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Sobre El Peñón de las ánimas:


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MARÍA DESCUBRE EL CINE
Paco Ignacio Tabio I
l. El Peñón de las ánimas. 1942

Nací para el cine, al mismo tiempo que mi abuelo me mataba de un tiro.


MARÍA FÉLIX.

(…)
Miguel Zacarías, el director, recuerda los mismos hechos de esta forma: "Formar o
descubrir estrellas se hace mediante 'el olfato', digamos, de quien posee los medios para
lanzar a alguien, pero además enseñarle para llegar al estrellato. Son cosas de inspiración,
por ejemplo María Félix, que actuó en 'El peñón de las ánimas', una película mía. Tuve que
pasarme tres meses sentado en la alfombra de su departamento discutiendo, peleando con
ella, haciéndola pronunciar la a, la e; enseñándola a hablar, dicción, mímica, andar,
sentarse, todo eso.
"Era María muy bronca pero muy inteligente y adquirió toda clase de modales, una
mujer muy hermosa a sus veinticuatro años, la flor de la edad, ya tenía un hijo, poseía un
esplendor increíble.
"Siempre he considerado que el motivo más grande de infelicidad del ser humano es no
tener atractivo para el sexo opuesto.
"Cuando preparábamos 'El peñón de las ánimas', todo fue gritos, porque la exacerbé, la
hice arrodillarse y no quería; le dije:
-¡Cómo que no! Te hincas aquí, delante de mí, tengo que domesticarte ¿Qué clase de
fiera te crees por ser bonita? ¡Al diablo con tu belleza! Yo quiero filmar una película,
hacerte estrella, no me enamoraré de ti.
"Hubo muchos problemas entre ella y Jorge Negrete, pues él deseaba a Gloria Marín
para la película y ya iba contrariado como el demonio, realmente le hizo muchas groserías a
ella. De hecho María se topó con una vedette, como ya era Jorge, y conmigo, un señor que
iba a lo suyo; claro no podía conquistar al actor ni al director y por primera vez sintió ante
sí un muro; ella, acostumbrada a tener a los hombres a sus pies; se encontró con uno que le
criticaba sus manos, sus dientes, todo.
"Un día, incluso, me corrió a gritos de su casa. Y se convirtió, al igual que Jorge Negrete
y que Cantinflas, en estrella, que es muy diferente a ser actor. María Félix era medio
tartamuda, pero yo moldeaba a los actores."
Moldear a María no es cosa fácil, si no se consigue que ella acepte ser moldeada. Los
primeros intentos de convertirla en actriz, no encontraron únicamente el problema de su
tartamudez, sino una muy clara oposición que a su alrededor fue montando quien había de
ser su compañero en la película: Jorge Negrete.
Negrete había entrado en el cine partiendo de una fama ya conseguida como cantante
(…) Jorge hace su primer film, "La madrina del diablo" , dirigido por Ramón Peón. Sus
películas siguientes se convierten en grandes éxitos de taquilla y el cantante llega a ser, no
sólo una figura de actualidad en todo el mundo de habla hispana, sino también un líder al
frente de la comunidad de actores.
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Con una arrogancia que parecía ocultar una serie de profundos problemas de
personalidad, Jorge creaba muchas veces a su alrededor un clima de irritación y fastidio. En
sus películas repetía el personaje machista y altanero con el que había sido identificado por
el público.
(…)
La escenografía de "El peñón de las ánimas" ensaya un tono romántico y esteticista que
magnifica hasta los más míseros lugares. Una tormenta cae sobre un viejo monasterio y la
lluvia azota los primeros planos, mientras al fondo se ve un cielo apacible. Los encargados
de los efectos especiales tienen un momento asombrosamente espectacular: un rayo cae
sobre un árbol perfectamente encuadrado y se enciende en llamas, mientras a pocos metros
María Félix se derrumba desmayada, lo que permite a Jorge Negrete recogerla en sus
brazos y llevarla hasta el amparo del convento en ruinas.
Miguel Zacarías compone melodramáticamente, y con gran respeto por las reglas
tradicionales, cuida cada uno de sus encuadres y atiende con especial cuidado a su estrella,
Jorge Negrete, que aparece siempre representando al mexicano magnífico.
(…)
Jorge Negrete está a caballo vestido de charro y ella aparece con un sombrero cordobés;
se encuentra en el campo. El amor es un flechazo inoportuno, ya que las dos familias tienen
que lavar con sangre su honor. La recién llegada, una española de pelo negro y mirada
absorta, no parece comprender muy bien este duelo de Capuletos y Montescos. El público
tampoco, claro está, lo comprende. Incluso parece que el propio director y argumentista
tampoco entiende bien en lo que se ha metido: los momentos dramáticos pasan a ser cursis
y el ritmo de la acción se interrumpe con intercortes inoportunos.
La muerte de María Félix es un ejemplo de mal actuar que sólo es superado por Jorge
Negrete en su respectiva oportunidad de morir. A pesar de las enseñanzas del director,
María se come sílabas en sus parlamentos en los que, retomando viejos encuadres de
Hollywood, aparece vestida con trajes excepcionales, guardando silencio y quedando
inmóvil. Estampa estupenda, parece salida de "Lo que el viento se llevó". Después,
desgraciadamente, el film continúa y la película se arruina.
La anécdota del film se desarrolla en un clima de romanticismo extremado y
gesticulante; cuando Fernando Iturriaga y María Ángela Valdivia se enamoran, saben que
el padre del joven ha matado al padre de la muchacha y que otros muchos miembros de
ambas familias se fueron asesinando hasta crear toda una tradición de la venganza jamás
satisfecha. El abuelo de María Ángela tiene las ideas muy claras y pretende que su nieta sea
continuadora de la estirpe de asesinos. Para asegurarse de ello la lleva al cementerio del
rancho y le muestra las tumbas. Allí le pide que jure que jamás se casará con un Iturriaga
enemigo.
-Prefiero ver a mi nieta muerta antes que casada con el hijo del hombre que asesinó a su
padre.
Después añade: "Hay más de doscientos años de Valdivias en este panteón. Y tú serías
la primera en arrojar sobre nosotros la deshonra."
Para que la atribulada joven no tenga ningún escape, le hace una confidencia: "En este
panteón está también la madre de María Ángela, muerta once días después del asesinato de
su esposo. Muerta de pena." El casarse con un Iturriaga sería, no sólo traicionar el apellido,
sino también insultar el cadáver de la madre.
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Cuando el terrible abuelo consigue atrapar al joven Fernando, María va a suplicar que lo
deje libre. A cambio de esto, ella acepta casarse con Manuel, el candidato del abuelo. El
abuelo acepta: "Juro dar libertad a Iturriaga, el día en que tú te cases con Manuel."
Ocurre que Manuel, sin embargo, no parece muy ilusionado en casarse con María
Ángela; ya tiene otros proyectos personales. Así que María Ángela y Manuel deciden burlar
al abuelo y ganar cada quien su vida.
Cuando se produce ese convenio María Ángela dice: "Eres el hombre más noble que
conozco."
Manuel responde: "Adiós, María Ángela: que seas feliz."
Pero la vida dispone otra cosa; unas modistas se empeñan en que en momento tan
inoportuno la joven se pruebe el vestido blanco, largo, muy poco apropiado para montar a
caballo. Pero como los hechos se aceleran, María Ángela tiene que escapar de casa del
abuelo vestida de novia. Manuel, Fernando y María Ángela se han citado en el llamado
Puente de las Ánimas, al que corona un enorme peñón. El abuelo, a pesar de su barba
blanca y su aspecto señorial, decide que la nieta no se le escapa con el enemigo y cuando
ella va junto a su novio, cada quien en su caballo, toma un rifle, apunta y dispara. María
Ángela cae del caballo muerta.
Fernando Iturriaga va junto a ella, se arrodilla a su lado y la acaricia.
Manuel se vuelve furioso: "No la toque, le digo. En la vida le prefirió a usted. Muerta es
mía".
Como Fernando no parece hacerle caso, Manuel lo mata de un tiro. Fernando cae
prácticamente sobre su novia y expira. Manuel toma a María Ángela, y con el cadáver en
brazos comienza una ascensión y el abuelo ve cómo desde lo alto del Peñón de las Ánimas,
Manuel se lanza al vacío con María Ángela en los brazos.

