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142 EL IMPERIO ROMANO

entre honestiores y humiliores, Plinio el Joven aconsejó a un gobernador


provincial en Hispania que conservara «la distinción de los órdenes y la
dignidad» en las vistas judiciales, porque «si se confunden estas distinciones,
nada es más desigual que la propia igualdad» (Ep., 9.5).33

La c o n d ic ió n s o c ia l (e st a t us )

La condición social de un romano se basaba en la estimación social de


su honor, es decir, en la percepción de su prestigio por parte de quienes le
rodeaban. Dado que la condición social refleja unos valores y una perspecti-
va en lugar de unas reglas jurídicas, las distinciones son menos exactas que
en el caso de los órdenes. Los ingredientes principales del rango social —la
cuna y la riqueza— no siempre estaban de acuerdo unos con otros; entre los
hombres más ricos, unos cuantos eran de origen muy humilde, a la vez que
algunos de los hombres de linaje más encumbrado caían en la pobreza.
Otros factores, tales como el poder, la educación y la estatura moral perci-
bida, conferían prestigio a quienes los poseían y no eran propiedad exclusiva
de hombres de alto rango. Las contradicciones entre la condición y el rango
daban origen a tensiones, que a veces afloraban a la superficie, como ocurrió,
por ejemplo, cuando entre los senadores cundió el malestar ante el poder
inmenso de Sejano, el prefecto pretoriano de Tiberio y hombre de segundo
rango.34
En cada orden había sutiles gradaciones de condición social. Dentro del
orden senatorial, que experimentaba un gran movimiento de familias, los
que podían hacer alarde de antepasados consulares, los nobiles, sobresalían
de la masa de recién llegados.35 La minoría de ecuestres que fueron designa-
dos para ocupar cargos altos al servicio del emperador eran presentados
como hombres pertenecientes a la «nobleza ecuestre» (equestris nobilitas)
mucho antes de que apareciera la jerarquía de epítetos oficiales (Tácito,
A gr., 4.1). A los decuriones más ricos y poderosos los llamaban «hombres
primeros» (primores virí).36 Generalmente, esta estratificación interna causa-
ba pocas dificultades.
Los hombres que nacían libres fuera de los órdenes de la elite consti-
tuían, con mucho, el grupo más nutrido de la jerarquía de rangos y su
condición variaba en gran medida según su ocupación y sus recursos. Con
todo, debido a la falta de información detallada, resulta difícil desentrañar
la complejidad de lo que ha dado en llamarse «la secuencia finamente estra-

33. Garnsey, 1970; Millar, 1984, sobre trabajos forzados y castigos corporales.
34. Hopkins, 1974, pp. 108-111.
35. Sobre la discutida definición de nobilitas, Hill, 1969, Barnes, 1974.
36. D igesto, 50.14.6 pref., 50.7.5.5; Garnsey, 1974, p. 232.
LA JERARQUÍA SOCIAL 143

tificada de condición social entre eques y esclavo» en el imperio, exceptuan-


do Egipto.37 Sin embargo, una división importante resulta clara: la que
existía entre los trabajadores urbanos y los rurales. La civilización romana
fue un fenómeno urbano, edificado sobre el excedente agrícola del campo.
No sólo ocurría que las ciudades explotaban el campo para alimentar y
vestir a sus habitantes, sino que, además, estos, que eran una pequeña
minoría de la población total, despreciaban a las masas y las tachaban de
«rústicas», gentes desconocedoras de la avanzada cultura de la vida urbana
y que, a menudo, hablaban una lengua diferente.38
Incluso en lo más bajo de la jerarquía de rangos se daba una gran
variedad de condiciones. La vida de muchos esclavos condenados a trabajos
manuales en condiciones duras, sobre todo en las minas, era miserable.
Apuleyo nos describe vividamente las condiciones en que se hallaban los
esclavos que trabajaban en un molino de harina en su novela El asno de oro:
«Tenían toda la piel surcada por las señales de viejos azotes, que podían
verse por los agujeros de sus camisas harapientas que daban sombra, más
que cubrían, sus espaldas llenas de cicatrices; mas algunos llevaban sólo un
taparrabo. Llevaban sus letras marcadas en la frente, y la cabeza medio
afeitada y hierros en las piernas».39 Contrastando con ello, los esclavos de
las unidades domésticas urbanas vivían, por regla general, en condiciones
materiales incomparablemente mejores y con frecuencia se les permitía llevar
una vida familiar de fa cto .40 A los esclavos que administraban talleres o
empresas comerciales en beneficio de sus amos les daban una gran libertad
de acción. Las incapacidades impuestas por su condición jurídica de bienes
muebles eran burladas mediante el peculium, que consistía en un fondo que
se daba a los esclavos y que ellos podían utilizar para contraer obligaciones.
A veces, el peculium comprendía no sólo capital de explotación, sino tam-
bién propiedades... y esclavos.41 Incluso dentro de la categoría de los escla-
vos, la riqueza podía conferir poder sobre otras personas. La responsabili-
dad ejercida dentro de la unidad doméstica del amo también confería poder,
el cual variaba según el tamaño y la condición social de la unidad doméstica.
Los esclavos principales de la unidad doméstica imperial podían ejercer una
influencia considerable y acumular mucha riqueza, como atestiguan no sólo
algunas anécdotas literarias, sino también diversas inscripciones. Músico
Escurrano, el esclavo de Tiberio que ejercía de intendente de la tesorería
imperial en una provincia de la Galia, recibió una dedicatoria de sus propios
esclavos en la unidad doméstica, que eran dieciséis (ILS, 1514). Otro elemen-
to importante en la condición relativamente elevada de los esclavos domésti-

