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Al Comienzo Era el Amor Psicoanálisis y Fe.

Julia Kristeva

La cura por la palabra.

Para Kristeva el psicoanálisis “es tan sólo la palabra intercambiada –y los accidentes de
este intercambio- entre dos sujetos en situación de transferencia y contratransferencia”,
Así la función del analista es escuchar las demandas del paciente pero no para
responderlas, y sí para desplazarlas, esclarecerlas y disolverlas porque todas estas
demandas expresan un sufrimiento. El analizado nos dice “sufro de un traumatismo
arcaico, a menudo sexual, que es en el fondo una herida narcisista, que revivo
desplazándola sobre la figura del analista. En el aquí y ahora, es él el agente
todopoderoso (padre o madre) de mi estar o mal-estar”. Así le confiere al analista un
poder considerable, esta confianza implica, “por sobre todo, el amor que por él siento y
que supongo él también siente por mí”
Esta operación que moviliza la inteligencia y el cuerpo de dos personas, es por medio de
la palabra que las une.
El sujeto recurre al análisis a causa de una falta de amor y mediante la confianza y la
capacidad amorosa en el vínculo transferencial, toma contacto con sus potencialidades
de transformación psíquica.
El espacio analítico es para hablar de las heridas y buscar nuevas posibilidades, por
medio del discurso transferencial que lo define como una nueva “historia de amor”.
La palabra analítica por ser discurso amoroso pose cualidades eficaces: por un lado en el
diván hay alguien acostado que habla, bloqueado de su motricidad, facilitando el
desplazamiento de la energía pulsional hacia la palabra, en la palabra transferencial, es
decir amorosa, pasa de ser intelectual a ser afectivo. Es por eso que no se le comprende
a partir del modelo lingüístico de significante y significado.
La palabra analítica opera por lo menos con tres tipos de representaciones:
representaciones de palabra, representaciones de cosa y representaciones de afectos,
estas últimas son inscripciones psíquicas móviles, sometidas a las operaciones de
desplazamiento y condensación del proceso primario, a este proceso las denomina
“semióticas”. Son modalidades de inscripción psíquica que son previas o que
trascienden el lenguaje, piensa en una modalidad psíquica lógica y cronológica anterior
al signo, al sentido y al sujeto, escapan al dominio de la conciencia
Habla que la significación es una significancia que comprende estos tres tipos de
representaciones.
Este interés le surge en la observación clínica de una modalidad psíquica en el cual el
deseo, la angustia o el narcisismo conducen al sujeto al borramiento de la significación,
sin desposeerlo por ello de un sentido pulsional, ni de sus inscripciones intrapsíquicas,
inaprensibles pero duraderas.
La significancia permite comprender cómo la palabra lógica, apuntalada por
representaciones infralingüisticas, puede alcanzar el registro físico, donde el lenguaje no
esta separado del cuerpo, donde el “Verbo” siempre puede afectarlo, para bien y para
mal. Es a partir de esta trama significante que comprende las precondiciones del
lenguaje, semiótica de los afectos, hasta las representaciones propias del lenguaje, y por
derivación, las representaciones ideológicas, simbólicas, el analista trata de interpretar
los discursos que trae el paciente: los síntomas y los fantasmas.
Algo reprimido no simbolizado, los signos mudos se transforman en síntomas. Los
pacientes se quejan de los fantasmas: como la realización figurada de los deseos en
abrumadores escenarios imaginarios, así al hacerlos revivir en la cura los desarma. No
desaparecen, sólo adoptan una nueva configuración que se espera sea más benéfica para
el sujeto. Por eso explica la palabra análisis como una disolución.
El análisis hace pagar el precio que el sujeto quiere establecer para descubrir que quejas,
síntomas y fantasmas, son discursos de amor hacia otro imposible: siempre
insatisfactorio, huidizo, incapaz de colmar: ni las demandas, ni los deseos, sin embargo
dirigiéndolos al analista posibilita su acceso a la eficacia de la palabra pudiendo
constatar que el otro es esquivo que nunca lo podrá poseer tal como sus deseos lo
imaginaron, este descubrimiento le revela que él es él mismo con sus demandas y
deseos, inseguro, descentrado y dividido, sólo así podrá hacerlas representables.
Así el inconciente, sus representaciones de cosas, sus inscripciones semióticas de los
afectos sigue siendo tributario del lenguaje y se actualiza en relación al deseo, de
palabra para el otro.
Todos somos sujetos permanentes de una palabra que nos sujeta. Pero sujetos en
proceso, perdiendo nuestra identidad desestabilizados por esta misma relación con el
otro que presenta cierta homeostasis que nos mantiene unificadas. Vemos como
deposita una confianza en el poder del vínculo transferencial y de la palabra
interpretativa.

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