Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Apropiación
pp. 182-193
Este ensayo intentará explicar una idea clave que gobierna la metodología de la inter-
pretación. Concierne al modo en que un texto es dirigido a alguien. En otro lugar hemos
notado que la relación escribir-leer se distingue de la relación hablar-escuchar no sólo
en términos de la relación con el hablante, sino también en términos de la relación con
la audiencia. Hemos preguntado: ¿para quién se escribe? y hemos respondido: para todo
el que pueda leer. También hemos hablado de la potencialización de la audiencia, que
no es tanto la socia en el diálogo, cuanto el lector desconocido que procura el texto. La
culminación de la lectura en un lector concreto que se apropia del significado constituirá
por tanto el tema de este ensayo.
Es obvio que redescubriremos el viejo problema del rol de la subjetividad en la com-
prensión, y, por tanto, el problema del círculo hermenéutico. Pero este problema se pre-
senta en nuevos términos, como resultado del hecho de que ha sido pospuesto por mu-
cho tiempo. En lugar de considerarlo como un primer problema, lo hemos puesto al fi-
nal de nuestra investigación. Lo que hemos dicho en otros ensayos acerca de la noción
de interpretación concierne esencialmente al poder de la obra de abrir [disclose] un
mundo, entonces la relación del lector con el texto es esencialmente su relación con la
clase de mundo que el texto presenta. La teoría de la apropiación que ahora será esque-
matizada se sigue del desplazamiento experimentado por la problemática total de la in-
terpretación: ella será menos una relación intersubjetiva de mutua comprensión que una
relación de aprehensión aplicada al mundo que el texto despliega. Una nueva teoría de
la subjetividad se sigue de esta relación. En general, podemos decir que la apropiación
no debe ser entendida en adelante en la tradición de las filosofías del sujeto, como una
constitución de la que el sujeto poseería la llave. Comprender no es proyectarse uno
mismo dentro del texto; es recibir un sí mismo ampliado por la aprehensión de mundos
propuestos que son el objeto genuino de la interpretación. Tal es la línea general de este
ensayo que seguirá en detalle como sigue.
(1) Para comenzar, se mostrará la necesidad del concepto de apropiación. Será in-
troducido como contraparte del concepto de distanciamiento que está unido a
2
cualquier estudio objetivo y objetivante del texto. Hete aquí la primera sección:
“distanciamiento y apropiación”.
(2) Luego tomaremos la relación entre el concepto de apropiación y aquel de revela-
ción de un mundo. Siguiendo los análisis de Gadamer de Verdad y método, in-
troduciremos el tema del “juego”. Este tema servirá para caracterizar la meta-
morfosis que, en la obra de arte, es experimentada no sólo por la realidad sino
también por el autor (escritor o artista), y sobre todo (desde que este es el tema
de nuestro análisis) por el lector o sujeto de la apropiación. La apropiación apa-
recerá entonces como la transposición “lúdica” del texto, y el juego mismo apa-
recerá como la modalidad de apropiada a los lectores potencialis, esto es, a todos
los que pueden leer.
(3) Luego identificaremos las ilusiones y los errores que el concepto de apropiación
debe superar. Aquí la crítica de las ilusiones del sujeto será el paso necesario pa-
ra la apreciación profunda del concepto de apropiación. La apropiación será el
complemento no sólo del distanciamiento del texto, sino también del abandono
del yo.
La conclusión bosquejará el lugar de la filosofía hermenéutica en relación con la tradi-
ción reflexiva kantiana por un lado, y la tradición especulativa hegeliana por el otro.
Mostrará por qué una filosofía hermenéutica debe situarse a igual distancia de ambas.
I. Distanciamiento y apropiación
La dialéctica del distanciamiento y la apropiación es la figura final que debe asumir la
dialéctica de la explicación y la comprensión. Apunta al modo en que el texto está diri-
gido a alguien.
La potencialización de la audiencia implica dos modos de reconectar el discurso del
lector al del lector. Estas posibilidades pertenecen al estatuto de la historia en el proceso
completo de la interpretación. La tendencia general del criticismo literario y bíblico
desde el siglo diecinueve ha sido unir los contenidos de las obras literarias, y en general
de los documentos culturales, a las condiciones sociales de la comunidad en que estas
obras fueron producidas o a la cual fueron dirigidas. Explicar un texto era esencialmente
considerarlo como la expresión de ciertas necesidades socioculturales y como una res-
puesta a ciertas perplejidades localizadas en el espacio y en el tiempo. En contraste con
esta tendencia, que fue subsiguientemente llamada “historicismo”, emergió una tenden-
cia alternativa, proveniente de Frege y del Husserl de las Investigaciones lógicas. De
3
critura implica la “suspensión” del proceso histórico, la transferencia del discurso a una
esfera de idealidad que permite una expansión indefinida de la esfera de comunicación.
