de su ama. Cuando Lotario
llegó, Camila le afeó su indecencia y deshonestidad y acto seguido sacó la daga y se lanzó contra
Lotario, afirmando que estaba dispuesta a matarlo. Mientras, Anselmo observaba orgulloso a su
mujer. Se lanzó contra Lotario, este le sujetó la mano, pues de otra forma, creyó que le clavaría la
daga. Cuando retiró la mano, ella, a propósito, se hirió ligeramente en el pecho y se desmayó.

Limpió Leonela la sangre; Lotario se dio cuenta de que apenas tenía herida, pero especialmente
percibió la facilidad tan grande que tenían Camila y Leonela para fingir y engañar.  Fingidamente, se
maldijo Lotario por lo que había ocasionado, pero especialmente, condenó a Anselmo por haberlo
originado. De inmediato se marchó a su casa. Fue Anselmo a casa de Lotario y hablaron del asunto.
Le dio gracias por lo que había hecho, pues gracias a él “se veía levantado a la más alta felicidad”
porque había comprobado la honestidad inquebrantable de su esposa.

Comentario

Dos lecturas podemos realizar del “Curioso Impertinente”

La del profesor Antony van Beysterveldt. Dicha lectura está realizada  desde el  tema de la
manipulación. En efecto, cada uno de los personajes va organizando las relaciones de acuerdo con
su propio criterio y en función de los beneficios que ellos creen obtener. Anselmo quiere someter a
su esposa Camila a un experimento para probar su fidelidad. Mueve a su amigo Lotario  para que
participe como una herramienta en su propósito de ver cómo reacciona Camila. Posteriormente
Anselmo pasará de ser protagonista activo a pasivo sin darse cuenta de las transformaciones.
Leonela colaborará porque así le interesa a ella. Todos van manipulando para conseguir sus
intereses. A este respecto dice Beysterveldt: “Al fijar la mirada en los aspectos más externos de la
acción del Curioso…vemos cómo se perfila en el comportamiento de todos los personajes una
tendencia nítida hacia la manipulación…A lo largo de toda la narración notamos, en efecto, cómo los
personajes no sólo se manipulan unos a otros, sino que también procuran moldear las circunstancias
y el medio ambiente en unas formas adecuadas a estas manipulaciones.  constancia de su Anselmo pero
pérfida, siguen disfrutando, en este enredo de engaños, cada uno del des

Las anteriores manipulaciones de los personajes mantienen una vez más el concepto de verdad
cervantina defendida por A. Parker. La gente miente porque le interesa. Anselmo vive obsesionado
con la duda sobre la fidelidad y pone a prueba a su mujer, que no le ha dado motivo alguno para
sospechar nada de ella, porque le atrae este agujero negro de la obsesión; de la misma forma
intervienen los demás personajes. Lotario, en un principio, se ajusta a la verdad objetiva: hay una
verdad moral y no se puede tergiversar; posteriormente se enamora, lo mismo que Camila, y deciden
seguir el juego porque así les conviene a ellos. Leonela miente cuando alaba las virtudes de su
señora por  los beneficios que consigue y el afecto que le tiene.

Al final, en un juego de tres: Lotario, Camila y Leonela traman una serie de añagazas para implantar
en la mente de Anselmo las virtudes de su esposa.

b) Vargas Llosa, en el artículo: “Una novela para el siglo XXI”, analiza El Quijote a partir
de ficción como tema narrativo.  Dice el premio nobel que “El gran tema de Don Quijote de la
Mancha es la ficción, su razón de ser, y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va
modelando, transformando”.  En efecto, esta novela se lee en la venta de Juan Palomeque, una
noche, por el Cura, con el Barbero, Sancho, el Ventero, su mujer, su hija y Maritornes. Recordemos
que a casi todos los asistentes a la velada les gustaban las ficciones, especialmente las
caballerescas. De esta forma se distraían y hacían más soportable las tareas cotidianas. Pero la
ficción entra también en la novela: Anselmo le pide a Lotario que escriba unos poemas a Clori que
sirven de bitácora orientativa a Camila y de engaño a Anselmo.
CAPÍTULO XXXV. LA LUCHA CONTRA LOS CUEROS DE
VINO Y EL FINAL DEL "CURIOSO IMPERTINENTE"
Estaba el cura terminando de leer la novela cuando entró Sancho dando voces, diciendo que su
señor le había cortado la cabeza cercén a cercén (completamente) al gigante enemigo de la
princesa Micomicona.  Fueron todos a ver qué ocurría cuando vieron a don Quijote medio desnudo,
con las piernas muy flacas, llenas de vello y nonadas limpias. Llevaba la espada en la mano derecha
y daba cuchilladas, todavía durmiendo, por todas partes. El ventero cuando vio que le había
destrozado  los cueros de vino, estando todo este por el suelo, se lanzó sobre él con los puños
cerrados y si no es por el cura y Cardenio, ahí hubiera terminado don Quijote. Viendo que a pesar de
esto no despertaba, el barbero le lanzó un cubo de agua fría.

Sancho buscaba ansiosamente la cabeza del gigante, pues de su muerte dependía el condado
prometido por don Quijote. Viendo que no aparecía, relacionó su pérdida con los manteos que en la
venta le dieron a él, diciendo que otra vez los encantadores habían intervenido, pues él había visto
correr la sangre del cuerpo como de una fuente. El ventero que lo oyó, intervino furiosamente para
decirle que la sangre que él veía era el vino de los cueros destrozados.

Tenía el cura sujetado a don Quijote por los brazos, y este, creyéndose que estaba delante de la
princesa Micomicona se arrodilló, diciéndole que el gigante usurpador había sido destrozado.
Sancho volvió a recuperar otra vez la confianza en conseguir el condado,  asegurando que ¡ciertos
son los toros: mi condado está de molde! (Prov. que se  utiliza para expresar la certeza de una
cosa).

Entre Cardenio, el cura y el barbero se llevaron a don Quijote a dormir, mientras que tanto el ventero
como la ventera maldijeron a don Quijote y a la caballería andante. Especialmente la última, que
recordó que antes se marchó sin pagar y ahora le había destrozado los cueros de vino; mientras, la
hija callaba y se sonreía.

El cura tranquilizó a la ventera diciendo que se les pagaría todos los daños de don Quijote. Sancho
le prometía a Dorotea que había visto rodar la cabeza del gigante; esta lo contentaba respondiéndole
que una vez que estuviese en su reino le daría el mejor condado. Una vez que todos se
tranquilizaron le pidieron al cura que terminara de leer la novela.

Anselmo se sentía muy orgulloso de su mujer. Lotario le dijo que no consideraba prudente ir por su
casa, pues Camila se mostraba apesadumbrada con su presencia. Anselmo le insistía que acudiese.

Leonela, aprovechándose de lo que sabía, recibía cada vez con más frecuencia a su novio. Una
noche, Anselmo oyó ruidos en el dormitorio de Leonela. Entró y al entrar vio que un embozado
saltaba por la ventana. Cogiendo una daga obligó a Leonela a que le dijera quién era. Dijo que era
su marido, pues se había casado en secreto y que a la mañana siguiente le contaría cosas
interesantes.

Volvió Anselmo a la habitación de Camila; le contó lo que le había dicho Leonela. Se turbó por lo que
oyó de su esposo y, temiendo que Leonela la traicionase,  cuando estuvo dormido se marchó,
después de coger las joyas, a casa de Lotario. Le pidió que se pusieran a salvo y, después de haber
cogido el dinero Lotario salió de su casa, camino de un convento, donde dejó a Camila. Fue
Anselmo, al día siguiente al dormitorio de Leonela, vio que no estaba allí; fue a la habitación de
Camila y se dio cuenta de que también se había ido; se trasladó a casa de Lotario y los criados le
dijeron que se había marchado. Desesperado volvió a su casa; no encontró a nadie. Decidió
ausentarse de la ciudad e irse al pueblo de su amigo.

En el camino se encontró a un viajero que venía de Florencia; le preguntó que qué se contaba por
allí. Le dijo que todos hablaban del suceso de los dos amigos. Camila, la mujer de Anselmo el Rico
se había marchado con Lotario.

Consumido de tristeza, volvió a casa de su amigo, y se encerró en un aposento donde dejó en el


bufete un escrito en el que reconocía que toda su tragedia se debía a su necia impertinencia

Camila murió a los pocos días, después de haberse enterado que Lotario había muerto en Nápoles
peleando a las órdenes del Gran Capitán.

El cura dio su impresión general de la novela: estaba bien contada, pero la historia le parecía
inverosímil

Comentario

Se presta este capítulo a leerlo desde el punto de vista de Vargas Llosa. La tesis del premio nobel es
que la ficción se ha apoderado de la vida de don Quijote y lo transforma completamente haciéndole
perder el juicio; por lo tanto la ficción desrealiza la propia vida; nos hace vivirla e ilusionarnos con
ella. Don Quijote “se desquicia por las fantasías de los libros de caballerías, y, creyendo que el
mundo es como lo describen las novelas de Amadises y Palmerines, se lanza a él en busca de unas
aventuras que vivirá de una manera paródica, provocando y padeciendo pequeñas catástrofes”. En
este sentido don Quijote en sus sueños se ha enfrentado al gigante y lo ha destrozado, llevándose
por delante los cueros de vino. La modernidad de este pasaje se vería, una vez más en el espíritu
rebelde y justiciero, puesto al servicio de Micomicona, pero, como siempre, con un resultado
contrario al esperado.

La ficción también opera en el cura y el barbero. Asumen papeles inventados para traerse a don
Quijote a su casa; lo mismo le acontece a Dorotea, cuando toma el papel de la princesa Micomicona.
La hija de la ventera calla y ríe cuando su madre se queja de los gastos de don Quijote. Está
pensando también en la ficción, en este caso en los libros de caballerías. La realidad se ha perdido
una vez más, para Sancho. Este vive la ficción del condado del que le habló don Quijote y le
prometió Dorotea.

La última parte del capítulo corresponde al final de la novela “El Curioso Impertinente”. En el capítulo
anterior dimos la lectura que de la misma realiza Antony van Beystervaldt. Para este profesor el tema
de la novela es la manipulación.

Francisco Ayala la estudia desde el punto de vista psicoanalítico. La conducta de Anselmo en sus
pretensiones de probar la fidelidad de su esposa es el resultado de su homosexualidad encubierta:
“Lo que Anselmo pretende conseguir es la satisfacción vicaria a través de su mujer  (carne de su
carne en virtud del matrimonio) para los turbios deseos que hasta entonces había mantenido
larvados o, mejor dicho, sublimados en las formas nobles de la camaradería”

CAPÍTULO XXXVI. ENCUENTROS Y


RECONCILIACIONES EN LA VENTA DE JUAN
PALOMEQUE EL ZURDO

El ventero, que estaba en la puerta, advirtió a los huéspedes que se acercaba gente. Pronto fue  a
esconderse Cardenio ;  Dorotea se cubrió el rostro. Al preguntarle el cura que si venían cerca, este
contestó que se  acercaban a caballo cuatro hombres y una mujer con las caras tapadas, a pie
venían dos mozos. Cuando llegaron, el cura le preguntó a un mozo que quiénes eran. Contestó que
uno de ellos parecía ser gente principal; la mujer debería ir a un convento de monjas, sin vocación
monjil, pues se quejaba amargamente de su situación.

Ante los suspiros y sollozos de la dama, Dorotea se acercó ofreciéndose para ayudarla. El que
parecía principal, según el mozo que los acompañaba, sujetó a la dama apenada y le dijo a Dorotea
-se había presentado también con la cara tapada- , que no le hiciera casado, pues era muy
mentirosa. Al oír esa palabra, la mujer le contestó que por ser de palabra verdadera, se encontraba
en esa situación, llevada por sus engaños y mentiras. Cuando oyó esta voz, Cardenio lanzó un grito
de sorpresa. A su vez, la mujer, cuando oyó la voz de Cardenio, quiso entrar en su aposento. La
sujetó nuevamente el caballero por la espalda. Cuando lo hizo se le cayó el tafetán y se le descubrió
la cara. Apareció la belleza de Luscinda. Como la tenía sujeta con los dos brazos, se le cayó la
protección de la cara al hombre. De inmediato se vio que era don Fernando. Dorotea, de la fuerte
impresión, se desmayó. El cura acudió a quitarle el embozo. Don Fernando la reconoció de
inmediato, pero no soltaba a Luscinda. Pronto, en suspenso,  se cruzaron todas miradas: Dorotea –
Fernando y Cardenio- Luscinda

La primera que habló fue Luscinda. Le pidió a don Fernando que la dejase ir a unirse con quien
consideraba realmente su esposo: Cardenio. Había procurado serle fiel y nunca su pensamiento se
había apartado de él. Después tomó la palabra Dorotea. Con lágrimas en los ojos le pidió a don
Fernando que la reconociese como su legítima esposa, de acuerdo con los siguientes argumentos:
a) Fue el culpable de que ahora se encuentre en este estado: vivía honestamente hasta que “a las
voces de tus importunidades, te entregué las llaves de mi libertad; b) “No puedes ser de Luscinda
porque eres mío, ni ella puede ser tuya porque es de Cardenio; c) Se entregó a su voluntad, por lo
tanto no debe sentirse engañado; d) Apela a su palabra de cristiano y caballero;   e) Le pidió que no
se fijara en la ascendencia de cada uno. Sus padres eran personas honradas y como labradores
habían servido con dignidad a los suyos. “La verdadera nobleza consiste en la virtud”. Le vuelve
a pedir que la acepte por esposa, pues si virtud le falta a él, a ella le sobra. Por último apela a su
conciencia: “Tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces callando en mitad de tus
alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y
contentos”.
Don Fernando aceptó las razones de Dorotea.  Cardenio se lanzó a sujetar a Luscinda cuando la
dejó don Fernando; este al ver a Cardenio quiso coger la espada, pero Dorotea se lo impidió,
diciéndole que dejase a Luscinda encontrarse con su esposo y viniese a ella por ser su legítima.
Intervino el cura con estos razonamientos, dirigidos a don Fernando: a) El cielo había propiciado esta
situación; b) Solamente la muerte podría separar a Cardenio y Luscinda; c) Debería fijarse en la
hermosura de Dorotea, que unida a la honestidad, pueden igualarse a la más alta nobleza; d) Un
caballero cristiano debería ser fiel a la palabra dada.

Dorotea seguía a los pies de don Fernando. Este, oídos los razonamientos del cura abrazó a
Dorotea y le rogó que lo aceptase y lo disculpase, pero que no lo reprendiese. Se alegraba por el
encuentro de Cardenio y Luscinda. Todos los presentes se emocionaron con lo ocurrido. También
Sancho Panza, aunque dijo que él no lloraba por el desenlace feliz, sino porque había dejado de
existir Micomicona y con ella el condado que esperaba encontrar.

Por último, cada uno contó la historia de sus aventuras: Dorotea, la que ya le contó a Cardenio; Don
Fernado, lo que le ocurrió con Luscinda: que cuando se enteró por la carta que le encontraron en el
pecho, que su corazón era para Cardenio, la quiso matar. Impedido por sus padres, huyó. Continuó
diciendo que ella se había refugiado en un convento; que ”la secuestró y acompañado de estos
hombres llegó a esta venta, que para él era el cielo, donde rematan y tienen fin todas las
desventuras de la tierra”.
 
