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Álvarez Barrientos J. Literatura y economía en España. El ciego. In: Bulletin Hispanique, tome 89, n°1-4, 1987. pp. 313-326;
doi : https://doi.org/10.3406/hispa.1987.4624
https://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_1987_num_89_1_4624
Résumé
Este artículo intenta acercarse a varios fenómenos de la literatura española entre los siglos XVI y XIX,
teniendo la figura del ciego como hilo conductor. Después de hacer un rápido recorrido por la
organización gremial del ciego y tratar algunos asuntos relacionados con él, se inicia el estudio de la
influencia de la economía en el pensamiento creador, y se intenta conocer la incidencia de fenómenos
como el populismo y el resentimiento en la creación y desarrollo de la literatura popular. Es sabido que
ambos inciden socialmente en la creación literaria, pero la intención aquí es ver cómo y cuándo
comienza a darse esta interacción que auspicia después la valoración artística de una obra según
criterios de carácter económico.
LITERATURA Y ECONOMÍA EN ESPAÑA.
EL CIEGO.
a este tenor el ciego toma de memoria y a la letra una relación que oyó a otro ciego,
no habiendo visto los dos ciegos escritura alguna [...] ; pero esta relación siempre irá
a parar a la relación escrita. Quiero apurar el argumento. El ciego Pedro compone de
su cabeza una relación que toma de memoria ; relátasela repetidas veces a el ciego Juan
y éste la toma de memoria y a la letra 9.
12. Vid. C. Pérez de Herrera, « Discurso Primero. De los inconvenientes que se siguen
en que pidan limosna los mendigantes fingidos, quitándosela a los verdaderos »,
Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos [...], éd. M .
Cavillac, Madrid : Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos), 1975, p. 44. En la p. 34 y en
las que siguen a la 44, Pérez de Herrera habla sobre los falsos ciegos y sobre las tretas
que empleaban para ganar dinero. Señala la importancia del perro. Puede verse
también, para este aspecto, la nota de Rodríguez Marín a El coloquio de los perros, Madrid :
Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos), 1975, p. 279-281. Para la previsión social, vid.
el clásico A. Rumeu de Armas, Historia de la previsión social en España, Cofradías,
Gremios y Hermandades, Madrid, 1944.
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13. Vid. D. de Espejo, « Pleito entre ciegos e impresores (1680-1755) », RBAM, 11,
1925, p. 206-236.
14. Cfr. el artículo de Espejo y el de Botrel, X, p. 236 y ss.
15. Espejo, art. cit., p. 222-223, cuenta estos casos.
16. Vid. sus Discursos forenses, Madrid, 1821, p. 170-171 : Las jácaras y romances
relatan « guapezas y vidas mal forjadas de foragidos y ladrones, con escandalosas
resistencias a la justicia y sus ministros, violencias y raptos de doncellas, crueles asesinatos,
[...] narraciones y cuentos indecentes que ofenden a una el recato y la decencia pública,
[...] historietas groseras de milagros supuestos y vanas devociones, condenados y almas
aparecidas », A. González Palencia, « Meléndez Valdés y la literatura de cordel »,
RBAM, 1931, p. 117-136 ; M.J. Quintana, « Las reglas del drama », Poesías, II, 1821,
vv. 552-557. Cfr. para el paso al siglo XIX, L. Romero Tobar, La novela popular
española del siglo XIX, Madrid : F. March/ Ariel, 1976, p. 31-70.
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comisión compuesta del Duque de Rivas, Don Agustín Duran, Don José de Espronceda,
Don Ventura de la Vega, Don Mariano José de Larra, Don Manuel Bretón de los
Herreros, Don Joaquín Pacheco, Don Mariano Roca de Togores, Don Eugenio de
Ochoa, Don Ángel Iznardi y Don Antonio García Gutiérrez, [para que tomase] a su
cargo la patriótica tarea de elevar este género de literatura, destinado a popularizar
los hechos gloriosos y los rasgos cívicos dignos de imitación y alabanza [...I21.
sión más a los asuntos que le sirven de materia literaria. Una dimensión
política. Al parecer, esta denuncia, no siempre se hizo de forma ceñida
a los hechos, y se abundó en expresiones groseras y llamativas. En lo que
hoy llamaríamos sensacionalismo, utilizando también las conexiones con
el folletín, la entrega, etc.
Se observa en esta lucha contra el ciego la distinta postura de las clases
ciudadanas y de los que viven en el campo. El interesado en la literatura
popular la siente como algo del « pueblo » y de los pueblos, no como
algo ciudadano. El folklore de las ciudades no está presente en estos
estudiosos, si no es mediante las aportaciones costumbristas, que se fijan más
en lo ciudadano que en lo rural. Son precisamente los políticos los que
quieren terminar con una figura que ven como la permanencia del pasado,
del antiguo mundo, en la ciudad. Una figura atípica en una realidad que
está cambiando y marcando más y más la separación entre clases y
ambientes. Y una realidad que empieza a incorporar una tecnología y una
industria en la que el ciego tiene poco lugar. Pero, mientras tanto, mientras
se intenta terminar con los ciegos, los mismos políticos los utilizan.