Debo decir que tomo en cuenta esta tendencia “anti-histórica” y que acepto su presupo-
sición principal concerniente a la objetividad del significado en general. Esto porque
concuerdo con el proyecto y el método de esta clase de criticismo literario que estoy
listo para definir, en nuevos términos, como la dialéctica entre explicación y compren-
sión que resulta del reconocimiento de la especificidad del objeto literario.
Desarrollemos esta nueva dialéctica: la objetivación del significado es una mediación
necesaria entre el escritor y el lector. Pero como mediación, reclama un acto comple-
mentario de un carácter más existencial que llamaré la apropiación del significado.
“Apropiación” es mi traducción del término alemán Aneingnung. Aneingnung significa
“hacer propio” lo que inicialmente era “extraño”. De acuerdo a la intención de la pala-
bra, el objetivo de toda hermenéutica es luchar contra la distancia cultural y la aliena-
ción histórica. La interpretación iguala la interpretación contemporánea y la similar.
Esta meta es objetiva en la medida en que la interpretación actualiza el significado de un
texto para el lector presente. La apropiación es un concepto que está disponible para la
actualización del significado como dirigido a alguien. Toma el lugar de la pregunta en la
situación dialógica, del mismo modo que aquella “revelación” o “apertura” toma el lu-
gar de la referencia ostensiva en la situación dialogal. La interpretación se completa
cuando la lectura libera algo como un acontecimiento, un acontecimiento del discurso,
un acontecimiento en el tiempo presente. Como la apropiación, la interpretación deviene
un acontecimiento. La apropiación es por tanto un concepto dialéctico: la contraparte
del eterno distanciamiento implicado por cualquier criticismo literario o textual de
carácter anti-histórico.
Gadamer desarrolla su concepción del juego en el curso de una meditación sobre la obra
de arte. Esta mediación es felizmente dirigida contra el subjetivismo de la conciencia
estética que se deriva del “juicio del gusto”, unido él mismo a la teoría del “juicio re-
flexivo”. El juego no está determinado por la conciencia que juega; el juego tiene su
propio modo de ser. El juego es una experiencia que trasforma a aquellos que participan
en él. Parece que el sujeto de una experiencia estética no es el jugador mismo, sino más
bien lo que “tiene lugar” en el juego. De modo similar, hablamos del juego de las olas,
del juego de las luces, del juego de la parte mecánica en una bolera y aún del juego de
palabras. Jugamos con un proyecto, con una idea; podemos igualmente “ser jugados”.
Lo que es esencial es el “vaivén” [to and fro] (Hin und Her) del juego. Jugar es parecido
a bailar, que es un movimiento que arrebata a quien baila. Por tanto decimos que la par-
te “es jugada”, o nuevamente que alguien “está en juego” entre... Todas estas expresio-
nes revelan que el juego es otra cosa que la actividad de un sujeto. El vaivén [to and fro]
del juego ocurre como si fuera por sí mismo, esto es, sin aplicar el esfuerzo ni la inten-
ción. Este “en sí mismo” del juego es tal que, aún en un juego solitario, debe haber algo
con lo cual o contra lo cual uno juega (con suerte el socio de uno en tiempos de éxito!).
En este riesgo de un socio desconocido yace el “encanto” del juego. Quien juega es
también jugado: las reglas del juego se imponen a sí mismas sobre el jugador, prescri-
biendo el vaivén [to and fro] y delimitando el campo donde todo “es jugado”. De aquí
que jugar rompe la seriedad de una preocupación utilitaria donde la autopresencia del
sujeto está demasiado segura. En el juego, la subjetividad se olvida de sí misma; en la
seriedad, la subjetividad es recuperada.
¿En qué aspectos este análisis, que hemos recordado brevemente, clarifica nuestro pro-
blema de la comprensión hermenéutica? En primer lugar, la presentación de un mundo
en una obra de arte, y en general en una obra de discurso, es una presentación lúdica.