Fin.

Carlos Monsiváis escribió una aguda crónica sobre esta película, que quiero reproducir:

"Felipe Iturriaga y María Ángela Valdivia, la trágica pareja que encarnaron, para
beneficio exclusivo y eterno del celuloide azteca, Jorge Negrete y María Félix, mueren
sin remedio frente a las rocas de Tepoztlán, "divinas" e inauguran (con la formalidad
permitida por la intensa, reiterada y very shocking música de Rachrnaninoff) el pecado-
pasión, el amor-delirio y el amor-que-nos-conduce-hasta-la-muerte en los dominios del
cine mexicano. Un romanticismo brutal amenaza con invadir los ambientes rurales y
tiene que conjuntarse el éxito de 'Allá en el rancho grande' con el triunfo absoluto del
Negrete folklórico para salvar una invasión de parejas trágicas que aparecen en el último
rollo. A la postre, no se imita la lección de 'El peñón de las ánimas' (título perfecto para
una historia del cine mexicano) porque las canciones de Esperón y Cortázar, sustento
definitivo de Jorge Negrete, encuentran su más noble culminación en 'los finales felices'.
Sin embargo el film justifica momentáneamente a su director Miguel Zacarias, y anuncia
la sacralización de dos 'monstruos' definitivos de nuestra industria. 'El peñón de las
ánimas' es, en cierta forma, el melodrama que llegó para quedarse. Conscientes ya desde
entonces los productores de que siete canciones por película es la mínima condición
exigible a un galán, le pidieron a Negrete (quien apoyado en el antecedente de 'Jalisco
nunca pierde', de Chano Urueta, había continuado así en 'Así se quiere en Jalisco', de
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Fernando de Fuentes, la tarea geopolítica de convertir a tal estado en el centro vital,