Comentario
La venta de Juan Palomeque el Zurdo funciona en este capítulo como una anábasis amorosa del
reencuentro de Cardenio- Luscinda y Dorotea-don Fernando.
A esta novelita le han dedicado espléndidos estudios Márquez Villanueva: Temas y personajes del
Quijot; Avalle-Arce : Las relaciones amorosas en Sierra Morena; Sandra L Alzate: Representación
de los espacios femeninos en las historias intercalas del primer Quijote. Sostiene Márquez
Villanueva que lo que pretende Cervantes en esta historia es “Infiltrarnos la presencia de Andalucía
en un plano de hábil discreción”. Cuando analizamos los personajes, vemos que todos son
andaluces. Especialmente destaca por su valentía, belleza e inteligencia Dorotea. Esta, según
Villanueva “no es andaluza por accidente, sino carne y genio de Andalucía, como subsuelo implícito
de su contextura de personaje”.
Cervantes, no sólo era consciente de la problemática de la mujer en el siglo XVI, sino que también
nos transmite su apreciación y sentimiento hacia la mujer andaluza. Frente a la novela del Curioso
impertinente, que se asienta en Florencia y es la historia de un adulterio, la mujer andaluza se nos
presenta guardando siempre su honra y la fidelidad al marido. Tanto Luscinda como Dorotea buscan
y lo consiguen. Mantienen su honra hasta el final, alcanzando sus propósitos. Los argumentos de
Dorotea para don Fernando son totalmente convincente: se siente engañada por él. Apela a su
honorabilidad de cristiano y caballero. Pone a los cielos por testigo de la palabra que le dio. No
quiere que sus padres vivan con una hija deshonrada, por eso se marcha a Sierra Morena. Por
último, argumenta desde la voz de la conciencia. Estamos viendo una manipulación inteligentemente
llevada y al final consigue su propósito.  
Para Márquez Villanueva la penitencia caballeresca de don Quijote y sus locuras amorosas se
realizan en Sierra Morena. Tiene un sueño nacido de lo literario y encuentra su climax en esta sierra.
Como expone L. Alzate, Cardenio, en Sierra Morena se transforma en un salvaje, “saltando de risco
en risco y de mata en mata”. Sierra Morena es un lugar de escape porque no es capaza de defender
su honor. Márquez Villanueva lo ve como “una damisela atolondrada”. No es sierra Morena para
Dorotea, un espacio escapista y evasivo de la realidad como puede serlo para Cardenio. Allí
preparará la situación y manipulará con gran perspicacia los hilos de los sentimientos para recuperar
su honra.
Comparten Cardenio y Luscinda cierto sentimiento de debilidad. Ambos viven situaciones dramáticas
y son incapaces de defender su honra. Cardenio no sacó su espada cuando vio que don Fernando le
birlaba a Luscinda; Luscinda no utilizó la daga cuando el matrimonio se lo impusieron sus padres. El
primero se aleja de la realidad y se refugia en Sierra Morena; la segunda, se refugia en un convento.
Dorotea lucha como mujer valiente e inteligente, consiguiendo al final que don Fernando la tome
como esposa.
Con este encuentro épico feliz de las protagonistas femeninas con sus amantes, se bosqueja la
visión cervantina del amor como “máxima esencia vital”, según la apreciación de Américo Castro.  

CAPÍTULO XXXVII. LLEGADA DEL CAUTIVO Y


ZORAIDA. DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS
Las anteriores explicaciones de Dorotea fueron escuchadas por todos, pero especialmente por
Sancho, con gran pena, pues había volado el condado prometido. Los demás se sentían
agradecidos, don Fernando, al cielo por haberle resuelto los problemas que tenía; especialmente
agradecida al cura y a Cardenio se sentía la ventera porque le habían prometido que le pagarían los
gastos hechos por don Quijote.

Sancho, pesaroso, se fue al camaranchón en el que dormía don Quijote y lo despertó, diciéndole que
durmiera todo lo que quisiera porque ya se había resuelto el problema de Micomicona. Don Quijote
volvió con el mismo sueño que la vez anterior. Se había resuelto porque según él había matado al
gigante y la sangre corría a ríos. Sancho quiso volverlo a la realidad, diciéndole la verdad sobre la
ruptura de los cueros de vino. Volvió don Quijote a insistir sobre los encantamientos en la venta y
Sancho a desmentirlo, argumentando que no eran encantadores los que lo vapuleaban a   él, sino el
ventero con otros más.

Salió vestido don Quijote con toda su parafernalia. Todos se sorprendieron, especialmente don
Fernando. Dirigiéndose a Dorotea le dijo que se había enterado por Sancho cómo se había
transformado de princesa en doncella. Si ello había sido porque su padre desconfiaba de él es
porque “no sabía de la misa la media” (prov. lo ignora casi todo). “Pero el tiempo, descubridor de
todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.”

Respondió Dorotea diciéndole que ella no se había mudado en su ser, que era la misma que
ayer.  El estar con él le ha traído suerte y ha sido para bien, que mañana saldrían de camino para
conseguir el buen suceso que esperaban. Reprendió duramente don Quijote a Sancho, llamándolo
“Sanchuelo”, el mayor “bellacuelo” que hay en España por haberlo engañado sobre la transformación
de la princesa Mitomicona. Respondió Sancho que lo de la ruptura de los cueros de vino,  “al freír
los huevos lo verá” (al final lo verá), cuando el ventero le pase la cuenta. Don Fernando pidió partir
al día siguiente como había decidido Dorotea. Hablaron entre don Quijote y don Fernando con
mucha cortesía.

Se rompió la conversación porque entraron en la venta un cristiano recién venido de tierra de moros,
muy bien vestido, con una casaca de paño azul, con bonete y calzones de lienzo azul. Lo
acompañaba, subida en un jumento una mujer a la morisca vestida, con ropas de gran calidad.
Pidieron aposento, pero no había. Dorotea y Luscinda se ofrecieron a la mora para compartir la
habitación. Al ver que no contestaba, el caballero cristiano les dijo que no preguntaran, pues no
entendía la lengua. Le preguntó Dorotea que  si era mora o cristiana. Respondió que mora era en el
traje y en el cuerpo, pero que en el alma era cristiana y pronto se bautizaría con la liturgia de la
Iglesia.

Desistieron de preguntarles que quienes eran; pero Dorotea le dijo a la mora que se quitara el
embozo. El cristiano se lo tradujo al árabe y ella aceptó. Cuando descubrió la cara todos se
sorprendieron de su belleza. Don Fernando le preguntó al caballero que cómo se llamaba. Contestó
que Zoraida, ella rectificó con insistencia diciendo que se llamaba María.

El ventero preparó la mesa para cenar. Dorotea se sentó junto a don Quijote. Levantándose este dio
comienzo al discurso de las armas y las letras.

Empieza don Quijote por preguntarse por el valor que encierran las armas y las letras. Esto se puede
resolver si nos preguntamos a su vez por los trabajos que realizan los que se dedican a unas y otras.
Refuta primero aquellas opiniones que sostienen que las letras trabajan solamente con el espíritu y
las armas con la fuerza. Demuestra que las últimas lo hacen con los dos. Pasa a continuación a
preguntarse por la finalidad de unas y otras: “las letras humanas tienen por fin poner en su punto
la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes
se cumplan”.   “Las armas tienen por objeto la paz, que es el mayor bien que los hombres
pueden desear en esta vida”. Pone como ejemplos distintas expresiones: “Gloria sea en las alturas
y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; “Paz sea en esta casa”.

Habla después de los trabajos del estudiante. Destaca en primer lugar por la pobreza, porque quien
es pobre no tiene cosa buena . Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en
frío, ya en desnudez, ya en todo junto”.  Si sabe aguantar el camino y superar los obstáculos,
puede llegar a mandar y gobernar el mundo, “premio justamente merecido a su virtud”.

CAPÍTULO XXXVIII. CONCLUYE EL DISCURSO DE LAS


ARMAS Y LAS LETRAS
Después de haber hablado de las estreches económicas del estudiante, pasa don Quijote a disertar
sobre las del soldado. Es el más pobre, pues tiene que vivir de su paga, que llega tarde o nunca;
cuando esto ocurre, tiene que garbear lo que puede, con peligro de su vida o su conciencia. La
escasez es tanta que a veces se tiene que vestir y tapar por la noche con un coleto acuchillado,
pasando hambre y miseria.
Vuelve a comparar al soldado con el estudiante; mientras que al primero, cuando se gradúa le ponen
la borla en la cabeza, al segundo, le pueden poner vendas para curarlo de alguna herida. Pasa a
continuación a preguntarse por los beneficios que obtiene de su trabajo uno y otro; habla con ironía
de los sobornos de los letrados: porque de faldas, (que no de mangas) todos tienen en qué
entretenerse) y de la dificultad de obtener ganancia los soldados, ya que siempre sirven a un señor;
pero desiste de continuar por este camino (dejemos esto aparte, que es laberinto de muy
dificultosa salida).
Pasa a continuación a preguntarse por la preeminencia de una y otra. A manera de juez que oyera a
las dos, deja oír los argumentos: Según las letras,” sin ellas no se pueden sustentar las armas,
porque las guerras también tienen sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo
de lo que son letras y letrados”. Responden las armas que “con ellas  se defienden las
repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos… Y es
razón averiguada que aquello que más cuesta, se estima y debe estimar en más”.
Pasa después a explicar las dificultades que tienen que pasar los que quieren ser eminentes en los
estudios y en la milicia: al primero muchos sacrificios; al segundo, sacrificios más riesgo de muerte.

Prosigue don Quijote "describiendo el modo con que los soldados de infantería tenían que luchar en
la mar, sus peligro, su valentía. "Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja
el de embestirse dos galeras por las proas ...las cuales enclavijadas y trabadas no le queda al
soldado más espacio del que conceden dos pies de tabla del espolón; y con todo esto, viendo que
tiene delante de sí tantos ministros de la muerte...y viendo que al primer descuido de los pies iría a
visitar los profundos senos de Neptuno...y se pone a ser blanco de tanta arcabucería...Y lo que más
es de admirar: que apenas uno ha caído...cuando otro ocupa su mismo lugar" Examina los riesgos
provocados por la pólvora, para decir “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la
espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor
tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención”

Cuando terminó el discurso todos elogiaron el buen discurrir de nuestro caballero, el cual sólo se
obscurecía cuando hablaba de la caballería.

La ventera, su hija y Maritornes prepararon el camaranchón de don Quijote para las mujeres que
estaban presentes aquella noche. Don Fernando pidió al cautivo que les contara su vida. Una vez
que todos se callaron dio comienzo a su relato.

Comentario

En el discurso de las armas y las letras, se mezclan, como muy bien demuestra Ricardo Castells,
cuando lo analiza, dos puntos de vista: a) El de don Quijote; b) El de Alonso Quijano.
Como don Quijote, empieza por decirles a los oyentes que se encuentran en un castillo, cuando en
realidad están en la venta de Juan Palomeque el Zurdo; por lo tanto habla el orate. A partir de aquí
se inicia el discurso de Alonso Quijano, persona razonable y culta. De lo primero son testigos los
presentes. El cura le dijo que “tenía mucha razón en todo cuanto había dicho”. Se cumple aquí la
teoría de Huarte de San Juan en su Examen de Ingenios”, explicada en capítulos anteriores. Las
referencias a la cultura de Alonso Quijano, nos la da los conocimientos que muestra sobre las
fortificaciones militares y el arte de la guerra.
En los siglos XV y XVI, dice Castells ,a quien sigo, que la ciencia y la guerra militar se convierten en
importantes campos de estudio. El humanista Leon Battista Alberti escribe De Re Aedificatoria:  Un
tratado arquitectónico del Renacimiento, en el que se presenta la idea de que las fortificaciones
deben adoptar una forma estrellada para resistir mejor el impacto de la artillería. Maquiavelo escribe
El arte de la guerra en 1521. Es muy probable que una persona culta leyera estos libros. No es de
extrañar que estuvieran en la biblioteca de Alonso Quiano. De ello son indicios: “véase si se alcanza
con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los designios, las dificultades,
el prevenir los daños que se temen; que todas esas son acciones del entendimiento”…Más adelante
cuando habla del miedo que debe pasar el vigía de la fortaleza dice: “que hallándose cercado en
alguna fortaleza y estando en posta o guarda en algún revellín o caballero, siente que los enemigos
están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir del
peligro que por fuerza le amenaza”. El revellín o el caballero, dice Castells, son las fortalezas
interiores típicas de la traza italiana, el sistema Le las fortificaciones que se desarrolla en los estados
italianos durante los siglos XV XVI.
Más adelante, don Quijote vuelve a referirse al discurso de la Edad Dorada en los siguientes
términos: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos
endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le
está dando el premio a su diabólica invención”.
Las referencias anteriores a la artillería y con ello a la pólvora es uno de los tópicos propios del
Renacimiento y el Barroco, como demuestra Maravall, en Utopía y contrautopía en el Quijote. Por
otra parte se vendrían a corresponder con las armas de destrucción masiva de hoy en día. El gran
cambio al que alude don Quijote, según Maravall, se debe a “la introducción, en la época moderna,
de dos novedades decisivas: las armas de fuego y el espíritu de cálculo, manifestaciones ambas de
la racionalidad que caracteriza la Edad Moderna y a su creación política: El Estado(…) No menos
son creación del espíritu del cálculo las nuevas armas de pólvora, cuyo manejo estriba en combinar
operaciones matemáticas cada vez más complicadas”.
Lucía Mejías en el libro: La Juventud de Cervantes, Una vida en construcción, escribe que "En el
famoso discurso de las armas y las letras, en boca de don Quijote se describe el modo con que los
soldados de infantería tenían que luchar en la mar, sus peligros, su valentía que es vivida por el
propio Cervantes, que es la de su hermano Rodrigo, que es la de tantos que se encuentran en este
momento en la batalla. Cervantes se está refiriendo a la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571),
en la que perdió su mano izquierda. A ella fue aludiendo y reivindicando como "la más alta ocasión
que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros". Fue una de las más
sangrientas e inútiles batallas de la historia: unas 61000 víctimas, entre muertos y heridos en tan
solo seis horas de enfrentamiento". 
En la Epístola a Mateo Vázquez, dice Cervantes, refiriéndose a esta batalla..."Vi el formado
escuadrón roto y deshecho/ y de bárbara gente y de cristiana/rojo en mil partes de Neptuno el lecho"

CAPÍTULO XXXIX. SE INICIA LA HISTORIA DEL


CAUTIVO
Empieza el cautivo a contar su historia a los presentes, diciendo que procede de las montañas de
León. Su padre, rico terrateniente, soldado en su juventud, fue un hombre liberal y gastador, como
suelen ser los soldados, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace generoso, y
el generoso pródigo, y si algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que
se ven raras veces. Pasaba mi padre los términos de la liberalidad y rayaba en lo de ser pródigo,
cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado y que tienen hijos que le han de
suceder en el nombre y en el ser”.

Un día los llamó y les dijo que,  como le era muy difícil no ser gastoso, lo cual iba contra su
naturaleza, se proponía vender su hacienda y dividirla en cuatro partes iguales: una se reservaría él
y las otras la repartiría entre los tres hijos. Dicho esto, les aconsejó que “ hiciéramos caso de un
refrán que hay en nuestra España, a muy parecer muy verdadero, como todos los son, por ser
sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: “Iglesia
o mar o casa real”, como si más claramente dijera: “Quien quisiere valer y ser rico siga o la
Iglesia o navegue, ejercitando el arte de las mercancías, o entre a servir a los reyes en sus
casas”; porque dicen: “Más vale migaja de rey que merced de señor””.

Su tío compró la hacienda para que no saliera de la familia. Su padre cobró el dinero y les dio tres
mil ducados a cada uno;  de los tres mil que le dio a él, le devolvió dos mil a su padre; sus hermanos,
imitándole le dieron a su padre mil cada uno Su padre se quedó con una cuarta parte en bienes
raíces, pues no vendió su parte de hacienda, además de cuatro mil ducados que le entregaron sus
hijos. El mayor cogió el camino de las armas; el segundo se marchó a hacer negocios a la Indias;  el
menor, a Salamanca a terminar sus estudios.   

