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428
José María Rodríguez Olaizola, SJ
CON LA COLABORACIÓN DE
LA PALABRA
DESENCADENADA
Creer en tiempos de pandemia
Cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,
salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográf icos)
si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
(www.conlicencia.com / 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Imprimatur:
Manuel Sánchez Monge
Obispo de Santander
22-05-2020
Diseño de cubierta:
Félix Cuadrado Basas (Sinclair)
Imagen de cubierta:
© Pablo Martín Ibáñez
ISBN: 978-84-293-2981-0
Índice
Presentación
Agradecimientos
Prólogo. Templos cerrados. Iglesia abierta
PRIMERA PARTE.
CUARESMA Y CUARENTENA
TERCERA PARTE.
NO BUSQUÉIS ENTRE LOS MUERTOS AL QUE VIVE
APÉNDICE.
EN LA PARROQUIA VIRTUAL…
Colaboran
Homilías por autor
Poemas por autor
La música
Presentación
La estructura del libro que tienes entre las manos es sencilla. Por una
parte, hay un relato. El relato de cómo surgió esta iniciativa. Una reflexión
sobre su conveniencia, y también sobre las polémicas eclesiales en medio
de las cuales nosotros optamos por este tipo de celebración. Y una
propuesta de sentido, vinculándolo con los tiempos que nos tocaba vivir
(Cuaresma, Semana Santa, Pascua). Pero es también un relato más íntimo,
de la parte que no se ve. La necesidad de aprender sobre la marcha, el ir
solucionando problemas técnicos para los que no estábamos preparados,
algunas anécdotas, la dificultad añadida de tener a la mayoría del equipo
de baja por el COVID-19 durante algunas semanas. Todo eso es parte de la
pequeña historia de nuestra gran comunidad virtual.
Por otra parte, ofrecemos, de cada día, la homilía y el poema elegido,
junto con una referencia a las lecturas de esa jornada. Hemos mantenido el
tono coloquial. Las homilías son casi transcripciones y en ese sentido
mantienen muchos de los giros de la conversación. También hay estilos
diferentes, reflejando a los distintos celebrantes.
Desde el principio pensábamos en cómo equilibrar continuidad y
diversidad, cómo intentar hacer del tiempo que tuviéramos (ni imaginaba
cuando comenzamos que se fuera a alargar más de dos meses) ocasión
para una reflexión creyente y con sentido ante lo que estábamos viviendo
y, al tiempo, para compartir distintas miradas y voces que enriqueciesen
dicha reflexión. La eucaristía diaria de las 8 de la tarde en San Francisco
de Borja es la que yo celebro normalmente cuando estoy en Madrid. Y fue
muy natural, por horario y continuidad, comenzar con esas
retransmisiones (aunque pronto las pasásemos a las 8,05, para que la gente
pudiera sumarse a los aplausos que a las 8 de la tarde la sociedad dedicaba
a quienes trabajan en el mundo de la sanidad). Desde pronto vimos que un
camino podría ser el de que yo diera la continuidad, algo así como el hilo
conductor, a este tiempo, siendo quien celebrase con regularidad, a la vez
que ir incorporando en algunas jornadas a distintos compañeros jesuitas.
La diversidad de voces, estilos, y maneras de expresarse es una riqueza
cuando se muestra la misma pasión por Jesús y su evangelio.
De cada día publicamos, en los capítulos que componen el libro, una
referencia al tiempo litúrgico y a las lecturas de ese día, así como la
homilía y el poema elegido. Cuando no hay mención explícita del
celebrante, es que ese día fui yo. Pero iremos especificando los días en que
presidió y predicó alguno de los compañeros jesuitas que compartieron
estas retransmisiones. Antonio España es el provincial de España de la
Compañía de Jesús. Pablo Guerrero es responsable de familia de la
Compañía de Jesús en España. José Ramón Busto es párroco de la
parroquia San Francisco de Borja en Madrid. Daniel Villanueva es
responsable de cooperación internacional de la provincia. Seve Lázaro es
director de la Casa San Ignacio en el barrio de la Ventilla en Madrid. Cada
uno, con su perspectiva y su sensibilidad, contribuye a crear un tapiz
colorido, lleno de matices.
En cuanto a los poemas-oraciones que se leen al final, los hay de
distintos autores, y algunos también son míos. En los míos no lo
indicaremos, para no repetir demasiado. Pero por supuesto, sí señalaré el
nombre de sus autores en los casos restantes.
El libro tiene un prólogo y tres partes que se corresponden con las tres
grandes etapas de este confinamiento. La Cuaresma, la Semana Santa y el
tiempo de Pascua (o la parte de este tiempo pascual que nos ha tocado
vivir en fase cero).
Esperamos, de verdad, que se pueda convertir en memoria de estas
semanas tan especiales. Y en invitación para no perder algo de lo mucho
que, unos y otros, hemos podido descubrir en medio de esta pandemia: el
valor de una fe viva, la importancia de reordenar las prioridades, la
conciencia de que la Iglesia sabe adaptarse para seguir llevando el pan, la
paz y la palabra allá donde esté. A todos, muchas gracias por habernos
acompañado en el camino. Y un fuerte abrazo.
José María R. Olaizola, SJ
Madrid, 31 de mayo de 2020
Agradecimientos
CUARESMA Y CUARENTENA
Ex 17,3-7. Estaré yo allí, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella
agua para que beba el pueblo.
Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. No endurezcáis vuestro corazón.
Rom 5,1-2.5-8. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Jn 4,5-42. El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed.
El amor. Mirad, estos son días para dedicar un poco más de tiempo a
pensar en nuestros seres queridos. Para darnos cuenta de que a veces nos
damos tan por sentados unos a otros que no tenemos tiempo para
cuidarnos, llamarnos, desearnos el bien, preguntarnos más a fondo, cómo
estás, o decirnos que nos queremos. Y ahora que incluso no podemos
viajar para vernos, nos damos cuenta de lo importante que es la gente a la
que amamos y que nos ama. Ahora conversamos de otro modo.
El servicio. Es muy emocionante y especial el empezar a ver cómo
tanta gente empieza a ofrecer sus talentos, su tiempo, sus capacidades. Sin
racanear, sin medida, sin egoísmo. Es momento en el que surge una
pregunta que vuelve una y otra vez: «¿Cómo puedo ayudar?». Y de golpe
descubrimos que cuidar unos de otros también sacia, y colma, y llena.
La fragilidad. Estamos tan acostumbrados a relacionarnos desde
nuestras fortalezas, que ¿por qué no bajar la guardia por un momento y
compartir que estamos aterrados, que nos preocupa el futuro, que no
sabemos lo que va a pasar, que nos reconocemos vulnerables, limitados y
que el vernos mortales nos invita a repensar nuestras prioridades? Es
también momento para que, quien enferma, aprenda a dejarse cuidar,
porque también eso es necesario e importante.
La fraternidad. Mirad, no es solo que el problema sean los cercanos.
También hay tanta gente lejana sufriendo a diario lo que a nosotros nos
resultan recortes coyunturales, que quizás este sería un momento para
pensar en cómo estamos construyendo nuestro mundo y nuestras
sociedades. Quizás ahora podemos comprender con más hondura las vidas
de las personas heridas. Si una pandemia no entiende de fronteras,
tampoco el amor, la pasión, la solidaridad debería entender de fronteras,
porque somos una gran familia humana.
Y, por último, la fe. Los creyentes necesitamos a Dios. Y a veces
podemos vivirlo desde la inercia. Por ejemplo, estamos tan acostumbrados
a tener acceso casi a la carta a la celebración de la eucaristía que ahora,
cuando nos toca vivirlo a distancia, descubrimos la experiencia cotidiana
de tantas personas. Y de golpe comprendemos que Dios no es una
eventualidad más en nuestras vidas. Creo que este es un momento para
orar desde nuestra verdad desnuda. Para compartir nuestras grandes
preguntas. La conciencia de nuestra finitud. Nuestra necesidad de una
Palabra que dé sentido. La limitación. Una manera de entender la felicidad
que vaya mucho más allá de la cara amable de la vida.
Quizás hoy es el momento para sentarnos junto al Señor, en el pozo,
dejar de hablar de nuestras pequeñas charcas muertas que a menudo no son
más que espejos en los que nos miramos nosotros mismos y pedirle, que
nos descubra, en verdad, donde está el agua viva, la del amor, el servicio,
la fragilidad, la fraternidad, y una fe viva.
COMO UN TORRENTE
Como un torrente,
a mi paso iré anegando,
con tu agua,
montañas y valles,
y la tierra sedienta
se saciará de Ti.
2 Re 5,1-5a. Naamán se bañó en el Jordán siete veces conforme a la palabra del hombre
de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio.
Sal 41. Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿Cuándo veré el rostro de Dios?
Lc 4,24-30. Ningún profeta es aceptado en su pueblo.
Las lecturas de hoy nos ponen delante de una enfermedad tan llena de
significado en la historia de la Biblia como es la lepra. Podríamos decir
que esta enfermedad, el coronavirus, se nos ha vuelto una forma de lepra,
¿verdad?
Pero cuidado con paralelismos precipitados o reduccionistas. Porque
no solo debe preocuparnos el virus, que, por supuesto, a quien afecte, ojalá
recupere la salud, ojalá la ayuda inestimable del personal sanitario le
ayude a recobrarse, y el cariño de los suyos, y también nuestra oración de
unos por otros.
Pero pensaba yo hoy en algunas otras lepras que pueden asomar, y que
quizás están emergiendo al hilo de esta crisis, de las que podemos pedir al
Señor que nos limpie y para las que necesitamos bañarnos. Como Naamán
es invitado a bañarse siete veces en el río, dejadme hablar de siete lepras
cotidianas contemporáneas que están emergiendo y de las que necesitamos
ser curados.
Frente a todo esto, lo que nos toca son unos «baños» diferentes en ese
río. Quisiera convertir esto en oración. Hoy quisiera que juntos nos
zambullamos en ese río de agua viva, que nos bañemos en el mar de Dios.
Y que nos dejemos ir sanando de las lepras que nos pueden afectar a todos.
Que el egoísmo se convierta en generosidad y alteridad.
Que la frialdad se convierta en preocupación y verdadero interés por el
prójimo.
Que aprendamos a dirigir la mirada hacia lo importante, que es ahora
el bien común y la situación de los más débiles de nuestra sociedad.
Que nos respetemos profundamente más allá de las diferencias
cotidianas.
Que nos cuidemos más en las relaciones. Ahora que no nos podemos
acariciar con las manos, acariciémonos con las palabras, con los gestos,
con los silencios, con la actitud.
Que demos un tiempo y un momento al silencio tan necesario en
nuestra vida.
Y que, en nuestra fe, aprendamos la verdadera oración, que es: en tus
manos, Señor, ponemos nuestra vida, en la sombra y en la tormenta,
sabiendo que tú vas con nosotros.
NADIE ESTÁ SOLO
Hay algo muy bonito en la parábola que propone hoy Jesús. Y además algo
que nos puede ilustrar mucho hoy. La parábola que acabamos de escuchar
puede ilustrar mucho nuestra situación presente. A mí me gusta hablar de
laberintos. Un laberinto es un lugar donde andamos perdidos, con cierta
sensación de estrechura, un lugar agobiante, lleno de estrecheces,
recovecos, donde andas un poco perdido, sin encontrar la salida.
Estos días de mayor encierro también tienen algo de laberinto. El
laberinto es un lugar de agobio, de incertidumbre, de malestar. No
sabemos qué va a pasar con la salud, y en segundo término con el futuro,
el trabajo, la economía, la vida…
Creo que uno de los grandes peligros de nuestro mundo es el laberinto
de los espejos. En el que solo te ves tú. Solo ves tu propia situación, tu
necesidad, tu interés, tu vida. Si cada uno nos vemos solo a nosotros
mismos (lo que yo quiero, lo que yo necesito, lo que a mí me gusta, lo que
a mí me molesta, lo que a mí me preocupa, lo que a mí me enfada, lo que a
mí me hiere, lo que a mí me gustaría). Si todos vivimos solo en clave de
yo, la convivencia estos días va a ser terrible y puede convertirse en un
infierno, en una competición de egos. Porque estamos muchos
compartiendo vida.
El ejemplo de la parábola es muy real. Al hombre que vive viendo solo
espejos, le ocurre lo de este deudor (que a uno le pide perdón y al otro le
exige respuesta). Porque de ti necesito que me perdones, y es lo que te
exijo; y de ti necesito que me pagues. Cuando solo importa el yo te
vuelves ciego al otro. Sin embargo, nosotros hoy necesitamos conjugar
mucho más la segunda persona. Y esto va a ser especialmente importante
estos días. Tenemos que escuchar nuestros miedos, nuestras heridas,
nuestros cansancios, pero también los de los que viven con nosotros.
Tenemos que comprender que no todos reaccionamos de la misma forma.
Que a lo mejor uno es más tranquilo y otro más nervioso. Cuidar los
espacios comunes, tantas cosas… Seguro que ya en estos pocos días han
surgido roces, preocupaciones, problemas.
Por eso os invito hoy a pensar en las personas con quienes os toca
compartir espacio. Y dedicar un rato a pensar en segunda persona. Ojalá
sepamos romper los espejos para abrirnos al otro. Cómo puedo ayudar.
Cómo puedo hacerte la vida más fácil. Cómo puedo cuidarte. Cómo puedo
acompañarte. Cómo puedo conocerte. Esto, hoy, es una oportunidad.
Incluso si estáis solos. En realidad, hay muchos ámbitos en los que nos
cuidamos más a distancia: lo virtual, las conversaciones a distancia, hasta
la oración unos por otros.
Y no quiero dejar pasar la ocasión para hacer una reflexión sobre el
perdón. Porque va a ser necesario en esta etapa. Todos nos vamos a
equivocar. A menudo. Todos. ¿Va a haber tensiones? Sí. ¿Palabras mal
dichas? Sí. ¿Va a haber enfados? ¿Discusiones? Lo normal es que haya. Es
posible incluso que quienes estáis compartiendo esta eucaristía estéis en
este momento enfadados unos con otros. No pasa nada.
Perdonar no es buscar razones ni poner condiciones. Es algo mucho
mayor. Es aceptar los pies de barro. Es aprender que no nos necesitamos
invulnerables. Nadie es perfecto, así que vamos a intentar mirar con
ternura la limitación de los otros. Las manías, los complejos, las
inseguridades. Estos días tenemos que reírnos juntos mucho más. Tenemos
que tomarnos el pelo. Y tenemos que aceptarnos. Y sí, si nos equivocamos,
tenemos que aprender a perdonar y a pedir perdón. Y hacerlo de verdad, y
con cariño. Este es tiempo para ser enormemente delicados.
Creo que llevamos décadas en una sociedad crispada, entregados a la
exigencia, y donde la palabra perdón, y mucho más la posibilidad de
reconciliación, ha desaparecido del horizonte y discurso público. Esta es
una oportunidad para aprender a aceptarnos frágiles, a cuidarnos, y a
perdonarnos. No siete veces, sino setenta veces siete, toda la vida, porque
así nos ama Dios.
PERDÓN
Seguiremos caminando,
más allá de fracasos y golpes.
Seguiremos amando,
venciendo a soledades y deserciones.
Seguirá la historia,
la memoria poblada y la espera impaciente
de lo que ha de llegar.
Uniremos los pedazos
dispersos, los fragmentos de sueños,
estrecharemos brazos heridos.
Setenta veces siete alzaremos los ojos
y retomaremos la ruta.
Con otros,
igual de frágiles,
igual de fuertes,
igual de humanos,
haremos surcos
en la tierra fértil
para seguir sembrando
un evangelio de carne y hueso
regado con los anhelos más hondos,
y crecerá, imparable, la vida.
18 de marzo
¿Qué es dar plenitud a la ley?
Ojalá esta palabra que hemos escuchado hoy se convierta en palabra para
nuestras vidas. La relación de Jesús con la ley no terminamos de
entenderla. Porque por una parte parece muy libre, y le acusan incluso de
saltársela, y luego nos encontramos con afirmaciones como esta de hoy, en
que dice que ha venido a dar cumplimiento a la ley. ¿Cómo entender esta
afirmación? ¿Qué es dar plenitud a la ley? No es poner el listón aún más
alto. Si interpretamos la ley en clave de cumplimiento perfecto y
escrupuloso de un montón de normas, estamos todos más que perdidos.
Porque, mirémonos cada uno un poco por dentro y por fuera, ¿quién es
capaz de vivir todo esto con claridad y perfección?
Creo, más bien, que dar plenitud es colocarla en su lugar y darle
hondura y sentido. En realidad, dar plenitud a la ley quizás es ponerla en
su justa perspectiva, porque es necesaria e importa. Porque no se trata de
la cantidad de pequeñas o grandes normas que hay que cumplir. Se trata,
sobre todo, de poder tener como un manto, un cuadro mayor, que le dé
sentido a todo. Ese manto es el amor. Ese va a ser, una y otra vez, el
resumen de la ley para Jesús. El amor que aprendemos en Dios. Pero, ¿qué
es lo que aporta la idea de «Ley»?
Creo que aporta tres elementos bien importantes dentro del amor.
Aporta, primero la conciencia del valor de los límites. Los límites no
son algo malo, sino que a veces son las coordenadas en las que poder
desplegar la actividad. La conciencia de que tenemos límites y que
tenemos que darnos límites no es algo malo. Al contrario. Hay que
aprender a vivir con límites, porque la realidad es así (y el sueño de la
omnipotencia es muy tramposo). Ahora mismo la realidad nos ha puesto
unos límites que hace ocho días ni imaginábamos. Pero no hay que
asustarse. Lo que hay que aprender es a ser creativos dentro de nuestros
límites. La realidad nos pone límites. El primero, la vida. Y en la fe,
también los hay –por ejemplo, el prójimo, sus derechos, sus
posibilidades–. Cuando decimos, por ejemplo, que alguien se extralimita
estamos mostrando que necesitamos los límites (la ley).
Segundo, la ley tiene que ver con una comprensión del mundo. No se
trata de absolutizar la letra de cada precepto, sino el espíritu de la ley
(porque lo que tiene es un objetivo, una meta, una imagen del mundo).
Pero la ley no es una suma de preceptos, sino un gran corpus al servicio de
la justicia, cuyo objetivo es el bien y la plenitud del ser humano, su vida
integral, su hondura, su dignidad, su crecimiento, su comprensión de una
verdadera libertad, su capacidad para elegir el bien (si tuviéramos que
enmarcarlo con una palabra, el amor). Por eso, el ser humano va a estar
antes que la ley, o la persona antes que el sábado.
Tercero, ¿la ley está al principio o está al final del camino? En
realidad, es todo un proceso. Nadie sabe cómo tiene que vivir desde el
principio. Dar plenitud a la ley es convertirla en oportunidad de
crecimiento, en escuela y camino. En el camino vamos encontrando y
aprendiendo a lidiar con los límites. Nos equivocamos. Nos hacemos
heridas, hacemos heridas a otros, perdonamos… Vamos descubriendo cada
vez más en qué consisten esos límites de la vida. La ley del amor es el
horizonte hacia el que caminamos. Y la ley (el amor), aterrizado luego en
opciones concretas que siempre ponen en el centro la creación, el prójimo,
la vida y el valor y dignidad de la persona, se va aprendiendo.
De alguna manera eso se aplica en todas las circunstancias de la vida.
Ahora a nosotros nos toca encontrar nuestra manera concreta de aprender a
vivir en unos límites nuevos. El confinamiento, la falta de libertad de
movimientos, los aceptamos porque los vemos necesarios, por nosotros y
por otros. Nos toca también poner en el amor la referencia de la cantidad
de pequeñas y grandes normas que nos vamos a tener que ir dando en la
vida diaria. Seguro que estos días surgen pequeñas normas cotidianas en la
vida común. No por cumplir, sino por cuidarnos. Y es, también, un
aprendizaje, un camino en el que ya sabemos que no nacimos aprendidos.
Ojalá volvamos a la normalidad. Pero que el camino sea escuela y
vayamos aprendiendo.
Hay pocas personas de las que se diga tan poco en el evangelio. De san
José solo se dice que era justo y era bueno, nada más y nada menos. Estoy
seguro que a todos nos gustaría que se pudiera decir de nosotros que
fuimos personas buenas, buenas personas.
Cuando pensamos en el misterio de la Encarnación, en la infancia de
Jesús, hay una figura clave en la historia de la salvación, la figura de
María, la madre del Señor. Casi podría decirse que se ha eclipsado
cualquier otra figura en la infancia de Jesús. Una de estas figuras a la que
no hemos hecho justicia es la de san José.
La imaginería popular nos lo ha representado casi como un anciano
que siempre está en segundo plano; si me entienden la expresión a veces
nos lo han presentado como un «padre de relleno». Sin embargo, José, el
esposo de María, era justo y bueno.
José es la persona que en el designio de Dios va a acompañar la ternura
de María. Les invito a que hagamos juntos un poco de teología-ficción y
nos imaginemos el papel que cada uno jugó en la educación del niño y
joven Jesús.