37. Purcell, 1983, p. 127.


38. MacMullen, 1974, cap. 2; De Ste. Croix, 1981, pp. 9-19; Rostovtzeff, 1957, cap. 11.
39. M et., 9.12, con Millar, 1981, p. 65.
40. Treggiari, 1975a; Flory, 1978.
41. Crook, 1967a, pp. 188-189; Buckland, 1908, caps. 8-9.
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cos y urbanos era la perspectiva de su manumisión, posibilidad que les


estaba vedada a los esclavos que trabajaban en el campo y en las minas.
Pese a todas estas diferencias de condición, la dependencia jurídica
esencial de todos los esclavos hacía que resultara menos difícil darles cabida
en la jerarquía romana que a los libertos. Los libertos —ciudadanos roma-
nos libres, que, en teoría, y a veces en la práctica, podían acumular mucha
riqueza, y que, a pesar de ello, estaban manchados por su origen servil—
resumen las contradicciones entre el rango y la condición social que la
sociedad romana tenía que resolver.
La mayoría de los libertos eran hombres humildes, se casaban con
mujeres del mismo rango, a menudo seguían dependiendo de sus anteriores
amos y, por consiguiente, no presentaban ninguna contradicción difícil entre
el rango y la condición social.42 Algunos, empero, ascendían hasta alcanzar
una condición que no correspondía a su rango inferior. Los aristócratas
conservadores que en 56 d.C. instaron al senado romano a decretar que los
libertos irrespetuosos debían volver a la esclavitud obraron así en reacción al
fenómeno de los libertos prósperos y no sólo contra la forma en que estos
humillaban a sus examos (Tácito, A nn., 13.26-7).
Los libertos imperiales podían alcanzar la cumbre de la clase propietaria
—son libertos cuatro de los diez hombres más ricos que conocemos del princi-
pado— y se veían cortejados, por su inmensa influencia, incluso por miembros
de los órdenes de la elite. A diferencia de otros libertos, generalmente se
casaban con mujeres que habían nacido libres.43 Sin embargo, sus orígenes
serviles no se olvidaban y, por regla general, les impedían ascender a los
órdenes aristocráticos. Ni siquiera el «derecho de nacimiento libre», ficción
jurídica por medio de la cual un emperador certificaba que un liberto había
nacido libre y cumplía los requisitos para ostentar el rango de ecuestre, podía
borrar la mancha del servilismo a ojos de la elite.44 La intensidad de la hostili'
dad dirigida contra estos hombres, cuya posición se apoyaba totalmente en su
proximidad a los emperadores, así como en la influencia que ejercían sobre
ellos, se advierte en el lenguaje insultante que Plinio, normalmente hombre de
modales apacibles, emplea para describir cómo reaccionó ante una inscripción
que honraba a Palas, liberto de Claudio, con un nacimiento libre y las insig-
nias de segundo magistrado en orden de importancia, el pretor: «Personalmen-
te, nunca he tenido muy buena opinión de estos honores, cuya distribución
depende de la casualidad más que de una decisión razonada, pero esta inscrip-
ción, más que cualquier cosa, hace que me dé cuenta de que es una farsa
ridicula que puedan malgastarse en semejante suciedad y porquería, y que un
bribón pueda atreverse a aceptarlos y rechazarlos» (Ep., 7.29).