visceral y valeroso de la República, en símbolo patrio y patrimonio espiritual del
machismo) que continuase haciéndonos conscientes de la necesidad de no 'rajarnos' en el
pleno cumplimiento de nuestra idiosincrasia, es decir, que continuase divulgando las
canciones de Manuel Esperón y Ernesto Cortázar. Negrete cantó 'Cocula', 'El mexicano',
'Así se quiere en Jalisco', y le dio a 'El peñón de las ánimas' su doble testimonio:
resumen de la cursilería y síntesis de la canción popular a principio de los cuarentas. La
película es una muy obvia adaptación de 'Romeo y Julieta' a las exigencias campiranas.
El conflicto entre dos familias rivales se disuelve en un breve y pobre desfile de
personajes esquemáticos, desdibujados, sin la posibilidad del matiz. Quizá sea ésa la
razón de su eficacia sentimental en Latinoamérica. 'El peñón de las ánimas' no está muy
lejos de 'María' de Jorge Isaacs; de 'Amalia', de José Mármol, o de 'Clemencia' de
Ignacio Manuel Altamirano. Hasta finales de los cuarentas el amor-pasión del siglo XIX,
en nuestros países subdesarrollados tenía una vigencia total y en la provincia
latinoamericana las familias estrictas, con abuelos a lo Miguel Ángel Ferriz, y hermanos
rencorosos a lo Carlos López Moctezuma, constituían el panorama cotidiano. Zacarías,
después de este pésimo y cautivador melodrama, cayó en el mismo barranco al que
condenó a los Valdivia. 'Juana Gallo' fue el epitafio definitivo de una carrera de
ignominia cinematográfica."

A lo dicho por Monsiváis posiblemente sólo convendría añadir que el director de la


película no parecía tener miedo al ridículo, en el que caía sin escrúpulos. Quería hacer un
"Lo que el viento se llevó" a la mexicana, en cuanto a la estética y al vestuario y un
melodrama apasionado en cuanto a la anécdota. El abuelo que mata de un tiro a la nieta que
escapa vestida con su traje de novia, hubiera podido llevar al film a un singular y
enloquecido final barroco, pero todo se queda en lo ridículo y sin fuerza. Incluso la caída de
la pareja desde el Peñón tiene la insignificancia de un truco de muñecos.
Algunos críticos, menos sañudos que Monsiváis, vieron en la película solamente la
aparición de una personalidad que no tenía relación alguna con las presencias típicas en el
cine mexicano. María era no sólo una belleza singular, sino también una figura altiva que
presagiaba su singular futuro. Totalmente alejada de la sumisa mexicana del film
tradicional o de la supuesta elegancia tercermundista de otras actrices, María resultaba
insólita en el medio. Ni tan siquiera un argumento ramplón y un trabajo de deficiente
artesanía del director, habían podido impedir que el primer paso de María Félix por el cine
mexicano se convirtiera en una vigorosa llamada de atención.
No importaban sus titubeos, su falta de pasión, su dicción llena de huecos y
obscuridades; era como si un cine superior hubiera prestado a México una de sus mejores
figuras.
Directores y productores nacionales advirtieron que podían encontrar en ella a una estrella
de un fulgor capaz de ser enfrentado a las figuras sobresalientes de la época.

Los pasajes están tomados del texto de Paco Ignacio Tabio I María Felix: 47 pasos por el
cine. Pp.15-24 México D.F: Joaquín Moritz/Planeta, 1985.
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El peñón de las ánimas de Miguel Zacarías con


Jorge Negrete y María Félix
Francisco Javier Millán Agudo

(…)Sólo necesitaría dos películas más, María Eugenia y Doña Bárbara, ambas de 1943,


