Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Por
Kouhei Kadano
Ilustrada y basada
en el manga de Hirohiko Araki
Murolo sólo le hizo una mueca, pero no contestó. Passione podría muy
bien haberla ordenado. Usualmente había cierta influencia del bajo mundo
detrás de muchas huelgas. La escena de hacer que hombres infiltrados entre
los obreros en huelga, discutiendo los términos de negocios ilegales era algo
habitual en Italia.
“¡Erierierierierierierierierieri…!”
“Ese imbécil ya tiene a otra chica con él.” “Ellos no saben cuánto he
perdido apostando.” “De alguna manera tengo que culparlo por mi error.”
“¡Lo detesto tanto! Debo inventar otro rumor sobre él.”
Oh, pensó Fugo. Estas son todas las cosas que la gente que ha trabajado
en este almacén dijo. Las cosas que no querían que nadie más escuchara –
pensamientos y sentimientos filtrados en la tierra, su culpa y aborrecimiento
propios los atrapaban aquí, atormentando el lugar hasta que el Stand de
Sheila E. los sacaba a la superficie.
Ella había dicho que buscaba al hombre que mató a su hermana; esta
búsqueda estaba reflejada en la habilidad de su Stand. Le permitía buscar
pistas, descubrir pecados y cobrar venganza. Una personalidad tan clara y
determinada como esa era.
Sheila E. descartó una voz incoherente tras otra, hasta que solo quedó
una.
“Entonces pelearon aquí,” afirmó Murolo. “No somos los primeros a los
que mandaron tras ellos – el último equipo fue despachado aquí. Los cuerpos
ya deben estar durmiendo con los peces.”
“¿Pero eso qué significa?” Preguntó Sheila E. “¿Acaso Volpe se siente
culpable de seguir las ordenes de Kocaqi? No lo entiendo, si él quisiera estar a
cargo, y lo ocultara, Voodoo Child me lo habría mostrado.”
Cuando miró el yate que les había sido provisto, Fugo tragó saliva. Era
el mismo modelo que el Lagoon que Buccelati tenía…
“……………”
“…………..”
“Nuestra labor es hacer lo que Buccelati nos diga. Pon tu fe en él. Eso
es todo ¿O me equivoco? Confía en él… no en este sujeto nuevo. Mantén tu
guardia con él.”
“Muy bien, todos miren para acá,” dijo Giorno, como si hubiera hecho
esto cientos de veces. Alineó a los cinco en el objetivo, con el Lagoon detrás
de ellos, y tomó la foto. El cielo estaba azul y despejado detrás de ellos.
Sicilia.
“……………”
Giorno Giovanna.
Narancia…
Fugo sabía que él haría eso. Buccelati tenía una debilidad por los niños.
En especial por aquellos con problemas. Fugo se preguntó más tarde si solo
había traído a Narancia para cubrir su retraso, pero solo porque estaba muy
inseguro de la situación real.
“Odio decirlo señor Fugo,” dijo el dueño del restaurante. Este era el
territorio de Buccelati y era parte del trabajo de Fugo proteger a los negocios
en él. “Pero no puede traer niños así como así. Si se extiende la noticia,
podríamos tener una multitud de ellos reuniéndose afuera.”
¿Por qué estaba tan seguro? No lo estaba, pero sabía que era un hecho.
“Aún así…”
“Me gustaría una mejor clase de clientes. Con bolsillos más grandes.
Con toda esa gente pobre viniendo…”
Cuando miró los ojos del chico, Fugo se detuvo. Eran diferentes. No
eran los mismos ojos que había visto antes.
Fugo sabía exactamente lo que le había dicho. Narancia miraba sus pies,
apesadumbrado. “Vete a casa niño. Ve a la escuela”
“Entonces hazlo.”
Sus ojos no eran para nada como los de Fugo. Ni como el viejo Fugo,
un como el nuevo Fugo – la luz en sus ojos era algo enteramente diferente.
“Sólo hazlo.”
“¿Huh? ¿Qué?”
“Deberías ser capaz de pasar la prueba de Polpo sin problemas. No te
matará.”
“¿Hablarte cómo?”
“Llamándome niño. Sabes que soy un año mayor que tú, ¿verdad?”
“Sí, pero…”
Narancia no parecía feliz sobre eso. Fugo sabía por qué. Él no quería
rendir cuentas a nadie más que a Buccellati – no le interesaba la jerarquía de
Passione.
¿Pero ahora? Narancia estaba muerto. Y Fugo tenía que matar al equipo
de narcóticos para probar que no era un traidor.
“Está comenzando a llover,” dijo Sheila E., mirando al cielo. Con las
gotas chocando contra sus mejillas.
Murolo había decidido que era mejor evitar los puertos, así que tiraron
anclas en la costa rocosa y recalaron en un bote salvavidas. La costa de la isla
estaba delineada por peñascos rocosos que hacían imposible el desembarco,
pero utilizaron la fuerza de sus Stands. Para ascender por el empinado
acantilado. Así, Fugo y Sheila E. usaron a Purple Haze y Voodoo Child para
cargarlos a ellos y a Murolo, cuyo Stand no era adecuado para desplieges de
fuerza. Fugo tenía que ser muy cuidadoso de no liberar su virus.
“¡Eriiiiiii!”
Golpeó al yate a tan alta velocidad que pasó de lado a lado, y el barco se
hundió.
“¿Q-qué?” preguntó.
Sheila E. mantenía los ojos sobre él, sin siquiera mirar de reojo al frente,
y sin tropezar. Un paso en falso sobre este terreno rocoso y caerías, pero ella
nunca pisó en falso. Era como ver a un gato montés o a un ninja.
“¿Pensar?”
“Sentir.”
“Um,” Fugo titubeó. Los ojos de Sheila E. parecían ver a través de él.
Se darían cuanta si mentía. Así que dijo la verdad. “No sabíamos quién era en
realidad, así que nunca… nos formamos un juicio de él exactamente. Pensé…
por la manera en la que presentó podía haber sido confundida con debilidad.
Pero parecía que tenía el potencial de ser mucho más”
“……………”
“Como sea, eso es lo que pensé en el momento. Todos creíamos que era
un nuevo recluta que Buccelati había encontrado.”
“Le hice a Mista la misma pregunta. El dijo que creía que Giorno tenía
suerte, alguien que traería suerte al equipo. ¿Ves a lo que me refiero?”
“Um…”
“Siguiendo esa lógica, aquel con el potencial oculto… eres tú,” dijo
Sheila E., escépticamente. “Al final, eres tú quien debe creerlo, dentro de ti.
Pero cuando veo a tu Stand, al virus mortal que Purple Haze disemina… veo
fatalidad. El final del camino. ¿Dónde está el potencial ahí?”
“Ese olor…”
“¿Qué?”
“¿Confirmar qué?”
“No sé.”
Si miras hacia el mar, tendrás una vista gloriosa, pero en todas las otras
direcciones el ambiente se pone claustrofóbico.
El contraste resulta una fuente de gran interés para los turistas, pero para
los residentes… bueno, tendrías que vivir ahí para saberlo.
Las ondas se movían hacia ella, por la pared, y por el suelo, hacia sus
pies. Entonces algo salió del espacio entre las grietas del pavimento.
La mano sostenía una aguja, cuya punta estaba preparada para pinchar a
Sheila E. en la espalda.
Había saltado.
“Ese era…”
Sheila E. tenía una buena ide de quién era su enemigo.
Mientras hablaba, sus ojos miraban de aquí para allá. Checando las
grietas en el pavimento, las cuarteaduras de la pared, cada espacio
microscópico donde Soft Machine pudiera ocultarse. Tenía que estar en
movimiento.
Desde aquí ella tenía una buena vista del pueblo – de los estrechos y
torcidos caminos.
Sheila E. olfateó en aire, pero la esencia del vomito era muy fuerte,
ocultando la esencia del cuerpo de Zucchero. La lluvia estaba cubriendo su
esencia también.
Pero había sido solo un escurrimiento de agua. Nada más. Aun así,
Sheila E. lanzó una ráfaga de golpes en todas direcciones. Los muros y es
suelo comenzaron a crujir, pero Zucchero no estaba por ninguna parte. Su
ráfaga continuaba.
“¡Erierierierierierierierierierierierierierierieri!”
El cuerpo plano como el papel de Zucchero fue apresado por los dientes,
como alguien que intenta abrir una bolsa de plástico. No se podía mover. Los
labios comenzaron a deslizarse por el suelo, estirándolo. Como un cazador
desollando un animal para hacer una alfombra.
“Creí que te estirarías más,” dijo Sheila E., caminando hacia él.
“Um… „Debo ir, debo ir, debo ir, ir, ir…‟ Debo ir… ¿o qué?” Antes de
que pudiera descifrarlo, su cuerpo se arrugó, y luego se rasgó.
“¡Por dios!”
“¡Mierda!”
“¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGH! ¡Augh!¡Aaaaaauuuugh!
¡Aaaaaauuuugh!”
Los gritos que emanaban de la garganta de Vittorio Cataldi eran como si
la pena tratara de matarlo.
“¡AAAAAAAH!¡Esto es culpa mía!¡Debería haber sido yo el que
peleara… Kocaqi no hubiera muerto si hubiera ido!”
Mordió su labio tan fuerte, cortándose. La sangre bajaba por su barbilla.
La habitación en la que estaba era algo desconcertante.
Había marcas de mordidas por todas las paredes.
Aún ahora, una marca de mordedura nueva se hacía presente en la pared.
El cuchillo de Vittorio colgaba de su cintura, su hoja desnuda reflejaba la
pared, transfiriendo el setenta por ciento del daño que se estaba infligiendo.
Vittorio empezó a golpear su cabeza contra la pared. Las marcas
estaban apareciendo en una pared totalmente diferente. Los muros eran más
duros que su cráneo – cualquiera de esos impactos era lo suficientemente
fuerte como para matarlo al instante, si no fuera por su Stand. Estaba
azotándose a sí mismo contra la pared con toda su fuerza, sin consideración
por su propia seguridad.
Tal vez su falta de autocontrol había llevado parte de su mente centrada
en la auto conservación a dar nacimiento a un Stand que transfiriera el daño…
o posiblemente tantos años bajo la protección de su Stand habían causado su
imprudencia. Nadie lo sabía con seguridad, y a nadie se le había ocurrido
preguntarle jamás.
Treinta por ciento del daño le era hecho, por lo que su cabeza estaba
cubierta de sangre… pero esto no lo desanimaba de seguir.
Angelica estaba en la esquina, sollozando. Vittorio había tratado de
reconfortarla repetidas ocasiones, pero sin éxito. Cada fallo lo llevaba a
herirse más.
La puerta se abrió lentamente, y Massimo Volpe ingresó. Ninguno de
los otros lo volteó a ver. Estaban demasiado absortos en su propia pena. Volpe
no dijo nada. Caminó hacia el centro de la habitación y colapsó.
Hubo un largo silencio, roto solamente por los suspiros y el golpeteo
rítmico de la cabeza contra el muro. Por fin, éste último se detuvo.
“No tenemos opción ya,” dijo Vittorio. “Tenemos que ir por esa cosa.
Como dijo Kocaqi.”
“Pero eso…” dijo Volpe. “Él lo llamaba un último recurso. Ni siquiera
sabemos que es lo que hará.”
“¿Tienes alguna otra idea? ¡Derrotaron a Kocaqi! Ni siquiera sé si
puedo llevarme a alguien así conmigo. Necesitamos lanzarles todo lo que
tenemos.”
“¿Crees que funcionará?”
“Bueno… incluso Kocaqi parecía bastante dubitativo.”
“La razón por la que decidí traer la pelea a Sicilia no es sólo porque es
mi hogar y conozco el terreno, o porque la influencia de Passione no es tan
fuerte. Hay otra razón. Una razón que data de la época de la ocupación nazi.”
“Durante la ocupación, ellos se ocuparon en cierto proyecto de
investigación. Su mayor atención estaba en Roma, pero también había un
equipo aquí en Sicilia.”
“Los nazis estaban escudriñando por todo el mundo, buscando algo que
muchos emperadores antiguos anhelaban – ese führer estúpido también lo
quería.”
“Vida eterna.”
“Los nazis soñaban con un poderoso ejército de tropas que no pudieran
morir. Invirtieron muchos recursos en la búsqueda. Pero el hombre a cargo, un
coronel de las SS llamado Rudol von Stroheim, fue asesinado en Stalingrado,
y las fuerzas aliadas reclamaron Sicilia antes de que su descubrimiento
pudiera ser removido. Yace enterrado aquí hasta la fecha.”
“Qué encontraron exactamente, no lo sé. Todo lo que encontré fueron
palabras, instrucciones de su uso.”
“La sangre es vida.”
Recordando esto, Volpe se estremeció.
“¿Guerreros invencibles, inmortales…?”
“¡Esa es la única forma para ganar!” Vittorio sonaba desesperado.
Los ojos de Volpe se tornaron sombríos. “¿La necesitamos para vengar
a Kocaqi…?” murmuró.
De repente Angelica dejó salir un sollozo particularmente fuerte.
Mirando a la nada, con furia en su rostro, rugió, “¡Deben pagar… deben
pagar… debemos hacerlos pagar!¡Deben pagar, pagar, pagar, pagar, pagar!”
Vittorio asintió. “¡Debemos hacerlo! ¡Es lo único que podemos hacer!”
Dio un salto y salió corriendo de su habitación. Angelica caminó con
suavidad detrás de él.
Solo en la habitación, Volpe se sentó por un momento… después
levantó sus pies y siguió el ejemplo de los mismos.
Dejando atrás un horror vacío.
Cada esquina del cuarto estaba cubierta de sangre humana. Pedazos de
sangre estaban pegados en cada superficie. Huesos quebrados clavados en las
paredes, pegados a parte de lo que estaban unidos antes. Una mandíbula
solitaria colgaba del techo.
Los restos de veite hombres, destruidos más allá de lo reconocible, sus
partes estaban esparcidos por todo el cuarto.
Este era el trabajo del Stand de Massimo Volpe en estado descontrolado.
Mientras se abría paso entre la carnicería, murmuró algo para sí mismo.
“¿Pero qué es exactamente esta „máscara de piedra‟?”
*
“Esto es… asqueroso,” dijo Murolo al entrar en la habitación manchada
con sangre.
“¿Qué diablos?” dijo Sheila E., con un gesto de desagrado
“Estos son locales. Mafiosos sicilianos. Deslindados de Passione.
Amigos de Kocaqi… cuando murió, decidieron que no valía la pena ocultar a
Volpe y sus subordinados. Al volverse en su contra, se eliminaron a sí
mismos.”
“¿Hicieron esto a tipos que habían sido sus aliados un instante antes?”
preguntó Fugo. Estaba más confundido que aterrado. “Si se pusieron en su
contra, pudieron haber huido. Pudieron haber escapado fácilmente. No había
necesidad de… masacrarlos.”