Se despidieron con la bendición de su padre y, con lágrimas en los ojos se dirigieron a Salamanca,
Sevilla y Alicante, donde embarcaría rumbo a Génova. Habían pasado veintidós años desde aquella
fecha. El mayor, en Génova, se incorpora al servicio del Duque de Alba y forma parte de los tercios
españoles de Flandes, alcanzando el grado de alférez del capitán Diego de Urbina. Más tarde, como
capitán de Artillería, tomó parte en la batalla naval de Lepanto (7 de octubre de 1571), “felicísima
jornada”, “en la que quedó el orgullo y soberbia turca quebrantada; pero fue hecho prisionero por el
Uchalí, rey de Argel.  Fue condenado al remo, vio caer La Goleta, ganada por Carlos V en 1535 “–
gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban-“, así como el
fuerte junto a Túnez. Murieron en estas batallas muchas personas, especialmente don Pedro
Portocarrero, general de La Goleta; el hermano del famoso Juan Andrea de Oria, tristemente famoso
porque unos alárabes, a traición le cortaron la cabeza y se la llevaron al general de la armada
turquesca, el cual cumplió el refrán que dice: “aunque la traición aplace, el traidor se
aborrece” (Siempre se desprecia al traidor, aunque la traición aproveche): el general mandó ahorcar
a los que le trajeron el presente.  Allí también desapareció un amigo suyo don Pedro de Aguilar, que
además era buen poeta, muestra de ello son los dos sonetos que a manera de epitafio hizo a la
Goleta y al fuerte.
Al oír lo de don Pedro de Aguilar, don Fernando se sonrió, pues este don Pedro era su hermano.
Explicó don Fernando cómo, después de haber estado prisionero su hermano, alcanzó la libertad, a
lo que respondió el cautivo que “no hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se
iguale a alcanzar la libertad perdida”. Dicho lo anterior, el cautivo invitó a don Fernando a que
leyera los sonetos de su hermano.

Dejo para más adelante el comentario de esta novela

CAPÍTULO XL. CONTINÚA LA HISTORIA DEL CAUTIVO

Leyó don Fernando los dos sonetos que había compuesto su hermano, en homenaje a los que
habían dado su vida en la goleta y en el fuerte.

Reanuda su historia el cautivo, contando que cuando murió el Uchalí al que servía, persona a la que
recuerda por su humanidad, los cautivos se repartieron en dos grupos: unos fueron a parar al rey de
Constantinopla; otros, a un protegido del Uchalí, llamado Azán Agá, hombre rico y rey de Argel; pero
muy cruel y maltratador de los cautivos. Maltrataba a los prisioneros con toda clase de desmanes:
los desorejaba, los empalaba y los ahorcaba. Con esto imprimía un sello de terror para que no se
escaparan. Él, con el título de capitán, pertenecía a este grupo del rey de Argel. Trató de escaparse
de Constantinopla varias veces, pero no lo consiguió, en Argel no perdió la ilusión de volver a
hacerlo,” porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad”. En Argel estuvo preso en
un baño, en el que los moros solían poner a los cristianos que, por su importancia, podrían percibir
un buen rescate; allí estuvo encadenado, pasando hambre y oyendo las lamentaciones de los
cautivos que Azán Agá mataba. Sólo se libró de estos maltratos un soldado español, llamado
Saavedra.

Después de referirse brevemente a la suerte que tuvo de no ser empalado, pasó a contar lo que le
sucedió en el patio de la cárcel. Al patio de la prisión daba la casa de un moro principal y rico,
llamado Agi Morato. Desde la ventana de su casa, cierto día asomó una caña que terminaba en un
envoltorio blanco. Se acercaron varios de los que estaban cautivos a recogerla, pero la caña se
elevaba. Se acercó él y  la caña cayó a sus pies. Destapó lo que contenía la envoltura y vio que eran
unas monedas de oro y entendió que eran para él. La operación se volvió a repetir a los dos días. En
este caso traían cuarenta monedas de oro. Después apareció una mano y dejó caer un escrito, que
le tradujo un renegado, natural de Murcia, que se preciaba de ser su amigo.
El texto, escrito en arábigo y con una cruz pintada, decía que ella era una mora, que de pequeña
tuvo una esclava que le habló muy bien de Lela Marién (La Vrgen María); que quería huir a tierras
cristianas y lo había elegido a él, si quería, para acompañarla; tenía dinero suficiente para los dos y
se ofrecía a ser su esposa.

El cautivo, valiéndose del renegado, le contestó diciéndole que él y sus compañeros cautivos harían
por ella lo que pudieren, que darían su vida y que pensase cómo podrían salir de allí. Que se fiara de
su palabra, pues la palabra de un cristiano es fiel, no como la del moro.

Le encargó al renegado que averiguase quién era aquella mujer. Supo que se trataba de Zoraida,
una hermosa mujer que había tenido muchos pretendientes moros y a todos había despreciado. Se
ofreció el renegado a poner en libertad a Zoraida y al cautivo, jurándolo delante de un crucifijo que
llevaba. A los pocos días volvió Zoraida a enviar una nota en la que, además de mandar dinero en
monedas de oro y plata, pedía que alguien fuera a tierras cristianas, comprara una barca, volviera y
todos se marcharían. Ella estaría esperando en el jardín de su padre, que estaba junto a la marina.

Trataron sobre cómo llevarían a cabo la liberación y quién iría a Mallorca a comprar la barca. Se
impuso, con razón, el criterio del renegado. Según su experiencia, cuando un cautivo se marchaba
no volvía “porque el gozo de la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les
borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo”.  Propuso que él, junto con un moro
tagarino, cogerían el dinero, comprarían una barca allí y, con la excusa de comerciar bienes desde
Tánger, poder escapar. Zoraida volvió a mandar dinero para pagar los rescates. Él lo consiguió
pagando seiscientos escudos a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel. Ordenó
también, para evitar males mayores, pagar el rescate de tres compañeros que les acompañarían a
España.

CAPÍTULO XLI. TERMINA LA HISTORIA DEL CAUTIVO


Continuó el cautivo contando su historia, diciendo que su compañero renegado había comprado una
barca capaz para treinta personas. Había realizado, el renegado, algunos viajes como mercader,
para aparentar dicho oficio. Había fondeado  varias veces en una caleta cercana al jardín de Zoraida
y hablado con su padre, para pedirle fruta;  no así con Zoraida, pues las moras no se dejan ver de
ningún moro ni turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. Dado que él ya había
sido rescatado le dijo el renegado que dispusiese lo necesario para salir un viernes para
España. Contrató el cautivo a doce españoles como remeros. Los acompañarían tres compañeros
de la prisión, también rescatados. Dio instrucciones para que estuvieran todos, ese viernes, por los
alrededores de la casa de Zoraida. Allí se presentó él; a quien primero vio fue al padre de Zoraida.
Éste le preguntó en una lengua franca que allí se habla que quién era. Le respondió que era esclavo
de Arnaute Mamí y que buscaba hierbas para hacer ensaladas. En ese momento salió Zoraida. Iba
cargada de alhajas desde los pies a la cabeza. Se encontró ante una diosa y eso que la ocasión era
difícil, porque ya se sabe que la hermosura de alguna mujeres tiene días y sazones y requiere
accidentes para disminuirse o acrecentarse, y es cosa que las pasiones del ánimo la levanten
o abajen, puesto que las más veces la destruyen.”

Le dijo a Zoraida, en la lengua franca que se habla en Berbería, mezcla de todas lenguas, que ha
sido rescatado por mil quinientos zoltanís. Mantienen una conversación sobre la fecha de salida para
España, convenciéndole ella delante de su padre, de que es mejor que parta en un bajel español que
en uno francés. Le pregunta ella que si está casado, contestándole que está enamorado de una
mujer que se parece mucho a ella. En esta conversación, unos criados avisaron al padre de Zoraida
que unos turcos habían entrado en la casa. El padre se marchó, no sin antes pedirle a su hija que se
metiera en su casa, pues era sabido el temor que los moros tenían a los turcos. Cuando regresaba  a
a su casa lo hizo apoyándose en el cuello y en el pecho del cautivo. Cuando el padre regresó los vio
cómo iban; ella disimuló que estaba mareada. Le dijo al cautivo que se marchara; el padre reconoció
cómo había ayudado a su hija y le ofreció su casa para que viniera cuando quisiera.

Zoraida se marchó con pesar y él recorrió toda la fortaleza que rodea el jardín de la casa. Puso en
aviso a los cristianos remeros que saldrían al día siguiente, sábado. El renegado se encargó de
reducir a los marinos moros que la barca llevaba. Se desplazaron unos cuantos a la casa de Zoraida,
pronto entraron porque la puerta estaba entreabierta. Al oírlos entrar, Zoraida bajó, trayéndose un
cofre lleno de monedas de oro; su padre dormía y con el ruido se despertó. Se vieron obligados a
llevárselo atado y con la boca tapada. Pronto advirtió el padre que Zoraida, reclinada en el pecho del
cautivo, estaba con ellos. Se dirigieron a Mallorca, por ser la ciudad cristiana más cercana. El viento
les obligó a cambiar el rumbo. El renegado trató de tranquilizar a los moros y a Agi Morato,
diciéndoles que los pondrían en libertad tan pronto como llegaran a tierras cristianas. El Padre de
Zoraida no salía de su asombro. Se interrogó por la situación que ella tenía. El renegado le contestó
diciendo que por Zoraida, nueva cristiana, están allí; ella ha roto las cadenas de la esclavitud que
tenían los cristianos. La hija se disculpó diciendo que Lela Marie –la Virgen María-, se lo pidió.

Oído lo anterior, el padre se arrojó al agua con intención de suicidarse. Fue salvado por los
marineros. Empezó de inmediato a maldecir a la hija; una vez hubo amanecido, llegaron a una
pequeña cala desierta y pusieron en libertad al padre y a los moros. El primero continuó maldiciendo
a su hija; posteriormente le pidió que no lo abandonara. Le preguntó que por qué lo había hecho. Ella
manifestó su deseo de bautizarse y hacerse cristiana.

Se quedó su padre en tierra. Continuaron y al amanecer divisaron tierras españolas, pero  como
pocas o nunca viene el bien puro y sencillo, sin ser acompañado de algún mal que le turbe o
sobresalte”, fueron abordados, en la oscuridad de la noche, por unos corsarios franceses; les
hundieron la barca y les robaron las pertenencias, a excepción de cuarenta escudos que el capitán
francés quiso regalar a Zoraida. Los pusieron en libertad en las costas españolas. Cuando llegaron,
después de besar emocionados el suelo patrio, se dirigieron hacia el interior;  oyeron el sonido de
una pequeña esquila, pronto apareció el pastor, que al ver a Zoraida y al renegado vestidos de
moros, huyó rápidamente, pleno de pánico,  para avisar a la ciudad

Siguieron al pastor; previamente el renegado se quitó las ropas de moro. Llegaron varios jinetes a
caballo, encargados de la vigilancia de las costas.  Uno de los cristianos, reconoció entre los jinetes
que iban  a un tío suyo. Habían llegado a Vélez Málaga. Les atendieron muy bien. Después de seis
días en la ciudad, el renegado se fue a arreglar sus papeles a La Santa Inquisición, a Granada. Los
cristianos quedaron en libertad. Él compró, con lo cuarenta ducados que el corsario francés le dio a
Zoraida, un caballo. Lo montaba ella y él la asistía como padre y escudero. Se dirigían a un pueblo
de León  donde creía que podría estar su familia, si ya no habían muerto.

Comentario

Dentro de los estudios que se han realizado sobre la novela del Cautivo, son de destacar los de
Francisco Márquez Villanueva, especialmente, su nuevo libro: Moros, moriscos y turcos en
Cervantes. Ensayos críticos. Entre otros temas analiza el personaje de Zoraida a la luz del folklore.
Su lectura se opone al supuesto idealismo de esta historia. Afirma el autor que este episodio ni es
autobiográfico ni ejemplar, siendo Zoraida el prototipo de una mujer liberal que realiza por interés su
matrimonio con el cautivo. El de Francisco Ayala, La invención del Quijote, y el de Martín de Riquer,
en la edición de la Ed. Planeta, con dibujos de Mingote, del cual he tomado el que aparece en el
capítulo 40. Un estudio y otro leen esta novela en clave histórica, pues están expuestas muchas
vivencias del propio Cervantes cuando estuvo en Argel. Algunos datos extraídos de la novela sirven
para fecharla, el que hace referencia en el capítulo 39; cuando el Cautivo cuenta su vida,  alude al
rey Felipe II, como viviente: “don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe”.
El Quijote se publicó en 1605, reinando Felipe III. El cautivo se refiere a él mismo cuando dice “Este
hará veintidós años que salí de casa de mi padre”.  Si el punto de referencia de la aventura es la
llegada del Duque de Alba a Flandes en 1567 y han pasado 22 años, la escena se situará
exactamente en 1589.” (Ayala).  Martín de Riquer realiza más precisiones históricas: “Hay estrecha
relación entre la vida del Cautivo y la comedia de Cervantes Los baños de Argel, de asunto muy
similar. La mayoría de los personajes que aparecen en estas dos versiones son históricos y están
fielmente retratados. La hermosa protagonista se llamó en realidad Zahara, “bella”…era hija del
renegado Hajji Murad (Agi Murato)…Zahara-Zoraida casó en 1574 con Abad al Malik, hombre muy
afecto a los cristianos y a sus costumbres”. 
Para José Manuel García Megías, en su obra citada, parte I,"La juventud de Cervantes",   La novela
del capitán cautivo, "ha sido leída como trasunto literario del "Miguel de Cervantes personaje" que el
autor complutense va construyendo a base de golpe de pluma por estos años". Cuando el capitán
cautivo recuerda el refrán "Iglesia o mar o casa real", se está refiriendo a las tres circunstancias que
permiten medrar al hombre. "Y de estos tres, ahora Cervantes ha elegido servir al rey en sus tercios
italianos". "El capitán cautivo sale de su casa leonesa en busca de fortuna, y esta la encuentra en la
vida como soldado, a donde irá ascendiendo gracias a su esfuerzo en diferentes batallas en
Flandes : de soldado aventajado a alférez (en la ya citada compañía de Diego de Urbina ) y aunque
tenía barruntos , y casi promesas ciertas , de que en la primera ocasión que se ofreciese sería
promovido a capitán ..."( Quijote I , cap. XXXIX), " Estas son sus palabras, sueños de una vida que
no le tocó vivir a Cervantes ni a su hermano Rodrigo, pero que bien pudiera ser el relato de alguno
de los cientos de soldados con los que compartió destino en los tercios en suelo italiano por estos
años"
Ayala, en el estudio antes referido, lee la novela, como la experiencia vivida por Cervantes en su
juventud. Para ello parte de la premisa de que el Quijote es el fruto de la madurez, de una época, la
de Felipe III, de desengaño y de frustración: “el Quijote expresa la desilusión vital de su autor”. Los
vaivenes de don Quijote y Sancho, vendrían a reflejar ese desencanto. Frente a él se sitúa el
protagonista de esta novela, veintidós años antes,  en la época de Felipe II. Después de haberse
repartido la herencia de sus padres, equivalente a lo que hoy serían 6000 euros, se enrola en la
marina real. Con una enorme impavidez ante el riesgo, nos va contando los peligros y las
atrocidades de los prisioneros de guerra. Algo que lamentablemente iremos viendo también en
nuestro tiempo. Asistimos al conflicto de Zoraida con la misma grandeza como si se tratara de una
tragedia griega: “Sacrifica sus sentimientos de piedad y amor filial, tan intensos como son, frente a
un deber más alto: se debe a la eterna verdad de la religión, que le ha sido dada a conocer. Deja su
casa y huye a España con los cristianos, mientras el padre infeliz maldice y suplica desde la
“desierta arena”” ( Ayala).
El cervantista Juan Goytisolo se ocupa en el artículo  Cervantes, Argel y la lingua franca, del
lenguaje de esta Berbería, del cual dice el cautivo, refiriéndose al padre de Zoraida: "Me dijo en
lengua que en toda Berbería y aun en Constantinopla se halla entre cautivos y moros, que ni es
morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas con la cual
todos nos entendemos". Sostiene el autor que "al igual de los tuits de hoy servía de esperanto
pragmático para todos los miembros de aquel vasto crisol de identidades mutantes". Agradece a la
historiadora francesa Jacqueline Dakhlia su gran primor en el análisis de dicha lengua en Histoire d
´une langue métisse en Mediterranée.

Vargas Llosa lee  el Quijote como una novela de Hombres libres. “La libertad, Sancho, es uno de los
más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”. Esta frase, que se ha convertido ya en
tópico, la dice don Quijote en la segunda parte; pero no faltan alusiones a ella en la voz del cautivo,
que es la de Miguel de Cervantes. Lo que anida en el corazón de esta libertad, nos dice Vargas
Llosa, es una desconfianza profunda de la autoridad, de los desafueros que puede cometer el poder,
todo poder. Así se manifiesta el Cautivo a don Fernando cuando se entera que su hermano vive:
“porque no hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad
perdida”.

