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PSICOLOGÍA ESPIRITUAL

ARTE DE LA ESPIRITUALIDAD
Antonio Paolasso

TOMO I
INTRODUCCIÓN
Es fundamental que comencemos a vernos
como seres espirituales que comparten
una experiencia humana en común, a fin
de crear un mundo de aceptación, respeto y amor,
que es, en definitiva, la esencia última de lo
que verdaderamente somos
Sri Sri Ravi Shankar

Hacia nuevos conceptos de vida, alma, mente, espíritu y psicología del hombre

Los avances de las neurociencias, un acercamiento más estrecho con las experiencias orientales
espirituales, la aceptación empírica de fenómenos ciertos, y aspectos observados a través de la
biología molecular y la medicina, han permitido intuir otros aspectos de lo que hasta ahora veníamos
llamando vida, alma, mente, espíritu y psicología. Al cambiar los conceptos sobre el alma, la mente y
el espíritu, naturalmente deben variar las observaciones recogidas tradicionalmente por la psicología,
moderna ciencia que se dedicó a estudiar los fenómenos espirituales, pero que intentó hacerlo con un
modelo “cientificista” por lo que llegó a formular esquemas artificiales que denominó “aparatos”,
siendo uno de ellos el “aparato mental”. Luego pretendió “medir” los fenómenos y la psicología
experimental surge con una serie de parámetros físicos y químicos y leyes, de los cuales la
psicometría quiso encasillar en proyectos “científicos” que sacara a los fenómenos espirituales del
campo metafísico de la especulación filosófica, religiosa o de las simples creencias y opiniones. Pero
como todo lo incompatible, los fines científicos de la psicología no lograron sus metas y esta ciencia
terminó documentando mucho de lo patológico de la mente o instaurando modelos compartimentales
inexistentes, para explicar la conducta y los fenómenos espirituales, la intencionalidad, los fenómenos
cognitivos, más que de la esencia del espíritu.

El uso del espíritu en forma práctica por parte de los orientales les llevó a un mejor
conocimiento de su esencia y presencia, pero la falta de “ciencia” de los orientales no era aceptada
por los occidentales y, así, cada cultura se desarrolló, en forma paralela pero separada, a través de los
siglos. Plotino intentó de algún modo realizar una síntesis, es decir, conciliar los conocimientos de
una y otra cultura, pero no había madurado todavía la conciencia occidental para apreciar toda la
importancia de los descubrimientos orientales y los conceptos que surgieron de esos descubrimientos.
Además, el escollo del principal instrumento cultural, que era el lenguaje, dificultó mucho llegar a
comprender lo que expresaba una y otra cultura. De ese modo, un mismo fenómeno recibía nombres
distintos y detrás de cada nombre o palabra también había conceptos y significados diferentes,
incluso dispares y contradictorios. En el siglo XX, Paúl Burton, Deepak Chopra y la escuela de
Harvard (Goleman y coinvestigadores), han efectuado un nuevo acercamiento entre lo oriental y lo
occidental, pero basándose tanto en el empirismo oriental como en la ciencia occidental, de modo
que la ciencia acude a explicar los fenómenos empíricos que mostraba la cultura oriental.

En el siglo XX, el avance tecnológico y el gran desarrollo de “medios informáticos”, permitió


que algunos pensadores de una y otra cultura se intentaran acercar para conciliar el pensamiento
oriental con el occidental. Pero si bien hubo alguna comunicación y asimilación de conceptos, pronto
lo oriental era traspolado a lo occidental de un modo que deformaba o distorsionaba la esencia de
conceptos y prácticas. El yoguismo y budismo “prende” “a lo occidental” y más que una forma de
vida o concepción de vida, se transforma en una serie de prácticas que son aprovechadas más en
sentido comercial, de esnobismo de modas o un espectáculo circense. En cambio, la cultura
occidental no “prende” en Oriente, en la faz cultural, sino que Oriente se “occidentaliza” con lo
tecnológico, lo incorpora, y lo devuelve más sofisticado o complejo, pero despojado de todo sentido
cultural. La tecnología no dominaba las prácticas espirituales y éstas no eran compatibles con ella.
Estos desencuentros y deformaciones impiden una fusión cultural real y un aprovechamiento mutuo
de las evoluciones espirituales. En las postrimerías del siglo XX la biología molecular y las
neurociencias encuentran fenómenos biológicos no convencionales ni tradicionales y empiezan a
entrever que la mente es algo inmaterial que maneja al cuerpo. Desde esta base sencilla, en la década
del ‘90, muchos investigadores analizan los fenómenos mentales. El grupo que más destaca es el que
nosotros encontramos interactuando en la Universidad de Harvard de EE.UU. y que difundió muy
especialmente a nivel masivo Daniel Goleman, impresionando al mundo intelectual con su obra
sobre la denominada “inteligencia emocional”. Posteriormente el Dr. Benson realiza una serie de
estudios formales sobre la trilogía mente-cuerpo-alma. Estos investigadores “descubren” lo que ya
sabían muy profundamente los orientales budistas, yoghis, etc.: la mente es la que opera sobre el
cuerpo.

Nace el concepto de la trilogía alma-mente-cuerpo y se fundan instituciones dedicadas al


estudio de la mente humana y su influencia sobre el cuerpo. Así, un grupo de médicos de la misma
universidad, trabajan sobre los efectos espirituales, especialmente los religiosos como es la oración,
sobre la salud y la enfermedad. De ahí pasan a la meditación y la relajación y al control de la
respiración. Con una fría técnica “científica” conforman una “casuística” de estudios randomizados
(del inglés random = azar), estandardizados y de “doble ciego” con grupos “testigos” y grupos
operativos. Así descubren que determinadas prácticas espirituales modifican al cuerpo, tanto en la
enfermedad como en la salud. Los neurocientíficos, apoyados en el avance tecnológico, consiguen
aparatos que ilustran como funciona el cerebro frente a los estímulos espirituales y sensoriales en
general. Así se “ven” las reacciones cerebrales anatomofisicoquímicas que suceden cuando el hombre
tiene trastornos mentales, expresa tristeza o alegría, está meditando o está rezando o se encuentra en
estado de éxtasis. Finalmente, al principio de este siglo XXI se deciden unir los científicos de la mente
con los budistas tibetanos y confrontar ideas y formas de pensar. Los budistas descubren que la
ciencia occidental confirma todos sus asertos y la ciencia occidental se sorprende al ver el tremendo
conocimiento de los orientales sobre los fenómenos mentales y el dominio de los mismos y del
propio cuerpo. De esto surgen ideas particulares sobre una nueva concepción del ser humano, en
especial del alma, espíritu y mente.

En Argentina, González Pecotche había adelantado ya el fracaso de la psicología y filosofía


tradicionales para expresar los fenómenos espirituales y con bastante acierto descifra el pensamiento
oriental y lo traduce muy especialmente remarcando las diferencias entre alma, mente y espíritu, la
importancia de la palabra y el manejo del cuerpo con un adiestramiento mental y “filosófico”
distinto, que él propone como una nueva disciplina de estudio que llama “logosofía”. Sus seguidores
piensan que Frankl tomó de González Pecotche el concepto de “logoterapia”. Nosotros creemos que
por separado, uno y otro advirtieron lo que los antiguos ya sabían del logos: la palabra es un
instrumento poderoso por ser la mejor herramienta de expresión comunicativa del espíritu. Cada uno
de estos pensadores busca nuevas palabras para designar nuevos puntos de vistas para estudiar la
mente y el espíritu humano, con la intención de resaltar la importancia del espíritu por sobre todos los
otros conceptos culturales del hombre. Es como reeditar lo que Buda y Cristo intentaron desde otras
épocas y en otros contextos históricos y culturales. Es decir, se recupera nuevamente el sentido
realista del concepto espíritu; y la humanidad, o al menos una parte de ella, tiende a reencontrarse
con la verdadera esencia del hombre para procurar su perfeccionamiento.

Gracias a la contribución de la ciencia, la filosofía y otras disciplinas que ahora intentan


reflotar al espíritu, el hombre de este siglo XXI se encuentra ante dos grandes disyuntivas históricas
nunca vistas en las dimensiones con que actualmente se encuentran:

1. un camino de total involución espiritual


2. un camino de mayor evolución espiritual

El bagaje cultural y la experiencia histórica han llevado a la humanidad que busca la


perfección o evolución espiritual a tener mejores conceptos y más claros significados del espíritu
humano. Pero la otra parte de la humanidad, que es la mayoría, se debate en una total involución
espiritual. Entre ambas se instala una zona gris que amenaza con un nuevo escepticismo: el
relativismo posmodernista que pretende hacer ver que no hay una esencia única de las cosas, sino
meros puntos de vista que hacen imposible alcanzar un grado de certeza. Nosotros no sabemos cuál
de ellas predominará, pero apoyamos sincera y profundamente a la parte humana que cree en la
existencia y evolución espiritual. Si habrá una “revolución espiritual”, ésta debe surgir de la total
convicción de la existencia real del espíritu y de una completa convención, con total consenso
(consenso universal), sobre el lenguaje a emplear para expresar a ese espíritu y las formas de mejorar
sus expresiones y efectos, no sólo en el cuerpo sino en la vida humana total. Si hay esperanzas de
una mejor calidad de vida humana, éstas no están en la tecnología sino en la nueva espiritualidad.

En el orientalismo, en especial el budismo, la nueva espiritualidad, como la predicada por


Buda y Cristo, parte del concepto que el verdadero camino humano es el del bien y el del amor. El
problema es el logos moderno, es decir, el lenguaje apropiado y la palabra justa para manifestar estas
nuevas tendencias e insertarlas dentro de las ya conocidas como excelentes, tales como las doctrinas
budistas y cristianas, en el sentido de bondad y afectividad amorosa. Las palabras o términos bondad
y amor deben ser llenadas de nuevos contenidos auténticos y despojarlas de todos los otros conceptos
inauténticos. El esfuerzo de los occidentales en crear distintas “terapias” y “sofías” espirituales es un
gran emprendimiento de la grandeza espiritual del hombre que tiende a corregir sus propios desvíos.
Así, hoy también se busca cambiar los conceptos tradicionales de la filosofía y la psicología. Ya se
habla de nuevos movimientos, de Psicología Positiva, Psicología Posmodernista, etc. Nosotros, en esta
tendencia, proponemos los neologismos de logognosis, que luego explicaremos, e intentamos
sintetizar bajo el nombre de Psicología Espiritual, todos los conceptos modernos sobre esta cuestión.
Probablemente no alcancemos la perfección comunicativa y nuestra obra adolezca de muchos
defectos, pero nuestra intención es tratar de superarlos y de aportar a otros hombres preocupados y
ocupados por lo espiritual, nuestro pensamiento. El objeto es intentar coordinar todos los esfuerzos
para lograr un consentimiento universal de conceptos e prácticas que nos ayuden a nosotros y a todos
los hombres que necesitan cambiar, para superar los males actuales. También para que la humanidad
logre una evidente nueva evolución espiritual y un cambio evolutivo de su cuerpo para una mayor
excelencia de vida. Otra cuestión fundamental de la palabra psicología es que el sustrato de estudio
conocido como psique, cambie el significado tradicional que tiene, en el sentido de que psiquis es el
alma. Como veremos luego, conviene mejor pensar que psiquis es igual a mente, más que a alma.
Con este pequeño ajuste de concepto y significado, entenderemos con más precisión qué es la
psicología. De otro modo, debatiríamos en una discusión bizantina por una disemia insalvable.

La intención de esta Psicología Espiritual que proponemos es aunar todos los conocimientos y
doctrinas actuales para lograr un mejor entendimiento de la esencia y la funcionalidad de lo que
hemos llamado alma, mente y espíritu y acercarnos más certeramente a la esencia humana. Esto
significa buscar nuestro desarrollo y a través de él ayudar al desarrollo de otros, a una convivencia
pacífica y a la elevación espiritual de la humanidad. También cambiar los conceptos y los fines de la
ciencia, la filosofía y en especial, ayudar a mejorar el cuerpo y la mente. Quizás así evitemos la
involución humana, la destrucción de la humanidad y del mundo y nos reencontremos con la
naturaleza... o Dios. ¡Quién lo sabe! Nuestra finalidad es lograr esclarecer el alcance de los términos
que son fundamentales para abordar el intrincado problema de los fenómenos espirituales. De ahí que
lo primero a enfrentarse, es dilucidar lo mejor posible qué significan las palabras vida, alma, mente
y espíritu. Los conceptos de cada uno de estos vocablos encierra, no sólo una cuestión semántica y
lingüística, sino la precisión de la idea que contiene cada una de esas palabras partiendo siempre de lo
etimológico, es decir del verdadero significado. Si no llegamos a un acuerdo sobre los significados,
no podemos comprender lo que esas palabras quieren decir realmente. Sin poder saber certeramente
lo que cada palabra dice, obviamente no llegaremos a descifrar los modos con que se muestran esos
entes inmateriales.

Hemos dividido a nuestra exposición en capítulos que van estudiando ordenadamente


primero los nuevos conceptos de vida, mente y espíritu y luego las principales funciones mentales
que nos permiten conocer y expresar al espíritu y saber el modo de cómo opera este espíritu a través
del cuerpo humano. Así expondremos luego sobre el intelecto (vida intelectual), sobre las sensaciones
(vida sensitiva) y entre ambos a los fenómenos de conciencia e inconsciencia, para pasar luego a los
fenómenos volitivos (vida volitiva) y así integrar la vida espiritual que se manifiesta a través de esas
“vidas”, que si bien las analizamos por separado, como luego insistiremos hasta el cansancio, en
realidad operan en un solo bloque a tal punto que es imposible saber netamente que es lo intelectual,
lo sensitivo y lo volitivo, lo consciente y lo inconsciente. Por lo tanto, estas “clasificaciones
conceptuales” no definen nada sino son sólo instrumentos útiles para ir comprendiendo por partes al
fenómeno global del espíritu. La idea es que luego, al final, se sintetice todo para obtener lo global
(englobador u holístico) constituyendo una verdadera holística espiritual. De ninguna manera
significa que tengamos la idea o la intención de “parcializar” al espíritu. Todo lo contrario: el espíritu
es un fenómeno único y total. Lo demás son sólo puntos de vista parciales y de ninguna manera
excluyentes ni definitivos. Lo absoluto es el espíritu total en sí. Lo relativo es todo lo que acá decimos
y pensamos como un intento para conocer más completamente al fenómeno real. Para terminar esta
introducción hablaremos ordenadamente de:

• El modelo informático de la mente


• Los conceptos de vida, alma, mente y espíritu

EL MODELO INFORMÁTICO

La teoría práctica

En el concepto de John McCarthy sobre la inteligencia artificial hay que recordar que todo
aparato tecnológico inteligente es obra de la inteligencia humana y de ninguna manera puede
concebirse que haya una inteligencia en el aparato que puede igualar o superar a la inteligencia
humana. La suma del saber y las posibilidades mecánicas de utilizar ese saber con más eficiencia
que la que puede obtenerse de un mecanismo intelectual natural no dan carácter de superior.
Simplemente un aparato no tiene las limitaciones naturales del órgano humano y eso lo hace más
eficiente, pero nunca más “inteligente”. En los programas informáticos hay un resumen de muchos
tipos de inteligencia que cada investigador aporta en la elaboración de dichos programas y esto hace
que esos programas sean formidables para la resolución de complejos problemas, generalmente, de
naturaleza técnica, ya que difícilmente un programa informático pueda crear un sistema filosófico, al
menos en las actuales circunstancias. No obstante, la inteligencia artificial es un arma creada por el
hombre (obra creativa) que a su vez se transforma en un instrumento de creatividad, pues las
posibilidades operacionales de la inteligencia artificial dan al hombre una herramienta formidable
para cooperar con su poder de creatividad. Nos valdremos hoy de la inteligencia artificial para poder
lograr una idea más cercana de lo que es todo el mecanismo de la mente. Como antes lo expresamos,
no hay duda que en la inteligencia artificial electrónica como la que da lugar a una computadora u
ordenador, es un fiel reflejo de lo que puede hacer la mente humana calcado en la habilidad de un
aparato ordenador. Esto lo sostuvo Rayner con firmeza y en tal sentido preguntaba irónicamente si
no sería primero la computadora que el cerebro. Textualmente, este autor escribe: “cuando se les
pide que describan como piensan que funciona el cerebro, responden inevitablemente ‘como una
computadora’. Si se estableciera una analogía, lo único que se puede decir es que el hombre
solamente ha logrado imitar algunas de las funciones de su propio cerebro al construir las
computadoras…Si decimos del encéfalo que ‘trabaja como una computadora’, no deberíamos
olvidar que también funciona como un laboratorio”’

Nosotros sabemos que en la computadora hay un hardware y software. Que el hardware es el


aparato en sí, con todos los accesorios que el hombre le puede adicionar para simular a los sentidos
humanos y para reproducir en forma audiovisual los proyectos más increíbles. Esas máquinas
tecnológicas han adquirido tal perfección que ahora hacen posible casi todo lo que pueda imaginar o
crear la mente humana. Yo diría que el hombre ha tratado de llevar su cuerpo sensible al hardware y
su espíritu al software. El software, como es conocido, es el programa o conjunto de programas que
se introduce en los mecanismos del hardware para lograr el funcionamiento impecable de todo el
ordenador. Las partes más relevantes del ordenador o computadora son la pantalla, el teclado, el
mouse y los reproductores de disquete o de CD o el DVD, las cámaras y otros elementos que hacen al
funcionamiento de la computadora y que simulan los sentidos de la vista y el oído.

Nuestro modelo informático de la mente va a consistir en remarcar el correlato posible que


existe entre la computadora, nuestro sistema nervioso y los actos mentales. Digamos que el disco duro
es el cerebro. El disco duro es un sostén maleable y dúctil en el cual yo puedo poner todo el software
que disponga o necesite. Esto funciona como una condición símil: el cerebro es maleable de acuerdo
a las funciones a las cuales se someta, el disco duro es dúctil según los programas que se le graben.
Entre el modelo del disco duro como cerebro y el modelo de los programas grabados en él como
mecanismo mental, ya tenemos dos ideas bien claras de cómo funciona el cerebro respecto a la
mente. El cerebro pone lo material, la infraestructura (hardware) que hace posible que se materialice
lo que está grabado en el programa que se le transfiere (software). Pero el disco duro no puede
expresarse sino tiene un procesador y otros accesorios que imitan los procesos intelectuales, los cuales
le darán mayor eficiencia o mayor extensión de funciones y harán que las mismas sean rápidas o
lentas, registrables momentánea o definitivamente, etc. Todo lo que el disco duro contiene en lo
atinente a programación que en él se ha volcado o dotado, no puede expresarse sin otro elemento de
hardware como es la pantalla. La pantalla, obra así, como el único medio o instrumento que hace
posible aparecer, patentizar, hacer perceptible todo lo que el disco duro contiene. Presentada de esta
forma la pantalla de PC oficia del mismo modo que lo hace la conciencia en el hombre. Sin la
conciencia, no se expresa la mente.

Ya tenemos, entonces, algunos indicadores útiles para comprender el funcionamiento de la


mente humana, a través del ejemplo de la computadora:

1. Hardware de la mente: cerebro (equivale a disco duro), conciencia (equivale a pantalla)


sistema nervioso (equivale a los circuitos y redes de la computadora, puertos, etc.)
2. Software de la mente: todo lo que el espíritu ha colocado en ella: inteligencia, afectividad y
voluntad. Este software equivale al tipo de programa informático que se grabe en el disco duro
(Linnus, Appel, Windows, etc.). Cada uno de estos programas dotará a la computadora de
mecanismos semejantes al intelecto en la mente. Después, el operador de la computadora, usará esos
programas a su vez, para dotarlos de carpetas y archivos de operabilidad. El espíritu, a su vez, tiene
las carpetas del intelecto, de las sensaciones y de las voliciones. Cada carpeta informática contendrá
diferentes archivos, según las intenciones del dueño de la computadora (en nuestro caso, el hombre
como poseedor de su mente, pondrá en sus carpetas mentales lo que también convenga a sus intereses
o expectativas o intenciones vitales). Cada carpeta tendrá un programa especial disponible, pero éste
no funciona sino es de acuerdo a la forma en que se ha programado el disco duro. El programa
central de computadora es lo que nosotros hemos comparado con el intelecto de la mente humana,
porque de alguna manera, veremos luego, si bien el programa central de la computadora interactúa
simultáneamente con los otros archivos, quien sustenta todo el poder de ordenar: es el programa
principal u organizador primario (en el hombre, ese organizador primario es el espíritu).

Si hemos podido explicar más o menos en forma inteligible nuestra teoría informática del
sistema nervioso y mente en el hombre, ahora será más accesible comprender como funciona la
conciencia en relación con lo que se ha llamado inconsciencia o preconciencia y otros mecanismos y
actos mentales. Veamos ahora el paso siguiente. Cuando yo enciendo la computadora, la pantalla
comienza disciplinadamente a ordenar todos los programas que yo tengo disponibles en forma
inmediata y aparece lo que denominamos “escritorio”. Esta pantalla encendida, cuando deja de
instalar los programas de escritorio, equivale a la conciencia humana en pleno estado de vigilia.
Mientras está procesando la instalación de todos los programas, no es una pantalla hábil para ninguna
acción informática. Está en proceso de activación, pero no puede todavía procesar otra función que
no sea la de completar su instalación. Esto es similar a los estados oníricos o de obnubilación que
suele sufrir nuestra conciencia cuando despertamos en los primeros segundos. Hay una fracción de
tiempo, de extensión variable, hasta que nos “despertamos” totalmente, esto es, dejamos de ordenar
nuestra conciencia para que quede completamente vigil. Recién, en el estado de vigilia plena, ya está
dispuesta la conciencia, con todos los programas inmediatos a usar. El escritorio de la pantalla de la
computadora, equivale a todos los programas que aparecen en nuestra conciencia cuando
despertamos. Allí está el programa que dice “salir o saltar de la cama”, “asearse, ducharse, afeitarse,
peinarse, lavarse la cara, etc.” “desayunar” “buscar el medio para viajar” “realizar las tareas
cotidianas”, etc.

Nuestra conciencia despierta a través de la voluntad (representada en este esquema por el


mouse o teclado), pone en marcha nuestros músculos y así vamos cumpliendo. La voluntad es similar
al ratón o mouse o el teclado de la computadora porque es mediante ellos que logramos elegir y
hacer funcionar cada programa instalado y dispuesto activamente en la computadora. Sin teclado ni
mouse es imposible hacer poner en movimiento la programación, realizar una tarea, esto es, deliberar
y decidir con la flecha o el cursor lo que deseo hacer y en qué forma. Mientras en la pantalla aparece
un programa activo que es el que yo opero con teclado y/o mouse, de acuerdo al modo que necesito
trabajar, los otros programas también están activos y a la expectativa de ser usados según la intención
del operador (espíritu del hombre). Yo puedo con la herramienta “abrir” buscar los archivos
necesarios y “abrirlos”, esto es, ponerlos a mi disposición para usarlos y ahí elijo la operación a
realizar. Con el cuadro o ventana de archivo abierta puede seleccionar abrir otro programa y el que
está funcionando queda inmediatamente “por debajo” o “por detrás” del otro, pero operando
simultáneamente. Si no deseo operar con dos o tres cosas, procedo ordenadamente a cerrar un
programa mientras abro otro. La ventaja de tener “en espera” varios programas activados a la vez en
la pantalla, es porque puede usar coordinadamente de ellos, de acuerdo a lo que necesite realizar. Así
puedo interactuar con ellos sacando algo de uno y poniéndolo en el otro, ya sea como recorte o
simplemente copiar, o puede activar uno u otro sucesivamente para leer. Cualquiera de estas
funciones que realice, la computadora va memorizando, o no, depende del tiempo de permanencia
del uso del programa y del agregado o sacado de su texto. Esta función de memorización rápida y
fugaz, yo la completo cuando activo el cuadro de “guardar” y lo paso a una memoria fija y
permanente. ¿No hay, en esto, similitud entre memoria de corto alcance, memoria fugaz y la
memoria de largo alcance de la mente?

El cursor o la flecha es la atención de la conciencia. Ella es la que selecciona donde la pantalla


va a activar un programa y de la forma que lo va a hacer. Donde yo coloco el cursor, desde ahí en
adelante la computadora comenzará a inscribir lo que yo le coloco. En ese instante, el operador de la
computadora equivale a la realidad que impacta a la máquina. La máquina “percibe”, “registra”, la
realidad que el operador le va imprimiendo con escritura, imagen o sonido. Todos los programas,
carpetas y archivos que la computadora “guarda”, “almacena” en el disco duro constituyen la
“memoria” de la máquina y equivale a la memoria humana. Esa memoria tiene registrada o inscripta
todos los procesos, mecanismos, habilidades o aptitudes, que son necesarias para el correcto
funcionamiento. Cuando se “prende” la computadora y se activa la pantalla, todos esos programas,
carpetas y archivos están ya en movimiento. Pero éste es un dinamismo latente, oculto a la pantalla y
por lo tanto no es percibido por esa pantalla ni por el operador. La programación completa del
software queda en “permanente disposición” para ser usada. Los programas que contienen la
computadora activa y que están ocultos pero dinámicos, son el equivalente del inconsciente o
inconsciencia en la mente humana. Mientras el hombre vive (está “enchufado”) esos programas están
ahí persistiendo del mismo modo que lo hace la computadora enchufada o conectada al circuito
eléctrico. Algunos de esos programas siguen trabajando, como el almanaque y el reloj, aunque la
pantalla esté desactivada, esto es, la computadora esté “apagada”. Algo así como cuando el hombre
queda en coma, en inconsciencia o en sueño profundo. Pero al activar la computadora y poner en
marcha un programa o archivo, la herramienta “Abrir” me permite traer a la pantalla un programa
que está en forma inmediata a la mano. “Abrir” es como la preconciencia o subconciencia que me
permite poner en la conciencia algo que está subyaciendo superficialmente. Cuando necesito recurrir
a otros archivos activados pero ocultos en la memoria, allí también uso la herramienta “Abrir” y
tendré que esperar la instalación de la ventana que me ofrece la herramienta para seleccionar
(recordar) el archivo necesitado y recién entonces lo traeré a la pantalla (conciencia). Esta
herramienta (Abrir) igualmente oficia como el proceso del recuerdo en el ser humano. De este
modelo informático lo que se debe rescatar como hecho sumamente destacable es que nos permite
interpretar al inconsciente del hombre como su memoria. La memoria no es un mero proceso de
guardar datos sino el inconsciente en sí mismo.

Por último, cuando se trabaja con dos o tres o más ventanas simultáneamente en la pantalla es
como operar con una actividad múltiple como cuando ocurre que estamos leyendo algo, escuchando
música de fondo y rodeado por la actividad del entorno, la cual nos impacta secundariamente con
cada estímulo que abre “ventanas fugaces” en la pantalla de nuestra conciencia. Podríamos seguir
enumerando más similitudes entre una computadora o inteligencia artificial y nuestra mente humana.
Pero estimo que con esto es suficiente.

Una mente clara y ordenada oficia como cuando se usa el desfragmentador para dejar
perfectamente alineados los programas, de forma tal que no haya vacíos entre uno y otro que hace
“lenta” la dinámica de la computadora. La mente ágil debe aprender a desfragmentar, es decir, no
tener ideas fragmentadas o pensamientos fragmentados, sino hilar todo en forma coherente. Cuando
la mente está fragmentada es cuando hay más lapsus mentis y lapsus linguae: hay lagunas mentales
difíciles de cubrir y de expresar. De igual modo, Ribeiro nos habla de un “virus mental”
comparándolo con el “virus informático” que descompagina todos los programas y ordenes posibles.
Ribeiro considera que existen “ideas contaminantes”. Así como un virus biológico penetra en la
célula y toma el comando genómico para autorreproducirse indefinidamente, así un virus informático
cuando penetra en el disco duro del ordenador, también “instruye el aparato de reproducción de éste
para producir y difundir copias de sí mismo” en detrimento de los programas previamente
establecidos a los que “mata” para usar ese espacio en su perpetuación. El virus mental, como el
informático, se introduce con ciertas ideas que actúan como los emails contaminados. Esas ideas
llegan a través de mensajes diversos y con formas múltiples, en texto y contexto corto, o también
extenso. Son portadores de “ideas buenas” o que se consideran buenas para otros, pero la adopción
de las mismas y su repetición, las hacen funcionar como perniciosas. Ocurre como con la propaganda
de una bebida alcohólica o del cigarrillo: son introducidos por asociación con momentos agradables
o actividades placenteras. Pero todos sabemos lo que ocurre con el tabaco y el alcohol cuando su uso
se generaliza y se publica. Así como el virus informático consume la energía de la computadora,
también las ideas contaminantes “gastan” la energía psíquica. No sólo se instala el desorden sino que
se termina agotado. Entre los virus de la mente figuran las ideas relacionadas con el dinero, el poder,
determinados modas o usos, trastornos de identidad, etc. Además, hay “material de información” que
nos llega por los medios de comunicación social que nos “distraen” para conocerlos, comentarlos y
difundirlos pero que no tienen ningún contenido útil en sí mismos ni son datos que puedan servirnos
en alguna dimensión, salvo la novedad de la noticia que atrae la atención. Merecen un comentario
aparte, los virus que contaminan la mente con las llamadas “ideas asesinas” que vienen de la mano
del estrés crónico como impulso homicida (el que mata al que hace ruido o se burla de él, etc.) como
el abrazar ciertas ideologías (terrorismo o extremismos religiosos), o ingresar a la delincuencia o
entrar en el “negocio de la guerra” (armas y creación de conflictos guerreros), o adoptar usos y
modas que implican el riesgo de muerte (droga, promiscuidad sexual, etc.). La mente, para ser útil
como una buena computadora, debe estar protegida de los virus y de la fragmentación. Debe saber
manejar todas las “herramientas” necesarias para prevenir tales males o erradicarlos una vez que se
padecen.

Podríamos terminar agregando que el “ánimo” humano oficia como cuando yo estoy
incursionando con el mouse sobre la pantalla, poniendo la “atención” de la flecha para elegir el
programa o acción que estoy dispuesto a iniciar. Ese preciso instante la pantalla (conciencia) cuando
está dispuesta para comenzar a “trabajar” en un archivo sería el equivalente del “ánimo” del hombre.
El ánimo es lo que permite poner en acción ideas (pensamientos) o sentimientos. Las fallas del ánimo,
provocan inacción. Mientras que el encuadre, la luminosidad y los otros factores reguladores del
“fondo” de la pantalla, constituyen el fondo o telón del ánimo conocido como el humor. Si la
pantalla está funcionando “rápido” (instala inmediatamente el archivo pedido) o está “lenta”,
representa el “estado del ánimo”. Cuando la pantalla está simplemente encendida pero no es
estimulada por el mouse o el teclado, en otra palabras, no activa ningún programa, puede estar en
estado de escritorio (conciencia vigil pero expectante, con ánimo en quietud) o bien puede estar
reflejando un archivo el cual se esté observando, si es imagen, o leyendo si es un texto
(contemplación).

Existen fenómenos del alma y del espíritu como las experiencias cercanas a la muerte, que
plantean hechos que dan vuelta totalmente los conceptos de conciencia y de percepción. Estos
fenómenos operan como si “estuvieran en el aire” y en algún momento especial se introducen en
nuestro cerebro y se expresan. Si seguimos nuestro “modelo informático” de la mente, todas estas
cosas no deben llamarnos la atención. ¿Acaso todo lo que contiene Internet está en nuestra PC?
Evidentemente, no. Pero al encender nuestra PC y conectarnos a Internet, todos los datos y
conocimientos que hay en ella pueden ser registrados en algún momento en nuestra computadora.
¿Es, o no, el “modelo informático” un buen ejemplo para los fenómenos inexplicados de nuestra
mente? Quizá la mayor contribución de la “inteligencia artificial” sea esa: poder remedar muchos
fenómenos que la ciencia aún no registra debidamente ni puede explicarlos “científicamente”. Es
probable que si se reuniese un experto en informática y un experto en mente humana, se podrían
encontrar más y mejores similitudes. Pero no hay dudas de que la inteligencia artificial es el reflejo
fiel de la inteligencia natural del hombre. Sólo le falta el espíritu, que es el que está en el operador de
la inteligencia artificial, esto es, el hombre mismo. Si alguna vez esa inteligencia artificial se puede
liberar de su operador humano estaremos ante una nueva creación independiente que actuaría como
si fuera una forma de clonación de la inteligencia humana. Mientras esto no suceda, la inteligencia
artificial existe pero sólo es útil cuando actúa como herramienta comandada por la inteligencia
humana.

VIDA Y ESPÍRITU humano


DOS MISTERIOS DE IGUAL NATURALEZA

Consideraciones preliminares

Es evidente que si bien todos poseemos ese “algo” denominado alma o espíritu, tampoco es
menos cierta la tendencia a ser considerado una entelequia. Esta palabra tiene una noción etimológica
y dos claras acepciones opuestas, según la Real Academia Española (RAE):

1. La noción etimológica la ubica como una “actividad constante”


2. La primera acepción nos habla del concepto filosófico “cosa real que lleva en sí el principio
de su acción y que tiende por sí misma a su fin propio”
3. Finalmente, la segunda y última acepción está referida al uso irónico del término, el que usa
para designa una “cosa irreal”

Por lógica, para quienes aceptan la existencia del alma o el espíritu como entidades en sí
mismas, sin necesidad de depender de otra cosa para ser lo que son y, dadas las características con
que se manifiestan o modos de ser, realmente la noción etimológica de entelequia se condice con la
acepción del concepto filosófico. No hay dudas de que el concepto alma o espíritu, tal cual se denota
y acepta, es una actividad constante que se manifiesta como cosa real que lleva en sí el principio de
su acción y que tiende por sí misma a su fin propio. Por otra parte, las manifestaciones espirituales o
anímicas son evidentes, aunque no pueda conocerse su esencia. Es decir, son “cosas reales”. Quienes
se muestran escépticos o incrédulos en aceptar estos fenómenos como entidades propias, por ignorar
la naturaleza de los mismos, tienden a la ironía y, en estos casos, la palabra entelequia se transforma
en un sinónimo de irrealidad.

Quienes manifiestan su incredulidad están operando como la fábula de la zorra y las uvas: por
no alcanzar a captar lo que esos fenómenos son en sí y por no comprenderlos adecuadamente optan
por ignorarlos y aplicarles el término de irreales, como si esto solucionara la cuestión de la existencia
del alma o del espíritu. En primer lugar, si fueran irreales no se estaría discutiendo sobre su
existencia, pues no habría materia de conflicto. En segundo lugar, la universalidad de la acepción de
la existencia del alma o espíritu como fenómeno real, dan la pauta de que ese fenómeno es percibido
y comprendido por la mayoría de los seres humanos. Esto nos lleva al terreno de la relatividad en el
cual habría dos clases de personas: las que son capaces de sentir y comprender y las que no sienten ni
comprenden o no alcanzan a captar un fenómeno en su dimensión exacta. Una cosa es clara y cierta:
mientras haya individuos que no sean sensibles a las manifestaciones espirituales seguirá la polémica
inacabable de la esencia y existencia del alma y del espíritu. Quienes nos hemos enrolado en la
mayoría que acepta tal esencia y existencia no tenemos ninguna duda de que son fenómenos reales.
La ignorancia o desconocimiento de su naturaleza y modo como operan sobre la vida y el cuerpo
humano nos plantea muchas incógnitas, las cuales no pueden ser llevadas al territorio científico
estricto por ser una cuestión inmaterial pero no son óbice para negar la existencia del alma y el
espíritu.
Pero muchos hombres, convencidos totalmente de que alma y espíritu con dos cosas
indiscutibles y muy reales, han tratado por todos los medios de “cientifizar” a los fenómenos,
estableciendo nuevos métodos de investigación que pueden ser estandardizados en tablas y medidas.
La validez de esos métodos es lo que hoy se discute en medios científicos, dada la tenaz resistencia de
los “academicistas” que se aferran al cientificismo estricto de tener parámetros fijos y universales para
repetir y catalogar un fenómeno bajo análisis científico. La ciencia es capaz de tomar un todo y
dividirlo en partes (análisis), sobre todo en cosas materiales, pero raramente puede tomar partes
separadas y restituir un todo (síntesis) en cuestiones no materiales. El poder de síntesis es más propio
de la metafísica filosófica o del sentimiento metafísico de la fe o creencia. En tanto el científico, al
decir de Sartori, es un pensamiento de homo sensibilis, el metafísico es el pensamiento del homo
intelligibilis. Mientras un hombre piensa en el fenómeno que puede captar sólo con sus sentidos, el
otro lo comprende y lo resume en un concepto abstracto, fruto exclusivo del trabajo mental
introspectivo y no del análisis extrospectivo.

Giovanni Sartori sostiene que “el homo sapiens debe todo su saber y todo el avance de su
entendimiento a su capacidad de abstracción”. Nosotros hemos analizado la facultad mental de
abstraer, mediante la cual el hombre incorpora a su mente ideas o imágenes de las cosas que percibe a
través de los sentidos, pero también de aquellas que no son perceptibles y son producidas por la
propia mente, como son los conceptos. Esos conceptos parten de las imágenes de la percepción o
imágenes objetivas, o bien, nacen en imágenes subjetivas, irreales o imaginadas (idea elaborada por la
mente, imaginada, sin el dato de los sentidos y por una simple percepción extrasensorial, interna o
endógena. Imagen puramente mental). Tanto las imágenes abstractas producto del estímulo de los
sentidos por un objeto exterior o imagen exógena, como las meramente producidas por la mente o la
imaginación sin la participación de los sentidos o imagen endógena, son imágenes elaboradas por un
proceso mental. Luego, esto hizo pensar a Platón y otros filósofos que esas imágenes alejan al
hombre del mundo real, objetivo, del mundo del ambiente o medio que lo circunda. Por un lado,
porque las imágenes abstraídas de fenómenos reales, nunca expresan fielmente al objeto observado ni
lo reproducen tal cual, por lo que no pueden expresarlo así ni por la reproducción gráfica o pintura,
ni muchos menos por el signo abstracto que es la palabra. En cuanto a las imágenes abstractas
endógenas, que luego veremos, por ser irreales, son mucho más difíciles de expresar y entender por
no tener un referente específico sino sólo una idea casi individual o personal.

Si bien nadie puede definir certera y completamente qué es el espíritu, tampoco es menos
cierto, como dice Chopra, que muchos podemos decir, frente al esfuerzo de la definición, que “no es
esto ni aquello”. ¿Por qué esta dificultad? El mismo Chopra lo asevera: “el espíritu no tiene causa;
no está limitado por el tiempo ni el espacio; no es una sensación que pueda ser vista, tocada ni
percibida por el gusto o el olfato”. Otra idea de Chopra es “al espíritu no se lo percibe como
emoción o sensación física... se experimenta primero como la ausencia de lo que no es espíritu”. De
ahí la necesidad de buscar ideas, aproximaciones y símbolos. Sartori define claramente que
determinadas palabras del lenguaje del hombre son simplemente símbolos lo que quiere decir que son
“representaciones sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con
ésta por una convención socialmente aceptada”. Esto significa, en la explicación del autor, que la
mente admite figuras, imágenes de cosas perceptibles por el tacto, el oído, el gusto, el olfato o el ojo
(cosas que se ven, cosas visibles). A este grupo pertenecen los nombres propios y las “palabras
concretas” que se refieren a un objeto común a todos (cama, mesa, carne, automóvil, gato, mujer,
etc.). Para Sartori, esto constituye “nuestro vocabulario de orden práctico”, el que se maneja
cotidianamente en nuestra vida común.

Pero hay otro orden de palabras que constituyen un “vocabulario cognoscitivo y teórico”,
cuyo carácter abstracto puro (imagen endógena) no le da correlato en objetos o cosas perceptibles
por nuestros sentidos. Luego, el significado de esas abstracciones interiores o intelectuales no se
puede traducir con una imagen mental concreta, como ocurre con los símbolos. De este modo, para
Sartori, ciudad es un concepto que de algún modo forma un símbolo o figura visualizable. Pero, por
ejemplo, ¿quién puede formar un símbolo o imagen mental con las palabras nación, Estado,
soberanía democracia, representación, burocracia y otras similares? De igual modo ocurre con los
clásicos abstractos que designan cualidades: belleza, fealdad, bondad, maldad; los que designan
valores como virtud, ética, moralidad, etc. y, por lógica, con lo referido a la espiritualidad. Esto
ocurre porque los conceptos abstractos son productos exclusivos de nuestra mente y cuya entidad no
es posible imaginar en una figura concreta y común a todos, sino sólo aplicarlos a casos concretos
singulares. Sólo nuestra mente puede denotar un poco y connotar muchos conceptos como justicia,
legitimidad, legalidad, libertad, igualdad, derechos. Pero mientras esa mente sólo puede hacer
“visible” en forma contingente algunas cualidades cuando son referidas a un objeto en particular (una
flor puede ser bella o fea, una persona puede ser buena o mala), los conceptos referidos a entidades
puramente abstractas, sin que se pueda referir a una cosa en concreto, constituyen abstracciones “no
visibles” en modo alguno. Este concepto de algunos abstractos como entidades invisibles e
inexistentes, sin embargo, no es óbice para que el hombre maneje conceptos cotidianos referidos a la
realidad social, política y económica que en particular está inmersa cada persona de la sociedad
humana. Las palabras: desocupación, inteligencia, felicidad, son abstractos fundamentados
únicamente en un pensamiento conceptual que no tiene ningún sostén real. Si queremos darle un
sustento de “visibilidad” sólo lo haremos como lo hacemos con las cualidades: tomamos un sujeto
concreto y le aplicamos el abstracto. Así, la desocupación se hará “visible” a través de la imagen
concreta del desocupado o desempleado. Otro concepto como la felicidad será posible visualizarlo a
través de la fotografía de una cara con expresión plácida y sonriente, una “cara feliz”. La palabra
libertad, siguiendo la idea de Sartori, tiene “representatividad” en la figura de un preso liberado.
Obviamente, la palabra igualdad tendrá una concretización en la comparación entre dos objetos
similares a los que llamamos “iguales”. En cambio, la palabra inteligencia no es posible hacerla
concreta sin la imagen de un cerebro. Esto es debido a que en ese órgano residen las facultades
intelectuales y el poder de inteligibilidad pero no es en sí la inteligencia.

Sartori remarca que esta forma de imaginar asociaciones es una actitud peligrosa, como antes
lo destacó Platón, que lleva a distorsionar mucho el significado ajustado de esos conceptos
abstractos. A modo de explicación, nos dice que la imagen de un hombre desocupado o desempleado
no lleva a comprender cabalmente la causa de la falta de trabajo y como resolver esa coyuntura.
Simplemente es una asociación un tanto burda, de tener una idea concreta del desempleo, pero sólo
desde un punto de vista: el hombre sin trabajo. Para poder completar todas las implicancias del
término abstracto desempleo o desocupación laboral, habrá que acudir a otras concepciones
metafísicas o modos de conclusiones extraídas del análisis de una realidad (es el trabajo de las ciencias
sociales, económicas, políticas, psicológicas, de las filosóficas, etc.). Nunca, por sí, un abstracto, con
sólo pronunciarlo, nos dirá todo su contenido en forma particular. Los contenidos concretos del
abstracto se materializan también en situaciones concretas. Así no todos los liberados de una cárcel
abarcan toda la extensión del término libertad ni todos los pobres concretos del orbe nos explican qué
es la pobreza, como tampoco conocer a un grupo de enfermos nos dice clara y completamente que
significa la palabra enfermedad. El manejo social del lenguaje por parte de agrupaciones humanas ha
permitido clasificar a muchos pueblos como primitivos o avanzados. Los pueblos primitivos son los
que conservan una organización tribal y sólo se comunican con palabras concretas, es decir, las
referidas a la realidad inmediata circundante y a objetos exclusivamente perceptibles. Este tipo de
lenguaje concreto les facilita la comunicación entre sí, pero de ninguna manera les otorga una
capacidad que Sartori llama “científico-cognoscitiva”. Esto significa que esos pueblos tienen el don
de entenderse entre sí, de comunicarse, pero de ningún modo podrán progresar “científicamente”
porque no poseen el sentido del análisis y la síntesis de la disciplina llamada ciencia. Contrariamente,
los llamados pueblos avanzados son los que han adquirido el lenguaje abstracto, especialmente el
construido por un andamiaje lógico (sometido a las reglas de la lógica) que es lo que permite el
“conocimiento analítico-científico”. Esos pueblos “avanzados” son propulsados por la tecnología y
las ciencias en general y por una “mente culta” en particular. Es la mente del “pensamiento abstracto”
que es el da lugar al arte de pensar y puede ser la base de una comunicación más elaborada y de la
transmisión de conceptos basados en la capacidad de la dialéctica del análisis y la síntesis, no sólo de
lo científico, sino también de las cuestiones abstractas.

De esta manera, Sartori concluye que “todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la
esfera de un mundus intelligibilis (de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo
alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por los sentidos”. Dicho de otra forma, esto puede
enunciarse como que el conocimiento total del hombre actual, civilizado o “avanzado” es producto
no sólo de las impresiones de sus cinco sentidos, del mundo percibido exclusivamente por los
sentidos (mundus sensibilis), sino que también está completado por los conceptos puramente mentales
y sin representación sensible que son los abstractos y que pertenecen al mundo intelectual (mundus
intelligibilis). Esto nos puede retrotraer a conceptos tales como el sensismo o doctrina epistemológica
basada en el mundus sensibilis que postulaba que exclusivamente las ideas del hombre son símbolos
“calcados”, derivados de las meras experiencias sensibles. Esta doctrina, si bien expresa un fenómeno
real y existente, al no ser la expresión cabal de cómo el hombre llega a formar sus conceptos, no
prosperó por intentar su primacía. Otra cosa hubiera sido si se la ubicase como parte del proceso
mental de la conceptuación. Como reacción al sensismo y tratando de explicar las cosas al revés,
Kant sostenía que las ideas o idea es, según cita Sartori, “un concepto necesario de la razón al cual
no puede ser dado en los sentidos ningún objeto adecuado”. Tanto el sensismo como el kantismo
expresan dos fundamentalismos, si bien parten de hechos fenoménicos concretos. Hay imágenes que
nacen de los sentidos pero sólo el cerebro, sede de la inteligencia, es capaz de dar forma y, por lo
tanto, imprimirle un significado para formar un concepto. Esto lo veremos en el esquema que
haremos de las funciones mentales intelectuales. Naturalmente, si queremos ir al fondo de la cuestión,
llegaremos a la conclusión kantiana de que sólo la inteligencia es capaz de formar todos los
conceptos, tanto los que nacen de la percepción sensible como los que forma exclusivamente la
mente. De ahí que hubiera que admitir únicamente la existencia del mundus intelligibilis como
proceso final del conocimiento y de toda otra actividad espiritual. Esto nos transforma en homo
sapiens y nada más.

Nos hemos permitido esta larga digresión sobre el lenguaje y el uso y conocimiento de las
palabras, pues, quizás, el entendimiento del problema alma-espíritu sea más dialéctico que intelectual
o científico o filosófico. Es patético que ciertas cuestiones semánticas son mejor comprendidas por la
filosofía o pensamiento abstracto que por el pensamiento científico-analítico-perceptivo o sensista
(relativo al uso de los sentidos). Mientras el primero analiza tanto las cuestiones materiales como
inmateriales, el segundo sólo analiza cuestiones materiales. La inmaterialidad es la imposibilidad
lógica y el vallado más difícil de sortear por lo llamado ciencia. Pero la tendencia en el siglo XXI es
que la ciencia también cambie sus conceptos para transformarse en lo que Sartori llama “científico-
cognoscitivo”. Esto significa que el fin último de la ciencia es “conocer” todos los fenómenos
sensibles y aún los que no están expuestos a la materialidad de los sentidos sino sólo son patrimonio
del sentimiento íntimo de todos los seres humanos. Si bien el espíritu tiene manifestaciones
“sensibles” en forma indirecta (a través de las acciones espirituales) su existencia es perceptible por las
sensaciones extrasensoriales. Esta fina “perceptibilidad” es lo que lo hace materia de “investigación
científica”, pero con una ciencia que haya introducidos cambios suficientes y efectivos para
“materializar” lo inmaterial. Aún así, esta ciencia confirmará los modos de ser o de manifestarse de un
fenómeno inmaterial, pero nunca podrá llegar a conocer certeramente la esencia del mismo.

Por ahora, alma y espíritu, salvo algunos escarceos o intentos “científicos”, sólo son
cuestiones semánticas que algunos biologistas intentan reducir a “meras funciones cerebrales” en las
cuales el cerebro es el creador de Dios, del alma y las funciones espirituales y de la vida humana
(experimentos Newberg-D’Aquili, trasplantes de cerebros del Dr. White y las opiniones de Watson y
Crik - descubridores de la fórmula del ADN humano - y de algunos ateos como Puente Ojea). Entre
las teorías abolicionistas, figura la del escritor español Gonzalo Puente Ojea., quien sostiene lo que
denomina el “mito del alma” y que consistiría en una especie de “construcción del alma” por parte
del hombre prehistórico, quien sería el presunto descubridor de tal concepción, basándose en la
observación de fenómenos que para él eran ininteligibles. Este autor piensa que la religión nace junto
con la noción del “alma”, la cual ser inventada constituye una especie de “umbral de la religión”. En
su opinión, el concepto “alma” nace en la observación de fenómenos de la naturaleza que causan al
hombre sentimientos de temor, de perplejidad. Cree que para concebir la “idea de espíritu”, el
hombre tenía que comenzar por comprender a su mundo y usar el “maravilloso regalo de la
evolución genética” en que consiste la reflexión para dedicarse a cuestionarse a sí mismo en relación a
los demás. Puente Ojea construye su tesis partiendo de la noción de que las experiencias que sumían
en el temor y la perplejidad al hombre prehistórico le llevó a pensar en su entidad humana como una
especie de “doble”: la posesión de su cuerpo como base de sus movimientos activos y la existencia de
algo que dirigía ese cuerpo, el cual en situaciones de desvanecimiento o muerte quedaba “sin vida”.
Ese “algo” que dirige la vida (segundo elemento después del cuerpo o primer elemento), se
manifiesta en las experiencias oníricas, que aparecían como si otro elemento no corporal se
manifestaba en los sueños nocturnos con la representación de imagen de lo que era el “yo” del
cuerpo. Cita a Edgard Tylor como autor de la idea de ese “yo” en forma de “espectro”, “el fantasma”
que en sueños vaga, deambula y se esfuma. En esta creencia centra Puente Ojea el origen de la idea
de un cuerpo y un alma, en el sentido de una especie de “visión del ser humano” como algo complejo
en “lo corporal” y lo “no corporal”, y ambas cosas actúan de modo “armónico”. Asimismo, este
escritor español piensa que la religión reforzó la idea de “alma” del prehistórico y se establece una
especie de simbiosis: la idea del alma conduce a la religión, la religión alimenta la idea del alma.
Sostiene que las ciencias modernas, por su desarrollo, saben perfectamente que no existe ninguna
forma de energía que sea de orden espiritual y que no se atenga a la realidad de las leyes físicas. Sin
detenerse mucho en el análisis de la teoría de Puente Ojea, este autor parece desconocer que las
neurociencias, la genética y la biología molecular, están demostrando la existencia de “energía” que
produce una serie de fenómenos biológicos y que no está sujeta a ninguna ley física conocida. Esto
ha sido comprobado por SPET y otros estudios modernos de alta tecnología en cerebro y en otras
células, las cuales emiten registros bioeléctricos susceptibles de ser grabados en ondas. Tampoco la
energía cósmica puede sujetarse a leyes y teorías como ocurrió durante un tiempo con la física
elemental. Hoy el conocimiento de subpartículas atómicas ha cambiado todo el conocimiento y las
ciencias físicas y establece otros principios como la teoría cuántica, la teoría de la soga, el principio de
incertidumbre, etc. Eso por un lado. Por otro lado, también Puente Ojea parece desconocer la idea
de filósofos mucho más renombrados y de mayor trascendencia que sus libros e ideas, como por
ejemplo, ocurrió con Bertrand Russell, otro escritor anticatólico, que no tuvo empacho en reconocer
la existencia del espíritu como una fuerza que se manifestaba mentalmente como inteligencia, afecto
y voluntad. La obra de Puente Ojea soslaya la existencia de los fenómenos mentales que la misma
ciencia que él cita ha comprobado y que no pueden ser reproducidos en laboratorios ni encerrados en
fórmulas químicas o físicas. La Psiquiatría y la Psicología moderna, ambas ciencias rigurosas,
reconocen los fenómenos mentales y espirituales. Queda en duda la afirmación tajante de Puente
Ojea, en el sentido de que las ciencias modernas no han determinado la existencia de una energía
espiritual. Lo que la ciencia no determina, obviamente, son las conclusiones religiosas sobre el alma y
el espíritu, pero tiene ampliamente certificada la existencia del alma y del espíritu como elementos
meramente constitutivos del ser humano. Lo que dicha ciencia no ha podido determinar es la esencia
o naturaleza de los fenómenos anímicos y espirituales y sólo se limita a registrar y describir dichos
fenómenos. Lo que no hace la ciencia, en sí, es negar la existencia del alma y del espíritu, sino son los
científicos que realizan conclusiones “sui generi” sobre esos conceptos. Los científicos más acérrimos,
según hemos analizado, los atribuyen como funciones del cerebro. Empero, su propia teoría hace
agua cuando refiere la existencia de “lo corporal” y lo “no corporal”. Se limita a criticar la
interpretación espiritualista de lo “no corporal” pero no da ninguna idea sobre la esencia del
fenómeno innegable. “Lo no corporal” existe y así lo reconoce Puente Ojea. Lo lamentable es que
no arriesgue otra explicación distinta de esa entidad y sólo critique lo que ya tiene un consenso
universal.

Esta corriente biologista denominada “abolicionista del alma” o “antiespiritualidad” que niega
la independencia del alma y del espíritu en relación con el cerebro humano, ha generado una
corriente antiabolicionista cuya expresión más firme y seria y “científica” es la del grupo de Herbert
Benson. Nosotros intentaremos explicar las diferencias semánticas que llevan a conceptos
equivocados y porque el cerebro es el instrumento y no la causa de la manifestaciones espirituales.
Para poder dilucidar mejor qué significa alma y espíritu, primero tendremos que definir qué es la
vida en sí misma.

La energía misteriosa

Siempre se ha sostenido que la vida es una energía misteriosa y misterio, según la RAE, es
“arcano o cosa secreta en cualquier religión. Cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe.
Cualquier cosa arcana o muy recóndita que no se puede comprender o explicar”. Esto significa que
arrancamos ya con una cuestión harto clara: de que misterio no es algo que pueda ser sometido
totalmente a la razón y que muchas veces debe recurrirse más a la fenomenología y a la fe, a la
comprensión, que a una posible completa explicación. Pero aceptamos a lo misterio en la acepción de
lo que no se puede explicar completamente. Luego, si bien la energía vital es misteriosa y nuestra
razón no puede abarcarla para explicarla, al menos puede percibirla y comprenderla. Ya definimos
qué es misterio. Sólo nos resta hablar de energía. Con estos dos conceptos traeremos a consideración
la existencia de una energía misteriosa que sustenta tanto a la vida como al espíritu, especialmente al
espíritu humano. Empezaremos por el misterio de la vida.

William S. Beck ha escrito sobre el enigma de la vida y en su planteamiento afirma que la


ciencia es un rasgo sobresaliente de la civilización moderna, que nos introduce a mundos extraños y
nuevos, a los que necesitamos comprender como también debemos comprender básicamente a la
ciencia en lo que es y lo que no es, lo que ella puede y lo que no puede hacer para ayudarnos a
acomodar el ambiente a una vida más placentera y confortable. Si fuera posible, esa ciencia debería,
asimismo, tender a enseñar acerca del hombre, de su puesto en el cosmos y su destino. Pero una de
esas ciencias, la biología, no tiene actualmente un solo estudioso calificado para discurrir sobre el
problema de la vida misma.

Todos están ocupados en desentrañar las estructuras vitales pero ninguno dispuesto a lidiar
con la única pregunta dominante que les es común a todos: ¿qué es la vida? Muchas hipótesis
intentan explicar la naturaleza de la vida pero ninguna ha podido responder decisivamente con una
prueba indiscutible. Incluso ninguna de esas hipótesis es susceptible de probarse experimentalmente
en un laboratorio. Lo único que se ha logrado es manipular los genes para hacer grotescas
experiencias clonadoras de humanos en los laboratorios, en busca de una hipotética mejoría de la
calidad de la vida humana. Con esta meta ambiciosa se han logrado varios éxitos, pero el conjunto de
los mismos no mejora la calidad de vida de la humanidad en general. Mientras una parte de la ciencia
lucha por prolongar y mejorar la vida, la otra produce cosas que la llevan a la destrucción y a la
enfermedad.

El misterio de la vida, como el del hombre mismo, a través de la historia ha tenido muchas
hipótesis. La Biblia nos dio el concepto creacionista: un fenómeno que se creó y ahí esta “tal
cual” (concepto fijista) y su esencia es eso: una criatura. Los evolucionistas pretendieron ir más allá e
identificar al origen de la vida a través de una evolución o filum que hizo varios ensayos de error y
prueba para seleccionar lo más apto y esto llevó a Darwin a formular su teoría de la evolución y de
la supervivencia del más apto. Los filósofos existencialistas contemporáneos piensan que el máximo
exponente de la vida, el hombre, aún está en una etapa evolutiva, la que se manifiesta a través del
desarrollo de su inteligencia. Los griegos no se hicieron mayor problema y, así como los hebreos
recibieron la revelación de la creación, para los griegos la cosa era más sencilla: toda la naturaleza,
incluyendo la vida, estaba ahí “desde siempre” y crean la idea de eternidad (aunque nunca emplearon
esa palabra). Claro que este “siempre igual” no se manifiesta en una forma fija y monótona, sino que
cumple un ciclo de eterno retorno, algo así como las cuatro estaciones del año, el nacimiento, la
muerte, etc. Incluso hasta se pensó en el “renacimiento” bajo otro cuerpo, o sea, una reencarnación
de la cual era un apasionado sostenedor Platón. La resurrección propuesta por la Iglesia Católica no
sería otra cosa que la reencarnación en nuestro propio cuerpo.

Luego, con estos criterios todo parece operar de la forma siguiente: la vida, como energía en
movimiento, es eterna, pero al determinar o completar la constitución de un organismo
determinado, queda supeditada a la cronología o edad de ese organismo, el cual es perecedero y
termina el ciclo vital con la muerte. Así, los griegos contraponen a bios (vida), la tanatos (muerte)
(bios vs. tanatos).

Estas interpretaciones nos llevan a dos situaciones bien definidas:

ϖ La existencia del concepto vida que abstractamente opera como fenómeno continuo e
inacabable, cuyo principio no se conoce y que su permanencia presente desde que el hombre
adquiere conocimiento, lleva a pensar que es eterna
ϖ La existencia del concepto vida que concretamente se expresa en un individuo vivo
determinado, en el cual se conoce el origen y el fin, y que a esta vida se le denomina alma o ánima,
pero que se ha presupuesto, especialmente en el hombre, que esta vida, en estado inmaterial de alma,
queda en suspenso después de la muerte

Aún aceptando el concepto de la muerte del cuerpo u organismo, en la concepción griega,


católica y de algunas otras creencias, la vida de ese organismo en particular (bajo la forma de alma)
parece no terminar en lo que se llama muerte, sino que queda “en suspenso” hasta volverse a
reencarnar, en el mismo cuerpo o en otro (según sea la creencia). De esta forma, el hombre ha
pensado que no se pierde el concepto de vida eterna, porque el alma sería esa “operadora de vida”
que anima un cuerpo determinado y por lo tanto, sigue siendo eterna después de la muerte de ese
cuerpo. Para los no católicos, la duda es ¿esa alma eterna conserva las características determinadas de
una persona a la que animó? Según la teoría de la resurrección cristiana, es totalmente así. La teoría
de la reencarnación, contrariamente, no asegura que en la reencarnación el alma se manifieste tal cual
era en la persona que falleció.

Desde otro ángulo, los biólogos modernos como Hans Driesch lograron algunos
experimentos en los cuales una salamandra regeneraba una pata cortada, o podían hacer crecer en
cualquier parte del cuerpo de algunos anfibios, otras partes del cuerpo, por ejemplo, una cabeza en el
abdomen. Estos experimentos de ficción científica, pero reales, llevaron a la idea de algo así como un
principio organizador, una especie de energía invisible que actuando como un agente director que
residía dentro de la sustancia vital u orgánica, regía todos los pasos o procesos que permiten a un
grupo de moléculas o partículas, dar origen a un determinado organismo completo. Así, las células
destinadas a crear un organismo específico, o una parte de él, siempre que operen sobre la misma
materia base, reproducirá indefectiblemente el organismo al cual estaban naturalmente destinadas
(teoría vitalista). Inmediatamente, hubo una reacción con un desacuerdo evidente con la hipótesis
Driesch que comenzaron con la primera pregunta ¿necesitamos postular la existencia de fuerzas
vitales invisibles para explicar lo observado? Consecuentemente, esto llevó a la otra pregunta ¿qué
puede hacerse para verificar la existencia de esas fuerzas vitales? Pero todo quedó en el campo de la
hipótesis de la existencia de fuerzas vitales invisibles y de la imposibilidad de comprobar o negar con
una experimentación biológica, tal hipótesis. Más aun: ninguna situación podía imaginarse que fuera
incompatible con la existencia de esa fuerza vital postulada. Cualquier cosa que se observara, estaba
dentro de la hipótesis: era la fuerza vital en acción. Incluso la muerte podía explicar como la cesación
o pérdida de la fuerza vital, de modo que ni siquiera la muerte del organismo ponía fin a la existencia
de la hipótesis.

Sin embargo, en oposición al concepto de Driesch, apareció la teoría mecanicista. Los


biólogos mecanicistas insisten en que todos los fenómenos orgánicos requieren una explicación en
términos fisicoquímicos, ya que ninguno de ellos tiene una previa explicación automática. Hoy,
muchos biólogos no conformes con la teoría de Driesch ni la mecanicista, intentaron otra explicación
que estuviera en el medio de las dos concepciones pero uniéndolas, dado que fácticamente ambas
eran aceptables. Esta nueva concepción, integradora u holística, se denominó organicismo y opina
que la vida se debe o depende, de la compleja organización de sus elementos materiales, en términos
fisicoquímicos.

A pesar de la pomposidad de términos y sus explicaciones más o menos racionales y


aceptables, en el fondo sigue sin resolverse la cuestión fundamental de la esencia de la vida. La
integración vitalista-mecanicista no ha hecho nada más que unir dos observaciones científicamente
válidas, pues son fenómenos dados de indudable observación y comprobación empírica, aunque no
sean reproducibles en el laboratorio. El organicismo no desplazó la teoría Driesch sino que la unió a
la otra nada más que para zanjar una discusión bizantina. En esencia, la vida sigue siendo una especie
de energía y todos sabemos que la energía es invisible a los sentidos y sólo se manifiesta a la
percepción bajo la forma de los procesos a que da lugar, impulsando los elementos materiales, los
únicos accesibles a la percepción sensual (“corporización” de la energía).

La energía “material” o inorgánica, aquella que surge de la materia inerte o sea, del átomo,
también dijimos es invisible, pero sus efectos se materializan en diferentes fenómenos y el hombre lo
ha demostrado a través de inventos artificiales como es la bomba atómica, el uso de isótopos
radiactivos y la usinas atómicas, como asimismo los transportes impulsados por la energía atómica.
Esa energía en la naturaleza se observa en muchos fenómenos y últimamente se trata de captar su
forma de energía cósmica.

Pero la energía “vital” u orgánica, la que se materializa en el proceso de formación de un


organismo vivo, sólo tiene esa posibilidad: ser visible formando el órgano vivo y con éste, el
conjunto denominado organismo. Ese proceso vital que ha sido denominado organicismo y tiene
como base a la energía vital bajo la forma fuerza vital o principio organizador (organiza las
moléculas transformándola en estructuras vivas funcionantes). Sólo una cosa diferencia a ambas
energías: la energía inorgánica o “material” puede ser manipulada por el hombre una vez que
consigue liberarla y la transforma para otros fines. Puede artificializar lo natural. La energía vital no
es posible liberarla de la sustancia orgánica, sin provocar la muerte de la misma o su destrucción y
una vez ocurrido esto, ya dijimos que cesa o desaparece esa energía. Se esfuma. Sólo podemos tomar
una molécula que encierre a esa energía y, sin destruirla, darle los medios necesarios para su
desarrollo natural o alterado. La alteración puede ser celular o genética. Sin embargo, es necesario
distinguir que ambas energías, vital y material, siempre operan sobre moléculas y este punto en
común, fusiona el concepto de su esencia, dando al término energía el mismo rasgo rango de
“operador sobre la materia”. Una energía opera en la materia inorgánica (la que no constituye un
organismo) y la otra opera sobre la materia orgánica (aquella que es útil para formar un organismo).
Si no se comprende bien y se trabaja muy fino al nivel de discriminación de estos fenómenos
energéticos, se puede sacar conclusiones racionalmente válidas, pero que nos alejan de la
comprensión de fenómenos reales, y susceptibles de ser interpretadas desde diferentes puntos de vista.
Nuestro punto de vista es hacia lo más simple y de sentido común: explicar los fenómenos de una
forma sencilla, partiendo de conclusiones universales y susceptibles de ser reconocidas por los efectos
y modos de operar de los fenómenos. La base de estas explicaciones es un previo ponerse de acuerdo
con el sentido o significado de las palabras, pues de otro modo, una misma palabra puede estar
siendo manejada con conceptos distintos, aunque los mismos se estén refiriendo a un fenómeno
único.

La similitud operativa de la energía, ha llevado a otros conceptos como es el de energía


cósmica o energía absoluta, la cual es la que “opera” según la “materia” u “objeto” a cuyo fin se
aplica y de este modo será una energía materializadora de lo orgánico e inorgánico y del orden
natural con que funcionan todos los entes conocidos. Esto explica por qué una materia considerada
inorgánica puede ser manipulada en el laboratorio para que se considere como un símil de la
orgánica, pues ordenaría las moléculas en formas similares. Es el caso de las membranas artificiales
creadas en los laboratorios que crecen y se reproducen a expensas de fenómenos fisicoquímicos, pero
que no alcanzan a formar un organismo. La energía cósmica opera sobre la energía ambiental del
planeta Tierra cómo lo hace sobre otros elementos del espacio. Tanto las estrellas como los planetas y
sus satélites viven en un espacio “activo” donde meteoritos, partículas y otros cuerpos “errantes” se
mueven incesantemente. La energía moviliza partículas o modifica átomos o moléculas. Así, se
“materializa” como partículas radioactivas o como movimientos de electrones y de una forma u otra,
“ioniza” moléculas confiriéndoles una movilidad particular que las vuelve “activas” para modificar
otros fenómenos materiales. En general, la ciencia denomina a estos fenómenos como “radiaciones” y
explica lo ocurrido con las moléculas activadas con el proceso de “ionización” (la palabra ión deriva
del griego que significa “caminante”) y esto marca la característica de la molécula activada la que
“camina” o se mueve en sí misma o transmite vibraciones que comunica su actividad a otra molécula
con la simple cesión o captación de electrones u otras partículas atómicas u electrónicas.

El otro problema, que ahora entraremos a considerar, es cómo el hombre, operando sobre
moléculas orgánicas e inorgánicas, puede manipular sobre una y otra y, aparentemente, sacar
conclusiones confusas sobre la naturaleza de una u otra energía. Estas aparentes contradicciones, sólo
pueden ser explicadas por lo que recién aludimos, en lo relativo al concepto de energía cósmica. Si
todas las energías parten de una misma naturaleza, es posible que al alterar el orden natural, una de
ellas pueda comportarse como otras distintas. Esto también explicaría algunos “cambios naturales”
inexplicables para las rígidas teorías o conceptos sobre la “inmutabilidad” de una determinada
energía. Luego, el concepto de energía aplicado a los fenómenos naturales que se observan en el
ordenamiento de lo que hemos llamado “naturaleza” y “cosmos” no debe ser un concepto abstracto
incomprensible o inefable, sino que sólo puede ser interpretado por los “efectos” fenoménicos ya que
la energía en sí misma no es posible aprehenderla por los sentidos orgánicos. Sólo es abarcable por la
inteligencia a través de la percepción metafísica y como consecuencia de observar efectos parciales
sensibles del fenómeno en general.

Se puede manipular una célula y obtener de ella diferente tejidos (células madre o stem cells o
células totipotenciales o células estamentales) o bien manipular moléculas genéticas y con ellas
reconstruir nuevos genes, modificar los existentes y obtener por su manipulación, algunos fenómenos
vitales que transforman un organismo en otro (transgenia) o lo reproduce (clonación) o bien
suprimen o agregan genes para modificar una función generalmente patológica (genoterapia). La
energía material es divisible (separable de lo material). La energía vital es indivisible (inseparable de
lo material). La energía material se expresa como diversos fenómenos. La energía vital se expresa,
como dijimos, en un solo fenómeno que es la formación de un organismo vivo, de tal forma que es
imposible separarla del mismo sin destruirla. La física molecular y la biología molecular, al llegar al
mundo de las “partículas subatómicas”, se encuentran con la teoría de los bosones que llevó a la
ciencia a la frontera misma de la zona donde la materia se transforma en energía y viceversa. Esto
parece mostrar, a primera vista, que materia y energía son una misma cosa o constituyen un todo
inseparable bajo la forma de partículas y subpartículas atómicas y que son simples modos de
manifestación de la existencia de las cosas animadas e inanimadas, cualquiera sea su naturaleza.
Hilando finamente, tanto lo orgánico como lo inorgánico y lo de cualquier otro posible “reino”, en
esencia, es lo mismo. Sólo que la “energía” (operando como fuente única) maneja diversas moléculas
(que son las mismas para todo ente material) en distintas direcciones y, según el modo de operar y el
tipo de moléculas usadas, originará una u otra cosa. Esto, mostrado y “demostrado” científicamente al
nivel molecular, atómico y subatómico. Pero, a los efectos prácticos, por ahora conviene seguir
diferenciando, por su modo de operar, la energía inorgánica de la energía orgánica o vital.

Todo esto debe ser colocado en el contexto del concepto de energía, que antes comentamos
en digresión, para mejor entender los fenómenos que resultan hoy muy difíciles de llevar a un
acuerdo general sobre la esencia de los mismos. La energía vital es también, una vez que constituyó
el organismo, la que forma primero el alma y luego, ésta conforma el espíritu humano. Ergo, vida,
alma y espíritu son parte de una misma energía, pero con funciones diferentes: la energía biogenética
(la vida en sí), es la que exclusivamente dará origen al organismo vivo, constituyéndose en su alma
como energía vital circunscripta a un organismo definitivamente formado y con un fin o naturaleza
muy concreta: ser un animal, una planta o un hombre u otro tipo de ser vivo. Pero esa alma tiene
una doble función:

1. debe animar la vida celular (lo que ocurre en todos los seres vivos) y
2. constituir la energía espiritual que dará origen al espíritu, el cual a su vez se manifestará a
través del organismo vivo formado, en este caso, exclusivamente en el hombre.

Ambas funciones del alma constituyen con el cuerpo material una sola cosa indivisa: el ser
vivo en general y el humano en particular. Por lo tanto la vida como Bios es energía pura y eterna
que permanente está ordenando las moléculas para constituir un organismo. Cuando construye el
organismo humano, deja de ser Bios y se transforma en alma. Esa alma reside por igual en todas las
células del organismo humano, pues es lo que “anima” la vida celular del pelo, las uñas, la piel, los
órganos, los huesos, pero en el cerebro construye la mente y ahí es donde encuentra el instrumento
idóneo para manifestarse como vida humana: el espíritu. Como argumento irrefutable a esta idea
tenemos que a pesar de constatarse la denominada “muerte cerebral”, el resto del organismo puede
vivir sostenido por aparatos artificiales por un tiempo indeterminado. A esta prueba se agrega que
después de muerto y enterrado un cuerpo, hay células como las uñas y el pelo que siguen
manifestando su energía vital al continuar su reproducción y crecimiento orgánico. Como conclusión
incontrovertible es que la vida puede continuar sin la presencia del cerebro activo en un cuerpo no
decapitado, pero el espíritu cesa de manifestarse cuando ese cerebro muere o se inactiva totalmente
(línea fija del electroencefalograma). Luego, el cuerpo es el instrumento con que se manifiesta el
alma, el cerebro es el instrumento de la mente, y la mente el instrumento del espíritu. Los conceptos
pueden resumirse en este esquema:

Vida (Bios) energía vital (alma animal proceso organizador organismo (animal o
vegetal)

Vida Organismo humano alma humana (la vida en el ser humano, en todas sus
células) (lo que anima todas las células)

espíritu (expresión del alma como inteligencia, afecto y)


voluntad)
mente (expresión del espíritu que reside sólo en
(psiquis) células cerebrales y manifiesta por facultades)

Este concepto del alma como operadora de la materia, es lo que llevó a González Pecotche a
proponer que el alma es un “ente material” para distinguirlo del espíritu, que sería un “ente
inmaterial” puro. Es una buena distinción, pero hay que tener cuidado de que no nos desvíe del
concepto que alma y espíritu, como la vida, son una misma cosa que adopta diferentes formas de
operabilidad y que tanto una como otra sólo serán fenómenos abarcables y comprensibles cuando
operen sobre algún tipo de molécula o partícula material. No debemos tampoco confundir lo que es
esencia con lo que es efecto o formas de una cosa. Los efectos son los modos con que opera la
esencia de un ente. Cuando esa esencia no es accesible, no es conocida en sí misma, ya hemos
repetido hasta el hartazgo que sólo es pasible de ser conocida por los efectos o “modos de ser”, tal
cual lo propuso Heidegger para llegar al ser del hombre o del ente en cuestión. Este método es
aplicable a la esencia de todos los entes que no son susceptibles de conocerse de otro modo. Pero,
insistimos, no debemos confundir esencia con efecto (forma) y creer que la forma es la esencia. Por
eso, alma y espíritu, dos efectos del fenómeno vida, operan de modo distinto pero siguen siendo lo
mismo. Quizás, este fenómeno de que un mismo ente se manifieste de formas distintas, es lo que
originó la idea de conceptos religiosos que hablaban de trinidades (hinduismo, catolicismo) donde el
Dios es Uno, pero manifestado como tres entidades distintas. Esto también se observa en la doctrina
oriental del uno y la multiplicidad, donde se considera como perfección mantener la unidad o la
concentración en una sola cosa y evitar la multiplicidad como imperfección.

Todos estos conceptos abstractos pueden haber partido de conceptos metafísicos extraídos de
los fenómenos naturales de comprender como un mismo ente, fenomenológicamente, puede producir
efectos distintos.

El espíritu como soplo

El espíritu es algo que básicamente no puede ser definido con palabras. Como prueba de esto
vayamos al Diccionario de la RAE y ahí encontramos la acepción de “alma racional” “don
sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas” “vigor natural y virtud que
alienta y fortifica el cuerpo para actuar” “ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo” “Vivacidad,
ingenio”. Si acudimos a la definición de alma encontramos que es “sustancia espiritual e inmortal,
capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del
hombre”. En cuanto a la palabra ánimo la RAE nos informa que etimológicamente deriva del latín
anima y ésta del griego anemos y significa soplo y lo define como “alma o espíritu en cuanto es
principio de la actividad humana”.

Sin mucha profundidad, observamos que el diccionario da vueltas y vueltas en sus


connotaciones y define a espíritu como alma o ánimo, a alma como sustancia espiritual y a ánimo
como alma o espíritu y ahí se cierra el ciclo de denotaciones. Nos deja sin mayor aclaración puesto
que usa las mismas palabras y no nos ilustra principalmente. Nosotros postulamos, por una cuestión
semántica basada en la etimología, que el alma es la operadora de la vida en el cuerpo, es lo que
anima al cuerpo (opera sobre la materia del cuerpo); espíritu es el operador del alma en lo relativo a
la esencia humana; la mente es la operadora del espíritu. Así, todo queda involucrado de una forma
indisoluble o inseparable. Quizás esta unidad es lo que lleva a la confusión de los términos y de los
conceptos de creer que alma, espíritu y mente son una misma cosa. Es una misma esencia organizada
en funciones distintas. Las palabras designan más a las funciones o formas que a la esencia. Pero lo
importante de la lingüística destinada a nominar a lo que es alma, vida y espíritu es que todas,
etimológicamente, parten de una noción de viento, soplo, respiración. Ninguna de estas acepciones
semánticas vincula el concepto con lo material. De las denotaciones podemos rescatar dos cosas a los
fines de llegar a una acepción que nos ilustre mejor sobre qué es el espíritu:

1. La primera figura es la de don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas
criaturas y a esto lo enlazamos con la etimología de ánimo como soplo.
2. La segunda figura sería lo referido a sustancia no material que da vivacidad, vigor, brío o
valor que permite al cuerpo actuar.

La primera figura nos lleva, sin dilaciones, al campo de la fe religiosa y a la aceptación de la


doctrina creacionista del hombre y en esa dimensión debemos remitirnos a la Biblia. Cuando Dios
creó al hombre, según la Biblia, lo hizo a su imagen y semejanza, modelando el barro al cual le
insufló el espíritu (nefesh-ruaj).

El entusiasmo

Si estos conceptos extractados de la Biblia se tomaran en forma literal, nos llevan a la


definición etimológica de entusiasmo. Etimológicamente entusiasmo viene del griego enthous (latín
intus) = dentro; y siasmo significaría Zeus o theos (dios), o sea, que entusiasmo sería el “dios que
cada uno lleva dentro”. Aprovecharemos este parágrafo para hacer una digresión sobre entusiasmo
como una función espiritual relevante. Al leer la definición que la Real Academia Española da de esta
palabra, encontramos una acepción que dice “inspiración divina de los profetas” y luego consigna
otras acepciones como la de “inspiración fogosa y arrebatada del escritor o del artista, y
especialmente del poeta o del orador”. Siguiendo las acepciones propuestas por la RAE también
entusiasmo es “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por cosa que lo admire o cautive”.
Finalmente es “adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño”. Esto muestra las
diferentes maneras de aceptar a la palabra entusiasmo. La acepción de espíritu no estaría lejos de estos
conceptos, ya que en algún modo, el hombre desde que fue creado le ha sido dado una parte de ese
espíritu divino, de ese dios que cada uno lleva dentro. Este concepto del “dios interior” significa la
luz interior que nos impulsa, que nos “enciende” a emprender una tarea cualquiera, no sólo dándonos
la creatividad interior o inspiración sino también la energía o exaltación o fogosidad del ánimo
necesaria para llevar a cabo lo que desde nuestro interior se nos propone para favorecer una causa
o empeño. Es la fuerza o motor de la “adhesión fervorosa” y de la “inspiración fogosa y arrebatada”
que cada uno de nosotros puede poner en una acción cualquiera que se desarrolle. Esto último nos
lleva a la parte denotativa que implicaba aquello de “vigor natural y virtud que alienta y fortifica el
cuerpo para actuar”. Pero si no nos mueve la fe en Dios, esta acepción de espíritu no tendría validez
para conformar una idea clara de su naturaleza. Personalmente, acepto este concepto religioso como
el mejor para entender la naturaleza del espíritu. Otro inconveniente, de la acepción antepuesta
refiriéndose al cuerpo, es que nos lleva directamente al dualismo de cuerpo y alma, dado que
diferencia al espíritu como el vigor o fuerza del cuerpo para actuar. Ya dijimos que si consideramos
al hombre como una unidad indivisible (individualidad) estas afirmaciones nos colocan en el dilema
de aceptar la dualidad cuerpo y alma en abierta contradicción con la creencia de la individualidad.
Pero salvando este dilema, podemos aceptar lo que la filosofía antropológica nos sugiere en el sentido
de carnalidad espiritual (carnoespíritu), puesto que los dos fenómenos manifiestos (cuerpo y alma)
están dados así, en una sola unidad. Lamentablemente, si queremos analizar este fenómeno,
solamente se le admite en el análisis como dos cosas separadas. Pero no debemos perder de vista que
este sentido de compartimiento (compartimentalidad) es sólo a los efectos de la descripción. El
fenómeno no se percibe como análisis sino como síntesis y en este sentido lo que captamos es una
totalidad difícil de separar con los sentidos (vemos, oímos y palpamos el cuerpo pero no el alma). Sin
embargo, las relaciones entre el cuerpo y el alma, o entre el cuerpo y la mente, han intrigado a los
pensadores por espacio de varios siglos. El dualismo cartesiano fue el hito que dividió al quehacer
científico y filosófico en dos vertientes distintas. Desde entonces hasta ahora la filosofía y otras
ciencias del espíritu caminan divorciadas de las ciencias biológicas, como si el campo de cada una
tuviera objetivos distintos. Ha sucedido, incluso, que muchas veces ambas tendencias se enfrentaran
con puntos de vista totalmente discrepantes a pesar de que el fenómeno considerado (el hombre) es
uno. Lo usual es que dichas ciencias no se enfrenten pero tampoco se junten sino que marchan por
caminos paralelos, como si lo que consideran fueran dos cosas distintas o dispares. Los intentos de
entrecruzar ambos caminos, no produjeron un camino convergente, sino sendas divergentes o en
direcciones contrarias, o manteniendo la discrepancia existente antes del cruce. Del “soplo divino”
que intuyeron los antiguos nace, entonces, el alma y de ella el espíritu. Hay autores que hablan del
don del entusiasmo, esto es, como “algo dado”. Irma Sanchis define al entusiasmo como “el don de
arder”. Cuando Emilio Mira y López escribió su trascendente obra que tituló CUATRO GIGANTES
DEL ALMA, quiso referirse a las emociones primarias más importantes del hombre, como es el
miedo, la ira y el amor. Pero agregó un cuarto gigante que más que emoción es un sentimiento y es el
deber. Dada la fuerza de las emociones primarias, trató de distinguir con colores a algunas de ellas y
así denominó al miedo, el “gigante negro” y a la ira, el “gigante rojo”. Pero al amor no le puso color
y al deber lo nombró como el “gigante incoloro”. Así, separó lo que es natural (homo natura) y lo
que es socialmente adquirido en el hombre (homo socialis). El homo natura será el que se maneje
con una genuinidad natural, pero ésta puede jugarle algunas trastadas como es seguir una conducta
más instintiva que racional, más animal que inteligente. El homo socialis, en cambio, perderá algo de
su “naturalidad” para llenarse de una “convencionalidad” que le impone la convivencia social. Del
equilibrio entre lo natural y lo social, surgirá el hombre educado, el que pone la inteligencia al
servicio de su cuerpo para controlar lo que puede ser incontrolable y llevarlo a una condición más de
bestia que de hombre. Precisamente, cuando se rompe ese equilibrio, el hombre se “desnaturaliza”
por ser una bestia, o una máquina inexpresiva de sus dotes espirituales. Pero, indudablemente, los
conceptos básicos de Mira y López, a pesar de su genialidad, no alcanzaron a completar una gama de
“gigantes intermedios” que podían ser el motor de los otros, o bien resultar de una mezcla de ellos.
De esos “gigantes indefinidos” hoy rescataremos el entusiasmo. Si bien Mira y López no le puso
color al amor, nosotros pensamos, siguiendo una tendencia común y vulgar, que el rosado, a pesar de
ser tenue y demuestra la profundidad y la fuerza del sentimiento-emoción, es quizás un color que
define a la sensación amorosa equilibrada en su más sublime expresión: el amor de la pareja, de los
padres a los hijos, de los hijos a los padres y de los amigos. Esa sensación plena de sentimiento,
emoción, placidez, equilibrio, abnegación y falta de pasión y violencia. Precisamente, es su
“placidez” o “sensación placentera” la que lleva a pensar en algo rosa, en sentido romántico. Por
ende, a ese otro “gigante mixto” del alma como nosotros consideramos al entusiasmo, es difícil
ponerle un color dado que tiene muchos matices y, siguiendo la idea de Mira y López, se le podría
denominar el “gigante multicolor”. No hay dudas de que ninguna de las grandes fuerzas del espíritu
puede más que el entusiasmo, pues casi todas ellas necesitan del “combustible” que les permite
ponerse en movimiento y realizarse. Ese “combustible” es el entusiasmo. De forma tal que entusiasmo
está indisolublemente ligado a dos grandes entidades: el espíritu y el ánimo. Daremos algunos breves
conceptos sobre ánimo, ya que antes hemos definido a espíritu, para poder comprender mejor la
naturaleza del entusiasmo. Dijimos que entusiasmo, por denotación, también es “exaltación y
fogosidad del ánimo”. Ánimo es la plena manifestación espiritual mediante la plena conciencia
(estado vigil) que prepara al hombre para su actividad humana común, en cualquiera de las formas
que ésta se manifiesta a través de la conducta humana. Ánimo es, por lo tanto, la expresión espiritual
como pura acción humana en forma consciente. Y, parafraseando expresiones de James, podríamos
decir que el ánimo es un estado mental continuo y consustancial con las condiciones subjetivas de la
conciencia y “toda conciencia es motora” porque es la que capta toda sensación posible de producir
movimiento, lo que mueve a todo el organismo humano en todas y cada una de sus partes. Esto
enlaza a ánimo con conciencia y con actividad. Luego esta acción puede ser meramente intelectiva, o
afectiva o volitiva. Lo usual y natural es que se dé con las tres esferas en bloque, pero decimos que
puede ser en una u otra dirección espiritual, según la nota predominante de la acción. Por lo tanto, lo
anímico, el ánimo siempre tendrá un fondo o telón de trasfondo donde interactúan inteligencia,
sentimientos y voluntad. Desde otra perspectiva, el humor constituye el sentido de un nivel de
integración superior, en el cual el espíritu transfiere al cuerpo fuera del espacio físico (¿metafísica?)
Otro autor formula un principio metodológico para tratar los fenómenos espirituales bajo el
postulado de la fisiología está llena de alma y es la propia alma que hace su cuerpo. Pero siempre se
ha asociado entusiasmo a optimismo. La actitud mental del optimista es considerada como
pensamiento positivo porque tiende a ver el lado satisfactorio de las cosas y los eventos de la vida,
tanto los cotidianos como el conjunto de actos vitales que se desarrollan a través de toda la existencia.
El fracaso y la frustración y la visión de imposibilidad de hacer son los elementos ausentes de la
actitud mental positiva. Esto se debe a una capacidad de interpretación que es desarrollada durante el
crecimiento o aprendida mediante un adiestramiento específico. Durante el desarrollo se adquiere ya
sea por estímulos de la familia y del entorno social, o por la decisión personal de solucionar, evitar o
sublimar los conflictos. El mundo es un campo lleno de esperanzas y oportunidades que uno debe
buscar para progresar. El fracaso no es tal sino una simple experiencia de conocer un camino que no
conduce al éxito y este conocimiento no es útil para no repetir la experiencia, sino buscar nuevos
emprendimientos distintos al que no tuvo buen fin. El pensamiento positivo puede ser representado
por la figura de una foto en colores. Si siguiéramos el concepto del poeta Campoamor de que “el
color de todo es según el cristal con que se mira”, podríamos afirmar que el positivo optimista tiene
una “visión rosa” de las cosas y de la vida. Consecuentemente, son personas de buen humor. Deepak
Chopra piensa que el entusiasmo está en la clave de “experimentar la divinidad dentro de nosotros”.
Para ello es necesario el silencio, la meditación y el “no juzgar” que son llaves que abren la puerta a
la “potencialidad pura” lo que constituye un campo de conciencia desde el cual todo fluye. Para que
estas cosas ocurran se debe establecer una especie de autodescubrimiento que consiste en “una
travesía que dura toda una vida; es muy excitante embarcarse en un viaje que no tiene destino final
pero que tiene como guía el éxito. El éxito no es una meta, es un viaje, es el sentido del significado y
el propósito de la existencia, es el sentido de conexión con la creatividad. Es la habilidad de amar y
tener compasión, la habilidad de experimentar alegría y compartirla con otros. Tan pronto como uno
alcanza una meta, un nuevo desafío aparece, es algo que nunca termina. Éxito y espiritualidad son
la misma cosa. La vida es la expresión del espíritu y la conciencia. De ahí que si el éxito es
significado y propósito en la vida, entonces no hay conflicto alguno.” El éxito, como expresión y
resultado del entusiasmo se debe así, como antes lo dijimos, a la “energía o exaltación o fogosidad
del ánimo necesaria para llevar a cabo lo que desde nuestro interior se nos propone para favorecer
una causa o empeño” que se desata por un “estado central motivante” en el ánimo y que lleva como
timón el pensamiento positivo mediante el “sentido de un nivel de integración superior”. La
tendencia moderna a una mayor preocupación por averiguar las potencias espirituales del hombre,
quizás, se debe a la necesidad de revertir la gran crisis espiritual por la que se atraviesa. De ahí el
estudio de las facultades de la motivación, del optimismo y de otras cualidades y facultades
espirituales. La idea de cultivar el entusiasmo como una virtud que provoque el cambio y lleve al
hombre a motivarse para el “éxito” en general de su vida personal, es la que ha generado el
pensamiento de que hay que despertar al gigante. Este concepto de “gigante” que nos retrotrae a la
idea de Mira y López, es uno de los más acertados dado el formidable poder que encierra el
concepto de entusiasmo. Si entusiasmo es el “Dios que cada uno lleva dentro de sí” es como afirmar
que poseemos una fuerza ilimitada y poderosa y muy grande (cualidades atribuidas a los míticos
gigantes). Alejandro Rozitchner piensa que el concepto entusiasmo “puede representarse con la
sensación de estar dentro de las cosas. Es un estar adentro de todo ocasionado por el mero hecho de
estar involucrado de manera especial con algo. El entusiasmo es una acción en donde los
movimientos se enhebran con gracia, en donde uno se siente arrastrado por una fuerza no
intencional, pero a la que se reconoce como particularmente propia”. Acá, Rozitchner en un juego
semántico resalta la endogenicidad del entusiasmo. Nosotros ya advertimos que etimológicamente,
entusiasmo es una fuerza endógena. Está “dentro de uno mismo”, pero cuando algo cae en la mira
del entusiasmo y se constituye su causa, la persona se “involucra” con ese “algo” e involucrar es
“abarcar, incluir, comprender”. Por este sentido semántico, pensamos que más que meterse “dentro
de algo”, incorporamos ese algo “dentro de uno mismo”. Comprender es el primer paso para
introyectarnos algo, pero también para “penetrar dentro de las cosas”. La introyección o
incorporación de un algo es lo que determina la motivación en algunos casos. Pero “meternos dentro
de algo” es cuando encontramos la “verdad” o el ser de un ente o cosa. Por esto vale la pena hilar
fino entre lo que es “meter algo dentro nuestro” o “meternos nosotros dentro de algo”. Cuando
nosotros “metemos algo dentro nuestro” de ahí surge el compromiso con el “algo”. Si bien el
entusiasmo, como potencia natural de nuestra esencia, no es fruto de nuestra voluntad o intención, la
acción entusiasta sí es la que será guiada por el deseo, el anhelo, la involucración y el compromiso
intencional con ese “algo” o “causa de entusiasmo”. Es verdad que el entusiasmo es una fuerza
positiva motivadora, pero debe ser acompañada de orden, responsabilidad y disciplina, pues sin esas
condiciones no será efectiva. Una acción entusiasta no organizada, tendrá empuje, pero no siempre
significará éxito, aunque el tesón pueda producir algún efecto de beneficio. Para que el entusiasmo
sea efectivo completamente debe ser guiado, esto es organizado y disciplinado y cada resultado debe
ser evaluado con responsabilidad. Sólo así habrá éxito con calidad total (excelencia). Luego,
entusiasmo ya no sólo es deseo, motivación, empuje, coraje, causa justa y positiva, búsqueda de
éxito. Necesita de una cierta metodología. Pero todo va en bloque. Y para que esto ocurra hay que
cultivarlo, desarrollarlo, es decir, prepararse. El entrenamiento espiritual o mental para encontrar el
entusiasmo o desarrollarlo es parte de la maduración espiritual y del encuentro de la plenitud o
sabiduría. El éxito y excelencia deben ser añadiduras, más que un fin o meta. Naturalmente, todo
entusiasta, por su natural positivismo, siempre piensa en triunfar. Para esto, Bulacio propone que “la
persona entusiasta intentará encontrar las mejores respuestas a la demanda de la situación,
aumentando las posibilidades del éxito”. Horacio Krell completa este proposición reconociendo que
el entusiasmo “es una virtud que se puede alcanzar motivando el querer: si el deseo es
suficientemente grande, cualquier obstáculo se vuelve pequeño. Pero no es cuestión sólo de
metodología sino también del desarrollo de las capacidades humanas que se encuentran
adormecidas, todos tenemos un gigante interior que no sabemos cómo despertar. El sentimiento no se
sujeta a la razón sino a la acción, por eso hay que poner el autoarrancador y hacerlo ya. Los
estados de ánimo acompañan a quien se moviliza. Para entusiasmarse, precisamente, hay que
apropiarse del entusiasmo y transformarlo en acto. El entusiasmo disfruta con lo mínimo, se
manifiesta en lo que hace, se lleva a sí mismo a todas partes. Y el fracaso no lo asusta: el disfrute está
en el proceso y no en el resultado, lo importante es cómo viaja. Su felicidad no es la estación a la
que arriba sino la manera en que disfruta del viaje”. Este concepto de Krell lo refuerza Rozitchner
cuando afirma que “lo importante del entusiasmo es que es un fin en sí mismo, es decir, que es el
entusiasmo mismo el que te da la felicidad, no que ella deriva del fin al que el entusiasmo se dirige”.
Retomando la denotación de entusiasmo como “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por cosa
que lo admire o cautive”, por ser el sentido con que más se usa dicha palabra, debemos coincidir con
el especialista argentino Juan Manuel Bulacio que el entusiasmo “es una emoción en sí mismo”.
Luego, en ese carácter, es algo intangible, en el sentido de que no es accesible a los sentidos, pero por
ser una sensación es perceptible, esto es, se siente. Ese “sentir” le quita lo abstracto para objetivarlo
como algo concreto. Y, ¿cómo se siente? Como una “energía” que nos llena de plenitud y nos
moviliza, precisamente por lo que admiramos o nos cautivamos. Como el entusiasmo “mueve” todas
una serie de sensaciones distintas, no es posible describirlo como una emoción determinada, sino
como una mezcla de emociones en las que interviene el tesón, el fervor, la tensión o concentración en
algo que nos distrae de otras cosas, en una fuerza avasalladora para hacer o sentir, combatir por un
ideal o comenzar cualquier empresa que creamos digna y justa. Si bien, como gama o repertorio de
emociones, no podemos definirlo dentro de las emociones conocidas, tampoco debemos decir que es
imposible de describir por ser una emoción indefinida. Lo es respecto a lo conocido, pero al decir
“entusiasmo” estamos nominando esa sensación especial indescriptible pero específica y su
especificidad está en su propio nombre. Dada sus características de optimismo, deseo o anhelo,
motivación y fuerza “para hacer”, Bulacio cree que el entusiasmo “se trata de una combinación de
dos estados anímicos: la motivación y el optimismo”. Nosotros no disentimos con el criterio, pero
pensamos que la motivación y el optimismo son sólo algunas de las principales cualidades del
entusiasmo. Una fuerza tan grande, que semánticamente se emparienta con la divinidad,
necesariamente debe ser mucho más que una mera suma de dos o más condiciones o cualidades.
Coincidimos plenamente con el especialista argentino en que “el entusiasmo supone un estado
anímico que impulsa a la acción” puesto que motivación y ánimo se caracterizan por “mover” las
fuerzas y facultades espirituales hacia una acción determinada. También dijimos que entusiasmo es
optimismo y optimismo es siempre un estado de ánimo positivo que al decir de Bulacio, consiste en
las creencias positivas que las personas tienen de sí mismas, de los demás y del mundo en general.
Pero es conocido que una persona no puede vivir en un “estado permanente e invariable de ánimo”
cada segundo, todas las horas, todos los días, todo el año y toda la vida. Hay un ciclo variable
polifásico donde habrá días que es más positivos que otros o días que se cruzará algún sentimiento
negativo o pesimista. Pero el saldo final no es una mera suma y resta de estados positivos y negativos,
sino la actitud persistente que marca el carácter y el temperamento. Esto aleja la “transitoriedad” de
un estado determinado y le da “continuidad” como carácter o temperamento. Así hay personas
signadas por un carácter o temperamento positivo y otras por lo negativo. A pesar de las oscilaciones,
en las personas de tendencia positiva en el transcurso de la vida, según Bulacio, “la tendencia de
base es bastante estable, con lo cual, aun en condiciones difíciles, la persona entusiasta intentará
encontrar las mejores respuestas a la demanda de la situación, aumentando las posibilidades de
éxito”. Estos dos criterios unidos, persona entusiasta y posibilidades de éxito, es lo que motiva a los
estudiosos de la mente y la conducta humana a rescatar el concepto de entusiasmo sobre esas
condiciones. Silvia Mazza define que “una persona entusiasta es ante todo, alguien que no
especula, que no se mide, que se entrega. Al punto tal que se deja ganar por un impulso interno en
contacto con algún estímulo externo; una persona tan generosa que ni siquiera importa la calidad
del objeto (que puede ser mínimo) y sin embargo, es causa suficiente para que el entusiasta se
encienda y contagie a los demás con su propio fuego. El entusiasmo habla del derecho a
apasionarse por lo que sea, y de ser libres para volcarnos al mundo, según nuestro propio modo”.
Irma Sanchis piensa que las personas entusiastas llevan “la fe en ellas mismas y en que la vida merece
la pena y su alegría reside en atreverse a ser, en realizar las posibilidades que llevan dentro”. Krell
alude a que los entusiastas son seres proactivos que no se atan a los hechos en sí sino que buscan
generarlos y que logran lo que quieren, justamente, porque creen en “lo posible”. Desde otra
perspectiva, Rozitchner agrega que el entusiasmo es una especie de camino subjetivo para acceder al
sentido de las cosas y una especie de punto de ebullición que nos cocina para realizarnos. Asimismo,
piensa que para evitar el egoísmo social, fruto de la actual crisis espiritual, la sociedad necesita de los
entusiastas, que son personas que se olvidan de sí mismos para sumarse al trabajo comunitario, al
“equipo comunitario”, de forma tal que una comunidad se realiza exactamente cuando cada
individuo de ella se afirma a sí mismo. Cuando esa sociedad o comunidad deja que cada uno de sus
miembros desee y se entusiasme libremente, se generan lazos sociales dentro de ella, mucho más
sólidos. Desde un punto de vista práctico, como es el entusiasmo aplicado a la empresa y al trabajo,
en la opinión de Daniela de León el entusiasmo en el ámbito laboral engendra un sentimiento que
propicia el éxito, porque estimula la laboriosidad (vitalidad laboral), creatividad (formas innovadoras
con proyectos o iniciativas de excelencia de trabajo y producto) y ayuda al liderazgo. Por esta razón,
en el esquema empresarial, el entusiasmo siempre debe ir de adentro hacia fuera (éxito personal) y de
arriba hacia abajo (éxito de gerenciamiento) y ambos contribuyen al éxito empresarial. Como antes
dijimos, siguiendo lo preconizado por Krell, en la empresa el entusiasmo genera el espíritu de
equipo. Es sabido que las emociones impactan en el organismo provocando reacciones diversas en
diferentes órganos. En el entusiasta las reacciones o manifestaciones orgánicas están relacionadas con
la euforia que se despierta cuando encara un proyecto o se pone en acción. Bulacio expresa que son
manifestaciones orgánicas nacidas por una sensación de bienestar pues, se experimentan sensaciones
ansiosas positivas que son expresiones corporales reflejadas en el tono muscular que se tensa en
forma expectante, ni demasiado relajado ni tenso del todo, sino con un tono justo y suficiente para
ser activado y predispuesto a la acción que se encara o empieza. Toda la fisiología humana se desata
acompañando un estado de emoción positiva que interviene no sólo en los músculos sino en el
aparato digestivo, en el sistema cardiovascular y en el sistema nervioso.. Lo orgánico también se
refleja en la situación vital que se está atravesando, en la calidad de vida y en las expectativas
razonables de cada persona. El estado anímico es preponderante cuando se está entusiasmado y
supera estados conflictivos como pueden ser los depresivos y modera aumentado o equilibrando los
estados eufóricos. De algún modo, el entusiasmo aumenta la vitalidad orgánica y espiritual. También,
de acuerdo con el criterio de Chopra al que antes aludimos, el entusiasmo nos da la habilidad de
amar y tener compasión y la habilidad de tener alegría y compartirla con otros.

Terminada esta larga o extensa digresión-disquisición sobre el entusiasmo, retornamos ahora


a las figuras que nos ilustran sobre la aceptación del significado del espíritu. La segunda propuesta o
figura que planteamos antes, para formarnos una idea de espíritu, es más aceptable para los que no
creen en la fe de Dios. Concibe al espíritu como una energía especial, como un brío o fuerza. Hay
que denotar la similitud de estos conceptos con lo que hemos comentado sobre el entusiasmo. Esto
define mejor la naturaleza del espíritu en cuanto a su materia, pero no a su esencia. Lo define como
algo inmaterial. Queda a mitad de concepto, pues sólo hay una referencia parcial del fenómeno. Pero
una cosa es bien clara: el espíritu es inmaterial, no se percibe a través de los sentidos sino por una
percepción introspectiva, endógena y extrasensorial. Tiene clara manifestaciones en todas las
facultades mentales. Con todo esto hemos llegado a la conclusión de que no hay una definición o
concepto general de espíritu que sea adoptado sin condiciones (incondicionalmente) por todos. Pero
provisionalmente aceptaremos lo de “vigor natural y virtud que alienta y fortifica al hombre para
actuar” a fin de obviar algunas objeciones. En esta acepción, vigor significa fuerza y ésta es aceptada
como “virtud o eficacia que las cosas tienen en sí”, en cuanto a operatividad y manifestación o
“aplicación del poder moral”. En este último caso, esta acepción se aplica a la “fuerza moral” o
espiritual que nos ayuda a superar desgracias y conflictos.

En esta particular cuestión del espíritu hay dos elementos que están en juego. Por un lado la
doctrina y creencia religiosa, por el otro la cuestión semántica. Bien pensado, toda la cuestión
referida a vida, alma y espíritu sólo está referida por las mismas palabras, las cuales tienen etimología
común. En el fondo de la cuestión también yace un problema lingüístico. Materia y energía son
palabras. Como todo vocablo, el sentido dependerá de diversas variables. En forma inmediata hay un
sentido y significado dado por el diccionario. Esto es lo denotativo. Pero hay otro sentido fuera del
diccionario y es el sentido connotativo. Dentro del sentido connotativo entran todos los significados
impresos por la ciencia, la filosofía y otras ciencias o disciplinas del conocimiento y saber humano.
Pero fundamentalmente impera el sentido particular que cada uno quiere darle al usar las palabras. Es
la doctrina denominada ad sensum, o sea, el sentido que cada uno quiere darle a la palabra en el
momento que la expresa. Por último, está el sentido del contexto en que se usa la palabra. No es lo
mismo un entorno filosófico, que uno científico o uno religioso. Cada una de estas formas de saber
da el sentido determinado por la idea, sentimiento o creencia o la rigurosidad de un fenómeno en
particular. Lo importante es no perder de vista el significado y sentido etimológico que es el que dio
origen a la palabra. Ese sentido está por encima de cualquier connotación. Para evitar conflictos de
comprensión y comunicación, la excelencia consiste en usar la palabra dentro de lo etimológico para
evitar confusión o puntos de vistas equívocos o diferentes, sobre un mismo fenómeno. Dijimos que
etimológicamente espíritu es soplo, respiro, aliento. Sin ese soplo que se describe como de origen
divino, el hombre y la vida no serían y si no son, no pueden obrar o hacer. De ahí que enlacemos a
espíritu con energía. En nuestro caso, etimológicamente entenderemos por energía a todo lo que
implique el sentido de fuerza y a fuerza la comprenderemos como “eficacia, poder, virtud para
obrar”, esto es, la “capacidad de hacer u obrar”, de promover una actividad. En Física se aceptaba
que la energía pura es la que conlleva la “capacidad de trabajo” y es la que actúa “sin
desplazamiento de la materia”, pero la Física Molecular ha determinado que siempre que actúa la
energía, el canal de la misma son partículas subatómicas, lo que significaría que si no existieran las
subpartículas, no se “materializa” (no actúa) ningún tipo de energía. En Biología se usa el término
latino vis, que significa fuerza, energía. Luego, necesariamente todo tipo de energía tiene un sustrato
material, aunque sea en la mínima expresión de materia como son las partículas subatómicas de
carácter infinitesimal. Se refuerza, así, el carácter de materia-energía como un todo. En el parágrafo
anterior ya tratamos lo referente a energía y distinguimos que materia y energía eran una misma cosa,
pero a los efectos de comprender mejor, seguiremos tratando nuestra cuestión como si fuesen cosas
distintas.

Lo semántico está estrechamente ligado a lo religioso o, mejor dicho, lo religioso encontró


una metáfora para expresar al fenómeno del espíritu y esta razón hizo que tanto los hebreos como los
latinos centraran la cuestión del espíritu en lo que ellos conocían como aliento, respiración o soplo y
así se expuso. Los antiguos hebreos en la BIBLIA, presentaban al hombre como una especie de
unidad sellada donde cuerpo y alma constituían una sola cosa, dado que fue modelado en barro y a
este barro se le “sopló” (insufló) la vida para convertirlo de materia inerte en materia viviente, pero
de forma tal que no hubiese distinción aparente entre lo material y lo inmaterial. Este concepto de
soplar o insuflar era la idea rondante en la Antigüedad sobre la esencia o naturaleza del espíritu. El
nefesh (término hebreo intraducible) era lo que Dios insufló al barro para darle vida, creando una
carnalidad espiritual, en la que no existía una diferencia entre cuerpo y alma. Sin embargo, las
relaciones entre el cuerpo y el alma, o entre el cuerpo y la mente, han intrigado a los pensadores por
espacio de varios siglos. El dualismo cartesiano fue el hito que dividió al quehacer científico y
filosófico en dos vertientes distintas. Desde entonces hasta ahora la filosofía y otras ciencias del
espíritu caminan divorciadas de las ciencias biológicas, como si el campo de cada una tuviera
objetivos distintos. Ha sucedido, incluso, que muchas veces ambas tendencias se enfrentaran con
puntos de vista totalmente discrepantes a pesar de que el fenómeno considerado (el hombre) es uno.
Lo usual es que dichas ciencias no se enfrenten pero tampoco se junten sino que marchan por
caminos paralelos, como si lo que consideran fueran dos cosas distintas o dispares. Los intentos de
entrecruzar ambos caminos, no produjeron un camino convergente, sino sendas divergentes o en
direcciones contrarias, manteniendo la discrepancia existente antes del cruce. Pero el fenómeno
indiscutible es que cuerpo y alma coexisten en tan íntima unión que en Medicina no existen dudas
que cuando el espíritu se quiebra, el cuerpo se enferma (medicina psicosomática) o cuando la mente
se enferma (psiquiatría) la integridad del hombre se anula; o bien cuando se enferma el cuerpo
(medicina interna), la mente también se afecta. Es sabido que la fiebre obnubila, que un infarto
cerebral, de acuerdo al hemisferio que ubique anula una o varias o todas las funciones intelectuales.
Esto prueba definitivamente que el cuerpo enfermo modifica la forma emocional del sentir y el
pensamiento racional y viceversa. Precisamente es, desde la observación médica, donde surge la idea
de volver a la unicidad o integridad total del hombre en una sola cosa. Si se separan (disecan) cabeza
y tronco, indudablemente ninguno de los dos sobrevive per se, al menos con las funciones completas.
Es también incontrovertible que la mente reside en el cerebro. Esto lo ha probado completamente la
medicina, terminando con las dudas aquellas de que el espíritu o las emociones podían residir en
otros órganos como el corazón o el hígado, que son los que más sufren cuando hay un trastorno
emocional. Con esta afirmación mostramos que las emociones trastocan los órganos tanto de la
circulación, como la respiración, la digestión, la catarsis, el sistema neuroendocrino y todo otro
trastorno corporal que puede ser desencadenado por la emoción. A su vez, un trastorno corporal
afecta la mente y puede desencadenar algún tipo de emoción. Esta noción da lustre al viejo aforismo
latino “mens sana in corpore sano” (mente sana en cuerpo sano), siendo la fórmula del hombre
cabal, entero para que funcione normalmente como hombre. Para estudiar el cuerpo o el alma
(espíritu y mente), ya no es posible hacerlo como entes separados sino debe hacerse el estudio en
bloque: se debe admitir sin dilaciones, la interacción entre cuerpo y alma como una sola unidad. Lo
contrario es falso, por más que las conclusiones sean lógicas y brillantes. El cuerpo es el sustrato del
alma, el alma del espíritu, la mente del espíritu. Tal aseveración lleva a una única opción para
estudiar holísticamente al hombre: el trabajo multidisciplinario o en su defecto, todo estudioso del
hombre deberá abarcar todas las disciplinas hasta ahora conocidas para llegar a conclusiones válidas.
Dada la extensión del conocimiento aportado por todas las disciplinas que tratan al hombre, la última
opción es más que imposible. La solución inmediata es la remarcada como trabajo multidisciplinario
en el que médicos, biólogos, filósofos, psicólogos, sociólogos, profesores y didactas, los estudiosos
de la lengua y de la comunicación, los políticos y economistas y toda otra actividad afín a éstas,
deben ponerse cabeza a cabeza para encontrar el camino convergente y poner fin a la dualidad
artificial e inexistente. El sistema nervioso con el órgano central que es el encéfalo y dentro de éste el
cerebro es, sin dudas, el más relacionado con la integración de mente y cuerpo y la sede exclusiva de
la mente. Su estudio nos permite romper el límite entre los fenómenos físicos u orgánicos y los
fenómenos mentales.

El espíritu como tres esferas humanas de la esencia humana

El hombre está constituido por tres esferas que marcan su esencia humana:

1. la esfera intelectual o inteligencia


2. la esfera sensitiva (emocional o afectiva)
3. la esfera volitiva o ámbito de la voluntad.

Las tres esferas no son compartimientos separados sino constituyen una sola cosa, pero a los
efectos de su conocimiento y estudio deben considerarse individualmente. Lo cierto es que funcionan
como un todo, donde una se supedita a la otra y las tres se influyen mutuamente no pudiendo dejar
de funcionar ninguna de ella para que el hombre sea un ser armónico y completo. Bertrand Russell
fue quien en forma clara y precisa consideró que las tres esferas constituyen el espíritu del hombre,
en el cual reside su esencia. Estas esferas, cuando actúan normalmente, lo hacen en forma simultánea
y equilibrada y se establece un control de cada una entre sí. Este control es lo que permite la armonía
y la sabiduría de una conducta acorde con el ser humano inteligente y completo. Pero el
funcionamiento de las tres áreas en forma natural no se da espontáneamente. La coordinación de las
tres esferas necesita un aprendizaje a través de la educación de cada una de esas esferas, para poder
asumir el control personal de cada una e integrarlas para realizar cual acto de la conducta humana. La
necesidad de un aprendizaje ha llevado a que en las postrimerías del siglo XX algunos autores como
Goleman empiecen a recomendar a la inteligencia como el medio de educación o de control de las
tres esferas y así se comienza a hablar de inteligencia emocional, inteligencia racional o intelectiva,
inteligencia volitiva. Dentro de ellas se habla de inteligencia de la comunicación, inteligencia
instintiva, inteligencia social, etc. Esto destaca la supremacía de la inteligencia como la nota
constitutiva más importante del ser humano y la que marca, en definitiva, al verdadero ser del
hombre. Tanto es así que no sería muy desacertado afirmar que el ser del hombre es la inteligencia.
Cuando no existe esa educación o intención de equilibrio, lo más común es que predomine una de
esas esferas sobre las otras. A veces ese desequilibrio es normal cuando se da en etapas de inmadurez
del cuerpo humano. Así, un recién nacido primará más lo instintivo que está dentro de lo afectivo y
en el niño y adolescente pueden actuar lo racional y lo afectivo, predominando más esta última
esfera. Incluso puede haber una dicotomía en la conducta: un niño o un adolescente de los llamados
genios pueden ostentar un gran desarrollo racional, pero carecer del control afectivo. Es decir, lo
racional opera sobre el conocimiento y la adquisición del mismo, pero no controla eficazmente lo
afectivo, lo que hace que sea un hipermaduro en lo racional y un inmaduro en lo afectivo. Cuando
una esfera predomina sobre las demás, hay un desequilibrio que desnaturaliza el ser humano. Quizás
la esfera que más escapa al control de las otras dos es la esfera de lo afectivo y dentro de ella se ubica
lo instintivo y lo emocional. Como la emoción es la que parece graduar lo instintivo, por esto se ha
considerado a la parte emocional como la más importante del desajuste social del hombre de hoy.
También lo emocional está ligado a lo espiritual. Luego, la crisis espiritual actual es, en última
instancia, una crisis de la emocionalidad. La emocionalidad descontrolada conlleva el conflicto y la
crisis. Esa es la causa que condujo a Goleman a considerar que la inteligencia emocional es el arma
principal y más formidable para que el hombre corrija su desequilibrio vivencial. La ansiedad
extrema, el convivir conflictivo, la violencia incontrolada, las reacciones instintivas irrefrenables, la
pérdida de la fe, todos los fanatismos y fundamentalismos, discriminaciones, odios e insensibilización
o el exceso de sensiblería, la mojigatería, etc., son productos de esa emocionalidad en crisis. La
inteligencia emocional consiste en aprender a controlar lo que no permite la convivencia pacífica y
armónica, el desarrollo de una existencia normal y sin excesos con un gran respeto por sí y los otros.
La inteligencia emocional es la base para el desarrollo de una inteligencia instintiva, de la
comunicación y social. Para que el hombre pueda vivir y sobrevivir natural y socialmente, debe usar
las tres esferas sin poder prescindir de ninguna de ellas. Así la inteligencia es lo primero que debe
conocer y afinar para controlar y desarrollar las tres esferas. La esfera racional o intelectiva exige de
una inteligencia intelectiva que es la que debe regular todos los procesos del intelecto para que lo
lleve a conocer la verdad, el bien, el mal y otros conceptos abstractos que lo alejen de la falsedad y la
inautenticidad. También esa esfera le permite adquirir sabiduría que es la conducta prudente y el
ordenamiento del conocimiento. Sin conocimiento no hay vida racional. Además del aprendizaje, del
habla, del pensamiento y de la formación de juicios y conceptos verdaderos, la esfera racional es la
que permite ser el instrumento natural de la inteligencia. A través de ella se regula lo emocional y lo
volitivo. Hemos repetido hasta el hartazgo que un hombre racional, pero carente de afectividad y de
voluntad, no es un ser humano completo. De igual modo, un hombre muy afectivo pero poco
racional y sin voluntad, tampoco es un ser humano cabal. Y, sucesivamente, un hombre con mucha
voluntad pero sin racionalidad ni voluntad, tampoco es un verdadero ser humano. Ergo, sólo el que
integra y armoniza las tres esferas y establece un control y equilibrio de ellas, es el que logra
manifestar un ser humano verdadero y auténtico. El hombre auténtico siempre tendrá la curiosidad
de buscar el conocimiento de todas las cosas y el mundo que le rodea y sabrá que debe tener y
manejar una inteligencia intelectiva para poder manejar el lenguaje y poseer un pensamiento sólido.
Nunca aceptará un “abandono intelectual”. De igual modo irá tras de un “espíritu elevado” y tendrá
una vida espiritual gobernada por una inteligencia emocional que le llevará a manifestar
adecuadamente lo instintivo, lo emocional, lo social y lo personal, usando del don de la comprensión
y de la comunicación inteligente. Como corolario de esas cualidades, sabrá gobernar su conducta a
través de una inteligencia volitiva de forma tal que pueda refrenar todo exceso intelectual o afectivo-
emotivo y llevar siempre una conducta prudente a través de actos y actitudes sabias. La perfección y
la búsqueda de la misma no son una utopía, sino el fin natural de todo proyecto humano existencial
auténtico. La definición de Russell zanjó toda discusión sobre la esencia del espíritu y permitió
distinguirlo del concepto alma. Mientras alma es la vida que formó al hombre y le sigue animando a
todas sus células, el espíritu es la manifestación del alma como esencia humana y sólo es posible
encontrar su expresión (no su origen), en un grupo privilegiado de células: las neuronas. Acá
conviene hacer algunas aclaraciones entre lo que distingue Russell como espíritu humano y los
fenómenos espirituales registrados en la realidad. Nosotros ubicamos a la conciencia como una
función mental muy especial en una especie de función de “ventana mental” o apertura de la mente
para que pueda operar en forma patente el espíritu, pues de otro modo no sería posible percibir los
efectos de los fenómenos espirituales. Pero dentro de la vida sensitiva, hay sensaciones que no
participan totalmente de la intervención de la conciencia, sino que suelen impactar en ella. Una cosa
es la conciencia como ventana abierta a las percepciones sensibles sensoriales y extrasensoriales y otra
cosa es la existencia de sensaciones que se manifiestan fuera la luz de la conciencia en forma
“oscura”. Son los fenómenos llamados inconscientes o subconscientes, que luego estudiaremos. Lo
que queremos significar acá es que el espíritu abarca todo lo consciente y lo inconsciente y es muy
probable que su esencia esté más en la inconsciencia que en la conciencia, como ocultos poderes
mentales latentes o potenciales, que el hombre podrá ir desarrollando como parte de su evolución
esencial, más que de su evolución biológica de concepción darvinista. No obstante, hay muchas
sorpresas en esto de la evolución humana que ahora nos ha deparado el saber que no todo “está
dicho” en lo relativo a la evolución biológica y espiritual del hombre, puesto que hemos conocido
algunos fenómenos neurocientíficos. El descubrimiento del “cerebro proteico” es la prueba más
palpable de que la evolución espiritual es la que más puede influir sobre la evolución biológica y ser
prueba irrefutable de que es lo inmaterial lo que rige la transformación y la organización de lo
material. También prueba que es la mente la que puede modelar el cuerpo y no a la inversa. El
cuerpo influye sobre la mente, no cambiando su esencia, sino impidiendo su completa expresión.
Así, un cerebro dañado no significa que carezca del espíritu completo, sino que carece de funciones
mentales y esto impide que el espíritu se exprese. Pero nunca una función neuronal biológica puede
originar o cambiar la esencia espiritual. En cambio la esencia espiritual actúa modificando la
biología y anatomía neuronal.

El concepto mente como operadora del espíritu

Al seguir la tesis de Russell en el sentido de que el espíritu está conformado por la


intelectualidad, la afectividad y la volitividad y, siendo estas facultades mentales, lo lógico es concluir
que la mente es el medio de expresión del espíritu. Empero hubo un problema: he intentado por
todos los medios encontrar un texto que en forma clara y concisa me explicara qué es la mente y los
actos mentales. Me formulé esta inquietud partiendo de una razón sencilla: todo el poder del hombre
como tal, reside en su mente. Pero he aquí que esta palabra usada para caracterizar al fenómeno más
deslumbrante de la naturaleza (o la creación, según las creencias) está rodeada, como muchas otras,
de significados diversos y, en alguna medida, hasta contradictorios. La primera sorpresa que recibí
fue que la mente, como tal, no está perfectamente delimitada ni por filosofía ni por la psicología. Los
últimos tratados de la mente se preocupan más por la anatomía y la fisiología del cerebro y se habla
más de “funciones cerebrales” que de “funciones mentales”. Yo no tengo ninguna duda de que el
cerebro es el órgano en donde residen las “funciones mentales”. Pero las “funciones cerebrales” son
muchos más amplias que las funciones mentales, puesto que abarca a éstas y también a otras
funciones orgánicas de las cuales depende, esencialmente, la vida. Ni el corazón, ni el hígado, ni el
riñón, ni ninguno de los otros “órganos vitales” funcionarían sin el cerebro. Todo ocurre de tal
modo, que estoy a punto de caer en la tentación de afirmar, sin más, que el cerebro es el principal
“órgano de la vida”. Con este simplismo intentaría poner fin a tanta polémica y preocupación entre
funciones cerebrales y funciones vitales. Pero creo que la cuestión fundamental de mi preocupación
no es el cerebro en sí, puesto que éste es solo el instrumento idóneo para que se manifieste la mente.
Pienso que no debemos confundir instrumento con función. Quien observe una azada casi seguro
que no tendrá mayor idea de lo que es la función que presta hasta que no la usa o la ve usar. También
es obvio que los servicios que presta una azada nada tienen que ver con el metal y la madera con que
está construida, dado que sólo son elementos de sostén. Es en este particular punto donde González
Pecotche advirtió la diferencia entre alma y espíritu, pues el alma, como tal, es la que permite que el
cerebro maneje la motricidad y la sensibilidad del cuerpo, en lo fisiológico, es decir, se ocupe de
“funciones materiales o fisiológicas”, mientras que el espíritu, sobre el mismo órgano, se ocupa de
“funciones espirituales”. El terreno donde las “funciones materiales” del alma se entrecruzan con las
“funciones espirituales” es la percepción o sensación. Acá opera la sensibilidad orgánica o sensorial y
la sensibilidad espiritual o extrasensorial. Pero la formación de ideas, conceptos, juicios y
pensamientos ya no es materia del alma, en el sentido que le hemos dado a esta palabra, sino del
espíritu, el cual utiliza a la mente como instrumento de expresión y ésta se expresa por “funciones
cerebrales” distintas a las funciones cerebrales que operan sobre la organicidad. Esto es lo que ha
confundido a los biologistas y neurocientíficos que al estudiar la biofisicaquímica neuronal
encuentran que hay una vía común final tanto para los procesos orgánicos como espirituales, pues
participan interactuando las mismas neuronas, redes neuronales, circuitos sinápticos y
neurotransmisores y moléculas activas. Estas interacciones indistintas toman por descuido a los
científicos y les lleva a concluir que el cerebro es la “causa” de todos los otros fenómenos.
Confunden “causa” con “instrumento”. Es probable que hasta acá y en el resto de esta obra repita
incansablemente los mismos conceptos sobre diferencias y esencia de los vocablos vida, alma, mente
y espíritu, adecuándolos a cada tema en particular. Pero es sumamente necesario hacerlo para que no
queden dudas sobre los significados propuestos.

Hice la aclaración anterior porque creo y entiendo que la mente humana es mucho más que el
cerebro. Pensar que el cerebro es el origen de la mente es tan ingenuo como aceptar que la mente ha
creado el cerebro. Estos extremismos racionales nos ayudan a ubicarnos en nuestro método reflexivo,
pues conocerlos nos induce a eliminarlos. La armonía entre nuestros pensamientos y la búsqueda de
significado de los conceptos encerrados en las palabras, dependerá de la prudencia en aceptar
denotaciones o connotaciones o darle carácter de absoluto a las mismas. La mente humana, como el
ser del hombre mismo, hasta este momento histórico, entra en la categoría de misterio. Luego,
enfrentamos un aparente tremendo dilema: la mente humana no puede ser explicada por la mente
humana. Pero esto no es óbice para que la mente humana sea captada y analizada por la mente
humana. Significa que si bien la mente no puede explicarse a sí misma, al menos, puede percibirse a
sí misma como un fenómeno. Algo que está y existe. El único impedimento que tiene es significarse
a sí misma para poder definirse en palabras. Acepto esta valla básica para no intentar llegar a la
esencia de la mente. Por lo tanto me circunscribiré a describir el fenómeno y toda mi labor será eso:
una descripción que me permite acercarme mejor a los modos de ser de esa mente. El primer
fenómeno es que por la actividad mental es evidente que hay muchas funciones que se manifiestan o
aprecian pero que no están comprendidas dentro del conocimiento científico. Sólo ubican en lo
fenomenológico. Otra creencia es que al hablar de mente debo pensar en una estrechísima relación
con otros conceptos como psiquis, alma o espíritu. Pero debo evitar otra tentación que es confundir o
creer que mente, psiquis, alma y espíritu es lo mismo, para descartar peligrosos juegos semánticos que
llevan a una discusión bizantina, llena de adornos retóricos pero sin ninguna materia o sustancia que
beneficie a la verdad o a la aclaración ortodoxa de conceptos. Lo ideal es definir al fenómeno “tal
cual”. Esto quiere decir que debemos quedarnos en el terreno descriptivo. El segundo fenómeno es la
mente como complejidad que se identifica fundamentalmente con los mecanismos intelectivos,
afectivos y volitivos. Esto significa que abarca las denominadas “facultades mentales”, pero sin ser
esencialmente las mismas y debe traducirse como que las facultades no son en sí la mente, sino
funciones de la misma que complementan a otras y que son verdaderos poderes mentales que se
manifiestan en forma imposible de sistematizar dentro de un método científico. El tercer fenómeno es
que la mente permite inspeccionar el exterior y el interior del hombre, mediante los actos mentales de
la extro e introspección. Finalmente, el cuarto fenómeno a considerar es que la mente gobierna el
cuerpo. Estas cuatro serían las formas principales y obvias de reconocer al fenómeno de la mente y
los actos mentales. Naturalmente hay más modos de ser de la mente, que los iremos desentrañando en
cada caso específico. De ahí que las ciencias en general, incluyendo a la filosofía y la psicología y
otras ciencias espirituales, no puedan dar definiciones abarcadoras y totalizadoras del fenómeno
mente humana. Por lo antedicho, la mente es la operadora de la expresión del espíritu, o sea, el
espíritu de manifiesta mediante las facultades mentales. Antes de tratar este tema nos parece
conveniente reproducir los conceptos de González Pecotche por ser muy ilustrativos: “Vamos a
considerar ahora lo que en verdad acontece entre el ente físico o alma y el espíritu, o sea, las
relaciones que ambos mantienen corrientemente. Salvo los casos excepcionales en que el hombre
demuestra poseer plena conciencia del dominio del espíritu sobre el ente físico, los demás sólo
acusan las ambiguas referencias que no concuerdan ciertamente con la realidad. En verdad,
preocupado y absorbido el ente físico por las tareas y compromisos que le demandan su atención en
el plano material, no ofrece motivo ni oportunidad al espíritu de participar en ellas, por cuanto no
son de la incumbencia de éste. El hombre ilustrado, que cultiva su inteligencia en las culturas
llamadas del espíritu, le deja, en cambio actuar, mas sujeto a la voluntad del ente físico y, muchas
veces – dígase con sinceridad – sin tener cabal conciencia del momento preciso en que aquél
desenvuelve su actividad, que en este caso sería estrictamente mental. Se lo confunde con la
inteligencia misma o la exaltación del pensamiento en su función creadora, pero es tal, como lo
veremos enseguida. El ente físico usa el sistema mental para los asuntos exclusivamente físicos o
materiales. Nos estamos refiriendo a la mayoría y siempre con excepción de los que piensan en
sentidos más elevados. Pues bien, el espíritu no interviene allí en nada. Se lo mantiene ajeno a todo
lo que ocurre en la vida, como si nada tuviera que ver con ella. Sin embargo, el espíritu sabe
manejar ese sistema mental y servirse de él con mayor soltura y eficiencia que el ente físico, sólo que
gusta usarlo, principalmente para llevar al hombre al conocimiento de su mundo, el metafísico, de
donde resulta que el conocimiento de sí mismo es el encuentro e identificación con el propio espíritu.
Este nuevo y grande concepto del espíritu, que tendrá honda repercusión en el mundo del
pensamiento, constituye uno de los principales factores de la evolución consciente. ¿Cómo nos
prueba el espíritu que sabe hacer uso de nuestra mente? En que aprovecha la inhibición de nuestros
sentidos durante el sueño para movilizar los pensamientos y actuar sobre ella. Esto produce el
fenómeno de los sueños, en los cuales no tiene participación alguna el ente físico. ¿Será ése un
desquite del espíritu frente a la indiferencia e impasibilidad que se le muestran? Quizás; y no deberá
extrañarnos, por cierto, una reacción así de su parte para sacudir de algún modo la torpe
percepción humana y darnos a entender que según la intervención que le permitamos en nuestra vida
nos hará a su vez participar conscientemente de nuestro vivir en su mundo. Será entonces cuando
tendremos conciencia de la actuación de la mente en los sueños; cuando guiada la vida por el
espíritu, veamos inferiorizarse lo material ante la superioridad de lo inmaterial”. Este jugoso texto
nos muestra la gran intuición del pensador para antelar en la década del ‘30 del siglo XX, lo que
después ya sería más inteligible para los científicos como los que investigan en la Universidad de
Harvard, los fenómenos mente-cuerpo. Lo único que conviene aclarar acá que el concepto de
González Pecotche de que alma y espíritu usan el “aparato mental” para sus funciones distintas, es
que lo que este autor considera como alma o ente físico, es el alma actuando en las funciones
fisiológicas (“materiales”) y esto no lo hace a través de la mente sino del cerebro. Nosotros
reservamos el término mente exclusivamente como instrumento del espíritu. Ya aclaramos que al ser
el cerebro el órgano común, se confunde así los distintos fenómenos vitales del alma y del espíritu.
La mente puede ser considerada, según lo hemos afirmado, como la operadora de la expresión del
espíritu. El medio, iteramos, con que el espíritu se manifiesta. La herramienta o instrumento
espiritual. Por esto no es posible pensar que mente y espíritu es lo mismo. Y acá sí podemos admitir
que mente y psiquis son sinónimos para evitar toda disquisición semántica. Este aserto, de acuerdo a
lo que venimos explicando, desligaría a psiquis de ser sinónimo de alma. La mente no es el espíritu
sino la forma con que éste se manifiesta o, mejor dicho, a través de la mente se manifiesta el espíritu.
En cuanto a mente, procedemos a buscar las denotaciones del término. Encontramos que la RAE
dice: “Potencia intelectual del alma. Designio, pensamiento, propósito, voluntad. Conjunto de las
actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes.” En lo referido a potencia, ésta sería:
“Capacidad para ejecutar una cosa o producir un efecto. Cualquiera de las tres facultades del alma:
entendimiento, voluntad y memoria. Capacidad pasiva para recibir el acto, capacidad de llegar a
ser.” Estas definiciones nos ayudan ahora a poder adoptar una mejor definición de mente en el
sentido de que además de ser la “potencia intelectual” del espíritu, está asociada a un conjunto de
actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes y, además, es una capacidad para
ejecutar cosas y producir efectos, lo cual significa que tiene un propósito y que está ligada a la
voluntad. Pero no sólo es una capacidad de hacer en forma efectiva, sino también es una capacidad
pasiva para recibir un acto o estar en condiciones de hacerlo cuando corresponda. Es decir, la
mente no solo opera en forma activa sino también en forma pasiva. Lo lamentable de estas
definiciones, en algunos aspectos, es querer limitar la mente únicamente a lo intelectual y volitivo,
obviando lo afectivo y lo inconsciente. La acepción que denota el “conjunto de las actividades o
procesos psíquicos conscientes e inconscientes” está más cerca de englobar las esferas intelectuales,
volitivas y afectivas y extrasensoriales. Por eso, nosotros la incluimos en nuestra connotación. Las
otras definiciones están centradas en la intelectualidad y obvian a la afectividad. Rayner explica bien
este fenómeno cuando afirma que la mente humana es el origen de actos y fantasías, ideas e
ideologías, facultades y sensaciones. Es un término abstracto y relativo, lo que significa que no hay
un sustrato concreto que podamos llamar mente y siempre el contenido del significado de la palabra
será relativo, según la intención del análisis o el aspecto particular que de ella se quiera resaltar. John
Cohen busca la definición de mente en un rastreo etimológico e histórico. Asevera que conocer más
de un idioma ayuda a comprender que “hay cosas que se dicen o expresan mejor” en un idioma que
en otro. No obstante, cree que “todo lenguaje natural es un museo de palabras, cada una de las
cuales representa un depósito de las creencias o formas de pensar propias de las gentes entre las
cuales ese idioma llegó a ser lo que es”. Pero, admite que no se debe adoptar el dogmatismo de
pensar que todas las nociones o conocimientos que el hombre tiene de sí mismo y del entorno o
mundo que le rodea, son estrictamente configuradas por la lengua materna. Tampoco, piensa este
autor, haber dado a la palabra mente un uso común y generalizado, con esta sola utilización se
expresa la verdad de lo que la mente es. De ser así, caeríamos en un grave error, puesto que la misma
palabra (o palabras afines), en otros idiomas, manifiesta vínculos “muy complicados”. De esta
manera, analiza las raíces indogermánicas que son men, mon, las cuales significan “pensar”,
“recordar”, “atender”. Tiene alguna similitud con el sánscrito manas y man que es “pensar”. La raíz
latina del término español mente, es mens, que significa “yo recuerdo” (del mismo modo que
memini), en cambio el término latino moneo es “yo aviso”. En las lenguas anglosajonas existe el
término gemyd (relacionado con el gótico gamunds) que significa “memoria”. El alemán minne se
traduce por “amor”, mientras que el inglés mind significa, indistintamente, “espíritu”, “inteligencia”,
“sentimiento”, “pensamiento”, “opinión”, “gusto”. Todas estas palabras, en realidad, están
describiendo “cualidades” o “facultades” de la mente como es pensar, atender, memorizar, expresar
sentimientos, recordar, opinar, manifestar inteligencia o expresar un gusto, representar al espíritu.
Pero, comparando la interpretación de la palabra mente que las lenguas indoeuropeas, con otras
lenguas ajenas a la tradición occidental, veríamos que mente (o sus nombres alternativos, alma o
psique) tiene interpretaciones distintas. Quizás, esto se deba a influencias religiosas o las concepciones
de los antiguos filósofos griegos en parte y por otro lado, a los sistemas de pensamiento del Oriente
arcaico. De este modo, en los filósofos griegos antiguos hallaríamos, por lo menos, cinco fases
empleadas para desarrollar la idea alma (usada como sinónimo de mente o psique):

1º. El alma es una especie de aliento que se exhala al morir


2º. Es la sede de las emociones
3º. Es el “intérprete” intelectual de la información que le suministran los sentidos
4º. Es una facultad tanto moral como intelectual
5º. Es “algo que toda persona tiene” y que constituye su parte más valiosa

Así, la palabra griega “psique” (usada como equivalente de alma), podía significar, a la vez,
una cosa, un proceso o un agente personal (o divino). Pero lo que más ha influido el uso del vocablo
“psique” en las modernas lenguas occidentales, han sido las concepciones platónica y aristotélica:

ϖ Platón: el alma está en armónica consonancia con un mundo de formas ideales


ϖ Aristóteles: el alma significa proceso o función y se define en palabras de actividad

Dado que hasta ahora se confundía alma con mente, era natural que a psique se la identificara
con alma. Pero lo real es que psique debe aplicarse a mente, más que a alma. Incluso, esta
aceptación convendría para entender en forma mejor que es la psicología, la cual quedaría como una
ciencia dedicada al estudio de la mente. En el curso de la historia, en Occidente se tendió a considerar
a alma, espíritu o mente como términos equivalentes que designaban a “algo” propio del hombre y
de los animales y que estaba en estrecho vínculo con el cerebro, pero que era imposible que ese
“algo” estuviera en contacto directo con otras mentes (salvo la escasa aceptación del fenómeno de la
telepatía). En Oriente (y en algunos místicos occidentales) se supone que las mentes individuales están
en íntima conexión con una mente universal. En el modernismo y contemporanismo, muchos
pensadores creyeron que la mente era algo vacío que se llenaba con la experiencia de los sentidos.
Locke resume esto con la frase: “nada hay en el entendimiento que no haya estado previamente en el
sentido” (in intellectu nihil est quod non prius fuit in sensu), acuñada por otros pensadores ingleses
que le precedieron (Bodley, Bacon, etc.) La escuela inglesa cree así, que la mente es un ente pasivo
que se debe “asociar” a la experiencia sensual para llenarse de sentido (escuela asociacionista de
Locke, Berkeley, Hartley, Hume, James Mill). La escuela francesa, encabezada por Descartes,
sostenía la dualidad mente-cuerpo, siendo la mente o alma lo que primaba sobre el cuerpo
separadamente (dualismo). La escuela alemana tuvo varias tendencias y fue la que influyó en la
escuela anglonorteamericana. La más importante fue la tesis de Christian von Wolf, creador de la
psicología de las facultades, que propugnaba al alma como “un conjunto de cualidades distintas” o
entidades completas cada una en su línea (razón, juicio, memoria). Esta idea aceptaba que cualquier
hecho anímico queda suficientemente explicado si puede ser atribuido a una de estas facultades
(teoría que aún prevalece en el análisis de las capacidades psíquicas). De Alemania también surge la
psicología experimental y cuantitativa. La historia de los movimientos psicológicos referidos a la
mente (como alma, psiquis, espíritu) ha sido muy pendular y fueron desde la concepción personal del
hombre que puede hacerse a sí mismo (self-made man), a que todas las formas del comportamiento
humano son esencialmente sociales o están conformadas por factores sociales. Resumimos todo en
estas tendencias:

1. monismo: alma y cuerpo son un solo bloque que puede ser estudiado por la psicología y la
neurología. La teoría creacionista bíblica impuso este monismo. También hay un monismo
materialista sostenido por los griegos Leucipo y Demócrito que pensaban que todos los átomos de la
materia pueden moverse por sí mismos. Esta teoría origina un materialismo posterior llamado
reduccionismo que sostiene que todos los hechos psíquicos, todo lo subjetivo, pueden explicarse por
la neurofisiología, la cual es más valiosa y “científica” que la psicología. El otro concepto es el
monismo espiritualista o mentalista que entiende que el espíritu es el que rige la materia y por lo tanto
la psicología es superior a toda otra ciencia.
2. dualismo: iniciado por Descartes con la tesis de que hay un cuerpo y un alma por separado y
que el alma es primero que el cuerpo y, por lo tanto, la psicología debe ir separada de la neurología,
puestos que cada una de estas disciplinas constituyen sistemas distintos y diversos debido a sus
materias respectivas: cuerpo (materia), alma (inmaterial). Dentro del dualismo existe el idealismo
sostenido por Berkeley, Mac Taggart y Hegel y que se concebía como que “la existencia de la
materia es una mera posibilidad a la que sería insensato conceder la más mínima importancia”.
Dentro del dualismo hay que considerar lo que serían tres variaciones del mismo:

⇒ paralelismo: postula que hay una “armonía preestablecida” entre el sistema corpóreo y el
sistema espiritual que no forman una unidad operacional (Leibniz). En esta teoría se usó el término
energía como concepto físico y de ahí nació el concepto de que los hechos espirituales no pueden
correlacionarse con los físicos en términos de energía (Charles Sherrington). Así, el cerebro sería,
metafóricamente, un “convertidor” de la supuesta energía espiritual bajo la forma de pensamientos e
ideas, las cuales no están en el campo de las ciencias naturales y la relación, por ejemplo,
pensamiento-cerebro es una sólo una gran correlación espaciotemporal. Esta idea fue tomada por
Freud quien pensó que la psicología tenía una base orgánica que algún día sería descifrada por la
ciencia. Este criterio dio origen al biologismo posmodernista que sostiene que el cerebro es el que
origina a la mente, al alma y al espíritu (teoría abolicionista del alma). Luego, la “supuesta” “energía
mental” o “energía espiritual” es sólo un engendro de la “energía material” que es la que origina
todos los procesos neurobiofisicoquímicos del cerebro.
⇒ interaccionismo: si bien los procesos mentales y los fisiológicos son totalmente distintos en su
esencia, pueden afectarse mutuamente y en forma recíproca constituyendo un mismo y único sistema
causal. No obstante, este sistema causal puede tener dos connotaciones distintas: a) es estrictamente
espiritual y se manifiesta a través de efectos fisiológicos derivados (epifenómenos); b) es
principalmente fisiológico y lo mental es sólo un efecto de lo físico. Ambas concepciones
transforman al hombre en una especie de “autómata consciente” La principal objeción a estas
concepciones surgen de la Lógica y la sensatez: si alma y cuerpo son dos sustancias totalmente
diferentes, no pueden establecer ningún tipo de interrelación entre ellas, pues sería como mezclar
agua y aceite. Para admitir una relación o interacción alma-cuerpo hay que admitir que los dos son
una misma cosa. Esta última concepción hace más creíble la interacción cuerpo-alma y es la que
sustenta actualmente todas las teorías psicológicas y algunas científicas (neurociencias).
⇒ isomorfismo: sostiene que hay cierta correspondencia estructural entre el estado de conciencia
y el estado del cerebro.