Escenas de crueldad como esta usualmente tienen la intención de
advertir quienes las encuentran, pero esto va más allá. Hay un rompimiento
aquí, uno definitivo.
Sheila E. lo miró. “Ellos nunca fueron aliados,” le dijo abruptamente.
“¿Huh?”
“Nunca hubo confianza, ni solidaridad. No tenían compañeros ni apoyo.
El grupo de narcóticos nunca trabajó para nadie más que para ellos mismos.”
Ella miraba a los cadáveres desapasionadamente.
Fugo casi se cuestionaba si también se estaba describiendo a ella misma,
pero decidió descartarlo.
Sintió que su actitud había cambiado recientemente. Al principio se la
pasaba reprendiéndolo, pero ahora parecía esforzarse por ni siquiera mirarlo a
los ojos. Posiblemente porque él la había estrangulado durante su pelea contra
Kocaqi.
Pero no tenía idea si ella estaba bajo el control de su Stand o no. No
tenía opción… pero puedo sentir como me guarda rencor.
El ánimo de Fugo estaba decayendo cada vez más. Se sentía acorralado
en una esquina, sin salida.
Pero Murolo, obviando la tensión que había entre ellos, anunció
animadamente, “¡Ya ni siquiera tenemos que buscarlos! ¡Irán directo a su
destino, dejando un montón de cadáveres a su paso e ignorando las
consecuencias! ¡Nos dirán exactamente a dónde se dirigen!”
Bufó y abandonó la habitación. Un minuto después lo escucharon
aplaudiendo. Estaba utilizando su Stand. Fugo y Sheila E. lo siguieron,
llegando justo cuando la torre de cartas colapsaba.
“Ortigia.” Dijo el As de Espadas.
La carta cayó sobre su cara. Murolo aplaudió, y las cartas se pusieron de
pie, hicieron una reverencia y regresaron a su sombrero.
“¿Entonces…?”
“Así es. Ortigia. Están siguiendo la costa de Sicilia hacia Siracusa.”
“Ortigia es una isla en el centro de Siracusa, ¿cierto?” Sheila E. dijo,
con dudas. “Pero ni hay nada más que ruinas y sitios históricos. ¿Qué harían
en un lugar como ese?”
“Podemos preguntar eso una vez que los capturemos. Si sobreviven,”
dijo Murolo mientras sacaba su teléfono. Marcó rápidamente, y habló con
alguien en el otro lado “Soy yo. Sí, tráelo para acá. Se dirigen a Siracusa.
Asegúrate de que tenga suficiente combustible.”
“¿Combustible? ¿Qué fue lo que pediste?” preguntó Sheila E.
“Un helicóptero obviamente,” dijo Murolo mientras guardaba su
teléfono. “Nos llevará a Siracusa, llegaremos antes que ellos. Esta vez
nosotros los estaremos esperando.”
Fugo se incomodó.
Casi había subido a un helicóptero una vez.
Narancia lo había encontrado.
“¡Es la llave de un helicóptero! ¡Si lo usamos nunca nos atraparán!
¡Podemos ir a dónde sea!”
Nunca utilizaron el helicóptero, pero si lo hubieran hecho, Fugo se
preguntaba si Narancia habría estado tan emocionado como lo estuvo en el
yate. ¿O la gravedad de su misión habría evitado eso?
Nunca fue alguien que se estresara por las cosas. Siempre era el primero
en romper la tensión. Simplemente no se podía concentrar, supongo.
Demasiado simple por naturaleza.
¿Eso lo habrá matado al final? Fugo apretó los dientes. No tenía idea de
lo que le había pasado. No había forma de saberlo.
Él no se fue con los demás. Por eso estaba aquí.
*
Trish Una
Protegerla iba a ser el último trabajo de Buccellati para Passione. La
hija de Diavolo, criada en ignorancia de este hecho, enviada a encontrarse con
su padre tras la muerte de su madre, solo para enterarse de que planeaba
asesinarla. La vida de la chica era una tragedia.
Pero…
Fugo no sentía compasión por ella.
Sólo estuvo dos días con ella, pero se la pasó todo el tiempo con una
expresión de piedra, sin dar pista de de lo que pasaba por su mente. Cuando se
dignaba a abrir la boca, era solo para exigir que hicieran sus compras –
arriesgarse a comprar cosas que eran difícilmente necesarias. O pedir que uno
se quitara la camisa para reemplazar su pañuelo. Era difícil sentir deseo de
protegerla.
Fugo despreciaba a su propia madre, y raramente tuvo una buena
opinión de las mujeres en general. Especialmente odiaba a las mujeres
temperamentales, lo cual Trish era claramente.
¿Por qué arriesgar todo por ella?
Hasta este día, él no podía entender la decisión de Buccellati.
“Regresar con Trish significa que ahora he traicionado al jefe. Él
solamente nos pidió escoltarla para que pudiera matarla con sus propias
manos… porque al ser su pariente directo, ella sabía su verdadera identidad.
Yo no puedo irme a casa y lavarme las manos por todo este asunto. ¡Elijo ser
un traidor!”
Estaba amaneciendo. El mundo estaba callado. El aire fresco.
Fugo no podía creer lo que estaba oyendo, pero era la verdad. Trish
estaba frente a él, sangrando. Todo lo que le habían contado había sido una
mentira.
“¿Te has vuelto loco Buccellati?” dijo Mista, igualmente impactado.
“Sabes lo que le pasa a los traidores,” dijo Abbacchio. “Y a ti más que a
nadie. El jefe no te dejará huir.”
Se sintió incómodo. El mismo Abbacchio había sido el encargado de
despachar a los traidores. Acababan de eliminar a la Grupo de asesinatos por
esa misma razón.
“A estas alturas, los guardaespaldas del jefe ya deben tener Venecia
rodeada.”
Buccellati estaba impasible. Detrás de él, Giorno igual de imperturbable.
“Necesito ayuda,” dijo Buccellati. “Si alguno de ustedes va a venir
conmigo, que baje las escaleras y entre al bote.”
Apuntó al pequeño bote que flotaba en el canal detrás suyo.
Trish ya estaba a bordo, sangrando por la muñeca.
“Pero no les ordenaré que vengan conmigo. Ni siquiera pienso en
hacerlo. Esta fue mi decisión. No tienen que sentirse obligados conmigo. Sólo
diré esto – hice lo que creí que era lo correcto. No me arrepiento. Con las
cosas como están, todo lo que puedo hacer es ser fiel a mis ideas. Todo el
mundo tiene debilidades. Por ahora solo puedo huir… pero un día
derrotaremos al jefe. ¡Descubriremos su debilidad!”
De cara a la fuerza de voluntad de Buccellati y la fuerza atrás de sus
palabras, Fugo no sintió otra cosa más que confusión.
Él no tenía idea de lo que Buccellati quería decir con „correcto‟. Esa era
un concepto que nunca antes había encontrado en ninguna etapa de su vida.
Era como si todo su mundo le hubiera sido arrebatado. Abandonado sin
rumbo, sin metas, sin ningún fundamento para basar sus acciones. Nada que le
diera dirección.
Había puesto su fe en Buccellati. Sabía que sus decisiones eran
generalmente acertadas, y creía que lo que era bueno para Buccellati era
bueno para él.
Eso ya no era cierto.
Cuando Buccellati encontró a Fugo, le había dicho que no tenía
oportunidad de rehabilitación.
Aun así Buccellati estaba tomando una decisión moral tonta y sin
fundamento como si valiera la pena pelear por ella – incluso si esa pelea
llevara irremediablemente hacia su destrucción.
Abbacchio se sentó pesadamente.
Mista volteó a otra dirección, mirando al horizonte.
Narancia estaba temblando incontrolablemente.
¿Nadie le iba a decir nada? ¿Nadie de ellos iba a hacer algo? ¿No había
nada que pudiera hacerse para arreglar este desastre?
Él apretó los dientes y se forzó a sí mismo para hablar.
“Entiendo lo que estás diciendo, Buccellati. Que lo que estás haciendo
es lo „correcto‟.”
Fugo no estaba convencido en lo más mínimo de nada de lo que
Buccellati había dicho, pero intentaba ser diplomático, aunque no funcionara,
tenía que asegurarse. “Pero… déjame ser claro. Me temo que ninguno de
nosotros entrará en ese bote. Dejaste que las emociones nublaran tu juicio.
Todos te debemos algo… pero no iremos. No estás mirando la realidad. No
puedes sobrevivir solo con tus ideales. No podemos vivir fuera de Passione.”
Dio un notorio paso hacia atrás.
En ese momento, Fugo sintió que había una oportunidad.
Una oportunidad de que pudiera salvar la situación. Una vaga esperanza
de que Buccellati cambiara de parecer. De que pudiera salvarlo entregando a
Trish ante el jefe.
Desesperadamente deseaba creer esto.
Esperaba que sus palabras lo hicieran recapacitar sobre las cosas.
“Fugo tiene razón, Buccellati,” dijo Abbacchio. “Lo que estás haciendo
es suicida. No importa a donde huyas, ningún lugar será seguro.”
Sí, pensó Fugo. Sigue hablando así, quizá cambie de parecer. Todos
confiamos el uno en el otro. Esa confianza debe valer para algo. No podemos
simplemente ignorar todo eso.
“Yo juré lealtad a Passione. No a ti,” añadió Abbacchio. “Pero…”
Se puso de pie.
“Yo era un hombre sin un lugar a dónde ir. Apartado de la sociedad. El
único momento en el que me siento en casa… es cuando estoy contigo
Buccellati.”
Sin desperdiciar un instante, entró a la embarcación y se sentó.
Fugo no lo podía creer.
“¿¡Q-qué!? ¡Abbacchio!”
¿En qué estaba pensando? Fugo estaba aquí, haciendo lo mejor que
podía para reparar las cosas, ¡y Abbacchio acababa de derrumbar todo su
argumento!
“Si derrotamos al jefe,” dijo Mista, “Entonces eso me convierte en el
próximo capo, ¿cierto?”
Dio un salto a bordo del bote también. Como si no fuera gran cosa.
Fugo podía sentir la ira edificándose en su interior. ¿Qué tan estúpidos
podían llegar a ser?
“¡Todos se volvieron locos! ¡No hay nadie que los ayude! ¿¡A dónde
irán al menos!? ¡Ni siquiera van a lograr salir de Venecia!”
Su voz era un estruendo, pero nadie de ellos volteó siquiera hacia su
dirección.
Giorno, por mucho la persona más tranquila ahí, habló calmadamente.
“Narancia,” dijo. “¿Qué es lo que harás?”
Fugo dio un sobresalto. Se dio la vuelta y miró a Narancia.
Narancia era un desastre. Temblando como un niño perdido. Su boca
balbuceaba sin decir nada. Miró a Buccellati en busca de ayuda.
“¿Qué debo hacer? Buccellati… yo, no sé qué hacer. ¿Debería…
debería ir contigo?”
“¿Estás asustado?” dijo Buccellati.
Narancia asintió. “Sí. Aterrado.” Un escalofrío recorrió su cuerpo. Su
voz chillaba. “Si… si me dices… ¡si me ordenas ir contigo…! Entonces
encontraré el valor. Nada de lo que me digas que haga será aterrador nunca.”
“No,” dijo Buccellati tajantemente. “No te puedo ordenar esto. Tú debes
decidirlo. Decide tu propio camino.”
“Yo… yo no sé. No sé qué hacer.”
“Te daré un consejo, Narancia. „No vengas.‟ Este camino no es para ti.”
Narancia prensó su cabeza entre sus dos manos.
Buccellati se dio la vuelta y comenzaron a zarpar.
“¡Nos vamos! ¡Una vez que el bote se empiece a mover, ustedes me
habrán traicionado!”
Fugo estaba abrumado con la desesperanza. La miseria lo carcomía.
¿Por qué no había hallado la cordura? Era exasperante.
“¿Por qué… están dementes? ¿Qué rayos les pasa? ¡La conocimos hace
dos días! ¡Apenas hemos hablado con esta chica! ¡No la conocemos! ¡Ni
siquiera sabemos qué tipo de música le gusta a Trish!
Su voz era un lamento. Los quejidos de un perdedor afligido. Nada de lo
que él dijera cambiaría las cosas, pero no podía detenerse a sí mismo de
vociferar.
Reprendía funestamente hacia el bote hasta que una débil voz detrás de
él habló.
“Trish… fue abandonada por alguien en quien confiaba,” suspiró
Narancia.
Fugo apenas podía escucharlo, pero estaba demasiado enojado para que
le importara. “Da igual. Ella es su hija, puede hacerle lo que quiera. Él tiene
sus razones, estoy seguro. No tiene nada que ver con nosotros. ¡Todo lo que
teníamos que hacer era cerrar los ojos! No veo por qué carajos es tan difícil.”
Mientras renegaba, Narancia murmuraba debajo de su aliento.
“Yo también fui abandonado. Mi padre… mis amigos. Todos me
abandonaron. Somos iguales. Trish y yo… somos iguales.”
Fugo se giró y lo miró. Pero Narancia ya estaba en movimiento.
Antes de que Fugo se volteara por completo, lo había pasado de largo,
saltando hacia el canal.
Empezó a nadar detrás del bote.
Fugo lo miraba, impactado. Incapaz de reaccionar en absoluto. Narancia
nunca fue un gran nadador, y apenas se podía mantener a flote.
“¡Buccellatiiiiiiiiii! gritó. “¡Ire con ustedes! ¡Esperenmeeeeeeeeee!
Mientras su voz se perdía a la distancia, Fugo se paró firme en ese lugar.
Todo lo que podía hacer era observar. Observar a Narancia batallar, escuchar
sus gritos.
“¡No me digan que no vaya! ¡Trish es yo! ¡Ella es igual a mí! ¡Las
heridas en su brazo son mis heridas!”
El bote se detuvo para recogerlo. Después de eso se fueron. Él nunca
miró atrás a Fugo. Ninguno de ellos lo hizo. Y así como así… estaba
completamente solo.
La ira lo había abandonado completamente. Le tomó un momento
notarlo.
No estaba molesto por la traición. Ni aliviado de seguir con vida.
Su corazón estaba vacío, desprovisto de todo sentimiento.
Estaba abandonado… ¿pero por qué?
¿No fue él el que los abandonó? ¿Entonces por qué se sentía como si él
fuera quien hubiera sido abandonado?
Se quedó completamente quieto mientras el sol se alzaba en el cielo, y
el mundo comenzaba a brillar a su alrededor.
Podía sentir su piel empezando a arder bajo el sol. Era doloroso. Todo
dolía. Dolía – pero lo que era „eso‟, Fugo no lo sabía.
¿Por qué? Pensó.
¿Por qué no estaba enojado?
Nada de lo que había pasado era lógico, nada de eso tenía sentido,
¿entonces por qué no había perdido la calma? ¿Por qué no estaba destruyendo
todo a la vista? No podía deducirlo.