para erigirse en el gran mito femenino de la época de oro del cine mexicano y convertirse
en la actriz con más proyección fuera del país. Quien le diera la alternativa no podía ser
sino otra gran estrella, y valga este símil taurino para referirse a ello porque el rodaje de El
peñón de las ánimas transcurrió en medio de una gran tensión provocada por la presencia
de María Félix.
El peñón de las ánimas junta por primera vez a los dos grandes astros del cine de los 40 en
México. Tardarían en volver a hacerlo una década, y a la vista de lo duro que resultó para
ambos el rodaje, no es de extrañar que así fuese. La Félix, que en su ópera prima mantiene
su nombre completo en los créditos, María de los Ángeles Félix, se las dio de diva a pesar
de que era una novata y Miguel Zacarías demostró una vez más ser un descubridor de
estrellas. Todo lo que pidió la inexperta actriz lo tuvo. Exigió 5.000 pesos y se los dieron,
aunque a regañadientes. Pidió un camerino propio como las estrellas de Hollywood, y
también lo tuvo, introduciéndose así esta moda en la industria mexicana del cine. Mandó al
carajo al director, y Zacarías la obedeció. Tanto es así que en su autobiografía, donde hay
que tener en cuenta que la imaginación brilla por su presencia constante en lugar de por su
ausencia, la actriz admite que temió que al final no la llamasen para rodar la película. Pero
lo hicieron y tuvo que enfrentarse a las iras de Negrete,  que había pedido que el papel
estelar se lo dieran a Gloria Marín y no comprendía que una novata tartamuda e inexperta
se lo robara. Se explica así la impertinencia que tuvo con María Félix nada más conocerla.
Al actor, además, le incomodaba trabajar con alguien incapaz de darle la réplica a sus
diálogos, y que le sacaba continuamente de los nervios. La actriz supo seducir a los demás
miembros del equipo con su encanto, pero se topó con dos huesos duros de roer, su pareja
en la película y el director.
Miguel Zacarías quería hacer algo grande, un melodrama romántico de época que evocara
los films de Hollywood, pero en un ambiente  campirano, con charros, haciendas y una
venganza por cumplir que pasa de generación en generación como detonante de la historia,
elementos todos ellos muy latinos. Escribió el guión y aunque todos han visto en él, como
es evidente, la influencia del drama shakesperiano de Romeo y Julieta, en el subtexto de
El peñón de las ánimas hay mucho de otras obras literarias y fílmicas, entre ellas Lo que el
viento se llevó, cuya adaptación hollywoodiense se estrenó en México en 1941, y Cumbres
borrascosas. Zacarías era un lector empedernido y tenía una gran formación intelectual. Es
uno de los productores, directores y guionistas que dotaron de esplendor al cine nacional,
que lo convirtieron en una industria y en una fábrica de sueños de la que salieron films
sobre los que pudieron proyectarse los mexicanos sin necesidad de recurrir a las cintas que
se hacían en Estados Unidos. A veces, el cainismo en que caemos nos hace olvidar el valor
de lo nuestro y nos dejamos deslumbrar por lo ajeno, cuando el cine de aquella época hay
que valorarlo en su contexto. Películas como El peñón de las ánimas, con todos sus
defectos, también tienen sus virtudes y sus grandes logros, y el público así lo percibió
concediéndole el  éxito en taquilla. Con pocos recursos y mucha imaginación, se hizo en
aquellos años un cine que competía en los mercados internacionales; algo que, por otra
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parte, es justo reconocer que se debió en gran medida al estancamiento de la industria de