De todas estas concepciones surgieron otros ísmos tales como:

∗ estructuralismo: mediante la introspección se puede dividir en porciones diversas cualquier


experiencia
∗ funcionalismo: la conciencia es un proceso no un catálogo de elementos independientes unos
de otros
∗ behaviorismo: la psicología debe independizarse de la introspección para ser más objetiva y
menos subjetiva y ocuparse del comportamiento de los individuos o animales
∗ configuracionismo: sostiene que en nuestras percepciones del mundo externo, se da, ya desde
el comienzo mismo, una estructura o una configuración. Las actividades mentales están organizadas
bajo una preconfiguración.
∗ individualismo o diferencismo individual: las personas no son sólo entes orgánicos iguales,
sino que existen diferencias individuales condicionados por el conocimiento y el aprendizaje en el
curso de la evolución (Galton, Darwin, Stuart Mill)

Teorías sobre el “abolicionismo del alma” o de la “antiespiritualidad”

Oakley Ray define a mente como “resultado del funcionamiento del cerebro: los
pensamientos, las creencias, las ideas, las esperanzas, resultan de actividades eléctricas y químicas
que tienen lugar en las células nerviosas del cerebro”. Ray sustenta la tesis biologista de que las
reacciones bioquímicas de las neuronas cerebrales son la causa de la existencia de la mente.
Personalmente creemos que es al revés: la energía mental, como ente independiente en nuestro
criterio, es la que pone en marcha la bioquímica neuronal cerebral para manifestarse. Por eso, si
falta una sustancia, como puede ser el litio, no puede llevar a cabo normalmente, sus funciones. De
igual modo ocurre cuando hay alguna neurona fallada o falta un neurotransmisor. El nudo gordiano
de la tesis biologista sustentada por Ray, White, Watson, Crik, Newberg y D’Aquili entre otros, es
que no es posible demostrar la existencia del espíritu (no del alma como ellos sostienen) sin el apoyo
material del cerebro. Pero muchos de los experimentos biologistas, especialmente de Newberg-
D’Aquili, se realizan con estudios como el SPET para lo cual primero debe pensarse para después
captar el fenómeno cerebral. Es decir, el hombre elige y comanda el tema a pensar y luego el cerebro
entra en acción cuando esta forma de pensar inicia su efectividad. Noailles escribe: “si antes era el
alma humana la sede insondable de cuestiones tales como el bien y el mal, la sede de la pasión y
también de la compasión, la ciencia contemporánea tiene una tendencia a localizar y materializar
estas cuestiones en el cerebro, mediante escáneres cerebrales. De la batalla épica entre los
ángelesnos trasladamos al pequeño teatro eléctrico de neuronas, circunvalaciones y dendritas. Acaso
haya una secreta esperanza de que, en el reverso de la noción de alma, el cerebro sea finalmente
descifrable. Y cuanto mayor es el misterio que nos rodea, más circunscripto es el espacio en que se le
busca una respuesta. Lo que opera detrás de estas interpretaciones que localizan con precisión en el
cerebro cuestiones que tradicionalmente erraban por el espíritu humano, tal vez sea una voluntad de
corregir la realidad. Pero la realidad también se encuentra en mutación constante, se muestra
finalmente irreducible y, como un espejismo, tiende a alejarse a la misma velocidad con que se la
intenta apresar”. El autor no ataca ni defiende al biologismo, pero con un sesgo irónico demuestra la
imposibilidad de apresar al alma o espíritu (usa ambos términos en forma indistinta) tal cual se
muestra en la realidad. En el mismo artículo cita el ejemplo del Abate Pierre y del delincuente de
nombre Georges, a quien el religioso convence para sumarlo a sus actividades en bien de los pobres,
sacándolo del camino del delito. Esta conversión de delincuente a santo es comentada como Noailles
como “una mutación probablemente difícil de reducir a parámetros químicos”

La incógnita del misterio es ¿el cerebro es el que induce a pensar y sentir? o ¿el espíritu
(como operador del alma) es el que piensa e induce el trabajo cerebral? Si la primera cuestión o
pregunta fuera la acertada, los pensamientos dependerían del tamaño y otras variables anatómicas
puesto que no puede decirse que el cerebro sea totalmente distinto, como órgano anatómico, en cada
persona. Por otro lado, habría que aprender a captar el momento en que el cerebro produce un
pensamiento y no, como ahora se hace, cuáles son los efectos del pensamiento sobre el cerebro.
Teóricamente, la anatomía y fisiología del cerebro, básicamente, es igual para todas y cada una de las
personas o seres humanos. Las diferencias de peso y tamaño no le hacen un órgano diferente en cada
persona. De seguir los postulados de la teoría biologista, todos deberíamos pensar lo mismo y sentir
de igual, en manera especial, aquellos que detentan la misma masa cerebral y en igualdad de
condiciones anatómicas y fisiológicas. En este aspecto, Robert White sostiene que el cerebro es el
“origen” del alma mientras que el resto del cuerpo es sólo el apoyo vital del cerebro. Afirma que “el
cerebro es el origen del arte, de la música. Buscamos a Dios con el cerebro”. Su principal opositor a
las investigaciones de trasplante de cerebro, el Dr. Arthur Caplan, refuta los conceptos de White
diciendo: “¡Ridículo! Aunque el órgano más importante es el cerebro, no se le puede aislar y decir
‘he aquí la esencia humana’”. En el calor de la controversia entre ciencia y bioética, ambos
científicos mezclan conceptos que no son del patrimonio de la ciencia biológica y que están creando
falsos dilemas a los fisiologistas que intentan a través de la anatomía y fisiología del cuerpo humano,
explicar los fenómenos vitales y espirituales. Esto les trae lógicas confusiones. La esencia humana no
sólo está en el alma, en el espíritu o en el cuerpo. Todo eso constituye la esencia humana. Una
cabeza sola sin cuerpo, aunque pudiese estar viva y pensar (e incluso admitir la casi utopía de que
pueda comunicarse eficazmente como un hombre completo), nunca constituirá un hombre cabal,
sino la expresión de una parte de un hombre. Para ser un hombre total deben estar presentes todos los
elementos que lo constituyen. Pero uno de los modos de ser de la esencia del hombre, que es la
inteligencia, aunque puede decirse que se expresa a través del cerebro, de ningún modo esto significa
que el cerebro es la esencia del hombre. Es un órgano más, que también es patrimonio de otros
animales. White, incluso, en el paroxismo de su entusiasmo llegó a afirmar que cerebro y alma son
una sola cosa. Grave conclusión por el error conceptual (ignorancia lingüística) que encierra sobre el
significado del alma. El alma, repetimos una vez más, “anima” todas las células del cuerpo, no sólo el
cerebro. Es una fuerza energética (energía vital) que está en la célula y desde allí gobierna todo el
organismo, incluyendo al cerebro. Tan vital es el cerebro como el corazón o los pulmones. Sin ellos
no hay vida, sin vida no hay alma. Luego, el alma está presente en todo el organismo como
manifestación de la vida (manifestación patente de la vida). Tan inmensamente influye en cerebro,
corazón, estómago e hígado, que los primeros investigadores de la mente y el cuerpo llegaron a
pensar que tanto el corazón como otros órganos, eran la sede de sentimientos. No supieron distinguir
que los sentimientos impactan sobre la fisiología de esos órganos, pero ninguno de ellos origina
sentimientos. Vimos en detalle qué significa en sí la palabra “alma”. Si White quiso decir que el
cerebro es el órgano del ser del hombre, eligió mal la palabra “alma” que lingüísticamente no
significa “ser”. Tampoco significa, estrictamente, espíritu y, mucho menos, mente.

Si bien hay una tendencia generalizada, incluso por parte de la Real Academia Española a
emplear indistintamente la palabra alma, espíritu y mente, veremos luego que no es así. De ahí que,
en general, las ciencias, incluyendo a la filosofía, la psicología y otras ciencias espirituales, no puedan
dar definiciones abarcadoras y totalizadoras del fenómeno mente humana. ¿Por qué espíritu es una
cuestión semántica? Por la palabra en sí. Si yo digo ave (animal) no puedo interpretarlo como
cuadrúpedo. Esto se debe a la especificidad del nombre. De igual modo, reiteramos lo que antes
dijimos, espíritu deriva de alma, alma de ánima, ánima de animus y animus de anemos, el que
etimológicamente significa soplo. Por eso, en latín, spiritus es “respiración, aliento, aire”. Por lógica,
no puede designar como soplo, respiración, aliento o aire a una función orgánica, en este caso, una
función cerebral, lo que sucedería si se acepta a la teoría biologista de que el cerebro es el alma o
espíritu. James afirma confusamente que “Tanto el cerebro como la mente se componen de elementos
simples sensitivos y motores”. Esto nace de una concepción fisiologista que es la que predomina en
todos los estudiosos de la mente, asociando el cerebro a la esencia de la mente. Debemos repetir hasta
el cansancio, que es obvio que lo sensitivo como lo motor, en términos fisiológicos, dependen
exclusivamente del cerebro. La mente puede influir sobre estas funciones cerebrales, pero no son de
su incumbencia directa. Lo sensitivo, referido a la sensibilidad neurológica, es función del cerebro.
Lo sensitivo, referido a la vida afectiva o emocional o las sensaciones no sensuales, es función de la
mente. La acción cerebro-mente es un camino de doble vía, donde la mente influye en el cerebro y
viceversa. Cuando enferma el cerebro, enferma la mente e inversamente: toda disfunción mental
influye en las funciones cerebrales. Mas, de ninguna manera significa que la mente tenga funciones
sensitivas y motoras, de orden neurológico, iguales que el cerebro. Esto es así, porque en el fondo de
la cuestión, la mente termina siendo una función (función en sentido instrumental, no causal) más
del cerebro, conectada con las otras funciones fisiológicas no espirituales. Los científicos quieren
explicar “científicamente” a los fenómenos espirituales, según lo advertimos anteriormente. Mas, la
realidad es otra. Una cosa es explicar la mente o mecanismos mentales y otra distinta es explicar al
espíritu. Con o sin diferencias anatomofuncionales, cada persona piensa muy distinto de la forma en
que lo hacen otras. Vaya como ejemplo, como antes lo indicamos, los llamados genios.

Si aceptamos que el cerebro es causa de la inteligencia, los afectos y los pensamientos,


debemos aceptar lisa y llanamente que todos tienen que tener la misma inteligencia, afectos y
pensamientos y, por lo tanto, no habría hechos mentales que escapen a esta regla. Empero, la realidad
supera esa tesis “cerebral” porque nos muestra que a pesar de tener la misma calidad y cantidad
cerebral, cada hombre es un individuo que genera actos, pensamientos y sentimientos totalmente
distintos al de otros congéneres, en lo referido a las expresiones personales. A eso agregaremos que
aunque se exprese un mismo sentimiento, por ejemplo, el amor, habrá situaciones o matices muy
marcados en la manera en que se realice o se manifieste este sentimiento. Éste, y muchos otros
ejemplos, nos obligan a desechar al cerebro como causa de actos espirituales. Lo diremos ahora, lo
dijimos antes y lo seguiremos repitiendo hasta el cansancio en todo el texto de este trabajo: el cerebro
sólo es sostén de la mente. La teoría biologista no puede explicar cómo el hombre, con el mismo
cerebro, va cambiando históricamente su devenir y pasa de un ser cavernario a un ser histórico. Y
dentro de la historia desarrolla civilizaciones tan dispares y distintas que ha obligado a algunos a
pensar que hay diferentes clases de hombre, siendo algunos de ellos superiores y otros inferiores
(principios de racismo). La ciencia ha probado que anatómicamente el cerebro del antiguo (no del
prehistórico) es el mismo del posmodernista actual. La realidad nos prueba que hay hechos
inexplicables que no pueden ser concebidos como originados por la materia. Lo que la ciencia ha
probado también, es que de acuerdo a la forma en que cada persona maneje su cerebro, podrá
modificar su anatomía y fisiología. Pero esto no depende del cerebro en sí, sino de la persona y
persona es el conjunto de modos o formas de manifestar el ser humano cada individuo. Y el ser
humano es cuerpo y alma y esa alma es espíritu y mente. Los fenómenos inmateriales no pueden ser
explicados por la ciencia analítica ni reproducidos en ningún laboratorio. White, que realiza injerto
de cerebro en monos, no ha logrado en sus éxitos efímeros, que un mono trasplantado llegue a actuar
de igual manera que el mono que cedió el cerebro. Pero, hallazgos fortuitos comprobados por
científicos, han demostrado en forma incontrovertible que a pesar de padecer “muerte cerebral”, los
que fueron reanimados y el cerebro volvió a funcionar (encuentros cercanos con la muerte), en el
período de muerte cerebral aparente (pues el cerebro no registró actividad alguna), los fenómenos
espirituales tuvieron lugar, y esto se comprobó cuando la persona recobra la conciencia y puede
recordar y explicar lo sucedido en el lapso en que dicha persona se encontraba con paro absoluto de
respiración, circulación y actividad cerebral. Incluso, en el período de obnubilación se manifestaron
sentimientos y pensamientos. Pero como no estaban habilitados los órganos que son el medio de
expresión, como es el cuerpo y el cerebro activos, no podían mostrar lo que sentían o pensaban y los
hechos que registraban en el preciso instante de aparente muerte biológica.

Estos fenómenos reafirman el concepto de que el espíritu opera aún sin el órgano habilitado,
al cual necesita para expresarse pero no originarse. Y que, restaurado el órgano de expresión,
manifiestan la actividad realizada en el período de aparente inanimación. Incluso, el estudio
Newberg-D’Aquili demostró claramente que el misticismo tiene lugar en una zona cerebral sin
actividad bioeléctrica detectable por registros mecánicos. Sin embargo, el hecho espiritual estaba
presente. Michael Posner realizó también un estudio con SPECT y electroencefalogramas para
rastrear la actividad cerebral de personas concentradas en ciertas tareas y comprobó que cuanto más
se practica la concentración, menos actividad necesita realizar el cerebro.

A esta altura se me ocurre una idea loca, pero no tan descabellada, dada las afirmaciones de
estos científicos: ¿no será que cuando el espíritu opera, el cerebro “calla”? Si fuera así, ¿dónde queda
la teoría de que el cerebro es la fuente de las actividades espirituales, si cuando éstas están presentes,
el cerebro está en silencio? Incluso, investigadores norteamericanos han realizado recientes estudios
por escaneo y han detectado en el sulcus posterior superior temporal una región que se activa cuando
se ejerce un acto altruista, o sea una especie de “centro del altruismo” lo que ha apresurado a sacar
conclusiones en el sentido de que el cerebro es, sin dudas para los neurocientíficos, la usina o causa
no sólo de la idea de Dios sino también de todas las acciones religiosas o de amor al prójimo, tratando
de afirmar la teoría de que es la causa de todos los actos hasta ahora atribuidos al alma o espíritu. Pero
lo que callan esos científicos es que el cerebro sería también el que crea la idea antiDios y la idea
antialma. Es decir, el cerebro es la fábrica del sentido y del sinsentido. ¿Cómo suena esta paradoja?
En este sentido, Noailles afirma: “aunque no tardará en ser localizada también en el cerebro, el alma
es siempre incómoda como hipótesis, porque es abismal y está habitada simultáneamente por
tendencias opuestas”. Con esta aseveración, aunque no lo expresa así, parece que el autor da la razón
a la imposibilidad de creer que el cerebro es el artífice del alma o del espíritu y de la antiespiritualidad
y, por ende, la fuente del bien, del mal, de la pasión y de la compasión, etc. Por otro lado, ¿los ateos
no tienen la zona cerebral que inventa a Dios? ¿Los malos no poseen el centro del altruismo del
sulcus posterior superior temporal?, o bien, como dice Noailles, conocer las ubicaciones cerebrales
del bien, del mal, de ciertas pasiones malsanas ¿no abren la puerta a las posibilidades de que mediante
ciertas cirugías o la introducción de algunos neurotransmisores, puedan transformar a un ateo en
religioso o a un malo en bueno? Tozudamente y a contrapelo con la misma teoría, estos autores no
tuvieron empacho en afirmar que la zona cerebral inactiva era la creadora de la idea de existencia de
Dios. En otras palabras, para ellos, Dios es un concepto creado por un cerebro inactivo y carente de
todo estímulo sensorial. Pero desde otro punto de vista y yendo más lejos aún, los fenómenos
extrasensoriales, como la telepatía, permite que un cerebro actúe bajo la influencia del pensamiento
de otro. Esto me obliga a esperar la explicación de los biologistas “abolicionistas del alma” (los que
niegan al alma como entidad independiente, con existencia propia). Los fenómenos extrasensoriales
son prueba de que la teoría espiritual es más sensata que la biológica, porque un espíritu determinado
puede operar con cualquier cerebro. Por esto, Platón creía en la reencarnación. En síntesis: alma,
espíritu y mente no son entidades materiales sino inmateriales, con existencia o identidad propia, no
susceptibles de una clara definición denotativa, sino sólo son pasibles de ser nominadas por la
semántica y las connotaciones abstractas. Lo abstracto no significa que sean concebidas como meros
productos de la mente humana (conceptos abstractos) sino como conceptos elaborados sobre la base
de las sensaciones o percepciones internas (introspección) que nos permiten percibir, sentir y conocer
los fenómenos espirituales y luego formar una idea o concepto de ellos. No son abstractos como
belleza o fealdad que sólo dependerán de un sostén material para tener sentido, sino son abstractos
que definen un fenómeno, repetimos independiente, y no dependiente de un sostén. El cerebro no es
el sostén-causa sino el sostén-instrumento que permite “materializar” los actos espirituales a través de
modos de ser. Nunca nos muestra al espíritu o alma en sí, sino a sus manifestaciones. El lector deberá
perdonarme las inacabables iteraciones de esta idea, pero cada ejemplo me obliga a recordar esta
relación para mantener la ilación entre tema y tema. En este trabajo, mostraremos luego, la
interrelación y conexión entre fenómenos espirituales y el sistema nervioso.

El espíritu, la esencia del hombre y las concepciones budistas

Este tema, en parte, ha sido extraído de una obra de Goleman. El Dalai Lama accedió a
reunirse con los investigadores de la Universidad de Harvard para discutir o analizar todo lo relativo
a la vida emocional. En esas reuniones participaron diferentes investigadores, monjes budistas
tibetanos y filósofos y psicólogos. Owen Flanagan es uno de los integrantes de estos grupos que son
liderados por el grupo Harvard y que formó parte de la reunión de psicólogos, filósofos y
meditadores profundos como son el Dalai Lama y los grupos budistas tibetanos, verdaderos maestros
de la meditación junto con otras manifestaciones orientales como son los yoghis indios. Flanagan, en
una de esas reuniones, reflexionó sobre la perspectiva occidental de la esencia humana recordando a
Darwin y su teoría de la evolución y, luego, sobre el repaso del bagaje cultural e histórico. Pregunta
qué queda del hombre sin ese bagaje y responde que muchos creen que nada. Pero esa creencia cae
por sí, pues el mero hecho de la presencia física del hombre no puede decirse que es nada, como
tampoco puede creerse que sea puro vegetal o animal. Luego, el espacio que media entre la presencia
física y su rotulación de ser vivo no animal, no vegetal, es el que da lugar a pensar en su esencia.
Pero la presencia del fenómeno de la inteligencia fue el hito que lo liberó definitivamente de ser
clasificado estrictamente como animal o vegetal. Es un ser vivo netamente diferente de otros seres
vivos conocidos. La conducta histórica y cultural mostró, sin ambages ni vacilaciones, que es un ser
especial y único. No se conoce hoy, certeramente, la presencia de otro fenómeno biológico de igual
naturaleza. Luego, el ser humano “es algo” y definitivamente esto aleja la presunción de la nada
humana. Como la cultura es efecto de la inteligencia y la obra, su ausencia no desmerece a su autor.
La colección de “rasgos humanos” adquiridos por las manifestaciones de las diferentes conductas
humanas plasmadas en la obras humanas a través del tiempo (historia) y el conjunto de creaciones
(cultura) permiten formar, según Flanagan, un conjunto de rasgos humanos universales que alguna
corriente filosófica llama “notas fundamentales” del ser humano. Luego, esto contesta parcialmente la
gran pregunta de qué es el ser humano. Concretamente, es: un ente biológico con una inteligencia
propia y una manifestación vital única en el universo conocido. A la pregunta de cuál es el fin del ser
humano, hay dos respuestas que emergen de la maraña de opiniones, creencias y afirmaciones
metafísicas.

1. La primera es que es una creatura o criatura, por lo que se transforma en un ser contingente
(puede ser o no ser). Esta es la propuesta religiosa o visión teocéntrica. A través de esa propuesta el
fin del hombre es volver a encontrarse con su creador y esto lleva a la dupla Dios-hombre y la unión
del uno con otro fundamenta la religión (re-ligare = lazos que ligan el hombre a Dios).
2. La otra respuesta fue esbozada por los griegos al creer en la eternidad, esto es, todas las cosas
no tienen principio ni fin sino que están en el mundo desde siempre, pero en forma cíclica o
reciclándose. Entre esas cosas, está el hombre y su fin es sólo ser parte de la naturaleza como ser
inteligente

Esto lleva a una concepción antropocéntrica que puede arrancar directamente desde la teoría
darviniana y afirmar que el hombre es el fruto de una evolución animal. Esto no explica la aparición
de la inteligencia, a menos que se acepte que esa inteligencia ya era patrimonio de los homínidos
(homo erectus) que precedieron al hombre. O bien, pensar directamente que el hombre fue siempre
como lo es ahora y por lo tanto sería un ser necesario (lo que no puede dejar de ser lo que es). Este
pensamiento lo postula una moderna corriente antropológica que dice que el homo sapiens que llegó
después que los homínidos no tiene nada que ver con ellos, pues lo marca la inteligencia (creación
inteligente), dando así la razón absoluta la teoría creacionista fijista y a otros fundamentalismos
religiosos. Llegado al punto de la ética moral o religiosa, la historia registra un hombre que desde que
se expresó lo hizo con todas las facetas negativas y positivas. El fenómeno observado induce a pensar
que la naturaleza del hombre es ambivalente y alberga todas las duplas posibles y hasta conocidas
como valorizaciones abstractas.

Existe lo que algunos investigadores han llamado memoria filética, que Jung pensó como
inconsciente colectivo, etc. y que consiste en algo que el hombre lleva una especie de matriz mental
impresa que le dicta determinadas emociones, instintos, conductas e ideas. Es la memoria del filum
humano. Nosotros pensamos que más que memoria, es el propio espíritu que va expresándose de
formas diferentes según los canales circunstanciales (sociales y culturales) en que el hombre circula
por el medio en que está inmerso (ambioma). A la memoria filética hay que agregar, entonces, la
sabiduría de las edades, esto es, el cúmulo de saber que el hombre ha hecho a través de las distintas
edades de la humanidad (saber histórico o saber cultural). Pero, incluso, hay otra variable que es el
saber personal adquirido a través de cada historia personal. Así, la filogenia y la ontogenia han sido
útiles y adaptativas para la humanidad y lo es para cada uno de nosotros cuando se agregan a nuestro
proceso de crecimiento y desarrollo y dejan ahí su impronta, la que nosotros enriquecemos con el
esfuerzo de recrear (ser creativos) al aportar nuestros propios puntos de vista y la experiencia
personal de un momento histórico determinado. Esta teoría explicaría la diversidad de las conductas
en general y de cada ser humano en particular, el cual, a su vez, modifica individualmente lo que el
medio le da. No hay dudas de que el espíritu es el que modela cada ejemplar humano y lo hace
diferente y único frente a otros seres humanos. El problema reside en si se admite, o no, la existencia
del espíritu y qué se entiende por espíritu. Esta es la principal controversia de hoy, frente a otras
concepciones culturales provenientes de la religión, la filosofía, la antropología, la psicología y otras
actividades científicas y metafísicas del hombre. El multifacetismo nos hace pensar con propiedad,
que el hombre tiene un ser con múltiples formas, las que albergan en todos esas ambivalencias que
han sido fehacientemente comprobadas. No se trata ahora de discutir cual es la que tiene la razón o la
verdad. Se trata de dilucidar por qué el hombre es como es y cuál sería la forma más aceptable, en
concordancia con la naturaleza de ser inteligente. Este presupuesto lleva, sin dilaciones, a determinar
qué es la inteligencia.

Ergo, ahora la cosa ya no está tanto en preguntarse por el ser y el fin de ese ser, sino en
conocer con mejor certeza qué son las cualidades de ese ser a las que hemos identificado como
inteligencia, alma, mente y espíritu. Y dentro de esos presupuestos a dilucidar, están los otros
abstractos de siempre: ¿deberá el hombre buscar el bien y desechar el mal?, ¿qué es lo mejor? Hay
que abandonar la manía de sumergirse en discusiones bizantinas como meros ejercicios intelectuales y
retóricos, para recobrar la lucidez de la sensatez y preocuparse más por lo que el hombre muestra ser
en realidad, que dedicarse a buscar los a priori de lo que debe ser o tejer teorías presuntivas de lo que
el hombre fue. Veamos primero lo qué ya es y sobre esa base elijamos lo que hasta ahora ha
mostrado la bondad. También, sin dudas, es cierto que la mayor apetencia del hombre es el bien y la
felicidad. Si no es así, ¿qué estamos buscando o discutiendo? Luego, toda investigación y discusión
debe centrarse en conocer más y mejor las facetas de lo bueno y lo malo que ya están
fenoménicamente dadas, y dejar de lado las elucubraciones subjetivas de lo que el hombre debería o
podría ser.

Lo que hay que poner en claro es que dentro de las manifestaciones que hemos considerado
positivas y negativas, cuáles son las que lo benefician y cuáles lo dañan. Para esto también hay que
dilucidar qué es beneficio y qué es daño y no confundir fenómenos naturales como estrictamente
dañinos o artificiales, o fenómenos artificiales como si fueran naturales y beneficiosos. Los falsos
positivos y falsos negativos de algunas investigaciones y conclusiones metafísicas son los que hay que
eliminar en este incipiente propósito de construir una nueva ética y cambiarle el rostro a las ciencias y
la metafísica que tradicionalmente ha regido el saber y la cultura humana, para acercarlas mejor a una
realidad cada vez más patente, pero también menos reconocida y sabida. La conducta humana de este
mundo de siglo XXI muestra claramente que todo lo anterior ha errado, en parte, el camino correcto.
La humanidad actual no es el paradigma de un hombre inteligente sino más bien de una bestia
humana. El mapa del mundo está plagado de enfermedad, peste, guerra, delincuencia, vicios como
las drogas y otras actitudes que ahora llamamos basadas en “emociones negativas”.

En la evaluación de los fenómenos humanos, nos hemos acercado al mundo espiritual a


través del mundo emocional, a diferencia de la clásica concepción occidental de apreciar al espíritu a
través de la inteligencia y la metafísica (filosófica o religiosa). Sin embargo, personalmente creo que
todo esto es positivo, siempre y cuando, se logre la confluencia o síntesis de los diferentes
pensamientos humanos, tomando como base los dos grandes ítems que significan el llamado
pensamiento occidental y el denominado pensamiento oriental, como pensamientos opuestos desde
sus perspectivas estrictamente científicas (occidental) o estrictamente espiritual (oriental). Es cierto
que lo oriental siempre estuvo más cerca del espíritu que lo occidental y lo espiritual occidental nos
viene desde lo oriental. Si no fuese algo apresurado, habría que admitir que lo espiritual nos llega
desde el Oriente. Occidente fue siempre más intelectual. Grecia, cuna del pensamiento occidental, si
bien habló de lo espiritual y lo ético, lo hizo desde el punto de vista racional. Los fenómenos socio-
culturales del siglo XXI nos muestran un hombre despistado, descarrilado, esto es, salido de las vías o
carriles tanto racionales como espirituales. Encontramos un vacío que puede ser el que llevó a pensar
a algunos existencialistas en la nada del hombre o el hombre como nada. Pero la realidad es otra. El
hombre, mal o bien, es algo. Y la realidad también ha mostrado que el bien y la felicidad son las
metas universalmente deseadas, aunque cada uno centre los conceptos de bien y felicidad en
conductas diametralmente opuestas para llegar al fenómeno paradojal de que para algunos lo bueno
es malo y viceversa.

Precisamente lo que hoy es necesario es reorientar el pensamiento humano y con él, el


espíritu, para encarrilarlo nuevamente en conceptos más afines con la esencia del hombre y la verdad
de la misma. Esto implica repasar los conceptos de bien y de mal y la naturaleza de los modos de ser,
tanto en lo emotivo-afectivo-instintivo, como en lo racional y en lo volitivo, en suma, en el espíritu
en sí. Lo bueno y lo malo no debe ser medido por meras creencias o mitos, sino por los resultados de
los hechos. Las valoraciones deben surgir de los hechos positivos, esto es, aquello que mejora la
esencia y la existencia del hombre y aleja el daño. La ciencia en cualquiera de sus formas, puede
ayudar de algún modo para lograr estos fines, pero no es el camino más válido. Es sólo una
herramienta más, pero no la principal. Lo espiritual no está hecho para la investigación científica, la
cual sólo puede detectar, investigar y explicar las acciones sensibles del espíritu. El espíritu sólo
puede investigarse y explicarse a sí mismo. Y la única herramienta útil es la mente entrenada o
adiestrada, la mente educada para pensar correctamente.

El pensamiento occidental siempre ha separado razón y emoción, dando preeminencia a la


razón como objeto de estudio y consideración. Tal es así que la esencia humana es marcada por la
inteligencia o razón. Relegó, científicamente, a otras manifestaciones espirituales y al espíritu mismo
porque lo consideraban tan subjetivo que era imposible de someterlo a los procedimientos científicos.
Desprecia al empirismo e ignora que el saber científico es tan válido como el saber empírico, puesto
que el término saber es “conocimiento con certeza” y no importa de donde provenga sino que sea
certeza real y no imaginada (creencia). La “ciencia” occidental está demostrando que el “empirismo”
oriental tiene certeza y que esa certeza es mayor y más verdadera que la obtenida por la “ciencia”
occidental, la cual siempre es aspectual y nunca completa sus conocimientos en forma holística. El
empirismo oriental es englobador desde los comienzos por ser sintético e integrar las partes en un
todo. En lo referente al fenómeno humano espiritual, la ciencia occidental nada puede hacer para
abarcar al espíritu humano, conocerlo y dominarlo. El empirismo oriental ha logrado las tres metas.
Esto se debe a que lleva siglos de delantera a la ciencia occidental. Desde un principio el orientalismo,
especialmente el budismo, aceptó, sin ambages, que el espíritu es lo único cierto del hombre, que es
una entidad concreta y real y por eso se dedicó a buscarlo, conocerlo y manejarlo. He ahí el poder
espiritual del budismo, del hinduismo o yoguismo y de otras disciplinas orientales dedicadas a la
meditación y a la elevación espiritual. Cuando un monje tibetano tuvo acceso al pensamiento
occidental “científico” aventuró, en 1974, a predecir: “en Occidente, el budismo acabará asumiendo
la forma de psicología”. Esto puede interpretarse como que Occidente, necesariamente, debe
“cientifizar” un concepto para admitirlo como verdadero, despreciando el saber empírico. Así es, en
efecto. La psicología occidental comienza su empeño por comprender el funcionamiento de la mente
basándose en la ciencia y la cultura europea y americana, es decir, nace en el siglo XIX.

Sin embargo, el conocimiento y estudio de la mente, aparece en Oriente mucho antes de la


era histórica actual. Buda, por ejemplo, nace en el siglo V antes de Cristo. Paradójicamente, es la
misma época que nace Sócrates y Platón. Todos ellos se preocuparon mucho por lo llamado alma y
mente, quizás no en los conceptos de la psicología moderna. Mientras Buda se dedicaba a practicar
todos los ejercicios tendientes al dominio de la mente y a las manifestaciones espirituales, Platón y
Sócrates sólo hablaban de ellas efectuando un análisis filosófico. Desde el origen, el pensamiento
oriental es empirista y totalmente práctico, mientras que el pensamiento occidental es esencialmente
especulativo con la metafísica y trata de racionalizar, más que practicar y conocer, todos los
fenómenos espirituales. Este afán de racionalización es lo que motivará el origen de la ciencia
occidental, tanto en las ciencias llamadas “espirituales” como la filosofía, psicología, teología y otras
afines, como las consideradas estrictamente experimentales, regidas por los principios de Sir Roger
Bacon. Como el espíritu humano nunca pudo ser sometido a experimentos científicos estrictamente,
fue soslayado por las ciencias occidentales que se dedicaban al estudio del hombre como era la propia
psicología, antropología, biología en general. Estas ciencias demostraban mucho del cuerpo humano
y lo siguen haciendo, ignorando totalmente al espíritu. El Grupo Harvard, si bien considera al espíritu
como tal, trata también de someterlo a un “estudio científico” experimental y busca mediante la
tecnología científica (aparatismo) registrar los fenómenos fisiológicos relacionados con las
actividades, efectos o facultades espirituales. En realidad no estudia al espíritu en sí. Estudia cómo las
acciones espirituales provocan efectos en el cuerpo humano y cuáles son los órganos y regiones
anatómicas que más reciben el “impacto espiritual”. Y ¿el espíritu? Bien, gracias.

Si bien se admite sin dilaciones que el cuerpo es materia y el espíritu es no-materia, esto es,
una especie de energía o fuerza inmaterial, en los hechos parece que no hay convencimiento total de
aceptar una pura energía que no puede ser encerrada en la tecnología científica y que sólo es pasible
de ser captada por la experiencia personal, en forma empírica. Lo espiritual es y seguirá siendo un
“saber empírico” no susceptible de ser “cientifizado”. El mayor problema no reside tanto en la
naturaleza del espíritu, sino en que la lingüística no alcanza a encontrar el logos o concepto
lingüístico de lo que debe considerarse alma, espíritu y mente. A veces, confunde a las tres cosas
como si fueran un mismo ente. El error de discernimiento es lo que ha llevado a los errores
conceptuales y filosóficos o científicos acerca de estos tres fenómenos y, ergo, a las acciones que esos
fenómenos realizan. O cambiamos totalmente el concepto actual de psicología e inventamos un
nuevo concepto que abarque lo qué realmente es espíritu, mente y alma o debemos buscar un
neologismo para expresar esta nueva inquietud de acercarse y abordar los fenómenos espirituales
para mejor conocerlos y dominarlos. Goleman comete la “imprudencia” de seguir insistiendo que el
budismo es una “psicología alternativa aplicada”. Esto quiere decir que es "alternativa” porque
escapa a los moldes de la psicología clásica y es “aplicada” porque directamente no analiza
conceptualmente los fenómenos sino que los experimenta directamente.

Una cosa es cierta: el siglo XX trajo un nuevo hálito de pensamiento sobre el espíritu que
intentaba arrebatar a lo culturalmente aceptado en occidente como espíritu, para acercarlo más al
concepto espiritual oriental, especialmente el budista y el yogui. Incluso, vulgarmente, se empezaron
a difundir “técnicas” espirituales y prácticas de estos pensamientos y cultura. Pero lo más importante
es el “despertar” de la conciencia occidental a que debía reencontrarse con el espíritu, precisamente
porque la “vida occidental”, la “ciencia occidental” y otras “occidentalidades” habían descarriado al
hombre disociando la vida humana del espíritu. Esta “extracción espiritual” provocó un vacío tan
evidente que se les puso varios nombres, desde el más simplista como “vacío espiritual” a otros
filosóficos como “vacío existencial” o científicos como “neurosis de vacío”. Los efectos desastrosos
de la humanidad destruida del siglo XX y aún más del incipiente siglo XXI, no dejaron otro camino
que insistir en buscar y reencontrar la senda espiritual. Pero las elecciones fueron dispares. Algunos
persistieron por lo “científico” y se insistió con la psicología que llegó a nuevos conceptos de la mano
de Freud, Jung, Adler, Frankl, Lacan y otros tantos prominentes psicólogos o psiquiatras que
inventan la psicoterapia, psicoanálisis y otras prácticas médicas y psicológicas, además de los
psicofármacos, para restaurar la “paz espiritual” y rellenar los “vacíos”. Discuten entre ellos, se
critican mutuamente los conceptos, se modifican muchos de ellos y aparecen multitudes de “escuelas”
y “terapias” con los nombres más dispares.

Total: el hombre sigue avanzando en su caída vertical al vacío espiritual y cada vez más se
acentúa la orfandad espiritual de la humanidad, medida no solo cualitativamente sino
cuantitativamente. La crisis espiritual fue patrimonio de todas las épocas históricas, pero las formas
que hoy asume son únicas debido al crecimiento tecnológico y demográfico. No sólo hay nuevas
manifestaciones de desvíos o vacíos espirituales, sino que las viejas acrecentaron en número
estadístico y empeoraron sus formas antiguas. Estadísticamente, la humanidad está peor que al
comienzo de la historia, en muchos aspectos. La psicología tradicional y la psiquiatría se limitan a
describir los fenómenos, especialmente los patológicos, pero no aciertan a encontrarse con un espíritu
puro, con la esencia humana en si. Sólo conocen los “modos de ser” que se dan en manera anómala.
La neurociencia, discretamente iniciada a principios del siglo XX, siendo uno de sus mejores
exponentes Hans Selye y predecesores, hoy ha crecido a niveles insospechables con el uso de
aparatos tecnológicos no soñados en los comienzos de siglo XX. Quizás el futuro supere esta
tecnología y lleguemos a una verdadera ciencia-ficción, no porque no sea un hecho real, sino porque
se degenere tanto que escape a toda realidad y sólo maneje una realidad-ficción que surge de la
artificialidad tecnológica. Algo nos está adelantando la manipulación genética. La ventaja de
Goleman es que reconoce, sin vueltas, que la psicología moderna “se halla tan determinada
culturalmente que mantiene una actitud miope que le lleva a ignorar de manera casi solipsista los
sistemas psicológicos propios de otras épocas y otros lugares”. Coincidimos con él en la “miopía
solipsista”, pero como antes dijimos, no estamos de acuerdo en hablar de “sistemas psicológicos” sino
que habría que hablar de “sistemas espirituales”, en todo caso, para no defraudar completamente la
mentalidad “cientificista” o “académica”, dado que lo lógico sería sólo decir “lo espiritual” a secas y
sin otros agregados que alejen la cuestión de lo fundamental, esto es, del espíritu.

La crítica de Goleman fue anticipada por González Pecotche, autor ya analizado. Esto
significa que los propios “científicos” se están dando cuenta de que algo falla en la metodología
actual, pero tratan de no salirse de los moldes tradicionales, quizás para no causar escándalo y
rechazo “científico”, sino que intentan buscar nuevos “moldes científicos” lo que constituye una
brutal paradoja. No es posible moldear lo inmoldeable. El espíritu tiene ya grandes problemas para
estar en el “molde carnal” natural del cuerpo. Imaginen cuánto más problemático será meterlo en
moldes artificiales. No hay conciliación entre ciencia y espiritualidad, pues sería como pretender que
el hijo tratara de engendrar al padre. ¿Está claro? El espíritu es anterior a la ciencia y la ciencia es una
de las manifestaciones del espíritu, a través del intelecto. Pero es una manifestación muy parcial.
Luego, la ciencia nace como algo parcial y carece fundamentalmente de totalidad, lo que fatalmente
la condena a ser siempre meramente aspectual y nunca holística. No tiene capacidad de
englobamiento ni de síntesis comparativa (no pueden unirse las ciencias como se ha pretendido hacer
comparaciones entre una y otra buscando coincidencias. Las coincidencias no son síntesis ni
globalidad, sino meras igualdades o similitudes entre partes).

Aunque parezca increíble, la sencillez de estos razonamientos ha sido resistida para


enfundarse en otros criterios e interpretaciones más basados en lo personal que en lo universal. De ahí
que aparezcan las actitudes y comportamientos humanos como diversos y predomine más el
sentimiento personal que el colectivo. Por lógica, lo personal es más propio del animal que del
hombre, pues lleva a pensar posesivamente, a crear un yo y ese yo es el centro de todo lo demás.
Naturalmente el yo lleva a “lo mío” y este sentido de propiedad es la fuente de todo aquello que
hemos llamado emociones destructivas pues genera la hostilidad con todas sus secuelas de
belicosidad, ira, enfado, etc. y el sentimiento profundo de propiedad es lo que pone “a la defensiva”
de que no se dañe “lo propio” y asoma la envidia, los celos, el odio y todos los mecanismos
defensivos que se quieran postular o interpretar como fenómeno observado.

Tiene razón la perspectiva occidental de que ciertas ocurren porque realmente ocurren, pero
la ocurrencia no significa que sea lo que deben ser. También tiene razón el oriental de lo que piensa y
hace, porque ha descubierto otras ocurrencias como es la presencia espiritual pura. Lo que el hombre
común debe comprender, más aún el occidental, es que en lugar de discutir si hay coincidencias o
contradicciones o diferencia de criterios, lo que hay que tratar es de averiguar cual postura es la más
cercana y conveniente a la verdadera esencia del hombre. Si bien la occidentalidad ha errado en
mucho el camino espiritual real, la orientalidad ha olvidado un poco que el hombre para ser espiritual
necesita de una vivienda, un alimento y un vestido. Si bien el hombre que ha cultivado su espíritu (el
hombre extraordinario que después comentaremos, el que se maneja con el pensamiento superior),
puede lograr llegar a un mínimo de confort (en el sentido de proveer lo más necesario para subsistir),
esto no soluciona la “preocupación por el otro” que no puede llegar al estado superior y en su
“inferioridad” sucumbe al hambre, la enfermedad, la violencia y al impulso homicida indiscriminado,
bajo el cual acaba tanto la vida ajena como la propia. La perspectiva oriental, especialmente la
budista, es maravillosa desde lo espiritual y es casi la más perfecta desde lo humano, pero
paradójicamente pertenece a un grupo selecto de iluminados. No es el común denominador de los
países budistas, en los cuales la mayoría se extingue no sólo por sus propias emociones destructivas
sino que es víctima de las emociones destructivas ajenas. Tanto la occidentalidad como la
orientalidad, cuantitativamente están al borde de un pandemonium. Sólo la voluntad redentora de los
iluminados puede hacer que se sume una mayor cantidad de hombres a la senda verdadera.

Actos mentales y mentalidad


Los actos mentales

El carácter puramente fenomenológico de la mente y sus actos es perfectamente definido por


Grossmann al decir: “en la experiencia se dan actos mentales” Esto significa que para conocer un
acto mental debe ser experimentado personalmente, porque según este autor, “los actos mentales son
‘dados’ desde dentro”. Por lo tanto, el acceso a un acto mental de una persona no es permitido a otra
porque está oculto a un observador exterior. Se diferencia de otros objetos de percepción porque no
pueden observarse relaciones espaciales, temporales y causales. Es un acto propio de la mente que no
está en la realidad exterior, sino sólo en el espacio interior que es la mente (realidad mental), razón
por la cual no es un objeto de percepción.

Este razonamiento obliga a Grossmann a distinguir entre cosas mentales, fenoménicas,


perceptibles y físicas. Las consecuencias lógicas de la concepción de los actos mentales que hemos
citado, es la que conduce inexorablemente a que el único método válido para estudiar y analizar
dichos actos, es la introspección. Esto es: la mente es la única que puede estudiarse y conocerse a sí
misma. Los actos mentales sólo pueden ser conocidos mediante otro acto mental. Paradójico, ¿no?
Luego, la mentalidad entendida por la RAE como “poder o actividad intelectual en distintos
grados”, sería el conjunto de actos mentales, el que se manifiesta como un verdadero poder mental a
través de una actividad esencialmente intelectual. Los actos mentales necesitan de otro acto mental, el
intelecto, para poder manifestarse totalmente. La forma de manifestarse de esos actos es lo que
constituye la gradualidad a que se refiere la definición denotativa. La manifestación gradual es lo que
le da el carácter de mecanismo o proceso. El intelecto opera a través de la voluntad y por esto la RAE
lo involucra con la mente. Pero llama la atención que la RAE excluya otros actos mentales como son
las emociones, especialmente los sentimientos, los cuales también operan sobre la voluntad. También
los actos mentales son fenómenos mentales que sólo ocurren en estado de conciencia, aunque hay
una franja de ellos que existen fuera del nivel de conciencia. Así, se pueden distinguir los
“fenómenos mentales de experiencia consciente” (los que se perciben en estado de conciencia) y los
“fenómenos mentales subjetivamente existentes” y que no son apreciados al nivel de conciencia.
Luego, habría actos mentales conscientes e inconscientes y entre ellos ubicarían los preconscientes
que sin ser conscientes pueden llegar a “concientizarse” porque permite la excursión de la conciencia
o “yo” sobre ellos. Los fenómenos preconscientes pueden ser indagados por la introspección, propia
de los fenómenos conscientes. De hecho, la introspección es un fenómeno consciente. Pero el
inconsciente está más allá de la introspección y no puede ser alcanzado por ella, a menos que el
mismo llegue al nivel de subconciencia o preconciencia.

De otro modo, en forma general, podemos expresar parafraseando con términos fisiologistas
que la mente es el “sistema de la espiritualidad” y opera en el hombre como otros sistemas (nervioso,
inmunitario, etc.) Volviendo a Grossmann, conviene detenernos en aquello de “cosas mentales” y
“cosas reales”. Así, tendríamos dos tipos de cosas a considerar:

1. las que se dan en la realidad que está fuera del interior del hombre (entorno o circunstancias)
(“cosas reales”)
2. y las que se dan en el interior del hombre, en su mente (“cosas mentales”)

Pero si no se está bien atento a discernir entre ambas cosas, podemos groseramente confundir
lo que la mente tiene en sí y lo que la realidad tiene en su contenido. Esto nos puede ocurrir porque
la mente forma las ideas, pero lo hace sobre la base de la abstracción de elementos encontrados en la
realidad. Es como decir, las cosas mentales tienen el sustrato de la realidad. Luego, no hay cosas
mentales sino únicamente reales, las que al ingresar a la mente constituyen una cosa mental. Esta
deducción parece coherente dado que las cosas mentales pertenecen a una esfera privada y, por lo
tanto, tendrían un “acceso privilegiado”. Pero el acceso privilegiado no es la observación de actos
mentales por un espectador (extrospección) (la forma en que un hombre analizaría o examinaría los
actos mentales de otro) sino en la propia percepción interior (introspección). Queda así aclarado
definitivamente la naturaleza subjetiva de la cosa mental o del acto mental. Incluso, también es
subjetiva la extrospección (un sujeto observa un objeto). Por lo tanto, los actos mentales tienen el
sustrato de la realidad, pero también el sustrato de la percepción interior.
Esto está bien estipulado por Grossmann cuando dice: “la opinión de que los actos mentales
sólo son dados en la propia experiencia de un sujeto, descansa igualmente en dos creencias del
sentido común, a saber: que uno es a veces consciente de sus propios actos mentales y que uno no
podría ser consciente de los actos de otro, precisamente, de esa misma manera”. Acto seguido
profundiza aun más cuando asevera que “decir que los actos mentales... son privados significa
solamente que no pueden ser experimentado por varias personas” a la vez. Y agrega: “no significa
que sus propiedades no puedan ser experimentadas por varias personas (en forma individual), ni que
no pueda haber comunicación a propósito de ellos”. Esto quiere decir que cuando yo pienso, de la
misma forma en que yo lo hago, con idéntico contenido, no lo podrá hacer otra persona o varias de
ellas simultáneamente. Cada uno de ellos puede pensar la misma cuestión en forma simultánea, pero
el acto mental de cada uno será distinto. Sólo comparten en común el tema o cuestión a pensar y las
propiedades intelectuales del proceso de pensar, pero no el modo personal de hacerlo.

Como muchas de las opiniones o sentencias filosóficas descansan en “creencias del sentido
común”, y las dos creencias del sentido común que dan origen a un argumento filosófico son:

⇒ por una parte, la creencia de que uno puede conocer los estados de conciencia de otra
persona;
⇒ por otra parte, de que uno sólo puede experimentar los suyos propios.

Para que no haya confusión filosófica deben ser aceptadas plenamente estas dos creencias,
pero esta condición exige entonces, que también varíe el método de observación a fin de que la
observación de los actos mentales de otra persona, son percibidos en modo distinto a los propios
actos mentales. Esto es lo que da el pie para la extro y la introspección, las que hemos señalado y que
después ampliaremos en otro parágrafo. No obstante, por determinados métodos de comprensión y
analogía es posible empatizar para entender cómo puede otra persona formar un acto mental en
particular.

El proceso mental

Vamos a entender como proceso mental a un conjunto de mecanismos que usando fases
sucesivas manifiestan efectos fenomenológicos naturales, tanto objetivos como subjetivos, reales o
irreales, verdaderos o falsos. Entre esos mecanismos están los actos mentales. El proceso mental lo
iremos estudiando en parágrafos posteriores y describiendo todo lo hasta ahora conocido, en forma
muy básica y superficial, dado que la intención de este trabajo no es profundizar todo lo relativo a la
mente humana, sino realizar un análisis y una síntesis de la principal fenomenología que involucra
dicho proceso. Dado el carácter eminentemente fenomenológico, coincidimos con Grossmann, en
que en las cuestiones filosóficas no hay completa satisfacción con la mera afirmación de que las cosas
existen.

De acuerdo con uno de los conceptos de Heidegger es inherente a la filosofía preguntar por
el ser o esencia de las cosas y el significado real de las mismas. Cuándo se admite la presencia o
existencia de algo, la primera pregunta lógica es ¿qué es en sí? Después se establecerán una serie de
relaciones en lo particular o universal, entre lo que se percibe y lo que la cosa es verdaderamente.
Cuando hay un consenso general en aceptar que algo existe, su análisis no ofrece dificultades
mayores entre los que se preocupan por estudiar el ente para conocerlo, aunque sea con puntos de
vista contradictorios. Pero si no hay consentimiento en apreciar o aceptar la existencia de una cosa o
cuestión, ahí comienzan los tropiezos para analizar o estudiar algo. Esto es precisamente lo que
ocurre con las cosas abstractas, que son las que principalmente se discuten. Así, la vida es aceptada
como fenómeno por todos, pero la esencia de la vida es la que genera dilemas y controversias por
que es naturaleza abstracta.
De ahí el esfuerzo de la psicología, la filosofía y otras ciencias del espíritu para coordinar el
fenómeno realismo-idealismo, esto es en lo referente a la forma en que las cosas existen o las
cuestiones se presentan y el modo cómo la mente los capta, los interpreta, idealiza y significa. Los
pasos naturales fundamentales del proceso mental, son los del intelecto: percepción, aprehensión,
abstracción, ideación, concepto, signo lingüístico, juicio y pensamiento. A este proceso intelectivo le
acompañan todos los fenómenos espirituales (afectivos, emotivos, volitivos, anímicos, etc.) De este
proceso mental nace el pensamiento filosófico y los otros pensamientos y creencias.

De ese modo, los procesos mentales tratan de captar la realidad y de interpretarla de alguna
forma, aunque los puntos de vista diferentes dificulten llegar a un mismo concepto unánime o
universal. A nadie se le ocurre poner en discusión que la vida existe. El conflicto se plantea al definir
qué es la vida. Y así, sucesivamente, con todos los otros fenómenos o cuestiones similares.

Concepto de acto mental

Retomando el concepto de acto como “hecho o acción”, necesariamente debemos concluir


que un acto mental es “todo hecho o acción producido por la mente”, como una definición obvia.
De ahí en más, cada analista puede agregar otras connotaciones, según la intención de definir o
considerar lo qué es un acto mental. Nuestra intención es más simple: tomar lo obvio como base para
comenzar a desmenuzar la cuestión que es tema de este trabajo. Una vez superada la primera
intención de tener bien claro qué entenderemos por acto mental, el paso siguiente es comenzar a
dilucidar los modos de presentación de ese acto.

La primera cuestión, que ya fue sometida a discusión filosófica es que el acto mental es una
función relacional, esto es, la de establecer diferentes tipos de relaciones entre el fenómeno y la
cuestión sometida al proceso mental y los mecanismos de este proceso. El acto mental concebido
como relación, nos lleva a la primera relación fundamental: a la relación consigo mismo y relación
con las otras cosas del mundo. La relación consigo mismo es el conocimiento del yo humano, de su
propia mente, de su interior espiritual. La otra relación es con los objetos que están fuera de ese yo.
Como generalmente se ha intentado denominar realismo a los objetos exteriores e idealismo a los
procesos interiores, surge la relación realismo-idealismo.

La segunda cuestión de discusión filosófica es si el acto mental es un acontecimiento referido


a un yo y ese yo se concibe como un paquete de sensaciones o afecciones intracorpóreas. Esto
operaría como si el acto mental nace y muere como cosa subjetiva, sin participación objetiva,
situación que considerada, fenomenológicamente, no se da como un yo empírico (un yo que sólo
puede operar subjetivamente). Esta segunda cuestión, como la primera, circunscribe todo a que no
existe un acto mental propiamente dicho, sino sólo objetos fenoménicos (Gallie) Acá, el yo debe
entenderse como el estado consciente de una persona determinada que ubicada frente a una realidad
específica interactúa con ella recibiendo estímulos y generando ideas, o bien, desde su propio interior
puede generar fenómenos subjetivos. Obviamente, siempre, aún cuando el estímulo sea objetivo,
todo el proceso mental será subjetivo. La distinción clara entre estímulo y percepción del estímulo es
la premisa fundamental que explica cómo un acto subjetivo (percepción) se conecta con un acto
objetivo (estímulo).

Una tercera cuestión filosófica es la referida a que el acto mental es una propiedad más de la
mente.

Finalmente, la cuarta cuestión filosófica, que tiende a poner un poco de orden en esta
confusión de conceptos, es que el acto mental es un ente individual. (Moore-Alexander) Grossmann
ordena este último concepto y termina definiendo que: “una sucesión de ciertos actos mentales (a
saber: actos de conciencia), constituyen un proceso mental”. De esta forma finaliza poniendo en
claro no sólo el acto mental como acto de conciencia, sino que da una idea del proceso mental como
una sucesión de actos mentales conscientes.

Esto implica todo un proceso consciente que está constituido por estados conscientes: toda
clase de acto mental, sensaciones, sentimientos, impresiones sensibles, imágenes y otros estados de
conciencia. No obstante, la mente también trabaja en la inconciencia (sueño, coma, desmayo o
pérdida del conocimiento) y en la subconciencia, pero sólo cuando lo inconsciente o subconsciente
llega a la conciencia ahí es percibido y opera como acto mental.

Mente y conciencia

Siguiendo esta lógica, para Grossmann la mente consiste en una sucesión de estados mentales
y sus correspondientes estados conscientes y, consecuentemente, contiene actos mentales y cosas
fenoménicas, pero nunca objetos perceptibles. Esto define y clarifica que todo el trabajo mental se
exterioriza como estados mentales y actos mentales. Pero, por otro lado, la mente puede operar
tomando, o no, conciencia de sí misma. Y por esto, en un momento dado habrá estados mentales de
los cuales uno no tiene conciencia (estado mental inconsciente) y en otro momento existirá cualquiera
de los estados conscientes en que uno tiene plena conciencia de lo que está ocurriendo (estado mental
consciente).

Una conclusión necesaria a esta condición es que a veces no estamos sólo percibiendo algo,
sino teniendo conciencia, o no, de lo que percibimos. Incluso, por momentos más que experimentar
impresiones sensibles, importa tener conciencia de esa percepción. Luego, un acto consciente es una
toma de conciencia (darse cuenta) frente a una percepción determinada. La percepción directa de
objetos o fenómenos, es lo que constituye la conciencia natural (mera experiencia de percibir) (no
hay conciencia de una conciencia). Sólo cuando se toma conciencia de que se está elaborando un
acto consciente, hay un acto mental o un estado mental. Visto así, conciencia es lo que podría ser
considerado como una especie de sustancia mental o yo. No debemos confundir los fenómenos
inconscientes con los fenómenos conscientes. Hay una actividad espiritual consciente y una
actividad espiritual inconsciente.

El espíritu abarca lo consciente y lo inconsciente, pero la mente es operadora del espíritu sólo
en estado de conciencia. La mente opera sobre lo consciente y lo inconsciente, mas lo inconsciente es
acto mental, propiamente dicho, cuando se vuelve consciente. ¿Por qué decimos esto?. Porque
cuando ocurre algo inconsciente y la conciencia no lo registra de alguna forma, es como si no
hubiera ocurrido, no tiene existencia, luego, no se tiene una noción de acto, en este caso, mental. Si
no hay un efecto no hay un acto, puesto que acto es un hecho o acción y toda acción es un “efecto de
hacer”.

No se debe confundir un acto mental con un acto físico inconsciente. Yo tengo reflejos
nerviosos y una actividad orgánica autónoma independiente de mi conciencia. Hay procesos
espirituales independientes de mi conciencia que encuadran en los llamados actos inconscientes. Esto
significa que el espíritu, como ya lo demostramos en las experiencias cercanas a la muerte, puede
operar sin el cuerpo ni el cerebro activo. Pero sólo cuando el cuerpo y el cerebro recuperan la
actividad consciente, podremos manifestar o tener noción de lo ocurrido en la inconsciencia. Hay que
meditar muy bien este difícil punto de discernimiento para evitar equívocos o interpretaciones falsas
de los mecanismos mentales y de las acciones espirituales conscientes e inconscientes o
subconscientes. En síntesis y para evitar errar en esta particular y difícil situación que estamos
analizando, iteramos que: la mente puede participar en procesos conscientes y percibir estados
inconscientes, pero sólo será acto mental cuando el proceso sea, o se haga, consciente.

Así, los actos mentales son cosas individuales que entran en la composición de la mente y que
ejemplifican cierta relación intencional a objetos. Nosotros hemos visto anteriormente que la mente
no sólo es un proceso consciente sino que también puede abarcar procesos inconscientes. No sólo se
relaciona con objetos existentes sino que también puede hacer referencia a objetos inexistentes (cosas
reales e irreales, verdaderas y falsas). Naturalmente, todas estas relaciones cobran valor cuando se
hacen conscientes. En la inconsciencia pura, por ejemplo el estado de coma, la mente no realiza
actos mentales. Opera el espíritu exclusivamente. Para patentizar los fenómenos espirituales ocurridos
en la inconsciencia, repetimos, tendrá que volverse al estado consciente. Esto plantea una incógnita
más a la naturaleza de la mente. Si todos los actos mentales fueran totalmente conscientes, no tendría
explicación a lo que se denomina fenómeno subliminal: cuando nuestra mente recibe mensajes o
estímulos sin estar plenamente consciente de ellos y genera una actitud o una conducta. Esto
significa que los actos mentales funcionan en pleno estado de conciencia o en un estado semipleno de
la misma como sería el llamado estado subconsciente o preconsciente, del cual muchos investigadores
dudan porque asignan a la conciencia un papel absoluto. La conciencia opera a pleno, si no, no es
conciencia. A esta aseveración absoluta se opone el fenómeno de que la realidad nos muestra que
también hay fenómenos de semiinconsciencia (o de semiconciencia). Habría que definir este estado
interesante porque es una zona de fenómenos espirituales y mentales muy importante en el
funcionamiento de la mente y donde probablemente operen muchas de las percepciones
extrasensoriales.

Actos mentales y sus relaciones

En consecuencia, todas las cuestiones filosóficas atañen en alguna medida al acto mental, el
que siendo individual puede ser relacional, propiedad o un yo empírico, y todo esto debe ser
considerado como modos de ser de los actos mentales y de la propia mente. La idea de actos
relacionales está ligada a diferentes respuestas. Esto obliga a distinguir entre entidades diferentes:

1. en caso de percepción sensorial entre impresiones sensibles y objetos perceptibles


2. en caso de pensamiento semejante: entre cosas y sus conceptos
3. en caso de creencia, entre hechos y juicios
4. en caso de percepción extrasensorial o por introspección de sensaciones íntimas o internas
percibidas conscientemente

Esta distinción de diferentes cosas es debida a que los actos de percibir no siempre se dirigen
a objetos perceptibles, pues pueden ser percibidas alucinaciones sino también a conceptos y juicios.
Por lo tanto no sólo percibimos cosas y hechos existentes, sino que también podemos percibir cosas u
objetos inexistentes. La alucinación, en el momento de ser percibida, puede ser interpretada como
algo real, hasta tanto un sentido crítico nos lleve a discernir si es algo existente o una ilusión o
alucinación. De igual modo, un concepto, juicio o creencia puede estar referido a cosas que no
existen, aunque se tenga un concepto real. De este modo, por ejemplo, decir un “un mar de
ilusiones” es un concepto inexistente porque mientras mar está referido a una extensión de agua,
ilusión es una percepción extrasensorial. Pero acá está elaborado como alegoría (o metáfora) por lo
que la frase es una ficción usada para significar un conjunto o cantidad importante de ilusiones. El
concepto mar no se refiere a la extensión de agua, sino como una especie de sustantivo figurado de
“mucho”, “gran cantidad” “extensión”, etc. No obstante, el concepto o juicio de “mar de ilusiones” es
tomado como un concepto que se percibe y se entiende, cobrando significado no como cosa
concreta, sino meramente como “concepto de concepto”, entidad puramente abstracta.

Actos mentales y creencias


Concepto de creencia

A fin de establecer una clara diferencia entre saber y creer, diremos que creencia es un
término que deriva del verbo creer el cual es definido por la RAE como “tener por cierta una cosa
que el entendimiento no alcanza o que no está comprobada o demostrada”, “pensar, juzgar,
sospechar una cosa o estar persuadido de ella”, “tener una cosa por verosímil o probable”, “dar
crédito o asenso a las cosas, sin suficiente fundamento”. En consecuencia, creencia es un “firme
asentimiento y conformidad con alguna cosa o completo crédito que se presta a un hecho o noticia
como seguros o ciertos pero sin fundamentos suficientes”.

Estos conceptos diferencian a creencia del saber al cual se considera como un conocimiento
cierto. Las creencias son conocimientos, del algún modo, inciertos pero a los cuales se le rodea de
una certeza subjetiva, a la que se tiene como certeza real y objetiva. Esta es la condición muy
particular de toda creencia. Quien sustenta una creencia no pone en dudas el objeto de su fe.
Simplemente se limita a aceptarlo como verdadero o real aunque carezca de la certeza plena.

En lo relativo a “concepto de concepto” algo similar puede ocurrir con las creencias, las que
pueden coincidir o no con hechos existentes. Generalmente, muchas de las creencias no representan a
hechos existentes. De no ser así, si sólo se pudiera creer lo que es real, se podría aducir que todos los
actos mentales de creencia están dirigidos a hechos concretos. Pero lo cierto es que las creencias
proponen ideas de actos relacionales mediante la introducción de juicios, a los que se dan como de
existencia real. Si no fuera así, una fuerte autocrítica, que demuestre la no-realidad de la creencia,
automáticamente la eliminaría por ser falsa. Si se acepta una creencia es porque se ha confundido
como verdad de existencia real a una cuestión aparentemente real. Esto opera como que todo acto
mental tiene un objeto: hay algo que constituye su “intención”. Sólo que ese objeto no necesita ser
existente sino que basta con sea subsistente.

Formación de las creencias

Los conceptos dados en la denotación de creencia, diferencian a creencia del saber al cual se
considera como un conocimiento cierto. Simplemente, a este conocimiento de la creencia se limita a
aceptarlo como verdadero o real aunque carezca de la certeza plena. En un estado místico, por
ejemplo, hay un goce, que produce en el alma humana el ajuste del deseo con el objeto, por una
emoción inefable del encuentro con la cosa querida. Esto necesita de un temperamento místico, que
es lo que otorga tanta intensidad y evidencia en un encuentro místico. Este encuentro místico tiene
infinidades de gamas y matices en todas las formas de las actividades del hombre.

Bagehot llama a este hecho: la emoción de la convicción, de forma tal que en el acto de
intuición propio del misticismo, la percepción de una verdad, cualquiera sea su grado, se acompaña
de una descarga emotiva que otorga a esa intuición la calidad de certidumbre y la hace adquirir la
fuerza de una creencia. Este sería uno de los mecanismos de formación de creencias en el hombre,
sobre todo el de la fe y también del afecto amor como querer a una persona o cosa. Esta emoción de
la certidumbre es lo que constituye uno de los grandes resortes de la voluntad como móvil difuso
inconsciente de determinadas acciones humanas (religiosas, artísticas, conductas afectivas, etc.)
Ramón y Cajal ha descrito esa emoción que ayuda a desentrañar la esencia del querer (como afecto
y voluntad) en aquellas manifestaciones en que no es imprescindible el conocimiento por mero
esfuerzo intelectual, sino que éste puede provenir de una actividad espiritual distinta: “Este placer
indefinible, al lado del cual todas las demás fruiciones de la vida se reducen a pálidas sensaciones,
indemniza sobradamente al investigador de la pesada y perseverante labor analítica, precursora,
como el dolor del parto, de la aparición de la nueva verdad”. En este texto, el investigador expresa
cómo la idea intuitiva que surge en medio de un trabajo analítico y permite descubrir un nuevo
aspecto filosófico o científico produce un gozo infinito, el que magistralmente Arquímedes
inmortalizó con la frase “Eureka”. Siempre el misticismo, una vez que inspira al artista, al científico y
a los religiosos, produce una descarga emotiva que concluye o acompaña a un acto volitivo. Pero el
mecanismo o forma de suceder el fenómeno de la emoción de la convicción, también puede tener un
costado que no está dedicado o allegado a buscar la verdad. Una mera obsesión sobre una cuestión
cualquiera (objetiva o subjetiva) puede concentrar a la mente de forma tal que por el mismo proceso
que llega a la emoción de la convicción frente a la verdad, el objeto de la obsesión puede
interpretarse como verdad irrefutable, aunque no lo sea (fenómeno que induce el fanatismo y los
extremismos espirituales). La gente, básicamente, anhela ver un orden, un modelo y un significado
en el mundo. Esto configura, de algún modo, una visión prejuiciosa o apriorística de los
acontecimientos que ocurren, pues consciente o inconscientemente, dichos acontecimientos son
juzgados bajo pretensión del concepto apriorístico. Desde este punto de vista, los hechos comunes y
cotidianos de la vida, así como los problemas espirituales propios de la esencia del hombre, son
vistos:

1. con datos estadísticos


2. con los prejuicios formados alrededor de ellos
3. subjetivamente

Situaciones como los accidentes de cualquier naturaleza, enfermedad, fenómenos cíclicos, es


decir, todo aquello que tiene una cierta repetición en diversas maneras, pueden conformar algunos
tipos de opinión según sea el modo en que se interpreten o, mejor dicho, se deseen interpretar. Una
práctica común es elaborar sentencias breves sobre determinadas cosas que demuestran esta actitud.
Por ejemplo, tanto en lo relativo a situaciones desastrosas como felices, se acuña la frase “no hay dos
sin tres” como queriendo significar que forzosamente, una mala situación trae otra o viceversa: a un
acontecimiento feliz sigue otro igual. La reiteración o aparición repetitiva de determinados hechos,
lleva a la elaboración estadística de los mismos, y esa noción de número de casos o veces en que
ocurren los hechos, es tomado literalmente como que fatídicamente “las cosas deben ocurrir así”.
Probablemente esta concepción se base en la periodicidad de ciertos hechos, pero la asociación de las
cosas azarosas suele hacerse porque se tiene en cuenta que han ocurrido una vez y se repiten en un
día, en un mes o en años. La flexibilidad de estos extremos temporales es lo que permite que la gente
forme opinión de la sucesión inevitable de circunstancias especialmente fatídicas. Cuando alguien
sufre una persecución, un ataque o se ve enfrentando una acusación policial o judicial, lo primero
que se piensa es “por algo será”. ¿Cuál es el patrón con que la gente se guía para llegar a estas
conclusiones? En primer lugar hay una especie de aceptación de que “la culpa es siempre ajena”.
Así, el que conduce un vehículo se convence a sí mismo que lo hace bien y, en la mayoría de los
casos, que lo hace mejor que otro. Cuando hay un accidente vial, por la lógica empleada, la culpa es
del otro. Si en la conducta social no se ha encontrado con algún problema que lo involucre en
situaciones comprometidas (asalto, asesinato, violación, falsa imputación policial o judicial) piensa
que esto le ocurre porque “él es bueno y correcto”. O, como concibe gran parte de las personas, “a mí
no me va a ocurrir”. Estas apreciaciones subjetivas son las que llevan a aceptar la idea de “las cosas le
ocurren a otro” y es acá, en parte, donde interviene el subjetivismo, alimentado por las estadísticas.

Actos mentales y formación de juicios en las creencias

Ya afirmamos que el concepto de acto como “hecho o acción”, necesariamente nos lleva a
concluir que un acto mental es “todo hecho o acción producido por la mente”, como una definición
obvia y comentamos el pensamiento de Grossmann sobre los actos mentales y las percepciones por
extro e introspección, lo que de algún modo equivaldría a percepciones sensoriales y extrasensoriales.

En el caso de conceptos y juicios, como actos mentales, son objetos subsistentes antes que
existentes. Esto podría asimilarse a otras palabras, teniendo como subsistente “lo irreal” y existente “lo
real”. Si se quiere ir más allá en un juego de palabras y conceptos, podemos hablar de “objeto
subjetivo” como aquello que está dentro del yo (puramente mental) y de “objeto objetivo” como
aquello que está fuera del yo, inserto en el mundo exterior. Esta circunstancia no es óbice para la
teoría de actos mentales relacionales, porque la relación puede ser tanto con entidades interiores,
subjetivas, meramente mentales, subsistentes, inexistentes o bien con objetos concretos, existentes y
reales.

La capacidad de concepción y percepción sensorial y extrasensorial es patrimonio de la


creatividad humana. De no ser de esta forma, no tendrían lugar los conceptos abstractos (belleza,
fealdad, maldad, bondad, etc.) que sin ser reales en sí son aplicados en forma relacional y adquieren
la autonomía de ser valores. Es como si el concepto adquiriera una cualidad que sólo poseen algunas
realidades (objetos feos o bellos, buenos o malos) llamadas bienes, por lo que son estimables e,
incluso, susceptibles de ser polarizados como negativos o positivos y ser sometidos a jerarquías de
superiores o inferiores. La aceptación o rechazo de los conceptos de los actos mentales es, en nuestra
opinión, una especie de discusión bizantina, llena de ornamentos retóricos, con alguna base de
sustentación según el punto de vista con que se lo quiera mirar. Lo objetivo es que el acto mental
existe como un modo de ser diverso y complejo de algo todavía mucho más diverso y complejo que
es la esencia de la mente en sí. Por esto, muchos abandonan la tarea del análisis ontológico y
filosófico, dado lo complicado de las diferentes aristas que presenta el fenómeno mente.

Pensamos también que no hay que declinar ningún análisis sino aceptar todos los esfuerzos
por aclarar la existencia del fenómeno mental. Es útil ver todos los aspectos lógicos e ilógicos para ir
comprendiendo algo que se hace incomprensible en el intento de un acceso directo. El acceso
indirecto da lugar a todas las especulaciones posibles y, aunque contradictorias, todas son válidas,
porque la mente, como suma representación del hombre, es en sí tan compleja y diversa como el
hombre mismo. De ahí todas las facetas de compatibilidad y de contradicción aparente, que presenta.
Lo inteligente es abrirse al fenómeno y aceptar todos los puntos de vista, pues cada aspecto tiene su
utilidad. Lo contrario, precisamente, es la creencia, la cual acepta de buena fe a la aparente verdad de
una cosa o cuestión, sin abrir la inteligencia al fenómeno y abarcarlo desde todo punto de vista, en
una acción dubitativa válida, hasta adquirir la certeza plena de lo que la cosa es. La creencia opera
como un acto mental incompleto. No es un acto fallido totalmente, pero al no operar con toda la
potencia intelectual o espiritual, queda como algo no terminado completamente. De ahí la posibilidad
de fallar un criterio de mera creencia.

Diferencia entre fenómeno, realidad, creencia y certeza

Cuando un fenómeno ocurre, impacta a la mente humana al ser percibido. Aquello que se ve,
se oye y se toca se presenta como una verdad inmutable e indiscutible. Por sólo haber percibido la
existencia de algo, se toma esto como una “prueba irrefutable” de la cosa porque la mente le atribuye
una estructura y una coherencia: esto está ahí, eso es indudable y si está ahí es porque es así. Las
cosas “ocurren así” por una lógica mental aparentemente irrebatible: si yo estoy viendo, oyendo y
tocando algo esto es real y por lo tanto, si es real no puede ser otra cosa distinta de lo que yo veo,
oigo y toco. Hasta acá todo parece correcto. Pero lo que no se analiza profundamente es que las cosas
no siempre se presentan a la luz como son sino que casi siempre parecen ser una cosa y, en realidad,
son otras. Esta diferencia entre ser y parecer (parece ser) es fundamental para la interpretación
objetiva y verdadera de los fenómenos.

Precisamente, para aprender la actitud de interpretación correcta, se necesita un cierto


entrenamiento. Y, de Perogrullo, una integridad total de nuestros sentidos. Si tengo una falla de los
sentidos, naturalmente lo que percibo también es fallado. Si pensamos, teóricamente, que nuestra
percepción como tal es correcta, lo que sigue es analizar el fenómeno para saber si lo que estamos
viendo es real o irreal. En este punto siempre planteo la percepción de las alucinaciones o ilusiones.
Es el caso del esquizofrénico que “oye” voces (percepción alucinatoria mental), del conductor que ve
“el asfalto mojado” por un fenómeno de refracción y reflexión lumínica, del mismo modo que los
espejismos del desierto (ilusiones ópticas). Algo similar ocurre con los sonidos que se perciben
realmente pero que la mente interpreta como procedente de una fuente determinada cuando lo es de
otra (ilusión auditiva).

En forma idéntica puede ocurrir con el tacto y los juegos llamados “ilusiones ópticas”. Estas
cosas se deben a que nuestros sentidos, en algún modo, perciben de acuerdo a lo que nuestra mente
“puede” percibir. El tacto de un ciego es muy desarrollado, pero jamás podrá tener una noción cierta
de lo que percibe táctilmente ya que al carecer de visión le falta la dimensión de la vista para formar
la idea adecuada de lo que toca. Por otro lado, las ideas son figuras mentales que se forman con
palabras. Si yo percibo en una planta un apéndice de color distinto al de las hojas, de forma distinta,
de perfume distinto, sospecho que es una flor. Pero si mi mente no registra la palabra flor, sólo
formaré una idea que no puedo definir. Algo así ocurre con las percepciones subjetivas y abstractas,
sobre todo aquellas que no están debidamente expresadas en el lenguaje o, como ocurre últimamente,
la falta de instrucción hace que se desconozca gran parte del lenguaje que se debería usar.

Por lo tanto, según el grado de cultura, la educación de los sentidos y la actitud de


juzgamiento, la interpretación de los fenómenos queda sujeta a las circunstancias especiales de cada
individuo. A mayor grado de falta de entrenamiento, mayor percepción engañosa. Las percepciones
engañosas son una de las bases de formación de las creencias. La gente pretende darle forma
definitiva a los sucesos azarosos. Así, casi todas las personas tienden a impresionarse profundamente
por lo que consideran una relación causa-efecto irrebatible. Cuando hay tendencia a interpretar con
esta intención causídica, inmediatamente la mente relaciona su propia casuística para dar una
confirmación definitiva a lo que considera causa-efecto.

Sin embargo, también es cierto que no todos los fenómenos están sujetos inexorablemente a
una relación causa-efecto. Si esto no se conoce o se pretende desconocer, se explicaría la frecuencia
de formar una opinión engañosa. Lamentablemente, cuando estas opiniones se formulan en medios
sociales homogéneos, se generaliza y se desata una “epidemia” de “falsedades contagiosas”.

Thomas Gilovich se plantea la pregunta: ¿por qué son tan comunes estas creencias
infundadas? Y responde: “No es que la gente sea tonta e ingenua; lo que ocurre es que la vida nos
da a veces información incompleta y ambigua y entonces nos aferramos a suposiciones erróneas.
Nuestras imperfectas tentativas de hacer frente a datos incoherentes nos induce a dar créditos a
infundios”. Esto podría interpretarse que cuando un individuo no cuenta con un dato cierto de la
realidad que percibe, acepta o repite “lo que todo el mundo dice”, acepta mitos o elabora los propios.

Tendencia a recordar lo positivo

Quizás, también muchas de estas tendencias engañosas surgen de la costumbre que tiene el
hombre de recordar sus triunfos y momentos de felicidad y olvidar el dolor y los fracasos. El Estudio
Walker confirmó el sistema inherente al ser humano que hace que los hechos positivos guarden
mejor memoria que los negativos. Este estudio demostró que lo primero que se olvida es la tristeza
(salvo en los casos que sufran trastornos de depresión). La tendencia al placer y la huída del displacer
es un principio psicológico ampliamente comprobado. Esto justifica el buen recuerdo de lo positivo y
el olvido de lo negativo, puesto que la intensidad del dolor siempre es menor que la vehemencia de la
alegría.
Por otro lado, la tendencia a lo positivo está contemplada en la denomina teoría de la
adaptación, la cual siguiendo el principio de placer y displacer establece que el ser humano cuenta
con nivel básico de humor basado en la felicidad y el placer y, de ahí, tiene tendencia a buscar ambos
valores por sobre todas las cosas. El olvido es uno de los instrumentos naturales de la mente humana
para borrar lo indeseable o lo displacentero. Gracias a la posibilidad de sublimar el sufrimiento es que
se puede adquirir la capacidad de ser felices. Si cada uno analiza bien su vida, aun en las peores crisis,
siempre hay situaciones gratificantes y la esperanza de algo mejor. Esto hace pensar que en realidad
la mayoría de los seres humanos, independiente de sus necesidades materiales o físicas insatisfechas,
de un modo u otro alcanzan un grado de felicidad, a su manera. Es decir, la felicidad no es lo mismo
para todos. Un anacoreta goza de la soledad, mientras que a otros los mata.

La fe humana
El hombre es lo que cree.
Antón Chejov

Anthony Robbins nos dice que cuando se habla de fe es normal que se piense en lo relativo a
credos o doctrinas, porque efectivamente muchas de esas creencias son pura fe. La palabra fe deriva
del latín fides que significa confianza, fidelidad, seguridad, firmeza, salvoconducto o crédito.
Probablemente, por el sentido de confianza y seguridad,

Robbins deduce que esencialmente fe es cualquier principio, guía, aforismo, convicción o


pasión que puede dar sentido y orientación a nuestra vida. Concluye que las creencias nuestras
ofician como un tipo de filtro previamente dispuesto y organizado, para una determinada percepción
del mundo. Todo lo que así explica este autor, es lo que nosotros aplicaremos al concepto de fe
humana.

De este modo, las creencias serían una especie de gobernadores del cerebro porque al juzgar
con coherencias a las cosas, de alguna manera estamos ordenando al cerebro la forma en que debe
representar lo que sucede. Este autor sostiene que la fe es una especie de salvoconducto para la
excelencia. El mecanismo que justifica este aserto sería por el que una creencia ordena directamente
al sistema nervioso y si esta orden implica que se está percibiendo algo como si fuese verdadero, el
cerebro acepta tal cosa por verdad.

Puestas las cosas así, para Robbins, las creencias actuarían positivamente como una muy
poderosa fuerza dedicada a hacer el bien (fuerza que promueva acciones). Pero si, contrariamente, las
creencias ponen límites a las acciones y pensamientos que nos condicionan, esto es negativo. Basa tal
afirmación en el hecho histórico de que ciertas creencias religiosas, según se orienten, han permitido
que sucedieran hechos que de no mediar la fe, hubieran sido irrealizables, tanto para el bien como
para el mal. Usada positivamente, la fe es una especie de extractora de recursos muy profundos que
obran en nosotros, para dirigirlos favorablemente a un determinado objetivo que se busca. De este
modo, es una especie de brújula y mapa que señalan el norte de nuestros objetivos y, a su vez, la
inspiradora de confianza en la que nos basamos para saber obtener lo que nos proponemos. Si un
hombre carece de creencias o de capacidad para obtenerlas, se verá en un total desamparo y obrará
“como barca sin motor ni timón”. También la historia ha mostrado que los hombres con creencias
firmes que utilizaron como guía de sus designios, fueron capaces de emprender acciones y, a través
de ella, dar formas al mundo, para adaptarlo al deseo de cómo quisiera uno que dicho mundo fuera.
Mediante la fe pudieron iluminar sus proyectos y obtener energías para realizarlos. Esto es como
decir que la historia de la humanidad es la historia de las creencias humanas que cambiaron al
mundo. Cita como ejemplo a Jesucristo, Mahoma, Copérnico, Cristóbal Colón, Edison o Einstein.
Quiere demostrar que no sólo en lo religioso la fe opera como motor, sino también en proyectos
científicos, en hipótesis como las de Copérnico, Colón o Einstein. La fe que tengamos servirá para
determinar nuestra capacidad de liberación de todas nuestras posibilidades.

A las preguntas ¿qué son nuestras creencias? Y ¿de dónde proceden?, Robbins da algunas
respuestas. A la primera cuestión responde que nuestras creencias son “planteamientos preformados y
preorganizados de la percepción que filtran de una manera coherente nuestra comunicación con
nosotros mismos”.

A la segunda cuestión, muestra las siguientes situaciones:

1. la primera fuente es el ambiente que nos rodea: uno de los ejemplos son los moldes recibidos
de los prohombres de la humanidad
2. los acontecimientos grandes o pequeños pueden dar forma a las creencias: hay determinadas
circunstancias que nos impulsan a decidir sobre nuestras creencias
3. una manera de fomentar las creencias es a través del conocimiento: las circunstancias
culturales y el modo en que tomamos conocimiento de las cosas estimularán nuestras creencias
4. crear resultados a través de nuestros resultados anteriores: las experiencias positivas son la
mejor guía de nuestra fe en nuestras propias capacidades
5. representar una experiencia futura como ya se hubiese realizado o se está realizando: es
como experimentar por adelantado los resultados y este fenómeno se conoce como visualización de
una experiencia. De algún modo, es hacer un planteamiento correcto de una determinada cuestión.

La forma con que Robbins trata el problema de la fe no está centrada estrictamente en Dios.
Estudia a la fe como un fenómeno o potencial espiritual humano que abarca todo el espectro de
sensaciones y sentimientos, generalmente preformados, que nos lleva a aceptar las convicciones que
guiarán nuestra vida. Es probable que cuando ese potencial, que nosotros llamaremos fe humana y
que comprende la red de creencias que tiene un hombre en particular y la sociedad en general, sea
traspolado (transportado) a la metafísica nos encontremos con la fe religiosa. En este contexto,
deberemos aceptar que el estado de fe es propio de la esencia humana, independientemente de que
sea aplicado a los objetos y propósitos humanos o a objetivos divinos. Es un don que nos ha sido
dado con nuestro ser, como nos es dada la inteligencia. La expresión de esta idea puede llevar a
afirmar que Dios es un invento de la mente del hombre. Las investigaciones y las conclusiones de
Newberg y D’Aquili llevarán a algún ingenuo a pensar en esta tesis. Felizmente, la realidad nos
demuestra fehacientemente que la fe y la creencia en Dios no residen únicamente en el cerebro, como
idea propia.

El cerebro, más que fuente de creación, es un instrumento válido para acercarnos no sólo a
Dios sino a todo lo metafísico, como ya lo explicamos. De aceptar la tesis de que Dios es invento del
cerebro del hombre, de igual modo tendríamos que admitir que el amor y otros sentimientos y
estados del alma también son inventos del cerebro, puesto que éste es el instrumento para el éxtasis
amoroso y espiritual, independiente de Dios. O que el ánimo o vida de una célula que se cultiva in
vitro es también un impulso o creación del cerebro. ¿O no? Nosotros hemos reiterado hasta el tedio
que la tesis que el espíritu, la mente y el alma son inventos del cerebro puesto que se manifiestan a
través de él, es una conclusión errónea de atribuir al cerebro facultades creativas para determinadas
reacciones de sentimientos o de fe. Es el grosero error de confundir al instrumento con la causa. Por
lo tanto, las creencias son parte de los procesos mentales, los cuales son comandados por nuestro
espíritu; y los medios anatómicos y fisiológicos, como son el sistema nervioso y el cerebro, son sólo
instrumentos de expresión de todos los fenómenos espirituales, pero no la causa de ellos.

Las creencias y su repercusión orgánica

Siguiendo el camino de quienes nos precedieron con el éxito y la excelencia, para obtener un
comportamiento plausible debemos modificar nuestras creencias y modelarlas de igual forma que lo
hicieron los grandes hombres. Cuando una creencia es una representación interna congruente, puede
controlar la realidad aun en lo fisiológico. Ergo, si nuestras creencias son buenas y correctas, nuestro
cuerpo funcionará bien. Pero si esas creencias son erradas, nos conducen a la enfermedad. Esto
ocurre porque es como si una creencia se convierte en realidad.

Probablemente debemos acudir a las creencias populares como aquello de que si “como
(ingiero un alimento) con desconfianza” seguramente el alimento me hará mal. Si pienso con
intensidad que soy diabético, es probable que tarde o temprano mi cuerpo se modifique de algún
modo. Inversamente, si estoy enfermo y deseo vehemente curarme, es probable que ello suceda.
Estos hechos demuestran algo que hoy la ciencia ha comprobado fehacientemente: el cerebro influye
a través del sistema nervioso en nuestro cuerpo y altera la fisiología.

Efecto placebo

Como toda creencia reside en el cerebro, por fuerza de la misma, el cerebro comandará
nuestra fisiología introduciendo los cambios que tal creencia genera. Esto se comprueba con el
llamado efecto placebo en Medicina, donde la autosugestión da poder de medicina a cualquier cosa
que se crea que es tal. La Real Academia Española define a placebo como “sustancia que careciendo
por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si éste la recibe
convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción”. Los hechos comprobados permiten
aceptar la existencia de la autocuración cuando el esfuerzo mental es lo suficiente fuerte y positivo
para inducir el cambio.

En general, podemos aceptar que los placebos tienen mejor efecto en trastornos
psicosomáticos. Precisamente, el concepto nació en 1955 a raíz del estudio Beecher. Más
recientemente, en el 2002 El estudio Stoessl-Mayberg, mediante SPECT (tomografías por emisión de
positrones), establecieron que los placebos estimulaban las mismas zonas, o zonas idénticas, que los
fármacos propiamente dichos. Esto demuestra que los placebos pueden activar las mismas vías
neurales que los medicamentos. El efecto se debe a que el paciente posee la fuerte convicción de que
lo que le están administrando le hará bien. Luego, no es un optimismo simple ni algo inexistente, sino
una acción cierta y concreta. En pacientes depresivos, los placebos alcanzan un 52% de efecto
positivo. Un estudio laparoscópico de rodilla, simulando una operación, realizado en 180 pacientes,
tuvieron el mismo resultado que los operados realmente e, incluso, el efecto curativo duró más de dos
años. Esto demostró que no sólo sustancias inyectadas o ingeridas o aplicadas localmente mejoran,
sino también las “operaciones simuladas”.

El estudio Moerman mostró otro fenómeno placebo: el efecto guardapolvo o del trato
médico, donde sólo ser asistido por un médico al cual se le tiene fe o recibir la palabra adecuada del
médico, constituye por sí mismo una especie de medicamento por el que el paciente sale de la
consulta mucho mejor o con gran disminución de síntomas. El ambiente del consultorio
(guardapolvo, títulos o diplomas colgados en la pared, trato agradable del médico) predispone a un
efecto curativo. Los investigadores creen que este efecto se debe, en parte, a que el médico establece
una buena relación médico-paciente y asume la actitud mental de una “decisión de curar”. La otra
parte es la comunicación adecuada. Suele hablar claro con el paciente sobre el proceso de curación y
busca que el paciente centre su atención e interés más en la salud que en la enfermedad. Sólo el hecho
de “conversar” con el paciente, no sólo de su enfermedad, sino de su vida en total (hábitos, familia,
afectos, preocupaciones, problemas, etc.) (“prestar la oreja”) durante un tiempo determinado (dedicar
tiempo suficiente) y mostrar interés real más en la persona que en la enfermedad, es el estímulo que
conduce a la mejoría. Esto es una buena y correcta empatización. Finalmente, está la llamada
docencia médica donde el médico sabe enseñar a su paciente nociones de salud y prevención de la
enfermedad. Si se suma:

1. el “efecto guardapolvo”,
2. más el “efecto placebo”
3. y una medicación verdadera,

quizás los resultados favorables se eleven sensiblemente. El efecto placebo no produce daños y da
beneficios verdaderos, en este caso puntual.

Sugestión y autosugestión

La sugestión es el proceso de sugerir, esto es, “hacer entrar en el ánimo de una persona una
idea, insinuándosela, inspirándosela o haciéndole caer en ella”. Luego, por este proceso se produce
una sugestión que puede ser por diferentes medios como “inspirar una persona a otra hipnotizada
palabras o actos involuntarios. Dominar la voluntad de una persona, llevándola a obrar en
determinado sentido. Fascinar a alguien, provocar su admiración o entusiasmo. Suscitar emoción o
resultar atrayente”.

En forma general a la palabra sugestión se la considera en forma peyorativa o negativa, como


algo sin valor e inexistente. Pero la fuerza real de este proceso ha mostrado no sólo que existe sino
que puede ser positivo o negativo, según la intención del que induce una sugestión. De igual forma,
se asocia a la sugestión con lo involuntario e inconsciente, o como una forma de comunicación
subliminal (que ocurre en plena conciencia pero en realidad estimula en forma inconsciente).
Cualquiera sea el mecanismo del proceso, lo cierto es que la persona sugestionada adquiere creencias
o convicciones a las que tiene por verdaderas o reales, positivas o negativas, según sea la motivación
sugestivadora. La sugestión puede ser producida por un agente o estímulo ajeno a la persona, o la
persona puede producirla a sí mismo (autosugestión).

El efecto placebo que antes estudiamos, puede ser consecuencia de una sugestión o
autosugestión positiva. El mismo mecanismo de la autocuración, empleado negativamente, provoca
la autoenfermedad (enfermedad psicosomática). La fe obra así, no como magia, sino como un estado
o una representación interna que maneja al comportamiento. Es fe capacitante (fe positiva) cuando
actúa como creencia en una posibilidad positiva (la que da la fuerte convicción de que se logrará un
objetivo), o fe incapacitante (fe negativa) cuando creemos que no podemos ni sabemos lograr un
propósito porque tenemos limitaciones evidentes incorregibles o insuperables y, en consecuencia,
obra negativamente.

Otro fenómeno correlacionado con las creencias y la sugestión o autosugestión son las
llamadas profecías autocumplidas. Consisten en una especie de predicciones que por sólo formularlas
o decirlas, convierten en realidad un hecho esperado o profetizado, de forma tal que comprueba “lo
acertado” de la predicción. Este fenómeno ha sido estudiado por investigadores tales como Robert
Rosenthal, el fisiólogo norteamericano Walter Cannon. Ellos demostraron como a una persona o
grupo de personas, si se les convence de que poseen una cualidad, responderán mostrando tal
cualidad. Las creencias negativas o el temor supersticioso como ocurre con las maldiciones y el vudú,
puede provocar la muerte a una persona, por sólo creer en ello. Engel explicó tales muertes o sucesos
fatídicos por acción de los sistemas simpáticos o parasimpáticos que reaccionan hipertónicamente y
provocan paros cardíacos por detención del corazón (vago o parasimpático) o por arritmia
(simpático). Por lo tanto, efecto placebo, autosugestión y profecías autocumplidas tendrían un mismo
mecanismo neural y sería el que actúa como vía común final de todas las sensaciones o es el lugar
donde actúa una droga.
Luego, si sabemos construir positivamente nuestras creencias y las incorporamos con plena y
fuerte convicción, con la profunda esperanza de que nos llevaran al triunfo, se obtendrá dicho
triunfo. Pero si adoptamos creencias negativas significará el fracaso. Ambas convicciones, positivas y
negativas, tienen una gran potencia para obrar en nosotros produciendo el éxito y la excelencia o el
fracaso. La excelencia opera cuando comprendemos que podemos optar nuestras creencias, o sea,
elegirlas consciente y libremente. Así, elegimos lo que nos estimule o limite. El meollo está en saber
elegir lo que nos conviene realmente y desechar lo que no nos satisfaga. Y para esto se necesita
conocer y adoptar un método de entrenamiento mental.

Las supersticiones

Las supersticiones, sin dudas, son creencias. Creencias que actúan por convicciones íntimas
irracionales o por un impulso atávico, o por una especie de fe que nos lleva a adhesiones exageradas
sin mayor cuestionamiento intelectual. La mayoría de las supersticiones son culturales. Son heredadas
por tradición sociocultural. Los impulsos o seudorrazonamientos que pueden conducir a una
conducta supersticiosa puede tener varias causas o motivos:

1. Fe religiosa: lleva a una exaltación o exageración de un sentimiento de fe hacia un


determinado rito o santo, el cual es llevado a carácter de fetichismo. Es una fe religiosa supersticiosa
que da pie a quienes son ateos, agnósticos o irreligiosos a justificar su creencia de que la fe es sólo un
acto irracional que no tiene un objeto concreto. Acá funciona la acepción denotativa de que
superstición es una “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”
2. Supersticiones basadas en expectativas: siempre las personas tienen esperanzas o expectativas
sobre determinados hechos o circunstancias, generalmente de carácter azaroso, con un fin
determinado o indeterminado. Así, hay supersticiones de buena suerte relacionados con el uso de
sahumerios, quema de yuyos aromáticos, cábalas personas de diversas índoles, tocar madera, colocar
elefantes blancos con un dólar enrollado en la trompa o llevar un dólar en el monedero, tener
herraduras en la casa. Están las supersticiones de mala suerte o mal augurio como puede ser dejar un
sombrero sobre la cama, barrer de noche, ver el vestido de la novia antes de la ceremonia, no viajar
ni casarse en los martes 13 (el número 13 y el martes 13 son un símbolo universal de mala suerte). En
realidad, todas estas creencias azarosas se deben a expectativas subyacentes sobre la obtención de
éxito, ganancia de dinero, evitar fracasos o tener accidentes o padecer hechos gravosos. Las
supersticiones de mala suerte involucran una actitud de miedo irracional muy cercano a lo que ahora
se denominan trastornos de fobias o ataques de pánico. La base es el miedo irracional, sin sentido e
incomprensible tanto para los demás como para el mismo afectado.
3. Supersticiones ligadas al futuro o porvenir: siempre el hombre ha tenido una secreta
inquietud ancestral por saber que le espera en su vida proyectiva, en su futuro. Incluso, subyace a
veces en estas ideas o creencias, una especie de fatalismo inconsciente donde ronda el sentimiento de
que ya están las cosas dadas y por esto es posible conocerlas a través de premoniciones o adivinanzas.
Si nos vamos a buscar el significado del término latino superstitio encontraremos que además de
superstición es el “arte de la adivinanza” Antiguamente se consultaban los astros y las estrellas y esto
originó la astrología. Otros pueblos analizaban los sueños y las premoniciones personales. Algunos,
como los griegos, tenían los llamados oráculos. De ellos heredamos la astrología y los horóscopos
actualmente consultados.
4. Supersticiones sobre la salud: muchas afecciones, no explicadas totalmente por la medicina, o
si son conocidas sus causas no son difundidas o lo son en forma incorrecta, generan en el vulgo una
serie de creencias explicativas y curativas. Así, las verrugas las provocan los sapos, el orzuelo del
párpado se cura frotándolo con un anillo de oro, el reuma se cura con una pulsera de cobre, el
“empacho” es producido por el “mal de ojo” u “ojeadura”. Esto ha llevado a creer que hay personas
con “vista fuerte” que puede producir daño (algo así como una especie del mítico basilisco). Una
cinta roja basta para evitar tal efecto. Así, hay una serie o lista de cosas que producen daño a la salud
o creencias en yuyos o metales o plantas “curativas”. Otras veces, estas creencias supersticiosas se
basan en observaciones de fenómenos reales y valederos, pero que al ignorar sus causas se
denominan con un lenguaje vulgar tradicional, como es el caso del “le agarró el histérico” que se
aplicaban a niños, adultos y animales que padecían afecciones depresivas por ausencia de un ser
querido. De igual modo, los médicos antiguos inventaron el “histerismo” palabra derivada del griego
histeron que denominaba al órgano genital femenino útero. Como las mujeres eran más dadas a
manifestaciones o expresiones exageradas de su estado de ánimo o humor, a los cuales relacionaban
con el ciclo uterino de la menstruación o la menopausia, de ahí surgió “lo histérico” que se aplica a
muchas cosas pero en especial a las conductas sobreactuadas y caprichosas o los melancólicos o
depresivos.

Cuando las actitudes o creencias supersticiosas no sólo atentan a la razón, sino que, como lo
hemos explicado, pueden afectar a la fe religiosa auténtica, ha llevado a la RAE a definir a
superstición como “una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”. Por esto, la
superstición es considerada una fe religiosa inauténtica. Muchos psicólogos interpretan a la
superstición como si fuera una actitud de que cuando las cosas no van bien, es más fácil culpar a
otros de los fracasos y delegar en esas entidades abstractas e irracionales, la responsabilidad de lo que
nos sucede. Así, estamos conformados por un hado o destino de “mala pata” o mala suerte,
fracasamos porque la suerte no nos acompañó, nos enfermamos porque “nos castiga Dios”, etc. No
somos nosotros los responsables y culpables de que las cosas adversas nos acaezcan. No es debido a
nuestra ignorancia o ineducación que no sepamos proyectar y conducir nuestra vida personal. Son el
destino, Dios, los enemigos ocultos que “nos hacen el mal”, “el gualichú o gualicho”, “la ojeadura” y
“nos salan”, la “mala pata” y haber nacidos “barrigones” (“al que nace barrigón, es al ñudo que lo
fajen”), los que originan nuestros males.

Brentano y los actos mentales

Brentano intenta bajo la teoría de la “individualidad” del acto mental analizar lo relacional.
El punto de vista de Brentano es tan aceptable como toda otra teoría, naturalmente, desde la óptica
en que se ubican. Por supuesto, si no se ponen en un mismo punto de vista pueden resultar
contradictorios. Sin entrar en el análisis de Brentano, al que recomendamos leer en Grossmann,
nosotros creemos que es más útil aceptar al acto mental como lo hemos propuesto. Tanto Grossmann
como Brentano realizan una muy buena disertación sobre este tema, pero el resultado final son
conclusiones relativamente obvias. En el caso de Brentano es que todas las cosas individuales son
sustancias y por lo tanto son permanentes, pueden existir en forma independiente, no son universales
y tienen atributos y por lo tanto puede aparecer como pura sustancia o un atributo que contiene una
sustancia, etc., etc.

Cuando Grossmann analiza a Brentano enfoca su nominalismo en el cual una alegoría puede
ser una especie de existente, es decir, un atributo que contiene una sustancia mental, lo que equivale,
en forma grosera, a aceptar que con sólo pensar o imaginar algo, éste puede tener existencia propia.
Sería una especie de realidad mágica donde al darle expresión oral (nominar) una cosa es darle
existencia. Claro que la interpretación final de la ontología nominalista de Brentano es otra, pero
prácticamente funciona e impresiona como nosotros la hemos interpretado sin mayor profundidad.

Nosotros hemos observado empíricamente que la mente, como fenómeno, se presenta en el


hombre, tanto en las cosas interiores como exteriores, en lo objetivo como en lo subjetivo, e
insistimos, en lo real e irreal, en lo consciente e inconsciente. Sin embargo, debemos aceptar que
muchas veces el hombre común, aquel que no realiza una meditación profunda de las cosas, puede
llegar a funcionar con una “ontología nominalista”: creer con simpleza que con sólo darle un nombre
a una cosa, ésta existe.
Luego, en el tema de mente y acto mental tendremos obligadamente que analizar los
mecanismos o procesos intelectuales que comprenden:

∗ la realidad
∗ la percepción sensorial y extrasensorial de la realidad
∗ lo objetivo y lo subjetivo
∗ el sustrato corporal o anatómico de la mente (mente y cuerpo)
∗ la fisiología mental o proceso mental intelectivo (estructura de la función mental)
∗ la mente en el sentimiento o emoción (mente y emoción)
∗ la mente en lo concreto y en lo abstracto
∗ las funciones mentales y la inteligencia o intelecto como principal instrumento de esas
funciones
∗ la mente y la voluntad
∗ mente y sensaciones internas

La materia de este trabajo tendrá como intención y objeto una visión muy somera y
superficial de todos los temas enunciados en la lista antepuesta, la cual de ninguna manera es taxativa
sino tentativa. Referirse a todos los fenómenos mentales con profundidad es una tarea harto difícil y
casi imposible, teniendo en cuenta la cantidad de bibliografía existente, que hoy es inabarcable. Es
tanto lo escrito y lo dicho en lo referente a la mente del hombre y son tan disímiles las concepciones
de los distintos puntos de vista, que intentar solamente enunciarlos ya es una tarea árida y dificultosa.
Nos limitaremos a extractar los conceptos más nítidos, los que ofrezcan menos resistencia intelectual a
ser aceptados. Esto no significa que se desconozcan otros conceptos. Simplemente lo hemos
desechados por las razones previas que hemos dado, en cuanto a que tanto análisis termina en
corolarios obvios desde el punto de vista particular del tratadista y, de alguna manera, con la
naturaleza del fenómeno. Este criterio del trabajo descarta la labor de criticar los aparentes defectos o
contradicciones de tantas teorías.

Teoría unicista de los actos mentales

Es más positivo intentar una teoría unicista o una especie de vía común final por donde
obligadamente deberán transitar tantas concepciones divergentes. La naturaleza del fenómeno mente
hará que necesariamente se acepten como convergentes los diferentes puntos de vistas que pueden
parecer contradictorias, en la razón de que los modos de ser o de manifestarse de la mente, admiten
posiciones coyunturales opuestas. En los parágrafos que siguen iremos desgranando cada uno de los
puntos previos que hemos propuestos para tratar el fenómeno de la mente humana y los actos
mentales.

Así veremos algunos de los problemas tradicionales de la filosofía de la mente como pueden
las emociones, voliciones, imaginación, memoria, etc., al problema del realismo-idealismo, el
pensamiento, la percepción, siempre desde el punto de vista de una ontología en general. Se trata por
todos los medios de mostrar que acto mental y acto cerebral son cosas diferentes, a pesar de que el
acto mental es un acto cerebral. Pero no todos los actos cerebrales son exclusivamente mentales.

El otro problema es el conocimiento de, además de mi mente, la mente ajena. Ambas


actividades están en la inquietud personal, fuera de todas las otras inquietudes similares aunque
metafísicamente sea una cuestión harto difícil de abordar y acceder. Sólo con un esfuerzo de
comprensión intentaremos una especie de hermenéutica y exégesis empáticas de estos misteriosos
pero reales problemas de la mente y los actos mentales.
El correlato anatómico de la mente y los actos mentales

Sistemas de control

Para estudiar el cuerpo o la mente, ya no es posible hacerlo como entes separados sino debe
hacerse el estudio en bloque: se debe admitir, sin dilaciones, la interacción entre cuerpo y alma como
una sola unidad. Lo contrario es falso, por más que las conclusiones sean lógicas y brillantes. El
cuerpo es el sustrato del alma y, ergo, del espíritu y por lo tanto, de la mente. Esto lleva a una única
opción para estudiar holísticamente al hombre: el trabajo multidisciplinario o en su defecto, todo
estudioso del hombre deberá abarcar todas las disciplinas hasta ahora conocidas para llegar a
conclusiones válidas. Dada la extensión del conocimiento aportado por todas las disciplinas que tratan
al hombre, la última opción es más que imposible. La solución inmediata es la remarcada como
trabajo multidisciplinario en el que médicos, biólogos, filósofos, psicólogos, sociólogos, profesores y
didactas, los estudiosos de la lengua y de la comunicación, políticos, economistas y toda otra
actividad afín a éstas, deben ponerse cabeza a cabeza para encontrar el camino convergente y dar fin
a la dualidad artificial e inexistente.

El sistema nervioso con el órgano central que es el encéfalo y dentro de éste el cerebro es, sin
dudas, el más relacionado con la integración de mente y cuerpo y la sede exclusiva de la mente. Su
estudio nos permite romper el límite entre los fenómenos físicos u orgánicos y los fenómenos
mentales. Empezaremos con los sistemas de control de ese complejo sistema nervioso humano. El
descubrimiento espectacular de los neurotransmisores y sus funciones cada vez mejor establecidas, ha
despejado en gran parte el misterio de los mecanismos fisiológicos orgánicos y mentales. El eje
neuroendocrino manejado por los neurotransmisores es el motor real de todas las funciones. Los
neurotransmisores regulan todas las actividades celulares básicamente y al transmitir el influjo
nervioso se valen de mensajeros como las hormonas, verdaderos coordinadores químicos de todo el
sistema y constituyen los primeros mensajeros del sistema porque serán las encargadas de estimular
las funciones celulares mediante la estimulación y la inhibición de esas funciones. Son las encargadas
de poner en marcha los segundos mensajeros que son los que operan dentro de las células y
controlan las funciones intracelulares. Los neurotransmisores viajan por los nervios que son como
una especie de multicables conductores, a través de sus haces, de los impulsos que podrán en marcha,
junto con las hormonas, a las células. Las hormonas viajan por la sangre, otra vía de comunicación
sistémica del cuerpo (o pueden pasar de una célula a otra o ser secretadas en un conducto).
Recordemos que todas estas sustancias, incluyendo las enzimas y otras partículas biológicas activas,
son proteínas o partículas proteicas lo cual desplaza al estudio del fenómeno vital del genoma
humano al proteoma humano. Si bien los genes son los responsables de elaborar las sustancias
proteicas activas, éstas son las que activan y modifican a los genes. Las mutaciones genéticas por lo
tanto, dependen más del proteoma, que del genoma en sí (salvo las mutaciones comprobadamente
hereditarias y con fenotipo congénito).

El encéfalo es la sede central o usina donde se originan los estímulos que los
neurotransmisores llevan a través de los nervios y red de neuronas a todos los tejidos y al sistema
endocrino y ponen en marcha al sistema de comunicación neuroendocrino y nervioso. El encéfalo
está dentro del llamado sistema nervioso central (SNC) porque en él residen todos los centros de las
funciones fisiológicas.

Los impulsos nerviosos y hormonales operan a través de tres sistemas periféricos: los nervios
en el sistema nervioso periférico, verdadera red de conducción a través de las fibras nerviosas que
llegan directamente a los órganos y células efectoras, mediante el impulso nervioso y los
neurotransmisores. Las hormonas actúan mediante secreciones (crinia) las cuales pueden ser volcadas
en la sangre (endocrinia), en la luz de un conducto (exocrinia) o de una célula a otra (paracrinia).
Finalmente, ambos sistemas, nervioso (en cuanto a nervios exclusivamente) y hormonal, confluyen
para manejar el sistema nervioso autónomo (SNA) o neurovegetativo que es el regulador de las
funciones vegetativas que no dependen exclusivamente de la voluntad, como son todas las funciones
orgánicas (circulación, digestión, catarsis, respiración, etc.). Este conjunto de sistemas centrales y
periféricos constituyen una verdadera red de comunicación y sus interacciones dan como resultado al
hombre y sus actividades.

Funciones del encéfalo

El encéfalo es el órgano más importante del sistema nervioso en general y del central en
particular. Posee los dos grandes hemisferios y ahí ubican la corteza cerebral (cortex), el tronco
encefálico y otras regiones como el sistema límbico, hipocampo, etc. La corteza cerebral es lo más
importante pues es la que prácticamente “dirige” y “coordina” todas las demás regiones encefálica.
Dentro de esa corteza es importante el llamado neocortex (isocortex o neopalio), que es la parte de la
corteza cerebral no olfatoria y filogenéticamente es la más joven. Es una de las zonas que interviene
en la regulación de los sentimientos y emociones. Goleman, afirma que “el deseo sexual procede del
sistema límbico, el amor del neocortex”. El neocortex permite a los humanos proyectar, aprender y
recordar.

Hemisferios cerebrales: el intelecto

Los estudios sindican a los hemisferios cerebrales como la sede del intelecto: la inteligencia, la
memoria y la creatividad y las funciones del lenguaje, el pensamiento y el arte. Los dos hemisferios
del cerebro, réplica uno del otro, están implicados en diferentes tipos de actividades. El hemisferio
izquierdo está especializado principalmente en los procesos relativos a la inducción, la deducción y el
lenguaje. El hemisferio derecho nos proporciona las facultades de la visión, el sentido espacial, la
creatividad y la apreciación de la forma y del color. Pero también ambos hemisferios intervienen en
los procesos sensitivos y volitivos, además de sus funciones intelectuales específicas. Quedan, sin
embargo, muchas áreas inexploradas. Las relaciones anatómicas específicas entre las funciones
intelectuales y los grupos de células del cerebro, están todavía por definirse. Los procesos de la
memoria, la conciencia del propio yo y el pensamiento, por ejemplo, son tan complejos, que es
posible que su funcionamiento involucre la totalidad del cerebro y no sólo a regiones determinadas
del mismo. De lo que no hay dudas es que el cerebro es la sede de formidables poderes, aún
inexplorados, y de los cuales sólo conocemos la conciencia, las formas de aprendizaje, el habla, el
pensamiento, la memoria, la sensibilidad y la creatividad que forman parte de la inteligencia,
principal campo de investigación y el más desafiante de todos. La conclusión lógica es que puede
haber predominancia de hemisferios pero la función cerebral, cuando está en marcha, es mucho
más que meras funciones compartimentales de sectores cerebrales. Son fenómenos globales sujetos a
reacciones estocásticas.

Hemisferio izquierdo: el cerebro lógico

No hay casi dudas, para la mayoría de los neurocientíficos, de que el hemisferio izquierdo
está íntimamente conectado al mecanismo del lenguaje. El neocortex es el grupo neuronal
responsable de los centros del lenguaje, de la memoria filética relacionada con el lenguaje y de la
memoria semántica y por momentos parece tener más predominancia en el hemisferio izquierdo, lo
que no descarta la participación de ambos hemisferios. La adquisición del lenguaje simbólico ha sido
un factor decisivo en el desarrollo del pensamiento racional del hombre. Las numerosas y sutiles
combinaciones fonéticas que permite el lenguaje, aseguran la formación de una gran cantidad de
palabras para comunicar una amplia gama de ideas. El mecanismo que permite a la lengua agrupar
palabras para formar frases gramaticales no está completamente descifrado. La teoría psicolingüística
postula que el proceso de construcción de una frase está regido por un cierto número de ideas o
principios relacionados entre sí. Hay un esquema basado en un sistema de transportes para explicar
analogías con los principios psicolingüísticos y estos sistemas operarían en veintiuna etapas
ordenadas (a manera de una red de trenes y estaciones), según la sucesión en que actúan, de la forma
siguiente:

en el banco mental de la memoria o almacén del léxico se guardan las palabras o sus
rasgos distintivos, ya que no hay evidencia de que ellas estén en el cerebro en forma
definitiva
hay un conjunto de palabras dispuestas para iniciar el proceso de formación de frases
la entrada de palabras en el ascensor que lleva a la estructura profunda, parte del cerebro
donde residen las reglas fundamentales del lenguaje, que determinan la forma
gramatical (sintaxis) y el significado (semántica)
las palabras se agrupan en el área de salida para llegar a la estructura profunda
el centro de control simboliza al centro cerebral donde se organiza la actividad
lingüística, localizado probablemente en el hemisferio izquierdo
las palabras llegan al centro cerebral donde serán clasificadas según las leyes de la
sintaxis y la semántica. Quizás sea ésta la fase más importante, ya que la sintaxis
proporciona las reglas que hacen la frase correcta y la semántica se encarga de su
significado. Ambas están relacionadas estrechamente, pues sin la ordenación
sintáctica correcta el significado de la frase no resulta claro.
el tren transporta las palabras hasta los circuitos que elaborarán su forma gramatical y
semántica
llegada de un tren que transporta las palabras; durante el viaje, éstas han sido articuladas
sintácticamente y dotadas de un significado preciso
punto de intercambio entre trenes de las palabras que han de seguir viaje para encontrar
en forma sintáctica y semántica
las palabras que tras su viaje han adquirido sentido y forma gramatical llegan al área de
transformación
en el área de transformación son reordenadas y combinadas para ser utilizadas en las
frases. Ahí se les añaden otros rasgos distintivos, como el tiempo y el modo
gramaticales
llegada al área de transformación de palabras de carácter gramatical específico, como
los pronombres
otras palabras características como las conjunciones o adverbios, llegan al área de
transformación
llegada al área de transformación de las palabras que han escapado al proceso sintáctico
y semántico. Éstas podrían originar una frase no gramatical
las palabras se organizan para pasar del área de transformación a la estructura superficial
el camino de descenso directo ha permitido a las palabras de uso común el acceso directo
a la estructura de superficie, puesto que estas palabras tienen de por sí muchos
rasgos sintácticos
las palabras de uso común entran en la estructura superficial, la cual contiene las normas
estructurales que rigen la disposición y pronunciación de las palabras
salida de las palabras dotadas de construcción gramatical y de pronunciación correctas
para ocupar su sitio en la frase.
palabras rechazadas en la fase de estructura profunda y que pueden llegar a la
estructura superficial con sentido y uso gramatical incorrectos
unidades lingüísticas organizadas en un orden preciso y dispuestas a ser utilizadas en
una frase comprensible
frase apta para ser comunicada

El mecanismo que permite a la mente agrupar palabras para formar frases gramaticales no
está completamente descifrado. La teoría psicolingüística postula que el proceso de construcción de
una frase está regido por un cierto número de ideas o principios relacionados entre sí. El sistema de
transportes que acabamos de describir tiene en su diseño analogías con los principios
psicolingüísticos:

• el flujo y dirección de pasajeros y trenes se corresponde con el orden en que se producen los
procesos de construcción de frases a partir de sus unidades básicas, como las palabras.
• La estación terminal se nutre de varias estaciones menores.
• Cada estación y tren subsidiarios, consignados en el orden número de la reseña que antecede,
representan una etapa del proceso psicolingüístico.
• El intercambio de pasajeros acaba en la terminal, donde forman una secuencia uniforme
equiparable a la ordenación de las palabras correctamente formadas.
• Del andén pasan al tren principal, que presenta la frase lista para ser expedida (comunicada)
de forma verbal, comprensible según las reglas de sintaxis y semántica.

De esta teoría surge la siguiente organización cerebral para el lenguaje:

1º. Existencia de una memoria lingüística o almacén de léxico


2º. Centros de formación de lenguaje o centros profundos: que serían dos

¬ Centro de control cerebral de la formación semántica y de la sintaxis, que ubica en el


hemisferio izquierdo
¬ Centro de transformación o integrador: es el centro formador de frases donde llegan las
palabras ordenadas semántica y sintácticamente, las de carácter gramatical específico como los
pronombres, las conjunciones y los adverbios. También acceden a este centro las palabras que no han
pasado por el centro de control y de formación semántica y sintáctica. Las palabras ordenadas por el
centro del control cerebral formarán “frases gramaticales”. Las palabras no controladas darán origen
a “frases no gramaticales”

3º. Centro superficial o estructura superficial o centro estructurador de elocución: es una especie
de vía común final adonde llegan todas las palabras posibles, frases gramaticales y no gramaticales
que se usarán para estructurar una elocución (disposición y pronunciación de una palabra), a saber:

a. Palabras de acceso directo (que no pasan por los otros centros del lenguaje y que son las
palabras de uso común o permanente)
b. Frases gramaticales
c. Frases no gramaticales
d. Palabras rechazadas por los centros profundos: son las que tienen un sentido y un uso
gramatical incorrecto
e. Unidades lingüísticas organizadas: formadas correctamente en lo semántico y gramatical y
dispuestas en un orden preciso para formar un pensamiento completo comprensible, inteligible

4º. Centro de comunicación o elocución: es el que permite la pronunciación hablada o fonación


(expresión verbal) de las palabras, juicios, frases o pensamientos elaborados en los centros cerebrales
del lenguaje. Coordina la respiración, la articulación, la entonación y todos los matices de la
expresión oral que permite el sentido y comprensión de lo que se expresa. También puede expresar
frases no elaboradas por los centros cerebrales
Luego, el hemisferio izquierdo detenta, en general,:

1. la “facultad de expresión”
2. es el principal operador de la inteligencia en la adquisición del conocimiento
3. utiliza mecanismos convencionales para el análisis del pensamiento
4. elabora la información en fases lógicas y analíticas, usando como investigador y mediador el
poder del lenguaje
5. ejerce, junto con el lóbulo frontal izquierdo, el control del habla
6. en determinadas funciones, por ejemplo, escribir una carta, bloquea las funciones del
hemisferio derecho
7. detenta zonas, sobre todo en la occipital, relacionadas con la meditación profunda y el control
del estado del ánimo
8. está relacionado con el pensamiento positivo y los estados de ánimo optimistas, alegres y
felices

Las facultades del hemisferio izquierdo son más extensas que las consignadas en estas
generalidades, pero aún están en estudio y se está confirmando teorías y aclarando mecanismos
fisiopatológicos en relación con los estudios en personas normales y con lesiones cerebrales, mediante
los métodos modernos de SPECT, RMN, etc. Daniel Goleman, Richard Davidson, Paúl Ekman y
otros autores realizan estudios sobre las emociones y los estados afectivos y del ánimo en los dos
hemisferios cerebrales. Han concluido que la gente cuando tiene emociones negativas (ira, enojo,
distrés, depresión), los impulsos se dirigen en forma convergente y activan el hemisferio derecho en
las zonas de la amígdala y la corteza prefrontal derecha (región cerebral importante para la
hiperdefensa típica de las personas con estrés). La amígdala es la emisora de funciones perturbadoras.
En forma opuesta, las personas con tendencia al ánimo positivo, entusiasmo y energía tienen
estimulada la corteza prefrontal izquierda. Davidson considera a la corteza prefrontal izquierda como
“el centro emocional de la felicidad”. Como ya se explicó cuando funciona el hemisferio derecho, el
izquierdo está quieto y viceversa. Esto permite modificar la tendencia natural de la predominancia de
un hemisferio sobre el otro. Hay consentimiento entre los investigadores para considerar a la zona
izquierda del cerebro como la de la creatividad. El área prefrontal, especialmente, está vinculada con
los estados de ánimo y la liberación de hormonas y neurotransmisores. Es probable que contenga
“centros de placer” y es posible que estímulos positivos de la luz, olores, el ejercicio, determinados
ambientes agradables y la meditación, estimulen ese centro. Es posible que en un futuro puedan
develarse otras funciones de ambos hemisferios que completen el cuadro de comprensión, no sólo de
los actos mentales normales, sino también de los patológicos. En la educación infantil, hay autores
como Dodson que postulan que en la práctica para educar el hemisferio izquierdo hay que enseñarle
al niño a “pensar con la mano izquierda”, esto es, fomentar la creatividad y alentar la expresión de
los sentimientos. Con esto, el niño desarrolla la intuición, la imaginación y el inconsciente de su
mente, del mismo modo que la parte racional, lógica y consciente. Al obrar más con la intuición y el
pensamiento, este pensar “entraña el acceso al inconsciente más que a la conciencia”.

Hemisferio derecho: el cerebro artístico

Se ha comprobado que el hemisferio derecho gobernaba tantas funciones como el izquierdo


y la forma de elaborar la información es diferente para cada hemisferio. El hemisferio derecho no
utiliza los mecanismos convencionales para el análisis de los pensamientos, que utiliza el hemisferio
izquierdo y concentra determinadas funciones, lo que no descarta en los fenómenos cerebrales
globales que esas funciones no tengan expresión en ambos hemisferios. En lugar de ello, el
hemisferio derecho, centro de las facultades viso-espaciales no verbales, concibe las situaciones y las
estrategias del pensamiento de una forma total. El hemisferio izquierdo elabora la información en
fases lógicas y analíticas, usando como investigador y mediador el poder del lenguaje, mientras que
el hemisferio derecho integra rápidamente varios tipos de información y acto seguido los transmite
como un todo. El método de elaboración utilizado por el hemisferio derecho se ajusta al tipo de
respuesta inmediata que se requiere en los procesos visuales y de orientación espacial. El lóbulo
frontal derecho y el lóbulo temporal derecho parecen ser los encargados de ejercer las especializadas
actividades no verbales del hemisferio derecho. Esto se corresponde, en muchos aspectos, con las
funciones de control del habla que ejercen el lóbulo frontal y el lóbulo temporal del hemisferio
izquierdo. Se ha detectado un pequeño grado de compresión verbal en el lóbulo parietal derecho,
que tiene capacidad de comprender una selección de nombres y verbos simples y manejar el
pensamiento abstracto. Como ocurre con el hemisferio izquierdo, cuando el derecho está
funcionando, anula parcialmente las funciones del izquierdo. De ahí que cuando predomina un
hemisferio, se produzca una forma de pensar también predominante y esto provoque las diferencias
de las dominancias que luego reiteraremos. Las facultades viso-espaciales, (la memoria visual y
ubicación temporoespacial) y el talento musical son las dos habilidades no verbales más sobresalientes
de entre las que regula el hemisferio derecho. De este modo, mientras el hemisferio izquierdo se halla
fundamentalmente ocupado en las facultades verbales e interpreta al mundo en etapas lógicas, el
hemisferio derecho lo concibe de manera global, sin realizar procesos analíticos. Esto diferencia las
distintas formas de pensar de los diferentes hombres, según predomine el hemisferio izquierdo o el
derecho. Los antropólogos y los psicólogos creen actualmente que es posible que cada civilización se
haya desarrollado bajo la influencia del predominio de un hemisferio cerebral, especialmente en toda
una población humana. La sociedad occidental parece ser que está dominada por el hemisferio
izquierdo, y esto se refleja en la orientación y en los valores de su cultura. Sin embargo, el estilo de
vida occidental en la actualidad, parece estimular más el hemisferio derecho en los centros que son
estimulados por la ira, el estrés, la depresión y otros estados negativos. No obstante, los orientales han
conseguido estimular mejor al hemisferio izquierdo con diferentes disciplinas de oración, ejercicios y
meditación, estimulando los centros de placer y placidez. Otras culturas, en cambio, han orientado sus
intereses según la influencia predominante del cerebro derecho y son numéricamente más escasas,
ejemplo de los isleños de Trobriand que en lugar de manejar la información escalonada en el tiempo,
como hacen los occidentales, ellos consideran toda la información disponible a la vez. Para educar a
los niños en el uso del hemisferio derecho, Dodson aconseja usar el método del “pensar con la mano
derecha”, lo que significa enseñarle al manejo de la percepción sensorial para captar la realidad en
forma consciente. Es el pensar lógico, analítico y racional. Es la forma de pensar que debe tratar de
desarrollar la escuela y la universidad en la enseñanza de niños y jóvenes.

Lóbulo frontal: sede de la inteligencia y la personalidad

El lóbulo frontal es la región más extensa de la corteza cerebral y la menos conocida y


constituye una gran masa de tejidos que se extiende desde atrás de la frente hasta el surco central de la
corteza cerebral. Actualmente se sabe que este lóbulo es el responsable de la ideación, del juicio y de
la facultad de formar conceptos y de modificar dichos conceptos mediante el uso de información
procedente de otras áreas del cerebro como es la de la memoria. Se cree, aunque no está bien
establecido, que es la sede de la personalidad y de la inteligencia y que, en colaboración con el
hipocampo y otras conexiones cerebrales, interviene en el aprendizaje. No obstante, el daño de este
lóbulo no modifica la mayoría de los testes de inteligencia normalizados. Suele alterarse la capacidad
de asociación del pensamiento frente al daño anatómico del lóbulo. Luego estudiaremos todo lo
relativo al aprendizaje. Era la zona quirúrgica de la lobotomía para evitar la preocupación
compulsiva (obsesión patológica).

Sistema límbico

Es considerado una especie de sistema cerebral, tanto por su origen como por sus funciones
(de acuerdo a esta teoría el encéfalo tendría “tres cerebros” que trabajan conjuntamente en armonía
pero que difieren en estructura, función y bioquímica. El sistema límbico sería el segundo de esos tres
cerebros (el primero sería la estructura encefálica superior o lóbulos cerebrales y el tercero el tronco
encefálico). Ubica en la zona profunda de los lóbulos temporales rodeando circularmente al tronco
del encéfalo y los ganglios basales. Está formado por:

1. hipocampo, fórnix y circunvoluciones hipocámpicas que constituyen el arco inferior del


círculo límbico
2. circunvolución cingular que forma el arco superior
3. septum, amígdala y cuerpos mamilares que ubican en la parte anterior
4. núcleo talámico anterior que está en el interior del círculo

Todas estas estructuras tienen conexiones neuronales y bioquímicas intrincadas entre ellas
mismas y con las áreas encefálicas superiores e inferiores. Es muy importante conocer la
neuroanatomía de la ansiedad y, en general, de los trastornos emocionales. En este mecanismo
neuroanatómico, el llamado sistema límbico ampliado abarca al sistema límbico propiamente dicho y
a sus regiones conexas con el SNC. El sistema límbico propiamente dicho comprende un sistema
olfatorio (bulbo olfatorio, estrías olfatorias y las áreas olfatorias corticales prepiriforme,
periamigdalina y entorrinal); la formación hipocámpica (hipocampo [asta de Ammon], fórnix o
trígono y circunvolución dentada); amígdala (grupo nuclear corticomedial y grupo nuclear basal-
lateral); región septal (septum lucidum, área septal, núcleos septales); lóbulo límbico de Broca
(circunvolución del cuerpo calloso o cíngulo y circunvolución para hipocámpica) Las regiones
conexas con el SNC son: áreas límbicas mesencefálicas; hipotálamo; habénula y epífisis; áreas
límbicas de neocorteza cerebral y núcleos límbicos talámicos. Este sistema límbico es el que rige el
comportamiento y la vida instintiva del hombre. Al incluir el circuito de la memoria indica que el
sistema límbico no es únicamente el “cerebro de las pasiones, afectivo y emocional” sino que
participa de la racionalidad de la neocorteza. De ahí que las lesiones de este sistema provoquen no
sólo falla de memoria sino también indiferencia afectiva. El sistema límbico, por lo tanto, vincula la
información almacenada en la memoria, las pulsiones e instintos y la experiencia sensorial actual,
otorgando una tonalidad afectiva al conjunto. El hipocampo confiere un “valor” a cada información
nueva para compararla con la ya memorizada. En conexión con el área septal es donde arriban las
informaciones hipotalámicas (vegetativo-viscerales) y en relación con las áreas corticales de
asociación, el hipocampo puede comparar los mensajes actuales (la información sensorial proveniente
del ambiente y los “programas motores” de la neocorteza) con la reserva de experiencias antiguas y
de la memoria de especie (con toda su carga afectiva) de éxitos y fracasos, placer o dolor. Es el
“órgano” de la inteligencia emocional. Últimamente se sabe que a través del bulbo olfatorio, el
sistema límbico es un receptor de iones ambientales que operan e influyen sobre el SNC provocando
reacciones diversas ante contaminaciones electromagnéticas o fenómenos meteorológicos, radiaciones
cósmicas, etc. Este mecanismo desencadena una reacción similar al estrés.

Conexión entre sistema límbico y tronco encefálico

Esta conexión, que acabamos de estudiar como regiones conexas, está relacionada con el
mantenimiento del equilibrio de los estados sentimentales-emocionales (que dependen del
hipotálamo) y del estado de alerta (que es función de la formación reticular). La función sentimental-
emocional del sistema límbico ha sido ampliamente investigada en el animal y se ha podido establecer
también en el hombre. Las emociones, sobre todo las más fuertes como el miedo, parecen estimular el
hipocampo primero y luego éste actuará sobre el hipotálamo que es el centro integrador de todas las
reacciones emocionales. Las entradas de las reacciones sensoriales provenientes de los órganos de la
percepción, están influenciadas por el sistema límbico antes de que lleguen a las áreas del encéfalo
donde serán “descifradas”. Este “chequeo” límbico, incluso, según algunos psicólogos, puede estar
influenciado en la apreciación final de una escena de la realidad porque el sistema límbico de alguna
manera influye en el pensamiento, permitiendo que éste influya sobre las emociones y, a su vez, éstas
puedan influir sobre el pensamiento. De este modo, un fenómeno puede ser percibido según sea el
estado anímico previo: si hay alegría todo será “color rosa” y si hay tristeza, todo será de “color azul”
(algunos prefieren hablar de “color negro” o “color gris”). El hipocampo parece estar continuamente
comparando las entradas sensoriales con el patrón de conducta aprendido. Además, el hipocampo
parece ser el responsable de los casos en que los estresados por ruidos permanentes, al cesar la fuente
sonora, el cerebro reacciona en medio del silencio por la falta de ruido, del mismo modo que
reaccionaba con el ruido. Esto explicaría dos fenómenos que ocurren cuando alguien se aleja del
ruido y se aísla en un ambiente silencioso: el de tener la sensación de seguir alucinando ruidos y el de
“extrañar” al ruido y buscar volver al mismo.

Amígdala

La amígdala impresiona estar relacionada con la alimentación, lucha, huída y cópula. Junto
con el hipotálamo parece ser el centro regulador del impulso y la respuesta sexual. La estimulación de
la amígdala y el hipocampo desatan conductas emocionales y en el caso de conflicto, antes de decidir
si habrá lucha o huída, es la estructura que discierne si hay, o no, enemigo. La amigdalectomía
(extirpación de la amígdala cerebral) en el animal, trastorna su conducta en forma permanente. Por
ejemplo, transforma en agresivo a un animal dócil. Si bien pareciera que el arco superior del sistema
límbico se superpone en sus funciones con el arco inferior, en realidad hay una especialización del
mismo relacionada, sobre todo, con sentimientos y expresividad que lleva a la sociabilidad y al
estímulo que provoca el cortejo o interés sexual y la respuesta al mismo. La estimulación eléctrica en
el ser humano, de la amígdala, el hipocampo y el septum, provoca reacciones de ansiedad o
excitación y agitación, ira, euforia, visiones coloreadas, interés sexual, deseo, asco, deleite y
relajación. Esto confirma lo que se aseveró anteriormente como que la amígdala es la responsable
principal de emociones perturbadoras y distresantes.

Hipocampo y cuerpos mamilares: memoria

No hay dudas que la enseñanza, el aprendizaje y todo el quehacer del hombre se basan en su
memoria. La función mental de la memoria queda incorporada a la fisiología del sistema límbico en
el denominado circuito de Papez que más adelante estudiaremos en detalle.

Tronco encefálico

Si bien el hombre, para ser tal en un todo, necesita de todas las funciones de su cuerpo, el
encéfalo como órgano central encargado de esas funciones tiene prioridades distintas. Para él la
respiración, el control de los latidos y la presión sanguínea que regulan básicamente la circulación de
la sangre y la oxigenación de los tejidos, dos condiciones primordiales de la vida biológica, tienen
más importancia que el habla, la vista o el oído.

Los centros de las funciones vitales están en el tronco encefálico, responsable del soporte de
la vida. Es el cerebro más primitivo del hombre, pues de él depende que viva y sean posibles las otras
funciones. De ahí su prioridad fisiológica.

En el tronco encefálico se encuentra la protuberancia y el bulbo y en ellos la formación


reticular, llave maestra del tronco encefálico, pues es la usina de estímulos tanto activadores como
inhibidores.

Sistema reticular activador y corteza cerebral: la conciencia


Cerca de cien mil millones de neuronas constituyen el SNC. El porcentaje mayor de estas
células está en la corteza cerebral que se encuentra en la superficie de ambos hemisferios cerebrales.
La superficie de cada hemisferio contiene las células que elaboran los códigos neuronales que
provienen de los sentidos. Tales códigos envían información sobre los estímulos ambientales, a las
áreas receptivas de la corteza, donde la información es procesada por columnas de células y
transferida a las áreas de asociación, que se encuentran adyacentes, de modo que pueda combinarse
con informaciones procedentes de la memoria, de los sentidos y de otras áreas cerebrales. Esta
función de asociación es muy compleja y explicaría la delicada esencia del pensamiento humano y de
las otras funciones intelectuales. De esta forma, también, se recibe la información de las vías nerviosas
sensitivas al sistema reticular activador, el que estimula la actividad y la atención en toda la corteza
cerebral. La información sensitiva sale del encéfalo, desde la corteza motora a través de las vías
motoras y de ahí a la medula espinal, última operadora de sensaciones sensitivas y de impulsos
motores. La combinación de la información de estas diferentes fuentes y su elaboración por la
corteza, produce el fundamento de la conciencia. Las células reticulares excitadoras están
extensamente conectadas con todo el sistema nervioso, tanto sensitivo como motor, y son estimuladas
por impulsos nerviosos procedentes tanto de afuera como de adentro del cuerpo y sus distintas partes.
Si por cualquier motivo se corta la entrada de información sensorial o sensitiva (percepción externa e
interna), la excitación de la corteza cerebral cambia y la calidad de conciencia se modifica. El estado
de conciencia se modifica según haya luz o oscuridad, ruido o silencio, indemnidad o ruptura de las
vías sensoriales. O se altera según haya pérdida del estado de conciencia (inconsciencia), sueño o
alucinaciones.

Funciones del hipotálamo: sede de los instintos y las emociones

El hipotálamo, ubicado en el diencéfalo está integrado por varias áreas que controlan los
instintos básicos como el hambre, la sed y la conducta sexual, como asimismo el medio interno u
homeostasis que regulan entre otras cosas la temperatura y otras funciones. Si bien los hemisferios
cerebrales controlan y polarizan el control de emociones y estados de ánimo, también el hipotálamo
contribuye con ellas porque es el centro de las emociones y de las sensaciones tanto del placer, como
displacer y dolor. Anatómicamente considerado en el hipotálamo tenemos:

área anterior: controla el impulso sexual y la capacidad de reproducción


áreas posteriores: controlan la sed y el impulso de buscar agua
núcleo supraóptico: interviene en el control de la sed por osmorreceptores
núcleo preóptico o termostato: regula la temperatura interna del cuerpo
núcleo retromedial: controla el impulso del hambre
núcleo dorsomedial y locus ceruleus: regulan las emociones y la conducta agresiva
área dorsal: es del centro del placer.

El hipotálamo está conectado por diferentes vías nerviosas con el área frontal de la corteza
cerebral, con el sistema límbico y con el tronco encefálico. Por intermedio de la arteria cerebral, el
tallo infundibular, el sistema portal pituitario y los tractos neurosecretores, se conecta a la hipófisis y
regula todo el sistema neuroendocrino a través de las hormonas hipofisiarias. Es un verdadero
integrador de impulsos y quizás uno de los órganos más importantes que relacionan lo instintivo con
lo emocional y lo inteligente, dando la integridad física y mental del hombre.