*
El helicóptero sobrevolaba la el mar Jónico, a lo largo de la costa donde
yacía Mégara Hiblea.
Mirando la tierra pasar debajo de ellos, Fugo se preguntaba por qué
Narancia había dicho eso.
„Trish es yo‟ ¿Qué podía significar eso? ¿Una expresión de mera
compasión? Narancia y Trish no se habían conocido lo suficientemente bien
como para dar pie a emociones como esas. Realmente ellos no se conocían en
lo absoluto.
Narancia no tenía la conexión emocional con Trish requerida para
arriesgar su vida por ella. Fugo estaba seguro de eso, pero no tenía idea de por
qué Buccellati había querido salvarla tanto como para incluso botar su vida.
Comprendía a Abbacchio. Fugo sabía que el hombre sentía culpa sobre
sus días como un policía corrupto. En mayor o menor medida se había unido a
Passione buscando un lugar para sacrificarse. No estaba interesado en proteger
a Trish; simplemente se apegó a lo que Buccellati había dicho sobre que era lo
correcto por hacer. No importaba lo que fuera.
Mista era igual de simple. Debió haber decidido ir con Buccellati al
instante. Tal vez esperando poner sus manos en el tesoro del jefe o alguna otra
ambición simplona. La única razón por la que no saltó en el bote al instante
debió ser porque esto lo haría la cuarta persona a bordo. Esperó a Abbachio, lo
que lo hizo el quinto. La convicción de Mista de que la suerte siempre estaría
de su lado mientras evitara el número cuatro había sobrepasado de la
superstición a la base de una especie de religión personal; no tenía caso tratar
de comprender.
Y Giorno…
Fugo sintió un escalofrío recorrer su espina.
Si algún error había cometido Fugo en el pasado, era su suposición de
que Buccellati llevaba las riendas… cuando de hecho había sido Giorno todo
el tiempo. Tenía que haber hecho cambiar de parecer al chico, no a Buccellati.
Giorno Giovanna estaba determinado a derrocar al jefe, y tomar control de su
poder. Buccellati simplemente seguía su mando.
Pensándolo ahora, Giorno se ofreció a llevar a Trish ante el jefe.
Abbacchio se rehusó, y Buccellati acabó por llevarla… tal vez debimos dejar
ir a Giorno. Si se las hubiera arreglado para ganar, tal vez nada de esto
hubiera pasado nunca.
Quizás Giorno debió dejar morir a Trish. Sacrificarla por una pista de la
identidad del jefe, permitiéndole formular un plan mejor y más seguro – uno
con menos muertes en su bando.
Él no deseaba exactamente que eso fuera lo que hubiera pasado, pero si
así fuera… Fugo jamás se hubiera ido. Si solo Abbacchio hubiera mantenido
su… no, no tenía sentido insistir con hipótesis.
Ultimadamente, todos ellos fueron atrapados en la batalla entre Giorno
y Diavolo nada más – como las batallas en los mitos, dos leyendas tratando de
probar quién de ellos era el verdadero emperador. Si huían o la batalla los
mataba, ninguno de ellos era responsable – todos ellos eran víctimas.
¿En qué estabas pensando, Narancia?
Esa pregunta seguía punzando su corazón como una espina de pescado
en su garganta.
Había tratado de convencerse a sí mismo de que había tomado la opción
correcta, que su decisión había sido inteligente. Pero no pudo.
Narancia se fue con ellos. Yo… no pude.
Esa era la verdad y nada la cambiaría jamás.
¿Por qué “Trish es yo”, Narancia? ¿Qué sentías?
El helicóptero volaba hacia Siracusa.
Un piloto de Passione lo volaba. Murolo estaba sentado en el asiento del
copiloto y Sheila E. al lado de Fugo, con los brazos cruzados, y su silencio
glacial.
Fugo la miró. Ella no hablaba mucho. Ella y Trish tenían eso en común
al menos.
“Si tú…” comenzó.
“¿Qué?” Sheila E. le soltó, sin siquiera mirarlo.
“Um, bueno… si de repente te encontraras con un montón de tipos
desconocidos, ¿cómo actuarías?
“¿Por qué lo dices?”
“Sólo preguntaba.”
“No sé. ¿Aseguraría que no me jodieran?”
“¿O sea…?”
“Los ignoraría por completo,” dijo encogiéndose de hombros.
Fugo se asombró.
¿Era por eso que Trish había sido tan hostil? ¿Estaba tratando de
mantener cierto nivel de control – un intento desesperado para protegerse a sí
misma? ¿No estaba actuando tan arrogante por ser hija del jefe, sino porque
trataba de mantenerse a salvo?
Aun así…
Recordando la manera en la que Trish se había comportado, no podía
sentir simpatía por ella. No querer ser herido no es excusa para herir a otras
personas. No podía convencerse a sí mismo de no juzgarla mal.
¿Es porque me hirió?
El pensamiento no le sentó bien. ¿En serio la odiaba porque
efectivamente lo había forzado a partir con Buccellati? ¿Inconscientemente
buscaba venganza? ¿Le guardaba rencor?
Sabía que difícilmente eso era justo. Pero mientras más pensaba en ello,
más se apropiaban de él esos pensamientos.
Con Fugo perdido en sus pensamientos, un silencio se asentó en la
cabina nuevamente. Bueno… no un silencio. Las aspas del helicóptero eran
extremadamente ruidosas.
“Fugo,” dijo Sheila E. de repente. “Estás…”
Sus palabras se desvanecieron. Fugo la miró, pero parecía que no
planeaba terminar esa oración. No indagó.
Su silencio parecía poner incómodo a Murolo, y comenzó a importunar
al piloto con preguntas.
“¿Piloto, no estamos volando demasiado alto? Bájanos un poco para
poder ver.”
“Mientras más alto vuelas, menos te nota la gente. Somos muy
pequeños para que nos vean desde abajo. ¿Nunca hiciste esto antes?”
“No importa si nos vemos grandes o pequeños, ellos sabrán hacia dónde
nos dirigimos.”
“Si bajamos más, no podemos volar tan rápido. Tú eres el que tiene
prisa.”
“¡Está bien! ¡Todavía es más veloz que un auto o un tren! ¡Solo has lo
que te…”
Se detuvo.
Mirando algo más allá del piloto, afuera de la ventana.
Era un ave pequeña volando junto a ellos.
Manteniendo el paso con el helicóptero.
“¿Qué tan rápido vamos?”
“¿Mmm? Dijiste que teníamos prisa, así que la estoy forzando. Esta es
una máquina veloz, fácilmente vamos a más de 250 k/h.”
“¿Entonces… qué pasa con ese pájaro?
Murolo señaló hacia la ventana.
Ni siquiera parecía esforzarse mucho para mantenerse a un lado.
Ningún ave normal podría acercarse a un helicóptero. Los álabes
rotatorios rompían las corrientes de aire. Pero el ave no perecía inmutarse en
lo más mínimo, como si volara en un día tranquilo. Y se estaba acercando a
ellos.
“Um…”
“¡No! ¡No es un pájaro! ¡Es un Sta –¡” gritó Murolo.
Demasiado tarde.
El helicóptero se desplomó como una roca hacia el mar debajo.
La chica que solo podía sobrevivir con drogas había desatado toda su ira
reprimida, infundada e inquebrantable sobre ellos.
Stand: Night Bird Flying
Usuario: Angelica Attanasio (14)
El nombre del joven era Bruno Buccellati. Era como tres años mayor
que Fugo.
“¿Vas a la universidad? Vaya.”
“No es la gran cosa.”
“Trato de aprender por mi cuenta con libros, pero es bastante lento.”
“¿Qué estás leyendo?”
“Maquiavelo.”
“¿El Príncipe?”
“Supongo que ya lo leíste. Soy bastante bueno en historia. Sé que está
basado en Cesare Borgia, pero no creo que Maquiavelo sea tan maquiavélico
como nos lo ha hecho creer. Era más bien un pensador realista adelantado.
Advirtió acerca de pensar demasiado las cosas, y le aconsejó a la gente hacer
lo que pudieran con lo que estuviera a su alcance.”
“Esa es toda una teoría.”
“¿Es algo que esperabas del hijo de un pescador?”
“No lo esperaba precisamente, pero no suena extraño viniendo de ti.”
“Si lo pones así, tampoco eres exactamente el típico aristócrata. No eres
altanero en absoluto.”
“Claro…”
“¡No es algo malo!”
“¿Puedo pedirte un consejo sobre algo?”
Algo en este chico puso a Fugo a su disposición, y pronto se encontró
contándole todos sus problemas. Buccellati lo escuchaba atentamente.
Se hicieron cercanos y se convirtieron en buenos amigos. Siempre que
Fugo volvía a casa desde la universidad, visitaba a Buccellati.
Un día el padre de Buccellati acudió a ver a Fugo.
“Últimamente la policía me ha estado haciendo preguntas. Creen que de
alguna forma, estoy involucrado con drogas.”
“¿Cómo?”
“No quiero decir nada malo sobre los otros capitanes, pero al menos
unos cuantos botes pesqueros están ayudando a contrabandear. ¿Debería
contarle lo que sé a los policías?”
“Suena peligroso para mí. Si la mafia se entera que los delató le traerán
problemas.”
“Eso es lo que mi hijo dice. Tú sabes mucho sobre leyes y esas cosas,
¿no? ¿Podrías ayudarlo?”
“Haré lo mejor que pueda.”
Así fue como Fugo se vio entrando al bajo mundo. Buccelatti siempre
había sido popular. Y pronto trajo a otros a su lado. Salvó a un chico llamado
Narancia de ser enviado a prisión de ser enviado a prisión por un crimen del
que había sido acusado erróneamente; y persuadió a un policía llamado
Abbacchio de que estaba mejor permaneciendo limpio que aceptando
sobornos. Ambos se unieron a su grupo.
Se volvieron un equipo, de clase; todo el mundo los conocía. No eran
parte de ninguna organización, y los habitantes del pueblo confiaban en ellos
completamente. Los mafiosos decidieron que era más fácil dejarlos actuar.
“Fugo, deberías de ser más aventurado”, dijo Narancia.
Mista se rió. “¡Mira quién lo dice! Ni siquiera pruebas nada que crees
que no te gustará. ¡La otra noche fuimos a comer pescado y no comiste nada
más que fruta!”
“Callate, me gusta la fruta.”
“Ser caprichoso para comer es señal de que sigues siendo un niño.”
“¡No soy un niño!”
Abbacchio alisó su uniforme. “Deberías de comer mejor, Narancia.
Estás demasiado flaco. ¡Pasta, pizza, lo que sea, tan sólo come más! Y deja de
ordenar queso con champiñones. ¡Necesitas carne! ¡Res o cerdo! ¡Te ayudarán
a crecer!”
“Mira, no soy pequeño. Tú eres estúpidamente alto, Abbacchio. Y
aterrador.”
“Soy un policía.”
“¡No tanto! ¡Siempre estás evitando tus labores para estar con nosotros!
Si pasas todo tu tiempo aquí jamás te promoverán.”
“Cómo si quisiera eso. Te promueven basado en la calificación de un
examen, y los exámenes están arreglados. Hago más apoyando a Buccellati.
Estar aquí es mejor que estar de patrulla.”
“¿Exámenes? ¿Te estás burlando de Fugo?”
“Eres el mejor en todos tus exámenes, ¿cierto?”
“Solamente estudio tanto porque ayuda a Buccellati. Cuando la gente se
burla de él por no haber ido a la escuela, él puede decir que soy el primero de
mi clase en Bologna.”
“Siempre lo arruinas todo.”
“Narancia, tú también eres el primero de tu clase, ¿no?”
“Sí, si cuentas desde abajo.”
“¡Oye!”
“No, en serio, escuché que te dieron un premio por trabajo comunitario.
Salió en el periódico”
“¡No fue intencional!”
Una conversación ordinaria, una comida ordinaria.
¿Entonces por qué se sentía tan preciado?
¿Por qué solo las personas cuyas vidas están tan llenas pueden
experimentar esta felicidad? Fugo daba gracias al cielo que todos ellos habían
tomado las decisiones correctas.
Mientras todos reían, Buccellati salió de su habitación.
“Oh, todos están aquí.”
“¿Qué pasa Buccellati? ¿Por qué nos llamaste aquí?”
“Bien,” dijo Buccellati. “Hay alguien a quien me gustaría que
conocieran.”
Abrió la puerta, y los invitó a pasar.
Era una chica. Había fiereza en su semblante, pero con una sonrisa en
sus labios.
“Ella me ha estado ayudando últimamente.”
“Qué gusto conocerlos. Me llamo Trish Una.”
Miró a cada uno de ellos, e inclinó su cabeza cortésmente.
“Trish… ¿la hija del líder de la fundación Passione?”
“Si has oído de ella, no tengo que explicar. Vamos a trabajar con la
fundación.”
“¿O sea que…?” dijo Narancia, con sus ojos brillando.
Abbacchio puso su mano sobre la boca de Narancia para evitar que
siguiera diciendo más.
“No puedes soltar palabras así como así frente a los desconocidos.”
“Buccellati me ha contado todo sobre ustedes. Dice que confía
totalmente en ustedes.”
Trish tomó una canasta detrás de ella.
“Como muestra de nuestra conexión, horneé un pastel para todos.”
Narancia tomó la primera rebanada, emocionado. Abbacchio y Fugo
también se sirvieron.
“Oh, se ve bien,” dijo Mista, y se estiró para tomar una rebanada.
¿Huhh?
Fugo lo miró.
“¿Mista…?”
“¿Qué?”
“¿Estás… estás seguro de que eso no te molesta?”
“¿Por qué debería?”
“Pues… fuiste la cuarta persona en tomar un pedazo de pastel. Tú
siempre evitas el número 4.”
La expresión se esfumó de la cara de Mista. Parecía un muñeco.
Fugo miró rápidamente a su alrededor. Narancia y Abbacchio también
se habían transformado en muñecos. Sin vida, cascarones vacíos, sentados
inmóviles en una sola posición.
“¿Qué dem…?
“Estás atrapado,” dijo Buccellati tranquilamente. Pero no era la voz de
Buccellati. Era la voz de un viejo.
“Eres… ¿Vladimir Kocaqi?”
“Estás en un sueño. Un sueño del que jamás despertarás.”
En el rostro de Buccellati empezaron a aparecer arrugas. Estaba
envejeciendo rápidamente.
Fugo trató de alcanzarlo, pero Buccellati se alejaba rápidamente. El
pastel cayó de los dedos de Fugo. Cuando tocó el piso, el terreno bajo sus pues
se quebró como cristal, y cayó… hacia la nada.
“Nunca escaparás. Caerás para siempre,” escuchó a Kocaqi reir.
En el fondo, el canto seguía,
Siracusa.
