El fenómeno religioso es innegable. El hombre ha buscado siempre
dar una respuesta a las preguntas sobre el sentido de la existencia, del dolor y de la muerte, a la espera de una realidad definitiva. Las interpretaciones que se han dado a este hecho son diferentes, pero el hecho en sí mismo se impone como un rasgo fundamental: la religión aparece desde los albores de la humanidad y perdura hasta el presente; se trata de una búsqueda incesante que está enraizada en la condición humana y que se manifiesta a través de múltiples creencias. Todas las culturas antiguas han expresado esa inquietud religiosa como el reconocimiento de una dimensión sagrada que envuelve al ser humano pero que lo sobrepasa. Se trata de una dimensión interior pero, al mismo tiempo, universal. Incontables manifestaciones lo demuestran: sepulturas, pinturas rupestres, monumentos, mitos, ritos, plegarias, etc. Todos estos signos dan testimonio de múltiples creencias que convergen en las mismas preocupaciones: el origen del mundo y del ser humano, la existencia de poderes superiores, el sentido de lo sagrado, la vida después de la muerte
La religión nos conduce a la esencia más profunda del ser humano,
la cual tiene su fundamento en la trascendencia. La propia identidad del hombre, el sentido último de su existencia y de todo el universo sólo resulta comprensible partiendo de la idea de Dios y profundizando en la relación con Él. La presencia del fenómeno religioso no está limitada a cierto periodo histórico, vale para todas las épocas pues el hombre nunca es dueño absoluto de su vida y ésta, sin el auxilio de la religión, se presenta como algo absurdo.