Las emociones surgen de la gama de sentimientos humanos expresados, como la alegría, la


tristeza, el amor y el odio, la serenidad (relajación) y la excitación (estrés), el pacifismo y la
agresividad, etc., siendo siempre estos sentimientos bipolares o en dupla que representan los extremos
opuestos, pero también con las gamas intermedias. Tan fuerte es la integración del cuerpo y la mente
a través del hipotálamo, que las sensaciones emotivas producen respuestas físicas a la emoción y dan
la base a la fisiopatología de las reacciones agudas y crónicas del estrés y la ansiedad y de las
enfermedades psicosomáticas. En otros parágrafos iremos desarrollando otros circuitos nerviosos
neuronales, en relación con cada fenómeno mental que estudiemos.

La plasticidad cerebral (cerebro proteico)

Hasta hace casi un poco más de una década, la neurociencia afirmaba que a partir del
nacimiento, el cerebro contenía todas neuronas definitivas y que éstas no se verían modificadas por la
experiencia vital. Desde esa perspectiva, los únicos cambios posibles que podrían producirse a lo
largo de la vida, serían variaciones menores en las conexiones sinápticas (conexiones interneuronales)
y la muerte celular que acompaña al proceso de envejecimiento. Según esta teoría tradicional era
imposible la neurogénesis de nuevas neuronas (neuronagénesis), fuera de las que ya venían en el
cerebro al nacer. Pero los descubrimientos posteriores de las neurociencias debieron asumir el nuevo
concepto de plasticidad cerebral, donde no sólo puede el cerebro inhibir o activar las conexiones
sinápticas, estableciendo nuevas y múltiples sinapsis según las necesidades de la función de un
cerebro individual, sino que el cerebro se va modificando continuamente a medida que cada persona
lo usa con mayor intensidad o una necesidad determinada y esto permite crear nuevas sinapsis y
nuevas neuronas. El descubrimiento de esta capacidad de crear neuronas y sinapsis modificó todos
los conceptos de la función cerebral.

La plasticidad cerebral se muestra ante lesiones específicas del cerebro, el cual, tras un
entrenamiento debido puede modificar la actividad de las zonas lesionadas o destruidas, mediante
nuevas sinapsis o nuevas neuronas. Pero también en condiciones normales, bajo un estricto
entrenamiento o adiestramiento para determinadas habilidades o aprendizajes, el cerebro estimulado
crea nuevas sinapsis y neuronas. El secreto de la plasticidad, ergo, está en el uso intenso y adecuado
mediante un adiestramiento o entrenamiento de habilidades específicas. Por ejemplo, si un pianista
practica intensamente y en forma diaria por muchos años, los instrumentos de las neurociencias
demuestran la neuroplasticidad al detectar el desarrollo inusitado de las regiones cerebrales que
controlan el movimiento de las manos del pianista. Hay una relación directa en la neuroplasticidad
cerebral: hay mayor cambio cerebral cuando el proceso de adiestramiento se instaura en forma
temprana y es más prolongado (a mayor extensión e intensidad del entrenamiento, mayor cambio
cerebral) Estas conclusiones son fundamentales para determinadas prácticas cerebrales sutiles como es
la meditación. Cuánto más, mejor e intensamente se medite, habrá cambios cerebrales fundamentales
que aumenten también la capacidad de meditar y de obtener mayores frutos creativos y mayores
capacidades mentales (capacidades extraordinarias).

En la práctica de la meditación, desde una perspectiva cognitiva, puede considerarse al


desarrollo como el esfuerzo sistemático de controlar la atención y las habilidades mentales y
emocionales relacionadas. Esto trae a colación una nueva pregunta que formuló Davidson:
¿podríamos servirnos de diferentes tipos de meditación para modificar los circuitos cerebrales
asociados a los distintos aspectos de la emoción? Las neurociencias, mediante tecnología como el
llamado difusor de tensión, ha logrado captar imágenes de la función cerebral durante las emociones
y la meditación y este estudio ha puesto de relieve los sutiles procesos de remodelación en los que se
basa el fenómeno de la neuroplasticidad cerebral. Esto permitió una respuesta afirmativa a la
pregunta del principal investigador de la emoción y la neuroplasticidad. La neuroplasticidad es la
nueva frontera de las neurociencias que comenzó a estudiarse y postularse en 1998 y que culminó
con el descubrimiento de la remodelación cerebral mediante la creación de sinapsis y neuronas
nuevas. Hoy, el desafío es averiguar las conexiones entre la neuroplasticidad cerebral para encontrar
nuevas conexiones en los circuitos cerebrales que regulan las emociones perturbadoras, desarrollando
en los afectados una capacidad para controlar más eficazmente la ansiedad, el miedo o la ira,
acompañando el desarrollo de nuevas conexiones interneuronales. El descubrimiento de que el
cerebro y el sistema nervioso generan nuevas células en función de la experiencia y el aprendizaje,
que dio origen a la noción de plasticidad neuronal, lleva al nuevo concepto de cerebro proteico. El
creador e investigador del concepto, Davidson, cree que esta noción de cerebro proteico terminará
remodelando todos los conceptos de la Psicología clásica hasta ahora conocida y estudiada. Siguiendo
con sus investigaciones, en la actualidad, este estudioso cree que las modificaciones cerebrales
encontradas cuando son duraderas o permanentes, pueden provocar un cambio de temperamento.
Este “cambio temperamental” sería el antídoto de las emociones destructivas, al fomentar la
activación de las regiones del lóbulo frontal que inhiben o modulan la actividad de la amígdala,
responsable de ciertas emociones negativas. Éste sería uno de los posibles mecanismos a introducir
para contrarrestar las emociones negativas y destructivas, ya sea disminuyéndolas en lo posible o
anulándolas cuando aparecen. Como contrapartida, se estimularían las emociones positivas,
aumentándolas. La modificación de la función cerebral en pro del mejor y mayor uso de la corteza
cerebral para regular también, más y mejor la amígdala, podría ser obtenida mediante el uso de
psicofármacos. Pero el inconveniente de los psicofármacos, por lo menos en lo conocido hasta ahora,
es que tiene una incidencia sobre la función total del cerebro y sistema nervioso y carecen de la
puntualidad y especificidad necesaria y útil para una determinada región cerebral o el incremento o
inhibición de una función cerebral específica. Luego, el camino más confiable y seguro es el método
natural espiritual de obtener un mayor adiestramiento mediante la meditación y la experiencia
continua e intensa. También las ondas electromagnéticas pueden activar la neuroplasticidad, pero
tiene efectos más deletéreos, menos controlables y efectos secundarios que ponen en duda su eficacia.
Sin embargo, es útil conocer el dato por las implicancias de una contaminación ambiental
electromagnética intensa, la cual influye en la plasticidad cerebral, pero también lo hace en otros
funciones orgánicas y el saldo total de la exposición generalmente son consecuencias patológicas más
que fisiológicas. Se ha expandido mucho el dicho de que el ser humano normal utiliza sólo del 5 al
10% sus neuronas. Expresado esto en forma general y vaga da lugar a confusiones. El cerebro de
toda persona funciona globalmente en un 100%, pero las neurociencias han descubiertos circuitos
sinápticos “dormidos” o inactivos que al activarse en forma especial pueden generar mejores
funciones cerebrales. Es decir, el quid no está en el uso de neuronas, sino en el uso de la inteligencia.
Es probable que la frase acertada sea que el común de las personas sólo utiliza de un 5 a un 10% sus
potencias intelectuales. El control mental ha mostrado la realidad de las “mentes superiores” donde el
SPET ha descubierta activación de circuitos sinápticos y reacciones que no se ven en las mentes
comunes. El desuso intelectual (o su mal uso) no atrofia neuronas pero sí modifica circuitos
sinápticos y reacciones cerebrales lo que equivale más que a una atrofia anatómica, a una atrofia
funcional. Debería empezar a decirse que el 90% de la gente mal usa sus potencias mentales
intelectuales, afectivas y volitivas.

El correlato “fisiológico” de los actos mentales

Aprehensión de la realidad exterior e interior

En el parágrafo anterior vimos la relación entre mente y cuerpo, o sea, la “anatomía” de la


mente. Este apartado tiende a analizar los mecanismos mentales, o sea, la estructura de la función
mental, algo comparable a una especie de “fisiología” de la mente. Hemos explicado que la mente
capta los objetos de conocimiento por intermedio de la percepción sensorial o extrasensorial, siendo
el instrumento final del conocimiento, para lo cual pone en marcha delicados mecanismos que hemos
esbozado de alguna manera en todo lo explicado hasta acá. Ahora abordaremos más estrechamente la
forma aproximada con que la mente trabaja, esencialmente, en el orden intelectivo. La pantalla en la
cual se proyectan los actos mentales es la conciencia. Tras de ella están todos los mecanismos y
procesos que se ponen en marcha cada vez que la conciencia se activa. La conciencia es lo que nos
permite aprehender la realidad. La conciencia, a su vez, es el escenario que ilumina y permite
conocer todos los fenómenos intelectivos, emocionales, afectivos, instintivos y volitivos. Tanto a la
conciencia, como los ordenes intelectivo, emocional, instintivo y volitivo, lo analizaremos en los
parágrafos respectivos. Por experiencia estricta, o sea “de hecho” hemos constatado la existencia de
actos mentales a los cuales ya analizamos en parte. Ahora repetiremos algunos conceptos y
agregaremos otros. Estos actos mentales son “dados” desde dentro de las personas. Por esta razón
están ocultos en algún modo a una observación directa. Debido a esto no pueden ser estudiados de la
misma manera en que pueden observarse las relaciones espaciales, temporales y causales, entre los
objetos de la percepción sensorial normal. Tales actos son “realidades mentales” más bien que cosas u
objetos que suelen percibirse por los sentidos en la “realidad común” del entorno o medio que nos
rodea. Luego, es lícita la controversia que suscitan en el sentido de si pueden o no ser abordados por
un “acceso privilegiado” y cuáles serían las formas de ese presunto acceso. Si los actos mentales son
internos, por sentido común cabrían dos suposiciones:

uno puede conocer, ser consciente, a veces, de sus propios actos mentales
uno no podría ser consciente de los actos de otro de la misma manera que es consciente
de los propios.

Estas suposiciones confieren a los actos mentales la calidad de “privados”, que no tienen
acceso a la percepción sensorial común. De todos modos, considerando junto con Heidegger, que así
como el ser del hombre es un ser cerrado al no podemos acceder por nuestros sentidos ni por nuestra
mente en forma directa, en alguna manera los actos mentales guardan una similitud con esta postura
del ser. Pero, como lo remarca el pensador y filósofo alemán, el ser no puede ser accedido en forma
directa pero sí en forma indirecta por los modos de ser que exteriorizan las conductas diferentes del
hombre, causadas por su esencia o ser. Igualmente, los actos mentales pueden ser accedidos desde el
exterior por los modos de exteriorizarse.

Así, a nuestros actos mentales los conoceremos por experimentarlos directamente, pero a los
actos de los otros tendremos acceso por los modos de comportamientos que esos actos generan y,
desde luego, por analogía con los nuestros. Es decir, los actos mentales ajenos nos pueden ser
develados mediante un mecanismo de observación reflexiva y de analogía.

Extrospección e introspección

Las conclusiones anteriores dan pie a dos tipos de observación:

⇒ extrospección: realizada por la percepción sensorial desde afuera. Es similar,


particularmente, a la extroversión como “movimiento que sale fuera de sí por medio de los sentidos”.
No es palabra del español el término extrospección.
⇒ introspección: (mirar adentro) llevada a cabo por un mecanismo de reflexión, que es especie
de auto inspección “hacia dentro” que con nuestro pensamiento crítico nos realizamos. Es un término
acuñado en el idioma español y es definido como “observación interior de los propios actos o
estados de ánimo o de conciencia” a lo que conviene agregar un concepto de la definición de
introversión: “acción y efecto de penetrar dentro de sí mismo, abstrayéndose de los sentidos”.

Hernández Monsalve interpreta a la introspección como una “capacidad para el diálogo


interno” y establece que dicho diálogo es posible “en virtud de al menos tres cualidades de la
persona” las cuales serían:

• capacidad de introyección de la realidad (que consiste en incorporar los elementos externos a


su esquema referencial o mundo interno)
• capacidad para el manejo de entidades abstractas o simbólicas
• capacidad de reflexibilidad (tomarse a sí mismo como objeto de percepción)
La extrospección u observación directa puede ser hecha por la simple observación de
determinadas conductas, de actos conscientes y exteriorizaciones verbales o bien con una
extrospección sistémica en la cual sometemos a la persona observada a una serie de testes para
conocer sus reacciones frente a diferentes estímulos o problemas a resolver. De igual modo podemos
proceder con la introspección que puede ser directa o sistematizada. El único inconveniente es que la
sistematización de ambas observaciones, en algún modo, perturba los procesos conscientes naturales,
lo que limita cualquier método. ¿Es posible la introspección? Algunos autores como Brentano
piensan que no, porque nunca habría un segundo acto de conciencia cuando uno es consciente de un
acto mental. ¿Qué significa esta afirmación? Que si yo realizo una percepción consciente de un
fenómeno (primer acto mental consciente) no podría someterlo a introspección (segundo acto mental
consciente). Esto implica aceptar que la conciencia opera en forma sectorizada. En la realidad,
cuando yo escucho un sonido (acto consciente) enseguida mi mente comienza a clasificar las
características de ese sonido y su significado, por ejemplo, oír un trozo musical conocido y en forma
inmediata y simultánea al acto de oír mi mente me dice el nombre de la melodía e, incluso, si yo sé la
letra en el caso de una canción, comienzo automáticamente a seguir la melodía recordando la letra
(segundo acto mental consciente). Esto niega la afirmación de Brentano. En este ejemplo, como en
todos los actos mentales, más aún por los originados en una atención múltiple (percepción simultánea
de diferentes acciones u objetos), mi mente opera en un solo bloque, con la misma continuidad que la
realidad ofrece. La captación y el reconocimiento son actos que se dan al mismo tiempo. No hay
cortes ni sectorizaciones. De igual modo, mi mente consciente opera cuando yo la someto a la
introspección: al mismo tiempo que voy captando e interpretando la realidad, mi mente me permite ir
apreciando los mecanismos que usa. Esto es más patente cuando en un estado de percepción y
atención múltiple, de repente algo me llama la atención de un modo más poderoso y particular. En
ese instante, como si mi mente fuera el “zoom” de una lente de máquina fotográfica o filmadora, a
manera de potente lupa, hará resaltar el hecho llamativo y opera como las pantallas de los modernos
televisores en los cuales, habiendo una imagen central, tiene en los costados otras imágenes en
recuadros menores, permitiendo sintonizar varios canales simultáneamente (o la pantalla de la PC con
ventanas simultáneas abiertas). Valga este ejemplo tecnológico para graficar un mecanismo que de
otro modo sería imposible representar, explicar o entender.

Para acercar una explicación menos directa y más elaborada intelectualmente, según
adelantamos en un parágrafo anterior, Reinhardt Grossmann propone la teoría de los estados
mentales y los estados conscientes, distinguiendo como estado mental al momentáneo acto de
conciencia consistente en un acto de experiencia (por ejemplo, el acto de percepción es un acto
experimentado y consiste en un acto de “toma de conciencia” de un fenómeno experiencia). Mientras
que estado consciente es un momentáneo estado de la conciencia consistente en las intenciones u
objetos que se proponen para un estado mental (por ejemplo, al objeto percibido se le asignan
determinadas funciones intencionales; como significaría escuchar una melodía musical para deleite o
para bailar o para aprenderla y asimismo elegir el objeto o medio por el cual se oirá la melodía, que
puede ser un tocadiscos, un CD, un vídeo, etc.) Pero realmente, tanto el estado mental como el estado
consciente de Grossmann son situaciones simultáneas aunque se presenten con una cierta gradualidad
y todas ellas forman el proceso mental. Una sucesión de ciertos actos mentales como los actos de
conciencia, constituye un proceso mental único, continuo, en bloque y sin sectores ni cortes. Otra
cosa distinta ocurre cuando debe formularse un juicio y acá si hay “cortes” de la realidad como
explicaremos después.

Todo lo relativo a la conciencia y a la aprehensión de la realidad, lo veremos en el capítulo


siguiente, para luego seguir en otros capítulos analizando lo relativo al intelecto (vida intelectiva), a
las sensaciones (vida sensitiva) y posteriormente a la volición (vida volitiva).
II

CONCIENCIA Y REALIDAD
Realidad: Mundo exterior y mundo interior.

“Aun antes de que filosofemos, el problema de la realidad


aparece ya resuelto en cada momento de nuestra existencia.
Tratamos con las cosas, obedecemos a los modos del ser
real, según se nos presenten”
Karl Jaspers

Jaspers ha tratado a la realidad como el espacio de lo abarcador. Considera que este “espacio” nos es
dado apenas comienza el curso de nuestra existencia. Nos encontramos inmerso en un tiempo y un
espacio que es nuestra realidad y dentro de ella están todas las cosas externas e internas que nuestra
conciencia puede abarcar. Esto es lo que lleva al filósofo a afirmar que “tratamos con las cosas según
se nos presenten”. Pero sabemos que no todo lo que se muestra en “nuestra realidad” es verdad y lo
más probable es que las cosas parezcan ser algo distinto de lo que verdaderamente son.

Este fenómeno me induce a buscar la certeza, que Jasper describe así: “me cercioro de la
verdad mediante la cual se me debe manifestar el ser, (lo que) es como si caminara con una luz y me
hiciera libre”. Conocer la realidad, para Jaspers, es un desear saber y ser: saber totalmente “lo que es
verdaderamente real” para lo cual apelo al conocer; ser no como un mero “durar vital” sino “ser
realmente yo mismo”. En el camino del conocer nos encontramos con la realidad subjetiva interna y
la realidad objetiva física o externa. Pero este conocer nos deviene de diversas formas: como ciencia,
como creencia, como filosofía, etc. Lo único que conseguimos es enfrentarnos, según Jaspers, con
una realidad extraña que nos avasalla con el tiempo y el espacio y la subjetividad de las cualidades
secundarias (color, sonido, formas, medidas, sensaciones, etc.). Así, “todo es realidad a su modo y,
al mismo tiempo, todo es perspectiva únicamente”.

Todo esto constituye un límite inalcanzable. De ahí que optemos por el hacer, esto es, buscar
la realidad como el ser propio, encontrarnos con nuestra auténtica mismidad. Pero este camino es
como una “correa sin fin” que nos pone en movimiento continuo de nuestra conciencia, entre el
saber y el ser, que nos conducen, indefectiblemente, a los modos de ser de la realidad, pero no a la
realidad misma.

La presencia de esta problemática lleva a Jaspers a decir: “hasta aquí nuestro filosofar sólo
ha descombrado el camino. Sobre el fundamento de este filosofar crítico buscamos otra filosofía en
qué hallar el retorno a la realidad. Buscamos un filosofar que tenga como suposición todos los
modos posibles de la realidad, es decir, que los quiera conocer y captar ilimitadamente, pero que, a
través de ella, se dirija a la realidad-misma”. Intentemos, en nuestro pensar, encontrar ese filosofar
del retorno a la realidad misma.

Es evidente, y no sujeto a ninguna contradicción ni controversia, que existe un sujeto


(hombre) y un mundo exterior a él (el medio estimúlico que lo rodea). Este fenómeno innegable es el
punto de partida para poder entender otro fenómeno, ubicado en el sujeto mismo, que es el llamado
mundo interior, o sea, todo lo que encierra dentro de su mente y cuerpo. Previamente, dejaremos
aclarado que nuestro concepto de mundo, en esta particular cuestión, es el ámbito de sentido de las
cosas, fenómenos y sensaciones. El mundo interior es la subjetividad que desde algunos puntos de
vista se considera como el “sí mismo” y esto da origen a dos nuevos neologismos: el que considera a
sí como sistencia y a mismo como mismidad y esa interioridad subjetiva de sistencia y mismidad es
donde reside el ser del hombre y es probable que esa mismidad sea el propio espíritu humano que
plasma al concepto del ser humano. En el espíritu están todas las notas primordiales que destacan a la
ontología del ser humano. No es descabellado ni ilógico, ni mucho menos irracional, identificar a
espíritu como manifestación o expresión del ser humano. Estos tres elementos (hombre, mundo
exterior y mundo interior) constituyen la realidad. Dado que hemos mencionado a la realidad, nos
ocuparemos ahora de reflexionar sobre lo qué es o lo que debemos entender por realidad, para
ubicarnos en ella como el contexto que rodea al texto (desarrollo) de nuestra vida. Realidad,
denotativamente (definición de diccionario), es “existencia real y efectiva de una cosa”, “verdad, lo
que ocurre verdaderamente”, “lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo
fantástico e ilusorio”. La definición del diccionario es algo anfibológica por varias razones:

1. define a realidad como existencia real lo que lisa y llanamente significa definir con la misma
palabra y esto no dice nada. También habla de existencia efectiva, es decir, “lo que produce efectos”;
2. sigue con otra acepción como es verdad, lo que ocurre verdaderamente y acá el concepto cae
en una falacia. Nosotros sabemos, sin hesitar, que hay cosas verdaderas y cosas falsas que tienen
existencia real y efectiva. Luego es ambiguo referir la realidad como sólo la verdad.
3. incluye la acepción de que realidad es lo que es efectivo o tiene valor práctico, en
contraposición con lo fantástico e ilusorio. Esta acepción entra en franco conflicto, precisamente, con
la realidad porque las ilusiones son partes naturales de nuestra realidad. ¿Acaso el sueño fisiológico
con ensoñaciones o figuras oníricas no se dan o existen? Negar la existencia de las ensoñaciones
como “cosas” propias del estado de dormir u otros estados oníricos, es no tener en cuenta un
“fenómeno real”. No hablemos de los ilusionismos que sobre las arenas tórridas del desierto o sobre el
asfalto caliente provoca la luz solar plena. Cuántas veces se han referido los espejismos que sufren los
que atraviesan el desierto de día. Y quién no ha experimentado, en el conglomerado urbano, la
sensación del hormigón “lleno de agua”, otro espejismo producto del reflejo de esa luz solar, a
determinada distancia. Estas imágenes ilusorias se ven en forma patente, existen, son y luego, en
algunas circunstancias se perciben como reales. Estos y otros fenómenos irreales se dan y aprecian,
causan efectos visuales o sonoros, como ocurre con sucesos tales como la premonición y la telepatía.

Estas observaciones o fenómenos circunstantes, dan la base para poder afirmar que la
realidad, esencialmente considerada, abarca “todo” lo que cae en la órbita de los sentidos, lo que es
percibido de algún modo por el intelecto y, aún, lo que el propio intelecto produce, pues aunque
carezca de existencia física, su presencia es tan fuerte que impacta como si fuera real. Visto así, no
debe caerse en el error de la definición del diccionario, de creer que todo lo que está en la realidad es
verdad, porque hemos señalado que en la realidad se dan fenómenos falsos y verdaderos. Tampoco
debe tenerse por realidad sólo lo que tenga existencia física, palpable, dado que no es infrecuente
apreciar fenómenos que estimulan nuestros sentidos, pero que no tienen existencia física, como lo
referidos a espejismos, alucinaciones, premoniciones, telepatía y sustantivos abstractos (belleza,
fealdad, maldad, etc.), es decir, causan efectos. Y, a fuerza de cometer paradoja o contradicción con
el diccionario, deberíamos aceptar que la realidad (en el sentido de conjunto de cosas) abarca lo
definido como real y lo considerado como irreal. Edoardo Weiss, siguiendo a Paul Federn, define a
lo real como lo “existente fuera de la mente e independiente de ella”, mientras que irreal es lo que
designa a “sólo lo imaginario, producto de la mente misma”. Estas acepciones marcan la idea general
de lo que se ha querido entender en Occidente por realidad. Pero, lo que escapa sensiblemente a estos
criterios es la artificial división de la realidad entre los objetos que están fuera de la mente y lo que
está en nuestra mente. Nuestra mente tiene pensamientos, sentimientos e instintos y todas esas cosas
existen, son reales, aunque estén dentro de la mente y no fuera de ella. Por lo tanto, lo producido por
la mente, naturalmente, es cosa real dado que no es imaginada. Así como hay una percepción
exterior, a través de los sentidos para ver las cosas que hay “fuera de la mente”, también hay una
percepción interior o introspección que nos permite sentir las cosas que están “dentro de la mente”.
Ambos sentimientos son válidos por igual pues perciben cosas que existen verdaderamente. De todos
modos, quiérase o no, la mente es la que percibe y evalúa tanto lo objetivo como lo subjetivo y, en
este caso, lo real e irreal. Sin la mente no existirían ambos conceptos. El propio Weiss, en su análisis
del “sentido de la realidad” destacará como una mente enferma puede percibir cosas reales como
irreales y viceversa. También la mente sana puede hacerlo en determinados espejismos (caso del
asfalto caliente) pero el conocimiento previo del fenómeno equilibra una falsa percepción con la
verdadera realidad. Luego, la palabra realidad debería ser aceptada con significados distintos: el
significado denotativo que da el diccionario para referirse a cosas concretas, verdaderas y efectivas y
al significado etimológico que señala la esencia de la palabra. Etimológicamente, realidad viene del
latín res, rei = cosa (el diccionario latino-castellano Parvus Duplex de Editorial Sopena Argentina
define a res, rei, además, de “cosa en sentido indeterminado”, como “la cosa material, criatura, ser”
y también como “asunto o materia”). Buscando el sentido etimológico de realidad, vemos que la
filosofía griega tenía un sentido de realismo y afirmaba a la realidad como un mundo ideal fuera del
pensamiento. Ese concepto es el que luego dará origen a denominar como real todo lo que está fuera
de la mente (pensamiento), dado que los griegos interpretaban como idea a todo lo que tuviera forma
y apariencia y existencia en sí mismo. Pero, pareciera que los griegos no advirtieron que,
posteriormente, a la palabra idea se la interpretaría como la forma que el pensamiento daba a las
cosas, con lo que lo ideal queda como un concepto o una formulación del pensamiento y, por ende,
es algo que está dentro del pensamiento. Por eso, nosotros preferimos hablar de las cosas (res, rei) y
así, el pensamiento, de algún modo, puede quedar involucrado en el conjunto de las cosas o
cuestiones.

El mundo ideal de los griegos era constituido por lo que luego los medievales llamarían
universales. La “idea” griega se concebía como algo fuera del pensamiento, pero que podía tomar
forma sólo en el pensamiento de seres particulares, de cada persona o individuo. Esta teoría griega
funcionaba como si las ideas fueran algo que si bien existía exteriormente al hombre, sólo el
pensamiento humano podía darle forma y llegar a que dicho pensamiento captara una realidad,
aunque dicha realidad no estuviera fuera del pensamiento. Parece confuso pero para Platón era cosa
clara. Esto podía interpretarse, en modo grueso, como que las ideas eran una especie de entidad
“embolsada”, “empaquetada” que flotaba en el ambiente y se “introducían” en el alma y de ahí podía
pasar de un alma a otra y concretarse en el pensamiento individual.
Los medievales estructuraron la teoría de las ideas mediante la concepción de un realismo
bajo la forma de universales que tomaron dos formas específicas: la denominada ante rem que es el
apriorismo platónico: las ideas o universales existen, “son reales”, antes que se tenga la presencia
efectiva de las cosas en particular Pero esos universales (ideas) se concretan “se hacen reales” in re,
dentro o frente a la cosa particular.

Esta teoría de la existencia apriorística de las ideas, hoy se conoce como memoria filética a la
que Jung denominó inconsciente colectivo. La memoria filética sería como una especie de software
espiritual que contiene todo el conocimiento natural del hombre; que está en el espíritu y que cada
persona puede activar de un modo particular para “formar idea de las cosas”. Sea como sea el
planteamiento filosófico, todo funciona como que si el hombre no existe, las ideas, cualquiera sea su
naturaleza, necesitan del pensamiento humano para concretarse. Es el fundamento del postulado de
Perogrullo: sólo el hombre puede concebir y hablar de realidad.

Sintéticamente y en modo grueso, podemos considerar a la realidad como “el conjunto de


cosas que están ahí” o que “se dan o presentan alrededor y dentro de nosotros”, “lo que se muestra
en nuestro mundo exterior e interior”. Pero, realidad no es sólo el conjunto de las cosas que están ahí
solamente. Si advertimos bien, se ha agregado de lo “alrededor nuestro”, “se muestra en nuestro
mundo”. Esto presupone que, además del conjunto de cosas exteriores, está nuestra conciencia,
nuestro yo, que examina ese conjunto. En consecuencia sería:

Realidad = conjunto de cosas que nos rodean + nuestra conciencia que observa, siente y
juzga

En estos conceptos hay que incluir lo objetivo, es decir, aquello que está “a la vista” y “a la
mano”, que existe, que está fuera de sí y de nosotros. También lo subjetivo como lo propio de
nuestro interior, lo que no se manifiesta “a la vista” y “a la mano”. En estos términos, la RAE pone las
siguientes definiciones: objetivo es lo “perteneciente o relativo al objeto en sí y no a nuestro modo de
pensar o de sentir”, “lo que existe fuera del sujeto que lo conoce”, “fin o intento”. Objeto es “todo lo
que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del sujeto, incluso este mismo”, “lo
que sirve de materia o asunto al ejercicio de las facultades mentales”, “término o fin de los actos de
las potencias”, “fin o intento a que se dirige o encamina una acción u operación”, “materia o
asunto de que se ocupa una ciencia”. Subjetivo es lo “relativo o perteneciente al sujeto, considerado
en oposición al mundo externo”, “relativo a nuestro modo de pensar o sentir, y no al objeto del
mismo”. Sujeto es “asunto o materia sobre la que se habla o escribe”, “el espíritu humano
considerado en oposición al mundo externo, en cualquiera de las relaciones de sensibilidad o
conocimiento y también en oposición a sí mismo como término de conciencia”. En Gramática, sujeto
es quien lleva a cabo una acción o de quien se predica o anuncia una cosa.

Los filósofos existencialistas tratan de captar al hombre tal como es en la realidad, como él se
siente a sí mismo en una concreta situación histórica. Antes se pensaba filosóficamente que el hombre
era una entidad abstracta como una mente frente al universo. Los existencialistas ponen como
reflexión filosófica más importante a nosotros mismos y a los problemas vitales que nos atormentan
aquí y ahora. Esto, en alguna medida, exige la aplicación del “método subjetivo” basado
principalmente en la introspección. La dificultad del método es la ambigüedad con que se toma al
término “subjetivo”. Mientras que a la palabra “objetivo” la aplicamos sin mayores explicaciones no
podemos hacer lo mismo con la palabra “subjetivo” que está cargada más de connotaciones que de
denotaciones. Desde el punto de vista filosófico y científico, la aceptación más frecuente de la palabra
“subjetivo” está referido a algo con sentido de “parcial, falseado por algún prejuicio” o, también,
como un sinónimo de una cosa “fantasiosa o idealizante”. También lo “subjetivo” es valorado como
algo muy particular que carece de universalidad. Pero no es así.
La subjetividad es propia del hombre porque su yo (como esencia consciente) es un
fenómeno interno, subjetivo. Y este yo es el valorador de la realidad. Pero para evaluar esa realidad
debe hacerlo con método. Lo del método objetivo o científico no se discute y se acepta sin mayores
connotaciones. Cuando se habla del método subjetivo debe procederse de igual forma, pues se debe
entender que con el término “método subjetivo” nos referimos a una particular forma de abordar las
cosas, tanto filosóficamente como científicamente, cuando la objetividad resulta insuficiente. O para
adquirir conocimientos en los cuales se precisa en forma absoluta, la participación personal. Ninguna
máquina puede reemplazar al hombre para realizar una meditación trascendental. Sólo su
subjetividad. En última instancia, si bien parte de los objetos, todo conocimiento es subjetivo.

Ergo, no hay que temer en las conclusiones a que arribe el método subjetivo en cosas
referentes como la moral, los valores, los sentimientos y la fe. Las posibilidades de yerro son las
mismas que la del método objetivo. La dificultad consiste en saber disciplinar correctamente el
método subjetivo. De no hacerlo, se hace posible la intrusión de fantasías o creencias falsas, pues “se
piensa más con el corazón que con el cerebro”. No obstante, el “corazón” es muy necesario para la fe
y los sentimientos, pero debe estar sujeto al cerebro. Es lo que hoy conocemos como “inteligencia
emocional”. Hemos traído a colación todas estas definiciones para mostrar que en la realidad cabe
tanto lo objetivo como lo subjetivo, pues ambos son caras de una misma moneda, porque dicho
directamente, todo objeto está referido a un sujeto.

Hegel admite que sujeto y objeto no son términos que puedan darse ni pensarse aislados. La
interpretación según la cual el sujeto va hacia el objeto y se limita a reproducir sus características o
determinaciones, es falsa. Sujeto y objeto son términos correlativos, no dos entidades separadas; y,
como términos correlativos, actúan uno sobre el otro, en un proceso constante. No hay una realidad
fija, dada allí, que el sujeto tenga que conocer reflejándola o aprehendiéndola. Sujeto y objeto se
oponen en un proceso creador. La realidad no es una realidad hecha, que podamos simplemente
contemplar de una vez para siempre. La realidad se construye, momento a momento, como también,
de algún modo, se construye el sujeto. Hay un principio de mutabilidad permanente en la realidad, en
el sujeto y en el objeto.

A lo sostenido por Hegel, nosotros agregaremos ahora una definición más concreta de
realidad y que esa mutabilidad depende de lo que es la realidad en sí y del hombre que la observa y
explica. Por tanto, insistimos en considerar que realidad debe ser considerada como conjunto de
todas las cosas determinadas o indeterminadas que están u ocurren en nuestras circunstancias
externas e internas y que de algún modo son percibidas por nosotros, produciendo efectos,
estimulaciones, acciones o reflexiones. Luego, en lo atinente a la realidad, hay dos cosas que
discernir: la realidad en sí como conjunto de cosas que existen y el hombre que está inmerso en esa
realidad.

El hombre, su esencia y su existencia en la realidad

Cabe, ahora, profundizar un poco más la cuestión realidad. Como punto siguiente de
reflexión es lícito preguntar: ¿una misma realidad (o también realidad en forma indeterminada) es
igual para todos? o ¿cada uno interpreta la realidad en modo diferente? En estas preguntas, para ser
contestadas con una buena precisión, es necesario desmenuzar las respuestas en una serie de
reflexiones.

La primera reflexión es que, sin dudas, los objetos o cosas que se dan en la realidad son un
todo único, su percepción por sentidos sanos (no afectados) es idéntica, la naturaleza es única y,
evidentemente, un mismo objeto no puede tener identidades o naturalezas distintas. Esta reflexión
está referida al objeto en sí, sin la interpretación de un sujeto, o sea, a la presentación del fenómeno
(fenómeno puro), a la “cosa” que “se da” o “está ahí” como mero ente en un ámbito estimúlico. El
ámbito estimúlico es el que permite estimular la percepción: por los sentidos, o por la intuición, o por
la sensación interna, (percepción que causa sensaciones subjetivas), o imágenes por representación
ideográfica, es decir, a la mera formación de una idea, no sujeta a la abstracción por la percepción de
un fenómeno objetivo (la idea formada es puramente una imagen mental que puede existir sin
correlación con ningún ser que tenga existencia fuera de la mente que forma esa idea). En esta
reflexión debemos aclarar que las sensaciones íntimas o internas, las consideramos un objeto ante la
mera presentación de la misma. Recién cuando las interpreta quien las percibe, debemos considerarlo
algo subjetivo.

La segunda reflexión es, también sin dudas, de que la captación de la realidad por un sujeto
observador o perceptor de estímulos de cualquier naturaleza, necesita tener un estado de conciencia
determinado para que sus sentidos o sensaciones internas puedan ser estimuladas en forma normal y
debida, es decir, la forma en que habitualmente todas las personas viven, captan e interpretan la
realidad circundante. La conciencia plena es cuando la persona está vigil (despierta completamente),
sus sentidos están atentos o concentrados en la percepción de un fenómeno o cosa y esos sentidos no
padecen ninguna alteración. A su vez, los mecanismos intelectuales o mentales que permiten la
captación (abstracción), formación de ideas, conceptos y juicios, también deben funcionar
normalmente (sin estar afectados por alteraciones psiquiátricas, ni conceptos “a priori”) y que
permitan percibir la realidad “tal cual”.

La tercera reflexión es que debe considerarse como “condición sin la cual”, que la forma de
la interpretación de la realidad sea adecuada, es decir, se acerque lo más posible a la verdadera
naturaleza de las cosas percibidas. Esta reflexión, a su vez, genera otras como ser:

1. la interpretación directa, mera, pura de la cosa como ente “que aparece”, es decir, saber
interpretar si es real o irreal, si es conocido o desconocido, si tiene o no un sentido previo, si es falso
o verdadero. Esta reflexión cabe porque no es lo mismo interpretar a un animal visto como lobo o
como perro, o a una imagen como ilusoria (alucinación) o real. Si la interpretación básica, simple o
directa falla, es seguro que toda la realidad será trastocada y deformada.
2. la interpretación reflexiva que es la que realiza el sujeto cuando intenta descubrir la
naturaleza de la cosa o fenómeno observado y darle un sentido. La interpretación reflexiva puede ser
hecha de dos maneras (las más sobresalientes entre otras posibles):

• en una forma global, abarcadora, considerando la cosa interpretada como un todo


• en una forma parcial, como un simple punto de vista, es decir, teniendo en cuenta sólo un
aspecto (interpretación aspectual).

El hombre por su naturaleza inteligente, a diferencia del animal, además de una percepción
de la realidad en forma directa o pura, como algo solamente estimúlico, casi automáticamente tiende
a interesarse por la naturaleza o esencia de la cosa (lo que las cosas son) y, por tanto, inmediatamente
trata de ubicarlas en el contexto de su existencia o de su proyecto existencial, lo que significa darle
un sentido. Una cosa “sin sentido” para el hombre es como no existiera, es una nada. El animal, que
supuestamente vive sin buscar el sentido de las cosas, habita un lugar asignando a los objetos y
sensaciones que en ese ámbito se dan, el papel de cosas meramente estimúlicas. Son cosas que afectan
a sus sentidos como algo que “le sirve para...” (satisfacer un instinto de hambre, sed o sexual, para
protegerse luchando o huyendo, para morar, para marcar un territorio) y en ese sentido usa de los
seres animados e inanimados que le rodean. Las sensaciones internas animales son solamente
instintivas y son guía para subsistir, para placer, o para temerles o huir de ellas. Sus sensaciones
básicas son afectivas (cuando cuida de su cría, convive con su pareja o integra un conjunto como
manada, rebaño, enjambre, es decir, como animal gregario) o son agresivas (ataca para defensa, para
matar su presa que le alimenta, para evitar que otro ocupe su territorio) o son simplemente de miedo
o temor que le causa angustia y provocan el reflejo de huida o de lucha. En el animal, el conflicto
siempre desata, en forma neta, la resolución por la lucha o la huida. Pero nunca queda siderado
crónicamente. Por eso no padece “enfermedades por estrés”, salvo que esté privado de su libertad,
por algún motivo (enjaulado, entrampado o cercado por vallas naturales).

El hombre, en forma diferente al animal, vive interpretando su realidad, cargándola de


sentidos y transforma su ámbito estimúlico, en un “mundo” (un ámbito con sentido) y enseguida
comienza a “instrumentar” su mundo, instaurando la cultura. Es decir, cultiva su medio y lo llena de
instrumentos para adaptarlo a su gusto o necesidad. La transformación de un medio o ámbito
estimúlico puede ser: para mejorar lo natural o para destruirlo o para instalar lo artificial (el
instrumento físico creado por el hombre). El sentido que el hombre da a las cosas, puede ser
formulado como una interpretación directa y, de ese modo, una piedra es sólo una piedra que “le
sirve para...” instrumento, arma, construir un muro, etc., y así vive circunstancialmente. En este caso,
su proyecto vital es siempre un proyecto cotidiano: aquel que sólo le sirve para “vivir al día” y
satisfacer sus necesidades inmediatas. O bien, el hombre puede adoptar una interpretación reflexiva y
además de darle a las cosas un sentido físico, mediante una reflexión profunda y crítica transciende su
mundo cotidiano físico y pasa a buscar un sentido metafísico. De esta forma inquiere ya en forma
global y no sólo con un punto de vista o aspecto, sobre la esencia de las cosas (lo que las cosas son en
sí) y darles un sentido englobador y más cierto. En este plano florecen ciertas ciencias de la
comprensión y la filosofía, la epistemología de las ciencias aspectuales, la conducta moral o ética, la
fe religiosa, la vida virtuosa. El hombre ya no sólo vive “para...” satisfacer necesidades materiales,
sino agrega un “porqué” vive y acepta un proyecto existencial más profundo que el meramente
cotidiano. La vida tiene un sentido completo que abarca lo físico y lo metafísico y el hombre ya no es
un mero instrumentador de ambientes, sino que vive la plenitud de su espiritualidad, acercándose a
la identidad plena de su condición de ser “pensante”, “inteligente”, dotado de un logos o verbum o
palabra que puede conducirle a un estilo de vida armónico consigo y con el universo (todo lo que le
rodea).

Fundado en estas reflexiones extraídas de los pensadores filósofos de las últimas décadas, que
parten de las raíces del pensamiento griego liderado por Aristóteles y Platón (y a través de él,
Sócrates), se afirma el deseo de lograr una perfección espiritual que esté en correspondencia y
armonía con la verdadera naturaleza del hombre. Esta naturaleza que es principalmente buscadora de
la verdad, de la esencia de las cosas y de la manifestación del hombre como ser inteligente que puede
dominarse a sí mismo y manejar su ambiente, instalando una calidad de vida que sea “excelente”,
placentera y totalizadora. Para que esto ocurra, los dos polos principales de la vida (el hombre y su
realidad o circunstancias) deben lograr una afinación a tal punto que les permita usar debidamente
las potencias intelectuales, afectivas y volitivas del hombre, y la realidad sea vivida siempre con
tendencia a lo bueno, evitando o superando lo malo. La escuela filosófica española, encabezada por
Ortega y Gasset y sus discípulos han hecho hincapié en reflexionar sobre “el hombre y sus
circunstancias” siguiendo de algún modo los preceptos de una filosofía antropológica basada en la
fenomenología y algunos principios del existencialismo. Naturalmente, no del existencialismo
denostado por mucho pensadores filosóficos por las conclusiones de Sartre, y otros pensadores, sino
por el existencialismo que sólo trata filosóficamente la vida que el hombre desarrolla cuando decide
manifestarse, es decir, mostrar “modos de ser”, dejando su “sistencia”, su “mismidad”, su
“subjetividad”, su “intimidad”, todo lo relativo a “sí mismo” para salir al mundo y obrar de diferentes
modos. Cuando estos modos son “globalizados”, es decir, universales (ambos conceptos utilizados en
el sentido de que ocurren en todos los hombres de idéntica manera y sin excepción), serán
interpretados como notas fundamentales de la esencia no conocida del hombre. Por eso habíamos
afirmado que cuando el hombre “sale de sí”, abandona su intimidad, queda fuera de su sistencia (sí
mismo), empieza su existencia (ex = fuera; sistencia = sí mismo).

La existencia humana es la “capacidad de relación consigo mismo y con las cosas


exteriores”, pero no es una subjetividad ni vive encerrada en sí misma, ya que el ser mismo
únicamente se realiza en comunicación con otro ser igual a él. La importancia de la comunicación es
que no sólo hace posible el ser, sino que es también el camino hacia la verdad en todas sus formas. La
verdad unívoca está en la “validez de las afirmaciones que están consolidadas por una intuición
inteligente y una evidencia lógica, a través de conocimientos exactos para la conciencia en general”
(Karl Jaspers)

Goleman recomienda a la inteligencia como el medio de educación o de control de las tres


esferas y así se comienza a hablar de inteligencia emocional, inteligencia racional o intelectiva,
inteligencia volitiva. Cuando no media esa educación o intención de equilibrio, lo más común es que
predomine una de esas esferas sobre las otras. A veces ese desequilibrio es normal cuando se da en
etapas de inmadurez del cuerpo humano. Así, un recién nacido predominará más lo instintivo que
está dentro de la afectivo y en el niño y adolescente pueden actuar lo racional y lo afectivo,
predominando más esta última esfera. En el caso de que una esfera predomine sobre las demás, hay
un desequilibrio que desnaturaliza el ser humano. Quizá la esfera que más escapa al control de las
otras dos es la esfera de lo afectivo y dentro de ella se ubica lo instintivo y lo emocional. Como la
emoción es la que parece graduar lo instintivo, por esto se ha considerado a la parte emocional como
la más importante del desajuste social del hombre de hoy. También lo emocional está ligado a lo
espiritual. Luego, la crisis espiritual actual es, en última instancia, una crisis de la emocionalidad. La
emocionalidad descontrolada conlleva el conflicto y la crisis. Esa es la causa que llevó a Goleman a
considerar que la inteligencia emocional es el arma principal y más formidable para que el hombre
corrija su desequilibrio vivencial. La ansiedad extrema, el convivir conflictivo, la violencia
incontrolada, las reacciones instintivas irrefrenables, la pérdida de la fe, todos los fanatismos y
fundamentalismos, discriminaciones, odios e insensibilización o el exceso de sensiblería, la
mojigatería, etc., son productos de esa emocionalidad en crisis. La inteligencia emocional consiste en
aprender a controlar lo que no permite la convivencia pacífica y armónica, el desarrollo de una
existencia normal y sin excesos con un gran respeto por sí y los otros. La inteligencia emocional es la
base para el desarrollo de una inteligencia instintiva, de una inteligencia para la comunicación y de
una inteligencia para lo social. Para que el hombre pueda vivir y sobrevivir natural y socialmente,
debe usar las tres esferas espirituales (intelecto, afecto y voluntad), sin poder prescindir de ninguna de
ellas. Así la inteligencia es lo primero que debe conocer y afinar para controlar y desarrollar las tres
esferas. La esfera racional o intelectiva exige de una inteligencia intelectiva que es la que debe
regular todos los procesos del intelecto para que lo lleve a conocer la verdad, el bien, el mal y otros
conceptos abstractos que lo alejen de la falsedad y la inautenticidad. También esa esfera le permite
adquirir sabiduría que es la conducta prudente y el ordenamiento del conocimiento. Sin
conocimiento no hay vida racional. Además del aprendizaje, del habla, del pensamiento y de la
formación de juicios y conceptos verdaderos, la esfera racional es la que permite ser el instrumento
natural de la inteligencia. A través de ella se regula lo emocional y lo volitivo. Hemos repetido hasta
el hartazgo que un hombre racional, pero carente de afectividad y de voluntad, no es un ser humano
completo. De igual modo, un hombre muy afectivo pero poco racional y sin voluntad, tampoco es
un ser humano cabal. Y, sucesivamente, un hombre con mucha voluntad pero sin racionalidad ni
voluntad, tampoco es un verdadero ser humano.

Ergo, sólo el que integra y armoniza las tres esferas y establece un control y equilibrio de
ellas, es el que logra manifestar un ser humano verdadero y auténtico. El hombre auténtico siempre
tendrá la curiosidad de buscar el conocimiento de todas las cosas y el mundo que le rodea y sabrá que
debe tener y manejar una inteligencia intelectiva para poder manejar el lenguaje y poseer un
pensamiento sólido. Nunca aceptará un “abandono intelectual”. De igual modo irá tras de un
“espíritu elevado” y tendrá una vida espiritual gobernada por una inteligencia emocional que le
llevará a manifestar adecuadamente lo instintivo, lo emocional, lo social y lo personal, usando del
don de la comprensión y de la comunicación inteligente. Como corolario de esas cualidades, sabrá
gobernar su conducta a través de una inteligencia volitiva de forma tal que pueda refrenar todo
exceso intelectual o afectivo-emotivo y llevar siempre una conducta prudente a través de actos y
actitudes sabias. La perfección y la búsqueda de la misma no son una utopía, sino el fin natural de
todo proyecto humano existencial auténtico.

El budismo se inclina más a la razón inteligente adiestrada por la meditación para comprender
la naturaleza o esencia de la realidad en su aspecto verdadero y usarla para tratar adecuadamente a las
aflicciones y sus secuelas de emociones negativas o destructivas. La ausencia de una razón inteligente
adiestrada en la comprensión fiel de la realidad, es la que lleva a la cosificación eternalista o a algún
tipo de negación nihilista. El cultivo de la razón inteligente a través del adiestramiento es el
establecimiento de una cognición válida. Hemos hecho referencia a la visión occidental en donde en
el nivel convencional de la existencia cotidiana todas las personas funcionan como si el yo y los
objetos que los rodean, fuesen entidades permanentes. En cambio, la visión budista de la “vacuidad
del yo” concuerda con los modelos del “yo virtual”, desarrollados tanto en los campos de la biología
y de la ciencia cognitiva occidental. Incluso la filosofía y la psicología occidental consideran al yo
como una propiedad emergente en la interfaz que hay entre la mente y el mundo, especialmente el
externo. Del mismo modo que la mente, el yo carece de sustancia (existencia insustancial) y no puede
ser situado en ningún lugar anatómico, basándose en los procesos biológicos, en particular los de la
neurociencias y los cognitivos subyacentes. No obstante, mediante un mecanismo mental ilusorio de
la mente, se termina cosificando al yo y atribuyéndole una existencia sólida que no resiste un análisis
profundo.

El Dalai Lama cree que “cosificar la realidad” involucra tanto la incomprensión de su


naturaleza esencialmente vacía, sea visto esto en forma absoluta o relativa, tanto a la naturaleza
fenomenológica de la realidad como a su naturaleza ontológica. Desde la perspectiva budista la
realidad cotidiana y relativa es el reflejo fenomenológico de nuestras experiencias cotidianas. Sólo
el nivel último revela su verdadera naturaleza. La percepción sensorial puede tener, y de hecho lo
tiene, percepciones falsas o equivocadas. Pero, en palabras de la cognición conceptual, existe un
número infinito de perspectivas sobre cualquier cosa que se presente en la mente. Allí no se trata sólo
de saber si es blanco o negro, sino si es verdadero o falso. Para esto, la cognición mental selecciona
determinados rasgos concretos del objeto en cuestión, cosa que no ocurre con la percepción
sensorial. La selección cognitiva mental es la que determina lo verdadero.

Pero puede ocurrir que la selección funcione de modo distinto en diferentes personas y esto
lleva a que dicha selección en unas personas elimine un aspecto determinado del objeto y lo
considera verdad, mientras que otra elimina otra cosa que puede ser lo contrario de lo que eliminó la
primera y también lo considera verdad. Cuando la selección se realiza sobre todos los aspectos del
objeto (visión global u holística) mediante la meditación profunda o pensamiento crítico metafísico,
hay menos probabilidades de errar, que cuando se observa la cosa u objeto sólo desde algunos de sus
aspectos. La visión global criteriosa lleva a un conocimiento más cabal de la cosa y a una verdad más
absoluta. La visión aspectual, aunque sea muy minuciosa, sólo lo es de una parte del todo y por lo
tanto es un conocimiento parcial que lleva a una opinión que puede tener sólo una verdad parcial (la
referida al aspecto estudiado o meditado). La visión global, holística es propia de la filosofía y de la
metafísica y la perspectiva budista. La visión aspectual lo es de la cotidianeidad y de la ciencia en
general.

En el fondo de todas estas concepciones o puntos de vista, tanto occidental como budista,
yace la cuestión de una definición semántica de la mente humana, a fin de evitar la confusión lógica
que produce intentar la comprensión del mundo, puesto que el uso de la mente humana nos lleva a
una multiplicidad de posibilidades sobre formas indeterminadas de aparecer. Las cosas aparecen
siempre de una forma tal que no son explícitas “de entrada” a la mente humana. Esto ocasiona la
circunstancia de que cada uno, según su cultura, el entrenamiento de sus sentidos y su adiestramiento
mental, llegue a conclusiones diferentes, variadas e innumerables (prácticamente cada persona, un
punto de vista) tanto en lo cotidiano como en lo científico, artístico e, incluso, en lo filosófico. Es
evidente que la decantación milenaria de las culturas lleva a diferentes caminos y perfeccionamiento.
El occidental vive más en función de su mundo objetivo, externo, de su entorno, el oriental prefiere
indagar más su mundo interno. Es indudable que hay dos cosas indiscutibles y verdaderas: hay una
realidad y un hombre inmerso en esa realidad. La realidad, como mero conjunto de cosas (que no es
un conjunto de cosas interpretadas por un ser humano), es siempre algo externo u objetivo al ser
humano.

Para poder compenetrarse bien de la realidad, el mundo interno del ser humano debe
contactarse con el mundo externo de su realidad extracorporal. Es ahí donde está el nudo gordiano
de todas las interpretaciones y concepciones filosóficas, científicas, religiosas y artísticas. Es ahí
donde rige aquello de físico y metafísico, de natural y sobrenatural. En el ámbito de las cosas, de la
realidad que no abarca el hombre, es decir, lo que generalmente se considera el “mundo natural”
donde los entes animados e inanimados se rigen por leyes ajenas a su voluntad y sólo son meros
receptores de los estímulos de ese mundo y engranajes pasivos de los procesos naturales. En cambio,
en el mundo humano las cosas cambian un poco. Si bien el hombre no escapa a su condición natural
de animal, posee una condición espiritual que lo eleva por sobre todos los otros entes animados e
inanimados y le permite sustraerse al devenir de lo natural para desplegar una creatividad, que él
mismo, llama artificialidad. El mundo humano convive con lo natural y lo artificial, pero vive
artificializando lo natural e inventando tecnología que modifiquen todo lo natural. Por lógica, la
visión del mundo también es otra. Y en esa visión está la presencia de la creatividad humana que le
lleva a una interpretación especial de las cosas no humanas. Precisamente, su costumbre cultivar lo
artificial le lleva también, comúnmente, a percibir “artificialmente” a su mundo o a interpretarlo
“artificialmente”. Si no fuera así, la naturaleza del hombre sería esencialmente sabia.

Pero la realidad es otra: así como el hombre “crea” la artificialidad de su mundo, así mismo
deberá usar su potencia inteligente para reencontrar el camino de lo natural, en especial, de su
naturaleza o esencia. Mas, como le ha costado conocer lo exterior, que es más evidente que lo
interior, lógicamente, reencontrarse a sí mismo le es mucho más pesaroso y de gran dificultad que
tratar con los objetos que tiene “a la mano” y “a la vista”. Lo que él mismo ha llamado su alma, su
espíritu, su mente, no es algo que esté “a la mano” y “a la vista” sino que está “encostrado” en su
“mismidad”. Desde allí debe “salir” su ser para contactar el mundo externo, lo objetivo. Pero como
este ser no es una materia plástica que como la lengua de un reptil salga y aprese el objeto para
interiorizarlo, debe crear una especie de puente especial entre su interior y su exterior, a fin de ambos
se encuentren armoniosamente. Esa situación vuelve al hombre un pontífice entre su mismidad y el
exterior.

Empero, para que el hombre pueda vivir y permitir que su interior “salga” al exterior, debe
estar despierto. Pues, necesariamente, son sus sentidos el camino para formar el puente y esos sentidos
funcionan plenamente cuando el hombre está vigil (despierto). El estado vigil es el estado consciente
y allí interviene ese fenómeno mental que ha llamado conciencia. Ahí está el principal fenómeno
humano pues a través de su conciencia el hombre podrá establecer un puente entre su interior y su
exterior y a su vez crear las condiciones para que la asimilación de la interacción entre lo externo y lo
interno, o la reflexión introspectiva para conocer sólo su interior, sea la correcta. Esto es, aprenda a
conocer la verdad, la esencia de todo, “lo que las cosas son en sí”. Sin la maravilla de su conciencia
no podría conocer, ni saber, ni manifestarse. La conciencia es el punto crucial de su existencia y de su
vida como ser humano, pues es la encargada de poner al descubierto algunos modos de su ser, y el
conjunto de esos “modos de ser”, a medida que se expresan le darán el carácter de persona
(entendiendo acá, por personalidad, al conjunto de esos “modos de ser” individuales). Precisamente
de esa conciencia salen tantos nombres y conceptos, uno de los cuales es el yo, para designar ese
particular fenómeno de mi conexión personal, particular de mi mismidad con la exterioridad y con
la interioridad.

Por eso, los orientales han comprendido mejor que es más útil canalizar esa conciencia
debidamente para que el interior pueda conectarse correctamente con el exterior y no entenderse
tanto como si cada uno de los hombres fuera algo distinto de otros hombres. Desde esa arista, el
budismo y otras perspectivas orientales aconsejan considerarse a sí mismo como parte de los otros
hombres y por esto piden, en especial los budistas, una actitud de amabilidad y amor que impida
dañarse y dañar a otros. Si esa idea es comprendida y adoptada no tiene tanto sentido el yo, sino que
hay otro sentido superior que es el “nosotros”. Ya afirmamos que el yo lleva a “lo mío” y este sentido
de propiedad es la fuente de todo aquello que hemos llamado emociones destructivas, pues generan
la hostilidad con todas sus secuelas de belicosidad, ira, enfado, etc. y el sentimiento profundo de
propiedad es lo que pone “a la defensiva” de que no se dañe “lo propio” y aparece la envidia, los
celos, el odio y todos los mecanismos defensivos que se quieran postular o interpretar como
fenómeno observado.

Sólo la voluntad redentora de los iluminados puede hacer que se sume una mayor cantidad de
hombres a la senda verdadera. Pero es que en la realidad los iluminados están muy ensimismados, de
forma tal que obran como “aislados” del resto de la humanidad. Esto impide que haya una oferta de
mejor humanidad y que no se genere el interés de una demanda de mejor humanidad.

La mayoría de la humanidad estuvo y está más obnubilada por la “necesidad imperiosa


inmediata” de su alimento físico, que por el alimento espiritual. De nada vale que Buda, Cristo,
Mahoma, Gandhi u otros grandes iluminados hayan dejado sus enseñanzas porque ellas no alcanzan
a todos o no son correctamente recibidas e interpretadas por todos. Los “gurúes” fabricados en la
India u otros “maestros budistas” (Chopra, Osho, etc.) cuestan mucho dinero para que den unas
charlas que sólo benefician a grupos que son más esnobistas que discípulos entrenados. Los monjes
budistas, no son como los monjes de ciertas religiones (católicas, ortodoxas, evangélicas) que salen a
predicar para convertir. Al budismo, como al judaísmo y de algún modo al mahometismo, no le
interesa mucho propagar sus enseñanzas y buscar adeptos. Se limitan a “estar ahí” y a abrirse sólo a
aquellos que en forma manifiesta quieren integrarse al grupo. El Dalai Lama no predica su doctrina
como el Papa, en forma que llegue a todos por todos los medios posibles. El conocimiento budista y
el tibetano quedan expresamente reservados a elites muy especiales. Luego, reconozcamos de una
vez, que la mayoría de la humanidad vaga huérfana de maestros que la eduquen. O hay pocos
maestros y mucha humanidad. O no hay mucho interés de enseñar y aprender. Otra cuestión a
meditar.

Percepción de la realidad
Sentimiento de realidad

En lo referente al análisis de la realidad, es evidente que realidad-imagen-palabra es


una trilogía indisoluble, pues mi realidad penetra por imágenes táctiles, auditivas o visibles en lo
interior o en lo exterior, y mi mente debe traducirlas en términos o palabras que ya están dadas en la
lengua que se maneja. No hay realidad sin imágenes ni palabras. No se puede expresar la realidad sin
ideas y signos de esas ideas y un signo principal son las palabras. Pero a todo esto se antepone otra
cuestión: ¿existe un sentido o sentimiento de realidad? Lo primero a considerar en la inteligencia de
la sensibilidad o en la inteligencia comunicativa es la capacidad del hombre para ubicarse y
comprender a su entorno inmediato, a su realidad inmediata. Para esto debe desarrollar un sentido o
sentimiento de realidad. El sentido de la realidad está muy cerca del sentido común, o sea, la
habilidad de captar la realidad lo más cercano posible a “tal cual” es y no a deformarla con puntos de
vista estrechos, o distorsionados por los prejuicios.

La sensación de realidad o sentimiento propiamente dicho, nos llegará según el modo en que
la realidad impacte nuestro ánimo y nuestra mente pueda conceptuarla en palabras y nosotros
podamos expresarlas. En palabras del lenguaje y la comunicación, el realismo consiste en el sentido
de aceptar, no una estructura inmanente de la realidad, sino un lenguaje ajustado a la realidad, la cual
exige la apertura de dicho lenguaje y una cierta sujeción a la posibilidad concreta de una rectificación
oportuna en caso de yerro.

La realidad es un devenir continuo, pero el lenguaje transforma esa continuidad con “cortes”.
Esos “cortes” son apreciados por el hombre como una forma de organización que suple las lagunas
con abstracciones y palabras de relación y, otras veces, cuando esas lagunas son bien perceptibles, se
tiende a algo más efectivo que es la apertura del lenguaje (nuestra principal proposición junto con
Adrados y otros autores).

En la percepción de la realidad, debemos atenernos a un texto y su contexto, de otra forma


no hay una idea completa de la realidad percibida. Aunque no todos los autores lo ven nítidamente,
la lengua o vocabulario en sí misma no es la realidad, sino un contenido de significación de esa
realidad, la que pretende ser reconstruida o recreada mediante el establecimiento de una serie de
relaciones a través de las palabras y otros signos.

El producto final de la expresión de un juicio surge tanto de un análisis seguido de una


síntesis (dialéctica) por medio de estas relaciones lexicales y ése es el problema porque:

1. las relaciones suelen ser individuales;


2. dentro del lenguaje, el elemento más irregular y problemático es el léxico, el que es
organizado con las palabras de forma tal que en parte resulta arbitrario.

Para comunicarnos con otros, e incluso con nosotros mismos, necesitamos de la palabra, la
verdadera herramienta social. Luego nos ocuparemos de ella. Antes abordaremos el encuentro del
hombre con la realidad y las teorías de la cognición o conocimiento

Cognición o encuentro del hombre con la realidad


¿Qué es la cognición?

Para la RAE, cognición es “conocimiento, acción y efecto de conocer”. Luego,


etimológicamente el término cognición es el conocimiento por excelencia y, en consecuencia, tiene
relación directa con todo proceso por el cual el hombre genera y desarrolla conocimiento. Por su
naturaleza, el conocimiento está fundamentado en facultades intelectuales como propiedad básica del
intelecto. Por esta razón, conocimiento es sinónimo de “entendimiento, inteligencia y razón natural”.
Es una facultad humana esencial. Así, conocer es “averiguar por el ejercicio de facultades
intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas, de forma tal que es entender,
advertir, saber, echar de ver que todo objeto percibido es distinto de todo lo que no es él, como
asimismo todo lo que se experimenta y siente”. Para Fatone, todo conocimiento es una relación que
implica necesariamente dos términos:

1. el cognoscente o sujeto
2. lo conocido u objeto
Luego, hay un sujeto que conoce, un objeto conocido y una cierta relación entre ese sujeto y
el objeto conocido que constituye el conocimiento. Por lo tanto hay una relación construida por el
sujeto pues consiste en una actividad de éste para entrar en relación con el objeto. Hasta acá, las
definiciones han funcionado como que definir el conocimiento es algo relativamente sencillo.

Pero si se intenta profundizar los conceptos denotativos nos encontraremos con muchas
preguntas tales como: ¿cuál es la naturaleza de la relación?, ¿es una relación posible?, ¿es posible
siempre?, ¿tiene límites y cuáles son?, ¿cuál es su valor?, ¿cuál es el instrumento para que el objeto se
presente ante el sujeto como el objeto qué es realmente? Todas estas preguntas conducen a la teoría
del conocimiento o gnoseología. La gnoseología se encuentra de igual modo que el dilema del huevo
y la gallina (¿quién fue primero?), pues toda teoría del conocimiento implica una cuestión metafísica
y lo metafísico exige un conocimiento previo. No obstante, para “conocer al conocimiento” debemos
valernos de palabras y a través de ella con el lenguaje que manejamos. Finalmente, toda cuestión
metafísica termina siendo un problema de palabras, pues es el elemento básico para formular toda
teoría o pensar metafísicamente. Esto es lo que exige un manejo genuino, claro y certero de la
palabra, debiendo tener un consenso total sobre el significado de la misma, pues de otro modo, es
imposible toda comunicación y toda teoría y toda estructuración inteligente del pensamiento.

Ergo, si conocer es percibir, advertir, echar de ver, etc., necesariamente, conocer es un “ver
un objeto” y ponerlo en evidencia. Por esa razón, evidenciar o ver un objeto o una cuestión implica
siempre una contemplación. Como todo objeto de conocimiento puede ser material o inmaterial,
puede ser externo o ser una sensación o un acto mental puro, evidenciar es tratar de ver dichos
objetos con claridad, es decir, verlos como son realmente. Por esto se pone atención en ellos, se les
considera y se les juzga. Saber qué son las cosas en sí, es haber encontrado la verdad. Esta es la
función de la inteligencia y su esencia misma. Platón concibió que la inteligencia ilumina los objetos
para hacerlos claros y nítidos y por esto habló de la “luz de la verdad”. Cicerón la interpreta como
“saber leer dentro de las cosas”. Cada uno de nosotros tiene, así, una “visión de las cosas” por la cual
forma una “imagen” de ellas y esto constituye “las ideas”. Es un “abrir los ojos a la realidad”. Esta es
la causa de que conocer es ver y el verdadero conocimiento infinito es una “mirada a la que nada se
le oculta” Aristóteles, como Platón, también sostuvo que conocer es una actividad no sólo sensorial
(vista, tacto, gusto, oído, olfato) sino también era un proceso de percepción, comprensión, concepto,
pensamiento y abstracción. El postulado principal de la escuela griega es: el conocimiento es una
contemplación (uno de los postulados de la teoría del conocimiento)

Otra concepción es que a las cosas no sólo se las “ve” o evidencia, sino que también para ser
conocidas más profundamente, deben ser “incorporadas” a nuestro intelecto. Por eso aprehendemos
esas cosas, hacemos abstracción de ellas y así “incorporamos” los conocimientos a nuestra mente. Esta
“asimilación” de los conocimientos es lo que origina el concepto de que las ideas “nutren” a la
mente. También fue Aristóteles unos de los primeros de hablar de una “facultad apetitiva del alma”
por conocer y eso es lo que mueve a la inteligencia. Este concepto de “incorporación” nos lleva a
otro postulado de la teoría del conocimiento: el conocimiento es una asimilación. En este punto se
plantea otra cuestión. El conocimiento sólo como visión o contemplación y asimilación, lleva a una
concepción realista y simplista. Realmente, todo conocimiento que la mente del hombre adquiere, es
una forma de hacer “nacer y engendrar una idea”. Este “engendro de idea” es como si el hombre
que conoce, recrea el objeto del conocimiento y lo enriquece. Incluso, el término “concepción” que
se refiere a la “formación de concepto” está íntimamente ligado a esta idea de engendrar. Aristóteles
previó esto cuando hizo referencia a “conocimiento general” que en cierto modo significa el
conocimiento que genera. Será Hegel quien culmina este pensamiento de que conocer es engendrar o
“crear”, y, así, origina otro postulado de la teoría del conocimiento: el conocimiento es una creación.
En realidad, conocer es todo eso: ver o contemplar (primer movimiento), asimilar o incorporar
(segundo movimiento) y engendrar o crear (tercer movimiento) y todos estos movimientos producen
el “proceso del conocimiento”. En este proceso había una cuestión previa que trataba lo relativo a la
inmanencia y la trascendencia. Dijimos que conocimiento es una relación entre sujeto y objeto, pero
constituye una relación en que los términos no son intercambiables. Esto se debe a que de alguna
manera el objeto permanece en sí mismo siempre, por lo que constituye una inmanencia total. Hay
una corriente filosófica denominada inmanentismo que propicia la teoría según lo cual lo
representado como contenido de la conciencia es la única realidad en oposición a lo que está fuera de
ella. Esta teoría es importante porque en cierta manera está unida a una de las teorías del idealismo,
que luego trataremos. En lo relativo al sujeto, éste no permanece en sí mismo, cuando por necesidad
de conocer debe “ir hacia el objeto” para convertirlo en “objeto presente”, es decir, en “objeto de
conocimiento”. Este “ir hacia el objeto” hace que, de alguna manera, el sujeto abandona su
mismidad, se proyecta fuera de sí mismo y esto constituye la llamada “trascendencia del sujeto”. Este
proceso de trascendencia del sujeto al objeto constituye como una especie de “actividad
creadora” (creadora del conocimiento) pues dicho conocimiento establece una relación del sujeto con
el objeto que antes del encuentro o conocimiento no existía. Esta “actividad creadora” es la que
ofrece dudas a algunas escuelas filosóficas, pues se cree que el sujeto, al tener que ir hacia el objeto y
después incorporarlo a sí mismo como conocimiento, de alguna manera “modifica” la verdad del
objeto al construir mentalmente una realidad. Estas escuelas niegan la capacidad de la mente humana
de captar una realidad tal cual, y creen que la mente más que conocer, construye una realidad dentro
de ella. Esta idea opera como una interpretación más del idealismo, para el cual la idea que forma la
mente humana de la realidad que capta no es tal cual, sino algo que inventa o que ya era inherente a
esa mente. El realismo, contrariamente, cree que la mente es capaz de captar la realidad y de
interpretarla en lo que la realidad es, por lo que dicha interpretación no es construir una realidad sino
comprenderla y conocerla en su esencia (verdad). Quizá, el meollo de esta cuestión pueda residir, en
forma general, en que la trascendencia en la teoría del conocimiento es sostenida, particularmente,
por la mayoría de las escuelas realistas, mientras que la inmanencia, en la teoría del conocimiento, es
un principio básico de las escuelas idealistas, de forma tal que para los realistas el conocimiento es
siempre de un objeto ya dado e independiente del sujeto, y para los idealistas, el conocimiento del
objeto es otro objeto construido por la mente del sujeto, depende de la mente y por lo tanto no hay
un objeto independiente, sino que el conocimiento del mismo será dependiente de la concepción del
sujeto. Estas sutilezas de las teorías del conocimiento llevan a distinguir entre un conocimiento
sensible (a través de los sentidos) y un conocimiento intelectual (construido exclusivamente por la
mente). El conocimiento sensible es uno para todos los animales (incluyendo al hombre) y por lo
tanto, para este conocimiento hay un objeto inmanente percibido por los sentidos. El problema reside
en el conocimiento en el hombre, el que se transforma en un conocimiento intelectual y es ahí donde
opera la trascendencia. Tanto realistas como idealistas coinciden en aceptar la trascendencia. En lo
que no ponen de acuerdo es en la forma que esta trascendencia se realiza. Para los realistas es una
mera capacidad de ampliación del propio ser que hace posible el conocimiento. En esta idea, el sujeto
va más allá de sí mismo, según lo explicamos, pero toma el conocimiento sin excederse a sí mismo.
Casi, podríamos decir, sin modificar su mismidad. Los idealistas concibe a la trascendencia no como
una forma de conocer lo que la cosa en sí, independiente del sujeto, sino que todo el sujeto en sí, se
excede a sí mismo para construirse (no es simplemente lo que es, sino opera como algo que debe
hacerse en cada conocimiento, construirse). Así, la trascendencia ya no es un mero movimiento
intelectual sino una propiedad firme, que constituye “lo más inmanente al sujeto”. Por esta propiedad,
el sujeto no sólo trasciende para conocer sino también para sentir y actuar. La trascendencia no es
sólo un movimiento hacia el conocimiento, sino es algo inherente al propio ser y es lo que hace que
el sujeto sea sujeto y no objeto. La inmanencia del objeto hace que su ser o esencia termine ahí, en sí
mismo, siendo un ente ensimismado por excelencia. Mientras que el hombre puede ser sujeto por esa
capacidad de ir más allá de sí mismo, de lo que es en cada momento. Ese “ir más allá de sí
mismo” (trascendencia) constituye su esencia de “ser abierto”, le da la autonomía del sujeto, el que
tiene como nota fundamental, la posibilidad de trascender su ser y mostrar su “sistencia” (sí mismo).
Esto constituye la subjetividad, y por lo tanto, cada sujeto será una entidad personal o individual
distinta a otro ser humano. De esta forma de concebir al ser del hombre es donde nace la idea de que
lo subjetivo carece de valor como saber o conocimiento cierto, pues no ostenta las notas de lo que se
considera la objetividad (aquello que no depende del sujeto sino del objeto). Como iremos haciendo
notar en forma iterativa, estos juegos intelectuales de cómo concebir al hombre frente a la capacidad
de conocimiento, son cuestiones muy apasionantes, pero deberá estarse muy atento para no caer en
las trampas de las apariencias. Hay un interjuego entre sujeto y objeto y una relación oscilante débil
que hace posible admitir conceptos paradójicos porque siendo muy similares entre sí encierran
contradicciones evidentes.

Debido a estas características del proceso de conocer, se han elaborado dos grandes teorías o
“grupos de concepciones”.

1. el constructivismo: es una concepción de Jean Piaget que postula una concepción evolutiva,
en el sentido de que el conocimiento verdadero, al ser asimilado y engendrado, consiste en una
correspondencia con una realidad objetiva sobre la cual se desarrolla un punto de vista por lo que el
conocimiento que resulta es una “construcción humana”. Por esta razón, la mente no “copia” una
realidad ni es un mero reflejo de ella sino que la manera personal de conocer el mundo lo transforma
de acuerdo al punto de vista. Esto ocurre porque observamos o aprehendemos una realidad con
dimensiones espaciales, temporales y causales a través de una abstracción reflexiva y de ella surgirá la
idea también personal de la realidad aprehendida y abstraída. Esta doctrina establece de algún modo
el relativismo que significan los puntos de vista personales y el sentido que cada hombre da al
mundo que percibe y relaciona al conocimiento, con la forma personal de cada individuo para
establecer relaciones con las cosas, con otros hombres y consigo mismo. Sin embargo, es una
concepción que abarca una condición real o una de las etapas del conocimiento.
2. el construccionismo es postulado por Kenneth Gergen y sostiene que las concepciones
personales sobre el mundo y sobre la propia persona, son artefactos sociales producidos como
resultado de las relaciones en que participamos. Esta teoría sería válida tanto para los conocimientos
más amplios de nuestra cultura, como a los conceptos científicos y morales, resultando así que una
perspectiva sociomoral que se adopta en una discusión, se relaciona íntimamente con el
funcionamiento de tal relación, más que con principios éticos o morales abstractos. Esta doctrina
propone que el rechazo o aceptación de un concepto no es consecuencia de su validez objetiva, sino
de las circunstancias sociales en que se analiza. De este modo, el significado en sí de los diversos
conceptos provendría de cómo se interprete dentro de las formas interaccionales de las personas que
sostienen dichos conceptos. Por lo tanto, la teoría construccionista no niega ni afirma la existencia de
una realidad externa a las personas, sino que propone que el conocimiento que se adquiere sobre las
cosas o cuestiones, será resultado de las formas de las relaciones en las que participamos. Esta
afirmación va contra todo dogmatismo y es opositora a las tendencias de creer que se posee la verdad
absoluta. En consecuencia, el desarrollo de un niño (que naturalmente lo hace en forma espontánea y
con su ritmo propio), en lo relativo al conocimiento no es un problema del individuo sino de una
concepción fundamentalmente social, en la que una persona no desarrolla estructuras cognitivas
únicamente debido a procesos de maduración o de interacción individual con el entorno en que vive.
Según esta teoría, la persona “reconstruye la realidad” siempre en relación con otros y sus
reconstrucciones están determinadas por los patrones de esas relaciones. Como conclusión, el adulto
no sólo tiene que crear las condiciones del desarrollo cognitivo de los niños, sino que en la
interacción entre adultos, niño y medio, el adulto es responsable de los procesos cognitivos que el
niño desarrollará. Esta teoría es compatible con el proceso de educación y la llamada socialización
del niño. Pero no explica el fenómeno de los genios ni de la creatividad personal que no tiene ningún
nexo con las relaciones sociales establecidas.

Estas dos teorías, además de su correspondencia con el realismo, son frutos de un relativismo
posmodernista del pensamiento filosófico, para el cual no hay una verdad absoluta, sino una verdad
relativa que es la construida por el hombre en un momento histórico determinado, en una cultura
también determinada y por lo tanto hay un determinismo espacio-temporal que lleva a conocer las
cosas de una forma no precisa sino transformada por la mente. De ser ciertas estas teorías no habría
conocimiento absoluto, no existirían principios universales ni mucho menos eterno. Todos los valores
trascendentes como verdad, libertad, Dios, vida y muerte, serían conceptos mutables por las
circunstancias.

Estas teorías se basan o pretenden explicar la diversidad de conceptos antagónicos que existe
en el pensamiento humano histórico y actual sobre los principios o verdades fundamentales, de tal
modo que éstas dejarían de ser absolutas para ser relativas, y la verdad no es una sino varia. Nuestra
postura personal es que la coincidencia total o relativa de muchas teorías formadas en sociedades
dispares (esencialmente oriental y occidental) constituyen una especie de conocimiento universal que
no se ha contradicho con el paso de los siglos, sino que se ha completado y extendido para ser más
claro, pero de ningún modo los conceptos de hoy contradicen o se contraponen a los del pasado.

Los aspectos relativos son sólo eso: un punto de vista parcial sobre un fenómeno que no lo
abarca totalmente. De ahí que de acuerdo al ángulo, perspectiva o arista en que se coloca el sujeto
pensador u observador, tendrá una faceta distinta de un mismo objeto o cuestión. Pero esto no
significa que sea relativo el fenómeno, objeto o cuestión, sino que la relatividad es propia del punto
de vista. El pensamiento metafísico, trascendente, englobador, propio de la filosofía, va más allá de
los puntos de vista y eso le permite llegar mejor al conocimiento esencial de las cosas. Negar ese
pensamiento no es bueno porque significaría que quien no puede alcanzarlo, lo niega para darse la
razón a sí mismo. Esto no es propio de la inteligencia ni de la mente humana, la cual no tiene límites
para abarcar todos los horizontes posibles (Jaspers) y comprender globalmente las cosas aunque no
pueda acceder directamente a la esencia de las mismas. Es cierto que muchos conceptos se forman
bajo el influjo del ámbito social. Pero los conceptos universales, sencillos, que no atañen a una
actividad social. Así, una flor es flor tanto en Oriente como en Occidente (en cuanto a qué es parte de
una planta). De igual modo ocurrirá con todos los objetos naturales. Lo que puede variar no es el
concepto natural, primario y propio del objeto, sino la interpretación que se haga del objeto. Así, el
sol es un astro, pero en algunas culturas se le da el atributo de dios. De igual modo, una flor, además
de ser producto natural de una planta puede constituir un símbolo, un talismán. Asimismo, en la India
por ejemplo, sabemos que se reconoce, como en todo el mundo, que la vaca es una animal, pero el
sentido es distinto al de adoptado por otras sociedades. La vaca deja de ser una fuente de
alimentación para transformarse en un animal sagrado. Y así, sucesivamente, podemos ir analizando
cada palabra, concepto o idea que es parte del llamado conocimiento.

Pero no es útil a la filosofía interpretar cada punto de vista, pues ello le lleva al relativismo. El
pensar debe ser más denotativo que connotativo. La denotación nos lleva al convencionalismo de
ideas universales, lo que está más de acuerdo con un conocimiento veraz. Un objeto no puede ser,
esencialmente, dos cosas distintas. Podrá distinguirse algunas formalidades, que puede ser variables u
opuestas (porque dependen de un punto de vista relativo), pero la naturaleza o esencia no puede ser
equívoca o tener identidades distintas. Un mamífero no puede ser ave y viceversa. Un mineral no
puede ser vegetal y viceversa. Si no aprendemos a distinguir lo simple y sencillo, mucho más difícil
será entender lo complejo. Si no es posible distinguir lo concreto menos podremos conocer lo
abstracto.

La función del pensar correcto no consiste en formar ideas o conceptos “siguiendo la


corriente” del ambiente o la sociedad. Es verdad que ese ambiente y esa sociedad influyen
normalmente en el conocimiento. Pero la mente humana debe saber distinguir cuándo forma un
concepto “presionada” por el medio o lo social y cuando llega al conocimiento esencial de un objeto,
una cosa o una cuestión. Los universales de la lógica, se han alcanzado tras la “purificación” de los
métodos y procesos del pensar. Cuando se alcanza un conocimiento con visos de universalidad, esto
está más cerca probablemente de la verdad, de lo qué las cosas, objetos y cuestiones son en sí. No es
banal profundizar las teorías del conocimiento que pretenden introducir el relativismo de lo que se
conoce.

Si bien esas teorías tienen bases fenomenológicas, debemos recordar que todo fenómeno,
como los objetos y otras cuestiones del saber, tiene una forma aparente (parece ser tal cosa) y una
forma esencial (lo qué es en sí). Entre el ser y el parecer hay un abismo insondable. Las formas
engañan a los sentidos y a la mente y pueden remplazar a la esencia. Si así no fuera no existirían
tantas teorías y filosofías y otros tipos de conocimientos que sólo conocen formas y las describen
magistralmente, pero desconocen la verdad, esto es, la esencia del conocimiento que manifiestan
poseer. La relatividad es la que hace fluctuar las ideas y los modos del pensar que luego se traducirán
por usos y costumbres, o sea, conductas prácticas.

Históricamente, una misma sociedad (Europa) puede ser teocéntrica o antropocéntrica,


oscurantista o progresista, espiritual o material. Puede ser cuna de cultura o de desastres sociales
mundiales (guerras, movimientos políticos revolucionarios, etc.) Con sólo contemplar la realidad
histórica, sin conceptos apriorísticos, podremos entender a cada época histórica y las causas que las
llevaron a ser de una forma determinada. Ahí veremos cómo las ideas impulsan acciones y el
conjunto de las mismas constituyen esos usos y costumbres que determinan las conductas colectivas.

Desarrollo cognitivo

Unos de los enfoques principales del desarrollo cognitivo, fue el expuesto por Jean Piaget, el
que a pesar de ser psicólogo, originalmente comenzó estudiando biología y esto le llevó a concebir a
la inteligencia humana como parte principal de un proceso continuo de adaptación al medio. Así,
postula que el desarrollo de las estructuras cognitivas se destaca por el modelo de la cognición lógico-
matemática. Piaget cree que las estructuras cognitivas no representan una copia de la realidad, lo que
significa que en la mente no tenemos representaciones que reflejen el mundo externo. Alega que las
sensaciones no son la base del conocimiento ni los sentidos la fuente del mismo, ni tampoco la mente
humana de dónde sólo surgen ideas de tiempo, espacio y causa. El conocimiento nace de la acción
del hombre sobre su medio ambiente. Es la interacción constante entre el niño y el mundo que lo
rodea la que permite la aparición y el desarrollo de las estructuras cognitivas. A partir de una acción
concreta en su interactuación con el medio, el niño logra reconstruir en su mente una realidad con
dimensiones espaciales y temporales. ¿Cómo reconstruye el niño la realidad? No lo hace por la mera
observación sino que el conocimiento surge del planteamiento de un problema adaptativo, el que se
enfrenta desde las estructuras ya desarrolladas por un sujeto, mediante un proceso doble que
comprende:

ϖ por un lado la comprensión de la situación presente, pero asimilada a las estructuras previas
del sujeto
ϖ por el otro lado, la acomodación de esas estructuras previas para adecuarlas a la realidad
planteada

De esta manera, el conocimiento es el resultado de la reconstrucción de la realidad a través


de un proceso de interacción entre el individuo y su medio y una adaptación de sus estructuras
previas desarrolladas naturalmente. Para Piaget, una persona “construye” esquemas de acción, a los
que interioriza e integra de manera cada vez más flexible, por medio de determinadas “operaciones”.
Estos esquemas de acción no son copia de aspectos de la realidad sino un trabajo cognitivo que hace
la integración del esquema a una generalización sobre lo que es situación con relación a otra. En
cuanto a las operaciones, las entiende como acciones interiorizables reversibles y coordinadas en
sistemas que se caracterizan por leyes que regirían a esos sistemas como un todo. En su modelo del
desarrollo de estructuras lógico-matemáticas, Piaget propone cuatro estadios:

1º. Inteligencia sensoria motriz: va desde el nacimiento hasta los dos años de edad y es el estadio
en el que surgen los primeros esquemas de acción que se interiorizan al final de esa etapa, para
empezar a formar pensamientos. En esta fase el niño logra: construir objetos, organizar el espacio y
tener las primeras relaciones causales y temporales.
2º. Etapa preoperacional o de consolidación del lenguaje: comprende desde los tres a los seis
años y es la etapa de la función semiótica (interpretación de signos y sensaciones), para consolidar el
lenguaje. Aprende la función de representar los objetos del mundo por medio de símbolos (otros
objetos reales o conceptuales). Sin embargo, en esta etapa no consigue la reversibilidad de sus
estructuras lógico-matemáticas.
3º. Etapa de reversibilidad o de las operaciones concretas: abarca desde los seis a los once años
de edad. El niño aprende a realizar las primeras operaciones lógico-matemáticas, pero lo hace en
forma fragmentada y no integrada a totalidades sistematizadas. De esta manera el niño consolida
estructuras clasificatorias y de seriación por las cuales alcanza a conocer y comprender el concepto o
noción de número. Pero esta capacidad de acción clasificatoria no es una posibilidad de entender la
lógica de las clases o de la teoría de conjuntos, las cuales no tienen nada que ver con las operaciones
concretas.
4º. Etapa del pensamiento hipotético-deductivo o etapa de las operaciones formales: esta última
etapa aparece después de los once años de edad y termina de consolidarse con la adultez. La
aparición del pensamiento hipotético-deductivo permite el manejo de estructuras formales como la
lógica combinatoria o las estructuras que permiten la integración de las dos formas de reversibilidad
que consisten en la negación y reciprocidad y que constituye la etapa de las “operaciones formales”
que permiten la posibilidad de analizar fenómenos físicos y sociales y comprender como actúa cada
uno de los factores que influyen en los procesos en estudio.

Es probable que esta teoría del conocimiento haya surgido del estudio de procesos que
realmente se verifican, pero no es un punto de vista abarcador porque no contempla lo personal, lo
intuitivo y lo creativo que diferencia el modo de conocer de una persona en relación a otras.

La metacognición

Mientras que la cognición es acción y efecto de conocer, el conocimiento en sí, la


metacognición se refiere a determinadas habilidades cognitivas de orden superior, es decir, a aquellas
habilidades involucradas en el control mismo de los procesos cognitivos. Luego, las actividades
cognitivas de una persona o individuo, pueden ser reguladas, dirigidas, verificadas y evaluadas por
otro proceso cognitivo cuyo único objeto es eso: controlar el proceso cognitivo primario. Esta es la
razón que origina el concepto y nombre de metacognición en referencia a un proceso que está más
allá del proceso natural o normal de cognición e, incluso, se encuentra en un nivel superior de
cognición. ¿Cómo se conoce la metacognición? Considerando que para la realización de una tarea
cognitiva como es resolver un problema, la persona requiere primariamente un conocimiento de una
o varias estrategias para abordarlo, pero para manejar esto, además, debe poseer el uso inteligente de
estrategias que es el instrumento que permite seleccionar el mejor camino para resolver un problema,
combinar estrategias o cambiarlas cuando no resultan efectivas ni dan solución al problema.

A estos “componentes de orden superior” Roberto Stemberg los ha llamado


metacomponentes. Son los que permiten acertar certeramente con la solución de un problema. Las
características de estos metacomponentes han sido estudiadas por John Borkowsks y sus
colaboradores y así, entre otras diferenciaciones, resaltan algunas condiciones que distinguen a una
persona que sabe regular en forma eficiente sus actividades cognitivas, como ser:

⇒ La persona desarrolla y aprende un buen número de estrategias, adquiridas preferentemente


en contextos con contenidos significativos. La antigua teoría de que las estrategias generales son
procedimientos de la lógica formal sin relación con contenidos concretos ha sido invalidada por los
hallazgos de las investigaciones actuales
⇒ La persona que desarrolla habilidades metacognitivas es porque alcanzó un grado de
comprensión completa de las estrategias disponibles y el conocimiento de cuándo, dónde y por qué
esas estrategias son válidas.
⇒ La persona con metacognición esencialmente adquiere conocimientos amplios y profundos
de los problemas que confronta, capacidad de organización de las soluciones posibles y método
eficientes disponibles cuando es necesario
⇒ El metacognitivo presupone una persona con capacidad de selección de estrategias. Para ello
debe desarrollar capacidad de flexibilidad y creatividad para elegir la mejor estrategia, puesto que no
siempre lo obvio o lo que antes fue exitoso puede ser lo adecuado en una situación determinada.

Las áreas metacognitivas se caracterizan por:

1. La reflexión y la evaluación constante del proceso de resolución de problemas. La eficiencia


de la revisión continua evita los intentos inútiles de solución o el cambio irreflexivo que hace
abandonar vías prometedoras que exigen esfuerzo sostenido.
2. La evaluación de la solución final. La correcta evaluación de la solución final de un
problema marca la excelencia de un proceso, pues evita la sorpresa de encontrarse con una
finalización descuidada y negligente por haber aceptado la creencia de haber resuelto eficiente y
satisfactoriamente el problema. Este mecanismo asegura el éxito de las estrategias y provee la certeza
de haber dado con la solución real y no ilusoria.

Debido a sus características, la metacognición siempre es el resultado de una preparación


previa, de una educación y de un entrenamiento mental continuo y esforzado. Es parte de la llama
mente superior.

La esencia de la cognición

Hay dos formas básicas de concebir la esencia del conocimiento: como realismo o como
idealismo. Esto es: un conocimiento objetivo o un conocimiento subjetivo.

El realismo

El realismo, básicamente, postula que el conocimiento nace de objetos de la realidad. El


problema es cómo se conoce esa realidad. El primer presupuesto es que el llamado realismo ingenuo:
es el entendimiento vulgar que cree que en el acto de conocimiento, la realidad se nos presenta tal
como es. Esto es válido tanto para el conocimiento sensible concreto como para el conocimiento
intelectual abstracto. Luego, no hay en esta concepción un planteamiento de la esencia del
conocimiento ni siquiera la idea de conocimiento, pues todo involucra un proceso natural sin ningún
tipo de discriminación, criterio o evaluación y las cosas o entes se imponen con sólo aparecer.
Funciona como que “las cosas son como son y como parece que son al mostrarse”. Otra concepción
es el llamado realismo platónico que paradójicamente se enuncia como si fuera un idealismo, pues
para Platón el conocimiento “ya está dado” en la esencia del ser humano, el que posee el
conocimiento filogenético de todas las cosas. Pero ese conocimiento se da como sombras o ideas
brumosas que necesita del esclarecimiento filosófico para dar a luz la verdad. La filosofía, pues, no
haría nada más que hacer consciente lo inconsciente y darle claridad suficiente para ser entendido y
comprendido. Así, conocer es recordar o tener reminiscencia de las cosas. Luego, la verdad es posible
de ser conocida por ser preexistente, o ser parte de la esencia del hombre. Cuando se conoce lo que
siempre es, es la verdad. Cuando se conoce lo que simplemente surge y pasa sin nunca ser es opinión
o saber de apariencias sin esencias certeras.

Otro punto de vista de realismo, lo da el realismo natural o aristotélico-tomista. Hasta acá


todas las formas de realismo estudiadas coinciden en que el objeto no es creado por el sujeto ni
tampoco alterado por éste, porque el objeto es lo que es y sigue siendo lo que es, en forma
independiente de que se le conozca o no. Lo discutible es si el conocimiento es directo (sólo porque
se lo percibe) o es porque el conocimiento estaba dado previamente en el hombre y se patentiza al
aparecer el objeto. El conocimiento realista mantiene intacta la naturaleza del objeto pero admite
que para ser conocido el objeto, de algún modo, debe ser asimilado, esto es, introducido al sujeto.
Mientras el realismo ingenuo incorpora una percepción del objeto, el realismo platónico reconoce
una identificación entre el objeto y la idea previa que el hombre tenía del mismo. Aristóteles
sostendrá que el objeto, en sí, no se puede introducir “materialmente” en el hombre, pero sí puede
hacerse “formalmente”. Lo que el conocimiento capta es la forma del objeto y no al objeto en sí. El
conocimiento es, así, una recepción de la forma sensible de las cosas o de la forma inteligible de los
conceptos o universales.

Al realismo aristotélico-tomista se agrega la opinión del realismo existencialista: “Es una


especie de existencia lo que define el conocimiento. Conocer no consiste en hacer algo, ni en recibir
algo, sino en un existir superior al simple existir como ser puesto fuera de la nada; es una
sobreexistencia activa inmaterial, por la cual un sujeto existe no ya solamente con una existencia
limitada a lo que es como cosa encerrada en un género, como sujeto existente para sí, sino con una
existencia ilimitada en la cual es o se convierte, por su propia actividad, en sí mismo y los otros”.
Este pensamiento de Maritain nos permite comprender como el hombre trasciende su propio ser al
conocer a otros seres. En el caso particular de su interrelación con otros hombres, el fenómeno de la
empatía nos lleva a entender mejor lo que el pensamiento de Maritain expresa. Asimismo, el “ser
con...” de Heidegger también lleva la misma dirección. El conocer lleva al hombre a sentirse parte de
otros entes. Se abarca mejor la expresión de que para el sujeto, conocer es una manera de existir; es
existir no como él mismo, sino como otro, en relación con el otro..

Los límites del realismo natural

Para el realismo natural habría dos facultades cognoscitivas:

1. facultad cognoscitiva a través de los sentidos: está limitada porque conoce sólo lo singular
2. facultad cognoscitiva de la inteligencia o intelecto: sólo permite conocer lo universal
abstrayéndolo de las cosas o entes en que se da

Además de las limitaciones de las facultades cognoscitivas, existe el fenómeno de que el


conocimiento de los objetos se produce según el modo personal de conocer del cognoscente, puesto
que el conocimiento se adapta al modo de ser del sujeto que conoce. Esto conformaría el punto de
vista personal.

El realismo crítico pretende ser una superación del realismo ingenuo y del realismo natural y
sus postulados son que el conocimiento es una relación entre un sujeto y un objeto que son distintos
entre sí. Así el sujeto sólo existe si hay un objeto mientras que el objeto es siempre objeto, en forma
independiente del sujeto. El sujeto aprehende, el objeto es aprehendido. La aprehensión del objeto
por parte del sujeto es una función trascendente, porque en el conocimiento, el sujeto va más allá de
sí mismo, se trasciende a sí. El objeto aprehendido es indiferente a ser conocido o no, mientras que el
sujeto que conoce es modificado por dicho conocimiento. Es decir, el objeto no es modificado por el
sujeto, mientras que el sujeto es afectado por el objeto.

Conocer es representar un objeto: el objeto está presente dos veces en el conocimiento,


porque se encuentra en sí mismo y en el sujeto (representación objetiva). En el conocimiento
verdadero o saber, la aprehensión del objeto es tal como éste es en sí mismo (certeza, verdad). Lo
contrario es conocimiento erróneo o error (parecer, falsedad) El realismo crítico diferencia la
“apariencia” de los objetos en la conciencia: la forma o formalidad (figura) es la objetividad, mientras
que las cualidades de la forma (textura, olor, color, sabor, etc.) es la subjetividad, de forma tal que
todos los objetos poseen la misma objetividad pero distintas subjetividades.

La objetividad es un contenido de la realidad, mientras que la subjetividad es un contenido


del pensamiento. La objetividad se incorpora a la mente como imagen o idea, mientras que la
subjetividad es un contenido del pensamiento, en cuanto el pensamiento no se identifica ni forma
imágenes sino que hace referencia de los objetos. No los incorpora sino que sólo “se da cuenta” de
que son objetos y de cómo son. La prueba de que todos conocemos realidades objetivas
independientes del sujeto está demostrada en el hecho de que todos los individuos perciben lo mismo:
un ser animado, una cosa, etc., pero también es patente que las realidades subjetivas son distintas para
cada uno, pues ante un mismo fenómeno u objeto, los que los perciben objetivamente manifiestan
opiniones distintas y otros, ante el mismo acto, hecho o fenómeno, pueden incluso no percibir nada.

El idealismo

En lo relativo a la esencia o naturaleza del conocimiento, el idealismo es lo opuesto al


realismo. Entre las concepciones idealistas es el idealismo extremo de Hegel que postula que el
conocimiento es una actividad en que el sujeto crea su propio objeto. Basa su creencia en que la
concepción realista tradicional sostiene que la aprehensión de lo verdadero del objeto (fenómenos o
hechos, sensaciones e intuiciones y opiniones) es necesaria la reflexión y esa reflexión transforma los
objetos en pensamientos.

Mientras el realismo admite que “nada hay en la inteligencia que antes no haya estado en los
sentidos”, Hegel suma a esto el concepto inverso de que “nada hay en los sentidos que antes no
haya estado en la inteligencia”. Esto recuerda, un poco, al “realismo idealista” de Platón, del cual
tiene reminiscencias idénticas. La idea de Hegel arranca del hecho de que es la mente humana la que
se encarga tanto de percibir (aprender con los sentidos o la mente) al objeto, de forma tal que todos
los estímulos o datos de los sentidos, como las sensaciones internas debe ser captadas obligadamente a
través de la mente. Además de percibir, la mente también se encarga de la interpretación del dato o
percepción del objeto. Luego, sin la intervención de la mente no habría conocimiento del objeto ni la
interpretación de su verdadera naturaleza. En consecuencia, todo lo relativo al objeto es producto del
sujeto, porque para llegar a la verdadera naturaleza, no se tiene en cuenta la “forma percibida” sino
que la percepción directa del objeto debe ser modificada. Esta modificación del objeto, aun por la
metafísica tradicional, demuestra que la verdad no está en las cosas como ellas se nos ofrecen en
forma inmediata, sino “en las cosas elevadas a la forma del pensamiento”.

Ergo, en esta teoría, la verdad son las cosas pensadas y no las percibidas en forma inmediata.
Incluso, objeto y sujeto no son términos aislados en sí, sino que nacen de una relación pensada
previamente, de la cual surge que hay una correlación inseparable entre sujeto-objeto, los que
interactúan entre sí en un constante proceso. Salvo en las intelecciones abstractas subjetivas (donde
sólo hay sujeto que pone un objeto), no existe la presunción de que un objeto vaya hacia un sujeto ni
un sujeto hacia un objeto para reproducir características o determinaciones. El conocimiento es un
proceso creador donde no hay una realidad fija, sino que es producto de la correlación sujeto-
objeto, sin que esta correlación signifique una misma identidad para sujeto y objeto, pues ambos son
opuestos esencialmente. Luego, la realidad no está “hecha” de una vez para siempre, sino que es una
entidad que se construye en el encuentro del objeto con el sujeto, y la construcción depende de la
medida en que también se construye el sujeto y si éste piensa, o no, el objeto. Esto es lo que lleva a la
teoría del construccionismo.

La discusión, polémica o controversia entre el planteamiento en si el mundo es incoloro u


oscuro y silencioso y las características de las sensaciones percibidas por los sentidos es sólo producto
de la mente, es lo que marca la diferencia entre realismo e idealismo. Dado que las sensaciones
provocadas por las percepciones de los sentidos varía notablemente de una persona a otra, en lo
referido a un dato suministrado por uno de los sentidos (como puede ser el sabor, el color, el tacto, el
sonido), puede admitirse que estas sensaciones son cualidades secundarias del objeto, que no se da
en la cosa (pues el color, el sabor, el tacto y el sonido dependerán siempre de factores ambientales
que pueden estar presentes, o no, al momento de percibirse una realidad, o percibirse en una misma
realidad captada desde diferentes puntos de vista). Pero cuando se suman las percepciones de todos o
de varios sentidos, como pueden ser los referidos a la extensión, forma, movimiento, magnitud,
género y número) se determinan cualidades primarias de los objetos. La distinción entre cualidades
primarias y secundarias es lo que permite al realismo salvar la objetividad del conocimiento, al
sostener que existe un conocimiento de una realidad dada, exterior al sujeto e independiente de él. Es
evidente que esta afirmación es irrefutable en cuanto a la existencia cierta de entes separados e
independientes entre sí como es la existencia de las cosas y del hombre. Pero acá no se discute la
independencia de los entes en sí, sino la forma en como el hombre capta la existencia de otras cosas
de la realidad, tanto interna como externas. La percepción de esas cosas es lo que determina la
palabra objeto, la cual tiene una correlación que se denomina sujeto y que es el hombre que percibe.

Cómo el hombre sólo percibe cualidades, lo que hace el idealismo, en oposición al realismo,
es negar que esas cualidades sean propias de las cosas percibidas, sino que están puestas allí por el
hombre o sujeto que las percibe. Si bien los sentidos captan extensión, forma, número, etc., en última
instancia éstas son sólo palabras que surgen del pensamiento del hombre, el que las formas sobre la
base de los conceptos e ideas que surgen de la aprehensión y abstracción de las cosas. La afirmación
de la existencia de las cosas es afirmar sólo lo que se piensa. El ser de las cosas es sólo un ser pensado.
Esto llevó a Berkeley a sostener el idealismo subjetivo que postulaba: “existencia absoluta de cosas
no pensantes son palabras sin sentido que implican una contradicción”.

En este punto, es necesario apelar al sentido común, sin mucha retórica filosófica o metafísica
y volver al principio indiscutible de la existencia de los entes. Las cosas existen, si no, no estaríamos
filosofando sobre ellas. Esto es lo obvio y lo sensato. Luego, esa existencia obvia no es fruto de
ningún pensamiento o idea. Hasta acá no podemos discutir la obviedad. El quid de la cuestión es el
conocer las cosas que existen y es allí donde reside todo el tráfago de las concepciones sobre la
cognición. Sin embargo, en este proceso de conocer, dos cosas quedan también bien clara: el ente a
conocer o conocido y el ente que conoce. Esta relación entre ente a conocer o conocido y ente que
conoce o ente conocedor, es lo que origina la dupla de los términos objeto y sujeto, y tampoco hay
dudas ya sobre el significado de ambos: ente conocido o a conocer es el objeto y ente conocedor es el
sujeto. Tampoco hay dudas de que la incorporación de la existencia del objeto a la mente del sujeto
es lo que origina el conocimiento. Hasta este punto es lo que marca el sentido común.

La discusión comienza en la forma de conocer. Pero acá también es indudable que hay un
principio de sentido común: la captación de la presencia del objeto o fenómeno es posible para todo
aquel sujeto que esté atento y se fije en esa aparición o presencia. Empero, de la capacidad de captar
un objeto (aprehenderlo) o registrarlo no hay tampoco dudas: existe la aprehensión de las cosas. El
problema comienza con la abstracción. Es allí donde jugarán factores ambientales como la luz, la
humedad, la geografía, la posición, la distancia, etc. y, obviamente, la normalidad de los sentidos.
Hay personas con sentidos normales y hay personas con diferentes graduaciones de sensibilidad de
los sentidos. Así hablamos de personas que tienen más sensibilidad y personas de menos sensibilidad
(la sensibilidad dependerá de la atención o concentración, la intuición y del interés por percibir). De
igual modo, en la percepción de sentimientos o percepciones interiores habrá personas más sensitivas
y menos sensitivas. Esto, en lo relativo a la indemnidad o “normalidad” de los medios para percibir
sensaciones internas o externas. Pero puede ocurrir que haya sentidos alterados funcionalmente o
dañados anatómicamente (caso del que sufre trastornos mentales o de los que están privados de los
sentidos o tiene las vías nerviosas dañadas disminuyendo el poder discriminativo de la percepción).
En este caso, tampoco hay dudas de que habrá una percepción errónea o menos exacta en relación
col el que tiene su capacidad de percibir anatómica y funcionalmente indemne.

En vista de este análisis “objetivo”, la percepción puede variar notablemente tanto en los
normales como en los anormales. La aprehensión en el normal es idéntica para todos, pero varía la
abstracción. Mientas que en el anormal varía la aprehensión y la abstracción. Luego, el secreto del
proceso cognitivo, en personas normales arranca con la abstracción. Como la abstracción es la base
de la ideación o formación de ideas (imágenes de lo aprehendido), una abstracción distinta de otra
conformará un concepto también distinto de otro, dado que la concepción o formación de concepto
dependerá de la idea del objeto. Y así sucesivamente. Un concepto distinto de otro formará un juicio
también distinto y, por lo tanto, de los juicios surgirán pensamientos también distintos. Que quede
bien claro: el proceso mental es igual para todos, pero la forma de manejar el proceso mental es
distinta e individual para cada persona. De ahí que las conclusiones a las cuales se puede arribar
sobre la verdad o los aspectos de las cosas dependerá de la mayor o menor habilidad para manejar el
proceso mental. El alcance de conceptos universales o la universalidad del consenso de un
conocimiento, es la base de lo que denominamos verdad, dado que hay un conocimiento igual y
único de todo, para todos (unanimidad del concepto de conocimiento). Esto ocurre con las ciencias,
la religión y también la filosofía.

Otro aspecto a discernir es lo relativo a lo que yo llamo la entidad y la esencialidad. En este


particular caso, uso identidad en relación con la forma del ente y esencialidad a lo que el ente es en
sí. La entidad como formalidad permite conocer a los entes y el concepto de formalidad por el mayor
consentimiento o aceptación universal de dicho concepto. Así, un perro será perro en cualquier
latitud del planeta que acepte el término perro referido al cuadrúpedo carnívoro que tal concepto
refiere. De igual manera procederá con otros entes. Lo discutible será si el perro puede volverse
omnívoro, o no, si posee inteligencia, o no, si tiene los mismos sentimientos que el hombre, etc., es
decir, si es ser inteligente o sensitivo o cual es la esencia de su ser. Ahí funciona lo de realismo e
idealismo. Y las otras teorías del conocimiento. Pues, la identidad formal es fruto del ente
independiente del conocimiento y por lo tanto su existencia será indiscutible desde esa perspectiva.
Lo discutible, siempre, será lo atinente a la esencia y a los conceptos y estos variarán según el
consenso social que se tenga sobre ellos. De ahí la teoría de la influencia social en la formación del
conocimiento.

Salvadas estas especiales circunstancias queda ahora dejar bien en claro otra situación: el
mecanismo fisiológico-anatómico del conocimiento es el proceso mental y éste es igual para todos,
en cuanto a su constitución anátomofuncional. Todos tenemos la misma mente en lo atinente al
proceso de su constitución anatómica y su forma de funcionar. Hay un órgano, el cerebro que es la
sede de la mente y ésta es un conjunto de facultades que se manifiestan fenoménicamente y que han
permitido comprender la existencia de la percepción, la aprehensión, la abstracción, la ideación, la
conceptuación, la formación de juicios y de pensamientos. Lo que varía de una persona a otra es la
forma de usar esa mente y, por lo tanto, el contenido de cada uno de las etapas del proceso mental.
Otro concepto fundamental es que no hay que soslayar que la mente es una función que
subyace en un órgano, el cerebro, pero que el motor de la misma no es el cerebro sino que éste sólo
es el órgano o instrumento que le permite expresarse. Tampoco la mente en sí es una entidad por sí
misma, sino un conjunto de medios o facultades para la expresión de una energía o fuerza especial a
la cual referimos con términos confusos como alma, espíritu, ánimo, etc. Luego, el cerebro no es
fuente o causa de la mente, sino su medio de expresión o instrumento, la mente no es una identidad
definida, independiente, de existencia propia, sino algo que sólo expresa el impulso de otra entidad
desconocida y que se presume como energía o fuerza y que es lo que se ha dado en llamar alma o
espíritu y otras palabras afines. Así, debemos concluir que en realidad lo que impulsa a la mente
animal o humana (y probablemente de otros seres vivos no conocidos esencialmente por el hombre,
sino sólo formalmente) es algo intangible, inmaterial que llamamos alma. De ahí el término de seres
animados.

El juego lingüístico que es el instrumento de la expresión a través de la palabra, ha creado el


lenguaje y éste a las palabras. Pero esas palabras, lo vamos a reiterar incansablemente, tienen
significados denotativos y connotativos. Los denotativos son sobre la base de la etimología y las
definiciones consensuadas y más o menos universalmente aceptadas y puestas en diccionarios,
mientras que las connotaciones son las interpretaciones personales o especiales que se hacen de una
misma palabra, creando la polisemia. Esta particularidad del lenguaje es lo que determina, muchas
veces, discusiones bizantinas sobre determinadas cuestiones metafísicas, pues varía la acepción de las
palabras y sus conceptos. Si se admite que alma y espíritu, etimológicamente es lo mismo, y se refiere
a soplo, aliento, etc., debemos concordar que estamos refiriendo una entidad sin sustento material,
que se expresa como fenómeno captable, pero no perceptible por los sentidos, en su esencia, sino por
los efectos que provoca en los entes.

Aunque parezca increíble, el no poder discriminar sobre el uso del lenguaje, el que de algún
modo es lo que nos permite expresar la idea de esencia y de verdad, la falta de consenso o
universalidad para aceptar determinados términos, ha llevado a conceptos discrepantes. Así, alma es
para algunos una entidad de existencia propia, mientras que otros creen que es producto del cerebro.
Otros creen que la mente es el alma. Qué espíritu y alma, en el hombre, es la misma cosa, etc. etc. Tal
avalancha de opiniones y conceptos es la prueba palpable de los sofismos que en el campo filosófico
y de la ciencia, se desatan sobre los fenómenos humanos, especialmente en lo referido a la esencia del
hombre, a su cuerpo, alma, mente, etc. La teoría del conocimiento está sujeta a estos vaivenes y de
ahí la discordancia de los diferentes postulados.

Pero algo es innegable: el fenómeno es uno, la esencia del mismo también es una, y el
conjunto fenómeno es igual para todos, variando sólo los matices de la expresión. La variabilidad
individual o personal no invalida el criterio de la esencialidad única y universal. Una es la esencia
(unívoca), varia la forma de la expresión de la esencia (equívoca). Luego, si la expresión es
variable, todas las teorías son aceptables, pues cada una de ellas capta una de las formas de la
variación. La integración de todas devolverá la totalidad del fenómeno. Las relatividades integrarán
el absoluto, a pesar de sus aparentes contradicciones, pues no hay tales, sino diferentes puntos de vista
que integran distintos aspectos de un mismo fenómeno. Una cosa es cierta: el hombre conoce a través
de los sentidos y fuera de ellos, conoce de su exterior y de su interior y conoce lo desconocido a
través de percepciones y sensaciones diversas. Luego, la cognición es un fenómeno complejo que
admite todo lo que puede percibirse fenoménicamente y quede mostrado o demostrado, ya sea por
testimonios múltiples y universales o por las experiencias comunes comprobables, con variables o
parámetros determinados, o sin ellos. Así, habrá un mundo con color o sin él, un color puede ser
verde o azul o de otro matiz según el ojo y la luz con que se perciba (un daltónico verá el mismo ente
pero un color distinto). La forma puede ser percibida como ancha o larga, chica o grande, según la
distancia o la altura que se perciba y el sistema de comparaciones que se use. Un concepto alcanzará
validez universal, según obtenga el consenso del lenguaje y de conceptos. Y los entes serán o no
serán, existirán o no, y serán idénticos, o no, de acuerdo al modo de conocer de cada persona. En
esta coyuntura juega lo ambiental, lo socio-cultural y lo individual para integrar los conceptos, ideas
y pensamientos sobre la cognición. Y la sorpresa final es que todo cuanto se diga es válido para las
variables que rodean el acto de conocer. Todos los relativos y los absolutos serán verdaderos, en la
medida de lo que se tenga por verdad. Por lo tanto, discutir sobre la verdad es otro sofismo, por
cuanto discutimos, más que los fenómenos en sí, las palabras con que designamos dichos fenómenos.
De ahí la tremenda importancia de un “ponerse de acuerdo” sobre el significado del significado
que es la palabra, para alcanzar una mejor idea, concepto y pensamiento de lo que se quiere
expresar sobre lo que supuestamente se conoce. La integración de criterios y puntos de vista es otra
tarea que ayuda a despejar dudas y evitar controversias bizantinas, inútiles, retóricas o sofísticas. La
apertura de criterio, un correcto manejo mental adquirido por una buena y exacta formación o
entrenamiento, habilitan a comprender y conocer mejor. Es evidente que todos podemos conocer,
pero la calidad y la excelencia del conocimiento no será la misma para todos, si no hay voluntad de
acuerdo para tratar de ver desde los distintos, variados y contrapuestos puntos de vista.

En este particular es válida la afirmación de Berkeley en el sentido de que si abro los ojos, no
depende de mí lo que percibo, en forma total. No siempre puedo elegir lo que veré, ni elegir las
características que han de tener los objetos que percibo, porque lo que percibo no es creado por mi
voluntad, lo que necesariamente debo admitir que hay otra cosa que produce las sensaciones y las
percepciones, a las que Berkeley denomina “otra voluntad o espíritu” que las produce. Incluso, como
la comprensión de algunas percepciones las traducimos por palabras y esas palabras son fruto de mi
mente y del proceso mental intelectual, en esencia, no son cosas propias del objeto sino
interpretaciones de mi mente. Pero lo que Berkeley parece ignorar es que la mente produce esos
conceptos estimulada en parte por lo que el objeto muestra, y en otra parte por dinamismo propio de
una mente impulsada por un espíritu. Luego, no importa tanto si son cualidades primarias o
secundarias, sino si el objeto realmente posee esas cualidades que nosotros ponemos en él. Por lo
tanto, todo se reduciría a entrenar la mente, para que ésta no perciba ni forme conceptos erróneos y
aprenda a integrar el punto de vista personal con el otras mentes, a fin de evaluar y valorar si lo
percibido e interpretado es más o menos lo mismo que aparentemente ha expresado
fenoménicamente el objeto. Es importante reconocer que los nombres inventados por el hombre para
designar a los entes, si bien son productos de su mente, una vez expresados y obtenida la
conformidad universal, el conocimiento de los objetos, formalmente, no será sólo una función
mental, sino el reconocimiento de cosas concretas, a través de la función mental. Otra cosa distinta
son los conceptos abstractos, los cuales son productos exclusivos de la mente humana para cualificar
secundariamente a los objetos o modificar sus cualidades primarias de formas concretas. El
conocimiento de los abstractos es una función mental metafísica, individual y exclusivamente
idealista. Es puro concepto, idea y pensamiento, sin materia, pero que se aplica a entidades concretas
o abstractas, como cualidades de las mismas.

Hasta acá hemos analizado el idealismo subjetivo de Berkeley, el cual funda el análisis del
conocimiento como mero hecho psíquico o mental y comenta la posibilidad o imposibilidad de
abstraer, sólo invocando el testimonio individual. Esto se debe a que las abstracciones llamadas
conceptos, además de palabras, son signos. De algún modo, en esta creencia, no habría un
conocimiento conceptual pues únicamente conoceríamos lo particular. Lo general, acá, pasaría a ser
un conocimiento particular utilizado como representante de una suma o grupo de conocimientos
particulares. Por esta razón, ese conocimiento particular generalizado no es exclusivo de un solo
“yo”, mente o espíritu, sino que habría otros “yoes”, espíritus o mentes que perciben lo mismo que yo
y, por lo tanto, esto demuestra que lo percibido por mí no es una creación exclusiva mía.

Contrariamente, el idealismo lógico, apoyado por Fichte, no se centra en el análisis del


conocimiento como hecho psíquico, sino que parte de una crítica a todos los principios que suelen
usarse como fundamentos de las ciencias. El conocimiento de un ente nos permite nominarlo y
diferenciarlo de otro. Así, A es A pero no B. En este contexto, A es A, funciona como juicio que nos
permite aceptar que A es A, porque si A no fuese A, no sería nada. Así se establece un principio de
realidad de un ente determinado. Mas, esta manera de formular un principio sólo da la forma de tal
principio y del ente en sí. Pero no nos da la realidad total o la esencia de dicho ente, es decir, no nos
proporciona la realidad del contenido. Para que un principio sea completo, veraz y universal debe
estar basado en un juicio que junto a la forma del ente, esté dado también su contenido, de un modo
que ambos se determinen recíprocamente. Ergo, esto nos permite afirmar con autoridad “yo soy yo”,
y esta afirmación es sin condiciones algunas, pues es una realidad que afirma a sí misma, se
autoafirma. Esta proposición es la que conforma el principio del conocimiento de la realidad, pues se
basa en una reflexión sobre sí mismo y el ente se transforma, por introspección, en objeto y sujeto a
la vez. Según la concepción de Fichte, en este principio es como el hombre que pretendiera
interactuar con su sombra: así se proyecta en su sombra y crea el objeto de sí (autoobjeto). La sombra
es un objeto sin existencia ni actividad propia sino la proyección de un sujeto y por lo tanto la
reflexión es de un yo que la hace de sí mismo, sobre sí mismo, situación que el yo sujeto aparezca
como objeto.

Problemas del idealismo y el realismo

El mayor problema de estas doctrina es el juego de palabras con los términos o conceptos de
sujeto y objeto, el alma, el yo, el espíritu y la mente. Ninguna de las teorías explica bien en qué
consiste el yo, el espíritu, la mente y el alma, como antes habíamos tratado de dejar en claro, en lo
relativo a lo que es esencia y lo que es instrumentalidad o mero vehículo formal de expresión. Si,
según el idealismo, el conocimiento es una creación del objeto por parte del sujeto, esto daría lugar a
la presunción de que el conocimiento debe ser siempre verdadero, pues se ha creado como verdad.
Haber soslayado el error, la equivocación y la falsedad es la falla principal del idealismo absoluto. En
cuanto al realismo, acontece algo similar. El sujeto no crea su propio objeto sino que de debe conocer
un objeto representado por un ente que ya es lo que es. La función del sujeto sólo es tomar contacto
con ese objeto y tratar de penetrar en él para conocer no sólo su forma sino también su contenido: la
esencia (lo que él sujeto es). Acá, la verdad está en el objeto, en sí mismo, y no en la creación de la
mente humana.

En consecuencia, una búsqueda desacertada puede conducir al error y el encuentro con la


verdad sólo dependerá de la habilidad para reflexionar y lograr penetrar el objeto con la mente. En
ambas teorías, realista e idealista, subyace el problema de la actividad cognoscente del sujeto, pues no
logran postular teorías y principios que conformen algo eficaz y real para explicar el conocimiento o
cognición. Ambas teorías plantean aspectos o puntos de vista reales. Pero sólo son eso: puntos de
vista. Incluso, integrando a ambos, logramos otro punto de vista más abarcador de la realidad y
verdad del conocimiento o cognición como facultad del hombre. Pero, aún así, quedan algunas
incógnitas o vacíos a resolver, para acercar un concepto más preciso y veraz de la formación del
conocimiento humano y de los verdaderos mecanismos mentales de la cognición. En esto reside otro
problema que tratamos en el parágrafo que subsigue y es el de la trascendencia del conocimiento.

Trascendencia e inmanencia del conocimiento

Es evidente que si bien el conocimiento conforma una facultad humana resumida en la dupla
sujeto-objeto, esto plantea otra cuestión: si el conocimiento es propiedad del sujeto exclusivamente,
significa que teóricamente no podría salir de él, es decir, no trascendería, sería un conocimiento
intrascendente y quedaría encerrado en el sujeto como conocimiento inmanente. Ésta es la conclusión
lógica del idealismo. En cambio, en el realismo, la propiedad de entidad de todo ente y el principio
del conocimiento de la realidad (lo que las cosas son) indica que el conocimiento es algo que
trasciende del objeto al sujeto por una actividad voluntaria del sujeto a través de la reflexión. Dicho
de otra forma, el sujeto trasciende (sale de sí mismo) para ir hacia el objeto. Pero si el objeto no
existiera por sí, el sujeto no podría trascender.

Estas formas de traducir la fenomenalidad de la realidad, ya dijimos, tiene bases ciertas para
ambas teorías. En realidad, el ser del hombre, su propio ente o esencia, es una inmanencia que no se
muestra directamente a sí misma ni al propio ente y éste tiene serias dificultades para penetrar en sí
mismo (introspección) y encontrar con su inteligencia (iluminar) su propio ser. Para lograr la
trascendencia a través de la existencia, el hombre deberá estudiar los “modos de su ser” de otros para
comprender los propios, para poder advertir algo sobre la esencia, aunque no pueda abarcarla en un
todo. Esto es lo propuesto concretamente por Heidegger, resumiendo un poco otras tendencias
filosóficas preexistentes. Algo similar ocurre con los otros entes distintos a la esencia y existencia
humana. De ahí que el realismo proponga la trascendencia como método para conocer.

Por lo tanto, la inmanencia existe como esencia de entes, esencia que sólo se capta cuando la
materia se refleja en el espíritu o, mejor dicho, el espíritu ilumina a la materia, a través de la mente y,
en forma especial, con la razón o inteligencia. Sin la inmanencia no habría trascendencia. Ésta existe
porque la obliga la inmanencia del ser. Precisamente, para “conocer”, o sea, estar “con el ser”,
primero éste debe mostrarse, ofrecerse, aparecer a la luz (fenómeno) y luego el espíritu del hombre
debe salir de su mismidad para encontrarse con el ser de otros entes (extrospección) y después
someterlo, por reflexión (introspección) al análisis, lo que hace a través de la mente y las facultades
mentales. Luego, vendrá otra trascendencia: una vez que el espíritu “capta” el fenómeno y lo explica,
entiende o comprende y ha formado un concepto, un juicio y un pensamiento, devolverá afuera ese
pensamiento e instaurará todo un entorno de comprensión que algunos filósofos llaman “mundo”
como “ámbito llenado de sentido” por el hombre, donde las cosas y los entes son pasibles de ser
conocidos.

Acá se conjuga aquello de la participación de los distintos “yoes” para crear un instrumento
del conocimiento que es la “cultura”. Y aparecen otros instrumentos de la comunicación como es la
ciencia (comprensión y conocimiento de la materia) y la metafísica (comprensión y conocimiento del
espíritu y su aplicación a la materia) a través de la filosofía, la religión, el arte y otras manifestaciones
inmateriales. Como se ve, en parte, todo esto conforma el criterio de Schelling en el sentido de que
todo funciona como que hay un ente llamado espíritu que es inmaterial y que conforma el ser del
hombre como inmanencia, pero que puede de algún modo “corporizar” a través de la materia
haciéndose “espíritu visible” (fenómeno) a través de la trascendencia. En esta síntesis totalizadora, se
comprende mejor, entonces, lo que es todo lo relativo a la entidad o ser de las cosas, incluyendo al
hombre, y como funciona el contacto entre el hombre y los otros entes, fenómeno llamado
conocimiento o cognición. Naturalmente, hay muchos fenómenos más que el idealismo, el realismo,
la trascendencia, la inmanencia, el constructivismo o el construccionismo.

Todos estos fenómenos son parte o aspecto de la realidad, pero hay que sumarle mucho más.
La verdad absoluta está lejos de ser captada in toto (completamente) por la mente humana. Pero la
suma de verdades relativas configura una forma holística que nos acerca cada vez más a la verdad
absoluta. Sólo la apertura del espíritu, como apertura de la mente (su instrumento) nos permitirá con
una adecuada disciplina o entrenamiento continuo y tesonero, afinar nuestras propias facultades
naturales para encontrar el método (camino hacia el fin o meta) que nos permite evitar el error, la
falsedad y nos muestre la verdad de la realidad. Por lógica, nunca será una misma realidad, por ende,
la verdad absoluta es, de alguna manera, la verdad de la realidad que se nos muestra. La cultura
humana, como suma de realidades pasadas y presentes, puede aportar elementos de juicio para
monitorear el desarrollo del hombre a través de sus conductas “en el tiempo” transcurrido y en los
distintos espacios (geográficos y sociales). Así iremos “conociendo”.

Consecuentemente, la formación del conocimiento no es sólo explicar un proceso mental,


sino también apreciar como funciona ese proceso en cada individuo. Y eso lo sabemos con el
transcurrir del tiempo o vivencia, tanto del individuo como de la humanidad en pleno (pasada,
presente y futura). Si el hombre se vuelve más observador de fenómenos, ordena sus facultades
personales e integra un “equipo pensante”, “comprendiendo” a los otros (integración de puntos de
vista), es evidente que otra cosa puede resultar la vida humana y su expresión individual y social. La
“incomprensión” del individuo y la falta de comunicación con el entorno (individualidad vs.
sociabilidad), es la causa de los desencuentros, de los errores, de las falsedades y de la involución
humana y de la humanidad. Esto no es una suposición o presupuesto, sino la lección clara que nos
deja el fenómeno de la historia de la humanidad.

Hay muchas formas de conocer. Todas son reales. Pero sólo son válidas aquellas que no
causan daño alguno, que conducen a conductas más acertadas con la esencia inteligente y razonadora
del hombre y que le ayudan a una evolución perfeccionable. Lo contrario es involución. La
involución es deshumanización. La teoría del conocimiento más eficaz será la que reconozca todas las
modalidades mostradas para adquirir dicha cognición. Empecinarse en que sólo hay una manera de
conocer es desconocer la modalidad espiritual del hombre que es una continua apertura hacia la
realidad y que esa realidad es cambiante por lo que nunca habrá un conocimiento único,
inmodificable y eterno, sino sólo conocimiento de la realidad que cada individuo vive. No obstante,
con un buen método, es posible que un individuo aprenda a conocer “su” realidad y no yerre el
camino mejor (excelencia) de su vida como hombre. Tampoco debe olvidarse que la esencia del
hombre es bipolar y su manifestación se rige completamente por opuestos concretos y abstractos:
vida-muerte, racionalidad-irracionalidad, verdad-falsedad, odio-amor, bien-mal, credulidad-
incredulidad, trascendencia-inmanencia, etc. Todo ello es verdad, es decir, lo que los entes son.

Luego, aunque cueste digerirlo, la verdad absoluta es la existencia de verdades relativas e,


incluso, opuestas. Luego, siempre un conocimiento también será relativo. Nunca habrá vida, eterna,
sin muerte, ni verdad sin un correlativo de falsedad, ni todo será maldad o bondad pura, ni siempre
imperará sólo el amor, obviando el odio. Todo esto está, existe, se manifiesta y sólo una única
facultad humana podrá ser verdad relativa para un individuo: su voluntad como poder de deliberar y
elegir, de permitir ser libre mediante ese poder. Sin voluntad no valdrá la inteligencia ni se controlará
la afectividad o facultad de sentir. Esto es la totalidad del hombre como carnoespíritu (materia
espiritual o espíritu materializado).

No hay humanidad sin coordinación de inteligencia, voluntad y afectividad. No hay


coordinación o integración sin entrenamiento o educación. No hay evolución sin educación. No hay
trascendencia sin evolución. No hay hombre sin espíritu trascendente (existencia). No hay excelencia
sin una trascendencia educada. No existe una humanidad certera, sino hay capacidad de cambio. No
hay capacidad de cambio sino se aprende a conocer en forma auténtica. No hay autenticidad sin una
completa manifestación espiritual. No nos “daremos cuenta” de todo esto, sino aprendemos a
reconocer y manejar la conciencia.

En busca de una síntesis de la teoría del conocimiento

Algunos investigadores consideran que Locke dio el puntapié inicial a la filosofía imperante
en los siglos XVII y XVIII que se ocupó por establecer el origen del conocimiento. De esa época
surgen las obras de Leibniz (NUEVOS ENSAYOS SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO),
Berkeley (PRINCIPIOS DEL CONOCIMIENTO HUMANO); Hume (ENSAYOS FILOSÓFICOS
SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO) y Condillac (ORIGEN DE LOS CONOCIMIENTOS
HUMANOS). Frente a todos estos esfuerzos Kant (CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA) pretende llegar
a una conclusión más convincente y propone a la metafísica para remplazar a las teorías del
conocimiento. El camino abierto por Kant es completado por Hegel quien concluye, de igual modo
que Kant, que la metafísica es la base de una verdadera teoría del conocimiento. Tras estos
pensadores, las distintas corrientes principales que pugnan por explicar cómo se llega a conocer son
tres: racionalistas, empiristas y sensistas.

La pregunta fundamental es: ¿hay conocimientos innatos, ya dados por el entendimiento, o


no los hay? Esta pregunta obliga a establecer las presuntas “fuentes” del conocimiento y de ellas
resaltan dos: el conocimiento innato y la experiencia (que se desdobla en experiencia externa y
experiencia interna). Así, las corrientes establecen:

1. racionalistas: las fuentes del conocimiento son tres: las verdades innatas, la experiencia interna
y la experiencia externa
2. empiristas: las fuentes del conocimiento son dos: la experiencia interna y la experiencia
externa
3. sensistas: sólo hay una fuente de conocimiento que es la experiencia interna

Fuera de los elaborados textos filosóficos, de la retórica y de la lógica, todos ellos


impresionantes, cada autor expone puntos de vista que son irrebatibles por su condición de
verdaderos. El problema no está en los principios y métodos, sino cuando se pretende rebatir las
conclusiones diferentes, estableciendo presuntas contradicciones, equívocos o paradojas. Todos estos
pensadores tuvieron la gran virtud, desde los griegos (Aristóteles, Platón, Sócrates) en adelante, de
saber captar con precisión los fenómenos que se daban ante la adquisición de un conocimiento. El
problema residía en parte en la cultura imperante, el idioma o lenguaje y los conocimientos
biológicos de la mente. El paso del tiempo ha decantado mucho de esos problemas, pues las ciencias
biológicas han adelantado tremendamente en el conocimiento del complejo mecanismo de la mente a
través de la biología molecular y las neurociencias.

Hoy se conoce, con una certeza relativa (las ciencias son siempre relativas) que en la mente
hay una memoria filética que puede ser la fuente de algunos “conocimientos innatos” que han
permitido a algunos autores como Chomsky, hablar de una “genética del lenguaje”. El hombre
puede y sabe hablar porque tiene un mecanismo o proceso ancestral que le impulsa a hacerlo. Ocurre
algo así como la vida instintiva de los animales que ya viene como “grabada” y cada animal “sabe”,
apenas nace, qué debe hacer para subsistir y desarrollar su vida individual y colectiva. Este patrón
ancestral de conductas e instintos es casi inmutable y es muy poco lo que cambia con determinados
procesos adaptativos. Pero el hombre, además de un patrón instintivo biológico, trae en su “software”
personal otros conocimientos “metafísicos” que surgen de su mente como intuición, inspiración o
creatividad. Son los conocimientos de la mismidad, que impulsó a Freud y Jung a hablar de un
“inconsciente” donde hay muchas cosas, aún desconocidas para el hombre mismo.

Este panorama actual da la razón “prima facie” a los racionalistas y, por ende, relativamente a
los empiristas y sensistas. Todos tienen razón en sus puntos de vista. Sólo que no deben verse por
separado sino en bloque, pues habría un conocimiento innato, uno que surge de la experiencia
interna y otro que surge de la experiencia externa. Y, quizá, sea mucho más complejo, pero para
evitar caer en sitios oscuros o poco racionales, es menester ir a lo más simple: la experiencia personal
para adquirir el conocimiento. Naturalmente, la mejor respuesta la tendrá quien ha afinado su mente a
tal punto que ha podido captar mejor y más cantidad de conocimientos diferentes. Es obvio que hay
personas que llegan a conocer más que otras y en forma más intensa y extensa. Los genios y los
creativos de la humanidad, como los grandes pensadores que han trascendido a través de todos los
siglos, son el modelo acabado de lo que estamos intentando expresar.
Sin embargo, debemos seguir enunciando obviedades y la principal reside en la cultura
acumulada en la sociedad en la cual de desenvuelve un pensador y el lenguaje que usa. Todo
pensamiento se forma con palabras. De ahí la tremenda dificultad para expresar un pensamiento
nuevo o inédito o creativo, si en el lenguaje no hay las palabras precisas. Algunos pensadores
ingeniosos encuentran neologismos. Otras frases o giros idiomáticos. Pero lo cierto es que se hace
imposible pensar prescindiendo de la cultura previa y del lenguaje dado. Así, un alemán puede en
una palabra sola reproducir todo un concepto metafísico. Pero la traducción de esa palabra a otros
idiomas no encuentra un equivalente tal cual y eso constituye una cierta barrera para comprender el
sentido original que el pensador dio a su frase o palabra. La falta de una palabra adecuada para
traducir, introduce connotaciones particulares de acuerdo a las características del idioma al cual se
traduce la obra original. Esas connotaciones pueden ser inocuas (no modifican el significado
original) o pueden introducir conceptos que no alcanzan a precisar la idea original. Algo parecido
ocurre con las culturas. De ese modo, aquello que es claro y valioso para una determinada sociedad y
cultura, puede ser causa de una interpretación distinta y contraria. Esto origina nuevas obras: o para
explicar la obra original o para rebatirla, según el punto de vista (cultural y lingüístico) en que se ha
insertado e interpretado el pensamiento original. También puede ocurrir, y de hecho ocurre, que un
pensamiento original sirva para despertar otro tipo de pensamiento que puede ser complementario,
afirmativo, negativo, contradictorio, creativo o contrario al pensamiento original. De no ser así, no se
podría explicar los millones de libros que atiborran las bibliotecas y las librerías, ofreciendo
pensamientos sobre un mismo tema o sobre diferentes asuntos o cosas que interesan en forma
esporádica o temporal o cuestiones eternas de la humanidad.

¿Cómo es posible llenar tanto espacio en papel o en la informática con todo el conocimiento
acumulado? La cantidad de datos de Internet y de toda la literatura existente es escalofriante en
estadística. La gran pregunta ha sido, es y seguirá siendo: ¿cuánto de esto es verdad y es útil? ¿Cuánto
de esto es un mero ludismo? ¿Cuánto de esto es pura estupidez? ¿Cuánto de esto es genialidad y
creatividad? Las lides intelectuales pretenden demostrar una o varias de estas cuestiones. El problema
está en quien intenta informarse. La saturación es tanta que no alcanzaría la inmortalidad para abarcar
(leer) todo lo que se ha dicho y escrito.

El dilema fundamental del hombre del siglo XXI ya no es sólo conocer y saber cómo llega a
conocer. El problema actual es saber qué se debe conocer o vale la pena intentar conocer. Las
cuestiones fundamentales que hacen a la vida y existencia humana están dentro de una coctelera de
datos, opiniones, principios y fundamentos que desorientan a quien pretende arribar a una conclusión
válida y universal. Ahora lo importante ya no es ser un sabio total, sino poder llegar a conocer un
mínimo de lo realmente esencial para no perder la vida buscando lo inalcanzable o correr tras utopías
o simplemente dejar transcurrir el tiempo estando ausente de sí mismo.

La trilogía “no sé”, “no puedo” y “no quiero” impregna a la mayoría de la humanidad y la
sociedad se pierde en estilos de vida que nada tienen que ver con la inteligencia, la verdad y la
dignidad. Más de dos tercios de la humanidad se pierden con el hambre, la peste, los cataclismos
naturales y las guerras y guerrillas, las enfermedades “sociales”, la delincuencia y la accidentología.
Parece que se hace realidad el Apocalipsis con sus cuatro jinetes, sin que ello signifique el fin del
mundo. Sólo sucumben dos tercios. Y el tercio restante sobrevive fluctuando con la trilogía
enunciada.

Un repaso rápido a la geografía de la tierra y sus sociedades, dan un panorama poco feliz y
esperanzado. No hay un hombre sensato, equilibrado, afectivo e inteligente, sino varios hombres que
parecen no detentar nada de lo que se supone que es la esencia humana. Esta opinión puede parecer
subjetiva y pesimista. Muchos ya la observaron así. Pero dejemos de lado los pensamientos
apriorísticos y atengámonos estrictamente a lo que parece ser la realidad. Si es verdad lo que se
informa diariamente, los titulares de todo el mundo no dan una visión objetiva y optimista. No hay
nación, ni grupo humano, ni sociedades de cualquier naturaleza que detenten signos claros de pureza
y de superioridad. Todos tienen un costado de imperfección que lleva a la duda y al desencanto. Sólo
con un gran esfuerzo racional y afectivo, alguien puede enrolarse en algo institucional y vivir de
acuerdo a determinadas reglas. O la necesidad puede empujar a adoptar un estilo de vida y de ideas
políticas, religiosas o filosóficas. Pero la impresión directa es que la mayoría de la gente está
enajenada y pensando más en “lo otro” que en sí mismo. ¿Dónde queda el conocimiento digno, veraz
y esencial? Esta cuestión es una nebulosa que se presta más para la discusión bizantina que la real
preocupación por encontrar ese conocimiento.

Al mundo ya no le interesa cuáles son las fuentes o los modos de conocer. Para los mejores
únicamente los signa el intenso deseo de encontrar una verdad. Pero no se manifiestan como una
gran cantidad. Lo común es que la mayoría se muestre dentro de futilidades, aún las más irracionales
y estúpidas, pero que se esgrimen y adoptan como la única y gran verdad. Y esto no es una
observación personal o una impresión subjetiva. Desde Erasmo de Rótterdam muchos autores
modernos y contemporáneos y posmodernistas están describiendo, más que filosofando, este
fenómeno de la estupidez generalizada. Naturalmente la gran polémica arranca con los estúpidos que
pretenden que la estupidez sea un derecho humano como el que más y sea reconocido, aceptado y
tolerado por quienes no la comparten. Incluso, los “fundamentalistas” de la estupidez denuestan a
quienes no son estúpidos y los presenten como si fueran reaccionarios, retrógrados, discriminativos,
etc. porque no se advienen a ser estúpidos.

En este marco, ¿dónde ubica la grandeza de Kant, Hegel, Cristo, Dios, Aristóteles,
Sócrates, Buda y todos los demás prohombres de la humanidad? La aparente realidad es que son
“piezas de museos” relegadas a ámbitos universitarios o claustros ideológicos o religiosos muy
selectos. Los filósofos actuales están más cerca de ser meros relatores o descriptores o narradores de
realidades o irrealidades, que pensadores puros que buscan la verdad y la esencia universal y eterna
de las cosas y cuestiones.