Fundada por los griegos, conquistada por los romanos. Cicerón
alguna vez la describió de esta forma:
“Es verdad el dicho de que Siracusa es la ciudad griega más
grande y hermosa. Se sitúa en un fuerte natural, poseyendo una gran
vista de los enemigos que se aproximan por mar o por tierra, con no
menos de dos puertos. El corazón de la ciudad es una isla, separado de
la masa continental de Sicilia salvo por los puentes que conmutan con
esta.”
En su auge, la población era de más de un millón, pero la
Siracusa moderna se ha vuelto un pueblo tranquilo, con apenas poco
más de cien ciudadanos. La isla de Ortigia es tan bella como siempre.
Pequeña, con una circunferencia de cerca de 4 km, alberga una gran
cantidad de sitios históricos, romanos y barrocos, que se encuentran
junto a los hoteles modernos.
Cuando cae la noche, el cielo rojizo y las lámparas de las calles
iluminan el pueblo como ningún otro lugar en la tierra.
Vittorio Cataldi corría por estas calles.
Si tomo la Via della Maestranza y cruzo el parque por algunas
cuadras, debería ver el Duomo al sur.
Se movía con rapidez. Nadie se metía en su camino, nada lo
retrasaba. Todos en el pueblo estaban infectados.
Iban tambaleantes por las calles, sin luz en sus miradas, babeando
sus barbillas. Ricos, pobres, policías, ladrones, hombres, mujeres, niños
y viejos por igual, sus mentes estaban demasiado lejos para preocuparse
de que Vittorio pasara a su lado. Ni siquiera lo notaban. No veían nada,
no sentían nada, atrapados en una ilusión creada por su propia mente,
incapaces de percibir el mundo a su alrededor.
Era como si el pueblo hubiera sido tomado por zombis, y Vittorio
se desplazaba entre las hordas.
Bien hecho Angélica. Los atrapaste. Ahora depende de mí.
Mientras daba vuelta por el camino costero en la Via della
Maestranza, el oleaje arrastraba algo consigo. Era un sombrero
Borsalino, empapado después de horas de flotar en las corrientes, pero
tan bien hecho que seguía conservando su forma. Como algo que James
Cagney o Humphrey Bogart usarían en una película de mafiosos de los
30 – no era un sombrero que un hombre ordinario usaría.
La siguiente ola trató de devolver el sombrero al mar… pero una
mano lo alcanzó y lo recogió.
Con relativa facilidad, el hombre puso el sombrero sobre su
cabeza, sin importarle en lo más mínimo cuán mojado estuviera.
Entonces se dio vuelta y se dirigió en la dirección que Vittorio
había tomado.
Sus calcetines mojados chapoteaban suavemente en la noche.
*
“…parece ser mi turno.”
Agachado en la oscuridad, Massimo Volpe sintió a sus enemigos
aproximándose. Se levantó para enfrentarlos.
Detrás de él, Angélica miraba vagamente al cielo, con la mirada
perdida. Su Stand estaba activo, pero su mente no parecía estar
conectada con él para nada. Volpe revisó su pulso.
“Estarás bien. Quédate aquí mientras no estoy, Angelica.” No
daba señas de haber escuchado, pero Volpe no lo intentó de nuevo. Se
dio la vuelta y salió de la habitación.
De vez en vez el sonido de una explosión o el crujido del metal
resonaban a la distancia, pero su expresión nunca cambiaba.
Al final, una pequeña ave llegó volando a ella, piando. Aterrizó
en su dedo, y ella acercó su pequeño pico a su oído. Habló con ella con
un ruido similar a una pequeña campana tintineando.
Un ligero rubor inundó a su pálido rostro. Un fuego oscuro
destelló en sus ojos.
“…pagarás por esto, Fugo. ¡Pagarás!”
Temblorosa, trató de ponerse de pie, pero tropezó, sus piernas no
la soportaban. Se vio forzada a apoyarse contra la pared para sostenerse,
casi arrastrándose fuera de la oscuridad, fuera del cuerto.
*
Sheila E. estaba manejando.
El suyo era el único automóvil en movimiento. Si intentaras
llegar a Ortigia rápidamente, había solo un camino. Por Corso Umbeto I,
por la Via Malta, y sobre el puente de piedra.
Al final del puente había un hombre, bloqueando su camino.
Massimo Volpe.
Su mirada punzante como navaja la atravesó. Sus ojos se
encontraron. Él no mostraba señas de duda. Ella tampoco. Ambos
ponían sus vidas en juego.
Ella lanzó un largo rugido y aceleró a fondo, apuntando el carro
directo a él.
El Stand de Volpe es para crear drogas. El Stand en sí no es
fuerte. ¡Mi mejor opción es pasarle por encima!
Sheila E. se lanzó en línea recta hacia su presa.
Volpe no hizo ni un intento para esquivarla. Una sonrisa se
extendió por sus labios.
Su Stand apareció frente a él.
Manic Depression era enclenque y de baja estatura, como la
momia de un infante desnutrido, por su huesuda complexión envuelta
en vendajes. Los dos agujeros enfrente de su cara como de cráneo era
todo lo que se podía considerar como sus ojos. No lucía poderoso
físicamente en lo absoluto.
Pero el hombre detrás del enfermizo Stand se veía
aturdidoramente confiado.
¿Vienes directo hacia mí, tonta? Pronto aprenderás.
Kocaqi había dicho que el Stand de Volpe le daba el poder de
dominar el mundo.
Te demostraré por qué. ¡Mi Stand tiene el poder de hacerme más
que un humano!
Manic Depression dejó salir un agudo chirrido, y arrojó sus
brazos alrededor de Volpe.
Incontables agujas brotaron de su cuerpo.
Agujas hipodérmicas.
Sus puntas pinchaban a Volpe por donde fuera que sus cuerpos se
encontraran.
Se escuchaba un chapoteo. El sonido de algo rasgándose.
El sonido de un cuerpo siendo liberado de sus límites físicos.
Volpe abrió la boca, pero el sonido emitido era inhumano. Dio un
paso hacia el auto que se aproximaba a él.
Pero el parachoques se detuvo cerca de su torso.
Antes de que lo impactara, sus brazos se movieron demasiado
rápido para la vista humana. Había estrellado sus puños contra el cofre,
y el automóvil dio vueltas en el aire.
Con sus propias manos.
Con su propio cuerpo.
Había levantado de la tierra un auto de una tonelada como si
botara una pelota de tenis.
El carro danzaba por los aires, girando. Sólo cuando tocó el suelo
recordó cuanto pesaba. Un crujido estremeció la tierra.
El impacto que destruyó el auto fue tan fuerte que ni siquiera
explotó. Simplemente lo trituró, convirtiendo al vehículo en una masa
metálica.
Volpe se apróximo a éste, envuelto en el abrazo de Manic
Depresion.
Arrancó el techo del auto con el mismo esfuerzo que le tomaría
levantar una sábana de la cama.
Adentro se encontraba Sheila E., cubierta de sangre.
Miró al monstruo frente a ella como negándose a creer que todo
esto había sucedido.
“Hay un problema con este poder,” dijo Volpe. “No puedo usarlo
por mucho tiempo. Pero Vittorio fue a conseguir el medio para retirar
esa restricción. Un tesoro que les otorga la eternidad a los humanos.
¿Sabes lo que significa eso?”
“……………”
“Significa que tu última esperanza se acaba de desmoronar.”
*
La catedral de Siracusa – El Duomo – posee una de las más
imponentes fachadas de Ortigia, una isla en la que éstas no escasean.
Después de que el tirano Gelón conquistara Siracusa en el sigloV,
reconstruyó el templo de Atenea como un edificio dórico postmoderno;
las paredes del edificio actual muestran prominentemente las columnas
dóricas. Remodelado varias veces, el interior y el exterior parecen
pertenecer a dos construcciones diferentes. El diseño interior es simple,
con una monotonía moderna que traiciona a su construcción
postmoderna.
La humedad del aire de afuera se desvanece hasta convertirse en
un frío estancado una vez que uno entra.
Respirando agitadamente, Vittorio entró al Duomo.
Su mirada estaba fija en la parte más profunda de la catedral,
donde las reliquias de Santa Lucía eran veneradas.
No era este altar lo que visualizaba, sino los ladrillos de la pared
de junto.
“7, 3, 4…”
Contó los bloques en la secuencia que su contacto sugería. Esto lo
llevó a un ladrillo que parecía no ser diferente de los demás a su
alrededor.
Utilizó la hoja de Dolly Dager para demoler la pared, y
desenterrar aquello confinado dentro – un objeto no más grande que un
rostro humano.
Era pesado. La cara grabada en la piedra no mostraba indicios de
ser del imperio griego o romano; era claro que se trataba de algo azteca.
Una máscara de piedra.
Así es como inteligencia militar la llamaba. Nadie sabía cómo se
llamaba realmente. Los nazis habían tratado de averiguarlo, pero jamás
lograron averiguarlo.
“¡Esta es!” Dijo Vittorio, sintiendo su peso en su mano. Tragó
saliva pesadamente.
Sentía que los ojos ausentes de la máscara lo observaban.
“¿Pero cómo funciona?”
Le dio vuelta. Había palabras talladas detrás, pero él no podía leer
los caracteres aztecas.
Con la máscara asegurada, era momento de reunirse con Volpe.
Dio la media vuelta…
…y escuchó a alguien aplaudiendo.
¿Qué dem…?
Todos en la isla habían perdido los cabales.
Pero este aplaudir no parecía ser síntoma de esa locura.
Vittorio entró en pánico entonces.
La máscara se había esfumando justo de su mano.
Estaba en el suelo – pero no la había oído caer.
Se agachó para recogerla, pero escapó rápidamente de él,
corriendo por el piso como una criatura viva.
Se movía como una cucaracha. Demasiado rápido, y crujía. Él fue
tras la máscara.
Se movía hacia el salón principal del Duomo.
Había un hombre de pie allí. Aplaudiendo. La máscara se acercó
a sus pies y se detuvo.
Era algo así como un dandy, con un sombrero Borsalino – era
Cannolo Murolo.
Antes de que Vittorio pudiera sorprenderse de que Murolo seguía
con vida, levantó la máscara con una mano mientras mordía el índice de
su otra mano lo suficientemente fuerte para abrir su piel.
Entonces sostuvo su dedo sangrante sobre la máscara. La sangre
cayó sobre esta. Las grietas en la máscara condujeron la sangre.
Y la máscara reaccionó.
Docenas de espinas curveadas brotaron del borde.
Si alguien la estuviera usando, sus finas puntas habrían
atravesado su cráneo, empalando su cerebro.
Este mecanismo servía para „impulsar‟ al cerebro, „despertar‟ su
verdadero potencial. Observando su reacción, Murolo asintió para sí
mismo.
“Es real”, murmuró, entonces sacó una pistola de su saco, puso el
cañón sobre la máscara y tiró del gatillo.
Se había movido tan rápido, con tanta suavidad que Vittorio ni
siquiera notó que pasaba hasta que la máscara estaba convertida en
miles de pedazos.
El disparó resonó por toda la catedral.
“¡C-carajo!” gimió Vittorio. “¡No… no acabas de hacer eso!”
Murolo le lanzó una fría mirada. “Eternidad, ¿no? ¿Sabes lo que
Giorno me dijo? Dijo, „Nada en este mundo es eterno, o absoluto. Todo
lo que aparenta serlo es meramente una ilusión.”
Mientras hablaba, su voz se volvió más fuerte.
“Destruir esta máscara era mi verdadero propósito. Es por eso que
intencionalmente te dejamos huir hasta acá. Necesitábamos que nos
llevaras al escondite.”
“¿¡Q-Quéeeeee!?”
“Giorno en persona no puede acercarse a la máscara – debido a su
historia, hacerlo sería una declaración de guerra para Jotaro Kujo y la
Fundación Speedwagon. Así que vine aquí en su representación, como
sus manos y ojos.”
Puso su mirada fija en Vittorio.
“Bien hecho. Has cumplido con tu trabajo.”
“¡Come mierda y muérete!” Rugió Vittorio, levantando su daga.
La cara de Murolo se reflejaba claramente en la navaja.
“¡Mi Dolly Dagger te acabará!”
Vittorio rebanó su propia garganta. La sangre brotó, pero el
setenta por ciento del daño se transferiría a quien se viera reflejado en la
hoja. El quedaría sólo con un pequeño rasguño. Tomaría apenas el 30
por ciento del daño… a cambio de que su Stand garantizara que la
herida llegara a su oponente. Esto es lo que hacía tan poderoso a Dolly
Dagger.
No había excepciones. Nada podría protegerte del efecto del
Stand. Cualquiera que fuera la herida que Vittorio sufriera, sería sufrida
por su objetivo en cuestión. Su Stand podría cortar el diamante como si
fuera goma. La garganta de Murolo estaba rebanada.
O debería estarla.
Pero pasó un segundo, otro más – y Murolo seguía ahí
tranquilamente, su cuello no sangraba.
“¿Eh?” Vittorio dijo, con su preocupación creciendo. Algo cayó
revoloteando desde arriba.
Un delgado pedazo de papel – un naipe.
La jota de tréboles. Cayó al piso. Había un corte a través de ella
casi partiéndola por completo.
El príncipe dibujado en la carta tenía la garganta cortada.
“¿Qué cara…?”
Vittorio miró arriba… y se sorprendió.
El alto techo del Duomo estaba cubierto de ellas.
Un mazo de naipes, cada uno con pequeños brazos y piernas,
colgando de las paredes y ventanas sucias.
“¿Qué… qué son?”
“La Compañía de la Torre del Reloj – es sólo un nombre artístico.
Una fachada. Son asesinos disfrazados. Cincuenta y tres cartas, un
Stand – mi All Along the Watchtower.”
“Uhh…”
Estas cartas habían arrebatado la máscara de su mano. Eran tan
pequeñas y delgadas que podían deslizarse donde sea sin ser notadas,
ocultándose, e investigando todo. La habilidad perfecta para un espía.
“De acuerdo a los investigadores de la Fundación Speedwagon,
cuando un Stand se manifiesta en grupo como este, es una seña de que
el usuario lleva un vacío dentro. El Metallica de Risotto era del mismo
tipo, al igual que dos Stand en un pequeño pueblo llamado Morioh
cuyos nombres eran Bad Company y Harvest. Todos los usuarios tenían
algo fundamental carente en su estructura mental. Habrían hecho lo que
sea por lograr sus ambiciones, traicionar a sus amigos o por simple
avaricia – ese tipo de cosas. Yo soy igual,” Dijo Murolo. “No confío en
mí mismo. Es por eso que mi Stand está dividido. No creo que haya
algo en la vida o en el mundo que sea remotamente permanente.”
A sus pies, una carta solitaria bailaba. Era el comodín.
“La la, la la la, le la la, le la le la…”
Estaba cantando Vitti ‘na Crozza. Era la enfermedad esparcida
por Night Bird Flying.
“E-Eso significa…” Vittorio miró el paquete de cartas, después a
Murolo.