María, como toda madre hebrea, le contará a su hijo la historia de las
grandes mujeres de Israel. Le hablará de Judith y cómo Dios se fija en la
debilidad; le hablará de la reina Esther y de cómo Dios acompaña a su
pueblo en los momentos difíciles; le hablará de Ruth y de cómo Dios es
fiel con los pequeños. María, como toda madre hebrea, contará a su hijo
las grandes narraciones de Israel. Le hablará de David y Goliat y le
explicará cómo las apariencias engañan y que Dios no mira la superficie,
sino que mira el corazón. En María, Jesús descubrirá que Dios es un Dios
de ternura apasionada por su pueblo, un Dios apasionado por los últimos,
por los pequeños, por los sencillos, por los que sufren.
Pero no solo María educó a Jesús. José, como todo padre hebreo
enseñará a su hijo la oración del Shema Israel que todo hebreo varón reza
en la pascua judía. «Escucha Israel, Yahvé, solo Yahvé, es tu Dios, el que
sacó a tus antepasados de Egipto, el que dio a tus padres la libertad, el que
se acordó del grito de los esclavos de los egipcios». José le hablará a su
hijo de un Dios que «ha escuchado el grito de su pueblo». José le
descubrirá a Jesús que Dios está comprometido con la historia y
especialmente con la historia de los que están siendo oprimidos.
José llevará a su hijo a la sinogoga. Le ayudará a descubrir que su
pueblo es un pueblo con historia. Y esa historia es una historia de
salvación. Con José, el joven Jesús escuchará la Torá, la ley de Israel;
juntos escucharán el Génesis, el canto a un Dios que nos da su vida, que
nos crea. Juntos escucharán el Éxodo, la historia de la liberación de Israel,
la llamada a ser liberados y a liberar.
Jesús, en la sinagoga, al lado de su padre, escuchará el mensaje de los
profetas, el mensaje de la ternura de Dios que nos lleva grabados en la
palma de sus manos, de la ternura de Dios que nos cuida como una madre
cuida a su hijo. Juntos escucharán las palabras del profeta Isaías:
«Consolad, consolad a mi pueblo dice el Señor, habladle al corazón de
Jerusalén». Juntos escucharán las palabras del profeta Ezequiel: «Pasaré
junto a tí, haré una alianza y esa alianza será eterna».
Sabéis que el Día del Padre tiene mucho de comercial, de negocio, de
grandes almacenes; aunque puede que este año, en las circunstancias que
nos toca vivir, hayamos vivido este día de una manera nueva. ¡Quién sabe!
Puede que hasta mejor y más auténtica. En cristiano, recordar a nuestros
padres en el día que recordamos al padre de Jesús significa descubrir en
nuestros padres la misma labor que tuvo san José: acompañar la ternura de
una madre, descubrir a su hijo la historia de su pueblo y animar a su hijo a
sentirse liberado y llamado a liberar a otros.
Yo admiro mucho a las personas que son padres y que, a la vez, como
san José, son hombres buenos. Y los hay y, gracias a Dios, muchos. Creo
que no es fácil ser padre, y menos aún ser un buen padre. Por eso hoy, en la
Iglesia, es un día para dar gracias por todos esos hombres buenos que son
buenos padres. Dar gracias por esos varones que son capaces de
acompañar con su ternura la ternura de una mujer. Dar gracias por esos
varones que, como esposos y padres, creen en la igualdad, en el respeto y
en la solidaridad. Dar gracias por esos varones que descubren que sus hijos
son un misterio, que son parte suya, pero que no son de su propiedad.
Hoy es un día para dar gracias por esos varones que se creen de verdad
que, como padres, necesitan construir un buen nido para sus hijos pero, a
la vez, necesitan también enseñarles a volar. Necesitamos de personas,
padres y madres, que sigan dando a sus hijos dos grandes regalos: raíces y
alas. No es fácil ser padre, no es fácil ser madre. Pero estoy convencido de
que merece la pena.
Estamos recorriendo un camino juntos. Es curioso cómo la cuarentena
puede unirnos más. Estas semanas muchos padres y muchas madres
estareis aún más cerca físicamente de vuestros hijos. Puede que alguno de
vosotros no podáis estar cerca de vuestros padres y que estéis separados
por cientos o miles de kilómetros. Sin duda más de uno de vosotros tendrá
a sus padres enfermos. Otros, como yo, sabemos que nuestros padres ya
están, para siempre, en manos de Dios; ya están «en casa». A todos os
invito a dar gracias a Dios por vuestros padres.
[1] Más de una vez habrá en algún momento de alguna homilía alusiones personales. La
situación de incertidumbre, el cariño expresado por tantas personas hacia el equipo que
preparaba la liturgia, el miedo a los contagios –especialmente cuando estábamos en los días más
duros de contagios y muertes– todo ello se tenía que transparentar en algunos momentos.
SOLO SÉ CÓMO SE LLAMA
Que si nació hoy, que si nació ayer, que si nació aquí, que si nació allá.
Que si murió a los 33, que si murió a los 36, que cuántos clavos, que
cuántos panes y pescados.
Que si eran reyes, que si eran magos.
Que si tenía hermanos, que si no tenía.
Que dónde está, que cuándo vuelve.
Se llama Jesús…
Gabriela Mistral
20 de marzo
El amor en los tiempos del coronavirus
Estos días parece que, por un rato, casi todos hemos aparcado muchas
batallas absurdas para centrarnos en lo importante, que es cuidarnos unos a
otros. Se ha despertado mucho amor que no es que no estuviera, pero
quizás estaba dormido o demasiado instalado en la rutina. Está habiendo
trabajo y esfuerzo. Está habiendo enfermedad y flaqueza. Está habiendo
miedo, mucho miedo. Está habiendo seguramente enfados y cansancios,
pero también esfuerzos en la convivencia. Rutinas. Aburrimiento. Duelo.
Y mucho de ello tiene que ver con el amor.
Amor es desenredar
marañas de caminos en la tiniebla:
¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra por dentro.
Es entrarse en la entraña
de la noche y adivinarle la estrella en germen…
¡La esperanza de la estrella!…
Amor es amar desde la raíz negra.
Amor es perdonar;
y lo que es más que perdonar,
es comprender…
Amor es apretarse a la cruz, y clavarse a la cruz,
y morir y resucitar
¡Amor es resucitar!
Mucho ánimo para todos y un cálido saludo para quienes estáis sufriendo
el duelo y tantas situaciones complejas. Un saludo de ánimo también para
quienes de distintos modos os desvivís porque otros vivan. Ojalá la
palabra de hoy sea caricia, al traducirse para nosotros.
A veces me gusta definir la vida como baile, porque creo que bailamos
con la vida, la soledad, el tiempo… Otras veces pienso en la vida como
batalla. Incluso pienso que a veces es algo de las dos cosas. Bailan y
batallan dentro de nosotros algunos polos opuestos: Humildad y orgullo,
bien y mal, generosidad y egoísmo, ambición y heridas, alegría y
tristeza…
Quizás, entre esas polaridades que llevamos dentro, una de las luchas
más fuertes sea la que hay entre el fariseo y el publicano que nos habitan.
Creo que dentro de cada uno pelean ambos.
Y al mirar afuera,
comprendí a mi hermano.
Supe que sus lágrimas,
sus luchas, y errores,
sus caídas, y anhelos,
eran también míos.
Ese día mi oración cambió.
Saludo a todas las personas que nos están viendo desde sus casas, en este
momento tan crítico e inesperado. Mi saludo especial va para los que están
sufriendo la enfermedad directamente o en sus familiares y amigos.
También en todas las personas que contribuyen a la sanación por medio de
sus cuidados profesionales, de la atención en los transportes, en la
producción general, en los servicios básicos, en la seguridad de nuestras
calles, en las instituciones del Estado de las autonomías… Gracias a todos
de corazón y desde aquí nuestras oraciones con nombres y apellidos que,
en cada casa, podéis pronunciar en silencio.
Como cristianos, alzamos la mirada más allá hacia donde nos cuesta
mirar. Buscamos la esperanza que nace de la fe. El anhelo por una
humanidad plena e íntegra. ¿Qué nos puede estar diciendo Dios en esta
situación? ¿A qué nos invita en este domingo de Cuaresma? Levantamos
los ojos para tratar de ver, pero hay que reconocer que somos ciegos, que
nuestra mirada es muchas veces pasiva y que nos falta luz.
Luz. «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Jesús nos sitúa
ante una luz que nos puede ayudar a vivir, a reconocer contornos en las
personas y las cosas, a distinguir ideas y falsedades, a dejar que
resplandezca el bien y no el egoísmo. A los creyentes o aprendices de
creyentes, nos llega la luz de Dios, aunque muchas veces no sepamos del
todo definirla plenamente. La luz de Jesús atraviesa sociedades enteras y
pide de nosotros proteger y mantener esa luz.
La segunda lectura nos insiste en pedir esa luz, en buscar esa luz y en
ser esa luz: «Antes erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid
como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la
luz». La luz no consiste, solamente, en tener las ideas bien organizadas. Se
trata de bondad-justicia-verdad. Un periodista hace unos días decía:
«Éramos felices y no lo sabíamos» (Íñigo Domínguez, El País). A lo
mejor, vivíamos en un sueño de las sociedades occidentales («el mal
blanco» de Saramago) que estaban resguardadas de todo y que temían la
llegada de otras mentalidades, otros pueblos, otros ritmos y otros virus.
Ahora podemos decir que podemos ser felices con lo que vivimos hoy, con
lo que sufrimos hoy, con lo que padecemos hoy, solo si tratamos de ser luz,
es decir, bondad-justicia-verdad para otros. Tal como hacen tantas
personas que sirven a la sociedad en medio del estado de alarma. ¿Qué
podemos aportar nosotras y nosotros? Seguir un ritmo saludable, habitar
espacios pequeños, atender a los débiles, buscar la verdad de lo sucedido,
acostumbrarnos al silencio profundo, impedir que los más vulnerables
empeoren. Esa es una llamada que podemos hacer sin salir de casa.
Ser luz lleva a la esperanza: Jesús es luz, el buen pastor que me lleva a
verdes praderas, que me conduce a fuentes tranquilas (Sal 22), que nos
invita a vivir de forma plena, aunque distinta a lo que teníamos antes. Esta
luz nos llama a una fe vivida y viviente, que provoca esperanza, que
supera la ceguera para que miremos por nosotros mismos junto a Dios y
Jesús, que mira de forma nueva y que da luz al mundo y vida al mundo.
EL DIOS DE LA FE
Javi Montes, SJ
24 de marzo
¿Testigos o víctimas del coronavirus?
Ez 47,1-9.12. No se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos
cada mes.
Sal 45. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Jn 5,1-16. Levántate, toma tu camilla y echa a andar.
«Me piden que escriba unas letras sobre cómo estoy viviendo este tiempo
de aislamiento. El haber sido tocado por esto del coronavirus y haber visto
sus garras, primero en casa y luego en el hospital, sin hacerme sentir
diferente a nadie, me convierte un poco en víctima y otro poco en testigo,
como muchos otros. Creo que el aprendizaje está en ir del primero al
segundo.
Víctima, como tanta y tanta gente que a mi alrededor lo padece y lo
sufre. Con esa incertidumbre de ver los síntomas aparecer y darme cuenta
de que nada me calma, de que nada alivian esos remedios de paracetamol,
ibuprofeno, nolotil, y tantos otros calmantes. ¡Qué desesperación llegué a
sentir con esa maldita fiebre que no se me iba!
Víctima, porque me sentí esquizofrénicamente desinformado de lo que
realmente me pasaba. Pues los números oficiales de teléfono a los que
llamaba nunca me cogían, o los médicos me lo negaban todo en los pasos
previos al ingreso, quédate en casa, me decían, será una gripe, será un
cuadro viral, bueno, te vamos a hacer unas pruebas y te vuelves a casa…
Cuando por otro lado, los medios me inundaban de información con los
síntomas y día a día en mi domicilio comprobaba que eran los que yo
tenía. ¡Llegué a no entender nada!
Víctima también de verme de repente marcado y señalado, como
alguien al que hay que aislar inmediatamente y del que hay que prevenirse,
del que hay que avisar urgentemente que lo tengo, para que todos aquellos
con los que estuve en contacto se pusieran rápidamente en cuarentena. Lo
que me hizo ver el rostro más amargo de esta pandemia: estoy contagiado
y condenado a estar solo, apartado. Todavía resuena en mi cabeza el grito
de una enfermera diciéndole a otra que se disponía a entrar en mi
habitación: “¡En la 325 no entres por nada del mundo!”. Cuántas
habitaciones y domicilios tienen esa marca y se les habla y mete la comida
desde la puerta, o se les llama por teléfono una miserable vez al día desde
los centros médicos, para poco a poco dejarles morir, como a Pepi, la
sacristana de nuestra parroquia.
Pero esta vivencia de víctima, que tal vez es la primera, tiene que ir
dejando paso a otra, la de testigo, y esta, al menos en mi caso, está siendo
la vivencia más profunda y más fecunda, en lo que puedo alcanzar a ver.
Testigo de ver cómo la debilidad me roza, se instala en mi vida o me
llega a invadir: es muy duro vivirse ahí, durante minutos, horas, días que
se hacen eternos. Pero a la vez es muy fecundo, porque toco el humus y la
tierra de eso que soy realmente, un ser terrenal, finito, fragmentado…
Muy lejos de ese endiosamiento y centro en el que me gusta vivir, y por el
que me afano cada día desde mi pericia personal o profesional. Qué bueno
que este dichoso virus esté haciéndonos sentir débiles a todos: a los
especialistas, a los políticos, a los profesionales de la salud, a los
familiares y, cómo no, a los enfermos. Qué oportunidad está siendo para
aprender a adorar y dar gracias por el misterio de fragilidad y
vulnerabilidad que envuelve esta aventura de mi vida.
Testigo de ver cómo tantas y tantas personas desde diferentes puestos
hacen todo lo que pueden. Se cuenta que Van Eyck y algunos otros pintores
flamencos firmaban sus cuadros con una misma frase que decía: “como
mejor puedo”. Y esa es la firma que todos estamos poniendo en esta
cuarentena. Me gustaría estar mejor de lo que muchas veces me descubro,
vivir mejor este difícil momento, sentirme más útil desde lo que voy
haciendo o querría hacer. Todos estamos lejos o muy por debajo de eso por
lo que tanto se nos mide en las empresas y trabajos: nuestro rendimiento
profesional. Pero, ¿quién nos ha metido eso en la cabeza? Lo que la vida
me pide en esta y en cualquier otra circunstancia es que haga “como mejor
pueda”. Y me ha sido y es tan hermoso verlo en los cuidados de la gente de
la comunidad en la que vivo, y que tan cariñosamente me atienden en el
aislamiento; como en Raúl, el médico que durante esos cinco días que
estuve en casa me llamaba por la mañana, por la tarde y por la noche;
como en todo el equipo del hospital de Asisa en Moncloa donde estuve
ingresado cinco días; como en toda esa corriente de mensajes de ánimo y
oración que he recibido y recibo por el teléfono; como en la sociedad
entera que lo único que puede hacer es quedarse en casa y aplaudir
agradecidamente todos los días a las 8 de la tarde. Qué gran aprendizaje
este de sentirnos todos más torpes, menos eficaces, haciendo solo “como
mejor podemos”.
Testigo, finalmente, de lo incondicional. No tengo dudas de que esta
pandemia me está obligando en todos estos días a mirar de frente a ese
acontecimiento al que siempre intento esquivar: la muerte. Lo veo en las
cifras que cada día se van multiplicando y que ya no son cifras, sino
rostros e historias de personas que quiero, cercanas a la familia, al barrio
en el que vivo, al trabajo, a la parroquia de la que formo parte, a todos los
ámbitos de la sociedad. En mis días de hospitalización, las cuatro noches
me despertaban los gritos del paciente de la habitación de al lado, al cual
con oxígeno y todo le venían ataques de tos que intentaban ahogarle. Y yo
al lado rezaba. Mi madre, que también me llamaba cada día dos veces, el
martes 17 me contaba cómo el domingo 15, cuando les puse por el
WhatsApp familiar que me llevaban al hospital, le dijo a mi hermano con
el que vive que la acompañara a la iglesia a rezar. Yo, sin dejarle terminar,
le pregunté: “¿No le habrás pedido a Dios que me cure sí o sí?”. Y ella,
con su fe de 84 largos años, me dijo: “No, hijo, ¿cómo se te ocurre que voy
a pedirle eso a Dios, si no somos nada? Solo le dije que te curaras si
conviene. Y lo que luego le supliqué todo el tiempo es que donde tú fueras,
que me llevara allí, contigo. Que solo junto a ti querría estar, fuera donde
fuera”. En esa hora, solo acerté a llorar. Pero estos días volviendo a ella,
siento que ahí empezó mi mejoría. Allí, dentro de mí, donde hasta
entonces solo existían el virus y la soledad que le acompañaba, de repente
sentí que más adentro incluso, y saltándose todos los protocolos, se había
metido el amor incondicional de mi madre.
Qué bueno, que esta pandemia nos esté poniendo cerca de lo
incondicional de la vida que es la muerte, pero que es también el amor. Y
que cuando acertamos a expresarlo, como mi madre conmigo, estoy seguro
de que se revelará más fuerte y entrará más adentro que el mismo virus,
hasta arrancarnos de él. Así que no dejemos de gastar en teléfono para
gritar a todos los que se sienten solos y enfermos que no lo están, que hay
algo más fuerte que es el amor que les tenemos».
(Seve Lázaro, SJ)
EL SANADOR
Andábamos sedientos,
agitados por batallas
de esas que te gastan por dentro.
Éramos los tibios,
los desalmados,
los insensibles.
Llevábamos puñales
en los pliegues de la vida,
para conquistar, por la fuerza,
cada parcela de nuestra historia.
Conjugábamos la queja
con la insidia,
sospechando unos de otros.
Ocultábamos las heridas
para no mostrar debilidad.
Al encontrarte, deshiciste
los nudos que nos retorcían.
Destapaste las trampas.
Sembraste optimismo,
gratitud, misericordia.
Y ahora somos nosotros
los portadores de un fuego
que ha de encender
otros fuegos,
para iluminar,
el mundo
con tu evangelio.
25 de marzo
Fiesta de la Anunciación
Isaías 7,10-14; 8,10b. Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por
nombre Emmanuel, porque con nosotros está Dios.
Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Heb 10,4-10. Entonces yo dije: He aquí que vengo –pues está escribo en el comienzo
del libro acerca de mí– para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad.
Lc 1,26-38. He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Ex 32,7-14. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios
y proclaman: «Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto».
Sal 105. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.
Jn 5,31-47. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis unos de otros y no buscáis la
gloria que viene del único Dios?
Al morir mi amigo
algo de mí
que ya era él
se fue.
Algo de mí
resucitó en él.
Algo de él
que todavía es yo
se quedó.
Algo de él
espera en mí resurrección.
El tiempo al andar
parece devorar
todo el amor.
Pero cuanto más aleja
en el pasado mi recuerdo,
más me acerca
al encuentro sin distancia
del futuro.
Aunque en mí
cada día tiene
su poda,
su espera y su cosecha,
para él
ya toda la historia se cumplió,
yo llegué con él,
y allí estoy.
Gracias, Señor.
Benjamín González Buelta, SJ
28 de marzo
Nadie ha hablado como Jesús
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Qué suerte haber podido oír
a Jesús hablar en directo. Siempre he tenido esa devoción, esa pregunta,
¿cómo debía de hablar Jesús, para que tantas personas se arremolinaran a
su alrededor, encontrando ahí respuesta a su sed, a sus búsquedas, a sus
inquietudes? ¿Cómo haría arder sus corazones para crear semejante
dinámica de seguimiento? ¿De qué modo hablaría de Dios? ¿Cuánta
esperanza contenida en aquella gente que encontraba descanso en esas
palabras? Sin duda era cobijo, descanso, alivio, encuentro, esperanza,
ilusión…
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Que ganas de escuchar
algo así en estos días. Creo que, como humanidad, al menos en nuestro
tiempo, nunca habíamos vivido nada igual. Podríamos decir que hemos
tenido crisis y catástrofes, pero ninguna de la porosidad y el alcance de la
actual, que no entiende de fronteras, credos, nacionalidades, ideologías o
razas. A medida que se va expandiendo esta ola de muerte, se van cerrando
ciudades, sociedades y naciones enteras y nos vamos quedando encerrados,
recluidos en nuestras casas (los que las tenemos), esperando que este
enemigo invisible sea vencido, confiando en una mezcla de servicios
públicos, sanitarios, ONG, empresas, políticos y científicos trabajando a
contrarreloj.