Pensar y conocer son dos tareas ímprobas para quienes aun creen que hay posibilidad cierta
de un cambio y de un mejor futuro para la humanidad en general y el hombre en particular. Los
filósofos defienden el “arte de pensar” y el “amor a la verdad”, los sensitivos creen que es posible
restablecer los valores del amor y el afecto por sí y por los otros y los científicos creen que la ciencia
es imparable y en ella reside toda la razón de ser el hombre actual. Si no es así ¿cómo se viviría sin
electricidad, nevera, televisor, computadora, teléfonos, autos y la tecnología inteligente? La
inteligencia artificial suple la inteligencia natural. Hay quienes ya pregonan que la ha superado.

Yo sólo hago una sola pregunta: ¿qué es lo cierto? De no encontrar una sola respuesta,
caemos al juego llamado la perinola en la Argentina y que consiste en una especie de trompo con
facetas de frases inscriptas y que dan la esencia al juego. Una de esas facetas es el “todo vale”, otra
dice “nada vale”. ¿Debemos jugar a la perinola para encontrar la respuesta?

Antes de tratar la conciencia, apreciaremos algunos puntos de vista budistas sobre la realidad
y su percepción.

La concepción budista de realidad, apariencia y esencia.

En esta línea de pensamiento, el budismo observa que de la forma en que se interpretan las
emociones en el pensamiento occidental, las llamadas emociones destructivas no lo son tanto por el
posible daño que causen, sino porque distorsionarían la captación o percepción de la realidad. Por
esto, los budistas llaman a las emociones destructivas, “oscurecimiento” o “factores mentales
aflictivos”, pues impiden percibir la verdadera realidad (realidad tal cual es) y de ese modo establecen
una verdadera distancia entre apariencia y esencia (realidad verdadera). El deseo o el apego excesivo,
por ejemplo, nos provoca una “atracción irremediable” hacia un objeto, sensación o fenómeno y esto
impide advertir el equilibrio de sus cualidades.

En consecuencia no se justipreciará bien cuales son las cualidades agradables (positivas) y las
cuales las desagradables (negativas). Así no apreciaremos cuan negativo o cuan positivo es el objeto
percibido. Si lo estimamos demasiado o le tomamos simpatía de más, esto oscurece las cualidades
negativas y sólo resaltan las positivas presentando a la cosa como lo mejor o lo más deseable. De
igual modo, si de entrada sentimos aversión, seremos ciegos para las cualidades positivas y sólo
veremos las negativas, desvalorizando lo que potencialmente es valioso. La distorsión de la
percepción o captación de la realidad no nos permite hacer una valoración más profunda o exacta de
la transitoriedad de las cualidades que creemos entender, ver o apreciar y nos falta conocer la
naturaleza intrínseca, esto es, la esencia de las cosas. Este modo de percibir distorsionado afecta,
entonces, todos los niveles de la existencia y de la forma de pensar. Esto ocasiona que cuando nos
manejamos con emociones oscurecedoras se restringe nuestra libertad, dado que el encadenamiento
de nuestros procesos mentales viciados nos obliga a pensar, hablar, sentir y actuar de una forma
parcial o equívoca.

Contrariamente, cuando predominan las emociones constructivas o positivas, asientan en un


razonamiento más acertado y promueven una valoración más exacta de la naturaleza de la
percepción, siempre y cuando no se tienda a exagerarlas. Ser demasiado optimista es tan malo como
ser demasiado pesimista. Definitivamente, reiteramos que el predominio de una u otra emoción
depende más de nuestra voluntad, de nuestro grado de formación o entrenamiento mental, que del
temperamento y sensibilidad personal.

Ya advertimos que la selección cognitiva mental es la que determina lo verdadero.


Aclaramos, también, que puede ocurrir que la selección funcione de modo distinto en diferentes
personas y esto lleva a que dicha selección en unas personas elimine un aspecto determinado del
objeto y lo considera verdad, mientras que otra elimina otra cosa que puede ser lo contrario de lo
que eliminó la primera y también lo considera verdad. Aconsejamos, finalmente, que la visión
global criteriosa lleva a un conocimiento más cabal de la cosa y a una verdad más absoluta.

Asimismo, en el parágrafo anterior que desarrollamos esta visión budista de la realidad,


subrayamos que para poder compenetrarse bien de la realidad, el mundo interno del ser humano
debe contactarse con el mundo externo de su realidad extracorporal. Esta particular concepción de
apertura de la mismidad a la realidad externa es la que se realiza a través de la conciencia, por lo que
esa conciencia funciona como una verdadera ventana que nos muestra todo lo que está a nuestra
disponibilidad cognitiva en el conjunto de cosas que nos rodean. Insistimos, explicando el punto de
vista budista, que las cosas exteriores, para ser comprendidas sin ser cosificadas, debían “ingresar” a
nuestro interior donde son “inspeccionadas” y “analizadas” para sintetizar un “concepto” de ellas y
por eso era sumamente necesaria la mente entrenada, la mente superior propia de la inteligencia
natural del hombre.

Ahora veremos más en detalle en qué consiste esa “ventana de la conciencia” que nos
muestra el horizonte (physis) donde se manifiestan todos los fenómenos externos a esa conciencia.

La conciencia como ventana abierta del espíritu a la realidad

En nuestra teoría de un esquema informático con que hemos comparado a la mente humana
con una computadora, la pantalla de la computadora es como la conciencia del hombre. Sólo cuando
está “prendida” o “activada” es posible acceder a todo lo que hay dentro de la programación del
software, esto es, el espíritu del hombre.

Al ser el reflejo y la ventana del espíritu es también una especie de puente entre el interior y el
exterior del mundo del hombre. Es el pontífice entre el espíritu y la realidad. Sólo a través de ella se
manifiesta el espíritu y capta todas las cosas de la realidad. Es por excelencia, el instrumento
captador de fenómenos. Es una especie de cámara filmadora y proyectora. Capta los estímulos
simples y puros y los devuelve significados con un contenido determinado.

Pero en sí, no es un elemento creativo ni es fuente de procesos mentales. Es, por excelencia,
la que activa a todos los actos y procesos mentales. También es la que puede reflejar al exterior lo que
pasa en el interior del hombre. Por ser la “presentadora” de todos los actos mentales, es la que nos
permite expresar las valoraciones que el juicio o raciocinio del hombre elabora sobre su concepto de
las cosas que conoce.

Por eso, se ha dicho siempre que la conciencia es la que puede distinguir entre el bien y el
mal y valorar la ética y la moral. Puede que así sea, pero todo abstracto mental es producto del
proceso intelectual de juicio y pensamiento y por lo tanto no es patrimonio de la conciencia
determinar lo que es bueno o malo, lo que corresponde o no corresponde, sino que ella sólo permite
expresar esa valoración.

No es lo mismo expresar que crear. La actividad consciente es una acción espiritual. No es


que la conciencia sea un mero instrumento pasivo. Hay ella elementos como la atención, el ánimo, el
humor, que la modulan y, a su manera, cataliza lo que capta y lo que expresa. Es como la enzima que
actúa en un proceso biológico: interviene en una acción y reacción, la modula, pero ella misma en sí,
no es la elaboradora ni la causa de esa acción y reacción y luego que la misma se ha cumplido, la
enzima queda nuevamente disponible e indemne para comenzar otra acción y reacción.

Esa es la función catalizadora. Sin la presencia del elemento catalizador, ninguna acción o
reacción es posible, pero ese elemento catalizador no es ninguno de los elementos que interviene
como esenciales en la acción y reacción, sino que ella sólo regula y ordena los pasos del proceso
activo y reactivo. Incluso, una misma enzima puede catalizar diferentes procesos.

Si no entendemos bien estos conceptos de la esencia de la conciencia, difícilmente podemos


comprender su trabajo y su función y su modo de operar.

Esencia de la conciencia: Concepto

La conciencia, hasta ahora, se ha considerado por su propia definición como el mundo


interior del hombre. Incluso, la denotación académica la define como la “propiedad del espíritu
humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo
experimenta. También representa el conocimiento interior del bien y del mal y el conocimiento exacto
y reflexivo de las cosas”.

Bien pensada, como ya lo hemos analizado, la conciencia es la que nos permite darnos cuenta
o percatarnos de las cosas o de juzgar una ley o la moral. En otras palabras: conciencia es darnos
cuenta de lo que nos está pasando a nosotros y de lo que pasa alrededor nuestro y juzgar a las cosas
que pasan con un sentido de ética y moral.

La conciencia, en alguna manera, es la forma de aprehender la realidad como sensaciones y


percepciones. Algunas expresiones llaman a esto el registro.

Otras definiciones la explican como el “conocimiento inmediato de sí mismo que tiene el ser
humano, de sus estados mentales y de relación con la realidad, integrado por un grado suficiente de
vigilancia (funcionamiento nervioso) y de lucidez (funcionamiento psicológico)”. No hay dudas de
que la conciencia es el principal instrumento para adquirir el conocimiento de algo. El conocimiento
de algo, en términos muy generales, es la ciencia. Como el hombre nace con la habilidad para
conocer por eso, es con scientia. El término con como preposición significa el medio, modo o
instrumento que sirve para hacer alguna cosa. También puede referirse a juntamente y en compañía.
De ahí que unir con y ciencia, estamos refiriendo dos posibilidades de significado: función mental
que viene junto con la función de conocer apenas nacemos, y la otra posibilidad, que es la que hemos
adoptado, como instrumento para adquirir y expresar el conocimiento, esto es, la ciencia. Sin
embargo, como todas las palabras muy usadas, además de su denotación o etimología, el término
conciencia ha sido cargado de muchas connotaciones para referir a diferentes fenómenos y procesos.

Así, como lo hicimos notar, conciencia puede ser:

1. vigilia: estar despierto y en contacto con el mundo externo


2. principio evaluador de normas y valores éticos y morales
3. instrumento de conocimiento como “darse cuenta”, advertir los sucesos o fenómenos y los
objetos externos que captan nuestros sentidos o los que surgen del interior y “nos pasan por la
cabeza”

La conciencia, evidentemente, es todo esto y algo más. Pero una cosa es incontrovertible:
para que estemos en pleno uso consciente y la conciencia pueda cumplir todas estas funciones, debe
estar despierta, esto es, vigil. No hay que confundir las percepciones conscientes que se producen
entre el estado de conciencia y el estado preconsciente o subconsciente como son las imágenes
oníricas o hipnagógicas producidas por sueños o en el estado de somnolencia y de otros fenómenos
similares. Lo que está en la zona gris entre conciencia, subconciencia e inconsciencia son fenómenos
perceptibles por la conciencia, pero de ningún modo son conciencia hasta que se instalan plenamente
en ellas. Podemos percibir imágenes oníricas o hipnagógicas pero recién cuando se recuerden y
reconozcan en el estado vigil serán conscientes. Esto no significa que la conciencia esté trabajando
bajo un nivel subliminal de atención despierta.

Los fenómenos subconscientes como los inconscientes, son actividades espirituales como
funciones mentales, pero su naturaleza no es consciente propiamente dicha porque no están en ella.
Son “concientizables” desde el momento en que pueden aparecer en la conciencia. Sólo son
fenómenos conscientes los que se dan en el estado vigil.

Para que la conciencia esté activa (lo que ocurre cuando el hombre está despierto o
consciente), se desarrolla la atención o estado de vigilia (estado de conciencia) en el que las células
de la corteza cerebral se mantienen en un estado de excitación continua. Las funciones de la
conciencia, que se basan en la información de los sentidos, crean modelos de lo que le parece que es
el mundo.

Tales modelos reúnen algunas peculiaridades:

1. son constantemente “puestos al día” con informaciones nuevas que llegan al encéfalo desde el
mundo exterior, de modo que pueden crear un cuadro de imágenes en movimiento
2. pueden “engañar” al cerebro cuando el mundo exterior no coincide con el cuadro interior de
imágenes como ocurre con las alucinaciones y las ilusiones visuales, auditivas u olfativas.
Esta última característica de esos modelos, nos alertan de que no hay un mundo exterior que
obligadamente sea real para el cerebro, es decir, que este lo capte “tal cual” es. En última instancia,
para cada persona o individuo, solamente existe el mundo que su cerebro construye. Esta afirmación
es muy importante para poder entender y manejar el simple modelo de información que nos llega al
cerebro y que forma las ideas. Nos muestra que no siempre el cerebro puede construir una idea
adecuada, debido a un error de percepción, ya sea porque el órgano no está disponible o porque el
punto de vista no sea el correcto. También nos demuestra que el encéfalo puede ponerse a funcionar
de distintas maneras condicionando el instrumento de expresión espiritual y cada una de esas
distintas maneras de funcionar, produce un mundo interior diferente. Esto lo comprenderemos
mejor cuando estudiemos el cerebro proteico, donde lo anatómico, para ser efectivo y fiel expresión
de lo que realmente quiere o necesita nuestro espíritu, debe continuamente modificarse.

Desde otro ángulo, también hemos considerado antes que, podemos concebir a la conciencia
como el puente que permite que nuestra potencia interior “salga al exterior” sin abandonar su
mismidad o interioridad. Y lo exterior “entre” en la interioridad sin abandonar su ámbito. Esta
abstracción no es fruto de una idea como mera imaginación o concepción ilusa, sino una meditada
conclusión sobre el modo o la forma de cómo opera la conciencia para amalgamar lo interior con lo
exterior y viceversa. Es una vía de “doble mano”: el interior sale al exterior, el exterior se introyecta
hacia lo interior.

Estados de conciencia

Este tema se refiere a la forma en que se puede encontrar la conciencia en lo relativo a su


funcionamiento. Se diferencian varios estados de conciencia, dependiendo de la intensidad y rapidez
de la actividad de ésta, de su claridad y de la comprensión de su contenido. Así tendremos:

1. Estado de máxima claridad de conciencia o de conciencia plena


2. Estados de enturbiamiento, estrechez u obnubilación de conciencia o conciencia onírica
(estado de preconciencia o subconciencia): estados oníricos, estupor, confusión, estado crepuscular,
etc.)
3. Estado de falta absoluta de conciencia o pérdida de conocimiento: la anulación de la
conciencia es total cuando hay desvanecimiento o desmayo o lipotimia, sueño profundo y coma.

Nos hemos referido con anterioridad a que el hombre para tomar contacto, percibir o conocer
las cosas, debe estar en estado de conciencia plena, el cual le permite ejercitar todas sus facultades
mentales. La conciencia es un estado vigil, dijimos, es decir, el hombre consciente está despierto. No
está alucinado, confuso, ni semiconsciente. Está completamente en pleno uso de sus sentidos y su
razón.

Este estado de conciencia, a modo de un punto luminoso potente (foco), se concentra en


modos diferentes con la realidad:

1. Puede captar la realidad “tal cual” se le presenta a sus sentidos, es decir, conocer lo que ve, a
modo de una simple lente de cámara fotográfica. Sus sentidos registran la presencia de la cosa, sin
cuestionar su esencia. Esto ha sido interpretado por algunos pensadores como conciencia natural.
2. Pero puede ocurrir y ocurre, que el hombre decide enfocar la realidad pensando en ella,
buscando un sentido y un significado de las cosas, formando un concepto y un juicio sobre las
mismas. Esta sería una conciencia reflexiva, la que puede ejercer sobre las cosas exteriores
(conciencia crítica) o reflexionar sobre sí mismo, sobre su propio yo (autoconciencia).
3. Cuando esta conciencia reflexiva, deja el objeto físico (factum) para trascender a lo
metafísico, se transforma en conciencia de lo absoluto, (conciencia metafísica) tratando de indagar el
fin último de las cosas, lo que las cosas son realmente en sí, lo absoluto. La duda de muchos filósofos
es saber si el hombre tiene capacidad de abarcar lo absoluto. Más aún: ¿existe lo absoluto?, ¿o es sólo
una idea creada por el hombre? De cualquier manera, hay una tendencia innata a través de todos los
siglos de buscar y de encontrar la razón suprema de todo: lo absoluto.

Conciencia como saber

Heidegger ha definido que “el ser de la conciencia, como conciencia, es estar sabiendo” y
mientras esto ocurre “el ser del objeto, como objeto es el estar siendo sabido”. Luego, “el ser de algo
para una conciencia es el saber”.

Estas conclusiones heideggerianas rematan el pensamiento de que la conciencia, en


cualquiera de sus modos de ser, es el único instrumento válido del hombre para manifestar su
inteligencia y todas sus notas fundamentales, y la vía exclusiva del conocimiento y del saber. A estos
párrafos que anteceden hay que remarcarlos o subrayarlos o ponerlos en mayúscula porque son la
llave que permitiría a estudiosos y educadores ponerlos en la pista para que cuando estudien o
intenten comunicarse o modelar al hombre, sepan que los signos o señales que recibe no siempre
pueden ser interpretados con una determinada intención.

Por esto es fundamental conocer muy bien la forma en que, el hombre a estudiar o educar,
percibe y recepta las señales, para adecuar los códigos de estudios o de comunicación a esa especial
condición del receptor. Así, también, sabemos que la conciencia o el estado de receptividad pueden
ser modificados por las situaciones ambientales, los fármacos, las propias emociones y otras variables.

Atendiendo todos los conceptos que hemos expuesto, en síntesis, se puede apreciar que la
palabra “conciencia” se utiliza para referirse a varios fenómenos y procesos.

De esto tendremos que:

1. se usa como sinónimo de vigilia o conciencia vigil (estar despierto y en contacto con el
mundo externo). La relación entre vigilia y conciencia es muy estrecha, por lo que suelen
considerarse sinónimos. La percepción es totalmente sensorial y hay completo estado de atención. Se
observan las cosas con interés y concentración. Es la llamada conciencia clara. También puede
considerarse como la conciencia del “yo”
2. como conciencia moral para lo cual se relaciona con los conceptos del mal y del bien para lo
cual debe observar un conjunto de normas y valores para regir la conducta, lo que se adquiere con el
proceso de socialización
3. como conciencia de percepción o sea “darse cuenta”, advertir los sucesos y los objetos
externos que capta continuamente el aparato sensorial de nuestros órganos (percepción sensorial);
como así también las cosas que “nos pasan por la cabeza” como pensamientos, recuerdos e imágenes
mentales diversas y otros fenómenos mentales como la telepatía, premonición, etc. (percepción
extrasensorial). En la percepción extrasensorial, o como puede ser en un éxtasis, los sentidos quedan
fuera de uso y la conciencia está en una especie de “estado de suspensión”. Se está despierto pero no
hay percepción sensorial. No hay atención exterior, sino interior.
4. como conciencia onírica o preconciencia que es una especie de estado intermedio entre el
vigil y el sueño. Ocurre antes de dormirse y al despertar. No se está durmiendo propiamente ni se está
despierto del todo. No hay estado de conciencia plena sino de semiinconsciencia o semiconciencia. Es
la conciencia de las imágenes hipnagógicas. En este sentido conciencia no es igual que vigilia. Hay
un estado de conciencia nublada. Es también sinónimo de estado subconsciente. Esto lo comparamos
en el esquema informático de la mente, como cuando la pantalla de la computadora, ya activada,
comienza a instalar el “escritorio”, es decir, los “programas habituales” que utiliza la mente personal.
Hasta que no se “instala” dicha pantalla, las imágenes que pasan por ella son muy fugaces,
incomprensibles, difíciles de captar y la conciencia, como la pantalla, no están dispuestas para operar
plenamente con ellas. Es un nivel bajo de conciencia, por lo que podría llamársele también
conciencia subliminal.
5. como conciencia intelectiva o estado de conciencia que permite usar el intelecto para adquirir
el saber. Es un estado necesario para el aprendizaje y la adquisición del conocimiento en general.
6. como conciencia volitiva que luego estudiaremos

Conciencia como “yo”

No es posible que dejemos de cambiar en ningún momento, desde que nacemos,


transcurrimos la infancia, crecemos en la adultez y llegamos a la ancianidad. Siempre hay un cambio
continuo, no sólo del cuerpo sino de las circunstancias e incluso de ámbitos donde vivimos. Los
cambios continuos de nuestro cuerpo y entorno, obligan a nuestra mente a afrontar en cada instante,
nuevas experiencias. Para Matthieu “somos un flujo en constante transformación, pero, al mismo
tiempo, también tenemos la idea de que, en el núcleo de todo ello, existe algo estable que ‘nos’
define y permanece constante a lo largo de toda la vida”. Esa idea ilusoria de la permanencia de una
instancia interior inmutable es lo que origina el concepto del “yo”. El yo constituye nuestra identidad
y no es la actitud consciente de un mero pensamiento del yo que ocurre cuando decimos “tengo frío”
(o calor), cuando estamos vigiles o cuando se nos llama por nuestro nombre. La expresión del
sentimiento del yo sólo es posible a través de la conciencia, por lo que de ese modo la conciencia, de
alguna manera, representa el yo. La yoidad se logra en pleno estado de conciencia para apreciar la
autopercepción o percepción de sí mismo.

Para el budismo el yo es una simple corriente o flujo que se halla en continua


transformación. Por esa razón no se puede ubicar al yo en ninguna parte del cuerpo en especial ni se
puede afirmar que “ocupa” todo el cuerpo. En el supuesto de que ubiquemos al yo como conciencia,
debemos admitir que ésta también consiste un flujo en permanente transformación. Por otro lado, si
el pensamiento pasado ya fue, no está hoy, y el pensamiento futuro todavía no se ha formado o
presentado, ¿cómo puede ubicarse el yo a mitad de camino de algo que se ha ido y de algo que
todavía no llega? Por lo tanto, ese algo no identificado totalmente con la mente ni con el cuerpo, ni
con ambos, ni tampoco puede conceptuarse como algo distinto de ellos, tendremos el problema de
justificar la existencia de un ente o cosa sin una base material o inmaterial.

Debido a esto, es probable que el concepto de yo no sea nada más que una simple palabra que
funciona como lo postula la teoría del nominalismo, la que dice que existe la creencia de que con
sólo darle nombre a una cosa, ésta ya existe. Entonces, si no hay prueba de existencia del yo debe
admitirse es una “ilusión de yo” reforzada por el “apego al yo” que considera que ese yo es un
existente que debe ser complacido y mimado y esto genera el conflicto entre atracción y aversión o
repulsión. El apego al yo se refiere al aferramiento profundamente arraigado a una entidad
(identidad) considerada permanente que parece residir en el mismo núcleo de nuestro ser y que nos
define como el individuo particular que somos. Se acompaña, generalmente, de un sentimiento de
que el yo es vulnerable y por lo tanto es pasible de ser protegido y mimado. Esto lleva al rechazo de
lo que pueda amenazar al yo y a la atracción por todo lo que le complazca, le consuele y le haga
sentir seguro y feliz.

Matthieu cree que esa atracción y ese rechazo en defensa del yo es la fuente primaria o básica
de todas las otras emociones. Hemos hecho referencia a la visión occidental en donde en el nivel
convencional de la existencia cotidiana todas las personas funcionan como si el yo y los objetos que
los rodean, fuesen entidades permanentes. En cambio, la visión budista de la “vacuidad del yo”
concuerda con los modelos del “yo virtual”, desarrollados tanto en los campos de la biología y de la
ciencia cognitiva occidental. Incluso la filosofía y la psicología occidental consideran al yo como una
propiedad emergente en la interfaz que hay entre la mente y el mundo, especialmente el externo. Del
mismo modo que la mente, el yo carece de sustancia (existencia insustancial) y no puede ser situado
en ningún lugar anatómico, basándose en los procesos biológicos, en particular los de la
neurociencias y los cognitivos subyacentes. No obstante, mediante un mecanismo mental ilusorio de
la mente, se termina cosificando al yo y atribuyéndole una existencia sólida que no resiste un análisis
profundo.

Conciencia de percepción

Siempre el proceso de percepción puro y natural nos pone en contacto con el ente y éste es
aprehendido “tal cual”. No la percibimos como cosa sino como una entidad sin identidad. El ente
está ahí “ante los ojos” y “a la mano”, pero la mera aprehensión sensorial nos forma primero la
imagen sensorial (visual, olfatoria, gustativa, táctil o auditiva) y luego nuestra mente usará la
abstracción para formar una imagen mental que fija la forma, sin conceptuar su naturaleza
(identificarla). Hemos realizado con la idea un signo objetual. Todo esto es válido, pues es el
mecanismo mental o intelectual con que conocemos los entes. Pero, luego la mente comenzará otro
proceso mental que es el de conceptuación y comienza el análisis del ente.

De ese análisis puede emerger una serie de cualidades que hacen un concepto natural del
ente: si es animado o inanimado, si es ilusorio, abstracto o concreto, si es natural o artificial, es
material o inmaterial, si es corporal o espiritual. Este es el proceso de cosificación natural que lleva a
dar una identidad a la entidad para hacerlo universal. Esto indica la apariencia o forma como
aparece la flor, la emergencia del ente y sus cualidades inmediatas. El concepto formado nos
permitirá en lo sucesivo identificar todo otro ente similar. Pero hay una forma de percibir a un ente
determinado como una realidad independiente en sí misma que opera como un “parece ser” tal cual
fue la apariencia que dio origen a la cosificación natural. Pero cuando el “parece ser” se confunde
con la esencia, o sea, lo que las cosas son en sí como entes independientes, es cuando se inicia una
“reificación” o “cosificación” similar a la que da lugar al fenómeno de proyección del yo, donde se
atribuye al ente lo que no es propio de él pero se le considera como si fuera parte de su naturaleza. La
“cosificación” como proceso mental de falsa conceptuación o conceptuación meramente aspectual es
lo que se conoce como opinión.

La observación seria es lo que entendemos como observación concentrada. La que induce un


mejor proceso de conceptuación, para llegar a una evaluación del ente que no lo convierta sólo en
una entidad independiente sino que comprendamos que el sólo hecho de haberlo percibido, formado
idea y un concepto, hemos introyectado al objeto. Esto significa que su concepto es dependiente de
nuestro mecanismo mental y no del objeto en sí. La existencia pura del ente como objeto, es
independiente. Pero en el caso de una percepción de una sensación interna, si bien el mecanismo de
percepción es independiente de la sensación, la sensación en sí no es independiente, pues sólo es
conocida y adquiere entidad e identidad si es percibida. Pero si esa percepción origina el concepto
erróneo de una supuesta independencia del ente, como que existe por sí mismo en forma absoluta, en
el caso de una sensación, esto es totalmente falso. Sin mente no hay sensación. Luego, la sensación
siempre es dependiente de la mente y su existencia sólo es posible si la mente lo permite. De ahí, que
la evaluación correcta que surge de la denominada observación seria es la que permite distinguir que
todo objeto depende de la percepción y del modo de conceptuarlo y, en ese sentido, siempre
dependerá de la mente en cuanto a su identidad o identificación mental. Sin esa identificación, el ente
pasará desapercibido (esto significa que no es percibido, o es percibido fugazmente o es percibido en
forma distraída) y no queda registrado en la mente.
En consecuencia, por todos estos conceptos, la percepción de un ente puede ser:

1. percepción nula (no percibido en absoluto)


2. percepción desapercibida (percepción fugaz o percepción distraída, percepción subliminal):
esto ocurre cuando la fugacidad de la percepción no permite una observación detenida del ente para
que quede registrado en la mente, o bien, la mente ocupada en otro acto mental (desatención), hace
una percepción soslayada, pero no detenida ni meditada, lo que evita también el registro mental y
esto es lo que se conoce como distracción; o hay registro inconsciente o subconsciente.
3. percepción natural: el ente es registrado por los sentidos o percibido internamente (sensación
interna) y forma una idea o imagen mental, sin concepto ni identificación del ente (ente tal cual
según las cualidades percibidas)
4. percepción conceptuada: es una percepción atenta y concentrada que además de aprehender,
hacer abstracción de las cualidades del ente y formar la imagen mental o idea (signo-objeto) forma
también un concepto o definición significativa que le da identidad al ente (significado-sentido que
opera como significado del significado o sentido del ser) y esto origina el signo lingüístico o logos
(palabra) que se expresa como sonido (fonética) o como grafismo (signo, letra o palabra escrita)
5. percepción seria (percepción auténtica): es la que comprende que todo significado sentido es
un proceso mental y luego todo lo formado en la mente como entidad son de naturaleza dependiente
y todos los entes objetivados por la mente son objetos mentales dependiente de esa mente. Distingue
muy bien entre el ente en sí (no como ente percibido) y el ente percibido con registro mental (objeto
dependiente de la mente o producto de la subjetividad) (cosificación auténtica)
6. proceso de reificación o cosificación no auténtica: es la percepción mal conceptuada que
confunde lo que cosa parece ser con lo que es verdaderamente como un producto mental. Da un
significado distinto al ente que difiere al de la naturaleza verdadera del mismo. Concibe a lo subjetivo
como un objeto independiente en sí, de existencia real fuera de la mente. Proyecta lo subjetivo hacia
lo objetivo, como si lo subjetivo fuese cualidad inherente del objeto.

Todos estos procesos, dados en un bloque simultáneo, especialmente en lo referente a los


procesos de aprehensión y el de cosificación, son operaciones mentales que involucran muchos
circuitos neuronales y sinapsis, de forma tal, como ocurre con la memoria, no es posible establecer, al
menos en forma precisa, un correlato neuronal concreto, con relación a esos procesos. ¿Puede el
cerebro distinguir entre cognición válida (auténtica) y cognición falsa (inauténtica)?. Esta pregunta
puede presuponer que el cerebro reacciona en forma distinta, desde el punto de vista
anátomofuncional, en un proceso o en el otro. Es muy probable que no sea así. No se trata de una
neuroquímica distinta para un pensamiento verdadero y otro falso. Estos mecanismos intelecto-
mentales tienen en el cerebro una vía común final en lo anatomofisiológico. Significa que pensar es
un acto único, como proceso mental. El contenido del pensamiento es una operación abstracta que no
depende de una estructura neuronal ni de un neurotransmisor distinto. Sólo la configuración del
pensamiento (pensamiento neutro o pensamiento turbulento) puede variar la neuroquímica, pero esto
no es propio del pensamiento.

Hemos dicho que sobre los pensamientos impacta, tanto la neutralidad adquirida por
adiestramiento frente a reacciones conmocionantes, como la turbulencia emocional o sentimental o
pasional o instintiva. Si hay una reacción con un correlato neuroanatomofuncional, esta se deberá a la
perturbación que lo afecto-emotivo-instintivo provoque, más que en el pensamiento, en la fisiología
del sistema nervioso. De igual modo, la neutralidad tiende a disminuir al máximo la fisiología
cerebral y de otras partes del sistema nervioso que se activa con las emociones y otros sentimientos o
sensaciones similares. Las reacciones neurobiológicas están en relación con los estímulos endógenos y
exógenos, más que con los actos mentales en sí. Un acto mental produce una acción o reacción
neurobiológica si es fuente de un estímulo (estímulo endógeno) o receptáculo de una estimulación
externa. Son los estímulos, no el proceso mental en sí, lo que induce al cerebro a reaccionar con una
neuroquímica especial que involucra un sofisticado mecanismo genético que comanda todas las
funciones normales y patológicas del cerebro. Nosotros sabemos con bastante certeza que los genes
comandan todas las acciones y reacciones del cuerpo, a través de la producción de complejas
proteínas, las que actúan como hormonas, anticuerpos, neurotransmisores, enzimas, etc.

El término de “proteína” también deriva de la raíz etimológica de Proteo y es una sustancia


“proteica” que conlleva la naturaleza de poder ser cambiante de acuerdo a las necesidades
circunstanciales. Incluso, el proteoma humano (conjunto de todas las proteínas pasibles de ser
codificadas por los genes) es muy superior en número y complejidad, al genoma humano. Un gen
puede generar cientos de proteínas diversas. Esa capacidad, aún no reconocida totalmente por la
neurociencia y la genética, es el desafío biológico del siglo XXI. Los priones han abierto un campo
especial y curioso de estudio, de la posibilidad de que los genes sean directamente estimulados por
proteínas para cambiar su genoma o su proteoma. Hasta ahora se sabía de enzimas, complejos
enzimáticos y determinadas sustancias que impactaban sobre receptores citosólicos (receptores
endoplasmáticos que ubican sobre la pared nuclear) y allí ejercen acción sobre los genes provocando
su mutación (mutación adquirida). Estas mutaciones adquiridas si se realizan sobre células somáticas
son mutaciones adquiridas no heredables, mientras que las mutaciones adquiridas que afectan a las
células sexuales o gametos, son susceptibles de ser heredadas o, al menos, provocar malformaciones
congénitas. Las emociones y otras sensaciones que estimulan los actos mentales, como ya se ha
comprobado en el estrés y otras patologías psíquicas, provocan mutaciones genéticas adquiridas. De
ahí que cuando una neurona es superactivada, puede hipertrofiar o atrofiar por agotamiento, como
así también la neurona no usada se atrofia. Esto interfiere en la inteligencia. Lo que no sabemos, ni se
ha comprobado, es en cual grupo neuronal se genera o actúa la inteligencia.

Cuando el acto intelectivo está activo o estimulado o en plena acción, es tanto el número de
neuronas, sinapsis y reacciones neuroquímicas que se detectan con los más sofisticados equipos
tecnológicos, que da la impresión de que el cerebro actúa in toto (participación completa o total).
Una emoción puede comenzar en la región prefrontal de la corteza, pero pronto se traslada al eje
hipotálamo-hipofisiario-adrenal y así implica una reacción generalizada, lo que se ha denominado
inmunoneuroendocrinología, pues afectan el sistema inmunológico, el sistema nervioso y el sistema
endocrinológico. Estos sistemas tiene circuitos neuronales específicos para cada aparato o sistema
extranervioso, pero las neurociencias han descubierto que lo que se creían sistemas autónomos que
operaban como minisistemas nerviosos en circuito cerrado, no son tales. Todos esos sistemas que
activan el aparato renal, cardiovascular, digestivo, respiratorio, etc. dependen siempre del sistema
nervioso central al que están conectados por sinapsis y circuitos sutiles. Esto ha permitido
comprender por qué una emoción que se origina en el cerebro, afecta a cualquier aparato o sistema.
De igual modo, todas las funciones orgánicas responden a un comando cerebral central, aunque
tengan automatismos propios, como ocurre con el latido cardíaco, el ritmo respiratorio, el ritmo
circadiano, etc. La mente influye sobre todos ellos, más de lo que ellos pueden influir sobre la mente.

A los conceptos de percepción que hemos repasado hay que agregar dos formas básicas de la
percepción:

1. percepción sensorial: la que se percibe a través de los sentidos


2. percepción extrasensorial: la que se percibe fuera de los sentidos, generalmente son
sensaciones internas o endógenas

Más adelante analizaremos estos conceptos, especialmente los relativos a las percepciones
extrasensoriales, cuando estudiemos las sensaciones en general.

Los niveles de conciencia (según el budismo)


Es evidente que la psicología, que resume el pensamiento occidental, se ha preocupado de dar
niveles al estado de conciencia, de igual modo que la neurología médica. Así se habla de estados de
conciencia totales o parciales o disminuidos. De una conciencia propiamente dicha, de una
preconciencia o subconciencia y de una inconsciencia. Y así sucesivamente. El budismo resume la
conciencia en sólo tres niveles. Esto permite dilucidar la cuestión de que si las emociones negativas
son inherentes a la mente, es decir, pertenecen a la naturaleza básica de la mente. Los tres estados
conciencia del budismo serían:

1. burdo
2. sutil
3. muy sutil

El nivel burdo de conciencia es el que tiene correspondencia entre el funcionamiento cerebral


y la interacción del cuerpo con el entorno. Es donde se tienen todas las clases de emociones (nivel
emocional). El nivel sutil de conciencia correspondería a la noción del yo y a la facultad introspectiva
con lo que la mente examina su propia naturaleza. Está referido, también al nivel mental que
comprende las tendencias y pautas habituales.

El nivel muy sutil de conciencia ubica en la facultad cognitiva misma (el conocimiento en sí)
referida a la conciencia como cognición pura (sin objeto particular en el cual concentrarse) A este
nivel se le suele llamar “luminoso” que sería la facultad básica de cobrar conciencia, sin teñido
alguno de conceptos o emociones. Es la conciencia básica, a veces considerada como “naturaleza
última de la mente”. Esta conciencia se actualiza de manera plena y directa, sin velo de ningún tipo.
Es tenida como “naturaleza de la budeidad”. Es un nivel de conciencia que es generalmente
inadvertido, a menos que se someta a un entrenamiento contemplativo. Este es el nivel superior de la
mente y la conciencia donde el hombre alcanza una paz, armonía y equilibrio interior (estado de
placidez) que también se denomina nirvana, donde no anida ninguna emoción conmovedora y,
mucho menos, las destructivas.

Para el budismo estos niveles de conciencia, a diferencia del occidentalismo que lo entiende
como niveles o corrientes paralelas, actúan como un océano que tiene diferentes niveles de
profundidad. De ese modo, las emociones tiene que ver con el nivel burdo y un poco menos con el
sutil, pero no llegan al nivel muy sutil. Pueden compararse como las olas superficiales del océano que
se desplazan en la superficie pero no afectan la profundidad, en este caso, la profundidad que
representa a la naturaleza fundamental de la mente. Precisamente, quienes se ejercitan en la
meditación profunda, como los budistas, manifiestan que no han encontrado, en el nivel profundo de
conciencia, ninguna emoción negativa. Por eso, consideran a la conciencia muy sutil como luminosa
y estado totalmente ajeno a todas las emociones destructivas, y despojado de toda negatividad. Esta
razón la convierte en la meta principal de toda contemplación

Conciencia, atención mental y concentración

Podemos considerar que la conciencia es como una especie de haz de luz que ilumina todo el
entorno, abarcando sólo una porción de él. Esto, según James, configura una especie de campo de la
conciencia (teoría de los campos que luego analizaremos) y que, en esencia, es la atención mental. La
atención mental es, denotativamente, la acción de aplicar voluntariamente el entendimiento a un
objeto espiritual o sensible, tener en cuenta o en consideración cosa alguna. En lo relativo a la
conciencia, podemos definir a la atención como la concentración de la conciencia y concentración es
la acción de reunir en un centro o punto lo que estaba separado. La llamamos atención mental para
diferenciar otras denotaciones y connotaciones de la palabra atención. Atender es “darse cuenta” de
algo y es la función de “enfocar bien” la conciencia en algo, para que perciba nítidamente
(conciencia clara). Es como si la conciencia se enfocara en un punto determinado y ahí coloca la cosa
o cuestión a considerar. Opera del mismo modo que la comprensión de la inteligencia, por lo que
puede representarse con este esquema:

Atención de la conciencia

Cosa Campo de conciencia o estrechez


(concentración)

La atención estaría representada por el haz de las dos líneas que abarcan el círculo, el cual
representa el punto donde está concentrada la cosa o cuestión que interesa (foco de atención). La idea
de una mente enfocada por la atención impresiona como que la atención consiste en la formación de
un campo de conciencia o en una forma de estrechez de la misma debido a la concentración. El
mundo que nos rodea es complejo. Otras veces, la atención no puede ser total y está en “foco suave”
y percibe con menos nitidez y “apenas se da cuenta” de algunas cosas. Pero en otros momentos la
atención esta “fuera de foco”, como ocurre con la distracción o dispersión mental y las percepciones,
si las hay, son borrosas y difusas. Muchos estímulos simultáneos bombardean nuestros órganos
sensoriales, de modo que, para que el medio sea coherente para nosotros y podamos desempeñarnos
y conducirnos en él de manera apropiada, es indispensable que hagamos una selección que nos
permita percibir lo que es relevante para nuestro interés y hacer a un lado lo irrelevante. Tanto
nuestros sentidos internos (la cinestesia que es la percepción de la postura y del movimiento propio y
la cenestesia que es la percepción visceral que se manifiesta cuando tenemos hambre o sed o
necesitamos ir al baño) como de los sentidos externos (vista, oído, tacto, olfato y gusto), nos ayudan
en la tarea de prestar atención a nuestro cuerpo y su rededor. La capacidad de enfocar esos sentidos
hacia estímulos específicos es lo que consideramos y llamamos atención y a la atención sostenida la
denominamos concentración. Lo contrario es la dispersión mental.

La atención mental depende de muchos factores:

1. Factores del organismo: es la atención en función de algunas necesidades corporales o física,


por ejemplo, hambre (la atención se concentra en estímulos olorosos y visuales relacionados con la
comida); si desea llegar a un lugar determinado, la atención se concentra en el sistema de señales que
nos lleven a destino; el impulso sexual nos llevará hacia las personas atractivas (sex appeal). Así, los
diversos intereses nos llevarán a la búsqueda de estímulos pertinentes específicos. Esto es lo que hace
que cada persona enfoque su atención de manera distinta. Tanto la diversidad de intereses como la
tendencia a concentrarse más o menos en el detalle o en la situación global, dependen del tipo de
personalidad. Los obsesivos tienden a fijarse con mayor concentración en detalles. Los
“impresionistas” (que se dejan llevar por impresiones) tienden a percibir las situaciones de manera
global y con algún grado de dispersión y asociándolas a emociones de agrado y desagrado.
2. Factores de la naturaleza del estímulo: en este punto hay que discernir tres situaciones
distintas:

• intensidad del estímulo que atrae la atención y hace que se aparte del objeto o de la situación
en la que se concentraba anteriormente, por ejemplo, cuando oímos un ruido fuerte o vemos una luz
potente. Es un estímulo intenso que estimula atención involuntariamente y en forma no deliberada.
• novedad del estímulo: todo lo nuevo o en general, diferente, atrae la atención y ya no se
advierten hasta que desaparecen. Son percepciones de estímulos de poca intensidad a los que
enfocamos deliberadamente. Esto ocurre generalmente con las modas o hábitos distintos a los
nuestros que nos llevan a advertir la vestimenta o el peinado de una persona, la pintura distinta de
una fachada conocida, un hecho distinto a lo cotidiano, etc.
• repetición del estímulo: cuando un estímulo se repite indefinidamente y en forma continua se
produce el fenómeno de habituación y esos estímulos dejan de llamar la atención a tal punto que
dejan de advertirse o percibirse, obrando de modo como si desaparecieran. Esto ocurre con el tic tac
de un reloj y otros sonidos monótonos.

Variantes de la atención

James ha propuesto lo que él llama variantes de la atención, según las siguientes variables:

1. En relación con la naturaleza del objeto de atención:

¬ Objetos percibidos por los sentidos: es una atención de los sentidos o atención sensorial.
Opera la extrospección
¬ Objetos ideales o representados por la mente: es una atención concitada por ideas,
pensamientos, conceptos o sensaciones interiores que ocupan la mente. Sería una especie de atención
intelectual. Opera la introspección

2. En relación con la captación de un objeto en sí o de una captación referida:

¬ Atención inmediata: es una especie de atención directa sobre el objeto en sí mismo, sin
relación con ningún otro objeto.
¬ Atención derivada: es una especie de atención indirecta sobre un objeto, cuando su interés se
debe a la asociación alguna otra cosa inmediatamente interesante. Otros autores le llaman atención
aperceptiva

3. En relación con la voluntad

¬ Atención voluntaria: llamada también atención activa y es la que se realiza por un esfuerzo
volitivo, es decir, con intervención expresa de la voluntad de atender. Esta atención, según James, es
siempre una atención derivada y puede aplicarse a la atención sensorial y a la intelectual.
¬ Atención involuntaria: es la atención que aparece sin intervención de la voluntad por es esto
puede ser una atención pasiva, refleja o sin esfuerzo. Según James, suele ser provocada siempre por
un estímulo súbito o muy intenso o voluminoso, de forma tal que es una atención de orden sensorial
inmediato. Es la que concita un estímulo instintivo.

4. En relación con el tiempo de duración:

¬ Atención fugaz o no sostenida: está relacionada con la atención involuntaria normalmente,


pero también puede aplicarse a la atención voluntaria, la cual no puede, normalmente, sostenerse por
más de unos cuántos segundos cada vez.
¬ Atención sostenida: siempre es una atención voluntaria esencialmente y es la que permite que
la atención sobre un objeto, que considera interesante, sea mantenida mediante la repetición de
sucesivos esfuerzos voluntarios que retrotraen iterativamente a la mente a fijarse en el mismo objeto.
La atención sostenida y concentrada que opera sobre actos mentales creativos es una atención activa y
propia de gente adiestrada intelectualmente y, según James, de los llamados “genios”. Pero puede
existir una atención sostenida pasiva por diversas causas. Una de ellas es cuando hay obsesión por un
objeto, ya sea en forma normal o patológica. Este autor remarca la diferencia que hay entre la
atención sostenida de un genio con la de un enfermo mental, porque el genio usa de la atención para
ser creativo (atención productiva), mientras que la atención patológica es rígida (idea fija) y
monótona (gira siempre en torno de una sola intención) e improductiva. La atención sostenida eficaz
normalmente alcanza un lapso que llega a los veinte minutos. Más allá queda otro lapso igual pero
menos eficiente. Por encima de los 40 minutos se produce una especie de fatiga de la atención, la
que es compensada con una dispersión mental o desatención considerada fisiológica (descanso
atencional). Si el requerimiento de la atención supera los 40 minutos, además de la dispersión puede
aparecer otras sensaciones como el tedio, fastidio o somnolencia.

Preparación atencional y habilidad introspectiva

Las diferentes modalidades de la meditación fueron llamadas por Varela y Lutz, “estrategias
de preparación atencional”. La preparación atencional está relacionada con el estado de una persona,
anterior al momento de percepción. Está referida a cómo se encuentra la persona antes de tener una
percepción. Lo importante era averiguar cómo se hallaba el estado atencional en un estado mental
ordinario o cotidiano y cómo en la meditación. ¿Cuál es la diferencia de atención entre una persona
no concentrada y la concentrada en la meditación? La concentrada analiza el estado mental instalado
inmediatamente antes de un determinado momento de percepción. Los estudios realizados
demostraron que, generalmente, en una persona con estado mental ordinario, resulta imposible
determinar el estado emocional concreto con que abordan el momento del reconocimiento o de
percepción, pero en el estado de concentración o meditación, la persona es capaz de permanecer en
un estado concreto y estable poco antes de la percepción, lo que permite controlar con gran precisión
el momento del reconocimiento, es decir, el estado presente décimas de segundo antes de que se
evidencie o produzca la percepción. Este estudio es parte del estudio de las relaciones entre la
actividad cerebral y los estados mentales. La dificultad mayor de los estudios e investigaciones en
laboratorio es que los sujetos sobre los cuales se experimenta e investiga, son motivados en forma
diferente de cómo lo hacen en la vida cotidiana fuera del laboratorio. Esto ocasiona reacciones
múltiples y distintas que introducen variables no contempladas en las reacciones normales o naturales
y que no son inducidas por el estudio en sí. Son reacciones que generalmente llevan a resultados
difusos o datos aproximados, a pesar de la excelente exactitud de los aparatos tecnológicos y técnicas
de detección de las neurociencias. Los estados mentales inducidos por el pedido de evocar una
determinada imagen o un recuerdo emocional despiertan reacciones distintas en los diversos sujetos
de experimentación y esto produce resultados incongruentes. No ocurre lo mismo con sujetos
entrenados en la meditación que pueden concentrarse con mayor eficacia en lo que se les pide. En
consecuencia, los polos de las neurociencias pasan por dos variables básicas y fundamentales: el
entrenamiento del sujeto observador científico y la preparación o adiestramiento del sujeto del
experimento. La confluencia de sujetos observadores hábiles y de sujetos de experimento adiestrados
permiten los avances de la neurociencia cognitiva, pues se pueden obtener resultados más precisos
con sujetos que sean capaces de generar una y otra vez, a voluntad, determinados estados mentales de
atención concentrada y de sujetos que sean capaces de percibirlos y describirlos avezadamente. Con
estas condiciones se aprecia en cada uno de los estados mentales estudiados la presencia de una
actividad global del cerebro y, coyunturalmente, alguno que otro efecto focal y, en forma general,
hay lateralidad muy equilibrada entre ambos hemisferios. Todo esto conforma el fenómeno de
habilidad introspectiva, es decir, la mejor capacidad de una persona para introyectar imágenes y
mejorar la percepción (atención concentrada) no sólo en la captación sino en la comprensión y
esencia de los fenómenos o cosas percibidas e introyectadas.

El entrenamiento mental para la iluminación o estado de conciencia libre


La ductilidad del cerebro, comprobada por las investigaciones de las neurociencias, puede ser
aumentada con el adiestramiento mental, siendo uno de los medios la meditación. Estas prácticas
provocan cambios cerebrales que mejoran la salud mental y física y promueven estados de ánimo
positivos, como puede ser la felicidad. Estos estados de ánimo no son rasgos biológicos inmutables
que se pueden heredar por un medio genético estricto, sino son estados mentales pasibles de ser
sometidos a transformación con entrenamiento mental debido. Las transformaciones permanentes del
cerebro y de la personalidad, que promueven el bienestar personal, son denominadas, por Davidson,
“rasgos alterados” de conciencia. Este autor afirma: “los resultados parecen evidenciar la posibilidad
de que uno pueda seguir avanzando en el proceso de transformación y, como reiteradamente han
afirmado algunos grandes contemplativos, acabe liberando su mente de las emociones conflictivas.
Entonces, empieza a cobrar sentido la noción de iluminación”.

James considera que la atención sostenida voluntaria hace que la mente sea “más rica en
adquisiciones, y más fresca y original. En estas mentes los temas crecen, florecen y se desarrollan”.
Considera que esta atención es extraordinaria y por eso la aplica a los llamados “genios”. Pero aclara
que si bien el genio usa de la atención voluntaria y concentrada, creativa, no son genios por esa
cualidad que es una consecuencia y no la causa de la genialidad. La genialidad les viene por su
naturaleza de genios.

Genio proviene del latín genius que significa numen, inclinación, disposición, humor. Todos
poseemos genio en relación con la disposición habitual, índole o inclinación natural que, bajo la
forma de carácter o energía, obra en cada individuo. Pero en la manifestación extraordinaria de un
ser humano, la RAE denota que genio es lo referido “gran ingenio, fuerza intelectual extraordinaria
o facultad capaz de crear o inventar cosas nuevas y admirables”.

Es propio de los genios desarrollar una disposición especial para una determinada cosa como
puede ser la ciencia o el arte, de forma tal, que se manifiesta con una capacidad artística o intelectual
extraordinaria. Estas acepciones descartan otras como es el genio como humor (tener mal o buen
genio, según se sea malhumorado o alegre) o como carácter propio de cada persona.

Conciencia y dispersión mental (desatención)

Cuando se desvía la atención o se pierde la concentración aparece el estado de dispersión


mental o desatención que es todo lo contrario de concentración, pues acá se separa o desparrama lo
que estaba ubicado en un punto o centro de reunión. La dispersión mental es una alteración de la
atención por varios trastornos y constituye un déficit de atención. Acá podríamos hablar de estados
alterados de la atención y dan lugar a estados o conductas hiperactivas (hiperquinesia) o cuando hay
conductas por distracción. En los estados hiperactivos hay tres condiciones: desatención,
hiperactividad e impulsividad. En los estados de distracción predomina la desatención. Por lo tanto
trataremos las características de la desatención:

1. incapacidad para permanecer ocupado o concentrado en una tarea. Pérdida de la contracción


2. facilidad con que los estímulos irrelevantes llaman la atención en forma múltiple (dispersión)
3. dificultad para cumplir instrucciones en una tarea determinada o no retener lo que se escucha
4. olvido de recuerdos, indicaciones o extravío frecuente de útiles determinados o requeridos
para una tarea (lo más común: olvidar llaves, anteojos “sin acordarse donde se pusieron”)
5. rechazo o evitación a la dedicación de actividades que requieren atención mental sostenida,
por ejemplo, estudiar o manejar maquinarias que requieren atención extrema.

La atención y la escuela de la Gestalt


Esta escuela sostiene la teoría que afirma que la atención es un proceso que selecciona
fracciones de una experiencia dada, de tal modo que resalten sobre su contexto. Esto es conocido
como el predominio de la figura (considerado como estímulo por atender) sobre el fondo (ámbito,
contexto o circunstancia que rodea a esa figura). Este proceso de atención “acomoda” la figura como
una suerte de estructura posteriormente reconocible, ya sea por el caso de que sea novedosa, o bien,
como para confirmar lo que ya se ha observado. Para que este proceso se lleve a cabo, es sumamente
necesario que la figura (forma) afecte, interese o provoque la valoración del sujeto (es decir, que
involucre su historia personal), pero que también sea un estímulo estructurado para que el sujeto lo
considere objeto de interés o atención. Las figuras desdibujadas, diluidas, no llaman la atención. La
figura estructurada es para la Gestalt, una “figura bien vista” o sea atractiva, lo que quiere significar
“lo que atrae la atención”. La atención implica que quien esté percibiendo esa figura, haga un
análisis de la información para resolver qué es ese objeto o figura que tiene ante sí. Esta teoría es
bastante aceptada dado que es frecuente observar en las diferentes personas, procesos y estilo de
atención que conllevan comportamientos que practican lo dicho en las formulaciones de la Gestalt.
Nosotros creemos que la escuela de la Gestalt es otro punto de vista interesante, pero no abarca todas
las posibilidades de la realidad del ser humano.

Otros puntos de vista sobre la atención

Hay psicólogos que creen mejor discernir lo que es la atención estableciendo sinópticos o
esquemas de campos. Así consideran que hay un campo ambiental, un campo psicológico y un
campo de conciencia. Estos conceptos no cambian lo que hemos expresado sobre atención y
desatención sino que expresan de modo diferente al discernir como entorno, o derredor o
circunstancias al campo ambiental, como mecanismo mental al campo psicológico y conciencia
directamente al campo de la conciencia. Hemos preferido hablar de atención o concentración cuando
nuestra conciencia y las facultades mentales están enfocada en un punto y desatiende otros estímulos;
y de desatención, dispersión o distracción cuando la conciencia y las facultades mentales no están
puestas sobre alguna cosa, o cuando deben prestar atención a una cuestión y se está pensando en algo
totalmente distinto.

Dado que el fenómeno de conciencia alerta o atención, opera prácticamente con los dos
mecanismos al mismo tiempo, y funciona como un solo bloque con las facultades mentales, no es
fácil entender el proceso estableciendo varios compartimientos como si fueran distintos entre sí. La
realidad abarca el entorno o medio o ambiente donde nos ubicamos en determinados momentos del
día y ahí la conciencia opera sobre lo que estimula o interesa a nuestra atención, mientras que
paralelamente presta desatención a otros estímulos. Siempre la concentración, contracción o atención
plena exige que simultáneamente opere la desatención de otros estímulos.

Es lo que sucede con los que estudian escuchando música. La concentración total en leer un
texto y memorizar su contenido les impide atender a la música. Sin embargo, la música como otros
estímulos externos e internos sirve como una especie de marco subconsciente (trasfondo) a pesar de
la aparente distracción. Estos fenómenos, que están presentes junto a la conciencia atenta, son los que
han permitido elaborar el concepto de subliminal: no son captados directamente por la conciencia
sino que operan en un espacio o limbo de la conciencia que se ha denomina preconciencia,
subconciencia, según las diferentes teorías. Lo cierto que cualquiera sea el modo en que se estudian
estos fenómenos de la atención y la desatención o el lenguaje empleado para describirlos, no afecta al
fenómeno en sí. Siempre será el mismo fenómeno y por lo tanto no se podrá describir cosas
totalmente distintas. Lo distinto, son los puntos de vista sobre el mismo fenómeno.

Operabilidad de la atención
Según Steve Johnson la atención y la concentración son productos de varias funciones
cerebrales, no sólo de una, aunque operen en bloque como una sola cosa. Comprender esto resulta
complicado. Así, en un nivel básico, los circuitos neuronales cerebrales relacionados con la atención
se conectan íntimamente con los circuitos de nuestros sentidos. Esto permite con frecuencia tener una
concentración visual excelente, pero al escuchar un ruido o sonido, la atención se desvía de lo que
está viendo o se “desconcentra” (distrae) para atender lo que escucha. Puede que haya una
polarización desde lo visual a lo auditivo, o bien la atención se “reparte” entre lo que se ve y lo que
se oye (atención múltiple). Quizás los más estudiados sean, desde el punto de vista atencional, los
cinco sentidos que perciben estímulos objetivos, en especial, la vista y el oído.

Pero hay otros focos de atención hacia estímulos subjetivos que no dependen de la
extrospección o atención hacia el ámbito externo, sino que los provocan la introspección o las
sensaciones corporales internas (ámbito interno) como son las provocadas por la cenestesia
(percepción del conjunto de estímulos procedentes de los distintos órganos, que produce un
sentimiento general de existencia, independientemente del producido por los sentidos) y la cinestesia
(ubicación del cuerpo en el espacio por estímulos del movimiento muscular, peso, etc.). Luego, la
atención introspectiva o extrospectiva se despierta o establece cuando hay datos sensitivos que la
concitan.

Pero a este primer movimiento de enfocamiento (interés de la conciencia por algo en


particular) de la mente pueden seguir otros procesos cerebrales a partir de la información o datos
sensitivos y otro nuevo interés mental que va más del primer interés por el dato. Este nuevo interés
mental que lleva primero a la concentración y como segundos pasos a la retención y codificación del
dato. La retención del dato requiere, como primer paso, la capacidad de atención plena en un solo
objeto (concentración) por un largo período. La clave de esta concentración no consiste en asimilar
todos los estímulos que simultáneamente llegan a la conciencia y concitan su atención, sino en
efectuar una selección mediante la discriminación entre lo que sirve para concentrarse y lo que no
sirve. Esto es, pensar sólo en la cuestión que nos interesa en forma inmediata, excluyendo todo otro
punto de atención o pensamiento.

En este proceso de atención concentrada, el intelecto no sólo aprehende por sensaciones


externas (sensoriales) o internas, lo que interesa (ente) sino que hace abstracción de sus principales
cualidades y forma una idea del mismo (procesos mentales de aprehensión, abstracción e ideación).
En esto consiste la retención o registro. Luego viene una segunda operación mental que es la
codificación, esto es, formar un concepto que dé sentido o razón de ser al ente percibido y retenido.
Con la retención se inicia un proceso de memoria que se completa con la codificación, la cual
constituye una capacidad mental de almacenar datos en la memoria activa, en este caso, la llamada
memoria de corto plazo. En esta particular cuestión de la retención y la codificación hay una sutileza
a discernir. Retener no es propiamente memorizar. Memorizar es guardar o almacenar un dato en la
mente. Para memorizar es preciso primero retener un dato o registrarlo. Sólo cuando el dato se
transforma de información en conocimiento, es pasible de ser memorizado. Luego la retención es la
mera información, la codificación es el conocimiento del ente. La percepción sensible nos dice que
hay “algo” (ente desconocido) que se registra en la mente y por eso lo retenemos para discriminarlo.
La discriminación conceptual es lo que nos dice qué es ese “algo” que se transforma en ente
conocido. La memorización evita la pérdida del dato sensitivo por desplazamiento de la atención
hacia otra sensación. Una vez que hemos retenido y codificado el dato sensitivo, dijimos que lo
habíamos procesado como memoria de corto plazo. ¿Qué significa esto? Que lo guardamos como
memoria activa inmediata. Pero si seguimos almacenando más datos en esta memoria, pronto el gran
número ocupará toda esa memoria activa corta y poco extensa y para hacer lugar a nuevos datos
tendrá, necesariamente, que suprimir algunos de los antiguos o poco usados.
La teoría Rodenbough postula que la memoria activa o de corto plazo sólo admite hasta siete
datos distintos. Cuando algunos de los datos almacenados en la memoria de corto plazo nos resultan
de mayor interés y utilidad, se pone en marcha otro proceso mental que es el de la memoria de largo
plazo. Esto permite que los datos sensitivos desplazados de la memoria de corto plazo al rebasar el
límite de los siete datos, sean guardados por un plazo mayor. ¿Qué nos lleva a guardar los datos
sensitivos? Rodenbough reconoce que es la intención de utilidad en la vida diaria. Necesitamos
muchos datos memorizados para recordarlos oportunamente ante nuevos estímulos idénticos o
similares que eviten tener que realizar nuevamente todo el proceso de retención y codificación. Así,
el recuerdo rescata el dato memorizado y nuestra mente opera con mayor velocidad y efectividad
para resolver los problemas cotidianos, esto es, los problemas de la vida diaria. Para lograr una mejor
operabilidad vital y una mayor eficiencia de las acciones cotidianas, el secreto es perfeccionar nuestra
mente en su capacidad de retención y codificación para adquirir una mayor capacidad de memoria.
Uno de los métodos sugeridos por Rodenbough es lo que ha llamado neurorretroalimentación y
consiste en estudiarse las propias ondas cerebrales que se producen o representan los variados estados
de conciencia. Siguiendo ese patrón de ondas se va adiestrando el cerebro en la concentración y el
patrón de ondas nos dice cuando alcanzamos estados óptimos. La neurorretroalimentación se basa en
el principio de correlato entre determinados estados de ondas y las acciones óptimas. Al obtener una
onda de acción óptima que se percibe por el trazado de onda, uno memoriza la técnica de esa acción
(memoria motriz) y así va perfeccionando las acciones y la concentración en realizar esas acciones. El
dispositivo nos ayuda a alcanzar el estado perfecto para cualquier tarea que tengamos a la mano,
resultando esto una especie de neuroentrenamiento. En el deporte, un estado mental eficaz es el que
resulta de una actividad de ondas cerebrales, tranquila pero intensa, lo que significa que en el
momento de actuar, se sustrae por completo a la mente de otra función que no sea la competencia
deportiva y eso deja libre a la memoria motriz para que realice su trabajo sin interferencias.

En el momento supremo de la concentración sólo usamos el máximo del porcentaje normal


del rendimiento cerebral, el que no supera un 10%. Esto significa que el cerebro, al concentrarse en
un solo punto, libera al resto de la capacidad cerebral y sólo utiliza una pequeña porción del total del
rendimiento mental para realizar una acción precisa. El uso de un determinado porcentaje de la
capacidad mental para una tarea muy específica no significa incapacidad sino una expresión de
eficiencia. Esto quiere decir que de las decenas de herramientas especializadas de que goza la mente,
la mayoría de ellas no es relevante para una tarea en un momento dado. La concentración anula otras
percepciones mentales y esto evita usar procesos mentales en actos mentales que impiden la
concentración. La concentración, como reducción puntual de la actividad mental, exige ese
achicamiento de funcionalidad. La capacidad mental máxima, en este caso, es dada por la
funcionalidad muy específica.

Los estados alterados de conciencia (EAC)

Normalmente estamos conscientes de nuestro estado emocional y éste influye en la


conciencia matizándola de formas diversas. Las emociones pueden concentrar o dispersar la atención
y de este modo alterar la conciencia. El funcionamiento de la mente emocional es, en gran medida,
específico del estado emocional, dictado por el sentimiento particular ascendiente en un momento
dado. La forma en que pensamos y actuamos cuando nos sentimos románticos es opuestamente
diferente al modo en que nos comportamos cuando estamos furiosos o desalentados. En el
mecanismo de la emoción, cada sentimiento o estado de sentimiento, tiene su propio repertorio
definido de pensamiento, reacciones e, incluso, recuerdos.

Todo lo que es específico de un estado de sentimiento dado, se tornan más predominantes en


las circunstancias en que opera una emoción intensa. En esta reacción interviene una memoria
selectiva, porque en una parte de ella la memoria se reorganiza de modo que las opciones para la
acción más importantes, ocupen el primer plano de jerarquía y sean más velozmente representadas.
Esto es así porque cada emoción importante tiene su sello biológico y por esta razón también posee
una pauta de cambios que ponen en funcionamiento al organismo, cuando esa emoción se presenta.
Ese conjunto de indicaciones es único y actúa automáticamente cuando es enviado por el organismo
que es presa de la emoción. En las emociones intensas, en las que intervienen niveles elevados de
adrenalina, la conciencia se excita y la memoria registra detalles que pasarían inadvertidos en otras
circunstancias. Incluso, si son imágenes desagradables persisten por mucho tiempo (actúa acá el
cortisol en lugar de la adrenalina) y acuden en forma intempestiva y reiterada a nuestra memoria,
como recuerdos tipo flash, instantáneo pero suficientes para emocionarnos y crearnos un estado
especial de excitación. Es lo que ocurre con el trastorno de estrés postraumático.

Otras alteraciones importantes son el enturbamiento de la conciencia o estado de


obnubilación de la conciencia puede ocurrir por una emoción violenta o el estupor que causa el
fenómeno de estupidización que es como una obnubilación parcial de conciencia que sume en una
especie de estado de estupidez. Hay situaciones o drogas que se convierten en un estupefaciente (que
produce estupefacción o pasmo, estupor) (estupor es una disminución de la actividad de las
funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o indiferencia). En cuanto
a la estupidez la comprenderemos como una torpeza notable para comprender las cosas, en la que
aparece esta disminución de la actividad de las funciones mentales (déficit de conciencia) que
produce una serie de torpezas, anulando las posibilidades de un funcionamiento o desarrollo
intelectual correcto. El hipnotismo o las situaciones que ejercen un efecto hipnótico permiten que
quien se encuentra bajo su influjo puede ser inducido a conductas por sugestión.

Los estados de agitación o azoramiento son estados de conturbación, sobresalto, inquietud,


turbamiento o movimientos violentos del ánimo. Los estados de confusión ocurren cuando la
conciencia pasa por estados de perplejidad, desorden y desasosiego, en los que no puede discernir
con claridad lo que le está ocurriendo. Otro efecto que se produce es el fenómeno de enajenación
que permite que se instale la transformación de confundir la ficción con la realidad. La enajenación
es un fenómeno en el cual la persona está desposeída o privada de su estado pleno de conciencia o
puede esta fuera de sí donde se le entorpecen o turban el uso de la razón y de los sentidos. También
consiste en un estado de distracción o dispersión mental total donde hay falta de atención (déficit de
atención) o bien un estado embeleso o privación del juicio (esta privación cuando se instala en forma
permanente se conoce como locura o demencia). El embeleso es una suspensión transitoria o
arrebato, del uso de los sentidos (cautivamente o arrobamiento). En el concepto budista, todos éstos
serían estados de oscurecimiento de la conciencia.

La catalepsia es un fenómeno que puede instalarse repentinamente y que afecta al sistema


nervioso central, periférico, voluntario y automático, pues el individuo parece estar muerto porque
sus signos vitales (pulso, respiración, psiquis, presión arterial) están tan deprimidos que se vuelven
imperceptibles al registro manual y auscultativo. Puede instalarse por diferentes causas, siendo una de
ellas la histeria, pero es probable que también sea causado por el pánico o temor a morir en enfermos
graves o terminales. Hay suspensión total de las sensaciones. No se ha podido determinar si hay
pérdida de los sentidos y anulación de la conciencia. Los relatos de algunos afectados dicen haber
sufrido alucinaciones y otros, como los que han estado en coma, refieren haber percibido las voces
de los que rodeaban e, incluso, tener visión de las circunstancias que le rodeaban. Es decir, es como si
hubiese un estado de conciencia similar al onírico en el cual hay una pequeña diferencia: los sentidos
captan con mayor nitidez algunos detalles del entorno. Esta especie de “quietud de la conciencia”
opera como si la conciencia perdiera contacto con su principal instrumento de expresión: el sistema
nervioso. Sería una especie de desconexión entre conciencia y sistema nervioso.

La catatonía o estado catatónico es un estado patológico que a veces la psiquiatría cataloga


como una especie de esquizofrenia en la cual el individuo queda en estado de estupor permanente. El
cuerpo puede tomar una actitud determinada y quedarse definitivamente en ella o bien el catatónico
adopta la posición del cuerpo en el cual se le coloque. Es un estado de quietud intelectual y motora
total. No obstante el afectado no pierde ni la percepción ni la conciencia. Tiene disminuida o anulada
la motricidad y la sensibilidad nerviosa. El estado de anulación de la conciencia (falta absoluta de
conciencia, pérdida del conocimiento) es la ausencia total de la conciencia vigil debida en forma
natural al sueño profundo, o por estados patológicos como el desmayo, lipotimia o desvanecimiento
que es la pérdida de conciencia o conocimiento pasajera. En cambio el coma es la pérdida
prolongada de conciencia o conocimiento, que incluso puede ser irreversible y llevar a la muerte.

El investigador Arnold Ludwing agrupó un conjunto de fenómenos que tenían características


similares, bajo la denominación de estados alterados de la conciencia (EAC) (ASC por siglas en
inglés). Estos estados de conciencia alterada no eran nuevos cuando Ludwing los agrupó, sino que
tuvo el mérito de sistematizarlos como tales. Los EAC presentan las siguientes características:

1. Alteraciones del pensamiento: las categorías lógicas habituales desaparecen de modo que las
contradicciones no parecen tales, se deja de lado la causalidad y surgen recuerdos vívidos de sucesos
olvidados.
2. Distorsión del sentido del tiempo: sensación de que el tiempo no pasa y de que se ha detenido
su curso. O bien que el tiempo se acelera, o que se hace más lento. Ocurre en el éxtasis y es un estado
de conciencia suspendida. El fenómeno también ocurre cuando en una circunstancia determinada no
se advierte el paso del tiempo lo que suele expresarse con la frase “no me di cuenta que el tiempo que
pasó”
3. Cambio en la expresión emocional: cuando hay desinhibición se pueden expresar emociones
que habitualmente se callen o no se experimentan. Puede haber cambios extremos desde un éxtasis,
hasta un estado de ira, pasando por la angustia y la depresión.
4. Distorsiones perceptivas: los colores y los sonidos se perciben con mayor intensidad; hay
ilusiones o alucinaciones; se presenta el fenómeno de la cenestesia (percibir un estímulo con un
órgano sensorial distinto al que corresponde, por ejemplo oír un color o saborear una textura).
También ocurren cambios en la imagen corporal como sentir que una parte del cuerpo crece o se
encoge, sensaciones de ligereza o pesadez corporal o de irrealidad del cuerpo. Esto ocurre en los
llamados “estados de trance” (médium), en los éxtasis y en los estados oníricos.
5. Sensación intensa de realidad: lo que se experimenta en los EAC suele resultar tan intenso
que provoca la sensación de ser muy real y significativo, de manera que cualquier experiencia en
estos estados puede sentirse como unión con el Absoluto o el Todo. Esto es algo muy común en el
éxtasis místico.
6. Inefabilidad: debido a lo poco usual de estas experiencias, quienes las experimentan no
encuentran palabras para describirlas.

Los EAC surgen por numerosos cambios de tipo metabólico en el organismo, por ingesta o
inhalación de sustancias alucinógenas, anestésicas, psicofármacos, alcohol o estupefacientes, etc., por
exceso o defecto de estímulos ambientales, o por prácticas intensas de meditación.

Estados mentales y estado consciente

Ya hemos remarcado anteriormente que, para simplificar, Grossmann propone la teoría de


los estados mentales y los estados conscientes, distinguiendo como estado mental al momentáneo
acto de conciencia consistente en un acto de experiencia (por ejemplo, el acto de percepción es un
acto experimentado y consiste en un acto de “toma de conciencia” de un fenómeno experiencia).
Mientras que estado consciente es un momentáneo estado de la conciencia consistente en las
intenciones u objetos que se proponen para un estado mental (por ejemplo, al objeto percibido se le
asignan determinadas funciones intencionales como significaría escuchar una melodía musical para
deleite o para bailar o para aprenderla y asimismo elegir el objeto o medio por el cual se oirá la
melodía, que puede ser un tocadiscos, un CD, un vídeo, etc.). Nosotros descartamos estas teorías y
resaltamos los fenómenos de atención múltiple donde es posible concentrarse en un solo acto la
conciencia en dos o más puntos de atención a la vez (leer y escuchar música, etc.) o de atención
focal, concentrada a manera de “zoom” fotográfico. Además, aclaramos que estado mental y estado
consciente, como lo concibe Grossmann son partes naturales de un proceso mental global que no
que pueden considerarse por separado. Es obvio que para que haya un estado mental (como
experiencia) tiene que estar funcionando el estado consciente. Los estados mentales que acá se
mencionan están referidos siempre en función de la conciencia y así lo consigna la definición. Ergo,
quedan marginados todos los estados mentales inconscientes, los cuales han dado muestra de existir
cuando pueden ser expresados a nivel consciente.

Conciencia social: percepción de la realidad social

Nos hemos referido previamente, a que el hombre para tomar contacto, percibir o conocer las
cosas, debe estar en estado de conciencia plena, el cual le permite ejercitar todas sus facultades
mentales. La conciencia es un estado vigil, dijimos, lo que equivale a decir que el hombre consciente
está despierto. No está alucinado, confuso, ni semiconsciente. Está completamente en pleno uso de
sus sentidos y su razón. Asimismo, dijimos que Heidegger había manifestado que “el ser de algo
para una conciencia es el saber”.Estas conclusiones heideggerianas rematan el pensamiento de que la
conciencia, en cualquiera de sus modos de ser, es el único instrumento válido del hombre para
manifestar su inteligencia y todas sus notas fundamentales, y la vía exclusiva del conocimiento y del
saber. También lo es para percibir la realidad circundante y dentro de ella su vida en la sociedad
(conciencia social). La correcta percepción de una realidad social y la toma oportuna de conciencia
de ella, constituyen la inteligencia social. En la inteligencia social hay que considerar tres tipos de
conciencia (Goleman):

1. conciencia individual
2. conciencia grupal
3. conciencia colectiva.

Hemos dicho que la realidad se capta a través de la conciencia y hemos descrito el proceso
consciente de un individuo. Pero también hemos aclarado que la realidad, como fenómeno global, es
muy poco abarcable por un solo individuo, pues son tantos y tan diferentes los puntos de vista desde
los cuales puede aprehenderse y comprenderse, que la instantaneidad de un fenómeno no permite
toda su captación completa, sino sólo una especie de “toma instantánea y veloz” que opera como el
“flash” de una máquina fotográfica.

Sólo cuando el fenómeno es visto desde ángulos diferentes y por distintas personas, es
posible reunir muchos puntos de vista y desde esta “percepción grupal” nace una especie de
conciencia grupal. La conciencia grupal funciona en forma distinta frente a las cuestiones que debe
enfrentar. Una cosa es opinar sobre:

1. un fenómeno inmediato y otro mediato;


2. un fenómeno fugaz y transitorio y otro que se da permanentemente, imperecedero, con el
cual hay que convivir diariamente
3. un fenómeno local y otro universal.

Naturalmente nos referimos a fenómenos de igual percepción para una conciencia normal.
Otros fenómenos extrasensoriales caen dentro de una concepción muy particular, de acuerdo a la
naturaleza de los mismos y las posibilidades de ser experimentados por muchas personas, a fin de
extraer de las descripciones y opiniones de cada uno, un concepto general y no sólo puntos de vista
personales y muy subjetivos, imposibles de objetivar en conceptos generales. De estas
consideraciones es posible inferir que la conciencia individual es distinta de la grupal y ésta puede
estar influida o no por la conciencia colectiva. Lo distinto no es la esencia sino la forma (de
expresión). Walter Lippmann observa que “Las imágenes que se hallan dentro de las cabezas... de
los seres humanos, las imágenes de sí mismos, de los demás, de sus necesidades, propósitos y
relaciones son sus opiniones públicas”. Este autor ubica a la percepción de la realidad, cuando ésta es
explícita, en la opinión y por lo tanto a través de opiniones personales y opiniones públicas, se
conocerá la forma de manifestar la conciencia individual y la grupal. En la formación de un
concepto, juicio y pensamiento, no influye sólo el punto de vista, la forma como se captó el
fenómeno (dispersa o atentamente), sino también las creencias, costumbres y factores inconscientes.

Estos factores inconscientes estudiados por Jung, que luego veremos en extenso, serían el
estrato superficial o inconsciente individual y un estrato profundo o inconsciente colectivo. En ellos
ubica el saber noético. También está la conciencia colectiva que contiene los arquetipos y todas las
creencias y costumbres, las conductas y las normas, que racional o instintivamente imperan en una
comunidad o colectividad, como denominador común en sus habitantes. Algo así como la suma de
las conciencias grupales (memoria filética)

Asimismo, es patente que la conciencia se manifiesta a través del pensamiento y de otras


formas de exteriorización, el pensamiento individual está en la conciencia individual y el
pensamiento grupal está al fondo de la conciencia grupal y de la colectiva. En el concepto de Irving
Janis el pensamiento grupal es el que surge en un grupo frente a un hecho colectivo que afecta al
grupo. Puede manifestarse como opiniones grupales, conductas grupales ante determinadas
circunstancias o como el “modus vivendi” (modos de vivir) típico de un grupo social. Puede ser un
pensamiento dirigido para hacer algo o bien para defenderse de algo, es decir, para fundamentar las
decisiones tomadas dentro de un grupo.

Pero Irving, estudiando experiencias grupales negativas, concibe también al pensamiento


grupal como un llamado de atención frente a una patología colectiva (Goleman aclara esto diciendo
que obra como “un nosotros que se ha distorsionado”). En un estado de cosas normales, “en un
grupo es posible tratar distintos aspectos de un tema, considerar otros puntos de vista, recopilar y
evaluar información adicional. Cuando funciona en forma óptima, un grupo puede tomar mejores
decisiones que cualquiera de sus miembros en forma individual”. Irving afirma que el pensamiento
grupal es una especie de llamado de atención cuando hay una distorsión patológica colectiva y los
grupos constituyen un antídoto sensato cuando la decisión tomada por un solo individuo es un
riesgo, debido a que esa decisión está sujeta a oscilaciones emocionales o a puntos ciegos
(subjetividades personales) producidos por prejuicios sociales o por la incapacidad de comprender
todas las secuelas complejas que pueden surgir de una decisión que él considera simple. Las
decisiones parcializadas de un individuo que pueden influir grupalmente, como ocurren en
determinadas sectas, o naciones que responden a líderes fanáticos (caso del nazismo) pueden
conducir a acciones o conductas sumamente lesivas a la sociedad o comunidad en las que viven y se
desempeñan. Acá el pensamiento grupal denota el deterioro de la eficiencia mental, la atención y el
criterio de un grupo que suele aparecer como consecuencia de presiones y restricciones implícitas. En
estos casos, el pensamiento grupal es muy difícil de detectar y mucho más de contrarrestar. La
conformidad de los individuos miembros de ese grupo, los lleva a sentirse cómodos e identificados
completamente con el grupo. El grupo funciona como “algo hecho para él”, “a medida de él” y en
consecuencia anula sus opiniones, o no expresa las mismas, por temor a destruir ese clima de
comodidad, unión y pertenencia que él siente. La distinción entre conciencia grupal y pensamiento
grupal y su expresión normal o patológica, se encuentra en la distinción o categoría de los distintos
grupos sociales.

En un grupo abierto, los líderes deliberadamente intentan que el grupo no sólo exprese lo
que a ellos les gustaría escuchar, sino que piden opiniones honestas, de forma tal que el grupo no se
transforma en un hato de aduladores. Todo lo contrario: expresan libremente sus pensamientos,
aunque difieran con los de los líderes y no ostentan temores en decir lo que sienten realmente.

No ocurre lo mismo en algunos grupos cerrados, en los que sus líderes alientan evitar que sus
miembros manifiesten plenamente su capacidad crítica y sus dudas y sólo se limitan a guardar silencio
como signo de aceptar plenamente lo que el grupo decide o piensa (consenso). En este caso cada
miembro del grupo cerrado se siente como sujeto a un mandato de evitar críticas que provoquen
conflictos con sus colegas y se destruya la unidad del grupo. Piensa que si su mente concibe un
argumento contradictorio éste puede ser equivocado o tan insignificante que no merezca ser
expresado. La sensación de unidad y de consenso crea una ilusión de unanimidad y refuerzan la
autoestima de cada miembro de ese grupo. Sin embargo, esta aparente hegemonía del grupo es a su
vez una especie de “boomerang”, pues cuando hay un grado de corrupción o de daño muy intenso y
aparente, puede que el grupo se disuelve por sus propios miembros dañados por el grupo o por la
acción de la sociedad contra el grupo. La conciencia grupal, íntimamente ligado al pensamiento
grupal, puede ser así algo totalmente positivo, o algo totalmente negativo.

Cuando el grupo es heterogéneo y democrático, las disidencias internas y conflictos se


plantean “de frente” y buscan resolverse. Eso mantiene la unidad: la acción común para enfrentar sus
problemas y buscarles una solución, aunque ello implique el roce entre los miembros del grupo. Sus
líderes son honestos y permiten la libertad de opiniones, trabajando para llegar a conclusiones que
solucionen problemas comunes y no los causen. Existe una especie de “consenso de disensos”. Pero
en los grupos cerrados, homogéneos, donde hay consenso para que “todos piensen igual” y no se
aceptan disensos (antidemocráticos), la unidad está en la aparente unanimidad y esto permite la
desviación o corrupción del grupo, pues el silencio o falta de crítica establece permisividades activas
o pasivas que no ponen freno a las inconductas sociales de sus líderes. No admiten los disensos, por
lo que funciona como si hubiera un consenso universal virtual.

La inteligencia social consiste en que la conciencia individual, cuando debe sumarse a una
conciencia grupal o colectiva, lo haga en los términos de mantener de algún modo su individualidad
de forma tal que la conducta grupal sea el fruto de una “suma inteligente de opiniones personales”
que se amalgaman en busca de una solución común, previamente debatida y criticada para evitar
desvíos o errores. Las acciones colectivas guiadas por la conciencia colectiva deben buscar ajustar las
conductas a los patrones o normas que hagan al bienestar de la sociedad y no cause el escándalo o el
daño violento o corrupto. Esto se logra mejor en grupos abiertos, heterogéneos y democráticos.

Todo individuo tiene derecho a vivir en la sociedad del modo que le plazca, pero respetando
el principio inmutable de no dañarse a sí ni a otros ni promover el escándalo público. Puede disentir
con otros pero no puede “matar” a quienes piensen distinto de él. Sus conductas públicas deben ser
recatadas y honestas. Lo contrario quita todo derecho a vivir en sociedad y lo convierte en un
desadaptado social o en un marginal. No debemos soslayar que la conciencia individual toma
conocimiento de la realidad a través de sus sentidos y de su inteligencia y para esto usa la
extrospección y la introspección. Repetiremos, para no olvidar los conceptos, que la extrospección es
su estado de conciencia hacia fuera de sí, concentrada en los objetos y fenómenos exteriores a su ser.
La introspección, contrariamente, es un estado de conciencia hacia dentro del hombre mismo y sería
una especie de autoconciencia (conciencia de sí mismo), lo que logra con la reflexión (el
pensamiento que se analiza a sí mismo). Esto es muy importante para que el hombre comprenda a la
realidad, porque la realidad no es una cosa ajena a sí mismo sino que comprende a todo, es decir,
tanto a lo que está fuera de la mismidad del hombre como a su propia mismidad (a los otros objetos -
cosas u hombres - y al sujeto: él mismo).

La conciencia individual para apreciar toda la realidad, debe estar presente poniendo su
atención sobre todo lo que nos rodea y sobre nosotros mismos, al momento de captar la existencia
de las cosas y de nuestra propia existencia. De nada vale que nuestros sentidos nos muestren las cosas
que están en nuestro mundo, si nuestra inteligencia está distraída, dispersa o dormida y no puede
develar el sentido de lo que las cosas son. En este estado irreflexivo, sólo captaremos los que las cosas
parecen ser y por lo tanto no habrá un juicio y un pensamiento reflexivo, sino una mera opinión
(mera doxa). Esta mera opinión consiste en interpretar conceptos a través de palabras que parecen
decir mucho (y de hecho lo dicen) pero que en el fondo no llegan a lo que las cosas son, sino sólo
expresan lo que las cosas parecen ser y pretende con el palabrerío, que se acepte lo que las cosas
parecen ser como la verdad absoluta (sofisma).

La percepción social de la realidad no es sólo la simple captación de las cosas a través de los
sentidos de todos los componentes del grupo o sociedad (lo cual a simple vista pareciera que debe ser
igual para todos), sino que esta percepción está condicionada a muchos otros fenómenos:

1. al punto de vista desde el cual cada uno de los miembros de la sociedad observa el fenómeno
2. a los preconceptos, prejuicios o creencias con que cada uno interpreta lo que ve
3. a las necesidades personales
4. a presión social del grupo.

Esto ya lo explicamos cuando dijimos que un mismo fenómeno, visto en el mismo lugar, a la
misma hora y por personas iguales en cuanto a la capacidad de percepción e interpretación del
fenómeno, cuando intenta ser explicitado por los “testigos directos” de la ocurrencia de ese
fenómeno, nos encontramos sorpresivamente conque muchas opiniones no coinciden exactamente
con la impresión que el fenómeno nos causó a nosotros. Así muchas veces, cuando varios intentan
describir al fenómeno, unos dicen que era nítido, otros que no podían precisar qué era (por ejemplo,
si yo estoy ubicado de forma tal que los rayos solares están por detrás mío, luego tengo el punto de
vista en que el fenómeno es iluminado a pleno con la claridad de la luz y esto me permite captarlo
con nitidez, pero aquél que está ubicado en el extremo opuesto frente a mí, será cegado por la luz del
sol y su percepción será bloqueado por el encandilamiento que esa luz produce en sus ojos y por lo
tanto la percepción del fenómeno será borrosa e imprecisa).

Otra cosa es estar a diez centímetros del fenómeno y una muy distinta es estar a varios metros
del mismo. Obviamente la cercanía me permitirá ver detalles menores, pero no la totalidad, mientras
que la lejanía me permite observar una totalidad sin precisar detalles, luego, la descripción de uno o
de otro testigo variará según la distancia que hay entre el punto de vista y el objeto. Otra faceta a
considerar es que si el fenómeno mirado de frente tiene factores totalmente opuestos a los que se ve
mirado desde atrás, dará origen a descripciones parciales y dispares. Si el objeto a considerar es una
figura humana de pelo largo, con aros y vestida con pantalones vaqueros y una chaqueta de igual tela
y color, el que mira de frente podrá apreciar si tiene senos femeninos, si tiene o no, barba o bigotes o
es lampiño y otros detalles que permitan determinar el sexo de la figura. Los que miran desde atrás
podrán describir una persona de pelo largo, vestida con un conjunto de tela “blue” pero no podrán
inferir principalmente el sexo, dado que si no hay detalles de una figura femenina (cintura estrecha,
glúteos prominente, espaldas y hombros redondeados) puede deducir que es una mujer y viceversa
(si ven espaldas anchas, de corte angulosos, glúteos chatos y cintura poco estrecha), pueden inferir
que es hombre. Pero la moda unisexo, las distintas conformaciones o tipo biológicos pueden llevar a
que una figura humana parezca ser hombre o mujer, pero realmente no lo es. Esto es muy frecuente
que determinados homosexuales travestidos o transexuales, puedan simular su sexo aparentando ser
lo contrario. Pero la realidad o percepción social no queda ahí. Cuando un hecho es observado por
varias personas, por ejemplo, un acto político, éste será interpretado bajo creencias comunes. Por
ejemplo, “todos los políticos mienten, engañan y tienen doble discurso”.

Luego, la mayoría observará el fenómeno no como está ocurriendo sino como es interpretado
y, si alguno lo ve distinto como ocurre con el simpatizante o fanático del signo político del acto, su
opinión prontamente será rebatida y rechazada y, frente al disenso mayoritario, finalmente deberá
cambiar su opinión para no ser marginado o enfrentado con el grupo social al cual pertenece. Esto se
refleja en el fenómeno de una votación para candidatos a gobernar o legislar. Las encuestas muestran
como las mismas opiniones van variando a medida que el consenso o disenso crecen en el grupo. No
es infrecuente que al principio de una campaña electoral las encuestas ubiquen porcentajes de
opiniones mayoritarias hacia un candidato determinado, pero al final de la misma, generalmente en la
última semana previa al acto de votar, esas opiniones den giros en dirección contraria, porque la
inmediatez del acto les hace perder la objetividad que tenían primariamente cuando aún no estaban
compelidos a emitir el voto (o porque ha sido influido por los argumentos esgrimidos durante la
campaña). Esto significa que por momentos, la opinión se guía por la razón y la inteligencia, pero al
instante de entrar en acción concreta, los pensamientos ancestrales y las fobias irracionales, hacen
cambiar una opinión muy concreta, sobre todo si esas creencias son mayoría en el grupo y en la
discusión, la idea personal es rebatida o atacada por todo el grupo. Sólo prevalecen las ideas,
creencias o convicciones muy arraigadas, ya sean guiadas por la inteligencia y la razón o por el
fanatismo. Pero estas opiniones inmutables no son la mayoría.

Es decir, según Pérez Martínez, la percepción social de la realidad es diversa porque hay
diferentes puntos de vista y la opinión de la misma puede ser influida por la presión del grupo. Este
mismo autor afirma que “una de las características más llamativa de la conducta humana es la
cantidad de variables de las que depende. Un planteamiento muy simple sería ver que la conducta
depende de lo que conocemos. Si eso fuera así...” sería como que “percepción más pensamiento =
conducta”. Luego da el ejemplo de dos personas que están viendo como un adulto castiga
brutalmente a un niño. Ambos piensan igual: lo que está ocurriendo es un hecho inhumano. Pero uno
de ellos opta por irse para “no presenciar la crueldad” mientras que el otro decide intervenir para
“evitar tal crueldad”. Igual pensamiento, distintas reacciones. En otros parágrafos propone que la
conducta social está condicionada por “mecanismos de imitación” (la gente actúa como lo hacen
otros, como guiado por aquello de “donde fueres, haz lo que vieres”) y por los “esquemas de
conducta generalizada” (hay que hacer “lo que hace todo el mundo”, “hay que seguir la corriente”).

Pero destaca que también hay “esquemas o factores personales” que pueden diferenciar
algunas conductas individuales, de las conductas colectivas o generales. El hombre debe reflexionar
sobre “sus circunstancias” para comprender porque adoptó tal o cual estilo de vida y en juicio crítico
entender si está viviendo en forma correcta, si sabe vivir. Para esto debe tener nociones de lo bueno y
lo malo, lo lícito y lo ilícito, un equilibrio o armonía entre su vida interior y su manifestación vital
exterior (existencia), saber si ha formulado o no un proyecto existencial y, sobre todo, si tiene “ganas
de vivir”, ha encontrado “el sentido de su vida” y sabe confrontar la alegría y la tristeza, el placer y
el disgusto, la satisfacción y la frustración, el amor y el odio, el sentimiento de caridad y la
indiferencia, su autoestima y el amor a los demás. Le interesa de sobremanera averiguar si tiene una
vida “chata”, inmanente, ensimismada o si vive con libertad, plenitud y manteniendo un pensamiento
reflexivo que le permita trascender en todos los niveles, al medio estimúlico simple que le toca vivir.
De otro modo, puede preguntarse si la vida que el hombre está cursando es (modo de ser) una vida
auténtica (propia de su ser) o inauténtica (enajenada, ensimismada, no libre, intranscendente).

La captación de la realidad se lleva a cabo a través de una serie de actos mentales o


intelectuales, que obraría como la fisiología de la mente para conocer y comprender los fenómenos
que se dan en la realidad y encontrarles un significado que le permita estar “dentro de la realidad” y
no fuera de ella. El contexto social es parte de esa realidad y conocerlo es llegar a desarrollarse dentro
de la comunidad, para lo cual la inteligencia social es el instrumento inexcusable. Y ese aspecto de la
inteligencia humana está sujeto, como todos los otros modos de “ser inteligente” (inteligencia
emocional, inteligencia comunicativa, etc.) a los actos mentales. Estos actos mentales tienen asiento en
un sistema anatómico y fisiológico que también que ya hemos explicado extensamente en capítulos
anteriores de este trabajo

Estructura de la realidad social

Para Erving Goffman la idea de un ámbito social es asimilada con los conceptos de esquemas
o “marcos”. Un “marco” referencial es una definición compartida sobre una acción o una situación
que en algún modo conduce u organiza las características de un suceso social y la forma de cómo
debemos participar en él. Cualquier situación o “definiciones de un hecho social”, por ejemplo
“asistiremos a un restaurante”, “iremos al cine”, “concurriremos a un desfile de modas” o “iremos a
un acto de gala” son “marcos” referenciales. De esta forma, quienes realizan a menudo una
participación en estos “marcos” o “definiciones de hechos sociales” saben que la realización del
hecho exige determinadas actitudes: unas serán las “correctas o apropiadas” y otras serán las
“incorrectas o indebidas”. Si se asiste al restaurante habrá que ajustarse al menú que el mismo ofrece
y a las probabilidades del folclore gastronómico local, manejar los cubiertos en una forma
determinada, no adoptar actitudes de “mala educación” o “falta de urbanidad” (comer ruidosamente,
eructar, hablar a gritos o mirar en forma insolente o impertinente a otros comensales). Igualmente si
concurro al cine no podré pararme frente a mi butaca, ni colocar los pies sobre otra butaca,
particularmente si está ocupada, ni hablar en voz alta durante la función, ni adelantar a otros
espectadores el final de una película, si éste es conocido previamente. No se concurre a un acto de
gala con ropa informal, o estrafalaria o semidesnudo. Se debe usar “ropa de gala”. Y viceversa: no se
asiste a un acto informal con ropa de gala.

Todo debe ocurrir mostrando un conocimiento acertado de lo “qué implica la situación que
se está desarrollando” para no realizar actos que están “decididamente fuera de lugar”. Si se
comprende cabalmente cual es la esencia del “marco” en el que vamos a intervenir nuestra
participación en la acción “acorde” (“fluida y armónica”). Si no se comparte el esquema se corre el
riesgo del “papelón” o “bochorno” o cometer un acto escandaloso. Esto sucede así porque cada
marco referencial o ambiente social tiene como una especie de “libreto”, “protocolo” o “guión” que
observar, cumplir o respetar. De ese modo, en todas aquellas áreas sociales en que nos manejamos
conociendo el libreto o guión y desarrollando el rol que se nos impone, tendremos una conducta
signada por el “éxito social” a la vez que actuaremos con pleno dominio del entorno y sin actitudes
embarazosas. Lo contrario sería tener una conducta social torpe, de forma tal que traba la conducta
de lo que se conducen dentro de la normalidad y, en alguna forma, obligan a otros a descontrolar su
propia conducta dificultando las actividades que corresponden realizar con una cierta habilidad
social.

Pero la realidad social que nos circunda, nuestro mundo de “cada día” no es una realidad
perfecta en que todo se desarrolla sin sobresaltos con solo saber guiones y desempeñar roles
debidamente. Toda realidad social puede ser tan insólita o arbitraria como la que nos toca vivir
cotidianamente o llegar a introducirnos en forma transitoria o permanente. El aprendizaje de normas
sociales o socialización tradicionalmente se ha considerado como una forma de internalizar las reglas
convencionales impuestas por una determinada comunidad o sociedad. Siempre los sociólogos,
cualquiera sea la escuela o doctrina sociológica que sigan o establezca, tiene que referirse a “estratos”
o “clases sociales”, a los “roles”, “papeles” o “función social” que cada uno debe desempeñar en el
ambiente social en el cual se desenvuelve. En alguna manera, esto de los “esquemas sociales
compartidos” como “idea de realidad social”, que ahora pretende introducirse como “algo nuevo”
son los viejos conceptos que se ordenan de un modo lógico distinto, de denominan o califican con
otras palabras, pero en el fondo siguen encasillando a la “realidad social” como un conjunto de
conductas, actitudes y normas de relaciones interpersonales, tanto de las dependientes como de las
independientes, de las convencionales como de las marginales, pues siempre habrá gente que se
“adapta a una realidad social excelente” mientras que optan por ser “inadaptados sociales”.

Goffman piensa que todos los marcos referenciales pueden tener diversas formas de
desarrollo, siendo las más frecuentes la dualidad que hemos remarcado: aquellos marcos referenciales
guiados por la inteligencia social y que se desempeñan activamente en conductas y actitudes abiertas
y reconocidas, con excelencia o calidad total, porque se adecuan a “lo que la realidad social es” en
la comunidad que habitan y aquellos otros marcos referenciales que marchan por caminos paralelos o
divergentes a los aceptados como buenos y que, en cierto modo, son ignorados o rechazados, o
considerados como “fuera del marco”. Estos marcos sociales marginados no están en la atención del
resto de la comunidad, salvo que ejecuten acciones dañinas, ilegales o delincuentes, y por lo tanto son
desatendidos por la sociedad lo que lleva a sus acciones deban ocultarse, “taparse” o “silenciarse”
para no interferir con el “buen desarrollo” del marco referencial de una realidad social excelente.

Goleman, en este punto, reflexiona: “Estas vías paralelas - dentro y fuera del marco - crean
una estructura de conciencia social que es una réplica de la división que se produce en la mente
entre consciente e inconsciente. Lo que está fuera del marco referencial también está al margen de la
conciencia consensuada, inmerso en una especie de submundo colectivo. Como veremos, la zona
definida por la vía que está fuera del marco puede servir como velo para ocultar hechos sociales que
perturban o inquietan, creando un punto ciego social. El mundo social está lleno de marcos
referenciales que dirigen nuestra atención hacia determinados aspectos de la experiencia y la
apartan de otros. Pero estamos tan acostumbrados a que canalicen nuestra conciencia, que muy
raras veces nos percatamos de ello. Tomemos, por ejemplo, los marcos referenciales de los roles
laborales y sociales”.

Es harto conocido que la sociedad evoluciona a pasos agigantados en los últimos quinquenios
sufriendo grandes cambios y transformaciones sociales, económicas, geopolíticas, epidemiología que
se extienden como pandemias irrefrenables, un “estrés social” que abarca todos los estratos sociales y
cualquier marco referencial, un vaciamiento espiritual y un desconocimiento de valores o axiología
social, que sumados a la tecnología que cambia los “modus vivendi”, la cual aporta electrodomésticos,
medios de comunicación personales, robótica que maneja todos los servicios esenciales y las tareas
industriales. Cómo será de importante la introducción de la robótica y la informática que el siglo XX
languideció con un mal denominado “Y 2 K” o “efecto 2.000”, por el cual el sólo hecho de no haber
sincronizado las computadoras que manejan los artefactos robóticos e informáticos, se corría el riesgo
aparente de borrar esas “memorias automáticas programadas” y de repente sufrir un descalabro en el
sistema ordenado por esas computadoras: la administración pública, el ejército, todos los servicios
privados y públicos, las comunicaciones mundiales y satelitales, etc. O sea, que a partir del año 2.000,
las computadoras probablemente podrían haberse retrotraído a un siglo atrás y recomenzar como el
siglo XX empezara de nuevo.

Estos cambios rápidos son los responsables de que los marcos referenciales también cambien
velozmente, apareciendo y desapareciendo en la misma forma que aparecen o desaparecen los
cambios que aludimos. De esta forma, el hombre del siglo XXI no sólo será conformado, como hasta
ahora, a un continuo aprender cosas, sino que deberá también incorporar el desaprender, como una
forma de asimilar el cambio, pues al cambiar los marcos referenciales cambian sus libretos y por lo
tanto, hay que desaprender el antiguo, para aprender el nuevo. El conocer y el desaprender son dos
caras de una misma moneda, nada más que ahora la alternancia entre uno y otro ya no tiene un
espacio o lapso de separación, sino que deben ser ejercidos simultáneamente. Hoy, los marcos
referenciales exigen guiones flexibles y se ha perdido todo derecho adquirido. Ya no hay estabilidad
laboral sólo por la antigüedad en el puesto, sino que se exige una edad joven y una capacitación que
involucre el manejo de varios idiomas y todos los secretos de la robótica y la informática, pues la
denominada globalización requiere la habilidad de la comunicación internacional y, por lo tanto, el
conocimiento de las respectivas lenguas o idiomas e idiosincrasias, si la relación está referida a la
promoción de productos comerciales o industriales.

Otra modalidad es la mezcla de “actos sociales” con los “actos estrictamente laborales”, dado
que la política de las relaciones públicas han rescatado que el “confort social” es la mejor forma de
“climatizar” un marco referencial de trabajo de alto nivel relacional. Así se habla de “almuerzos de
trabajo” “reuniones sociales de trabajo”, “desayunos de trabajo” o “cenas de trabajo” y una nueva
juventud gerencial o “yupies” intercalan espacios de trabajo con “tiempo libre” u ocio productivo. Se
puede concertar un negocio en un juego de golf, en un viaje de placer en un yate o en un hotel con
buena comida, actos artísticos e, incluso, la compañía íntima en la habitación. Se trata de introducir la
creatividad y la independencia personal en aquellos actos que antes estaban sujetos a marcos
referenciales rigurosos. De este modo cambian las modas, los usos y las costumbres y con ellos la
“solemnidad” y la “formalidad acartonada” para ingresar a una atmósfera más “informal” y flexible.
Naturalmente estos cambios de marcos referenciales tienen sus perjuicios y sus beneficios. Por un
lado hacen más agradables las tareas que antes podrían ser consideradas como “un peso”, pero
también eliminan reglas de urbanidad y la ética de los comportamientos, siendo mayor la
permisividad con la conducta anómica e irregular, con la corrupción y con la degradación, que
hemos denominado “la nueva inmoralidad”. El libertino justifica su conducta con la consabida frase
de que “no puede frenar sus impulsos” o bien exigen “la libertad individual” o el “ejercicio de
derechos individuales” aunque ello implique la desintegración social propia y ajena.

Se criticó y combatió la “tiranía” del rigor de los esquemas de los siglos pasados. Pero ahora
hay un desborde o libertinaje, que se desempeña en nombre de la libertad e independencia, pero
ignorando que la libertad exige responsabilidad, limitación y disciplina y la independencia lo es
dentro de nuestros propios límites personales, pero no invadiendo la intimidad de otros, a menos que
se nos autorice expresamente a ello. La regulación del tiempo, no sólo afecta a la actividad laboral,
sino que se extiende al ámbito privado extralaboral. Cuando la empresa es seria y responsable,
introduce un cambio que beneficia al trabajador y al capital, pero cuando las empresas son
irresponsables, como ocurre en los países no desarrollados, el trabajo vuelve a ser penoso, se
convierte en una “esclavitud social” con los horarios extensos, los salarios bajos o impagos, la
inestabilidad laboral, la rotación de horarios y el trato conflictivo entre trabajador y empresario o
supervisores. Si bien hoy se le provee algunos uniformes, no se les “mata” de hambre y privaciones
extremas, tampoco podemos decir que en estos países, el trabajo es un paraíso.

Con otros esquemas referenciales o marcos referenciales, en alguna medida se recrea con
nuevas formas, la tiranía de la Revolución Industrial que imperaba en aquella famosa frase “la
explotación del hombre por el hombre” en donde se hacía trabajar en forma inhumana a toda la
familia: abuelos, padres, niños, mujeres, etc. y se les acortaba la expectativa de vida por la bajísima
calidad de la misma, donde el sobreesfuerzo y las privaciones extremas de descanso y comidas,
llevaban a la muerte prematura o a la invalidez permanente, con graves enfermedades consuntivas. El
mundo de este fin de siglo XX no sólo termina reivindicando el trabajo esclavizante y denigrante sino
que aumenta el número de desocupados en el área urbana, incrementando el nivel de pobreza.
Aquella clásica estratificación de clase alta, media y baja, hoy, como en las sociedades terratenientes
antiguas, son de clase alta o jet set y de clase “proletaria” según la definición del izquierdista Blanchi,
entendiendo por ello el aumento de la masa del trabajador expoliado y de las familias numerosas que
habitan complejos urbanos marginales donde carecen de viviendas dignas, servicios elementales de
agua, luz, cloacas, seguridad, educación y salud. Esos “cinturones” urbanos de miseria y privaciones
extremas, que sólo viven de la mendicidad, la prostitución, la delincuencia y el “cirujeo” (robo de la
basura y la explotación de basurales), han crecido en los países no desarrollados a un extremo
alarmante, produciendo la quiebra de todos los sistemas políticos y sociales en Asia, África,
Centroamérica y América del Sud.

En este panorama de cambios bruscos, profundos y con poca probabilidad de reversibilidad


inmediata, más que nunca el hombre debe apelar a su inteligencia total, pero especialmente a la
inteligencia social que les permita “mantenerse a flote” y ser un “sumergido social”. La sociedad
moderna no tiene lugar para los indiferentes, los indolentes, los “hundidos” pues todos ellos
perecerán de un modo u otro. El hombre de “aquí y ahora” debe estar atento a los cambios, debe
aprender los nuevos libretos y debe saber desempeñar los nuevos roles como parte de su inteligencia
social y para esto debe “estar plenamente activo y vigil”. Los inactivos se rezagan de modo tal que
nunca más pueden recuperar el tiempo y el espacio social perdido. Naturalmente, ser activo no
implica desconocer o no usar reglas éticas y morales.

El ánimo: búsqueda de un concepto

No hay dudas que sobre la conciencia actúa el ánimo y tras de éste están el temperamento y
el carácter. Estos términos son muy empleados y se han formulado sobre ellos muchos conceptos,
pero ninguno ha tratado de relacionarlos en un bloque que actúa modificando a la conciencia.
Siempre he sostenido que lo primero que se debe realizar antes de hablar un tema o abordar una
cuestión o fenómeno, es definir claramente un concepto sobre la cosa concreta a tratar. También,
como siempre, he encontrado muchas dificultades para hallar un concepto definitorio preciso o, al
menos, inteligible y coherente, de lo que realmente significa un término, vocablo, léxico o palabra.
En esta particular cuestión del ánimo, como se entiende que debe hacerse, acudí a textos clásicos de
Psicología pero no encontré un parágrafo exclusivo que aborde el tópico con suficiente solvencia
como para no dejar espacios de dudas o vacíos. El fenómeno existe y es innegable pero por
cuestiones semánticas (el eterno problema sobre los fenómenos humanos) y los distintos puntos de
vistas a que son afectos los científicos y algunos pensadores, impiden enfocar la atención y la
concentración en un punto específico y asir el fenómeno en forma global. O se describen
parcialidades; o se expresan interpretaciones aspectuales donde lo subjetivo pone en lo objetivo
cualidades o formas que pueden tener una expresión real pero que aparentemente no han sido
debidamente percibidas o interpretadas.

Sintéticamente, yendo a lo mayormente práctico, empecé mi búsqueda de un concepto en lo


más elemental: el diccionario. En este caso, el Diccionario de la RAE. Pero como me ha ocurrido
muchas veces, ya es habitual que en esta lengua, las definiciones se realicen con la misma familia de
palabras o conceptos, creando un círculo lingüístico “cerrado” que impide delimitar un buen
concepto sobre la base de un léxico variado. Los diccionarios de otras lenguas, especialmente los
sajones o ingleses, son afectos a definir con una sola palabra o con una enumeración de familia de
palabras afines. Los diccionarios médicos, en este particular caso, o toman la definición del
diccionario general de la lengua o, directamente, no definen muchas cosas que atañen a lo médico y
al hombre. De igual manera podemos discurrir sobre la filosofía, la antropología y otras ciencias
abocadas al estudio del hombre y sus manifestaciones. En lo relativo a ánimo, motivo central de mi
preocupación, en el diccionario de la RAE encontré esto: primera acepción: “alma o espíritu en
cuanto a principio de la actividad humana” y como segunda acepción: “valor, esfuerzo, energía”.

Los diccionarios médicos, directamente, relacionaron ánimo con el latín animus y hacen
referencia a la teoría jungiana (Jung) que se refiere con esto al sesgo del “aspecto femenino” que hay
latente en cada hombre. Si queremos indagar otras definiciones nos llevan al concepto de ánima
como alma o como aspecto masculino latente en cada mujer. Tanto ánima como ánimo y su referente
castellano alma, etimológicamente derivan del griego anemos que se traduce por soplo. Y acá termina
lo denotativo.

Retomando los conceptos de la RAE rescataremos tres cosas muy importantes como rasgos
fundamentales de lo que entenderemos por ánimo: el concepto de energía, de espíritu y el de
“principio de la actividad humana”, o sea, lo que motiva las acciones humanas. Esto nos redondea
ya un concepto holístico de que el ánimo, como el espíritu, es una energía inmaterial que sirve para
motivar al hombre a realizar actos o acciones. También puede expresarse como la manifestación de
la energía espiritual a través de las diversas actividades del hombre. Este último concepto integrado
implica dar una idea de lo que entenderemos por espíritu. Sabemos que hay tres conceptos
íntimamente ligados (y en consecuencia muchas veces usados como sinónimo) que son alma, espíritu
y mente. El concepto alma puede definirse directamente como lo que manifiesta el fenómeno de la
vida. En cambio, sus sinónimos aparentes como espíritu y mente necesitan otras distinciones.

Luego, ánimo es el estado particular del espíritu en el hombre, en donde se patentiza o actúa
en un instante determinado, todo movimiento o fenómeno espiritual (estado de ánimo). Como el
estado de ánimo se manifiesta siempre a través de la mente, en términos médicos se le suele
denominar timia, que usado como prefijo o sufijo significa “lo que se da en la mente” lo que
equivale a “movimiento mental”. La timia es el equivalente del humor. Si arrancamos con los
conceptos previos de que el alma es la expresión de la vida y el espíritu la expresión del alma en el
hombre y la mente el instrumento del espíritu, esperemos que la explicación más o menos detallada
de estos fenómenos de la vida humana hayan aclarado, lo que en nuestro concepto (avalado por
investigaciones científicas de la neurociencia y las observaciones empíricas de doctrinas orientales
como el budismo tibetano) es alma, espíritu y mente.

Ahora, desde esta perspectiva, podemos definir que ánimo es la plena manifestación
espiritual mediante la plena conciencia (estado vigil) que prepara el hombre para su actividad
humana común, en cualquiera de las formas que ésta se manifiesta a través de la conducta
humana. Ánimo es, por lo tanto, la expresión espiritual como pura acción humana en forma
consciente. Y, parafraseando expresiones de James, podríamos decir que el ánimo es un estado
mental continuo y consustancial con las condiciones subjetivas de la conciencia y “toda conciencia
es motora” porque es la que capta toda sensación posible de producir movimiento, lo que mueve a
todo el organismo humano en todas y cada una de sus partes. Esto enlaza a ánimo con conciencia y
con actividad.

Consecuentemente, esta acción puede ser meramente intelectiva, o afectiva o volitiva. Lo


usual y natural es que se dé con las tres esferas en bloque, pero decimos que puede ser en una u otra
dirección espiritual, según la nota predominante de la acción. Por lo tanto, lo anímico, el ánimo
siempre tendrá un fondo o telón de trasfondo donde interactúan inteligencia, sentimientos y
voluntad. Los sentimientos o sensaciones como afectos, instintos o emociones dan un fondo especial
al ánimo y es lo que condiciona el llamado estado del ánimo.

También el estado de ánimo se designa como genio que es la disposición habitual u


ocasional del ánimo que marca la índole o inclinación según la cual se obra comúnmente con
demostración apacible o alegre (tener buen genio), o áspero y desabrido (tener mal genio) Cuando
ese estado de ánimo está más teñido por lo afectivo lo referimos como el humor al cual algunos
autores como Pieron, Nuttin y Buytendijk prefieren denominar estado afectivo general que se ha
traducido en alemán como stimmung. El estado general afectivo es conocido por la experiencia
cotidiana donde sentimos sensaciones diversas como la jovialidad, abatimiento, irritabilidad,
agitación, tristeza, alegría de vivir, entusiasmo o fuerza dinámica, fatiga y otras sensaciones similares
oscilantes que nos afectan en lo psíquico y en lo físico. Debido a sus múltiples manifestaciones,
muchas de ellas con causas o motivos conocidos, se ha querido definir a este estado afectivo en forma
objetiva mediante la noción de “estado central motivante” (central motivating state). Algunos efectos
de este estado afectivo o motivante, han sido vinculados unos a otros de manera bien ordenada, para
asegurar funciones de alta importancia biológica (en el lenguaje de los evolucionistas darvinistas, que
hacen a la supervivencia) como la procreación, el comportamiento maternal, otros estados afectivos.
Estas funciones psíquicas, que de alguna manera se conectan con la personalidad individual, han
interesado a algunos investigadores para comprobar ciertas correlaciones. De este modo, los estados
de ánimo establecen relaciones entre constitución y carácter, entre madurez física y psíquica. De todo
esto, resulta interesante el llamado “stimmung” correlacionado con otro término alemán:
“Befindlichkeit” el cual ha sido traducido literalmente como el sentimiento de encontrarse a sí mismo,
lo que nosotros pensamos que mejor debiera adecuarse a expresarlo como el sentimiento de cómo se
encuentra a sí mismo.

Para Buytendijk la palabra “humor” como fondo del estado de ánimo, no define o traduce
adecuadamente el estado afectivo general que obra, a la vez, como estado corporal y como
disposición comportamental. Es podría manifestarse también como “la fuente de ciertos sentimientos
particulares”, “la revelación en el orden de la afectividad de la vinculación de el” ser-ahí” y el
mundo”. En otras palabras la Befindlichkeit me sirve para indicarme dónde “estoy”. En el estado de
animación o depresión, irritación, enérgico, activo o fatigado, mi cuerpo me anuncia, esto es, me da
entender, comprender o conocer anteladamente, un “esbozo proyectado de posibilidades”, a la vez
que “me invita” a realizar esas posibilidades. En otras palabras, el estado ánimo “imperante” es
llamado así porque “es vivido como una sensación motivante bastante imperiosa”. Todo esto es lo
referido a la normalidad.

Cuando ocurren estados patológicos del estado de ánimo o del ánimo en sí, la psicología
moderna los cataloga como “trastornos del estado del ánimo” y según los criterios más nuevos,
codificados en el DSM IV (Diagnosis Statistic Manual) (Manual de Diagnósticos y Estadísticas de
Trastornos Mentales), serían trastornos depresivos o trastornos bipolares, trastornos debidos a
enfermedades o tóxicos, trastornos no determinados. Desde otra perspectiva, el humor constituye el
sentido de un nivel de integración superior, en el cual el espíritu transfiere al cuerpo fuera del espacio
físico (¿metafísica?) Otro autor formula un principio metodológico para tratar los fenómenos
espirituales bajo el postulado de la fisiología está llena de alma y es la propia alma que hace su
cuerpo.

Ekman considera que la lista de emociones enumeradas por él no incluye o no se refiere


específicamente a los estados de ánimo. No obstante aunque según su parecer los estados de ánimo
están relacionados con las emociones, mas no son la misma cosa. La diferencia apreciable entre
emoción y estado de ánimo consiste en el período de duración. Se anticipó que una emoción puede
durar unas fracciones de segundo o un poco más. Los estados de ánimo duran por días o meses. Otra
diferencia es que de algún modo podemos establecer qué nos ocasiona la mayoría de las emociones o
la totalidad de las mismas. Pero no ocurre lo mismo con el estado del ánimo, ya que amanecemos con
él y no podemos explicarnos bien qué nos pasa. Sólo podemos tomar conciencia de que algo nos
ocurre para sentirnos irritarnos, felices, temerosos o tristes. Hay circunstancias en que sí somos
conscientes de por qué detentamos un determinado estado de ánimo, por conocer las causas previas.
Pero lo usual es que esas causas no nos sean suficientemente claras o explícitas. En la opinión de
Ekman, los estados de ánimo tienen mucho que ver con cambios internos más que con cambios
externos. Esta sería una forma de aparición primaria, común o normal. Pero existiría una segunda
forma de presentación de los estados de ánimo que ésa sí está relacionada con experiencias
emocionales muy intensas. Por ejemplo, si experimentamos numerosos episodios de regocijo en
forma seguida o continua lo natural es que entremos en un estado de ánimo eufórico.
Contrariamente, si algo nos enfurece también continuamente acabamos con un estado de ánimo
irritable. De modo similar, lo que nos entristece nos lleva a un estado de ánimo depresivo. En síntesis:
para Ekman, los estados de ánimo o son producidos por cambios internos o se deben a una sucesión
continua de emociones intensas.

Goleman, a su vez, estima que los estados de ánimo son trasfondo de la mente (concepto
muy cerca del dado a humor) y que ciertos pensamientos sutiles (de fondo o subconscientes) cuando
afloran a la conciencia (nos damos cuenta de ellos, o sea, cobramos sentimientos de cómo nos
encontramos nosotros mismos en ese momento) determinan estados de ánimo. Consecuentemente, los
estados de ánimo sesgan o limitan nuestro pensamiento, condición que nos hace vulnerables y crea
problemas porque están modificando nuestros pensamientos. Por ejemplo, si amanezco irritable es
probable que las nimiedades se transformen en gigantes dramáticos y se forme un círculo cerrado: mi
irritabilidad distorsiona en más cosas sin importancia y esto aumenta mi enfado y mantiene o
acrecienta mi irritabilidad. Luego, cuando el estado de ánimo puede influir sobre nuestros
pensamientos y magnificar el impacto de las emociones, esta coyuntura encierra un cierto peligro,
sobre todo en lo referente a las emociones fuertes y más particularmente a las emociones destructivas.
La modificación de pensamiento y emociones por el estado de ánimo lleva a que un estado de ánimo
imperante se prolongue más de lo debido y sea muy difícil de controlar. Sobre todo cuando son
emociones destructivas lo que se convierte en algo desagradable o intolerable, que no quisiéramos
poseerlo y que nos causa daño. La creencia budista es que ese trasfondo de la mente puede deberse a
experiencias latentes, en nuestra expresión que surgen de la memoria filética, en la idea budista de
experiencias de existencias anteriores, almacenadas en nuestra mente. Luego, un estado de ánimo
tiene causas directas o conocidas como la irrupción de emociones o sentimientos u otros estímulos
ambientales u originados en nuestros propios pensamientos y causas secundarias desconocidas
debidas a influencias ocultas.

Ekman atribuye las influencias ocultas que desencadenan estados de ánimos, a las que suelen
ser opacas y están fuera de nuestra conciencia (serían inconscientes o subconscientes) y, por lo tanto,
no se pueden determinar. De ahí que cuando advertimos un estado de ánimo que no podemos
explicar no es porque no exista motivo, sino que ignoramos el mismo. Otra concepción budista, la
expresa el Dalai Lama cuando pone por ejemplo que la irrupción en la mente de un estado mental
como el enfado, esto produce una “infelicidad mental” o sensación continua de insatisfacción y es
probable que muchas veces exista un estado mental de infelicidad o insatisfacción continua donde
impacta el motivo que nos lleva al enfado. En esta cuestión, se diferencia el budismo del
occidentalismo, porque mientras el budismo trata de liberarse de los estados de infelicidad mental por
completo y en forma permanente, el occidentalismo los incorpora y tiende a explicar, incluso
justificarlo cuando lo interpretan que está en su justa medida y en una situación adecuada y, en el
mejor de los casos, a estudiarlo, más que a erradicarlo.

Matthieu Ricard coincide con Ekman en que las emociones duran segundos o fracciones de
ellos, que los estados de ánimo se mantienen por horas o días y que el temperamento perdura por
años. Por esto, cualquier intento de cambio debe comenzar centrándose en las emociones para
modificar los estados de ánimo y, finalmente, acabar provocando un cambio de temperamento.

Carácter, temperamento como elementos formadores del ánimo


¿Qué es el carácter?

Etimológicamente, carácter (que proviene del latín character) significa marca o señal y
también estilo. Sería lo que se marca o imprime en alguna cosa. La RAE trae las siguientes
acepciones:
1. Conjunto de cualidades o circunstancias propias de una cosa o persona, que las distingue,
por su modo de ser u obrar, de los demás
2. Fuerza y elevación de ánimo natural de alguien, firmeza, energía
3. Estilo

Desde el punto de vista de estas definiciones, pareciera ser que a carácter se lo ha querido
referir como aquello que conforma personalmente a un hombre, imprimiéndole un sello personal
que lo distingue de otros hombres. Pero también como un signo de voluntad fuerte o firmeza de
espíritu. También podría ser el estilo personal de vida como modo o forma de ser. Luego, todo esto
liga a carácter con personalidad, voluntad y espíritu firme y enérgico. Aunque el término “carácter”
prácticamente ha desaparecido de los textos modernos de psicología, empíricamente sigue siendo un
concepto valioso para describir mejor al ser humano y hacerlo más comprensible. Ayuda también a
formar a la inteligencia emocional. Hoy prefiere hablarse más de personalidad que de carácter. Erich
Fromm concibe al carácter como la manera más o menos permanente en que la persona canaliza su
energía. En su continuo interactuar del hombre con su medio (las cosas y personas que lo rodean),
despliega su energía espiritual. Es acá donde funciona la acepción de carácter como energía. Fromm,
a diferencia de Freud que cifraba esa energía en el impulso sexual, atribuye al carácter el medio o
modo que permite la utilización óptima de la energía humana, que no sólo como objetivo la relación
interpersonal del hombre con otros hombres y las cosas del mundo, sino también la guía para su
supervivencia. Precisamente, el carácter como personalidad, voluntad y espíritu firme y enérgico,
sería el instrumento valioso que le permite al hombre resolver los conflictos y regular su
desenvolvimiento mundano (ambiental) para llevar a cabo un proyecto de vida o proyecto
existencial. Al realizar su proyecto existencial desarrolla su estilo de vida. Todo ese desarrollo es el
carácter. El carácter, desde esta perspectiva no es estático, rígido, sino un proceso dinámico y, dentro
de ciertos límites, permite a las personas adaptarse a las diversas situaciones, principalmente las
sociales. Observemos como se ajusta esto al concepto de personalidad, que luego estudiaremos.
Fromm remarca que ciertas sociedades tienden a desarrollar o manifestar determinadas orientaciones
o tipos de carácter a sus miembros. Entre esas orientaciones se establece una distinción entre las
orientaciones productivas y las no-productivas y diferencia a ambas el amor y el trabajo como
condiciones que formalizan las orientaciones productivas para distinguirlas de las no-productivas. De
esta forma, cualquier rasgo de carácter, tomando por ejemplo el ser sensible, puede manifestarse de
una manera productiva, esto es auténtica y positivamente o inversamente, ser improductivo al
degenerar en la sensiblería. Podemos tomar otro ejemplo como es el orden y la limpieza. El modo
productivo de usar de ellos es hacerlo de acuerdo a las necesidades reales y en forma oportuna,
medida y armónica. Los modos improductivos son los extremos: o despreocuparse de ellos en
cualquier forma o llevarlos al extremo de una tendencia obsesiva enfermiza. Igualmente, en lo
referente a la opinión ajena, el modo productivo es escucharla y mostrar comprensión y tolerancia
con lo que se disiente, en forma respetuosa, o acordar con lo que se consiente, formando la opinión
propia. Lo improductivo es cuando no escuchamos a los demás, o tenemos incapacidad para formar
opinión propia, o somos intolerantes con los demás o, contrariamente, nos vamos al extremo de una
excesiva permisividad de dejarnos llevar siempre por la opinión ajena. Otro aspecto a considerar es la
propuesta de Fromm en lo relativo al amor y al trabajo como fundamento de la productividad. Para
Fromm, el amor es la primera base de la orientación productiva del carácter y, en ese sentido, tendría
cuatro cualidades distinguibles:

1. El verdadero amor implica cuidado (curia), lo que a su vez presupone ser capaz de proteger y
hacer crecer lo amado (capacidad de curia)
2. Este amor presupone adquirir el conocimiento debido de las cosas, a fin de proceder con
autoridad a hacer lo correcto para favorecer a lo que se ama y no perjudicarlo por ignorancia.
3. También el amor implica respeto, o sea, el reconocimiento de lo que amamos, a los que, por
mucho afecto que se les tenga, no hay que perder de vista que lo amado puede ser distinto a nosotros,
como ocurre cuando queremos a otra persona que tiene ideas y sentimientos diferentes a los nuestros.
4. El amor es responsabilidad, lo que se traduce como la capacidad de responder por la cosa
amada, especialmente si lo amado es una persona. En este caso se trata de responder por el otro con
nuestros actos, esto conlleva el conocimiento de que la responsabilidad es por otro ser que no nos
pertenece y que tiene su propia vida, de la cual sólo responde en la medida que otro lo permita.
Significa que el amor y el cuidado son cualidades no posesivas sino desinteresadas, que se desarrollan
con la completa libertad personal y el respeto de la libertad ajena. No se invade la vida del otro, sino
simplemente se le acompaña y cuida en el transcurso de la relación.

El otro aspecto o base de la orientación productiva es el trabajo. En esta cuestión, Fromm


abiertamente nos dice que consiste en trabajar por aquello que se ama. Este concepto se aparta
totalmente de la concepción freudiana del carácter como impulso o energía sexual. Está centrado en
la concepción de la relación social entre los hombres. Ergo, la base de la consolidación del carácter es
el placer pero no el producido en las zonas erógenas sino el que surge del tipo de relaciones que una
persona puede establecer con otro sobre la base de una mera empatía, independiente de la atracción
sexual. En general, es posible afirmar que ni el carácter ni la personalidad (en el supuesto de
considerarlos por separado), pueden ser pensados como entidades estables o inmutables, sino como
cualidades que se van construyendo, incorporando y modificando en el transcurso de la vida. Esto
deja abierta la posibilidad de modelar o formar el carácter a través de la educación. Una persona
puede modificar en cualquier momento su forma habitual de ser, sobre todo si el ambiente que le
rodea cambia de manera significativa o si dicha persona experimenta la necesidad de un cambio. El
carácter, al igual que la personalidad, puede ser influenciado en algún modo por el ambiente y el
pasado remoto, pero de ninguna manera hay un determinismo. La decisión de adoptar una forma u
otra de carácter o de personalidad estará siempre ligada a la voluntad y a los estímulos del espíritu,
más que de las necesidades estrictas del medio. En otra manera de distinguir lo que es carácter
podemos decir que es el resultado de las características personales, incluyendo lo que se considera el
temperamento y las interacciones con ese ambiente. Quizás, este punto de vista es lo que dio origen al
refrán que pregona lo de “genio y figura hasta la sepultura”. Si consideramos al carácter como
firmeza de voluntad o espíritu, tendremos así dos tipologías caracterológicas en aquellas figuras que
en la opinión social habla de personas de “carácter fuerte” o de “carácter débil” para definir a lo que
nosotros creemos que serían los individuos que tienen un carácter formado o definido y la
contrapartida de los que no lograron construir su carácter. Esta aseveración es lo que nos lleva a
pensar que el carácter es algo que puede ser formado o educado y que tiene capacidad de cambio, lo
que establece su carácter dinámico.

Temperamento

Nos hemos referido, como de paso, al temperamento. Este es otro concepto muy usado pero
poco considerado actualmente, en los términos o palabras tal cual. Es decir, hay una tendencia
moderna a obviar el uso de las palabras carácter y temperamento para referirlos de otras formas al
describir las cualidades de ambos. Quizás, lo que mejor nos haga reflexionar sobre carácter y
temperamento sea la frase de Nietzsche: “Un hombre parece tener carácter, mucho más
frecuentemente cuando sigue su temperamento, que cuando sigue sus principios”. El filósofo alemán
usa carácter y temperamento como dos cualidades distintas y antepone a ambos en la conducta
humana, en relación con los usos de principios para regir dicha conducta. La RAE, como de
costumbre, toma todas las acepciones posibles que el habla determina para una palabra. En el caso
particular de temperamento separaremos algunas de estas acepciones útiles para nuestro trabajo:

1. Constitución particular de cada individuo, que resulta del predominio fisiológico de un


sistema orgánico (esto es lo que llevó a configurar una tipología humana)
2. Carácter, manera de ser o de reaccionar de las personas
3. Manera de ser de las personas tenaces e impulsivas en sus reacciones
4. Vocación o aptitud personal para un oficio o arte

Algunos investigadores del desarrollo humano han propuesto definir a temperamento como
“conjunto de características psicológicas que parecen tener componentes innatos, los cuales
determinan las diferencias en el comportamiento de los seres humanos”. Estas acepciones, junto con
otras, nos hacen creer que es lo que desalentó a los estudiosos contemporáneos a abandonar el uso de
las palabras carácter y temperamento, para evitar las posibles confusiones que las mismas pueden
inducir o llevar a connotaciones divergentes. Los psicólogos Carmen Rodríguez y Martín Reimat
recurren a una nueva disciplina psicológica denominada caracterología cuya base es ordenar y
sistematizar la serie de actitudes y de comportamientos que se observan en la manera de ser de las
personas. De esas actitudes extraen dos cualidades que denominan rasgo y tipo. De esta forma eluden
referirse directamente a los términos carácter y temperamento, a los cuales usarán cuando estudian
determinados investigadores. Según el concepto de Rodríguez-Reimat, rasgo o rasgos serían el
conjunto de propiedades o forma de actuar que son propias de cada persona y que se repiten en
forma constante, dando al comportamiento de cada individuo una cierta coherencia y significación.
Luego, rasgo denota la disposición a la constancia o repetición externa, a la estabilidad y la
consistencia en el significado de las formas de conducta de un individuo. Para estos autores, los
rasgos se pueden definir en varias categorías:

1. rasgos de aspectos formales de la conducta y de la personalidad y de relación con opiniones,


intereses y actitudes personales
2. rasgos comunes a todos los hombres y rasgos característicos a ciertos individuos
3. rasgos superficiales y perceptibles (gesto, voz) y rasgos profundos (motivación, ideales o
ilusiones)
4. rasgos específicos: representan una categoría muy reducida de comportamientos y rasgos
inespecíficos de comportamientos de amplios sectores de la conducta

Dejan así aclarado, que rasgo es un pequeño conjunto de respuestas habituales. En referencia
a tipo lo definen como un conjunto de rasgos. Tipo sería el factor más general que se encuentra en
esas diferentes formas de conducta. La noción de tipo tiene dos significados diferentes:

a. como representante de una conducta media (hombre tipo, hombre medio)


b. como modelo o caso ideal. Surge de la comparación de un modelo ideal con las conductas de
todos los individuos y de ello se extrae un modelo que cumple todos los requisitos dados. Este
significado es el más usado en la tipología psicológica

Relaciones entre temperamento y carácter

Nosotros creemos que tanto rasgos como tipos, son sistemas de clasificación de las diferentes
manifestaciones de caracteres y temperamentos del ser humano. Aunque nosotros hemos adelantado
algo sobre estado de ánimo y su interacción entre temperamento y carácter, la diferencia reside en
que el estado de ánimo es algo más mutable y por lo tanto de duración oscilante, mientras que
carácter y temperamento son dos condiciones de mayor estabilidad, permanencia e inmutabilidad. El
estado de ánimo es cambiante. El temperamento y el carácter lo son mucho menos, a tal punto que
algunos investigadores piensan que marcan definitivamente la personalidad individual. Lo cierto es
que temperamento y carácter son susceptibles de cambios mediante la educación, esto es el
entrenamiento sostenido de técnicas o prácticas que ayudan a moderar los temperamentos iracundos,
apasionados, irritables, temerarios, imprudentes, etc., y, en consecuencia la huella que deja el
temperamento en la conciencia (carácter) o modo de manifestar el temperamento. El temperamento es
lo constitutivo. El carácter es la impronta de la manifestación del temperamento en la conciencia y
conducta. Se cree que el temperamento puede ser connato, pero lo cierto es que casi siempre es algo
influenciable por experiencias determinadas. Luego la formación temperamental es producto de
experiencias, y esto es lo que le hace susceptible de ser modificado a través de experiencias
adecuadas. El estado de ánimo tiene como trasfondo no sólo al humor, sino también al temperamento
que se manifiesta con el carácter y éste es que interactúa en el estado de ánimo, modulando de una
forma u otra las reacciones o acciones que causan un determinado estado de ánimo. Sin embargo, el
concepto del temperamento como “algo constitutivo” ha cambiado con los descubrimientos de las
neurociencias. El temperamento puede ser cambiado. Esto significa, entonces, que el temperamento
más que connato, congénito, genético, es algo aprendido. El cambio de temperamento está
relacionado con circuitos neuronales. La amígdala se encuentra sumamente activa en los deprimidos
o estresados. La activación del área medial de la corteza frontal inhibe esta activación de la amígdala.
Luego, no es extraño, entonces, que la activación de la corteza prefrontal y la correlativa disminución
de la activación de la amígdala, determinen un cambio de temperamento. La investigación de la
sensación de bienestar en discapacitados, personales y ganadores de lotería u otros aciertos, como los
estudios realizados en gemelos idénticos, han llevado a los investigadores a concluir que cada ser
humano dispone de una razón biológicamente determinada de buen humor/mal humor que opera
como una especie de tasa de felicidad la que funciona como constante biológica individual, por la
cual, el efecto de los éxitos y fracasos es provisional y por lo tanto, pasado un estado emocional
determinado, se tiende a recuperar el nivel acostumbrado de humor. No parece existir una gran
relación entre las circunstancias el estado de ánimo predominante. El adiestramiento mental puede
inducir un cambio de temperamento, según el humor que se cultive, esto es, al estado de ánimo al
cual se tienda voluntariamente. Este concepto está íntimamente ligado al del cerebro proteico, puesto
que del entrenamiento constante y profundo, se generan nuevos grupos neuronales o redes sinápticas
para afianzar el nuevo estado de ánimo y afirmar el temperamento seleccionado. Luego, ánimo,
humor, temperamento y carácter serían meros “estados mentales” que impactan en la conciencia.