42. Rawson, 1966; Weaver, 1974, pp. 126 ss.


43. Duncan-Jones, 1982, pp. 343-344; Weaver, 1974, pp. 126-129.
44. D uff, 1928, pp. 85 ss.
LA JERARQUÍA SOCIAL 145

Los aristócratas trataban de justificar el escándalo que sentían utilizan-


do argumentos que no tenían nada que ver con el origen servil. Afirmaban
que la libertad, la ciudadanía y la riqueza no podían cambiar el espíritu
inculto, servil, de un exesclavo. El retrato que de Trimalquión hace Petronio
es la expresión clásica de este estereotipo del liberto grosero.45 Séneca descri-
bió otro sacado de la vida real: «En nuestro tiempo había cierto hombre rico
llamado Calvisio Sabino; tenía la riqueza y el espíritu de un liberto. Nunca
vi a un hombre cuya buena suerte fuera mayor ofensa contra el decoro»
(Ep., 27.5). Sabino, según se nos cuenta, pagaba grandes sumas por esclavos
que se habían aprendido de memoria todas las obras de Homero y Hesíodo.
En las cenas aburría a los invitados repitiendo líneas semiolvidadas que
había aprendido de tales esclavos. A juzgar por la diatriba de Hermeros,
uno de los excompañeros de esclavitud de Trimalquión en el Satiricon (57-8),
los libertos prósperos eran sensibles a los insultos implícitos que había en
esta ideología elitista y respondían haciendo hincapié en logros personales
como, por ejemplo, la compra de la libertad y la acumulación de riqueza.
El conflicto ideológico que provocaban los éxitos de los libertos nunca
llegó a resolverse del todo, pero se creó una solución intermedia de carácter
institucional en las ciudades de Italia, así como en las provincias occidenta-
les, a partir del reinado de Augusto. Los libertos tenían vedada la pertenen-
cia al consejo local, pero se les podía honrar con el cargo de augustal. Al
igual que los decuriones y los magistrados locales, durante su permanencia
en el cargo, los augustales gozaban de asientos especiales en los acontecimien-
tos públicos y de los símbolos de la autoridad, tales como ayudantes (licto-
res)i, varas (fasces) y una indumentaria distintiva (la toga praetexta). A cam-
bio de ello, pagaban una cuota por su cargo y estaban expuestos a la misma
presión que los decuriones para que proporcionaran beneficios públicos y
voluntarios. Así, el colegio de augustales cumplía la función dual de recono-
cer la superioridad de estos libertos acaudalados sobre la masa de los plebe-
yos y, al mismo tiempo, mantener el criterio más básico de la condición
social: la cuna.46 Cabe tomar su existencia como prueba de que ningún
grupo de hombres libres de la sociedad romana se veía excluido de los
honores. Es, no obstante, una exageración comparar su posición como «or-
den segundo» en las ciudades con la de los ecuestres en Roma. A diferencia
de los ecuestres, no podían subir más alto. Los hijos, de los libertos eran los
verdaderos arribistas y no los propios libertos, toda vez que su origen servil
garantizaba que nunca «llegarían».
Al igual que el rango, la condición social se pregonaba por medio de
procedimientos normalizados. Como la condición iba vinculada a la riqueza,
podía demostrarse mediante el consumo por ostentación. El avaro de Apu-

45. El planteamiento clásico es el de Veyne, 1961; cf. Garnsey, 1981; D ’Arms, 1981,
cap. 5.
46. Duthoy, 1974 y 1978.
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leyó, el que quería mantener en secreto la cuantía de su fortuna, y por ello