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Esta situación
existencial, de encierro, de derrota y de miedo, es lo más cerca que hemos
estado nunca del contexto en el que el Pueblo de Israel escribe, formula y
expresa su experiencia de Dios. Por eso es consolador, al menos, leer a los
profetas, como Jeremías, en este tiempo, pues entendemos más –si cabe–
el vocabulario, las expresiones, las angustias y las búsquedas que se
plasman en la escritura y el diálogo de los profetas con su pueblo en un
intento de esperanzar sufrimientos, recordando una y otra vez, la promesa
de Dios con su pueblo.
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Ese era el papel de los
profetas: insistir, una y otra vez, que tras el sinsentido vendrá una
explicación, que tras el sufrimiento y la derrota vendrá una nueva época,
tras la destrucción y el exilio, vendrá un nuevo día, un cielo nuevo y una
tierra nueva… ¿No suenan hoy, estas palabras, de una manera
increíblemente novedosa, distinta y cargada de significado para nosotros,
en medio de esta situación?
Así, esta mañana, al rezar este evangelio, os confieso que la moción
que me surge es: «Ojalá Señor sepamos escuchar tu voz, en medio de todo
este ruido». Como esa gente en el evangelio, que a pesar de todo lo que les
decían supieron entender dónde y a través de quién hablaba Dios. Si algo
me queda claro en el evangelio y en la experiencia del Pueblo de Israel es
que el dolor, el sufrimiento, no son obstáculo para reconocer a Jesús y su
promesa. Que el llanto, el desconsuelo, el miedo, no son obstáculo para
reconocer a Jesús y su consuelo. Todo lo contrario, quizá la vulnerabilidad
nos despierta búsquedas, deseos, esperanzas, que son puertas hacia lo
trascendente. La debilidad y el dolor –lo hemos dicho muchas veces estos
días– nos desmontan espejismos de seguridades y omnipotencias que nos
permiten volver a lo esencial.
Pensadlo, creo que es importantísimo que en este punto de dificultad
en el que estamos, en medio del dolor, del llanto, de la soledad, del miedo,
nos hagamos conscientes de que, probablemente, nunca hemos estado tan
cerca de Dios. Y que quizá más que nunca, ahora, podamos profundizar en
su evangelio, avanzar en nuestra experiencia personal con él y renovar la
promesa, dicha hoy a cada uno y cada una, hoy, de nuevo.
Parece fácil, ¿verdad? El peligro es que ante la experiencia de
vulnerabilidad la tentación es encerrarnos. Como la primera reacción de
los discípulos ante la muerte de Jesús. ¿No os pasa a vosotros? Yo admito
que mi primera reacción ante esta situación es la de la desafección –da
igual lo que haga, yo no puedo cambiar nada–, o la de la indiferencia ante
los otros –solo me importa mi gente (llamo todos los días a ver cómo
están mis padres y mi hermana y me preocupa mi comunidad, y el resto
son como números)– y sin duda la del provincianismo –solo me implico en
aquello que me afecta directamente (solo miro las estadísticas de Madrid,
que es lo que me toca, o las de Asturias, que es donde están mis padres)–.
No sé vosotros, pero yo pido mucho al Señor que me saque de este
aislamiento. No del confinamiento físico, que ya saldremos cuando nos
digan, pero sí de esta tendencia –entendible, pero peligrosa– de reducir mi
mundo a mi propia experiencia y afecto, pues me daría miedo entonces
perderme aquello nuevo que está siendo dicho en el fondo de esta crisis,
aquella voz que quizá esté hablando y pueda despertar mis esperanzas más
hondas, que pueda re-ilusionar mi corazón dolorido, que responda a esta
ansiedad que no me deja. No quiero perderme esa voz. Y, si soy sincero,
esa voz hoy me pregunta:
• ¿Dónde está tu esperanza, Dani? ¿A quién esperas? ¿Dónde está
puesta tu mirada, tu corazón? ¿A qué llamas vida plena? ¿Dónde
encontrarás descanso?
• Y también me pregunta: ¿Quién es tu gente, de los que cuidas?
¿Quiénes te afectan, con quiénes te involucras? ¿Y por qué con esos
otros no? ¿Dónde termina tu sentido de familia?
• Y también me provoca diciendo: ¿Cuál es tu tierra? ¿Hasta dónde
llega tu sentido de pertenencia, la realidad de la que te sientes
responsable? ¿Y por qué más allá de esa frontera, ya no?
No tengo respuesta, pero intuyo que en estas preguntas –en cómo las
respondamos– nos jugamos cómo vamos a reconstruir esta humanidad
herida. Creo firmemente que el encuentro con Jesús nos transforma para
siempre nuestras expectativas sobre la realidad y nuestro sentido de
pertenencia, ayudándonos a ir ampliando nuestro particular ángulo
existencial hacia el horizonte amplio y esperanzados de la gran familia
humana y nuestra casa común.
Ojalá seamos capaces de abarcar esta experiencia de vulnerabilidad
radical, este nuevo miedo que muchos de nosotros estamos viviendo, y que
sea un comienzo de reconstrucción espiritual. Hace años lo decía nuestro
querido Arrupe: «Tan cerca de nosotros no había estado el Señor acaso
nunca, porque nunca nos habíamos sentido tan inseguros».
Ojalá, que al final de este encierro, podamos decir con el
convencimiento del que ha tenido experiencia personal: «Jamás ha
hablado nadie como ese hombre». Ayer lo decía el papa Francisco «El
Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar
y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y
sentido a estas horas donde todo parece naufragar».
Y CUANDO AL FIN VOLVAMOS A ABRAZARNOS
Me vais a perdonar que empiece hoy con una historia personal. Yo entré a
la Compañía de Jesús muy joven, con apenas 18 años, y al poco de hacer
los votos, tras el noviciado, con 20 años, fui destinado a estudiar a
Salamanca. Allí coincidí con un compañero del cual inmediatamente me
hice muy amigo. Fue una de estas amistades que surgen al instante,
alguien con quien enganchas de inmediato, y poquito a poco fuimos
teniendo una relación muy cordial, una amistad de esas que se pueden
contar con los dedos de una mano a lo largo de una vida. Éramos
compañeros de mus, que une mucho, jugábamos al frontón, por las noches,
cada noche, salíamos al frío de Salamanca y hablábamos de la vida, la
vocación, los sueños de cada uno. Isidro escribía poemas preciosos,
aunque era de algún modo reservado sobre ello. No los compartía mucho,
no porque no quisiera, sino porque sentía que no valían. Al cabo de un año
le destinaron a Madrid. Y ya en Madrid le detectaron una leucemia, y en 7
meses falleció. Y es verdad que para mí –y para muchos que tenía cerca–
fue devastador.
Un compañero de su comunidad de Madrid empezó a recopilar sus
escritos, que estaban dispersos en notas, cuadernos personales, algunas
cartas –entonces todavía escribíamos cartas–. Y a los pocos meses
teníamos un pequeño libro con esa memoria convertida en palabra. Y,
leyéndolo, me encontré con algo que me gustaría compartir hoy. Mi amigo
se llamaba Isidro. Lo que había escrito, siendo ya un jesuita joven,
teniendo que luchar las luchas que forman parte de todas las vidas, era
esto:
Isidro Cuervo, SJ
A lo largo de estos casi veinte años, esta oración –y especialmente estos
cuatro versos finales– me ha acompañado muchas veces. Y se ha
convertido en un mantra, una referencia, y un grito de aliento, condensado
en esa última estrofa: «Ya está bien de dormir muerto, y cuando me
despierte que la vida me estalle en las manos».
Dormir muerto. Es una buena imagen. Hay momentos, etapas en la
vida, en las que uno va sucumbiendo a estas pequeñas muertes que te
encierran detrás de losas, te atan a sudarios que no te dejan moverte, te
envuelven en la oscuridad donde parece que no hay nada más. Y te vives
un poco a medio gas, a media vida, a medias ganas. Hay historias que te
matan un poco por dentro (y quizás por fuera). Nos puede pasar a todos
algunas veces. Cuando faltan los motivos. Cuando hay conflictos con otros
que no sabes cómo resolver. Cuando se instala dentro de nosotros alguno
de los venenos que echan raíz y nos muerden por dentro: el rencor, la
envidia, la ira, el miedo… Cuando le fallas a alguien y cuesta aceptarlo.
Cuando te fallan a ti, y cuesta perdonarlo. A veces ocurre. Y entonces
como que te quedas atrapado, en sepulcros cotidianos.
Y no es que sea una vivencia tan solo subjetiva, que solo tiene que ver
con lo que pasa por dentro. Es evidente que las situaciones de fuera
impactan. Fijaos el contexto actual. Como para no estar bloqueados,
heridos, inseguros… Cuántas personas hay en este momento devastadas.
Nos toca lidiar con todo tipo de dificultades. Desde la más dura –que es la
muerte o la enfermedad cercana– hasta otros grandes problemas sociales y
personales que se van generando, consecuencia de la parálisis social, del
encierro, de la dificultad o del miedo al futuro.
Y, sin embargo, y por eso mismo, es importante comprender los dos
elementos que nos enseña Jesús en este relato de Lázaro. Lo primero es
que hay que quitar las losas. Y para eso nos ayudamos unos a otros. Y lo
segundo, hay un «sal afuera», que hoy casi se convierte en profecía.
Llegará un día en que ese «sal afuera» sea literal. Saldremos de nuevo a la
calle, a llenar terrazas, parques, calles, medios de transporte, lugares de
encuentro. Volveremos a salir afuera y a tocarnos, a abrazarnos. Pero hay
un «sal afuera» que también es importante ahora. No nos dejemos sumir
en nuestros pozos –que pueden serlo ahora–. Irán apareciendo. La soledad
de unos, el excesivo contacto de otros, la dificultad de la convivencia, el
miedo al futuro, al no saber qué va a pasar. El dolor ante la enfermedad,
cuando ya es sobrevenida… Todo eso se puede ir convirtiendo en losas que
nos hacen morir un poco. No dejemos que las losas tapen la luz y la vida
de fuera. Porque hay que seguir. Y es que esto es la vida. Es importante ser
conscientes de que nuestro tiempo es para dar vida a borbotones, en las
buenas y en las malas, vivir con hondura, con pasión, con autenticidad,
para amar sin rencor, el tiempo, mucho o poco, que nos toque vivir.
Entonces, de repente,
una voz.
Sal afuera.
Calor.
¿Qué es esto que siento?
¿Será posible
la esperanza?
Sal afuera.
Y sabe, en este silencio
ahora habitado,
que le aguarda
la Vida,
que unos brazos abiertos
le esperan,
para bailar, juntos,
sobre los restos
de su derrota.
Dios mismo,
de nuevo en su horizonte.
Las lecturas de hoy nos hablan de dirigir nuestra mirada. A esta semana,
antiguamente la llamábamos la semana de pasión. Pues bien, en este
«martes de pasión» la Iglesia nos invita a dirigir nuestra mirada: ¿hacia
dónde? Pues hacia la cruz, pero nos invita a mirar a la cruz con ojos
cristianos. Pues de eso vamos a hablar. Vamos a hablar de la cruz, sin
olvidarnos de que hablar de la cruz es hablar de amor.
A veces da la impresión de que, cuando contemplamos la cruz, solo
prestamos atención al dolor, al sufrimiento, y solo nos fijamos en las
torturas que padeció Jesús, como si esto fuera lo importante de ese día;
como si la vida anterior de Jesús fuera una mera anécdota, un añadido,
algo que tiene poco o nada que ver con lo que ocurre en la Pascua del
Señor. Y, sin embargo, la muerte del Señor, la muerte de Jesús, no puede
entenderse sin lo que hizo y lo que dijo hasta entonces. Porque la cruz
revela con todas sus fuerzas que Jesús trató de vivir «como Dios manda»;
la cruz revela cómo vivió Cristo; el modo de morir revela el modo de
vivir. Seguro que habéis oído muchas veces que una prueba de amor es ser
capaz de dar la vida por otra persona, ser capaz de morir por otra persona;
pero también es una prueba de amor el ser capaz de vivir por otra persona.
De desvivirse por otra persona. Decía Lord Byron que es más fácil dar la
vida por la persona que amas que pasar toda la vida con la persona que
amas. Y si algo estamos presenciando en estos tiempos son pruebas de
amor. Cuántas personas se están desviviendo por nosotros, y de tantas
maneras diversas. Cuánto amor hay a nuestro alrededor, en mitad de la
situación tan tremenda que nos toca vivir…
No es solo importante tener motivos por los que dar la vida, sino que
también es muy importante tener motivos por los que VIVIR. El mensaje
de la cruz se puede resumir de muchas maneras, pero, sobre todo, es una
invitación a vivir entregando la vida. En el día de hoy, a mí me gustaría
fijarme en tres realidades, tres realidades que son explicadas con toda su
fuerza y toda su expresión en la cruz a la que hoy somos invitados a mirar:
Hijo, yo te quiero.
¡Señor Jesús!
Mi Fuerza y mi Fracaso
eres Tú.
Mi Herencia y mi Pobreza.
Tú, mi Justicia,
Jesús.
Mi Guerra
y mi Paz.
¡Mi libre Libertad!
Mi Muerte y Vida,
Tú,
Palabra de mis gritos,
Silencio de mi espera,
Testigo de mis sueños.
¡Cruz de mi cruz!
Causa de mi Amargura,
Perdón de mi egoísmo,
Crimen de mi proceso,
Juez de mi pobre llanto,
Razón de mi esperanza,
¡Tú!
Mi Tierra Prometida
eres Tú…
La Pascua de mi Pascua.
¡Nuestra Gloria por siempre
Señor Jesús!
Pedro Casaldáliga
2 de abril
La alianza, un concepto para hoy
Estos días se están tomando tantas decisiones por nosotros que valoramos
más, si cabe, nuestra autonomía. Y estamos deseando recuperar parcelas
de esta autonomía ahora más limitada. Las lecturas hoy nos ayudan a
reflexionar sobre un término bien importante cuando llega el momento de
decidir qué hacer con esa autonomía, o con esa libertad que hablábamos
ayer: la alianza.
Una alianza no es una imposición ni una orden ni una obligación. Una
alianza es un compromiso adquirido libremente, y puede darse por muchos
motivos, desde las más puntuales, estratégicas (por ejemplo, políticas o
económicas), a otras más profundas, hondas y personales que tienen que
ver con lo más esencial, como el amor.
Porque, mirad, hay un tipo de pactos (o contratos o acuerdos) que son
duraderos, que afectan algún aspecto concreto de la vida, que cuando dices
sí te estás comprometiendo del todo, sin puertas abiertas a la espalda y con
un elemento de incertidumbre, de riesgo, de apuesta. Hay pocas alianzas
así en la vida, que lo engloben todo.
Quizás un ejemplo radical lo tenemos en el matrimonio (y por eso el
anillo se llama alianza, por lo mucho que quiere expresar). En una alianza
así pones toda la vida en juego.
La que hoy contemplamos entre Dios y Abrán y la que Jesús pone como
ejemplo es de este tipo. Es una alianza que lo afecta todo, necesariamente,
y tiene varios elementos… Y nos plantea una pregunta, ¿qué tipo de
alianza estás tú dispuesto a tener con Dios? En la alianza hay dos partes.
Lo que Dios promete, y lo que pide.
• La promesa de Dios. ¿Qué nos ha prometido? Sin contrapartida.
Sabiendo que su parte la va a poner al margen de lo que nosotros
hagamos. Su promesa es querernos. Yo te voy a querer, dice Dios,
no tienes que conquistar mi afecto, que ganar mi aprecio. Eres
precioso para mí, yo te amo (como dice Isaías). También promete
estar con nosotros en el camino todos los días hasta el fin del
mundo. Sin imponerse, sin invadir, sin incordiar. Yo estaré, nos dice.
Si me necesitas, estaré. Si me llamas, estaré. Si me buscas,
responderé. Si me pides, te daré, aunque a lo mejor no de la manera
que tú esperas. Pero estaré. Cuenta con ello. También nos ha
prometido darle sentido a la vida. Hay muchos sentidos posibles.
Aunque quizás estos días estamos descubriendo que muchas cosas
que pensábamos que llenaban de sentido la vida no son tan estables
ni las promesas eran tan definitivas ni le dan el mismo sentido a
nuestros días en la época de tormenta. Pero el evangelio sí le da
sentido a la vida, la promesa de Dios da sentido a la vida. Un sentido
que es dirección, finalidad y saber para qué, y eso es respuesta para
los días radiantes, pero también para las noches de tormenta. Y eso
no es poco en este mundo. No nos ha prometido que la vida vaya a
ser un camino de rosas, sino que el que vaya con él, que camine con
él, le seguirá en la pena y la gloria. Compartirá su camino, su vida,
su mesa, y su comunidad. Su promesa es que vendrá cruz, vendrán
dificultades, vendrán tormentas, pero al final la última palabra la
tiene la vida. Esta es su parte de la promesa. Esta es la alianza que
nos propone Dios.
• ¿Qué nos pide, por nuestra parte? ¿Qué nos propone? Guardar su
palabra. Como dice en el evangelio de hoy. Pero guardar su palabra
no es memorizar unas reglas o una serie de versículos y saberlos. La
palabra es Jesús, una palabra viva. Y guardar su palabra no es
ponerla bajo llave en un sitio intocable. Guardar su palabra es
acogerla, abrazarla, vivirla, hacerla carne, encarnarla. Eso es
seguirle. Y entonces, solo entonces, ver.
¿Qué nos toca a nosotros? En este prolegómeno de la alianza que es la
vida, nos tocan cuatro pasos.
Hagamos un pacto:
Tú tenme paciencia,
que yo tendré valor,
y entonaremos un canto
como nunca se ha oído.
Tú pones la fortaleza,
yo la debilidad.
Y envueltos en tu abrazo,
nos lanzaremos
a buscar la justicia.
Tú pones el horizonte,
yo la pasión.
Y hombro con hombro,
hacia ese destino
orientaremos la vida.
Hagamos un pacto:
Tú pones la Verdad,
yo la inquietud.
Tu verdad
y mi inquietud
se enlazarán
en la búsqueda más eterna.
Tú pones la Palabra,
y yo el balbuceo.
Y entre escuchas,
eco y silencios
daremos voz al misterio.
Tú pones la ternura,
yo, cinco panes
y dos peces.
Se saciará el hambre de tantos,
y aún sobrarán doce cestos.
Tú pones la misericordia,
yo algunos aciertos,
y bastantes tropiezos.
Y en la escuela del perdón
brotará la sabiduría.
Hagamos un pacto:
tú quédate a mi lado,
y yo bailaré contigo.
3 de abril
Al otro lado de la muerte hay un encuentro
Jr 20,10-13. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos
de la gente perversa.
Sal 17. En el peligro invoqué al Señor y Él me escuchó.
Jn 10,31-42. Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque
no me creáis a mí, creed a las obras.
A todos nos convoca nuestra fe, pero hoy, de un modo especial, nos
convoca también el cariño hacia personas muy queridas que han fallecido.
Que estos minutos que compartimos sean recuerdo agradecido por su vida
y abrazo cariñoso de unos a otros.
Estamos aquí para dar gracias por sus vidas. Por las vidas de personas
que nos han sostenido, nos han acompañado, nos han reunido, nos han
cuidado, pero, sobre todo, que nos han querido.
Y damos gracias ante el Señor, el mismo que ya se ha encontrado para
siempre con nuestros seres queridos y que ha hecho que estén ahora más
vivos que nunca, porque han dejado atrás ya todo dolor, toda enfermedad,
toda preocupación… Esta es la fe de la Iglesia.
Las vidas de nuestros familiares y amigos fallecidos ya están
sembradas para siempre en el corazón de Dios. Ya están en las mejores
manos. Ya están en casa.
Sin duda, estos días han fallecido no solo seres queridos y conocidos,
también han fallecido personas que han vivido y han estado solas.
Sabemos que Dios hoy es su compañía, su amigo, su verdadero amigo, su
consuelo y su paz. Tengamos presentes, de manera especial, a las personas
que están solas.
Hoy celebramos cristianamente la muerte de muchas personas, es
decir, celebramos su Vida; hoy damos gracias por la vida que pudimos
compartir con ellos y, a la vez, damos gracias por ese encuentro único,
irrepetible, que habrán tenido con Dios. Damos gracias por esos abrazos
que ya han recibido y que les habrán curado de todo.
Es curioso cómo, todavía, demasiadas personas se imaginan que lo que
nos espera al final de nuestra vida es un juez con un código debajo del
brazo (o con un catecismo), para ver qué hemos hecho bien y qué hemos
hecho mal y para ver qué castigo hay que aplicar. ¡Qué ganas, casi
morbosas, tienen algunos de que Dios sea un castigador! ¡Con qué
mezquino corazón proyectamos a veces en Dios nuestra dificultad para
perdonar!
Dios no es un castigador, nosotros a veces lo somos. Dios no es un juez
implacable, nosotros a veces lo somos. ¡Cuando entenderemos que Dios no
nos quiere porque seamos buenos, nos quiere porque él es bueno! Dios nos
quiere como somos, aunque nos sueña mejores y nos llama e invita a ser
cada día más humanos, más buena gente, más solidarios, más libres, más
respetuosos, más hermanos. Pero es llamativo las imágenes de Dios que
aún tienen muchas personas.