Carácter e inteligencia emocional

Goleman llama palabra anticuada a carácter y explica que actualmente sería lo que definiría
al conjunto de habilidades que conforman la inteligencia emocional. Cita a Amitai Etzioni quien
considera al carácter como “el músculo psicológico que la conducta moral exige”. Goleman
considera que si se retoma el sentido de carácter en función de la inteligencia emocional, el desarrollo
del carácter sería una de las bases de las actuales sociedades, principalmente las democráticas. Para
este desarrollo propone algunas de las maneras en que la inteligencia emocional puede apoyar.
Comienza su exposición citando a Aristóteles el que sustenta al carácter en el autodominio, lo que
presupone una autodisciplina o vida virtuosa. Desde otro punto de vista, considera que la piedra
angular del carácter sería la capacidad de motivarse y guiarse uno mismo, para realizar los actos
cotidianos. En esto interviene la voluntad (considerada habilidad emocional básica) como forma de
capacidad para diferir gratificaciones y de controlar y canalizar la urgencia de actuar. Cita también a
Thomas Lickona quien propone para la educación del carácter que: “se necesita voluntad para
mantener la emoción bajo el control de la razón. Necesitamos controlarnos a nosotros mismos,
nuestros apetitos, nuestras pasiones, para hacer el bien a otros”. Goleman retoma su propio
pensamiento y postula la necesidad de la capacidad personal necesaria para poder “dejar de lado” la
costumbre de un enfoque permanente sobre nosotros mismos. Esta capacidad, además, debe
extenderse a lo aconsejado por Aristóteles y Lickona en el sentido de “controlar los impulsos”. Dejar
de poner toda la atención en uno mismo y controlar nuestros impulsos emocionales, serían la fuente
de beneficios sociales pues nos permite entender y encontrar más fácilmente el camino hacia la
empatía que conduce al altruismo o compasión por otros. La empatía, que en cierta forma es ver las
cosas desde el punto de vista del otro, nos conduce a ser más tolerantes con las diferencias ajenas y
aceptarlas en un marco de convivencia armónica y respetuosa.
Aspectos sobre la formación del temperamento y carácter
La “alfabetización emocional” en la idea de Goleman

Goleman postula que adquirir las cualidades de poder empatizar, comprender y tolerar a
otros nos permite desarrollarnos dentro de las actuales sociedades pluralistas y, en el caso de acceder a
deberes y obligaciones políticas o al uso de derechos políticos, estaríamos mejor preparados para
vivir en perpetuo respeto mutuo y tener un discurso público creativo, que podrían constituir las artes
fundamentales para desarrollarse bajo un régimen político de democracia. Señala que Etzioni cree
que la escuela (y la enseñanza pública en general en todos los niveles: primarios, secundarios y
universitarios) tienen un papel preponderante en la formación del carácter, si aprendieran a enseñar
autodisciplina y empatía y la asunción de compromisos auténticos con los valores cívicos y morales.
Pero esa enseñanza no debe basarse en meras conferencias sobre los diversos valores morales y
cívicos sino en la enseñanza práctica para construir habilidades sociales y emocionales. Para esa
enseñanza práctica propone la alfabetización emocional. Concordamos con lo que Goleman dice y
propone, no puede ser de otra manera, pero pensamos que hay que complementar con otros
conceptos. La enseñanza escolar de la alfabetización emocional, de la autodisciplina y de la empatía
es importante y útil, además de muy necesaria. Pero también lo es la instrucción y formación de la
familia en la idea de una disciplina de alfabetización emocional. Esto no sólo refuerza lo que la
escuela aporte, sino que también predispone a la mejor enseñanza: el ejemplo familiar. El fracaso de
la alfabetización emocional no radica sólo en la ausencia de un programa escolar sistematizado y
llevado a la práctica con eficacia. La falla mayor de la educación de niños, jóvenes y adultos reside
en la vacuidad ambiental o del medio social. La falta absoluta de valores cívicos y morales produce
el vacío espiritual, que además de otras cosas, conlleva la falta de moral, educación emocional y
valores cívicos. En este medio social está primariamente la familia y secundariamente la escuela y las
otras instituciones políticas y sociales, incluyendo las iglesias. El “vacío existencial” actual, que
funciona como “vacíos sociales varios” en particular y “vacío espiritual” en general, oficia como una
especie de pandemia muy contagiosa. Todos los que convivimos en un medio vacuo, tarde o
temprano, de un modo u otro, seremos afectados o “contagiados” de esos “vacíos”. Esta es la razón
de que no se puede combatir una “pandemia” de esta naturaleza administrando un solo medicamento.
Además de la terapéutica directa, como en toda enfermedad contagiosa y expansiva, hay que tomar
normas de prevención e higiene, determinados aislamientos y operar sobre todos los afectados y los
que están en riesgo de ser afectados. De ahí que la acción debe ser generalizada y en todos los frentes.
La escuela y la familia son los medios básicos o campos primarios de esa acción. Pero todas las
instituciones y ámbitos sociales deben ser abarcados, contenidos y formados para lograr erradicar una
pandemia. La pandemia, como su nombre lo indica, es algo extendido a todos los lugares. No hay
rincón que escape a la influencia del mal. Debido a esto, todo plan, toda idea o acción educadora e
instructiva, debe llegar a todos. La falta de un espíritu común de solidaridad, de un fin social común,
de una intención social general de fomentar la vida virtuosa, no permite estructurar una sociedad
organizada para la educación o alfabetización emocional. Ni el libro de Goleman ni los esfuerzos
aislados de algunos educadores o filósofos de la inteligencia, pueden conseguir una influencia eficaz
que vaya más allá de una simple conmoción que da una adherencia fugaz al descubrimiento de la
falta y necesidad de una inteligencia emocional. La superficialidad social de las conductas públicas
(políticos, funcionarios, profesionales, empresarios, militares, religiosos, etc.) es la cáscara de una
sociedad aparentemente impenetrable para su autoeducación y autocorrección. De ahí nace la
intolerancia social masiva, la violencia pública en todos los niveles sociales, y la corrupción que
gana cifras alarmantes en las estadísticas numéricas. No sabemos si formando conductas individuales
lograremos con el tiempo una suma de esas conductas que llegue a la transformación general de la
sociedad. Es posible que sea una de las formas de encarar el problema, sobre todo buscando formar
individualmente a líderes sociales en todos los niveles (políticos, profesionales, religiosos, etc.).
También hay que formar una pléyade de educadores.
Pero lo más importante y, hasta ahora, inaccesible es la formación de la opinión pública a
través de los medios sociales de la información y la comunicación. Si fuese posible un acuerdo
utópico para generar un cambio de la mentalidad comercial de esos medios, y de las empresas que los
patrocinan económicamente, para lograr una transformación sustancial para que la información sea
basada en datos útiles, sumaríamos al proyecto un aliado poderoso. Los medios informáticos
(mediatismo en general) abarcan la radio, la prensa escrita en todas sus formas, la televisión en todas
sus formas y los medios audiovisuales en general (cine, música, videos, juegos electrónicos,
programas de computadoras, etc.). La ausencia de una intención común de educar es lo que ha
vaciado de valores a todos los medios de comunicación, incluyendo a Internet, y ha convertido a
estos medios en meros elementos masificadores, irónicamente, en la anticultura y la antieducación.
Más bien, ofician de “vaciadores espirituales” y de “medios de idiotización masiva”. El producto de
la falta de una formación debida, no sólo del carácter y del temperamento, sino de toda la inteligencia
del hombre, que abarque lo emocional y dentro de ello, lo instintivo, lo social y lo comunicacional y
una educación para el uso de la inteligencia (inteligencia intelectiva), es el vacío espiritual. Este vacío
rige la conducta social pública y privada y prima la corrupción en todos los niveles. Las noticias de
las degradaciones morales en políticos, religiosos, profesionales, empresarios, militares y,
prácticamente, todos los niveles sociales, son alarmantes. Aparentemente no queda un solo resquicio
social impoluto. De ahí nuestro concepto de pandemia (mal de extensión universal) Esto ha generado
una falta de confianza y descreimiento en todo. Últimamente la desesperanza es otra de las tantas
consecuencias que llevan a la pérdida del sentido de la vida de muchos o de casi todos. Pero el
resultado más alarmante es la afectación de niños y adolescentes en franca decadencia en todo el
mundo, tanto en países llamados desarrollados como los subdesarrollados o del “tercer
mundo” (¿cuál es el segundo?). Esta niñez y juventud, incluso los adultos, ya no sólo son presas de la
droga (tabaco, alcohol, estupefacientes y psicofármacos) como hábito casi masivo, sino que la
delincuencia en sus formas más pervertidas (asesinato, violación, sadomasoquismo y despojo de
bienes ajenos bajo todas las formas delictivas) gana cada día más los estratos más jóvenes,
especialmente niños, púberes y adolescentes. Inglaterra piensa en imputar a niños de cinco años de
edad, dado los crímenes terribles que últimamente se han detectado en delincuentes precoces. Nunca
se había visto, en la historia de la humanidad (o al menos no está consignado en ningún libro o
estadística), la facilidad con que niños y adolescentes adquieren armas y drogas en la sociedad actual
y pueden disponer libremente de ellas, al margen de toda ley y castigo formal. Incluso, muchas leyes
protegen a esas conductas desviadas de todo castigo y permiten la impunidad. La sociedad es
permisiva sopretexto de supuestos derechos personalísimos y de la teoría de la ingenuidad y bondad
natural de los niños. Últimamente, los jueces o fiscales, incluso, hablan de institutos de reclusión
inadecuados. Todos parecen olvidar que lo más importante e inadecuado es la existencia de un “niño
asesino”. De manera especial, el asesino a “sangre fría”, sin una razón o justificación aparente
(accidente, emoción violenta, defensa propia, etc.) Los psicólogos, psiquíatras y legistas, en gran
número, esgrimen diversas teorías para justificar el desvío social infantil y juvenil y apelan a gastados
esquemas intelectuales como el “influjo social” e “influjo familiar”. Goleman califica a este fenómeno
como la “primera generación (histórica) de niños y adolescentes” que cuentan con una permisividad
general para acceso sumamente fácil a las armas automáticas y terribles, a la droga y al delito. Piensa
que antes hubo una “primera generación de padres” que accedió a las drogas y a la propiedad y uso
de armas. Este autor hace notar que las armas y las drogas exacerban las pasiones, pues aquellos
conflictos que antes podían dirimirse a golpes de puño, hoy concluyen con el uso abierto de las
armas, con disparos que no sólo llevan la intencionalidad de herir, sino de matar. Pero hay otra
agravante peor: antes había algún tipo de freno para manifestar la violencia infantil y juvenil
públicamente, lo que hacía que estadísticamente fuera menos frecuente. Hoy esos frenos no existen o
están dormidos y las nuevas generaciones infantiles y juveniles (los “chicos”), no son muy buenos en
evitar las disputas. Goleman insiste que una de las causas de que esto ocurre es la falta de
alfabetización emocional por parte de una sociedad que no se ha molestado en asegurarse que los
niños cuenten con una enseñanza de la “habilidad básica en la vida”. Esto oficia como decir que no
hay “escuelas de vida” y no hay educación “para aprender las cosas esenciales de la vida”. El autor
pone el acento en la enseñanza del manejo emocional y de la adquisición de una aptitud emocional
para aprender empatía, control de impulsos y otros fundamentos de aptitud emocional. “Dejando que
los niños aprendan esto por su cuenta, nos arriesgamos a perder la posibilidad de que la lenta
maduración cerebral ayude a los niños a cultivar paulatinamente la creación de un saludable
repertorio emocional. A pesar del fuerte interés que algunos educadores han demostrado en la
alfabetización emocional, estos cursos aun son excepcionales; la mayoría de los maestros, directores
y padres, simplemente no saben de su existencia. Los mejores modelos están fuera de la principal
corriente educativa, en poder de un puñado de escuelas privadas y unas pocas escuelas públicas.
Por supuesto, ningún programa, ni siquiera éste, es una respuesta para todos los problemas. Pero
dada la crisis que enfrentamos y enfrentan nuestros niños, y la esperanza que surge de los cursos de
alfabetización emocional, debemos preguntarnos: ¿No deberíamos estar enseñando estas habilidades
esenciales para la vida a todos los niños, ahora más que nunca? Y, sino es ahora, ¿cuándo?”

La disciplina

La formación del carácter exige la disciplina. La vida tiene muchos caminos para emprender,
pero cada camino tiene una puerta que debe franquearse para tener vía libre hacia la meta a la cual
conduce ese camino. Cada puerta, naturalmente tiene su llave, pero hay una llave maestra para todas
esas puertas: la disciplina. Si bien la RAE define a disciplina como “doctrina, instrucción de una
persona especialmente en lo moral” “arte, facultad o ciencia” “observancia de las leyes y
ordenamientos”, estas definiciones no nos llevan a la idea connotativa que se forma en lo relativo al
término disciplina. El concepto que se forma en torno a disciplina es como aquello que nos permite
ordenarnos interna y externamente para cumplir un fin determinado. Generalmente se dice que
alguien es disciplinado cuando cumple los reglamentos o normas en una situación determinada. Hay
profesiones que hacen de la disciplina la norma o requisito primordial para ejercerlas y ellas son las
de los militares, los sacerdotes católicos. Se dice que un alumno es “disciplinado” cuando acata y
cumple las normas que rigen en un establecimiento educacional. También es “disciplinado” el
trabajador que se adhiere incondicionalmente a lo reglado para conducirse en la empresa. Pero,
quizás, ha sido el poeta Longfellow quien mejor define la palabra disciplina cuando escribe “grande
es el arte de comenzar, pero mayor el de concluir” pues nos lleva a considerar a la disciplina como
una “cualidad indispensable para lograr los propósitos que cada uno formula en su vida que nos
permite empezar y concluir a cada uno de esos propósitos”. Nosotros creemos que la disciplina es
una facultad ordenadora de la conducta para adecuarla a un régimen de vida donde la educación
(alfabetización) emocional es uno de los pilares fundamentales. La conducta desordenada o
indisciplinada es la causa de muchos trastornos personales y sociales, pues cuando el desorden
individual se colectiviza, comienza el caos social. La falta de ordenamiento de la conducta mediante
la sujeción al ejercicio y cumplimiento sistemático de normas encauzadoras, es lo que determina la
indisciplina. Con estos conceptos Sybil Stanton considera que la disciplina es una “dinámica
inapreciable de la que todos disponemos” ante la ausencia de un genio que nos ayude a terminar
milagrosamente todo lo que empezamos. Cita el caso de los grandes que han descollado en el arte o
en la ciencia a los que consideramos maestros en algún arte o técnico porque tienen inteligencia,
músculos y buena suerte y pensamos que nosotros no podemos descollar porque “no poseemos lo
suficiente de esas tres dotes”. En estos casos “la excelencia suele ser engañosa, porque no vemos los
trabajos y la constancia que la engendraron”. En virtud de estas afirmaciones, la disciplina queda
indisolublemente ligada a dos grandes condiciones: trabajo y constancia.

Acto seguido, veamos lo que Stanton llama elementos básicos para obtener constancia:

1. Fuerza para “descartar”: hace referencia a la frase del antiguo filósofo chino Mencio “los
hombres deben resolver lo que no harán, para entregarse de lleno a lo que quieren hacer”. Es
indudable que cada vez que uno se fija un propósito, debe tomar decisiones para lograr ese propósito
y “la disciplina implica tomar decisiones”. Por esto “cada vez que uno se decide por una meta o por
un objetivo está decidiendo descartar varias metas y otros tantos objetivos”.
2. La gratificación pospuesta: en este elemento se propone la definición dada a disciplina por
Scott Peck: “un proceso que consiste en programar las tareas y los placeres de la vida diaria, de
manera que las partes difíciles se cumplan primero, para que las gratas resulten, después, más
gratas”. El hábito disciplinario se adquiere tomando diariamente decisiones sencillas, como postergar
ver un programa televisivo para tener más tiempo y la mente despejada para dedicarnos a un trabajo
determinado o a estudiar una carrera o, simplemente, ponernos a pensar en decisiones futuras. La
tendencia común es optar con más facilidad a realizar tareas agradables y desplazar a los menos
agradables como es considerar un problema, trabajar, estudiar, planificar objetivos, cambiar hábitos,
etc. Siempre que nos espera una tarea específica, ésta se nos plantea menos agradable que dedicarse a
escuchar música, ver televisión o cine, pasear, leer una revista, etc. Precisamente, postergando esas
“gratificaciones pequeñas diarias” como es la TV, la música, la lectura trivial, es como iremos
logrando espacio para otros proyectos decisivos. La decisión de postergar gratificaciones nos ayuda a
ver “más agradablemente” lo desagradable, al concentrarnos en lograr nuestros objetivos.
Ciertamente la mayoría de los objetivos que podemos proponernos no son agradables. Si deseamos
que todo lo que tengamos que hacer sea gratificante, es decir, un juego, nos frustraremos
constantemente. Toda vida, por muy generosa que sea, tendrá circunstancias nada divertidas.
3. Lograr el equilibrio: en lo relativo a la disciplina no hay que confundirla con rigidez, de
manera que funcione como una aspiración permanente a la perfección absoluta en todo. Esto, además
de utópico, convierte cualquier objetivo en un suplicio insufrible. La disciplina debe operar como la
tranquilidad que proporciona el saber que llevamos las riendas de nuestra propia vida, que no
vivimos desbocados y sin un norte o propósito y que ese propósito va siendo cumplido, se va
haciendo. Para llevar a cabo nuestras decisiones debemos proveernos de integridad, otra cualidad que
necesitamos para cumplir cabalmente lo planeado. Antes de abandonar un proyecto o recriminarse
por el mismo al creer que no lo está haciendo con perfección, debe enfrascarse en las técnicas para
lograr un mejor resultado. Hay que pensar que necesita más bien un cambio de actitud para conservar
la integridad. Si empezamos a trabajar por un objetivo, hay que saber tomar pausas breves para
evaluar lo que se está haciendo y cómo se está haciendo, al mismo tiempo que de algún modo se
descansa cuando la actividad puede ser agotadora. Por cierto, estas pausas no deben ser tan
prolongadas que nos relaje hasta el punto de tentarnos de abandonar la tarea emprendida. La pausa
simplemente es un paréntesis breve para adquirir nuevos bríos y concluir lo propuesto. “La
verdadera disciplina guarda un equilibrio entre producción y diligencia sin excesos. Incluso hay que
disciplinar la disciplina”
4. El desarrollo de sí mismo: la gente disciplinada tiene más probabilidades de ser feliz
sencillamente porque realiza su potencial interno. En lugar de concebir a la disciplina como
prohibiciones y castigo, debe entenderse como la alegría de desarrollarse a sí mismo. Cuando se
comprende que disciplinarse no es otra cosa que cuidar de sí, precisamente para no castigarse con
errores o frustraciones, es cuando se comienza a entender qué es la disciplina y se anima a practicarla.
5. Método para cambiar de hábitos: éste es uno de los sentidos que debemos darle a la
disciplina. Los fracasos de muchas personas se deben a que intentan cambiar un mal hábito por
medio de conductas desagradables, en vez de buscar una conducta nueva que remplace al hábito que
desean suprimir. No es fácil cambiar nuestras costumbres de toda una vida y de una tradición familiar
o comunitaria. Precisamente la disciplina es el instrumento para esa lucha fatigosa que será
desaprender lo vivido toda una vida y de lo que deberemos desprendernos por no convenirnos más.
La disciplina es lo que nos ayudará a aprender “lo nuevo y conveniente”. Pero ese cambio es gradual.
No se cambia la vida en un minuto. Pero sí se construye una “nueva vida” minuto a minuto, sin prisa
ni pausas.
6. La mente rige a la materia: cuando uno no desea hacer algo, lo natural es que trate de zafar
de ello o posponerlo, pero lo que en realidad corresponde hacer es concentrar la mente en el modo
de hacer lo desagradable, porque el solo hecho de comenzar algo “contra viento y marea”, promueve
el entusiasmo para seguir haciendo lo que empezamos con esfuerzo.

De este modo Stanton nos dice que: disciplinarse significa formar hábitos para buscar y
lograr el desarrollo de sí mismo, con equilibrio y con la plena participación de nuestra mente y la
voluntad al servicio de la misma y que mente, voluntad y corazón es la tríada que involucra a la
disciplina para mejorar nuestra vida y la de otros, como parte de nuestra autoestima o amor propio
auténtico para poder amar a los demás y servirles con dedicación y eficiencia.

Los mecanismos del cambio volitivo mediante la disciplina

Motivarse para cambiar algo, comprometerse en hacerlo, mantenerse en el camino de lograr


dicho cambio sin desanimarse hasta lograr el objetivo, son aptitudes que se adquieren con la
disciplina. El cambio necesita de ciertos engranajes que pueden constituir un verdadero mecanismo, a
saber:

1. Todos los objetivos que se planteen para un cambio deben ser claros, posibles de medir en su
extensión y consecuencias, ser muy concretos y, en lo posible, ser alcanzados en un plazo
relativamente corto, pero sin apresuramientos azarosos, para no fatigar con el esfuerzo. Pensar sin
pausa ni prisa.
2. Todo objetivo debe ser en primer lugar realista, esto es, factible de realizar y en segundo
lugar, debe estar a nuestro completo alcance. Se debe partir de una realidad y una situación actual.
Fijar objetivos absurdos y muy ambiciosos, que escapen al contexto de nuestro entorno y a nuestras
posibilidades reales, es condenar todo esfuerzo a morir estéril. Para esto hay que desechar toda meta
demasiado alta.
3. Los objetivos deben ser positivos y sin planteamientos derrotistas o de dudas. En todos los
casos en que pueda cruzarse la idea de no alcanzar algo, se impone el análisis de fracasos anteriores
a fin de evitar los métodos y las causas de esos fracasos en los emprendimientos futuros, es decir,
buscar y encontrar soluciones a fracasos reales o posibles.
4. De los cambios hay que ocuparse, no preocuparse. Para esto debe observarse calmada pero
analíticamente la evolución del proceso, pero sin preocupación desmedida por el objetivo o los
resultados.
5. No hay que pensar en conseguir algo grande inmediatamente, sino valorizar los pasos y
logros pequeños. Siempre que sea positivo y signifique progreso, los pequeños progresos son tanto o
más valiosos que un gran avance de entrada. Hay que recordar que un camino extenso puede
cubrirse con pasos pequeños y pausados. En este caso hay que premiarse cuando se consiguen
objetivos parciales (los pequeños pasos)
6. Evitar toda idea perfeccionista rigurosa. Más que la perfección importa la superación que se
logra con el cambio. Muchas veces los cambios no satisfacen una idea de algo bien acabado, sin
aristas ni defectos. Pero no hay que evaluar las pequeñas imperfecciones sino las grandes metas
logradas. Hay que saber apreciar el todo positivo y no las partes defectuosas.

En todas estas consideraciones debe primar la idea base de que la fuerza de voluntad no es
algo privativo de lo que consideramos unos pocos afortunados y bien dotados. Si bien es un mérito
personal no hay que olvidar que es conseguido por decisión de cambio o de comienzo y siempre
mediante el desarrollo de un esfuerzo considerable. Lo importante a no perder de vista es que la
voluntad es un don de todo ser humano, que le es inherente. Nadie está privado de la fuerza de
voluntad, como no lo está privado de la fuerza muscular (salvo que sea un enfermo o discapacitado).
Pero para gozar de esas fuerzas hay que desarrollarlas y eso exige saber hacerlo. Hay que aprender a
desarrollar todas nuestras potencialidades. Para eso siempre hay estrategias a nuestro alcance y son las
que debemos buscar y una vez halladas ponerlas en práctica. Es parte de nuestro sentido de la vida,
luchar para ser mejores. El desarrollo de la voluntad es primario. Nada podremos hacer si
previamente no estamos condicionados para manejar nuestra voluntad. Incluso, perfeccionar nuestra
inteligencia y nuestra vida afectiva, exige la base de una buena voluntad. Hacer un cambio
voluntario, esto es, emplear la voluntad para modificar algo de nuestra vida o nuestros hábitos, es
siempre posible. Esto significa que todo está a nuestro alcance, en la medida que nos proponemos
con firmeza y convicción. No es simplemente desear. Es planificar los medios para alcanzar lo que se
desea. En el aprendizaje debemos usar sabiamente todos los recursos disponibles, ya sea, los que están
a la mano y a la vista, como aquellos pasibles de tener. Esos recursos siempre, insistimos, deben estar
dedicados o encaminados a lo positivo, descartando el lastre negativo. Esto constituye el punto de
partida para todo cambio real o auténtico de actitud. Los cambios negativos no sirven, aunque sean
cambios. La depresión es una enfermedad que tiene la capacidad de bloquear todo lo positivo para
dar entrada sólo a lo negativo. El optimismo, contrariamente, es la virtud de bloquear todo lo
negativo para concentrarse sólo en lo positivo. Por otro lado, hay que recordar que los principios de
cambios, sólo tienen connotación moral o ética en los fines. No “se es bueno” o “se es malo” para
algo. No hay virtudes infundidas a algunos en forma celestial y otros despojados de ellas por fuerzas
superiores. La fuerza de voluntad no es como la vocación: algunos la tienen y otros no. Si bien es
connatural, no es congénita. No se nace con una fuerza de voluntad modelada. Cuando se trata de
conseguir objetivos y mantenerse en la brecha sin desfallecer, existen medios, técnicas, estrategias o
métodos que ayudan a superarlos o conseguirlos. Pero siempre existirá el mismo ciclo: habrá una
alternancia entre el esfuerzo final y una tendencia al desánimo subsiguiente de los que suele surgir un
sentimiento de culpa. Si comprendemos que el desánimo es parte de todo intento de cambio,
especialmente en lo referido a la voluntad, podremos evitar caer en el sentimiento de culpa. Sentirnos
culpables como que somos incapaces de lograr algo, es una actitud ilusoria. No somos culpables de
nada, salvo de no habernos preocupadas por seleccionar metas y medios. Los resultados siempre son
azarosos aun contando con las mejores herramientas. El éxito depende de los medios, pero mucho
más depende de nuestra fuerza de voluntad, de querer ser distintos, en el sentido de mejores.

La disciplina en la formación de los niños

Otros investigadores determinan que la disciplina es un factor importante dentro del llamado
“proceso de socialización” que se inicia en la infancia. En la infancia, la instrucción disciplinaria para
la socialización se considera como una tarea de los padres como educadores. Para esto, los padres
deben ser disciplinados pues de otro modo no podrán inculcar a sus hijos lo que ellos no poseen. En
este contexto, la disciplina obra como un “control adecuado de las necesidades, de los impulsos y de
la conducta, de modo que ésta obedezca a directrices bien establecidas para cada uno de los
ámbitos de desarrollo”. Este concepto implica aceptar dos facetas de la disciplina: que haya una
directriz (o norma, u orden) que marca una conducta y que por otro lado se ejerce una obediencia a
esa directriz. Precisamente, este fundamento es el que marca el concepto de disciplina en instituciones
sujetas a un orden jerárquico que impone subordinación (ejército, iglesia, escuela, etc.). En la familia,
el orden jerárquico lo representan los padres, las directrices son las normas de vida que ellos deben
impartir y la subordinación mediante obediencia debida es la que corresponde a los hijos. En el orden
familiar, la disciplina, como proceso de socialización, es el tutor que rige la formación de la
personalidad para la conducción en la vida particular y social. El proceso de formación o directrices
pueden ser rígidas o flexibles. En el caso de la educación o socialización de un niño, el sistema
involucra directrices claras, pero dotadas de una cierta flexibilidad adaptada a circunstancias
coyunturales. Pero de ninguna manera la flexibilidad es signo de permisividad irresponsable o de
relajación de los principios de conducta correcta. Esto significa que toda disciplina impone límites y
la trasgresión a esos límites (lógicos, aceptables y naturales) no admite impunidad ni permisividad,
sino que amerita castigo. El principio de obediencia en un sistema disciplinario no admite el
incumplimiento de las normas impuestas (desobediencia), lo cual debe ser evitado mediante el rigor
de una sanción que es el castigo. Este sistema de sanciones no sólo es una herramienta de la familia
sino de toda institución responsable de la disciplina. Es una forma de evitar las conductas desviadas o
inapropiadas. El rigor del castigo estará en relación directa con la forma o modalidad de la
desobediencia. A mayor desobediencia, mayor castigo y viceversa. El castigo no debe interpretarse
como una forma violenta que incita a mayor desobediencia sino como una medida ejemplificante que
debe carecer de violencia física o espiritual. El uso de castigo físico, como es el que causa lesiones
físicas, es inadecuado. Si el castigo físico implica negar el uso de determinados espacios o
instrumentos o privar de un acto gratificante, sin que ello signifique dar golpes, amordazar o
maniatar a un niño, sería lo más aconsejado, pero siempre basado en la restricción física a algo y no a
castigo corporal. El golpe directo como castigo físico debe ser una medida excepcional, que no cause
ninguna lesión y mucho menos, una lesión invalidante, sino como “medida desesperada” y en
ausencia de otra mejor. Es algo excepcional. Si se transforma en habitual, lo más probable es que sea
negativo y genere en el niño una reacción de rebeldía y agresividad, pues creerá que la violencia es el
mejor medio para lograr fines. Cuando se aplica una medida para evitar la indisciplina, ésta debe ser
firme y no dejar lugar a dudas ni la posibilidad de que el niño aprenda a evadirla, burlarla o
despreciarla. Hay que ingeniarse para obtener medidas efectivas, es decir, que realmente logren el
propósito de corrección y de adhesión (obediencia) al proceso de socialización.

Todo educando debe ser instruido previamente para que esté advertido de que una conducta
incorrecta generará un castigo. Cuando se le aplique la sanción, ésta debe ser explicada en sus
motivos y en sus efectos para que el niño entienda que no es una medida caprichosa, autoritaria o
absurda. Todo sistema sancionador debe ser mesurado, pues el exceso de castigos, sobre todo de los
infundados, resiente y carcomen las formas disciplinarias y causan rebelión o desobediencia o apatía.
Los castigos súbitos, inesperados, sorpresivos no corrigen sino que atemorizan o irritan y su efecto es
contrario a lo que se busca con su aplicación. La repetición irrazonable de sanciones sin tomar otras
medidas correctoras, especialmente si se acompañan de amenazas e intimidaciones sin otra forma de
alentar la disciplina, todo esto cae al vacío y no cumple ninguna función correctora ni ordenadora.
Fernando Savater sostiene que para que el castigo no resulte irracional y extemporáneo, las
prohibiciones disciplinarias no deben ser dictatoriales o irracionales. La prohibición debe ser racional
y justificada explícitamente porque esto permite a una personal racional atenerse a una justificación,
aunque no hubiera sanción. El objetivo de la enseñanza de la disciplina, a través de distintos métodos,
es la formación de la personalidad del niño para que esa personalidad se ajuste a normas y
necesidades elementales de convivencia y logro de fines, tanto en lo familiar como en lo social,
especialmente en lo institucional (escuela, trabajo, iglesia, etc.) La idea no es establecer reglas severas
y fijas (reglas “duras”) sino modelar una conciencia de la necesidad ineludible de actuar con un cierto
orden y dinámica, que tiene límites definidos pero flexibles. La flexibilidad no es sinónimo de
permisividad sino todo lo contrario. La disciplina es precisamente para no dar “banda ancha” o
ilimitada a la conducta infantil sino para darle sentido de limitaciones inevitables. La formación en la
disciplina no es para “acomodar” el niño a formas caprichosas o a lo que meramente desean los
padres o las instituciones sociales. No es la imposición de un poder o demostración de poder sobre
quien manda y quien obedece. Es para que el niño aprenda a respetar lo elemental para conducirse
dentro de reglamentos que hacen al buen funcionamiento de todo un grupo social, sea familia u otra
institución. La flexibilidad consiste en que las condiciones de disciplina se adapten a las características
personales de cada niño, sin que esto signifique que se deba hacer lo que el niño imponga, sino que
la formación disciplinaria debe respetar la creatividad, el estado de ánimo positivo y el dinamismo,
cosas que la disciplina debe encausar pero no anular. La finalidad mayor de la disciplina es ayudar a
la autorrealización personal y alcanzar el grado de madurez suficiente para desarrollar una vida
equilibrada y adaptada completamente al orden social. La disciplina, además de moldear la conducta
o comportamiento, sirve para formar el temperamento y el carácter del niño, haciendo que los
mismos se ajusten debidamente a las medidas que impone el convivir dentro de la sociedad,
especialmente en la familia y en la escuela, primariamente, y después, en la vida adulta, en el resto de
su desempeño dentro de otras instituciones sociales.
Es evidente que lo conductual tiene mucho de aprendido, especialmente de los elementos del
medio que rodea al niño y dentro de ese medio, de los padres y los adultos. Las conductas
aprendidas, en la gran mayoría de casos, son por aprendizaje por imitación. Así, por ejemplo, una
familia y un grupo social que respeta las normas de convivencia armoniosa, con trato afable y
urbano, formará “niños educados” y “disciplinados”. Contrariamente, la familia y el medio de
comportamiento agresivo, que abusa de los derechos ajenos y la falta de respeto mutuo, conforman
niños también violentos e inadaptados sociales. Si la familia permite que mediante berrinches un niño
obtenga favores o privilegios, esto hará prácticamente imposible que ese niño aprenda a disciplinarse,
pues sabrá que sus exigencias, sobre todo las que no corresponden, le serán otorgadas por un medio
indisciplinado. La indisciplina, según dijimos al comienzo, es la mejor llave de obtener lo que se
quiere. Esta conducta “tolerante de berrinches” produce niños con intolerancia a la frustración, pues
el infante no aprenderá otros medios para obtener lo que desea. Cuando su berrinche no es satisfecho
y, especialmente, tolerado y no corregido, tendrá lugar una completa y desoladora frustración,
además de crear una conducta indisciplinada. Por ende, todo berrinche no debe ser tolerado, ni
castigado brutalmente. Simplemente no se debe acceder al capricho y usar los medios más eficaces
para que el niño comprenda que el berrinche no es la forma de pedir ni conseguir cosas en forma
indiscriminada. Sólo podrá acceder a lo necesario y razonable y debe aprender que no todo lo que se
quiere, se obtiene. Y menos con la violencia del berrinche. Todos estos ejemplos nos ayudan a
comprender que la disciplina y la manera de ejercer disciplina, dependerá de muchas variables, en las
que tienen que ver lo familiar, las características de los padres, el entorno social y el aprendizaje de
normas que impongan límites razonables al comportamiento infantil. En estas variables hay que
incluir los elementos naturales que conforman el carácter y el temperamento propio del niño. Por lo
tanto todas estas variables deben ser tenidas en cuenta y modificarlas en la medida de lo necesario
para ayudar a imponer un régimen de disciplina tolerable y útil y con sentido total. Imponer normas
huecas, sólo por autoritarismo o por capricho, no es forma de imponer disciplina, sino de destruirla.
Frente a cada eventualidad, los padres deberán ir dando forma a las enseñanzas disciplinarias
habituales para que éstas se adapten las verdaderas necesidades del niño y del entorno. Naturalmente,
los padres no pueden enseñar lo que ellos no saben ni practican. Por esto, deben educarse primero y
adquirir ellos el sentido de disciplina para poder transmitirlo a los hijos. Una norma de disciplina,
para ser viable o factible de cumplir debe tener algunas condiciones:

1. debe ser constante (no debe tener carácter de transitoria o fugaz)


2. debe ser congruente (factible de cumplir y racional y estar adaptada al acto a reglar)
3. cuando son normas muy específicas y puntuales deben tener cercanía al acto de conducta que
regla (no deben formularse con demasiada antelación ni después de ocurrido el o los actos a
disciplinar)
4. debe ser coherente (un padre no puede imponer hoy una norma y mañana contradecirla)
5. debe incitar a la adhesión por convicción y no por temor al castigo (norma no coercitiva)
6. debe ser suficientemente informada y explicada hasta tener la certeza de que ha sido
comprendida y aceptada

La congruencia tiene que ver en que la norma debe contener un mensaje claro, bien expreso
y ser formulada de un modo que sea totalmente comprendido y no deje dudas o desconocimiento. La
constancia es mantener metódicamente esas directrices congruentes hasta que sean aprendidas o
interiorizadas y aceptadas como forma de conducta expresa. La disciplina debe evitar que los niños
desarrollen conductas rituales hipócritas (conductas que adoptan una forma convencional y aparente
de acatamiento, cuando en realidad no hay convicción en lo que se hace, sino que se simula o finge
aquello que se le trata de enseñar). Es el niño mañoso, en el sentido de que aprende a ocultar y
disimular sus defectos o indisciplinas mediante la mentira y el engaño. La disciplina es el medio cuyo
fin es ayudar al niño, reiteramos, a controlar y manejar sus impulsos, instintos y emociones, a
modelar y encauzar carácter y temperamento para que cuando alcance la adultez sea una persona
madura, equilibrada que tiene el poder de controlarse a sí mismo y ayudar a otros, especialmente a su
familia, a adquirir dicho control. Mente, voluntad y corazón es la tríada que involucra a la disciplina
para mejorar nuestra vida y la de otros, como parte de nuestra autoestima o amor propio auténtico
para poder amar a los demás y servirles con dedicación y eficiencia. La mejor forma de disciplinar,
como forma de moldear temperamento y carácter es el ejemplo de los educadores a lo que los niños
deben imitar. En una familia disciplinada, difícilmente un niño usará un berrinche para obtener algo,
pues sabrá que sus padres no usan ni admiten dicha conducta. Cada forma disciplinaria deberá
adaptarse al temperamento o carácter que el niño deje manifestar como tendencia innata. El creativo
exige una modalidad distinta del apático, el apacible otra forma diferente al hiperactivo. Las
modalidades básicas de toda norma disciplinaria son la congruencia y la constancia de aplicación. La
congruencia, insistimos y repetimos, tiene que ver en que la norma debe contener un mensaje claro,
bien expreso y ser formulada de un modo que sea totalmente comprendido y no deje dudas o
desconocimiento. La constancia es mantener metódicamente esas directrices congruentes hasta que
sean aprendidas o interiorizadas y aceptadas como forma de conducta expresa. La disciplina debe
evitar que los niños desarrollen conductas rituales hipócritas (conductas que adoptan una forma
convencional y aparente de acatamiento, cuando en realidad no hay convicción en lo que se hace,
sino que se simula o finge aquello que se le trata de enseñar). Es el niño mañoso, en el sentido de que
aprende a ocultar y disimular sus defectos o indisciplinas mediante la mentira y el engaño. La familia
es la única escuela formativa del carácter y de otras virtudes en los niños. Nada puede sustituirla. Esto
se debe a que toma al niño apenas nace y continúan ejerciendo su influencia hasta la niñez y la
adolescencia, incluyendo la adultez. Educarlo apenas nacen, seguirlo haciendo sin pausas hasta la
adultez y, a ello agregarle el amor, son las tres grandes ventajas que le permiten a la familia ser la
responsable de ayudar al desarrollo del sentido de responsabilidad y de la consideración y caridad
hacia los demás. Ni los padres, ni los hijos, deben utilizar injustamente sus prerrogativas a costa de los
derechos de los otros. La equidad y ecuanimidad deben prevalecer en las relaciones familiares entre
padres e hijos.

Inconsciencia

Otro concepto importante es que tanto conciencia como inconsciencia son caras de una
misma moneda, como lo es la luz y la sombra para el día. Las dos conviven con el hombre
permanentemente y por toda la vida e interactúan en forma permanente, intercalando las acciones
conscientes con las inconscientes. Ignorar o soslayar esto, es crear una idea equivocada de la mente
humana y dejar de lado una condición que explica muchas aparentes “fallas” de la mente. La
inconsciencia ha sido un fenómeno perfectamente percibido y conocido como tal, pero cuya
naturaleza no ha sido posible explicar bien. Si bien se han establecido polémicas entre actos y
acciones mentales, en lo relativo a conciencia e inconsciencia, no hay dudas de que la conciencia y la
inconsciencia son acciones o actos mentales. Lo que corresponde es darle entidad a cada uno de ellos
basándose sólo en el fenómeno de su existencia. Así habría:

1. actos mentales conscientes


2. actos mentales inconscientes

No debemos olvidar que denotativamente, al menos en el idioma español, acción es el


“ejercicio de una potencia y el efecto de hacer”. Es, por lo tanto, la posibilidad o facultad de hacer
alguna cosa”. El acto, según el mismo idioma, es simplemente el “hecho o acción”. Con esto
completamos denotativamente la diferencia entre acción y acto. Mientras la acción es una posibilidad
o facultad de hacer algo, en este caso, hacer que lo potencial o latente se haga efectivo o patente, el
acto es cuando se efectivizó realmente una acción. Siempre, connotativamente, la acción se asocia a
movimiento, a cosas que ocurren, a todo “comportamiento de la realidad”. Luego, los actos o
acciones deben ser, por naturaleza, reales, es decir, concretos, verdaderos, de existencia cabal. Si algo
queda en potencia, pero no se realiza no hay acción, pues no hay “ejercicio de una potencia” que
cause un efecto. Naturalmente toda acción tiene efecto, el cual, a su vez, es un hecho o una nueva
acción o reacción y este “efecto del hacer” es lo que se llama acto. ¿Por qué esta digresión sobre acto
y acción? Porque parece ser que no aclarar debidamente el sentido o significado de las palabras ha
conducido a algunos autores como Brentano a confundir que es un acto mental consciente y qué es
un acto mental inconsciente. Brentano confunde a lo consciente con lo real y verdadero. Además
cree que para que un acto sea tal debe ser percibido por la conciencia. Es como si la conciencia fuese
el instrumento idóneo para discernir o conocer toda acción y acto. El autor no discrimina que las
acciones pueden ocurrir independientes del hombre (acciones externas) o dependientes de él, pero sin
participación de su conciencia ni voluntad (acciones internas). El ejemplo más claro de las acciones
internas es el funcionamiento orgánico y celular, de los cuales, la mayor parte de estas acciones y
actos no son conscientes ni voluntarios. El caso más concreto es el latir del corazón y la respiración.

El hombre puede tomar conciencia, o no, de estas funciones y se las denomina


neurovegetativas porque no dependen totalmente de la voluntad ni de la conciencia. De igual forma
ocurre con la función de los otros órganos. Esto quiere decir que una acción o un acto puede ser
conocido o no por la conciencia. Los actos mentales, en general, son percibidos por la conciencia de
un modo u otro. Mientras un acto mental está en el foco de atención de la conciencia, decimos que es
acto mental consciente. Esto no significa que haya otros actos mentales, como la memoria, que no
estén en ese momento en actividad, pero no por eso deja de entrar en acción automática. Cada vez
que el hombre percibe sensorialmente algo, su memoria está detrás para recordarle lo que está
percibiendo. Sin embargo, en ese acto, no hay conciencia plena de que la memoria esté trabajando, a
pesar de estar en la conciencia. Otra cosa es cuando el hombre voluntariamente trata de recordar algo
y, en este caso, la memoria se vuelve consciente a través de lo recordado. Se hizo un “uso consciente
de la memoria”. Luego, podemos decir lo mismo de otros actos mentales como es la percepción
extrasensorial que sólo se hace consciente después de ocurrida y que, incluso, puede ser efectiva aun
sin la presencia de la conciencia. En esa categoría podrían entrar las sensaciones subliminales, los
estados oníricos y, de alguna manera, los sueños. Esas acciones son actos mentales inconscientes o
semiconscientes. Ya hemos descrito a la conciencia como una facultad mental que necesita estar
dinámica, estar actuando, para ser percibida. De otro modo, la falta de conciencia, es lo que
etimológicamente y lingüísticamente se considera inconsciencia. Normalmente se denomina estado de
inconsciencia a la pérdida del conocimiento momentáneo o prolongado, como ocurre después de un
desmayo o en el coma. Pero la inconsciencia que nosotros aludimos es aquello que Freud llamó el
ello y que Jung llamó el inconsciente y que es la función mental que está fuera de la conciencia y
que nos permite almacenar vivencias voluntarias o involuntarias, imágenes oníricas, ensueños, etc.
Precisamente, a Freud es a quien se debe no sólo la noción de la inconsciencia, sino la otra más
valiosa: la conciencia puede hacer consciente la inconsciencia. Es probable que la simple lectura de
Freud induzca interpretaciones diversas e, incluso, contradictorias. También puede generar rechazo.
Pero lo que importa no es tanto una mera discusión sobre interpretaciones probables, sino los hechos
concretos: hay conciencia e inconsciencia y ambas interactúan entre ellas y otros fenómenos
mentales.

En la conciencia coexisten vivencias, percepciones, recuerdos, pensamientos, sentimientos,


procesos de voluntad, etc. Cuando todo esto queda relegado a un estado inactivo conscientemente, o
sea, que queda “fuera de la conciencia”, lo que actúa como si la conciencia lo irradiara fuera de sí, en
un estado latente, esto es el inconsciente, como es el caso de lo que se memoriza. Es como si la
conciencia “hiciera espacio” o desocupara el espacio consciente para que en él tengan lugar los actos
conscientes. El estado consciente no es ilimitado sino reducido y no puede tener o retener todo,
durante todo el tiempo. El inconsciente estaría conformado por todo esto y determinadas tendencias
arcaicas que luego analizaremos en el parágrafo relativo al inconsciente colectivo de Jung. Sin dudas,
hasta ahora el “convidado de piedra” o la “gran ignorada” de este proceso de inconsciencia ha sido la
memoria. La memoria es lo único que nos permite hacer consciente lo inconsciente. Está como el
programa madre del disco duro de la computadora, al fondo de todo el software y para ayudar a
hacer efectivo el resto de la programación. Sin memoria todo el trabajo de la conciencia sería efímero
y se “perdería”. No habría conocimiento ni aprendizaje. Incluso, los actos conscientes no tendrían
una cualidad de plenos, pues si carecen de los recuerdos, cada vez que haya una sensación o
percepción, la mente tendría que reelaborarla para reconocerla. Igualmente hay que tener en cuenta
la influencia del sueño y los ensueños en las imágenes de la mente. Debe quedar perfectamente claro
que ambas palabras tienen contenidos significativos que se pueden referir al sueño o dormir, como
actividad fisiológica y a las imágenes que aparecen cuando se duerme, como así también a las
ilusiones o fantasías que la mente puede tener o crear. Mientras la conciencia se manifiesta (a través
de una opinión, de una conducta), esta forma de expresarse no es un mero reflejo, fruto de una
captación simple, natural, tipo fotografía, de un fenómeno, sino que una vez formada la idea de un
fenómeno, para formular un concepto, un juicio y sucesivamente un pensamiento, ya no influye sólo
el punto de vista, la forma como se captó el fenómeno (dispersa o atenta), sino también las creencias,
costumbres y factores inconscientes. Por todas estas circunstancias, la inconsciencia puede ser:

1. la falta o pérdida de la conciencia (desmayo, colapso, shock, etc.)


2. estado mental que no se da cuenta exacta del alcance de hechos, palabras o acciones en el
momento en que se producen
3. acciones mentales no conscientes: memoria, sueños, estados subconscientes, estados oníricos
4. factores inconscientes

Estos factores inconscientes fueron estudiado por Carl G. Jung, quien sostiene que el
inconsciente colectivo se encuentra como ubicado en zonas distintas (estratos). Así habría un estrato
superficial o inconsciente individual y un estrato profundo o inconsciente colectivo. Para Jung el
inconsciente individual estaría formado como consecuencia de la unilateralidad del desarrollo
personal, por el cual todos aquellos materiales que están en la conciencia y que dejasen de ser útiles o
interesantes o, al menos, no necesarios en un momento determinado, pero que guardan una
importancia o han impactado de un modo especial, se irían paulatinamente alejando del nivel
consciente (desvanecimiento progresivo) para ser incorporados al inconsciente individual, en el cual
existen tendencias y contenidos gnósticos positivamente valiosos y no solo aquellos censurados como
creía Freud. El inconsciente pasa a ser así un instrumento que además de ser parte de la esencia del
hombre, es una fuente de formación de creencias y costumbres y de formación de la personalidad.
En cuanto al inconsciente colectivo albergaría, no ya los materiales que la conciencia captó de la
realidad y que almacena en el inconsciente individual, el cual actuaría como una especie de
inconsciencia superficial o preconciencia o subconciencia, de donde la memoria evoca hechos y
otros datos que ahí están, sino que este inconsciente colectivo sería una verdadera caja fuerte,
firmemente cerrada y ubicada en los planos de la inconsciencia más profunda, como una especie las
“infinitas posibilidades que alberga en su ser”. En ese inconsciente estaría lo “ancestral” o atávico
que es una especie de memoria colectiva que hoy denominamos memoria filética, que guarda el
hombre como parte de su ser y de esa memoria surgirían instintos no aprendidos, actos o acciones
que no se basan en experiencias previas, sino que surgen como algo “inspirado”, como una “visión”
que este inconsciente a veces revela a la conciencia. Suele manifestarse normalmente, como sueños,
ensueños, fantasías, devaneos y, en ciertos momentos de éxtasis, como “revelación” o “visión” que se
muestra como una alucinación. Las formas de manifestación del inconsciente colectiva tendrían el
carácter de “categorías universales” o de “éternels incrées” (“presencias eternas que pueden no llegar
a ser percibidas por el conocimiento”), pero que en algún momento surgen a la conciencia y
determinan conductas, estilos de vidas, creencias o costumbres, incluso opiniones o puntos de vista.
De este inconsciente pueden surgir impulsos tanáticos, la conducta violenta, todos los tipos de
instintos bajos (el arquetipo que Jung denomina la sombra). De esta función mental es probable que
nos lleguen pulsiones que no estén, necesariamente, ligadas a las funciones vitales y que tampoco
puedan tener en sí una finalidad concreta, salvo de ser el fermento o la masa para formar impulsos
aprendidos o modificar los impulsos instintivos. Esas pulsiones son las que nos proveen fuentes de
creatividad. Otros de los arquetipos del inconsciente colectivo de Jung es el “saber” (del griego
noético o noesis) que obraría como una especie de “visión intelectual” “pensamiento” “acto
intencional de intelección o intuición”. Este saber noético sería una especie de símbolo del
conocimiento o saber acumulado en el curso de los siglos prehistóricos e históricos y obraría como
un saber ancestral, similar al de los animales que ya nacen sabiendo lo que tienen que hacer. Este es
el saber que una vez que se manifiesta conscientemente da al hombre confianza en sí mismo, en su
propio saber, lo que le permite alejarse o liberarse del influjo de sus padres o de otros hombres (auto
dependencia). Este saber, cuando se da normalmente, hace que además de su propia confianza en sí,
se sienta omnipotente y prometeico, en el sentido de que se sabe capaz de hacer muchas y diversas
cosas. Es una especie de instinto que cuando decide desarrollar al nivel de conciencia, explota al
máximo todas sus posibilidades intelectuales, físicas y sociales. Pero puede ocurrir que este saber
noético también se presente como forma patológica en los cuadros conocidos como delirios de
grandeza, estados oneroides de la esquizofrenia o en la fantasía de creerse hombre-dios (homo
divinans). Jung da a entender, sin explicarlo concretamente, que este saber noético es la causa de
aquellas personas que están afectadas por algunas intuiciones y creencias que le parecen obvias y
evidentes, a modo de dogma o postulado indiscutible, aunque no se sepa de dónde nuestra mente
tiene esas intuiciones y creencias y si las mismas tienen o no suficiente base lógica. Lo más probable
es que se trate de justificarlas a través de raciocinios o explicaciones no claras ni para el que ostenta
dichas creencias ni para el que las escucha. Se terminan aceptando bajo la frase “creo porque sí” “así
lo veo yo” “es mi opinión” “las cosas son como son y nada las cambia”, etc. El repertorio de frases
para justificar la ausencia de explicación lógica e inteligible de una intuición o creencia, es tan amplio
y diverso que no puede consignarse en breves líneas. Es probable que esto esté tras el mecanismo de
las creencias, supersticiones, etc. Otras veces, este saber actúa como “inspiración” acertada de muchas
teorías o conceptos filosóficos que dan origen a descubrimientos transcendentales. Este pensamiento
es el que da los personajes sociales que suelen actuar como profesores de premoniciones,
parapsicólogos, astrólogos, profetas, caudillos, o presuntos líderes o sabios. También fundamenta el
“saber del viejo” (el diablo sabe más por viejo que por diablo) que se manifiesta por dichos o
refranes populares y ciertas creencias sobre meteorología, medicina casera, ritos contra males, etc. En
alguna manera entronca con la magia oculta, la hechicería, etc. Así, explicaría a los predicadores y a
los seguidores de determinadas sectas, al extremismo ideológico, al fundamentalismo religioso, a todo
tipo de fanatismo y fatalismo. Incluso, en algunas manifestaciones de ese saber noético puede tener
base una especie de sentimiento religioso primitivo, como es el que sustentan algunas tribus actuales o
algunos pueblos de la Antigüedad. También del inconsciente nace la conducta refleja que contiene
todos los reflejos congénitos o actos reflejos que en un momento determinado el hombre realiza en
forma automática, sin intervención de la voluntad ni en forma consciente, aunque los realice en plena
conciencia. Es decir, estando consciente, el hombre realiza actos reflejos inconscientes congénitos
(reflejo de búsqueda y succión, reflejos defensivos, reflejo de prensión, etc.).

Otra probabilidad es que el inconsciente o preconsciente intervenga en los llamados


pensamientos automáticos que son pensamientos breves, de los cuales la persona apenas percibe
conscientemente, en cuanto a su contenido pleno y cierto. Por ejemplo, si un grupo de personas que
han jugado a un mismo número de quiniela o de otro juego similar, este número sale premiado
secundariamente, de forma tal que le permite recuperar el dinero invertido o ganar apenas un poco
más, algunos interpretan a esto como un alivio alegre de no haber perdido, otros lo reciben como un
fracaso (no haber ganado todo) y a otros le resulta indiferente, mientras que el jugador compulsivo lo
aprecia como un “siga participando”. Estas diferencias de interpretaciones son causadas por
pensamientos automáticos, tras los cuales hay un fondo de positividad o negatividad y esto podría
explicar también la tendencia a actitudes positivas o negativas connatas (tendencias que se manifiestan
apenas se nace). Estas tendencias inconscientes a una determinada conducta o comportamiento o
interpretación de la realidad están dentro del misterio ontológico o misterio del ser humano, como
podría ser la tendencia homosexual. Naturalmente, nos referimos a las tendencias no adquiridas,
aunque es posible que estas tendencias en unos sean congénitas y en otros, adquiridas. Pero quienes la
adquieren por aprendizaje o por deliberación voluntaria, quizás, tengan el trasfondo inconsciente. En
nuestra concepción, percibimos la inconsciencia un poco como lo hizo Jung, pero a diferencia de
éste, consideramos a la inconsciencia como una especie de fuente esencial de nuestra energía
espiritual que está en forma latente y potencial y que hace posible que el hombre involucione o
evolucione, según sus tendencias inconscientes, las que originan no sólo impulsos o actos o
sensaciones internas sino que también condicionan los llamados poderes ocultos de la mente. Visto
así, el inconsciente o la inconsciencia, como función mental, sea, quizás el más poderoso instrumento
espiritual al que la mente y la conciencia no alcanzan a comprender, abarcar ni dominar totalmente.
De ahí, que quien logra un cierto dominio y extrae poderes del inconsciente, se constituya en un
verdadero iluminado o adquiere “poderes mentales” como los que detentan los budistas y los yoghis
o algunos “mentalistas” no circenses (aquellos que poseen poderes mentales extraordinarios reales
pero no lo explotan comercialmente en forma de espectáculos a modo de circo o como hacen los
llamados mentalistas que actúan en forma parecida a los prestidigitadores y magos). La existencia de
estos poderes está registrada empíricamente por testimonios fehacientes y quienes los han visto y
apreciado certeramente, saben que es parte de la realidad de la esencia humana. La duda puede
pertenecerle a quienes no asisten personalmente a la experiencia propia de tener esos poderes o no
son espectador o testigo directo de quienes los detentan. Cada uno de nosotros, si pone la atención
suficiente a lo que llamamos presentimientos, sugestiones, intuiciones, premoniciones, veremos que
muchos, en nuestra vida, ostentaremos estos fenómenos, pero que no siempre nos son totalmente
conscientes y, usualmente, los percibimos superficialmente. Cuando “nos damos cuenta” de lo
formidable que son, quedamos “impactados” o “impresionados” con lo “insólito, inefable o
inaudito” que nos ocurrió, porque si quisiéramos contarlo “tal cual” lo percibimos “no tendríamos
palabras” o la gente “no nos creería”. Estas cosas no entran en ningún aparato tecnológico conocido,
ni pueden ser reproducidas en otros seres vivos no humanos, ni hay probeta o sustancia de
laboratorio que den testimonio de su esencia o existencia. Este concepto nos lleva nuevamente a
considerar al inconsciente no como un mero depósito de cosas que están fuera de la conciencia, pero
que de alguna manera pueden regresar a ella, ya sea a través de la memoria o recuerdo o bien del
razonamiento, sino como algo que tiene existencia y función propia. Es una de las facultades
espirituales que han demostrado fehacientemente su existencia y su rol. Ya no es un concepto pasivo
y antinómico que sólo se presenta como una faceta opuesta al consciente, sino como una verdadera
facultad mental operativa, cuyos modos de actuar se están tratando de investigar y conocer. Freud y
sus discípulos Adler y Jung, se dedicaron a describir e interpretar los actos o fenómenos de la
inconsciencia. Pero no alcanzaron a la totalidad del fenómeno. El mérito de Freud fue señalar
concretamente la existencia del inconsciente y su importancia en la vida espiritual del hombre.
Posteriormente, otros investigadores contemporáneos, han completando otras fases de los
mecanismos inconscientes y su relación con el cerebro, órgano en el cual residen y operan a través de
él todas las facultades espirituales. Timothy Wilson concibe al inconsciente como una facultad activa
que se adapta a diferentes operaciones. Lo llama el “inconsciente adaptable”. Con esto se aleja de la
concepción freudiana de un inconsciente pasivo que sólo era el receptáculo de recuerdos reprimidos
y el centro de emociones primitivas, algo así como un “centro de los instintos primitivos” o de
instintos ancestrales (“inconsciente colectivo” de Jung). Wilson cree que el inconsciente es un
mecanismo cerebral cuya función es procesar y clasificar de alguna manera, la información sensorial,
de forma tal que tiene la capacidad de deducir causas, formular juicios sobre las cosas y la gente e
influir en los sentimientos y conducta, desde luego, sin que intervenga en estos mecanismos ni la
razón ni la conciencia, al menos, en forma directa y activa.

Las características del inconsciente


Siguiendo a Weiss, el inconsciente es un “sistema que se extiende más allá del alcance de la
introspección”. Con esto, el autor nos quiere decir que el inconsciente es un acto íntimo, subjetivo
totalmente, pero dado que la introspección es un acto consciente para sondear lo interno, la
mismidad, la subjetividad, la subjetividad inconsciente queda fuera del alcance de esa introspección,
por ser algo fuera de la conciencia. Dicho de otro modo, cuando opera la conciencia de cualquier
forma, el inconsciente queda oculto e inalcanzable, fuera de todo intento directo de exploración. Una
persona no puede investigar ni conocer su propio inconsciente, a menos que éste llegue de algún a la
conciencia. Por esta razón, Weiss que “puede ser explorado sólo por vía indirecta; en otras palabras,
su naturaleza y su modo de funcionar pueden ser estudiados sólo mediante el análisis de aquellos
productos de los procesos que llegan al conocimiento del yo” (por yo debe entenderse a la
conciencia). Sin embargo, el propio Weiss que afirma que el inconsciente está más allá de la
introspección, deja entreabierta la posibilidad de que algún modo esa introspección usada, bajo un
método y una dirección como puede ser el psicoanálisis, pueda intervenir en el estudio de los
fenómenos inconscientes. Cuando el psicoanalista pregunta y el psicoanalizado busca indagar sobre la
respuesta, debe obligadamente realizar una introspección concentrada. Siempre que se investiga
psicológicamente los contenidos mentales conscientes, a través de estos hay fenómenos que dejan
entrever una actividad mental inconsciente que suele conocerse como “actos o frases fallidas”. Así,
Weiss distingue entre:

1. contenido mental manifiesto: que son los datos conscientes obtenidos por la introspección
2. contenido mental latente: que son los fenómenos inconscientes obtenidos por medio de la
interpretación

El autor destaca que las conclusiones sobre los contenidos y el proceso de cómo funciona el
inconsciente, son temas en discusión con muchos puntos inciertos. Actualmente no es posible
responder con certeza absoluta sobre impulsos, factor hereditario de los contenidos mentales y tipos
de conductas y varios problemas relacionados con la conciencia y el inconsciente. Distingue que en el
inconsciente “hay profundidades insondables” pero que también hay elementos mentales conscientes
que no pueden, sin lugar a dudas, ser plenamente explicados por otros datos también conscientes.
Así, por ejemplo, cuando una persona teme una situación determinada, comprendida y conocida,
entiende plenamente “la razón de su reacción emocional” y siente que “hay una evidente conexión
entre la reacción del individuo y sus pensamientos conscientes”. Pero otra cosa distinta es cuando la
persona “es incapaz de reconocer la causa de su miedo, y esto constituye un punto de partida para la
investigación de los procesos inconscientes; lo mismo puede decirse de todos los impulsos, de los
contenidos de los sueños y de algunas alucinaciones”. La hipnosis ha demostrado como puede existir
una motivación inconsciente de los pensamientos conscientes. Bajo el estado de hipnosis, el individuo
está prácticamente inconsciente y el hipnotizador imparte indicaciones u órdenes que luego, cuando
el individuo sale de la hipnosis (“despierta”) comenzará a proceder de acuerdo a lo indicado bajo
hipnosis, pero en forma consciente. Realiza actos conscientes o tiene pensamientos conscientes que
han sido inducidos por la hipnosis. Algo similar ocurre con la sugestión en el fenómeno de la
autosugestión. También suceden otras similitudes cuando los padres introyectan en el niño la idea
“obligatoriedad” de obedecer y de identificarse con sus padres y familia. El niño incorpora estos
actos conscientes en forma consciente, con el fenómeno conocido como “represión interior” (especie
de autocensura) y que Freud denominó “súper-yo”. Este “súper-yo” no es plenamente consciente y
está en el límite entre el inconsciente y el pre o subconsciente. Mientras no actúa es inconsciente, pero
al momento de ponerse en marcha, actúa no conscientemente sino en forma pre o subconsciente.
Este “súper-yo” pueden ser barreras morales o éticas muy fuertes, a tal punto, que aún en estado de
inconsciencia, como sucede en la hipnosis, una persona se resiste a determinadas órdenes o conductas
sugeridas, debido a la presión represiva del “súper-yo”. El mismo Freud reconoce que esto
constituye un “impulso pasivo” que precede al desarrollo de la capacidad crítica. Este criterio
justificaría la idea griega de la ethos que según la concepción de Ricoeur constituía el “núcleo ético-
mítico” el que “se trata del sistema de proyectos que posee un grupo inconsciente o existencialmente
aceptado y no críticamente establecido”. Pero Freud centra la idea de impulso pasivo en la tendencia
original e innata a la identificación y a la obediencia, a los que describe como incompatibles con la
actitud emotiva del individuo bien adaptado a la realidad. Con estos, y otros conceptos, lo que Freud
quiso señalar es que aunque los impulsos surgen del inconsciente, algunos son aceptados por la
conciencia (yo) y otros no, porque sólo son aceptados condicionalmente o rechazados del todo
(según lo que dicte el súper-yo, o represión; o la ética o moral o creencia previa)

Una de las formas de investigar el inconsciente, usado en el psicoanálisis, es el llamado libre


asociación de pensamientos donde se estimulan muchos pensamientos y recuerdos y el individuo
trata de captar todas estas asociaciones, sin hacer caso de ninguna objeción crítica que pueda surgir
contra ellas (obvia el súper-yo). Esto constituye un modo de pensar distinto y opuesto al pensar
acostumbrado y que es familiar al individuo, pues en la libre asociación de pensamientos el sujeto
aplica su capacidad introspectiva a la elaboración de ideas que surgen espontáneamente y se expresan
libremente, sin barreras represivas de ninguna naturaleza. De este método, Weiss comenta: “No es el
razonamiento, sino el proceso de las libres asociaciones el que nos proporciona los datos necesarios
para comprender las conexiones existentes entre el contenido en consideración y las situaciones
emotivas que lo han provocado” Bajo el proceso de la libre asociación, el pensamiento lógico queda
en suspenso y sólo se recurre a él cuando quieren analizarse las expresiones obtenidas por la libre
asociación de pensamientos. Muchos impulsos pasivos de otra naturaleza distinta a los dados por
ejemplos, suceden cuando el individuo se niega inconscientemente a reconocerlos implícitamente,
como ocurre con el olvido de sueños. Por ejemplo, el fumador o el vicioso de otra drogadicción
(drogas, alcohol), saben íntimamente que su conducta es dañina o no aceptable, pero no reconoce
conscientemente este hecho, como si tal cosa le ayuda a poder consumar su adicción. Lo mismo le
sucede al obeso que rehúsa toda dieta y niega que su gordura sea fruto de comer excesivamente. O al
diabético que no sigue una dieta estricta para no abandonar ciertas costumbres alimentarias (evitar
excesos, dulces, etc.). Por esta razón, los terapeutas sostienen que la curación de estos males comienza
cuando el afectado “reconoce a plena conciencia” de que padece una adicción o comete el error de
no seguir pautas de conductas que le preserven la salud. “Tomar conciencia” del error o del impulso
pasivo, puede llevar a controlar tales impulsos y en determinados casos en que dichos impulsos sean
nocivos, evitarlos.

En el psicoanálisis, la catexia es lo referido a la “concentración consciente o inconsciente de


la energía mental en una persona, idea u objeto”. Para Weiss, “el yo pierde la catexia durante el
sueño, lo que quiere decir, que tampoco el sistema preconsciente queda investido de catexia. En
realidad, apenas el yo se queda dormido, cesa de pensar. Un individuo que no puede librarse de sus
pensamientos, como sucede cuando tiene disgustos o preocupaciones muy graves, acaba por superar
la tensión emotiva, o basta que el sufrimiento haya aplicado suficientemente el conflicto interior. De
todos modos, durante el sueño sin sueños, el campo del yo, que durante el estado de vigilia
comprende en potencia el preconsciente, queda privado de catexia. Vemos así que los contenidos
preconscientes de la vida en estado de vigilia sufren una extraña metamorfosis en cuanto el yo pierde
su catexia. Parece ser que es propia del yo una especial capacidad de ‘ligar’ o ‘fijar’ tales
contenidos en virtud de la cual los contenidos mentales quedan inalterados, para que puedan ser
pronto reconocidos y usados, correcta y lógicamente siempre que el yo necesita disponer de ellos.
Cuando el material preconsciente pierde su conexión con la unidad de la catexia integradora y
adaptada a la realidad, es decir, con el yo, tal material se desprende del yo y los elementos mentales,
no estado ya investidos de la catexia del yo, sufren ciertos cambios” De este manera, los actos
preconscientes, e incluso algunos conscientes, desligados del yo (pérdida de la catexia) queda
relegados a un plano inconsciente y se automatizan pasando a la forma de sueños o de síntomas
neuróticos, propios de los “procesos de ello” (en el lenguaje de Freud el “ello” es el inconsciente). Se
sustituye a la realidad por figuras abstractas o a las figuras abstractas se las convierte en símbolos
investidos de realidad, de manera, que tales sustituciones de carácter general tienen una significación
“simbólica”. ¿Qué significa todo esto? Weiss lo explica así: “Estos sorprendentes fenómenos propios
del inconsciente obedecen al ‘proceso mental primario’ que consiste en el estado ‘libremente
flotante’ de las catexias. Las cargas de energía que invisten a las representaciones inconscientes
individuales no están ligadas a éstas, sino que puede pasar a otras representaciones unidas a las
primeras por conexiones asociativas. Puesto que este fenómeno es incompatible con toda forma de
adaptación a la realidad, deja perplejo a quien lo considera desde el punto de vista de nuestra
actividad mental consciente y preconsciente. En efecto, tal estado de libre desplazamiento de las
catexias da lugar a diferentes consecuencias. En el inconsciente una representación puede sustituirse
con otra sin ninguna razón lógica, sino solamente a base de un motivo superficial y muchas veces
incompatibles. En el sueño y en el síntoma neurótico, una persona o un objeto pueden aparecer en el
lugar de otra persona o de otro objeto; un tipo de actividad o de función puede ser ‘simbolizado’
por otro. En los sueños y alucinaciones, además, las catexias de dos o más representaciones pueden
condensarse en una sola imagen, que recibe así una mayor intensidad perceptiva o afectiva”. En
virtud de estos procesos, y otros, Weiss concluye que “es evidente que el contenido del inconsciente
comprende todos los impulsos y todas las experiencias personales (que fueron algunas vez
conscientes) que han sufrido la represión. Tales contenidos constituyen el inconsciente personal de
cada individuo”. La represión acá significa la referencia a la represión de los estados del yo
consciente en el hecho de que la catexia preconsciente del yo actual es retirada de las representaciones
de tales estados del yo. Volvemos así, a la idea de que todo lo que “desliga” del yo y la preconciencia
(retiro de la catexia). Es posible que este análisis del inconsciente que realizan los psicoanalistas con
Freud a la cabeza, sea una explicación aceptable de la “energía mental” que se moviliza desde la
conciencia (el consciente) hasta la inconsciencia (el inconsciente) desde el punto de vista que ellos lo
ubican. Incluso, es mérito de la escuela freudiana de haber incursionado sobre el misterio de la
inconsciencia y de haberla traído al centro de atención del estudio científico en la psicología y en la
psiquiatría. Pero es indudable que la movilización energética mental va más allá de todo esquema o
aparato descriptivo, de toda concepción rígida o cientificista. Es un fenómeno que sólo puede ser
mejor comprendido como “fenómeno espiritual” y que, como antes afirmamos, tanto lo consciente
como lo inconsciente están formando parte de un solo bloque fenomenológico y, por lo tanto, son
parte de una misma cosa. Separarlos en procesos distintos, aunque imbricados, no explica mejor su
naturaleza.

Concepto espiritual del inconsciente

En nuestra concepción, percibimos la inconsciencia un poco como lo hizo Jung, pero a


diferencia de éste, consideramos a la inconsciencia como una especie de fuente esencial de nuestra
energía espiritual que está en forma latente y potencial y que hace posible que el hombre involucione
o evolucione, según sus tendencias inconscientes, las que originan no sólo impulsos o actos o
sensaciones internas sino que también condicionan los llamados poderes ocultos de la mente, los
cuales analizamos anteriormente. William James escribió: “Si pensamos en todo lo que deberíamos
ser, llegaremos a la conclusión de que estamos despiertos a medias. Sólo aprovechamos una parte
pequeña de nuestros recursos mentales”. Estudios posteriores a la afirmación de James demostraron
que el hombre actual, en la generalidad, sólo usa un 5% de sus neuronas en la actividad mental. El
resto se va atrofiando con el paso de los años. En realidad, los poderes ocultos de la mente no sólo
residen en la inteligencia no usada, sino en el inconsciente no expresado y del cual no nos hemos
ocupado por no querer, no saber y no poder, o las tres cosas juntas. Es indudable que nuestro
espíritu, en toda su grandeza, está allí en ese inconsciente del cual sólo nos valemos para
determinadas cosas vitales y no lo instrumentamos para nuestro crecimiento o desarrollo personal
como seres humanos completos. El hombre espiritualizado está cerca del modelo del hombre
extraordinario. Pero por sobre todo, es máximo exponente de la inteligencia y del afecto de los cuáles
sólo es capaz el hombre y ninguna otra criatura.

Inconsciencia y percepción subliminal

Para el léxico común, no psicológico, la inconsciencia es sólo la “falta de conciencia” o sea,


el “estado en que el individuo no se da cuenta exacta del alcance de sus palabras o acciones”. Esta
distancia entre las concepciones lingüísticas de conciencia y las concepciones psicológicas, nos
muestran el tremendo vacío de conocimiento de uno de los estados mentales más importantes del
hombre. De todos modos, a los efectos del tema de la percepción subliminal, conviene recordar lo
que dijimos sobre “función mental que está fuera de la conciencia y que nos permite almacenar
vivencias voluntarias e involuntarias, imágenes oníricas, en sueños, etc.”. Para el alcance de la
percepción subliminal, también conviene agregar, con algunas reformas, aquello de “estado en que
el individuo no se cuenta exacta del alcance”, en este sentido, no de “sus palabras o acciones”, sino
“de las palabras o acciones que recibe”. Por estas cuestiones, podemos admitir que la inconsciencia
es la operadora del conocimiento adquirido mediante la percepción subliminal. Esta percepción la
estudiaremos luego en forma más extensa.

III

LA INTELIGENCIA Y EL INTELECTO
La inteligencia: primera nota constitutiva del hombre

A la pregunta qué es el hombre nos enfrentamos de lleno con el ser del hombre. ¿Cuál es ese ser?
Evidentemente nadie puede responder plenamente a esta pregunta en forma directa. Sólo es posible
parafrasear a Dios, diciendo “el hombre es lo qué es”. Obviamente, esto no dice nada sobre la
naturaleza del ser. De esa manera, ontológicamente, el ser humano es un misterio. Anteriormente
advertimos que misterio es “cualquier cosa arcana o muy recóndita que no se puede comprender o
explicar”. Sin embargo, como lo explicamos para los otros misterios espirituales, acá el criterio de
misterio sólo lo es para la esencia absoluta, no así para comprender y explicar los modos cómo ese ser
se muestra o se expresa. El ser es un ente real y concreto. Por lo tanto, tiene las propiedades
suficientes para ser patente. Heidegger, un filósofo alemán contemporáneo, intentó acercar una idea
del ser del hombre y logró un método filosófico que consiste en acercarse al ser del hombre en forma
indirecta. Ya que no se puede acceder directamente a la esencia del hombre, aprehenderemos a la
misma a través de los modos de ser del hombre (modalidad). ¿Qué entendemos por modos de ser del
hombre, es decir, su modalidad humana? Dichos modos son las diversas formas cómo se va
manifestando ese ser a través de todas las conductas de todos los hombres. De ellas abstraemos el
concepto de ser. El primer modo de ser del hombre es a través de notas constitutivas y la más
inmediata de estas notas es la razón o inteligencia. Ningún otro ser viviente fue dotado de la facultad
de razón e inteligencia como lo ha sido el hombre. Por lo tanto, la inteligencia es un fenómeno único
en todo el universo conocido (Teilhard de Chardin)

Concepto de facultades mentales

Las facultades mentales son mecanismos operativos de la mente que consisten en aptitudes y
potencias psíquicas agrupadas en diferentes conceptos que no son pasibles de ser ubicados
anatómicamente en el cerebro, pero que se sabe que dependen de él y en él residen, con una probable
participación “in toto” de la masa cerebral completa.

Toda la corteza, todos los hemisferios y todos los centros participan en la producción de esas
facultades mentales que necesitan también todos los circuitos nerviosos, transmisores y toda reacción
bioquímica o bioeléctrica para ser producidas. Esos circuitos, sinapsis y neurotransmisores juegan
entre sí con infinitas posibilidades de producir o crear funciones generales o individuales. Hay
reacciones que sólo son propias de una sola persona, en cuanto al manejo personal de las facultades
mentales. Muchas de las reacciones son localizadas a través del SPECT y estudios similares y otras
deducidas por las lesiones de determinadas zonas.

Pero ninguna de estas experiencias certifica definitivamente que el fenómeno al que se


refieren es tal cual se ha detectado. En realidad, una mente funcionando a pleno, muestra efectos
sorpresivos en cada uno de los estudios. Esto configura la idea latente que venimos expresando: la
ubicación de una determinada zona cerebral para una determinada función, es más una cuestión
estadística puesto que hay demostraciones patentes de que las cosas pueden variar de una persona a
otra y que determinadas personas se alejan de los patrones generales estudiados. Esta observación es
la razón de una teoría holística de la mente, en cuyas funciones, decíamos, participa todo el cerebro
y, sin exagerar, todo el sistema nervioso.

El conjunto de cosas que hemos analizado hasta acá, de la parte anatomofisiológica del
cerebro y la totalidad de los mecanismos vistos, confluyen para realizar las facultades mentales. Estas
facultades constituyen los modos de manifestarse del espíritu del hombre y le confieren la calidad de
ser racional e inteligente, afectivo y volitivo. La inteligencia es el eje central de las facultades
mentales, siendo el intelecto la nota distintiva del hombre por excelencia. La inteligencia es la
principal facultad mental porque constituye parte de la esencia del hombre. A ella se supeditan las
otras facultades como la afectividad, principalmente centrada en las emociones e instintos, y
también la facultad de la voluntad.

La inteligencia es una abstracción hasta ahora imposible de definir en sí, en su magnitud y en


su alcance y mucho más en su cuantificación, lo que se pretende groseramente a través de la
medición del llamado cociente intelectual. Con esto coparticipa de la esencia del ser, siendo otra
razón para su identificación en el ser.

La pregunta fundamental de la esencia de la inteligencia, (¿qué es la inteligencia?), es una de


las cuestiones más debatidas y la que mayor cantidad de conceptos ha acumulado. Pero no se ha
sabido distinguir lo que se ha extraído y sintetizado de las manifestaciones de la inteligencia y de los
mecanismos operativos de la inteligencia a través del intelecto, de tal forma que:

• la esencia de la inteligencia,
• sus mecanismos intelectuales operativos
• y sus manifestaciones femonenológicas

son tres cosas distintas aunque el tema central sea la inteligencia.

Esencia de la inteligencia (¿qué es la inteligencia?)

Desde el punto filosófico, la esencia de la inteligencia puede ser bosquejada o percibida


(pero no conocida) con bastante certeza, a pesar de lo complicado de la cuestión. Desde un punto de
vista etimológico, inteligencia deriva del latín intelligentia, que, a su vez, proviene de intus legère,
término empleado por Cicerón que se traduce como un “leer dentro” y que abarcaría a la capacidad
para entender, comprender e inventar.

¿Qué es esto de “leer dentro”?. Cicerón la entendió como “leer dentro de mí”. En esta
cuestión interviene la antropología filosófica la que entiende que leer dentro es la capacidad que
tiene la inteligencia de escudriñar el interior de las cosas para ir aproximándose al ser (esencia) de
las mismas. Para ejercer la facultad de “leer dentro” de las cosas, la inteligencia opera como un haz
de luz circular, que al llegar a las cosas forma un círculo luminoso a su alrededor, quedando la cosa
inmersa bajo el foco directo de ese haz luminoso:

inteligencia

cosa
ente

De esta forma la cosa o ente queda aprehendida (prendere) dentro de un círculo (circum). La
cosa “prendida dentro del circo” da lugar al proceso de comprensión (circumprendere) que sería la
“acción de comprender” y comprender es “abrazar, ceñir, rodear por todas partes una cosa para
contener o incluir en sí esa cosa para entenderla, alcanzarla y penetrarla en su esencia”. La luz (del
griego fos) de la inteligencia hace que las cosas se asomen y se den a esa luz como fenómenos (lo que
se da a la luz) que sería “toda manifestación o asomo, tanto material como espiritual, de las cosas”.
Mediante la comprensión, la inteligencia devela el ser de las cosas y las llena de significado, es decir,
les da un contenido y un sentido a todas las ideas y al signo lingüístico lo define, o sea, le confiere
una definición que puede ser personal (connotativa) o convencional y general (denotativa). Una vez
que la inteligencia llena de sentido y comprensión a todos los signos mentales abstractos, (instaura el
mundo), el siguiente proceso mental será la formulación de juicios.

La inteligencia está dirigida a las cosas inteligibles, “a lo que puede ser entendido” y “se
percibe clara y distintamente”, que sea “materia de puro conocimiento, sin intervención de los
sentidos”.Concebir a la inteligencia de otro modo que no sea por el sentido dado por lo semántico, es
caer en el esquema de interpretar a la inteligencia, no como es en sí misma, su verdadera naturaleza,
sino definirla a través de sus manifestaciones o aplicaciones. Este concepto de definir a la inteligencia
por sus manifestaciones lleva a Jean Piaget a definirla como una capacidad de los seres vivos para
adaptarse al medio ambiente. Si aceptamos esto, tal cual, es admitir que la inteligencia es una facultad
propia del hombre, de los animales y de las plantas y de todo otro ser vivo. Luego, perdemos de vista
a la inteligencia como la nota esencial propia del hombre. El error de la definición de Piaget surge al
estudiar los mecanismos intelectivos de la inteligencia y sus aplicaciones prácticas, pero obvia la
visión filosófica sobre la naturaleza real de la misma.

Los seres vivos nacen con una serie de habilidades atávicas que les permite realizar una serie
de acciones para sobrevivir. Esa evidencia llevó al naturalista Mauricio Maeterlinck a estudiar el
gregarismo animal organizado en verdadera sociedades como las abejas, las hormigas y las termitas,
en las cuales cada ejemplar de la especie tiene asignadas determinadas funciones y las mismas son
cumplidas con una cierta perfección y completa efectividad y rendimiento, como una suerte de
disciplina que no admite mucho margen de error y que existen conductas condicionadas para
responder con total eficiencia ante un conflicto o eventualidad. Asimismo estudió los diversos
mecanismos con que los vegetales, a pesar de su condición de inmovilidad relativa, les lleva a
reproducirse aún en ambientes hostiles, para lo cual ponen en movimiento complicados mecanismos
como si respondieran a una conducta razonada, más que a una conducta mecánica. El error de
interpretación de estos esquemas dinámicos de animales y vegetales, le indujo a plantear la existencia
de una verdadera “inteligencia” animal y vegetal. En realidad la interpretación “inteligente” de la
conducta animal y vegetal es fruto de la mente humana, quien atribuye a esos comportamientos un
correlato conceptual con actos humanos y de allí que los crean como actos inteligentes. Los actos
animados de otros seres no humanos son fruto de una conducta instintiva. Así como hemos estudiado
lo que denominamos memoria filética en el hombre, todos los seres vivos poseen una memoria
instintiva, ancestral y atávica que, apenas nacen, comienza a señalarles lo que deben hacer para
sobrevivir y cumplir su rol de ser vivo. El hombre, como ser vivo, posee una memoria filética en su
intelecto, pero la inteligencia no es parte de ella sino de su espíritu (del mismo modo que lo es dicha
memoria filética).

La inteligencia humana es una capacidad de juzgar, comprender y razonar, de orientarse en


situaciones nuevas basándose en la comprensión, de resolver tareas con la ayuda del pensamiento, es
decir, la comprensión de lo planteado y sus relaciones (donde no es decisiva la experiencia). Es el
éxito tangible en la ejecución de tareas intelectuales abstractas como pueden ser las llamadas ciencias
exactas, la metafísica, las relaciones verbales. Es evidente que una planta o un animal no pueden
hacer esto. Por eso, no hay que confundir esas conductas gregarias o sociales ancestrales, tanto de los
animales como la de algunos hombres, con el verdadero sentido de la inteligencia. Si bien
inteligencia e instinto son cualidades innatas, la inteligencia se distingue del instinto por ser una
cualidad mental cuya función es múltiple y una de esas funciones es conformar y guiar una conducta
determinada. En cambio, el instinto es un estímulo para un patrón fijo de conducta, a tal punto que
puede entenderse como un “patrón de conducta innato”, y que es transmitido genéticamente de un
individuo a otro dentro de una misma especie. El hombre, como animal, ha recibido muchos de esos
instintos. Pero la inteligencia es una facultad que puede ser modificada genéticamente, pero no se
hereda por genes puntualmente. El instinto no guiado por una inteligencia, se manifiesta como
conducta rígida que obliga a responder del mismo modo ante un mismo estímulo, sin que medien
aprendizaje y enseñanza para ello. Por eso cuando tenemos una respuesta no enseñada ni aprendida
ni basada en experiencia previa y que desarrollamos ante una situación totalmente nueva para
enfrentarla en forma rápida y eficaz (con éxito), decimos que “actuamos instintivamente”. En
realidad, más que instinto habría que hablar en el caso del hombre, de intuición. En el parágrafo de
las sensaciones estudiaremos más profundamente a los instintos.

La no correcta interpretación de lo qué realmente es la inteligencia, confundió a Piaget en la


interpretación de la misma, creyendo que los mecanismos intelectuales que manifestaba el hombre en
su conjunto, eran la inteligencia en sí. Con el mismo concepto Howard Gardner y otros autores
llegaron a clasificar la inteligencia en varios tipos, según las capacidades de una persona. Nosotros
creemos que estas interpretaciones, que confunden lo que son meros mecanismos intelectuales o
intelecto con lo que es en sí la inteligencia, no son válidas para definir a la inteligencia del hombre.
Incluso, en la actual tendencia al estudio de la inteligencia que constituye una verdadera filosofía de
la inteligencia, lo que se estudia no son las capacidades intelectuales, sino los diversos modos con que
la inteligencia puede aplicarse a los mecanismos intelectuales, afectivos y volitivos que el hombre
posee. Por eso se habla de “inteligencia emocional”, “inteligencia comunicativa”, “inteligencia
social”, etc. Jean Piaget estudió mucho los mecanismos intelectuales y fue el primero que expuso
una teoría del desarrollo cognitivo y de las llamadas estructuras cognitivas. Como Freud, imaginó a
la mente como un verdadero “aparato” pero más tecnológico y perfeccionado de forma tal que irá
abarcando etapas e incorporando accesorios a medida que se crece después de nacer. Lo primero que
imaginó Piaget para estructurar su teoría cognitiva es que las estructuras cognitivas no representan
una mera copia de la realidad. El conocimiento no es una imagen (foto) que resulta de copiar
fotográficamente un hecho de la realidad. Por lo tanto, nuestra mente no posee representaciones que
reflejen el mundo externo como si esas representaciones oficien como fotocopias de la realidad. Por
lo tanto, en controversia con el empirismo y el sensismo afirma que el conocimiento no se funda en
las sensaciones y los sentidos no son fuente o causa de conocimiento. Pero va más allá y termina
aseverando que la mente humana tampoco es la que da las ideas de tiempo, espacio y causa.

Para Piaget, el conocimiento surge de la acción del hombre sobre su medio ambiente. Es la
interacción constante entre el hombre y el mundo que lo rodea la que permite que aparezcan y se
instale el desarrollo de las estructuras cognitivas. Es así, que a partir de la acción, el niño logra
reconstruir en su mente una realidad con dimensiones espaciales y temporales (idea que luego dará
origen a la teoría de la zona de desarrollo próximo). Luego, no es la mera observación de un
fenómeno lo que hace surgir el conocimiento, sino el planteamiento de un problema adaptativo que
se enfrenta ya con una estructura desarrollada por el sujeto a través de un doble proceso. Por un lado,
la comprensión de la situación que se presenta y se asimila a las estructuras previas del sujeto, por el
otro, la acomodación de esas estructuras para adecuarlas a la realidad. De esta forma, el conocimiento
es resultado de la reconstrucción de la realidad en un proceso de interacción entre el individuo y su
medio.

Así, según Piaget, hay esquemas de acciones que denominan “operaciones”. Para estas
“operaciones” hay dos conceptos básicos:

1. los esquemas no son copia de aspectos de la realidad sino que implican un trabajo cognitivo
que integra en un esquema lo que es generalizable de una situación a otra (el principio de ir de lo
particular a lo general)
2. las operaciones son acciones interiorizables reversibles y coordinadas en sistemas
caracterizados por leyes que rigen al sistema como un todo

Por sus apreciaciones, para Piaget habría una etapa de “inteligencia sensorio-motriz” a la que
sigue una “etapa preoperacional” o semiótica que es la etapa del lenguaje o etapa de símbolos.
Después vendrá la etapa de las “operaciones lógico-matemáticas” o de “operaciones concretas” y se
finaliza el desarrollo cognitivo con la etapa del “pensamiento hipotético-deductivo” que permite
integrar las dos formas de reversibilidad (negación y reciprocidad). Salvando estas elaboradas teorías,
es evidente que Piaget captó muchos mecanismos intelectuales pero cometió el mismo error de todos
los “científicos” de buscar estructurar al espíritu en bloques más o menos aceptables de la
operabilidad intelectual, uno de los elementos espirituales. Estructura, aparentemente, muy bien los
mecanismos racionales y los clasifica de acuerdo a los “modos de ser” conque se manifiestan. Pero en
la realidad, la mente no trabaja “tal cual” se la ha estructurado. Si bien tiene algunos aspectos
congruentes con estas teorías (naturalmente las mismas surgen de observar los fenómenos
espirituales) en realidad, no hay que confundir una facultad espiritual como es la inteligencia, con los
instrumentos que la misma usa. El intelecto y sus operaciones son un medio de expresión, pero no la
inteligencia en sí.
En realidad, la inteligencia se manifiesta a través de procesos y como todo proceso
considerado en diferentes compartimientos o estamentos y dentro de ellos está el contenido de
diversas capacidades, pero el conjunto o las características de estas capacidades no son la inteligencia
en sí sino sólo una mera forma de manifestación de la misma. Así, es evidente que la inteligencia
humana opera como:

a) una interrelación de un conjunto de capacidades de un individuo, determinadas por las


características biológicas, los procesos psicológicos, el entorno social y la conducta
b) que tales capacidades se desarrollan gradualmente para permitirle al ser humano asimilar,
retener, aplicar y modificar las experiencias y sensaciones necesarias para conducirse y adaptarse a su
medio

Como concepto final del conocimiento, al cual analizamos en el capítulo relativo a la


conciencia y la realidad, recordaremos el análisis de las definiciones denotativas que definen al
conocimiento como la acción y efecto de averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la
naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas. Es entender, advertir, saber, echar de ver. También
es percibir un objeto como distinto de todo lo que no es él y conocer tiene que ver con tener trato y
comunicación con alguno; presumir o conjeturar lo que puede suceder.

Cualquiera sea el enfoque que se le quiera dar a la facultad de conocer, ésta indisolublemente
estará ligada a los fenómenos generados por actos mentales. No hay otra alternativa, según lo que
antes expusimos sobre la cognición. Tanto pensar, sentir, crear, percibir, etc. son todos fenómenos
mentales y sabemos que la mente es el instrumento del espíritu. Luego, el espíritu es inteligencia y la
inteligencia es la facultad espiritual que nos permite lograr el conocimiento. Por lo tanto,
definitivamente y sin más vueltas, el conocimiento es una facultad espiritual en el hombre. Quien
produce y forma conocimiento es el espíritu y los datos de ese conocimiento son extraídos de la
realidad, ya sea por sensaciones sensoriales o extrasensoriales o por intuiciones o creaciones internas.
Esto termina con la controversia de la naturaleza y causa del conocimiento. El conocimiento es un
producto intelectual de la inteligencia. Sin inteligencia no hay conocimiento. Dar más vueltas
explicando todos los procesos de los cuales se vale la inteligencia para conocer, es como tratar de
explicar qué es conducir un vehículo, describiendo al motor, la carrocería y el rodado. Significa
describir el medio o instrumento por el cual se materializa un acto, pero no a la esencia del acto o
fenómeno. Por esencia y presencia, conocer es inteligir. De ahí, la facultad rectora de la inteligencia,
de todos los otros fenómenos espirituales. Como todo proceso, el proceso inteligente tiene diferentes
aspectos:

1. aspecto biológico que incluye la dotación genética y la fisiología de la persona (madurez


fisiológica)
2. aspectos psicológicos: corresponden a los procesos psicológicos que involucran los afectos, la
memoria, la percepción, el pensamiento y el aprendizaje, como asimismo, la madurez psicológica
3. aspecto ambiental: involucra al medio o ambiente (ambioma) en el que se desenvuelve la
persona y es incontrovertible que este ambiente influye a través de estímulos diferentes que empiezan
aún antes de nacer y se continúan en el seno de la familia y en las diferentes instancias sociales en que
se desempeñará todo ser humano. Así el ambiente puede dar estimulaciones negativas o positivas que
influyen en el desarrollo intelectual de la persona
4. aspecto de la conducta: esto está relacionado con el comportamiento de cada persona o sea
con la forma, “porte o manera con que los hombres gobiernan su vida y dirigen sus acciones”.
Desde este aspecto deben considerarse las habilidades generales (modos de las capacidades
intelectuales) como son: la capacidad práctica para resolver problemas, la habilidad verbal, la destreza
para manejar símbolos lingüísticos, la capacidad de análisis y síntesis (necesaria para plantear
opiniones y hacer críticas), capacidad de aprendizaje, poder de adaptación, habilidad para alcanzar
metas escogidas racionalmente, manejo de las emociones y sentimientos para expresarlos en “forma
inteligente”. Todas estas “habilidades” determinan una conducta inteligente

Estos aspectos nos dicen que el estudio de la inteligencia lleva, inexorablemente, a ser
considerado en cada uno de ellos, lo que genera diferentes puntos de vista o conceptos aspectuales.
Esto obliga a recordar que cuando se estudia la inteligencia humana debe saber distinguirse, sin
hesitar, qué corresponde a su esencia y qué corresponde a sus mecanismos (intelecto) y qué a sus
formas de manifestarse (conducta). Debe quedar bien claro que el estudio de la inteligencia puede
considerar todos y cada uno de sus aspectos, pero no debe perderse de vista la integridad (totalidad)
del ser humano, porque de otra forma se comete el error de calificar o clasificar a la inteligencia en
forma separada de sus atributos en conjunto y eso motiva los errores conceptuales de la inteligencia.

Por lo tanto, si la inteligencia tiene diferentes puntos de vistas, es lógico que las disciplinas
que entienden en esos aspectos, tiendan a considerar la inteligencia desde esos puntos de vista,
interviniendo la filosofía, la psicología, la psiquiatría (y con ella la medicina), la pedagogía y toda
otra disciplina que tenga un punto de contacto con las características de la inteligencia o las
actividades intelectuales. Repetiremos conceptos dados sobre opinión a fin de refrescar los mismos.
Recordemos que, básicamente, los puntos de vista son una forma de captar la realidad en forma tal
que las cosas “parecen ser” pero esencialmente no son así, puesto que nuevos puntos de vista sobre
la misma cosa, cambia el parecer. Este parecer, de acuerdo a lo expresado anteriormente, cuando se
emite o comunica formalmente, es lo que se conoce con el nombre de opinión. Luego, opinión es la
manifestación oral o escrita del pensamiento sobre lo que las cosas parecen ser. Naturalmente, así
visto, la opinión es cuestionable (no la cosa en sí como define la RAE), dado que siempre se refiere a
“lo que parece ser” y no “lo que es”. La referencia certera de “lo que las cosas son”, la da la verdad.
Una opinión puede, o no, coincidir con la verdad.

Según Ortega y Gasset la verdad no consiste sólo en conocer el ser de las cosas, en forma
genérica, es decir, de todas las cosas conocidas o por conocer, sino únicamente de aquellas cosas con
la cual el hombre tiene que habérselas en forma inmediata, sólo a las que se tiene que atener. De no
ser así se correría el riesgo de inventar un “ser de las cosas” y esto es lo que puede ocurrir cuando el
hombre trata de explicar lo abstracto nada más que como una afición intelectual. Obra como aquello
de que sólo porque tiene la facultad de explicar el ser de las cosas, se siente compulsado a hacerlo,
tenga o no, necesidad de ello. De acuerdo con sus definiciones denotativas o filosóficas, siempre la
verdad será un concepto ligado en forma inherente a la mente del hombre, pues depende del
pensamiento y del entendimiento humano, ambos frutos de la inteligencia. Ergo, sólo la inteligencia
puede encontrar la verdad de las cosas, mediante una comprensión adecuada de las mismas y la
formulación del pensamiento certero. La ciencia y la filosofía se han preocupado en definir la
inteligencia humana con exactitud pero la ciencia, sobre todo, trata de medirla y de establecer las
diferencias de capacidad intelectual entre distintos individuos. Para ello se ha descrito a la inteligencia
de innumerables formas.

Considerando a la inteligencia no como una facultad inmaterial, sino como un proceso mental
se intentó estudiar los llamados factores de la inteligencia. Spearman trató de establecer dos tipos de
factores que determinaban la inteligencia:

factor de la “inteligencia general”: está presente en cualquier tipo de funcionamiento


mental
factor de “inteligencia específica”: presente cada vez que se deben resolver los
problemas específicos que cada actividad humana presenta.

De ninguna manera esta concepción simplista satisfizo a investigadores ni aportó ningún


esclarecimiento fundamental para saber que es la inteligencia. Ambiguamente se aceptaba que la
inteligencia era una “colección de facultades entretejidas estrechamente” a manera de una “red
compleja de conexiones de funciones mentales”. Otros autores como Thurstone tenían la teoría de los
“factores múltiples”. Thurstone concretamente hablaba de un “conjunto de siete capacidades
mentales principales” que iban desde la fluidez numérica y verbal, hasta el razonamiento y la
velocidad de percepción. Hoy, el acuerdo general es que la inteligencia es función del cerebro y del
sistema nervioso y sus receptores sensoriales, los que participan en la tarea de transformar la energía
que reciben en un modelo dotado de significado.

Los conceptos biológicos sobre inteligencia

Consecuente con la teoría errónea de que la inteligencia era una función cerebral se postuló
que esta expuesta a factores biológicos. Por esto, algunos estudios creen que la inteligencia depende
de la herencia genética en un 80% y factores ambientales en un 20%. Así por ejemplo, dos gemelos
univitelinos educados de formas diferentes tienen el mismo cociente intelectual (CI). Por otra parte, el
orden de nacimiento de los hijos de una familia da patrones de inteligencia: el primogénito siempre es
el más inteligente y el CI decae a partir del quinto hijo. Estas aseveraciones no son concluyentes ni
definitivas y admiten algunas reglas de excepción. Se pensó también que el ambiente también influye
en la formación de la inteligencia: a mayor culturización del medio ambiente, mayor estímulo para el
desarrollo de la inteligencia. Más aún: actualmente los genetistas sostienen que los genes, en alguna
medida, dependen más de los factores ambientales que de la herencia en sí. Hay muchos genotipos
que no están condicionados por genes heredados, sino por genes modificados a través de deleciones
provocadas por agentes del ambiente. Es lo que se conoce como mutaciones genéticas adquiridas no
heredables. Claro que esto se da en células somáticas y no germinales y no afecta a caracteres
generales de la inteligencia. Pero sí hay modificaciones que a veces pueden cambiar, generalmente
mediante patologías, las funciones intelectuales y afectar directamente a la inteligencia.

Otro punto de vista biológico a considerar fue la diferencia de inteligencia entre ambos
sexos, cosa que es difícil de demostrar porque las experiencias realizadas han señalado que algunas
facultades especiales son propias de un sexo u otro lo que equilibra probables diferencias. Lo cierto
es que la medición, la definición, la adquisición de la inteligencia son tareas hasta ahora complicadas
y desalentadoras, a tal punto que ninguna de las experiencias y métodos realizados hasta el presente
son efectivos más allá de un 50 a 60% y la mayoría de ellos aproximan a determinadas realidades
pero de ninguna manera alcanzan a comprender totalmente al fenómeno intelectual. La herencia y la
formación ambiental podrán ser factores muy importantes pero no lo son totalmente determinantes,
pues han nacido genios de padres mediocres y viceversa: padres genios han tenido hijos mediocres.
Igual consideración práctica rige para lo ambiental: hay una media que engloba a la mayoría
influenciada por el medio ambiente, pero hay porcentajes importantes en los extremos de la curva
estadística que dicen que de medios muy culturizados salen muchos pobres intelectuales y viceversa:
de medios poco culturizados pueden surgir grandes genios.

La Medicina estudia a la inteligencia a través de la neurología o actual neurociencias que se


dedican a las estructuras y fisiología del sistema nervioso, dando el fundamento orgánico o
anatómico de los mecanismos intelectuales y para ello se vale de la neuroanatomía, la neuroquímica y
la neurofisiología. Otra disciplina médica es la Genética que estudia la normalidad o las alteraciones
entre los genes y sus relaciones con las alteraciones del crecimiento y desarrollo prenatal y postnatal y
los trastornos en la conformación física, funcional y psicológica del individuo, según conceptos que
hemos antedicho. La Psiquiatría se ocupa del origen, la dinámica, las manifestaciones y el
tratamiento de algunos trastornos de la personalidad que tienen base o repercusión orgánica y pueden
alterar la conducta.
La Psicología, especialmente la clínica, aplica los principios psicológicos al estudio y a la
resolución de las diversas alteraciones de esta índole, que puede presentar un ser humano en algún
momento de su vida. En este caso, la psicología trata de objetivar a la inteligencia para evaluarla en
su evolución, describir sus posibles alteraciones y, asimismo, predecir las diversas potencialidades con
las que cuenta el individuo. Este proceso puede ser cualitativo o cuantitativo y los métodos de
estudio abarcan la observación, la entrevista, las pruebas psicométricas y proyectivas. Es evidente la
imposibilidad de objetivar totalmente a los mecanismos intelectuales, los cuales están muy
comprometidos con el grado de instrucción o aprendizaje, con el desarrollo cultural y social y estas
variables interfieren introduciendo apreciaciones parciales o francamente erróneas cuando se mide un
cociente intelectual o se realiza una prueba psicométrica o proyectiva. Otras ramas de la psicología
son la psicología social que investiga la relación entre los factores sociales y el desarrollo de los
mecanismos intelectuales y la psicología educacional que estudia las relaciones entre la enseñanza y
el aprendizaje, es decir, se ocupa del estudio del papel que juegan los mecanismos intelectuales en la
educación. La Pedagogía establece planes y estrategias de aprendizaje y capacitación de acuerdo con
las necesidades específicas de los individuos, tanto si poseen un mecanismo intelectual normal,
subnormal o si presentan necesidades especiales.

De todo lo visto hasta ahora en este parágrafo como punto de vista biológico de la
inteligencia, son experiencias equívocas por haber confundido groseramente a lo anatómico como
estructura que genera la inteligencia, cuando en realidad, lo biológico y lo anatómico son elementos
de sostén, como reiteradamente hemos venido postulando y tratando de demostrar a lo largo de todo
este trabajo. La inteligencia en sí, como ente inmaterial, no depende de ningún proceso ambiental ni
genético y por lo tanto no es susceptible de ser medida y estudiada con parámetros científicos. Lo que
es susceptible del estudio científico es el cuerpo humano y sus variaciones, como receptáculo e
instrumento de manifestación de inteligencia. Es esto lo que se transforma con el ambiente, los genes
y todos los otros factores que se han tratado de introducir. Pero la inteligencia en su verdadera
esencia, jamás podrá ser medida en una célula, en un gen o por factores ambientales. Todo esto
ayuda a desarrollar o afinar el instrumento biológico. El desarrollo de la inteligencia dependerá de
otras disciplinas y de otros conceptos.

En virtud de estas afirmaciones, en la actualidad podemos considerar dos grandes vertientes en


el estudio de la inteligencia humana:

a) la Antropología Filosófica o Filosofía Antropológica, dentro de la cual están los modernos


conceptos existencialistas sobre el ser del hombre, y por ende, la esencia de la inteligencia
b) el estudio de los mecanismos intelectuales y formas de manifestación de esos mecanismos los
cuales originan distintos enfoques y perspectivas: el enfoque psicobiológico, la perspectiva
experimental, el enfoque genético y la perspectiva diferencial. Las actuales neurociencias y la biología
molecular dan muchas claves modernas para el estudio de estos mecanismos.

El concepto de esencia de la inteligencia ya lo hemos estudiado anteriormente, por lo que


correspondería pasa directamente a las formas con que se estudian los mecanismos intelectuales y su
manifestación. El enfoque psicobiológico considera los fundamentos biológicos, los fisiológicos, los
neurológicos, los bioeléctricos y los bioquímicos de los mecanismos intelectuales. La perspectiva
experimental se centra en el pensamiento y la conducta inteligente, la cual tiene diversas tendencias:

• la introspectiva acerca de la intencionalidad y las representaciones mentales


• la teoría de la Gestalt que subraya la reorganización perceptiva generadora de la
comprensión
• las diversas concepciones del funcionalismo que conciben a los mecanismos intelectuales
como adaptación a situaciones nuevas
• las corrientes conductistas y neoconductistas que realizan estudios objetivos y estudian a los
mecanismos intelectuales y sus manifestaciones mediante diversos modelos de aprendizaje, con sus
variantes cognitivas, por ejemplo, las que entienden a los mecanismos intelectuales como capacidad
de inhibición e respuestas, o como estrategias mentales de ensayo y error
• la perspectiva de la psicología cognitiva, que considera a la inteligencia como un sistema de
procesamiento y que estudia las estrategias y los componentes de la recepción, la codificación y la
elaboración de la información mediante procedimientos experimentales, modelos y programas de
imitación de la inteligencia
• los experimentos de la neurociencia a través de la tecnología

El enfoque genético, a su vez, intenta ofrecer diversas áreas de estudio desde el punto de vista
genético y así origina:

• la indagación filogenética que estudia la inteligencia considerando la evolución del ser


humano y que señala la importancia de la diferenciación y la creciente complejidad del sistema
nervioso, así como su progresiva encefalización
• el estudio ontogenético que abarca una serie de teorías que consideran el desarrollo de la
inteligencia durante la vida del individuo, entre las que se encuentran:

a) las teorías madurativas que señalan la importancia de la maduración de las actitudes innatas
b) las teorías empiristas que hacen hincapié en el aprendizaje acumulado
c) las teorías constructivistas que subrayan la actividad innovadora del sujeto

La perspectiva diferencial se refiere a las teorías que estudian las variaciones de los
mecanismos de la inteligencia a partir de las diferencias entre los individuos y los grupos y abarcaría:

• teorías psicométricas
• teorías factoriales
• teorías sociales
• teorías culturales
• teorías ecológicas

Esta pluralidad de teorías refleja las numerosas facetas y la multiplicidad de abordajes de los
mecanismos de la inteligencia y sus formas de manifestaciones, por lo que se hace indispensable un
esfuerzo de integración y coordinación entre ellas y la delimitación de cada punto de vista para no
caer en errores de interpretar a las manifestaciones de la inteligencia, con lo que la inteligencia es en
sí, como ocurre normalmente en las conclusiones de estas actividades “científicas”. Lo que sí debe
saber distinguirse es que hay factores que determinan la manifestación de la inteligencia como son
las características biológicas, los factores sociales y culturales y los procesos psicológicos, pero hay
otros factores que, más que intervenir en la manifestación de la inteligencia, son consecuencias de ella
como es el factor de conducta y comportamiento individual (probablemente puedan intervenir en la
manifestación intelectiva una conducta y un comportamiento grupal o social, pero esto está
involucrado en los factores socioculturales que hemos considerado por separado).

Cuestiones sobre la inteligencia

Hay diferentes cuestiones planteadas en lo relativo a la inteligencia que han surgido de la


lógica de confundir a la inteligencia como algo biológico y no como función espiritual. Por lo tanto
las respuestas dadas a estas cuestiones quedan estrictamente dentro de esa concepción, sin que esto
signifique que nosotros estamos de acuerdo con ellas, ni modificamos nuestro punto de vista.
Simplemente exponemos estas cuestiones. Veamos algunas de ellas:

1. ¿se hereda la inteligencia? No hay un gen específico de inteligencia. Como condición de la


esencia humana, todo ser humano normal nace inteligente. Lo que se puede heredar son
predisposiciones determinadas que tienen que ver más con los mecanismos y las formas de
manifestaciones intelectivas que la inteligencia en sí
2. ¿es menos inteligente un artista que un matemático? No. Son diferentes niveles de
integración de facultades intelectuales que desarrollan aptitudes distintas que no suponen superioridad
intelectual de un individuo sobre otro.
3. ¿es lo mismo agilidad mental que inteligencia? No. La agilidad mental (“ser rápido”) es una
habilidad para manejar los mecanismos intelectuales, que puede ser adquirida por entrenamiento o
poseerse naturalmente
4. ¿hay relación entre signos anatómicos y la inteligencia? Se dice que hay miradas inteligentes
y que los individuos de frente amplia son más inteligentes. El manejo de los ojos puede estar
relacionado o no con un cierto grado del desarrollo de los mecanismos intelectuales o del estado de
indemnidad de los mismos. Quienes tengan los mecanismos intelectuales indemnes y los usen con
mayor eficiencia, tendrán gestos, entre ellos la mirada, que puedan ser interpretados como signos de
mayor eficiencia intelectual, pero de ninguna manera hay relación entre la forma mirar y la
inteligencia o sus mecanismos. De igual modo ocurre con las formaciones anatómicas de cualquier
naturaleza (salvo el concepto de cerebro proteico)
5. ¿es señal de inteligencia la capacidad para expresarse? La habilidad lingüística es una forma
de manifestación de una excelencia en la educación de los mecanismos intelectuales, pero de ninguna
manera condiciona a la inteligencia en sí, pues hay buenos oradores sin que tengan una inteligencia
notable.
6. ¿es posible medir el grado de inteligencia de una persona? No. Sólo es posible medir el
grado de habilidad con que se usan los mecanismos intelectuales que no tiene nada que ver con la
inteligencia en sí. De hecho muchas personas con alto cociente en los testes psicométricos no siempre
son los más inteligentes y viceversa.
7. ¿son fiables las pruebas de inteligencia? No. Sólo evalúan una parte del desarrollo cognitivo
del individuo.
8. ¿el desarrollo intelectual es independiente del desarrollo físico y del emocional? Hasta cierto
punto sí. Es evidente que un débil mental no tendrá un buen desarrollo físico, intelectual ni
emocional, pero en personas normales pueden haber quienes desarrollan más la emotividad que la
inteligencia o el cuerpo, hay quienes desarrollan muy bien el cuerpo (atletas) pero no alcanzan un
grado de desarrollo intelectual o emocional y hay quienes adquieren un desarrollo intelectual
(“intelectuales”) sin tener un desarrollo físico ni emocional. La educación auténtica o inteligente
consiste en equilibrar los distintos desarrollos a fin de optimizar la unidad indivisible que es el
hombre.
9. ¿existen diferencias entre la inteligencia femenina y la masculina? No. Genéricamente son
iguales. Hay diferencias en el manejo de los mecanismos intelectuales, por ejemplo, en la mujer
prevalece más la intuición.
10. ¿es cierto que la inteligencia está condicionada por un proceso de maduración? La
inteligencia en sí, no. Los mecanismos intelectuales, sí. La inteligencia está sujeta a un entrenamiento
que obliga a un pensamiento profundo o trascendental para afinar mejor las funciones de su esencia.
Naturalmente, como necesita de los mecanismos intelectuales y éstos dependen del cuerpo, sino hay
una maduración de centros nerviosos y estructuras encefálicas, no habrá una correcta utilización de
mecanismos intelectuales.
11. ¿hay grupos raciales más inteligentes que otros? No. Las manifestaciones intelectuales son
distintas en las distintas razas, pero no se deben a que haya una inteligencia distinta, sino que los
mecanismos intelectuales y sus manifestaciones son condicionados en forma distinta por diferencias
ambientales diversas y tendencias culturales distintas.
12. ¿la inteligencia evoluciona en etapas sucesivas? La inteligencia en sí, no. Los mecanismos
intelectuales, sí. El grado de perfección de la inteligencia, ya lo dijimos, se alcanza con el
entrenamiento del pensamiento, el que se puede lograr en diferentes etapas. Pero el pensamiento es
un mecanismo intelectual, no la inteligencia en sí.

Cualquiera sea su dimensión, la inteligencia es una facultad que hace al hombre un ser
biológico excepcional. Sin apresurarse a conceptos definitivos, se puede considerar que la
inteligencia humana se manifiesta como un sistema jerarquizado de procesos y estrategias cognitivos,
debidos a la interacción entre la herencia, la organización cerebral, la conducta y el entorno social
de la persona, que le permiten resolver problemas y desarrollar su creatividad.

El fin u objeto de la inteligencia

Se ha discutido mucho sobre la inteligencia y se han deformado los criterios por no prestar
una atención absoluta a la palabra que la designa. La etimología debe salvar todo error o idea
confusa, dado que es la que designa el verdadero sentido de una palabra y la verdad que encierra.
Hemos afirmado, sobre esta base, que la esencia y, por ende, su función, fin y objeto, es lisa y
llanamente conocer lo que las cosas son. Esto puede interpretarse como la búsqueda de la verdad a
través del conocimiento. Luego, el saber es la meta única de la inteligencia. Pero no un saber
cualquiera sino el saber inteligente que constituye la sabiduría auténtica, a la cual se llega,
ineludiblemente, por el uso correcto del pensamiento, en este caso, el pensamiento filosófico.
Muchos autores han dado diferentes objetivos a la inteligencia. Hemos repasado los diferentes
conceptos o puntos de vista sobre la inteligencia, las concepciones de Piaget, Gardner, Horward,
Spearman, Thurstone, Ortega y Gasset y otros. Seguramente han quedado en el tintero muchos
más. Pero no es posible describir a un fenómeno sólo por sus efectos o formas, sino que para
conocerlo y saber cuál es su verdadera razón de ser, hay que ir a la esencia y objeto, los que
evidentemente, están más allá de las meras formalidades de su presentación.

Según la intención o el pensamiento o el ideario y la realidad y cultura que cada pensador ha


tenido, se ha dado opiniones sobre la inteligencia. Una de las afirmaciones más sostenidas es que el
fin de la inteligencia es la búsqueda de la felicidad. Pero la felicidad como la inteligencia, son dos
palabras cuyos contenidos se han interpretado, insisto, más por las formas que por la esencia. La
confusión sobre los sentidos auténticos de lo que se expresa, ha mezclado muchas cosas dentro del
significado dado a determinadas palabras. El vocablo felicidad tiene muchas denotaciones y
connotaciones. Desde siempre, se ha afirmado que el hombre auténtico es el que busca y vive
apoyado en el bien. Pero esta palabra también está sujeta a los vaivenes lingüísticos y de las
concepciones personales o de época. Tanto es así, que cuando se quiere concretar el bien en algo, en
lo que “es bueno”, hay listas dispares de objetos, sentimientos, tendencias, etc. que se consideran
como “buenas”. Así, felicidad es todo lo bueno, lo que provoca bienestar, placer, conformidad,
satisfacción, alegría, etc. Pero la vida real no se presenta en su totalidad con todas estas cualidades o
condiciones, sino que parece operar a la inversa. Cada persona vive en el mismo lugar, momento y
hora y frente a los mismos acontecimientos, sentimientos opuestos. Así, mientras unos gozan con lo
que ocurre, a otros les causa sufrimiento. La sensación generalizada de la existencia es más de
angustia que de completa satisfacción. Es cierto el principio que establece que el hombre tiende a
buscar lo que considera el bien, acercarse al placer y huir del displacer. Pero todo esto no es el fin de
la inteligencia. A la inteligencia le compete y el atrae conocer las cosas. Incluso, lo displacentero y lo
considerado malo. Lo debe conocer para poder apreciar lo que es placentero y bueno. Debe
distinguir entre infelicidad y felicidad. No es que busque a una u otra. Se encuentra frente a ellas para
diferenciarlas y deliberar sobre lo que debe o conviene aceptar. Yendo más profundamente, al fin y
al cabo, conocer lo que las cosas son es la única herramienta válida para no errar una vida humana
decente, decorosa, digna. Esto es, superar lo bestial para llegar a lo considerado como mente
superior. En esa dirección la metafísica ha encontrado los absolutos de la ciencia, la filosofía y la
religión. Digamos, en palabras de Chopra, la inteligencia pura es la que busca la seguridad absoluta
de que se está viviendo como debe ser y que la experiencia interpreta a la realidad en un nivel
profundo, con una concreta y real “filosofía de vida”. Para esto, se necesita ejercer una vida
consciente, es decir, usando el presente como el fenómeno único e irrepetible para encontrarse con
uno mismo y la verdad de las cosas. Esto lo manifiesta Chopra cuando dice: “viviendo el momento
presente se crea la experiencia de eternidad. Es como cada gota de agua en el océano que contiene
el sabor del océano entero. Cada momento de tiempo contiene el sabor de la eternidad. Se puede
vivir ese momento, la mayoría de las personas no lo viven y es el único tiempo que realmente tienen.
O viven sujetos al pasado o abocados al futuro… Si uno se concentra en vivir el presente, entonces se
podrá conocer el sabor de la eternidad y cuando se metaboliza esta experiencia de eternidad, el
cuerpo no envejece. Es sólo una cuestión de conciencia”

Intelecto: una función mental principal

El intelecto que es el entendimiento, potencia cognoscitiva racional del alma humana, es el


efecto directo de aplicar la inteligencia, a la cual está íntimamente ligado por ser una manifestación de
ella. La intelectualidad es el conjunto de todos los efectos o acciones del intelecto. Una de las
funciones mentales principales es el intelecto como conjunto de procesos operativos que usa la
inteligencia para manifestarse. Las fases o pasos del proceso intelectivo comprenden:

1. la abstracción
2. la significación
3. concepto
4. formulación de juicio
5. pensamiento

El proceso de abstracción

La abstracción, de acuerdo a la RAE, es la “acción de abstraer” y abstraer (del latín


abstrahere) es “separar por medio de una operación intelectual, las cualidades de un objeto para
considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción”. ¿Cómo
opera la abstracción?. Todo proceso básicamente es un “conjunto de las fases sucesivas de un
fenómeno natural o de una operación artificial”. Intrínsecamente todo proceso conlleva en su
naturaleza, dos condiciones que lo marcan:

∗ “es una acción de ir adelante en el transcurso del tiempo”


∗ “es una acción de seguir una serie de cosas que no tiene fin”

Es decir, cuando el proceso de abstracción comienza a darse en el hombre, progresa (avanza


en el tiempo) y actúa en forma seriada (una acción tras otra en forma inmediata y consecutiva) hasta
que cesa la vida de un individuo. Trabajar en serie significa que una vez que alcanza un horizonte o
meta prosigue tras otro sucesivamente. La abstracción tiene etapas bien definidas:

1. percepción de un ente
2. aprehensión
3. comprensión
4. formación de la idea (ideación).

Percepción
La percepción es la “acción y efecto de percibir” y percibir es “recibir por uno de los
sentidos las imágenes, impresiones o sensaciones externas” de forma tal de “comprender o conocer
una cosa”. Luego, la percepción es una “sensación interior que resulta de una impresión material
hecha en nuestros sentidos determinando el conocimiento o idea de una cosa o ente” (percepción
sensorial). Sin embargo, no toda percepción es sensorial. También hay una percepción que no es
sensual, es decir, no impacta a nuestros sentidos sino que se capta fuera de ellos y por esto es
percepción extrasensorial o “percepción de fenómenos sin mediación normal de los sentidos”. Esta
percepción extrasensorial ha llevado a pensar en la idea de un sexto sentido que se sumaría a los
cinco conocidos (tacto, vista, gusto, oído y olfato). Lo que no está definido cual sería ese sexto
sentido, por lo que se ha especulado sobre él intentándolo identificar con el “sentido común” o bien
la intuición o el llamado “el tercer ojo”. Una cosa solamente está clara: el sexto sentido no depende
de nuestro sistema nervioso por lo menos hasta donde llegan los conocimientos actuales, por cuanto
no tiene una vía conocida o un órgano de percepción. Probablemente tenga un centro de formación
en el encéfalo dado que es un “acto mental”, pero esto hoy no se sabe. Es un sentido que pertenece a
las sensaciones interiores por cuanto “nos viene de adentro”. Pero no es un proceso meramente
intelectivo sino que está en el orden de lo sensitivo, lo emotivo, lo instintivo, lo afectivo y lo
intuitivo. Por lo tanto no es racional, pero cuando opera se hace patente y “se racionaliza”, lo que
significa que entra en la percepción intelectiva y forma ideas y conocimientos. Por sus características
de no usar la percepción sensorial es originado por la intuición que, como luego repetiremos, es una
“percepción íntima e instantánea de una idea o una verdad tal como si estuviera a la vista” y en la
realidad opera cuando se da como una “facultad de comprender las cosas instantáneamente sin
razonamiento previo”. Después estudiaremos en detalle todo lo referido a los fenómenos de
percepción.

Aprehensión

La aprehensión es la etapa que sigue a la percepción en el proceso de abstracción y consiste


en la “acción y efecto de aprehender”. Aprehender (del latín apprehendere que deriva de la locución
latina ad prehendere ir a prender) es “asir, agarrar, sujetar una cosa” y como operación intelectual
pura es “concebir las especies de las cosas, sin hacer juicios de ellas”, es decir, sin calificarlas,
negarlas o afirmarlas. Simplemente se prenden o toman tal cual se perciben fenomenológicamente.

De aprehender deriva aprender que es “adquirir el conocimiento de una cosa por medio del
estudio o la experiencia, tomándola de la memoria” (es útil recordar que aprender también es
“concebir alguna cosa por meras apariencias o con poco fundamento” y esto se debería a que el
conocimiento adquirido por la percepción es incorporado como una mera idea sin darle el proceso de
concepto y juicio para su comprensión y conocimiento real, quedándose sólo con la idea de lo que
las cosas “parecen ser”. Este tipo de aprendizaje es el origina la mera doxa u opinión ligera (sin
fundamentos ni asidero real). Luego, aprehender es el mecanismo primario de la inteligencia que
sigue a la percepción y después precede y pone en marcha a la ideación. La aprehensión toma en la
mente el objeto percibido y lo fija para formar la idea.

Ideación: formación de las ideas. Imaginación: formación de imágenes

En el proceso de abstracción hay que tener bien claro que la percepción y la aprehensión sólo
captan un fenómeno: lo perciben y lo toman en consideración de forma tal que:

las cosas aparecen ante el hombre como fenómenos (lo que aparece a luz), es decir están
ahí como simples cosas, “como son”, desprovistas de significación e interpretación.
Simplemente “están” y “son” entes puros.
aparecer significa que se muestran, no como son esencialmente, sino que en la realidad
[(de res = cosa) o conjunto de cosas (concretas o imaginarias, reales o irreales) donde
las cosas se “dan”, (dad) (ser-ahí)], las cosas “parecen ser”. Por el hecho de que se
vean, se toquen, se oigan, se palpen o se huelan, o se intuyan, lo único que hacemos
es percibir que esas cosas existen, están ahí, pero de ninguna sabemos por ese mero
acto “lo que las cosas son” (verdad). La verdad sería cuando hay “plena
conformidad entre lo que las cosas son realmente y la idea que de ellas se forma la
mente”. En la verdad las cosas se presentan de-veladas o des-cubiertas de todo
aquello que cubría, velaba u ocultaba su esencia natural. Esto es un proceso de
pensamiento o juicio que no hace la abstracción.
la percepción sólo recibe apariencias y la idea de esa apariencia, sin el debido análisis del
concepto, significado y comprensión, puede ser falsa o superficial, sin fundamento.

Por lo tanto el hombre percibe una forma o figura, un color, un olor, un sonido o palpa una
superficie, o sea, “siente algo” pero no puede conocer profundamente “lo que percibe”. En esos actos
mentales primarios de percepción, aprehensión e ideación la mente separa de la cosa los caracteres
físicos o cualidades comunes de las cosas que percibe, aprehende y forma con ellos una figura
mental o idea que es una imagen mental que representa las cualidades comunes, sin considerar el
sujeto. Así por ejemplo, si percibe el objeto “silla” toma de él sus características principales (sirve para
sentarse, tiene patas, asiento y un respaldo) pero no forma la idea exacta o copia fiel del objeto
percibido en ese momento, sino que guarda en la memoria esas cualidades abstractas (abstracto es lo
“que significa alguna cualidad con exclusión del sujeto”) bajo la forma de una imagen llamada
signo. Esta idea abstracta es la que permite luego el conocimiento del aprendizaje porque del
conjunto de ideas memorizadas, se efectúa el reconocimiento de objetos similares. Por esto, aprender
es “sacar de la memoria” esas ideas preformadas.

La idea (del griego: forma, apariencia) es el “primero y más obvio de los actos del
entendimiento que se limita al simple conocimiento de una cosa, formando una imagen o
representación del objeto que queda en la mente o en el alma. Es un conocimiento puro, racional,
debido a las naturales condiciones de nuestro entendimiento”. También puede entenderse por idea,
atendiendo a su etimología referida a la forma de las cosas, como “conceptos formales, formados por
abstracción, que representan en nuestra mente, reducidas a unidad común, realidades que existen o
se dan en diversos seres”. La ideación es el “efecto y acción de idear” e idear es la “formación o
génesis de ideas o formar idea de una cosa”.

El proceso de ideación probablemente es uno solo para la formación de imágenes tantos


reales como irreales, o aquellas que son sólo un producto del intelecto o nacidas por sensaciones
interiores y que se conocen bajo el nombre de ideales. Esta idealidad en general, referida a la
capacidad del intelecto de formas ideas, tiene mucho que ver con lo que se denomina imaginación
que es considerada como la “facultad del intelecto que representa las imágenes de las cosas reales o
ideales”. Pero la mejor denotación y la que más frecuentemente se le asigna a esa palabra es la de
“imagen formada por la fantasía” o la de “facilidad para formar ideas, proyectos, etc., nuevos” (esta
última denotación es la referida al pensamiento creativo). Igualmente, suele usar la expresión de
“cosa imaginada” cuando hay “aprensión falsa o juicio de una cosa que no hay en la realidad o no
tiene fundamento”. La cuestión semántica más importante que hay entre imagen o idea reside en que
la idea puede ser una imagen, pero la imagen, estrictamente considerada, es siempre una “figura,
representación, semejanza y apariencia de una cosa”. Cuando se quiere dar forma a una intuición o
visión interior o sensación, se recurre a la palabra, para “formar imagen” de lo intangible, de lo
inmaterial. Siempre, la imagen está pegada a la materialización de algo inmaterial o a la
representación de un objeto, mientras que la idea es una formación abstracta que puede tener forma
o no, según esté referida a un objeto o cosa concreta percibida por los sentidos o esté indicando la
presencia de una sensación interna o intuición o producto de la fantasía o de la creatividad o de una
ilusión. La imagen está más referida a la ilusión cuando ésta es una percepción deformada de un
objeto, mientras que la idea se refiere a las ilusiones sentidas sin percepción de un objeto
determinado.

En síntesis: la formación intelectual de un signo de un objeto o de una sensación se denomina


idea y puede estar referida a entes reales o irreales, mientras que la imaginación, semánticamente, está
más ligada al concepto de “cosa inventada o creada” por el proceso de imaginación que nuestra
mente usa para formar imágenes mentales, por lo que se refiere a entes irreales o aparentes (no son lo
que parecen ser). Ambos actos, facultad o proceso intelectual, están realizados por la misma función
intelectual.

Significación: signo y significado

Hemos referido ligeramente que idear “es formar signos” o una acción de signar. Después
que la imagen de la idea queda aprehendida en la mente, la siguiente tarea o acto intelectual es signar
que consiste en “hacer, poner o imprimir un signo”. Signo es un “objeto, una imagen o un dibujo,
un fenómeno o una acción material que, natural o convencionalmente representa o sustituye a otro
objeto, fenómeno o acción”.

La idea es una imagen mental natural que representa al objeto percibido, obtenida por la
abstracción y la aprehensión por lo que constituye un signo directo que representa mentalmente el
dibujo abstracto del objeto percibido. En primer lugar, para que tenga efecto la ideación, un objeto,
fenómeno o acción debe ser pasible de signar o ser signado. Cuando esto ocurre, el objeto adquiere
significación en el sentido de ser representado por un signo (significante) que le da sentido, esto es,
lo vuelve significativo al darlo a entender o conocer con propiedad. El signo (significante), por sí, es
una señal de otra cosa, a la que representa (significado), pero no es la cosa en sí. Este aserto,
formulado así, resulta obvio y de Perogrullo, pero aun a pesar de esta aparente futilidad es necesario
decirlo porque es el primer concepto distintivo que evita la no infrecuente situación de confundir
signo con significado.

Un objeto, fenómeno o acción puede ser signado o significado de varias formas:

⇒ una imagen del objeto o dibujo que sin formar imagen sea alusivo
⇒ una palabra o signo lingüístico
⇒ una señal física o material (ejemplo, humo que puede indicar fuego, la hipertermia que
significa enfermedad, etc.)
⇒ un fenómeno natural (viento que significa alteración meteorológica)
⇒ una acción (huida que significa peligro)

y así sucesivamente.

La idea es el signo más importante que forma la mente, porque él permite el concepto, luego
el juicio y finalmente el lenguaje (signo lingüístico o palabra). Ergo, un objeto forma primera una
idea con un signo o imagen (signo-imagen mental abstracta) y luego forma la palabra (signo
lingüístico). La palabra es el instrumento cultural más antiguo que el hombre heredó y fue lo que le
permitió salir de la prehistoria. Esa prehistoriedad inexpresada en palabras (pero no carentes de
signos. Recordar las pinturas de las cuevas), es la mejor prueba del poder de su facultad exclusiva: la
inteligencia.

La imagen-signo abstracto del objeto es un signo más fidedigno porque es directo y natural
(es la representación directa de lo percibido). La palabra o signo lingüístico es indirecto o
convencional porque es representación indirecta y debe ser convenido intersubjetivamente para que
adquiera el objeto representado la calidad de significado. La imagen mental puede ser abstracta,
como proceso generalizador (flor es todo lo que posee tallo, pétalos, sépalo o corola y que
potencialmente puede generar una semilla) o concreta al representar a un tipo de flor determinada,
por ejemplo una rosa. La palabra f-l-o-r, como signo lingüístico, por sí, es siempre abstracto y para
hacerlo concreto hay que agregar directamente el nombre específico de la flor y para precisarlo
mejor en algunos casos deberá llevar agregado la especie, el color, si es simple o compuesta (por el
número de pétalos). Como palabra, flor puede ser referida al producto vegetal que naturalmente
representa o bien padecer denotaciones que le atribuyen otra significación cuando, como por
ejemplo, se refiere a lo mejor de (la flor y nata de la sociedad). Una misma palabra con significados
distintos es lo que origina la polisemia.

Luego texto y contexto de un significado dependerá del sentido o denotación que uno quiera
darle. La expresión de un significado o imagen mental, además del signo lingüístico, puede
realizarse mediante un dibujo o la mímica por gestos (lenguaje del sordomudo). Hasta acá nos hemos
referido al significado como “lo representado por un signo”. Este es el primer concepto de
significado.

Concepto: significado como sentido de las palabras

Hasta acá hemos venido desarrollando en forma coherente y gradual como el intelecto
percibe, aprehende, idea y forma significado. Pero luego tiene que darle un sentido a todo eso y
aparece un nuevo aspecto: la formación de concepto. Concepto es la referencia a las notas esenciales
de un objeto, las que son forzosas para que el objeto o cosa sea tal. Es el pensamiento de la estructura
de un objeto. Es un pensamiento expresado con palabras referido a la idea que concibe o forma el
entendimiento. Es una especie de ordenador de palabras para expresar con ellas un sentido completo.
Es lo que ayuda a comprender lo que las cosas son. Por esa razón, nosotros lo hemos categorizado
como un significado-idea. Hemos hablado en el parágrafo anterior del significado como significado-
objeto (mera o pura imagen). Ahora hablaremos de un segundo significado relacionado con el
significado-objeto, o sea: el significado que la mente asigna al significado-objeto. Este segundo
significado es también en alguna manera, un signo-idea porque es puramente mental y opera como
otro significado o modo de significar, pero ya no es la mera forma o figura del objeto significado,
sino que explica el contenido o lo qué el ente es, forma concepto: le da sentido. Lo llamaremos
significado-sentido. No haber elegido otra palabra para nombrar esta operación mental, hace que la
expresión de estos conceptos pueda parecer un juego de palabras y de no explicarse correctamente,
también origina confusión. Este segundo significado o significado-concepto (formar concepto)
sería el que permite darle sentido a las cosas como entendimiento o razón que discierne las cosas. Es
el modo de comprender y definir de alguna manera lo que las cosas son. Del signo-idea se formarán
otros signos importantes: uno es el signo lingüístico que es el que dará un sentido al significado y se
convertirá en un signo-sentido que, a su vez, es el que origina el concepto. El otro signo que nace de
la idea es la imagen mental que sería una especie de signo-objeto. Este proceso lo podemos resumir
en el siguiente esquema:

signo-objetivo (idea) concepto (significado-concepto)

objeto flor f-l-o-r signo lingüístico signo-sentido

imagen signo-objeto

significado-objeto
Según este esquema el signo (como idea) es un biplano que puede ser representado por la
imagen del objeto y por la palabra y el significado también biplanar ya que está el significado-objeto
y el signo-sentido.

Formar concepto es “determinar una cosa en la mente después de examinadas las


circunstancias” de forma tal que concepto es “idea que concibe o forma el entendimiento con forma
de pensamiento expresado en palabras”. También es dar sentido a las cosas, entendiendo por sentido
al “entendimiento o razón cuando discierne las cosas y dar el significado o acepción de una
palabra”. La idea, una vez significada (hecha signo mental), vuelve a ser sometida a otra
significación por la razón. La razón es la facultad principal del hombre dado que es la “facultad de
discurrir” o “el acto de discurrir el entendimiento”. El concepto, como sentido dado por la razón,
sería el pensamiento de las notas esenciales de un objeto formal, debiéndose entender por esenciales a
las notas que forzosamente deben estar presentes para que el objeto lo sea como tal, abarcando
estructuras, esquemas y formas. A veces un concepto abarca todas las notas del objeto y otras veces,
sólo algunas. Los conceptos se expresan mediante términos. El concepto formará juicios mediante las
proposiciones formados con los términos del concepto, de modo tal que todo juicio está formado por
conceptos. Se denomina término a lo que distingue dos aspectos: a lo qué designa y lo que significa
lo que designa. De esta forma el concepto reúne con el término los aspectos de comprensión y
extensión de una cosa (significación y designación). Los conceptos pueden ser positivos, negativos y
privativos, contrarios o contradictorios. La naturaleza del concepto puede ser realista, nominalista o
meramente conceptualista. El concepto realista es el que atribuyen realidad a los objetos fuera del
pensamiento de las ideas (conceptos universales) (teoría medievalista que sigue a Platón y
Aristóteles). El concepto nominalista es el que sólo da un nombre a una realidad supuesta u
observada (Teoría de Roscelino). El concepto conceptualista es el que formula un concepto de
concepto (teoría de Abelardo) Con el signo-sentido adquiere importancia la idea de De Fleur, para
quien significado está referido a las experiencias internas que tienen relación con determinados
estímulos que inciden sobre procesos perceptivos. Si dichos estímulos se hallan vinculados con pautas
de hábitos estables de modo tal que suscitan respuestas internas, del tipo que originariamente solo
provocaban los objetos o acontecimientos reales, el resultado es una conducta basada en signos. Si la
conducta basada en signos de dos seres, se halla coordinada adecuadamente, puede tener lugar un
tipo particular de comunicación. Dijimos que la percepción, la abstracción, la aprehensión y la
ideación son procesos mentales que captan a los objetos o cosas de la realidad, pero sin atribuirle
ningún sentido o significado en cuanto a su definición o concepto. La inteligencia o razón es la única
que podrá tener esa función de llenar de contenido al signo lingüístico y a toda imagen mental
abstracta. También aludimos a lo que las cosas parecen ser, pero que en realidad su verdadera
esencia está oculta, velada, cubierta. Para saber en forma aproximada lo que las cosas son, la
inteligencia tiene a su cargo ese proceso de-velador, descubridor.

Formulación de juicios

Juicio es una “facultad del alma, por la que el hombre puede distinguir el bien del mal, lo
verdadero de lo falso en un estado de sana razón para que la operación del entendimiento pueda
comparar dos o más ideas o conceptos y determinar sus relaciones a fin de emitir una sentencia,
opinión, crítica, etc. Es el proceso que permite instaurar un proceso de pensamiento crítico”. La
primera parte de esta definición involucra tres concepciones de juicio:

1. como pensamiento: distingue lo verdadero de lo falso


2. como relación enunciativa entre conceptos: como elemento de relación es una cópula que
establece relaciones entre un sujeto y un predicado, que serían tres elementos constitutivos del juicio
3. como afirmación: cuando se pronuncia un juicio, éste contiene una afirmación, que es
asegurar o dar por cierta una cosa.

Esta descripción de lo que es un juicio, pertenece a la disciplina de estudio denominada


Lógica. Seguiremos con lo relativo al pensamiento crítico. El objeto del pensamiento crítico es la
metafísica. La metafísica, reflexión crítica trascendente que nosotros catalogamos como la segunda
trascendencia más importante (después de la instauración del mundo o primera trascendencia) ha
sido motivo de diversas interpretaciones filosóficas y muchos autores consideran o creen que los
problemas metafísicos son “meramente verbales”, lo cual asignaría a la física un rol de “empresa
descriptiva” (Grossmann asevera que esto es parcialmente correcto). Visto así, la ontología, corazón
de la metafísica, es descriptiva en tanto y cuanto cataloga los rasgos categoriales del mundo. Por
lógica y dada la esencia del hombre y las cosas, tal catálogo no siempre resulta satisfactorio porque
puede ser incompleto (lo que ocurre la mayoría de las veces), porque no contienen todos los rasgos
categoriales del hombre y de su mundo. Más aún: dos catálogos ontológicos coinciden en lo que
mencionan, pero pueden diferir en aspectos filosóficos importantes. Por ejemplo, es posible decir que
los particulares están en el espacio y/o en el tiempo, en tanto que, los universales no. Esto sugiere
varias discrepancias:

◊ incluir universales, al mismo tiempo que afirma que sólo los particulares tienen existencia por
estar en el tiempo y en el espacio
◊ sólo los universales existen porque ellos son intemporales
◊ la cuestión ontológica de lo que hay no puede separarse de la cuestión epistemológica de
cómo conocemos lo que hay porque si bien preguntar por una cuestión no es preguntar por la otra,
sin dudas, que preguntar por una cuestión puede conducir inmediatamente a preguntar por otra.

Por la forma de presentarse, todas estas cuestiones son vehiculizadas por los juicios mentales
al ser meramente verbales. Por lo tanto, antes que afirmar una cosa u otra de universales y
particulares, conviene aclarar cómo éstos se presentan a la mente y cómo ésta los percibe. Los juicios
pueden clasificarse según la calidad (afirmativos, negativos); según la cantidad (universales,
particulares, singulares); según la relación (hipotéticos, disyuntivos y categóricos); según el
predicado se halle, o no, contenido en el sujeto (analítico, sintético).

Universales y particulares

En la percepción nosotros nos enfrentamos con las cosas, que no son “cosas desnudas” desde
el punto de vista perceptivo sino que tienen propiedades o cualidades, y que no implican relaciones
en virtud del criterio ontológico de independencia que postula: lo que existe es lo que puede hacerse
presente en la percepción con independencia de otras cosas.

Estas cosas ubican en un espacio y un tiempo y de las relaciones perceptivas con ellas
surgirán conceptos universales o particulares. Los conceptos universales son los “que comprenden o
son comunes a todos en su especie, sin excepción de ninguno y comprende todo en la especie de que
se habla.” Por esta definición, lo universal revista una categoría de concepto abstracto, ya que no se
refiere a un ejemplar determinado de una especie sino que hace referencia a las cualidades comunes a
toda la especie en cuestión. Luego, un universal no está ubicado en el tiempo y en el espacio, sino
que es una abstracción mental inmanente e intemporal que no se da en el espacio. Comprende a las
cosas desnudas. El sujeto del juicio universal puede ser el pensamiento de todos los objetos de una
clase, individualmente considerados.

Cuando un objeto está colocado en el tiempo y en el espacio, el acto mental que lo percibe es
una intuición sensible. Todo objeto de intuición sensible forma un concepto particular, por cuanto
está referido a un solo miembro de la especie concreto que se da en un momento (tiempo) y en
espacio determinado. El sujeto del juicio particular puede ser el pensamiento de sólo algunos de los
individuos de una clase, también individualmente considerados. Por esta característica, los conceptos
universales y particulares nos permiten realizar distinciones entre un todo y sus partes y de las partes
cuáles son separables o inseparables del todo (relación todo-partes).

El acto mental que conecta a los conceptos universales y particulares es el juicio porque
presenta el nexo parte-todo y los llamados particulares perfectos. Una vez que la mente ha concluido
todos los procesos hasta llegar a la formulación de los juicios, está en condiciones de acceder al
último y más complicados de todos los eslabones de las etapas intelectivas del proceso cognitivo, que
es el pensamiento.

Pensamiento

El pensar es una actividad psíquica, sin dudas. Es el mecanismo por excelencia, que
utilizando el razonamiento o raciocinio formula conceptos y juicios. El mecanismo psíquico del
pensamiento lo estudia la psicología, la estructura la lógica y su esencia, la filosofía o la antropología
filosófica. Todo pensamiento es el establecimiento de una relación. Lingüísticamente, el pensamiento
es la “potencia o facultad de pensar” y pensar es “imaginar, considerar o discurrir, reflexionar,
examinar con cuidado, una cosa para formar un dictamen, sentencia u opinión”. El pensamiento
representa el “conjunto de ideas propias de una persona o de una colectividad”. Como operación
intelectual (potencia o facultad de pensar), es la etapa que coordina y unifica todos los procesos
mentales que hemos descrito para llegar al conocimiento de las cosas y poder expresar todo lo que
ese conocimiento despierta o desarrolla en nuestra mente. Luego, conviene distinguir entre el
proceso de pensar y el contenido del pensamiento, pues ambos se designan con la misma palabra.
La etapa mental procesal de la formación del pensamiento sería una especie de pensamiento-proceso
(proceso que lleva a la formación de pensamientos). Esta es una condición de la esencia humana que
todos poseen. Sencillamente queremos expresar que todo hombre, como tal, tiene la facultad mental
para pensar. El pensamiento formado como concepto o juicio, que resulta del proceso de pensar, lo
hemos diferenciado como el contenido del pensamiento (pensamiento–contenido). Así, distinguimos
lo que es el proceso o facultad mental para formar un pensamiento y el resultado de ese proceso o
pensamiento propiamente dicho, por lo que usamos el concepto de pensamiento-proceso para lo
primero y de pensamiento-contenido para lo segundo. El pensamiento es una verdadera “red de
significados o sentidos” dados a las cosas y que a partir de esos sentidos llegamos a una noción
completa, a la cual también relacionamos en una verdadera “red de nociones”. Una vez que se ha
concretado la elaboración mental del pensamiento, el hombre está en condiciones de realizar una
serie de operaciones intelectivas inteligentes:

1. reflexionar (“considerar nueva o detenidamente una cosa”);


2. hablar (“formar, articular y proferir palabras para darse a entender o comunicarse con
otras personas”);
3. usar el criterio (“juicio o discernimiento que usa de normas para conocer la verdad y que a
través de la crítica tiene el arte de juzgar la bondad, la verdad y la belleza de las cosas,
transcendiendo a la metafísica)(usar el pensamiento crítico);
4. comunicarse a través del lenguaje hablado, escrito o gesticulado, a través de hechos y
acciones y otros fenómenos.