Las aserciones sobre la libertad que Cervantes nos hace en esta novela, tan verdaderas como
punzantemente formuladas, constituyen el bordón de lo que su ánimo siempre llevó.

CAPÍTULO XLII. LLEGADA DEL OIDOR Y ENCUENTRO


CON SU HERMANO, EL CAPITÁN PÉREZ DE VIEDMA
Una vez terminó el cautivo de contar su historia fue alabado por todos, pero especialmente por don
Fernando, que se ofreció a llevarlo a su tierra, pedirle a su hermano que actuase de padrino de
Zoraida y darles cabida entre sus gentes, pero él rehusó cortésmente tales ofrecimientos.

Había entrado ya la noche cuando llegó a la venta un coche con algunos  hombres a caballo.
Pidieron alojamiento y la ventera les dijo que no había. Le comunicaron que se trataba de un oidor -
(“juez de los supremos en las chancillerías o consejos del rey, dichos así porque oyen las causas y lo
que cada una de las partes alega”. Covarrubias)-  que se dirigía a las Indias, a la Audiencia de
México. Cuando esto escucharon, se turbaron un poco y la ventera le ofreció la estancia que ella y
su marido compartían. Se bajó del coche el oidor, acompañado de su hija, de unos dieciséis años, se
llamaba Clara y encandilaba su belleza.

También le dio la bienvenida don Quijote a “aquel mal acomodado castillo”, con ceremoniosas
palabras; elogió la belleza de su hija y consideró que aunque el castillo era pequeño, siempre habría
un lugar para las armas y las letras. Quedó confuso el oidor cuando vio su figura y oyó las razones
de don Quijote. Los otros personajes también lo saludaros cortésmente. El comprendió que estaba
con gente principal. A la hija se le ofreció, junto con las mujeres, un camaranchón; el oidor, con su
cama, dormiría en el aposento del ventero.

El cautivo, de inmediato, tuvo la corazonada de que aquel era su hermano. Se informó por uno de los
criados que acompañaban al oidor, que se llamaba licenciado Juan Pérez de Viedma y que se dirigía
a la Audiencia de México.  Esto le confirmó lo que sospechaba: era su hermano. Se lo comunicó a
los que estaban en la venta y se preguntaba si lo recibiría o se afrentaría al verlo pobre. Deseaba
darse a conocer con prudencia y delicadeza

Se ofreció el cura a introducir al Cautivo, asegurándole que el parecer que le había dado su hermano
era el de una persona “que sabe entender los vaivenes de la fortuna”. Estaba preparada la mesa
para cenar; todos estaban sentados excepto el Cautivo que se encontraba cenando con las señoras
en su aposento. Tomó la palabra el cura para decirle que en Constantinopla, donde estuvo, conoció
a un bravo capitán con sus mismos apellidos, por nombre Ruy Pérez de Viedma. A continuación
contó la historia de su origen, los consejos que el padre dio a sus hijos, su entrada en el ejército, su
rescate por Zoraida y el ataque de los franceses cuando regresaron a España.

Cuando oyó lo anterior, con lágrimas en los ojos, intervino el oidor para decir que la persona a la que
se había referido era su hermano. Su tercer hermano estaba en el Perú. Era una persona muy rica y
había enviado mucho dinero, tanto a su padre como a él. Su padre no se quería morir sin ver al hijo.
Él estaba dispuesto a ir adonde estuviera cautivo a rescatarlo.

Oído lo anterior, se levantó de la mesa el cura; se dirigió a la habitación en la que estaban las
señoras y el Cautivo. Cogió a Zoraida de una mano y al Cautivo de otra y dirigiéndose al oidor le dijo
que aquí estaban su cuñada y su hermano, el capitán Ruy Pérez de Viedma. Las emociones no se
podían describir. Acordaron los dos hermanos Pérez de Viedma pedirle a su padre que viniera a
Sevilla al casamiento del hijo y al bautismo de Zoraida. El oidor partía para México sin que pudiera
demorar su viaje.

Don Quijote oyó en silencio todas intervenciones; consideraba que estos extraños sucesos eran obra
de encantadores. Se ofreció a hacer la guardia de castillo para proteger a tanta belleza como allí
había. Era ya noche avanzada y todos se retiraron a descansar. Durante la madrugada se oyó la voz
de un mozo que cantaba bella y emocionadamente. Dorotea, que dormía acompañada de Clara de
Viedma, se despertó y junto con Cardenio, se dispuso a oír lo que la canción decía.

Los que no tenían dinero para comprar señoríos como en el caso anterior y querían subir peldaños
sociales, tenían que hacerlo siguiendo el refrán que vimos en capítulos anetriores: “Iglesia, Mar o
Casa Real”. El ascenso más fácil, nos dice Domínguez Ortiz, era por cauces eclesiásticos, pues la
Iglesia admitía a todos y en ella podían hacer magníficas carreras.  Con el segundo término se solía
aludir o bien a los que se dedicaban al comercio marítimo, como a los armadores de buques
mercantes. Recordemos que el hermano menor se encuentra en el Perú, es muy rico y ha enviado
mucho dinero, tanto al oidor como a su padre.   

Comentario  

Conviene realizar algunas precisiones sociales para mejor entender este y otros capítulos.
Domínguez Ortiz escribió un iluminador artículo para la edición de El Quijote que preparó Francisco
Rico. Lo titula La España del Quijote. Cuando se refiere a las clases sociales sostiene que en la
época en que Cervantes vivió, la de Felipe II, una nueva clase social pretende asentarse en el poder.
“Se trata de aquellos que sin tener privilegios reales, tienen una situación real de privilegios; eran los
poderosos, las personas principales, los nuevos ricos. La Corona favoreció indirectamente la
ambición de esta clase con la venta de cargos”.  Nos dice el narrador: “En resolución, bien echó de
ver el oidor que era gente principal toda la que allí estaba, pero el talle, visaje y la apostura de don
Quijote le desatinaba”. Recordemos que en la venta se encontraban don Fernando, Cardenio,
Dorotea, Luscinda, don Quijote y El Cautivo.

Respecto al refrán que enmarca la salida de los tres hermanos Viedma de León y que vimos en
capítulos anteriores: “Iglesia, Mar o Casa Real”, explica lo que tenían que hacer aquellos que no
tenían dinero para comprar señoríos y querían subir peldaños en la escala social por medios más
honrosos que los que habían utilizado las “gentes principales” o “nuevos ricos”.   El ascenso por
cauces eclesiásticos era el más fácil porque la Iglesia admitía a todos y en ella podían hacer carreras
magníficas. El segundo término, mar era ambiguo, nos dice Domínguez Ortiz, pues con él se incluía
el comercio marítimo especialmente a las Indias, así como a los armadores de buques mercantes o
de guerra. Recordemos que el hermano menor está en el Perú, es rico y manda mucho dinero a su
padre y a él.  El tercer término Casa Real  comprendía: a) los que se dedicaban a oficios palatinos: el
Mayordomo mayor; b) Los que ejercían altas funciones: secretarios, magistrados, consejeros. Es el
espacio en el que se sitúa el Oidor.

En este capítulo vuelve don Quijote a hacer alusión a las armas y las letras. “La contienda entre unas
y otras era ya un tema clásico; ya Quintiliano, entre los ejercicios que proponía a sus alumnos incluía
éste. ¿ A quién se debe conceder preeminencia, a los juristas o a los militares? Las letras eran los
estudios superiores universitarios, centrados en el conocimiento del Derecho, especialmente el
Canónigo y el Civil. El primero abría las puertas a las prelacías; el segundo, a las Magistraturas, los
Tribunales, los Consejos, el Gobierno de la Monarquía. En teoría, las armas disponían de más
premios que las letras. En la práctica, la alta burocracia cobraba puntualmente sus sueldos”

María Eugenia Meyor escribe en Anales Cervantinos: Don Quijote y el oidor de México:


desencuentro de caballeros. En el artículo se analiza la representación de este personaje que iba
designado a la Audiencia de México, que canta Bernardo de Balbuena en 1604:

Una audiencia real, espada y freno

De la virtud y el vicio, claustro santo,

Si es santo lo que sumamente es bueno.

Sostiene la autora que el sentido del relato de los Viedma, en cuanto a su significación final, es
americano. El componente magrebí, según ella, representa una etapa intermedia. “Por medio del
contraste entre caballeros se desprende  ante el público de la venta y ante el lector el cambio surgido
ante el imperio hispano: de África y el mar Mediterráneo a la América transoceánica: del medioevo a
la modernidad; de la empresa religiosa y guerrera a la comercial y política; del caballero peninsular,
epítome de la acción, al caballero indiano y escribano”.

Sigue sosteniendo la autora que está muy presente el componente autobiográfico en el relato.
Después de Lepanto, trató Cervantes de pasar a las Indias; escribió dos memoriales dirigidos a
Antonio de Eraso, Secretario del Consejo de Indias, además de una Información sobre Argel, en
1580. No lo consiguió, y estas experiencias las narrativizó en estos episodios.

Una vez más, Cervantes saca de su bitácora personal experiencias con las que el Quijote se abre a
los lectores hispanos de ambas orillas del Atlántico.

CAPÍTULO XLIII. EL MOZO DE MULAS LE CANTA A


CLARA. DON QUIJOTE COLGADO EN LA VENTANA
CAPÍTULO XLIII

EL MOZO DE MULAS LE CANTA A CLARA.  DON QUIJOTE COLGADO DE LA MANO EN LA


VENTANA

La voz que sonaba en la madrugada se quejaba afligidamente de no ser atendido por su amada. Su
canto era tan tierno y melodioso que Dorotea despertó a Clara para que lo oyera. Esta, cuando lo
oyó experimentó tal temblor que Dorotea, con gran ternura, le pidió que le  explicase lo que le
pasaba. Clara contó que se trataba de un joven, dueño de su alma, desde que se vieron la primera
vez. Volvió a oírse la canción en la que se decía que iba a porfiar en conseguir el cielo, aunque le
sea difícil, cantando una canción que decía:

 “Que amor sus glorias venda

caras, es gran razón y es trato justo,

pues no hay más rica prenda

que la que se quilata por su gusto,

y es cosa manifiesta

que no es de estima lo que poco cuesta.

Dado que Clara se volvió a echar a llorar, Dorotea quiso conocer la causa de su lloro. Clara le
confesó que el mozo de mulas que cantaba, no era tal, sino un vecino suyo, hijo de una noble y rica
familia de Aragón, que se había enamorado de ella y ella de él; pero por el decoro con que su padre
la criaba, nunca habían podido hablarse, limitándose a comunicarse los sentimientos por medio de
miradas y gestos.  Le había insinuado que la quería para casarse, pero como había muerto su
madre, a nadie se lo había podido decir. Cuando su padre salió de Aragón, no se pudieron despedir
y él, disfrazado de mozo de mulas, la iba siguiendo.

Dorotea, la abrazó y la tranquilizó, diciéndole que al día siguiente le daría un  buen final a las
tribulaciones que entre ellos había.

Todos dormían en la venta, excepto la hija del ventero y Maritornes, que, como sabían que don
Quijote estaba haciendo la guardia, habían decidido burlarse de él. En efecto, don Quijote, subido en
Rocinante y a la luz de la Luna, evocaba a Dulcinea, pidiéndole que se acordase de él  y,
dirigiéndose a la Luna y al Sol les pedía que no le provocaran celos cuando rozaran la frente de
Dulcinea.

La hija del ventero que estaba oyendo lo que don Quijote decía, desde el ventanuco de un pajar, le
pidió que se acercara a donde ellas estaban. A don Quijote le pareció que el oscuro ventanuco
iluminado por la luna era el dorado ventanal del castillo y, desde allí la hija del ventero le requería su
amor. Para no ser descortés, dándole la vuelta a Rocinante, se aproximó, diciéndole que por
fidelidad a Dulcinea no le podría ofrecer nada que rozara el amor, pero que le pidiera cualquier otra
cosa, que se la entregaría. Maritornes le dijo que su señora sólo quería su mano, con ella le bastaba
para poder desahogar el deseo que le tenía. Se la ofreció don Quijote por la ventana y Maritornes,
cogiendo el cabestro del jumento de Sancho Panza, le hizo un nudo a la mano y, tirando de la soga,
la ató al cerrojo de la puerta del pajar. Don Quijote quedó colgado de la mano encima de Rocinante.
Sintió malestar y dijo “Mirad que quien quiere bien, no se venga tan mal”.

Se maldijo don Quijote por haber vuelto a la venta de la que tan mal parado salió cuando el moro
encantado del arriero lo vapuleó. Y más sabiendo por experiencia de caballeros andantes
que “cuando han probado una aventura y no ha salido bien, es señal que no está para ellos
guardada, sino para otros, y, así, no tienen necesidad de probarla una segunda vez”.

Don Quijote se encomendaba a todos deseando que alguien viniera a socorrerlo, pero el día iba
llegando y nadie lo hacía. Al amanecer llegaron un grupo de jinetes con sus escopetas. Llamaron a
la venta y nadie les abrió. Don Quijote les recriminó que llamasen a esas horas a la puerta del
castillo.  Al ver a don Quijote en esa situación, colgado de la mano, y hablando de esa manera,
encima de Rocinante, le dijeron que si era el ventero, que diera orden de que abriesen, mas don
Quijote se molestó por haberlo confundido con el ventero.

Tuvo la desgracia de que una de las mulas que llegaron se acercó a acariciar a Rocinante, el cual
respondió siguiendo a la mula. Don Quijote quedó colgado de la muñeca, sufriendo muchísimo, pues
creía que el brazo se le arrancaba.

Comentario
Una vez más se puede ver en este capítulo  a dónde nos lleva el error en la naturaleza. Don Quijote,
llevado de su locura, vuelve a confundir la venta con el castillo, provocando la risión de los
huéspedes de la Venta de Juan Palomeque el Zurdo.  La risa, según López Pinziano, en
la Philosophia antigua poética, se encuentra en dos cosas: “obras y palabras”. Cervantes, según D.
Eisenberg, encarnó esta teoría en don Quijote y Sancho. Sin embargo, lo que en aquella época
podía dar lugar a risa, hoy hiere la sensibilidad del lector, las burlas que le hacen a don Quijote la hija
del ventero y Maritones, nos impresiona y nos golpea, en una lectura del siglo XXI.

Don Quijote, como comenta Unamuno en Vida de don Quijote y sancho, comete un error más. Las
damas le piden su mano e ingenuamente cree que era para admirar “la contextura de sus nervios, la
trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de las venas”, sin darse cuenta de que era
para burlarse y reírse, pues Maritornes y la hija del ventero “se fueron muertas de risa y le dejaron
asido de manera que fue imposible soltarse”. Ahí estuvo su error, creer que era para admirarlo, sin
darse cuenta de que el pasárselo bien ellas era lo único que deseaban. El engaño tenía un interés:
reírse y pasárselo bien sin importarles lo que a don Quijote le ocurriera.

Error es también el que tiene Clara al ser tan tímida que, aunque está enamorada del “mozo de
mulas”, se resiste, por miedo a su padre, a hablar con él: “En mi vida le he hablado palabra y, con
todo eso, le quiero de manera que no he podido vivir sin él”. Dorotea, que es mujer juiciosa y
sensible, le promete que a la mañana siguiente arreglará el asunto. “El amor, nos dice Américo
Castro, en el libro ya citado, es la máxima esencia vital…la naturaleza ha hecho del amor un
principio armónico per se, malhaya, pues, quien ignorando tan tremenda verdad rompe la ecuación
vital representada por el amor concorde”: El candor sentimental de Clara no se puede desviar del
canon del amor  que defiende Cervantes.

CAPÍTULO XLIV. EL OIDOR Y DON LUIS. EL ENREDO


DEL BACIYELMO
Tales gritos daba don Quijote que todos se despertaron asustados. Maritornes, que supuso de
inmediato lo que pasaba,  se dirigió al pajar y le soltó la muñeca. Cayó al suelo a la vista de todos.
Se levantó con gravedad, se quitó la soga de la muñeca y, subiéndose sobre Rocinante, adarga en
el brazo y lanza en ristre, se dirigió a todo aquel que osase desmentir el encantamiento que había
sufrido.