Hollywood por la II Guerra Mundial.
Cuando concedieron a Miguel Zacarías la Medalla Salvador Toscano al Mérito
Cinematográfico en 2001, recordó que quienes crearon el cine sonoro mexicano no
conocieron la fatiga ni las palabras de desmayo y desaliento, y que les empujó en su tarea la
“necesidad de dar salida a un hervor que bullía en nosotros, el anhelo de realizar un sueño:
que México tuviera expresión de imagen y voz ante el mundo”. Esa osadía hizo que, según
las palabras que escribió Zacarías en la publicación conmemorativa de la entrega de la
medalla, la época de oro del cine mexicano fuese el resultado del “talento, la creatividad, el
interés y el entusiasmo que todos poníamos a nuestro trabajo, lejos de pensar en ser
millonarios de la noche a la mañana… en aquel entonces se notaba un amor por el arte”.
Escribía en esa misma publicación el cineasta que lo más  importante del cine para él era
“el ritmo interior y exterior: es ascendente, de emociones. Porque no se puede emocionar al
público y luego aburrirlo, al contrario, el cine debe fascinarlo”. Y eso es lo que hizo en
El peñón de las ánimas.
Al rodar esta película, Zacarías contaba ya en su haber con una decena de títulos. Llegaría a
dirigir 51, además de escribir los guiones de más de 70 y producir 71 cintas en toda su
carrera. En 1942, cuando afrontó El peñón de las ánimas, la cinematografía nacional estaba
en plena ebullición, pero no era así cuando una década antes habían inventado, él y otros
pioneros, el cine sonoro mexicano. En 1931 pasó un año en Estados Unidos estudiando
fotografía, escenografía y arte dramático en la Universidad de Columbia, a la vez que
trabajaba en un laboratorio fotográfico para conocer la parte técnica del medio
cinematográfico y no quedarse sólo en la artística. Al regresar creó una productora con su
hermano, la Latino Films, con la que iniciaría su incursión en la producción de películas.
Prueba del amor propio que sentía Zacarías hacia lo mexicano es que su primer film, Sobre
las olas (1932), surgió del malestar que sintió en dos ocasiones por el desconocimiento de
la figura del  compositor Juventino Rosas. En un viaje en barco, en el que los músicos
interpretaron la pieza Sobre las olas, aunque anunciada con su nombre en alemán, los
interlocutores de Zacarías pusieron en duda que un mexicano hubiera sido el compositor de
semejante obra. No hay que confundir esta cinta con la del mismo tema que rodó en
1950 Pedro Infante bajo la dirección de Ismael Rodríguez. Zacarías no descubrió
a Infante pero sí a un tocayo suyo, Pedro Armendáriz,  cuya primera película, Rosario, la
dirigió el cineasta en 1935. Miguel Zacarías decía que lo que le gustaba era descubrir
estrellas de la pantalla y lanzarlas en sus películas, porque una industria del espectáculo
debía apoyarse en el carácter mitogénico de sus artistas. Es lo que hizo con María Félix, al
igual que lo había hecho con Manuel Medel y lo haría con otro cómico, Eulalio González
Piporro. La elección de una desconocida para coprotagonizar con Negrete El peñón de las
ánimas no se debió por tanto a algún interés oculto o a una imposición, sino al deseo de
aportar nuevos rostros a la cinematografía del país, algo de lo que estaba necesitada la
industria audiovisual en ese momento. Nunca quiso poner como pareja de Negrete a Gloria
Marín,  que era el deseo del actor, aunque después los dirigiría juntos con muy buenos
resultados en Una carta de amor.
María Félix llegó al cine de forma casual. Ella ha contado que se encontraba viendo el
escaparate de una tienda de muebles antiguos y alguien se le acercó por detrás para
preguntarle si no había pensado dedicarse al cine. Con el habitual mal genio de La Doña, le
respondió que el día que ella entrase en el cine lo haría por la puerta grande. (…) Quien la
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vio reflejada en el cristal del escaparate debió de imaginarse a la futura estrella proyectada
sobre una pantalla de cine. Fue el cineasta Fernando Palacios el que la descubrió antes que
Zacarías y vislumbró sus posibilidades, encargándose de darla a conocer en los ambientes
artísticos.
Cuando se le presenta la oportunidad real de filmar su primera película, tras unas pruebas
de fotografía que le hizo Gabriel Figueroa,  exige por su participación en El peñón de las
ánimas 5.000 pesos, como ya apuntamos. Era una cifra elevadísima para alguien que no
había hecho nada antes en el cine y cuyas cualidades interpretativas, que no las tenía en ese
momento, eran más que dudosas. El rostro y el porte lo tenía para triunfar, pero el resto era
una incógnita. Cual Pigmalión, Miguel Zacarías se dispuso a hacer de ella una actriz. La
Doña fue antes estrella que actriz, porque así la trataron desde el principio y así exigió ella
que lo hiciesen, cuando ni siquiera sabía si su futuro iba a estar ligado al cine. No fue una
tarea fácil y requirió de mucho esfuerzo por  parte del director para conseguir sacar la vena
interpretativa de María Félix, cuya arrogancia e insolencia no ayudaban a ello. Las
versiones de ambos sobre las dificultades que surgieron para domesticar a la fierecilla
coinciden, por lo que no hay duda de que la preparación de la película fue tan tensa como
su filmación.
(…). En sus memorias, La Doña insistiría en lo mal que lo pasó no sólo por tener que verse
las caras todos los días con Negrete, que además era su enamorado en la película, sino
porque descubrió que no sabía interpretar y que aquello era un oficio que si quería
dedicarse a él, tenía que aprender. “Fueron semanas durísimas para mí –confesaría la
actriz–. En primer lugar era una improvisada y me faltaba disciplina. Tartamudeaba, no
sabía para dónde moverme, la cámara me daba miedo. Tuve que aprender a hablar en forma
pausada, con voz fuerte, apoyando las sílabas. La única ventaja que tenía era mi buena
cabeza para memorizar los diálogos. Miguel Ángel Férriz y López Moctezuma se portaron
maravillosos conmigo. No sé qué hubiera hecho sin ellos. Con su trato personal y con sus
buenos consejos me hacían sentir entre amigos” (Félix, 1993).
Los dos actores a los que se refiere eran en la cinta su abuelo y su hermano, y no se llevaba
muy bien con ellos en la trama argumental porque se oponían a que ella mantuviera
cualquier relación con el personaje al que daba vida Jorge Negrete, del que estaba
enamorada en la ficción. Es paradójico que la actriz, sin tener experiencia interpretativa,
tuviera que aparentar sentirse a gusto al lado de Negrete y a disgusto junto a los otros dos
actores, cuando la relación que mantenía con ellos era todo lo contrario. (…)

Romeo y Julieta en Jalisco


(…) 
Si de algo no carece El peñón de las ánimas es de escenas melodramáticas capaces de
mantener en un vilo constante a los espectadores de 1942. La historia de Romeo y Julieta se
prestaba mucho a ser rodada en un ambiente campirano. Zacarías lo hizo tras el frustrado
intento un año antes de Marco Aurelio Galindo, que quiso adaptar la obra original de
Shakespeare. Galindo había escrito el guión en verso de la historia de los amantes de
Verona y había iniciado la preproducción con Cinematográfica Maga. El reparto lo abrían
Tomás Perrín y Marina Tamayo, además de contar en el mismo con Julián Soler, Julio
Villarreal, Isabela Corona y Margarita Cortés, entre otros. De la fotografía estaba previsto
que se encargará Gabriel Figueroa y de la parte escenográfica Manuel Fontanals con el
asesoramiento de Miguel Covarrubias. El proyecto no llegó a buen puerto, pero El peñón de
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las ánimas dio a los mexicanos su particular Romeo y Julieta un año antes de