Sin embargo, ese encuentro final va a ser con el Dios que se nos revela
en Cristo: un Padre, una Madre, el mejor de los padres y la mejor de las
madres. Con quien nos vamos a encontrar es con quien deja a las noventa y
nueve ovejas y se va a buscar a la oveja perdida y, no sé si han caído en la
cuenta, en la parábola de la oveja perdida no se nos dice ni lo lejos que se
marchó la oveja perdida ni cuantos días tardó el Buen Pastor en
encontrarla… Y ¿saben por qué no lo dice el evangelio? Porque Jesús
sabía que su Padre va a ir a buscar al extraviado a dónde haga falta y
dedicando todo el tiempo del mundo.
Ese encuentro final va a ser con el padre del hijo pródigo que, viéndole
venir de lejos, se fue corriendo a abrazarle… Y ¿recuerdan las palabras de
ese padre a sus criados? «Traed un vestido»: los animales van desnudos, al
pedir un vestido para su hijo el padre le reconoce como un ser humano.
«Traed unas sandalias»: los esclavos iban descalzos, al pedir unas
sandalias para su hijo, el padre le reconoce como un ser libre. Finalmente,
«Traed un anillo»: el anillo es señal de familia, el padre reconoce que el
hijo es de su familia, que sigue siendo su hijo al que ama.
Con este Dios, con este Padre, se han encontrado nuestros seres
queridos. Y en ese encuentro se habrán reconocido, ya para siempre, como
verdaderamente humanos, como completamente libres, como
auténticamente hijos.
Nos vamos a encontrar cara a cara con quien nos ha creado y con quien
nos ha sostenido y defendido día a día por amor. Esa ha sido la persona con
la que ya se han encontrado las personas que hoy recordamos. Nuestros
familiares, amigos, todas las personas que hoy recordamos,
probablemente, como nosotros, creían que Dios era bueno. Ahora ya no lo
creen, ahora lo saben. Ahora saben que Dios es bueno.
Todos estamos en camino, y en ese camino Dios mismo nos va
poniendo personas que son auténticos regalos en nuestra vida. Recordad a
las personas que nos han sido mirada de Dios, caricia de Dios, abrazo de
Dios. Todos ellos, ahora ya pueden decir en absoluta verdad: «El Señor es
mi luz y mi salvación», «El Señor es mi pastor», «De oídas te conocía,
pero ahora te han visto mis ojos».
Que el ejemplo de nuestros seres queridos nos sirva a todos para estar
más cerca de Dios. Que su recuerdo nos ayude a todos a querer estar más
cerca de Dios y de la humanidad. Que su recuerdo nos haga personas
mejores.
Por el modo en que ellos vivieron, viven ahora la vida de Dios. Por el
modo en que nosotros vivamos, ellos permanecerán vivos en nosotros.
DANOS TU CORAZÓN
Padre bueno:
Danos un corazón de POBRE; capaz de amar, para abrirse y entregarse.
Danos un corazón PACIENTE; capaz de amar, viviendo esperanzados.
Danos un corazón PACÍFICO; capaz de amar, sembrando la paz en el
mundo.
Danos un corazón JUSTO; capaz de amar la justicia.
Danos un corazón MISERICORDIOSO; capaz de amar, comprendiendo
y perdonando.
Danos un corazón SENSIBLE; capaz de amar, llorando sin desalientos.
Danos un corazón PURO; capaz de amar, descubriendo a Dios en el ser
humano.
Danos un corazón FUERTE; capaz de amar, siendo fiel hasta la muerte.
Danos tu corazón.
Anónimo
4 de abril
La comunidad plural
en un mundo de sectarismos
SEMANA SANTA
PASIÓN DE CRISTO
Y PASIONES HUMANAS
Is 50,4-7. Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una
palabra de aliento.
Sal 21. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Flp 2,6-11. Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de
Dios.
Pasión según san Mateo (Mt 26,14–27,66). Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
¿Pasaré alegremente
del «hosannah»
al «crucifícalo»,
o mi voz cantará
tu evangelio?
¿Seré espectador
o testigo?
¿Eso es vivir?
Pues eso ansío.
El morir a mi muerte,
el no acabarme
con algo tuyo, por dar, entre mis dedos.
Tomemos ahora unos momentos para dejarnos mirar por Dios, con esa
mirada sanadora, cariñosa, de Padre, que mira el corazón y no las
apariencias; un Padre que se deja conmover por la humildad y la verdad de
sus hijos. Un Padre que conoce el tesoro que llevamos dentro y el barro del
que estamos hechos. Que nos está diciendo, allí en lo íntimo de cada uno:
«Hoy ha llegado la salvación a esta casa».
Vamos a rezar despacio la oración que Jesús nos enseñó. Al terminar
de rezarla dejaremos que sus palabras nos ayuden a mirar nuestro interior
y a examinar nuestra conciencia.
PADRE NUESTRO…
¿Deseo vivir de tal manera que los demás alaben y glorifiquen a Dios por
mis obras de justicia y santidad? ¿Respeto el nombre de Dios, acepto su
presencia misteriosa en todas las personas? ¿Le hago sitio en mi vida, en
mi pensar, sentir y actuar? ¿Es mi vida transparencia de Dios?
HÁGASE TU VOLUNTAD…
¿Sé agradecer el alimento que recibo y todas las posibilidades que el Señor
me ofrece cada día? ¿Estoy dispuesto a reducir mis exigencias para poder
compartir con los demás el pan material y el pan de la cultura, de mi
tiempo, de mi cariño y cercanía? ¿Ayudo lo que puedo a las personas que,
a mi alrededor o en lugares lejanos del mundo, están pasando necesidad?
Tengo tantas cosas de qué acusarme, Señor, que llego a pensar que no
merezco tu perdón. Perdona este pensamiento, Señor, pues tú lo perdonas
todo y nos perdonas siempre.
¡Perdóname, Señor, y hazme descubrir que tengo futuro porque tú me
amas, como solo una Madre, como solo un Padre, pueden amar!
7 de abril
Martes Santo. Las negaciones de Pedro
Me gusta decir que la Pasión es, por supuesto, la pasión de Jesús, pero es
también la historia de muchas otras pasiones, las de los distintos
personajes que participan en este camino. Historias que van en paralelo.
Este final del evangelio, sabiendo lo que sabemos que viene después,
impresiona más. Todos sabemos que Pedro es uno de los grandes amigos
de Jesús. Y creemos que sus palabras: «Daría mi vida por ti», son ciertas,
las dice de corazón. Por eso sus negaciones se convierten en mucha más
provocación para nosotros que la traición de Judas (de la que hablaremos
mañana). Porque nos enfrentan con nuestra propia fragilidad.
Probablemente todos diríamos a Jesús que queremos seguirle y aprender
su evangelio. Y quizás en un momento de temeridad, con nuestra pobre
verdad –a veces más frágil de lo que creemos– nos atreveríamos a decir:
«Yo daría mi vida por ti». Tal vez también nosotros tendríamos que
escuchar un «¿Estás seguro? ¿De verdad crees en eso que dices? Yo te
aseguro que antes de que cante el gallo me negarás tres veces».
En realidad, la noche trágica de Pedro en la Pasión será esa noche del
jueves al viernes, en la que no solo va a tener las tres negaciones en la casa
de Caifás, sino que verá tres maneras de darle la espalda a Jesús.
Primero, se dormirá en el huerto de Getsemaní. Cuando Jesús pide a
sus amigos más cercanos que velen con él. Podría decirles: «Yo que
normalmente no os pido que estéis, hoy os lo pido». Y sin embargo se
duermen. Quizás porque no le dan demasiada importancia al momento.
Seguro que en una mirada retrospectiva exclamará aquello de «¡Ay! Si
hubiera sabido…». A veces nos falta atención para saber.
Segundo, este Pedro que afirma seguirle hasta el final, no le sigue en la
paz, sino que elige el camino de la violencia cuando vienen a arrestarle. Y
no mata al criado de Caifás porque Jesús lo frena.
Tercero, las negaciones en casa de Caifás, que también son
comprensibles. ¿Es que Pedro se ha echado para atrás, ha cambiado de
opinión, ha descubierto que Jesús no es el Mesías? Nada de eso. Pedro
sigue creyendo en Jesús. Pero tiene miedo. Tiene miedo de lo que le pueda
ocurrir si lo reconoce, si lo confiesa. Y es comprensible.
Pero, ¿sabéis una cosa? Creo que hay una doble esperanza en Pedro. A
pesar de fallarle, a pesar de dormirse, a pesar de elegir mal y a pesar de
negarle, Pedro lleva dentro la llama de una pasión profunda por Jesús. Hay
esperanza para Pedro. Porque va a confiar en que no son sus propias
fuerzas, sino la misericordia del Señor la que puede devolverle la
esperanza y el camino. Tal vez ahora no le siga, pero como anuncia Jesús
en el evangelio, le seguirá más tarde.
Quizás nosotros tengamos que descubrir cual es nuestro momento de
afrontar un cambio. Y tal vez el tiempo presente invita a la reflexión, a la
conversión, a una mirada más honesta y auténtica a nuestra vida, al
prójimo y a Dios. Y quizás en medio de todo lo que está ocurriendo nos
está llegando una llamada: a no dormirnos y despertar; a elegir el
evangelio; y a tener valor para vivirlo.
DESPIÉRTAME
Pero tú sabes
que no es rechazo,
es solo miedo.
Miedo a perder.
Miedo a sufrir.
Miedo a arriesgar.
Miedo a vivir.
Despiértame,
y que, al abrir los ojos,
tu gesto me muestre el camino.
8 de abril
Miércoles Santo. La pasión de Judas
Is 50,4-9a. Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una
palabra de aliento.
Sal 68. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
Mt 26,14-25. Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les
propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él
en treinta monedas.
¿Por dinero? Si ese fuera el caso, entonces ¿por qué arroja las monedas y
termina ahorcándose? Bueno, podría ser que le venda por dinero y luego se
arrepienta.
Pero vamos a intentar recorrer otro camino. Judas quiere a Jesús. Lo
valora, lo aprecia, lo necesita. Pero le pasa algo demasiado frecuente. No
quiero a Jesús como es. Me has fallado porque no haces lo que yo quiero.
Ahí tenemos algo muy contemporáneo. El deseo de que el mundo se
amolde a uno mismo. Hasta Jesús se debería a amoldar a los deseos de ese
Judas expectante. Pero no es así. Jesús nos pide algo, invita una y otra vez
a abrirnos al Reino, a su novedad, y dejarnos fascinar por eso. Lo que no
podemos pretender es tener un Jesús a medida.
Tal vez también nosotros, hoy, en las 30 monedas de Judas, vemos
pequeñas negaciones y traiciones a Jesús.
Es difícil vivir el estilo de vida de Jesús y es muy fácil acomodarse. El
estilo de vida de Jesús, con lo que tiene de intemperie, de inseguridad, de
renuncia, de apuesta, de amor desnudo, es difícil.
Es difícil también vivir la vocación. Yo he acompañado a mucha gente
en procesos vocacionales y demasiado a menudo ves que la gente está
deseando decirle a Dios lo que tiene que pedirnos. Cuantos procesos
vocacionales se cortan por eso, porque la gente en el fondo lo quiere todo.
Y si hay algo claro es que no se puede tener todo en la vida. Estos tiempos
precisamente nos lo están recordando. Y quizás es una lección necesaria.
Es difícil, por último, amar a su manera. Porque amar todos lo
queremos. Pero amar a la manera de Dios es mucho más complejo. El suyo
es un amor generoso, radical, incondicional, primero, fiel, que no negocia
ni lleva cuentas. Es un amor capaz de salir de uno mismo para abrirse al
encuentro de otro. Es un amor ¡capaz de amar a los enemigos! (Señor, no
nos lo pones fácil). Todos querríamos, como Judas, que a veces Dios se
adaptase un poco.
Al final, Judas es para nosotros el que nos recuerda que hay caminos
que solo conducen a callejones sin salida. Que hay vidas que se quedan tan
solo en una pálida versión de lo que podrían haber sido. Que hay gente
que, pudiendo cantar, se queda en silencio. Pudiendo volar, se encadena al
suelo. Pudiendo caminar con Jesús, a veces nos quedamos encerrados en la
celda de las vidas grises.
Pero aún estamos a tiempo. De quedarnos a la cena con él. De
sentarnos a compartir su pan, su paz y su palabra. De sentir que nos invita
tal y como somos, confiando en nuestra fragilidad para poder ser su
reflejo. Aún estamos a tiempo de compartir su camino.
30
30 monedas de plata;
30 sacos de razones;
30 gestos de egoísmo;
30 reflejos vacíos.
30 miradas hirientes;
30 silencios cómplices;
30 perdones negados;
30 ofensas gratuitas.
30 piedras arrojadas;
30 mentiras;
30 desprecios;
30 objeciones.
30 golpes injustos;
30 veces fallar al amigo;
30 decepciones;
30 promesas incumplidas.
Eterna incomprensión
de tu evangelio,
de tu Reino.
Y una pregunta, necesaria,
para no caer en la ceguera
de quien no quiere ver…
¿Soy yo, Maestro?
9 de abril
Jueves Santo. La respuesta
de Jesús: amar y servir hasta el final
Pero Jesús no hace nada de esto, sino que va a hacer algo muy diferente.
Dos pasos muy distintos.
Junta a sus amigos para celebrar una cena. Sí, la cena de la pascua
judía, pero con una trascendencia bien especial. Junta a sus amigos. Les va
a hablar de amistad, de amor, les va a abrir su corazón. Celebrar la vida, el
amor y la amistad. Celebrar como en las grandes ocasiones. Celebrar como
intentamos celebrar tantas cosas con tanta gente a la que queremos. Eso es
amar. Hoy cobra especial fuerza esta memoria de una fiesta donde se
celebra la amistad y el amor. Precisamente porque no podemos, nos damos
cuenta de lo importante que es, de lo esencial que es, de lo imprescindible
que es en la vida tener gente a la que poder llamar hogar. Ahora que nos
falta, ahora que nos echamos de menos y nos vemos solo a través de una
pantalla, pasa a primer plano la importancia de la comensalidad, de
juntarnos, de esos banquetes que forman parte de la vida como símbolo del
amor. Eso es lo que hace Jesús. Una fiesta. Antes de ponernos dramáticos,
veamos esa dimensión. La Pasión empezó con una fiesta. Cantan, hablan,
ríen, brindan, discuten también, y al final van a salir cantando himnos
hacia el Monte de los Olivos. Jesús no solo no se rinde, sino que recuerda
lo importante. Y lo importante es amar.
Lo segundo que Jesús hace. Se levanta, se ciñe una toalla y comienza a
lavar los pies de los discípulos. Ese gesto tiene la fuerza de una imagen
poderosa. El contenido de un rey que elige servir. Jesús no busca lo mejor
para él en este momento. Vuelve a recordar, con un gesto, lo que ha sido su
enseñanza constante. Yo estoy aquí como el que sirve.
Y ahí tenemos la doble enseñanza de Jesús, en el momento más
trascendental de su vida: Amar y Servir. Esas son las respuestas de Jesús
ante las encrucijadas de la vida, en coherencia radical con lo que ha ido
haciendo en todo su camino.
En un mundo como el nuestro es una enseñanza muy necesaria, porque
nos habla del amor verdadero, y de un servicio que le da la vuelta a
categorías que tenemos, y al darles la vuelta se convierte en una muy
buena noticia, si somos capaces de acogerla. Ese servicio:
• Nace de la mirada que ve lo que las cosas pueden llegar a ser.
Servir es cuidar, ayudar, apoyar, desde la libertad, querer… Jesús
sabe que sus discípulos llegarán a poder hacer lo mismo. Tal vez
ahora aún no están preparados. Pero Jesús sabe que podrán. Es capaz
de ver las posibilidades, y cree en las personas. También en
nosotros.
• Es un acto de una lógica invertida. En nuestro mundo sirves más
cuanto más bajo estás. Cuanto más poder tienes más gente te sirve.
Cuanto más mandas más te obedecen. Y de golpe nos encontramos,
otra vez, con la lógica de Dios, que nos recuerda que la altura solo
sirve para agacharse, y, con más perspectiva, ver mejor lo que
puedes hacer por otros. Cuantos más talentos, más capacidad de
ponerlos a rendir. Cuanta más bendición ha habido en nuestra vida,
más llamada a compartir. Cuanto más hemos recibido, más estamos
llamados a sembrar. Eso es el servicio, la lógica profunda que Jesús
nos enseña.
• Es un acto que nos libera del cálculo, la exigencia o la negociación y
nos adentra en la de la gratuidad, que es mucho más liberadora.
Nosotros estamos acostumbrados a que todo tiene un precio, para
todo hay un quid pro quo. Jesús lo transforma. Sirviendo igual al
amigo más querido, que sabe que va a estar al pie de la cruz, y a ese
otro amigo que sabe que le está vendiendo por treinta monedas de
plata. Pero a ambos sirve igual. Porque si amáis solo a vuestros
amigos, ¿qué bien es este? El amor que propone Jesús es una puerta
abierta a la libertad más profunda. No tenemos por qué ser esclavos
de lo que otros piensen de nosotros para amarnos. Tantas veces nos
vivimos presionados por lo que otros piensan, viven, exigen,
mandan.
• Por último, el servicio nos abre a la vida en segunda persona. En un
mundo muy egocentrado, de golpe la mirada se descentra y se abre a
los otros. Pone un «tú» delante. El gesto de Jesús nos descentra y
nos invita a abrirnos a los otros. Es la actitud de quien acoge, de
quien da la bienvenida, de quien prepara la mesa para que otros se
alimenten. Es más, de quien, de alguna manera, se da, se parte, y se
comparte.
¿Estamos nosotros a la altura? No lo sabemos, pero de alguna manera
estamos invitados a participar en la cena. ¿Somos capaces de beber el cáliz
que él beberá? Supongo que todos decimos, en parte, quisiera, y en parte,
me veo tan incapaz…
Pero ahora de lo que se trata es de aceptar su invitación. De aceptar
que, con nuestros pies de barro, él nos invita a sentarnos a su mesa; de
dejar que sea él quien nos enseñe el camino del servicio; y de fiarnos de
esa llamada que para nosotros hoy es, a la vez, profecía y horizonte:
Podréis hacer esto, como yo lo hago. Y cuantas veces lo hagáis, lo estaréis
haciendo en memoria mía.
PAN
Pan partido,
multiplicado al romperse,
llegando a más manos,
a más bocas,
a más pueblos,
a más historias.
Pan bueno,
vida
para quien yace
en las cunetas,
y para quien dormita
ahíto de otros manjares,
si acaso tu aroma
despierta en él la nostalgia
de lo cierto.
Pan cercano,
en la casa que acoge
a quien quiera compartir
un relato,
un proyecto,
una promesa.
Pan vivo,
cuerpo de Dios,
alianza inmortal,
que no falte
en todas las mesas.
10 de abril
Viernes Santo.
Contemplar la cruz que nos hace humanos
Resucitar,
no es una piel envejecida
que se estira en el quirófano,
sino una presencia que ilumina
cada arruga con su historia,
no es un golpe en el alma
que se anestesia con drogas,
sino una caricia que sana
la memoria y la carne,
no es un desencuentro entablillado
para salvar apariencias,
sino un abrazo infinito
que teje las diferencias,
no es un robo a los pobres
legalizado con indultos,
sino un fuego que separa
la justicia de la escoria,
no es el oasis final
para olvidar pesadillas,
sino un vino añejado
en las bodegas del camino.
Porque todo lo que nos golpea
a ti también te hiere,
y al abrirse en ti a la vida
también en nosotros resucita.
¡Feliz Pascua para todos en este confinamiento! Cada año, celebramos este
punto de esperanza para la historia: la muerte, la injusticia, la traición, la
soledad, el abandono, la violencia…, no es el final. A esto nos apegamos
cada año los cristianos: aunque el paisaje actual y futuro sea sombrío,
aunque nuestros políticos aquí y en el mundo no se pongan de acuerdo,
aunque quede un trecho por delante de pérdidas humanas: la palabra
definitiva no está en ello. Está escondida en Dios.
Me imagino la situación de cada hogar en el que estamos celebrando la
eucaristía: grande o pequeño, personas desperdigados por la sala de estar,
o solos junto a la tele o a la tableta, en un sillón tranquilo… Tratando de
no distraerse ante un ambiente tan doméstico y tan de cada día. Los más
pequeños tratarán de descifrar lo que dice el sacerdote y no sé si lo
llegaremos a hacer bien del todo para ellos. Ahí, en nuestras vidas, es
donde ocurre el Misterio que se nos invita a vivir, oculto en Dios.