“Exacto,” afirmó Murolo. “Tu Stand, y el de Angelica Attanasio
– no es que no me afecten. Pero ese efecto se divide entre cincuenta y
tres. Cuando un Stand me ataca, debe pasar por cada carta, una a una, y
solo una fracción me alcanza. ¿Entiendes lo que esto significa?”
“Oh dios…”
“Con cada ataque que hagas, el treinta por ciento te afectará a ti.
Pero yo sólo recibiré 1/ 53 del daño. No hay comparación. 30% contra
1.3% – es una diferencia que jamás superarás. Soy tu depredador natural.
No importa lo que intentes, no puedes ganarme.”
“¡Aaaaaaaugh!”
“Así que, Vittorio Cataldi. ¿Sabes por qué te estoy explicando
esto con tanta paciencia?
“Uggghhh…”
“Porque sé cómo te sientes. Eres justo como yo. Tienes un vacío
en tu corazón. Naciste y creciste en el fondo de la sociedad, te trataron
como basura, no te dieron esperanza. No sentiste nada por robar o
asesinar. Nunca sentiste la angustia de tu consciencia. Sonaría bien
decir que no tienes temores, pero lo que de verdad significa es que
nunca has tenido nada lo suficientemente preciado que te preocupe
perder. Pasaste tu vida arremetiendo contra cualquiera que te molestara
o te hiciera enojar. Así es como yo viví mi vida también. Hasta que lo
conocí.”
“Guh…”
“Creía que era invencible. Estaba seguro de que podía matar a
cualquiera que quisiera. Cuando puse a Risotto y a Diavolo uno contra
el otro, no sentí ningún placer. Eran sólo negocios, todo para mi
beneficio. Era un desperdicio estresarme por alguno de ellos. Nunca me
permití desvivirme por alguien en toda mi vida. Pero entonces…”
Murolo observaba la distancia, como mirando al horizonte.
“Por primera vez, pensé en serio, „Aquí hay un hombre al que no
quiero decepcionar.‟ La primera vez que lo vi, ¿Sabes lo que me dijo?”
„No has traicionado a nadie. Nadie te ha dejado hacerlo. No
confías en nadie, así que nadie confía en ti. Tu invencibilidad es inútil.
Podrás ser fuerte, pero no hay un futuro en el que puedas encontrar tu
propósito. Inútil. Inútil.‟
“Estaba mortificado. Había visto a través de mi superficialidad, y
me hizo sentir profundamente avergonzado. Nunca me había sentido así
antes. Jamás conocí la vergüenza. Esa fue la primer „calidez‟ que entró
en mi vida. Hasta que esa emoción me golpeó, no había estado más que
atado a una vida sin sentido.”
“……………”
“Jamás confié en nadie, bueno o malo. Jamás sentí culpa por
traicionarlos. Jamás distinguí entre el bien y el mal. Jamás entendí la
diferencia entre dios y el diablo. Pero mientras me sienta avergonzado,
no haré nada que lo decepcione. No importa quién me escupa en la cara.
¿Qué hay de ti?”
“…………..”
“Volpe está acabado. Es demasiado peligroso. No hay lugar a
negociaciones. Angelica fue demasiado lejos. No vivirá mucho tiempo.
¿Pero tú?” Murolo le dio una larga y severa mirada a Vittorio. Y asintió.
“Eres diferente, Vittorio Cataldi. Tú, nosotros tenemos salvación.”
“……………”
“Seamos amigos Vittorio. Eres fuerte. Puedes serle de utilidad.
No confío en ti, y dudo que alguno de los dos alguna vez confíe en el
otro, pero no importa. No más de lo que importa nuestro conflicto actual.
Tienes el poder de crear un futuro, de trabajar por un propósito. ¿Usarás
tu talento para volver su sueño una realidad?”
Hablaba con tono controlado, para nada como su manera usual de
expresarse. Como si repitiera palabra por palabra algo que le había
dicho alguien más. Este tranquilo y mesurado tono se esparcía por el
mundo, de persona a persona.
“…………..”
La cara de Vittorio se retorcía. Como si los músculos en su rostro
pelearan uno contra el otro, cada uno intentando expresar las emociones
en su interior a su manera.
Al final tomó su decisión, levantó la cabeza, y gritó.
“¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!”
Mientras gritaba, levantó su daga, la apuntó hacia sí mismo, y se
apuñaló. En la garganta, en el pecho, en el rosto, en el brazo, en la
pierna, en el ojo, en la nariz, en los labios, en la oreja, en el estómago,
cortando cada centímetro de su cuerpo.
Una lluvia de cartas caía desde el techo. Cada corte que se hacía
destruía un naipe. Si tan sólo podía dañar a una de cincuenta y tres
entonces seguiría cortando hasta que todas fueran dañadas. Vittorio
nunca dudaba.
Murolo lo observaba inexpresivo. A la espera, un pequeño hilo de
sangre salió del un lado de su boca.
El daño lo había alcanzado. La cara de Vittorio se iluminó. ¡Lo
hice, Angelica! ¡Massimo, Kocaqi, lo hice! ¡Gané! ¡La victoria es mía!
Pensó. Sus manos se detuvieron
Sus brazos cayeron, su cabeza giró, y sus rodillas se doblaron a la
vez.
La sangre brotaba de cada parte de su frágil y maltrecho ser, las
heridas le robaron la fuerza para ponerse de pie.
La daga cayó de su mano. La ilusión que su Stand tenía en ésta se
desvaneció, dejando sólo una vieja daga oxidada, que al tocar el suelo
se quebró. Su cuerpo cayó entre los fragmentos, y no se volvió a mover.
Ya estaba muerto.
Su cara había sido cortada tantas veces que ya no era posible
reconocerlo.
Murolo sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió la pequeña gota
de sangre de sus labios. El pañuelo estaba empapado con agua de mar, y
no limpiaba bien, pero era tan poca sangre que fue diluida fácilmente.
Se quitó el sombrero, lo puso sobre su pecho, y rindió honores al
cadáver.
Después volteó su mirada hacia la entrada y susurró, “Me
pregunto cómo les irá a Fugo y Sheila E.”
Stand: All Along the Watch Tower
Usuario: Cannolo Murolo (32)
Poder: C Velocidad: B Rango: A
Duración: A Precisión: A Potencial: E
Habilidad: Este Stand se compone de un mazo de cartas. Cuando forman una torre, a
las cartas les salen brazos y piernas, y ejecutan una presentación para decirle al
usuario lo que quiere saber. Se dice que esta adivinación es mentira; de hecho, cada
una de las cincuenta y tres cartas se trata de un Stand independiente y funcional para
asesinatos a larga distancia, y en las presentaciones simplemente reportan a Murolo
la información que han recolectado. Él ha mantenido esto en secreto a sus aliados, y
el jefe le ordenó ejecutar a los traidores desde las sombras.
VII. luna nova………..........…………………..…[Luna Nueva]
Esa noche, el cielo sobre el Mediterraneo era oscuro. Las estrellas
brillaban arrepentidamente, pero el orbe brillante de la luna no se
encontraba por ninguna parte.
En la oscuridad de una luna nueva, los amantes no pueden verse
las caras, todas las cosas están ocultas, nunca son reveladas. La verdad y
la falsedad son igualmente misteriosas, abandonadas a la oscuridad.
Esta letal lucha está casi en su final.
Pero así como esta batalla está erigida sobre las batallas que la
precedieron, también llevará a nuevas batallas por venir. El mundo
siempre está cambiando, y en su momento, una necesidad surgirá para
más luchas. El vencedor de hoy será derrotado mañana; quien una vez
fue superior es pronto dejado atrás, todo se pierde ante la agitación de la
historia.
Nadie sabe lo que esas personas pensaron, resolvieron, o
sacrificaron – esas cosas simplemente son añadidas a la pila de los
misterios eternos.
Como la máscara enterrada en las ruinas de una civilización
perdida y olvidada, quizás llegará un día cuando el significado de todo
eso será cuestionado. Hasta ese momento esos secretos descansarán en
secreto silenciosamente, esperando…
*
Cuando Massimo Volpe nació, la fortuna de su familia ya había
colapsado hace tiempo.
La mayoría de su extensa familia había vendido sus títulos por
fuertes sumas a mercaderes burgueses, dejándolo con innumerables tíos
y tías sin relación sanguínea. Creció viendo a su padre haciendo
demostraciones de respeto hacia esos familiares en público, pero
rebajándolos desdeñosamente como dinero nuevo en privado. Su
hermano mayor debería haber heredado todo, pero se marchó
abruptamente para convertirse en chef… dejando a Massimo como el
siguiente en la línea. Antonio era un gran chef, pero su padre, atrapado
en los anticuados ideales de las clases, no podía soportar ver a un noble
comprometido en un oficio básico como ese. Cuando no podía ser
disuadido, era rechazado.
“Lo lamento, Massimo,” dijo Antonio, muy triste. Había venido a
dar despedidas. “He echado todo esto sobre tus hombros. Perdona a
padre. Él no puede aceptar que simplemente los tiempos cambiaron.
Esto no será fácil para ti, pero has lo que puedas.”+
“¿Qué vas a hacer tú?”
“Entrenar. Por un tiempo, al menos. No hay futuro para un
antiguo aristócrata en Italia; los chefs de aquí jamás me aceptarían.
Tendré que viajar por el mundo. Un día encontraré un país donde iniciar
un pequeño negocio, cocinar comida de la que pueda estar orgulloso.
Utilizaría el apellido de soltera de nuestra madre por supuesto – no
podría tener esa mancha en el apellido Volpe. Me llamaré Trussardi.”
“¿A quién le importa cómo te llames?”
“A nuestro padre.”
“Tú lo odias. Lo suficiente para irte. ¿Por qué molestarte en lo
que él piense?”
“Esto te concierte, lo sabes,” dijo Antonio, luciendo preocupado.
“Tú eres el que tendrá que llevar el apellido Volpe, y la carga que viene
con él.”
“Yo digo que pase lo que sea,” dijo Massimo, una delgada sonrisa
cruzaba sus labios. “Pero nada pasará. Lo sabes.”
“Massimo… tú…” Su hermano lucía incomodado, como si
Massimo lo hubiera provocado. “¿Tú no tienes un sueño propio?”
“¿Un sueño?” Se burló. “¿Cómo ser feliz? ¿Tu cocina va a hacer
a todos felices, Tonio?”
Él jamás había llamado a su hermano con ese apodo.
Eso desconcertó a Antonio, pero al final, lo dejó pasar.
“Esto podría sonar suntuoso viniendo de mí pero, realmente
necesitas procurarte primero algunas veces. Desearía poder pensar en
una mejor forma de explicarlo, pero…”
“Entiendo.”
“No, no lo haces. No lo haces y papá tampoco. Él al menos
lamenta el estado del mundo… tú simplemente lo ignoras.”
Esa fue la última cosa que su hermano dijo la última vez que lo
vio. Unos años más tarde las deudas acumuladas de su familia habían
rebasado el borde, y se vendió a sí mismo y su título a Passione. Su
padre envejeció de la noche a la mañana, y era ahora un completo adicto.
Adicto a las drogas que hacía su hijo.
A veces se preguntaba si el poder que Passione había despertado
en él le había otorgado a su hermano en el otro lado del mundo un poder
similar. Esa clase de cosas ocurría a menudo con los parientes.
Conociéndolo, su poder sería como el mío, pero con algo más de
„fantasía.‟ Es casi seguro que estimula las funciones de un organismo
vivo, pero más bien en forma de una „comida sana.‟ Qué ironía. Un
hermano hace más drogadictos, el otro hace más gente sana. No es que
importe realmente
La personalidad de Massimo Volpe inició y terminó en una
lánguida apatía, pero hubo un momento de su vida en el que se
encontraba resentido con su propia falta de pasión.
Esto fue en el colegio, cuando vio a un mucho más joven
compañero de estudio llamado Pannacotta Fugo.
Desagradarle le tomó un instante.
Donde Massimo apenas se presentaba en clase, Fugo al menos
pretendía ser un estudiante modelo, siempre bien portado… pero Volpe
lo sabía.
Sabía que a Fugo le importaban un carajo sus alrededores igual
que a él.
No estuvo para nada sorprendido cuando Fugo se autodestruyó y
se hizo expulsar. Él sabía que sucedería, y así fue.
Pero ese sentimiento poco placentero permaneció. Tenía esa débil
sensación de que ese chiquillo horrible aparecería ante él, y lo
lamentaría. Esa profética noción permaneció. Y ahora estaba por
volverse realidad.
“Fugo no está aquí. ¿Dónde está?” preguntó Volpe.
Había arrancado el toldo del auto, y miraba hacia su interior.
Sheila E. yacía dentro, las convulsiones sacudían su cuerpo.
“Unh…”
Ella no respondió, o no pudo; Volpe no podía asegurar cuál era.
El impacto la había herido severamente.
“¿Acaso me excedí? Eso te ganas por tratar de arrollarme.
Supongo que todavía sirves como una rehén decente.”
La tomó bruscamente y la lanzó de los restos del carro.
Ella cayó lánguida, como un pequeño gato sostenido desde la
parte trasera de su cuello.
“Uhh…¡Voodoo Child!”
Sheila E. reunió toda su fuerza, y produjo su Stand. Voodoo Child
lanzó sus puños, pero cada impacto era suavemente desviado por las
manos desnudas de Volpe. Su carne se había fortalecido tanto por
Manic Depression que el poder y velocidad de su Stand no eran rival
para él.
Volpe bloqueó un puñetazo con más fuerza, rompiendo el brazo
de Voodoo Child. El brazo de Sheila E. se dobló de tal manera que el
hueso se quebró. Antes de que pudiera intentar patearlo, ambas piernas
también estaban rotas.
“¡Uno más!”
Volpe impactó su cabeza contra la de ella, partiendo la piel de su
frente
“¡Aagh!”
La sangre entró en sus ojos, cegándola. Su cuello latigueó hacia
atrás, y no lo levantó de nuevo.
Era incapaz de moverse en absoluto – había usado menos del
20% de toda su fuerza, y la había incapacitado completamente.
“Bien,” dijo Volpe dándose la vuelta, aún con Sheila E. colgando
a Sheila E. de un brazo. “Parece que las cosas están en orden aquí.
Angelica, ya puedes salir. Ve a ver si alguien viene, por favor.”
No hubo respuesta. Angelica no se apareció.
“¿Angelica?”
Volpe sintió una pesada sensación en su pecho. Lanzó el cuerpo
inmóvil de Sheila E. a un lado e irrumpió en el cuarto donde Angelica
se había estado escondiendo.
Estaba vacío.
“Angelica… ¿fuiste tras Fugo tú sola? ¿Intentando vengar a
Kocaqi?”
*
“¿¡Qué!?” Fugo detuvo su paso.
Había estado corriendo tras de Sheila E., hacia Ortigia, cuando
notó algunas personas tambaleándose hacia él.
Una horda de ellos, arremetiendo.
Dirigida hacia él.