vivía en una casa pequeña con un solo sirviente, era una excepción (Met.,
1.21). Para Séneca, una mansión elegante y gran número de bellas esclavas
se encontraban entre los principales símbolos que solían asociarse con la
riqueza y la condición social (Ep., 41.7). Un siglo después, Apuleyo también
dio esto por sentado en su defensa del filósofo Crates, de quien se sospecha-
ba que albergaba los puntos de vista antisociales que se imputaban a los
filósofos; el orador señaló que Crates suscribía los valores sociales dominan-
tes, como demostraban su riqueza, su numeroso séquito de esclavos y su
casa, que estaba dotada de un vestíbulo decorado soberbiamente (Flor., 22).
El tamaño del complemento de esclavos en las unidades domésticas de los
ricos se agrandó de forma extravagante a causa de la búsqueda de condición
social. Ahorrar dinero haciendo que un esclavo se encargara de más de una
tarea se consideraba denigrante. Por consiguiente, la diferenciación del tra-
bajo en estos complementos, integrados por cientos de sirvientes, se hizo
muy sutil, y había esclavos dedicados a especialidades tales como peinar o
doblar tipos concretos de prendas de vestir.47
Se dictaron leyes prohibiendo el consumo por ostentación, y filósofos
morales como Séneca predicaron contra la costumbre de medir el valor de
un hombre por su despliegue ostentoso de riqueza. Pero los propios empera-
dores desesperaban de hacer que se cumplieran las leyes sobre productos
suntuarios contra quienes con tanto entusiasmo iban a la zaga de la condi-
ción social, y el mismísimo Séneca fue acusado de acumular una riqueza
increíble, de la que hacía ostentación de forma extravagante: tenía, por
ejemplo, 500 mesas idénticas, hechas con madera de cidro y dotadas de
patas de marfil, en las cuales servía los banquetes.48
Si el rango se ostentaba de forma predominante en la escena pública de
la vida política y religiosa de la ciudad y en acontecimientos comunitarios
tales como los espectáculos y los banquetes, el punto central de la pompa de
la condición social era la casa privada. En ella tenía lugar la salutatio, en la
cual los clientes y los amigos inferiores de los grandes y los poderosos se
congregaban ante las puertas de sus protectores, a primera hora de la maña-
na, con el objeto de presentarles sus respetos a cambio de comida, dinero,
prendas de vestir y otros favores. Desde las postrimerías del siglo n, estos
visitantes matutinos fueron clasificados y recibidos de acuerdo con su condi-
ción social. La salutatio ofrecía de dos maneras una demostración visual de
la jerarquía social. Se clasificaba a los clientes atendiendo a su lugar en la
cola, y al protector según la calidad y el número de sus visitantes. La «casa

47. Tácito, A nn., 14.42-5; Treggiari, 1975b, 1979a y 1982.


48. Gelio, N A , 2.24.14 (legislación de Augusto); Tácito, Ann., 3.52.5 (la incapacidad de
Tiberio de hacerla cumplir); Dión Casio, 61.10.3 (la hipocresía de Séneca); sobre la casa como
símbolo de posición social, Sailer, 1984a.
LA JERARQUÍA SOCIAL 147

abarrotada» era barómetro y metáfora de poder y prestigio.49 Asimismo, las


cenas particulares que se celebraban dentro de la casa permitían mostrar las
distinciones de la condición social. Del mismo modo que los asientos en los
banquetes públicos se disponían de acuerdo con el rango, en las cenas priva-
das los asientos, y a veces la calidad de la comida y la bebida, se escogían de
forma que correspondieran a la condición de cada uno de los invitados
(Marcial, Epig., 4.68, 6.11; Plinio, Ep., 2.6.2).
La gran visibilidad de estas ostentaciones de rango y condición social
hacía que las contradicciones entre las dos cosas resultaran embarazosamen-
te obvias. Cuando Sejano empezó a temer que su enorme poder y su condi-
ción social, excesivos en comparación con su rango de segundo orden, le
hicieran aparecer sospechoso a ojos de Tiberio, se marchó de Roma para
evitar las concurridas salutationes que tan en evidencia ponían su posición
(Tácito, A nn., 4.41). Asimismo, la presencia del examo senatorial del liberto
imperial Calisto entre sus visitantes matutinos y, peor aún, el rechazo de su
saludo, eran una inversión patente y repugnante de las relaciones normales
entre amo y esclavo (Séneca, Ep., A l.9). Los incidentes de esta clase mostra-
ban que los aristócratas no eran más que «esclavos de esclavos» (Arriano,
Epict. Diss., 4.1.148, 3.7.31, 4.7.19). Uno de los criterios que la aristocracia
usaba para juzgar quién era «buen emperador» era la firmeza con que este
mantenía a sus libertos «en el lugar que les correspondía», preservando así
el apropiado orden social (Plinio, Pan., 88.1-2).

La m o v il id a d s o c ia l

El carácter opresivo de la jerarquía social dependía en parte de las


limitaciones de las oportunidades de movilidad para los individuos y los
grupos. Varios factores influían en el grado de movilidad, entre ellos las
oportunidades de enriquecerse que brindaban la economía y las tendencias
demográficas, que podían dejar abiertas para los recién llegados más o
menos plazas en los órdenes superiores de una generación a otra. Se ha
sugerido que para ser una sociedad preindustrial y tradicional, la Roma
imperial permitía un grado insólito de movimiento ascendente. Esta genera-
lización debe matizarse: puede que la movilidad fuera común en ciertos
sectores de la población, mientras que en otros las perspectivas de ascender
eran virtualmente nulas.
La escala de movimiento entre los órdenes de la elite del imperio roma-
no era notable. Por motivos que no están claros, las familias senatoriales
desaparecían a un ritmo medio del 75 por 100 por generación, lo que su-
pone una tasa de movimiento que supera ampliamente la que experimen-

49. Sailer, 1984a, p. 352, y 1982, pp. 127-129; Mohler, 1931.

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