Recordamos a tantas personas que ya no están con nosotros, que han
partido a la casa del Padre: padres, madres, hermanos o hermanas,
familiares, amigos o amigas, gente del vecindario, compañeros, miembros
de nuestras comunidades respectivas… Es un ambiente de quiebra del
corazón, de pérdida, de vulnerabilidad y de sepulcro vacío. Cara a cara al
Misterio humano y trascendente. El mensaje de Jesús puede hoy ocupar un
lugar, reservado en nuestro corazón, sepultado en Dios.
Parece que Dios juega al escondite. Sabemos a quién buscamos.
«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea,
después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret».
¿Qué le distinguía a Jesús? Hacer el bien, curar a los oprimidos por el
demonio, vivir la cercanía de Dios («Dios estaba con él»). Las
bienaventuranzas, las parábolas, los diálogos profundos, el perdón, la
confianza, el futuro de la humanidad en el Reino. Todo eso parece que ha
desaparecido en Dios.
Va María Magdalena al sepulcro y no lo encuentra. Una búsqueda que
comenzó cuando se encontró a Jesús, todavía continúa. Su corazón le decía
que no era suficiente con haberle seguido, con haberle escuchado, con
haberle acompañado hasta la cruz… Había que continuar en el sepulcro
donde todo parece que se termina, se agota y se pudre. «Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». La verdad es que no
lo sabemos y, por eso, necesitamos iniciar un itinerario de rastreo.
María Magdalena va a la comunidad. ¿Dónde está nuestra comunidad?
La familia, los amigos, las personas cercanas… Los grupos donde se
comparte fe y misión. ¿Dónde está Jesús? Quizás, tendríamos que
mirarnos más unos a otros por dentro, quizás tendríamos que escucharnos
un poco más por dentro, quizás nos queda por encontrar que los otros
buscan lo mismo: Jesús, aquel ya nos sorprendió alguna vez por darnos un
modo de vivir para otras personas, una felicidad que consiste en dejar lo
mío, un corazón amasado por la realidad.
Pedro y el otro discípulo van a la tumba y se abren un poco más.
Acostumbrados a lo que pasa siempre, nunca sabremos qué pasaría si la
historia fuera de otra manera. Ellos se abren al vacío de quien ha sido
derribado y roto. Ellos se abren a un Misterio mayor que no llegamos a
poner plenamente con palabras. Ese vacío y ese silencio nos van
aproximando a la lentitud de Dios, a la marcha de Dios, a la acción de
Dios.
Comunidad, silencio y misión: todo ello nos lleva a pedir esa experiencia
de Jesús resucitado. Acercarnos a la persona que ha agujereado la tierra
para llegar al cielo. La persona que es Señor, por haberse dejado traspasar
por los hombres. Esa experiencia desde la comunidad y el silencio nos
lleva a la misión: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios». Ayer el papa
nos recordaba que hay mucho por hacer, desde los más pequeños a los más
grandes, de los jóvenes a los ancianos: «Hoy conquistamos un derecho
fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza». Y
continuaba: «Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras.
Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos
pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se
abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece
de lo necesario».
Termino: «Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios». Con la
muerte y el dolor, con la enfermedad y la angustia, también se abre la cara
oculta del Misterio: comunidad, silencio y misión en esperanza. Nuestra
vida, también hoy, escondida en Dios. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
SIN MORTAJA
Hch 2,14.22-33. A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con
milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a
este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis,
clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo
de los dolores de la muerte.
Sal 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Mt 28,8-15. No temáis, id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me
verán.
Marcos Alemán, SJ
14 de abril
Me llamas por mi nombre, y todo cambia
Hch 2,36-41. Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el
Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Sal 32. La misericordia del Señor llena la tierra.
Jn 20,11-18. Mujer, ¿por qué lloras?
Ojalá dejemos que Dios nos llame por nuestro nombre. Porque esa es
una de las primeras maneras de aparecer el Resucitado. Ojalá seamos
capaces de sentarnos e intuir que Dios, como quiera que murmure, que
hable, que susurre, susurra nuestro nombre con infinita ternura, con
infinita confianza. Y, salvando la distancia, nos sigue enviando, hoy, a este
mundo, porque cuenta con cada uno de nosotros. Tal y como somos.
Magdalena, con sus tristezas. Pedro, con sus heridas. Tomás, con sus
dudas. Y tú, y yo, con nuestras sombras.
MI NOMBRE EN TUS LABIOS
Escuché de ti mi nombre
como nunca antes.
No había en tu voz reproche
ni condiciones.
Mi nombre, en tus labios,
era canto de amor,
era caricia, y pacto.
Con solo una palabra,
estabas contando mi historia.
Era el relato de una vida,
que narrada por ti
se convertía en oportunidad.
Así, mi nombre
en tus labios
rompió los diques
que atenazaban
la esperanza.
15 de abril
El Resucitado es un compañero de viaje que
nos abre los ojos
Hch 3,1-10. No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo
Nazareno, levántate y anda.
Sal 104. Que se alegren los que buscan al Señor.
Lc 24,13-35. ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las escrituras?
Hch, 11-26. Matasteis al autor de la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y
nosotros somos testigos de ello.
Sal 8. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Lc 24,35-48. Se presentó en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros.
Por lo tanto, estos son los cuatro pasos: agradecer, reconocer la fragilidad,
pedir a Dios lo que necesitemos, y hacernos propósitos. Y una vez hecho
todo esto, poner la vida –también la de quienes se han ido– en manos de
Dios. Desde la confianza en que en esas manos ya está. Ya se ha
convertido en abrazo, en acogida, en encuentro para siempre. Así los
dejamos en sus manos, desde la confianza en que la muerte es otro paso,
otra puerta, otra manera de estar en el tiempo y en la eternidad. Y que,
quienes quedamos aquí, la mejor manera que tenemos de honrar a quienes
ya se han ido es aprender a vivir cada día con la plenitud a la que estamos
llamados.
ECHA LAS REDES
Y lo hacemos
solo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor
que recogemos
que la red se nos rompe cargada
de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua
de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría!
Hch 4,13-21. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y
hemos oído.
Sal 117. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Mc 16,9-15. Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación.
Ya no te preguntaré más
cuándo te revelarás,
sino dónde te escondes.
Hch 2,42-47. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común.
Sal 117. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1 Pe 1,3-9. Bendito sea Dios, Padre de nuestro señor, Jesucristo, que, por su gran
misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha
regenerado para una esperanza viva.
Jn 20,19-31. ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber
visto.
Entonces verás,
con el corazón desbocado
por la sorpresa y el júbilo,
al Señor nuestro
y Dios nuestro
que se planta en medio,
cuando menos te lo esperas.
20 de abril
¿En qué consiste nacer de nuevo?
Hch 4,23-31. Pedro y Juan, puestos en libertad, volvieron a los suyos y les contaron lo
que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos.
Sal 2. Dichosos los que se refugian en ti, Señor.
Jn 3,1-8. Tenéis que nacer de nuevo.
Nacer de nuevo. Qué imagen tan bonita. Porque, por una parte, nacer
nacemos una vez, como morir moriremos una vez. Pero esa expresión, en
el contexto del diálogo entre Jesús y Nicodemo, inmediatamente evoca
varias cosas.
Nacer de nuevo evoca cambio –una transformación, un giro de timón–
y evoca comienzo, el principio de algo. Creo que son dos elementos
necesarios en la vida y en la fe.
El cambio es parte de la vida. Hay momentos en que el cambio es
necesario y, a veces, hasta algún cambio radical. Cambiar puede ser
reorientar el rumbo. Dejar de hacer lo que estabas haciendo y empezar
algo distinto. Todos hemos cambiado a veces en la vida y comenzado de
nuevo, trabajos, relaciones, etapas. Dejas a la espalda un camino y
empiezas algo distinto.
Hay otro sentido del cambio que es el de crecer. Hay aspectos en los
que crecemos y en ese sentido cambiamos. Cuando le decimos a alguien
«qué cambiado estás», es la misma persona, pero en algún sentido ha
crecido, puede ser físico, puede ser de carácter… Además de cambio,
nacer de nuevo evoca también novedad. Una etapa nueva que comienza.
Si hablamos de nacer de nuevo, desde el contexto de la fe, inmediatamente
resuenan para nosotros los sacramentos de la iniciación cristiana.
Suponen, en un momento de la vida, entrar a formar parte de la
comunidad, acoger una vivencia explícita de la fe.
Para nosotros, los sacramentos de la iniciación cristiana son ese
momento de «nacer de nuevo, en agua y Espíritu». Pero la realidad es que,
por los tiempos que corren, esto no es fácil. Es posible que en la historia
de la Iglesia haya habido momentos en que estos sacramentos de la
iniciación cristiana se hacían de manera consciente y adulta, tras un largo
catecumenado personal. Pero hoy, en nuestro contexto, al menos el
contexto de España desde donde hablo, los sacramentos de la iniciación
pasan sin mucha huella por quien los recibe. El bautismo, porque se da en
los primeros días o semanas de la vida –y son padres o padrinos quienes
son conscientes–. Incluso la confirmación, en muchos casos, no pilla con
una madurez que te haga demasiado consciente de a qué estás diciendo que
sí. Más cuando, en las últimas décadas y por algunas opciones pastorales,
se viene adelantando la edad de confirmación.
Un «sí» maduro a veces no nos llega con los sacramentos de la
iniciación. Pero hay momentos en la vida en que puede llegar. Hay
momentos en la vida en los que descubres que el evangelio no es una serie
de relatos, parábolas que todos conocemos, pero contado para niños. El
evangelio de niños es para los niños, y está muy bien. Pero el evangelio va
ganando hondura, carga existencial y vital, trascendencia, llamada,
provocación, profecía. Sería una pena si lo dejamos en una lectura infantil
de la realidad.
Hay momentos en la vida en que toca replantearse la fe. Toca decirse,
¿de verdad quiero abrazar este evangelio? Pueden ser momentos en los que
tienes una crisis existencial, vital, de fe. Puede ser que, tras una época de
lejanía, de distancia, tras haber sentido que la fe infantil ya no te llegaba,
pero no haber buscado nada más, por el motivo que sea, empiezas a buscar.
Intuyes que el evangelio tiene detrás una verdad que nunca has vivido con
hondura, con pasión, con radicalidad. Descubres que cabe en tu vida una
relación profunda con Dios a la que se te llama y que nunca has vivido de
manera consciente. Creo que hay momentos en cada vida y cada historia
en los que tenemos la oportunidad de dar el salto de confianza a la fe
adulta (recordemos a Tomás).
La situación que nos está tocando atravesar. Esta pandemia del
COVID-19. Tantas situaciones novedosas podrían suponer, en nuestras
vidas, un nacer de nuevo. Si cuando salgamos del confinamiento todo
sigue igual para nosotros, nuestras relaciones, nuestros valores, nuestras
rutinas, o nuestra fe, tal vez tendremos que preguntarnos si la vida está
pasando por nosotros o si solo somos espectadores distantes.
Al menos en tres áreas de la vida personal y de su dimensión religiosa
quizás se nos está llamando a nacer de nuevo.
• En concreto, la vivencia de la comunidad (el valor de estar juntos).
La fe no es una historia íntima y exclusiva entre Dios y yo. Es una
experiencia de amor compasivo y samaritano, de tejer vínculos.
Incluso esta manera tan especial que estamos teniendo de celebrar
en la distancia, unidos a gente muy diversa, todos
sorprendentemente unidos. Nacer de nuevo será volver a ponerle
nombre a los vínculos (de familia, de amistad, de solidaridad).
También al sentirnos parte de una comunidad mucho mayor que un
grupo de amigos. Y a la verdadera compasión (padecer con otros).
Ojalá la soledad de ahora nos haga más capaces de abrirnos al
encuentro. Y entonces estaremos naciendo de nuevo.
• La fe. Hay momentos –como ahora– que nos piden una lectura
creyente de las circunstancias. Nuestra práctica religiosa también ha
de hacerse preguntas en este momento. Qué celebro. Qué añoro. Qué
he descubierto que ya no es rutina. Ojalá nuestra práctica religiosa,
cuando volvamos a la normalidad, esté llena de sentido, de
significado y de vida. Ojalá nuestra escucha sea activa, hambrienta
de sentido. Y ojalá tengamos tiempo, a la luz de esta situación, para
hacernos algunas preguntas necesarias: ¿Dónde está Dios en medio
de este sufrimiento? Hay un modo de responder, y es que Dios está
del lado de los que sufren ¿Quién es mi prójimo? Ahora que tantos,
de tantos modos, estamos golpeados por las consecuencias de esta
pandemia, podemos unirnos al sufrimiento de otros que a veces nos
resulta distante, lejano, del que solo somos espectadores y no
prójimos. ¿A qué quiero dedicar mi tiempo? Eso es la vocación a la
que estamos llamados ¿En qué consiste el amor verdadero? Intentar
empezar a responder a estas preguntas de una manera distinta y
atravesada por lo que nos está ocurriendo es nacer de nuevo. Buscar
respuestas en Dios y su evangelio es nacer de nuevo. Buscar
respuestas compartidas en comunidad es nacer de nuevo.
• Nacer de nuevo es replantearse el uso del tiempo. Todos tenemos
un tiempo limitado. Ahora somos muy conscientes de ello. Todos
tenemos una historia. Solo una, que es la que vamos forjando,
escribiendo y construyendo con nuestros pasos y decisiones.
Nuestras historias serán reflejo de la historia de la salvación en la
medida en que sean reflejo del Dios del amor. Cuántas de nuestras
historias han sido, hasta ahora, historias de eficacia, de prisa, han
sido carreras vertiginosas por vivirlo todo. Y miramos al presente y
descubrimos que aspiramos a algo diferente.
Saldremos de esto. Antes o después. Ojalá antes. Y ojalá salgamos
transformados, convertidos, cambiados, verdaderos discípulos de este
evangelio, que vivido de una manera adulta es buena noticia para nosotros
y para el mundo.
HAY QUE NACER DE NUEVO
Después,
pequeñas muertes
fueron matando sueños,
anhelos, inocencia
y pasión.
Si tú tiras de mí,
naceré de nuevo,
al reino y al evangelio,
al amor y la esperanza,
a la voz de los profetas,
a una misión.
Hch 4,32-37. El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie
llamaba suyo propio a nada de lo que tenía, pues todo lo poseían en común.
Sal 92. El Señor reina, vestido de majestad.
Jn 3,5a.7b-15. Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido,
pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
El evangelista Lucas, autor también del libro de los Hechos, nos presenta
en la primera lectura una foto fija de la primitiva comunidad en la que
subraya dos aspectos: la unión de los ánimos «todos pensaban y sentían lo
mismo» y la solidaridad en la caridad, lo que los llevaba a compartir los
bienes. La comunidad cristiana ha nacido de la resurrección del Señor.
Lucas presenta en su libro varias instantáneas de la primitiva comunidad
parecidas a esta, aunque probablemente un poco idealizadas, que nos dan a
entender cuál es el ideal de la comunidad cristiana: vivir unidos en la fe y
solidarios y caritativos con los necesitados.
Nos dice también que los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor con mucho valor. La palabra testimonio conecta
esta primera lectura con el pasaje evangélico de hoy, que forma parte del
diálogo de Jesús con Nicodemo relatado en el evangelio de Juan.
Nicodemo es un magistrado, por lo que representa al pueblo judío, pero
que no llega a creer, como la mayor parte del pueblo judío no creyó en
Jesús. Por eso el evangelio no dice que Nicodemo llegara a la fe, aunque
tras la muerte de Jesús contribuyera a darle sepultura junto con José de
Arimatea.
Jesús invita a Nicodemo a renacer de nuevo del agua y del Espíritu. El
pueblo judío creía en Dios creador y salvador, pero Jesús invita a
Nicodemo a creer en su persona y acoger su mensaje. He aquí el nuevo
nacimiento. Pues Jesús ofrece al pueblo judío una nueva idea de Dios, que
estaba ya recogida parcialmente en el Antiguo Testamento, pero que Jesús
lleva a una radicalidad que la convierte en novedosa. En el Antiguo
Testamento se dice que Dios es clemente y misericordioso, lento a la
cólera y rico en piedad, que no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas (cf. Sal 103,8-10), es decir, que el
Antiguo Testamento proclama la misericordia de Dios. Esa misericordia
de Dios ha llegado a su punto culminante al entregar a su Hijo en nuestro
favor.
Jesús le dice a Nicodemo que, si no entiende las cosas de la tierra,
¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? A mi modo de ver las cosas de
la tierra se refieren al reconocimiento de los beneficios salvíficos que Dios
ha hecho al pueblo de Israel a lo largo de la historia, pero las cosas del
cielo se refieren a la salvación que Dios ha hecho de toda la humanidad
gracias a la entrega cruenta y generosa de Jesús. Creer que para llegar a la
resurrección es preciso entregar la vida pasando por la muerte corresponde
al designio salvífico de Dios. A los hombres no se nos hubiera ocurrido.
Nosotros hubiéramos pensado que la salvación solo podía venir del
triunfo. Pero Dios piensa que la salvación puede nacer de la cruz si la cruz
está llena de amor.
Jesús elevado en la cruz es la salvación, como la serpiente de bronce
que elevó Moisés en el desierto sanaba a los antiguos israelitas con solo
mirarla. Mirar con los ojos de la fe al Señor elevado sobre la cruz nos da la
salvación y nos lleva a configurar nuestra actuación con la suya, imitando
su modo de pasar por el mundo que consistió en hacer el bien.
Encontrarnos con el Señor muerto y resucitado nos hace renacer de
nuevo cada día, en cada circunstancia. Un nuevo nacimiento que nos lleva
a vivir de una manera nueva, que se caracteriza por la unión de los ánimos
en la fe y la solidaridad con los necesitados.
Este es el testimonio que Jesús primero y los cristianos con él damos
en nuestra existencia. Fijémonos que esta palabra de Jesús está en plural
en el evangelio: de lo que sabemos hablamos, de lo que hemos visto
damos testimonio. El evangelista ha puesto en boca de Jesús el testimonio
que él dio primero y que los cristianos continuamos dando a lo largo de la
historia con él.
NADIE NI NADA
Hch 5,17-26. En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la
secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron
en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la
cárcel y los sacó fuera.
Sal 33. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Jn 3,16-21. El que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están
hechas según Dios.
[1] Unos días antes había contado, en la eucaristía, que varios miembros de la comunidad
habían dado positivo en las pruebas del COVID-19, entre ellos los que habitualmente estaban
ayudando en la retransmisión.
MENTIRAS
El desprecio en Tu Nombre,
la virtud arrojadiza,
la justicia inhumana,
la palabra sin misericordia,
la promesa sin lazo,
la renuncia sin nostalgia
… mentiras.
Pero tu Verdad
ilumina nuestras sombras,
desmonta nuestros engaños
y despierta la esperanza.
23 de abril
Jesús, testigo de Dios
Hch 5, 7-33. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Sal 33. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Jn 3,31-36. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con
medida.
1) De que Dios está con nosotros. En Jesús Dios quiso expresar que no
es un Dios distante, lejano, ajeno. Que no es un Dios que haya
abandonado a sus hijos. No estamos solos. Hay un Dios que
acompaña nuestra historia y nuestros pasos, que sostiene nuestra
vida, que cuando lo sentimos, está, y cuando no lo sentimos,
también. Que en nuestros días radiantes brilla con nosotros y en
nuestras noches oscuras nos sostiene y alivia las heridas. Que nos
ofrece dirección y camino. Que es Espíritu vivo en cada ser humano,
un Espíritu que se da sin límite y con abundancia.
2) Jesús es testigo de que el amor verdadero es posible. Cuando digo
esto del «amor verdadero», me tengo que recordar que yo soy de la
generación marcada por La princesa prometida, aquella búsqueda
del amor verdadero, para no caer en una visión demasiado
edulcorada. Porque, con los años, he comprendido que el amor
verdadero es mucho más que aquel amor romántico allí descrito, que
tal vez era verdadero, pero muy limitado. El amor verdadero es el
que mostró Jesús, el Hijo amado, el testigo de una forma de acoger a
las personas. Es estar ahí para el prójimo. Y convertir en prójimo a
todo aquel que pueda necesitarme. Es desear el bien del otro. Es
donarse en el servicio cotidiano y concreto. Es el amor capaz de
perdonar y, al hacerlo, vuelve a abrir la puerta a la esperanza. Es la
lógica diferente de un mundo donde los últimos son los primeros
porque necesitan serlo. Es un amor preferencial a los más pobres,
los más frágiles y los más débiles. No es que esa preferencia excluya
a los demás, sino que cuida más de quien más necesita ser cuidado e
invita a cuidar más de quien más lo necesita. Es un amor radical,
que dura, que se compromete, que ni negocia ni calcula. Todo esto lo
vimos en Jesús. Es un amor que es posible. Muchos de los que
compartís esta eucaristía tenéis hijos y seguro que podríais darme
lecciones de lo que es un amor radical, generoso, e incondicional,
capaz de darse hasta el final y de querer lo mejor para los tuyos.
