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MISIÓN
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ver qué pasa. El emprendedor cuerdo ha
descubierto una oportunidad en el mercado (es
decir, necesidades humanas insatisfechas) y
tiene algo que ofrecer. A partir de aquí empieza
su aventura.
Conviene recuperar este concepto de misión
para la irrepetible aventura de nuestra vida. La
misión es el sostén que da sentido al hacerse
de la biografía humana, nos hace dueños de
nuestro destino y nos libra de desengaños y
tiempos muertos, porque después de todo, de
lo que se trata es de no estropear ese proyecto
vital que estamos llamados a construir,
permaneciendo fieles a nuestra más honda
condición humana.
Ser fiel a uno mismo es ser auténtico y la
vida es toda una epopeya en la que vamos
esculpiendo los perfiles de la propia identidad
personal. Para definir quién soy y de dónde
vengo, el yo no se basta. Es verdad que hemos
de bucear en la propia interioridad para
encontrar nuestra “originalidad”, aquello por
lo que somos singulares y diferentes, pero
conviene estar prevenidos contra la
“inflamación” de la subjetividad para no olvidar
que somos de un modo; por eso nuestro obrar,
el proyecto de vida, debe ser una prolongación
de aquello que ya somos esencialmente. Por
ejemplo, pensemos en un grupo de muchachos
que desea jugar fulbito. No tienen bola y lo
que tienen es una pelota de voleibol. ¿Se puede
jugar fulbito con pelota de voleibol? Pues sí,
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por lo menos se salva la situación. Pero, ¿qué
le pasará a esa pelota después de un par de
horas de juego? Si aguantó el castigo, lo menos
que le pasará será que se deforme. ¿Por qué?
Simplemente, porque esa pelota no está
fabricada para aguantar patadas. Finalmente,
esa pelota no sirve para jugar un nuevo partido
de fulbito, ni para uno de voleibol. El precio
de usarla en algo para lo que no se diseñó es
su destrucción. Es evidente que cada cosa, cada
criatura es de un modo y debe usarse o debe
obrar respetando aquello que es. ¡Con la
persona, igual! Si no acertamos a definir el
proyecto de vida, en fidelidad a lo que somos
esencialmente, el riesgo es que en lugar de
tener una vida lograda tengamos una vida
estropeada. En el largo plazo, la vida también
pasa factura.
Hay también otro aspecto, igualmente
importante, que entra en juego y es que la vida
es dialógica, es decir, los otros y el entorno
son referentes repletos de significado con los
que se ha de contar para diseñar la propia
trayectoria vital. Los demás no son un estorbo.
Mal asunto si planteáramos la autorrealización
como una oposición a las exigencias del hogar,
del trabajo, de la sociedad, de la naturaleza, de
la ligazón con Dios. Si ponemos entre paréntesis
a todo esto, nos vaciamos y la existencia se
hace trivial, sin peso y sin rumbo. Sería el
naufragio vital.
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Definir la misión personal. Por allí se
empieza. En este capítulo se anotan acordes
diversos que pueden ayudar a diseñar la propia
sinfonía vital: ¿quién soy?, ¿en qué estoy hoy,
ahora?, ¿a dónde quiero llegar?, ¿con quién?,
¿qué quiero dejar? Y aunque el camino se hace
al andar y seguro que ya estamos en algo, no
olvidemos que el hacer muchas cosas, cada
vez en menos tiempo, no asegura que estemos
haciendo las cosas correctas.
Las reflexiones que siguen giran entorno al
hacia dónde y al para qué de la vida. Tarea
cumplida al final de nuestros días, pero que
hemos de plantearla en sus inicios. Por eso, es
pertinente hacer un parón en los quehaceres
ordinarios para diseñar una respuesta, sabiendo
que cualquier determinación que tomemos
afecta a la misma vida. Aquí no caben experi-
mentos: para saber lo que debo hacer con mi
vida, debo hacer lo que deseo saber y mejor
si, además, me arrimo a buen árbol para acertar
en mis elecciones.