El problema fue que este grupo social tenía también sus intereses y,
sobre todo, una estructura económica. Si ésta no hubiera existido,
reducir a los ciegos, mediante la beneficencia, habría sido muy fácil. Pero,
al no ser así, el proceso se complicó, porque, además, con esa estructura,
los ciegos se incorporaban a los nuevos paradigmas y sistemas de la
sociedad naciente, en la que el dinero era un valor por encima de
cualquier otro.
Antes vimos que el ciego vivía de la voz, de la palabra. Diremos ahora
que de hacer dinero esa palabra y esto va a suponer diversas cosas.
Desde el punto de vista literario es evidente que el hecho de ser
literatura de consumo impone una serie de restricciones de temas y una
fidelidad al enfoque y a las formas de presentar los textos. Supone acomodar
la creación literaria al gusto del receptor, gusto que se conoce muy bien,
y mantener siempre los elementos caracterizadores del punto de vista que
sirve para identificar como populares las obras vendidas por los ciegos.
Para ello tenían algunos trucos. Por ejemplo, con bastante frecuencia,
se remozaba el título de composiciones antiguas, manteniendo el texto
prácticamente inalterado.
La importancia del título era grande, pero también la forma en que
el ciego lo pregonara, pues de ella iba a depender que más o menos gente
se reuniera a escucharlo y le comprara la mercancía. En este sentido,
resulta interesante señalar cómo acaban convirtiéndose en características
del pliego las limitaciones físicas del que lo anuncia. Jean-Pierre Seguin n
22. J.-P. Seguin, Nouvelles à sensation. Canards du XIX' siècle, Paris : Colin, 1959,
p. 30.
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23. Sobre Bravo, vid. Rodríguez-Moñino, « Cristóbal Bravo, ruiseñor popular del
siglo XVI (Intento bibliográfico, 1572-1963) », Transmisión de ¡a poesía española.
24. Vid. Botrel, art. cit., X, p. 260.
25. Según Botrel, art. cit., X, p. 233, papeles eran las gacetas y demás papeles
diarios, los diarios, relaciones de buenos sucesos y novedades, de reos, de comedias, las
salves que cantan los presos, los romances, las canciones, coplas, jácaras, sátiras,
calendarios, motes nuevos para damas y galanes, oraciones, papeles de devoción, estampas.
Los libritos eran los catecismos, las novenas, las cartillas, los libros de cuentas
ajustadas, almanaques, guías de forasteros, pronósticos, comedias, historias. Iris Zavala nos
da un testimonio del siglo xvm, de gran valor : un escritor anónimo, « al
conmemorar la llegada de Carlos III, en el texto Coloquio entre un poeta y ciego : Desengaño,
que ofrece como acuchillada D. Diego Armenteros a los poetas que han escrito a la
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aclamación de nuestro católico monarca Don Carlos III (con lie, en Madrid, en la Imp.
de Francisco Xavier García, calle de los Capellanes, año 1750, 12 p.), comenta en
interesante diálogo que los ciegos vendedores ganan más que los poetas. Según el
publicista, el número normal de impresiones es de 1 000 a 1 500, el máximo de 3000 y el
mínimo de 500, a razón de cuatro cuartos el pliego. Pero no todas las ganancias las
devenga el creador, ni mucho menos : es necesario pagar un 20% al impresor, al cajista
y a los libreros. El precio usual de los ciegos es de seis cuartos, y ellos lo revenden a
seis reales. En resumidas cuentas, el ciego o buhonero o ciego cantor tiene una
ganancia de diez u once cuartos por papel. Todo depende, por lo visto, de la oferta y la
demanda. » Cfr. Clandestinidad y libertinaje erudito en los albores del siglo XVlll,
Barcelona : Ariel, 1978, p. 333. En El Buscón, Quevedo nos da a entender que los
ciegos pagaban a los poetas.
26. Vid. J. Wheeler, A Treatise of Commerce (1601), ed. G.B. Hotchkiss, Nueva
York, 1931, p. 317.
27. Vid. el excelente trabajo de W. Benjamin, « La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica », Discursos interrumpidos. I, Madrid : Taurus, 1973, p. 15-57.
Algo semejante sucedió también con el grabado, al poder ser reproducido masivamente.
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tas por las calles », se les negó el permiso por no saber tocar la guitarra
y no poderse acompañar — está poniendo de relieve estos cambios y es,
en cierto modo, consecuencia de ellos. Ser ciego era una profesión para
la que había que poseer determinados instrumentos, además de ciertas
cualidades. Y así, en 1723, la Sala de Alcaldes de Madrid añadió que todo
aquel que no supiera tocar algún instrumento fuera conducido al Hospicio.
Y más tarde se dio una orden, según la cual no se consideraba ciego
legítimo y pobre al que no supiera tocar algún instrumento 28.
Antes que ellos, mantuvieron esta relación mercantil sus antepasados,
los juglares 29, pero mucho antes aún, en Grecia, aquellos que hicieron
de la palabra su medio de vida : los sofistas y los presocráticos, a quienes
censuró Platón por haberse convertido en mercaderes del espíritu,