3) Jesús es testigo de un Espíritu que nos habita sin medida. Que se
da a cada ser humano. Eso es una provocación. Jesús se relaciona
con todo tipo de personas. A todos acoge. Eso no significa que tenga
palabras fáciles para todos. Jesús habla con ternura y amabilidad
para los que las necesitan. Pero a veces también es duro con quien
ha de escuchar una verdad incómoda. Pero lo hace desde la
conciencia de que todos los seres humanos podemos ser habitados
por el Espíritu. Eso es radicalmente transgresor.
Javi Montes, SJ
24 de abril
Equipaje vital: cinco panes y dos peces
Hch 5,34-42. Habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en
nombre de Jesús, y los soltaron.
Sal 26. Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
Jn 6,1-15. Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces, pero ¿qué es eso
para tantos?
Otro día, como venimos haciendo estos viernes, nos toca hacer una lectura
creyente de la Palabra. Y hacerlo en el contexto que nos toca vivir, y en
este intento de hacer una memoria agradecida de las vidas de nuestros
difuntos. Empiezo recalcando algo que decía la semana pasada. No son
cifras. No son estadísticas. No son curvas. No son números. Son vidas de
personas, hombres y mujeres, a quienes hemos querido y queremos. Rara
es la familia, comunidad o grupo de amigos donde la muerte no haya
tocado cerca estos días. Decía el otro día que la mirada a las vidas que se
nos han ido es como hacer un examen –es decir, una mirada creyente– a
esas vidas, marcado por la gratitud, por la necesidad ya de reconciliar lo
que ha podido quedar a medias, por la petición y la conciencia de que hay
que seguir viviendo con la memoria de esas personas como un tesoro.
Hoy me gustaría dar un paso más, y profundizar un poco en lo que la
muerte nos enseña de la vida. Porque la muerte supone hacer balance de la
vida de quienes se van, pero también nos invita a hacer un balance –
aunque sea provisional– de las nuestras. Mirad, se me ocurría una
interpretación un poco particular de este relato de la multiplicación de los
panes y los peces (también por el contexto de una eucaristía que quiere ser
memoria de tantos difuntos); y es esta: que la vida es ir preparándonos
para ofrecer, al final, cinco panes y dos peces. Ese es el equipaje que al
final llevaremos.
Desde la fe, la vida es ir definiendo ese equipaje vital, eso que
llevamos. Lo que tienen en común esos panes y peces que ese muchacho
ofrece es…
• que son valiosos (porque son necesarios). Porque hay hambre en ese
contexto;
• que compartidos se multiplican. Cinco panes y dos peces que
parecen poco para tantos, se multiplican al repartirse;
• que generan encuentro, fiesta y alegría. Podemos imaginar esa
comida de la multitud, fraterna y alegre. Como una romería. Quizás
ahora que estamos tan separados valoramos más ese ambiente de
encuentro y fiesta.
Lloramos a nuestros seres queridos porque en su vida, de algún modo,
han puesto sobre la mesa panes y peces, sus talentos, capacidades, su
amor; su presencia para nosotros fue valiosa, porque se compartieron, se
nos dieron, y al hacerlo fueron fecundos. Y por eso, agradecer su historia,
aunque duela, es celebrar sus vidas. Por eso llorarlos es reconocer lo
mucho que los amamos. Y por eso recordarlos es al tiempo afirmar que
han dejado una huella importante en nosotros.
Ellos ya están en el Padre. Ellos ya han hecho ese último viaje. Ellos
han llegado a Dios y le han presentado sus panes y sus peces, que forman
parte de ese banquete eterno, compartido por tantos, y al cual nos
incorporaremos algún día.
Pero creo que su partida es un toque de atención para nosotros. Porque
se nos vuelve pregunta. Y tú, ¿qué quieres dejar cuando te vayas? ¿Qué
quieres haber construido, llevado? Fijaos, pienso ahora que la muerte es un
poco como el último viaje, la última mudanza. Cuando haces una mudanza
es llamativa la cantidad de cosas que descubres que has ido incorporando a
tu vida y que en realidad serían prescindibles. Que ya solo las mueves de
un lugar a otro, pero en realidad libertad sería saber desprenderte de ellas.
Hay muchas cosas que habría que ir dejando atrás. Pero, dicho eso,
también eres consciente, al hacer una mudanza, de que hay algunas cosas
que sabes que estarán siempre ahí. Algunas fotografías (que hablan de
vida); algunas cartas (que hablan de amor, de amistad, confidencias,
dificultades); algunos libros; algunos objetos (a menudo vinculados a
memorias y personas); la fe (tan batallada y buscada en nuestras
historias); y los nombres de la gente cuya vida se entrelaza con la tuya de
modo inextricable, nombres que sabes que siempre irán contigo porque no
puedes entender tu vida sin esas otras vidas, con las que hay comunión y
encuentro.
Creo que la muerte, tan en primer plano, es un momento para hacer
balance. Del equipaje que estamos armando, llevando, de lo prescindible
que deberíamos dejar porque no aporta nada, ni al mundo ni a los otros ni
a nosotros. De lo que podemos compartir porque es valioso, y al
compartirlo hacerlo fecundo y convertirlo en fiesta.
La muerte en el horizonte, en el presente la de nuestros seres queridos
y en el horizonte la nuestra, pues todos pasaremos por ella, se tiene que
volver una llamada. Todos moriremos un día –no sabemos si pronto o
tarde–. Aprovechemos el tiempo (mucho o poco) que se nos ha dado para
compartir nuestros panes y peces; nuestros talentos, nuestro afecto y
compasión, una compasión que tiene que hacer del mundo un lugar más
justo, más humano también para aquellos a quienes las circunstancias de
la vida les ponen en situaciones verdaderamente inhumanas; nuestra
alegría de vivir y nuestra determinación por dejar el mundo un poco mejor
de lo que lo encontramos. Porque al final, la vida son dos días. Pero que
sean dos días llenos de amor.
BALANCE
Contemplaremos
nuestra historia
como la ve Dios.
Él nos dirá quiénes fuimos.
En su relato,
verdad
y misericordia
bailarán entrelazadas,
para mostrarnos
luces y sombras.
Volverá a arder el corazón
como en tantos instantes
en que fuimos suyos.
Quizás duela un poco
el bien que no hicimos.
La Vida, mayúscula,
eterna, e invencible,
acogerá la muerte
en su abrazo.
Al fin habremos llegado.
A casa.
25 de abril
Preguntas para hoy y conciencia del mundo
Más que como víctima o testigo del coronavirus, que eso no deja de ser
otra de las peripecias que la vida nos depara y de las que nadie puede
sentirse a salvo, sí me gustaría ser testigo de la buena noticia que estamos
celebrando en este tiempo pascual, de la resurrección de Jesús. Y en la que
nos coloca esta festividad de san Marcos. Volviendo los discípulos allá a
Galilea, donde empezó todo, el lugar de los sueños, el lugar de la relación
con Jesús, el lugar del anuncio y del seguimiento de tanta y tanta gente. Es
ahí donde me quiero situar.
Porque qué buenas oportunidades abren tiempos intempestivos como
estos que estamos viviendo para volver a hacernos las preguntas
importantes de la vida, esas que tan olvidadas y aparcadas solemos tener
cuando todo nos sonríe. Para ello tenemos que dejar que la prepotencia o
los prejuicios dejen paso a ese silencio que es la antesala de la experiencia
de fe.
A eso te quiero invitar. Ahí donde te encuentres ahora mismo, en el
silencio de tu casa abre tu mísera y pequeña existencia ante este gran
misterio de la vida que nos rodea… Así, como en cualquier otro momento
de tu vida pudiste hacerlo sentado o arrodillado en cualquier banco de la
iglesia.
Y una vez en silencio, pide a Jesús la gracia, que es a la vez locura, de
sentirte escuchado en esas preguntas o gritos que salgan de tu corazón.
Vive esa gracia de sentir que todo eso que te susurra o conmueve en tu
corazón es Dios quien lo está poniendo ya en ti… Y ábrete a él.
Simplemente, ábrete por dentro y déjale ser dentro de ti. Remienda las
heridas de tu alma a la luz de narraciones como la que hemos escuchado…
Y siente que Dios está a tu lado, te quiere, confía en ti… Y te envía…
Mira, a quien hace esta experiencia de Dios, Dios lo saca de sí y lo
empuja hacia los demás. Lo pone a eso que decía san Ignacio: a amar y
servir.
Dice el papa Francisco, en Evangelii gaudium, que uno de los
principios que puede servirnos para hacer frente a las tensiones sociales
propias de toda convivencia es que la realidad siempre es superior a la
idea. Creo que esto, aplicado a la realidad de una crisis como la que
vivimos es muy importante, porque tenemos una tendencia muy grande a
fabricarnos pompas imaginarias e instalarnos en ellas. Por eso creo que la
pregunta que me gustaría hacerte hoy sería:
¿Hasta dónde llega tu conciencia de realidad de lo que está pasando
en nuestro mundo?
a. Tal vez solo a celebrar el hecho de no haber sido tocado por esta
pesadilla del coronavirus o el miedo a cogerlo. Pues pregúntate
como puedes ir un paso más allá…
b. Y empieza a informarte bien de lo que está pasando. Ya sé que da
pereza, pero es necesario en nuestro mundo estar bien informado de
las cosas. Un gran teólogo del siglo pasado decía que todos los días
teníamos que tener en una mano la Biblia, o Palabra de Dios, y en la
otra el periódico.
c. Quizás tu perímetro de contacto con la realidad solo llega a estar
bien informado, haber leído bastantes artículos, estar enterado de las
cifras de muertos diarios, de los ERTES que múltiples empresas han
hecho, etc. Pregúntate cuál es el siguiente paso, cómo puedes
romper ese círculo e ir un poco más allá.
d. Uniéndote por ejemplo a cualquiera de las muchas campañas e
iniciativas solidarias que en tantos y tantos lugares se están
poniendo en marcha. Y disponte para echar una mano, para ser
voluntario, para colaborar económicamente con alguna de ellas.
e. Yo esta semana he estado un par de días en el cementerio de la
Almudena. Y os confieso que después de haber estado en el hospital
con el virus, ha sido la experiencia de mayor realidad durante este
tiempo de pandemia. Acercarme a esa dura realidad de la pérdida de
seres queridos, de los que no nos hemos podido despedir, a los que
no hemos podido dar la mano en el último suspiro, a los que no
podemos enterrar acompañados de familia y amigos. Este es el lugar
en el que se encuentran miles de personas. A ellas me quiero dirigir
para terminar este breve reflexión y decirles que se sientan
acompañadas por este buen Dios en el que creemos, en su dolor, que
desechen la culpabilidad sentida por no haber podido estar en el
último momento acompañando a su ser querido y que sientan que
sus seres queridos, aun a falta de toda muestra de afecto por nuestra
parte, están en buenas manos y habrán recibido todo el consuelo que
no pudieron encontrar en este trágico final de su vida.
VOLVERNOS PEQUEÑOS
Seve Lázaro, SJ
26 de abril
El ciclo de Emaús
Hch 2,14.22-33. Lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos.
Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte.
Sal 15. Señor, me enseñarás el camino de la vida.
1 Pe 1,17-21. Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que
vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.
Lc 24,13-35. Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
¿Por qué digo que esto es un ciclo y no es de una vez para siempre?
Porque creo que esto vuelve a empezar una y otra vez. ¿Creéis que los
discípulos de Emaús fueron felices, comieron perdices y ya nunca más
tuvieron dudas, preguntas y ausencias? ¡Venga, por favor, que el evangelio
no lo escribió Disney! Si una de las cosas que el mismo evangelio nos dice
es que cuando lo reconocieron ya no estaba. ¿Volverán a tener los de
Emaús días malos, noches inquietas, jornadas de queja? Es posible que sí.
¿Volverán a tener momentos de nostalgia? Es posible que sí. Y otra vez les
saldrá al camino el Señor. Lo que pasa es que cuanto más largo va siendo
el camino y más se repite el ciclo, más profundas van siendo las
respuestas, porque vamos avanzando a través de noches de búsqueda y de
días radiantes, a través de distancias y de encuentros, y ojalá siempre
haciendo real el evangelio.
Para esto solo se nos pide una cosa: Mantener la puerta de casa abierta
y ser capaces de decirle: «Quédate».
QUÉDATE
Quizás no te lo pida,
no te abra la puerta,
ni me dé cuenta
del hambre
que nos atenaza.
Pero tú quédate.
Hch 6,8-15. Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en
medio del pueblo.
Sal 118. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.
Jn 6,22-29. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida
eterna, el que os dará el Hijo del Hombre.
Hch 8,1-8. Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la
Buena Nueva de la Palabra.
Sal 65. Aclamad al Señor, tierra entera.
Jn 6,35-40. Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en
mí no tendrá sed jamás.
El mundo, agitado,
no se atreve a frenar.
Disfraza su congoja de burla,
y enmascara el vacío
con historias anodinas,
con personajes planos,
con relatos sin huella,
con vidas en bucle.
Hch 8,26-40. Felipe se puso a hablarle, y tomando pie de este pasaje, le anunció la
Buena Nueva de Jesús.
Sal 65. Aclamad al Señor, tierra entera.
Jn 6,44-51. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y
murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
La alegría se canta,
los ojos se encuentran,
las barreras bajan,
las manos se estrechan,
la fe se celebra…
…y un Dios se desvive
al poner la mesa.
1 de mayo
Nacemos con ojos, pero no con mirada
Hoy celebramos el Día del Trabajo. Y la Iglesia celebra el día de san José
Obrero. Día de recordar a tantos movimientos sociales que han luchado y
luchan por la justicia. También hoy comienza el mes de María: aquella que
aceptó a Dios y amó a Dios en su vida.
Y hoy, como en estas eucaristías de los viernes, vamos a celebrarla por
todas estas personas fallecidas, sobre todo a raíz de esta pandemia del
coronavirus.
Las cifras nos hablan de más de 25 000 muertos en España, más de 230
000 en el mundo. Si miramos a los jesuitas, han fallecido 40 en lo que va
de año natural y 20 en el último mes. No son números, son personas
queridas, cercanas y próximas: padres, madres, esposos, esposas, hijos e
hijas, abuelos, abuelas, vecinos…, personas que amueblan nuestra alma.
Estamos hechos de personas, no de cosas, de títulos o de prestigio. Son
las personas que nos han amado las que nos acaban y nos configuran por
dentro. Esas personas nos han hablado, escuchado, comprendido. Y son
personas que pasan a ocupar un lugar distinto ante nuestros ojos y también
ante los ojos de Dios.
San Agustín, en las Confesiones, decía de la muerte de un amigo suyo:
«¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte
para mí» (Confesiones, L. IV, c. IV). Y es que, al pasar cerca de la muerte,
todo se convierte, precisamente, en ocaso y en final.
Junto con María y José, junto a todos los santos y santas que nos
acompañan desde el Cielo, hay una invitación desde la fe: mirar a Dios en
cada persona, presente y ausente.
Mirar a Dios nos puede hacer ver los dones y, por tanto, agradecer el
paso de Dios por todas esas personas que nos han acompañado (seguro que
Dios puso a esa persona ahí –con su amor peculiar– para que nos demos
cuenta de algo); imaginar a esa persona acompañada ya por Dios,
sostenida por Dios, y quedarnos nosotros mirando a Dios, tratando de
descubrir qué dones puso Dios para cada uno de nosotros a través de esa
persona que ahora tenemos presente en nuestra oración.
También mirar a Dios nos puede convertir hacia él, no hacia nosotros
mismos. La primera lectura cuenta la conversión de Pablo (Hch 9,1-20):
«una luz lo envolvió», vio a Cristo. Y Jesús le dijo: «Soy Jesús, a quien tú
persigues». Tenía los ojos abiertos, pero no veía. Como decía un jesuita,
[José María] Fernández Martos, SJ: «nacemos con ojos, pero no con
mirada».
Convertirnos hacia Dios es cambiar la mirada. No podemos cerrar los
ojos a la realidad, a la dureza enorme de esta enfermedad, a tanta
desesperación. Pero puede haber una nueva mirada: tratar de ver un
misterio que nos traspasa, tratar de ver que Dios no nos abandona, que hoy
hay esperanza en Dios.
Precisamente hoy viernes, celebrando aquel Viernes Santo de la Iglesia
y del mundo, ¿cuál puede ser mi nueva mirada ante todo esto que sufrimos
y ante la ausencia que vivimos? Y mirar a Dios puede aproximarnos a
Jesús. Y, curiosamente, así nos aproximamos a Dios: con este Jesús.
El evangelio dice hoy que Jesús nos da a comer su carne (Jn 6,52-59).
Y quienes lo escuchaban, dudaban de ello. Porque comer su carne y beber
su sangre es participar de su vida y de su muerte. Aprender a vivir como
Jesús es, realmente, comer su pan. Por eso su pan es vida y muerte, como
celebramos en la eucaristía, donde hacemos presente a todas las personas
queridas: porque han participado también de la muerte y resurrección de
Jesús.
Comer de su pan es vivir para siempre. Mesa que se abre más allá,
como dice el mismo Jesús. Es un proceso de acercamiento a Jesús, de
conversión personal y de reconocer todo lo recibido. Hoy miramos a tantos
fallecidos en Jesús muerto y resucitado. Y a través de él participamos
también de su muerte y resurrección.
En un libro de Javier de la Torre, Pensar y sentir la muerte (2012),
decía: «Esa esperanza y confianza, solo se encuentran en este mundo
vinculadas al amor». «Todo lo consumado en el amor, no será nunca gesta
de gusanos» (Ángel González). Porque «el amor es fuerte como la
muerte», como decía el Cantar de los cantares. Y «amar a un ser es
decirle: tú no morirás» (G. Marcel).
Desde el amor y el cariño; desde el recuerdo y el respeto por tantas
personas que han sufrido y a día de hoy sufren la ausencia, pidamos por
ellos a Dios, junto con los santos que nos han precedido y por intercesión
de María.
Y, precisamente por empezar hoy el mes de María, os invito a rezar
juntos un Avemaría.
GUÍAME, SEÑOR
Hch 9,31-42. En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y
Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con
el consuelo del Espíritu Santo.
Sal 115. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Jn 6,60-69. Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
Un día decidimos
subir a tu barca,
confiarte el timón.
Desde entonces
navegamos por la vida
y escuchamos sonidos diversos,
el ruido del trueno
que anuncia la tormenta,
los cantos de sirena
que prometen paraísos imposibles,
el bramido de un mar poderoso
que nos recuerda nuestra fragilidad,
las conversaciones al atardecer
con distintos compañeros de viaje,
los nombres de lugares
que aún no hemos visitado,
y los de aquellos sitios
a los que no volveremos.
A veces nos sentimos tentados
de abandonar el barco,
de cambiar de ruta,
de refugiarnos en la seguridad
de la tierra firme.
Pero, Señor,
¿a quién iremos…
si solo tú puedes ayudarnos
a poner proa
hacia la tierra del amor
y la justicia?
3 de mayo
Puertas cerradas y puertas abiertas
Es tu hora.
4 de mayo Fiesta de san José María Rubio
Adora y espera
Hch 2,28-38. Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño, del que os constituyó
pastores el Espíritu Santo, para apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre de
su Hijo.
Sal 144. Bendeciré tu nombre para siempre, Dios y rey mío.
Jn 14,23-29. El que me ama cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él
y haremos en él nuestra morada.
Hch 11,19-26. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados
cristianos.
Sal 86. Alabad al Señor, todas las naciones.
Jn 10,22-30. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí.
Voy a compartir cinco dimensiones de la vida en las que pienso que las
circunstancias nos preparan más para recibir la Buena Noticia que nos trae
Jesús.
Primero, solo si somos conscientes de nuestros pies de barro
estaremos capacitados para entender la universalidad de la salvación (de
otro modo iremos dispensando carnets de merecedores). Esto no es una
cuestión de méritos, sino de amor. Quien construye la lógica de la
salvación como una carrera virtuosa de la cual van quedando eliminados
los pecadores, se engaña. En esa hipotética carrera, el puro no necesitaría
ser salvado, sino que se salva a sí mismo (o eso cree). Esta conciencia de
la universalidad de la salvación es justo la consecuencia de eso. ¿Por qué
los fariseos no acogen a Jesús y en cambio los publicanos, la prostituta, el
recaudador sí? Porque estos últimos son conscientes de necesitar ser
sanados, mientras los primeros se creen un dechado de virtudes. Quien va
por la vida mirando con arrogancia y caminando dos palmos por encima
de los demás al final cree que no necesita la misericordia y la buena
noticia se le escapa.
Segundo, la vulnerabilidad. El que se cree invulnerable tampoco
necesita ser sanado de nada. Nuestro mundo nos urge a mostrar siempre
fortaleza, no mostrar debilidad porque estás mucho más expuesto. Pero la
verdad es que somos débiles. Somos frágiles. Todos. Confundimos en
algún momento valor con fuerza, y parece que si muestras debilidad estás
mucho más expuesto. Pero sí, a veces necesitamos decir, no puedo más, no
llego, no tengo fuerza… Y nadie me necesita invulnerable. Jesús trae la
fuerza que se realiza en la debilidad. En nuestra debilidad somos capaces
de acoger su fortaleza. En nuestra propia fortaleza, en cambio, nos
envolvemos en burbujas que nos aíslan. No nos necesitamos invulnerables,
sino humanos. Y en nuestra debilidad capaces de acogernos unos a otros
como Dios nos acoge. Eso es buena noticia.