El ventero les advirtió de la locura de don Quijote a los hombres que estaban en la puerta. Estos le
preguntaron por un mozo de unos quince años que andaban buscando, vestía de mozo de mulas y
tenían órdenes de su padre de llevarlo a su casa. El ventero dijo no saber nada por el mucho
personal que había en la venta. Uno de ellos vio el coche del oidor y supo que era el coche que el
joven seguía. Pronto se distribuyeron para dar con él.

Tanto Dorotea como Clara se levantaron, una para conocer y la otra para ver a la persona que
cantaba. Don Quijote se irritaba más al no recibir el aprecio de nadie. Uno de los hombres se acercó
al mozo, llamándolo don Luis y le dijo que la aventura había terminado. Le explicó la pena que su
padre sentía por la ausencia del hijo y cómo tenía orden de llevarlo a su casa. Después de explicarle
cómo habían dado con él, lo invitó a que se volviera con ellos. Al oponerse don Luis, argumentando
“soy libre y volveré si me diere gusto”,  el mozo que dormía a su lado se dirigió a Cardenio y le
contó lo que pasaba. Pronto intervinieron todos los demás, advertidos por Dorotea sobre la historia
que Clara había contado. Los hombres estaban empecinados en llevárselo. Tuvo que intervenir el
oidor que pidió conocer los sucesos desde el principio. Al darse cuenta que era su vecino don Luis,
le preguntó por los motivos del disfraz. Al muchacho se le saltaron las lágrimas. El oidor prometió
que arreglaría la situación.

En ese momento se oyeron voces, ruidos y golpes en la puerta de la venta. Se trataba de dos
hombres que se querían ir sin pagar. El ventero trató de impedirlo y le dieron una tunda de golpes.
La ventera y su hija se dirigieron a don Quijote pidiéndole que interviniera. Se negó alegando que
tenía que resolver antes otro problema: se dirigió a la princesa Mitomicona y le pidió permiso para
intervenir; Dorotea se lo dio, pero cuando llegó a donde estaban peleando se limitó a contemplar la
escena argumentando que las leyes de caballería le impedían enfrentarse con villanos, que se lo
dijesen a su escudero.

Mientras, don Luis le había contado al oidor, tratándolo de padre, que estaba enamorado de su hija,
cómo era su posición económica y sus pretensiones: casarse con ella, aunque su padre no lo
admitiese, pero “más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas que las humanas
voluntades”. Estimó el oidor que necesitaba tiempo para tomar una decisión y consideró lo bien que
le vendría ese matrimonio a su hija, a pesar del padre de don Luis, que querría algún título para su
hijo.

Mientras, se había producido la paz en la venta. Don Quijote había conseguido, mediante razones,
que le pagasen al ventero; pero, como el demonio no duerme, entró en la venta el barbero al que
don Quijote y Sancho le quitaron la bacía y la albarda. Se dirigió a la cuadra a dejar el rucio. Allí
estaba Sancho; pronto lo reconoció el barbero y al grito de ladrón le dijo que le entregase la albarda
y la bacía que le había quitado. Sancho replicó con un mojicón en las narices. Llegó don Quijote;
Sancho dijo ante los presentes que su señor había ganado “esos despojos en buena guerra”. Don
Quijote intervino para decir que, a petición de Sancho le quitó los jaeces al caballo del barbero y se
los dio a Sancho; que si se habían convertido en albarda, era propio de la caballería. De lo que no
había duda era que lo que lo que él quitó fue el yelmo de Mambrino y no la bacía como le parecía al
barbero. Sancho, que no quería disgustar a don Quijote, lo refrendó llamándolo baciyelmo.

Comentario

El capítulo se organiza en torno a dos historias que, aparentemente, no tienen ningún vínculo entre
sí, pero como demostraré, no es así.

Una vez que se descubre la agnición de don Luis, el hijo del vecino del oidor, se establece el
problema de si es lícito dejar que los jóvenes que están enamorados se unan o no. Las razones que
se dan son: a) don Luis arguye que no tiene que ir a su casa “porque soy libre y volveré si me
diere gusto”: quiere unirse con Clara y da sus razones;  b) Dorotea y Cardenio, que saben las
dificultades con que se encuentra la persona cuando, estando enamorada, encuentra oposición que
impida la relación, aparentan estar con Clara y don Luis. Hay una realidad fruto de una estima
natural y hay que respetarla; d) El oidor reflexiona, se toma tiempo y considera que don Luis,
heredero de buena fortuna, es un buen partido para su hija. (Recuérdese lo que Domínguez Ortiz
decía sobre las clases sociales en el artículo La España de Cervantes, comentado en capítulos
anteriores); e) Sabemos por boca del oidor que al padre de don Luis, probablemente no le haga
gracia, pues llevado por su riqueza, quisiera casar a su hijo con una mujer de la nobleza.

De los anteriores argumentos podemos extraer dos conclusiones: a) Cada uno da unas razones
llevado por el interés que le mueve: tesis de A. Parker, como se demostró en capítulos anteriores; b)
Hay tantos pareceres como personas: tesis de Américo Castro, también ya demostrada.

En el capítulo siguiente enlazaré con estos dos puntos de vista para analizar el problema del
baciyelmo que presenta Sancho. Que el lector saque sus consecuencias.
CAPÍTULO XLV. CAMPO DE AGRAMANTE

Una vez que Sancho dijo que aquello era un baciyelmo, el barbero se esforzó en demostrar que era
una bacía: la suya. Intervino el barbero, maese Nicolás, el amigo de don Quijote. Se puso de parte
de don Quijote, para seguir la burla; argumentaba que su oficio era barbero, que llevaba cuarenta
años de servicio y que aquello no era bacía, sino yelmo, aunque no entero, pues también había sido
soldado y tenía conocimientos para hablar así. Lo confirmaron también los amigos de don Quijote: el
cura, Cardenio y don Fernando.

El barbero no salía de su asombro de ver convertido su bacía en yelmo y su albarda en jaez de


caballo. Don Quijote intervino para decir que en lo del albarda-jaez, él no entraba, pero sí volvía a
reiterar que aquello era un yelmo. Dado que la disputa persistía, don Fernando lo sometió a votación,
con el resultado de que aquello era jaez de caballo.

Los que conocían a don Quijote se reían, pero los que los desconocían, como era el caso de  don
Luis, sus criados y los cuatro hombres que acababan de llegar a la venta, lo consideraban un
disparate.  El dueño de la albarda dijo que estaba en lo cierto que lo era, pero allá van leyes, donde
manda reyes ( Los poderosos actúan como quieren”). Don Quijote que oyó esto, intervino para decir
que cada uno coja lo suyo y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga (“es necesario
resignarse ante la suerte de cada uno”).

Uno de los criados de don Luis y uno de los cuadrilleros de la Santa Hermandad afirmaron que
aquello era una albarda y el que dijere lo contrario, mentía. Don Quijote que se creyó insultado,
cogiendo con rabia la lanza, la quiso romper en la cabeza del cuadrillero que lo dijo. Por suerte no le
dio, pero la lanza se hizo pedazos. Los cuadrilleros se dispusieron a prender a don Quijote. Sus
amigos lo protegían y, “la venta se convirtió en un campo de batalla en el que la confusión era tan
grande que nadie sabía con quién luchaba, entre llantos, voces, gritos, confusiones, temores,
sobresaltos, palos y desmayos.”  A la vista de lo que estaba ocurriendo, don Quijote se creyó metido
en la discordia del campo de Agramante y, viendo la trifulca,  dijo: “quiero que veáis por vuestros
ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de
Agramante (Fig. “Lugar en el que hay mucha confusión y en que nadie se entiende”. Agramante es
un personaje del Orlando furioso). Todos se tranquilizaron y dejaron de aporrearse, quedándose,
hasta el día del juicio,  la albarda por jaez, la bacía por yelmo y la venta por castillo en la imaginación
de don Quijote.

Los criados de don Luis persistían en que se fuera con ellos, pero como el oidor había hablado con
él y con don Fernando, éste llevado de su rango social convenció a los criados de que don Luis lo
acompañaría a Andalucía. Estaría bajo la protección de su hermano, pues se negaba a regresar a su
casa.

Todo transcurría con tranquilidad hasta que uno de los cuadrilleros reconoció a don Quijote como el
que había liberado a los galeotes. Quiso apresarlo porque así lo ordenaba una orden y, cogiendo a
don Quijote de la camisa, pidió ayuda a sus compañeros de la Santa Hermandad. Don Quijote
respondió cogiéndole a él por el cuello. Una vez que don Fernando los soltó, inició don Quijote un
discurso justificando lo que había hecho: “¿Saltear de caminos llamáis al dar libertad a los
encadenados, soltar a los presos, socorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los
menesterosos?. Con varias preguntas  más trató de persuadir a los que querían detenerlo que el
caballero andante tiene como ley su espada, por fuero sus bríos y por premáticas (o decretos), su
voluntad.

Comentario

Vemos hoy un capítulo que considero axil, por las interpretaciones que los críticos dan, para
entender la verdad en el Quijote. Se trata de la polémica sobre el yelmo de Mambrino y la albarda-
jaez que se entabla en la venta.

Una vez más recurrimos al tantas veces nombrado Pensamiento de Cervantes, de Américo Castro.
Para este autor, Cervantes continúa la línea de pensamiento que se abre en el Renacimiento,
definida, a partir de Descartes,  como idealismo. Las cosas no son lo que son, sino lo que parecen
ser. Este parecen ser, surge de nuestra interpretación, la cual está modelada por la idea o conciencia
que tengamos de las cosas. Por lo tanto, parece lógico que haya distintos pareceres, ya que la
conciencia que tengamos de la cosa está modelada por la experiencia, exclusivamente
personal,  que tenemos de ella.  Coge Américo Castro para demostrarlo, el siguiente pasaje, sacado
de este capítulo: “ Andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras
cosas mudan y truecan…, y así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de
Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”.

De acuerdo con la tesis anterior, don Quijote es el mayor representante de la opinión estrictamente
personal. Este punto de vista da lugar a sostener una ética o  comportamiento que es coherente con
la naturaleza de cada uno, es decir, la realidad, la valoro o la refracto en función de mi experiencia.
Castro dice lo siguiente: “El tema y la preocupación de Cervantes giraban en torno a cómo afectase
a la vida de unas imaginadas figuras el hecho de que el mundo de los hombres y de las cosas se
refractara en incalculables aspectos. Hoy llamamos a eso “relatividad de los juicios de valor”. En esta
línea de pensamiento encontramos estas palabras de don Quijote, cuando le dice a los cuadrilleros
de la Santa Hermandad, que lo van a apresar: ¿Quién ignoró que en los caballeros andantes su ley
es su espada, sus fueros sus bríos, sus premáticas su voluntad?.

Alexander A. Parker, publicó un artículo “El concepto de verdad en el Quijote”, en el que partiendo
del análisis que realizó Castro, sostiene una tesis completamente opuesta. Castro, como vimos,
sostiene la tesis de que la verdad, está modelada por la conciencia u opinión que cada uno tenga de
las cosas: es nuestra naturaleza quien modela la verdad. Parker analiza uno de las afirmaciones de
don Quijote, a la que se refirió Castro y cité anteriormente: “Andan entre nosotros…. Las cosas, dice
Parker, “parecen hechas al revés, no porque lo sean en realidad, sino por obra de encantadores…
Estos encantadores son los hombres mismos”. Son los hombres los que transforman la realidad en
función de lo que les interesa. Don Quijote, transforma la bacía en Yelmo de Mambrino, llevado de la
megalomanía con la que quiere convivir. Megalomanía que aprendió en los libros de caballerías, que
son una fuente de mentiras. Don Fernando, Maese Nicolás -el barbero-, Cardenio y el Cura, mienten
por reírse de don Quijote y porque quieren llevárselo a su casa y no le quieren contradecir. Sancho
sabe que la albarda no es el jaez del caballo, pero apoya esto último porque le interesa. Cuando se
tiene que pronunciar por la bacía, dice que es baciyelmo: con esto complace a don Quijote.

Unamuno, en Vida de don Quijote y Sancho, sostiene una tesis en la línea de Américo Castro. Lo
importante en don Quijote es la fe. Esta es la que mueve a la voluntad. Es más importante que la
inteligencia, pues si la voluntad mueve montañas, voluntad es lo que hace falta en la vida para salir
adelante. Don Quijote, símbolo de la fe, cree ciegamente que aquello es yelmo. La creencia, sostiene
Unamuno, es necesaria para mantener despierta la voluntad. Necesitamos creer en algo, nos dice
don Miguel.

CAPÍTULO XLVI. DON QUIJOTE ENJAULADO

Los cuadrilleros persistían en llevarse preso a don Quijote, pero el cura se opuso argumentando que
don Quijote estaba loco. Esto lo eximía de sus actos, por lo tanto lo deberían dejar en libertad.
También arregló el cura el problema de la bacía, para ello le entregó al barbero, a escondidas de don
Quijote, ocho reales, considerando saldada la deuda. Consiguió también que Sancho le   cambiase la
albarda, pero no las cinchas y la jáquimas

Los criados aceptaron que don Luis, acompañado de uno de ellos, se marchara con don Fernando.
Esto le produjo mucha satisfacción a doña Clara.  El ventero, a la vista de que el barbero cobró la
bacía, también exigió que se le pagase por los destrozos que don Quijote causó en los cueros de
vino. Los abonó don Fernando, también se ofreció a pagarlos el oidor. Zoraida entendió que había
llegado el sosiego y todos quedaron tan tranquilos que aquello había dejado de ser el campo de
Agramante.

Viéndose don Quijote libre quiso continuar con el compromiso que tenía con  Micomicona  y le rogó
que partieran ya, pues tenía ganas de verse con su contrario, ya que “la diligencia es madre de la
buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del
negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta
verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del
enemigo.” Dorotea contestó que quedaba a su disposición.

Don Quijote, al argumento de que “en la tardanza está el peligro” le dijo a Sancho que ensillara a
Rocinante para salir de inmediato. Sancho, con voz y gesto socarrón, le contestó que por lo que
había visto aquella señora que dice ser reina de Micomicona, no lo era más que su madre, pues
“andaba hocicándose con alguno de los presentes”. Oído esto, don Quijote, tartamudeando,  montó
en cólera contra Sancho. Intervinieron Dorotea y don Fernando para decirle que lo perdonara, pues
algún encantador le habría hecho ver a Sancho lo que decía.  Don Quijote lo perdonó; Sancho
contestó que aceptaba lo del encantamiento, pero el manteo que recibió no era cosa de
encantadores, sino de gente de la venta.

Pasaron dos días y al cura le pareció lógico que deberían volver con don Quijote a su aldea para
curarle la locura. Decidió que lo llevarían enjaulado, diciéndole que iba encantado. Aprovecharon que
pasaba por allí un carro de bueyes, para pedirle al carretero que le preparase en la carreta una jaula
con palos enrejados. Una noche, cuando don Quijote dormía, se cubrieron los rostros y se
disfrazaron. Entraron en la habitación de don Quijote y le ataron de pies y manos. Cuando se
despertó, creyó estar nuevamente encantado, y las extrañas figuras, fantasmas del castillo. Cuando
a hombros lo sacaban del aposento, se oyó una voz que infundía pavor. Era la del barbero, que en
lenguaje refinado y extravagante, le anunciaba que aquella aventura terminaría cuando el “león
manchado” yaciera con “la blanca paloma tobosiana”, fruto de lo cual nacerían unos bravos
cachorros que imitarían al padre. Posteriormente, dirigiéndose a Sancho le dijo que no dejaría de
percibir el salario que don Quijote le había prometido.

Oído lo anterior, don Quijote dijo sentirse dichoso por la buena profecía que le habían hecho.
Respecto a Sancho le pidió que no lo dejara, pues en el supuesto de no poder darle la ínsula
prometida, había dejado en su testamento lo que se le debería de entregar. Sancho, le besó las
manos. Posteriormente cogieron la jaula en hombros para acomodarla en el carro de los bueyes.
Comentario

Poderoso caballero es don dinero. Qué verdad encierra el refrán. El cura tiró de él y pronto se
suprimió la discordia del campo de Agramante. Por ocho reales, el barbero se dio por satisfecho para
dejar de reclamar su bacía. Sancho le cambió la albarda y todos tan contentos. Si a eso sumamos
que el ventero cobró por los destrozos de don Quijote,  ¡aquí paz y después gloria!. Razón tiene en
este caso Unamuno cuando al comentar este capítulo, nos dice que el dinero puede con todo,
también con la fe. No es la fe del carbonero, sino la del barbero, como dice don Miguel.     