que Cantinflas hiciera una parodia de este clásico británico bajo la dirección de su
inseparable Miguel M. Delgado.
Los Valdivia son a los Capuleto lo que los Iturriaga a los Montesco en la obra de
Shakespeare. La historia se presta a un melodrama de altos vuelos de la mano de Zacarías,
que no escatimó esfuerzos en la puesta en escena con secuencias muy vistosas como la del
baile, exteriores de una gran belleza plástica y decorados de corte expresionista para
recalcar la tragedia que se masca conforme avanza la trama. Este último aspecto ha sido
uno de los más cuestionados de la película, sobre todo el decorado en estudio del
cementerio del rancho donde están enterrados los familiares que tienen que ser vengados.
Es cierto que es poco realista, pero es que la intención de Zacarías es darle un aire
absolutamente expresionista con esas gigantescas cruces que se alzan inclinadas sobre el
camposanto.
Ese mismo tratamiento expresionista, muy en boga entonces en el cine de Hollywood con
Gregg Toland –sus techos filmados en ligeros contrapicados se convertiría también en una
norma habitual como se aprecia en El peñón de las ánimas–, es el que confiere a varias
escenas de la película la fotografía de Víctor Herrera. Una de ellas es el momento en que la
pareja se conoce durante la tormenta, y otra cuando los Valdivia salen de su casa de
noche envueltos en sombras y contraluces dispuestos a matar a Fernando de Iturriaga:
Felipe carga la escopeta bajo un chorro cenital de luz de luna que entra por la ventana, y
sale al exterior proyectándose su sombra alargada, al igual que la de su primo Manuel,
contra el muro de la hacienda. Es en cambio la secuencia del primer encuentro entre los dos
enamorados, unida a la del final de la película, las que han pasado a ocupar un lugar
destacado en el imaginario fílmico mexicano.
La escena del encuentro es antológica, aunque algo artificiosa cuando se desata la tormenta
mientras María Ángela lee unas rimas de Gustavo Adolfo Bécquer recostada contra un
árbol. Comienza a llover y se desencadena un gran vendaval, que obliga a la joven a buscar
refugio en un convento abandonado. Entra y camina despacio en medio de la oscuridad
hasta que el destello de un relámpago ilumina la estancia y aparece ante ella un hombre
vestido de charro. Huye asustada y cae un rayo que incendia el árbol que hay frente al
convento, desmayándose del susto. El hombre la agarra en brazos para llevarla de nuevo
bajo cubierto y termina de encender una hoguera para calentarse. Pese a que intenta
tranquilizarla, la mujer desconfía y él decide dejarla sola para que no tema de sus
intenciones. Sale a la intemperie pero al poco rato regresa porque la tormenta arrecia. Lo
hace con el libro que extravió María Ángela. Se lo entrega junto a su pistola para que ella
se defienda si intenta hacerle algo. El personaje de Fernando Iturriaga, que todavía no se ha
dado a conocer como tal pero sobre cuya identidad tampoco hay duda, se presenta como un
macho sin tacha pese a que después su hombría será cuestionada por sus enemigos. En
cambio, a continuación se muestra también como un personaje romántico al recitar de
memoria unos versos del libro que está leyendo María Ángela para sorpresa de ella. Así la
seduce, mediante esa ambivalencia del macho bruto y bravucón, pero que a la vez
es sensible y romántico. El flechazo es inmediato y Zacarías lo sugiere de una forma
plástica a través de los juegos de luces que entran por las ventanas enrejadas, como si la luz
iluminara el romance que acaban de iniciar. Un amor que, por otra parte, los encarcelará
como sugieren las sombras de los barrotes proyectadas sobre sus cuerpos.
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La otra escena memorable es la del final, con la música in crescendo cuando María Ángela
cae abatida por el disparo de su abuelo. Lleva puesto el traje de novia con el que iba a
casarse con Manuel, que aparece también en escena. Nos encontramos de nuevo frente a un
triángulo amoroso como en anteriores films del cantante, pero aquí la tragedia es extrema y
si sobra uno sobran los demás. Fernando toma en brazos a su amada y cuando ésta expira,
Manuel lo reta a que desenfunde y después lo hiere mortalmente. Se deja matar para
juntarse con su amada, pero Manuel, que en vida se la había entregado, se la arrebata ahora
de sus manos. “Muerta es mía”, le dice. La carga en brazos y asciende al peñón de las
ánimas para arrojarse juntos al vacío y morir con ella. Los dos machos rivalizan hasta en
ese momento, puesto que Fernando muere antes para ser él quien se junte primero con su
amada en el más allá. Es un final trágico de los que dejan huella en el público por su
intensidad. Miguel Zacarías aseguraría que rodó cuatro finales distintos y que llegó a
exhibirlos en diferentes ocasiones (Taibo I, 1985), pero no contó cómo eran. En alguno es
posible que fuese el personaje de Fernando el que moría en brazos de María Ángela. Así lo
sugiere María Félix en sus memorias cuando comenta que tal era la tensión que había entre
ella y Jorge Negrete, que no perdían oportunidad de hacerse “diabluras” el uno al otro. “En
la escena final, cuando se estaba muriendo, lo tenía tomado de la cabeza y de pronto se la
solté sobre unas piedras. De milagro no se descalabró”, explicó la actriz (Félix, 1993).
Como hemos visto, la película no termina así, de manera que o bien está hablando de otro
de los finales alternativos de los que hablaba Zacarías, o se equivoca de escena y se está
refiriendo a otra que transcurre junto al pozo y en la que Fernando queda inconsciente
cuando se pelea con Manuel. En este caso, la actriz sí que coge la cabeza de Negrete entre
sus brazos y la deposita en el suelo. Evidentemente, lo hace con suavidad, ya que de haber
sido esta escena la aludida por La Doña, la toma en la que lo dejaba caer habría sido
eliminada.