Tercero, la valentía de pedir ayuda, frente a la autosuficiencia del «yo
me basto». Cuidado con el apóstol que solo tiene una mano extendida para
ofrecer ayuda, pero no extiende otra para pedirla. Que no necesitamos
superhéroes. Quien va por la vida con complejo de todopoderoso se
equivoca. Ese es el pecado original de querer ser igual a dioses. A veces
pedir ayuda es abrirse a la buena noticia de que te la ofrezcan y te la den.
Cuarto, la compasión. Cuando uno tiene un corazón de piedra, cerrado
al prójimo. Cuando el otro no es tu problema. Cuando te refugias en una
burbuja de justificaciones «no puedo ocuparme de todos» (que nadie te lo
pide). En realidad, lo que Dios nos pide es: «Descubre que el prójimo es tu
hermano». A eso lo llamamos compasión, que es la capacidad de que
nuestro corazón sufra con el otro. El ejemplo primero sobre la enfermedad
–que cuando se ve como algo ajeno y lejano, no te preocupa–. Cuando te
importa, descubres la buena noticia de la fraternidad.
Quinto, la conciencia de no ser libres. Creo que ninguno lo somos
totalmente. Tenemos muchas ataduras, muchas pequeñas tentaciones que
nos envuelven. Muchas dinámicas que nos atrapan en lógicas que no nos
dejan vivir. La libertad no es una cuestión de todo o nada. Es una conquista
que se va haciendo durante toda la vida. Más aún, es un don (para la
libertad nos liberó Cristo). La libertad se alcanza saliendo de esas
prisiones que nos encadenan a vidas raquíticas para abrirse a un mundo
más amplio. Quizás una buena metáfora de esto sea el desconfinamiento.
El paso de la vida encerrada a la calle y el horizonte amplio; de las puertas
cerradas a las puertas abiertas; de la mirada a una pared a los paisajes; de
no ver al prójimo a verlo caminando por las calles y pensar en sus vidas.
La buena noticia de la libertad lo es porque nos sabemos esclavos.
Así que hoy quisiera convertir estas llamadas en oración, y pedirle a Dios
que nos ayude a abrir los ojos, los oídos y los brazos para acogerlo como
Mesías.
Que nuestros pies de barro nos hagan humildes.
Que nuestras heridas nos hagan sensibles hacia el dolor de los otros.
Que nuestra limitación nos haga valientes para pedir ayuda.
Que la compasión nos enseñe a descubrir lo pequeño como espacio de
salvación y de buena noticia.
Y que, desde el anhelo de libertad, acojamos su mano tendida, con la
alianza que nos ofrece, eterna e inmortal.
REVELACIÓN
Miré en el espejo,
y descubrí una ausencia.
No estabas conmigo.
No estaban tus manos
para mis heridas.
No estaban tus gestos
disipando miedos.
No estaba tu fuego
domando el invierno.
Me lancé a buscarte,
te echaba de menos.
Pregunté a las calles
si te habían visto.
«No está aquí»
dijeron.
Pronuncié tu nombre,
solo obtuve el eco
de mi angustia
y tu silencio.
Entonces, de golpe,
cuando más desvelos
rompían mis noches,
cuando la tormenta
bramaba en mi cielo,
comprendí que estabas.
Eras la presencia
tras de mis nostalgias,
el deseo vivo
de mesa y encuentro.
Eras la mirada
en ojos amigos.
Eras la palabra
garabateada
con letra insegura
en este cuaderno.
6 de mayo
El «secreto» de los jesuitas
[1] Al comienzo de la eucaristía, Pablo evocó el conocido verso del sacerdote poeta: «Al f inal
del camino me dirán, “¿Has vivido? ¿Has amado?”. Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno
de nombres».
PORQUE SÉ QUE NACÍ PARA SALVARME…
Hch 13,13-25. Pablo se puso en pie y, haciendo seña con la mano de que se callaran,
dijo: «Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad».
Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Jn 13,16-20. El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí
recibe al que me ha enviado.
La palabra de hoy gira en torno a la idea del enviado. Así aparece Pablo, y
en el evangelio también Jesús recuerda a los discípulos que son sus
enviados, llamados a anunciar y hacer transparente a Dios. Es bonita esta
idea de que existen emisarios (enviados) de Dios. Fijaos cómo nosotros,
cuando decimos de alguien «es que es un ángel» (sabiendo que ángeles son
los emisarios de Dios), en el fondo lo que queremos decir es que su
bondad remite a una Bondad mayor. Que es un testigo, un enviado. Ahí hay
una llamada, una invitación y una pregunta, y es si nos sentimos enviados
a este mundo.
Claro, cuando uno lo piensa, inmediatamente surgen objeciones. Por
una parte, es fácil pensar: yo no tengo la sensación de haber sido enviado,
de tener una misión, de ningún tipo de mandato; bastante hago con vivir.
Lo segundo, con la conciencia de la propia limitación, uno se puede sentir
francamente indigno. ¿Cómo voy a anunciar yo a Dios, si ni siquiera me
siento suficientemente coherente, justo? Estoy yo como para considerarme
enviado de Dios…
A las dos objeciones me gustaría contestar con la imagen de una
carrera de relevos. En la carrera de relevos la gente se va transmitiendo el
testigo, unos a otros, se van pasando esa misión. Jesús envió a sus
discípulos («Id al mundo entero, a proclamar el evangelio»). Ellos a otros,
y así, una cadena que sigue hasta nosotros hoy. Podemos decir que no
queremos, pero el testigo lo hemos recibido. Somos parte de una historia.
Si hoy podemos sentir, saber o vivir que tenemos una palabra que
escuchar, un evangelio que anunciar y un reino que construir, es porque
otros nos lo han comunicado. En una cadena que se remonta a los primeros
enviados.
Segundo, a la segunda objeción hay que responder señalando que esto
no es una cuestión de perfección, sino de disposición. La pregunta que
Jesús nos hace no es si valemos para esto (porque todos valemos), sino si
estamos dispuestos. Entendedme. Estar dispuesto no es ¿te apetece? ¿Te
gustaría? Es mucho más. Es, ¿te atreverás a intentarlo? Y me atrevo hoy a
convertir y traducir esa disposición en pregunta, sabiendo que quizás no es
una pregunta que se conteste en un momento. Son preguntas que hemos de
ir contestando, no en un momento, sino en toda nuestra vida.
¿Estás dispuesto, estás dispuesta a hacer espacio en tu vida a la
Palabra, desde la escucha, desde la disposición a aprender (que eso es ser
discípulo), y desde la consciencia de que esa palabra tiene mucho que
enseñarte sobre ti, sobre el prójimo y sobre Dios?
¿Estás dispuesto a abrir tu vida al prójimo, sabiendo que prójimo es
quien te puede necesitar en un momento determinado cuando tú estás en
situación en la que de verdad puedes ayudar? ¿Vencerás la comodidad, la
resistencia, la inercia, el miedo a ser invadido? ¿Le abrirás tus brazos, le
darás tu tiempo, compartirás lo que tienes y lo que eres?
¿Estás dispuesto a ir tejiendo, con tu palabra, con tu vida y relaciones,
espacios de comunidad? Comunidad a la manera de Dios, que es un
espacio de diversidad, de vida compartida, de concordia, donde toca ir
excluyendo la violencia, el odio, el rencor o el egoísmo, que son lógicas
que solo terminan generando dolor y muerte.
¿Estás dispuesto a perdonar, o al menos intentarlo, cuando te hieran,
cuando te fallen, cuando te ataquen, a la manera de Aquel que en una cruz
habló con palabras de misericordia?
¿Estás dispuesto a hacer del amor a la manera de Dios tu lógica, tu
horizonte y tu camino?
¿Estás dispuesto a contarle al mundo que tienes un fuego dentro, que
ese fuego es Dios y que se convierte en calor, en luz y en motivo para la
esperanza?
¿Estás dispuesto a defender la vida, y a trabajar para que toda vida sea
digna, especialmente la de los más vulnerables, de los más débiles, de los
más indefensos, porque la vida es un regalo precioso de Dios?
¿Estás dispuesto a aceptar la libertad profunda que te ofrece Dios, una
libertad que no se deja encadenar por modas o ídolos, por ideologías o
guerras vanas, por batallas absurdas, por riquezas o miedos?
Tal vez asusta la grandeza de estos propósitos. Tal vez da miedo decir
«sí» por lo que podría implicar. Tal vez, como decía antes, no nos sentimos
dignos, preparados, capaces… Pero la verdad es que Dios nos ha hecho
mucho más capaces de lo que pensamos, mucho más grandes de lo que
vemos, mucho más fuertes de lo que imaginamos. Lo único que nos pide
es ser lámparas que brillen con su luz. Para que el mundo vea.
Y TENGO AMOR A LO CONCRETO
Es la constante tensión
que atraviesa nuestros días.
sobrevolar, o zambullirnos
Tú pones la encrucijada,
y nos dejas la decisión.
Vender aire
o ser testigos del Reino.
8 de mayo
Encuentros con el Resucitado: experiencia
personal, comunidad y sufrimiento
Hch 13,26-33. Os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a
nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús.
Sal 2. Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Jn 14,1-6. No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí.
«No se turbe vuestro corazón…». Sois conscientes de que llevamos así las
4 semanas del tiempo de Pascua, en el que el Resucitado una y otra vez
nos está intentando animar con comienzos como este. Parece que en las
apariciones su objetivo no es otro sino animarnos y convencernos de la
buena noticia de la resurrección.
Y os confieso que creo que, por naturaleza, somos pesimistas. Es como
si nos costase más creer lo bueno, mientras que las noticias malas y los
bulos entran en nosotros como Pedro por su casa. Tengo un compañero
jesuita, buen amigo, que muchas veces, cuando nos vemos, lo que me dice
es «qué tal va todo, mal, ¿verdad?». Siempre me sorprende ese pesimismo
por defecto, creo que en tiempo de Pascua debemos de ser especialmente
conscientes de este peligro. Tenemos que evitar esa especie de «realismo
depresivo» que viene a decir que, a pesar de lo vivido en Semana Santa, en
realidad, nada ha cambiado, todo vuelve a ser normal.
Habitualmente no discuto esto, porque siempre, siempre, en todas las
vidas hay motivos para el desánimo. Os imaginareis que más aún en medio
de esta crisis:
• Vivimos rodeados de una atmósfera de dolor e incertidumbre que
nos desgasta y agota.
• Oímos constantemente noticias que anuncian y proyectan graves
consecuencias económicas y sociales que están por venir y sumarse
a la ya compleja situación que vivimos.
• Estamos desorientados por el dolor y luto de seres queridos.
• Estamos ya, al menos aquí en España, comenzando la semana
número 9 de cuarentena, que ya no hay quien lo aguante.
Nuestro peligro en este tiempo de Pascua es que la realidad se imponga
en nuestra vida de tal manera que creamos que las cosas no pueden
cambiar, que la realidad se nos muestre tan descarnada que lleguemos a
creer que es imposible que lo extraordinario pase. Podemos entrar en una
dinámica tal que no nos convence ni el Resucitado.
Creo que justo esta es la pedagogía de Dios en este tiempo de Pascua
hasta Pentecostés. En el fondo es ir poco a poco entendiendo cómo vivir en
este tiempo del Espíritu, aprendiendo a sintonizar y comprender dónde y
cuándo nos está hablando el Resucitado.
Y fijaos, porque es en medio de la situación que estamos viviendo
cuando el Resucitado se aparece y nos dice: «Alegraos», «no tengáis
miedo», «que no se turbe vuestro corazón». Siempre el Resucitado
comienza con estas palabras, porque ahora su oficio es de consolar, su
principal misión es transformar el duelo en alegría, tocar el corazón y
despertar a su gente con la buena noticia, que no quiere decir que el dolor
sea mentira o que el dolor no sea real, sino que él, Jesús, nos dice «estoy
vivo, voy por delante, no estáis solos». Esta es la buena noticia y la razón
de nuestra esperanza. Dicha para nosotros hoy.
Nuestro confinamiento, nuestro dolor, nuestra ansiedad, nuestro
miedo, no impiden en absoluto las dinámicas del Resucitado en nuestra
vida. Lo llevamos escuchando en los Hechos y en los evangelios de estas
últimas cuatro semanas. No importan nuestras puertas cerradas ni que esté
atardeciendo ni que vayamos cabizbajos ni que el miedo mande… El
Resucitado siempre se abre paso, aparece en medio de ellos y transforma
la comunidad. Las escrituras nos dan pistas interesantes en estas semanas
sobre este paso de la comunidad confinada y desesperanzada a convertirse
en los cimientos de una Iglesia evangelizadora de la que hoy somos
consecuencia y parte. No sé si os suena de algo, comunidad confinada y
desesperanzada, ahí es donde el Resucitado es un especialista. Y estos
evangelios de Pascua nos han ido dando pistas para entender la
experiencia del Resucitado.
Es una experiencia personal. No vale que me la cuenten. He de
experimentarla. He de tener mi propio momento de revelación, para poder
explicarlo con mis propias palabras, no vale repetir lo que otros dicen.
Se da en comunidad. El Señor se aparece la mayoría de las veces al
grupo de discípulos, cuando están juntos. Cada uno tiene la experiencia del
Resucitado a su manera, pero somos enviados como comunidad, como
Iglesia. Nadie se salva solo.
El sufrimiento. Las llagas es lo primero que muestra Jesús. La
resurrección no ha eliminado las marcas del dolor. El sufrimiento y la
debilidad son compatibles con la resurrección. «Lo que mata la vida es la
tristeza, no el sufrimiento», dice Toño García. No hay que tener
«supervidas» para resucitar. No es una noticia para los que les va bien,
sino al revés, para los que portamos llagas. A los que estamos encerrados y
atemorizados. A los que estamos decepcionados, a los pequeños, a los
normales, a los del montón… El límite, la debilidad, es la herida, el
espacio de comunión con el Resucitado.
Así que… Qué lujo creer en un Dios que nos abre el futuro de esta
manera, ¿verdad? Yo me preguntaba, si esto es así, ¿qué podemos hacer
nosotros para estar más atentos al Resucitado? La fe es una gracia, no está
en nuestra mano, pero sí que hay pistas, elementos que podemos trabajar
para afinar nuestra atención y nuestra vida de forma que seamos más
sensibles, más porosos, más armónicos con las frecuencias en las que
opera el Resucitado.
Benjamín González-Buelta
Amor es amar lo que nos duele, lo que nos sangra por dentro.
Es entrar en la entraña de la noche y adivinar la esperanza de la estrella.
Amor es abrazarse a la cruz, amor es resucitar.
Así que estas son tres condiciones de posibilidad para estar más
atentos al Resucitado: buscar una experiencia de Dios cada vez más
personal, una fe cada vez más compartida en comunidad (y vinculada a
personas y relaciones), y una progresiva integración y aceptación de
nuestras heridas y dolor como espacio encuentro sanador con Dios.
Quizá tengan razón los pesimistas y es verdad que no ha cambiado
nada, pero quizá a la vez esté empezando a cambiar todo. Si avanzamos en
esta progresiva alineación con las frecuencias del Espíritu iremos
descubriendo esas presencias esperanzadoras, ese efecto consolador de
Dios, del que muchas veces oímos hablar a otros.
Notaremos entonces como que es posible vivir con más esperanza, que
estamos más en sintonía con Dios, más llenos de su presencia, capaces de
ir más allá de donde llegaríamos solos. Que, aunque el pecado no
desaparece y es una realidad en mi vida, no es la realidad definitiva. Y
entonces nos sentiremos un poco más libres de las ataduras, un poco más
ligeros ante lo de siempre, un poco más optimistas con las posibilidades
de la vida.
Os aseguro que cuando estamos en esta dinámica de consolación, el
Señor hace verdaderos milagros con nuestra historia. Así que estemos
atentos a su Espíritu. Porque abrazando al Resucitado, abrazamos la
esperanza, y en ella se abre el futuro de toda la humanidad. Y creyendo en
este Dios es fácil entender la buena nueva que supone escuchar «Yo soy el
Camino, la Verdad y la vida». Y así, sí que es posible cruzarse con los
amigos y decirnos, «¿Qué tal? Bien ¿verdad?».
LÍBRANOS, SEÑOR, DE LA TRISTEZA
La tristeza se esconde
bajo el deber cumplido
y la respuesta esperada por la gente.
Maquilla su rostro
con arrugas de ayuno.
Se disfraza de sensatez
que todo lo calcula bien.
Va doblando las espaldas
con el ancho escapulario
de los «cofrades resignados»,
que han visto y saben todo,
y ya no esperan nada nuevo
que valga la pena celebrar.
Hch 13, 44-52. Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero
como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos
dedicamos a los gentiles.
Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Jn 14,7-14. El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores,
porque yo me voy al Padre.
El tercer paso nos toca darlo a cada uno de nosotros. Y nosotros, ¿qué?
¿Pueden nuestras obras ser reflejo de esa misma lógica? ¿Pueden ser
reflejo del Dios que aprendemos a ver en Jesús? Quizás hay algún
momento en la vida en que nuestras propias obras tienen que ayudarnos a
ver si vamos por el buen camino. Si están siendo reflejo de que hemos
empezado a vislumbrar a Jesús. Y ahí tenemos varios caminos para
examinar nuestra propia vida, y si es reflejo del Dios que nos habita. Tal
vez necesitamos examinar cómo andamos de:
Habla la Vida,
no en palabras ni versos,
no en poemas ni cantos,
no en susurro,
no en grito.
Habla, primero,
al abrazar al herido
y dar agua al sediento,
al partirte un poco la espalda
para cargar con los abatidos
(¿quién, si no, tirará de ellos?).
Habla la Vida,
en el perdón sincero,
en el respeto,
en un amor de hermano,
de amigo,
de amante eterno
en la mesa dispuesta
para saciar al hambriento.
Si la Vida calla,
el poema, el grito, el canto…
…es verbo hueco.
Hch 6,1-7. Escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de
sabiduría, y los encargaremos de esta tarea. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al
servicio de la palabra.
Sal 32. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
1 Pe 2,4-9. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Jn 14,1-12. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí.
Entre las imágenes que Jesús toma de la vida para describir cómo se
entiende, quizás una de las más atractivas es esta en la que se define como
el camino, la verdad y la vida. ¿En qué sentido lo podemos interpretar así?
¿Qué significa decirle tú eres mi camino, tú mi verdad y tú mi vida?
Empiezo hablando de la relación entre el camino y la vida. Una vez
más me sale la memoria de tantas peregrinaciones.
Creo que el camino es una buena metáfora de la vida. Varias veces he
aludido a historias del camino de Santiago en estas semanas. Creo que el
camino, la experiencia de peregrinar, tiene muchísima fuerza en nuestras
historias precisamente por ese aprendizaje para la vida. Dejadme, antes de
aplicarlo a Jesús, hacer algunos paralelismos. El camino tiene su comienzo
y su fin. Pero no es únicamente salir o llegar lo importante. Lo importante
es todo lo que hay entre medias. Lo que disfrutas de una peregrinación son
todos los buenos momentos, pero también tienen sentido los malos. Todo
lo que se va convirtiendo en memoria, historia y vida. Hay días mejores y
otros peores. Los disfrutas todos. El camino no está hecho solo de buenos
momentos.
Las personas, en el camino, somos un pozo de sorpresas. A veces te
encuentras que quien te parecía más frágil camina sin ningún tipo de
problema y quien parecía poco menos que se iba a comer el mundo se
viene abajo porque una ampolla le parece un mundo. Y es que la fuerza y
la debilidad, en el camino –como en la vida– tienen sus propias dinámicas,
que no siempre son las más aparentes. En el camino –como en la vida– se
puede pasar como peregrino o como turista. Lo deseable es estar como
peregrino. El turista se disfraza de peregrino (y lleva todo el equipamiento
exterior), pero ninguna de las actitudes que uno necesitaría por dentro. El
peregrino, en cambio, sabe a dónde va, a qué, y con quién. El buen humor
es fundamental –en el camino y en la vida–. Necesitas reírte y hacer reír a
otros. Y, a veces, más aún cuando las cosas están peor. Hay días que solo
puedes aguantar y esperar que pasen. Otros, en cambio, se te pasan
volando.
En el camino no vas solo. Vas con otros. A veces es el grupo con el que
comienzas. También gente que vas encontrando, aunque hayas empezado
por tu cuenta. Y, por un tiempo, la marcha coincide y te conviertes en
compañero de camino. Pero, al tiempo, sabes que hay que respetar ritmos,
tiempos y motivos. Por eso el buen peregrino acompaña, pero no invade.