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1. CALIDAD PERSONAL
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¿Qué es, entonces, la contemplación? La
contemplación podríamos definirla como un
mirar con cariño. Todos entendemos que
contemplar tiene un significado diferente al solo
mirar. El que mira, simplemente observa,
calibra, clasifica, califica, objetiva. Un ama de
casa, por ejemplo, en el mercado mira una
lechuga, la compara, se fija en la calidad. Puede
mirar uno u otro producto y hace bien en
hacerlo, porque escogerá el de mejor calidad,
el de mejor precio. En fin, variables que son
propias de ese tipo de observaciones. Pero,
desde luego, no podemos decir lo mismo de
esta señora cuando mira a su hijo pequeño. Al
hijo pequeño no se le observa, no se le mira
con esa frialdad, como quien va a comprar
carne en el mercado. Al niño pequeño, cuando
la mamá lo mira embobada, se le contempla.
La mamá no lo calibra, no lo objetiviza, de la
misma manera que no se mira con ternura a la
lechuga o a la naranja.
Cuando afirmamos que una persona con-
templa a otra (o a un paisaje), estamos diciendo
que toda la persona (y no sólo su inteligencia)
está mirando con gozo, recreándose en la
actividad. Su mirada no es una mirada fría, es
una mirada llena de afecto, de buena voluntad,
de cariño. En este sentido, los enamorados se
contemplan, es decir, se miran con cariño,
cabeza y corazón por medio. No es una mirada
que pasa de largo, es una mirada que se detiene
porque aquélla a quien contemplo me importa
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y mucho. Por eso, el que contempla conoce
más y mejor, con más intensidad y con más
profundidad. Llega a conocer esos detalles
pequeños que pueden pasar desapercibidos a
aquél que sólo observa y que, por tanto, se
queda en la superficie, lejano de la intimidad
que no percibe.
Pero, no sólo el que contempla conoce más
y mejor porque su mirada se vuelve más aguda,
más profunda, más intensa, sino también
porque la misma realidad (lo contemplado) se
deja conocer, se entrega. Esto último se ve clara-
mente en el trato con otras personas. Alguna
vez nos ha pasado que nos encontramos con
alguien a quien recién conocemos y empieza
a preguntar demasiado, inquiriendo impúdica-
mente en nuestra intimidad. Son preguntas que
denotan, fundamentalmente, curiosidad frívola.
Ante una situación así tendemos a protegernos,
cerrando nuestra intimidad. Respondemos con
evasivas o con falsas pistas. Y es que para co-
municar la intimidad necesitamos calor, tiempo
y ambiente adecuado. Y es lógico, dado que, la
intimidad es lo más propiamente nuestro y
en donde nos sentimos más a gusto y no esta-
mos dispuestos a revelarla a cualquier hijo de
vecino, sin más.
En cambio, cuando nos encontramos frente
a otra persona en la que inmediatamente
notamos esa relación de empatía, porque vemos
que efectivamente quiere nuestro bien, y nos
quiere bien, es más fácil mostrarse tal cual
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somos. Mostramos aquello que llevamos en el
alma y lo mostramos con la confianza de saber
que aquella otra persona es un digno receptor
de la intimidad que queremos comunicar.
Volvemos al inicio y si bien no hemos dado
con la llave mágica del conocer, la actitud
admirativa o contemplativa facilita el conocer
más y mejor, gracias a que el corazón presta
buenos auxilios a la inteligencia.
3. LA VIDA BUENA
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buena vida» es efímera, no sabe de compromi-
sos, es cortoplacista, no tiene envergadura y
acaba en crisis los domingos por la tarde
cuando no hay nada que hacer.