Don Quijote no se podía librar de su locura. Sigue pensando como un caballero andante, pero en el
que alternan, como sostenía Huarte de San Juan, rasgos inteligentes.  Le dice a Micomicona que
hay que salir pronto, partiendo de una premisa cierta: “La diligencia es madre de la buena
ventura…”. Más adelante sus palabras lo buen a situar en el estatus del orate al identificar la venta
de Juan Palomeque el Zurdo, por un castillo. A Dorotea no le interesa buscar la verdad, porque esto
irritaría a don Quijote, así que le sigue la corriente y decide cumplir lo que don Quijote le diga. A la
razón de que “en la tardanza está el peligro”  le apremia a Sancho para que ensille a Rocinante.

Lázaro Carreter, explicó en un luminoso artículo: La prosa de El Quijote, que el mayor mérito del libro
está en recoger la realidad del habla de su tiempo y ponerla en boca de sus personajes,
independizarlos por completo de su creador. “Cuando se asegura que éste funda la novela moderna,
esto es lo que esencialmente quiere afirmarse: que Cervantes ha enseñado a acomodar el lenguaje
a la realidad del mundo cotidiano”. El lenguaje de don Quijote, es el de su mundo: el de los libros de
caballerías.

La heterofonía del mundo cotidiano la encontramos en este capítulo en el habla de Sancho. Este,
proviene de una clase humilde, baja, tanto económica como cultural. Su habla, de acuerdo con la
premisa anterior, tiene que ser rústica. Cuando don Quijote le dice que ensille a Rocinante para
seguir en la aventura de la princesa Mitomicona, contesta con voz socarrona: “!Ay, señor, señor, y
cómo hay más mal en el aldegüela que se suena, con perdón sea dicho de las tocadas honradas!.
Martín de Riquer, advierte que la expresión “tocadas honradas” se solía usar para pedir perdón
cuando se tenía que decir algo desagradable o picante en presencia de damas. Sancho hace un
pícaro y grosero juego de palabras porque ha visto ciertas actitudes amorosas de don Fernando para
con Dorotea.”: “esa señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi
madre, porque a ser lo que ella dice no se anduviera hocicando con algunos de los que están en la
rueda”.

Después de la ira de don Quijote, el habla vuelve a la normalidad y expresa la lucidez e inteligencia
de Dorotea para convencer a don Quijote, pidiéndole que  disculpe a Sancho por haber sufrido el
encantamiento que ocurre en el castillo “podría ser que hubiese visto por esta diabólica vía lo que él
dice que vio tan en ofensa de mi honestidad”.

El lenguaje vuelve a tomar la prosa alambicada y ridícula de los libros de caballerías en la voz del
barbero cuando advierte a don Quijote que no se sienta humillado por ir como va, pues terminará
cuando yazga con Dulcinea.

En estos breves registros lingüísticos hemos visto cómo la palabra queda ahormada, una vez más, a
la procedencia social y cultural de los interlocutores
CAPÍTULO XLVII. DON QUIJOTE ENJAULADO EN UN
CARRO DE BUEYES. EL CANÓNIGO DE TOLEDO,
TRASUNTO LITERARIO DE CERVANTES SOBRE LOS
LIBROS DE CABALLERÍAS.

Don Quijote, al verse enjaulado en un carro de bueyes, llamó a Sancho para mostrarle su extrañeza,
diciéndole que lo que él había leído en los libros de caballerías sobre los caballeros, cuando eran
encantados, era que solían ser trasladados, bien en alguna nube o subidos en algún hipogrifo; en
cambio iba él subido en un carro de bueyes, moviéndose con gran lentitud. Sancho le contestó que
“no era católico” (no era cierto) todo lo que decía. No entendió el sentido don Quijote y respondió que
era evidente que no podía ser católico, puesto que eran demonios los que allí iban. Sancho, que
notaba el perfume de don Fernando, contestó que de demonios nada, pues estos huelen a azufre y
allí se olía a ámbar.

Se adelantó la salida para que Sancho no le explicase a don Quijote lo que estaba pasando. El
grupo, organizado por el cura, salió de la siguiente manera: abría la marcha el carretero con el carro,
don Quijote, sentado en la jaula, con las manos atadas, tendidos los pies y arrimado a la verja;
flanqueaban el carro los dos cuadrilleros de la Santa Hermandad, con sus escopetas. Sancho,
subido sobre el rucio, tiraba de Rocinante; algo más retrasados, el cura y el barbero sobre sus
mulas. La ventera, su hija y Maritornes, fingiendo que lloraban salieron a despedirlo.

Don Quijote al verlas llorar quiso consolarlas, diciéndoles que lo que le ocurría era propio de los
caballeros andantes importantes, porque los que no lo son les tienen envidia; “pero al final se
impondrá la virtud, vencedora de todo trance y dará luz en el mundo como la da el sol en el
cielo.”. Después pidió perdón por si algún mal había hecho. Se despidieron también los que en la
venta estaban, especialmente don Fernando, que le insistió al cura que le escribiese contándole
cómo le iba a don Quijote. Especial despedida tuvo el ventero, pues, ya que no sabía leer, le entregó
al cura un cartapacio en el que iba la novela de Rinconete y Cortadillo, junto con la del Curioso
impertinente.

Después de haber andado dos leguas, la comitiva fue alcanzada por un grupo a cuyo frente venía un
canónigo de Toledo. Al verlo de esta manera les preguntó a los cuadrilleros la razón por la que lo
llevaban así.  Al no saber decirla ellos, Don Quijote le contestó que sólo respondería si sabía algo de
la caballería andante. Al decirle el canónigo que la conocía muy bien, don Quijote le dijo que iba
encantado en la jaula por la envidia y mala fe de los encantadores, pues “la virtud más es
perseguida de los malos que amada por los buenos”. El cura, que lo estaba oyendo, reiteró lo
que dijo don Quijote, argumentando que era “el Caballero de la Triste Figura, cuyas valerosas
hazañas serán escritas en bronces duros y en eternos mármoles”.

Sancho, que se había dado cuenta de todo, le espetó al cura que don Quijote no iba encantado, sino
preso, pues los encantados, según él ha oído decir ni comen, ni duermen ni hablan, y su amo “habla
más que veinte procuradores”. Le echa en cara al cura lo mal que lo está haciendo, porque “donde
reina la envidia no puede vivir la virtud, ni donde hay escaseza la liberalidad” . Después de
decirle que por su culpa don Quijote no se ha casado con la princesa Micomicona, comprendía lo
que se suele decir: “que la rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino y que
los que ayer estaban en pinganitos (arriba) hoy están por el suelo”. Especialmente lo sentía por
sus hijos, que no lo verían entrar en el pueblo “como gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino”.
Después de recriminarle el barbero a Sancho que se estaba volviendo como su amo, Sancho le
replicó diciendo que “si ínsulas deseo, otros desean cosas peores, y cada uno es hijo de sus
obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa (y por el hecho de ser hombre, puedo ser
papa); pasa después a decirle que “algo va de Pedro a Pedro”, es decir, no todos somos iguales,
por lo tanto, diferencias hay entre él y don Quijote.

El barbero no le quiso responder para no descubrirle a don Quijote lo que pasaba. El cura le hizo una
señal al canónigo de que se adelantara para explicarle todo lo que pasaba a don Quijote.

El canónigo comentó el daño que hacen los libros de caballerías, pues “este género de escritura
cae dentro de las fábulas milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a
deleitar, y no a enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y
enseñan juntamente”. Parte del principio de que es agradable aquello que es verosímil y se adapta
a la realidad, por lo tanto es desagradable aquello que manifiesta desproporción y falta de realidad.
Pone como ejemplo el caso de una batalla en el que se enfrentan el protagonista del libro “contra un
millón de competientes …. ¿habemos de entender que el tal caballero alcanzó la victoria por solo el
valor de su fuerte brazo?. Pasa a continuación a dar reglas sobre cómo escribir: “Hanse de casar
las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, allanando las grandezas,
suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan alborocen y entretengan, de modo que anden
a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que
huyere de la verosimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfección de lo que
escribe”.

A pesar de todo lo anterior, dijo que la materia era adecuada para un buen escritor, siempre que
describiera bien el ambiente y las cualidades del protagonista, no perdiendo nunca el fin de los
escritos: “enseñar y deleitar juntamente”.
Comentario

Don Quijote, lo ha dicho muy bien Lázaro Carreter, es una novela “que va transitando por el mundo
del lenguaje y la literatura, por lo tanto parece lógico que nos preguntemos por los antecedentes de
la escena en la que vemos a don Quijote enjaulado en el carro de bueyes. La parodia vuelve a hacer
acto de presencia, en este caso de una novela de caballerías medieval, de las leyendas artúricas,  Li
chevaliers de la charrete, (El Caballero de la Carreta) de Cherétien de Troyes, de la segunda mitad
del siglo XII, en la que el protagonista, Lancelot, Lanzarote en los textos hispanos, es transportado
en una carreta, conducida por un enano. En esta parodia caballeresca, que es el Quijote, Cervantes,
la tuvo en cuenta cuando imaginó el regreso de don Quijote a su aldea. (Martín de Riquer)

Importancia tiene también en este capítulo el habla de Sancho, ya explicada en el comentario del
capítulo anterior.

El tercer aspecto que hay que destacar en este capítulo tiene que ver con la teoría literaria de
Cervantes que ha empezado a exponer el canónigo de Toledo. Antes debemos recordar que en el
prólogo nos dijo Cervantes  por boca del amigo “…que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro
libro…todo él es una invectiva contra los libros de caballerías…”. Por lo tanto, la premisa inicial del
libro es la de ser un alegato contra estos libros. Lo hemos visto con ejemplos, especialmente de don
Quijote. Este pierde la razón cuando alguna cuestión caballeresca se cruza por su imaginación.
Cuando esto no ocurre, razona con cordura. A este respecto conviene recordar a Huarte de San
Juan en su Examen de Ingenios, ya explicado.

Hemos visto a otros personajes como el ventero o Maritornes, con un nivel cultural muy bajo, que
son también seguidores de estos libros.

Comienza el canónigo, trasunto literario del punto de vista de Cervantes sobre los libros de
caballerías, diciendo que son perjudiciales, que ha leído "casi el principio de todos los más que hay
impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que,
cual más, cual menos , todos ellos una misma cosa"

La guía literaria de Cervantes sobre los libros de caballerías. El catedrático de la U.C.M.José


Manuel Lucía Mejías, especialista en libros de caballerías, se pregunta en el libro La Plenitud de
Cervantes. Una vida en papel(1604-1616), "Realmente es posible pensar que un género literario,
nacido en los albores del Renacimiento y acabado con los estertores del Barroco, con más de un
siglo de existencia y con casi noventa obras, escritas en momentos y lugares bien diversos, con
intenciones variadas y por escritores de muy diferente altura y capacidad son una mesma cosa".
Considera Lucía Mejías que no son todos una mesma cosa".
Argumenta recogiendo el punto de vista de Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua
Castellan, (1611), que al respecto dice de ellos: "Los que tratan de hazañas de caballeros
andantes, ficciones gustosas y artificios de mucho entretenimiento y poco provecho, como los libros
de Amadís, de don Galaor, del Caballero del Febo y de lo demás". Las palabras subrayadas se
corresponden también con el juicio del canónigo toledano"
Entre las razones que da el canónigo están: “atienden solamente a deleitar y no enseña”; están
llenos de disparates; hay desproporción de las partes con el todo y del todo con las partes: pone el
ejemplo de un mozo que da una cuchillada  a un gigante, tan grande como una torre y lo divide en
dos partes. Pasa a continuación a decir que aunque los que los componen los escriben tratando
cosas falsas y por lo tanto, “no están obligados a mirar con delicadezas ni verdades”, no por ello se
ha de evitar que traten las mentiras como si fueran verdades, es decir, lo que digan ha de ser creíble.
Si anteriormente los ha criticado en su consideración de libros de entretenimiento, "pasa a defender
al género caballeresco y poner las bases poéticas a su propio libro de caballerías. Los principos
narrativos de estos libros son tres, como muy bien dice el mencionado profesor: sujeto, forma y
finalidad.
 El sujeto o materia. 
Dice el canónigo que "hallaba en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un
buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por ...donde
pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios, tormentas... pintando un capitán valeroso,
mostrándose prudente previendo las astucias de sus enemigos, y elocuente orador persuadiendo o
disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo... pintando ora un lamentable y trágico suceso,
ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosísima dama, honesta, discreta y
recatada; aquí un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá un dasaforado bárbaro fanfarrón.".
¿La forma? Los libros de caballerías podrían ser buenos si la historia se contase bien, dicho "con
apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención" es decir, que fuera razonable. Para ello se ha de
unir la fantasía con la verosimilitud. 
¿La finalidad? .Se han de explicar bien las cualidades del héroe. Pone a continuación una serie de
antonomasias, identificando las cualidades con las personas que más destacaron: Ulises, en la
astucia; Eneas, en la piedad; Aquiles, en la valentía…etc. Pues bien, estas cualidades “son las que
pueden hacer a un varón ilustre, ahora poniéndolas en uno solo, ahora dividiéndolas en muchos “.
Toda esta historia fingida, nos dará una determinada visión del mundo, como dice Lucía Mejías en la
op. cit.
García Mejías argumenta que : a) "Los libros de caballerías constituyeron con su éxito sostenido en
la primera mitad del siglo XVI uno de los pilares del mercado editorial hispánico...su éxito comercial
estaba garantizado. No hay imprenta importante ni ciudad editora que se preciara, que no tuviera su
edición caballeresca; b) La primera parte del Quijote gozó de un éxito editorial considerable en el año
1605: tuvo dos ediciones en Madrid y una en Valencia financiadas por el librero Francisco Robles; c)
Tanto Cervantes como Francisco Robles tenían un claro concepto de lo que debe ser un libro de
caballerías, marcando distancias con los libros de caballerías de entretenimiento que son los que
triunfaban en aquel momento. En este ambiente y en estas circunstancias cobra sentido la
publicación de la primera parte del Quijote."
Este capítulo es especialmente significativo porque la teoría literaria de Cervantes, queda acrisolada
con ejemplos positivos y negativos sobre la manera de escribir un libro.

CAPÍTULO XLVIII. OPINIONES DEL CANÓNIGO SOBRE


EL TEATRO
Tomó la palabra el cura para decir que se debería reprender a los que escriben libros de caballerías
sin tener en cuenta las reglas del arte. El canónigo le reveló que él mismo tuvo la tentación de
escribir un libro de caballerías y que incluso llegó a tener escritas más de cien hojas, que incluso se
las dio a leer a personas entendidas y a ignorantes, gustándoles a todos, pero que no siguió
adelante por no ser cosa de su profesión y por ser mayor el número de ignorantes que el de
entendidos que las celebraban, y no quería someterse al juicio del vulgo.
 Pasa a continuación a criticar la teoría dramática que se está imponiendo, en alusión al Arte nuevo
de hacer comedias, de Lope de Vega. Divide las comedias en “imaginadas e históricas”; unas y otras
se caracterizan por los disparates que dicen y la falta de verosimilitud. Estas comedias que ahora se
representan no guardan las tres unidades: lugar, tiempo y acción; están llenas de anacronismos y
atribuyen verdad histórica a lo que es puramente imaginado. Estas obras les gustan al vulgo; sus
autores las escriben y los actores las representan porque les dan dinero. No obstante, hay comedias
que siguen las reglas del arte. Se refiere a la Isabela, La ingratitud vengada, La Numancia, El
Mercader amante y La enemiga favorable. Las que se escriben de acuerdo con las reglas del arte,
muy pocos las entienden, y no se venden.

La razón anteriormente dicha: escribir un libro de caballerías, de acuerdo con las normas del arte, no
sería vendible. Por eso él dejó de escribirlo, pues le pasaría como “al sastre del cantillo”  ( “de la
esquina, que cosía de balde y ponía el hilo”).