Los mundos son propuestos a la manera de un juego. El análisis del juego nos permite
por tanto recobrar de un nuevo modo la dialéctica entre la suspensión de la referencia
deíctica y la manifestación de otra clase de referencia, más allá de la epoché de la pri-
mera. El juego muestra la misma dialéctica, desarrollando por su cuenta un costado se-
rio –lo que Gadamer llama “presentación” (Darstellung). En el juego, nada es serio,
sino que algo es presentado, producido, dado en representación. Hay también una rela-
ción interesante entre el juego y la presentación de un mundo. Esta relación es, además,
absolutamente recíproca: por un lado, la presentación del mundo en un poema es una
ficción heurística y en este sentido “lúdica”; pero por otro lado, todo juego revela algo
6
de los personaje por un autor omnisciente, la identificación con uno de los personajes a
través de cuyos ojos el autor ve todo lo que se muestra, el aniquilamiento del autor en
una historia que se narra sola, etc.
¿Cómo puede clarificarse este debate a través de nuestras reflexiones anteriores sobre el
juego? El solo hecho de que ha habido numerosas soluciones a este problema técnico
resulta, en mi opinión, del carácter lúdico de la relación misma. El autor es presentado
como ficticio; y las diferentes modalidades de la relación del autor con la narración pa-
recen reglas de esta relación lúdica. Las soluciones clasificadas por Norman Friedman y
F.K. Stanzel pueden reconsiderarse desde este punto de vista. Que estas soluciones
constituyen tantas ficciones del autor parece estar confirmado por lo que enfatiza uno de
los críticos: “El autor puede, hasta cierto punto, elegir distinguirse de él mismo, pero
nunca puede elegir desaparecer”. Distinguirse de sí mismo, para asumir diferentes “vo-
ces”, ¿no es jugar?
Por su parte los franceses, más afectados por el estructuralismo preocupado por cortar
los lazos entre el texto y el autor, enfatizan la no coincidencia entre el autor “psicológi-
co” y el “narrador”, donde el último está “marcado” por los signos del narrador en el
texto. Pero esta falta de coincidencia no puede implicar la eliminación del autor; tal co-
mo dijo Benveniste de la referencia desdoblada con respecto al lenguaje poético, del
mismo modo también debemos introducir la idea del “hablante desdoblado”. El desdo-
blamiento marca la irrupción de la relación lúdica en la subjetividad misma del autor.
No estamos muy lejos de Dilthey cuando habla de “la posición de la imaginación poéti-
ca antes del mundo de la experiencia”. En el mismo sentido, Walfgang Kayser habla de
un “creador mítico” para designar la situación del narrador. El narrador es quien se abs-
trae de su personalidad para que sea escuchada otra voz que la suya. Por tanto la desapa-
rición misma del sujeto es todavía una variación imaginativa del ego del escritor. La
variación imaginativa consiste entonces en ser parte de la narrativa, en distinguirse uno
mismo de acuerdo a la narrativa. Porque el narrador omnisciente es apenas una ficción
del sujeto tanto como el narrador identificado con el personaje o como el narrador dis-
persado entre los personaje que aparece para hablar y para actuar todo solo. El narrador
omnisciente es también una “figura autónoma creada por el autor del mismo modo que
los personajes”; aún más si el narrador es identificado con el personaje o se esconde
detrás de todos. El tema y el narrador olímpico bien pueden desaparecer: el juego es
desplazado hacia los puntos de vista parciales y restrictivos de los personajes; o, como
en Las cuitas del joven Werther, el juego se esconde en un personaje imaginario inser-
8
tado entre el personaje y nosotros mismos, tal que esta tercera persona es percibida para
unir las palabras del pobre Werther, dirigidas a nosotros en el prefacio y que nos com-
promete en un pseudo-diálogo.
Hay una pequeña diferencia, entonces, si un texto es escrito en tercera o en primera per-
sona. En cada caso, el distanciamiento es el mismo y la variedad de las soluciones prue-
ban que no hemos ido más allá del juego gobernado por reglas. Por consiguiente el no-
velista puede cambiar su perspectiva y volverse repentinamente omnisciente cuando lee
los pensamientos de sus personajes. Así que mientras es cierto decir que el narrador no
es nunca el autor, sin embargo el narrador es siempre quien es metamorfoseado en un
personaje ficcional que es el autor. Aún la muerte del autor es un juego que el autor jue-
ga. En todos los casos él permanece, de acuerdo con la expresión de Kayser, como
“creador del universo”.
de despojarse uno mismo del “sí mismo” previo para recibir, como en un juego, el “sí
mismo” devuelto por la obra misma.
abierto a todo el que sepa leer, entonces es la omnitemporalidad del significado la que
se abre a lectores desconocidos; y la historicidad de la lectura es la contraparte de esta
omnitemporalidad específica. Desde el momento que el texto escapa de su autor y de su
situación, también se escapa de su audiencia original. Por consiguiente puede procurarse
nuevos lectores.