El encuentro con el Trío Calaveras

A pesar del mal ambiente existente por la riña que mantuvieron sin descanso durante todo
el rodaje los dos protagonistas, Miguel Zacarías hizo lo imposible por hacer una película
que dejará una huella imborrable dentro del melodrama mexicano, aunque los historiadores
hayan discrepado sobre su calidad artística, como veremos más adelante. El cineasta no
descuidó los detalles y recurrió a compositores clásicos para reforzar musicalmente el tono
del drama. Las partituras de Tchaikovsky, Beethoven, Paganini  y Chopin se hacen cargo
de ello con los arreglos y el acompañamiento de Manuel Esperón. Negrete interpreta los
temas Cocula, Mujer, abre tu ventana, El mexicano y Esos altos de Jalisco con el
característico toque sinfónico de las composiciones de Esperón, mientras que el Trío
Calaveras canta en solitario La Maceta. Fue la primera película en la que el famoso trío de
mariachis actuó con el Charro Cantor y a partir de entonces se volvieron casi en
inseparables.
Durante el rodaje, Raúl Prado, uno de los integrantes del grupo, intimó con María Félix y
acabaron casándose. Se separaron en 1944 cuando la artista empezó a ser famosa. Hay
múltiples versiones sobre ese matrimonio, que la actriz se encargó de desmentir hasta la
saciedad, tanto como sus biógrafos se han empeñado en darlo por cierto. Al parecer, Jorge
Negrete llegó incluso a hablar con Prado en 1952 antes de casarse con La Doña para que no
se sintiera ofendido, y Miguel Bermejo reconoció a Enrique Serna que había existido
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dándole detalles sobre el divorcio que tuvo lugar tras el regreso del trío de una gira por
Cuba (Serna, 1993). La banda sonora de El peñón de las ánimas está grabada por el trío
original, Miguel y Guillermo Bermejo y Raúl Prado, pero en la película no aparece el
segundo de ellos, que fue sustituido por Pepe Zaldívar a partir de ese año después de que se
fuera del grupo. Los orígenes de esta formación musical se remontan a 1931 cuando tres
estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de México se
presentaron a un concurso universitario. Se les ocurrió llamarse el Trío Calaveras porque el
emblema de su facultad era una  calaverita. Al año siguiente volvió a celebrarse la
competición y uno de sus integrantes era Miguel Bermejo, que al no ser estudiante tuvo que
matricularse como oyente. Años después, en 1937, retomó ese nombre para los créditos de
la película Las cuatro milpas  en la que había actuado formando un trío con su hermano
Guillermo y Raúl Prado. Así surgió el célebre grupo musical que acompañó a Negrete en
varias de sus películas y que le acompañó por sus giras nacionales e internacionales.
Negrete se siente cómodo en su papel. Combina la altanería del charro criado en la rudeza
del campo con la sensibilidad de quien ha recibido una buena educación. Es capaz de
contenerse cuando lo provocan, lo que no pueden hacer sus enemigos, y de morir por amor,
puesto que los Valdivia lo hacen por honor. El charro que interpreta no es ya el personaje
arquetípico del macho bravío forjado por el cine nacional, aunque Zacarías tampoco pueda
evitar los excesos, como la escena en la que escribe las iniciales de su nombre y de María
Ángela a balazos en el tronco de un árbol. Son, en cualquier caso, estilemas de género que
han envejecido con el  tiempo pero que entonces formaban parte de los códigos de
representación de este tipo de cine. A pesar de ello, la actuación de Negrete es comedida,
de una gran contención, frente a los mayores excesos de Miguel Ángel Ferriz, como don
Braulio, y de Carlos López Moctezuma en el papel de Felipe. René Cardona se muestra
también más contenido en su personaje de Manuel. El actor cubano, que había interpretado
el papel de patrón en la versión de 1936 de Allá en el rancho Grande, conocía muy bien el
medio puesto que además de intérprete era director. Sería junto con Negrete uno de los
miembros fundadores de la Asociación Nacional de Actores
De todo el elenco artístico, María Félix es la que ofrece una interpretación más indefinida.
Si la comparamos con su trayectoria posterior, está a años luz de los registros que acabaría
consiguiendo. Tal vez, como se ha apuntado en numerosas ocasiones, se deba a su
inseguridad ante las cámaras al tratarse de su debut, lo cual ayuda a esa imagen atribulada
que debía transmitir. No obstante, su personaje es premonitorio de un nuevo tipo de mujer
insumisa que irrumpe en el cine mexicano de la mano de La Doña, cuyo mérito debe ser
compartido por Miguel Zacarías. El personaje de María Ángela Valdivia no es el de una
mujer sumisa dispuesta a acatar las órdenes de los varones, ya sea su abuelo, su
hermano, su prometido o su amante. El arquetipo que se empieza a forjar es muy distinto de