En la vida buena caben la familia, el trabajo,
el bienestar, los amigos, la cultura, la salud, los
deseos de servir. Las virtudes son el soporte
de esta vida de calidad que quiere llegar a ser
plena. «De entrada, grandes extensiones del ser
humano están por colonizar éticamente. Las
virtudes se adquieren gradualmente. La educa-
ción ética ha de contar con una dosis abundante
de comprensión. La persona madura durante
toda su vida, y exigirle una coherencia práctica
antes de tiempo es, precisamente, inoportuno.
El rigorismo es contraproducente. Hay que
aceptar con tranquilidad la condición humana:
estamos hechos para crecer. El crecimiento
requiere ayuda, y educar consiste en
proporcionarla. (L. Polo).
Tiempo al tiempo, pero con la decisión de
ir a más, pues, «si dices basta, estás perdido».
Por eso no hay que perder de vista que la vida
buena, siendo como es una tarea de toda la
vida, requiere del día a día. No basta decir
«quiero ser mejor». Este buen propósito no pasa
de ser una buena intención, pero nada opera-
tivo. Debo bajar más: hoy día procuraré ser
puntual, me voy a ceñir a un horario, procuraré
ser más servicial, dedicaré más tiempo a escu-
char, trataré a esta persona que no me cae muy
bien, dedicaré más tiempo a mis hijos, ayudaré
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a este compañero de trabajo, etc. Lo pequeño,
he ahí el secreto de lo grande.
Ordinariamente, el trabajo en la empresa y
el trabajo en el hogar tienden a proyectarnos
hacia afuera. Estamos haciendo, tomamos deci-
siones para conseguir resultados. Miramos hacia
afuera. No olvidemos que también hay que
mirar hacia adentro para saber qué nos pasa
cada vez que decidimos o hacemos algo. Y así
como la primera víctima de la injusticia es el
que la comete, así también, cada acto bueno
que hago en favor de los demás, me favorece
a mí mismo, en primer lugar. El silogismo prác-
tico es el siguiente: cada vez que digo una men-
tira, «soy un mentiroso»; cada vez que doy a
cada cual lo suyo, «soy justo». Aprendizaje posi-
tivo es la virtud; aprendizaje negativo es el vicio.
Una última clave antes de terminar: ¿cómo
articular los distintos órdenes de la vida para
acertar en el camino hacia arriba? La respuesta
no es sencilla. Aristóteles ya se hizo la misma
pregunta y respondió lo siguiente: «para saber
lo que tienes que hacer, debes hacer lo que
deseas saber». No es un juego de palabras. Es,
simplemente, sabiduría de la vida. En las cosas
prácticas, en los asuntos vitales, vamos
acertando a base de rectificar y de corregir el
rumbo. No hay que tener miedo a equivocarse
y hay que tener la entereza de ánimo suficiente
para corregir una vez y siempre. Por eso, qué
bueno que en nuestro camino haya compañía,
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haya alguien que me ayude y me recuerde -en
esos momentos en los que uno se pone tonto-
que la corbata se lleva en el cuello y los zapatos
en los pies. Aprender a volver es también una
tarea para toda la vida.
4. LA ILUSIÓN DE EMPRENDER
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VIDA LOGRADA
I CAPACIDAD CAPACIDAD
REFLEXIVA PROYECTIVA
N
T
E
L • ¿quién soy • ¿hacia dónde voy?
I (modos de hacer, • ¿con quién?
G modos de ser)? • ¿qué quiero
E • ¿en qué estoy ser y hacer?
N (familia, trabajo,
desarrollo Personal)? • ¿qué quiero
C dejar?
I
A
VOLUNTAD SENTIDO
V ACTIVA ÉTICO
O
L • ¿qué puedo hacer? • ¿qué debo hacer?
U • ¿con qué medios? • ¿hago lo que debo?
N • ¿cómo? ¿cuándo.? • ¿debo hacer y
T ¿dónde?... no hago?