El cura es de la misma opinión que el canónigo, y  parte de la siguiente  premisa: “la comedia,


según le parece a Tulio, (debe ser) espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y
imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplo de
necedades e imágenes de lascivia”. Pone ejemplos que demuestran que las comedias que se
representan no respetan las tres unidades. Las de tema religioso tampoco dicen la verdad. Los
extranjeros, al ver con qué descuido hacemos nuestras comedias, sin guardar las leyes de las
mismas, nos toman por bárbaros e ignorantes:"Porque ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto
que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda
salir ya hecho un barbado? ¿Y qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un
lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la
observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder acciones que
representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en
Asia, y la tercera acabó en África, y aún , si fuera si fuera de cuatro jornadas , la cuarta acabaría en
América...?

A partir de los argumentos anteriores considera que en las repúblicas bien ordenadas, el fin principal
del teatro es “entretener a la comunidad”, pero esto se conseguiría mejor con buenas comedias que
critiquen el vicio y ensalcen la virtud. Pone el ejemplo de autores perfectamente dotados para
conseguirlo, aludiendo a Lope de Vega, si no lo realizan es porque el público les pide otro tipo de
obras y en consecuencia los autores escriben obras que sean vendibles.

Sugiere que para evitar lo anterior, personas entendidas en la corte deben dar su aprobación para
poderlas representar. A la misma conclusión llega con los libros de caballerías “que de nuevo se
compusiesen”, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y preciosos tesoro de la elocuencia,
dando ocasión que los libros viejos se oscureciesen a la luz de los nuevos que saliesen”.

En esta conversación iban cuando llegaron al valle que había dicho el barbero. El canónigo dijo que
comerían allí. Mandó a un criado a la venta de Juan Palomeque el Zurdo, a por comida.

Sancho, apartándose del cura, le dijo a don Quijote que no iba encantado, sino engañado. Don
Quijote no se lo creyó, contestando que todo era obra de encantadores. Sancho le dijo que le haría
unas preguntas cuya respuesta le dirían a don Quijote la verdad. Le dice Sancho que los
encantadores no sienten necesidad “de hacer aguas mayores o menores”.  Al no entender don
Quijote la expresión hacer aguas, Sancho le dice que si ha “sentido ganas de hacer lo que no se
excusa”, a lo que don Quijote replica: “!Sácame de este peligro, que no anda todo limpio!”

Comentario

La primera cuestión que se plantea en este capítulo es la revelación que el canónigo le hace al cura
sobre el proyecto ya iniciado de un libro de caballerías del que tiene escritas más de cien páginas,
pero como se atiene a las reglas del arte, es decir, que sea verosímil lo que se cuenta y apoyado en
los hechos, esto al público no le interesa y por lo tanto desiste de continuar.

El cervantista, Daniel Eisenberg, en La interpretación cervantina del Quijote, al que en capítulos
anteriores nos referimos, cree que el tal libro de caballerías existió, se trataba de  Bernardo. Este
libro, anunciado en el prólogo a su último libro, Persiles, tendría como referencia la figura de
Bernardo del Carpio, “arquetipo del héroe hispano”. En capítulo anterior, expuso el canónigo cuál
debería de ser el libro de caballerías ideal: que ensalzara la virtud y tomara como referencia las
cualidades de los héroes clásicos.  Esta sería la obra, que según Eisenberg, le daría a Cervantes la
misma fama que a Homero y Virgilio.

El siguiente aspecto que hay que destacar en el capítulo son las opiniones del canónigo sobre el
teatro. Sobre este asunto opina Alborg “Cervantes, coinciden los críticos, sintió cierta frustración
teatral. Su preocupación por el teatro se manifiesta, no solamente en lo que dice el canónigo en este
capítulo, sino en las referencias que hay en El coloquio de los perros, en la Adjunta al Parnaso, y en
el Prólogo a las ocho comedias.  Del conjunto de las ideas expuestas por Cervantes en todos estos
pasajes, los comentaristas cervantinos  extraen dos consecuencias básicas: primera, la escasa
consistencia o densidad del pensamiento teórico de Cervantes sobre el arte dramático, pensamiento
dictado más por su resentimiento de autor fracasado contra su triunfador rival, Lope de Vega, que
por su coherente sistema de principios; segunda, la falta de adecuación entre sus palabras y sus
obras, puesto que en sus propias comedias se sirve muchas veces de los mismos recursos que
censuraba a los demás.
Frente a la opinión anterior hay que destacar el punto de vista del profesor José Manuel Lucía Mejía
en el libro ya citado: La plenitud de Cervantes. Cervantes, cuando escribió sus Ocho comedias y
ocho entremeses, nunca representados (1615). puso en ellos "fui el primero que representase las
imaginaciones y los pensamientos escondidos en el alma" . La frase anterior nos dice que Cervantes
se sentía orgulloso de su labor teatral; sin embargo las que ahora se representan son espejo de
disparates. Habría que preguntarse por la dureza de Cervantes para hacer tal afirmación. En el
prólogo al lector Cervantes contesta a un "autor de título", identificado con Lope de Vega, que "en
esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de
mi prosa se podía esperar mucho, pero de mi verso nada". Ante estos comentarios, decide
publicarlas y vendérselas al tal librero. Estoy de acuerdo con lo que afirma el profesor Lucía Mejía:
"Cervantes desea defender, con uñas y dientes de papel, un determinado modelo que se enfrenta al
difundido, al creado, al impuesto por Lope de Vega".
Cervantes no quiere aplausos de alabarderos, de ahí la andanada que suelta: esas obras, que según
él,  son auténticos absurdos y desatinos
CAPÍTULO XLIX. DISTINCIÓN ENTRE LO HISTÓRICO Y
LO LITERARIO
Sancho, cuando le hizo la pregunta a don Quijote
sobre sus necesidades, se dio cuenta de que
siguiendo ese argumento, podría demostrarle el
engaño con que le llevaban. Así pues, le planteó
otra similar: si los encantados son los que se sienten
tan tristes que ni comen, ni duermen, ni sienten
necesidades corporales;  él no estaría encantado,
pues come, bebe y según dice siente los mismos
apremios que todos. A lo anterior replica don Quijote
que las formas de encantamiento pueden cambiar
con los tiempos y “contra el uso de los tiempos no
hay qué argüir ni de qué hacer consecuencias”.
Por lo tanto insiste en que va encantado, pues si no
lo sintiera así tendría escrúpulos de conciencia, pues
habría dejado de ejercitar su vocación: ayudar a los
necesitados. Sancho, que quería que don Quijote volviese a la realidad de sus aventuras, insiste en
que procure salir de la jaula en la que va; diciéndole que él le ayudaría.

Llegaron a un lugar en el que los estaban esperando el cura y los demás. Cuando los alcanzaron,
Sancho le pidió al cura que dejase en libertad a don Quijote, pues si no lo hacía, habría olores
insoportables en la jaula. El cura asintió, después de que también se lo pidiera el canónigo y don
Quijote prometiera no marcharse.

Después de que don Quijote saliera de la jaula, el canónigo, con el interés de distinguir la mentira de
la verdad, le argumentó a don Quijote que las lecturas de los libros de caballerías, por la cantidad de
falsedades que dicen, habían convertido a un entendimiento juicioso como el suyo, como se probaba
cuando no hablaba de caballerías, en una persona que tiene que ir en una jaula, encerrado, como si
fuese un tigre o un león. Cuando a él le caía en las manos un libro de estos, lo arrojaba contra la
pared por las falsedades que cuentan. Le aconseja a don Quijote que lea la Sagrada Escritura y
libros, cuya referencia sea la historia: sobre Viriato, César, Anibal,…etc.

Don Quijote, después de oír, atentamente al canónigo, inició un diálogo con él con la intención de
mostrarle lo mal informado que estaba, que tales libros de caballerías no le habían hecho daño
alguno, que no podían ser mentirosos, pues eran leídos masivamente, que los Amadises existieron y
que el engañado y encantado era él.

En su alegato anterior en favor de los libros de caballerías, don Quijote fue mezclando personajes
históricos con ficticios. Por esta razón volvió otra vez a intervenir el canónigo para hacerle  algunas
precisiones en lo que se refiere a las diferencias entre unos personajes y otros. Insiste, una vez más,
en que hay que leer con juicio y no creerse “tantas y tan extrañas locuras como las que están
escritas en los disparatados libros de caballerías”. Don Quijote le vuelve a contestar con una
andanada, diciéndole que el "sin juicio y encantado era él". Continúa dando pruebas de su
alienación, volcando una alforja de dislates, manifestando ser verdad "las aventuras y desafíos que
también acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya
alcurnia yo desciendo) 
Comentario

Lo más significativo de este capítulo es una vez más los diálogos entre don Quijote y Sancho primero
y, entre don Quijote y el canónigo después. Son mucho los críticos que han resaltado este aspecto
del Quijote. Dámaso Alonso, en el ensayo anteriormente comentado: Sancho-Quijote; Sancho-
Sancho, ha señalado la gran trascendencia literaria que alcanza el diálogo en la  gran obra de
Cervantes. A este respecto dice: “Son escasas, en el Quijote, las acotaciones del propio Cervantes,
las veces  en que el autor trata de comentar las reacciones psicológicas de los personajes. Unid las
escasas, mínimas e indispensables indicaciones de las circunstancias que ( en contraposición a sus
novelas breves) se dan en el Quijote. Toda la obra resulta así dramatizada, concierto y oposición de
almas que se nos hacen transparentes en el diálogo”.

El diálogo se anuncia ya en el prólogo. Si lo recordamos, el autor se inventa un amigo con quien


dialogar para poder desdoblar la acción, es decir, crear la perspectiva, por lo tanto no es de extrañar
que el diálogo constituya la estructura principal de la novela.

Desde esta línea de pensamiento, Criado de Val, dice que “Muchos de los problemas con que
tropieza la crítica  del Quijote hallarían su solución si pudiésemos cambiar el plano en que
tradicionalmente se ha colocado el libro; si en lugar de encasillarlo en el concepto tradicional de
novela, antepusiéramos el de coloquio al que en realidad pertenece por su estructura estilística,
especialmente con los coloquios, cuyo precedente es, entre otros autores, Erasmo “

Claudio Guillén, -según cita John J. Allen, en su edición para la ed. Cátedra,- nos dice que “el diálogo
activo que sostiene Cervantes con las normas explícitas e implícitas de la literatura de su tiempo, se
encuentra entre otros en el diálogo sobre la literatura entre don Quijote y el canónigo”.

En este capítulo se centra el canónigo en dos aspectos: a) Hay que distinguir la ficción de la historia;
b) Se debe leer de manera crítica.

Este personaje es uno de los que en el libro buscan la verdad en el sentido que en capítulos
anteriores expliqué. La verdad es la correspondencia con los hechos. Sus juiciosas palabras vienen
siempre ahormadas por la certeza y la sinceridad; al mismo tiempo trata de elucidar los textos que
deben leerse y los que son perjudiciales. El final del resumen me sirve para conjeturar sobre el
modelo viviente de don Quijote  
Menéndez Pelayo ya dijo en Orígenes de la novela, que el "motivo ocasional, el punto de partida de
la novela pudo ser una anécdota corriente..". No hay inconveniente en admitir que el germen de la
creación de don Quijote haya sido la locura de un sujeto real".
El cervantista Rodríguez Marín hace suyas las palabras anteriores y en el artículo El modelo más
probable del don Quijote (1916) sostiene que "De la realidad, pues, pudo tomar, tomó sin duda
Cervantes el tipo o los tipos que le sugirieron la idea de su don Quijote, bien que no los trasladase
mecánicamente al papel, sino moldeándolos y aderezándolos en la oficina de su fantasía". Opina
Rodríguez Marín que "el caballero Martín de Quijano, contador y teniente de veedor de las galeras
reales fue uno de los sujetos de carne y hueso a quienes Cervantes pudo tener probablemente en
memoria". Continúa diciendo que mejor aún el esquiviano Alonso Quijada, que vivió en el primer
tercio del siglo XVI, pudieron ser los modelos vivos de don Quijote. Lo anterior lo halló indagando
"entre la parentela que en Esquivias rodeaba a la esposa de Miguel"

CAPÍTULO L. DON QUIJOTE, EL CANÓNIGO, EL


CABALLERO DEL LAGO. EL CABRERO
Después de la intervención del canónigo volvió a tomar la
palabra don Quijote para ensalzar los libros de caballerías. Da
respuesta al canónigo, utilizando los siguientes argumentos: a)
El uso que se hace de los mismos: les gustan a todos: son leídos
y celebrados por los letrados y los ignorantes; b) Nos explican
todo lo referente al linaje del héroe; c) No pueden ser mentira,
pues se imprimen con licencia de los reyes; d) Provocan alegría
en quien los lee y destierran la melancolía.

 Para explicar esto último, recrea el célebre episodio del


Caballero del Lago, tomado del libro segundo del Amadís de
Gaula, relatándolo con todo lujo de detalles. Un caballero está mirando un lago, lleno de serpientes y
otros animales espantables. Una voz triste le pide ayuda y, sin pensárselo dos veces se arroja en él.
De pronto se encuentra en un bello paraje ante un castillo rodeado de piedras preciosas que le
hacen pensar que “el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence”

Estando en esta situación, salen del castillo unas doncellas bellísimas que lo acogen, lo lavan y
llevándoselo a una sala le ofrecen toda clase de deliciosos manjares; estando mondándose los
dientes, entró la más hermosa doncella de todas ellas, se sentó a su lado y le entretuvo contándole
la historia del castillo. Le aconseja que lea estos libros, pues le quitarán la tristeza y el abatimiento, si
tiene alguno. A continuación afirma que desde que es caballero andante, se siente valiente, liberal,
generoso y cortés. Añade que en el momento  que tenga oportunidad, demostrará el agradecimiento
que su pecho encierra, pues “el pobre está inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad
con ninguno, aunque en sumo grado la posea, y el agradecimiento que sólo consiste en el
deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras”. Pide a continuación que la fortuna le dé
ocasión de poder realizar alguna aventura por la que pueda favorecer a sus amigos y especialmente
a Sancho con algún condado, aunque teme que no lo sepa gobernar.

Sancho, que oyó lo anterior, le replicó que conquistase condados, que ya los gobernaría; si no
supiera, los arrendaría a alguien que se los administrase, como hacen muchos terratenientes. El
canónigo que lo oyó le dijo que “al administrar justicia ha de atender el señor del estado, y aquí
entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si ésta
falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines, y así suele Dios ayudar al
buen deseo del simple como desfavorecer al malo (al mal deseo) del discreto”. Le replica
Sancho con una serie encadenada de razones basadas en la codicia. Intervino don Quijote para
afirmar que quiere hacer a Sancho conde, lo mismo que Amadís de Gaula hizo a su escudero conde
de la Ínsula Firme.
El canónigo se admiró tanto de los disparates del don Quijote sobre la aventura del Caballero del
Lago, como de las simplezas de Sancho en su deseo de alcanzar el condado.

Entre tanto volvieron de la venta de Juan Palomeque los criados del canónigo con víveres. Se
sentaron todos a comer. Llegó hasta ellos una cabra que se había separado del rebaño. Detrás llegó
el cabrero. Dirigiéndose a la cabra le dijo que volviera al rebaño, pues si vos que las habéis de
guiar y encaminar andáis tan sin guía y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas?

El canónigo invitó a echar un trago al cabrero para tranquilizarlo. Este les dijo que no lo tomaran por
loco, pues sabía cómo tratar con los hombres y con las bestias. A lo anterior contestó el cura
diciendo que por experiencia sabía muy bien “que los montes crían letrados y las cabañas de los
pastores encierran filósofos”.

El cabrero pidió permiso para sentarse y contar un cuento que pusiera de manifiesto lo que el cura
había dicho. Sancho quiso salir de la reunión y retirarse a un arroyo a comer tranquilamente una
empanada. El canónigo le pidió al cabrero que iniciase su cuento.