En la síntesis que antecede, vemos como la mente a través del mecanismo intelectivo o
intelecto y sus principales funciones, forma el signo lingüístico y, con él, el lenguaje del hombre
como verdadero instrumento de comunicación. La formación de un lenguaje adecuado y completo,
lo que de algún modo puede resultar también complejo, es lo que permite una interacción entre
pensamiento y lenguaje. Si bien el proceso del pensamiento permite formar los conceptos del
lenguaje, luego el lenguaje contribuirá a la formación de conceptos más complejos y con ello
modificará el pensamiento-contenido. Quede así en claro que primero es el pensamiento el que crea
el lenguaje (esto es obvio) y después este lenguaje contribuirá, secundariamente, a mejorar el
pensamiento, formando conceptos más profundos. Es una interacción o camino de doble vía.
Cuando el hombre está inserto en una comunidad que ya sufrió un proceso cultural y tiene un
lenguaje formado, su pensamiento creativo podrá modificar el lenguaje y la cultura en la que está
inmerso. Pero para ello debe conocer previamente el manejo del lenguaje y su léxico. Cuando al
hombre le falta léxico o desconoce los mismos, tiene serias fallas del lenguaje y por lo tanto no podrá
formar correctamente, el contenido de sus pensamientos. Acá, la falta de lenguaje le impide pensar
debidamente. Todo esto hay que meditarlo serena y completamente, porque de por sí, la complejidad
de los mecanismos o facultades mentales, se suman a otra complejidad que es la formación del
contenido del pensamiento humano. Pero puede ocurrir que la formación del concepto no sea la
correcta por no haber utilizado un modo de pensar crítico (pensamiento crítico) y se pueden elaborar
pensamientos con conclusiones parciales o erróneas.

Al formarse el juicio de las cosas se pueden llegar con un pensamiento crítico englobador
(pensamiento holístico, meditación profunda, pensamiento filosófico, etc.) y obtener el conocimiento
certero y completo de una cosa, o bien se puede formular un juicio parcial, aspectual y no conformar
un conocimiento certero o completo. El juicio parcial o aspectual es lo que lleva a la formación de la
opinión, en la cual las cosas no son totalmente en sí, sino parecen ser (parecer). Es lo que
consideramos como mera opinión (mera doxa de Platón), la cual puede ser falsa o parcialmente
verdadera. Esto nos lleva a distinguir en un pensamiento de juicio completo (pensamiento holístico) y
en un pensamiento de juicio incompleto (pensamiento aspectual). Recordemos que, también, juicio
involucra “seso, cordura y asiento” pero que, además, implica el sentido de dictamen que es
“opinión que se forma o emite sobre una cosa” y opinión es el “parecer que se forma de una cosa
cuestionada”, “sentir o estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos
determinados” De esta forma vemos que opinión está ligada al parecer, es decir, a lo que las cosas
parecen ser pero no lo son. Por esto, los griegos la llamaban la mera doxa u opinión simple. Se
genera con el primer acceso a la cosa donde se ha percibido y formado concepto de las cosas sin
criterio profundo, debido a que en lugar de englobar toda la cosa, se accede a ella desde un simple
punto de vista que juzga un aspecto de la cosa y genera un concepto o pensamiento aspectual (como
resultado de un mero proceso intelectivo por lo que le llamamos pensamiento procesal, pero que no
se completa con el criterio). Este pensamiento aspectual queda sólo con la idea que la mente ha
formado de las cosas con la sola percepción y definición aspectual (el aspecto de la cosa sin penetrar
en su naturaleza), por lo que constituye una verdad relativa, es decir, hace referencia al aspecto que
se ve de la cosa o lo que la cosa parecer (pero no es). El concepto originado en la verdad relativa es
siempre contingente, es decir, que “puede suceder o no” (en términos ontológicos: “puede ser o no
ser”), por lo que es un concepto sin certeza. Contrariamente, el pensamiento crítico o filosófico o
metafísico es el que intenta llegar a la verdad absoluta de las cosas, lo que éstas son en sí misma,
conforme a su esencia. Es el pensamiento trascendental, envolvente, englobador, propio de la
inteligencia comprensiva y por lo tanto es globalizador o totalizador. Penetra en la cosa desde todos
los puntos de vista para comprenderla como un todo. Este pensamiento está dirigido a lo necesario
(aquello que no puede dejar de ser lo que es) y por lo tanto se acerca a lo absoluto, es decir, tiene
plena certeza (pensamiento certero). Se obtiene a través de lo que hoy se llama meditación profunda
(entre otros apelativos) Algunos autores han querido definir al pensamiento crítico, el que encuentra
la certeza en las cosas, como el pensamiento conceptual. Nosotros, para evitar confusiones comunes
(frecuentes), hemos analizado al pensamiento desde su formación procesal hasta la obtención del
contenido. Por eso hemos querido separar a concepto de otros términos como juicio, opinión, etc. y
dilucidar entre el pensamiento certero o total y el pensamiento aspectual o parcial. Mientras el
primero nos permite el pensamiento crítico o filosófico para el acceso más profundo a lo que las
cosas son, el segundo sólo nos permite al fenómeno, sin profundizar su sentido. Todo pensamiento
que se forma es un pensamiento conceptual, pues involucra el fenómeno mental de conceptualización
(formación de conceptos). Pero los conceptos pueden ser certeros o erróneos y de ellos se originan
juicios también certeros o erróneos. El “arte de pensar” o de “formar pensamiento certero”, siempre
será una forma de filosofar sobre la realidad, buscando el máximo horizonte abarcador. Es decir,
buscar la verdad, dejando que las cosas “verdadeen” por sí mismas y nosotros sólo la rodearemos
para abrazarla en toda su extensión y no dejar escapar ningún modo de ser, para comprender mejor
aquella esencia que nos es negada “de entrada”. Hay autores como Dodson que postulan tres etapas
en el proceso de pensar, el cual, según esta teoría, comienza en el momento que se plantea un
problema: la primera etapa es la presencia del problema o dificultad, de un desequilibrio en la vida
de la persona. La segunda etapa consistiría en encontrar una hipótesis o idea que resuelva el
problema planteado. La tercera etapa estaría dada por la conclusión o resolución del problema
presentado. Esta teoría parece conducir a la conclusión de que el hombre piensa sólo cuando tiene
problemas. De ahí la conclusión de algunos pensadores de que la crítica y la filosofía se ocupan
también, sólo de problemas humanos. Con la descripción del pensamiento finalizamos este capítulo
donde hemos querido analizar con determinada profundidad que es el intelecto, como parte de la
mente de quien ya estudiamos cual era su anatomía y fisiología y cuáles eran los actos que producía,
condicionando los mecanismos por el cual el hombre comprende a las cosas, establece su mundo
dándoles sentido y lograr comunicar a otros todo lo que conoce, siente y crea. Estos conceptos deben
ser leídos y meditados detenidamente, paso a paso, para ser comprendidos cabalmente y no inducir
confusión. Nuestra intención no es un criterio académico o una pretensión filosófica profunda.
Simplemente es un intento más (que contiene cosas que deben ser completadas o explicadas desde
otro punto de vista) para acercarnos con mayor nitidez a nuestra naturaleza inteligente y entender
porqué el hombre piensa de una forma determinada y, en algunos casos contradictoria, a pesar de
que la naturaleza del hombre es una.

Sintetizaremos todo el proceso del intelecto en el esquema siguiente:

ente abstracción-aprehensión idea signo conocimiento o gnosis


entendimiento o comprensión

inteligencia signo-sentido signo lingüístico


palabra o logos

concepto pensamiento- procesal

pensamiento crítico juicio pensamiento- contenido

filosofía opinión-sentencia

alethea (descubrir lo que las cosas son) mera doxa (lo que no es)

verdad absoluta lo necesario comunicación verdad relativa lo contingente

(expresión del pensamiento)


Los principios de la Lógica

Hemos considerado a la lógica como una disciplina científica que intenta estudiar la
estructura del pensamiento y establecer reglas que aseguren un pensar correcto, evitando desviaciones
que lo alejen de la verdad o forma auténtica de pensar. Por su naturaleza, la Lógica ha establecidos
principios, en el sentido de “base, origen, razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo
en cualquier materia”. Fatone reseña los principios más clásicos:

◊ Principio de identidad, cuyo enunciado general es “toda cosa es idéntica a sí misma”, es


decir, no puede ser otra cosa. Aristóteles concebía a la identidad como un principio de entidad en el
sentido de que era una unidad del ser, o sea: una cosa es una cosa. Más o menos como que: la cosa es
lo que es y no puede ser otra cosa.
◊ Principio de contradicción, el que referido a una cosa puede ser enunciado como que “es
imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido”
◊ Principio de exclusión (tercero excluido): opera como una consecuencia lógica del principio
de contradicción, puesto que algo que no puede ser verdadero y falso a la vez, si es verdadero
excluye lo falso y viceversa. De igual modo se procede con las antinomias ser-no ser, afirmación-
negación, correcto-incorrecto, etc.
◊ Principio del devenir: no es un principio propiamente dicho y surgió de los principios de
contradicción y exclusión, planteado por Hegel. El principio de contradicción es claro: una cosa no
puede ser y no ser al mismo tiempo. Pero esto no excluye con el devenir del tiempo, o sea, con un
cambio de los tiempos, lo que hoy es o no es, mañana puede ser lo contrario. Este principio, de
Perogrullo, no se aplica a la esencia de las cosas, sino sólo es aplicable a la apariencia. Sería un
principio aplicable únicamente a la opinión, pues aceptarlo de otro modo implicaría que no hay
verdad absoluto sino que todo es relativo. Por lo tanto, no habría principios de identidad, entidad,
contradicción y exclusión, razón suficiente y razón deficiente. El principio del devenir no es
ontológico, sino lógico, pues sólo explica los cambios de los juicios formulados sobre las cosas, un
ente o una cuestión.
◊ Principio de razón suficiente: “Todo lo que es, por alguna razón que le hace ser como es y
no de otra manera”. La fuerza de este principio reside en que es ontológico y no lógico
estrictamente, puesto que se refiere a lo que las cosas son y no a los juicios formulados sobre ellas.
◊ Principio de razón deficiente: es una consecuencia o corolario del principio de razón
suficiente, y cuyo enunciado es: “lo que no es, no es porque no hay ninguna razón para que lo sea”.

Todos estos principios son independientes, es decir, operan por sí sin que necesiten de otro
apoyo. Pero esto no significa que el pensamiento no pueda tener una red de conexiones con estos
principios, en forma simultánea, lo que lleva a que de algún modo puedan existir relaciones entre
ellos. Los principios puros de identidad, contradicción y razón suficiente no derivan de ningún otro.
Los principios que nosotros hemos separado y resaltado por su valor coadyuvante, como es el de
exclusión, devenir y razón deficiente, no son puros sino derivados de los otros tres, como lo hemos
señalado oportunamente. No obstante, no debemos de perder de vista que la lógica como su análoga
(dialéctica) se refiere sólo al método de procesar un pensamiento coherente y sensato. No rige la
evaluación personal de la realidad sino busca ordenar el modo de cómo interpretar la realidad más
coherentemente y esto sobrepasa toda proposición o regla lógica o dialéctica. Si optamos por aceptar
a la lógica como sinónimo de sensatez y no una mera y fría regla intelectual, naturalmente toda
interpretación inteligente de la realidad debe ser lógica. Otra cosa es adaptarse a las realidades
siguiendo criterios personales de intereses y conveniencias que escapan a toda lógica. Pero la
existencia de esos criterios no invalida la necesidad y la esencia de la lógica en el sentido que la
propongo.

La creatividad: el pensamiento original


El concepto de creatividad y serendepidad

Entre todas las facultades del ser humano, la creatividad ha sido siempre considerada como la
más misteriosa y se llegó a creer que es de origen divino o dependía de algún poder oculto, por lo
que se le interpretó como una fuerza no controlada por la voluntad humana por medio de los
recursos conscientes ordinarios. La creatividad se ha definido desde diversos ángulos, pero en
términos generales se considera como la capacidad para realizar innovaciones valiosas a través del
establecimiento de nuevas relaciones, la recombinación de las que se poseen, la adopción de medios
y métodos originales, así como otros recursos. En realidad, si pensamos en términos prácticos, la
creatividad es la herramienta que nos ayuda a encontrar respuestas originales, ya sea innovando las
dadas a viejas preguntas o cuestiones o las descubiertas con nuevos puntos de vista sobre lo ya
conocido, o bien, encontrando cuestiones nuevas o recientes. Pero referida a la obra cultural, la
creatividad es la inspiración de la obra artística (pintura, escultura, danza, música, obra literaria) o la
serendepidad de la obra científica. La palabra inglesa serendepity, que el español adecuó como
serendepia o serendepidad fue acuñada por el británico Horace Walpole. Con ella se alude, sobre
todo en investigación, a los hallazgos de respuestas a enigmas, o de documentaciones importantes,
que se hacen en forma aparentemente casual. ¿Por qué “aparentemente”? Porque, una vez planteada
una duda, nuestra mente sigue trabajando y de pronto reconoce lo que antes había soslayado. Esto lo
hemos visto en los mecanismos de la creatividad. La creatividad no es la inteligencia en sí, sino una
de las variadas formas de manifestación óptima o excelente de la inteligencia. La diferencia entre los
altamente creativos y los relativamente no creativos, no reside en la inteligencia, tal cual ésta se mide
en los testes de inteligencia. El individuo creativo puede diferenciarse de los demás por sus rasgos de
personalidad, puesto que tiende a ser introvertido, necesita de largos períodos de soledad y parece
tener poco tiempo para lo que él llama trivialidades de la vida cotidiana y de las relaciones sociales.
Los creativos son enormemente intuitivos e interesados por el significado abstracto del mundo
exterior, más que por su percepción sensitiva. Muestran a menudo dificultad para relacionarse con las
demás personas y suelen evitar los contactos sociales. Tienen inclinación a considerar que la mayoría
de la gente ordinaria es necia, así como tendencias de dominio sobre los demás, lo que les aleja de
establecer relaciones humanas en un plano de igualdad. Están relativamente liberados de prejuicios y
convencionalismos y no les interesa particularmente lo que sus semejantes piensen de ellos. Tienen
poco respeto por las tradiciones establecidas y por la autoridad en lo referente a su campo de
actividad, prefiriendo fiarse de sus propios juicios. Obtienen a menudo resultados altos en los testes
de “feminidad”, lo cual indica que tienen una mayor sensibilidad y son más conscientes de sí mismos
y más abiertos a la emoción y a la intuición que el hombre medio de la cultura occidental. Una
característica importante de la mente creativa es la preferencia por la complejidad. A grandes
rasgos, los creativos se agrupan en artistas y científicos. Las características fundamentales son las
mismas en ambos grupos, pero en general el artista es más dado a expresar su inconformidad tanto en
su vida como en su trabajo, que el científico. El artista informal es corriente, pero el científico
anticonvencional es relativamente raro. Los músicos y científicos creativos tienden incluso, a ser más
estables emocionalmente que las personas corrientes y, cuando esto no sucede así, su inestabilidad se
manifiesta en forma de ansiedad, depresión, recelo social o excitabilidad, algo parecido a una
neurosis plenamente desarrollada. Entre los artistas y escritores, el genio se confunde y se relaciona a
menudo, con la locura. En esta categoría de personas se manifiestan con excesiva frecuencia neurosis
graves, adicción a la droga y al alcohol y diversas formas de locura. No existe mucha relación entre
creatividad y cociente intelectual. Es perfectamente posible ser altamente creativo y tener una
inteligencia normal o poseer una gran inteligencia y carecer de capacidad creativa.

A la pregunta ¿qué es la creatividad? podemos responderla con los conceptos que anteceden
y con los que subsiguen. Pero denotativamente la RAE define a creatividad como la capacidad de
crear o capacidad de creación”. Pero al definir el término crear la RAE lo hace en términos
absolutos como es “producir algo de la nada” y, en este caso, es una cualidad propia de Dios como
creador absoluto. Pero en las acepciones siguientes introduce una serie de conceptos relativos tales
como “establecer, fundar, introducir por primera vez, una cosa; hacerla nacer o darle vida, en
sentido figurado”. Naturalmente, el sentido figurado se refiere a la imposibilidad que tiene el hombre
de crear la vida en sí, es decir, partiendo de otras moléculas distintas a las ya conocidas y que
constituyen la materia viviente. El concepto más importante de esta acepción es que se hace algo por
primera vez, esto es, se realiza una obra original, como lo aclara el mismo diccionario al referirse a
una obra industrial, literaria, sistema filosófico, político, o subjetivamente, crear necesidades relativas,
derechos, abusos, etc. Esto nos lleva al meollo de la creatividad que es la originalidad. La RAE
establece que la originalidad es la “calidad de original” o la “actitud, comportamiento o acciones
originales, pocos corrientes”. En cuanto a original nos dice que es lo “perteneciente o relativo al
origen” y a origen lo define como “principio, nacimiento, manantial, raíz y causa de una cosa”.
Como es costumbre de las denotaciones académicas, la RAE da vueltas y vueltas con un juego de
palabras donde originalidad está relacionada con lo original y lo original con el origen, etc. Del juego
de denotaciones podemos extraer que la originalidad sería causar o dar existencia a una cosa que sea
poco común (“poco corriente”), es decir, algo singular. En otras acepciones de originalidad habla de
las obras que se distinguen de lo vulgar o conocido por tener cierto carácter de novedad y ser fruto
de la creación espontánea.

Saliendo de lo denotativo, podemos introducirnos en lo connotativo y acá hay mayores


posibilidades de referirnos a la creatividad humana, la cual puede ser interpretada como un símbolo o
un milagro, según la arista desde la cual se observe un fenómeno creativo u original. Ignacio Bruno
define a la creatividad humana como “la capacidad que tenemos las personas de generar o tomar
decisiones que pueden estar relacionadas con cuestiones artísticas, cognitivas o mixtas”. Esta
distinción de artístico y cognitivo nos ubica en lo que anteriormente dijimos que la obra creativa
puede ser intelectual o científica o tener carácter cultural relacionado con las artes. Pero lo más
importante que Bruno deja como tácito (pero que en realidad debe ser resaltado explícitamente) es
que la toma de decisiones es la producción de la idea creativa. La capacidad básica estaría referida a
la facultad de tener u originar ideas creativas, esto es, ideas nuevas, no conocidas ni comunes o
vulgares. También nos dibujan mejor el perfil de la creatividad como “la generadora de ideas”. Esta
generación suele ser espontánea, pero para algunos autores esa “espontaneidad” es fruto de un
proceso que luego explicaremos en sus etapas principales. El mundo de hoy nos plantea un esquema
muy extendido que es de competencia/exclusión. Esto significa que para sobrevivir hay que saber ser
competitivo o “quedamos fuera” de toda carrera de competición. Luego, esa competitividad nos
permite sobrevivir en el sistema social y para que sea fructífera debe ser original y efectiva, esto es,
creativa. Por eso algunos autores catalogan a la creatividad actual como una habilidad de
supervivencia

Formas o “estilos” de la operabilidad mental creativa

Se ha hablado de dos “estilos” mentales básicos: el convergente y el divergente:

1. El pensamiento convergente tiende a abordar los problemas de una forma lógica y a


establecer relaciones convencionales.
2. El pensamiento divergente tiende a utilizar juicios ilógicos o “marginales” buscando
soluciones innovadoras e inconformistas.

El sistema educativo, en general, favorece el pensamiento convergente, o sea, la inteligencia


no creativa, en abierto detrimento del pensamiento divergente o creativo, porque el divergente es
más pasivo, tímido, no comunicativo y algo indócil a las directivas de los profesores, siguiendo
generalmente sus propios impulsos. Contrariamente el convergente se adecua con facilidad al tipo de
trabajo que exige el aparato académico, sin poner en tela de juicio su orientación intelectual y
pedagógica. La división entre divergente creativo y convergente convencional no es del todo
absoluta, ya que hay zonas grises, pues hay algunos divergentes con rasgos de convergentes y
convergentes con rasgos de divergentes. Esto indicaría que si bien pueden existir diferencias innatas
e inalterables en los individuos en cuanto a su creatividad, la forma de pensar de los conformistas no
se debe tanto a una incapacidad para el pensamiento original, como al temor de la posibilidad de
parecer una “persona extraña” al entorno social y perder así la aprobación de la sociedad, por lo que
opone resistencia a fiarse de la intuición antes que de la razón. Un componente alto en la creatividad
es la independencia respecto a las opiniones de los demás, razón por que un gran número de gente
altamente creativa opina después que los demás o no opinan permaneciendo indiferentes frente a la
opinión de los demás. Otras formas por las que puede incrementarse la creatividad, están
relacionadas con los estados mentales durante los que los individuos creativos tienen generalmente
sus inspiraciones. El proceso creativo es casi invariable: la mente del creador debe ser preparada
previamente mediante la compilación de toda la información relevante sobre el problema que le
preocupa. Habitualmente se producen intentos continuados de plantear el problema de una forma
lógica, aunque evitando cuidadosamente aceptar ninguna solución convencional. Pero la respuesta
en sí, la idea creativa, surge casi siempre cuando el individuo no está concentrado en el problema,
sino que puede encontrarse en estado de “sueño despierto” o “ensoñación”. Los estados de
monotonía que favorecen el ensimismamiento, como un viaje largo en tren u ómnibus, propician el
trance creativo porque en esos estados de conciencia, las barreras del inconsciente caen y se dan
rienda suelta a la imaginación y la fantasía y es precisamente del inconsciente, de donde surge la
facultad para sintetizar ideas y pensamientos, más allá de los vacíos que la mente lógica es incapaz de
llenar y para liberarse de la conformidad y lo convencional, liberando finalmente la creatividad de
todas sus ataduras. (Rayner) Se han distinguido por lo menos, cinco grandes obstáculos que
dificultan la generación de soluciones creativas:

1. la incapacidad para comprender el problema en cuestión


2. el olvido de los elementos que lo conforman
3. los conocimientos insuficientes en torno a éste
4. una firme creencia en reglas incompatibles con la hipótesis correcta
5. el miedo al fracaso

En cierta forma, una persona con una inteligencia superior tiene mayores posibilidades de
tener capacidades creativas, pero no siempre es así. Además, es posible que un individuo sea creativo
sin ser inteligente o, incluso, que no presente rasgos sobresalientes en ninguna de las dos capacidades.
En diferentes estudios se encontró que los individuos que sobresalen en inteligencia y/o creatividad,
por lo general, muestran confianza en sí mismos, son sociales y parecen tener una actitud menos
severa ante los errores, además de tener un buen rendimiento escolar (en el rendimiento escolar
pueden haber excepciones como la de Einstein) Para Clegg y Birch, habría tres tipos de creatividad:
artística, descubrimiento y humor. Estos autores estudian la creatividad desde un ángulo práctico en
la época actual y estiman que es una herramienta para superar los diferentes conflictos sociales. De la
creatividad artística no hay dudas y ya hemos hablado de ella. Del descubrimiento, es evidente que es
una capacidad creativa para fines profesionales o laborales, por ejemplo, la del creativo de
publicidad, la del industrial, la del político, etc. donde descubrir nuevas técnicas o aparatos mejora las
condiciones socioeconómicas personales y de otros. En esta categoría entrarían los “inventores”, o
personas descollantes de la humanidad, que han descubierto todos los aparatos tecnológicos útiles con
diferentes finalidades. Por último, la creatividad del humorismo es otra capacidad del hombre de hoy
para sobrellevar las penurias de las contingencias conflictivas sociales. Quizás el mejor resumen de
todo este panorama de hoy del hombre creativo común, lo hace Carolina Preve. Piensa que todos
poseemos capacidad creativa, lo que nos habilita a vivir plenamente, ser flexibles en los imprevistos y
mantener frente a los conflictos una actitud de un espíritu alegre y lleno de vida. En esto interviene el
humorismo. La creatividad no es privilegio de artistas o de unos pocos hombres sino de cualquier
individuo que se atreva a superar los condicionamientos sociales y familiares, los distintos temores
personales, autocensura y baja autoestima que bloquean la capacidad personal creativa. Sostiene:
“más allá de las creencias, nosotros no creamos: recibimos del Universo ‘información nueva’ a
través de nuestra intuición. Si cuando aparecen estos datos, que por ser creativos son nuevos y
diferentes a lo que la sociedad conoce, la persona los desecha por no poder sostenerlos, se pierden.
Cada uno de nosotros nace con una misión en la vida. Es inútil que aquel que nació para ser pintor
se esfuerce en ser doctor, del mismo modo que no sirve que el que está destinado a ser ingeniero o
cantante. Las cosas no van a salir y vamos a echarle la culpa a la suerte. La creatividad se estimula
fomentando la conexión con nuestro interior, con nuestra propia esencia”

Pensamiento, inteligencia y creatividad

Antes de terminar, es necesario dilucidar definitivamente que pensamiento e inteligencia no es


lo mismo, puesto que el pensamiento es un eslabón de los mecanismos intelectuales, probablemente
el último, que permite a la inteligencia manifestarse. Pensamiento, juicio, raciocinio, conceptuación,
son parte de los mecanismos de expresión de la inteligencia, la cual, sin dudas, es mucho más que
todos esos mecanismos y por lo tanto no son abarcables en toda su dimensión por el pensamiento.
Asimismo, los tipos o clases de inteligencia propuestos por diferentes autores (Guilford, Gardner,
Piaget, Goleman, etc.), no son “inteligencias” separadas sino formas o modos de expresión de una
sola, única y misma inteligencia. Es evidente, como ya lo resaltamos, que para definir a la
inteligencia cada investigador o autor toma un determinado punto de vista y con él emite su
concepción del significado de inteligencia. Otros autores prefieren describir los actos de la
inteligencia y por eso determinan que la inteligencia es todo un proceso en el cual intervienen
diferentes y diversas capacidades, siendo así la inteligencia “una interrelación de un conjunto de
capacidades del individuo, determinadas por las características biológicas, los procesos psicológicos,
el entorno social y la conducta personal”. En este criterio, esas capacidades no se dan en bloque y
simultáneamente sino que se adquieren gradualmente a medida que cada individuo asimila, retiene,
aplica y modifica sus experiencias y sensaciones, con el fin de guiarse y poder adaptarse al medio en
que le toca vivir. No obstante, a pesar de tantos intentos de definir a la inteligencia, todos los expertos
han convenido en aceptar habilidades generales, comunes a la mayoría de las personas, tales como:

1. resolver problemas
2. habilidad verbal
3. destreza para manejar símbolos lingüísticos
4. capacidad de análisis y síntesis
5. capacidad de aprendizaje
6. poder de adaptación
7. habilidad para alcanzar metas escogidas racionalmente

Cuando estas habilidades son empleadas en forma original o distinta a otros y se obtiene
resultados efectivos, esto es parte del pensamiento creativo.

El funcionamiento de nuestro pensamiento oscila constantemente entre dos polos:

el pensamiento realista y
el pensamiento imaginativo.

El pensamiento realista es el que sigue las reglas de la lógica y está adaptado a la realidad
exterior en que el hombre vive. El pensamiento imaginativo es más difícil de definir, dado que la
palabra imaginación se emplea en tres sentidos:
como imaginación práctica: un individuo que tiene imaginación para resolver un
problema en forma original
una imaginación lingüística o verbal : la imaginación que califica la originalidad de los
medios con que un individuo se expresa a través de la palabra para producir el efecto
que busca en quien ha dirigido su mensaje lingüístico o verbal
una imaginación creadora que es la capacidad o facultad de combinar imágenes en
conjunto o en sucesiones que imitan los hechos de la Naturaleza, pero que no
representan nada real ni existente (definición aristotélica). Estos conceptos convierten
a la imaginación en una capacidad para utilizar las representaciones de la realidad,
sustituyendo a las percepciones sensoriales por los elementos formados en el
pensamiento.

La imaginación resulta así un término medio entre el pensamiento lógico y el pensamiento


sumergido en el mundo interior (casi autismo) Nosotros, en general y en coincidencia con algunos
psicólogos, hablaremos de imaginación creadora cuando un sujeto, situado frente a un problema,
descubre una solución original. Dicho de otra forma: frente a viejos problemas encuentra nuevos
enfoques o soluciones y esto es la creatividad. Para ello es necesario que la imaginación creadora
rompa los moldes de la rutina o hábitos de pensamiento y para esto necesita de una cualidad
importante o básica: la flexibilidad. Sólo un pensamiento flexible crea. El pensamiento rígido
mantiene el “statu quo” (“siempre lo mismo”). La flexibilidad es la adaptabilidad del individuo a
situaciones nuevas.

El pensamiento creativo tiene cuatro etapas:

1. Preparación
2. Incubación
3. Inspiración
4. Verificación.

La preparación es una larga fase de adquisición de conocimientos. Este primer paso


ayuda a tener en claro un problema que se busca resolver, la obra que se desea materializar, etc. El
acto de formular una pregunta y encontrar una respuesta fruto de una libre imaginación. Las fuentes
de información pueden ser preexistentes como revistas, libros, Internet, obras artísticas conocidas, etc.
La incubación es un proceso de maduración de los datos de la información recogida. La
organización de los elementos adquiridos, tanto en forma consciente como inconsciente. La
inspiración es el descubrimiento inconsciente, súbito, de una solución y puede llegar en medio de
una meditación, de un sueño e, incluso, en plena dispersión mental. Es un conocimiento intuitivo,
inconsciente, que bruscamente se hace consciente o inteligible y “aparece” milagrosamente con la
solución. Es un poco dejar volar con libertad del pensamiento para que pueda sortear todas las
restricciones posibles, sobre todo el temor al ridículo o al fracaso y asociar libremente varias ideas. El
barajar varias ideas simultáneas es el método del término inglés brainstorm o brainstorming (en
EE.UU. es brainwave = idea luminosa, gran idea), vulgarmente conocido como “lluvia de ideas”. La
verificación es la comprobación que se hace de si la creación inspirada se adecua o no a la realidad, es
decir, si es en verdad una solución al problema y no una mera ilusión. Para esto debe materializarse
en forma oral (conversación, grabación, audiovisual), escrita o mediante diagramas apropiados. Para
Goleman la preparación “es el momento en que te sumerges en el problema, en busca de cualquier
información que pueda resultar relevante” “La idea consiste en reunir una amplia gama de datos, de
modo que elementos insólitos e improbables puedan comenzar a encajar una con otra. En esta etapa
es de crucial importancia ser receptivo, poder escuchar abiertamente y bien”. Incluye en esta etapa a
la frustración que surge en el momento en que la mente que busca una solución alcanza el límite de
sus habilidades y no avanza. Es un “devanarse los sesos” sin solución aparente. Es la etapa previa a
que aparezca el gran salto hacia delante. Es la inevitable “oscuridad antes del amanecer”. En cuanto a
la incubación es el período en que “se consulta con la almohada”, pues es el momento en que el
inconsciente es más fértil para las iluminaciones creativas que el consciente, porque en el inconsciente
no existen juicios de autocensura y ahí las ideas se recombinan libremente dando asociaciones
impredecibles que llevan a esquemas nuevos con “promiscua fluidez”. Es rico en imágenes y
sentimientos que nos llevan a la intuición o “corazonada”, de forma tal que “cuando confiamos en
nuestra intuición, en verdad recurrimos a la sabiduría del inconsciente”. Es la etapa del “soñar
despiertos”. En referencia a la inspiración, Goleman la llama “iluminación”, porque “la inmersión y
el soñar despierto llevan a la iluminación, cuando de repente se te ocurre la respuesta como salida
de la nada”. Empero, el autor considera que el pensamiento solo, a pesar de ser un “hallazgo
revelador”, no constituye aun el acto creativo, hasta que no se traduce en acción y, es ahí, donde
comienza la verificación. Es lo que luego otro autor propone como “toma de decisiones” como luego
veremos. Barylko reconoce que la originalidad creativa es un des-viarse lo que quiere decir salirse o
alejarse de la única y excelente y buena vía. Pero este concepto de “buena vía” no es tan claro por lo
que debe considerarse, como mejor, que des-viarse es “ensayar otras vías” y éste sería el método
operativo de la creatividad y equivaldría a la “obra abierta” propuesta por Humberto Eco. En
cambio, Arthur Koestler opina que “la originalidad creativa siempre implica un desaprendizaje y
un reaprendizaje, un deshacer y un rehacer. Implica la ruptura de estructuras mentales petrificadas,
deshacerse de matrices que han perdido su utilidad, recomponiendo otras hasta formar nuevas
síntesis. En otras palabras, se trata de una operación muy compleja de disociación y bisociación en
la que participan varios niveles de jerarquía mental”. Partiendo de éste y otros conceptos, Barylko
concluye que habría dos tipos de pensamientos:

1. pensamiento vertical
2. pensamiento lateral

El pensamiento vertical comienza como pensamiento auténtico pero luego va decayendo en


una especie de red que teje su propia rutina de forma tal que se vuelve automático y se expresa como
hábito reflejo, lo que equivale, prácticamente, a no pensar. Las ideas preformadas por este
pensamiento son un verdadero cliché de fórmula de algo que alguna pasó por la criba de la mente y
de la reflexión, pero que después se convirtió en un mero mecanismo iterativo o repetitivo (una
interpretación de lo llamado fetiche) Una vez que se llega a una conclusión, una convicción, una
idea, una fe, una creencia, se deja de analizar si es viable o actualizada y se sigue aferrado al esquema
formado sin cuestionarse su validez o su inteligibilidad. Esto es lo que Koestler llama “estructuras
mentales petrificadas” y que Barylko describe “el osificado por la rutina”. Es un pensamiento que se
clava en un punto y se queda ahí persistiendo sin reformarse ni renovarse. Es un pensamiento fijo e
inmóvil y que no se des-vía. Está colocado en un riel sin ramales y siempre con un mismo destino o
fin. Es el pensamiento que deja de ejercitar la búsqueda curiosa o que se niega a encarar otros
aspectos o puntos de vista porque cree que el suyo es el mejor o es el que abarca todo otro concepto,
o que no hay otro concepto fuera del que ese pensamiento postula (fundamentalismo). Usa los
caminos trillados que son en cierta medida cómodos y confortables y que por ser archiconocidos se
presentan como verdad absoluta, lo que da la convicción de que al expresarse con frases trilladas, el
pensamiento que se manifiesta tiene autoridad en sí y lleva a su autor a decir con un grado de
suficiencia: “yo pienso” y a continuación habla ex-cáthedra. Opuestamente, el pensamiento lateral,
propuesto por De Bono, es un pensamiento, en el concepto de Unamuno, vagabundo porque se
atreve a vagar, a des-viarse, a des-prenderse de tanto saber acumulado en forma rutinaria (que se
suele expresar por “frases hechas” sin mayor análisis de lo expresado y que se cree totalmente válido
porque “todo el mundo piensa igual”). Cuando uno se vacía de lo rutinario y comienza a buscar
nuevas formas de expresión, esto es pensar realmente y usar una facultad cuya función permanente es
descubrir lo que las cosas son, es decir, comprender los conceptos e ideas que se forman y
confrontarlas con la realidad para saber si se está patentizando, realmente, lo que las cosas son (es
decir, si se revela la verdad). Por eso, el pensamiento lateral es irse a un costado o lado de la vía. Va
hacia otro lado distinto de la vía común, rutinaria y fosilizada. Se desvía al costado de “lo ya sabido y
consabido”. Esto quiere decir que no se opone a lo ya sabido, sino simplemente se desvía de ese
preconocimiento para intentar un nuevo enfoque de “lo ya sabido” y ver si encuentra un distinto
punto de vista. De esta forma, el pensamiento vertical se construye sobre la base irracional del
empecinamiento intelectual y de la incapacidad de movilizar el entendimiento para ensayar otra
dimensión reflexiva. El pensamiento lateral, precisamente, es el desvío a un costado para agilizar el
entendimiento e ir a otra dimensión reflexiva por una meditación más contemplativa y profunda, que
permita llegar a lo que las cosas son realmente, esto es, lo que significan en un momento dado en una
realidad determinada. Mientras el pensamiento vertical es un monólogo que repite todo “de
memoria”, siempre con la misma visión del mundo y la realidad, el pensamiento lateral es un pensar
con diálogo, porque “crear es confrontarse con otras creaciones”. Es pensar frente a lo ya conocido
y es un emprender nuevos caminos para “recorrer lo finito en todas las direcciones” mientras se
intenta conocer o llegar de algún modo a lo infinito (Cassirer) Pero también es compartir ideas con
otros para repasar las convenciones, los signos y símbolos conocidos y aceptados, el lenguaje usado y
las ideas en general, para chequear su validez o su anacronía. Del diálogo fecundo y abierto, es otra
forma de la creación humana, pues muchas nuevas ideas nacen del análisis y síntesis de otras
conocidas y compartidas. Por eso, repito, ser creativo, de algún modo, no es nada más que encontrar
nuevos puntos de vistas a viejas cosas archiconocidas.

La creatividad puede adquirirse por la ejercitación

Dado que la creatividad no sólo sirve para la cultura o la ciencia sino también para resolver
satisfactoriamente las distintas cuestiones cotidianas, las que se nos presentan día a día, Epstein
aconseja practicar desde niños algunos ejercicios para aumentar la creatividad, facultad que, según
este autor, todos poseemos y podemos incrementar. Los ejercicios de Epstein son:

¬ Aprender a reconocer y atrapar las ideas creativas: las ideas originales o creativas pasan por
nuestra mente en forma fugaz. Al momento de reconocerlas debemos fijarlas por escrito, porque de
otro modo, con el paso de las horas se diluyen y se pierden para siempre. Sólo cultivando la
imaginación, como hacen los creadores de la ciencia y del arte, se aprende a identificar y retener toda
idea nueva que reconozcamos en nuestra cabeza. Se ha dicho que uno de los mejores momentos en
que aparecen estas ideas nuevas es el momento que transcurre antes de hundirnos en el sueño
profundo. De ahí el aforismo “consulte con su almohada”. Otras personas se inspiran en cualquier
momento y circunstancia y a determinadas horas del día (ya sea en la cama, en la bañera o en un
autobús) Una forma práctica de retener las ideas intuitivas o creativas es llevar siempre un cuaderno
de notas.
¬ Técnica para favorecer el pensamiento creativo: hay que relajarse bien, cerrar los ojos y dejar
que la mente divague a sus anchas por espacio de algunos minutos. Para esto deben fluir libremente
los pensamientos sin dirigirlos voluntariamente. Con tiempo suficiente y sin distracciones, todo el
mundo ve, oye o percibe cosas imposibles de experimentar en la tensionante realidad cotidiana
(rutina y cotidianidad). La afluencia de ideas creativas es más fácil cuando se tiene un entrenamiento
especial a través del ejercicio de una actividad determinada que necesita de la creatividad como
ocurre con las ciencias y el arte.
¬ Aprender a afrontar desafíos: una forma de conseguir o incrementar el flujo de ideas
creativas, es colocándose en situaciones difíciles de las cuales se tengan pocas probabilidades de salir
airoso. Aunque no se llegue a crear algo, el fracaso puede ser un manantial de creatividad si se utiliza
adecuadamente. El fracaso trae frustración y si esa frustración no nos anula se pueda usar para
ensayar comportamientos distintos a los empleados en la situación de fracaso (ensayo de conductas,
actitudes y comportamientos variados). Cuando las ideas se enfrentan y compiten en nuestra mente,
esto intensifica el proceso creativo. Otra forma de incrementar la creatividad es estudiando los
llamados “problemas sin solución” (hacerse millonario en una semana, evitar la vejez, mejorar el
clima, etc.)
¬ Adquirir nuevos y mayores conocimientos: cuantos más conocimientos se adquieran, tanto
mayor será la capacidad creativa. Generalmente los creadores son los que poseen conocimientos
variados que adquieren leyendo o estudiando los temas que desconocen y, a veces, de los que ni
quisieran saber. Conviene leer libros de historia, psicología, filosofía. Escuchar programas de radio
instructivos o programas educativos de televisión (Discovery, Infinito, etc.)
¬ Variar el entorno habitual: Teniendo estímulos ambientales variados y renovados diariamente
es otra forma de aumentar la creatividad y de producir, también, ideas variadas y cambiantes. El
modo de relacionarse con los demás crea un entorno estimulante para la creatividad. En este sentido,
alternar en grupos oscilantes (que comprendan alternativamente reuniones de pocas y muchas
personas) incitan la imaginación. Colocar en nuestro ambiente familiar y laboral elementos
estimulantes visuales o auditivos también ayuda (la música y los colores variados y mezclados
inducen sensaciones placenteras y creativas)

Es importante recordar sobre el significado de la vida y la creatividad, lo que agrega Paulo


Coelho: “Creo que los hombres perdimos el sentido mágico de la vida, el hecho de que la realidad es
algo más que lo que podemos ver y tocar. La magia es un lenguaje simbólico pero muy empobrecido
por la interpretación que hacen de ella. Todo es mágico. Pero una cosa es entenderlo y otra
explicarlo. ¿Alguien puede decir qué es el amor...? Nadie. Y el amor es un sentimiento mágico de la
vida. Entre las personas hay, por ejemplo, emociones que puede interferir mucho más que los hechos
concretos. El hombre quiere crear un universo manejable y predecible, pero en el fondo siempre
luchó contra esa tendencia a reducir la vida a lo material. Todos poseemos un potencial creativo que
se puede aplicar a un libro, a la música, a la edición de una revista, a la creación de un software o a
la jardinería. La creatividad es un don de las personas. La gente empobrece la vida cuando tiene
miedo a usar su creatividad, porque la creatividad implica asumir la responsabilidad de lo que
hacemos. Algunas veces esta capacidad me asusta y, en otros momentos, me ha traído problemas.
Pero, gracias a Dios, se continúa manifestando. La espiritualidad es un camino personal que no
tiene nada que ver con la religión formal. Es enfocar la vida en la comunión con Dios. No se trata de
convertirse en una persona mejor, no es un proceso acumulativo de dejar vicios y sumar cualidades.
La trascendencia es poder cambiar la forma sin modificar la esencia. Es entender que su identidad
continúa, pero que usted es otra persona cuando trasciende sus limitaciones. Es una conciencia de
la propia dignidad, de ser parte de la creación y de que uno merece lo mejor, pero sobre todo, de
que puede estar en comunión con Dios. Eso le da a uno la sensación de la propia vida tiene
sentido”.

Las estructuras intelectuales dependen también de una infraestructura física o


anatomofisiológica. Brusco cree que estas diferencias físicas son las que no permiten que todos los
seres humanos sean genios creativos, como los grandes creativos que la historia ha registrado en todas
las actividades humanas. Este investigador resalta que la primera cuestión sería el grado de desarrollo
de los distintos aspectos del funcionamiento cerebral que intervienen en el proceso. Existen muchas
regiones neuronales cerebrales que intervienen en la generación de las ideas, pero básicamente,
dichas ideas son patrimonio del lóbulo frontal y del sector prefrontal. Esta zona cerebral es la última
en formarse a nivel filoontogenético, referido a la historia de la evolución y a la evolución personal
de cada individuo. El desarrollo total de la zona cortical y precortical se completa en la adultez que es
cuando se manifiestan los aspectos de la toma de decisiones, los criterios culturales y sociales y las
capacidades de abstracción y atención. Todos estos son elementos fundamentales al proceso creativo.
No obstante, hay excepciones en determinados individuos que pueden alcanzar desarrollo
privilegiado en edades cortas y son los que se conocen como “niños genios” Estas zonas se
desarrollan según cada talento personal, pues, no es lo mismo un talento racional, intelectivo que un
talento artístico y, aún dentro de lo artístico, hay diferencias entre un pintor, un músico y un bailarín
o un cantante. Unos utilizarán más el hemisferio izquierdo, otros el derecho. A esta base anatómica
hay que agregar lo que explicamos de la inteligencia o facultades mentales y entre ellas, además de la
inteligencia, se destaca la emoción. Ambas intervienen en toda creatividad. En este caso, describe
Brusco, funciona el sistema límbico en lo emocional (el sistema límbico está relacionado con los
instintos básicos de las cuatro “c”: comer, combatir, correr y copular). Esto permite: con el impulso
del hambre llenar la necesidad de la alimentación; con el combatir, luchar; con el correr, provocar la
huída. Tanto con el luchar o el correr podemos enfrentar los conflictos elementales del medio o
ambiente. La copulación permite la función sexual reproductiva como instinto de reproducción, para
mantener la perpetuación de la especie. En el criterio de Brusco, cada persona debe manejar su
inteligencia y su emoción para desarrollarlas con sentido creativo y acá juega, además del talento
personal (tendencia y forma de las ideas) a la concreción de una obra creativa (toma de decisiones).
Así como el desarrollo de estas zonas cerebrales ayudan a la creatividad, el deterioro de las mismas
anula dicha creatividad. Esto es lo que llevó a Brusco a postular la tesis de “las cuestiones físicas que
determinan el grado de creatividad”.

Inteligencia y creatividad

Obviamente, para ser creativo hay que saber usar la inteligencia. Pero esto origina algún
grado de confusión entre los conceptos de creatividad e inteligencia. Si bien la creatividad, como la
inteligencia, admite varias definiciones, las más lógicas son las que asocian, en términos generales, a
la creatividad con la “capacidad de realizar innovaciones valiosas” las que se consiguen realizando
nuevas relaciones o combinando entre sí las que ya se conocen o adoptando medios y métodos
originales o bien, utilizando otros recursos cuyos resultados sea “lo nuevo”, “lo original”, “lo fuera
de lo común”. Generalmente, toda persona que tiene un vasto repertorio que abarquen conceptos,
esquemas, imágenes y pueda formular reglas útiles, eficaces e interesantes, es la considerada como
“inteligente”, pero sólo se considera “creativa” a la que emplea ese repertorio en forma original y
constructiva. Nosotros ya hemos definido a la creatividad como la que suele encontrar nuevas
soluciones a viejos problemas. Esto significa que una idea creativa deriva siempre de un conjunto
previo de explicaciones y soluciones conocidas para un problema determinado, de ahí que toda idea
creativa tenga algún tipo de relación con las supuestas soluciones dadas con anterioridad a lo que se
considera problema o conflicto. En gran medida, también, muchas de las “soluciones originales”
dependen, además de la creatividad personal, de las circunstancias personales. Diversos
investigadores han coincidido en que, básicamente, los impedimentos para encontrar soluciones
creativas serían:

incapacidad de comprensión del problema planteado


no recordar o conocer (conocimientos insuficientes) algunos de los elementos del problema
creer que hay normas incompatibles con la supuesta hipótesis correcta
tener miedo a fracasar

Contrariamente, los que han podido manifestar con inteligencia y creatividad generalmente:

1. tienen confianza en sí mismos


2. son sociables con gran capacidad de relaciones interpersonales
3. admiten sus errores con menos severidad (tolerancia al fracaso)
4. tienen un rendimiento intelectivo o racional bueno que puede expresarse o no en un
rendimiento escolar aceptable

La experiencia ha demostrado varias posibilidades:


1. individuos muy inteligentes que no son creativos
2. individuos escasamente inteligentes pero muy creativos
3. individuos sin rasgos de inteligencia ni de creatividad

La creatividad como patrimonio humano

Es admitido que la creatividad es intrínseca a todo ser humano. La diferencia entre creativos y
no creativos surge por diferentes circunstancias por las cuales muchos no tengan oportunidad de
saber que son creativos o despertar su creatividad personal o conocerla en los demás (falta de
percepción de la creatividad). Partiendo de la premisa que la creatividad es una facultad (que se
manifiesta como capacidad para crear algo, aptitud de descubrimiento de cosas, posibilidad de ser
imaginativo y dar forma a lo desconocido o inédito) es posible que todo ser humano puede
encontrarla y desarrollarla, pues de ella depende el progreso personal y de la humanidad. La
creatividad puede ser encontrada por sí mismo o advertida por otros. También es posible que haya
padres que se preocupen por entrenar a sus hijos para que sean creativos. Los expertos han
corroborado que cuando se otorga la atención debida a la creatividad, permite que la misma influya
con acciones transcendentales en el desarrollo de cada persona, de la comunidad y de la raza humana,
además, imprime un matiz muy especial a todas las experiencias vitales o existenciales, permitiendo
un proyecto existencial personal más auténtico y renovador. Cuando un niño o un adulto hallan una
veta creativa mediante el dominio natural de una cierta habilidad, por regla general tratan de darle un
toque personal, un sello individual. El estímulo que reciba por sus aciertos o el descarte de fracasos,
incitará más a improvisar con mayor frecuencia, alejándose de los patrones estereotipados que
conocen o se les intenta enseñar. Esta característica hace que muchos docentes y padres consideren a
niños y jóvenes como “rebeldes”, en lugar de percibir su creatividad. Por las bondades de la
creatividad humana, es un imperativo personal y social tratar por todos los medios de buscar la vena
creativa y educar para desarrollarla, a fin de que el ser humano mantenga permanentemente el deseo
de contactar su esencia como fenómeno único en el universo, sea un curioso eterno por lo que le
rodea y su propio interior, y mantenga incólume su necesidad insoslayable de aprender para conocer
y ser sabio. Pero, por sobre todo, no pierda el anhelo o deseo de hacer cosas mediante experiencias
cotidianas que tiendan siempre a ser nuevas y originales, o sea, que no pierda el espíritu de la
innovación. Para esto debe la sociedad y la familia tratar de educar a sus niños para darle todas las
oportunidades, apenas nacen, de comenzar a ser creativos.

El desarrollo de la creatividad exige que la gente aprenda a no sentir que llega a extremos
insalvables, como una especie de punto final tras del cual ya no hay más posibilidades. El culmende
las posibilidades sólo es la muerte (esto es así en el esquema existencial, pero debiera ser aceptado por
todos para comprender que mientras se vive nunca se acaban las posibilidades). Si un hombre
considera que “no tiene más posibilidades” cae en la desesperanza y es ahí cuando pierde su
capacidad de ser creativo, seguir creciendo y aprendiendo todo lo bueno, útil y eficaz. Jamás una
persona debe renunciar a la curiosidad por sí y por el mundo. Debe sentir el apremio acuciante de
buscar nuevos horizontes (ser abarcador en la concepción existencialista de Jaspers). Para esto debe
saber y aprender que no está compitiendo con otros ni con el medio, sino consigo. Cada día debe
intentar superarse a sí mismo y no a otros. No importa cuánta supuesta delantera le lleven otros o el
mundo o “su mundo”. Importa cuánto él pueda hacer para ser mejor y más creativo. Ésta es una
condición “sin la cual” no es posible llegar a vivir originalmente y sin tener que adaptarse a moldes
que le impiden desarrollarse o crecer. La creatividad, como lucha por sí mismo, es el arma que le
permitirá salir de todo pozo y elevarse a lo trascendente, cualquiera sea su situación personal y social.
Para esto debe poseer la plena convicción íntima de que debe estar dispuesto a crecer
permanentemente y alojar en su mente y en su corazón el sentimiento profundo de que vivir y
desarrollarse nunca terminan en el transcurso de su existencia. Siempre debe estar disponible para
levantarse en cada tropezón y buscar y aprender a hacer mejor las cosas tanto en el presente como en
el futuro, con su sello personal, aunque éste no sea del agrado de otros ni reconocido por los que le
rodean. La condición es que su conducta sea una fuente de satisfacción y de obras efectivas. Y, lo
más importante, es que puede ser un creador en el trabajo, en la ciencia, en un oficio, en el arte en
todas sus expresiones, en lo religioso o en lo comunitario. Basta que se lo proponga y aprenda a vivir
y a negociar con su entorno y el mundo. Que tenga siempre la ambición de tomar decisiones para
buscar soluciones y, lo primordial, que éstas sean únicas.

La inteligencia artificial como obra e instrumento de creatividad

Ya hemos citado a John McCarthy, y sus conceptos por el avance de la tecnología en la


construcción de “aparatos inteligentes” que remedan a la inteligencia humana y que, incluso, en
algunos aspectos operativos parece superarla, quien formuló el concepto sobre lo que denominó la
inteligencia artificial. Pero, en esta cuestión hay que saber discernir que todo aparato tecnológico
inteligente es obra de la inteligencia humana y como criatura humana no es posible pensar, de
ninguna manera, que hay una inteligencia en el aparato que puede igualar o superar a la
inteligencia humana. La aparente superioridad intelectual de la artificialidad no es nada más que la
suma del saber humano computado y ordenado mecánicamente y las posibilidades mecánicas de
utilizar ese saber da más eficiencia que la que puede obtenerse de un mecanismo intelectual natural,
pero estas condiciones de mejor precisión y eficiencia, no dan carácter de superioridad de la
máquina sobre el hombre. Simplemente un aparato no tiene las limitaciones naturales del órgano
humano y eso lo hace más eficiente, pero nunca más “inteligente”.

La conclusión lógica frente al fenómeno de la llamada “inteligencia artificial” es que en los


programas informáticos se han resumido muchos tipos de inteligencia operativa, que cada
investigador aporta en la confección de esos programas informáticos. Esto conlleva que esos
programas parezcan formidables para la resolución de complejos problemas, generalmente, de
naturaleza técnica. Pero hasta ahí llega esa “inteligencia artificial” y no puede alcanzar un estatus de
autocreación o creación propia genuina. Todo lo que contiene está puesto con anterioridad por la
mente humana. Debido a esa circunstancia, es poco probable que un programa informático pueda
crear un sistema filosófico por sí mismo, al menos en las actuales circunstancias. No obstante, las
posibilidades operacionales de la inteligencia artificial dan al hombre una herramienta formidable
para cooperar con su creatividad. La creatividad humana es una cuestión de actitud. Osho afirma que
“la creatividad es la mayor rebelión que hay en la existencia” pues el hombre para crear, tiene que
liberarse de todos los condicionamientos que pueda tener. Debe soltar las trabas y todo tipo de
obstrucción o atadura y dejar libre a su imaginación para idear cosas originales. Prevé refuerza el
pensamiento de Osho y considera que hay muchas herramientas para manifestar la fuerza creativa.
Una de ellas es ponerse a escribir en forma espontánea las ideas que acuden a nuestra mente en el
estado creativo. Para esto es necesario no obsesionarse en pensar, pues la creatividad no es
enteramente racional. Una de las condiciones es “meter menos la cabeza”, máxime cuando esa cabeza
está llena de pensamientos e ideas estereotipadas de las que nos llena toda la intoxicación informadora
e informática que recibimos diariamente a través de todos los medios. Vaciarnos de ideas
preformadas es uno de los caminos para liberar nuestra mente. Esta actitud liberadora de prejuicios es
una de las tantas que debemos adoptar para entrar plenamente en la actitud creativa. En la actitud
creativa es fundamental el pensamiento intuitivo.

El pensamiento intuitivo

Tanto al tratar la creatividad como los fenómenos inexplorados de la mente, hemos hecho
referencia al pensamiento intuitivo o intuición. La intuición es la “percepción íntima o instantánea de
una idea o una verdad, tal como si la tuviera a la vista”, esto es, una idea aceptada con la misma
convicción que la que surge de la percepción sensorial. También la intuición es la “facultad de
comprender las cosas instantáneamente, sin razonamiento” previo o evidente. Por lo tanto, la
intuición es algo que parece estar fuera de los sentidos y la razón, es decir, no es algo abarcado por la
conciencia, lo que genera la sensación de que es algo inconsciente que bruscamente se hace
consciente. La intuición pertenece a un grupo de reacciones cerebrales que están íntimamente
relacionadas con la religión, el arte, los sentimientos y afectos amorosos, las inspiraciones científicas y
estos fenómenos se conocen como misticismo, inspiración, éxtasis, fantasía, pensamiento mágico, fe y
creencias. Generalmente se dice que la mujer es más intuitiva que el hombre. Tal como se define, la
intuición es una capacidad magnífica que permite antelar la solución de un problema, adquirir un
conocimiento o alcanzar una idea creativa, sin el esfuerzo del razonamiento escalonado o meditado
sobre un hecho. Operaría como una forma de pensar más rápida, muy eficiente y de menor esfuerzo.
Obviamente, la intuición no es un patrimonio común a todos, en forma cuantitativa. No todos poseen
la misma cantidad o grado de intuición, sino que es tenida en formas muy diferentes. Incluso en
algunos individuos hay diferencia de calidad en sus intuiciones. Pero si existe la voluntad y la
concentración suficiente y eficiente es posible alcanzar un cierto entrenamiento de la intuición, salvo
en las situaciones de alta emotividad en que ésta pueda surgir en forma espontánea. La intuición es lo
que vulgarmente se llama “corazonada” (lo la cual ya hemos hablado) o “pálpito” y en opinión de
muchos autores bien podría ser el mejor recurso del cerebro, a tal punto que podría considerarse el
sexto sentido o el “tercer ojo” (o el séptimo ya que se postula para sexto sentido, también, al sentido
común). Un autor e investigador de la intuición, Gary Klein, la define como uno de los poderes
perceptivos ocultos que nos permiten “ver lo invisible”. Para Klein, las intuiciones son chispazos
misteriosos que solemos denominar como corazonadas, presagios, instinto animal y, últimamente,
percepción extrasensorial y sexto sentido, pero remarca que algunos investigadores tienen a lo
llamado intuición como un simple mecanismo de suposiciones, que cuando tiene algún acierto
errático se debe, sin dudas, a una mera suerte o coincidencia o “casualidades”. Nosotros ya hemos
rebatido estos conceptos.

Mecanismos probables de la intuición

Nos hemos referido a que la intuición escapa a las características de los mecanismos
conscientes y que se presenta en forma inconsciente, esto es, que nace inconscientemente y sólo se
percibe cuando llega a la conciencia y nos induce a pensar o a actuar de un modo determinado y no
razonado. Klein estima que la intuición es un procesamiento subconsciente de recuerdos e indicios
físicos que se daría en dos pasos:

1º. En el momento en que se está actuando se repasan rápidamente los recuerdos en busca de un
patrón conocido de conducta que sirva de guía
2º. Mientras esto ocurre y tratamos de poner en práctica una conducta que dio resultado en una
experiencia anterior similar, nuestro inconsciente permanece atento a cualquier factor extraño e
inesperado, a fin de identificar reacciones emocionales o físicas, propias y ajenas, hasta encontrar
algo que despierta una idea o impulso súbito y que nos lleva a una conducta de alguna manera
refleja, inducida por reflejos, más que por la razón y la conciencia

El concepto de Klein ilustra sobre que la intuición no es una simple adivinanza de algo, que
surge al azar y totalmente desconectada de todo otro factor o influencia. Es un proceso cerebral o
facultad mental que opera a través de determinadas señales o patrones. Se presenta en forma súbita y
fuera de la razón o conciencia, lo que la hace parecer como una cuestión de un momento, sin
conexión con otros antecedentes, pero no es tan así. Por esta razón, del estudio Klein surge que los
mensajes sub o inconscientes que nos envía el cuerpo propio o ajeno, es uno de los factores que
interviene en la intuición y, por lo tanto, hay que estar pendientes de ellos y prestarles atención
cuando se presentan, aunque no sean comprendidos claramente en su significado. Basta que algo nos
llame la atención y nos haga pensar que algo no anda bien o no es normal, para que nuestro
subconsciente nos lleve a la actividad intuitiva. Lo que la razón y la conciencia no nos aclaran, lo
hace el subconsciente mediante la intuición. Los fenómenos observados por Klein fueron
confirmados por el estudio Iowaque pudo establecer una cierta “inteligencia corporal” por la cual el
cuerpo humano determina conductas intuitivas que nos avisan del peligro por medio de
determinadas sensaciones físicas, que pueden manifestarse a través de la piel u otros órganos
reactivos frente a impulsos o estímulos intuitivos. En el grupo estudiado en Iowa, algunos de los
participantes de las experiencias tenían lesiones en la corteza prefrontal del cerebro y ninguno de
ellos presentó reacciones intuitivas. Esto llevó al grupo investigador a pensar que en dicha región
anatómica se procesa y origina el “conocimiento intuitivo” y se explicaría, del mismo modo que en el
estrés u otras reacciones de alarma, cómo el cerebro participa a través de determinados centros y
descarga de neurotransmisores en una conexión infinita de redes neuronales para evitar o enfrentar
situaciones emergentes. Por estas observaciones, ahora ya se sabe que la intuición no es totalmente
algo desconectado del cuerpo sino que es uno de los tantos mecanismos de acción y conducta que el
mismo posee, ya sea para salvar situaciones de emergencia como para resolver algunas cuestiones o
problemas, o percibir lo que ocurre en nuestra realidad. Cualquiera sea el concepto de intuición esta
clarividencia que parece surgir de la nada, hasta ahora tiene mecanismos desconocidos e intrigantes
más sospechados que conocidos fehacientemente.

Malcom Westcott estudió diferentes grupos para averiguar porqué algunas personas
entendían más rápidamente que otros y encontró en los grupos intuitivos que, probablemente, para
obtener respuestas correctas los integrantes de esos grupos combinaron la información proporcionada
por Westcott con fragmentos de conocimiento sacados de su propia experiencia y de ahí dedujo que
todo ocurre en la intuición como que su componente clave es el conocimiento y la experiencia que
cada uno de nosotros lleva dentro. Con estas observaciones Westcott concluye que intuición “es la
capacidad de llegar a conclusiones acertadas, rápidamente, a partir de información limitada,
basada en el conocimiento y experiencias previos que cada uno lleva dentro”. Esto confirma lo
investigado por Klein. Herbert Simon que comparte la opinión de Westcott y afirma que “en lugar
de seguir conscientemente una serie de pasos lógicos, el experto adelanta una solución rápidamente
echando mano de su profundo conocimiento de los problemas” “Y con la experiencia, las
corazonadas del experto se vuelven cada vez más atinadas”. Por su parte, el neuropsiquiatra Larry
Squirre, estudiando daños en diferentes partes del cerebro, ha descubierto que, incluso cuando una
persona no tiene memoria consciente, otro sistema de memoria sigue funcionando y aprende como
jugando un complicado juego de habilidad. Cuando resolvemos un problema, o se aprende a hacer
algo, se usa el sistema de memoria declarativo. Pero a medida que nuestras habilidades se vuelven
automáticas, pasan a formar parte del sistema de memoria procesal, constituyendo un conocimiento
inconsciente. ¿Existen reglas para el pensamiento intuitivo? Los expertos aconsejan:

1. reunir información sobre el problema


2. plantearlo a fondo y luego dejarlo
3. confiar en la propia experiencia
4. verificar las intuiciones

Hechos y valores

Quizá lo que más contribuye a las diferencias de los puntos de vista sobre un mismo
fenómeno, son los hechos fenoménicos y los juicios de valoración que se emiten sobre el hecho en sí,
el ente. Sólo cuando se declara la existencia de un ente con iguales palabras y conceptos hay
coincidencia plena de los puntos de vista, puesto que la brevedad que significa nominar (poner un
nombre) no requiere mayor problema, sino sólo de una voluntad de consenso lingüístico. Cuando se
conviene en común y, más raramente, por unanimidad un nombre para un fenómeno, cesa toda
controversia y se aquietan todas las preguntas y posibles respuestas, pues la tarea cognitiva de percibir
y nominar el fenómeno termina con la principal función del conocimiento: saber que algo existe y
cómo se llama. Pero la cosa deja de ser sencilla o simple cuando comienza una emisión de juicio de
valores éticos o estéticos. Así, sólo describir el color puede tener muchos problemas, de acuerdo a la
subjetividad o modalidad del lenguaje en primer lugar y en segundo lugar a las condiciones de
percepción individuales. Salvo los colores primarios, que tienen nombre y consenso universal, la
problemática está en clasificar y nominar la gama de colores que puede presentar un color primario.
Así cuando se habla de un color marrón, tal cual no hay dificultad, pero los colores “amarronados”
que van desde los colores fuertes u oscuros a los suaves o claros, quedan enredados entre ocres,
beiges, crema, etc. Se complica mucho más cuando los colores se designan con nombres de objetos o
elementos naturales (verde Nilo, amarillo huevo o patito, etc.). Esto en lo estético. En lo ético, la
cuestión comienza cuando se opina si un color es bueno o malo. En lo perceptivo, dependerá del
ángulo de visión, de la forma del objeto a considerar, de la luz ambiental, de las condiciones de los
sentidos de percepción. Así un color puede presentarse de una forma, visto desde un determinado
ángulo y con una iluminación distinta y puede percibirse distintamente si se cambia el ángulo y la
iluminación. También cambia la apreciación visual si la luz es natural o artificial. Y, así,
sucesivamente. Cada opinión en particular deberá analizarse según las circunstancias en que es
emitida.

Si transferimos o traspolamos estos conceptos sencillos a cuestiones más complicadas como


son los conceptos abstractos o metafísicos, es evidente que todo cambia y acá no es tan sencillo
alcanzar el saber o conocimiento cierto de lo que las cosas son en sí, es decir, la esencia de las cosas.
Para estudiar al fenómeno humano, deben concurrir la filosofía, la psicología, la antropología, la
biología y otras ciencias afines. Pero, como ocurre con el ejemplo que acabamos de dar, acá no hay
discusión de la existencia del fenómeno hombre, como tampoco hay obstáculo en admitir ese
nombre: hombre. La cuestión empieza al dilucidar qué es su esencia y cuáles son los modos de
manifestar esa esencia (los modos de ser). Sin entrar en la distinción de la disparidad de los modos de
ser cuyas formas de presentarse pueden ofrecer variables infinitas (según cada persona), tomando
sólo una forma de un modo de ser, si éste es analizado desde distintos puntos de vista, también las
conclusiones serán tan diferentes como los puntos de vista. Si a esto agregamos lo que son meras
opiniones (los juicios emitidos sobre lo que el fenómeno parece ser pero no es) y lo que es el saber
logrado por la ciencia o la metafísica, veremos lo complejo que es llegar a un acuerdo sobre el ser
humano. A esta regla general no escapa la observación y estudio (metódico o empírico) de la mente
humana y sus manifestaciones. De este modo, si se opina desde un punto de vista estético, la idea de
ser dispara en una dirección determinada, pero si el juicio se emite desde lo ético, siempre hay una
bipolaridad imposible de superar. Lo estético es multiforme, lo ético, generalmente, es biforme o
bipolar. Siempre que se habla de ética, los términos son abstractos relativos o absolutos y, dentro de
esos abstractos, nos encontramos con la esencia de la metafísica. Las palabras abstractas son el reflejo
de las ideas abstractas y éstas son la naturaleza del mundo metafísico. Quizá la mayor dicotomía la
presenta el par bipolar Bien-Mal. Así habrá un punto de vista que ve al hombre como un ser
naturalmente bueno, mientras que en el antípoda ubica el otro punto de vista que sólo observa un
hombre naturalmente malo. Ambas posturas podrán esgrimir argumentos de igual peso y valor y en
la misma cualidad y cantidad, para demostrar los asertos respectivos. Pero acá lo único cierto es que
existen hombres buenos y hombres malos. Luego, lo más lógico es pensar que en la esencia del
hombre están presentes por igual, el bien y el mal. En la especial discusión psicológica de las
emociones, éstas como todas las otras manifestaciones espirituales del hombre estarán sujetas a la
bipolaridad esencial (bueno-malo, feo-bello, positivo-negativo, etc.) El dilema final sólo lo resuelve
parcialmente la sentencia bíblica: “los conoceréis por sus frutos”. De ahí que la tendencia natural del
hombre sea inclinarse esencialmente por lo bueno, lo bello y lo positivo. Pero esto en el plano
metafísico de lo abstracto. La realidad muestra también una dicotomía entre hecho y valor, entre lo
que ocurre y lo que se piensa. El fenómeno es lo que ocurre. Lo que se piensa de él es la valoración
del fenómeno. El fenómeno es el hombre y sus hechos o acciones. La valoración es la ponderación
espiritual de esos hechos y cuáles de ellos son “valiosos” y cuáles no. La lógica inteligente desecha lo
destructivo, lo dañino, lo que lleva a la lesión y extinción de la vida. Luego, la vida en sí es el valor
supremo. El cuerpo, como receptáculo de la vida, es el valor inmediato a considerar. De ahí que la
salud, la belleza y todo “lo bueno” para el cuerpo, sean los valores más apreciados. Cómo ese cuerpo
no actúa sin el espíritu, esto hace que dicho espíritu sea el valor supremo después de la vida humana
o que el espíritu es incluso superior a la vida misma. Acá centran, entonces, los conceptos
fundamentales de la filosofía, la psicología, la antropología y la biología. Sólo que uno de ellos
excluye los intereses del otro y ninguno se preocupa por una totalidad. Esto hace que las tendencias
posmodernistas busquen la confluencia de todas las ciencias y formas de accesos al hombre, para unir
sus conceptos y descubrimientos en una doctrina holística. Incluso, hasta la religión tiene intereses
anclados en la ciencia para darle un viso más concreto y real a los postulados abstractos religiosos. La
cooperación de todos los observadores del fenómeno hombre permite lograr unir todos los puntos de
vistas y corregir mitos o creencias erróneas o no ajustadas al verdadero fenómeno.

Es también evidente que todo fenómeno al ser captado por los sentidos para ser conocido,
involucra un proceso mental interior que se desarrolla a través de una especie de introspección: el
objeto por su calidad de externo debe ser introducido al mecanismo o proceso mental de
conocimiento e identificación. De igual modo, las sensaciones internas, aunque ya están dentro del
cuerpo y son subjetivas, deben “objetivarse”, esto es conocerse e identificarse, a través de los mismos
procesos mentales que se utilizan para los objetos. El fenómeno de que el sujeto sea el “conocedor” e
“identificador” de fenómenos y cuestiones sobre sí mismo, es el eje del problema del proceso de la
valoración. Las disidencias o coincidencias de las valoraciones dependerán así del número de sujetos
(conjunto de subjetividades) que las expresen. Cuando la expresión coincide en todos los hombres de
todos los lugares del mundo, se dice que el concepto es una convención universal, pues se ha dado
“por igual” en hombres distintos, no conectados entre sí, con costumbres y culturas diferentes. Esto
hace que lo manifestado sea una nota universal de algún “modo de ser” en especial. Así ocurre, por
ejemplo, en la coincidencia de aceptar las notas de la inteligencia, del espacio y del tiempo que el
hombre tiene como nociones o referencias netamente específicas, a diferencia de otros seres vivos.
Mas la subjetividad está ligada necesariamente al idioma o léxico, y éste es resultado directo de una
cultura determinada. Por otro lado, la tradición cultural ha conformado ya una serie de creencias o
conocimientos de los cuales es muy difícil separarse, salvo que medie un fenómeno o hecho
debidamente comprobado que niegue o modifique una idea, creencia o concepto establecido desde
hace mucho tiempo y aceptado casi dogmáticamente. Aún los conceptos científicos comprobados por
una determinada tecnología y aceptados como “leyes” naturales químicas, físicas y biológicas,
pueden ser cambiados con una nueva tecnología que permita observar otros detalles y dé otro punto
de vista. Así, sucesivamente, ocurre con la teología, la filosofía, la psicología, la antropología y otras
ciencias que evolucionan. Pero como el fenómeno hombre es un claro ente con un cuerpo y la
manifestación de fenómenos mentales, dio lugar desde temprano, apenas empezó a escribir y hablar,
a la polémica de la dualidad cuerpo-alma. No hay dudas de que hay un cuerpo y de que hay un
misterio inmaterial denominado genéricamente alma. Pero el fenómeno no se presenta como dos
cosas netamente distintas y separadas sino que el ente hombre es uno y su manifestación como ente es
en bloque. No hay separación de un cuerpo y un alma sino de ente animado que se exterioriza a
través del cuerpo pero que su conducta nos indica que ese cuerpo actúa con una esencia inmaterial. Si
quitamos el cuerpo, no se manifiesta el alma. Si desaparece el alma, muere el cuerpo. Así de sencillo
y sin más vueltas. Si se altera lo llamado alma, se altera el cuerpo y viceversa. Por esta razón iteramos
sin hesitar que el alma humana es vida que anima a todo el cuerpo, pero constituye el espíritu al
manifestarse a través de la mente.

¿Cómo conocemos el espíritu? Por muchos elementos a considerar, pero fundamentalmente a


través de los fenómenos llamados actos mentales. Debido a esto, en las controversias y polémicas
sobre esa energía inmaterial se mezclan los conceptos de mente, alma y espíritu, llegando a
confundirse uno con lo otro. Es patente que nada puede ser conocido sin ser introyectado y todo lo
introyectado es subjetivo. Pero cuando el conocer se refiere a un objeto, lo interior se proyecta al
exterior como una especie de puente entre lo interior y lo exterior, pero sin abandonar el interior.
Éste es el mayor fenómeno humano llamado trascendencia o metafísica y el que menos se ha
comprendido y estudiado a pesar de que se conoce o se sospecha. Se ha hablado mucho de la
trascendencia y la metafísica, pero en realidad recién ahora con los nuevos conceptos que aportan las
neurociencias que trabajan sobre la base de fenómenos psicológicos, se están dando los verdaderos
pasos para llegar a conocer realmente lo que hemos dado en llamar trascendencia o metafísica. La
voluntad de los investigadores de juntar a los místicos o meditadores profesionales, a los filósofos, a
los biólogos, a los psicólogos y a los antropólogos, ha sido la maniobra más brillante e inteligente
para observar el fenómeno humano y tratar de comprender y explicar en qué consiste la esencia
humana. El error está en concluir que todo eso depende del cerebro únicamente, no como sede sino
como causa de los fenómenos espirituales. Si bien las preguntas fundamentales de qué es el hombre
(esencia) y para qué existe (destino, fin o meta) hasta ahora fueron respondidas interesadamente por
la religión, la filosofía y algunas corrientes psicológicas y antropológicas con respuestas mediadas por
creencias o intereses sectoriales, de ahora en adelante, la fusión de todos los investigadores y
pensadores en equipos integrados inteligentemente darán una mejor y más certera perspectiva a
ambas preguntas.

La observación del mecanismo cognitivo de la mente humana, lleva a los tibetanos a


distinguir dos rasgos fundamentales e indisociables:

1. el acto cognitivo puro o rigpa


2. el aspecto luminoso del acto cognitivo puro que es el que puede facilitar el surgimiento de
apariencias y que actúa como una especie de “hacedor de apariencias”

El rigpa es la naturaleza esencial de la mente que es pura cognición. Pero esta cognición se
asocia o acompaña del estado de luminosidad que es el encargado de asumir las apariencias de las
cosas para iluminarlas con el conocimiento puro o, contrariamente, la luminosidad puede ser opacada
por las apariencias engañosas que obnubilan la luz de la cognición pura. Uno de estos
oscurecimientos por apariencia engañosa lo constituyen las emociones destructivas o negativas que
conllevan el estado de aflicción mental. El Dalai Lama aclara que otras disciplinas orientales de la
meditación contemplativa consideran al rigpa como conciencia primordial y prístina. En realidad,
tanto el rigpa como cognición pura, como el de la conciencia primordial, son dos conceptos que
aluden a fases del proceso cognitivo. Ya aclaramos que sin conciencia no hay cognición, pero la
cognición crítica o metafísica, aquella que llega al conocimiento profundo de la realidad es un
proceso mental más adelantado que la pura conciencia y llega hasta el proceso de conceptualización
que es el que presume la naturaleza del saber o conocimiento cierto.

Percepciones y sensaciones. La perspectiva budista

En este parágrafo repasaremos algunos conceptos sobre percepción y conocimiento que ya


tratamos anteladamente en otros parágrafos vistos. Sólo ampliaremos agregando otros conceptos del
budismo. El Dalai Lama hace notar que el budismo distingue dos categorías fundamentales de la
experiencia:

1. experiencias contingentes: son las dependientes de los sentidos y por lo tanto pueden ser o no
ser
2. experiencias mentales: son las que no dependen de los sentidos y consisten en “sensaciones”
que impregnan tanto el dominio sensorial como el mental (no surgen de los sentidos sino del interior
del hombre o de su mente, pero afecta tanto a los sentidos como a la mente)
La aplicación de la razón, de la capacidad de juzgamiento de consecuencias a largo plazo y
de todo proceso de análisis son actividades propias del dominio que la budeidad denomina
pensamiento discursivo. Esto marca una diferencia entre cognición conceptual y cognición no
conceptual. La cognición sensorial (conocimiento adquirido a través de los sentidos) no es
conceptual, y su relación con el objeto es directa. No se halla mediada por el lenguaje ni por los
conceptos (cognición inmediata no discriminativa) Cuando la mente registra lo percibido por los
sentidos (aprehende y forma idea) inmediatamente irá en busca de un concepto. Esto origina la
cognición conceptual o mental y el concepto formado es un concepto concreto (sustantivo). Pero
también la mente puede formar conceptos no abstraídos ni aprehendidos de objetos por los sentidos
sino abstraídos directamente del intelecto o mente, como son los juicios de valores que no dependen
de cualidades perceptibles de los objetos, como pueden ser la belleza o fealdad, la bondad o maldad,
etc. y estos con conceptos abstractos. Pueden ser abstractos relativos como las cualidades (adjetivos)
que se aplican a los objetos o conceptos absolutos que no se aplican a ningún objeto sino que tienen
existencia en sí mismo (entidad propia), como es el concepto Dios. Cuando la mente no forma
concepto queda sólo en el plano de la idea, imagen mental de formas (forma imaginada) pero sin
significado o concepto concreto.

Resumiendo: la cognición sensorial pura es siempre no conceptual; la cognición mental puede


ser conceptual (forma concepto) o no conceptual (forma sólo idea que guarda como memoria visual,
sonora, táctil, olorosa o gustativa). Hasta acá, todo lo pensado por el budismo coincide plenamente
con la descripción de los procesos intelectivos que hemos efectuado anteriormente. Para los
occidentales el desconocimiento o comprensión no debida de estos conceptos de cognición, puede
resultarle muy difícil entender que el objeto se entremezcla con su imagen mental. Si traspolamos esto
a la cuestión de las aflicciones, como suelen ser el apego o el deseo, pueden distorsionar mucho a una
imagen, a tal punto que ésta deje de corresponder con la realidad que existe fuera de la mente. La
formación de la imagen en relación con la realidad es el punto clave del budismo en lo relativo al
proceso mediante el cual el deseo (o la aversión) origina el equivalente de una “forma” mental que es
la imagen mental (imaginación) del objeto del deseo.

En la perspectiva budista se diferencian cinco tipos de formas imaginarias:

1. la forma imaginaria que emerge en el contexto de la meditación con la práctica de la


visualización (imagen visualizada). Es una imagen intangible evocada intencionalmente y que sólo
existe en el orden mental (ojo mental)
2. la forma imaginaria que emerge de las aflicciones e incluye lo que en occidente se considera
como proyecciones, fantasías u otro tipo de nociones imaginadas en torno a algo o alguien y que
reflejan la naturaleza distorsionada de ese algo o alguien debido a las emociones aflictivas. De esa
forma podemos idealizar a una persona real que nos atrae mucho, pero que, verdaderamente, dista de
ser el ideal concebido. Esa imagen proyectada mentalmente es una aflicción innata que de forma
invariable distorsiona la realidad. Y esa distorsión no sólo abarca a las fantasías y a los ensueños, sino
que también logra afectar al pensamiento ordinario.
3. la forma imaginaria de las aflicciones emocionales que originan el apego, la ira y los celos,
etc. que se derivan de un desajuste entre los pensamientos y las ideas o de algún tipo de sesgo
emocional
4. la forma imaginaria de la inteligencia aflictiva que es de índole cognitiva y distorsiona
también la realidad y origina dos visiones distorsionadoras: eternalismo y nihilismo. El eternalismo
afirma la existencia independiente de los fenómenos (cosificación), mientras que el nihilismo niega
dicha existencia en forma rotunda. Una visión nihilista es la que afirma la cesación de algo que tiene
continuidad.. Comprende la vacuidad de la mente y la realidad.
5. la forma imaginaria de la inteligencia no aflictiva es también de índole cognitiva pero que
toma los objetos de la realidad como son y no los distorsiona. Es la que restablece la verdadera
naturaleza de la realidad. Es la única forma (como visión cabal) que puede contrarrestar las visiones
distorsionadas de la realidad y, en consecuencia, las emociones negativas.

Además de la cuestión del conocimiento puro y del conocimiento hacedor de apariencias


falsas, está la cuestión de las emociones útiles y las inútiles. El budismo aclaró que las emociones no
son parte de la mente sino de la naturaleza del hombre. El hombre cuando nace tiene de por sí que
habérselas con un proceso evolutivo que lo lleva a la muerte irremediable. Pero entre el nacimiento y
la muerte, está el desarrollo de la vida y éste no es una cuestión sencilla porque el hombre, para
desarrollarse necesita sobrevivir, es decir, mantener latente a su vida. Hay una cuestión ontológica
aparentemente paradójica. ¿Para qué se nace si el destino es morir? Esta cuestión está íntimamente
ligada al sentido de la vida y a la otra pregunta ¿es valioso mantener una vida destinada a la muerte?
La cuestión del ser para la vida o ser para la muerte está muy cerca de la célebre frase que
Shakespeare puso en labios de Hamlet en el famoso dilema “ser, o no ser”. Pero todas estas
cuestiones quedan relegadas a una mera retórica o cuestiones bizantinas, dado que hay un fenómeno
tan evidente como es la vida, el ser humano y su inteligencia y la muerte. No obstante, el ser del
hombre, según hemos venido analizando, no es de naturaleza unívoca para manifestarse sino de
naturaleza equívoca. Quizá su ser sea unívoco, pero no el modo de manifestar el ser. Si no fuese así,
todo lo que hasta acá hemos analizado sería vano. Si bien es cierto que el hombre tiene impulsos
tanáticos, no es menos cierto que también tiene impulsos biofílicos, esto es, de amor y apego a la
vida. De ahí la importancia de la mente como instrumento cognitivo y valorativo. Cuando el
conocimiento de sí mismo es correcto y se acerca a la verdad del ser humano, descubrimos los
aspectos positivos del amor, la felicidad, la compasión, la alegría o buen humor u optimismo, la
empatía o simpatía traducida por amistad, amor a los otros bajo las diferentes formas de caridad,
filantropía, bondad, generosidad, etc.

Pero cuando la percepción de la realidad es engañosa caemos en los aspectos negativos del
odio, la ira, el miedo y sus derivados de envidia, enfado, belicosidad, irritabilidad, impulso homicida,
malhumor, pesimismo, depresión, etc. En este punto vale la pena hacer una digresión sobre la
percepción de los objetos o entes. Siempre el proceso de percepción puro y natural nos pone en
contacto con el ente y éste es aprehendido “tal cual”. No la percibimos como cosa sino como una
entidad sin identidad. El ente está ahí “ante los ojos” y “a la mano”, pero la mera aprehensión
sensorial nos forma primero la imagen visual y luego nuestra mente usará la abstracción para formar
una imagen mental que fija la forma, sin conceptuar su naturaleza (identificarla). Hemos realizado
con la idea un signo objetual. Todo esto es válido, pues es el mecanismo mental o intelectual con que
conocemos los entes. Pero, luego la mente comenzará otro proceso mental que es el de conceptuación
y comienza el análisis del ente. De ese análisis puede emerger una serie de cualidades que hacen un
concepto natural del ente: si es animado o inanimado, si es ilusorio, abstracto o concreto, si es natural
o artificial, es material o inmaterial, si es corporal o espiritual. Este es el proceso de cosificación
natural que lleva a dar una identidad a la entidad para hacerlo universal. Esto indica la apariencia o
forma como aparece la flor, la emergencia del ente y sus cualidades inmediatas. El concepto formado
nos permitirá en lo sucesivo identificar todo otro ente similar. Pero, también advertimos varias veces
que hay una forma de percibir a un ente determinado como una realidad independiente en sí misma
que opera como un “parece ser” tal cual fue la apariencia que dio origen a la cosificación natural.
Mas, ahora debemos reiterar que cuando el “parece ser” se confunde con la esencia, o sea, lo que las
cosas son en sí como entes independientes, es cuando se inicia una “reificación” o “cosificación”
similar a la que da lugar al fenómeno de proyección del yo, donde se atribuye al ente lo que no es
propio de él pero se le considera como si fuera parte de su naturaleza. La “cosificación” como
proceso mental de falsa conceptuación o conceptuación meramente aspectual es lo que se conoce
como opinión. Ya explicamos que a esto se opone la observación seria es lo que entendemos como
observación concentrada que induce un mejor proceso de conceptuación, para llegar a una
evaluación del ente que no lo convierta sólo en una entidad independiente sino que comprendamos
que el sólo hecho de haberlo percibido, formado idea y un concepto, hemos introyectado al objeto y
esto significa que su concepto es dependiente de nuestro mecanismo mental y no del objeto en sí.

LA MEMORIA HUMANA
¿Qué es la memoria?

Dentro de los procesos mentales intelectuales debemos considerar a la memoria, la cual es


parte fundamental de todos los otros procesos intelectuales, afectivos y volitivos. La memoria es un
registro donde guardamos los sucesos que nos han ocurrido o los conocimientos que hemos
adquirido. Es, también, donde almacenamos los datos y el pasado (inconsciente) y el mecanismo
mediante el cual podemos recuperarlo más tarde, de forma tal que ese pasado se “actualiza”, es decir,
se pone en contacto y afecta nuestra conciencia y nuestro presente. Es un nexo entre lo consciente y
lo inconsciente. La memoria puede sintetizarse como la función mental de percibir, almacenar y
recordar o evocar en forma consciente, todos los estímulos sensoriales y extrasensoriales. Otra
definición de memoria es la que la refiere como el almacenamiento y posterior evocación de la
información adquirida a través de la experiencia (aprendizaje). Todo esto, también, puede
expresarse como un sistema de estructuras de almacenamiento diferentes, a través de las cuales fluye
la información y los sucesos biográficos, se registra y se codifica (como esquema, imagen o
concepto) que se transfiere de un proceso de corto plazo a otro de largo plazo y que después se
recupera mediante el reconocimiento o recuerdo de dicha información. Hay definiciones que
tienden a ser más resumidas y expresan a la memoria como la capacidad de preservar hechos
fácticos o sentimientos en un lugar del cerebro.

Sino existiera la memoria, la vida transcurriría como un mero presente, que aunque se nos
presentara siempre lo mismo, se le consideraría en todo momento como algo nuevo. Vivir sería
transitar de un momento a otro en un eterno presente sin sentido. Esto significaría repetir eternamente
las cosas sin ninguna posibilidad de adquirir nuevos conocimientos ni progresar en ellos. En otras
palabras: no tendríamos capacidad cognitiva y de aprendizaje. Tan grave sería la falta de memoria
que no existiría el lenguaje ni otras formas de comprensión y de comunicación. No tendríamos la
capacidad de construir ni entender una frase, pues al finalizar ésta no sabríamos como comenzó la
misma. En otro sentido, perderíamos el sentido de nuestra mismidad o ego (sentido del yo) por lo
que no llegaríamos a conocernos a nosotros mismos. Por consiguiente, tampoco existiera el sentido
de la vida y la existencia, pues cada vez que despertemos de dormir deberíamos tratar de adivinar
quién y qué somos, como nos llamamos, quienes son nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo,
etc. Resumiendo: careceríamos de esa continuidad de conocimientos que a lo largo del tiempo y el
transcurrir de la existencia nos integra a una comunidad con una identidad propia y el
reconocimiento de identidades ajenas. Basta observar a un afectado grave por enfermedad de
Alzheimer, como ejemplo de lo antedicho, y para tener una idea adecuada del valor inconmensurable
de la potencia o facultad que llamamos memoria.

La base de todo conocimiento, de nuestra facultad o capacidad cognitiva estriba en una tríada
contenida en un solo bloque que opera como una unidad sellada:

1. el proceso intelectivo
2. el proceso de aprendizaje
3. el proceso de memoria

En consecuencia, todo lo que debemos aprender y aprendemos involucra tener memoria.


Obviamente, si no pudiéramos retener el conocimiento adquirido por aprendizaje y luego recordarlo
tanto lo aprendido como lo experimentado, no construiríamos todo ese bagaje espiritual que implica
nuestra personalidad (capacidad cognitiva, formación de ideas y pensamientos, manejo del lenguaje,
sentimientos o afectos, emociones y voluntad). Pero, como toda facultad mental, la memoria en sí
misma, no es un órgano, aparato o sistema orgánico ni función donde intervengan etapas que puedan
estudiarse en un laboratorio o registrar por imágenes o por inscripción de ondas bioeléctricas. Si bien
los estudios usan métodos y medios que registran la actividad del cerebro y de otras funciones
fisiológicas que la memoria, como otros actos mentales, pueden afectar o alterar, en última instancia
estamos registrando funciones efectivas de determinados órganos, en especial, el encéfalo, pero de
ningún modo podemos decir que estudiamos un órgano o “aparato mnésico”. Simplemente hablamos
de un proceso o “forma de trabajar” de los actos mentales y recogemos indirectamente los resultados
o efectos de ese trabajo y su influencia en la parte orgánica. Sin embargo, la inexistencia de una
entidad física objetiva no es un óbice para poner en duda la existencia de actos mentales y sus efectos
reales. Más aún: podemos individualizar, con una cierta precisión, los efectos orgánicos. Lo que no
nos es posible es explicar con claridad, coherencia y total consenso, la forma o modo de cómo
operan esos procesos. Los vamos integrando por partes, a veces desordenadas, a veces interpretadas
de formas diferentes, a tal punto que se habla de un mismo fenómeno pero con lenguaje o
denominaciones distintas. El análisis del fenómeno ha sido muy fructífero, pero los resultados son
dispares y desordenados.

Hoy la función de los investigadores de los actos mentales, más que proseguir un análisis,
sobre todo de tipo anatómico y físico, es lograr entender el todo, en forma holística, a los fenómenos
mentales integrados, para comprender que no hay diferencias sustanciales en los mecanismos, que lo
orgánico es sólo una vía común final para todos y que lo importante es el principio ordenador que
está en la esencia de cada uno de ellos, pero que no es accesible al mero conocimiento científico,
psicológico ni filosófico. Se ven y se comentan sombras del fenómeno, pero no puede describirse
con precisión y claridad al fenómeno mismo en su naturaleza, o sea, lo que el fenómeno es realmente
en sí. Por eso se impone un repaso somero de todo experimento e hipótesis y con ellos realizar
asociaciones para unificar lenguaje y criterios y lograr una síntesis final de todos estos fenómenos, los
que no deben comprenderse como actos o hechos separados sino como manifestación diversa de una
misma cosa. La idea de ordenador nos trae también la imagen de la computadora y de la tecnología
informática. La acción de la memoria es continua, permanentemente, a manera de “disco duro” de
una computadora, y modifica permanente la actividad cerebral. En términos informáticos, el encéfalo
es el hardware de la mente, mientras que ésta es el software que opera programando. Con la idea de la
computación podemos afirmar que la memoria es como la función electrónica y así podemos
comparar a la memoria reciente como algo similar a la memoria RAM de la PC. Esta RAM es la
memoria anterógrada, la que permite ir recogiendo lo inmediato y cotidiano. Pero luego pasará al
disco duro en “carpetitas virtuales” y cada carpeta conformará un archivo determinado o directoria
del disco duro que será la base de la memoria retrógrada.

La disparidad de las formas de actuar de la memoria se debe, en parte, a que como cualquier
otro mecanismo psicológico, tiene diferentes niveles de funcionamiento según la individualidad de
las personas y sus capacidades, las circunstancias en que ocurren los hechos y el transcurrir de la
existencia y el objeto preciso y particular que se somete a las funciones de los actos mentales, en
suma, del espíritu todo. Por esto interesa conocer no sólo un sustrato anatómico responsable de los
actos mentales, sino la fisiología de los mismos y la fisiopatología de las alteraciones que afectan a los
mismos. También debemos recordar que cada persona en particular tiene una intención de memoria,
por cierto, muy distinta entre las diferentes intenciones de todos los seres humanos. Tampoco
debemos perder de vista que la memoria, como todas las otras facultades y funciones del hombre, no
es una cosa aislada. Diremos, iterativamente, que la memoria es una función mental superior que
actúa necesariamente coordinada con los otros mecanismos y facultades mentales como la
percepción, abstracción, ideación, conceptuación, asociación de ideas y formación de juicios. Esto
nos lleva a un estrecho enlace con el aprendizaje y la formación del pensamiento y todo lo
relacionado con lo volitivo y la función ejecutiva de todas las facultades mentales. Ninguna función
mental puede operar eficientemente por sí sola. Necesita obligadamente el apoyo y el
acompañamiento de otras. Lo que no debemos perder de vista es que todo este conocimiento es una
mera observación de los modos de ser de los actos mentales, pero de ninguna forma implica conocer
la esencia de esos actos ni cuál el principio motor de los mismos. Los estímulos y todo el proceso
orgánico que ellos generan, explican sólo cómo se manifiesta el fenómeno del acto mental.

La causa absoluta de los mismos es lo que queda oculto bajo el misterio desconocido de la
naturaleza misma del hombre, al cual, según Heidegger, sólo podemos conocer también por su
modalidad o conjunto de modos de ser. La explicación de cómo el cerebro y otros órganos participan
en la concreción del misterio, de ningún modo significa que el origen creador de ellos sea el propio
órgano. Insistimos, una vez más, para que la reiteración quede definitivamente nítida y clara: el
conjunto de órganos u organismo, es sólo el instrumento de los fenómenos llamados espirituales,
pero de ningún modo son la causa absoluta. Toda causa absoluta sobre el ser del hombre y sus modos
de manifestarse, queda inmersa en el misterio ontológico, aún no revelado por la mente humana. La
memoria, según lo explicamos en lo relativo a la naturaleza del hombre, no sólo es capacidad de
adquisición y almacenamiento de información, sino que posee otro elemento que es la capacidad de
reclamar que el elemento memorizado vuelva a la conciencia y se haga presente “tal cual” cuando es
necesario (recuerdo).

Luego, el proceso de memoria se puede resumir en tres pasos:

1. recepción y registro de un estímulo sensorial, extrasensorial o interno como impresión mental


2. retención o preservación de la impresión mental previamente adquirida
3. la reproducción o el recuerdo de dicha impresión

Anatomía de la memoria
Los circuitos mnésicos o circuitos de la memoria

Los circuitos mnésicos son circuitos neuronales son los grupos de neuronas cerebrales que se
ponen en marcha cuando necesitamos guardar el conocimiento de algo como recuerdo o aprendizaje.
No hay dudas que la enseñanza, el aprendizaje y todo el quehacer del hombre se basan en su
memoria. Más aún: hay autores que afirman que memoria y aprendizaje, desde el punto de vista
funcional, es lo mismo. Los circuitos mnésicos son los responsables de todas las formas o tipos
conocidos y desconocidos de memoria. Ninguna actividad humana sería posible si no existiera la
memoria. Pero nos ocurre algo muy particular: consideramos a la memoria y hablamos de ella como
si fuera una entidad física diferenciada que sabemos que está en alguna zona de nuestra cabeza, como
una especie de álbum o almacén de fotogramas de películas mentales, al que pudiéramos conectar a
voluntad, una y otra vez. Esto nos lleva a considerar como “normal” quejarnos de tener “mala
memoria”, como quien se queja de tener caries dentales o pies planos. Lo cierto es que la memoria
está muy lejos de ser algo tangible como lo es un determinado órgano de nuestro cuerpo. Lo
apropiado sería considerarla como función fundamental de todo cerebro vivo, más que un organismo
material. El cerebro cambia a medida que pasan a través de él los mensajes recibidos. Esa
modificación o cambio, ya se produzca en períodos de tiempo cortos o en fases largas, confiere al
cerebro la facultad de recordarla y evocarla ante el mero requerimiento de la misma, para sacar
provecho de dicha modificación. Sin esta facultad nos sentimos “faltos de mente”, incapaces de
aprender, de leer, de escribir, entender, hablar e, incluso, de pensar. La ausencia de memoria nos
impediría comprender y comunicarnos, al no poder hablar ni pensar. La memoria trabaja en la vigilia
y en el sueño (nos permite recordar las ensoñaciones) y toda la información queda “registrada” en
complejos circuitos. La adquisición de memoria consiste básicamente en la modulación de las
sinapsis, los contactos entre neuronas. Las memorias están formadas por la facilitación de las uniones
sinápticas entre agregados neuronales que representan aspectos singulares del entorno o del interior
del propio organismo. Esto hace que todas las memorias sean esencialmente asociativas, de forma tal
que la información adquirida, guardada y recordada puede ser gestada por determinadas moléculas o
grupos neuronales individuales, pero el mecanismo mnésico dependerá principalmente de la
asociación de redes neuronales.

Donald O. Hebb propuso la idea de que, cuando una neurona excita repetidamente a otra, y
persistentemente participa en su activación, produce cambios metabólicos o de otra naturaleza en una
de esas células o en ambas, a fin de aumentar la eficacia de la primera para excitar a la segunda. Los
estudios en animales invertebrados y en el encéfalo de mamíferos demostraron que en los
invertebrados los cambios son metabólicos mientras que en los mamíferos constituye un fenómeno
eléctrico duradero de facilitación sináptica que resulta de la transmisión de impulsos a través de la
sinapsis. Esto ocurre principalmente en la potenciación a largo plazo. Explicó Hebb el llamado
principio de la convergencia sincrónica cuyo enunciado sintetizó de esta forma: “dos células o
sistemas que reiteradamente se muestren activos al mismo tiempo, tenderán a convertirse en
‘asociados’ de suerte tal que la actividad de uno facilita la actividad del otro”.

En la corteza, muchas fibras que portan informaciones sensoriales convergen en las mismas
neuronas. Sumando informaciones coincidentes en el tiempo, estas neuronas se asociarán entre sí
hasta el punto de que podrán mutuamente substituirse para activar otras células. Tendremos así dos
tipos neuronales:

a. las neuronas de entrada de información (input neurons) (neuronas de almacenamiento) y


b. las neuronas de salida de información (output neurons) (neuronas de evocación).

Las interconexiones entre neuronas de entrada y de salida se verán reforzadas por fibras
recurrentes que favorecen los procesos asociativos debidos a las interconexiones neuronales en
verdaderas asociaciones celulares que constituyen unidades funcionales de memoria. Luego, las
memorias o imágenes sensoriales elementales se formarían en módulos celulares que ubican en áreas
sensoriales o extrasensoriales de la corteza. Una representación neuronal formada por una
combinación de módulos y áreas en amplias extensiones de la corteza de asociación, sería la
representación neuronal de nuestras memorias personales. Hayek propuso una extensa red o “mapa”
de neuronas corticales que representaría en su estructura de conexiones, las asociaciones que forman
la esencia de cualquier percepción y cualquier memoria. Los circuitos mnésicos, anatómicamente,
comprenden:

1. corteza cerebral
2. sistema límbico (circuito de Papez)
3. redes o interconexiones neuronales (circuito de Hayek)

Corteza cerebral: Áreas sensoriales primarias

En la corteza, los circuitos mnésicos se desarrollan desde los niveles inferiores, es decir, desde
las áreas corticales sensoriales o motoras hacia las áreas de asociación. Este crecimiento ascendente se
basa en:

¬ conexiones laterales
¬ conexiones de acción proyectiva (feedforward)
¬ retroalimentación (feedback)

En el primer escalón de las jerarquías resultantes residen los módulos neuronales que por
asociación, forman redes elementales de memoria sensorial y motora. Estas jerarquías constituyen los
bloques básicos de las redes multisensoriales y motoras complejas, que a su vez originan redes más
elaboradas e idiosincrásicas de la corteza asociativa. Y éstas prestan soporte a la memoria declarativa
o explícita, a la no declarativa o implícita y a la procedimental. El mecanismo subyacente de la
memoria cortical y sus interconexiones involucran acciones de neurotransmisores y sus receptores
que luego estudiaremos. Estos mecanismos son cruciales para la consolidación de la memoria cortical,
para la conversión de la memoria a corto plazo en memoria a largo plazo. Las cortezas primarias
proporcionan a la corteza de asociación los elementos de la experiencia que, por asociación
sincrónica crean o facilitan sinapsis en las redes de la memoria individual. Del mismo modo que en la
evolución, la neocorteza de asociación experimenta un desarrollo tardío y mayor que la corteza
sensorial o motora primaria. La neocorteza de asociación, sustrato de la memoria más personal, no
alcanza la maduración plena hasta la juventud y probablemente conserva la plasticidad sináptica
durante toda la vida.

En la corteza cerebral humana puede reconocerse dos grandes gradientes de desarrollo: uno
en su parte posterior, que comprende los lóbulos temporales, parietales y occipitales y otro en la
corteza del lóbulo frontal. El primero marca el desarrollo de las áreas implicadas en la percepción; el
segundo, el de las áreas involucradas en el movimiento y la acción. Las últimas en desarrollarse son
las áreas de asociación de las regiones temporal y parietal y la corteza prefrontal en el lóbulo frontal.
La mayoría de las veces, los recuerdos surgen de impresiones sensoriales. Antes de preguntarnos
cómo almacena el cerebro una experiencia sensorial en forma de recuerdo, deberíamos analizar cómo
procesa la información sensorial. De hecho, la etapa inicial de cualquier investigación sobre este tema
debe iniciarse con el estudio de la vía nerviosa responsable de la percepción visual. El sistema visual
central comienza en el cortex estriado o corteza visual primaria, situada en la superficie posterior del
cerebro y que, a través del nervio óptico y del cuerpo geniculado lateral, recibe información del
mundo visible desde la retina. El cortex estriado dispone de un mapa sistemático del campo visual y
cada porción de ese campo, activa un grupo diferente de neuronas. Sin embargo, el sistema visual no
concluye en el cortex estriado, sino que también participa por interconexión el lóbulo temporal
(cortex temporal inferior y subsuperficie del lóbulo temporal). Éstos y otros hallazgos indican que la
información visual se procesa secuencialmente a lo largo de toda la vía. Las neuronas que integran
este circuito disponen de “ventanas” abiertas al mundo visible que, en las sucesivas estaciones irían
ensanchándose tanto en extensión espacial como en complejidad.

Las neuronas responden en particular a diferentes propiedades físicas de los objetos (color,
forma, textura, etc.) hasta que en las estaciones finales del circuito el cortex temporal inferior sintetiza
la representación completa del objeto. La vía visual integra datos sensoriales y los transforma en
experiencia perceptiva. Al parecer los datos que aportan los restantes sentidos se procesan de idéntica
manera, de forma tal que experiencia y memoria están estrechamente ligadas. Los circuitos mnésicos
entran en juego con la corteza, como un mecanismo de retroalimentación. Cuando un estímulo
sensorial activa la amígdala y el hipocampo, los circuitos mnésicos producen esa activación
proyectándola sobre el área cortical. Esa retroalimentación refuerza y almacena la representación
neuronal del episodio sensible que acaba de acontecer. Como consecuencia de esa retroalimentación
inducida por los circuitos mnésicos, las sinapsis sufrirían algunos cambios en los que se mantendría el
diagrama de conexiones y se formaría un recuerdo duradero. El reconocimiento se produciría más
tarde al reactivarse esa agrupación neuronal ante el mismo episodio sensible que la origina.

La existencia de estos circuitos mnésicos nos está demostrando que la memoria es de


naturaleza global. Se manifiesta por determinados grupos neuronales, por procesos en gradiente, por
interconexiones, etc., pero en sí, el acto de memoria se da en bloque y no en partes. La memoria,
como aptitud o facultad mental es una sola cosa indivisible, pero se manifiesta diferentemente en
cada situación o estímulo en particular. Es igual que la esencia misma del hombre, la cual, siendo
una, tiene componentes diferentes que obligan a separar lo orgánico de lo funcional, para estudiar sus
mecanismos. Ascendiendo en la jerarquía cortical de la memoria (y la percepción), cuando entramos
en las áreas de desarrollo más tardío, nos introducimos en el sustrato de las redes más complejas y
extensas de la memoria polisensorial y declarativa, tanto episódica como semántica. Aquí la
topografía de las memorias resulta oscura debido a la amplia distribución de sus redes, que unen los
dominios dispersos de la corteza de asociación, cada uno de los cuales representan distintas cualidades
asociadas por la experiencia. Como estas memorias son más difusas que las memorias sensoriales
simples, poseen también mayor solidez. Hay pruebas de que las memorias declarativas se distribuyen
en la corteza posterior de asociación. Dichas pruebas inducen experiencias sensoriales y mnemónicas
muy diversas, algunas con todas las características de la memoria episódica.

Otras pruebas proceden de los numerosos trabajos sobre amnesia retrógrada tras lesiones de la
corteza posterior de asociación. En cualquier caso, sin embargo, la naturaleza y probablemente la
amplia distribución de las redes de memoria episódica hacen que sea difícil definir con precisión su
topografía cortical. La memoria semántica se apoya en redes extensas de la corteza cerebral posterior,
incluyendo el área de Wernicke, el tercio posterior de la circunvolución temporal superior. El
conocimiento intelectual, integrado por todas las memorias, no tiene un sustrato anatómico conocido
por lo que se deduce que ocupa la distribución cortical más extensa, dado que incluye todas las
topografías mnésicas conocidas y las desconocidas. Tiene experiencias particulares múltiples y
profusas asociaciones entre modalidades. Semejante distribución de sus redes es lo que le proporciona
tan excepcional y tremenda robustez.

La corteza del lóbulo frontal es la base de los niveles superiores de la jerarquía de las
memorias motoras. En el nivel cortical inferior está la corteza motora primaria, sede de la memoria
filética, que representa, y media, los actos motores elementales. Estos actos están definidos por la
contracción muscular. Por encima de la corteza motora primaria, siguiendo gradientes de desarrollo y
conectividad de la jerarquía motora, está la corteza premotora. En coordenadas espaciales y
temporales, la representación y el procesamiento del movimiento en esta corteza son más complejos
que en la corteza motora. Se ha comprobado que las redes premotoras codifican actos motores
definidos por su objetivo, secuencia y trayectoria. La corteza prefrontal es la corteza de asociación
del lóbulo frontal y constituye el nivel superior de la jerarquía motora. Recibe conexiones de fibras
de estructuras subcorticales y límbicas, así como de otras áreas de la neocorteza. Portan hasta la
corteza prefrontal, información relativa a los estados internos y al medio exterior. Largas fibras
aferentes unen las redes de memoria perceptiva de la corteza posterior con redes motoras
prefrontales, formando así asociaciones perceptivo-motoras en el nivel superior. Las áreas corticales
prefrontales representan en sus redes los esquemas de acciones secuenciales dirigidas a un objetivo.
Tras la práctica intensa, las representaciones frontales de las acciones parecen reacomodarse en
estructuras motoras inferiores, sobre todo en ganglios basales. Una jerarquía de áreas frontales aloja
una jerarquía de memorias motoras. Las memorias y habilidades motoras (memoria procedimental)
están codificadas y almacenadas en redes prefrontales y premotoras, al menos en sus estadios iniciales
de aprendizaje. Cuando se ha aprendido una secuencia motora hasta hacerla automática, su
representación parece relegarse a estructuras inferiores.

Pero ciertas tareas continúan dependiendo de la corteza frontal. Éste es el caso de tareas que
contienen contingencias temporales variables entre estímulos y respuestas motoras, tales como las
tareas demoradas. La ejecución correcta requiere entonces un acto de integración temporal
(temporaria) que descansa en la función integradora temporal de la corteza prefrontal. La memoria
cortical tiene una amplia distribución y una composición mixta. En las memorias perceptivas, las
imágenes obtenidas de la actividad neuronal en funcionamiento a través de SPECT o RMN durante se
realiza una tarea de memoria, muestran activaciones variables y pobremente definidas de la corteza
posterior, pero, sólo parecen activadas fidedignamente aquellas áreas que procesan las características
sensoriales del memorando. En el lóbulo frontal, sin embargo, las áreas prefrontales se activan
siempre que el memorando se retiene para la acción prospectiva. La activación metabólica de las
áreas prefrontales durante la retención de señales visuales o verbales para respuestas manuales o
verbales, está hoy bien documentada. Las activaciones prefrontales reflejan la activación de la
memoria motora y, por unión funcional con la corteza posterior, la activación persistente de la
memoria perceptiva.

Por esto, la memoria operativa (working memory) no es más que la activación temporal, ad
hoc, de una extensa red de memoria perceptiva y motora a largo plazo. El componente perceptivo de
dicha red podría ser recuperable y expansible por un nuevo estímulo o experiencia. La memoria
operativa tiene el mismo sustrato cortical que el tipo de memoria a corto plazo tradicionalmente
considerada como la puerta de la memoria a largo plazo. Ambas encajan en la categoría de memoria
activa, que sólo difiere de la memoria a largo plazo pasiva en el estado de la red, no en su
distribución cortical. De lo anterior, se infiere que la dinámica cortical para evocar memoria episódica
es la misma que para evocar un estímulo familiar, tal como la señal en la tarea demorada. Esta señal
está representada en la corteza posterior.

También sabemos que la corteza prefrontal es esencial para toda la memoria operativa de
cualquier señal conducente a la acción prospectiva. Por eso, es que esta corteza revista tanto interés
para la secuenciación de la conducta, el pensamiento y el habla, funciones todas que requieren
memoria operativa. La memoria operativa aparece vinculada con la memoria a largo plazo cuando se
realiza una tarea con demora. La señal para recordar es una memoria antigua reactivada. Podría no
evocar los episodios que condujeron a la adquisición de su significado, pero sí evoca su significado al
igual que evoca la memoria procedimental de la tarea. En otras palabras, esto ocurre porque la
persona “ha estado antes allí”, por lo que puede realizar la tarea. Las viejas memorias se activan para
su uso a corto plazo en cada una de sus etapas.

Dijimos que cuando la secuenciación motora o la integración temporal requieren la retención


durante cierto tiempo de una memoria perceptiva antigua, tal como ocurre en cualquier tarea
demorada, en tal retención intervienen la corteza posterior y la prefrontal. Un probable mecanismo
subyacente es la reanudación de la actividad a través de circuitos recurrentes. La reentrada del
impulso explicaría las descargas neuronales sostenidas que se han observado en ambas cortezas
durante los períodos de retardo de las tareas demoradas. La correcta ejecución de tareas de memoria
visual puede impedirse reversiblemente mediante el enfriamiento temporal de la corteza prefrontal
inferior o de la corteza ínferotemporal en la persona activa. Estos resultados destacan el papel de las
influencias tónicas de la corteza prefrontal en relación con la activación sostenida de la memoria
visual en la corteza ínferotemporal. Hay hallazgos neuroanatómicos que señalan núcleos del tálamo
comunicados con estructuras límbicas y a su vez interconectados al neocortex frontal ventromedial
que es un área de la corteza escondida bajo el frontis del cerebro.

Bachevalier estudió lesiones quirúrgicas de esa zona que llevan a la profunda pérdida de la
memoria recognitiva. Esto comprueba que la estación final del sistema visual y de los restantes
sistemas sensoriales, está conectada con dos circuitos mnésicos paralelos que incluyen las estructuras
límbicas del lóbulo temporal, sectores medios del diencéfalo y la corteza prefrontal ventromedial.
Todo esto conduce a deducir que los depósitos más probables de la memoria son las áreas corticales
donde toman forman las impresiones sensoriales. Los circuitos mnésicos entran en juego con la
corteza como un mecanismo de retroalimentación.

Cuando un estímulo sensorial activa la amígdala y el hipocampo, los circuitos mnésicos


reproducen esa actividad proyectándola sobre el área cortical (memoria cortical). Esta
retroalimentación refuerza y almacena la representación neuronal del episodio sensible que acaba de
acontecer. Esa representación neuronal adquiere la forma de una agrupación de muchas neuronas
interconectadas de un modo determinado. Como consecuencia de esa retroalimentación inducida por
los circuitos mnésicos, las sinapsis sufrirían cambios en los que se mantendría el diagrama de
conexiones y se formaría el recuerdo duradero. El reconocimiento se produciría más tarde al
reactivarse esa agrupación neuronal ante el mismo episodio sensible que la originó.

Sistema límbico
Hipocampo y cuerpos mamilares: base anatómica de la memoria

Ya adelantamos que la memoria queda ligada al sistema límbico en el denominado circuito de


Papez. Este circuito consiste en un conjunto neuronal ubicado en la corteza endorrinal, hipocampo,
cuerpo mamilar, núcleo talámico anterior, de modo tal que el proceso mnésico nace en la corteza
endorrinal, circula por los otros núcleos y retorna a la corteza endorrinal. El hipocampo, estructura
profunda del lóbulo temporal, desempeña un papel crítico en la formación de redes de memoria en la
corteza asociativa. Evidencias experimentales y clínicas indican fehacientemente que las formaciones
del cerebro límbico en el hipocampo son virtualmente el núcleo de todo proceso vinculado con el
aprendizaje y la memoria. Para que la actividad o funciones mnésicas se realicen sin fallas, es
necesario que estas regiones anatómicas estén ilesas o intactas bilateralmente.

Se ha constatado que las lesiones hipocámpicas derechas provocan un menoscabo de la


evocación de las caras, los modelos espaciales y las melodías musicales. En cambio, las del hemisferio
izquierdo afectan el recuerdo del material verbal oído o leído. Además, hay que recordar que una
afasia, una apraxia o una agnosia implican básicamente una alteración de la memoria. Esto se
comprobó en los humanos que padecen lesiones hipocámpicas (Korsakoff, traumatismos, resecciones
quirúrgicas, tumores, etc.). Se sugiere que el hipocampo suprime las entradas de estímulos no
significativos o de interferencia mientras la atención se dirige a un grupo específico de señales. Los
pacientes con lesiones en el hipocampo sufren de amnesia anterógrada: tienen graves dificultades
para adquirir y consolidar nuevas memorias. La adquisición y consolidación de nuevas memorias
resultan de conexiones recíprocas entre el hipocampo y las áreas neocorticales de asociación. Es
probable que el hipocampo, como cualquier estructura cerebral importante, no tenga una función
única, sino que participe en varias. Posiblemente organice mapas cognoscitivos ordenando la
información espacial y disponiéndola en una escala lógica multidimensional, organizando el “ingreso
en el archivo” donde se almacena la información adquirida. Cada “casillero” serían las neuronas
receptoras de los estímulos que parten del mismo. Este modelo explica por qué las lesiones límbicas
provocan grosero deterioro mnésico y por qué las lesiones alejadas del hipocampo (los “casilleros”)
también pueden comprometer la memoria, pero en una modalidad específica o de manera más
atenuada. También podría explicar por qué en los casos de lesión hipotalámica grave e irreversible,
una persona es capaz de reorganizar rudimentariamente sus huellas mnésicas, planteando la pregunta
de si algún “casillero” es capaz de reemplazar el archivo. Estos “casilleros” están en todos los circuitos
mnésicos cerebrales, los cuales comprometen al cerebro in toto como el operador de la memoria. A
su vez, la posible existencia de “casilleros” sustenta la denominada “teoría multialmacén” por la cual
se explica a la memoria comparándola con los modernos ordenadores o computadoras. Esto es que el
hombre analiza, trata y guarda la información para después “recuperarla” de la misma forma que el
software o conjunto de programas de una computadora que sirve para realizar un conjunto de
operaciones. A su vez, el sustento orgánico es considerado como el hardware o infraestructura que
usan dichos programas (esto corresponde al concepto de anatomía de la memoria). El programa o
software de la memoria sería un conjunto de apartados o almacenes distintos y con características
diferentes, en los que se va almacenando sucesivamente la información y ese conjunto de almacenes
funciona con un proceso de control que fiscalizaría y determinaría el paso de una información de un
almacén a otro. Esta teoría permite explicar en parte la memoria como retención de datos, su función
de recordarlos y, también, la función de supresión u olvido de alguno de esos datos.
Conocida así la “anatomía” de la memoria, los mecanismos o procesos de la misma están
sujetos a neurotransmisores y neuromodulares relacionados con la memoria, de los cuales el sistema
colinérgico central es el principal actor. Todo ocurre como que es más útil considerar la existencia de
un farmacosistema colinérgico que una estructura anatómica definida. Este concepto permite tener en
cuenta todas las neuronas diseminadas por el cerebro que interactúan gracias a la transmisión
colinérgica. También admite la investigación de un patrón particular de alteraciones
mnesicocognoscitivas producidas por fármacos colinérgicos y qué grado de especificidad tiene el
farmacosistema en las pruebas de rendimiento con el auxilio de drogas anticolinérgicas. Uno de los
hallazgos más recientes demostró que los receptores colinérgicos de las células piramidales del
hipocampo tiene la sorprendente características de comportarse como muscarínicos o nicotínicos
indistintamente. Estos efectos en la periferia están mediados por dos tipos de receptores diferenciados
y separados entre sí. Los receptores colinérgicos cerebrales “híbridos” del hipocampo, sugieren la
posibilidad de un sistema colinérgico específico y de características no conocidas aún. Estos datos
explicarían algunos efectos llamativos de las drogas colinérgicas sobre el aprendizaje. Las
conclusiones hipotéticas entienden que la memoria es, en esencia, una ampliación de la conductividad
sináptica en el sistema colinérgico y que existe un nivel crítico de acetilcolina necesario para permitir
un funcionamiento óptimo de estas situaciones mnésicas. Un déficit de acetilcolina impediría que
dichas sinapsis alcancen el umbral necesario para la descarga de impulsos, en tanto que un exceso del
neurotransmisor daría lugar a un bloqueo por despolarización. Esta teoría, aunque demasiado
esquemática, es interesante desde el punto de vista neurofisiológico. En el hipocampo y sus
conexiones con la corteza también interviene el sistema glutamatérgico-gabaérgico y sus receptores.
El hipocampo participa tanto en la reactivación de una red neuronal para el recuerdo o
reconocimiento de datos guardados en la memoria, como en los procesos neuronales de formación de
la memoria. Esto hace sospechar que tal vez los mecanismos de las redes de memorias nuevas son
como una especie de expansión de las antiguas y da pie a pensar que si los mecanismos de los
procesos neuronales de formación y recuperación de memoria no son idénticos, están muy
estrechamente relacionados entre sí.

Amígdala y la memoria emocional

La amígdala, otra estructura del lóbulo temporal y parte del sistema límbico, es
imprescindible para la evaluación del significado afectivo y emocional de las percepciones, interviene
también en la formación y consolidación de la memoria, especialmente en la memoria emocional.
También la amígdala tiene especializaciones. Muchas de las contribuciones a la memoria,
características de la amígdala, las sugirió su singular neuroanatomía. El número y la variedad de sus
conexiones sugieren su funcionamiento como central básica de asociación para los recuerdos.
Procesa todos los recuerdos y los asocia entrecruzándolos específicamente. Por ejemplo, ver una
ciruela madura nos hace recordar su sabor. Para que este cruzamiento sea posible debe,
necesariamente, existir un intercambio entre las áreas corticales que almacenan los recuerdos
correspondientes a cada percepción. Hoy se sabe que la amígdala es el centro cerebral intermediario
de esas asociaciones y se acepta que la amígdala sirve de intermediaria en la asociación de recuerdos
formados por diferentes sentidos.

Además, toda experiencia sensible suele tener una carga emocional y la asociación entre
ambas también es función de la amígdala. La amígdala es un área muy rica en neurotransmisores, en
especial opioides u opiáceos endógenos. Las pruebas experimentales que hoy disponemos tienden a
sugerir que las fibras que contienen opiáceos discurren desde la amígdala hacia los sistemas
sensoriales, liberando dichos opiáceos en respuesta a estados emocionales generados por el
hipotálamo. Por este mecanismo, la amígdala permitiría que las emociones influyeran en lo que se
percibe y aprende. La reciprocidad de efectos entre la amígdala y el córtex explica porque tanto en
monos como en humanos, los episodios ligados con carga emocional provocan una impresión y
dejan un recuerdo indeleble.

Fisiología de los circuitos mnésicos


Biología molecular de los mecanismos o procesos de la memoria

Hay muchas teorías sobre los mecanismos de la memoria humana, pero lo correcto es que no
se sabe a ciencia cierta cuáles son los mecanismos reales y donde asienta el lugar de almacenamiento.
Se conoce que todo se debe a circuitos neuronales y complejas sinapsis con cambios bioquímicos y
que intervienen diversas moléculas a través de neurotransmisores y otras sustancias. Se cree que uno
de los responsables de este mecanismo puede ser el RNA dado que éste interviene en la elaboración
de proteínas mediadoras en los procesos electroquímicos de la conducción nerviosa. Luego, RNA,
neurotransmisores y otros elementos se conjugan en la delicada operación de la memoria, la que
opera a través de diversos circuitos. La destrucción de circuitos y/o el exceso o falta de
neurotransmisores (como ocurre en el Alzheimer) deterioran gravemente la memoria. El bloqueo del
RNA por fármacos también bloquea o alteran gravemente la memoria, aboga en favor de la
intervención del RNA. Pero la memoria puede ser alterada por otros factores como el estrés o
enfermedades que alteren la atención o el pensamiento. También la alteración de sentidos como la
audición y la vista pueden influir en la memoria. El mecanismo principal de la memoria contempla
los pasos siguientes:

1. El estímulo percibido ingresa al hipocampo, primer receptor de memoria o preceptor de


estímulos, donde las neuronas procesan los datos a través del AMP cíclico. El hipocampo es el centro
de la memoria reciente, temporal, anterógrada y de corto plazo (almacenamiento de la memoria
reciente y de corto plazo). El AMPc es sólo un mensajero intracelular, de acción catalítica y
proveedora de energía.
2. Es probable que por acción del AMPc, el RNA de las neuronas de hipocampo procesen una
proteína denominada CREB (teoría Tully-Kandel). Esta proteína será la responsable de proseguir la
transmisión de recuerdos para continuar el proceso de memoria y llegar a la memoria duradera,
retrógrada, de largo plazo. La CREB actúa al nivel de sinapsis entre neuronas hipocampo y neuronas
de la corteza cerebral. Es una especie de grabadora de recuerdos, a los que descarga en la corteza
cerebral. La CREB está regulada por mecanismos estimuladores y mecanismos inhibidores. Se cree
que la afectación de la memoria de largo alcance, como es el Alzheimer u otros tipos de deterioros
seniles, es debido a un proceso de inhibición de la producción de CREB. En este proceso de
inhibición, tal vez, intervengan las endorfinas (McEwen)
3. La corteza cerebral es el centro de la memoria de largo plazo o retrógrada o duradera
(almacenamiento de la memoria de largo plazo). Eso explica que los TEC (traumatismos
encéfalocraneanos que se producen en determinados accidentes como los viales o laborales) afecten
la memoria retrógrada y produzcan amnesia retrógrada

Los mecanismos fisiológicos del almacenamiento

La forma elemental de almacenar información en el cerebro se conoce como trazo de


memoria o engrama. Una tendencia se inclina a pensar que los recuerdos se registran por distintos
mecanismos, requiriendo cada uno un método diferente de entrada y teniendo distintas capacidades
de almacenamiento, duración y acceso. Otras escuelas consideran la suma de las funciones mnésicas
como las manifestaciones de un mecanismo básico, fundamentalmente uniforme, que sufre un
fortalecimiento gradual debido a la repetición de los estímulos. Las principales teorías del aprendizaje
o memoria serían:

1. hipótesis de la neoformación de sinapsis


2. hipótesis de la acción en masa
3. hipótesis del almacenamiento químico del recuerdo

La hipótesis de la neoformación de sinapsis podría también llamarse de activación de


sinapsis, porque originalmente y con motivo de los experimentos de Pavlov, se pensó que la
adquisición de reflejos condicionados se debía a la formación de nuevas sinapsis entre las neuronas
corticales. Pero dado que existe el concepto de que en el sistema nervioso adulto de los mamíferos no
podrían desarrollarse nuevas fibras, lo más lógico era aceptar que existen conexiones sinápticas
inactivas funcionalmente, las que son congénitas y que pueden ser activadas a medida que el cerebro
adquiere nuevas experiencias. Otra forma hipotética sería considerar que en los períodos de
inmadurez del sistema nervioso, la excitación puede pasar entre varios puntos cualesquiera al azar, a
través de la red de conexiones nerviosas. Pero a medida que el organismo madura, se ponen en
marcha mecanismos de inhibición sináptica que eliminan gradualmente las sinapsis no deseadas para
después modelar esquemas sinápticos utilizables para un fin determinado. Esto explicaría, de algún
modo, ciertos aspectos de la desorganización funcional de las experiencias adquiridas que se observa
en las lesiones cerebrales. La teoría de la neoformación de sinapsis se ha renovado en algunos
investigadores para asociarla a la memoria de largo plazo.

Harold Koplewicz y los estudios Duke y Texas, determinaron que durante la adolescencia, la
sustancia gris pasa por un proceso de depuración, el que actuaría en forma similar al programa
denominado “liberador de espacio” en la computación. El proceso consiste en que, entre los 14 y 17
años de edad, se produce una especie de eliminación de conexiones neuronales en desuso, a fin de
crear las superconexiones que permiten a los adultos concentrarse y aprender con mayor
profundidad. Cuando la velocidad con que se eliminan las sinapsis ociosas no se acompaña con una
debida instalación “a tiempo” de las superconexiones, ocurre algo así como que el cerebro, en cierta
forma, se “desprograma” un poco sin contar con un nuevo sistema de programación que organice un
“programa de tareas”. Esto produce una cierta desestructuración mental que influye provocando la
inestabilidad espiritual, emocional e intelectiva propia del estado de adolescencia. Si el medio
ambiental concurre positivamente a formar la mente y reprogramarla en forma eficaz, la
desestructuración es pasajera e inocua y queda como lo que vulgarmente se ha llamado “la edad del
pavo”, donde el adolescente parece estar en una especie de nube pues no acierta a organizar sus
pensamientos y acciones, quedando en una forma de inactividad por “ocio mental”. A esto se debe,
en parte, los fracasos escolares y las fallas del desenvolvimiento social que familiarmente se
denominan “despiste”. En este cambio de frente mental es cuando ocurren las enfermedades mentales
o se desestructura la personalidad produciendo los desvíos sociales como son las conductas
marginales, la drogadicción, etc.

El adolescente ayudado por el entorno supera esta etapa de inestabilidad sin sufrir ninguna
consecuencia y se transforma en adulto equilibrado. Una de las cosas que ayudaría a que esto
ocurriera en la mayoría de los adolescentes sería la educación, en el sentido de formación de
personalidad y aprender todos los resortes que activan sus facultades mentales intelectivas, afectivas y
emotivas. Es decir, lo reespiritualiza para evitar el vacío espiritual o existencial muy frecuente
actualmente en casi todos los adolescentes. Este vacío es la causa mayor de las dificultades de
aprendizaje y de la memoria. Lo cierto es que experimentalmente es muy difícil comprobar
fehacientemente cualquiera de estas hipótesis, las que surgen de la mera observación de los
comportamientos de los fenómenos mnésicos. Los conceptos que hemos consignados acá, refuerzan
la teoría de las sinapsis en los circuitos mnésicos.

La hipótesis de la acción en masa fue formulada por Lashley que propone que todas las
partes de la corteza cerebral son equipotenciales. Este concepto acepta que la evocación significa
reactivar un modelo previo de excitación nerviosa que no es patrimonio de ningún grupo específico
de células nerviosas, sino de muchos de ellos, en especial de cualquiera de los correspondientes a las
regiones del cerebro que intervienen en la función de la memoria. Las excitaciones corticales
múltiples se entrelazarían de la misma forma en que interfieren una con otras las ondas de superficie
de un líquido, cuando se lo altera en varios puntos diferentes simultáneamente. Esta hipótesis
posibilita la idea de que el cerebro almacene la información de un modo semejante a la holografía
láser, restableciendo la “imagen original” por medio de una fuente de estímulos, puntual. El
problema de esta teoría es que no explica cuál es el proceso físico que le permite al cerebro almacenar
un holograma. Esta hipótesis, de algún modo, interviene en la teoría del caos y ráfagas.

La hipótesis del almacenamiento químico del recuerdo nace al saber que las especies
animales almacenan su experiencia en la información genética de los núcleos celulares neuronales.
Los recuerdos estarían codificados en proteínas y ácidos nucleicos, ya que sólo estas moléculas tienen
el tamaño y la complejidad estructural requeridos para llevar la cantidad necesaria de información.
Esto es lo que anteriormente explicamos como biología molecular de la memoria. Esta teoría explica
porque participan determinadas neuronas en el proceso de memoria y se complementa con el
conocimiento de la acción de neurotransmisores que permiten que la señal neuronal se transforme en
compuestos químicos y éstos puedan volver a convertirse en señal nerviosa cuando es preciso
recordar. De acuerdo con la intensidad de los estímulos (que dependen del estado de atención y
concentración o de su repetitividad) será la cantidad de información almacenada y la velocidad con
que será recordada. A estímulos más intensos o repetidos, mayor almacenamiento y velocidad de
evocación o recuerdo. A la luz de todos estos conocimientos debe quedar en claro que la memoria
tiene un sustrato anatómico cerebral específico en el cual participan diversas regiones cerebrales a
través de múltiples sinapsis e interconexiones, mediante un comando genético a través de proteínas y
ácidos nucleicos que ponen en marcha a neurotransmisores que se encargan de reacciones
bioquímicas complejas y de gran velocidad e instantaneidad que permiten almacenar y evocar los
recuerdos. La duda ontológica es, si las sustancias químicas o neuroquímicas son las que “contienen”
a los datos de la memoria o si son sólo un medio de sostén para el desarrollo de la memoria y el
recuerdo. O, si la memoria está en el espíritu y éste usa el aparato mental para expresarla. Si dicho
aparato falla, falla la memoria que el espíritu no puede cristalizar a través de la anatomía y fisiología.

Relaciones entre conciencia, conducta y memoria como capacidad de recordar. Hábitos

Cuando estudiamos memoria implícita y explícita, de alguna manera podemos inferir que la
memoria está asociada tanto a la percepción sensorial y extrasensorial. Esta particularidad nos muestra
que la memoria funciona tanto en estado de conciencia como de inconsciencia, como ocurre cuando
se recuerdan los sueños. Está demostrado por diferentes estudios que los estímulos por imágenes se
graban más rápidamente pero sólo cuando una imagen o un estímulo se acompañan de un sentido
significante, se fija más firmemente la huella mnésica de la figura. Esto ocurre, por ejemplo, con el
rinoceronte, al cual cuando se ve su figura se almacena la misma rápidamente, pero al tratar de
recordarse mucho tiempo después esto se hará mejor si a la figura se le agrega la lectura de la palabra
rinoceronte y el concepto de que es una especie en extinción o que habita en determinas regiones.
Este fenómeno recibió el nombre de codificación conceptual y de ella se desprende que cuanto más
carga de significado se da a un concepto, tanto más sólidamente se fijará en la memoria y más
fácilmente se le recordará. De ahí que cualquier concepto abstracto es difícil de memorizar sin el
auxilio imprescindible de la imaginación (lógica matemática, física teórica, etc.). Otros resultados
sorprendentes se vieron al estudiar las posibles causas de los olvidos cotidianos en el reconocimiento
de las personas, los cuales presentan tres tipos de fallas:

1. simplemente no reconocer a alguien conocido


2. reconocer a la persona pero con incapacidad de recordar el contexto en el que la ubican (se
formula la pregunta: ¿de dónde la conozco?)
3. reconocer perfectamente a la persona y de donde se le conoce y el medio en que se
desempeñe pero es imposible recordar su nombre

Estas observaciones constituyen un patrón interesante cuyo aspecto llamativo es que en


ningún caso se da la situación que falta: reconocer a la persona y saber su nombre, pero no recordar
nada más de ella (se llama George Bush pero ¿quién es él?). Al cabo de largos y complicados ensayos
y experimentos, pudo llegarse a la conclusión de que los nombres se almacenan en la estructura
nerviosa en zonas diferentes a las correspondientes al resto de las características de las personas. Uno
de estos experimentos consistió en exponer a un grupo de personas una lista de apellidos tales como
Sastre, Escribano, Herrero, etc., pidiéndoles que intentaran memorizarlos. Se hizo lo mismo con otro
grupo de personas, pero a este grupo se le agregó que además de memorizar asociaran los apellidos
como si fueran profesiones. Sorpresivamente el segundo grupo utilizó la mitad del tiempo que
empleó el primer grupo en memorizar dichos apellidos. El experimento se completó con el uso del
SPECT (tomografía por emisión de positrones) para ambos grupos y se comprobó un incremento de
la actividad cerebral en áreas que eran diferentes, según los términos se interpretaran como apellidos
únicamente o como profesiones. Se repitió la prueba de los apellidos con diferentes grupos y
mientras unos debían memorizar sólo apellidos y otros grupos, además, la nacionalidad, talla y otros
datos, siempre los grupos mostraron la misma diferencia: los que debían recordar sólo apellidos
demoraban más en hacerlo que los que habían asociado otras características a los apellidos. Esto
sugirió que los nombres en sí de las personas se codifican independientemente de toda otra
característica de identificación de personas. Esta codificación de nombres se propuso llamarse
unidades de información semántica. Los recuerdos necesitan ser exactos para guiar el
comportamiento, pero a su vez necesitan estar abiertos a la nueva información. En lo profundo de la
estructura cerebral yace el mecanismo por el cual la corteza busca las huellas de la experiencia, que
están impresas en un sustrato vital y cambiante en el curso de una existencia.

Resumiendo, la formación de memoria se inicia en el sistema límbico pero el almacenamiento


y evocación es obra de la corteza cerebral. La evocación de antiguas memorias perceptivas, al igual
que la formación de otras nuevas, supone la activación asociativa de vastas redes neuronales de la
corteza posterior que las presentan en su estructura conectiva. Si una memoria evocada está asociada
con una acción, entonces la red activada se extiende hasta el lóbulo frontal. La necesidad de retener la
memoria para la acción prospectiva conduce al reclutamiento de redes prefrontales. Éstas envían
impulsos tónicos a la corteza posterior y mantienen activa la red perceptiva hasta la terminación de la
acción motora o mental. La memoria, definitivamente, se almacena en redes de neuronas corticales
que se superponen y se hallan interconectadas a lo largo y ancho de su amplia distribución. Puesto
que la conectividad cortical puede formar un número casi infinito de asociaciones potenciales, las
redes potenciales son asimismo, casi infinitas. Los circuitos mnésicos se forman y se expanden
mediante la activación simultánea de conjuntos neuronales que representan informaciones y
acontecimientos externos e internos, incluidas las informaciones en las redes reactivadas de la
memoria a largo plazo. Estas redes permanecen abiertas durante toda la vida, sujetas a expansión y
recombinación por las nuevas experiencias. Al mismo tiempo, sus uniones conectivas o conexas y los
elementos neuronales, son vulnerables al envejecimiento, como luego veremos, lo que afecta a las
memorias que estos elementos hacen posibles. Los circuitos mnésicos perceptivos y motores se
organizan jerárquicamente a partir de las cortezas sensorial y motora primarias, fundamentos de la
memoria filética. La organización jerárquica, sin embargo, no supone que las diversas memorias
individuales estén rígidamente empaquetadas y almacenadas en dominios corticales definidos. Así
pues, los diferentes tipos de memoria están vinculados entre sí en redes mixtas que abarcan distintos
niveles de las jerarquías perceptiva y motora. No hay una clara razón para asignar las memorias de
corto y de largo plazo a diferentes sustratos corticales. Probablemente la misma red sirve para
almacenar una memoria a largo plazo y para retener una memoria de corto plazo. La diferencia en el
almacenamiento se debe más que nada al tipo de estímulo.
La memoria de corto plazo es la que produce el fenómeno percibido en forma inmediata y de
no mediar un esfuerzo de atención y concentración y de “memorización” del fenómeno, ésta no se
transformará en memoria de largo plazo. Atención, concentración y esfuerzo mnésico
(memorización) ejercen una excitación sostenida de la red, lo que permite la activación recíproca
entre sus componentes corticales. La repetición del fenómeno también realiza una excitación
sostenida de la red. Sólo la intensidad del estímulo y el interés puesto en él o su iteración serán los
elementos precisos que transforman la memoria corta en la de largo plazo. La conectividad entre
distintos niveles y de distribución amplia, determina que la memoria esté ampliamente representada y
que sea recuperable a través de múltiples líneas de acceso asociativo. Consecuentemente, la memoria
episódica o semántica, que está anclada en asociaciones extensas, es robusta y resistente a las lesiones
corticales circunscritas. Sin embargo, algunas de sus asociaciones específicas (lugar, tiempo, nombre
o cara) son muy susceptibles de perderse por debilitamiento de la corteza, incluso en el
envejecimiento normal. La repetición y el ejercicio mental probablemente contrarrestan este desgaste
reforzando antiguas asociaciones y creando otras nuevas. Nosotros hemos venido describiendo
modelos de memoria que hacen al aprendizaje cognitivo, sobre todo el basado en la memoria
sensorial o de percepción. Pero también existe un aprendizaje no cognitivo que es el que se adquiere
a través de los hábitos. Este aprendizaje no está basado en el conocimiento, ni siquiera en los
recuerdos, sino en conexiones automáticas que según sostenían, hace años, los psicólogos
conductistas, constituyen la base de todo aprendizaje. Hoy se sabe que de aceptar este criterio del
punto de vista conductual, quedaría excluidos los términos como mente, conocimientos e, incluso,
memoria, pues se opone a la psicología cognitiva. Actualmente se acepta que el conocimiento puede
ser adquirido tanto por el aprendizaje automático como por el cognitivo, lo que concilia ambas tesis y
cada una de ellas pasa a ser un simple punto de vista sobre un mismo fenómeno, el cual se manifiesta
de formas diferentes. El córtex estriado del cerebro anterior, constituye el sustrato anatomofisiológico
de la formación del hábito. En lo que hace al desarrollo, el hábito se configura como primitivo
porque parece que no contribuye a la formación de memoria. Otro hecho importante es que el
recuerdo de lo memorizado puede ser modificado por la incorporación de datos nuevos que de
alguna manera sea conexos al dato guardado por la memoria lo que involucra que el recuerdo de
algo primariamente almacenado en la memoria pueda ser modificado permanentemente. Otro dato es
que la memoria es de imágenes y conceptos. Unos pueden guardar mejor las imágenes y otros los
conceptos, pero una cosa no contradice la otra. No se puede pensar que la memoria sólo es de
conceptos y no de imágenes o viceversa. Prueba de ello es que yo recuerdo con precisión mi silla
preferida aunque no la haya visto por años o la misma se me muestre sorpresivamente fuera del lugar
habitual en que la uso. Pero las cosas abstractas sólo las memorizo únicamente por concepto
(ejemplo: amor).