A • Querer y hacer • Moralidad de los
D
medios
CUADRO Nº 2
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6. CAPERUCITA ROJA O EL ARTE DE SABER
ENCARGAR
8. LA ABUELITA DE CAPERUCITA: LA
BENEFICIARIA
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la abuelita que es la beneficiaria del encargo
que emprendió Caperucita. Porque resulta que
la cesta con los alimentos no son ni para Cape-
rucita, ni para la mamá, ni para el lobo, ni para
el cazador, es para la abuelita. Es decir, es otro
el que se beneficia con el despliegue de la
libertad
Caperucita no ha pasado el susto de su vida
para luego comerse los bocadillos de la cesta.
No, ha vencido al lobo para que la abuelita
reciba la cesta. En este caso, ¿quién pierde?.
Pues es una pregunta impertinente, porque aquí
no se puede hablar de quién pierde. Aquí todos
ganan: gana la mamá al saber que tiene una
hija como Caperucita: obediente, comedida,
diligente; gana Caperucita porque en el
despliegue de su libertad, al asumir la misión,
se enriquece. Y claro, gana la abuelita con la
cesta tangible y con los intangibles del afecto
humano.
En el final del cuento no encontramos una
Caperucita amargada que le increpe a la abue-
lita: «aquí tienes, pues, tu cesta y cómetela,
porque ya me ha causado muchos problemas».
No, no estamos ante una Caperucita malgenia-
da. La Caperucita que conocemos llega y le
entrega a la abuelita la cesta con alegría. Cape-
rucita está alegre de ver cómo la abuelita degus-
ta los alimentos. Aquí se pone de manifiesto la
capacidad del ser humano de dar, que Antonio
Machado con finura poética pone de manifiesto:
«la monedita que está en la mano, quizás se
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deba guardar; la monedita del alma, se pierde
si no se da».
Cuánta verdad hay en esto y qué poco de
entrega hay en el avaro que se vuelca en sí
mismo. El avaro, ya no solamente de las cosas
materiales a las que ama desordenadamente,
sino el avaro de su propia vida, el que va
echando agua a su molino desenfrenadamente,
el que va a lo suyo descaradamente. Ese avaro
está reduciendo su humanidad a la mínima
expresión, mas aún, está adormilando sus di-
mensiones más hondas. Se ha cerrado él mismo
a la experiencia de la donación. Por eso,
Caperucita gana al dar. Gana, también, la abue-
lita al recibir, al saberse querida, al saberse
aceptada, al saberse ayudada como un ser
humano digno, no como un gato que hay que
darle leche para que no se muera. Se le da la
ayuda que le corresponde según la medida de
su dignidad, porque tampoco se puede ayudar
de cualquier manera, no se debe ayudar con
desprecio, o con asco, o de mala manera. Esa
no es la forma digna y humana de ayudar. El
ser humano necesita ser ayudado, pero tiene
que ser ayudado de acuerdo a su dignidad, de
allí que cuando alguno nos presta un servicio
de mala gana, nace inmediatamente la
indignación. El ser humano no es un pordiosero
esencial.
Acompañados de Caperucita hemos pre-
senciado el despliegue de la libertad, que en su
radicalidad se presenta como la voluntad de
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hacer el bien porque me da la gana. Libertad
que se compromete en tareas en las que no
somos los beneficiarios directos y, sin embargo,
nos traen satisfacción: por aquí camina la alegría
y sobrevuela la felicidad que, por cierto, abre
sus puertas hacia afuera, porque cuando
intentamos abrirlas hacia adentro, se cierra.
Una última precisión, este modo de entender
la libertad no es el del liberalismo, para quien
«mi libertad termina donde empieza la tuya».
Esta forma de ver al otro, a la persona como lí-
mite de mi libertad es un reduccionismo inso-
lidario. Más bien, desde la metáfora de la Cape-
rucita Roja el otro multiplica mi libertad, hace
posible que mi libertad exista: sin el reconoci-
miento del otro no hay reconocimiento personal.
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