El color de sus ojos había cambiado… o más precisamente, sus
ojos ya no tenían color. Ojos en blanco en rostros sin expresión
apuntando a nada en particular, sus cuerpos se propulsaban hacia
adelante sin voluntad propia. Corriendo sin mirar a dónde iban,
tropezando con sus propios pies y tumbándose en el piso, solo para ser
pisoteados por la gente detrás de ellos. Implacables. Como si estuvieran
brotando del infierno, pero sin los gritos que se esperaría escuchar.
Esta gente no sentía nada de esto.
No quedaba nada en sus mentes más que la sed de sangre con la
que habían sido infectados.
Fugo se estremeció.
Esto era provocado por la droga que Manic Depression había
creado. Night Bird Flying solamente llevaba los efectos a todos. Hizo
que todos los pensamientos, personalidades y estados mentales fueran
irrelevantes, dejando atrás una horda vacante que respondía
instintivamente ante cualquier estímulo.
Giorno Giovanna estaba en lo cierto al decidir que él era muy
peligroso. ¡Con él, todos los caminos llevan a la negrura en las
profundidades de un glacial!
La horda cargó hacia él.
“¡Mierda!”
Fugo se empujó desesperadamente a través de ellos. No podía
atacar ciegamente. Si usaba su virus letal, podía eliminar fácilmente a la
multitud… y eso era malo.
Solo tengo seis cápsulas de virus… si las uso aquí jamás venceré
a Volpe
Bajó la cabeza y forzó su avance. No podía permitirse la retirada
En el momento en el que giró la cabeza la horda estaba sobre él como
zombies. Tenía que pasar por ellos.
Sus uñas lo cortaban. Un hombre mayor calvo rasgó su glúteo.
Fugo lo pateó a un lado, entonces sintió algo bajando por su
muslo.
Sangre. No del hombre que pateó – era su propia sangre. El corte
era más profundo de lo que pensaba.
Pero… ¡no me duele!
Eso significaba que Night Bird Flying estaba empezando a tomar
el control. El poder del Stand estaba aumentando. Lo que significaba
que…
Debe estar cerca.
Mientras el pensamiento cruzaba su mente, alguien lo golpeó
desde un lado.
No trataban de agarrarlo, solo lo golpeaban y se quitaban. Fugo
giró su cabeza para ver, y encontró al mundo puesto del lado.
Había perdido el balance, sus piernas se tambaleaban debajo suyo.
Su costado lo estaba molestando y miró.
Un cuchillo estaba encajado en su costado.
Trató de levantarse, pero el cuchillo había cortado el músculo y el
tendón, no podía moverse. La pequeña sombra que lo había apuñalado
se estaba alejando.
“Ugh… ¡Purple Haze!” gritó Fugo, forzando salir a su Stand.
No podía dejarla escapar. Si no la eliminaba aquí y ahora, solo
crearía más víctimas, matando no solo a Ortigia, sino a toda Sicilia.
Ahora que se había detenido, la horda comenzó a apilarse, se
aferraban a él, lo rasguñaban, lo mordían.
Él se los permitía.
Permanecía quieto. La horda totalmente concentrada en él,
intentando alcanzarlo. Pero la chica que lo había apuñalado se movía en
la dirección opuesta, segura de que había ganado. Fácil de rastrear.
“¡Grrrraaaaaaaaughhh!”
El rugido de Purple Haze desgarró la noche. Fugo no podía ver,
no podía saber si su ataque había impactado su objetivo. Todo lo que
podía hacer era quedarse bajo la pila de personas sin mente, esperando.
Al menos sintió un terrible dolor punzando en su costado. Lo sintió tan
fuerte que no pudo evitar gritar. Pero este dolor, la sensación de que le
arrancaran las entrañas, como plomo hirviendo vertido en su
abdomen… significaba solo una cosa.
“¡La droga está desapareciendo!”
La influencia del Stand enemigo se había desvanecido. La
multitud a su alrededor cayó al suelo, uno tras otro. Liberados del
hechizo, cayeron inconscientes. No podía estar seguro de si alguna vez
volverían a estar cuerdos.
“Uhh…aagh…”
Con el cuchillo aún clavado en su costado, Fugo trastabilló para
pararse. No podía arriesgarse a sacarlo. Si lo hacía, la sangre brotaría, y
se desangraría hasta la muerte. Tenía que seguir. Tenía que hallar a
Massimo Volpe… y acabar con esto.
*
“¿¡Angelica!?” Se quejó Volpe.
A su alrededor la muchedumbre colapsaba. Algo debió haberle
sucedido.
Preocupado, se dirigió al puente de la plaza siciliana. Las
luminarias en el puente parpadeaban intermitentemente, la red eléctrica
estaba en caos y dañada. Una luz encendió solo lo suficiente para
proveer un vistazo de una pálida figura, una luz apenas divisable en la
oscuridad.
Solo Angelica Attanassio era así de pálida.
“Estoy aquí, Massimo,” murmuró. La vio dar un paso hacia él,
luego trastabillar contra la luminaria.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
“¡Angelica! ¿Estás bien? Gracias…”
Dio un paso hacia ella.
“¡Así!” dijo, señalándolo. “Te ves mucho mejor así.”
“¿Huh?”
“Cuando sonríes así… eres realmente lindo. Muy, muy lindo.”
Ella le sonrió.
Y después cayó al piso, como si le hubieran cortado los hilos. Su
cuerpo estaba destruido por el virus asesino de Purple Haze, la vida se
le fue como un globo reventado con una aguja.
Sheila E. se estremeció.
Había creído que estaba oyendo el sonido de una explosión, una
fuga de gas subterránea estallando… pero no. Este sonido provino de
una garganta humana.
Era el sonido del grito de Volpe.
Rugió como un fuego que quemaba el aire a su alrededor. Aulló
como una ventisca, congelando todo a la vista.
“¡…….aaaaaah!”
Como las trompetas anunciando la llegada de los jueces
descendiendo del cielo al día del juicio, el sonido resonaba desde todas
direcciones.
Y luego se detuvo.
Silencio.
El cuerpo de Volpe se irguió perfectamente quieto, luego se
tambaleó a la izquierda, a la derecha, y giró lentamente hacia ella.
Inclinó su cabeza hacia adelante, con sus ojos fijos en Sheila E.
Esos ojos tan carentes de expresión que tenían menos vida que las
cuentas de vidrio de la cara de una muñeca antigua.
Esos eran ojos despiadados, sin nada dentro de su alma.
Ella parpadeó, y Volpe ya había aparecido ante ella.
Los dedos de su pie se encajaban en su abdomen. La había
pateado… aunque la palabra difícilmente le hace justicia.
Fue más bien un lanzamiento.
Pateó su cuerpo hacia el aire como si sus piernas tuvieran motores
acoplados.
Ella giró en el aire, después cayó… y el esperaba debajo.
Con un solo brazo, atrapó a Sheila E. justo antes de que tocara el
suelo. Entonces la giró en lo alto y la azotó contra el piso.
Estaban en un claro.
Un área vacía, apartada de los caminos sobre ella, con una fila de
palmeras a un lado.
Este era el lugar más antiguo de Ortigia, las ruinas de un templo
de piedra. Alguna vez la gente creyó que las ruinas estaban dedicadas a
Artemisa, pero teorías más recientes sostienen que era un altar al dios
del sol.
El templo de Apolo.
Todos lo conocían por ese nombre.
“Unh…”
Sheila E. intentaba desesperadamente hacer mover a su cuerpo,
levantarse. Un pie se plantó sobre ella.
“Llámalo,” siseó una voz fría.
“¿Huh?”
“Llama a Fugo. Llamálo para acá. Grita, y ruégale que venga a
salvarte.”
“Uhhhh…”
“No trates de combatirme. Manic Depression puede controlarte
por completo. Ya no tienes libre albedrío.”
Las puntas de los dedos de Volpe se clavaron en su garganta.
La habían cortado, pero no sangraban. En vez de eso, las heridas
alrededor de sus dedos empezaron a sanar. Él movía sus dedos
lentamente, y de repente se encontraba gritando sin decir nada, el sonido
era impactantemente alto. Se podía comparar con el de una cantante de
ópera. El giraba sus dedos como si moviera la perilla del volumen, y su
voz aumentó, como si fuera una máquina que él controlaba.
Ella gritaba tan fuerte que desgarró sus cuerdad bucales, y la
sangre brotó de su boca. Pero esas heridas también sanaban solas.
Gritaba aún más fuerte.
Podía sentir su corazón latiendo más rápido. Su cuerpo no podía
soportar la tensión. La sangre se estaba acumulando en su garganta y
pulmones, y ya no podía sentir el dolor de sus miembros rotos.
E-esto es malo… me voy a desmayar…
La falta de sangre apareció puntos brillantes ante sus ojos,
revoloteando en el cielo como luciérnagas.
Adiós, Clara. Sé que me estás viendo desde el cielo, pero yo me
dirijo directo al infierno. No te volveré a ver…
Antes de que pudiera pensar más, el grito terminó, como si
alguien presionara el botón de paro.
La mano de Volpe se había ido.
Ya no estaba mirando a Sheila E. Había perdido todo su interés
en ella. Sus ojos estaban enfocados en otra parte.
Una figura parada a la entrada del Templo de Apolo.
Las piernas de la figura estaban temblando. Había un cuchillo
clavado en su costado, y apenas se podía mantener de pie. Debió
haberse exigido a sí mismo para venir aquí a pesar de su herida.
“Volpe… soy yo al que quieres,” dijo Pannacotta Fugo
calmadamente. Como si hablara con un compañero de clase que no
había visto en años.
*
Sheila E. lo miraba sorprendida. Como si no pudiera entender por
qué estaba aquí. A su lado, Volpe se levantó y se abalanzó contra él,
buscando venganza.
Él vio todo esto, sus ojos lo registraron todo, pero la mente de
Fugo estaba en otro lugar por completo.
Ya lo entiendo. Todo de repente tuvo sentido. Aquello que lo
había estado molestando todo este tiempo de repente era transparente.
Es por esto ¿verdad, Narancia?
Nunca había entendido por qué Narancia había dicho lo que dijo,
por qué había hecho lo que hizo. ¿Por qué había traicionado a Passione
por una chica que ni siquiera le agradaba? ¿Que a duras penas conocía?
¿Qué lo llevó a clamar con tanta seguridad que ella era él, que sus
heridas eran las de él?
Fugo jamás lo había entendido
Pero ya entiendo.
Miró al enemigo arremeter contra él, y a Sheila E. tendida en el
piso. Se plantó con las piernas que no deberían de poder soportarlo,
observó con ojos que no podían enfocar.
“No puedo hacer esto,” dijo ella. Yo he dicho lo mismo antes.
Él sabía lo que se sentía. Impaciencia y frustración y una tristeza
vacía royendo su cuerpo.
Conozco ese sentimiento. Sé de qué forma ella es como yo.
Una débil sonrisa apareció en sus labios. Tenía un toque de auto-
repudio en ella. Todo el tiempo que había pasado desdeñoso hacia la
inteligencia de Narancia y confiado de la suya, y esta vez le tomó seis
meses entender lo que Narancia comprendió en un momento.
Sheila E… es yo. ¡Su ira es mi ira!
El enemigo se estaba aproximando. Casi sobre él. Sin titubear. El
Stand de Fugo tenía un rango de cinco metros. El momento en el que el
enemigo entrara, uno de ellos moriría.
Fugo se plantó firme, y dejó a Volpe venir a él.
Siete metros. Seis. Y…cinco. Purple Haze Surgió, la furia
demente de su Stand se desató sobre el enemigo de Fugo.
Sheila E. no podía creerlo. Ella estaba segura de que se había
sacrificado para salvarlo.
¿¡Entonces por qué está aquí!?
¿Pensaba que podría ganar? Seguro, un toque de ese virus y
Volpe estaba muerto, pero si ese mismo virus se liberaba muy cerca de
él, Fugo también se mataría a sí mismo.
Tenía que infectar a Volpe mientras todavía estuviera lo
suficientemente lejos como para afectarlo. Si fallaba en asestar el golpe
en un rango cerrado, la súper velocidad e Volpe lo destrozaría. Incluso
si se decidiera a llevarse a Volpe con él, si éste esquivaba el ataque
estaría acaabado. El virus lo destruiría mientras Volpe se mantendría a
una distancia segura, riendo y mirando cómo moría como un perro.
¿Qué debo hacer?
Ella vio a Fugo sacar a Purple Haze. Volpe estaba en rango. Si
arruinaba esta chance, estaría muerto… y en ese instante, Sheila E. vio
algo imposible volar a su lado.
¿Qu-qué?
Contra la oscuridad de un cielo sin luna, vio una luz en el suelo
reflejándose.
“Chirp, chirp, chirp.”
Un ave pequeña revoloteando. Night Bird Flying.
¡Pero la chica que lo controlaba murió! ¡El virus la atacó! ¡No
hay manera de que haya sobrevivido!
¿El Manic Depression de Volpe la mantuvo viva de alguna
forma? ¿Aún si sus huesos se han derretido? ¿El virus se detuvo cuando
estaba muerta al 90%?
No hay manera en que sea capaz de razonar. No queda nada de
ella más que su Stand automático, esa pequeña ave…
¿Por qué lo haría? Solo había una razón en la que podía pensar.
Oh no… esa ave no está operando a su total capacidad, pero con
esta distancia tan crítica, el menor error de cálculo…
Fugo y Volpe estaban uno frente al otro.
Purple Haze dio un salto al frente y asestó un golpe a su
oponente…
O debería haberlo hecho.
Pero saltó en la dirección opuesta. Su puño solo impactó en el
aire.
Volpe se acercó los cinco metros entre él y Fugo, y estaba justo
frente a él, cruzando el límite.
Entonces… justo cuando estaba segura de que Fugo estaba
condenado, se dio cuenta de algo.
¿Huh?
Algo extraño. Algo que no tenía ningún sentido en absoluto.
¿Qu-Qué? Su puño… el puño de Purple Haze…
Las cápsulas llenas del virus letal, que debían estar pegadas a sus
nudillos…
¡…las cápsulas no están!
“¡Se acabó, Fugooooo!” rugió Volpe, seguro de haberlo logrado.
Estaba a unos centímetros. Todo lo que tenía que hacer era agitar su
mano y cortaría a Fugo por la mitad. Estaba tan cerca que podía ver el
blanco en los ojos de Fugo.
Pudo ver a Fugo mirándolo directamente.
Se sorprendió.
Nunca había visto a nadie lucir así. Estos no eran los ojos del
mocoso compañerito de clase malhumorado y engreído. No eran los
ojos del matón seguro en su rol de hacer lo que la mafia le ordenara.
Esos ojos mostraban determinación.
Eran los ojos de un hombre que había tomado su decisión, y
estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella.
Escuchó algo reventarse. Justo enfrente de él. En el momento que
su mano se movía a atacarlo, algo reventó en la boca de Fugo.