Mecanismos sinápticos con neurotransmisores y receptores

Ya señalamos que las neuronas de la memoria utilizan sus sinapsis que se conectan con
determinados neurotransmisores y sus receptores que permiten que la señal neuronal se transforme en
compuestos químicos y éstos puedan volver a convertirse en señal nerviosa cuando es preciso
recordar. A su vez estos neurotransmisores son los que modulan la actividad genética que produce las
denominadas las denominadas proteínas de la memoria de las cuales se conoce la CREB. Hasta ahora
los más conocidos son el sistema colinérgico cerebral y el sistema glutatérgico-gabaérgico cerebral.

Sistema colinérgico

El sistema colinérgico del SNC es un sistema intrínseco similar al tuberoinfundibular


dopaminérgico, que ubica en neuronas extrahipotalámicas. El neurotransmisor principal es la
acetilcolina. La acción de este sistema es fundamentalmente sobre el hipotálamo, estimulando la
liberación de ACTH y gonadotrofinas. Está constituido por tres partes:

1. Por células colinérgicas aisladas o en pequeños grupos: que son motoneuronas, células del
sistema nervioso periférico (SNP) y las interneuronas. Las motoneuronas puede ser periféricas o
centrales. Las periféricas ubican en la médula espinal (motoneuronas espinales) y comandan las
funciones del músculo esquelético. Las motoneuronas del SNP se encuentran en los núcleos
visceromotores y somatomotor de los pares craneanos III, IV, VII, IX, X y XII. Hay motoneuronas
dispersas en la formación reticular. Estas células aisladas forman redes dendríticas densas, tanto en
planos verticales como horizontales. En el SNP las células preganglionares y las células
parasimpáticas posganglionares son colinérgicas. Algunas células simpáticas posganglionares, como
las glándulas sudoríparas, también son colinérgicas. Las interneuronas son neuronas que actúan como
verdaderos puentes funcionales entre neuronas gobernadas por distintos sistemas de
neurotransmisores. Las interneuronas colinérgicas se encuentran en varias estructuras formando un
puente entre las células dopaminérgicas nigroestriales (sustancia negra compacto-estriato) y las células
gabaérgicas estriatopalidales (estriato-pálido) y estriatonigrales (estriato-sustancia negra reticulada).
2. Por células que forman grupos: se encuentran como núcleos colinérgicos en dos zonas
cerebrales: prosencéfalo (banda diagonal de Broca, núcleo preóptico, sustancia innominada, núcleo
basal de Meynert y núcleos del septum). En el prosencéfalo subfrontal está el mayor número de
núcleos colinérgicos. Estos núcleos se denominan por nomenclatura alfanumérica y zonas: zona AC1
(núcleo mediano del septum) formada por células colinérgicas pequeñas; zona AC2 (brazo vertical de
la banda de Broca) con células fusiformes y de tamaño mediano; zona AC3 (parte lateral del brazo
horizontal de la banda de Broca); zona AC4 (núcleo basal de Meynert, globus pallidus, núcleo del asa
lenticular, parte media del brazo horizontal de la banda de Broca y núcleo preóptico). Las células se
agrupan en masas y tienen proyecciones difusas.
3. Tronco cerebral: (núcleos: cuneiforme, peduncular, parabraquial y tegmento lateral) con dos
zonas: AC5 (todos los núcleos menos tegmento lateral); AC6 en tegmento lateral. Ambas zonas
forman la vía dorsotegmental ascendente que inerva los núcleos talámicos, la habénula y el septum.

Los receptores colinérgicos son mediados por GMPc. No afectan la liberación de


somatohormona ni de la prolactina. Existen dos tipos de receptores colinérgicos: muscarínicos (M) y
nicotínicos (N). Los receptores muscarínicos se encuentran en el SNC y SNP. En el SNC se hallan en
las neuronas corticales y subcorticales (corteza cerebral y mesencéfalo) y difieren de los periféricos.
Son de tipo M1 y M2 . Se encuentran en estudio, receptores M3 , M4 y M5 . Los receptores M1 están
acoplados a proteína G (proteína-gp) y su estimulación provoca la activación del metabolismo de los
fosfoinosítidos. Activan el AMPc y el cierre de canales de K por movilización de Ca para formar
fosfoinosítidos. El Ca++ liberado en la reacción también activa la adenilciclasa calmodulina-
dependiente. Los M1 del SNC se encuentran en la corteza cerebral, el estriato, el hipocampo y los
ganglios de la base. Los receptores M2 están acoplados a proteína G (proteína-Gi) y su estimulación
disminuye la formación de AMPc. Se manejan por apertura de canales de K lo que provoca
hiperpolarización y, como los M1 , pueden intervenir en la activación del metabolismo fosfoinosítido.
En el SNC los M2 se encuentran en cerebelo, ganglios de la base y tronco cerebral. Los receptores
ubican tanto pre como postsinápticamente. Los receptores nicotínicos se encuentran en SNC en el
nivel de medula espinal y tectum óptico. Son receptores ionotrópicos de la fibra muscular estriada,
del SNP y del SNC y configuran receptores canales, cuya estimulación modifica la posición del canal
y lo hace permeable para el Na+ y el K+, despolarizando la membrana. En el SNC los receptores
nicotínicos (rCAN) (rAChN) N se distinguen por subunidades y siendo los más conocidos los N2 y
los N3 . Estos receptores cuatro unidades alfa diferentes ( 1 , 3 , 4 y 5 ). Los efectos centrales de los N no
se conocen bien aun. Desde los experimentos de T. Aigner se sabe que la fisostigmina mejora los
resultados de los tests cognitivos en monos. El antagonista de la fisostigmina, la escopolamina,
bloquea la actividad colinérgica y empeora los resultados de tests cognitivos. Actualmente se conoce
que la lesión quirúrgica de la base del cerebro anterior (área colinérgica) menoscaba la memoria
recognitiva aunque no con tanta intensidad como las lesiones de las restantes estructuras. Estas
sustancias actuarían en la formación de los recuerdos al nivel de hipocampo y amígdala por sus
proyecciones al cerebro anterior. La acetilcolina (y probablemente otros neurotransmisores como la
serotonina) iniciarían una serie de procesos en etapas celulares modificando la sinapsis y reforzando
las conexiones neuronales para transformar una percepción sensible en una huella mnésica física.
Routtemberg sostiene que la repetida estimulación eléctrica de ciertas neuronas activa mecanismos de
fosforilación y a través del sistema de la proteinquinasa da origen a las síntesis de nuevas proteínas.

Sistema glutatérgico o glutamatérgico

Es el sistema mediado por el glutamato, el aminoácido más abundante y el neurotransmisor


más importante del SNC de los mamíferos. Su difusión está muy generalizada a diferencia de otros
neurotransmisores que se localizan en pequeñas cantidades en lugares específicos. Del 60 al 80% de
las neuronas que integran la corteza cerebral humana son glutamatérgicas. Muchos órganos
sensoriales emplean el glutamato como su principal neurotransmisor (cóclea, bulbo olfatorio, retina).
También las fibras tálamocorticales son glutamatérgicas, así como la mayoría de los aferentes y
eferentes del hipocampo y la amígdala. El sistema glutamatérgico es, pues, responsable de la mayor
parte de la información organizada que sale del cerebro. Hoy se cree que el papel de los otros
neurotransmisores es tan sólo el de regular y modular las conexiones glutamatérgicas. Las principales
proyecciones glutamatérgicas comprenden:

1. cápsula interna
2. vía córticoestriatal ipsilateral
3. vía córticoestriatal contralateral
4. hipocampo
5. núcleo accumbens
6. núcleo olivar
7. septum
8. estriato
9. tálamo
10. vía perforante

El anión L-glutamato y el anión L-aspartato son responsables de las principales excitaciones


en los centros nerviosos por lo que constituyen los llamados aminoácidos excitatorios (AAE) que
denomina el conjunto de estas dos moléculas. Se habla de transmisión glutamatérgica pero debe
quedar entendido que dicha transmisión puede funcionar con glutamato exclusivamente o con
aspartato exclusivamente o con la acción conjunta de ambos. Son fundamentales en la potenciación a
largo plazo en el hipocampo y el córtex cerebral, en particular. Son aminoácidos naturales con una
función carboxílica suplementaria en gamma: para el glutamato es el ácido gamma-amino-succínico;
para el aspartato, el ácido gamma-amino-glutárico. El glutamato se origina a partir de la ornitina, el
aspartato a partir del propio glutamato o glutamina, o de la asparagina o del oxaloacetato. El
glutamato que utiliza la neurotransmisión es distinto al que interviene en el metabolismo energético.
Proviene de la glutamina y es sintetizado por la enzima glutaminasintetisa o glutaminasa. El ingreso
de calcio a la terminación postsináptica y la liberación retrógrada de oxido nítrico realimenta el
sistema y eleva la síntesis y liberación del glutamato. El glutamato del SNC se distribuye en tres
compartimientos: el extracelular, el citosólico y el vesicular. El gradiente entre el espacio intersticial y
el citoplasma presináptico es sostenido por un mecanismo sodiodependiente. A su vez, el gradiente
entre las vesículas presinápticas de almacenamiento y el citoplasma neuronal depende de una bomba
ATPasa. La secreción del glutamato a la hendidura sináptica se realiza por un mecanismo de
exocitosis. Una vez allí, el glutamato puede seguir tres caminos diferentes:

1. puede sufrir recaptación glial y en ese caso la glutamina-sintetasa lo transforma en glutamina


y lo almacena en el interior de las mitocondrias, donde se une al ácido alfacetoglutárico que la integra
al ciclo de Krebs y la transforma en una fuente de energía celular
2. puede experimentar recaptación presináptica, lo que depende de la bomba sodio/potasio que
lo recaptura en las terminales presinápticas y en los astrocitos gliales. Si el exceso de recaptación
produce citotoxicidad al descender el pH intracelular, la misma bomba sodio/potasio lo devuelve a la
hendidura sináptica pero liberándolo con una significativa cantidad de radicales libres lo que
constituye una situación patológica
3. finalmente, el glutamato puede unirse con los receptores glutamatérgicos específicos.

Los receptores glutamatérgicos específicos se dividen en: receptores ionotrópicos y receptores


metabolotrópicos. El receptor metabolotrópico es único, los ionotrópicos son diversos. Entre los
receptores ionotrópicos (llamados así porque están ligados a canales iónicos) se identifican dos
grandes grupos:

¬ receptores NMDA
¬ receptores no-NMDA
• receptor AMPA
• receptores Kainato

El receptor metabolotrópico único NMDA actúa por segundos mensajeros, induce la


formación de inositol-fosfato (IP3), inhibe la adenilciclasa y disminuye al AMPc intracelular. Se
denomina NMDA porque es activado por el N-metil-D-aspartato. Existen dos subtipos de rNMDA:
receptor de componente lento y receptor de componente rápido, lo que explica las respuestas
electrofisiológicas bifásicas. Exhibe un primer enlace para el agonista glutamato, un segundo enlace
para coagonista glicina que es absolutamente necesario para regular la apertura del canal iónico y un
tercer enlace para las poliaminas positivas (espermina, espermidina y arcaína). Existiría un cuarto
enlace para los antagonistas (fenciclidina, zinc, etc.) El magnesio extracelular elevado disminuye la
excitabilidad del canal iónico. Recientemente se han ubicados más subtipos e isoformas de receptores
NMDA lo que está indicando que estos receptores son como “maleables” a múltiples funciones por lo
que adoptan la forma más adecuada. Los subtipos conocidos, de despolarización lenta, son NMDAIR,
NMDAr 2B, NMDAr 2C, NMDAr 2D. En general, los NMDAr se componen de dos subunidades
múltiples, con estructura semejante a los no NMDAr y GABAr.

Los receptores no-NMDA tienen una clasificación controvertida. Las técnicas moleculares
para fijación de radioligandos permitieron identificar por lo menos seis proteínas receptoras, con
varios dominios. Los dominios intracelulares contienen mecanismos activadores de proteinquinasas.
Los Glu1 r a Glu4 r, son proteínas AMPA, mientras Glu5 r y Glu6 r presentan proteínas receptores de
kainato con alta afinidad. Se han descrito AMPAr “rápidos” que no varían en cantidad en el
desarrollo y la maduración y AMPAr “lentos” pocos numerosos al comienzo pero que aumentan con
el desarrollo y la maduración. La presencia de un módulo “rápido” en los receptores de glutamato
incrementa mucho la sensibilidad a la estimulación. La heterogeneidad de los receptores nativos se
debería a la ensambladura de unidades múltiples de diferentes subtipos en áreas y circuitos cerebrales
definidos. Los receptores AMPA Glu1 r o Glu3 r forman canales permeables a los iones sodio y calcio.
Si se agregan subunidades de Glu2 r sólo permiten el pasaje de sodio y el calcio los bloquea. La
denominación AMPA se debe al ácido alfa-amino-3-hidroxi-5-metil-4-isoxazol-propiónico que es su
agonista específico. Todos los receptores AMPA se encuentran en la vecindad de los receptores
kainato con los cuales interactúan. Los dos receptores se ubican de manera preferente en el
teleencéfalo. Los receptores kainatos abundan más en el estrato celular CA3 del hipocampo, las capas
profundas de la corteza y el estrato granuloso del cerebelo. El AMPA tiene su más alta densidad en el
estrato CA1 del hipocampo, las capas corticales externas, el septum lateral y el estrato molecular del
cerebelo. El receptor AMPA está asociado en la membrana neuronal con una proteína dota de papel
regulador. Algunos investigadores creen que el receptor Kainato es una subfamilia derivada del
AMPA.

El receptor metabolotrópico difiere de los anteriores. Puede ser activado por el glutamato y
también por el quisqualato. No responde al AMPA ni al Kainato. La respuesta de estos receptores está
ligada a oscilaciones en una corriente de cloro. El acoplamiento con agonistas se concreta a través de
una proteína G y se efectúa mediante el inositol-fosfato (IP3) o el aracnoidato. Puede bloquearse con
EDTA. Estos receptores se han detectado en las células bipolares de la retina.

La fisiopatología de todos estos receptores glutamatérgicos requiere el ingreso intraneuronal


del catión calcio. Algunos de estos efectos son beneficiosos para el organismo, favorecen la
maduración neuronal y la plasticidad sináptica y aparecen estrechamente vinculados con los procesos
de aprendizaje y memoria. Otros efectos en cambio desbordan los mecanismos de control fisiológicos
y originan diferentes patologías degenerativas. La potenciación a largo plazo (PLP) puede definirse
como un aumento de amplitud de la respuesta postsináptica prolongada a continuación de un tren de
estímulos presinápticos. Para que exista PLP es necesario que el estímulo previo reúna ciertas
condiciones: debe ser breve (menos de un segundo) y de frecuencia elevada (superior a 100 Hz) y
los encargados de estos mecanismos son los receptores NMDA. El fenómeno PLP tiene tres fases:

1º. Fase rápida: corresponde a la llamada potenciación postetánica y dura algunos minutos
2º. Fase de mediano plazo: que dura de 30 minutos a algunas horas
3º. Fase de largo plazo: oscila entre una hora y varias semanas.

Para que un recuerdo pueda pasar de la memoria de corto plazo a la de largo plazo, es preciso
que transite por lo que se conoce como el “portero de la memoria” que es toda la atención que la
persona debe prestar para concentrarse en el dato o acontecimiento que se pretende recordar para
siempre. Sin embargo, en la realidad ocurren cosas curiosas. Hay ocasiones en que los
acontecimientos que ocurren son tan intensos que sin mediar la voluntad de atención o concentración
de una persona, quedan grabados en forma indeleble. Esto ocurre con la llamada memoria del horror
o miedo, despertada por hechos traumáticos. Curiosamente, en determinadas ocasiones, el mismo
trauma produce la llamada amnesia postraumática. Otras veces una persona realiza un gran esfuerzo
de concentración y atención pero le es imposible grabar en la memoria a largo plazo determinados
conocimientos o datos que necesita. Estos fenómenos, en parte, suceden porque falla el proceso de
recuperación pero no porque se haya alterado la función de almacenamiento de la memoria. Esto se
ha probado porque el algunos procesos patológicos, el individuo recuerda datos que se tenían
olvidados o que nunca pudo retener a pesar de esforzarse por ello. El análisis del PLP se realiza
habitualmente sobre neuronas del hipocampo en las que los receptores glutamatérgicos provienen de
la vía comisural de Schäffer. El fenómeno PLP aparece como un refuerzo de interacción entre
neuronas pre y postsinápticas. Se da siempre después de una estimulación sostenida. Por esta razón, el
fenómeno se considera soporte o uno de los soportes de la función mnésica. Gracias a él se conserva
el recuerdo de la coactivación de dos neuronas en el circuito sináptico. El origen del fenómeno PLP
se ha investigado a nivel presináptico (aumento de liberación de glutamato) y postsináptico (aumento
del número de receptores y/o esfuerzo del acoplamiento). La hipótesis presináptica se apoya en el
análisis electrofisiológico y en particular en la observación de una disminución en el número de
fracasos de la transmisión durante el PLP. Algunos autores creen que las condiciones de liberación,
vuelven poco probable la persistencia de un muy fuerte aumento durante un tiempo lo
suficientemente prolongado.

La hipótesis postsináptica se fundamenta en el hecho de que la PLP puede ser reproducida


por despolarización postsináptica. El papel del calcio iónico fue ratificado en las neuronas que
integran el estrato CA1 del hipocampo. La despolarización prolongada impuesta artificialmente
puede sustituir a la estimulación presináptica de alta frecuencia e inducir PLP. En estas condiciones se
reproduce un aumento de la concentración intraneuronal de calcio. A la inversa una
hiperpolarización previene el desarrollo del fenómeno PLP. La despolarización en sí misma
constituye la forma más simple y eficaz de aumentar la probabilidad de éxito de la transmisión por
caída del umbral de activación. Los agentes bloqueadores competitivos del receptor NMDA
interrumpen el fenómeno PLP. Sin embargo, parece que la activación NMDAr no es indispensable
para la PLP, con la condición de que se produzca una despolarización suficiente para activar los
canales cálcicos dependientes del potencial. Para una buena coordinación de efectos hay que concebir
una retroalimentación o feedback postsináptica mediada por el óxido nítrico que se sintetiza a partir
de la oxido-nítrico-sintetasa y es recaptado en la presinapsis.

Los fenómenos observados durante el crecimiento y maduración del sistema nervioso se


acompañan de fenómenos comparables con el PLP. Las finalidades son cercanas porque se trata de
reforzar relaciones sinápticas luego de coactivar dos neuronas de modo que la actividad de una de
ellas se transfiera a la otra. Este fenómeno utiliza el mismo tipo de receptores y durante el desarrollo
neuronal, las conexiones se consolidan de la misma manera. En el montaje de ciertos circuitos (red de
Purjinje o Purkinje del cerebelo) se ha demostrado la presencia transitoria de receptores NMDA, que
son funcionales durante el establecimiento de las sinapsis y luego desaparecen para dar lugar a otros
subtipos de receptores (AMPA). Durante estos procesos aparecen botones sinápticos, emergen conos
de crecimiento neuronal y se liberan factores neurotróficos. Los receptores glutamatérgicos están, así,
involucrados en la sinaptogénesis. La fenciclidina (PCP) es un bloqueante de la neurotransmisión
glutamatérgica mediada por los receptores NMDA. Como anestésico usado en al década del ‘50
producía una disociación del paciente respecto del mundo exterior. En la década del ‘70 comienza su
empleo ilícito como adulterante de anfetaminas o sustituto del LSD y se usa para fumar, ingerir,
administrar por vía nasal o inyectarse. La utilizan un 3% de los adictos de EE.UU. Su uso induce
psicosis que dura de 1 a 30 días (con un promedio de 4 días) en personas normales. En los psicóticos
aumenta la enfermedad y las pérdidas cognitivas y perceptuales. Un 20 a un 25% de individuos
expuestos al PCP desarrollan síntomas psicóticos. La edad de mayor riesgo para uso de PCP oscila
entre los 15 y los 20 años de edad.

Los aminoácidos excitatorios, en particular el ácido kaínico, producen excito-toxicidad. La


administración sistémica de glutamato ocasiona una necrosis neuronal circunscripta a regiones
ubicadas fuera de la barrera hematoencefálica. La captación de glutamato por células gliales del
sistema nervioso atenúa la toxicidad. La regulación de las cantidades de glutamato presente en el
medio extracelular y en la hendidura sináptica depende, entre otros factores, de la captación
neuronal, de la captación de células gliales y del equilibrio con el metabolismo del GABA. El
fenómeno tóxico se da cuando sobreviene un déficit no compensado en alguno de esos mecanismos.
En el hipocampo, el fenómeno PLP puede ser en parte compensando por la actividad concomitante
de una sinapsis gabaérgica (tipo B) que podría contribuir a acotar sus efectos tóxicos. Entre los
mecanismos citotóxicos debemos señalar a:

⇒ La activación de los calpains, que degradando los distintos constituyentes del citoesqueleto
celular desorganizan las terminaciones
⇒ La activación de las fosfolipasas con producción del ácido araquidónico y radicales libres
⇒ La producción de monóxido de carbono y de un exceso de óxido nítrico que promoverían
una inhibición terminal de la secuencia respiratoria mitocondrial

Se conocen intoxicaciones alimentarias que involucran los receptores glutamatérgicos: el


latirismo por consumo de una leguminosa (lathyrus sativus) por antagonismo irreversible de los
receptores AMPA; el síndrome Guam por consumo de un aromato (Cicus circinalis) por antagonismo
de receptores AMPA y NMDA. Las propiedades tóxicas de los aminoácidos excitatorios se
manifiestan en enfermedades degenerativas como la esclerosis lateral amiotrófica y el envejecimiento,
lo que despierta el interés por la investigación de estas estructuras y de aquellas moléculas que
desarrollan sobre dichas estructuras, fenómenos de alta y baja regulación (up y down-regulation).
También se conoce el fenómeno inverso de la PLP que es el fenómeno de depresión a largo plazo
(DLP), que interviene en la abolición de la plasticidad sináptica. En el cerebelo la estimulación
conjunta de las fibras trepadoras y de las fibras llamadas paralelas induce DLP. La aspiración de
monóxido de carbono provoca este fenómeno, siendo esa la razón de que aspirar monóxido de
carbono, por ejemplo, cuando se fuma y se aspira el humo que sale directamente de la combustión de
la punta del cigarro o cigarrillo, provoca una pérdida parcial de la memoria, especialmente para los
nombres propios. Esto explica porque los estudiantes fumadores, en época de examen con estudios
intensos y prolongados, aspiren demasiado humo directo del cigarrillo y tengan dificultades de
memoria.

Teoría de las ráfagas: experiencia, percepción y aprendizaje

Cuando se observa el rostro de un personaje célebre, se huele una comida predilecta o se oye
la voz de un amigo, se los reconoce de inmediato. Una fracción de segundos basta para que la
estimulación de nuestros sentidos nos informe que estamos en presencia de algo familiar, deseable o
peligroso. Este reconocimiento casi instantáneo se llama percepción preatentiva o preatencional
requiere un análisis de los estímulos, que realiza la corteza cerebral. Es imposible comprender este
proceso de percepción examinando sólo las propiedades de neuronas individuales o grupos aislados
de neuronas. Hoy se sabe que la percepción es producto final de la actividad cooperativa simultánea
de millones de neuronas ubicadas en distintos estratos de la corteza cerebral, las que se activan en
cada experiencia o estímulo. Los más modernos avances en este terreno sugieren que existe en el
cerebro cierto “caos” o comportamiento complejo que parece casual, aunque de hecho responde a
algún orden oculto. Este caos se torna patente cuando amplios grupos de neuronas cambian de
repente y de modo simultáneo un tipo de actividad compleja por otro, en respuesta a un estímulo
cualquiera. La mutabilidad es, sin duda, una característica primordial de muchos sistemas caóticos y
en el cerebro es la propiedad que hace factible la percepción. El caos subyace en la capacidad del
cerebro para responder de un modo flexible al mundo exterior para generar nuevos patrones de
actividad que se perciben como experiencias o ideas originales.

Para entender la percepción y su aprendizaje hay que partir del conocimiento de las
propiedades de las neuronas que la efectúan. Por ejemplo, cuando se aspira un aroma, las moléculas
que lo transportan son capturadas por unas pocas de las muchísimas neuronas receptoras situadas en
las fosas nasales, existiendo receptores especializados para las diferentes clases de aromas. Las células
excitadas disparan potenciales de acción o pulsiones que se propagan a lo largo de las dendritas y
axones hasta alcanzar un sector de la corteza cerebral denominado bulbo olfatorio. El número de
receptores activados depende de la intensidad del estímulo; su ubicación en la nariz externa expresa la
naturaleza del olor. Esto significa que cada olor se manifiesta por una disposición espacial de la
actividad receptora que, a su vez, se transmite al bulbo. El bulbo analiza cada tipo de entrada y a
continuación sintetiza su propio mensaje, que retransmite al córtex cerebral. Desde allí se envían
nuevas señales a muchas partes del cerebro, entre ellas al llamado córtex endocrino donde se fusionan
con percepciones o señales precedentes de otros sistemas sensoriales. El resultado es una percepción
cargada de significados, una “Gestalt” o configuración sensorial propia y única de cada individuo, de
forma tal que la interpretación de un todo no siempre es una mera conjunción o sumatorias de parte,
sino que cada parte, como un complicado y extenso rompecabezas, debe ubicarse en el todo con una
completa armonía y sentido. Desde luego, la interpretación de un “todo” o de los “todos” que puedan
existir en el universo humano, es también como la existencia de múltiples y diversos rompecabezas.
Los hay muy sencillos y fáciles de armar y los hay muy intrincados y con partes muy disímiles que
exigen una gran capacidad y paciencia para lograr la comprensión de un ensamble adecuado y
correcto. En esto interviene la creatividad y la originalidad de los “armadores de rompecabezas”,
como serían los artistas en general, los científicos en particular y la rara especie en extinción de los
“filósofos de raza”.

¿Cómo distingue el cerebro un olor de todos cuantos los acompañan y cómo logra lo que se
denomina la generalización sobre los receptores equivalentes? A causa de la turbulencia de la
corriente de aire que ingresa a la nariz, sólo unos pocos receptores de los muchos que existen, se
excitan durante una aspiración. La selección de los mismos varía imprevisiblemente de una aspiración
a otra. Para reconocer las señales provenientes de distintos grupos de receptores para un mismo
estímulo, todas las neuronas participan en la elaboración de cada una de las percepciones olfatorias.
En otras palabras, la información más destacada acerca del estímulo se debe a alguna configuración
distintiva de la actividad del bulbo entero y no a un pequeño subgrupo de neuronas detectoras de ese
rasgo, que sean excitadas en forma aislada o independiente. Es más: aunque esa actividad nerviosa
conjunta refleja el aroma, la actividad de la misma no viene determinada únicamente por el estímulo.
El funcionamiento del bulbo es autoorganizado, es decir, está controlado por factores internos que
influyen gradientes de sensibilidad de las neuronas a los estímulos.

Las neuronas del córtex reciben sin cesar, los impulsos provenientes de millares de otras
neuronas. Algunos de estos estímulos son excitatorios, otros inhibitorios. Estas corrientes dendríticas
recorren todo el cuerpo celular y se concentran sobre un área denominada zona de disparo. Allí las
corrientes atraviesan la membrana celular y pasan al espacio intersticial. Mientras esto acontece, la
célula calcula la fuerza promedio de las corrientes (que se refleja en los cambios de potencial al
atravesar la membrana) y refuerza las ondas excitatorias, deprimiendo las inhibitorias. Si el resultado
es una corriente que supera el umbral crítico o nivel mínimo de excitación, la neurona promueve un
disparo. El EEG no registra la actividad de una neurona, sino de un grupo de neuronas, dado que el
espacio intersticial está atravesado por corrientes que provienen de millares de células. Los registros
del EEG siempre oscilan ante la percepción de la actividad neuronal y los trazos de las ondas
electroencefalográficas suben y bajan, registrando variaciones bastantes irregulares.

Cuando un individuo aspira un aroma y está bajo control del electroencefalógrafo se


determina un registro que se denominado ráfaga. Todas las ondas procedentes de la retícula de
electrodos se vuelven de pronto más regulares u homogéneas durante unos pocos ciclos, hasta que el
individuo exhala el aire. Esas ondas en ráfaga tienen mayor amplitud y frecuencia que las
convencionales y oscilan a 40 ciclos por segundo, razón por la cual se les denomina “ondas de 40
Hertz” (en realidad la frecuente se mueve en un rango que abarca desde 20 a 90 Hertz). El análisis de
estas ráfagas ha permitido descubrir en ellas una onda común que se llama “onda portadora” que
exhibe un mismo tipo de ascenso y descenso. Esto ocurre en cuatro etapas:

1º. Las neuronas excitadoras se excitan o liberan desde el estado de inhibición (ascenso de la
curva)
2º. Las neuronas excitadoras estimulan a las neuronas inhibidoras que amortiguan la actividad
excitadora (meseta o estabilidad del ascenso)
3º. Las neuronas inhibidoras deprimen más a las excitadoras y ellas mismas se deprimen
(descenso de curva)
4º. En cuanto las neuronas inhibidoras se quedan en reposo, las excitadoras se libran de la
inhibición y el ciclo comienza nuevamente

En ocasiones estas ondas portadoras son más regulares y otras veces se las recoge con una
mayor irregularidad. Curiosamente, no es la forma de la onda portadora la que revela la identidad del
olor. De hecho, la onda cambia de forma cada vez que el individuo inhala, aunque el aroma aspirado
sea repetidamente el mismo. La identidad de un olor se puede discernir sólo en la representación
espacial de la amplitud de la onda portadora que recorre el bulbo entero. Los patrones de amplitud se
evidencian con nitidez cuando se traza la amplitud media de las distintas versiones de la onda
portadora en una cuadrícula que representa la superficie del bulbo. Esto se llama “mapas”. Los
“mapas” recuerdan esos diagramas de contorno que perfilan las elevaciones de los montes y las
honduras de los valles. Mientras no se altere el entrenamiento del individuo, se obtendrá siempre el
mismo mapa frente a un determinado aroma, aunque la onda portadora difiera en cada aspiración.
Esto mapas han servido de ayuda para evidenciar que no sólo la percepción requiere una actividad
global del bulbo entero, sino también éste participa en el proceso de asignar significado a los
estímulos.

El mapa que representa la amplitud de la onda portadora de cierto aroma cambia bruscamente
cuando alteramos el recuerdo asociado a ese aroma. Si el bulbo no hiciese que la experiencia
influyera en esa percepción, el mapa permanecería inalterado después de haber cambiado la
asociación condicional. Las técnicas de refuerzos para distinguir entre diferentes estímulos olfatorios
hacen que ciertas sinapsis que conectan neuronas dentro del bulbo y dentro del córtex olfatorio, se
consolidan selectivamente. Esto significa que la sensibilidad de las células postsinápticas al estímulo
excitador (propiedad conocida como ganancia) crece al nivel de las sinapsis y hace que un estímulo
origine una respuesta mayor que la que habría provocado sin ese estado de entrenamiento especial.
La ganancia es la relación entre respuesta y estímulo, medida en intensidad. Este fenómeno de
potenciación en el mediano y largo plazo, está vinculado con la idiosincrasia de receptores NMDA
del sistema glutamatérgico, que según estudiamos, tiene los receptores AMPA como responsables de
la potenciación a largo plazo (PLP). La asociación de células nerviosas no genera por sí misma las
ráfagas de actividad colectiva del bulbo entero. Para que sobrevenga una de tales ráfagas en respuesta
a un aroma, es preciso que la neuronas que integran la asociación y todo el conjunto de las que
forman el bulbo, estén “preparadas” para responder con fuerza al estímulo. Hay dos procesos que
complementan la preparación llevada a cabo por el desarrollo de sinapsis múltiples. Ambos afectan a
la ganancia y lo hacen modificando la sensibilidad de la zona de disparo. Aquí la ganancia es la
proporción entre el número de impulsos disparados (salida) y la corriente dendrítica neta (entrada).
Así, llamamos ganancia total al producto de lo obtenido en las sinapsis (nivel de receptores) y en las
áreas de disparo.

Los dos procesos serían:

1º. Factor de preparación de estimulación general: Ante diferentes estímulos simultáneos


(hambre, sed, miedo) la ganancia de neuronas se incrementa tanto a nivel del bulbo como del córtex.
Esto se debe a la liberación y actividad de sustancias neuromoduladoras que actúan como
facilitadoras
2º. Factor de preparación o estímulo mismo: cada excitación aumenta la respuesta de modo que
hasta un cierto nivel los estímulos reiterados funcionan como factores de potenciación. La mayoría de
los modelos aplicados al conocimiento de redes nerviosas da por sentado que las neuronas logran su
máxima ganancia cuando se encuentran en reposo, pero para el cerebro humano esto es inapropiado,
pues no los modelos no admiten que las redes neuronales generen cambios explosivos.

De este modo, la información procedente de los aromas pasa de un corto número de


receptores a un número aún menor de células bulbares. Si el aroma es familiar y el bulbo ha sido
preparado por excitación, la información se transmite con la celeridad de un relámpago debido a la
reunión de neuronas. El bulbo envía entonces a través de axones paralelos una “notificación de
consenso” hasta el córtex olfatorio. La respuesta está vinculada, sin duda, con el tendido que conecta
bulbo y córtex. La comunicación entre ambas estructuras se hace con axones paralelos. Cada axón
ramifica y transmite impulsos a miríadas de neuronas situadas en el córtex olfatorio. Cada célula
target recibe el estímulo procedente de miles de células bulbares. La actividad transmisora de las
líneas entrantes, sincronizada por cooperación, se destaca porque esas señales se suman unas a otras.
De esta manera, cada neurona receptora del córtex, capta una porción de la señal vulvar cooperativa
y transmite las señales sumadas a millares de sus vecinas. Como respuesta, las neuronas del córtex,
masivamente interconectadas, generan su propia ráfaga colectiva. Resumiendo: la senda transitoria
para el patrón global dominante depura el mensaje, elimina el “ruido agregado”, y hace que una
señal pura impresione el córtex olfatorio. Este mismo mecanismo, adaptado a cada sentido, puede ser
la vía común final al resto de las percepciones sensoriales.

Hay varios argumentos por los que se admite que la actividad cerebral, durante las ráfagas y
entre ellas, es caótica y no meramente estocástica. Para entender esto hay que definir primero dos
ideas referidas al caos y la aleatoriedad:

1. En el caos o actividad caótica subyace un cierto orden cooperativo. Ejemplo: una


muchedumbre que en hora pico espera en un andén de la estación ferroviaria para orientarse cada
grupo a un tren definido con un recorrido determinado y de un horario específico. Cada pasajero, a
pesar del tumulto y movimiento, tiene objetivamente ordenada su actividad al buscar un tren
determinado y moverse para encontrarlo.
2. En la aleatoriedad o estocásticismo, sólo hay movimientos fortuitos o erráticos que no
comparten ninguna actividad cooperativa. Ejemplo: también una multitud en un andén de estación
ferroviaria pero que está aterrorizada por amenaza de algo (bomba, derrumbe de edificio, temblor o
terremoto, explosión de una maquinaria, incendio, etc.). Cada persona realizará movimientos
erráticos, sin un fin determinado, completamente desordenado y de acuerdo al azar, sin coordinación
cooperativa de ningún tipo y que ningún anuncio o señal puede ordenar.

Un indicio a favor de la teoría cerebral del caos es que durante las ráfagas, e incluso entre
ellas, todo el bulbo olfatorio es atravesado por una única onda portadora. Sus características no
pueden ser cambiadas por estímulos externos porque se autogenera en el propio bulbo. Esta es una de
las características distintivas de los sistemas caóticos. Otro indicio es que los colectores neuronales del
bulbo y del córtex exhiben una notoria capacidad para pasar en forma instantánea de un estado de no
explosión al de explosión en ráfaga. A estos cambios superrápidos, motivados por estímulos débiles,
los físicos los llaman transiciones y los matemáticos bifurcaciones. La bifurcación es muy difícil de
controlar en un sistema caótico y suele estar bajo control en uno de tipo estocástico. La identificación
del caos no nos revela automáticamente su origen. Surgen en el cerebro cuando una o más áreas
como el bulbo y el córtex olfatorio se excitan entre sí de modo que ninguna permanezca en calma y
al propio tiempo son incapaces de coincidir en una frecuencia oscilatoria común. La competencia
entre las partes aumenta la sensibilidad y la inestabilidad del sistema contribuyendo al caos. La
importancia de esta interacción se evidencia si desconectamos ambas regiones. Sólo entonces
desaparece el caos y ambas se tornan anormalmente estables y quietas. Los moduladores bioquímicos
o neurotransmisores, llegados desde cualquier ámbito, aumentan la sensibilidad al estímulo y
participan de la formación de ondas aumentando la excitación. Esta comprobación ligada con la
percepción de que el cerebro exhibe un caos controlado, constituye en realidad una propiedad
fundamental de este órgano, la principal que lo diferencia de una máquina de inteligencia artificial.
La ventaja decisiva del cerebro radica en que los sistemas caracterizados por él, producen
continuamente nuevos patrones de actividad.
Sobre estos conceptos puede esbozarse un algoritmo de comportamiento basal. El cerebro
busca continuamente información e impulsa al individuo a que mire, huela y escuche. Esa búsqueda
es el resultado de una actividad autoorganizadora que tiene lugar en el sistema límbico. Recordemos
que este sector del cerebro involucra el córtex endocrino que es la sede de la vida emocional y de
una forma de memoria. Transmitida la orden de moverse, el sistema límbico despacha un mensaje de
referencia alertando a todos los sistemas sensoriales para que se alisten a responder a la nueva
información. Todas y cada una de las neuronas de un área dada, responde generando una actividad
colectiva que hemos llamado ráfaga. La actividad sincrónica de cada una de las neuronas que integra
un sistema se retrotransmite hacia el sistema límbico donde todos estos impulsos se integran en una
sensación completa o “Gestalt”. De inmediato se demanda otra búsqueda de información y los
sistemas sensoriales vuelven a alistarse por referencia. El estado de coincidencia podría asentarse en la
experiencia subjetiva de este proceso recursivo motor, referencia y percepción. Esto capacitaría al
cerebro para hacer planes y preparar cada acción subsiguiente, basándose en la anterior. William
Blake, poeta, escribió: “si las puertas de la percepción se purificaran, cada cosa aparecería ante el
ser humano como realmente es, es decir, infinita”. Tanta purificación sería probablemente
abrumadora. De esta percepción no asumible, nos protege la autocontrolada actividad caótica del
córtex que es la única propiedad que les resta adquirir a los robots artificiales para humanizarse.

Formas de memoria

Hay muchas formas de obtener y almacenar la información, lo que se realiza en diferentes


etapas. Según Atkinson y Shiffrin (modelo Atkinson-Shiffrin), resume rápidamente tres procesos
mnésicos simples y supone que cada uno de esos procesos tiene una serie de procesos de control y
selección. Estos procesos dependerán del modo en que cada persona los use de acuerdo a sus
motivaciones o intenciones, constituyendo para cada uno, en forma individual, estrategias o formas
de procesar la información, para utilizarla según sus necesidades o las circunstancias que deberá
afrontar. Este modelo es muy elemental y básico y explica a grandes rasgos los atributos más
importantes del proceso mnésico de adquisición y almacenamiento de datos. Pero habría otras
modalidades de memoria, las cuales tendrán como base siempre un modelo que comprende:

1. registro del dato


2. almacenamiento a corto plazo
3. almacenamiento a largo plazo

Hay un registro sensorial de los estímulos externos que constituye un primer almacén o
memoria sensorial. Se llama sensorial porque generalmente la recepción de datos es por conjuntos y
por la vía sensorial. Es muy fugaz y alcanza apenas unos segundos de duración. Este tiempo de
permanencia es a los efectos de analizar si el registro sensorial debe ser memorizado o no. Hay
estímulos muy fuertes que demoran ese lapso, pero no para su análisis sino por su gran intensidad.
Así, lo más inmediato es la memoria sensorial, la cual una vez analizada o en virtud de su fuerza de
impacto pasa selectiva o automáticamente a un segundo almacenamiento denominado memoria de
corto plazo. La memoria a corto plazo usa del “almacenamiento sensorial” que tiene una etapa breve
de obtención de información seguida de un olvido casi inmediato. La información queda almacenada
en esta memoria también es de un lapso muy corto (no mayor de 30 segundos) pero mayor que el de
la memoria sensorial. Vuelve a realizar un segundo análisis más detallado de la información recibida
y extrae los componentes verbales que ésta pueda poseer. Se diferencia del registro o memoria
sensorial y de la memoria a largo plazo porque sólo puede mantener una pequeña cantidad de
información simultánea. La principal característica de la memoria de corto plazo es que la
información o dato que contiene es en estado activo (es usada y procesada constantemente mientras
permanece en este almacén). Es una memoria para uso inmediato, con capacidad muy limitada ya
que sólo puede mantener una pequeña cantidad de información al mismo tiempo y por corto lapso.
Se le llama también memoria activa. Es la que tiende a fallar con el tiempo en la mayoría de las
personas. Registra hechos recientes. Ejerce control sobre el cerebro al indicarle qué información debe
tener en cuenta. En una conversación permite recordar la primera parte de la frase del interlocutor
hasta que éste llegue al final. Es asimismo, la base de la atención múltiple simultánea (memoria
múltiple simultánea) que permite atender varias cosas a la vez, por ejemplo, mientras se habla por
teléfono hojear la correspondencia o una revista, a la vez que se solicite por seña o expresamente algo
a una persona que pase en ese momento (pedir un café, llamar la atención, saludar, etc.). La memoria
puede ser un acto involuntario mediante el cual queda grabada un dato en la memoria sin mediar el
querer o voluntad de hacerlo (memoria involuntaria). O puede ser un acto voluntario en el cual
expresamente se pone la intención de memorizar un dado (memoria intencional). La memoria de
corto plazo, naturalmente, comienza a declinar entre los 40 y 50 años de edad. Si algo le afectara
patológicamente, no se podrían ejercer profesiones como comprador de valores de la bolsa o piloto
de avión de caza (Richard Mohs). Una forma de esta memoria, es la memoria episódica (memoria
anterógrada o de hechos recientes) que también guarda hechos y experiencias relativamente recientes
(la película vista hace pocos días, donde se dejan los anteojos o estaciona el auto, etc.). Su declinación
comienza alrededor de los 40 años de edad, pero su decadencia es más lenta a tal punto que no se
advierte, quizás, hasta dos décadas después del comienzo de la pérdida. Así una persona de 50 años
nota la facilidad de los jóvenes para estudiar, aprender y memorizar el uso de aparatos electrónicos o
un nuevo programa de computadora, actividades que a él le cuestan mucho más. La capacidad de
retención de esta memoria es menor a medida que aumenta la edad. Esto acarrea problemas en
profesiones tales como la medicina en la que la diversidad de conocimientos y su renovación
permanente, es una de las profesiones que más exige memoria episódica y al disminuir ésta, puede
hacer que un médico sea susceptible de incurrir en negligencia profesional, ya que sólo se recuerda la
mitad de la información y se produce el olvido de las dolencias de pacientes en el mismo día en que
éstos son atendidos. Otra característica importante es la cualidad de ser una información o dato
consciente, a tal punto que muchos investigadores consideran a esta memoria como la actividad de la
conciencia en el momento en que ésta es activa. Esto lleva a pensar que la memoria de corto plazo es
propiamente la conciencia o estado de conciencia, pero más bien debiera pensarse que es la
memoria que usa la conciencia y que es ella misma, dado que el estado de conciencia es mucho más
complejo que un simple registro de la realidad circundante. La característica de estado activo y
consciente, hace que la memoria de corto plazo sea el mejor mecanismo para explicar el recuerdo.
Esto tiene lugar porque para recordar lo memorizado, la información contenida en el
almacenamiento de memoria a largo plazo debe desplazarse nuevamente a la memoria de corto plazo
para ser reactivado y usado. Por estas razones podemos creer que la memoria de corto plazo es una
especie de memoria consciente

Si esta memoria de corto plazo es estimulada en forma reiterada por el mismo tipo de
información, pasa a una etapa prolongada de información la cual será procesada en otra forma de
almacenamiento que es la memoria a largo plazo. Se trata de un almacén de capacidad ilimitada en el
que vamos acumulando todos los acontecimientos que nos ocurren y los conocimientos que podamos
aprender. Todos estos contenidos permanecen, además, indefinidamente en este almacén, al que
debemos recurrir siempre que necesitamos recordarlos. La información o datos registrados en esta
memoria son inactivos o inconscientes (memoria inconsciente), a diferencia de la memoria de corto
plazo, pero la memoria de largo plazo necesita inevitablemente el proceso de la memoria de corto
plazo que es de donde recibe información. Todos estos fenómenos descriptos nos indican que la
memoria a largo plazo tiene esquemas múltiples de organización. Uno de ellos es la asociación de
ideas o conceptos, otro es el efecto “von Restorf” de la escuela gestaltista, el cual distingue entre
conceptos homogéneos (los formados por una misma categoría de imágenes, por ejemplo, letras) y
conceptos heterogéneos (los conceptos introducidos dentro de un grupo de homogéneos, por
ejemplo, si en un grupo de letras se inserta un número). Según la teoría del efecto “von Restorf”, los
conceptos heterogéneos son más fáciles de memorizar y recordar. Otros modos de organizar la
memoria y el recuerdo están en los modelos de organización impuesta y organización subjetiva. La
organización impuesta se denomina así porque generalmente es impuesta por una circunstancia
determinada (grabar una lección escolar, dar un examen, contestar una encuesta o someterse a una
investigación). En este caso, la persona tiende a ordenar el pensamiento en categorías. Por ejemplo si
se le somete a consideración una larga lista donde se entremezclan dispersos los nombres de animales,
transportes, grupos sociales, a fin de facilitar el recuerdo, el individuo agrupa a cada uno de los
términos dispersos dentro de un grupo específico. La organización subjetiva es la organización que
libremente hace un individuo frente a una lista conocida por azar, la cual contiene agrupaciones
débiles, es decir, no hay grupos específicos determinados. En este caso, la persona tiende a buscar
inconscientemente una forma de agrupar sobre la base de la función de cada palabra o término. Estos
tipos de organizaciones se deben a que el individuo, cuando debió almacenar o memorizar los datos
también lo hizo con algún tipo de agrupación o categoría. Dentro de la memoria a largo plazo se
consideran varios tipos de memorias. La formación de conceptos da lugar a la denomina memoria
semántica y memoria episódica. La memoria episódica es la relativa al conocimiento y registro de
acontecimientos que conocemos o episodios que han sucedido y se presenciaron (recordar lo
ocurrido ayer). La memoria semántica es la que procede de la información relativa a definiciones de
términos o a la conceptuación de conocimientos del mundo o de algunos hechos de la realidad.
Mientras que la memoria episódica está más referida al proceso mental de la percepción e ideación, la
memoria semántica se relaciona con el paso siguiente del proceso mental: la conceptualización. Las
ventajas de una memoria sobre otra es que la episódica nos permite recordar rápidamente cualquier
conocimiento adquirido, pero este recuerdo puede tener interferencias, menor asociación y algunos
olvidos. La memoria semántica en cambio, produce recuerdos más nítidos, precisos y difíciles de
olvidar, porque la memorización de hechos con significados o de concepto, se graban más y menor
que el registro de un acontecimiento simple, sin necesidad de conceptuación, como ocurre cuando
nos formamos sólo la idea de algo, sin tratar de explicarla o individualizarse. Hay también una
memoria de procedimientos o memoria procedimental (procedural memory) que recuerda una
aptitud adquirida y es la que nos permite guardar el recuerdo de cómo se realizan trabajos, los juegos,
deportes, etc. Esta memoria es considerada como memoria activa, la cual comprendería la memoria a
corto plazo y la memoria operativa (“working memory”) (o memoria de trabajos o procedimientos)
que consiste en la activación temporal de la red de memoria perceptiva y motora a largo plazo (la
activación temporal es retener brevemente una representación).

Estudiaremos ahora otras modalidades de memoria. La memoria personal común que es la


que abarca genéricamente a todos los tipos de memoria, tanto a la memoria de corto como la de largo
plazo o memoria adquirida y la denominada memoria de la especie o memoria filética o memoria
innata. Para estudiar la memoria filética, prácticamente puede considerarse al cerebro humano como
compuesto con tres estructuras (tres cerebros). La primera estructura es el llamado “encéfalo de
reptil”, heredado de los antepasados reptiles que tuvieron la primera estructura encefálica animal, y
que está conformado en el hombre por el tronco encefálico superior (formación reticular,
mesencéfalo y ganglios basales) e hipotálamo. La función principal del “cerebro de reptil” es la
regulación de la conducta estereotipada (instintiva), de los biorritmos y de las funciones fisiológicas
vitales. El sistema límbico, es la segunda estructura encefálica en el hombre, llamada “viejo encéfalo
de mamíferos” porque se formó en los primeros mamíferos, nace rodeando al antiguo “cerebro de
reptil”. Ambos encéfalos (encéfalo de reptil y viejo encéfalo de mamíferos) quedan interconectados
tan íntimamente que funcionan regulando tanto lo instintivo como lo emotivo, modulándose ambas
funciones entre sí. La generación que siguió a los viejos mamíferos y que comprende al ser humano,
formó una tercera estructura encefálica o “nuevo encéfalo de mamíferos” constituido por el
neocortex, órgano regulador con la razón y el lenguaje. De esa manera, el encéfalo del hombre
queda formado por tres “encéfalos”:
1. encéfalo de reptil (cerebro de reptil): tronco encefálico e hipotálamo
2. viejo encéfalo mamíferos (viejo cerebro mamíferos): sistema límbico
3. nuevo encéfalo mamíferos (nuevo cerebro mamíferos): neocortex

El neocortex se relaciona con el sistema límbico en este tercer cerebro, el que conforma el
cerebro humano. El sistema límbico, a su vez, tiene conexiones con el sistema olfatorio y queda
relacionado con el rinencéfalo o “cerebro olfatorio”. El desarrollo del sistema límbico ha hecho que
sea el verdadero comando cerebral de las funciones que incluyen atención, memoria, afectividad
(emociones) y aprendizaje. El sistema límbico ubica anatómicamente en la zona profunda de ambos
lóbulos temporales (derecho e izquierdo) a manera de una doble representación especular (en imagen
de espejo). En cada lóbulo forma un círculo que rodea el tronco del encéfalo y las circunvoluciones
hipocámpicas, formando el arco inferior del círculo, mientras que en el arco superior del círculo
ubica la circunvolución cingular. La parte anterior el círculo está constituida por septum, amígdala y
cuerpos mamilares. El interior del círculo comprende el núcleo talámico anterior. Todas esas
estructuras están tan íntimamente conectadas entre sí, tanto en lo neuronal como en lo bioquímico, y,
a su vez, se interconectan también neuronal y bioquímicamente con las áreas superiores e inferiores.
Estas intrincadas conexiones forman relaciones tan complejas que es lo que lleva al fenómeno del
funcionamiento en bloque de todas las áreas cerebrales e influyéndose mutuamente. Las relaciones
del sistema límbico con el tronco encefálico inferior participan parcialmente en las funciones del
equilibrio de los estados afectivos-emocionales y en el estado de alerta. La parte inferior del circuito
límbico, cuyo motor es la amígdala, controla las funciones de alimentación, lucha, huída y cópula. El
arco superior del sistema límbico parece superponerse en sus funciones con el arco inferior e
impresiona como que ambos se encargan muy particularmente de las funciones de los sentimientos,
expresividad de sociabilidad y estímulo del cortejo o interés sexual. El sistema límbico, constituye el
“cerebro emocional” cuyas reacciones son sumamente rápidas y se descargan en cuestiones de
segundos, sin intervención del “cerebro racional”, cuyas complejas funciones intelectuales le llevan a
reaccionar con mayor lentitud. Sin embargo, ambos cerebros, emocional y racional están
íntimamente conectados en el hombre de forma tal que las emociones influyen en la razón y, a su
vez, la razón puede modular las emociones. El sistema límbico es el primer receptor encefálico de los
estímulos y la respuesta emocional es la primera en manifestarse (respuesta primaria), para ser luego
modulada por la respuesta racional secundaria. Pero también el sistema límbico acumula todas las
conductas aprendidas y forma de ellas un patrón que puede actuar aún en ausencia del estímulo
original. El almacenamiento de conductas y otros datos o información es lo que constituye la
memoria. El hipocampo, cumple en el circuito de la memoria, el rol protagónico de seleccionar sólo
lo que resulta importante o vital, de los estímulos receptados que continuamente recibe en forma de
“bombardeo” y desecha los que considera irrelevantes. Asimismo, es el que controla el recuerdo de
experiencias almacenadas, seleccionando dichos recuerdos en el momento en que es necesario. Por su
intervención en el circuito de la memoria, el sistema límbico parece comandar la memoria encerrada
en el cerebro de reptil y de los viejos mamíferos, que son el patrón de las reacciones necesarias para
las conductas vitales del hombre (todas las funciones que le permiten preservar la vida). Es la
memoria de los instintos y de todos los patrones de conducta que están en la inconsciencia, en estratos
muy profundos. Rayner ha comparado al cerebro humano con una computadora, idea que
compartimos ampliamente. Las estructuras encefálicas y orgánicas en general son el hardware y el
cerebro contiene el software que controla todas las funciones de las otras estructuras anatómicas. Ese
software contiene una base de datos atávica, heredada de los primeros animales o reptiles y de los
primeros mamíferos. Esa base de datos almacenada en el software cerebral es conocida como
memoria filética (del filum humano) y ella es la caja que posee todas las herramientas y
conocimientos necesarios para la vida y los patrones de conductas elementales para el hombre. Ese
software dependerá del programador informático que lo maneje, en este caso, cada persona en
particular y de la habilidad de ese programador se podrán activar programas de reacciones y
conductas de patrones ancestrales.
A la memoria filética (innata o de la especie) podemos llamarla propiamente memoria ya que
como toda memoria personal es información ancestral almacenada que puede recuperarse mediante
estímulos sensoriales o la necesidad de actuar. Es eminentemente adaptativa, ya que contiene la
prologada experiencia adaptativa de la especie. Para servir a un organismo, la memoria filética
requiere la “repetición” al inicio de la vida. En efecto, resulta apropiado considerar como períodos de
repetición las etapas críticas postnatales en las cuales las áreas sensoriales primarias necesitan
experimentar estímulos sensoriales para el desarrollo temprano de su función. Además, hay pruebas
de que las estructuras sensoriales y motoras primarias conservan su plasticidad en la fase adulta, pues
se modifica y amplía en el organismo adulto. Las áreas sensoriales primarias de la memoria filética
envían información a las áreas asociativas posteriores donde las asociaciones que coinciden con el
tiempo forman redes de memoria perceptiva. A través de mecanismos similares, la retroalimentación
motora y la llamada “copia eferente” de la acción tejen redes de memoria motora en la corteza
frontal. Al reconstruir los esquemas motores que representan, estas redes conducen los actos
elementales, innatos, manifestados a su vez en la corteza motora primaria y en las estructuras motoras
subcorticales. Así consideradas, las memorias perceptiva y motora derivan de la memoria filética.
Ambas son asociativas, se distribuyen por la corteza y están jerárquicamente organizadas. Sobre la
base de la memoria filética crece la memoria personal o individual, la que obraría como expansión de
la memoria filética en la corteza de asociación. La transición anatómica de la memoria filética a la
individual, de la corteza primaria a la asociación, sigue gradientes de desarrollo y gradientes
conectivos. En la medida en que la ontogenia recapitula la filogenia, la transición también sigue un
gradiente filogenético. La memoria filética comprendería:

• la memoria instintiva
• la memoria perceptiva
• la memoria motora
• la memoria emocional o afectiva
• memoria noética (saber ancestral)

La memoria instintiva o memoria de los instintos, opera en el mismo nivel que la memoria
filética, motora, emotiva, de los reflejos, etc. y es una memoria innata, estereotipada y relacionada
con motivaciones básicas (sed, apetito, deseo sexual, conservación de la vida, etc.). También es una
memoria condicionable, sujeta a control neocortical y modulación. La memoria a largo plazo es
considerada como memoria pasiva o la memoria almacenada sin activación temporal. A grandes
rasgos puede determinarse que memoria pasiva es la que está conservada o guardada pero no usada
(inactiva) mientras que memoria activa es el uso temporal o activación de la memoria inactiva.
Generalmente, en medicina y psicología, se considera a la memoria de los hechos pasados o memoria
duradera o de largo plazo como memoria retrógrada (recuerda hacia atrás) mientras que la
incorporación de nuevos datos o memoria reciente se le denomina memoria anterógrada, siendo la
memoria de corto plazo una forma de este tipo de memoria. La memoria instintiva es la que permite
que tengan lugar los actos reflejos. De ese modo, también opera como memoria de actos reflejos.
Esta memoria, como la mente emocional, actúa rápidamente, en segundos, y por eso no está sometida
al control racional. Es la que permite tener actos reflejos que pueden llevarnos a reacciones
consideradas estúpidas, como es tratar de poner una mano o un pie cuando cae algo pesado. La
mente racional no tiene tiempo de reaccionar para modular el reflejo y por esto la mayoría de los
actos reflejos son irracionales y subconscientes. Quizás la naturaleza nos dotó de los actos reflejos, no
para analizarlos sino para que podamos desempeñarnos rápidamente en la emergencia, antes de que
la razón intervenga con su control.

La memoria perceptiva o sensorial es la memoria que se guarda de todos los fenómenos o


estímulos recibidos a través de los sentidos. Abarca cuanto solemos entender por memoria personal y
conocimiento: representación de eventos, objetos, personas, animales, hechos, nombres y conceptos.
Según hemos dicho anteriormente, esta memoria recoge una enorme cantidad de información desde
todos los sentidos, pero la permanencia del registro es muy breve y se mide en fracciones de
segundo. En ese tiempo pueden ocurrir dos fenómenos: que lo registrado se traslade a un
almacenamiento de mayor duración y mejor análisis como lo es la memoria a corto plazo, para seguir
siendo procesado. O que la mayor parte de ese registro se desvanezca en forma inmediata para dar
lugar a nuevos registros. La pérdida del registro sensorial es irreversible, pues nunca más se recupera.
La transitoriedad muy efímera del registro sensorial se debe a que el análisis que la memoria visual
realiza es muy superfluo pues sólo se limita a captar imágenes o sonidos o superficies o sabores u
olores, tal cual le llegan, sin someterlos a un análisis más profundo de carácter semántico o simbólico.
Es decir, no forma una idea concreta de lo que percibe. Para que este análisis e ideación de las
imágenes recibidas ocurra, es necesario el desplazamiento del dato al almacén de la memoria de corto
plazo. La diversidad de formas de memoria perceptiva puede agruparse en distintas categorías de
rangos diferentes, según su contenido sensorial y su generalidad. Hay una jerarquía de memorias
perceptivas que van de lo sensorialmente concreto a lo conceptualmente general. En la base
encontramos las memorias de las sensaciones elementales; en la cima los conceptos abstractos que,
aunque adquiridos por la experiencia sensorial, se han independizado de ella. La jerarquía de las
memorias perceptivas se basa, a su vez, en una jerarquía paralela de áreas de la corteza posterior,
dispuesta en el orden de desarrollo y conexiones indicado. En los niveles inferiores, la jerarquía de
memoria perceptiva se corresponde con la jerarquía neuronal para el procesamiento y análisis de la
información sensorial. De hecho hay también una jerarquía de áreas para cada una de las
modalidades sensoriales: vista, tacto, oído, gusto y olfato. Todas ellas convergen en la corteza de
asociación polisensorial y, además, en estructuras límbicas del lóbulo temporal, en particular, el
hipocampo. Así como hay una memoria visual con capacidad para recordar imágenes, también hay
una memoria verbal (esta memoria tiene mucho que ver con los fenómenos de codificación
conceptual y a las unidades de información semántica que luego estudiaremos) como capacidad para
recordar relatos, lecciones, charlas, lecturas, etc. que es parte de una memoria auditiva que además de
palabras recuerda sonidos de cualquier naturaleza. Una memoria olfativa para recuerdos de
sensaciones percibidas por el olfato y una memoria táctil adquirida por el tacto (siendo la más
conocida la empleada por el sistema Braille de lectoescritura para ciegos). En contraposición hay una
memoria extrasensorial que guarda recuerdos de fenómenos extrasensoriales como son los sueños,
imágenes oníricas, fantasías, etc. Estaría muy implicada con la memoria implícita. Todas estas
memorias constituyen por su capacidad de recordar y reconocer los elementos memorizados, la
denomina memoria recognitiva. La memoria recognitiva integra las diferentes memorias perceptivas
y así una memoria visual, en virtud de esa integración no sólo guarda la imagen del objeto visto, sino
que también guarda memoria de sus cualidades que le permite guardar rasgos distintivos (memoria
cualitativa o distintiva) y de su ubicación en el espacio o espacialidad (memoria espacial). Estos tipos
de memoria son muy útiles en los animales. Para dejar más claro todo este proceso de la memoria
perceptiva hay que definir dos cosas muy claras. Por ejemplo, se ve una flor. El ojo capta la forma, el
color y la estructura de esa flor. Esa es la percepción primaria que forma la memoria visual de esa
flor en particular y de la especie que representan en sí (el resto de las mismas flores o similares como
es el caso de una rosa en particular que comparte la familia con otras rosáceas). Pero esta imagen
visual o idea de la forma flor que está en el sustrato inferior de la memoria perceptiva que hemos
comentado, luego pasa a otro estrato superior de la mente y allí se forma el concepto flor, el cual se
traduce en un signo lingüístico, el cual en sí, no tiene nada que ver con la forma de la idea visual. La
única que traducía “tal cual” la imagen o idea visual o forma del objeto percibido, era la llamada
“escritura ideográfica” que dibujaba lo visto. Pero el grafismo español flor no tiene nada que ver con
la imagen en sí. Luego, del mismo fenómeno hay dos memorias: la visual y la conceptual (la imagen
tal cual en sí percibida y la palabra que representa el concepto formado de esa imagen o idea). Esto es
lo que se conoce con el nombre de codificación y es el proceso donde interviene la poliasociación y
la polisensorialidad, pues en ella participan diferentes estratos y procesos mentales.
En cuanto a la memoria emocional, las investigaciones recientes demuestran que el cerebro
maneja la información olfativa enviándola directamente a las partes del cerebro asociadas a la
memoria y a la emoción. El bulbo olfatorio es parte del sistema límbico por sus conexiones con las
estructuras del mismo. En forma contrastada, la vista, el oído y el tacto procesan sus datos a través del
aparato analítico cortical antes de alcanzar áreas más primitivas, más emocionales, por lo que el olfato
es el sentido más rápido en guardar recuerdos pues el olor se dirige directamente hacia el sistema
límbico formado por el hipocampo y la amígdala (estructura conocida como “cerebro de reptil”).
Esto es un fenómeno evolutivo, probablemente basado en condiciones primitivas de supervivencia y
que genera recuerdos altamente emocionales en las personas. La activación de receptores
betaadrenérgicos de la amígdala es la que desempeña un rol fundamental en lo que se ha llamado
memoria emocional. Las emociones constituyen un conjunto de respuesta de gran intensidad,
provenientes de múltiples manifestaciones expresivas, fisiológicas y subjetivas. Asocian estados de
activación de los sistemas neurovegetativos con sensaciones psíquicas y su resultado es, por ejemplo,
sensación de temor, alegría, tristeza, sentimientos y afectos o enojo. El humor, en cambio, se define
por lo general, como un conjunto de pequeñas emociones persistentes, a partir de las cuales se puede
identificar un determinado estado de humor. En las investigaciones neurocientíficas de procesos
cognitivos tales como la memoria y la percepción, se incluyó en los últimos tiempos el conocimiento
de las emociones y por eso prosperó el campo de investigación dedicado a las relaciones entre
memoria y emoción, en forma especial, el miedo o temor. Estos estudios tratan de establecer el modo
en que los acontecimientos específicos o estímulos llegan, mediante experiencias individuales de
aprendizaje, a provocar la repetición de un estado emocional determinado. Este proceso ha sido
denominado memoria emocional y juega un rol importante en los desórdenes emocionales originados
en las disfunciones de la capacidad cerebral para controlar una determinada emoción. Este
conocimiento ha permitido el desarrollo de la denominada inteligencia emocional que permite
mediante aprendizaje, conocer técnicas y métodos para lograr el control mental de todo tipo de
emoción, en especial, la relacionada con el miedo, la ansiedad y el distrés. La relación entre los
mecanismos subcorticales de la emoción, aparentemente suficientes para provocar una respuesta, y las
estructuras, y las estructuras corticales es objeto de estudios sobre la relación entre cognición y
emoción. Esto da lugar a que algunos autores consideren a la emoción como un proceso cognitivo,
pero en realidad no es así, sino que el entrecruzamiento de funciones mentales como son las
funciones cognitivas y las emocionales, puede dar la falsa sensación de que la emoción es un
producto de la cognición. Una cosa es que los estímulos que producen reacciones emocionales sean
recogidos por centros cognitivos para modularlos o guardar recuerdo de ellos y otra cosa esos centros
cognitivos sean los productores de la emoción. Hemos repetido hasta el cansancio de que el hecho de
que las mismas estructuras orgánicas y funcionales del sistema nervioso y otros aparatos estén
interconectadas para la recepción de estímulos y producción de fenómenos mentales, no significa
necesariamente, que una de ellas sea la causa de otras. Simplemente es eso: una mera interconexión
que conforma un proceso holístico único. La regulación cerebral de la expresión emocional ha sido
expuesta por estudios que mostraron la condición especial de que cuando la corteza prefrontal se
encuentra dañada, la memoria emocional es muy difícil de extinguir. Estos estudios, de algún modo,
ponen de manifiesto que las áreas corticales regulan la respuesta emocional y las impiden cuando son
negativas. Pero perdido el control por alteración de las vías corticoamigdalinas, se transforma el
comportamiento de una persona, el cual se vuelve más rígido al impedir la extinción de lo que parece
ser un proceso de aprendizaje activo. La amígdala conforma un centro de aprendizaje fundamental
debido a su localización intermedia entre regiones aferentes y eferentes. Las vías que nacen en el
tálamo ofrecen una percepción sumaria pero rápida del mundo externo (mente emocional), mientras
que las vías corticales proveen una información detallada y analítica lo que hace más lento el
reconocimiento sensorial del objeto. La existencia de dos vías distintas de aprendizaje emocional (una
rápida y otra lenta) parece deberse a las diferencias temporales, pues en ocasiones es necesario
producir una respuesta emocional rápida que permita evitar un peligro potencial, sin esperar el lento
reconocimiento cortical que la justifique. La amígdala se encuentra así en el centro de un mecanismo
de memoria no declarativa que opera fuera del campo de lo consciente. Cuando el componente
emocional de un acontecimiento determinado es almacenado en el centro de la memoria declarativa
(hipocampo) el individuo puede recordar lo que sintió en ese momento, pero sólo como uno más de
los detalles que componen la experiencia. En cambio, para que el sujeto vuelva a sentir lo mismo que
en ese momento, o para que los mencionados detalles produzcan una reacción emocional al ser
reencontrados, es necesario que también se reactive la memoria emocional por medio de la amígdala.
Ambos tipos de memoria son almacenados y recuperados en paralelo, pero el acceso consciente a lo
emocional sólo puede hacerse por medio de las consecuencias del acto emocional, como sucede con
el comportamiento o las sensaciones subjetivas que se combinan con la memoria declarativa existente,
para modificarla y formar una nueva memoria declarativa.

La memoria motora o ejecutiva es la representación de los actos y conductas motoras. La


jerarquía de las estructuras neuronales dedicadas a la ejecución de acciones motoras es la base de una
jerarquía de memorias motoras que cursa en paralelo con diversos aspectos (complejidad,
generalidad) con la jerarquía de las memorias perceptivas. Dentro de la memoria motora habría que
considerar una especie de memoria de los reflejos o memoria reflexiva que, además, de los centros
corticales posee centros en medula espinal, troncoencéfalo y cerebelo. Estas estructuras almacenan
formas de memorias motoras elementales o primarias conocidas como actos reflejos, y que son parte
también de la memoria filética. Los reflejos simples están en la vía espinal, pero los complejos y
condicionados necesitan del troncoencéfalo y centros superiores porque necesitan integrar la
memoria perceptiva con la motora. Por ejemplo el reflejo palpebral sólo acciona ante un ruido o un
objeto que se aproxime a la vista o algo que roce la piel cercana al párpado. La integración entre
memoria perceptiva, motora y filética, de tipo crítica, se establece principalmente en el cerebelo, pero
intervienen mecanismos más complicados del troncoencéfalo como núcleos del tálamo, ganglios
basales e hipotálamo.

Recuerdo o reactivación de la memoria

En el acto perceptivo, proyectamos sobre el mundo nuestras expectativas e “hipótesis”


basadas en la experiencia pasada. En cualquier momento de la vida diaria, la mayor parte de nuestra
memoria a largo plazo se halla en estado de latencia, fuera de la conciencia. Probablemente, los
agregados neuronales de sus redes se encuentren inactivos u ocupados en actividades “espontáneas”
aleatorias. Una red de memoria se reaviva cuando la memoria a la que representa se recupera por el
recuerdo o el reconocimiento. Es lo que se denomina reactivación de la memoria y se piensa que es
mediada por la memoria de corto plazo. Un estímulo o grupo de estímulos, cuya representación
cortical se ha convertido en parte de la red mediante asociación previa, reactivará esta representación
y, también por asociación, al resto de la red. Ni los estímulos activadores ni la memoria activada
necesitan ser plenamente conscientes. Algunos fragmentos de la red pueden activarse
subconscientemente. En la reactivación de una red neuronal por el recuerdo o reconocimiento, el
hipocampo parece desempeñar un papel importante. Se ha observado que los pacientes con lesiones
de esa estructura no sólo tienen dificultades para formar nuevas memorias, sino también para
recuperar memorias antiguas. A partir de esas dificultades aparece la amnesia retrógrada, o la
anterógrada o ambas. Puesto que las redes de memorias nuevas son expansiones de las antiguas, los
procesos neuronales de formación y recuperación de la memoria están estrechamente relacionados, si
no son idénticos. El hipocampo participa en ambos. La reactivación del recuerdo del fenómeno flor
exige la poliasociación y la memoria deberá acudir a los estratos inferiores de la memoria perceptiva
y a los superiores de la conceptuación para rememorar una flor determinada, pues debe recordar
tanto el nombre como la imagen del fenómeno flor. Así por ejemplo, si se recuerda que se vio una
flor, pero no se puede precisar que tipo o clase de flor se vio, es memoria episódica. Pero si se
recuerda que se vio una flor y se puede precisar que tipo de flor es, estamos en presencia de la
memoria semántica que representa al conocimiento cabal de las cosas. La memoria episódica es,
quizás, la más usada e inmediata no sólo porque refleja el episodio conocido, sino porque lo recuerda
debido a que conoce un significado previamente estipulado. En cambio la memoria semántica es más
propia del proceso de memorización de datos nuevos o de aquellos que necesitan ser reconceptuados.
El hecho de que las mismas áreas corticales sirvan tanto para almacenar la memoria perceptiva como
para el procesamiento de información sensorial, proporciona fundamento neuronal para la estrecha
relación que existe entre la percepción y la memoria. De esta forma, recordamos lo que percibimos y
percibimos lo que recordamos.

El olvido

La amnesia y el bloqueo o represión mental deben ser distinguidas del olvido. Si bien ambas
palabras se refieren a una ausencia de recuerdos, la amnesia tiene una connotación de tipo patológico
que significa pérdida o debilidad de la memoria y el bloqueo por represión es un mecanismo
inconsciente utilizado para no recordar hechos que se consideran aberrantes, inmorales, etc. Mientras
que olvido se refiere a la cesación de un recuerdo que se tenía y esta cesación no es patológica sino
que está referida a mecanismos no patológicos del proceso mnésico para grabar y evocar un
recuerdo. El olvido se presenta en las siguientes circunstancias:

1. recuerdo de datos o hechos aislados


2. retardo de memoria
3. datos transitorios
4. datos pocos usados
5. datos pocos memorizados
6. falta de esfuerzo apropiado para recordar
7. formación insuficiente de engramas

Generalmente el recuerdo de datos o hechos aislados no asociados a otros elementos es una


de las causas de un registro débil de memoria. Pero, a diferencia de la amnesia, los datos olvidados,
mediante un determinado esfuerzo o espontáneamente pueden surgir después del intento de acordarse
de algo y no poder hacerlo instantáneamente. En este caso opera como una especie de retardo de
memoria. Otra circunstancia es la presencia de datos transitorios, por ejemplo, cuando se guardan o
dejan las llaves en lugares no habituales. También son difíciles o imposibles de recordar los datos
poco usados o memorizados que se borran con el paso del tiempo. La falta de utilización continua de
la memoria lleva a su degradación o decadencia de la misma que facilita el olvido fisiológico de los
recuerdos. Otra faceta es no realizar el esfuerzo debido o correcto para recordar. Esto puede deberse
a cuando se intenta recordar apresuradamente algo, o no se realizan asociaciones correctas, o no hay
suficiente atención o concentración o insistencia sobre el recuerdo buscado. Otros mecanismos del
olvido son la formación insuficiente de engramas, sobre todo en la memoria a corto plazo. Esto
puede suceder porque no hay mayor interés en grabar un recuerdo, ya sea por decadencia de la
memoria o por la banalidad del dato o para evitar una sobrecarga de la memoria de largo plazo.

El olvido, como “falla de memoria” cuando se plantea por cuestiones psicológicas, se da en


los casos en que “no queremos” recordar ciertas cosas. Este “no querer” puede ser voluntario, pero
generalmente es involuntario y ahí se plantean los denominados actos fallidos. En esta situación se
dice una cosa por otra, no se hace algo cuando debe hacerse o se cambia un acto debido por otro
indebido. Se dice en estos casos que “la memoria nos ha traicionado”. Estas pequeñas traiciones son
las que nos llevan a decir cosas con palabras que no debíamos pronunciar y lo hacemos en el instante
menos propicio o debido. También están los actos fallidos relacionados con los bloqueos mentales o
bloqueos de memoria y/o bloqueos de voluntad. Previgliano refiere que ocurre “las veces que nos
preparamos para hacer algo y al llegar ahí, ‘nos bloqueamos’ y todo sale mal”. O no sale. Alicia
Díaz Farina interpreta que los bloqueos, en general y desde el punto de vista psicoanalítico, “es lo
que llamamos represión. Le ocurre a todas las personas y tiene que ver con la dificultad para
reproducir cosas que por alguna razón no resultan placenteras. El estudio del inconsciente nos
permite comprender estos procesos, los que se dividen entre lo que no se recuerda y lo que nunca se
registró”. Esta interpretación pone de manifiesto que los bloqueos por olvido pueden deberse a lo
que no se quiere recordar en forma consciente o inconsciente, pero también a aquello “que no
prestamos atención”. Esta falta de atención puede ser producida porque no nos interesa algo o nos
resulta desagradable o insulso y no nos concentramos en la cuestión, a pesar de presenciarla y
conocerla. De igual modo, cuando estamos inmersos en algún problema angustioso, nos aislamos del
entorno y entramos en una dispersión mental que nos lleva a un estado de “autómatas”. Nos
encontramos en un lugar físicamente, pero mentalmente estamos ausentes. Otra cosa es la dispersión
mental que presentan los niños, especialmente los hiperactivos. Pero, en este caso, se está entre la
frontera de lo que es el olvido y lo que es una falla mental. Las zonas de represión se hallan en la
corteza prefrontal que es la encargada de seleccionar “lo que se debe recordar” y “lo que no se debe
recordar”. Cuánto más se activan esas regiones en el ejercicio voluntario o involuntario de reprimir
actos o palabras, peor será el olvido o “falta de recuerdo” de lo reprimido. El hipocampo ayuda a la
corteza prefrontal en la tarea de represión o bloqueo pues aunque guarda la memoria de lo que no
tiene que recordar, sólo se activa para recordar, pero permanece inactivo durante el bloqueo para “no
recordar”. Luego, la corteza prefrontal se activa al máximo para captar lo que debe bloquear,
mientras el hipocampo, a la inversa, se desactiva en el bloqueo para no recordar u olvidar lo que se le
ha recomendado reprimir o bloquear, tanto en forma consciente como inconsciente. Freud postuló
que la represión no hace olvidar lo bloqueado (no es un mero olvido), sino que el recuerdo queda en
el inconsciente y no se hace consciente, de ahí la imposibilidad del recuerdo. Pero esa memoria
inconsciente puede afectar el comportamiento de una forma u otra. Queda en la categoría de la
llamada memoria implícita, de forma tal que la experiencia pasada bloqueada puede modificar el
comportamiento de una persona pero esa modificación es siempre inconsciente y el afectado jamás se
dará cuenta de estos actos inconscientes.

Finalmente, en el mecanismo del olvido, debemos considerar la teoría de las interferencias.


Por ejemplo, si a un grupo de personas se les pide que memoricen algo y se les envía a reposar o
dormir y a otro grupo se les pide que después de memorizar continúen con otras tareas, el grupo que
reposa o duerme recordará mejor lo memorizado. Esto se debe a que la puesta de la atención,
inmediatamente después de memorizar, en otras tareas o acciones ajenas a lo memorizado establece
una especie de interferencia en el proceso mnésico. Quizá la teoría de la interferencia sea la más
preferida para explicar el mecanismo del olvido por causas comunes. De acuerdo con observaciones
y experimentos habría dos tipos de interferencias: retroactiva y proactiva. La interferencia retroactiva
es la que se refiere a la acción de interferencia que ocurre entre el acto de aprendizaje y
memorización de algo y la aparición de un nuevo acto para memorizar inmediatamente después de
iniciado el primer proceso de memorización. A pesar de que la nueva memorización es posterior a la
primera, la inmediatez de la misma impide una correcta memorización de la primera o de ambas. La
interferencia proactiva es la que sucede en el momento en que se intenta memorizar algo, aparece el
recuerdo de otras cosas. Acá hay un proceso de simultaneidad que superpone a la memorización
actual, el recuerdo anterior. Luego, un proceso de memorización puede ser interferido en forma
simultánea por el recuerdo de algo anterior o bien posteriormente por la incorporación inmediata de
una nueva memorización, cuando aún no ha sedimentado la primera.

Puede existir un olvido activo o consciente y un olvido pasivo o inconsciente. El olvido


activo o consciente es el referido a la adquisición de datos triviales que no hacen a una necesidad
concreta y que no interesa principalmente retener. En esto interviene un criterio de selección
voluntaria y consciente que lleva a no prestar atención a hechos o cosas o de buscar su eliminación en
el tiempo. En el olvido inactivo o inconsciente el mecanismo se debe a que hay ciertos hechos,
generalmente amenazantes que producen ansiedad, temor o distrés que inconscientemente deseamos
no recordar. De acuerdo con teorías freudianas, este sería un mecanismo de represión de nuestro
inconsciente. Tanto la memorización como el recuerdo de cosas y hechos dependen en gran parte de
nuestros intereses, intenciones y motivaciones.

Hay cosas que estimulan el proceso de atención, retención y recuerdo y otras que deprimen
dicho proceso e inducen el olvido. Las cosas importantes e inmediatas que necesitamos son las que
más nos inducen a memorizar y recordar, pero pasado el interés, o la intencionalidad o motivación,
después caen en el olvido. Por ejemplo, voy de compras y memorizo la lista de objetos a comprar,
pero una vez realizada la compra, olvido luego dicha lista. En cambio no sucede lo mismo si debo
rendir un examen o aprender un conocimiento útil para el ejercicio de una profesión. Acá el esfuerzo
de retener y recordar datos es permanente y se vive repasando a los mismos o recordándolos cada vez
que se usan. Esto evita el deterioro de la memoria y el olvido de esos datos. Por esto, los
investigadores concluyen que en el proceso de memorización los factores emocionales y de
motivación son los motores principales de una memoria perenne o de una transitoria, del recuerdo
permanente o del olvido. Las emociones positivas ayudan a recordar siempre, las negativas favorecen
el olvido consciente o inconsciente.

Distrés y memoria
El nudo gordiano de los mecanismos mnésicos, el estrés y el aprendizaje

Hay que considerar que los circuitos neuronales, el complejo de los neurotransmisores y
todos los mecanismos del sistema nervioso, actúan en bloque conformando una unidad de proceso,
en la cual es imposible establecer etapas claras mientras funcionan las neuronas bajo un estímulo
determinado. Tanto la memoria, como la emoción, los sentimientos, los instintos y todo el complejo
mental funcionan como si “ocuparan” todo el cerebro, pues de algún modo, mientras trabaja una
zona específica, otras permanecen también activas. Esto es lo que impide establecer mecanismos y
zonas perfectamente delimitadas para las funciones intelectuales, emocionales y volitivas. Hay una
especie de “vía común final” donde cada neurotransmisor representa un papel determinado
preponderante pero no esencial. A medida que se perfecciona la tecnología de estudio y los
conceptos de biología molecular, el conocimiento de los circuitos neuronales, las sinapsis, los
neurotransmisores y otras proteínas activas van engrosando miles de estudio. Esto produce
confusiones lógicas.

Yendo específicamente a la cuestión del estrés, conviene recordar su etimología puesto que
esto ayudaría a comprender muchas otras cuestiones ligadas a los mecanismos neuronales. Estrés es
sinónimo de tensión. Centremos la atención en el concepto de tensión que básicamente significa
fuerza y, a su vez, este concepto implica de alguna forma la energía como fenómeno inmaterial. La
inmaterialidad es lo que destaca al espíritu que está detrás de todos los fenómenos mentales. Para
poder entender mejor determinados conceptos es necesario acudir a desgranar las palabras, pues, nos
guste o no, nuestro pensamiento está formulado en palabras y las ideas o teorías que formamos lo
hacemos como palabra. Luego, todo proceso mental que implique una tensión debida a una
determinada fuerza o energía, puede considerarse desde varios puntos de vista. Uno es el estrés o
distrés.

Pero hay determinadas tensiones que ocurren en planos orgánicos y en planos psíquicos o
mentales. Así la tensión muscular no tiene nada que ver, en su esencia, con la tensión psíquica. Pero
ambas tensiones, lingüísticamente significan lo mismo, en estratos diferentes. Muchas veces la tensión
psíquica causa tensión muscular (como ocurre en el distrés), pero yo puedo tensar los músculos por
otras razones como es realizar un ejercicio o hacer un sobreesfuerzo o simplemente realizar una
tensión isométrica. Por otro lado, por ejemplo, cuando algo me impulsa a hacer una cosa, hablamos
de intención o motivo. Si centro mi interés en la palabra intención, en forma independiente de las
denotaciones de la Real Academia Española y de los diccionarios médicos, puedo considerarla desde
el punto de vista como una “tensión interior”. Efectivamente, todos los fenómenos intencionales
nacen de una fuerza o empuje interior que obran como tensión. Algo similar ocurre con la palabra
atención donde la tensión generada es externa pues yo he colocado el foco de mi conciencia en un
objeto o punto externo o interno, donde me concentro, de igual forma que un haz de luz redondo
ilumina un objeto. Luego, si yo tengo que estudiar un texto, necesito de la intención de hacerlo y
debo poner atención para leer y memorizar. Ambas tensiones (interna y externa) operan sobre mi
sistema nervioso del mismo modo que puede hacerlo un estrés, dado que el instrumento es el mismo
para todas las tensiones psíquicas. El sólo hecho de estar consciente ya conlleva un grado de algún
tipo de tensión. La vigilia así lo impone, evidentemente. Este fenómeno no necesita mucha
explicación ni estudios que sean sofisticados porque la simple experiencia o empirismo nos demuestra
tal aserto. Luego, es posible y lícito inferir que vivir, estar despierto, pensar, sentir o hacer, me causa
algún grado de estrés y que éste “es parte normal de la vida”. Hasta acá todo parece lógico. Pero hay
matices sutiles que hacen que la cosa no sea tan clara ni sencilla.

Las tensiones de la atención y la intención (entre otras similares), si bien operan con
intensidad variable en los circuitos neuronales, debemos considerarlas con una posición mental o
punto de vista diferente al concepto de estrés. Ya hice la salvedad de que fenoménicamente y
fisiológicamente pueden operar como cosas iguales. Pero conviene reservar el término estrés para las
situaciones que lo impusieron sus creadores, principalmente Hans Selye. De esta forma, la separación
entre lo “normal”, lo que me pasa todos los días apenas despierto y estoy vigil, los actos de conversar,
leer, estudiar, ver una película, y los “estados conflictivos” que despiertan sensaciones más intensas
que la normales, establece una calidad distinta de estímulos y una comprensión diferente del
fenómeno fisiológico que esos estímulos generan. Este criterio que estoy exponiendo de la similitud
de las tensiones normales y las conflictivas generan algún tipo de confusión entre los estudiosos de la
fisiología del estrés y del sistema nervioso en general y de los circuitos neuronales cerebrales en
especial.

Así, he leído la conferencia del Dr. Pfsor. Jorge Medina donde analiza los efectos del estrés
agudo y crónico sobre la memoria. Allí afirma que el estrés interviene en el aprendizaje. Es decir,
para aprender es necesario el estrés. A continuación aclara que es un estrés de “rango fisiológico” que
“genera un gran estado de alerta, un gran estado de atención y se obtiene un máximo de
rendimiento, una máxima formación de memoria”. Estamos de acuerdo conque una gran alerta y
concentración para aprender da un rendimiento máximo traducida por una buena y correcta
memorización de lo aprendido. Lo que no concordamos es en el uso de la palabra estrés y asociarla
con la idea de que el estrés mejora el aprendizaje y que la falta de estrés “produce un mal
aprendizaje”. Mi disentimiento con los conceptos se debe a la digresión con que introduje este
parágrafo. Comprendo muy bien la hipótesis del Dr. Medina sobre estrés y aprendizaje porque como
lo aclaré, las tensiones que el proceso de aprendizaje exige son iguales o similares a las tensiones
estresantes y usan los mismos mecanismos. Usar la palabra estrés provoca dificultades para explicar el
fenómeno de “olvido para el examen” porque el estudio bajo presión del examen posterior causa un
grado de distrés, más o menos intenso (según cada personalidad). En consecuencia, una cosa es el
distrés del estudio que altera la memoria y otra cosa es la tensión de la atención y la intención del
estudio, que provoca situaciones similares al estrés. Es lícito, cuando se habla de estrés y
memorización en la acción de estudiar, si nos referimos al distrés que provoca el estudio o a la
tensión del esfuerzo del estudio. Ambas son tensiones psíquicas, pero una es patológica y la otra es
fisiológica.

Para evitar estas confusiones lo mejor, a nuestro criterio, es no hablar de estrés en el


mecanismo de memorización del estudio. La falla de memorización es por falla de la atención o la
intención y no por falta de estrés (fisiológico) que postula Medina. Por eso, a los efectos de no crear
conceptos entremezclados que puedan llegar a confundir o sacar conclusiones no válidas para
determinadas cosas, considero que es mejor distinguir entre lo que es una tensión normal que genera
la vigilia, la atención y la concentración con que normalmente actuamos en la vida cotidiana para
aprender y las tensiones circunstanciales extremas que se generan en situaciones anormales o
conflictivas. No hablo de tensiones anormales porque el estrés es una reacción normal del organismo.
Pero hay una cierta diferencia entre la tensión normal para actos cotidianos y la tensión que es normal
para enfrentar situaciones especiales signadas por conflictos. Así también hay que separar bien lo que
es estrés agudo del que es estrés crónico puesto que no sólo hay diferencias cronológicas entre uno y
otro sino también hay diferencias de neurotransmisores y procesos neuronales. En el estrés agudo,
aunque parezca sorprendente, la mente conserva una especie de poder analítico y crítico con un
grado de subconciencia o inconsciencia, según el tipo y la intensidad del estímulo. De esta forma,
cuando un estímulo desata un estrés agudo donde hay tiempo de analizar una situación y de optar por
luchar o huir, se activa la memoria filética. Esta memoria está relacionada con el instinto de
conservación de la vida. La memoria filética no funciona si el estímulo es disruptivo: súbito e
inesperado (accidente de cualquier tipo, un desastre natural súbito como un rayo, un terremoto, etc.).
Acá, si la persona sobrevive y ha tenido tiempo de “tomar conciencia” del hecho traumático, pueden
ocurrir que guarde memoria (“memoria del horror”). Sólo cuando el estrés agudo es muy intenso y
traumático se produce un bloqueo mental que se interpreta como amnesia postraumática. Cuando se
lucha o se huye estamos en el plano natural y normal. En cambio, no hacerlo y “quedarse en el
conflicto” conlleva al estrés crónico, el cual actuaría del mismo modo que un distrés crónico y ambos
serían esencialmente patológicos.

Maleabilidad de la memoria

Probablemente en esta memoria del horror tenga algo que ver lo que se denomina
maleabilidad de la memoria que fue estudiada en el esquema de memoria del miedo condicionado.
Si bien maleabilidad es semánticamente una palabra referida a la propiedad de los metales que bajo el
efecto de un martillo o una máquina moldeadora pueden ser batidos y extendidos en forma de
lámina, en lo relativo a la memoria el concepto queda referido como la propiedad de la memoria de
sufrir transformaciones o de manifestarse bajo formas diferentes. En realidad, quizás el término más
apropiado sea plasticidad, expresado como la capacidad para ser moldeado o modelado. Pero la
condición más puntual del concepto de maleabilidad de la memoria, es la capacidad que tiene la
memoria de pasar de condición de corto plazo a largo plazo, siendo el período de corto plazo donde
mejor se manifiesta dicha maleabilidad como apertura a la manipulación de formación del recuerdo
duradero.

En el experimento denominado miedo condicionado se investigó lo que se denominó la


memoria del miedo cuyo centro reside en el centro de las emociones en la amígdala cerebral. En ese
experimento se inyectó en la amígdala de los animales una droga que bloqueara la síntesis de
proteínas, poco después de provocado el miedo condicionado. Este primer experimento demostró
que en los primeros minutos u horas de un suceso distresante, si se bloquea la memoria no se
adquiere el recuerdo de largo plazo del miedo. En un segundo grupo se inyectó la misma pero seis
horas después de provocado el miedo condicionado. Los animales conservaron la memoria del
miedo. La conclusión de este experimento es que en un período de seis horas la memoria es maleable,
abierta o sensible a algunos tipos de manipulación y puede fabricar nuevas proteínas para consolidar
y almacenar la memoria, pero si se bloquea la posibilidad de elaborar esas nuevas proteínas, antes de
las seis horas, no habrá memoria. Después de las seis horas las proteínas ya han sido fabricadas y por
lo tanto la inhibición de la síntesis proteica no afecta al recuerdo o memoria. Luego, durante seis
horas la memoria es maleable, abierta o sensible a algunos tipos de manipulación. Después de este
plazo, los recuerdos se asientan firmemente. (Gerald Maurice Edelman) En el hombre es probable
que este tipo de memoria esté asociado a las fobias específicas, donde el miedo irracional se genera
con hechos que en determinadas circunstancias pueden ocasionar o significar daño como es el caso
de animales venenosos, la sangre, los accidentes, etc. Una vez que la persona se entera o conoce o
presencia un episodio donde alguien es afectado por un animal peligroso, generalmente víboras,
arañas, otros insectos, se genera la respectiva fobia y, aunque no se haya tenido contacto personal con
estos animales, el sólo pensar en el daño potencial que pueden significar, hace que se guarde un
recuerdo de horror, el cual desata un miedo irracional horroroso ante la presencia de cualquier
animal de ese género, aunque el mismo sea totalmente inofensivo. De igual modo, la vista de la
sangre provoca un miedo intenso e inconsciente, aunque dicha sangre no importe un episodio
cruento peligroso, pero siempre se asocia la presencia de sangre a algo que supuestamente significa
daño o peligro para la vida.

Otra cosa distinta es el miedo que se desata ante el recuerdo de la peligrosidad real frente a
conocidos elementos dañinos. Por ejemplo, la electricidad, el fuego, una bestia salvaje. Este es un
miedo racional o espanto, desatado por una memoria del peligro que puede producir casi la misma
conmoción que el miedo irracional fóbico. La maleabilidad de la memoria nos muestra como
diferentes estímulos pueden producir mecanismos mnésicos casi idénticos pero con características
especiales que nos permiten diferenciar las cualidades de cada uno. La maleabilidad de la memoria es
visible a través de algunos experimentos que demuestran que dicha maleabilidad tiende a reaparecer
en el mismo instante en que se pretende recuperar un recuerdo. Este hecho es muestra de que existe
una especie de revisión cada vez que se intenta recuperar un conocimiento. Es como un repaso
rápido por los archivos o casilleros de la memoria para encontrar y seleccionar el recuerdo buscado.
Es en este acto donde las neuronas deben fabricar nuevas proteínas antes de que los datos guardados
como recuerdos sean devueltos al archivo o casillero donde se encuentran almacenados. Este
mecanismo ha sido establecido experimentalmente con grupos situados a situaciones de miedo, por lo
que no permite establecer si los recuerdos más antiguos ya establecidos, están abiertos a reediciones; o
si este mecanismo sólo está abierto a recuerdos relacionados con el miedo.

El experimento UBA planteó la posibilidad de que los recuerdos consolidados pueden ser
eliminados mediante el artificio de activarlos primero y luego exponerlos a un agente amnésico como
puede ser el estrés. Este mecanismo tendría que ver con algunos desórdenes psiquiátricos de la
memoria. Quizá el distrés actúe como inhibidor de la síntesis proteica. El grupo Maguire investigó la
memoria espacial en dos grupos diferentes de personas: uno que necesita la misma para la profesión
como ocurre con los taxistas, otros que no ejercían dicha memoria. Estudiaron los cerebros y sus
diferentes partes en ambos grupos y observaron que en los taxistas el hipocampo ocupaba un
volumen mayor en la RMN respecto del grupo que no usaba la memoria espacial. Este espacio tenía
una relación directa con la experiencia de la profesión: a mayor cantidad de años, mayor volumen
del hipocampo. Este experimento demostró algo considerado insólito: que ciertas regiones cerebrales
crecieran con el transcurso de los años, cuando se pensaba que los años de edad era un factor de
involución cerebral como secuela de la incapacidad teórica del tejido nervioso de crecer como
consecuencia del uso, porque la incapacidad de crecimiento disminuiría con la edad. Este estudio
indica que el cerebro conserva cierto grado de plasticidad para satisfacer las demandas específicas a
las que podemos llegar a someter a aquella región del cerebro porque desarrolla estrategias que
permite ser altamente maleables a los recuerdos. De acuerdo a algunos experimentos realizados se ha
relacionado la plasticidad o maleabilidad de la memoria con la existencia de aminoácidos excitatorios
como el glutamato que bajo la forma de N-metil-aspartato (NMDA), que actúa en los circuitos
mnésicos según lo hemos estudiado en el parágrafo anterior, el cual tiene receptores propios y
conforma el denominado sistema glutatérgico o glutamatérgico. Este sistema es el se involucra en la
memoria, aprendizaje, comportamiento, plasticidad sináptica, muerte celular y otras funciones del
SNC.
Relaciones entre distrés y memoria

Entre las fallas de la memoria cobra un capítulo interesante las fallas ocasionadas por el distrés
y los traumatismos. La relación entre distrés (estrés) y la memoria es muy compleja. Quizá los
ejemplos más comunes de olvido o amnesia por distrés sean los conocidos en los ejemplos de los
estudiantes que al momento de rendir no recuerdan lo que segundos antes manejaban como datos
totalmente memorizados. Otro tanto ocurre en los oradores o en los cantantes o recitadores que
pueden llegar a “perder la letra” que “sabían de memoria”.

En los traumatismos, según lo adelantamos, hay una gran paradoja. Las experiencias
traumáticas intensas son las que pueden, o no, causar daños anatómicos. Esto suele ser en los que
viven un accidente que los somete a experiencias de horror, o participan en hechos horrorosos
(guerra, cataclismos naturales, víctimas de violación y asaltos o atentados de homicidio, maltrato
crónico, abuso sexual reiterado, etc.). Guardan una memoria del horror por los hechos intensos que
provocaron recuerdos vívidos que tienen la facultad de perdurar transitoria o indefinidamente en el
tiempo. Mientras que el distrés agudo o crónico que no es producido por recuerdos muy vívidos e
intensos ni horrorosos, deteriora la atención posterior y la memoria y llega a inducir una amnesia
profunda como la que recién hemos denominado amnesia postraumática.

Bruce McEwen estudió los efectos del estrés agudo y crónico. Descubrió que un estrés agudo
importante y sumamente impactante en lo emotivo, lesiona el hipotálamo en forma irreversible y
afecta, entre otras cosas, la memoria verbal y particularmente en la memoria del contexto, el tiempo y
el lugar donde se producen los hechos que más impactan emocionalmente. Este es el mecanismo
provocado por un traumatismo craneal ya sea como contusión o concusión y que cuando hay
pérdida de conocimiento, al recuperarse éste se padece de amnesia retrógrada inmediata
postraumática. La explicación fisiopatológica de estas lesiones, se basa en mecanismos traumáticos
que provocan, por golpe y contragolpe, el desplazamiento violento de la masa cerebral, la que golpea
contra las paredes óseas del cráneo, lesionando células corticales (con mayor frecuencia en lóbulos
temporales, frontales y occipitales) pero sin provocar necrosis importantes, que no son detectables
con los medios clásicos o modernos para estudio por imágenes (Rx, TAC, RMN, etc.). Además de la
onda de presión originada por el impacto y de las fuerzas lineales de aceleración y desaceleración
(estas últimas al chocar contra un objeto físico, situación muy frecuente en los accidentes de tránsito),
la cabeza se ve sometida a fuerzas angulares o rotatorias originadas por los movimientos de flexo
extensión o lateralización cervical (contusión por latigazo). El cerebro, anclado en su base por el
tronco y los nervios craneales, es relativamente libre en la convexidad (superior) y no sigue al cráneo
en sus desplazamientos debido a su mayor inercia por lo que sufre fuertes deformaciones e impactos
contra algunas estructuras rígidas y prominentes del cráneo. Estas lesiones por concusión cerebral
provocan estado de conmoción cerebral por inflamación y edema cerebral transitorios. La lesión
anatomopatológica es magullamiento con lesiones microscópicas por cromatólisis, estiramiento o
disrupción de axones del área lesional (en este punto Strich sugiere que si se estiran las fibras
nerviosas en vez de desgarrarse, las lesiones pueden ser reversibles), fenómenos isquémicos o
hipóxicos que desencadenan infartos locales microscópicos, micro hemorragias y disturbios en la
actividad normal de neurotransmisores. Estos datos neuropatológicos fueron investigados por Strich,
Nevin, Adams y cols. y Gennarelli y cols., quienes les llamaron lesiones axonales por degeneración
desigual y difusa de la sustancia blanca cerebral. Fotz y Schmidt demostraron que la actividad
eléctrica de la formación reticular medial es la que queda más deprimida por un tiempo más
prolongado y a nivel más grave que la de la corteza cerebral. Estas microlesiones, sólo detectables
por biopsia cerebral se manifiestan con complicaciones tardías como cefalea postraumática crónica o
el síndrome postconmocional que puede ser subjetivo o más grave con alteraciones
electroencefalográficas. Además de las lesiones anatomoneurológicas que produce en sí el
traumatismo encéfalocraneano, si el estrés agudo producido durante el traumatismo recibido es muy
intenso puede provocar, por sí, lesiones de atrofia en ciertas neuronas de la región CA3 del
hipotálamo lo que perpetúa en el tiempo el trastorno de la memoria, debido a secreciones excesivas
de neurotransmisores, especialmente glucomineralcorticoides.

Testifican estos estudios y conclusiones, las imágenes obtenidas con RMN por McEwen en
personas que han sufrido enfermedades relacionadas con el estrés agudo. El mecanismo de amnesia
retrógrada postraumática también es mediado por endorfinas. Cuando el estrés físico es muy severo o
impresionante, la liberación de endorfinas es mayor y esto embota la atención selectiva, lo que altera
el proceso de la memorización de los acontecimientos que en esos momentos ocurren. Esto explicaría
la “amnesia por shock” que sufren la mayoría de los individuos sometidos a grandes accidentes
(viales, terremotos, derrumbamientos, etc.), tanto en los casos de traumatismos con conmoción
cerebral, como en los que ésta no existe. Es muy frecuente escuchar en la anamnesis de estos traumas,
la frase “no sé qué pasó” “no recuerdo qué ocurrió”, etc., o bien se efectúa relatos imprecisos o
indefinidos.

El estudio Zúrich consistió en realizar un análisis en dos etapas sobre un grupo de hombres
cuyas edades ubicaban entre los 20 y los 40 años. En la primera etapa se les pidió que memorizaran
60 sustantivos, para lo cual debían mirar cada sustantivo durante 4 segundos. Luego se les tomaba
una evaluación inmediata que consistía en escribir todos los sustantivos que recordaran. Después de
24 horas volvía a repetirse la evaluación. En una segunda etapa los investigadores administraron a
los mismos voluntarios del grupo en estudio, 24 horas antes de la evaluación, una dosis de cortisona
en tabletas (la cortisona al metabolizarse se transforma en cortisol, el glucocorticoide que se secreta en
el estrés crónico). Después de esta ingesta, en la evaluación inmediata no hubo efecto sobre la
memoria. En la evaluación tardía, a las 24 horas subsiguientes a la prueba, se encontraron fallas en las
respuestas, que demostraron la afectación de la memoria. El glucocorticoide afecta el proceso de
evocación o recuerdo de la memoria y es el mecanismo que se suma a las lesiones del hipotálamo y
acción de las endorfinas, para alterar el proceso de la memoria en situaciones de estrés. Estas
conclusiones son importantes en situaciones cotidianas como las que atraviesan los estudiantes cuando
deben rendir un examen, de quienes deben memorizar una agenda de trabajo y, en un caso muy
particular, de los que deben testificar ante autoridades judiciales o policiales sobre hechos
traumáticos, o los que han sufrido catástrofes o guerras. La acción distresante aumenta el cortisol y
endorfinas y esto causa la alteración de la memoria. Por esto, las conclusiones a las que arribó este
estudio, contemplan la posibilidad de que ciertos testimonios en determinados procesos judiciales,
puedan resultar viciados por omisión de detalles o alteración de la narración de los hechos. La
situación generada, si no es conocida y comprendida, puede inducir un dictamen de “falso
testimonio”. Igual cosa ocurre en las entrevistas de todo tipo, incluidas las anamnesis de los médicos.
Esta situación lleva al estudio a aseverar que “sobre la base de los resultados parece probable que los
niveles elevados de glucocorticoides, inducen desequilibrios de memoria en situaciones tensas como
los exámenes estudiantiles, las entrevistas y los testimonios ante un tribunal”.

Cuando el estrés físico produce la “amnesia por shock” que sufren la mayoría de los
individuos sometidos a grandes accidentes como en los que ésta no existe es muy común escuchar en
la anamnesis (interrogatorio del médico) de estos traumas, las frases “no recuerdo en absoluto lo que
pasó” “no recuerdo bien lo que ocurrió”, o bien, se realizan relatos imprecisos e indefinidos en los
que generalmente deben ser ayudados por familiares o testigos a recordar (amnesia retrógrada
postraumática). Las alteraciones de la memoria, sobre todo en el estrés postraumático, son bien
conocidas y se expresan como fragmentación mnésica, ideas intrusivas (a veces en forma de
flashbacks), disociación (separación inconsciente de algunos procesos mentales de otros como, por
ejemplo, falta de correlación entre la expresión facial y el estado de ánimo manifestado). El
hipocampo que ya hemos estudiado, tiene un papel crucial tanto en la memoria como en la
regulación neuroendocrina de las hormonas del estrés. Es, asimismo, una de las dianas de las
hormonas del estrés, con una de las mayores concentraciones de receptores para corticosteroides del
cerebro de mamíferos. Una función neuroendocrina del hipocampo es participar en la terminación de
una respuesta de estrés mediante una retroalimentación negativa que inhibe el eje hipotálamo-
hipófisis-adrenal (eje HHA). Se ha comprobado por estudios multicéntricos que el estrés y las
hormonas del estrés deterioran las formas de memoria dependiente del hipocampo, fenómeno que
ocurre tanto en animales como en seres humanos. Un ejemplo lo encontramos en el trastorno por
estrés postraumático que provoca atrofia del hipocampo y déficit marcado en las tareas de recuerdo,
dependientes del hipocampo. Como demostramos en este trabajo, el hipocampo tiene funciones
determinantes en la conexión y organización de varios aspectos mnésicos como, por ejemplo, ubicar
un determinado recuerdo en el adecuado contexto tempo-espacial. Esto da una razón biológica para
explicar por qué dos personas que viven un mismo hecho pueden, años después, tener diferentes
recuerdos de lo ocurrido. Todo funcionaría como que constantemente un viejo recuerdo es empujado
hacia la conciencia. En este caso el cerebro lo selecciona, lo actualiza y acto seguido procede a
fabricar nuevas proteínas durante el proceso de devolución, de dicho recuerdo, al almacén de la
memoria de largo plazo. La creación de nuevas proteínas significa, de algún modo, que el recuerdo
está siendo transformado permanentemente para reflejar las experiencias vitales de cada persona, pero
no se modifican los mecanismos en sí de la memoria misma.

Esto significa que hay que considerar lo que es la memoria proceso como un mecanismo de
formar memoria o facultad intelectual de la mente y diferenciarla del contenido de la memoria o
recuerdo. Lo que cambia de una persona a otra es la forma en cómo almacena el contenido de un
recuerdo, pero los mecanismos de la memoria proceso son iguales para todos. El hallazgo
experimental de la modificación de los contenidos de la memoria o recuerdos se realizó con el
estudio, en animales, de recuerdos específicos relacionados con el miedo. Pero estudios casuísticos de
diferentes grupos de seres humanos determinan que este fenómeno también puede confirmarse con
otros tipos de recuerdos que no sean exclusivamente los relacionados con el miedo. Al mismo tiempo
aseveran que el descubrimiento también podría llevar al desarrollo de algunas formas de alterar o
borrar los recuerdos de las personas, generalmente, mediante situaciones estresantes en las que no
necesariamente interviene el miedo. Desde el siglo pasado se conoce que los recuerdos recientes son
inicialmente inestables; de forma tal que un golpe en la cabeza, una descarga eléctrica o ciertas drogas
pueden alterar el proceso mnésico que gradualmente lleva un recuerdo de corto plazo a uno de largo
plazo, mediante la intervención de nuevas conexiones y la síntesis de nuevas proteínas. En la década
del ‘60 se descubrió que ciertas drogas interferían en la rememoración de recuerdos, pero la
investigación no pudo avanzar debido a esas drogas afectaban a todo el cerebro en forma
inespecífica, lo que evitó rastrear los mecanismos celulares de las redes de memoria.

La formación de memoria y evocación, en el estrés agudo

Si bien se ha estudiado la memoria del horror, hay otras memorias de miedo y episodios de
memorización en el estrés agudo que según los estudios recientes se deben a diferentes grados de
intensidad del estrés agudo. Cuando dicho estrés está dentro de niveles bajos de estrés pueden ocurrir
dos cosas:

1. que se altere el mecanismo de evocación: es lo que ocurre con los estudiantes en los
exámenes, el orador, artista o el cantante que olvida la letra, etc.
2. que se mejore la formación de memoria: el aumento primario de la concentración de
adrenalina liberada por la médula adrenal o de cortisol por la corteza suprarrenal, en dosis
relativamente bajas pero dentro de niveles fisiológicos no basales, elevan el poder de vigilia,
atención y concentración, de la misma forma que ocurre cuando voluntariamente usamos esas
facultades, y se configura el fenómeno de un “aumento del poder de memoria” pero no en la
evocación sino en la formación de conocimientos (aprendizaje). Estos neurotransmisores actúan
sobre la amígdala indemne, especialmente la amígdala basolateral que filogenéticamente es la de
formación neurológica más reciente. La indemnidad o daño de la amígdala corticomedial (la de
formación neurológica más arcaica) no altera el mecanismo mnésico del aprendizaje. La razón de este
fenómeno se explica por la teoría del “arousal” (del inglés arouse = despertar, estimular) o buen tono
noradrenérgico. Esto influye también en la transmisión gabaérgica otro factor para buena formación
de memoria. Lo que estamos explicando es una especie de “gatillo” de la formación de memoria,
pues debemos recordar que además de la amígdala basolateral intervienen otras áreas encefálicas
como el hipocampo, la corteza prefrontal, etc. Luego, recordemos siempre: la amígdala no es
formadora estricta de memoria, sino moduladora de la misma, la cual para formarse y almacenarse
debidamente necesita irremediablemente de casi todo el cerebro. Otro detalle importante es que
recordemos que la catecolamina noradrenérgica no atraviesa la barrera hematoencefálica, sino que
dentro del cerebro actúan las catecolaminas adrenérgicas formadas por el mismo cerebro. Para
estimular a la amígdala, primero la epinefrina estimula periféricamente al sistema vagal o vago y este
inicia una cascada de estímulos que se convierten en señales intracerebrales que estimulan el locus
ceruleus, el principal liberador de noradrenalina cerebral. De ese modo la presencia de receptores
adrenérgicos cerebrales y las cascadas intraneuronales moduladas por estos neurotransmisores
intracerebrales estimulados en parte e indirectamente por los neurotransmisores periféricos, son los
que consolidan la formación de memoria. Los glucocorticoides, en la formación de memoria,
sabemos que actúan directamente sobre el hipocampo, el que posee la mayor cantidad de receptores
para los mismos, pero en la amígdala no lo hacen en forma directa sino como intermediarios. En la
amígdala controlan la actividad y también lo hacen en el tracto solitario, pero para actuar necesitan
que previamente haya activación y transmisión noradrenérgica, pues los glucocorticoides son un paso
intermedio entre la cascada intracelular y la activación noradrenérgica. De este modo, se consolida el
papel de la amígdala como modulador de la memoria y regulador del estrés y en ambos casos
interviene como agente de regulación emocional, pues determinará que calidad o grado hay que
darle a un estímulo emocional, normal o estresante.

En resumen: recordemos que el estrés agudo actúa:

• de acuerdo con su intensidad y calidad


• produce pérdida de la memoria: en estrés leve, anula la evocación en la memoria (casos de
estudiantes y profesionales que olvidan una letra textual) En estrés agudo grave y traumático produce
amnesia postraumática y altera tanto la evocación como la formación de memoria según sea amnesia
anterógrada o retrógrada.
• ayuda la formación de memoria: en grado de activación dentro de límites normales superiores
a los basales activa la formación de memoria normal; en grados intensos y situaciones de miedo forma
la memoria del miedo o del horror; en situaciones de maleabilidad (conocimiento o recuerdo previo),
por ejemplo cuando nos salta encima una araña, la cual recordamos por saber que pueden ser
animales peligrosos, o en presencia de fobias (memoria del peligro). En estrés agudo súbito no
catastrófico ni traumático, activa la memoria filogenética que ayuda a poner en marcha mecanismos
instintivos para luchar o huir

Estrés crónico y memoria

Recordemos todo lo que hemos repasado del estrés crónico en nuestras consideraciones
anteriores. Ahora agregaremos otras consideraciones relativamente obvias. Hay que considerar tres
tipos de estrés crónicos:

1. El estrés crónico generado por estímulos repetitivos de un mismo agente estimulante o mismo
estresor
2. El estrés crónico debido a estímulos múltiples sucesivos por diferentes estresores
3. El estrés crónico generado por un estímulo único que primero produce un estrés agudo grave
e intenso y luego por diferentes mecanismos, generalmente mnésicos, se autoperpetúa como es la
memoria del miedo o la memoria del horror del estrés postraumático.

En general y según algunos de los estudios que hemos citado en este trabajo, principalmente
el de McEwen, el estrés crónico perjudica la memoria e induce hipoamnesia, amnesia o evocación
defectuosa y si alguna vez contribuye a la formación de memoria, sólo lo es en forma peyorativa
como puede ser la idea fija u obsesivo-compulsiva, o las memorias del miedo y del horror que en
alguna medida son evocaciones defectuosas. Por ejemplo, en el caso del estrés crónico por un
estímulo generado por un mismo estresor, como puede ser el ruido molesto o situaciones similares
que se repiten indefinidamente, el agente estresor se fija en la memoria constituyendo un recuerdo
obsesivo-compulsivo y ante la reiteración del estímulo se origina una reacción de oposición, como
sentimiento de ira o estado iracundia que lleva también a una reacción compulsiva, generalmente
violenta por la generación de un impulso homicida no psicopático. El estrés crónico repetitivo ayuda
a formar una memoria patológica reforzando no sólo la formación sino el almacenamiento y la
evocación. Exacerba patológicamente el mecanismo mnésico en todas sus etapas. En la
biofisiopatología del estrés crónico o sostenido, la principal hormona que opera es el cortisol.

El estudio Coryell demostró que los propensos al suicidio, como son los depresivos graves,
tienen un aumento importante del cortisol sanguíneo, a tal punto que un estudio metódico de las tasas
de cortisolemia en pacientes depresivos graves, son predictores útiles de que el impulso suicida se
lleve a cabo. Este estudio es uno, de los tantos, que confirma que la hipercortisolemia es un buen
marcador del estrés crónico y/o sostenido. En el estrés crónico avanzado o grave, deja de funcionar el
mecanismo de retroalimentación que frena normalmente al sistema de secreción de cortisol y, en
consecuencia, hay más producción de ACTH y más producción de cortisol. Entre otras cosas, el nivel
alto de cortisol es causa de depresión y por este mecanismo, el estrés queda ligado a la conmorbilidad
con la depresión. Esta hipercortisolemia, cuando persiste en grado mayor y por mucho tiempo,
produce hipotrofias en el hipocampo y termina con un agotamiento del circuito ACTH-cortisol,
llegando a generar situaciones extremas de hipocortisolemia, a pesar del estrés sostenido o de la
depresión activa. En los trastornos del ánimo por estrés crónico también se afecta la memoria
generalmente por hipomnesia o amnesia. En el estrés crónico hay muchas y variadas respuestas, que
además de los circuitos mnésicos, afectan otros mecanismos físicos y psíquicos. La respuesta crónica
o estado de vigilancia permanente, es aquella en que se pierde sucesivamente el control de la
identidad y la autoestima y en la que se observa sumisión y pérdida de esperanza. También en
aquellos casos en que un estímulo se repite varias veces, en forma crónica (estrés repetitivo), hay un
período de latencia antes de que se manifiesten los síntomas. Por esto, se llama también período o
estadio de resistencia o estado de agotamiento, fase del SGA de Selye, en donde puede aparecer una
marcada aceptación al estresor (período de adaptación). Como consecuencia de una exposición
prolongada a un estrés de elevada intensidad, puede producirse también la muerte. En el caso de
muerte, actúa el estrés de la impotencia (Richter). Luego, para comprenderlo mejor, debemos
considerar que en el estrés crónico hay:

a. Liberación de hormonas: GH, ACTH, corticosterona, cortisol y otras y se reduce la


producción de testosterona
b. Estimulación vagal: con liberación de colinérgicos, que puede causar la muerte por estrés de
impotencia y que Richter denominó muerte trivial ya que puede ser evitada con la aplicación
atropina. Si no muere el afectado, la producción excesiva de colinérgicos provoca lesión del sistema
colinérgico central, producida por una baja del número de células colinérgicas, de la tasa de CAT y
de ACE
c. Atrofia de estructuras límbicas y disminución de cortisol: ocurre en la faz terminal de un
cuadro de estrés crónico y se acompaña de otros fenómenos en vías de estudio (Jones, McEwen,
otros autores)
d. Atrofia de estructuras del hipocampo: En el estrés crónico hay estimulación de la corteza
entorrinal que a su vez estimula los receptores NMDA, liberación de glucocorticoides y de serotonina
(5HT) que también estimula receptores NMDA (sistemas neuroquímicos alterados). La presencia de
un gran número de estructuras hipocampales ricas en receptores para glucocorticoides, el exceso de
éstos produce muerte neuronal y acortamiento dendrital con atrofia de la arborización dendrítica,
especialmente en región CA3 . El árbol dendrítico piramidal se “deshilacha” y disminuyen los
contactos sinápticos, lo que altera la neurotransmisión intrahipocampal. Paralelamente han
disminución de la neurogénesis, especialmente en el giro dentado, región hipotalámica en continua
proliferación neuronal. (Jones, 1942 y otros autores). Los glucocorticoides actúan sobre los
receptores kainato presinápticos, sobre receptores GABA β2, los que regulan la interneurona... Todos
estos mecanismos provocan disminución o desaparición de la memoria.

La más alterada en el estrés crónico es la memoria declarativa.

Conclusiones sobre estrés crónico y memoria

El estrés crónico afecta fundamentalmente los sistemas neuroquímicos del glutamato, la


serotonina y el GABA, provocando una pequeña alteración neuroquímica cuando el nivel de ese
estrés no es tan intenso ni grave y en este caso sólo hay cierto deterioro cognitivo, especialmente al
nivel de aprendizaje y memoria, los cuales no tienen mayor impacto sobre la salud mental de esos
mecanismos. Esto ocurre en algún grado, en el estrés agudo intenso también. Pero el estrés crónico
muy intenso o sostenido, además de alterar los sistemas neuroquímicos, también alteran la anatomía
neuronal y afectan la plasticidad sináptica de cambiar los circuitos neuronales, provocando cambios
morfológicos en hipocampo, amígdala y determinadas áreas de la corteza cerebral o prefrontal. Los
cambios morfológicos, según vimos, abarcaban desde el acortamiento dendrítico que altera las
sinapsis neuronales, la neurogénesis hipotalámica del giro dentado, anulándola, y, finalmente hay
necrosis neuronal que determinan atrofias en hipotálamo y amígdala. Estos procesos pueden llevar al
envejecimiento cerebral y todos estos procesos afectan la cognición en las fases del aprendizaje y la
memoria. Los defectos son la disminución o pérdida de la memoria, con grave alteración del
aprendizaje. El uso de benzodiazepinas altera la memoria, causando disminución de la misma.

Envejecimiento de la memoria

Los trastornos por fallas físicas u orgánicas pueden ser provocados por el envejecimiento y
según Previgliano, pueden instalarse normalmente “a partir de los 25 años, cuando empieza en
todos los seres humanos el proceso de apoptosis celular: las neuronas, que están programadas para
una determinada vida útil, empiezan a morirse. Y esto hace que a partir de los 40 años el cerebro
cambie su morfología. Ese envejecimiento normal del cerebro continúa a lo largo del tiempo y sólo se
detiene con la muerte. Pero también existe un envejecimiento patológico, que puede estar mediado
por distintas alteraciones. Enfermedades como el Alzheimer; enfermedades que afectan áreas
subcorticales, como la demencia por múltiples infartos; y también procesos mixtos”.

En el Alzheimer hay fallas metabólicas que provocan cambios en las neuronas cerebrales con
acumulación de placas que provocan la muerte neuronal. De acuerdo con el número de neuronas
afectadas en un tiempo determinado, hay un proceso patológico progresivo. De este modo hay una
instalación lenta que comienza con una leve “mala memoria” y hay pérdida progresiva de la memoria
hasta llegar a graves deterioros en los que se pierde la capacidad de pensamiento, formulación de
juicios y amnesia total con pérdida de la identidad. Así, se llega a una incapacidad total en el
desempeño cotidiano de la existencia personal. La demencia vascular se debe a alteraciones de la
irrigación sanguínea del cerebro que va desde pequeños a grandes derrames o hemorragias o infarto
por trombosis. Estos procesos generalmente se instalan bruscamente, pero si la afección es episódica
hay agravamiento progresivo en el tiempo. La gravedad de la demencia vascular dependerá de la
zona cerebral afectada. En lo referente a las demencias por enfermedades o envejecimiento, es bueno
recordar que si bien la palabra demencia denotativamente se la relaciona con la locura, conviene
conocer que en Medicina se la considera como una forma lingüística de denominar a las alteraciones
de las funciones cognitivas y esto lo acerca más a la acepción denotativa que la RAE hace al
describirla como “estado de debilidad, generalmente progresivo y fatal, de las facultades mentales”
Siempre se ha creído que lo primero que se pierde al envejecer es la memoria. Pero Schrof realiza
una serie de investigaciones en estudios multicéntricos y logra establecer que la mayor edad no es
causa obligada de deterioro de la capacidad intelectual y que por lo menos hasta los 70 años la
mayoría de las personas conservan intactas sus facultades mentales. Incluso, más de una cuarta parte
de la gente mayor llega a los 80 o 90, sin sufrir un deterioro mental importante. Se han identificado
tres factores influyentes en la conservación de la capacidad intelectual:

1. haber hecho estudios superiores al nivel medio


2. llevar una vida productiva, con intereses múltiples
3. tener el apoyo de un cónyuge inteligente

Los factores negativos para la conservación de la lucidez mental:

1. la rigidez de creencias, ideas, etc.


2. el apego a la rutina en las costumbres y actividades
3. la falta de satisfacciones en la vida

Los estudios realizados han demostrado que en realidad, lo que primero se pierde no es la
memoria sino la capacidad de comprender relaciones espaciales (cómo ubicar un punto en un mapa o
el auto en un estacionamiento público poblado). Sólo después de los 50 años de edad comienza la
disminución de la capacidad de abstracción para establecer analogías y un poco más tarde, se pierde
la memoria verbal consecutiva a una distracción (consiste en recordar detalles de un relato después de
haber dedicado la atención a otras tareas). La memoria de procedimientos es la menos afectada por la
edad, al igual que la memoria retrógrada. Lo que más daña a la capacidad intelectual es la falta de
ejercitación. Los que se empeñan en hacer lo mismo todos los días de su vida son los que más
rápidamente sufren deterioro mental. Para retener la agilidad mental es menester proporcionar al
cerebro experiencias y estímulos nuevos, al mismo tiempo que se tratan de ejercitar todas las
facultades mentales frente al nuevo entrenamiento, especialmente la memoria y las capacidades de
formular juicios y razonamientos, establecer analogías, etc. En manera especial no debe perderse la
capacidad de orientación temporoespacial: saber en qué lugar nos encontramos, la fecha del día,
donde vivimos. Es muy común en los ancianos perder dicha orientación porque ya no les interesa
saber fechas, días e inquirir sobre los lugares que visitan o son llevados. Otro hecho fundamental es
que todo ejercicio mental sea placentero. No es lo mismo obligarse a leer para “mantenerse al día”
que hacerlo para satisfacer un gusto, un placer intelectual o satisfacer una curiosidad. La flexibilidad
de pensamiento y la disposición para improvisar son factores que aborrecen la viveza o lucidez
mental. En cuanto a la salud corporal es otro factor importante para las funciones mentales. El
anciano cuyo cuerpo enfermo, también daña físicamente su cerebro y esto le produce las demencias
seniles o el deterioro intelectual. Un anciano sometido a un proceso de aprendizaje es más lento que
un joven pero con la actividad mental va creando nuevas conexiones neuronales que les permiten
compensar la pérdida funcional de algunas neuronas. Por esto aprenden menos, pero con mayor
seguridad debido a una mayor capacidad de asociación. El envejecimiento del cerebro puede
transferir determinadas funciones de una región a otra para seguir manteniendo la eficiencia cerebral
o mental. El mantenimiento de la lucidez en las personas mayores se debe a un entrenamiento
continuo con tareas de razonamiento, comprensión de relaciones espaciales y memorización a fin de
que conserven la lucidez y la autonomía personal. Los ancianos lúcidos demuestran que pueden
superar mejor que los más jóvenes, determinadas pruebas psicométricas. Además, resuelven con más
ventaja todos los dilemas de la vida y pueden conservar un conocimiento conceptual extenso, con
mayor capacidad de asociación de los datos, con lo que suplen la falta de memoria de detalles. Esto
refuerza el aforismo de que la vejez da sabiduría. El anciano cuenta con un repertorio de experiencias
que le ayudan a una mayor capacidad de resolución. Probablemente sean más lentos en reaccionar
que los jóvenes pero le superan en mayor información, experiencia y sabiduría. Los jóvenes deben
compensar ese déficit con mayor velocidad para discurrir y actuar. Por eso los jóvenes logran ser más
eruditos pero no más sabios. Como punto final de este parágrafo, queremos remarcar que muchos
estudiosos de la mente y sus funciones y efectos, tratan de buscar dentro del cuerpo la explicación de
esos actos o su interpretación. Las funciones corporales son muy complejas y cada vez más, la
biología molecular complica el estudio de los fenómenos mentales, por más aparatos sofisticados que
se usen. Los estudios por imágenes de lo que ocurre en el cerebro cuando funciona la mente, son sólo
eso: efectos de la energía sobre la materia. No es el funcionamiento de la materia la que provoca el
acto mental, sino que el acto mental modifica la biología molecular. Si esto no llega a ser entendido
desde el principio, se llenarán muchas bibliotecas con las descripciones de los mecanismos biológicos
moleculares que se encuentran en cada acto mental. Pero no podemos decir que un acto mental se
debe (sea causado) a una actividad o inactividad de una determinada zona cerebral. Es a la inversa: el
acto mental es la causa de esa actividad o inactividad. De este modo, recuperamos el misterio
ontológico del origen y esencia del alma, espíritu y mente. Existen, pero su naturaleza y causa no es
el cuerpo humano. El cuerpo es sólo el vehículo o instrumento. Lo que debemos sostener es que los
actos mentales activan o desactivan diferentes zonas cerebrales o circuitos neuronales. Movilizan los
neurotransmisores y encienden todo el metabolismo cerebral (y del cuerpo en general), pero es la
mente la causa y no al revés. Este concepto debe tenerse en cuenta para explicar los trastornos de la
ansiedad en particular, incluyendo al estrés y otros trastornos y enfermedades mentales. No sólo
deben los científicos empecinarse en el cuerpo y la biología molecular, sino estudiar cómo piensa el
ser humano. Teniendo noción de la energía mental y la del espíritu en general, conocerán el
tremendo poder que puede modificar nuestros genes y, a través de ellos, todas las funciones de cada
una de nuestras células.

Desarrollo de la memoria

Otros de los elementos del desarrollo intelectual es la memoria. Para esto debemos recordar la
esencia de la misma como potencia del alma por medio de la cual se retiene y recuerda (sede de los
recuerdos):

1. el pasado
2. el conocimiento adquirido
3. los hechos actuales o presentes.

Por lo tanto, la memoria es una potencia intelectual y, como tal, puede adquirirse y
desarrollarse mediante el entrenamiento, mientras haya un aparato psíquico o mente normal. La
memoria se pierde sólo si hay deterioro mental psíquico u orgánico. Una de las funciones básicas de
la memoria, cual es la retención, está ya presente desde el nacimiento, pero la operación de
codificación o de registro es muy deficiente en los bebés por lo que los únicos estímulos que pueden
memorizar son de carácter muy simple y que no necesitan, por tanto, de ningún tipo de operación de
codificación compleja. Por otro lado, el número de estímulos que puede retener un bebé es muy bajo
por simples que estos estímulos sean. Además, si bien retienen estímulos sencillos, sólo recuerdan
(evocan) a los mismos únicamente cuando actúan reiteradamente. Contrariamente, los adultos
normales, especialmente los que realizan entrenamientos mnemotécnicos (nemotecnia = arte de
ejercitar la memoria), tienen gran capacidad de retención y fácil evocación, la cual es voluntaria y no
sólo en presencia de estímulos. La correcta memorización (proceso de retención) exige, además de
una observación atenta y concentrada o de una lectura en esas condiciones, de un continuo repaso
del tema o cuestión a memorizar. Tanto la retención como la evocación y el almacenamiento de datos
y hechos a recordar, exigen técnicas y métodos propios para cada persona. Así la memoria tiene algo
de congénito pero mucho de aprendido. La memoria guardada de habilidades y destrezas aprendidas,
es permanente y óptima cuando se reúnen dos condiciones:

1. uso continuo
2. automatización de los actos aprendidos y memorizados (por ej. conducir, escribir a máquina,
etc.)

Hay diferentes mecanismos de memoria que nosotros reconocimos anteriormente, al tratar


los tipos de memorias, que ahora repasaremos brevemente, y así hablamos de una memoria sensorial
que se desarrolla de acuerdo a necesidades específicas, por ejemplo, un ciego desarrollará una
memoria táctil y una memoria auditiva. El sordo desarrolla una memoria visual. Naturalmente, las
personas normales también pueden desarrollar estas memorias sensoriales según las necesiten. Otra
memoria es la memoria gustativa que desarrollan los catadores. Había una memoria a corto plazo que
retiene la información por minutos o segundos o lapsos muy cortos y que ya analizamos como
memoria para uso inmediato, con capacidad muy limitada. En cambio, recordemos que cuando la
información es transferida a la memoria de largo plazo, la capacidad se vuelve ilimitada y en esa
memoria, a manera de “disco duro” de una computadora, se van grabando y acumulando todos los
acontecimientos que nos ocurren y los conocimientos que podamos aprender. Todos estos contenidos
permanecen, además, indefinidamente en esta memoria, a la que debemos recurrir siempre que
necesitemos recordarlos. La evocación puede ser rápida o inmediata cuando el conocimiento es
manejado asiduamente o de grabación reciente o puede ser lenta o mediata a medida que los
recuerdos son más lejanos. Abarca la memoria semántica que es la capacidad de recordar el
significado de las palabras y los símbolos y es la más perdurable de todas. Es la que más se conserva
en el mal de Alzheimer (pérdida patológica de la memoria) y es la que hace difícil olvidar los
términos aprendidos en la juventud y que luego nunca más se usan, como “baile de graduación” o
“comedor universitario”. También es la que graba los símbolos religiosos, las marcas comerciales, las
diferencias entre un perro y un gato, etc. La memoria semántica puede seguir enriqueciéndose hasta
la muerte. Otra parte de la memoria a largo plazo, es la memoria implícita que permite recordar cómo
montar en bicicleta, nadar o conducir, aptitudes que dependen del recuerdo automático (memoria
automática) de una serie de movimientos iterativos y automáticos. Es la memoria de los reflejos
condicionados que permite, por ejemplo, sacar rápidamente el pañuelo ante la sensación de
estornudo inminente. Es una memoria también duradera y su pérdida es signo seguro de deterioro
mental grave. Otro tipo de memoria de largo plazo es la memoria remota (memoria retrógrada) que
es la que conserva los recuerdos de la infancia, los conocimientos escolares, los libros, revistas y
películas que han causado un gran impacto o que han sido vistos o leídos repetidamente,
determinadas conversaciones y toda suerte de situaciones vividas muy en el pasado y cuya memoria
se conserva a través de los años. Esta memoria también es difícil de perder, pero en edades
avanzadas, a pesar de ser una de las memorias más conservadas, puede ocurrir que haya dificultad
para evocación, o sea, traer al presente el recuerdo del pasado. Barry Gordon interpreta a esto como
una especie de “interferencia” ya que al envejecer se debe clasificar una y otra vez la información
que se va sumando sin cesar a nuestros conocimientos y el recuerdo de la misma puede entrecruzarse
con otros recuerdos y no permitir la correcta evocación, o al menos la evocación oportuna, y esto
sería la interferencia.

La llamada memoria fotográfica que se aplica a las personas que tienen la capacidad de
memorizar en forma rápida una gran cantidad de detalles, es mal llamada fotográfica porque “nadie
registra los hechos de la manera indiscriminada, gráfica y precisa como lo hace una fotografía. La
memoria es siempre selectiva” (Mohs). Lo que ocurre es que hay personas con mayor capacidad de
memoria, quizás debido a una mayor atención y a un gran poder de observación que les permite
clasificar o seleccionar rápidamente la mayor cantidad de detalles y su capacidad de retención
aumentada, situación que les lleva a obtener una memoria rápida y completa de hechos observados.
Para el desarrollo de la memoria o evitar la pérdida o disminución de la misma, se acude a la
nemotecnia, disciplina que estudia las técnicas de memorización. Las estrategias mnemotécnicas o
mnemotécnicas (ambos términos son válidos e iguales) pueden ser:

1. sectorización del dato: cuando el dato a memorizar es extenso o complicado se le


descompone por sectores y se memorizan éstos en un orden determinado (ítem o “chuncks”)
2. localización visual: sirve para el conocimiento que se adquiere con la memoria visual y que
surge del uso deliberado de imágenes mentales retenidas a través de la visión. La memoria visual o
fotográfica o eidética es notable en muchas personas y son históricamente recordadas la de Leonardo
Da Vinci y Napoleón Bonaparte. En general, los artistas plásticos (escultores, pintores, dibujantes)
tienen desarrollada esta memoria.
3. método de lugares: se visualizan todos los lugares a recordar, buscando detalles especiales de
individualización de los mismos, mediante una secuencia lógica y ordenada. Consiste en identificar
cada lugar con una imagen y esa imagen con una palabra.
4. uso de palabras claves: es útil para aprender un texto o una lengua extranjera. Para
memorizar un texto se buscan las palabras claves que son las que determinan el sentido del texto. En
el caso de idiomas extranjeros, hay que buscar palabras que tengan algo en común con el idioma que
manejamos y luego asociar esas palabras con la imagen del objeto designado por la palabra
extranjera. La combinación de palabras claves con imágenes mentales es proceso muy importante
para organizar la memoria y el proceso de pensar.
5. organización verbal: se refiere a que es más fácil retener las palabras en forma de verso
rimado que en prosa. Por esto es más fácil memorizar una poesía que una prosa. Por ejemplo, para
recordar la cantidad de días de cada mes se usa la conocida frase “30 días tiene setiembre como abril,
junio y noviembre”
6. método de asociaciones: relación del texto con el contexto, por ejemplo, pez nos lleva a
pensar en agua.
7. importancia del contexto: el método de asociaciones nos lleva a considerar especialmente el
contexto, siendo éste una clave importante para la recuperación de material mnésico. Cuando no se
puede recordar directamente un hecho preciso en un momento preciso, el tratar de recordar lo que
hizo en ese momento es parte de la recuperación del recuerdo. Si me preguntan ¿qué hizo el 3 de
julio de 1980? es probable que en forma inmediata no tenga ni la menor idea. Pero si recuerdo que
ese año es anterior al término de mi carrera profesional y que era empleado del gobierno y esta
cursando el internado obligatorio de mi profesión, podré ir recordando otros detalles. Y así
paulatinamente y por asociación iré recuperando datos “lógicos” que tenía almacenados
recónditamente en mi memoria.
8. la organización del material a memorizar: es una clave fundamental para recordar y la mejor
regla mnemotécnica. Hay diferentes formas de organizar el material almacenado en la memoria. Ya
hicimos referencia a uno como es el recuerdo del contexto, pero esta organización no es aplicable a
todo el material almacenado en la memoria. Cada material en especial requerirá de una forma
determinada de organización. Ya hemos hecho referencia a las palabras claves, a la organización
visual, a la organización verbal, etc. Hay muchas otras formas de organización que dependerá de la
habilidad y entrenamiento de cada persona, como así de sus intenciones y motivaciones.
9. Repaso permanente del material memorizado: ya dijimos que el olvido y otros trastornos de la
memoria pueden obviarse con la atención, concentración y repetición en los hechos y cosas a
memorizar y por otro lado, el entrenamiento continuo de tratar de recordar las cosas principales que
hacen a las necesidades precisas de cada uno. El mecanismo de repetir un mismo dato para mejorar la
memoria es llamado repaso y consiste en una capacidad susceptible de ser adquirida mediante
entrenamiento. Este repaso puede ser escrito, verbal o simplemente una meditación. Para esto es
preciso tratar de prescindir de agendas o notas cuando son datos de poca extensión y de uso cotidiano
(número de teléfonos, número de documentos, direcciones, tareas a realizar, etc.). El repaso es una
forma de repetición o reiteración de un mismo conocimiento y es una actividad que necesita un
continuo estímulo de nuestra parte. El repaso puede ser espontáneo o voluntario, de acuerdo a
nuestras necesidades de recordar o mantener un dato. En algunos casos, es un verdadero hobby para
quienes se especializan en una disciplina o cuestión no académica. El estudio Flawell-Beach-Clumsky
(1966) demostró diferentes capacidades de repaso en los niños siendo menor esta capacidad para los
muy chicos y mayor para los que superan los cinco años de edad. Tanto niños como adultos tienen la
misma capacidad de repaso. El repaso ayuda a mejorar, mantener y aumentar la capacidad de
memorizar datos. Cada persona tiene capacidad para desarrollar estrategias y formas nuevas de repaso
para mejorar la capacidad general de la inteligencia y el control del pensamiento.
10. Ayudamemoria: se da este nombre a las agendas, “machetes” y otros medios escrito, filmados
o grabados que ayudan a recordar y repasar datos útiles. Se emplean cuando el material a recordar es
muy extenso o de uso relativamente escaso.
11. Uso del olfato: quizá sea uno de los sentidos que mejor ayudan a guardar memoria y facilitar
el recuerdo, debido a que el circuito nervioso mnésico del olfato es más corto en su recorrido y
extensión que el del resto de los sentidos, quienes tienen un recorrido más largo para llegar a los
centros de reconocimiento. El olor pasa directamente del bulbo olfatorio al sistema límbico e ingresa
en la memoria rápidamente a través del hipocampo. Esto lo asocia en gran parte a lo emotivo o
afectivo. De ahí su facilidad para retener y recordar un olor y asociarlo a otros hechos.
12. educación de la memoria en la niñez: todo intento de desarrollar la memoria debe iniciarse
desde la niñez que es el momento de mayor potencialidad de la memoria humana. En la vejez, sólo el
uso permanente y el ejercicio de asociación, son los elementos más poderosos para mantener o
desarrollar la memoria.
13. uso de tests mnemotécnicos: son útiles, sobre todo para recordar imágenes o sonidos.