De acuerdo con este tercer punto de vista falaz, la apropiación del significado de un
texto sujetaría la interpretación a las capacidades finitas de la comprensión del lector en
el presente. La traducción inglesa y francesa de Aneignung como “apropiación” fortale-
ce esta sospecha. ¿No colocamos el significado del texto bajo el dominio del sujeto que
interpreta? Esta objeción puede abandonarse al observar que lo que se “hace propio” no
es algo mental, ni la intención de otro sujeto, ni algún designio supuestamente escondi-
do detrás del texto; más bien, es el proyecto de un mundo, la propuesta de un modo de
ser-en-el-mundo, que el texto abre delante de sí por medio de sus referencias no osten-
sivas. Lejos de que un sujeto, ya dueño de su ser-en-el-mundo, proyecte el a priori de su
comprensión e interpole este a priori en el texto, diré que la apropiación es el proceso
mediante el cual la revelación de nuevos modos de ser –o, si se prefiere Wittgenstein a
Heidegger, de “nuevas formas de vida”- brindan al sujeto capacidades para conocerse a
sí mismo. Si la referencia de un texto es la proyección de un mundo, entonces no es en
primera instancia que el lector se proyecta a sí mismo. El lector es más bien ampliado
en su capacidad de proyectarse a sí mismo al recibir un nuevo modo de ser del texto
mismo.
Por tanto la apropiación deja de aparecer como un tipo de posesión, como un modo de
asirse de... Implica en cambio un momento de desposesión del ego narcisista. Este pro-
ceso de desposesión es obra de la clase de universalidad y de atemporalidad implicada
por los procedimientos explicativos. Sólo la interpretación que satisface el mandato del
texto, que sigue la “flecha” del significado y procura “pensar de acuerdo con” él, en-
gendra una nueva auto-comprensión. A través de la expresión “auto-comprensión”, me
gustaría contrastar el sí mismo que emerge de la comprensión del texto y el ego que re-
clama preceder esta comprensión. Es el texto, en su poder universal de desvelar, el que
da un sí mismo al ego.
Se requeriría, al final de esta excusión, una larga explicación para situar la hermenéutica
filosófica en relación a la tradición reflexiva kantiana por un lado, y la tradición especu-
lativa hegeliana por el otro. Nos limitaremos aquí a ofrecer unas pocas notas en apoyo
de la tesis de que la hermenéutica filosófica debe posicionarse a igual distancia de am-
12
bas tradiciones, aceptando tanto de una tradición como de la otra pero oponiéndose a
cada una con igual fuerza.
Por medio de asegurar el vínculo entre el significado comprendido y la auto-
comprensión, la hermenéutica filosófica es una continuación de la filosofía reflexiva.
Pero la crítica de las ilusiones del sujeto y el recurso permanente al gran desvío de los
signos la distancian decisivamente de la primacía del cogito. Después de todo, la subor-
dinación del tema de la apropiación a aquél de la manifestación nos lleva más a una
hermenéutica del yo soy que a una hermenéutica del yo pienso.
Podría pensarse que lo que distancia la hermenéutica filosófica de la filosofía reflexiva
la acerca a la filosofía especulativa. Esto es en gran parte cierto. Tan es así que Gadamer
puede decir que su hermenéutica resucita a Hegel en la medida en que rompe con
Schleiermacher. Fundamentalmente, el concepto de manifestación de un mundo, alrede-
dor del cual se organizan todos los demás conceptos hermenéuticos, es más cercano a la
idea de la “auto-presentación” (Selbsdarstellung) de la verdad, siguiendo el prefacio de
La fenomenología del Espíritu, que a la idea husserliana de constitución. Pero el retorno
permanente de esta auto-presentación al evento del discurso en el que, en última instan-
cia, se consuma la interpretación significa que la filosofía llora la pérdida del conoci-
miento absoluto. Porque el conocimiento absoluto es imposible es que el conflicto de
las interpretaciones es insuperable e inescapable.
Entre el conocimiento absoluto y la hermenéutica, es necesario elegir.
Trad.: S.G.