Oh, mierda…
Incluso con sus reflejos híper desarrollados, no pudo reaccionar a
tiempo. La sangre salpicó desde la boca de Fugo, cubriendo el cuerpo
de Volpe.
Fugo había mordido una cápsula.
Volpe saltó hacia atrás, pero era muy tarde.
No había nada que pudiera hacer para pararlo. Era brutal. Atacaba
explosivamente.
Volpe abrió su boca, pero no brotaron palabras. Se habían abierto
agujeros en sus pulmones y el aire se fugaba. Dio un paso adelante, y
sus piernas colapsaron, sus músculos se destejían. Miró hacia arriba,
pero no pudo ver nada. Sus ojos se fundían en sus cuencas. Trató de
lamentarlo todo, pero no pudo. Su cerebro se había consumido.
En un instante, la vida de Massimo Volpe terminó. Se fue, como
una hoja seca arrastrada por el viento.
*
Sheila E. no podía creer lo que veía.
El cuerpo de Volpe se derritió y se evaporó.
Pero Fugo seguía ahí, colapsado en el suelo. Incluso después de
que había roto la cápsula.
Tosió violentamente, la sangre bajaba por su mentón.
…pero no estaba muerto.
“¿¡C-Cómo!?” suspiró Sheila E.
“Los Stands reflejan la personalidad de sus dueños,” dijo una voz
justo detrás de ella. Miró hacia arriba y vio a Murolo. “Cuando hay un
cambio en la psique, el Stand también cambia.”
Se preguntaba cómo era que había sobrevivido. Cuando él vio su
aspecto movió la cabeza.
“No me pidas que vaya a ayudarlo justo ahora. Es casi seguro que
el virus de Fugo es tan letal como antes. Cuando mordió la cápsula, los
virus se multiplicaron en su boca y se atacaron mutuamente antes de ir
por él. No quiero acercarme a nada como eso, ¿y tú?”
Se hincó y le echó un vistazo.
“Tú también eres un hueso duro de roer. Tienes unos huesos rotos,
pero ninguna herida interna. Vivirás. Creo que ya veo por qué Mista
estaba tan seguro de que podrías manejarlo.”
Murolo parecía ser diferente de antes. Confiable.
¿Estaba…?
Se sentía demasiado cansada para pensar. Sheila E. cerró sus ojos,
y dejó salir un largo suspiro.
…se encontraba frente a él.
Mirándolo hacia abajo. El Stand más aterrador de todos. El
cuerpo desgarbado, esos dementes ojos inyectados en sangre, la boca
torcida, siempre rechinando los dientes y gruñiendo.
Purple Haze.
Su propio alter ego. Un reflejo de su propia mente. Otro
Pannacotta Fugo.
Lo estaba mirando.
Y por primera vez, Fugo lo miró de vuelta. ¿Sus ojos siempre se
habían visto así? Sentía que sus ojos eran más solitarios antes.
¿O era esa una emoción que había olvidado en alguna parte en su
camino?
Como las bacterias que llenan nuestro mundo, que existen sin
nuestra ayuda, rechazando todos los intentos de deshacerse de ellas.
Algo que no querías pero que, por alguna razón, estabas seguro
de que jamás te liberarías de ello.
Una sobra de emoción en conflicto.
Lo miró a él, y él lo miro de vuelta.
Cuando ya no podía creer en nada, y no tenía ninguna parte a
dónde ir, Purple Haze siempre estaría a su lado.
Ninguno de los dos dijo nada.
Un ave pequeña voló sobre su cabeza.
Voló hacia el cielo sin luna, y se desvaneció, tragado por la
oscuridad.
Misión cumplida.
Stand: Purple Haze Distortion
Usuario: Pannacotta Fugo (16)
Poder: A Velocidad: B Rango: C E
Duración: E Precisión: E C Potencial: B ¿?
Habilidad: Esparce un virus letal. Ha evolucionado en una forma más infecciosa; las
células del virus ahora atacan a otras células del mismo virus. Mientras más fuerte
sea el ataque de Fugo, menor será el daño a su oponente; el virus simplemente se
consume a sí mismo. Fugo ahora tiene que usar sus puños para asegurar una muerte.
Una naturaleza algo confusa. Aunque aún Fugo puede morir si el virus lo infecta, el
Stand mismo parece ser inmune. El por qué sigue siendo un misterio.
VIII. „o surdato „nnammurato…………........…… [El Soldado Enamorado]
Hace seis meses, un hombre conocido como Ojo lloroso Luka murió, y
llegaron órdenes a Buccellati de investigar. Luka era miembro de Passione, y
presuntamente, se había golpeado a sí mismo con su propia pala. Su muerte se
había catalogado como accidental, debido a los efectos de la adicción a las
drogas, pero por si acaso… una investigación.
Esto parecía un trabajo poco merecedor del tiempo de Buccellati; estaba
cerca de convertirse en capo. Fugo se ofreció a tomar su lugar, pero Buccellati
acató las órdenes seriamente, y decidió llevar a cabo la investigación
personalmente.
Fugo recordaría esto en los días subsecuentes; después de todo, la
historia no tuvo final. Fugo no supo nada más; ni siquiera estaba seguro de
que Buccellati hubiera investigado algo. Unos días después su capo, Polpo, se
había suicidado en su celda de prisión. Buccellati fue promovido para tomar
su lugar, y se les asignó el trabajo de proteger a Trish – detalles como los de
Luka se resbalaron por un lado.
Pero pensándolo bien…
Buccellati había salido a investigar, y volvió hablando de un chico que
jamás había mencionado antes, diciendo que pronto podría ser uno de ellos.
Fugo y los otros no fueron capaces de ocultar su sorpresa.
“¿Qué diablos? ¿Quién es este tipo?” Exclamó Narancia.
Buccellati le restó importancia a sus palabras. “Sólo alguien que creí
que sería digno de confianza. Si tienes problema con eso, únete al equipo de
alguien más.”
Eso caló en la piel de todos.
“¡Oye!” protestó Abbacchio. “Eso está fuera de lugar. Confiamos en ti.
No sabemos qué pensar de un chiquillo que nunca hemos visto antes.”
Buccellati permaneció inmóvil.
“Si confían en mí, entonces deberían confiar en él.”
“¿Entonces qué tal si nos dejas probarlo antes de que se una al equipo?”
“No es necesario.”
“Maldición, estás empeñado en esto, ¿entonces?” Soltó Mista,
disgustado.
Todos protestaron, pero Buccellati lo tenía muy en claro.
“Esto va a suceder. No cambiarán mi decisión.”
Se vieron forzados a desistir. Este comportamiento no era típico de su
forma de ser.
Pensándolo bien, nuestros destinos fueron decididos ese día.
El momento en el que Buccellati lo conoció, ya había tomado su
decisión. Justo como Fugo lo hizo cuando conoció a Buccellati.
Extraño.
En cierta forma, Buccellati fue el último en hacerlo. Todos los demás en
el equipo habían cambiado sus vidas cuando lo conocieron, pero el mismo
Buccellati no había tenido ningún cambio… hasta que conoció a ese
muchacho.
Ellos habían confiado en él. Creído en él. Seguros de que podía hacer
cualquier cosa.
Y él no había conocido lo que eso se sentía.
Nunca supo lo que era admirar a alguien más, confiarle tus sueños y tu
futuro.
*
Ha pasado una semana desde la batalla en Sicilia.
El sonido de la tos de Fugo resonaba por el restaurante tenuemente
iluminado.
Era muy temprano, antes de que el lugar abriera, así que no había
clientes. El hombre que lo había llevado a su asiento se había esfumado,
dejándolo solo.
La luz del sol se colaba por las aberturas en las cortinas, pero no había
otras luces.
Había una radio encendida; sintonizada en un programa llamado Dentro
de la Música Clásica, tocaban la dulce canzone de Ti Voglio Bene Assaje de
Donizetti.
Tosió nuevamente.
Este era un restaurante, pero era incapaz de comer algo.
El virus había muerto en un instante, pero había arrasado por toda su
boca, dañándola gravemente, y la capa interna de su tracto respiratorio había
sido deshecha, hecha trizas. Era incapaz de tragar algo, y había comido vía
intravenosa durante la semana pasada. Los puntos que cerraban la herida en su
costado todavía debían ser removidos.
Incluso en esta condición, Passione había visto apropiado convocarlo.
Finalmente iba a ser atendido. Había al menos cumplido con sus órdenes
satisfactoriamente, pero cómo verían ellos esos resultados, no estaba en su
juicio. No le dijeron a quién vería. Posiblemente nadie vendría, y simplemente
recibiría un mensaje.
Trató de reprimir su tos, pero no lo logró completamente. Había tosido
sangre y trató de limpiarse con su pañuelo, pero sus dedos temblaban tanto
que lo tiró.
Maldición…
Se agachó para recogerlo.
Entonces… por encima del sonido de la radio, escuchó un pequeño
ruido metálico. El sonido de un tenedor tocando un plato.
Volteó para ver. Sin notarlo, otro cliente había llegado, tenía un plato
frente a él y su tenedor estaba clavado en la comida.
Era un chico con cabello rubio y rizado, y un broche en forma de
mariquita.
Fugo lo conocía. No lo conocía muy bien. Solamente había trabajado
con el chico por tres días.
Pero este joven no era de esos de los que cualquiera se olvidara. Había
un aura en él, una mezcla de luz y oscuridad que creaban una impresión
perdurable.
El chico miró a Fugo, congelado a medio camino hacia el pañuelo.
“Es una molestia,” gruñó. “El chef aquí es increíble, pero por alguna
razón, insiste en servirme pollo y pato. Nunca he sido aficionado de las aves.
Pero él sigue diciendo que no he vivido hasta que haya probado esta suculenta
carne. Incluso aunque su ensalada de pulpo es para morirse.”
Jugó con la comida por todo su plato con el tenedor.
“Yo no pedí este plato de pollo rostizado con papas, pero él insistió en
servirlo de todos modos. Y si no me lo como se pondrá furioso.”
“…………..”
“Huele bien, ¿no crees? A ti siempre te ha gustado el pollo.”
Fugo parpadeó.
Hace unos segundos, la sangre en su garganta obstruía todas las demás
esencias, pero ahora podía distinguir la deliciosa esencia del ajo y la cebolla
salteados en aceite de oliva.
Se puso la mano en la boca. El intenso dolor de hace unos instantes se
había ido completamente. Incluso los dientes que había perdido estaban de
vuelta en su lugar.
E- este es…
El pañuelo a sus pies estaba arrugado. Lo levantó y lo estiró, y encontró
hilos cafés en él.
Las puntadas que habían mantenido unido su costado.
Todas las dolencias y heridas en su cuerpo se habían ido. Había sido
completamente curado.
Este… es su Stand.
Control sobre la vida.
Ese era el poder del Gold Experience del muchacho.
Él no tenía idea de qué había hecho o cuándo. El abismo entre sus
poderes era tan inmenso que apenas existían en el mismo mundo.
Aturdido, levantó la mirada. El joven llevó el tenedor hasta su boca y
masticó un par de veces, haciendo una mueca.
“Supongo que sabe bien, pero simplemente no soy fanático. Las malas
experiencias de la niñez, supongo. Recuerdo que mi madre nunca servía nada
para cenar más que yakitori. ¿Sabes lo que es el yakitori? Comida japonesa,
cocinada como brochetas, designada como bocadillos o mientras bebes
cerveza. Atraviesas la carne con pequeños palos puntiagudos. No es
exactamente para niños pequeños, ¿verdad? Recuerdos dolorosos, te lo digo.
Me ayudaron a crecer, pero es difícil de imaginar. ¿Puedes entenderme?”
“…………….”
“Y simplemente no me gusta la comida grasosa. Es como si comieras
una esponja remojada en aceite.”
Durante todas sus protestas, el chico echaba la comida fuera de su plato.
“Gio…” comenzó Fugo, después se detuvo. No estaba seguro de cómo
llamarlo. ¿Jefe?
“Oh, cierto… hazme un favor, y llámame Giogio,” dijo el chico.
“Jefe… era el título de Diavolo, y estamos intentando cambiar las cosas por
aquí. Giogio se te graba con facilidad, ¿no crees?”
Pero eso sonaba mucho más… familiar que incluso llamarlo por su
nombre. Fugo no estaba seguro de qué hacer.
Giorno Giovanna.
No podía descifrar a este chico.
“Entonces, Fugo, debes tener muchas preguntas,” dijo Giorno, poniendo
su tenedor abajo y limpiando su boca con una servilleta. “Y es mi trabajo
responderlas. Así que pregunta.”
“Bueno, um…” balbuceó.
La canción en la radio cambió. La melodía de Donizetti había terminado,
y una nueva voz sonó. La voz de una mujer.
“¿…hunh?” interrumpió. Conocía esa voz. Esta voz era la que
maleducadamente le dijo, “No es que quiera verte desnudo ni nada,” la
primera vez que la conoció.
La canción era El Soldado Enamorado, una canción basada en los
pensamientos de un joven soldado durante la primera guerra mundial hacia su
amada que estaba en casa. Era un poco triste, aunque con cierto optimismo,
con la fuerza como de una marcha. Interpretada por una joven voz femenina,
le añadía una hermosa pureza, que se realzaba sobre los acompañamientos.
Cuando la canción terminó, el conductor empezó a entrevistarla.
“Permíteme presentarte a nuestros radioescuchas. Ella es Trish Una, una
prometedora nueva estrella.”
“Hola a todos.”
“Bueno, Trish, tu gira ha sido todo un éxito, y escuché que tenías un
álbum en camino.”
“No podría haberlo logrado sin mis fans.”
“Has pasado toda tu vida en los escenarios, según sé. Tu madre y tú”
“Sí. Ella falleció recientemente, lo cual fue duro. Pero finalmente estoy
reponiéndome.”
“Desapareciste por un momento, ¿no es así? Tu representante se debió
llevar un terrible susto.”
“No puedo acabar de disculparme por eso. Estaba de viaje. Fui a
conocer Sardinia y Roma. Simplemente a conocer los rumbos.”
“¿Fue así como pasaste tu duelo?”
“Sí. Y con la ayuda de unos buenos amigos, fui capaz de salir adelante.”
“Gracias al cielo por los buenos amigos.”
“Estaría perdida sin ellos. Les debo tanto que nunca podré
compensárselos.”
“Y espero que nuestros oyentes te apoyen de igual manera. A
continuación…”
Otra canción comenzó a sonar, pero Fugo no escuchó nada de esta.
Mientras se quedaba de pie, anonadado, Giorno alcanzó la jarra de agua,
y comenzó a rellenar su vaso.
“En Venecia, dijiste que ni siquiera sabíamos qué música le gustaba.
Ahora lo sabes.”
Llevó el vaso hasta sus labios, dio un sorbo, y lo puso de vuelta en la
mesa.
“Nosotros no le ayudamos con esto, lo sabes. Ya no hacemos eso. Ella
obtuvo el contrato de grabación por sus propios méritos.”