Comentario

Edward C. Riley  analizó el Quijote en Teoría de la novela en Cervantes. Sostuvo allí la tesis de que
la crítica a las novelas de caballerías se realiza en el libro de dos maneras: a) desde juicios sobre
estas novelas, ejemplo de ello es el capítulo dedicado al escrutinio de la biblioteca de don Quijote, en
el que Cervantes, por boca del cura nos realiza la crítica de estos libros (capítulo VI); b) mediante la
ficción misma. Recordemos que ya en el capítulo I, don Quijote pensó en acabar el libro de don
Belianís de Grecia: “muchas veces le vino el deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra
como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y
continuos pensamientos no se lo estorbasen”. Por lo tanto, vemos que don Quijote vivía de tal
manera la ficción caballeresca que hasta se llegó a sentir escritor y escribir sobre ella.

En otras ocasiones, vive de tal manera las historias caballerescas que se las inventa. Recordemos
que en el capítulo XXI, Sancho le dice a don Quijote que se deben de poner al servicio de algún
Emperador para cobrar nombre y fama, pues las aventuras que están realizando se desconocen. A
esto replica don Quijote que previamente “es menester andar por el mundo, como en aprobación,
buscando las aventuras, para acabando algunas se cobre nombre y fama…”A partir de aquí se
inventa la historia del Caballero del Sol, al que reciben en el reino, se enamora de la princesa y
termina heredando el reino, después de casarse con la princesa.
Esta crítica a las novelas en forma de ficción son parodias. “La originalidad de Cervantes, dice Riley,
no reside en ser él mismo quien las parodie, sino en hacer que el hidalgo loco las parodie
involuntariamente en sus esfuerzos por darles vida, imitando sus hazañas”. En este afán por vivir la
literatura se encuentra este capítulo, en el que aparece El Caballero del Lago. Don Quijote, a
imitación de este caballero, que se enamoró de la doncella,  se siente “valiente, comedido, liberal,
bien criado, generoso, cortés, atrevido…etc.”

Otro de los aspectos que hay que destacar en el “gran lago de pez hirviendo a borbollones” es que,
el caballero, después de tirarse al agua para ayudar a la doncella, después de agasajarlo con una
suculenta comida, se sienta y tranquilamente se monda los dientes, señal inequívoca de que había
comido, cosa que nos recuerda, en el Lazarillo, el episodio del Escudero. Se pone de manifiesto, una
vez más la ironía y la burla cervantina en la evocación del hambriento Escudero, que aparecía
saciado, cuando en realidad estaba hambriento.

Como ya he señalado las perspectivas del Quijote son muchas. En esta, el canónigo nos ofrece la
visión de una persona juiciosa, que busca la verdad y trata con respeto a don Quijote. También es de
destacar la quijotización de Sancho. Este, desde la codicia, le pide a su amo que le dé un condado,
que ya se las arreglará para administrarlo y poder vivir de las rentas que le produzca.

No menos importancia tienen los valores que nos comunica el Canónigo sobre la justicia, corolario
de otros muchos valores que Cervantes nos ha ido comunicando a lo largo del libro.
Las palabras del Canónigo a Sancho sobre el buen gobierno adveran ya, como sostiene Vicente
delos Ríos, en su Análisis del Quijote," que Cervantes las preparó de antemano -se refiere a los
dictámines y disposiciones de Sancho durante el gobierno, en II, 45 -,pues al hablarle del buen modo
de gobernar, le asegura que lo principal es la buena intención de acertar".

CAPÍTULO LI. HISTORIA DE LEANDRA


Comenzó el cabrero su historia contando que cerca
de allí hay una aldea muy rica. En ella habitaba un
rico y honrado labrador y tanto que aunque es anejo
al ser rico el ser honrado (es decir, recibir honores y
tener honra), él lo era más por la virtud que por los
bienes. De lo que más orgulloso se sentía, según él,
era de tener una hija de dieciséis años,  famosa por
su virtud y elogiada por todos por su belleza.  Su fama
se extendió por todas partes; su padre miraba por
ella, y ella por sí misma, puesto que “no hay
candados, guardas ni cerraduras que mejor
guarden a una doncella que las del recato propio”.

La riqueza del padre y las cualidades de la hija provocaron que fueran muchos los pretendientes que
tenía; pero especialmente había dos con más posibilidades: Anselmo y Eugenio (el cabrero que
cuenta la historia). El padre no se pronunciaba por ninguno de los dos, pues cumplía con su
obligación: dejar que Leandra, su hija, escogiera de acuerdo con su voluntad.
Por esta época llegó a la aldea un joven soldado, se llamaba Vicente de la Roca y era hijo de un
labrador pobre. A los doce años se marchó con un capitán que por allí pasó. Regresó después de
doce años, vestido a la soldadesca. Aunque sólo tenía tres trajes, los combinaba con arte y
aparentaba que tenía un gran vestuario. Se adornaba con plumas, se colgaba dijes y contaba
fantasiosas aventuras.  Era muy fanfarrón, decía que había matado más moros que hay en
Marruecos y en Túnez, juntos. Se las daba de poeta y componía romances de cualquier cosa que
pasase. De este Vicente de la Roca se enamoró Leandra y como “en los casos de amor no hay
ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la
dama”, se marcharon los dos, llevándose ella muchas joyas de casa de su padre.

Todos quedaron  impresionados, especialmente Anselmo y Eugenio; su padre triste y sus parientes


afrentados. Los buscó la justicia. Se encontró a Leandra a los dos días, semidesnuda en una cueva.
Según ella, Vicente la había engañado y la había robado. Reiteró varias veces que no le había
quitado el honor; solamente le robó las joyas y el dinero que llevaba.

El mismo día que apareció Leandra, su padre la encerró en un monasterio. Todos opinaron del
asunto: unos decían que había sido debido a su poca edad; otros, a causa de su desenvoltura.

Todos los pretendientes quedaron desconsolados, pero especialmente Anselmo y Eugenio. Ambos
se hicieron pastores; vagaron con sus rebaños por los valles y montes vecinos y juntos con otros que
también sufrieron el desengaño, convirtieron el lugar en una pastoral Arcadia en la que por todas se
oye el nombre de la hermosa Leandra. Está en boca de todos: unos la maldicen y otros la perdonan;
pero todos las deshonran y todos la adoran.

Comentario

Ya Menéndez y Pelayo destacó que el Quijote es todo un mundo poético completo en que aparecen
reflejadas todas las novelas contemporáneas de Cervantes. Este se las asimiló y las incorporó a
su  obra, subordinándolas a la pareja inmortal que le sirve de guía. A este respecto, cita Menéndez y
Pelayo, la novela pastoril en el episodio de Marcela y Grisóstomo, (capítulo XII - XV) y la de Basilio y
Quiteria, que veremos en los capítulos 19, 21 y 22 de la 2ª parte.

La novela sentimental, cuyo prototipo sería la Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro, explica las
relaciones sentimentales que contienen las historias de Cardenio, Luscinda y Dorotea ( capítulos 24,
25, 27-32, 36, 37, 42, 44, 45, 47).

La novela psicológica se ensaya en El curioso impertinente (cap. 33-35)

La afirmación anterior de Menéndez Pelayo, en el sentido de que las novelas anteriores tenían una
estrecha relación entre ellas y los protagonistas principales del Quijote, ha sido analizada por Porras
Collantes.  Cuando comparamos los personajes de Cardenio – Luscinda con Vicente y Leandra,
encontramos las siguientes relaciones: Cardenio pide a Luscinda por esposa al padre, pero quien
finalmente la engaña es Fernando. Eugenio pide por esposa a Leandra a su padre, pero quien la
convence con sus vistosas apariencias es Vicente de la Roca.
A Dorotea salen a buscarla cuando se marcha de su casa con su criado. También a Leandra,
encontrándola semidesnuda a los tres días.

Luscinda se encierra en un monasterio, al igual que Camila, la del Curioso Impertinente (capítulos
33-35). También a Leandra la encierra su padre en un monasterio.

Cardenio se marchó a los bosques cuando don Fernando le quitó a Luscinda. Desde allí los
maldecía y quedó enajenado. También Eugenio y Anselmo se hacen pastores, se retiran al valle y se
quejan de Leandra.

Cuando la comparamos con la historia de Marcela y Grisóstomo encontramos las siguientes


relaciones: Tanto Marcela como Leandra son mujeres muy hermosas, conocidas por sus cualidades
en sus aldeas y en los alrededores; sin embargo hay una diferencia fundamental: Marcela es una
mujer orgullosa, con voluntad propia. Pedro, el pastor que nos habla de ella, la maldice porque
muchos hombres se enajenan por ella. Ella discurre con total autonomía y racionaliza un discurso
que perfectamente se puede equiparar con el de la mujer en el siglo XXI. Sin embargo, Leandra es
una mujer antojadiza que se deja llevar por el oropel y las palabras de Vicente. En este sentido
serían mujeres antitéticas.

Grisóstomo comparte con Eugenio y Anselmo que se marchan a los bosques para mitigar el dolor
que les produce la pérdida de Marcela y Leandra.

Con esta última y breve novelita se cumple una categoría más de Don Quijote: ser el crisol de las
novelas del tiempo de su autor.    

CAPÍTULO LII. EL ENFRENTAMIENTO CON LOS


DISCIPLINANTES. LLEGADA DE DON QUIJOTE A SU
ALDEA
A todos les gustó el relato del cabrero Eugenio. El
canónigo resaltó que el cura había dicho la verdad
cuando dijo que los montes criaban letrados.

Don Quijote se le ofreció para ayudarle a sacar a


Leandra del monasterio, cumpliendo con su misión
de favorecer a los necesitados. El cabrero, que
desconocía a don Quijote, quedó confundido al oírlo
y ver el aspecto que tenía. Por este motivo preguntó
quién era. El barbero se lo explicó, diciéndole que
era don Quijote de la Mancha. El cabrero respondió que por su forma de hablar “debía tener vacío
los aposentos de la cabeza”. Don Quijote se sintió molesto y le contestó diciendo que tenía mejor
cabeza que jamás tuvo “la muy hideputa puta que os parió”.

No se quedó en esto don Quijote, sino que cogiendo un pan se lo lanzó al cabrero a la cara. Se
enzarzaron en un remolino de mojicones y quedaron los dos con las caras ensangrentadas. Los que
los miraban se reían y los azuzaban, sólo Sancho quería intervenir para ayudar a su amo, pero un
criado del canónigo se lo impedía.

Estando en la refriega oyeron el sonido triste de una trompeta. Don Quijote le pidió al cabrero que
detuvieran la pelea por una hora, dado que podría haber algún necesitado de sus favores. Prestaron
atención y vieron una procesión de hombres vestidos de blanco, a modo de disciplinantes que
imploraban al cielo que lloviese.

Los disciplinantes traían en procesión una imagen de la Virgen María, vestida de negro. Don Quijote
pensó que llevaban a una señora secuestrada y llamando a Rocinante, cogió su armadura
y,  haciendo caso omiso a todos, que le pedían que se parase, tomando la espada, se plantó delante
de ellos y les dijo que dejasen en libertad a la hermosa y triste dama,  que tanto iba sufriendo.

Los disciplinantes cuando lo oyeron empezaron a reír. Esto enfureció más a don Quijote y, cogiendo
la espada se dirigió contra ellos. Uno de los que llevaban las andas en las que iba la Virgen, se
enfrentó a don Quijote con la horquilla en la que descansaban las andas. Don Quijote se la partió con
la espada, pero con el trozo de horquilla que le quedó le dio tal palo a don Quijote en el hombro que
cayó al suelo como un muerto.

Todos los que acompañaban a don Quijote, corrieron a socorrerlo. La procesión de los disciplinantes,
al verlos venir, creyeron que iban a por ellos; se aglutinaron en torno a la virgen. Los disciplinantes
alzaron los capirotes y empuñaron las disciplinas; los clérigos, los cirios. Estando  los dos batallones
enfrentados, uno de los curas conoció a otro. Pronto, uno le dijo al otro quién era don Quijote.

Sancho realizó una lamentación a don Quijote, diciéndole ¡Oh humilde entre los soberbios y
arrogante con los humildes, acometedor de peligros…imitador de los buenos, azote de los malos,
enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!. Con las voces y
gemidos, revivió don Quijote y le pidió a Sancho que lo pusiese en el carro encantado porque iba
malherido y no podía subir sobre Rocinante, esperando poder realizar otra salida que fuera de más
provecho.

Todos se volvieron a poner en marcha. Los disciplinantes continuaron en su procesión. Los


acompañantes de don Quijote se separaron, pidiéndole el canónigo al cura que le informase de la
salud de don Quijote.

Continuó el carro con don Quijote. Llegaron a su aldea a los tres días; era domingo y todos se
apresuraron a ver lo que el carro traía. Un muchacho se lo dijo al ama y a la sobrina, éstas, con
lágrimas y gritos, lanzaban maldiciones a los libros de caballerías.
También llegó la mujer de Sancho y de inmediato le preguntó por los regalos que les traía a ella y a
su hija. Sancho le contestó que se sentía muy orgulloso de ser escudero de un caballero andante.
Que en la próxima salida esperaba poder hacerla condesa u ofrecerle alguna ínsula. Al desconocer
ella el significado, Sancho le contestó que “no es la miel para la boca del asno”.

A don Quijote lo llevaron a su casa. El cura les pidió al ama y a la sobrina que procurasen que no se
volviese a escapar. A su vez volvieron a maldecir a los libros de caballerías y a sus autores.

El ama y la sobrina se imaginaron que cuando don Quijote sanase se volvería a marchar.  El autor
de la historia quiso indagar en los hechos de la tercera salida, pero sólo pudo hallar vagas noticias
en unos pergaminos encontrados en una caja de plomo en poder de un médico.

Comentario

El último capítulo se organiza en tres bloques en torno a la figura de don Quijote: a) La pelea con el
cabrero; b) El enfrentamiento con los disciplinantes; c) El regreso a su aldea.

El enfrentamiento con el cabrero , Eugenio, nos recuerda el que tuvo don Quijote con Cardenio en su
primera intervención en el capítulo 24. Si recordamos, cuando Cardenio se sintió ofendido por don
Quijote, le lanzó “un guijarro que halló junto así y dio con él en los pechos tal golpe a don Quijote,
que le hizo caer de espaldas”. En este capítulo es don Quijote quien se siente maltratado por el
cabrero y “arrebató de un pan que junto así tenía y dio con él al cabrero en todo el rostro, con tanta
furia que le remachó las narices”.

c) El enfrentamiento con los disciplinantes. Las procesiones basadas en creencias supersticiosas se


han dado desde el siglo XV en España. Era frecuente realizar deprecaciones o plegarias, en algunas
ocasiones acompañadas de disciplinas, que utilizaban los disciplinantes para flagelarse. Las
disciplinas eran unos instrumentos hechos de cáñamo, con varios ramales, cuyos extremos o
canelones son más gruesos y sirven para azotar. Estos azotes se los daban públicamente en las
procesiones como un acto de fe. Goya, cuyo cuadro pongo al principio, los inmortalizó.

La escena resulta cómica: por una parte los que acompañan a don Quijote, acercándose a él al
creerlo muerto; por otra, los disciplinantes, preparados con las disciplinas para hacerles frente.

Es de destacar también el perspectivismo lingüístico de Sancho cuando realiza el planto porque cree
que don Quijote ha muerto a consecuencia del golpe que le da uno de los que portaban las andas
con la horquilla. Este llanto de Sancho es doloroso para él y risible para los demás (Basanta).
También merece resaltarse la apreciación hiperbólica de Sancho en torno al tiempo que lleva con
don Quijote, después de la segunda salida, “hace poco más de dos semanas (17 días, según el
cálculo de Vicente de los Ríos; Sancho da ocho meses” (A. Basanta).

c) El regreso de don Quijote a su aldea. Unamuno, al ver en el personaje el símbolo de la fe, destaca
el desprecio que sienten hacia don Quijote, “al llevarlo a su aldea, al mediodía de un domingo, para
mayor burla y chacota.”
En este mismo bloque vemos a un Sancho bastante quijotizado, pues adopta una postura superior
hacia su esposa. Pasa de aprender con don Quijote a enseñar a su esposa, Juana Panza,
polionomasia que es frecuente en el libro. Ya antes se le llamó Juana Gutiérrez y Mari Gutiérrez.

El capítulo termina planteando la continuación de la novela, El Quijote de 1615. Don Quijote saldrá
con intención de ir a Zaragoza, pero luego dejará su ruta para ir a Barcelona y así dejar por
mentiroso a Avellaneda, autor del apócrifo Quijote.

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