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Sabiendo que todo lo que ha hecho, con tal de alcanzar sus objetivos, ha sido malo,
Velasco no puede estar en paz, la imagen del infierno, que la doctrina religiosa le ha
inculcado, lo tortura día y noche, así como también el temor de ser mandado a un
hospicio. Pero por si esto fuera poco su diario vivir dentro de la escuela es como si fuera
otro infierno, que en la actualidad es conocido como” bullying o acoso escolar”. A pesar
de que el niño está consciente de lo que hace y de lo que esto le puede acarrear,
pareciera –el autor lo maneja de una manera un tanto sarcástica-, que le da orgullo ser ya
no tanto un “raterito” sino un buen mentiroso. El pequeño Xavier se ha ido enseñando
poco a poco a mentir, a ser un mustio, pero en gran parte gracias a sus padres y a la
abuela, éstos lo han ayudado a salir de los apuros a través de las mentiras. Los padres y
la abuela saben quién es verdaderamente este niño, pero hasta ahora no han querido
aceptarlo y mucho menos ponerle límites.
El niño lucha consigo mismo, es como si fueran dos niños distintos dentro de uno solo. Tal
como cuando el autor describe el cuadro, un niño que quiere vivir, luchar, pero que a la
vez le da miedo todo. Por una parte se puede ver a un niño frío y calculador que hace lo
que puede para obtener lo que quiere, que abusa incluso de quien es más débil que él;
pero también un niño débil, de quien se burlan, abusan; e incluso él mismo se llega a
menospreciar, a caerse mal. Todas sus experiencias, lo han marcado, pienso que más
para mal que para bien. Se ha hecho un niño huraño, un tanto apático, desconfiado,
reservado, etc.