lo visto hasta entonces y del que las películas de Negrete pueden ser bastante ilustrativas.
Recordemos, por ejemplo, los de Gloria Marín en Una historia de amor y Seda, sangre y
sol, en los que la fémina acata los designios de los varones y asume ser la culpable de las
desdichas de los hombres. Es el estereotipo de la mujer sufridora frente al que
encarna María Félix en El peñón de las ánimas, que se rebela contra la dominación
masculina.
En Así se quiere en Jalisco, el personaje de Lupe amenazaba con quitarse la vida con una
pistola para que los dos hombres que se la disputaban dejaran de pegarse. En el film de
Zacarías, María Ángela amenaza directamente con el revólver a su prometido por el mismo
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motivo, nada de autoinmolarse y sacrificarse por los machos que se pelean por ella. La
mujer no está dispuesta a morir por los hombres, sino en todo caso a dejar que ellos mueran
por ella. Encarna a una mujer diferente, que anhela liberarse del macho dominante que la ve
como un objeto de su propiedad y dueño hasta de su vida. Así lo manifiesta don Braulio
cuando sentencia que prefiere ver a su nieta “muerta antes que casada con el hijo del
asesino de su padre”. Una sentencia que acaba ejecutando cuando María Ángela huye al
galope con su amado. No dispara a Fernando Iturriaga sino a la nieta, su posesión. Con
razón diría Carlos Monsiváis que María Félix, después de hacer Doña Bárbara, se
convertiría en lo insólito, “una mujer dueña de su destino”. Y en El peñón de las
ánimas, parafraseando al escritor, podríamos decir también que la todavía temerosa actriz
decide “convertirse en el sentido de la acción por ser ya el sentido de la contemplación”
(Monsiváis, 1993). María Félix encarnaría en el cine mexicano a la mujer insumisa, objeto
de admiración pero no de posesión.
Negrete no fue capaz de ver la dimensión que iba a adquirir María Félix  hasta diez años
después, porque en ese momento vivía ciego de amor por Gloria Marín. Al terminar la
filmación se negó a dedicarle el guión como era norma habitual entre los actores. Una
década después subsanaría esa grosería autografiándoselo a escondidas cuando ya eran
marido y mujer. La Doña cuenta en sus memorias que lo descubrió por casualidad un día
que abrió la cómoda y encontró el libreto. Su esposo había escrito: “Amor de mi vida:
Siento un rencor enorme  hacia mí por no haber tenido la inteligencia ni el suficiente
corazón para encontrarte entonces, pues sé ahora y siempre que no había ni habrá felicidad
para mí si me faltas tú” (Félix, 1993). Son palabras que parecen responder al arquetipo del
macho dominante sometido por el de la mujer insumisa.
Para Emilio García Riera, El peñón de las ánimas es quizá “la única obra aceptable” de
toda la carrera de Miguel Zacarías. La afirmación no deja de ser un tanto exagerada y
extremista, porque Zacarías ofreció a los espectadores un cine espectáculo cargado de
emociones que es, en definitiva, lo que el público busca al sumergirse en una sala a oscuras
para dejarse llevar por los  sueños proyectados a veinticuatro imágenes por segundo. Al
menos, reconocería en La historia documental del cine mexicano que “por desgracia, el
cine mexicano, al abordar en el futuro la tragedia rural, perdería el aliento de sinceridad que
permitió a un realizador mediocre como Zacarías superarse notoriamente a sí mismo”
(García Riera, 1969-1978).(…). La cinta tampoco ha merecido mayor apreciación por parte
de Jorge Ayala Blanco, para quien Zacarías, al  igual que Joselito Rodríguez e Ismael
Rodríguez en ¡Ay, Jalisco, no te rajes!  y Los tres huastecos respectivamente, construye
unos personajes trazados con las únicas leyes de la “atracción y la repulsión. Son los
móviles de todas las pasiones humanas. Los buenos son triunfadores bondadísimos y los
malos son malos pero redimibles. Se abomina de la motivación ligeramente profunda”
(Ayala, 1979). Al margen de estas apreciaciones críticas, el éxito de la película en taquilla
resultó incontestable.

Nota del editor: Los pasajes de este texto sobre El peñón de las ánimas  son parte del libro que escribió
Francisco Javier Millán Agudo “Jorge Negrete: ser charro no basta” editado por Fundación Expresión
en Corto A.C. y organizadores del Festival de Cine de Guanajuato, en julio de 2011, editado con motivo
del centenario del nacimiento de “El Charro Cantor” en Guanajuato, de donde era oriundo.)

Los pasajes del texto de Javier Millán fueron a su vez recogidos de:
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https://www.cineforever.com/2019/02/13/el-penon-de-las-animas-de-miguel-zacarias-con-jorge-negrete-y-
maria-felix/
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