Comparte unos momentos, pero no los impone. Ayuda unos días y se deja
ayudar otros.
Hay algunas cosas que controlas y dependen de ti (el equipaje, los
planes que haces, la información que puedes necesitar). Hay otras que no
(el clima, o la geografía). En cuanto al equipaje, hay que llevar poco
(cuanto menos mejor, eso sí, lo necesario). Cuanto más exceso llevas más
pesado se hace.
En el camino sale lo mejor y lo peor de las personas. Hay momentos y
detalles de verdadera solidaridad en el camino, cuando ves a alguien que
va peor –pero también los puede haber de puro egoísmo–. Y puedes ir
mirando lo que te rodea y disfrutando de la vista, o puedes ir tan
obsesionado con llegar que no te das cuenta de lo que tienes alrededor.
Decir que Jesús es nuestro camino y nuestra vida tiene mucho de esto
mismo. La fe, como el camino, es una relación que va creciendo. Cada día
importa. A medida que avanzas, te va resultando más fácil lo que tal vez al
principio era tremendo (un puerto de montaña, una larga marcha…). En la
fe también vas aprendiendo a caminar y lo que al principio te cuesta, no
comprendes o te resulta extraño, luego te vas haciendo más recio y quizás
lo integras de un modo mucho más normal. En la fe también tienes que
aprender a prescindir del equipaje superfluo. Y tenemos mucho.
Adornamos la fe con tantos envoltorios, que hay que tener cuidado de no
absolutizar lo que no tenemos que absolutizar; no dogmatizar lo que no es
dogma; no convertir en eterno lo que nace en un momento, un contexto o
una cultura, pero ni estuvo desde el principio de la historia de la Iglesia ni
prevemos que vaya a durar mucho más. En cambio, hay otro equipaje
(creencias, verdades de fe) que son imprescindibles para caminar. En la fe
también puedes tener días buenos y malos. De hecho, hay días en que
aguantas solo pensando en la meta (que es la vida plena). Y puedes ser
turista o peregrino. Eres turista cuando ni profundizas ni aterrizas ni
comprendes. Eres peregrino cuando la fe te va transformando. Las
actitudes del camino que nacen de la fe son las del amor, la capacidad de
hacerse prójimo y la alegría profunda que llamamos sentido.
Y, hablando de sentido, una palabra sobre la verdad. En el camino (de
Santiago) hay flechas amarillas que te van indicando por dónde va la ruta.
Te llevan, te guían, te ayudan. Si pierdes alguna, puede ser que termines
extraviado, dando rodeos o metiéndote en sitios en los que querrías no
estar. A veces también pasa que es más goloso dejar las flechas e ir por la
carretera –incluso hay quien prefiere ir en coche–, pero no te das cuenta de
que te pierdes el precioso paisaje reservado a quien acepta el camino con
sus costes. Subir la montaña y ver el paisaje que se despliega alrededor es
parte de la esencia del camino y los atajos o los caminos alternativos
hacen que te lo pierdas. Con Jesús ocurre lo mismo. Él nos muestra el
camino, la verdad que necesitamos. La fe tiene también sus indicadores,
sus flechas amarillas. Diría tres: el evangelio. Una tradición viva que es el
despliegue de la verdad de Jesús. La tradición no es algo muerto y cerrado,
sino que sigue nutriéndose de preguntas, de búsquedas y del diálogo con la
realidad. Y testigos, cuyas vidas apuntan a Jesús (cuya vida apunta al
Padre).
¿Qué nos enseña Jesús? Jesús nos muestra una triple verdad: la verdad
de Dios, porque nos ayuda a conocerlo (como decíamos ayer). Nos
muestra la verdad del mundo, porque nos enseña a entender sus heridas y
nos enseña también, en el horizonte, lo que podría llegar a ser. No un
análisis, sino una mirada creyente. Y nos muestra la verdad de nuestra
propia vida. Que, curiosamente, vista por sus ojos, resulta mucho más
atractiva, profunda, noble y llena de posibilidades de lo que nosotros
mismos creemos en ocasiones. Hoy me decía alguien: «Últimamente en
las homilías nos estáis poniendo el listón muy alto», como diciendo, «esto
es muy exigente». Y lo que pensaba yo es que a veces no nos creemos
capaces de vivir el evangelio. Pero Dios sí, Dios nos sabe capaces. Dios
nos ve capaces de volar. Y, pudiendo volar, ¿quién querría quedarse en
tierra?
MI EQUIPAJE
Hch 14,5-18. Os anunciamos esta Buena Noticia: que dejéis los ídolos vanos y os
convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen.
Sal 113b. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.
Jn 14,21-26. El que me ama guardará mi palabra, y mi padre lo amará, y vendremos y
haremos morada en él.
«(…) fundieron un becerro y exclamaron: este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto»
(Ex 32, 4).
Ante la cruz me invito y te invito a que te hagas dos preguntas: ¿en qué
Dios crees? ¿Contra qué ídolos combates? Quizás así podamos decir con
verdad, lo mismo que hemos oído hoy en boca de Pablo y Bernabé: «Os
predicamos el Evangelio, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis
al Dios vivo».
BENDICE MIS MANOS
Sabine Naegeli
12 de mayo
El conflicto y la paz verdadera
Hch 14,19-28. Reunieron a la Iglesia, le contaron lo que Dios había hecho por medio de
ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Sal 144. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.
Jn 14,27-31a. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.
Las palabras de Jesús, sobre una paz que da el mundo, distinta a la que da
Dios, invitan a preguntarse e intentar entender cuál es una y cual es otra.
La paz es, de algún modo, el reverso del conflicto. Hay una triple
fuente de conflicto en la vida. Con Dios (por muchos motivos, porque no
entendemos, porque no te encontramos, porque no nos lo pones claro,
porque a veces te necesitamos y pareces no responder, porque la duda
muerde, o porque tu evangelio es exigente…). Con los otros (por distintos
motivos, y cada quién sabe cuáles son sus conflictos). Con uno mismo. A
menudo te enfadas contigo mismo. No te puedes, no te aguantas, y te
peleas por dentro.
Dame, Señor,
capacidad para luchar.
Toca pelear cada día,
hasta esa jornada última
en que Tú vencerás por los dos.
Dame fe para no rendir el evangelio,
la bondad, el sacrificio o la cruz.
Dame alegría para sobrellevar
cada revés, cada caída,
cada tormenta.
Hch 15,1-6. Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no
se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un
altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé.
Sal 121. Vamos alegres a la casa del Señor.
Jn 15,1-8. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que
deseáis y se realizará.
[1] Sería así si en la liturgia se leyera el relato del jueves de la quinta semana de Pascua. En
realidad, al ser el 14 de mayo la f iesta de san Matías, apóstol, no serán esas las lecturas de la
homilía de mañana.
ELOGIO DEL SARMIENTO A LA CEPA
Tú eres la vid,
y nosotros los sarmientos,
que han de florecer
con frutos de amor y justicia,
de paz y palabra,
de pan
que saciará
el hambre de todos.
14 de mayo
El rostro amigo de Dios
Hoy, en esta fiesta de san Isidro Labrador, convergen tres elementos que
me parecen muy significativos (y de algún modo complementarios) este
año. Por una parte, celebramos el santo patrón de una ciudad y, como
tantas ciudades, nos vemos encerrados por esta pandemia. Supongo que ni
en los mejores pronósticos imaginábamos los madrileños –y todos los que
aquí vivimos terminamos siéndolo un poco, por nacimiento o por
adopción– que la Pradera de San Isidro este año iba a ser el salón de casa,
que no habría verbena, chulapas, fiestas de barrio, chotis, ni ninguno de los
tópicos asociados (y ya que estamos, tampoco habría puente de mayo,
cines, teatro u otras celebraciones menos castizas, pero igualmente
agradables). Hoy Madrid (como tantos lugares de nuestro mundo) está en
otra batalla. Una batalla que no debería ser de unos contra otros, sino de
todos contra una enfermedad. Desgraciadamente, la tentación de politizar
todo nos puede hacer perder de vista lo importante: la lucha para trabajar,
juntos, por el bien común; para frenar los efectos de una pandemia que ha
golpeado esta ciudad de un modo implacable, durísimo, y que puede
volver antes de haberse ido del todo; la necesidad de ser muy responsables
en nuestra manera de reaccionar y protegernos unos a otros, buscando el
bien común; y la responsabilidad que tenemos para no abandonar a
quienes lo han perdido todo (especialmente quienes han perdido a sus
seres queridos –esto no tiene arreglo–, pero también a quienes van a tener
que afrontar precariedad, inseguridad y un horizonte difícil). A medida
que entremos en las fases del desconfinamiento lo importante no es solo
qué podemos hacer, sino cómo hacerlo de tal manera que estemos
cuidando unos de otros. En el fondo, este es un momento para ver si
además de una ciudad podemos descubrirnos como comunidad. A los
cristianos se nos tendría que notar ese ser comunidad.
Por otra parte, san Isidro Labrador es también patrono del mundo
agrícola. En el último año pareció que, durante un tiempo
(desgraciadamente un breve intervalo y quizás más asociado a las
campañas políticas que a nada más), se volvía un poco más la vista a la
España vaciada, esa España del campo, donde especialmente las tareas de
labranza han tenido tanta importancia. Sin embargo, ya pasó el eslogan, ya
pasaron los hashtags, pero ahí sigue la realidad. Un desequilibrio en el que
las ciudades van absorbiendo la población. Y una mirada caricaturizada al
campo –y especialmente al mundo agrario–. Necesitamos aprender a
conocer y valorar mejor el mundo del campo. Un compañero jesuita, Félix
Revilla, que además de jesuita es un hombre de campo y muy
sensibilizado, describía hace poco algunos retos que hemos de afrontar
como sociedad en la relación con el mundo del campo. Y al hablar de los
agricultores, describía su trabajo de una manera muy sugerente.
Insistiendo, entre otros puntos, en:
• La conciencia de la labor cocreadora de la propia actividad agrícola.
El campo es la parte de la parcela común que les ha sido
encomendada.
• La mirada con otro ritmo y otra óptica a la realidad. El mundo del
campo tiene otros ritmos, que deberían ser escuela para quienes
vivimos acelerados por el vértigo de la vida urbana.
• Una visión de la labor agrícola capaz de salir de estereotipos y una
mirada al campo y sus gentes que no se quede en tópicos ni visiones
trasnochadas –que, por ejemplo, en el ámbito del humor se
convierten en estereotipos muy gastados sobre el mundo del
campo–.
• Los retos, posibilidades y responsabilidad, tanto de la gente del
campo como de las instituciones del estado, para promover una
agricultura limpia, sostenible.
Esto se relaciona con el tercer punto que quiero mencionar. Tiene que
ver con la interrelación entre ciudad y campo. Hace cinco años, el 24 de
mayo de 2015, el papa Francisco publicó Laudato si’. En aquella carta
encíclica sobre el cuidado de la casa común quiso dejar claro, desde el
primer momento, que la preocupación por cómo nos relacionamos con el
mundo que nos rodea no es esnobismo para gente que no tiene otras
preocupaciones. Tiene que ver con la justicia, con la economía, con los
pobres, con el futuro, y puede ser motivo de esperanza o de desolación, de
sanación o destrucción, y puede abrirnos la puerta a un futuro mejor o, por
el contrario, conducirnos a un callejón sin salida. A partir de mañana, el
papa ha invitado a celebrar una semana de memoria de esta encíclica,
releyéndola, recuperando su enseñanza, profundizando en la mirada al
mundo que propone. Hay estudios que vinculan la velocidad de
propagación de las pandemias con la destrucción de hábitats naturales, la
disminución de la biodiversidad y la alteración de ecosistemas; desde la
década de los 80 se han cuadruplicado los brotes infecciosos y con más
posibilidades de convertirse en pandemia.
Traigo estos tres elementos: la celebración de la gran ciudad como
comunidad; la memoria de un mundo rural necesario, pero incomprendido
y semiabandonado; y la constatación de que cabe una lectura creyente de
nuestra relación con el medio-ambiente. Porque la figura del labrador, hoy
personalizada en san Isidro, pero mucho más en ese Dios que es así
descrito en el evangelio, se convierte, para nosotros, en llamada a cultivar
una serie de actitudes básicas.
El respeto (y la paciencia) ante la realidad. No podemos seguir a este
ritmo. O arruinaremos el mundo, como se arruinan los campos.
El cuidado de la naturaleza. El labrador –a la manera de Dios– no es
descrito como alguien que, sacando rendimiento como sea, mata la vida.
Es el viñador, el que la cuida. Nosotros nos relacionamos con la naturaleza
en términos de explotación, pero tenemos que recuperar la dimensión de
cuidado y la búsqueda de armonía.
Una mirada contemplativa a la realidad. Nuestras miradas son a
menudo políticas, económicas, o sociológicas. Pero también nos hace falta
una mirada contemplativa (y desde la fe diríamos también creyente). Hay
una sabiduría en la mirada, que el papa Francisco describe así en Laudato
si’:
«Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla,
si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y la belleza en nuestra relación con el
mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador
de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos
sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de
modo espontáneo» (LS, 11).
Plantamos,
a base de golpes o caricias,
semillas
que enraízan en otras tierras,
y se riegan
con el paso de los días,
con memoria
y nuevos encuentros.
Anónimo
17 de mayo
¿En qué consiste vivir?
Dejadme terminar con una cita que hacían en El club de los poetas
muertos, sobre la vida bien vivida. Y que sea también un deseo para
nosotros.
Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia. Quería vivir a fondo, y extraer todo el
meollo de la vida. Dejar de lado todo lo que no fuera vida. Para no descubrir, en el
momento de mi muerte, que no había vivido.
FRONTERAS
Hch 1,1-11. Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que
ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto
marcharse al cielo.
Sal 46. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Ef 1,17-23. El Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo,
e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la
que os llama.
Mt 28,16-20. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os
he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el final de los
tiempos.
Viví hace unos años en Rumanía, allí aprendí que el saludo pascual en las
iglesias orientales es un diálogo en el que uno de los interlocutores
aclama, «Cristo ha resucitado» y el otro le responde, «verdaderamente ha
resucitado». Es proclamación, es asentimiento y es profesión de fe. Pero,
ante todo, es alegría compartida tras haber contemplado la vida y la
muerte de Jesús y haber recibido el regalo de la resurrección del Señor. Es
la alegría de quien ha descubierto que la vida no termina, que lo que
termina es la muerte. Es el júbilo que grita: «gracias Señor porque has
muerto, pero no estás muerto», el júbilo de quien vive, en primera persona,
que Cristo resucitado viene con el oficio de consolar (como diría Ignacio
de Loyola). Como les ocurrió a los apóstoles aquel primer día de la
semana (ellos reciben la consolación y son enviados a consolar y a curar)
nosotros recibimos la consolación y somos enviados a consolar y a curar.
Y si lo hacemos, si llevamos consuelo y curación a nuestro alrededor,
entonces podremos decir, con honestidad, que somos parte de la Iglesia del
Señor; que nuestra vida se va acercando al sueño de Dios. Podremos decir,
con honestidad, que hemos vivido la Pascua del Señor.
ESPERANZA
Alexis Valdés
31 de mayo
Entre Babel y Pentecostés. No tengáis miedo
Pentecostés
Hch 2,1-11. Se llenaron todos de Espíritu Santo, y empezaron a hablar otras lenguas.
Sal 103. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1 Cor 12,3b-7.12-13. Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay
diversidad de ministerios, pero un mismo Señor.
Jn 20,19-23. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
No te rindas,
aunque a veces duela la vida.
Aunque pesen los muros
y el tiempo parezca tu enemigo.
No te rindas,
aunque las lágrimas
surquen tu rostro y tu entraña
demasiado a menudo.
Aunque la distancia
con los tuyos
parezca insalvable.
Aunque el amor sea, hoy,
un anhelo difícil,
y a menudo te muerdan
el miedo, el dolor, la soledad,
la tristeza y la memoria.
No te rindas.
Porque sigues siendo capaz
de luchar, de reír, de esperar,
de levantarte las veces que haga falta.
Tus brazos aún han de dar
muchos abrazos, y tus ojos
verán paisajes increíbles.
Acaso, cuando te miras al espejo,
no reconoces lo hermoso,
pero Dios sí. Dios te conoce,
y porque te conoce
sigue confiando en ti,
sigue creyendo en ti,
sabe que, como el ave herida,
sanarán tus alas y levantarás el vuelo,
aunque ahora parezca imposible.
No te rindas.
Que hay quien te ama
sin condiciones,
y te llama
a creerlo.
Apéndice
EN LA PARROQUIA VIRTUAL…
Colaboran…
Antonio España
Pablo Guerrero
Dani Villanueva
Seve Lázaro
Marcos ALEMÁN, SJ
Para resucitar con vos (13 de abril)
José Luis BLANCO VEGA, SJ
Porque sé que nací para salvarme… (7 de mayo)
Sin mortaja (12 de abril)
Pere CASALDÁLIGA
Jesús (1 de abril)
Benjamín GONZÁLEZ BUELTA, SJ
Al morir mi amigo (27 de marzo)
Compartid (27 de abril)
Futuro tan presente (18 de abril)
Líbranos, Señor, de la tristeza (8 de mayo)
Reconciliación (30 de marzo)
Resucitar (11 de abril)
Tarde de Viernes Santo (10 de abril)
Pablo GUERRERO, SJ
Examen en la esperanza (7 de abril)
Ignacio IGLESIAS, SJ
Ansias de vivir (6 de abril)
Seve LÁZARO, SJ
Volvernos pequeños (25 de abril)
Louis Joseph LEBRET
Envíanos locos (15 de abril)
Dulce María LOYNAZ
Amor es… (20 de marzo)
José Luis MARTÍN DESCALZO
Echa las redes (17 de abril)
El Dios de la fe (22 de marzo)
Nadie ni nada (21 de abril)
Gabriela MISTRAL
Solo sé cómo se llama (19 de marzo)
Javier MONTES, SJ
Aplicando sentidos (23 de abril)
Solo tú (23 de marzo)
Sabine NAEGELI
Bendice mis manos (11 de mayo)
John Henry NEWMAN
Guíame, Señor (1 de mayo)
José María RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ
30 (8 de abril)
Balance (24 de abril)
Como un torrente (15 de marzo)
Consejos al Tomás que todos llevamos dentro (19 de abril)
De puentes y abismos (4 de abril)
Despiértame (7 de abril)
El banquete (30 de abril)
El sanador (24 de marzo)
Elogio del sarmiento a la cepa (13 de mayo)
Fronteras (17 de mayo)
Habla la Vida (9 de mayo)
Hambre (29 de abril)
Hay que nacer de nuevo (20 de abril)
Hoy la resurrección (16 de abril)
La batalla nuestra de cada día (12 de mayo)
La ley (18 de marzo)
Lázaro (29 de marzo)
María (25 de marzo)
Mentiras (22 de abril)
Mi equipaje (10 de mayo)
Mi nombre en tus labios (14 de abril)
Nadie está solo (16 de marzo)
Necesidades (14 de mayo)
Pan (9 de abril)
Perdón (17 de marzo)
¿Por qué no yo? (3 de mayo)
Publicano (21 de marzo)
Quédate (26 de abril)
Resistencia (31 de mayo)
Revelación (5 de mayo)
Semillas (15 de mayo)
Señor, ¿a quién iremos? (2 de mayo)
¿Seré yo? (5 de abril)
Testigo (28 de abril)
Tiempo de alianzas (2 de abril)
Un signo (26 de marzo)
Y tengo amor a lo concreto (7 de mayo)
José María RUBIO
Adora y espera (4 de mayo)
Gonzalo SÁNCHEZ-TERÁN
Y cuando al fin volvamos a abrazarnos (28 de marzo)
Alexis VALDÉS
Esperanza (24 de mayo)
(Sin autor conocido)
Danos tu corazón (3 de abril)
Danos tu Espíritu (16 de mayo)
No te rindas (31 de marzo)
La música
Decía Santa Teresa que quien canta ora dos veces. Compartimos esa
apreciación. Y por eso hemos querido utilizar también en las celebraciones
la música de cantautores y grupos que hacen de sus canciones una forma
de evangelizar. Gracias a todos ellos –y a tantos más– por poner sus
talentos al servicio del Reino. Por su sensibilidad, el tiempo dedicado, y su
generosidad para cantar la fe, la esperanza, y el amor.
Gracias, entre otros, a Cristóbal Fones, SJ, Jesús Cabello, Maite López,
Ain Karem, Ixcís, el movimiento de Schoenstatt, Nico Montero, Juan
Ignacio Pacheco, Juan Susarte & Confía2, Enrique da Fonseca, Athenas,
Martín Valverde, Pedro Pablo Celis, Santiago Benavides, Misión País,
Luis Guitarra, Jesed, María José Bravo, Pablo Coloma, el Colegio Mayor
José Kentenich, Fray Nacho, Emilia Arija, Amanecer, Brotes de Olivo y
Tere Larraín.