Fugo se giró hacia él, pero mantuvo la cabeza abajo, sin mirar a Giorno
a los ojos.
“Um…”
“¿Sí?”
“¿Por qué yo?”
“.…………..”
“Esa misión era algo crítico. Sheila E. y Murolo eran una cosa, ¿pero
qué razón había para enviarme a mí? Yo…” Fugo dudó. “Soy un traidor. No
puedes confiar en mí.”
Giorno dio otro trago. “Ese es tu peor rasgo,” dijo.
Fugo se tensó.
Giorno negó con la cabeza. “No crees lo que acabas de decir. Ni por un
segundo. No crees que hayas traicionado a nadie. De hecho, estás bastante
seguro de que Buccellati fue el que te traicionó. ¿Cierto?”
“……………”
“Imaginas que te vemos como un traidor, y apoyas esa moción
preventivamente – incluso aunque no la crees.”
“Eso fue lo que hiciste ese día también. Todo lo que decías era un
simple reflejo de lo que en la cultura de la mafia se consideraba sentido común.
Nada de eso reflejaba tus verdaderas emociones. Simplemente repetías como
un loro el consenso general. Pero…” Giorno lo miraba directamente. Su
mirada estaba llena de dolor. “Dentro de ti, aborreces ese „sentido común‟.
¿Por qué otra razón si no, golpearías a un profesor con un diccionario? En el
fondo de tu corazón, el hecho de que otras personas no crean lo mismo que tú
te enfurece. Es por eso que explotas contra la gente de repente. Esa es tu
naturaleza.”
“……………”
Sin darse cuenta, Fugo se encontraba temblando. Como si alguien
pusiera hielo en contacto directo con cada centímetro de su piel. Giorno seguía
hablando.
“Una vez nos enfrentamos a un enemigo llamado Notorious B.I.G. Esto
fue después de que dejaras el equipo, así que no lo supiste… pero era alguien
único.”
Giorno se cruzó de brazos, con un ceño pensativo.
“Este era un enemigo cuyo verdadero poder se activaba después de que
el dueño del Stand moría. Era impulsado por el odio que sentía su dueño al
momento de su muerte, y no necesitaba de un humano para poder pensar. Ya
que estaba muerto, no podía ser asesinado, y todos los ataques eran inútiles.
Después de combatirlo, pensé… que ya había visto eso antes.”
“……………”
“Exacto. Purple Haze. Tu Stand también es impulsado por el odio. Pero
tu virus también puede matarte – sin importar lo que quieras que pase. Fuiste
increíblemente afortunado de no morir la primera vez que usaste tu Stand. La
mayoría ya habría muerto hace mucho.”
“…………..”
“Hablabas como si no tuviera razón alguna para buscarte. Pero es todo
lo contrario. Tú eras mi problema; el resto era secundario. Lidiar contigo era
la prioridad.”
“……………”
“Hubiera sido fácil asesinarte. ¿Pero si te matábamos y Purple Haze no
moría? ¿Si tu Stand fuera liberado por el planeta? No tendríamos forma de
combatirlo. Sería el fin del mundo.”
Era un pensamiento aterrador, y Fugo escuchaba, paralizado. Aún así, el
tono de Giorno seguía perfectamente calmado.
“Sólo una persona podría hacer algo sobre esto. Tú. Pannacotta Fugo –
eres el único que puede hacer algo con esta amenaza. La única persona que
puede cambiar a su Stand eres tú.”
“……………”
“¿Podrás superar tu propio miedo y odio hacia tu propio virus? Yo
aposté todo por eso. No podía forzarlo. Tenías que hacerlo por ti mismo,
tomar tu propia decisión. Lo único que me preocupaba era si podrías hacerlo.
Pero no me angustié demasiado”
“¿… por qué no?” Dijo Fugo, levantando la mirada.
“No te conocí bien” respondió Giorno. “Así que era difícil juzgar para
mí. Pero Buccellati confiaba en ti. Y yo confiaba en Buccellati. Así que no
había razón para preocuparse.”
Giorno lo miraba directamente a los ojos. Fugo no podía desviar la
mirada.
“Yo… yo…”
“Lo otro sobre lo que estaba preocupado era sobre Sheila E. Trabajando
con ella, seguro lo notaste… pero tiene la tendencia de castigarse sola.
Eligiendo ponerse a sí misma en peligro, intentando sacrificarse por una buena
causa. Pero eso no es la verdadera determinación. Requiere del coraje para
retirarse. Esperaba que ella aprendiera eso de un hombre tan cuidadoso como
tú. Si lo hizo o no, aún está por verse.”
“Coraje…”
Recordaba que Kocaqi había usado esa palabra
“Sabes tan poco, Fugo. Todo lo que crees es conocimiento superficial,
sólo arañando la superficie. No sabes nada sobre el coraje. Nada de la fuerza
que encuentran los hombres cuando hacen del lado su ego, para vivir. Los
hombres sin coraje son como pulgas, condenados a morir aplastados cuando
tratan de chupar la sangre de los humanos.”
El hombre estaba en lo cierto. Él no sabía nada. Mirando al semblante
en su rostro, Giorno afirmó.
“Esa es una meta que todos los humanos compartimos. Aprender lo que
el coraje significa para ti… es nuestro rol como seres humanos buscar esa
respuesta a lo largo de nuestras vidas. Es como una puerta. Mientras no la
abras jamás encontrarás tu camino. Te encuentras frente a esa puerta.
Finalmente llegaste a ella. El resto depende de ti.”
“Yo…”
“Hay algo que tengo que devolverte. Mira la mesa.”
Giorno señaló. Fugo lo siguió con la mirada, y vio un sobre. Lo abrió.
Había una fotografía dentro.
Se le hizo un nudo en la garganta. Era la foto que habían tomado frente
al Lagoon, el yate de Buccellati. Una fotografía de todo el equipo, bajo la luz
del sol. La expresión indecisa de Fugo, Buccellati un poco avergonzado, Mista
y Narancia sonriendo de oreja a oreja y un Abbacchio estoico. Todos estaban
tan llenos de esperanza ese día.
“……………”
Mirando la foto, Fugo se encontraba temblando nuevamente. Perdió el
agarre y tiró la foto. Giorno eligió ese momento para hablar.
“¿Qué dices, Pannacotta Fugo? ¿Me prestarás tus talentos nuevamente?
Tengo un sueño. Y necesito amigos para que me ayuden con ese sueño.”
Giorno le tendió la mano.
Esa mano parecía un símbolo de esperanza. Como si todos sus pecados
fueran a ser perdonados si la tomaba.
“Yo…”
Todo el cuerpo de Fugo temblaba.
Esta era su tercera decisión. La primera vez, se unió. La segunda, se
marchó. Y ahora…
Ahora…
Estaba callado. Se quedó sentado en silencio por un momento, con la
cabeza baja. Entonces las gotas comenzaron a caer sobre su regazo.
Estaba llorando.
Las lágrimas fluían de sus ojos.
No podía parar.
No podía moverse.
No podía dar ni un paso.
Estaba sollozando.
“¿Qué pasa?” preguntó Giorno amablemente.
Fugo no podía levantar la mirada.
“Yo… tan sólo pensé… ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué no Buccellati?
¿Por qué soy yo el que te está jurando lealtad en vez de él?”
Si Buccellati le estuviera jurando lealtad, y él estuviera a su lado,
observando, todo sería muy simple.
Estaba seguro de que todos tendrían algo que decir. Casi podía oírlos.
“¿Huh? ¿¡Qué pasa!? ¡Giorno es más joven que tú! Pero espera,
Buccellati es mayor que yo, entonces… ¡Ah, al diablo! ¡Está bien!”
“No puedo decir que estoy completamente de acuerdo, pero si
Buccellati está bien con eso, lo seguiré. Y le partiré la cara a cualquiera que
diga lo contrario.”
“De una vez lo digo – no seré el cuarto al mando.”
Todos reían. Fugo casi podía verlos. Parecían mucho más reales de lo
que eran.
Sin embargo ninguno de ellos estaba aquí. Sólo él. Y no podía aceptar
eso.
No podía detener sus lágrimas. ¿Por qué? ¿Por qué lloraba de repente,
después de todo este tiempo? Si iba a estar llorando ahora, ¿por qué no se fue
con ellos en ese entonces? Esto estaba más allá del arrepentimiento. Lo que
extrañaba era demasiado grande, y jamás regresaría.
Giorno estaba parado frente a él.
Su sombra cayó sobre Fugo. Él miró hacia arriba.
Giorno lo miró directamente a los ojos.
“Medio paso,” dijo. “Si no puedes dar un paso adelante, entonces yo
daré medio paso hacia ti.”
“……………”
“Todo depende de tu decisión, pero si la pena apesanta tus pies,
entonces déjame compartirla.”
“…………..”
Fugo sintió como si lo acabara de comprender por primera vez, por qué
Buccellati había decidido poner su vida en las manos de este joven. No lo
había sentido en su cabeza, sino en su corazón.
“Gio…”
Sus piernas temblaban, casi colapsándose, se inclinó hacia adelante.
Cayó sobre una rodilla, pero se sostuvo de la mano de Giorno.
Giorno habló suavemente, “Todo lo que podemos hacer por aquellos
que hemos perdido es seguir adelante. Ese es nuestro deber. No destruir todo
lo que no nos importe como un dios patético, sino caminar dolorosamente
hacia adelante, confiando en lo que sea que creamos – incluso en la débil luz
de una estrella.”
Fugo había dejado de temblar. Acercó su rostro hacia la mano que
estaba sosteniendo, puso sus labios sobre ella, y habló.
“Mientras esté vivo, serviré a tu sueño. Por favor acepta mi cuerpo, mi
corazón y mi alma. Esa es mi esperanza, y ese es mi futuro.”
“Su rostro estaba iluminado. Su juramento era sincero.”
“Soy tuyo. Giogio nostro…”
En el fondo, la luz del sol se colaba por las cortinas, las campanas
resonaban, señalando el inicio del día.
“Purple Haze Feedback” cerrada.
Epílogo – Sobre el coraje y los sentimientos sin salida
El verdadero jefe de la mafia Lucky Luciano – probablemente lo
viste en un par de películas – trabajó con el ejército estadounidense en la
segunda guerra mundial, y cuando desembarcaron en Sicilia, hizo contacto
con los jefes de las mafias locales, y los convenció de ayudar. Cuando las
fuerzas aliadas liberaron Sicilia de la ocupación nazi, la mafia trabajaba en las
sombras para que sucediera – este es un hecho histórico. Luciano estaba en
prisión en esas fechas, pero fue puesto en libertad como recompensa por su
cooperación. Comparada con la enorme importancia de la guerra, sus crímenes
eran de poca importancia. Pero esta serie de eventos desembocó directamente
en el poder del crimen organizado en la Italia de la post-guerra, y las drogas
que vendían cobraron innumerables víctimas. La gente a menudo dice que un
mal menor justifica un bien más grande, pero para aquellos afectados por ese
mal, el bien no les importa. Ese bien mayor se convierte en el mal en lo que
concierne a las víctimas. Y resistirlo sólo lleva a más derramamiento de
sangre. El problema ya no es sobre el bien o el mal, sino de rencores
guardados.
Para plantear un ejemplo ordinario, imagina que un amigo escoge una
canción en el karaoke que tenías pensado cantar. Y lo hace repetidamente,
hasta que pierdes el control y dices le algo… y después todos tus amigos te
ven como si estuvieras loco por molestarte por nada. Las cosas se ponen
incómodas contigo, y pronto te encuentras odiándolos a todos. Todo el mundo
se estaba divirtiendo, así que existe cierta presión para ignorar los problemas
insignificantes, pero para la persona a quién le robaban sus canciones una y
otra vez., aquellos problemas ya no son insignificantes, y esa presión se
vuelve una fuente de frustración. Están demasiado enojados para que les
importe lo que está bien o mal.
Todos están de acuerdo en que lo que el consenso general considere
correcto debe ser prioritario sobre tus preferencias personales, y diría eso
como muchos otros, pero si fueran mis preferencias las que causan conflicto,
encontraría mucho más difícil mantenerme equilibrado. ¿Qué hace la gente
entonces cuando encuentran que el mundo entero se ha vuelto en su contra?
¿Cuando todo lo que creían correcto es rechazado por todos? ¿Deberían
asumir que se han equivocado y unirse tranquilamente al consenso? ¿O apretar
los dientes y seguir sus corazonadas? ¿O llevar más allá su ira por verse en
este predicamento, sin dar salida real a sus emociones?
Obviamente todos cometemos errores. Hay bastantes ocasiones en las
que simplemente estás equivocado y todos los demás acertados. En estas
situaciones, eres tú quien tiene que ceder, pero otras veces te encuentras
obstinadamente parado en tu postura. Esperas por el coraje para admitir tu
error, pero nunca llega. Estás atascado. Y ni siquiera sabes por qué. Pero sabes
que entregarte a la presión social te provocaría la pérdida de algo importante.
Peleas, pero aún así, al final, el consenso prevalece, y estás condenado a
perder. Lo que sea que haya parecido tan importante se esfuma, y analizando,
no puedes ni recordar lo que era. La gente a menudo se arrepiente de las
decisiones que tomaron, pero quizás lo que deberían lamentar realmente – las
pérdidas que más importan – son aquellas tan efímeras que son olvidadas.
El coraje de admitir un error y el coraje de permanecer fiel a ti mismo –
ambas son formas de coraje, pero es imposible asegurar cual es la correcta.
Las circunstancias de la elección cuentan, así como la naturaleza del conflicto.
Lo que cuenta no es la satisfacción de haber sido valeroso, sino la habilidad de
determinar con precisión lo que se ha perdido como resultado. Dicen que las
acciones sinceras basadas en la verdad nunca fallarán, pero nuestras vidas van
de la mano con la derrota, y no hay nada inmune al fracaso. Simplemente
tienes que saber dónde te sitúas. Es una conclusión que no resuelve nada, pero
tal vez ese sea el punto de este cuestionamiento. Es, después de todo un tema
en el que toda una vida es poco para aclarar. Aunque yo no poseo el coraje
para admitir eso.
Hay un dicho japonés que se traduce literalmente como “Excava las
raíces, excava las hojas.” Es una expresión usada a menudo para describir la
persistencia y minuciosidad, pero hay algunos que se complican con las
palabras – después de todo, puedes excavar las raíces, pero no las hojas. Creo
que esta queja se puede resolver saliendo a campo abierto. Hay hojas caídas
enterradas donde sea; remueve la tierra en un bosque y enterrarás todas las
hojas que aún no se han podrido en el suelo. Puedes excavar tantas hojas como
necesites. El problema es resuelto con una pequeña acción racional. Esta es
una situación donde probablemente deberías de admitir tu error, creo. Fin.
(¿…debería decir algo acerca de Jojo?)
(¡Demasiado tarde!)