El desarrollo de la memoria, según Horacio Krell se debe obtener a través de cuatro etapas
(método Ilvem):

1. con un efecto sinérgico entre los tres tipos de inteligencia básicas del hombre: emocional,
racional e instintiva
2. los instrumentos de procesamiento de la información
3. tener en cuenta el modo operativo de los dos hemisferios cerebrales
4. unificar las tres etapas anteriores para conformar un todo que supere a la suma de partes

El método tiende a mejorar la memoria y la creatividad.

La higiene cerebral

Es muy importante para ayudar al mantenimiento y desarrollo de la memoria, como de las


otras facultades mentales, que haya una higiene cerebral, esto es, evitar el uso de tóxicos como el
cigarrillo, el alcohol, drogas y sustancias de contaminación ambiental que puedan afectar al cerebro.
También se deben evitar los procesos metabólicos patológicos como la diabetes, la
hipercolesterolemia (hiperlipemia en general). Los trastornos cardiovasculares que pueden afectar al
cerebro deben ser controlados como los procesos hemorrágicos, vasculopatías, cardiopatías,
hipertensión arterial, trombosis, etc. Por último, no debemos olvidar huir del estrés y todos los
procesos de ansiedad que interfieren con las facultades mentales, especialmente la memoria. Tanto los
tóxicos, como las enfermedades y los trastornos de ansiedad, son como verdaderos “virus
informáticos” que dañan el cerebro o disco duro y borran todos nuestros programas de realización
personal o del manejo de la existencia. La práctica de deportes o de actividades placenteras que nos
distraen de las preocupaciones u obsesiones, ayudan a despejar la mente y a mantener vivos los
recuerdos útiles, especialmente los referidos a la creatividad. La meditación relajada es uno de los
métodos de “higiene cerebral” que más nos ayudan a mejorar no sólo la memoria, sino todas las
funciones mentales, en especial la atención y la concentración, verdaderas antesalas de la memoria.

Con la conclusión del estudio de los mecanismos intelectivos, debemos abordar ahora otra
cuestión conexa como es la vida intelectiva, es decir, cómo se desarrollan todos los procesos
intelectivos en el transcurso de la existencia humana. La vida intelectiva es el ámbito o la esfera del
intelecto aplicado, funcionando.

IV

VIDA INTELECTIVA
COMUNICACIÓN Y LENGUAJE
Las vidas espirituales

El hombre necesita desarrollarse para vivir. El desarrollo no sólo lo es en el orden físico del
cuerpo, sino también de su psiquis o mente. Y dentro de ella, se desarrollan las “vidas espirituales”
como son:

1. La vida intelectiva
2. La vida volitiva
3. La vida afectiva
4. La vida instintiva

En realidad, no es que haya vidas diferentes, sino que cada esfera espiritual necesita
desarrollarse de un modo diferente y esto es lo que constituiría su vida propia. El intelecto, para
desarrollarse, necesita de métodos diferentes a los que exigen la vida volitiva, o la afectiva, o la
instintiva. De igual forma, desarrollar la voluntad es usar caminos diferentes a los del intelecto. Y así
sucesivamente. En este trabajo iremos viendo como se desarrolla cada una de estas vidas,
comenzando por la vida intelectiva o desarrollo del intelecto. Entenderemos por vida intelectiva a
todo aquello que interviene en el curso de nuestra existencia y los mecanismos que participan en el
mejoramiento de la calidad de la intelectualidad (desarrollo de la intelectualidad). Dijimos que el
intelecto es la herramienta para la incorporación del conocimiento. La base de todo conocimiento, de
nuestra facultad o capacidad cognitiva estriba en una tríada contenida en un solo bloque que opera
como una unidad sellada:

4. el proceso intelectivo
5. el proceso de aprendizaje
6. el proceso de memoria

Del proceso intelectivo y de la memoria ya nos hemos ocupado en los parágrafos anteriores. En este
incluiremos el proceso de aprendizaje, como parte importante de la vida intelectiva, aunque los tres
procesos son el fundamento esencial de esta vida.

Desarrollo de la intelectualidad

Nosotros destacaremos del intelecto (una de las notas de la inteligencia) lo referido al aspecto
de habilidad, destreza y experiencia y en ese sentido entenderemos, en parte, lo que es el desarrollo
intelectual. Naturalmente, el desarrollo intelectual implica primero que el instrumento inteligencia
esté indemne y aguzado o preparado. El hombre debe entrenar su pensamiento inteligente para evitar
desvíos o conclusiones racionales falsas. Asimismo, su entendimiento no debe tener vicios de juicios
apriorísticos. Tiene que adoptar una forma de pensar abierta, afectiva, con pleno uso de los
mecanismos racionales, para captar la realidad sin deformaciones e indagar a través de ella la esencia
de las cosas, buscando lo que las cosas son en sí, en su esencia verdadera para no errar sus criterios o
forma de juzgar. Esto exige predisponer la voluntad para querer con intensidad lograr estas
condiciones de mirar sin escrúpulos previos a la realidad y no dar significados, anticipados ni
meditados previamente, a los hechos que se dan o se observan. Aunque casi necesariamente toda idea
científica debe basarse en algún tipo de ideología o preconcepción (hipótesis, teoría, tesis), éstas
deben tener algún fundamento. Las ideas preconcebidas sin sustento, como los fanatismos, no tienen
cabida en el terreno de la ciencia. Quien desea escudriñar la realidad con mentalidad de científico
debe aproximarse a ella y rodearla caminando en su entorno u observarla con “una cierta
ingenuidad”, intentando profundizar en el conocimiento de la esencia de las cosas. Los datos que esta
observación le proporciona deben ser investigados en el sentido que estén lo menos deformados
posibles y no sean susceptibles de error por defecto de percepción. Comprobada la calidad de esos
datos debe aceptarlos, tanto si están de acuerdo con lo que él piensa del objeto observado, como si no
lo están. Esto elimina lo subjetivo de la observación y permite reformular el sentido de la cosa
observada con una visión más objetiva, dada por los diferentes puntos de vista. La aceptación de los
elementos con los que se está de acuerdo y también con los que no se está de acuerdo, hace al
pensamiento totalizador envolvente, sagaz, que indaga con interés y curiosidad, sin caer en la
tentación de conformar la realidad según se piensa y no según se da. Una hipótesis, de la cual puede
partir una observación, meditada después de ocurrido un algún hecho, es un mero instrumento del
quehacer de la investigación científica, pero no debe apasionar al investigador a tal punto de querer
adaptar la realidad a la hipótesis, convirtiendo a ésta (hipótesis) en el fin absoluto. No sería
infrecuente que se comience investigando con una hipótesis y se descubran cosas diametralmente
opuestas a ella y doblemente más interesantes que lo propuesto hipotéticamente. Cuando se cae en la
tentación y la tozudez de no leer correctamente los datos objetivos de la realidad y de consumar el
intento de imponer la hipótesis por sobre lo real, se cae netamente en el extremismo, el fanatismo o el
fundamentalismo de principios rígidos intelectuales no reales. Esto ocurre cuando la realidad
defrauda una expectativa hipotética y genera una actitud irracional de aceptar e imponer,
generalmente por la violencia, una idea preconcebida, asignándole virtudes crípticas o una
inspiración divina o una fuerza ancestral, aunque todo ello vaya contra la misma razón.

Nosotros conocemos en detalle las propuestas dada por psicólogos y otros investigadores,
sobre la formación del intelecto en el sentido de genética y ambiente. De que la genética pueda tener,
o no, una injerencia directa en el grado de inteligencia de una persona o la conformación de la
misma, es una afirmación ambigua que sería algo imprudente manejar como necesaria. Hemos
sostenido que no hay un estudio genético comprobado que diga tal gen es el gen de la inteligencia,
como se dice para algunas patologías genéticas. Es indudable y no controvertible que muchas
patologías genéticas pueden influir sobre la inteligencia y de hecho lo hacen, como está comprobado
que el uso de la inteligencia modifica a los genes y después estas modificaciones interactúan con la
inteligencia. Pero esto no indica totalmente que la inteligencia dependa exclusivamente de lo
genético. Sí, podemos afirmar, sin ambages, que hay diferencias intelectuales en todas las personas.
Ningún individuo es totalmente igual a otro ni genética ni intelectualmente. Partiendo de esta premisa
fáctica se puede decir que hay personas “más concentradas o más dispersas” que otras; que hay
individuos “con mayor o menor contracción al trabajo”; que algunos “son más despiertos que otros”;
que unos poseen “más rapidez” que otros para captar e interpretar. Y así sucesivamente se pueden
desgranar habilidades y destrezas. Tampoco dudamos que el entrenamiento y la oportunidad tienen
mucho que ver con la formación de habilidades, destrezas y capacidades. Hay gente que tuvo la
oportunidad de adquirir mayor y mejor conocimiento, hay otros que tuvieron ocasión de ser
sometidos a entrenamientos de diferentes grados e intensidad y así formaron su capacidad intelectual
y cultural, independiente de un mayor o menor cociente intelectual. Es innegable que aquellos que
poseen naturalmente una mejor condición intelectual, tendrán mayores y mejores chances, pero esto
no es óbice para que todos los individuos, normalmente constituidos, alcancen metas satisfactorias en
la adquisición de capacidad intelectual a través de instrumentos culturales diversos, de adquisición de
habilidades y destrezas. La instrucción correcta y el aprendizaje aplicado y bien guiado, pueden
habilitar a cualquier persona para adquirir diferentes habilidades y destrezas, conocimientos y
entrenar un modo de pensar. Estos conceptos de ninguna manera significan que aceptamos que la
inteligencia es un producto del medio ambiente, pero sí reconocemos que éste tiene algún grado de
participación en la formación de la capacidad intelectual.

Pero el rumbo definitivo de cada uno estará dado por desconocidas brújulas internas que dan
el norte a cada persona en forma diferente. Una de estas brújulas que siempre señalamos es la
vocación. Este término está referido a una especie de llamado interior (convocación, llamamiento) o
inspiración interior que hace que una persona sea conducida a realizar una determinada tarea o a
adquirir un determinado estado o profesión. Es una particular disposición que cada uno tiene para
desarrollarse socialmente en una determinada dirección relativa al quehacer vital a desarrollar, a la
actitud hacia la vida. El intelecto se guía por estas brújulas interiores que dependen de lo que “cada
uno es” en esencia. El desarrollo intelectual estará en relación directa al conocimiento que se tenga de
sí mismo. ¿Cómo se adquiere este conocimiento? En esta cuestión, el eje pasa por el pensamiento
reflexivo. La reflexión es el pensamiento concentrado, ordenado y dirigido voluntariamente hacia
nuestro interior, sobre sí mismo, para indagar nuestras tendencias y deseos, para formar las
decisiones, para realizar críticas y para hacer análisis y síntesis. Es la primera arma que nos llevará al
conocimiento profundo, a develar el primer contacto con las cosas para darle un primer sentido
mundano. Es también lo que permite conocer la vocación y ayuda a iniciarla. Es lo que hace posible
el proyecto cotidiano y el estilo de vida a adoptar. La reflexividad es una propiedad indisolublemente
vinculada al carácter relacional del sujeto reflexivo y sin ella no cabría concebir la noción de “sí
mismo” ni hacer juicio alguno de valor, acerca de la misma. Mediante la reflexividad el hombre es
capaz de tomarse a sí mismo como objeto de percepción y puede percibirse como una parte de la
realidad. En este caso la reflexividad mira una realidad interna pero en relación con una realidad
externa o realidad de otros. La diferencia esencial entre esas dos posibles formas de acceso a la
realidad radica en el contexto:

• los demás me perciben en un contexto (semiología) de realidades (signos) externas que


contribuye a hacer inteligible mi conducta
• en la propia percepción uno mismo dispone de un contexto más amplio: el de todas las
vivencias habidas en el discurrir biográfico personal. Vivencias que a su vez están sujetas a una
valoración subjetiva por las connotaciones afectivas de las mismas.

La reflexividad como origen de la comunicación

La reflexividad o pensamiento reflexivo, en una primera etapa permite a un individuo


conocer sobre sí mismo, pero este conocimiento o saber, en alguna medida, depende o sucede de la
representación verbal. Toda idea interna o externa se hace patente a través del signo o significado de
una palabra. Aún para referirme a mí mismo, en mi mismidad, autorefiriéndome a mí en mi
pensamiento, necesito hacerlo con palabras. La reflexividad es útil sólo si el ser reflexivo puede
concretar sus sensaciones internas (recodificación) en algo análogo al lenguaje verbal, es decir, si
“encuentra” la palabra apropiada para definir sus sensaciones íntimas. Únicamente al formularse una
idea clara de su interior a través de su lenguaje o código conocido tendrá para sí y para otros el
conocimiento de sus circunstancias psíquicas o espirituales, sobre todo, las vinculadas al área
instintiva y emocional y así podrá “verbalizar” lo inconsciente. Demás está decir que lo que posee en
el área inteligente o intelectual será expresable por su propio peso si la reflexión fue lo
suficientemente eficaz para recoger, conocer y expresar las sensaciones profundas de la mismidad.

En una segunda etapa, una vez producido el contacto con la realidad y establecido nuestro
mundo pleno de sentido, la meta siguiente es el pensamiento trascendental o meditación profunda
con que el hombre transciende el plano físico de sí mismo y su mundo, para ir más allá, a un plano
metafísico por el cual llegará a la filosofía o a la religión. Ambas o una de ellas, le servirá para
completar el sentido de su vida y de su mundo y formular el proyecto existencial definitivo. El
pensamiento trascendente es una deliberación superior del hombre sobre sí mismo y su mundo y el
cosmos que le rodea, permitiendo esta deliberación encontrar una dimensión intelectual suprema. El
hombre encuentra con este pensamiento la máxima expresión de su potencia racional, elevándolo al
mayor nivel de inteligencia racional. Es el pensamiento totalizador, envolvente por excelencia. Es el
arma más certera del hombre para penetrar en su esencia y en la naturaleza de las cosas que le rodean,
dándoles un sentido definitivo a la luz de la filosofía o de la religión, o de ambas. No tenemos
experiencia sobre personas que alcancen el pensamiento trascendental sin haber pasado primero por
el pensamiento reflexivo, dado que para comprender a las cosas, primero el hombre debe
comprenderse a sí mismo, porque la fuente del sentido es él. Estimamos que la reflexión es el paso
primero de la meditación, en el sentido que nosotros hemos dado a estas palabras. El desarrollo final
del intelecto va a depender del conjunto de conocimientos y cultura que cada hombre acumule para
sí, como de las habilidades y destrezas que desarrolle, siendo este conjunto lo que le dé capacidad
total. Culminará su desarrollo la adquisición de un pensar trascendental. Piaget sostiene que la
inteligencia estructura la conducta y la afectividad lo emotivo, y el desarrollo intelectual es la
historia de la formación de la personalidad. Resume el desarrollo intelectual en estos puntos:

el desarrollo intelectual es un proceso continuo que comienza con el nacimiento y


culmina en la adolescencia (nosotros disentimos con Piaget en el sentido de que
creemos que no culmina sino que continúa durante toda la vida útil, mientras el
individuo tiene sus facultades intelectuales indemnes)
el desarrollo de la inteligencia sigue un orden progresivo común a la especie
cada etapa hunde sus raíces en la anterior y se continúa en la siguiente
cada fase es cualitativamente diferente a la anterior
los individuos alcanzan diferentes niveles dentro de este proceso, aunque en el cerebro
humano sano existe la posibilidad de alcanzar todas las etapas
la madurez implica la integración de los distintos aspectos del desarrollo, afectividad, etc.

La esencia del hombre


Antes que preocuparnos por la comunicación debemos recordar todo lo que explicamos
como esencia del hombre al tratar el parágrafo dedicado a la inteligencia y reconocimos, citando a
Heidegger, que el primer modo de ser del hombre es a través de notas constitutivas y la más
inmediata de estas notas es la razón o inteligencia. De tal manera que ninguno de los otros seres
vivientes fue proveído de la facultad de razón e inteligencia como lo es el hombre. Las otras dos
notas constitutivas del hombre, motivo del libro de Heidegger, son el espacio y el tiempo. Todos los
seres vivientes comparten el mismo espacio o medio o ambiente. Este es el medio estimúlico o
espacio físico donde todos conviven sujetos a la misma condición natural y biológica. Pero el hombre
no vive en el espacio de la misma forma que los otros seres animados o inanimados. Mientras los
otros seres están meramente en lugar, movidos por factores físicos, el hombre instaura un espacio
lleno de sentido. Con su inteligencia ilumina y comprende a las cosas en forma distinta a los otros
seres y les da un sentido diferente.

Así, una piedra que al animal sólo le sirve para orinar y marcar un territorio, o un
impedimento al que debe eludir en su marcha, para el hombre la piedra es un instrumento que puede
convertir en un arma, un útil o una obra de arte. La instrumentación del medio ambiente es la cultura
(del latín colo y cultura = cultivar la tierra, habitar, educar) palabra que tiene muchas acepciones,
pero que nosotros, en sentido de filosofía antropológica, la entenderemos como “el modo del
hombre de instrumentalizar su mundo”. Al instrumentar el espacio donde vive el hombre, lo
culturiza y comienza a vivirlo a la luz de la inteligencia. Al culturizarlo y llenarlo de sentido, el
espacio estimúlico pasa a ser ese “espacio lleno de sentido” que es el mundo. La instauración del
mundo es la primera trascendencia del hombre. En ese mundo, el hombre vive otra nota
fundamental que es el tiempo. Si bien no puede eludir el tiempo físico [que el ambiente estimúlico
trae con el ciclo día / noche (luz / sombra); el ciclo de las cuatro estaciones que determina el
movimiento alrededor del sol y que el hombre mide con el almanaque a través de días, semanas,
meses y años, y con el reloj como segundos, minutos y horas, y el modo de pasar ese tiempo físico
que lo coloca en las tres alternativas de un pasado, un presente y un futuro], el hombre tiene otra
noción de tiempo que es el tiempo existencial aquél que si bien vive en el transcurso del tiempo
físico, termina siendo intemporal. Este tiempo del hombre no está medido ni con reloj ni con
almanaque y en el mismo lugar, es distinto para cada hombre. Valga como ejemplo el hecho de estar
asistiendo a una clase: algunos alumnos siente que la clase “pasa rápidamente” y otros como que “no
pasa nunca” “es interminable”. Esta sensación íntima de que un tiempo es rápido, o es lento, o es
inmóvil, es personal para cada hombre, cuya vivencia del tiempo no es igual a otros y es
intransferible. El tiempo existencial le permite, desde un presente permanente, ir al pasado y volver a
su presente o desde su presente proyectarse al futuro para ordenar ese presente. ¿Cómo vive el
hombre su mundo? El hombre puede vivir el mundo y su vida de tres modos:

ensimismado
fuera de sí mismo
enajenado

Dijimos que el ser del hombre es un ser desconocido. Es como si estuviera dentro de un
círculo al cual no puede entrarse. Es un ser encerrado en sí mismo (sistencia del ser). Esta sistencia o
mismidad cuando no es trascendida por el hombre, éste queda convertido en un ser encerrado,
ensimismado que no convive en el mundo. Es el caso de ermitaños o eremitas que se enclaustran en
una cueva y rehúsan vivir en sociedad. Por esto, el ser ensimismado, el que no se manifiesta, no
constituye un hombre propiamente dicho, por lo que Aristóteles que el hombre que vive sólo o es
Dios o es bestia. El hombre para manifestar su ser debe salir de esa mismidad o sistencia, esto
significa, “llevarla afuera” lo que implica la ex-sistencia (ex = fuera; sistencia = de sí). Es decir, que
el hombre cuando sale de su sistencia, de su mismidad, comienza su existencia, o sea, que comienza a
vivir fuera de sí. Pero fuera de sí no es la expresión que se usa corrientemente para indicar a un
hombre iracundo sino que en este caso significa que el ser sale de su encerramiento sistencial o
mismidad, para existir y se convierte en un ser abierto. Esta es otra de las notas fundamental del ser
del hombre. Y necesariamente, al ser abierto es cuando comienza a ser con otros seres. Este ser con...
es otra nota fundamental del hombre que lo lleva a convivir con otros seres humanos como
condición fundamental de su ser. Así el hombre es un ser social. En esta primera trascendencia, el
hombre toma contacto con la realidad o conjunto de seres y cosas que le rodean y este primer
acercamiento con los fenómenos (modo directo con que las cosas se muestran a la luz de la
naturaleza) le lleva a elaborar un concepto aspectual (desde un determinado punto de vista) en donde
las cosas parecen ser (apariencia) le lleva a la formación de la opinión, a la que también hemos
analizado porque no alcanza la certeza absoluta.

Una vez que el hombre ha establecido su mundo, instrumentándolo y llenándolo de sentido, a


través del espacio y del tiempo humano, donde vive como un ser abierto o social en comunión con
otros seres iguales, el hombre con su razón o inteligencia, pasa a establecer un criterio (del griego
juzgar), un pensamiento crítico de su mundo, donde juzga su existencia mundana. El criterio es “una
norma para conocer la verdad”, “juicio o discernimiento” que permite la crítica que es el “arte de
juzgar de la bondad, verdad y belleza de las cosas”. Este juzgamiento o pensamiento crítico, debe
elevarse sobre el espacio físico del mundo e ir a un plano que va más allá de lo físico y que
constituye la metafísica. A través de la metafísica, el hombre establece un pensamiento crítico o
trascendente y puede hacerlo:

• a través de la razón únicamente y llega a la filosofía


• o bien a través del sentimiento o fe que profesa con la religión.

Esto constituye una segunda trascendencia: el hombre con su razón o su sentimiento a través
de la fe trasciende su mundo físico, accede a lo metafísico y se encuentra con la filosofía o la religión.
Estas dos condiciones marcarán distintos modos de ser. El pensamiento trascendente o crítico
establece una nueva forma de comprender a sí mismo o comprenderse. Forma juicio de sí mismo y
revela su forma de ser con el pensamiento trascendente. Después que el hombre alcanza su segunda
trascendencia con el modo de pensar crítico, vuelve al mundo con esa distinta forma de juzgarlo y
establece así una nueva o tercera trascendencia. El regreso al mundo con el pensamiento
trascendente, permite al hombre indagar sobre el ser de las cosas a fin de develar (quitar el velo) a ese
ser y comprender más profundamente su ser y el de otros. Así va descubriendo los que las cosas son
y quiere llenar con un nuevo sentido existencial a su mundo, buscando la autenticidad (mostrar su
ser verdadero). La verdad no es otra cosa que las cosas se revelen con su propio ser, es decir, lo que
las cosas son. Cuando las cosas no revelan su identidad o ser real, aparecen (parecen ser) como
falsas. No son en sí, sino parecen ser otra cosa. Luego, la falsedad es lo que las cosas parecen ser
pero no son.

El hombre auténtico adquiere autoridad: hace las cosas por sí mismo (hacer con autenticidad)
con su ser verdadero, y así como autenticidad es manifestarse con verdad, autoridad es hacer con
verdad. El término autoridad está aquí más cerca del castellano autoría que es la calidad de autor, o
sea, “el que es causa de alguna cosa”, pero también puede ser interpretado como lo define la RAE
como una potestad o facultad que se detenta como “persona revestida de algún poder” por su
propio mérito. El ser humano dotado de autenticidad y autoridad, puede ahora antelar su existencia.
La antelación de la existencia es cuando mira hacia el futuro estableciendo un horizonte donde
desarrollar su existencia. Este “lanzarse hacia delante” “hacia el futuro” es proyectarse. Si busca
proyectarse antelando el futuro es el momento en que establece su proyecto existencial, la forma en
que desarrollará toda su existencia a través del tiempo y el espacio. El proyecto existencial es distinto
del proyecto cotidiano. El proyecto existencial es la razón de toda la existencia de un ser humano. El
proyecto cotidiano es con el cual el hombre desarrolla en forma inmediata su cotidianeidad, es decir,
su existencia “día a día”. El proyecto existencial es mediato y abarca toda la existencia. El proyecto
cotidiano es inmediato, cómo vivirá su día o irá llenando de sentido al mismo. Un proyecto cotidiano
es estudiar, casarse, desarrollar una profesión, adquirir una posición, etc. El proyecto existencial
abarca todos los proyectos cotidianos, pero siempre está por encima de ellos y no depende de los
mismos. Incluso, el hombre puede tener un proyecto existencial que no finque en los proyectos
cotidianos o, simplemente, basar su existencia en simples proyectos cotidianos, sin ninguna otra
trascendencia. Del proyecto existencial depende la existencia auténtica. De los proyectos cotidianos
puede depender una existencia inauténtica. El proyectar es otra de las notas constitucionales del ser.
Sólo el hombre puede ir al futuro y desde éste volver al presente (proyectarse) instaurando su
proyecto existencial.

Finalmente, en el análisis del ser y sus notas fundamentales o modos de ser, debemos
referirnos al sentido de las cosas. El ser del hombre es un ser descubridor o develador del ser de las
cosas, del sentido de las mismas. Cuando conoce las cosas, las instrumenta y las llena de sentido,
establece el cosmos. Todas las cosas no conocidas que quedan fuera del cosmos constituyen el caos.
El ser del hombre es un ser que se ocupa de penetrar el caos buscando conocer lo desconocido (dar
sentido al caos y traerlo al cosmos). El caos es una especie de nada filosófica o nada absoluta
(ausencia total de cosas y del sentido). Naturalmente esta nada es irreal, es simplemente la existencia
de la inexistencia, por lo que constituye un contrasentido totalmente desprovisto de sentido. Por lo
tanto no pasa de ser algo que el hombre imagina, pero que no tiene existencia real. En cambio puede
ocurrir que aparezca la nada existencial que se da si el ser “pierde la noción” del sentido de las cosas
y se encuentra de repente ante un mundo vacío en el que las cosas pierden su esencia, su sentido, y se
produce un vacío de sentido (nada existencial) Luego la existencia se transforma en caos. El hombre
enfrenta un mundo inhumano, sin sentido, sin la luz de la inteligencia, sumido en la oscuridad del
caos. Esto le despierta un sentimiento de angustia o pánico.

Dijimos que el ser humano establece horizontes sobre los cuales va desarrollando su proyecto
existencial. Una vez que supera un horizonte va buscando otros. Esto hace que las cosas sean
posibles. Cada horizonte es una posibilidad. La existencia se transforma así como el ámbito de las
posibilidades. ¿Hasta dónde llega este ámbito? Naturalmente la extensión del ámbito es la vida del
hombre y mientras el hombre vive tiene infinitas posibilidades. El fin (término) de la vida es la
muerte. La muerte puede ser considerada desde dos puntos de vista:

1. como el fin absoluto en que es simplemente una aniquilación total (pérdida absoluta del ser)
2. o bien puede ser mirada como la culminación de las posibilidades.

El hombre auténtico es el que mira a la muerte sólo como la culminación de todas sus
posibilidades, o sea, como la cumbre de su existencia. Luego, así proyectado constituye una nueva
nota fundamental: ser para la muerte. Es el único ser vivo que puede antelar su vida en función de su
muerte. Es el único que llena de sentido a la muerte y la incorpora como algo fundamental de su
existencia. Vista así, la muerte no es una nada como aniquilación total. El ser auténtico es aquél que
sabe escapar de las nadas que atentan contra la existencia humana. En consecuencia, no es un ser que
vivirá con pánico ni temor porque:

1. descarta la nada absoluta dado que la comprende como un producto ideado por la
imaginación,
2. elude la nada existencial en virtud de que vive llenando de sentido la existencia
3. y enfrenta a la muerte, no como una nada de aniquilación de entes o cosas, sino como algo
connatural de su existencia, como la culminación de la misma.

En el instante en que el hombre vive la nada en cualquiera de sus formas, imaginaria o real,
pierde el sentido de su existencia y vive enajenado, como si en lugar fuera otro, no él mismo, sino
alguien ajeno a él. La existencia enajenada es una manifestación de inautenticidad. No es propia del
hombre, puesto que en ella pierde o no manifiesta las notas fundamentales de su ser.

Luego su mundo es un mundo total, pleno de sentido, en donde no tiene lugar la nada.
Alfried Längle, discípulo de Víctor Frankl, sostiene: “lo central es mi actitud ante la vida y ante la
muerte. Es decir, vivir sabiendo que soy mortal hoy y siempre. Y que siempre me puede acontecer un
accidente. Esta conciencia es la que nos lleva a vivir como si fuera el último día de la vida. Y si vivo
así, puedo morir, y puedo morir hoy. Debemos aprender a vivir con la finitud y con la muerte en el
subconsciente”. Este mensaje no debe ser interpretado como pesimista o fatalista, que nos lleva sólo a
reconocer que existe la muerte y que hay vivir con desesperación, sino que debemos adecuarlo como
que no hay que dejar de perder conciencia de nuestra corta existencia y, por lo tanto, vivir nuestra
limitada vida aprovechando cada instante con toda la intensidad posible.

Al establecer su existencia y querer llenar de sentido el mundo, el hombre mira a las cosas de
formas diferentes. Cuando su mirada es envolvente, totalizadora, inquisidora con el pensamiento
trascendental, logra penetrar y develar el ser de los entes. Descubrir lo qué los entes son y llenarlos de
sentidos. Pero a veces su mirada es parcial y enfoca una parte de las cosas, a las que considera un
objeto de observación, para describir el fenómeno de aparición de ese ente o cosa. El objeto puesto
así “ante los ojos” y “ante las manos”, es manipulado por el hombre, el que se limita a describir su
exterior, buscando a través de él inquirir sobre el interior, pero no con el abordaje indirecto de su
pensamiento trascendente, sino como un “acceso directo”, violento. Y decimos violento porque en
este intento de conocer al ente, lo objetiva para manipularlo en su exterior. Esta forma de acceder al
conocimiento de las cosas, es lo que ya explicamos como el punto de vista o aspecto que se encuentra
muy lejos de poder llegar en forma inmediata al ser verdadero de las cosas. Es una forma meramente
descriptiva de una parte del todo, al que nunca llega a conocer dado que siempre mira una parte.
Esto es propio del pensamiento científico que sólo busca conocer lo inmediato: lo que está “ante los
ojos” y “a la mano”, sin ir más allá. Reiteraremos acá los conceptos que ya expresamos sobre la
ciencia y el pensamiento científico. Es un pensamiento rígido, no trascendente, que necesita una
estructura condicionada para estar “siempre igual” ante la contemplación de un ente o cosa. Si las
condiciones del ente observado como objeto no son siempre iguales (parámetros) la ciencia los
rechaza, no los admite dado que no pueden ser reproducidas exactamente igual en un laboratorio.
Todo enfoque de un ente que no pueda ser objetivado con la observación rígida que somete a la
deducción y es ponderado (medido y pesado), es desechado por no ser científico. El punto de vista o
aspecto es sólo un abordaje parcial de las cosas y viene a ser como una especie de captación
relámpago de una parte de la cosa. No capta el todo. Como es parcial y rápida es una especie de
“flash” que captura y congela la parte observada. No es pensamiento fluido, envolvente, totalizador.

El pensamiento totalizador, al que también estudiamos antes, es propio del hombre auténtico
y es el que alcanza la plenitud de las cosas. Sólo el pensamiento totalizador llega a la verdad y es
propio del ser abierto de la persona auténtica. El pensamiento objetivador, aspectual, es inauténtico,
rígido. Sólo cambia, cuando se busca otro punto de vista y, a veces, el nuevo aspecto de una cosa
contradice el anterior. Naturalmente está enfocando algo distinto. Otra parte distinta. Luego el
pensamiento aspectual es contradictorio. El pensamiento aspectual es inauténtico e induce más a la
falsedad que a la verdad. Es fundamental para nosotros destacar la diferencia de ambos pensamientos,
dado que el hombre muchas veces cree que el pensamiento aspectual es absoluto, mientras que el
totalizador es relativo. Y allí cae en la confusión de creer que la ciencia es el camino más válido para
el conocimiento de las cosas. La educación auténtica debe mostrar que la ciencia es uno de los
caminos para llegar al conocimiento pero no es el mejor. El pensamiento crítico o totalizador,
siempre estará más cerca de la verdad. En manera especial siempre pensamos y hemos sostenido que
lo que se da en la realidad no siempre es la verdad. Esta aserción es fácil de comprender dado que lo
real o realidad es el conjunto de las cosas y las formas como estas se manifiestan en el mundo, pero
hemos advertido que las cosas no siempre aparecen como son y su verdadero ser debe ser develado.
Luego, las cosas pueden tener apariencia falsa, no manifestarse como son realmente. Es muy
importante esta distinción porque sino se cae en la tentación de confundir realidad con verdad o de
creer que la verdad “es lo que se ve”. Hemos aclarado previamente que “lo que se ve” aunque tenga
una tangibilidad indiscutible es simplemente “punto de vista” y éste, al no ser totalizador, induce
engaño sobre el verdadero ser de la cosa “vista”. No olvidemos que dijimos que todo lo que “se ve”
es lo que aparece a la luz (fenómeno) y así debe consignarse; simplemente decir: “es lo que aparece
a la luz”. En absoluto, el carácter de real no da carácter de verdad. Tampoco el hecho de ser un
fenómeno significa que sea real (las visiones o alucinaciones son fenómenos que aparecen como
reales y son imaginarios). ¿Por qué no todo lo que se percibe como real puede ser tal o verdad?
Recordemos que la percepción depende de la integridad funcional de nuestra mente y nuestros
sentidos. Cualquier falla en ellos nos da una percepción anormal o deformada. No es infrecuente que
muchas percepciones que creemos reales sean imaginarias. También nuestro punto de vista está, no
sólo condicionado por la integridad de los sentidos y la mente, sino por nuestras convicciones,
cultura y forma de pensar. Si no balanceamos todo esto, es fácil caer en el error, el cual se agrava
cuando creemos que nuestro error es la verdad. Hay que ser muy cauteloso antes de aceptar por real
y verdad cualquier fenómeno que nos impacta. Nuestra mente debe realizar una especie de
autocensura y autocrítica, con una estricta comprobación (chequeo) de que nuestra percepción no es
anormal y no está “teñida” por preconceptos. Esta forma de control es lo que constituye el juzgar
correcto y la adquisición de “criterio” (buen criterio), ambas cosas necesarias para el pensar y el
actuar auténtico. En filosofía se confía a la lógica o a la dialéctica, la función de formación de un
juicio correcto. El progreso de la humanidad, tanto en lo científico como en lo filosófico dependerá
de que el hombre logre desarrollar nuevas formas de pensar. Y ¿qué es lo nuevo? De ninguna
manera, dijimos, lo nuevo es algo distinto a lo que el hombre es ni se refiere a un ser nuevo. Es el
mismo ser de siempre, inmutable en sí, pero que adquiere la capacidad de manifestarse de una
forma distinta. En esto consiste, según lo habíamos desmenuzado antes, la creatividad.

El funcionamiento de nuestro pensamiento oscila constantemente entre dos polos, de acuerdo


a lo que antes vimos en un parágrafo anterior:

el pensamiento realista y
el pensamiento imaginativo.

La imaginación resulta así un término medio entre el pensamiento lógico y el pensamiento


sumergido en el mundo interior (casi autismo).

Hasta acá nos hemos visto obligados a reiterar muchos conceptos antes vertidos. Pero esta
iteración tiene como fin mantener un hilo que sirva de guía para enlazar y entroncar todos los
fenómenos que estamos analizando para comprender el hombre y el fenómeno espiritual. Debido a
esto recordaremos, en el tema de la creatividad es necesario que la imaginación creadora rompa los
moldes de la rutina o hábitos de pensamiento y para esto necesita de una cualidad importante o
básica: la flexibilidad. Sólo un pensamiento flexible crea. El pensamiento rígido mantiene el “statu
quo” (“siempre lo mismo”). La flexibilidad es la adaptabilidad del individuo a situaciones nuevas.
Para adaptarse debe utilizar el aprendizaje y el desaprendizaje.

El aprendizaje

Denotativamente aprendizaje es la “acción y efecto de aprender” algo y aprender es “llegar


a conocer” algo mediante la “adquisición del conocimiento de alguna cosa, ya sea por medio del
estudio o de la experiencia y tomar ese conocimiento en la memoria”.En cada momento en que
transcurren nuestras vidas conscientes, tenemos experiencias nuevas, las que almacenamos en
nuestra memoria para utilizarlas en el futuro. De ahí que las funciones cognitivas como el
conocimiento mismo adquirido, estén íntimamente involucrados con las funciones mentales
intelectivas y afectivas, las cuáles a su vez interactúan teniendo como base a la memoria, para
desarrollar el proceso del aprendizaje. Las experiencias pasadas condicionarán nuestras reacciones
futuras de modos diversos. Esto es lo que conocemos como aprendizaje. El aprendizaje influye en
todos los aspectos de nuestra existencia, en nuestros gustos y aversiones, en nuestras opiniones y
creencias, incluso en el modelo de sociedad en que vivimos. Esto, de alguna manera, significaría que
vivimos de acuerdo a lo que hemos aprendido. Hay muchas formas de aprendizaje. Por regla
general, se tiende a comprender al aprendizaje como la adquisición de algunas aptitudes y eso ha
conformado el concepto clásico sobre aprendizaje. De ese modo, todo lo que incorpora a partir del
nacimiento como es caminar, hablar, etc. se entienden como habilidades aprendidas, de la misma
manera que leer, escribir, realizar operaciones matemáticas, etc. se aceptan como habilidades
adquiridas por la enseñanza escolar. Realmente todas estas aptitudes, habilidades y conocimientos son
formas de aprendizaje, pero hay que concordar que no son las únicas. Esto se debe al fenómeno “de
hecho” (factum) en que la mayoría de las experiencias individuales como ocurre con la percepción
sensorial, las emociones y afectos, las voliciones, las relaciones interpersonales y todo tipo de
acciones y actividades que se desempeñan mientras se vive, son materia de un aprendizaje en
particular, el que puede exigir múltiples modalidades. Casi tantas, como las modalidades del ser del
hombre (personalidad) en cada individuo particular. Para entender en qué consiste el proceso de
aprendizaje, es preciso estudiar la conducta y valorar los actos. Deben tenerse en cuenta factores tan
importantes como la fatiga, o como la ausencia o presencia de recompensa para una determinada
conducta.

Si bien aprender viene de la palabra latina apprehendere, esta raíz etimológica origina dos
palabras como aprehender y aprender. Aprehender es una de las facultades intelectuales estimulada
por los sentidos. Cuando los sentidos son estimulados por la realidad, captan los fenómenos de esa
realidad y los incorporan para formar la idea. Es la primera etapa del proceso intelectual, por lo que
todas las funciones intelectuales dependen de la aprehensión. Pero en el lenguaje, aprehender también
tiene la acepción de tomar algo (coger, asir o prender), ya sea por los sentidos o por las manos. En
cambio, aprender es adquirir el conocimiento de una cosa. Indudablemente, en el proceso intelectual
sin aprehensión no hay aprendizaje. Es decir, primero hay que aprehender para luego aprender. Y
esto no es un juego de palabras. Ya dijimos, que aprender es el resultado de las experiencias que
surgen del estudio o de la vida cotidiana. Por lo tanto, el aprender conlleva dos mecanismos
importantes:

ϖ La asimilación o comprensión. Consiste en incorporar la nueva experiencia o inserción del


nuevo conocimiento y su integración al repertorio previo cosas conocidas (marco personal).
ϖ La acomodación es la forma en que la asimilación de un conocimiento modifica a la persona
a partir de la incorporación del nuevo conocimiento adquirido y cómo se va modificando cuando
experimenta esas cosas nuevas (cambio personal)

Hay una asimilación reproductora que consiste en las cosas aprendidas “de memoria” y una
asimilación recognitiva que consiste en un reconocimiento discriminado de objetos que pertenecen a
un esquema en particular, por ejemplo, los números a las matemáticas, lo orgánico a la biología, etc.
y, finalmente, una asimilación generalizadora que es la culminación del aprendizaje, pues es la que
permite utilizar un determinado conocimiento en modos diversos o circunstancias diferentes. Este
tipo de asimilación es el que permite la ampliación de un campo de conocimiento. A principios del
siglo XX, los psicólogos empezaron a considerar el aprendizaje como una cuestión de asociación
entre un estímulo y una respuesta, siendo “gratificada” la respuesta correcta con una recompensa.
Este esquema funcionaba perfectamente en el aprendizaje animal experimental (Pavlov y cols.).
Según esta teoría el aprendizaje se construía incorporando unidades básicas de comportamiento
llamadas reflejos condicionados. Pero esta teoría no era absoluta para el hombre por lo que otros
psicólogos posteriores a la escuela reflexológica, puntualizaron que las respuestas condicionadas era
únicamente una de las formas de aprendizaje y que existe un concepto fundamental ligado a cada
actividad o trabajo llamado impulso. En nuestros puntos de vista, el impulso es más propio de la
esfera emocional que de la intelectiva. Luego este concepto introduce en la teoría del aprendizaje
elementos que complementa una acción intelectiva pura. El hombre aprendería por su inteligencia y
por el empuje emotivo que ponga en la tarea de aprender. Por eso tal vez el esquema de castigo /
recompensa funcione más por el lado emocional que el de un simple reflejo condicionado.

El aprendizaje social o proceso de socialización del hombre para aprender a convivir en la


sociedad civilizadamente y no ser un ser marginado de esa sociedad, se guía por principios de
condicionamiento (aprendizaje) y descondicionamiento (desaprendizaje o extinción). Por los
primeros, si son correctos, el hombre aprende una conducta “condicionada a” y es el método o
principio de toda educación humana correcta. Pero cuando los principios de condicionamiento han
sido incorrectos y se traducen por conductas socialmente indeseables, los desadaptados (inadaptados)
sociales deben ser “desacondicionados” de una conducta inadecuada y “reacondicionados” a una
conducta normal o aceptada socialmente (trabajo que generalmente realizan los psiquiatras,
psicoterapeutas y psicólogos con alcohólicos, drogadictos, delincuentes o psicópatas). También, otras
formas de condicionar conductas inadecuadas son realizadas por los psiquiatras en los casos de fobia
(miedos irracionales que producen conductas negativas de evitación).

Es evidente que el aprendizaje humano no sólo se guía por esquemas de castigo / premio.
Nuestra inteligencia hace que el aprendizaje y la conducta sean algo más complejos que simples
reflejos condicionantes u operantes (teoría del acondicionamiento operante de Skinner). El ser
humano no aprende sólo por su propio interés o provecho como lo hace el animal. En la mente
humana hay motivaciones de diferentes naturalezas e impulsos atávicos que nos llevan a aprender a
inventar, construir y manejar instrumentos para nuestras culturas o a desarrollar el pensamiento
abstracto o creativo. Estas bases no son estimuladas desde afuera ni por esquemas premio / castigo,
sino por algo que nacen de adentro y que nos guían, por diferentes caminos como la vocación y otras
brújulas interiores, a aprender cosas. Incluso, estas cosas pueden no tener ninguna actividad o ser
simplemente lúdicas, o inducir conductas que nos producen más perjuicio que beneficios (¡cuántos
prohombres de nuestra humanidad sufrieron y murieron por ideales aprendidos sin ningún tipo de
interés ni de provecho personal!) (¡Cuántos hombres aprenden y realizan conductas fútiles que no le
sirven ni a él ni a otros y viven y mueren en la más absoluta mediocridad!). Nuestra capacidad de
aprender sobrepasa cualquier modelo animal, dado que el solo hecho de aprender el lenguaje nos
muestra que los modelos de aprendizaje son tan complejos que deben ser estudiados y reordenados
con algo más que un test de medición de inteligencia o experimentos con animales en laboratorio. No
hay mejor laboratorio que la experiencia directa del contacto mutuo que socialmente tenemos con
nuestros prójimos y nuestro propio interior, para hacer una investigación holística del fenómeno del
aprendizaje y guiarse menos por el cientificismo de los experimentos reproducibles. La enseñanza y
el aprendizaje, en la realidad práctica, están más dentro de la intuición que de métodos, dado que
cada hombre aprende de manera diferente y el éxito de enseñar, depende mucho del arte del maestro
y de la inspiración del alumno, dos cosas bastante difíciles de introducir en un esquema, sistema o
método. Otro de los motores del aprendizaje es la curiosidad. La pedagogía y la didáctica, en la
práctica, siguen sujetas a la experiencia personal, a la memoria colectiva y al predicamento del
ejemplo directo, más que a normas de ciencias de la educación (las cuales orientan pero de ninguna
manera son la llave absoluta para aprender a enseñar o inducir el aprendizaje). Hay muchas cosas
prácticas y sencillas como las predicadas por Pestalozzi, pero es evidente que las acciones de enseñar
y aprender siguen dependiendo en gran medida de interacciones personales, subjetivas, que tienen
que ver más con la creatividad que la racionalidad, con el arte más que con la ciencia y, sobre todo,
con la voluntad y la afectividad del ser humano (incluyendo la inteligencia emocional).

El aprendizaje es un proceso que se da, prácticamente, en todos los momentos de la vida de


una persona, desde su nacimiento hasta su muerte. El aprender significa, que de algún modo, se
modifica la conducta de una persona, con cambios, más o menos permanentes, en dicha conducta.
Estos cambios pueden ser:

¬ Adquisición de habilidades y destreza en el manejo de instrumentos diversos


¬ Adquisición de conocimientos
¬ Desarrollo de capacidades latentes
¬ Modificación de hábitos
¬ Cambio de actitudes hacia los demás
¬ Transformar prejuicios o desprenderse de ellos
¬ Adquirir una escala de valores

El aprendizaje, como proceso interno y complejo, da la posibilidad de aprender en cualquier


edad, lugar o momento y por diferentes medios (viajes, escuelas, reuniones, conferencias,
espectáculos, discusiones, juegos, medios audiovisuales, libros, periódicos, revistas, folletines, etc.).
Todo ocurre como que el aprendizaje es llevado a cabo como una interacción de la persona con su
entorno, de modo tal que mediante una actividad determinada que desarrolla frente a las cosas de su
medio, se modifica a sí misma, formándose mediante la experiencia (condición de cualquier
aprendizaje). Las experiencias de aprendizaje pueden darse de varias formas:

1. en contacto directo con las cosas con que se interactúa


2. pueden deberse al uso de un medio (experiencia mediatizada) como ocurre cuando se
transmite un conocimiento o información a través de un medio de información, de símbolos, del
lenguaje, etc.

Un aprendizaje puede ocurrir:

1. en forma natural y espontánea por la actividad de la persona (aprendizaje por imitación)


2. en forma intencionada y sistemática (aprendizaje escolar)

Los requisitos de aprendizaje de una persona, básicamente, son:

¬ necesidad de enfrentar una situación desconocida que exija una respuesta nueva
¬ la situación de aprendizaje tiene que estar de acuerdo con las necesidades, posibilidades,
preparación, capacidad y grado de madurez del aprendiz
¬ debe existir una motivación que despierte la curiosidad, el interés y el deseo de respuesta al
estímulo específico
¬ debe instaurarse una interacción entre la persona afectada y la situación concreta en que se
encuentra, para que de esa interacción surja la nueva respuesta que se necesita

De las experiencias que se tengan, pueden surgir estas posibilidades:

1. que sean experiencias agradables y gratificantes, que produzcan satisfacción en algún grado y
ayuden a mantener un interés permanente para aprender cada vez que se presenta una nueva
situación que exija una respuesta diferente no conocida.
2. que las experiencias satisfactorias motiven otras acciones buscando mayores probabilidades
de logros
3. las experiencias frustrantes que tiene por resultado que la persona no vuelva a interactuar
cuando se encuentre en circunstancias análogas o presenten problemas de aprendizaje por
inadaptación u otras variables

En síntesis: el aprendizaje es la herramienta que permite al hombre adquirir y desarrollar


todas sus habilidades y capacidades. Se aprende para sobrevivir en el medio o ambiente que toca a
cada uno y por eso se hace imperativo aprender todo lo necesario que se debe saber. Esta condición
de necesidad incluye mecanismos mediante los cuales el ser humano se adapta al ambiente en el que
se desenvuelve y que le provee elementos necesarios para responder a las exigencias físicas y sociales
del mismo. Igualmente, el aprendizaje lo prepara para alcanzar nuevas metas y resolver problemas,
pero lo más fundamental es que a través de él, el hombre intenta entender la realidad que percibe.
Así, se aprende desde las cosas más básicas de la vida hasta los conocimientos más complicados,
pasando por los que no son transcendentes para la vida y existencia humana. El aprendizaje puede no
tener límites porque en él interviene una enorme cantidad de aspectos que hoy son objeto de
investigación. Aunque los investigadores no llegan a un acuerdo formal para la interpretación
unívoca de los variados aspectos del aprendizaje, en términos generales todos coinciden en que es
esencial estar permanentemente abiertos a nuevas experiencias para que el proceso de aprendizaje sea
constante y enriquecedor. Los expertos, también en términos generales, aceptan que se aprende algo
que resulta básico para, a su vez, aprender otras cosas, de modo tal que cada aprendizaje, de igual
manera que cada etapa de desarrollo del ser humano, se supera constantemente mediante los procesos
de aprendizaje posteriores a cada etapa superada. En consecuencia, cada experiencia tiene una capital
importancia por lo que el hombre comienza a aprender, incluso, antes de nacer y de una forma u otra
sigue aprendiendo durante toda su vida.

A través del aprendizaje se adquiere información específica acerca del medio y luego esta
información interactúa con la que ya se tenía previamente y produce una reorganización de la nueva
información. Este proceso determina a veces que la persona aplique el conocimiento adquirido a
otras situaciones, convirtiéndolo en un conocimiento estable y duradero. De este modo, aprender
significa una adquisición continua de conocimientos, en uno de cuyos extremos se encuentra el
aprendizaje sin sentido (simple acumulación de conocimientos sin ningún significado para la
persona) y en el extremo está el aprendizaje comprensivo, que es inherente al individuo porque lo
conduce al conocimiento personal que es más fácil de retener, por la necesidad de poseerlo y tener
sentido. El aprendizaje depende del nivel de desarrollo y éste se vale del aprendizaje para seguir su
curso. Esto es importante porque quien aprende, evalúa la posibilidad de hacerlo en función estricta
de sus necesidades, hecho que le permite clasificar y situar el conocimiento adquirido a lo largo de la
continuidad de su vida o existencia. Visto así, aprender siempre requiere un determinado esfuerzo, el
cual en ocasiones parece no tener recompensa equivalente, pero, aprender y desarrollar los recursos
propios conlleva, en la generalidad de los casos, la satisfacción suficiente para valorarlo y para
continuar el proceso con el deseo de aprender cada vez más.

Nadie puede dudar que se pueda aprender imitando. Esto se conoce como aprendizaje por
imitación. La imitación necesita de un ejemplo. Este ejemplo es el que sirve de modelo. Debido a ese
motivo, Robert Bandura llama a esto el “efecto modelado”, pues el aprendizaje es un efecto
producido por la exposición a un modelo. Este efecto no indica la importancia de conocer y
comprender bien todo el proceso, en el que interviene la observación como instrumento de
aprendizaje. Se ha observado en el estudio de este mecanismo lo que ocurre cuando un observador,
después de estar viendo un modelo por un tiempo determinado, desarrolla un comportamiento
similar al observado y que él antes nunca había realizado. Es un comportamiento conductual no
registrado en el repertorio de sus respuestas y actitudes. Este tipo de aprendizaje por modelado puede
ser positivo o negativo, según sus resultados. En ambos casos puede aplicarse el llamado
procedimiento reforzador vicario que consiste en un sistema de premios y castigos, pero que no se
aplica al aprendiz sino al modelo. Así, si el resultado es positivo, el modelo será premiado o
ensalzado. Contrariamente, el modelo es denigrado. Se le llama método reforzador por su aplicación
indirecta pues ayuda a reforzar al aprendiz, ya sea induciendo a seguir el ejemplo positivo y/o
rechazar el negativo. El aprendizaje por observación, imitación o modelado puede ser de varias
formas:

∗ Por desinhibición conductual: por ejemplo, alguien que decide dejar de beber alcohol, si
integra un grupo de bebedores es probable que retome el hábito de beber. En este caso no ha
aprendido nada nuevo, sino que el modelo del grupo le ayudó a abolir la inhibición que se
autoejercía cuando decidió dejar la adicción. Volvió a adquirir una conducta ya conocida.
∗ Por inhibición conductual: este caso opera en sentido inverso al anterior. Una persona que
tiene el hábito de beber alcohol, si se junta con un grupo no adicto, puede perder la compulsión de
beber. Es el método que se usa para corregir conductas desviadas, colocando al observador en una
exposición de modelos de conductas que debe adquirir para cambiar una conducta indebida o
negativa. En este caso, la conducta del modelo inhibe una conducta del aprendiz.
∗ Método de intensificación o generación de emociones: muchas reacciones conductuales
emocionales se enseñan y aprenden del medio. Este método es evidente cuando se concurre a ver una
película o al teatro y el rol del actor nos conmueve y produce emociones que luego imitaremos. La
reacción emocional también tiene efectos en otras áreas. Por ejemplo, el discurso apasionado de un
orador convincente puede conducirnos a cambiar nuestras opiniones (es el típico caso de la influencia
de políticos en adeptos o de las sectas religiosas). El efecto se debe a una opinión considerada valiosa
porque nos lleva a poner la atención en aspectos que antes no habíamos considerado o descubierto.
Asimismo el resultado de este aprendizaje se da con frecuencia en sectores en los que hay
previamente firmes compromisos conductuales (conductas fluctuantes) o aceptación tenaz de
determinados valores.
∗ Adopción de actitudes insistentes: es cuando la observación de un modelo que desarrolla una
conducta de insistencia, nos obliga a emularlas. Por ejemplo, si alguien mira con fijeza un punto del
espacio (cielo o suelo), automáticamente tendemos a hacerlo. Este es el mecanismo por el cual se
imponen las modas. Cuando un grupo adquiere el uso de una determinada costumbre y se repite
sistemáticamente imponiéndose a todos, generalmente quienes no tengan una opinión muy
convincente sobre esa costumbre, seguramente la adaptará, para “no ir contra la corriente”, “no
desentonar con lo que se estila” o para “identificarse con el grupo”
∗ La imitación de modelos mediáticos: las conductas que pueden ser inducidas por modelos
vistos o conocidos a través de los medios, como puede ser el cine, la televisión y los videojuegos, son
tema de controversia. Mientras algunos sostienen la abierta tesis de la “influencia directa de los
medios”, otros investigadores creen que lo que los medios ofrecen como modelos no crean conductas
nuevas, sino que refuerzan las ya existentes o sólo ayudan a aflorar un impulso o motivo latente. Es
decir, la conducta que se adquiere a través de los modelos mediáticos no son creadas por los
estímulos de esos modelos, sino que la habituación a esos modelos ayudan a promover una conducta
preexistente o latente. Los modelos mediáticos ofrecen conductas para canalizar o hacer patente lo
que ya estaba en la mente o en el sentimiento. Operan como si enseñaran el “modo” como debe
expresarse el estímulo subyacente.

Cualquier modo de alteración del proceso de aprendizaje es lo que se conoce vulgarmente,


como “problemas de aprendizaje”. Los mecanismos del proceso de aprendizaje pueden ser dañados o
viciados a diferentes niveles:

⇒ Alteración de los sentidos: esto puede ocurrir en sordomudos o en ciegos


⇒ Déficit mental congénito o adquirido: ocurre cuando un niño nace con algunos defectos
mentales o bien pueden ser ocasionados por infecciones, traumatismos u otras enfermedades o
adicciones
⇒ Dificultad de las operaciones mentales: generalmente se manifiestan cuando hay problemas
que exigen condicionar una facultad mental determinada como es la que se aplica para operaciones
matemáticas, aprendizaje de la lectura y escritura (dislexia). Generalmente se deben a problemas de
maduración con retrasos o interrupciones del desarrollo sensoriomotor, el desarrollo perceptual y el
integrativo. Esta inmadurez se traduce como deficiencias en la discriminación de las sensaciones
(generalmente sonidos o colores) alteraciones visuales que afectan la integración, alteraciones de la
memoria o defectos en la formación de símbolos; recepción, comprensión y expresión del lenguaje,
etc.
⇒ Factores ambientales: desnutrición, intoxicaciones por ingerir aguas contaminadas con
metales (arsénico, plomo, etc.) procesos infecciosos crónicos, problemas en la interacción de madre e
hijo, entorno de bajo nivel cultural como ocurre en los barrios marginales, otras influencias
ambientales
⇒ Influencia familiar: los problemas de familia influyen en el estado de ánimo y pueden traer
problemas de atención (déficit de atención, hiperquinesia) retraimiento, depresión y otros cuadros
que alteran el proceso de memorización
⇒ Falta de corrección de alteraciones emocionales: ocurre cuando en un niño nadie se
preocupa por conocer a qué se deben sus fallas de aprendizaje y esto ocasiona lo que se ha dado en
llamar trastorno específico del aprendizaje no diagnosticado. El niño puede arrastrar sus
incapacidades durante todo un período escolar (jardín, primario o secundario) y esto le produce,
además del trastorno de aprendizaje, una disminución de su autoimagen, autoestima y trastornos de
conducta, ya que para protegerse de las críticas de maestros, familiares y compañeros, puede
aprender a simular o disimular sus defectos con conductas agresivas o adquiriendo algunas
“mañas” (aprenden a copiar, logran que sus tareas escolares sean hechas por otros, desarrollan un
discurso incoherente pero verborrágico (tipo Cantinflas) en el que dicen mucho sin decir nada.

Todo lo que hemos desarrollado nos lleva a concluir que en el aprendizaje, además de
factores biológicos y fisiológicos que intervienen en el proceso natural del mismo, también influyen
aspectos emocionales y la interacción con la familia y el medio. Estos factores se manifiestan cuando
un niño ingresa a un establecimiento escolar y comienza a desarrollar las relaciones sociales propias
del ambiente: maestros y compañeros, separación temporal de su hogar y del apego a sus padres.
Pueden aparecer “de inmediato” o irse manifestando paulatinamente, a medida que transcurre el
proceso escolar, de forma tal que aparecen bajo cualquier circunstancia del desarrollo escolar
(ocasiones distintas, momentos críticos). Los padres muy descuidados o negligentes o los
“superexigentes” determinan distintas expectativas y demandas sobre los hijos y esto altera la
conducta escolar. Por otro lado, las crisis de edad propias del niño que pasa de la primera a la
segunda infancia y luego a la adolescencia también influyen en el desempeño académico. Estas crisis
etarias pueden ocasionar trastornos de identidad, de conducta antisocial (aislamiento) y de dispersión
o depresión, situaciones en las cuales el aprendizaje pasa a ser muy secundario. Finalmente, debemos
destacar que los trastornos de aprendizaje también pueden deberse a fallas del sistema de educación,
lo cual es muy frecuente cuando se cambian permanentemente los esquemas y métodos educativos o
se reestructuran los planes de estudios (agregando o quitando años del curso). Actualmente la crisis
educativa, como parte de la crisis espiritual que afecta a la sociedad, ha dañado tanto a los alumnos
como a los profesores, a los hijos como a los padres y esto ha provocado un déficit de aprendizaje
muy grande, tanto en las costumbres como en la instrucción y en el desarrollo de facultades
intelectuales. No sólo hay carencia de una educación cultural sino que hay fallas de dicción y
comprensión de la lectura y abandono del hábito de leer. Los factores económicos no ayudan para la
adquisición de libros o revistas instructivas y todo esto contribuye a una decadencia, no sólo del
aprendizaje, sino, como consecuencia de todo el sistema social. Un problema bien planteado, es un
problema solucionado. Este aforismo nos lleva a que la corrección de los trastornos del aprendizaje
nos guía, como lo más fundamental, al conocimiento de los mismos. Para adquirir ese conocimiento
es necesario e ineludible un diagnóstico temprano y oportuno (diagnóstico precoz), el cual debe ser,
lógicamente, individual e integral. Esta conducta nos transporta al abarcar todas las áreas alteradas, a
conocerlas y corregirlas, evitando los desvíos que proponen cursos alternativos o de presunta
regularización, pero que no van al fondo de la cuestión.

Teoría Vigotsky

La Teoría Vigotsky de la “zona de desarrollo próximo”, se formula con la oposición al


concepto que sostiene que el aprendizaje sigue al desarrollo y que para que una persona aprenda
algo, debe estar ya preparado (desarrollado) para ello. Según lo supuesto en esta concepción del
aprendizaje por etapas de desarrollo, el docente o investigador deberá averiguar cuál es el momento
en que el individuo tiene ya instalada una capacidad para aprender una actividad determinada.
Contrariamente, la teoría Vigotsky analiza la relación entre aprendizaje y desarrollo desde una
perspectiva interaccional porque postula que el momento en que un individuo es capaz de aprender
una nueva actividad, no representa la culminación de un proceso evolutivo que da por resultado esa
capacidad, sino que inversamente, ese momento marca el inicio de procesos de desarrollo, el que
permitirá la consolidación o adquisición de operaciones cognitivas nuevas. Esto puede traducirse
como que el educando o aprendiz entra en contacto con algún dominio que le es nuevo (sea del
orden matemático, científico o incluso, la lecto-escritura) y esto promueve inmediatamente el
desarrollo de procesos psicológicos necesarios para la adquisición y el dominio de dichos campos.
Para Vigotsky, lo que el educando o aprendiz puede lograr por sí mismo y lo que, hasta cierto
momento, ha logrado conseguir en su desarrollo, es el nivel evolutivo real. La teoría involucra
también que el educando puede llegar a comprender y a resolver problemas más avanzados de lo que
en teoría correspondería a su nivel evolutivo real, si para ello cuenta con la ayuda de un educador
que interactúe con él y lo apoye en la resolución de una tarea. Esto se debe, en el caso de los niños,
que ya están dotados para comprender en forma independiente de los demás (nivel evolutivo
potencial) y es el punto hasta donde puede llegar en sus procesos psicológicos con la debida ayuda
de otros. El nivel evolutivo potencial ayuda a diferenciar los niveles evolutivos reales de cada
persona y distingue a los que han recibido apoyo social, de los que no lo han recibido.

La diferencia entre el nivel evolutivo real y el nivel evolutivo potencial es lo Vigotsky


denominó zona de desarrollo próximo, o sea, el área donde la sociedad, los padres y los educadores
deben trabajar con más insistencia en lugar de dedicar todos los esfuerzos lo que el niño es capaz de
desarrollar sin la ayuda ajena, en forma independiente de los demás.

Según su teoría, ocurrirían dos procesos psicológicos superiores:

1. el primero se manifiesta como procesos interindividuales, en los cuales interviene la


interacción con los demás y el educando va desarrollando tanto su pensamiento como su capacidad
de análisis y de resolución de problemas
2. el segundo proceso, que viene después del proceso interindividual, es un proceso
intraindividual que es el que realmente permite que el educando actúe de manera independiente. Esto
corresponde a una serie de procesos internos vinculados con el desarrollo de la interactuación con
otras personas, de forma tal que se puede afirmar que el proceso de desarrollo y aprendizaje es
eminentemente social y no exclusivamente individual.

El punto de vista o aspecto que presenta esta teoría, hace que la interacción entre aprendizaje
y desarrollo resulte más dinámica y compleja y sea más realista, puesto que no hay un aprendizaje
exactamente integral si no hay un educando y un educador o modelo a asimilar. Esta teoría ha
llevado a que algunos estudiosos a considerar a Vigotsky como un verdadero teórico del mañana,
porque además de revisar el pasado y el presente del aprendizaje y desarrollo, sobre todo infantil,
también prevé un futuro de ese aprendizaje y desarrollo.
¿Qué significa la comunicación?

Según nuestra definición de lo necesario (como “aquello que no puede dejar de ser” lo que
significa que siempre debe ser), la necesidad se manifiesta en el hombre en formas diversas. Las más
inmediatas y primitivas son alimentarse, respirar, comer y beber, dormir y reproducirse. Pero hay
otras necesidades más profundas, propio del “ser con” otros de su naturaleza. El hombre es un ser
sociable, gregario: necesita vivir y compartir su vida con otros seres, particularmente sus semejantes.
Luego otra necesidad casi vital es la necesidad de comunicarse con sus semejantes. Esto es tan
primordial que en nuestra civilización contemporánea, es indispensable para la supervivencia (Emery
y cols.) Por este fenómeno de necesidad, el hombre de hoy ha construido máquinas complicadas y
multifacéticas para transmitir sus diferentes mensajes y se ha interconectado a tal punto, con todo el
universo, que logró el fenómeno de la globalización que consiste en un sistema de comunicación
casi instantáneo en todos los campos de su quehacer (político, económico, científico, filosófico,
artístico, industrial, etc.). La comunicación “en directo” por vía de satélites (comunicación satelital)
ha posibilitado la extensión de todos los medios de comunicación moderna: radiofónica, telefónica,
televisiva, por computadoras (Internet). La ciencia y la tecnología han hecho una maquinaria
comunicadora tan efectiva que prácticamente no hay barreras materiales en el mundo para
comunicarse con cualquier parte de él, incluso con el espacio (comunicación con astronautas,
cámaras que a través de naves espaciales nos transmiten las imágenes del universo o recogen datos del
espacio, de otros planetas). Cada año trae nuevas maravillas en el arte de comunicar, con las
tecnologías y los cada vez más diversos mensajes o informaciones. No obstante, toda esta fantástica
estructura carece de sentido si no hay mensajes auténticos. Vemos que los canales transportan cosas
útiles, pero también una cantidad de vanidades que supera todo lo efectivo. Se carece de mensajes
que causen verdadera transformación del hombre en sí. La tecnología ha revolucionado al medio
ambiente, pero no modifica mucho al hombre, en sentido positivo. Los cambios mayores han sido
negativos. Por esto el estudio de la comunicación humana moderna tiene dos facetas netas:

1. amplio conocimiento de los medios mecánicos y su manejo eficiente


2. la búsqueda de nuevas formas de formular mensajes y llenarlos de contenido.

Esto exige una elaborada comunicación personal directa, pero ésta sola no alcanza y se debe
acudir a un arte mucho más complicado: el arte de comunicarse con un público, del cual no
conocemos nada, a través de la comunicación masiva. Para comprender mejor a la comunicación,
como en otras cuestiones lo hemos establecido, se impone conocer el significado del término
comunicación, desde todos los puntos de vista lingüísticos (etimológicos, denotativos y connotativos)
La comunicación es la “acción y efecto de comunicar o comunicarse”. “Trato o correspondencia
entre dos o más personas”. Comunicar es “hacer a otro partícipe de lo que uno tiene; descubrir,
manifestar o hacer saber a alguien alguna cosa; transmitir señales mediante un código común al
emisor y al receptor”. Ambos términos derivan del latín communicatio el que a su vez deriva de
communis que es lo relativo a común, que es “lo que no siendo privativamente de ninguno, pertenece
o se extiende a varios, de forma tal que sea recibido y admitido de todos o de la mayor parte”.
Asimismo comunicación está, en alguna medida, enlazada con una unión común o comunión que es
la “participación en lo común”, que tiene por raíz el latín communio también emparentado con
communis. Por lo tanto, la comunicación tiene en su raíz la propiedad de la comunidad que es la “la
calidad de lo común, de lo que, no siendo privativamente, pertenece o se extiende a varios siendo lo
disfrutado por varios sin pertenecer a ninguno en particular”. Comunicar también es comulgar en su
acepción de “coincidir en ideas o sentimientos con otra persona”. Dijimos que comunicar es
transmitir algo o alguna cosa. Ese “algo” a transmitir debe tener la calidad de la comunicabilidad, o
sea, “lo comunicable” y lo comunicable es aquello “que se puede comunicar o es digno de
comunicarse”. La comunicología es una “ciencia interdisciplinaria que estudia la comunicación en
sus diferentes medios, técnicas y sistemas”. Lo comunicativo es lo “que tiene aptitud o inclinación y
propensión natural a comunicar a otro lo que posee. Dícese también de ciertas cualidades que hacen
fácil y accesible al trato de los demás”. Comunicólogo “es la persona que profesa la comunicología
o tiene en ella especiales conocimientos”. Hemos repasado así, en parte, el léxico básico etimológico
y denotativo, sobre la palabra comunicación.

Luego, la comunicación es una acción intersubjetiva, lo que quiere decir que se necesitan,
como mínimo dos personas o sujetos para que haya comunicación. Esto es parte de la esencia de la
comunicación ya que en su definición está la acepción de “correspondencia entre dos o más
personas”. También tiene una acepción que habla de “unión que se establece entre ciertas cosas
mediante diferentes vías o canales y otros recursos”. Esto nos manifiesta que un sujeto de
comunicación puede ser personas o cosas. Comunicar es algo así como colocar lo que yo tengo en mi
mente en la mente de otro, estableciendo así una unión común entre mi mente y la mente del otro. En
su definición más simple, la comunicación es el arte de transmitir información, ideas y sentimientos
de una persona a otra. De un emisor o fuente a un receptor o destino. Así, comunicarse es lo mismo
que lograr una equivalencia en la estructura de las respuestas internas significativas de la fuente y el
destino. Los significados no abandonan los sistemas de conducta (estructuras cognoscitivas) de los
respectivos intervinientes y es su similitud (y no su desplazamiento) lo que constituye la
comunicación (isomorfismo de los significados).

Elementos constitutivos de la comunicación

Nosotros partiremos del clásico esquema dado para todo tipo de comunicación que contempla
un emisor (“encoder”), un mensaje con un código cifrado, un canal o medio y un receptor
(“decoder”), como elementos básicos. A partir de estos elementos se introducirán las variables
posibles más importantes. El esquema básico funciona de la forma siguiente:

emisor (codificador) código mensaje MEDIO o CANAL receptor

respuesta (decodificador)

Este esquema muestra flechas en ambas direcciones lo que indica que la comunicación puede
unilateral o de vía única (únicamente admite recepción del mensaje) (unidireccional) o bien puede
ser bilateral o de vía doble (bidireccional), es decir, una vez que el receptor recibe un mensaje y lo
decodifica, origina una respuesta o retorno del mensaje. La comunicación ideal es la de doble vía, en
la que el emisor envía un mensaje y recibe el retorno del mismo por respuesta del receptor. También
este esquema representa la comunicación interpersonal directa (entre dos personas).

Particularidades de la comunicación efectiva

Una comunicación puede ser efectiva o inefectiva, es decir, provocar o no efectos en el


receptor. Una comunicación efectiva positiva debe reunir los siguientes requisitos:

1. el emisor debe elegir un código que sea conocido por él y el receptor, con un entendimiento
y consentimiento igual para los significados de los distintos signos del código,
2. el mensaje debe contener un texto claro que sea comprensible y que esté en el campo de la
coexperiencia de receptor y emisor. Coexperiencia significa que ambos polos de la comunicación
(receptor y emisor) tengan las mismas experiencias (experiencias en común),
3. debe haber sintonía entre emisor y receptor. La sintonía se da en dos vertientes: por un lado
la sintonía del medio o canal y por otro lado la sintonía entre emisor y receptor. Además del código
inteligible para ambos, de un mensaje de texto claro, de la coexperiencia, dentro de la sintonía entre
emisor y receptor implica “la coincidencia en pensamiento o en sentimiento entre dos o más
personas”. Esto significa que debe haber, más que en cualquiera otra acción humana, un alto grado
de empatía (“participación afectiva, y por lo común emotiva, de un sujeto en una realidad ajena”) y
simpatía (“Inclinación afectiva, generalmente espontánea y mutua, que despierte una relación
atractiva y agradable). Sintonía, en cierto modo, es ser oportuno, es decir, estar en el lugar y el
momento apropiado.
4. el canal o medio que lleva al mensaje debe ser adecuado al mismo. Debe estar en sintonía
(estar en la misma onda) y no contener elementos perturbadores (ruido, etc.). Tanta importancia tiene
el medio, al menos los medios tecnológicos modernos, que a veces logran ser más importantes que
los mensajes que se colocan en ellos, situación que llevó al comunicador canadiense Mc Luhan a
escribir EL MEDIO ES EL MENSAJE. El medio en gran medida, condiciona a los polos de la
comunicación y al propio mensaje en formas muy diversas y numerosas variables. Por otro lado, el
medio obra como un “extensor o proyector o amplificador de los sentidos”: la radio y todos los
reproductores o captadores de sonidos amplían el campo del oído; la TV, el cine y la pantalla de
computadoras extienden el campo del ojo;
5. debida recepción. El mensaje debe llegar y penetrar en el receptor con la misma fidelidad con
que es emitido. Debe llegar sin distorsiones y ser comprendido en todas sus partes. Debe generar en el
receptor una acción y una reacción (efecto). El efecto de la acción del mensaje puede ser negativo o
positivo. En ambos casos, debe generar reacción o respuesta;
6. la respuesta del receptor o retorno del mensaje es la comunicación de vía inversa a la del
mensaje primario: va de receptor a emisor por el mismo medio. La respuesta puede ser negativa
porque no fue comprendido o aceptado el mensaje o positiva: la recepción del mensaje ha sido
perfecta, bien comprendida y despertó consentimiento, induciendo un cambio también positivo en el
receptor, el que además de responder positivamente, por otro lado, se convierte en un nuevo emisor:
el difusor del mensaje recibido, porque por otros canales lo envía a otros receptores. Esta última
acción genera una red de comunicaciones para un mismo mensaje. Una respuesta siempre indica que
el mensaje fue recibido, por lo que se le llama retorno del mensaje.

Características de cada componente de la comunicación


Emisor

El emisor, “encoder” o codificador es el encargado de emitir el mensaje que puede ser


propio (autor) o simplemente, ser un agente de emisión (fuente). De uno u otro modo, es el
encargado de buscar el código (“sistema de signos o señales y reglas que sirve para formar (dar
forma o formular) y hacer comprensible un mensaje para proceder a su emisión”) y preparar el
mensaje. El emisor puede ser una sola persona o un conjunto de personas (equipo). De cualquier
forma que se constituya el emisor debe tener siempre la misma característica: estar en la coexperiencia
con el receptor a fin de poder codificar correctamente el mensaje. El mensaje, sin lugar a dudas,
depende el emisor o comunicante, el que tiene dos tareas ineludibles:

∗ saber lo qué desea comunicar


∗ conocer cómo expresar su mensaje a fin de lograr que penetre lo más posible en la mente del
receptor u oyentes.

Por lo tanto la emisión es un arte que permite no solo formular el mensaje sabiendo qué
colocar en él, sino también el cómo: cual código y canal conviene a un determinado mensaje. Otro
detalle del emisor es si es un emisor simple que comunica de persona a persona o si es un
comunicador social. En este último caso debe ser un comunicante o comunicador adiestrado en el
simbolismo de los mensajes masivos y de los medios sociales o masivos. Por definición, comunicador
“es lo que comunica o sirve para comunicar y dícese de la persona con una actividad pública a la
que se considera capacitada para sintonizar fácilmente con las masas”. Debe comprender la
importancia social del papel que desempeña y, además, saber bien la naturaleza del mensaje social o
masivo o colectivo. Estará al tanto de las características de los canales o medios que corresponden
más convenientemente a esos mensajes y debe saber estudiar los diversos intereses, necesidades y
distintos grados de inteligencia o nivel cultural de los grupos de personas que componen la totalidad
de un público o auditorio. Luego debe amoldar su mensaje:

1. al estilo exigido por cada uno de los medios de comunicación que usará
2. a la capacidad de recepción del auditorio al que trata de llegar.

Mensaje

Mensaje es el “conjunto de señales, signos o símbolos que son objeto de comunicación” “que
envía una persona a otra”. Es lo que contiene lo que se quiere pasar de una mente a otra, transmitir
un sentimiento, llevar una esperanza, dar una información, proposición para un cambio, etc. Los
matices de cada mensaje dependerán de la intencionalidad con que se formulen. El contenido del
mensaje puede estar lleno de contenido (lleva un significado claro, comprensible, captable y valioso)
o puede estar vacío de contenido (es banal, no valioso o incompresible). Un mensaje pobre de
contenido y pésimamente expresado no tiene efecto alguno expresado ya sea ante un solo receptor o
a millones de oyentes y es menos efectivo que un buen mensaje dado a un limitado auditorio. El
mensaje, además del código y el canal correctos, debe ser dado también en el momento oportuno que
es aquél en que el receptor lo puede captar plenamente. La oportunidad del mensaje dependerá
siempre de su contenido e intencionalidad. El hombre ordinario recibe cada día miles de mensajes no
sólo a través de los múltiples medios de comunicación social o masiva, sino también de sus
circunstancias o medio circundante (trabajo, escuela, familia, iglesia, amigos, vecindad) que le
comunican y le causan diversas impresiones. Por ejemplo, si el gobierno anuncia un plan de empleos
para desocupados, es evidente que el mensaje tendrá efectos diferentes de acuerdo al público y la
oportunidad en que se formule: por un lado, los desocupados y los amenazados con perder el empleo
recibirán el mensaje con beneplácito, pero una masa de contribuyentes (comerciantes, industriales,
profesionales) temblarán ante la posibilidad de un aumento o en número o en valor monetario, de los
impuestos (exacción impositiva). Otro sector será indiferente al mensaje: el que no tiene intereses en
juego, el que no posee medios de recibirlo y aquél que teniendo los medios, en el momento en que se
da el mensaje está disperso o distraído. Por último destacaremos, una vez más, que todo mensaje debe
reunir no sólo un contenido significativo, un código correcto, sino también estar en el campo de la
coexperiencia. Un tipo de mensaje muy especial, es el mensaje subliminal. Anteriormente explicamos
la percepción subliminal, concepto ya conocido. Un ejemplo claro de mensaje subliminal lo da la
propaganda o publicidad. Un caso concreto de mensaje subliminal es cuando se presenta una escena
emocionante (recibir una carta de un ser amado lejano o separado en el tiempo) al mismo tiempo que
se comparte la emoción con un vaso de “whisky”. El mensaje subliminal era que esa bebida es
excelente para vivir un momento emocionante o algo propicio para gozar en la intimidad emotiva.
Aparentemente el mensaje parecía vano, pero ocurrió que de esa forma se colocó en Argentina una
bebida extranjera, no aceptada en su oportunidad en forma masiva. Con esta publicidad se logró
introducir la costumbre de beber “whisky”. Otros mensajes subliminales se utilizan para inducir la
compra de una marca determinada, cambiar usos, introducir modas, etc. La forma subliminal de la
comunicación es usada en la propaganda política o de sectas religiosas. El tema de lo subliminal se
tratará con mayor extensión en el estudio de la percepción, dentro de la gama de sensaciones..

Coexperiencia

La experiencia “es la enseñanza que se adquiere con el uso, la práctica o el vivir”. Cada
individuo tiene sus propias experiencias personales que va adquiriendo a medida que desarrolla su
vida. Cuando estas mismas experiencias son compartidas de igual forma e intensidad con otro
individuo o conjunto de personas, hablamos de una coexperiencia o experiencia en común. El
campo de la coexperiencia es la zona donde se intercalan los campos de experiencias individuales,
constituyendo una franja común de convergencia de idénticas experiencias.

experiencia personal coexperiencia experiencia personal


o individual o individual

La coexperiencia comprende no solo un entendimiento de códigos, un compartir los mismos


canales, sino fundamentalmente una empatía y una identidad de impresiones comunes a emisor y
receptor. El receptor interpretará el mensaje emitido en términos de su cuadro de referencia. Cada
persona tiene cierta experiencia acumulada, que consiste, en parte, en sus propias creencias y su
concepto de los valores relativos a su propio yo, y en parte, también en las creencias y valores de los
grupos a los que pertenece (familia, trabajo, clase social, etc.). Puede ocurrir que cuando un mensaje
constituye un desafío para tales creencias y valores (está fuera del contexto o de la coexperiencia) sea
rechazado, torcido o malinterpretado. A la inversa: el mensaje que concuerda con su contexto o
coexperiencia será aceptado y bien interpretado.

Otra posibilidad de una buena recepción es el de que la persona cuyos conceptos acerca de
una determinada cuestión se ven bajo alguna presión o amenaza, dicha persona sale de su rutina para
buscar el mensaje adecuado que refuerce sus puntos de vista. En este caso sólo acepta el mensaje que
esté en su contexto o coexperiencia. Cuando el mensaje formulado no está en el contexto y encuentra
que las creencias del auditorio al cual se dirige están firmemente establecidas, el comunicante debe
saber que en lugar de enfrentar el mensaje con esas creencias, debe colocarlo en un camino paralelo
a esas creencias y así evita el choque directo. La comunicación paralela tiende a modificar modelos
de conductas en forma gradual porque los mensajes paralelos, si bien no son aceptados, son
conocidos y no han producido un conflicto. En alguna oportunidad el mensaje encuentra una vía de
confluencia y puede ser recibido y aceptado. Este fenómeno de canales paralelos y vías de
confluencias, se conoce con el nombre de efectos reflejos pasivos. Es usado en los mensajes
subliminales de la publicidad o propaganda.

Medio

El medio o canal por el cual se emitirá el mensaje es tan diverso como el mensaje mismo y
los diferentes tipos de receptores. El medio debe adaptarse, entonces, al mensaje y al receptor para
lograr una comunicación efectiva. La primera forma de comunicación y la más primitiva es la
interpersonal, de persona a persona, con mensajes intersubjetivos y acá el canal era la voz, los gestos y
toda otra expresión a través del cuerpo. A medida que se perfecciona el lenguaje y se introduce la
escritura y el papel, aparece como canal la palabra escrita y la representación gráfica y la
comunicación es a través del sentido de la vista mediante el uso de periódicos (diarios, revistas,
semanarios, etc.) y libros. La pintura o escultura junto con la fotografía y los filmes, películas o
videos, y los gestos completan la lista de medios y mensajes que se captan exclusivamente con la
vista. Con el progreso tecnológico de la humanidad, aparece el telégrafo y después la radio y la
comunicación es a través del sentido del oído. La música (canciones, sinfonías, óperas, percusión,
etc.), entra en la categoría de los que se aprecian por el oído y en parte por la vista. Igual progreso y
sentido tuvo la telefonía o teléfono en todas sus formas. En una etapa más avanzada aparece primero
el cine y luego la televisión que favorece la comunicación a través de dos sentidos: la vista y el oído.
El sistema Braille, el examen manual y la percepción de vibraciones, nos comunican a través del
sentido del tacto. El sentido del gusto nos informa del sabor de las cosas y nos es útil en la
investigación (catar) (antiguamente era usado en la investigación médica), en la gastronomía
(degustar) y otros usos cuyo fin sea averiguar un determinado sabor. El sentido del olfato conforma
otro medio de informarnos y comunicarnos. La percepción de olores nos permite apreciar perfumes
de cosmética, olores naturales, olores artificiales, y captar el mensaje enviado a través de un perfume,
de un olor (agradable o nauseabundo) que nos ubica para aceptar un rechazar un lugar, un objeto,
etc. Finalmente, la comunicación satelital abre las posibilidades a toda forma de comunicación
conocida y permite algo más: la comunicación instantánea o directa, simultánea con el tiempo, el
lugar y el acontecer de los hechos. También han sido los medios naturales como el humo, los
animales amaestrados (comúnmente, palomas mensajeras), las formas de comunicarse del hombre en
determinados momentos o comunidades. Estos ejemplos dados ayudan a comprender que existen
diversos y diferentes medios para enviar un mensaje y el hombre los recibe a través de los sentidos y
otras formas de percepción, las que nos permite, por ejemplo, captar un terremoto, una vibración, un
movimiento, etc. Todo el cuerpo del hombre es un medio de recepción sensorial y extrasensorial.

Receptor

Como ha sido harto expresado, el receptor es la “persona que recibe el mensaje en un acto de
comunicación” y por lo tanto es el que deberá descifrar o decodificar el mensaje (“decoder”) por ser
el destinatario del mensaje (destino). Como se ha descrito, comparte con el emisor un campo de
coexperiencia, el código y el canal. Cuando el receptor es un grupo masivo de personas, se habla de
público que puede ser: auditorio u oyentes, espectadores, televidentes, etc.

Problemas del proceso de la comunicación

En el proceso de la comunicación pueden surgir algunos fenómenos que puede favorecer o


interferir dicho proceso. Hemos probado fehacientemente que en la comunicación humana, y en
general en toda la escala animal, se encuentra implicada la estructura biológica. El primer elemento
fundamental de la comunicación es la forma o elemento que dará origen al mensaje y que es el
código. En el ser humano, el código válido es el lenguaje. Para que un individuo pueda adquirir
satisfactoriamente las complejas pautas que involucra el uso de un lenguaje, debe contar con una
estructura nerviosa que funcione dentro de límites normales. Incluidos en esta estructura biológica,
operan los órganos de los sentidos, como la vista y el oído, el olfato, y el aparato locomotor, lo que
facilita la fonación o voz, que puede ser escuchada (audición) y a través del aparato locomotor o
muscular, están los gestos y la escritura que deben ser vistos (visión). El olfato interviene en una
comunicación más sutil como es la que implica la seducción (perfumes que provocan atracción
sexual o aromas naturales o ferohormonas que inducen esa atracción) o la cocina (donde se mezclan
aromas diversos de condimentos, hierbas, etc. para que las comidas lleven un mensaje de atracción
por diversos motivos: gratificación, lucro, etc.). Las condiciones biológicas normales son más bien
componentes previos que factores propios de la comunicación.

El ser humano, según lo vimos, debe someterse a un período de aprendizaje para desarrollar
pautas de hábitos o conductas que le permiten emitir o responder a los códigos de la comunicación
(signos gestuales, verbales y de otras clases), en su condición de signos sustitutivos que tiene por
referentes a los objetos y acontecimientos del mundo circundante o realidad. El hombre nace en el
seno de una cultura compleja y dinámica. Un rasgo cultural importante es el conjunto de
convenciones que existen en ella y que permite desarrollar una vida social activa y normal y una de
esas convenciones importantes es lo respectivo a la relación entre signos y sus referentes. Los
problemas del lenguaje serán tratados en un parágrafo aparte, por su gran extensión e importancia.
Como es lógico, raras veces se logra una correspondencia perfecta entre cada uno de los elementos de
las respuestas significativas denotativas y connotativas de la fuente y el destino, ya que la
comunicación humana, por su complejidad, casi siempre presenta algún grado de imperfección. Para
ello concurren razones psicológicas, culturales o simplemente mecánicas. Analizaremos ahora algunas
características de estas imperfecciones:

1. ruido: Cualquier elemento que interfiera básicamente la comunicación, ya sea desde la fuente
misma o por defectos del canal, le daremos el nombre de ruido, término universalmente aceptado por
los tratadistas o estudiosos de la comunicación (algunos prefieren llamarlo humo). Desde la fuente
puede haber ruido cuando hay falta de isomorfismo de los significados (dismorfismo de significados)
y existe distancia que separa esos significados, elemento por elemento, de la identidad perfecta. Este
ruido se conoce como ruido semántico. Esto ocurre con el empleo de palabras técnicas desconocidas
o palabras difíciles, incomprensibles o desconocidas para el destino o receptor (mensaje fuera del
marco o cuadro de referencias semánticas). Otro ruido semántico lo ocasionan los significados
connotativos (el emocional o valorativo, individual) y denotativos (común o del diccionario), por
ejemplo, la palabra mate que puede ser la falta de brillo de un color o sonido, una especie de
calabaza, una infusión, un lance de ajedrez o expresión de un juego de naipes, o, en la jerga popular,
la cabeza humana. Para evitar el ruido semántico, el comunicante debe definir el texto y el contexto
(el sentido) de las palabras y ajustar el vocabulario al nivel cultural, intereses y necesidades del
receptor. Por su parte el receptor deberá retroceder repetidamente en la lectura de un texto y acudir a
un diccionario específico en el caso de palabras técnicas o específicas. Por el lado del canal, toda
interferencia mecánica o técnica que lo afecte también se denomina ruido propio del canal. Luego,
ruido es todo lo que afecte la fidelidad de la transmisión material del mensaje (estática, errores
tipográficos u ortográficos, caracteres ilegibles, dismorfismo de significados, etc.) e incluye todas las
distracciones que puedan ocurrir entre fuente y destino. Para evitar el ruido propio del canal, el
emisor o fuente deberá dar empleo al principio de redundancia, o sea, la repetición continua de la
idea central del mensaje hasta asegurarse que ha podido superar las dificultades de ese ruido.
2. concordancia o sintonización: ocurre cuando el receptor o destino se siente plenamente
identificado con el mensaje, el que concuerda con sus ideas o creencias y pautas de conducta. Es una
particular disposición de un individuo para escuchar voluntariamente un mensaje porque lo
comprendido y por que está de acuerdo con él (el receptor ama la concordancia).
3. discordancia o disonancia: es cuando el receptor no está de acuerdo con el mensaje porque
éste no está en concordancia con sus creencias o pautas de conducta y se siente incómodo con él. En
este caso el receptor no coopera voluntariamente ni en la búsqueda ni en la recepción del mensaje (el
receptor huye de la disonancia).
4. retroalimentación, “feedback” o retorno: consiste en la respuesta que da el receptor al
mensaje del emisor y de acuerdo a esa respuesta, el comunicador o emisor puede reiterar o modificar
su mensaje o aclararlo con explicaciones adicionales. El retorno puede ser hecho de varias formas: si
la comunicación es persona a persona, o de persona a auditorio, el retorno es gestual (presencia o
ausencia de aplausos, sonrisas, gestos de fastidios o de aburrimiento como el bostezo, sobresalto,
desinterés o indiferencia, etc.). Otras veces, el retorno puede ser bajo la forma de una comunicación
escrita (carta, publicación, nota, etc.). También puede ser una comunicación hablada (contestación
verbal directa), un pedido directo (bis), una aprobación (olé), un rechazo (silbido, interjección de
fastidio, etc.) o bien una comunicación telefónica; o a través de una cinta o disco grabado, etc. Hay
que cuidar también el detalle del modo como un comunicador o emisor, interpreta el retorno o
respuesta. Por ejemplo, como ocurrió con un discurso del presidente norteamericano Abraham
Lincoln que conmovió tanto al público, que éste perturbado no atinó a aplaudirlo al finalizar.
Lincoln interpretó este gesto como un rechazo del discurso, cuando en realidad era todo lo contrario.
El conjunto bidireccional del retorno actúa de dos formas: la información progresa primero en un
sentido y luego en el opuesto, o bien, en ambos sentidos al mismo tiempo. El primer caso ocurre
cuando hay distancia entre emisor y receptor y el segundo caso cuando ambos se encuentran
físicamente frente a frente.
5. “efectos reflejos” activos o rebote del mensaje: este efecto es similar al efecto físico de
reverberancia de la luz o el sonido que comienza a reflejarse en diferentes superficies y a propagarse
en direcciones caprichosas de acuerdo al ángulo de reflexión. En la comunicación ocurre cuando
alguien escucha una noticia y la difunde a otro, y éste a su vez a otro, y así sucesivamente; o en la
mecánica de la información de un medio masivo, una noticia va del reportero al editor, del editor a
sus empleados, los empleados la remiten de nuevo al reportero y éste la devuelve al editor, quien la
publica en el diario o se la pasa al locutor de un noticiero, el que a su vez la transmite a un público o
auditorio. A su vez esta noticia circula entre los miembros del auditorio porque se la pasan de unos a
otros. Es decir, los efectos reflejos se refieren a los vaivenes que una información sufre dentro de un
mismo contexto comunicativo, de forma tal que algunos receptores reciben una información o
mensaje directamente y otros indirectamente. Otro efecto reflejo pero pasivo, es el subliminal que ya
comentamos.

Arte de la comunicación: el lenguaje


Esencia y lenguaje: el misterio de la palabra

Quizá la obra más perfecta de la inteligencia humana es el lenguaje, porque la palabra


(verbum de los latinos y logos o parabola de los griegos) ha sido el instrumento mágico que permitió
la comunicación y la comunicación y es, a su vez, la única herramienta que le permite al hombre “ser
tal”. No hay una versión exacta y certera de cómo aparece la palabra, puesto que la misma se forja en
la prehistoria y de ella sólo hemos recibido dibujos conservados en cavernas u otros sitios. De ahí
deducimos que el hombre prehistórico tenía idea de comunicarse y necesidad de hacerlo. Se supone
que la primera forma es dibujando lo que ve para comunicar que se quiere referir a un fenómeno en
particular. Otra forma debe haber sido un sonido gutural, proveniente de sus cuerdas vocales pero no
vocalizado en forma inteligible y que por su formación en la garganta emitirá gruñidos, gritos, etc.
Siguiendo un pensamiento lógico debe haber usado gestos. Asimismo, en ese mundo prehistórico
habrá aprendido a ver y descifrar signos y también a usar algunos muy primitivos. De la
combinación de todos esos elementos habrá sistematizado gradualmente métodos comunicativos que
al principio pueden haber sido como los signos egipcios o escritura ideográfica donde dibujaban un
ente y la sucesión de dibujos formaba un texto. Otros aprendieron a usar signos lineales dispuestos en
una forma convencional y aparece la escritura cuneiforme. Y así sucesivamente.

Como no se puede conocer certeramente ese origen, podemos referirnos a este fenómeno
como el misterio del origen de la palabra. Pero una cosa es cierta: la universalidad de la misma, a
pesar de las formas diferentes de expresión o grafismos. Pero el mayor misterio no reside en cómo o
por qué aparece la palabra, sino es el más actual: el misterio del poder comunicativo de la palabra. El
poder de la palabra de llevar lo que yo tengo en mi mente a la mente de otro y viceversa y el poder
de motivación de la palabra, la constituye en una especie de fuerza vibratoria. Fuerza en el sentido de
energía que mueve algo físico o moral, en este caso el poder espiritual o moral, como virtud y
eficacia de la esencia del hombre y como vehículo de convicción (convencer a otro para que preste
consenso a una idea, doctrina, etc. o haga algo). Fuerza de endoconvicción (convicción propia) y de
exoconvicción (convencer a los demás). Así como la corriente eléctrica mueve los electrones (vibra),
la palabra es vibratoria porque induce a experimentar cambios alternativos de la forma, de manera
equilibrada sin que se cambie la esencia. La palabra es fuerza vibratoria porque tiene el poder de
hacer conmover por algo. ¿Se necesitan más cualidades para adquirir el sello de misterio? Si la
palabra es el instrumento del espíritu, esto confirma, definitivamente, su carácter misterioso.

Sin la comunicación no existiría el “ser con” otros que postula Heidegger ni la relación
projimal a través del evangelio del cristianismo, puesto que sin lenguaje y comunicación,
difícilmente las “buenas nuevas” de Cristo y la sabiduría de la Humanidad acumulada desde la
prehistoria, nos hubiera llegado con la profundidad y la frescura que esas dos maravillas del
entendimiento nos posibilitan recrear permanentemente. Sin exageraciones, puede considerarse al
lenguaje como la máxima creatividad mágica del hombre que nos permite, casi como un milagro,
considerarlo como una “verdadera inspiración divina”. Naturalmente, nos referimos al lenguaje
auténtico, aquel que se maneja con la altura y la idoneidad que solo la inteligencia pura puede
concebir y realizar. Contrariamente, el uso indebido o inauténtico puede transformar al lenguaje en
una “arma diabólica” no sólo por la confusión que produce sino por el mal que puede generar.
Como ejemplo de “efecto anticomunicación” recordemos el pasaje bíblico de la torre de Babel, donde
Dios castiga a la humanidad pedante, de querer llegar a él por un medio no eficaz, dividiendo a la
gente y dotándoles de lenguas distintas. El caos se hace evidente, con sólo reconstruir con la
imaginación cómo debió ocurrir, efectivamente, tal fenómeno bíblico. Basta la simple experiencia de
unir dos personas con idiomas diametralmente opuestos como puede ser un chino con un español,
para sostener un diálogo, cada uno en su idioma original. Es prueba suficiente de la ambivalencia del
lenguaje: o nos comunica totalmente o no incomunica completamente.

El dolor del “mal hablar” ha llevado a varios opinadores e investigadores a un clamor


continuo por la recuperación de la palabra. El episodio más reciente lo protagoniza Calvino al pedir
exactitud en el lenguaje. Si bien denotativamente exactitud es “puntualidad y fidelidad en la
ejecución de una cosa”, este autor transfiere el sentido de la palabra a un diseño de obra bien
definido y calculado, con evocación de imágenes nítidas, incisivas y memorables. En lo referido al
lenguaje, esta propiedad está dirigida a un lenguaje icástico, es decir, un lenguaje desprovisto del
doble sentido, del “sin sentido” y de toda retórica inútil que despoja a las palabras de su sentido
verdadero y efectivo, a pesar de todos los adornos con que se le orla. ¿El fin de todo esto? Calvino lo
refiere como la obtención de un “lenguaje más preciso posible como léxico y como expresión de los
matices del pensamiento y la imaginación”.

El autor cree que el lenguaje sufre una “epidemia pestilencial” (nosotros lo llamaríamos
pandemia), en el sentido de que hay una enfermedad similar a una especie de “peste del lenguaje”, a
la que nosotros comparamos con el virus informático que desarticula todo programa bien
estructurado, borrando lo esencial y necesario, para que pueda existir un “uso debido” de un
instrumento. El “uso debido” sería recuperar la eficiencia, la eficacia y la efectividad del instrumento
para obtener la excelencia del uso. La “peste del lenguaje” tiene los signos y síntomas de “pérdida de
fuerza cognoscitiva y de inmediatez como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus
formas más genéricas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas
circunstancias”. Siguiendo su tesis, el escritor piensa que la peste lexical se extiende también al uso
de imágenes, las cuales se utilizan, en forma igual, desordenadamente para implicar significados que
pretenden atraer la atención y demostrar algo así como una especie interminable de “significados
posibles”. Lo malo de la “peste de las imágenes” es que en lugar de permanecer en la memoria y
cumplir su función rectora de formación de significados, ocurre exactamente lo contrario: se borra la
imagen y no queda ningún significado trascendente. Bertrand Tavernier, cineasta francés, ha
expresado: Hoy los jóvenes saben mucho de imágenes pero carecen del menor concepto de la
interpretación de esa imagen”. Calvino cree que la peste no está en el lenguaje ni en las imágenes,
sino en el autor de ellas: el hombre. Aporta como cosa fehaciente, el fenómeno de la “vida de las
personas y la historia de las naciones” que se convierten en “informes, casuales, confusas, sin
principio ni fin”. Todo esto conduce a una “pérdida de la forma de la vida”. El fenómeno
pestilencial sólo deja para el futuro dos alternativas concretas:

1. o conduce a “la reducción de los acontecimientos contingentes a esquemas abstractos con los
que sólo se pueden efectuar operaciones y demostrar teoremas”
2. o nos lleva al “esfuerzo de las palabras por expresar con mayor precisión posible el aspecto
sensible de las cosas”

Nosotros agregaríamos la posibilidad intermedia que hoy es realidad: la disgregación del


léxico, su reducción numérica, por falta de uso o desconocimiento de los términos. Antes que
Calvino, un pensador argentino creador de la llamada logosofía, había expresado que “cuando se
enfocan temas de tan vital importancia para el conocimiento de los hombres, es necesario respaldar
las palabras con una garantía inobjetable” (Carlos Bernardo González Pecotche) Pero como todas
las cosas valiosas, lo bueno del lenguaje aflora cuando el que lo maneja sabe hacerlo. De otros
modos, el uso inadecuado “gasta” las palabras y las vacía de contenido, transformándola en un
“fetiche” (aquello que se usa como signo desprovisto de valor y sentido). El descuido en el uso de las
palabras vicia al lenguaje de forma tal que el mismo puede llegar a constituir una segunda “Babel”
cuando no sirve para comunicar adecuadamente un mensaje. Los neologismos caprichosos o usados
por no saber esgrimir las palabras tradicionales con su denotación correcta, son un “virus” similar al
informático que ataca al “disco duro” de la lengua y la trastoca en algo caótico, incomprensible, que
produce más incomunicación que comunicación. Nuestra proposición de volver a llenar de sentido al
lenguaje es la logognosis a la que luego explicaremos.

Lenguaje, lengua y habla

Esencialmente, podemos decir que el lenguaje es el fruto del poder significador de nuestra
mente. El instrumento final de todo el proceso de significación que desarrolla la inteligencia para
poder expresar sus ideas. Por eso, Saussure llamó entidad psíquica al signo lingüístico. En términos
generales el lenguaje es “un conjunto de señales que da a entender una cosa” y así entendido se
puede referir a un “lenguaje de las manos”, “lenguaje de los ojos”, “lenguaje de las flores”, es decir,
puede aplicarse para expresar diversos medios usados para comunicarse. Pero etimológicamente está
emparentado con lengua y denotativamente lenguaje “es un conjunto de sonidos articulados con que
el hombre manifiesta lo que piensa o siente”. Al iniciar el estudio del lenguaje se nos presenta como
un fenómeno heterogéneo bastante difícil por cierto, para ser analizado en toda su complejidad.
Edward Sapir caracterizaba el lenguaje como “el tipo más explícito de comportamiento
comunicativo. El proceso de comunicación por excelencia en toda sociedad conocida; y es
extraordinariamente importante observar que, cualesquiera que sean las limitaciones de una
sociedad primitiva vista desde la privilegiada perspectiva de la civilización, su lengua es tan exacta,
completa y potencialmente creadora de simbolismos referenciales como la más alambicada de las
lenguas que conozcamos”. Por lo tanto, no existe sociedad sin “una red intricada en extremo, de
comprensiones parciales o totales que se establecen entre los miembros de unidades organizadas de
cualquier tamaño o complejidad”. El lenguaje es el medio fundamental de la comunicación pero no
es el único sino que existen otros sistemas de signos. Nos limitaremos a subrayar algunos aspectos
prácticos para comprender básicamente qué es y cuáles son las funciones del lenguaje.
Denotativamente lenguaje también puede ser una referencia a una “manera de expresarse” y así
decimos que una persona usa un lenguaje “zafado”, o “culto”, o “sencillo”, o “grosero”, o “técnico”,
o “vulgar”, etc. Pero también podemos “individualizarlo” (uso individual o personal) como un
“estilo y modo de hablar y escribir de cada uno en particular”.

El estudio del lenguaje se realiza a través de la lingüística que es la “ciencia del lenguaje” y
constituye un “estudio teórico del lenguaje que se ocupa de métodos de investigación y de cuestiones
comunes a las diversas lenguas”. Ese estudio del lenguaje se hace más específico cuando se le trata
distinguiendo dos aspectos netos: lengua y habla. La lengua “es el sistema de comunicación y
expresión verbal propio de un pueblo o nación, o común a varios de ellos” por lo que al aludir la
expresión verbal, indicamos estrictamente el uso de palabras y por ello el lenguaje constituye “un
conjunto de signos que usa una comunidad para entenderse”. Naturalmente, si son palabras son
“sistemas lingüísticos” que “se caracterizan por estar plenamente definido, por poseer un algo grado
de nivelación, por ser vehículo de cultura diferenciada, pero considerado como una ordenación
abstracta”. A veces una lengua destaca porque como sistema lingüístico “en ocasiones se impone a
otros sistemas lingüísticos” (caso concreto de la lengua castellana que en España se impuso a otras
lenguas regionales). Desde otro punto de vista, la lengua también puede referirse a un “vocabulario y
gramática peculiares de una época, de un escritor o de un grupo social”.

La lengua tiene otras connotaciones para usos restringidos, tales como idiolecto y dialecto por
cuanto idiolecto (del griego idio = propio, particular) se refiere a “la lengua tal como la usa un
individuo particular”, mientras que dialecto puede ser “cualquier lengua en cuanto se la considera
con relación al grupo de las varias derivadas de un tronco común”, o bien, “un sistema lingüístico
derivado de otro, normalmente con una concreta limitación geográfica, pero sin diferenciación
suficiente frente a otros de origen común”. En todo caso el dialecto “es toda estructura lingüística
simultánea a otra que no alcanza la categoría de lengua”. En términos generales hay un concepto
pragmático que a nuestro entender define mejor a la lengua si decimos que es “la aplicación práctica
del lenguaje en forma concreta, a través de un idioma determinado, en cada comunidad o nación”.
Otro concepto relacionado con lengua es el léxico o “vocabulario de una lengua o región, de un
campo semántico determinado y que consta en el diccionario” y lexicología es el “estudio de las
unidades léxicas de una lengua y de las relaciones sistemáticas que se establecen entre ellas”.

En cuanto al habla, en términos de Lingüística, nos referimos a ella como “el acto individual
del ejercicio del lenguaje, producido al elegir determinados signos, entre los que ofrece la lengua,
mediante su realización oral o escrita”, dicho más sencillamente: “el uso que cada individuo hace de
la lengua o del lenguaje”. Cuando existe una uniformidad en el ámbito de comunidad, el “habla”
pasa a ser “el sistema lingüístico de una comarca, localidad o colectividad, con rasgos propios
dentro de otro sistema más extenso”. En esta connotación, el habla se identifica con el idioma (del
griego idioma = propiedad privada) por cuanto éste representa “a la lengua de un pueblo o nación o
común a varios o es también, un modo particular de hablar de algunos o en algunas ocasiones”

Dimensión social del lenguaje

Ferrater Mora resalta que el lenguaje es extremadamente flexible, dependiendo en buena


parte de usos sociales e institucionales, así como de idiosincrasias personales. En el uso social,
pareciera que el lenguaje no está sujeto a reglas fijas como pudiera pretenderse en determinadas
disciplinas científicas como la Lingüística, que intenta sistematizarlo. Por ejemplo, el lenguaje jurídico
suele ser más estricto y formalizado que el cotidiano (como en las disciplinas técnicas); el habla de un
grupo social bien asentado y cohesionado es más estricta que la de grupos sociales en formación, etc.,
por lo que parece que no hay “reglas” que regulen semejantes normas, las que surgen luego de los
usos. Ciertas formas del lenguaje son más o menos estrictas y “formalizadas”, dependiendo de épocas
o estilos. En estas circunstancias, incluso el propio lenguaje poético, considerado como “libre” por las
licencias que se permite emplear, se halla trabado por convenciones muy severas. Sin embargo, los
grupos juveniles enfrentan a la sociedad adulta adoptando determinadas convenciones del lenguaje.
En este juego social del lenguaje, cualquier convención adoptada, e incluso el esfuerzo para librarse
de toda convención, terminan operando como una suerte de “reglas” que determinan el
comportamiento lingüístico de un grupo, de una época o de todo un período histórico.
Frecuentemente, el comportamiento lingüístico es sacudido dinámicamente por teorías o escuelas que
pretende encontrar nuevos “sistemas” que “reglen” el lenguaje y lo normalicen en forma más rígida y
menos libre para evitar caer en la confusión que impida la intercomunicación de personas o
comunidades. “Puristas” y “liberales” del lenguaje pugnan por imponer uno u otro modo de operar
socialmente con la lengua, cuando en la práctica el comportamiento lingüístico no surge,
precisamente, de esas “reglas”. Esta particularidad hace muy difícil, en el caso que sea posible,
explicar cabalmente todas las “reglas”, incluso las sintácticas, que se van estableciendo paulatinamente
en una lengua o habla ya sean las que intentan sistematizarse como las surgidas espontáneamente.

En sus mecanismos “de marcha” a través del tiempo y cambios sociales, en el lenguaje sólo
parecen influir “reglas de estrategia” condicionadas por el momento en que se vive o piensa,
impresionando como verdaderos “juegos lingüísticos” (uso lúdico del lenguaje). Estos fenómenos
nos permiten resaltar algunos puntos de interés:

Toda expresión lingüística nos refiere, ya por la forma, ya por el contenido, o por
ambos, el contexto situacional, interpersonal y socio cultural en que se produce.
Al hacer uso del lenguaje, igual que con cualquier otra forma de conducta, nos regimos
según reglas de estrategia comunicacional (“reglas de juego”), a cuyo dominio
accedemos por nuestra necesidad de adecuar las intenciones comunicativas a las
diversas situaciones y contextos en que desarrollamos nuestra actividad.
Entendido el lenguaje como un conjunto de “juegos lingüísticos”, se diferencia del resto
del quehacer social por la complejidad que reviste. Pero, como en el resto de los
juegos creativos, una vez sabidas las reglas, los jugadores, la finalidad del mismo y
otras circunstancias, queda abierta la posibilidad de un sinfín de jugadas posibles.

Todo esto nos lleva a una conclusión final: el lenguaje es un sistema abierto y en él cabe
concebir la creatividad como característica propia del mismo. Si bien los medios del lenguaje son
finitos (fonemas del lenguaje hablado), los resultados suelen ser ilimitados. En párrafos anteriores
estudiamos que en la comunicación humana está implicada la estructura biológica. Una persona para
adquirir eficientemente las complejas pautas y hábitos que determina el uso del lenguaje, debe tener
una estructura nerviosa indemne y con función normal. Esto que parece de Perogrullo no lo es tanto,
dado que no nos es posible determinar en cada individuo cual es el grado de indemnidad de la
función nerviosa, sobre todo en el nivel psíquico. A esto hay que agregar que además de una salud,
todo individuo tiene otros condicionantes como es el “entrenamiento” de sus actos mentales. Es
evidente que un intelectual tiene mucho más aguzados sus actos mentales, que un simple agricultor o
un pastor que no posea medios de lectura o de información. Otras personas, a pesar de leer y tener
medios de información, el material o mensaje que esos medios les lleva, no le habilitan para agilizar
sus actos mentales, sino más bien parecen anestesiarlos o estupidizarlos, induciendo conductas
automáticas. Todo esto influye en el lenguaje, su comprensión y su uso. Toda persona debe pasar
por un período de aprendizaje extenso para adquirir o desarrollar pautas y hábitos que le habiliten
para entender y responder a los signos que hacen referencia a objetos y acontecimientos de la
realidad. El hombre, a diferencia de otros seres vivientes, nace dentro de una sociedad determinada
por una cultura compleja y, en la mayoría de los casos, dinámica. El lenguaje humano, sin dudas,
para formarse y dar origen a la comunicación interpersonal, primero se basó en sonidos vocales y
gestos. La acepción en común de los significados originó signos que surgieron de convenciones en lo
relativo a esos signos y sus referentes.

Al principio, las conexiones eran arbitrarias y convencionales de modo tal que para algunas
comunidades fueron trazos cuneiformes y para otras imágenes directas (escritura ideográfica) hasta
que el hombre logra ponerse de acuerdo en determinados signos escritos que responde a un sonido
vocal concreto y crea la palabra. Luego, definitivamente, el lenguaje humano quedó como un
conjunto de signos o sistema de códigos que fueron las palabras, que apoyadas en otras formas de
comunicación, establecen una estricta conexión entre un signo-palabra determinado y el signo-objeto
(significado) del cual la palabra es sustituta. Con el nacimiento del alfabeto o abecedario (“conjunto
de símbolos empleados en un sistema de comunicación) viene el concepto de lenguaje y con él, el de
habla y lengua. Los símbolos alfabéticos son las letras (“signos gráficos con que se representan los
sonidos de un idioma), pero el lenguaje humano va más allá del alfabeto y emplea otros símbolos o
códigos (alfabeto Morse, informático, insignias, emblemas, algebraicos y miles más) y no queda sólo
con lo gráfico sino que también emplea gestos. El uso social de todos estos símbolos significa que un
signo lingüístico, en última instancia, es una palabra, un código, una imagen o un gesto. En la
dimensión social del lenguaje, es importante analizar las formas del aprendizaje del lenguaje en la
sociedad. Emilia Puceiro de Zuleta atribuye el aprendizaje del habla a los siguientes agentes:

1. la familia
2. la escuela
3. la práctica de la lectura
4. a través de los medios de comunicación

El aprendizaje del lenguaje en la familia, según esta autora, es por imitación del lenguaje
familiar, a partir de la madre y del resto de la familia. En cuanto en la escuela, sería por medio de la
enseñanza del lenguaje. Esta enseñanza se basa en textos de aprendizaje del idioma y en métodos de
escritura y lectura (lecto-escritura). Pero ocurre que en la enseñanza argentina los métodos y los
textos dependen de determinadas concepciones pedagógicas de los ministerios de turno y esto
significa un permanente cambio de orientaciones pedagógicas. A lo que puede sumarse la pericia o
impericia personal de maestros y profesores en la enseñanza del habla y del lenguaje. Lo cierto, sobre
todo en los últimos tiempos, que la escuela y la universidad no contribuyen principalmente a mejorar
el habla cotidiana de los argentinos, cualquiera sea su condición social. La función de la escuela
como educadora del lenguaje está flanqueada, además, por la influencia de los modismos extranjeros
(introducidos por la tecnología o por la inmigración), el lenguaje de la calle y del resto de los factores
que intervienen en la formación del lenguaje y su aprendizaje. En la opinión de la investigadora,
estos hechos influyen en la función de la escuela “que debía suplir las carencias del niño y del
adolescente con el fin de desarrollar en él una competencia lingüística suficiente para sus
necesidades de expresión y comunicación”.

Emilia de Zuleta, en lo referido al hábito de la lectura, lo atribuye como


“corresponsabilidad” tanto de la familia como de la escuela. Dice que los estudios demuestran que el
hábito de leer se desarrolla primariamente en la familia, por imitación de un lector en ejercicio que
generalmente puede ser tíos o abuelos y, secundariamente los padres. Otro factor, dentro de la
escuela, es que haya un encuentro con una maestra o un profesor, que además de poseer el hábito de
la lectura, sepa transmitirlo. A pesar de que esta autora escribe esto actualmente, nosotros pensamos
que tanto la familia como la escuela carece del “ejemplo de la lectura” y, particularmente la escuela,
dicho hábito no es enseñado debidamente. Esto es reconocido parcialmente por la misma
investigadora al escribir: “la escuela, lamentablemente, ha desplazado sus ejercicios pedagógicos
hacia el análisis del sistema de la lengua, casi siempre con la aplicación de nuevas doctrinas
lingüísticas que se sustituyen entre sí velozmente. Se ha descuidado la práctica de la redacción y de
la lectura, sobre todo la lectura en alta voz, y se ha abandonado la recitación, que era un método no
sólo de enriquecimiento del mundo interior del alumno, sino también de adquisición de lenguaje”.

Finalmente, en lo relativo a los medios de comunicación, para la investigadora, diarios y


revistas “cumplían una función pedagógica de gran envergadura, especialmente entre los
inmigrantes aficionados a la lectura. Y la radio que acompañaba los trabajos y los ocios de la
familia y que también suministraba modelos lingüísticos”. Naturalmente se refiere a la primera mitad
del siglo XX. Posteriormente agrega que actualmente se ha sumado la televisión y reconoce que
sustituye la falta de enseñanza por parte de la familia y la escuela, siendo un medio introductor de
modismos del habla y del lenguaje. Sostiene que los medios de comunicación no proponen “modelos
de habla” sino que hablan como la sociedad que los sustenta. Esto ocurre a través de la información
cotidiana, la introducción de las novelas televisivas (“culebrones”) y determinados programas de
alcance masivo, cuyos conductores son los introductores de los términos populares y cotidianos del
habla deformada. Las telenovelas de otros países latinoamericanos introducen modismos propios de
los países de origen o la castellanización de palabras inglesas o norteamericanas y contribuyen a la
incorporación de esos términos. La investigadora, por la modalidad de los medios de comunicación
de ser simples receptores y transmisores de la forma en cómo habla la sociedad, propone descargar de
los medios de comunicación la responsabilidad de “corruptores de la lengua” conque han sido
tildados por algunos estudiosos.

Otro factor de análisis en este trabajo de Emilia de Zuleta, es que Argentina en el último
quinquenio del siglo XX y en el primero del siglo XXI, se ha convertido de un país de inmigrantes en
uno de emigrantes. Son miles de argentinos y de extranjeros radicados que emigran en busca de otros
horizontes, principalmente, laborales. La crisis económica salvaje instalada en el país y agravada entre
diciembre de 2001 y el 2002, ha apresurado la salida que venía ocurriendo, de jóvenes y no tan
jóvenes que deben buscar en el norte (Méjico, EE.UU. y Canadá) y en Europa (principalmente
España e Italia), la ubicación social más conveniente a sus posibilidades de trabajo y vida. Sin
embargo, la radicación de argentinos en otros países, en general, no ha modificado el habla de ellos.
Hay, en la opinión de la autora, fenómenos de contaminación en algunas fronteras como ocurre en la
zona de contacto con Paraguay y Brasil donde se habla un lenguaje llamado “portuñol” (mezcla de
portugués y español). Otra referencia de la investigadora es la lengua de chicanos y puertorriqueños
establecidos en EE.UU. La opinión concluyente de la autora es que el español no es una lengua
amenazada con la extinción o disolución. Si bien todos los factores analizados han introducido
importantes reformas del vocabulario, la Real Academia Española y las academias locales de países de
habla española, han activado y modernizado el idioma, actualizando los usos con su inclusión en los
diccionarios, tratando de “abarcar lo inabarcable del idioma”. Esto es así y nosotros coincidimos con
la autora en aquello de “idioma inabarcable” porque la crisis cultural y la cada vez menos extendida
acción cultural, hace que los pueblos “hablen como puedan” y llenen los “vacíos lingüísticos” de la
incultura y la ignorancia con palabras “ad hoc”. También esa “ignorancia del idioma” permite la
adquisición de vocablos de otros pueblos, en parte por el vacío lingüístico y, en parte, por una
especie de esnobismo popular de adquirir el uso de “términos de moda”. La tecnología hace lo suyo
al incorporar vocablos intraducibles que deben ser “castellanizados” en mala forma e, igualmente,
ocurre con el deporte. Esto nos lleva en alguna manera a la visión de Borges en el sentido de que el
uso coloquial de argentinos, especialmente de los criollos, esté tan alejado de los casticismos y más
bien cargado de “aplebeyamientos degradadores y falsos”

Otro aspecto importante del interjuego entre lenguaje, individuo y sociedad es la influencia
que ejercen entre sí. André Martinet sostiene que todo influye en la lengua. Salvo raras excepciones
el lenguaje de una sociedad puede ser cambiado por el uso individual. Generalmente el lenguaje
individual se impone en el lenguaje coloquial familiar. Últimamente, los medios televisivos han
impuesto en Argentina algunos neologismos que surgen de individuos cómicos o artistas y que al ser
escuchado simultánea y masivamente por numerosos individuos, éstos comienzan a difundirlo hasta
que se incorpora en forma usual cotidiana. Por ejemplo, la palabra bolonqui o bolonki se usó
televisivamente como sinónimo del vulgarismo “quilombo” usado al revés (verreísmo) y luego este
neologismo se popularizó y vulgarizó remplazando al vulgarismo original.

Como regla general, puede decirse que la suerte de la lengua no está determinada por el
individuo sino por la evolución general de la sociedad, a través de las convenciones aceptadas y
transmitidas de una generación a otra y está sujeta a la estructura social vigente. Si hay cambios
sociales estructurales en usos y costumbres, cambios históricos, económicos, políticos, que por su
incidencia modifiquen “lo habitual”, junto con lo que cambia, también se modifica el lenguaje. Por
ejemplo, la introducción o penetración de los elementos tecnológicos trae aparejado un sinnúmero de
tecnicismos neológicos que se incorporan por la fonética o por el escrito original castellanizado (hay
términos como stress que pasó a ser estrés, snob que se modificó por esnob, scanner que se usa como
escáner, standard que se pronuncia y escribe estándar, etc.). De igual modo hay cambios
generacionales como el adjetivo “bohemio” aplicado antiguamente al que tenía una vida informal,
fuera de los cánones sociales y errante, que luego pasa a ser “petitero”, posteriormente “hippie” y hoy
adopta diferentes apelativos según la región. Naturalmente si a la generación que no usa el término
petitero se le pronuncia esta palabra la desconocerá, pues usa el término hippie u otro similar, y así
sucesivamente. Si cambia el léxico, con él lo hace la lengua y sus variables (gramática, estructura
fonológica, etc.). En el siglo XXI podemos afirmar que el uso individual o tecnológico o comercial a
través de la difusión masiva de medios de comunicación, especialmente televisión, tiene mucho más
influencia que antiguamente, lo que relativiza el principio de Martinet para aludir a los mecanismos
de cambios del habla. No es la sociedad o el individuo el que genera el lenguaje, sino es el uso de
aparatos o la falta de cultura (factor empobrecedor de la lengua), de modo tal que el uso social del
lenguaje queda expuesto a diferentes factores coyunturales para introducir cambios rápidos y
numerosos que no llegan a ser asimilados y decantados, a tal punto que sufren recambio antes de
consolidarse como parte del léxico.

Texto y contexto del lenguaje

Últimamente se ha dado en hablar de texto y contexto del lenguaje. Esta expresión abre un
abanico de interpretaciones muy amplio, por lo que deberemos ir paso a paso elaborando
interpretaciones básicas para no errar en el sentido de texto y contexto. Un primer acercamiento a
texto, en nuestra costumbre, es denotativo: “conjunto de palabras que componen un documento
escrito”, pero como etimológicamente, texto está ligado a “tejido” y tejido es “cosa formada al
entrelazar varios elementos”, podemos traspolar lo estrictamente denotativo y jugar con lo
connotativo para dar el sentido real al término, ajustándolo a la intención con que se quiere usar. Así,
texto será todo lo referido al uso del lenguaje, a un fenómeno de la realidad considerado en
particular, cada acto de la conducta social de cada individuo y toda otra trama que se ponga en
especial consideración de estudio. El texto opera como el objeto que es tema o cuestión de particular
consideración. Mientras que contexto, primariamente entendido como “entorno lingüístico del cual
depende el sentido y el valor de una palabra, frase o fragmento literario considerados”, nosotros lo
entenderemos en forma más generalizada como el “entorno” de todo lo que hemos considerado
texto, es decir, aquello que “rodea” al texto, que “está junto” al texto. Ortega y Gasset, de algún
modo, introdujo esto de texto y contexto, cuando habló de “el hombre y sus circunstancias”, “yo soy
yo y mis circunstancias”, siendo el texto el hombre y el contexto todo lo que “está” alrededor del
hombre (circunstancias). Como veremos luego, el lenguaje es una “red de significados” y todo signo
lingüístico, tendrá más de un significado. ¿Qué implica esto?: que al estudiar un fenómeno (texto),
éste adquirirá relevancia, importancia, sentido o significado, de acuerdo a su contexto. Para esto
deberá existir una cierta coherencia entre texto y contexto. Esta reflexión simple nos guía para
animarnos a postular que de ningún modo tiene prioridad ni texto ni contexto, sino que ambos van
entrelazados íntimamente y separarlos sería cometer el mismo error que decir que el hombre es un
compuesto de cuerpo y alma. Sería pretender un dualismo, cuando en realidad, texto y contexto son
simultáneos. A partir de la década del 60, la “ciencia del lenguaje” dio una nueva denotación a texto,
a los fines gramáticos, dándole el carácter de “unidad lingüística superior formada por una sucesión
de elementos lingüísticos entrelazados de manera tal que conforman una unidad semántica clausa,
más “independiente” que la oración”.

Magdalena Viramonte de Ávalos explica que debido a una nueva dimensión conceptual de
la Lingüística, “ya no interesan tanto las reglas de la lengua en tanto sistema inmanente, sino los de
la lengua como sistema de comunicación que implica la regla gramatical, más la regla pragmática,
es decir, el USO”. Al hablar de comunicación, es importante también discernir entre texto y discurso.
Atento a nuestra forma de análisis, discurso es una “facultad racional con que se infieren unas cosas
de otras, sacándolas en consecuencia de sus principios o conociéndolas por indicios y señales. Es
una especie de reflexión, raciocinio sobre algunos antecedentes o principios. Pero también es la serie
de palabras y frases empleadas para manifestar lo que se siente o se piensa”. Con esto dejamos
señalados que en las denotaciones de discurso hay claramente dos significados: el de un acto mental y
una forma de decir. En referencia a esta última acepción Coseriu indica al discurso como una
“actividad individual” que consiste en “el acto lingüístico de un individuo determinado en una
situación determinada”. Este “acto lingüístico” en realidad viene a ser una “serie de actos lingüísticos
conexos”, siendo el producto final de esa “serie de actos”, el texto. La actividad discursiva, en la
comunicación, es un pilar fundamental porque de ella surgirá el texto de un mensaje y de ella
dependerá “saber comunicar”, para lo cual Viramonte de Ávalos, siguiendo a Coseriu resaltará tres
“saberes” necesarios para una correcta actividad discursiva:

saber hablar (que haya congruencia, coherencia, etc. en el discurso)


saber idiomático o técnica para hablar
saber expresivo o adecuación a la situación, tema e interlocutor.

En el primer saber o saber hablar, van Dijk establece como fundamentales dos cosas:

• la conexión semántica que consiste en el orden de frases y proposiciones “como un todo” lo


que se logra por medio de los conectivos (conjunciones, adverbios, partículas)
• la coherencia semántica, la cual se resuelve en un nivel profundo y puede ser:

lineal o secuencial: se establece entre las distintas proposiciones del texto o entre
proposiciones y secuencias;
global: está determinada por todo el texto (macroestructuras o contenido del texto-
tema).

A estas condiciones, van Dijk agrega una superestructura que es la forma del texto, siendo su
objeto la macroestructura o contenido del texto. A su vez, el contenido del texto-tema es un
programa semántico el que se descifra sólo al recorrer el texto y extrayendo los elementos que
suministran información a través de elementos o enlaces semánticos (inyectores dosificadores de la
información textual). Pero además de lo semántico, que es propio del texto en sí, debe haber una
coherencia pragmática y acá entra a jugar el contexto o sea, hay que relacionar la estructura textual
con los elementos que rodean la situación comunicativa (determinación o entornos). Mientras que
determinación es el “conjunto de operaciones que en el lenguaje como actividad se cumplen para
decir algo con los signos de la lengua”, los entornos son “las circunstancias del hablar que sitúan en
el espacio, en el tiempo y en la región como zona, ámbito o ambiente” (contexto idiomático o
universo del discurso) (Coseriu). Dentro del contexto hay que considerar, entonces, la coherencia
entre los elementos lingüísticos del texto y la situación en que se pronuncia una frase u oración o
pensamiento. Habría que hablar de un contexto lingüístico en el primer caso, y de un contexto
situacional, en el segundo caso. Contexto lingüístico es el “conjunto de elementos lingüísticos que
acompaña a una palabra o a una frase”, mientras que contexto situacional (situación) (coherencia
semántica y conexión semántica) es el “conjunto de elementos extralingüísticos que rodean a la
comunicación humana” (entorno de Coseriu) (coherencia pragmática). Este concepto de texto y
contexto reemplaza, en algún modo, a los conceptos de la oración, la cual queda reducida a “la
menor unidad del habla con sentido completo” mientras que texto y contexto superan a esa “unidad
menor” para ser una especie de “unidad mayor”: texto-contexto y que podría definirse como “la
unidad de comunicación con sentido completo”. Esto nos ubica pragmáticamente en el uso social del
lenguaje, dado que nunca nos expresamos con oraciones aisladas (las cuales sólo son útiles para el
análisis gramatical de un texto), pero de ninguna manera puede decirse que es la unidad de la
comunicación normal y cotidiana, la cual siempre exige lo que se ha interpretado como texto y
contexto. Queda así centrado nuestro estudio del lenguaje, en los aspectos pragmáticos del mismo, lo
que está relacionado con la conducta verbal que se usa en la comunicación humana y que abarca
diversos aspectos, además de los estudiados, puesto que el comportamiento humano es muy
complejo y en la tarea comunicativa se emplea tanto lo verbal como lo extraverbal. Cada vez que el
hombre actúa en sociedad entra a formar parte irremediablemente de un proceso de comunicación de
forma tal, que Watzlawick considera que “no es posible no comunicar”. El grado de implicación y
de voluntad en el proceso de interacción varía entre dos polos bien definidos:

hermetismo o indiferencia o rechazo a comunicar algo a alguien que está en nuestra


presencia, aunque esa misma actitud se traduce por un comportamiento a través del
cual estamos haciendo ver a la otra persona nuestro desinterés por la interacción y eso
es ya un mensaje (mensaje negativo) y por lo tanto es una forma de establecer
comunicación;
propósito de comunicar algo a alguien y en esto pueden ocurrir variables tales como no
acertar en la forma de expresarlos (insuficiencia funcional de la capacidad
comunicativa del emisor) o bien por recepción deficitaria (completo fracaso de la
comunicación). Pero también puede ocurrir que la comunicación sea un éxito
completo y se logre dar el mensaje y éste sea recibido y comprendido correctamente
(mensaje positivo).

Estas circunstancias hacen que en la práctica el lenguaje sea un verdadero instrumento social
a través de la palabra. Por eso la noción de uso nos hace reparar en los varios aspectos fundamentales
del lenguaje y en su importancia como actividad, esto es, como serie de actos lingüísticos, en el papel
que desempeñan los contextos y en el carácter “usable” de los términos dentro del texto. De algún
modo, todo el lenguaje es una estructura de signos. La ciencia que estudia los signos es la semiótica o
semiología (ciencia de los signos). Desde Morris es clásica la distinción de la semiótica (“estudio y
teoría general de los signos en la vida social”) en:

sintaxis (“parte de la Gramática que enseña a coordinar y unir las palabras para formar
oraciones y expresar conceptos. Conjunto de reglas necesarias expresiones o sentencias correctas”
“Relaciones formales entre los signos, con independencia de las personas que hablan y las relaciones
con las cosas significadas”) o sea, cómo se estructuran los signos;
semántica (“Ciencia de las significaciones” “Estudio del significado de los signos lingüísticos
y de sus combinaciones desde un punto de vista diacrónico o sincrónico” “Estudio de las relaciones
entre el signo y la cosa significada, sin referencia ninguna a los hablantes”) y
pragmática (“disciplina que estudia el lenguaje en su relación con los usuarios y las
circunstancias de la comunicación” “todo estudio que considera a los sujetos como hablantes”).

Para dilucidar acerca de estas reglas es necesario recurrir a la observación de la situación y


circunstancias de su uso, es decir, al contexto, que en último término es lo que determina las distintas
formas de uso del lenguaje, por su pertenencia, adecuación y otras variables.

El contexto del lenguaje en sí

No hay dudas de que el signo lingüístico o palabras son el eje central del lenguaje. Pero todos
los autores también resaltan el lenguaje gestual y el lenguaje simbólico. Pero al lenguaje escrito o
lenguaje de palabras tiene un contexto especial para poder enmarcar el significado de las palabras
enlazadas entre sí. Lo primero es el orden de los elementos: no es lo mismo decir que “el perro come
carne” que “la carne come perro”. El cambio de un sustantivo desde el predicado al sujeto, en una
misma frase u oración, cambia radicalmente el sentido de la frase y, como este ejemplo analizado,
incluso, quita todo sentido racional y puede transformar la frase en un dicho totalmente irracional e
ininteligible. De igual modo, otro elemento importante es la entonación. Veamos la siguiente frase en
diferentes formas de entonación:

• Juan come pan (enunciativo)


• Juan, come pan (imperativo)
• ¿Juan come pan? (interrogativo)
• ¡Juan come pan! (admirativo)

Indudablemente, cada entonación da diferentes significados a una misma frase u oración.


Otro elemento son los diferentes tipos de pausa. Una forma rápida de hablar puede cambiar el
sentido de muchas oraciones, mientras que una forma pausada permite captar los mensajes en una
manera diferente. Los silencios debidamente intercalados pueden hacer más o menos sugestivo un
mensaje. Esto lo saben muy bien los actores, los cuales transmiten sensaciones diversas con su forma
de “decir” un libre, o un poeta en el modo de recitar su poesía. De igual modo proceden los oradores
en el manejo del tiempo de la locución.

Lenguaje y significado

Según Emile Benveniste “la característica del lenguaje es, fundamentalmente, significar”.
Hemos introducido anteriormente los conceptos básicos de significado. En este parágrafo
consideraremos otros aspectos lingüísticos y prácticos del significado de las palabras. En primer lugar
hablaremos del signo o significado y del concepto o significado de las palabras o signos lingüísticos.
Hemos referido ligeramente que idear “es formar signos” o una acción de signar. La idea es, en
modo grueso, la imagen mental que se forma por un estímulo visual, auditivo, táctil o gustativo. Es
decir, por todo aquello que impresiona nuestros sentidos. Pero también hay ideas extrasensoriales que
se forman en el éxtasis y son las que alimentan el arte o el misticismo. Nosotros estudiamos que
después que la imagen de la idea queda aprehendida en la mente, la siguiente tarea o acto intelectual
es signar que consiste en “hacer, poner o imprimir un signo”. Recordemos que cuando esto ocurre, el
objeto adquiere significación en el sentido de ser representado por un signo o significante. También
dijimos que el signo más importante que forma la mente, porque él permite el concepto, luego el
juicio y finalmente el lenguaje, es el signo lingüístico o palabra. Luego, un objeto forma primero
una idea con una imagen (signo-imagen mental abstracta) y después forma la palabra (signo
lingüístico). La imagen del objeto es un signo más fidedigno porque es directo y natural (es la
representación directa de lo percibido). La palabra o signo lingüístico es indirecto o convencional
porque es representación indirecta y debe ser convenido intersubjetivamente para que adquiera el
objeto representado la calidad de significado. Otra cosa que repasaremos para recordar es que la
imagen mental puede ser abstracta, como proceso generalizador (flor es todo lo que posee tallo,
pétalos, sépalo o corola y que potencialmente puede generar una semilla) o concreta al representar a
un tipo de flor determinada, por ejemplo una rosa. La palabra f-l-o-r, como signo lingüístico, por sí,
es siempre abstracto y para hacerlo concreto hay que agregar directamente el nombre específico de la
flor y para precisarlo mejor en algunos casos deberá llevar agregado la especie, el color, si es simple
o compuesta (por el número de pétalos). Asimismo habíamos resaltado y ahora repetimos, que como
palabra, flor puede ser referida al producto vegetal que naturalmente representa o bien padecer
denotaciones que le atribuyen otra significación cuando, como por ejemplo, se refiere a lo mejor de
(la flor y nata de la sociedad).

Luego texto y contexto de un significado dependerá del sentido o denotación que uno quiera
darle. La expresión de un significado o imagen mental, además del signo lingüístico, puede
realizarse mediante un dibujo o la mímica por gestos (lenguaje del sordomudo). Hasta acá nos hemos
referido al significado como “lo representado por un signo”. Este es el primer concepto de
significado.

Hemos hablado en el parágrafo anterior del significado como significado-objeto. Ahora


hablaremos de un segundo significado relacionado con el significado-objeto, o sea: el significado que
la mente asigna al significado-objeto. Este segundo significado es un significado-idea porque es
puramente mental y opera como significado del significado. No haber elegido otra palabra para
nombrar esta operación mental, hace que la expresión de estos conceptos pueda parecer un juego de
palabras y de no explicarse correctamente, también origina confusión. Este segundo significado o
significado-idea sería el sentido como entendimiento o razón que discierne las cosas. Nosotros ya
explicamos el esquema de la formación de la palabra. Según ese esquema el signo era un biplano
representado por la imagen del objeto y por la palabra y el significado también biplanar ya que está
el significado-objeto y el significado-sentido. Estos dos conceptos de significado ya estaban en la idea
de San Agustín, tomada de los estoicos, cuando habló de signando o signante (signans) y signado
(signatum) y que Saussure refirió en francés como significante (signifiant) y significado (signifié).
Acá signatum-signifié es lo perceptible (el objeto en sí o significado-objeto) y signans-signifiant es lo
inteligible (el concepto o significado-sentido o idea que la mente forma del objeto). Ambos aspectos
se traducen en signum o signo (signo lingüístico o imagen como signo intelectual del objeto). Estos
tres conceptos resuelven la cuestión de signo y significado y la relación significante-significado.
Según Saussure, cuando el signo lingüístico (como palabra oral o escrita) es manifestado
expresamente, inmediatamente nuestra mente, si comprende lo que se ha querido decir con esa
palabra, formará la idea (significante) y dará el sentido o significado a lo que lee o escucha. Con el
significado-sentido adquiere importancia la idea de De Fleur, para quien significado está referido a
las experiencias internas que tienen relación con determinados estímulos que inciden sobre procesos
de la percepción. Si dichos estímulos se hallan vinculados con pautas de hábitos estables de modo tal
que suscitan respuestas internas, del tipo que originariamente solo provocaban los objetos o
acontecimientos reales, el resultado es una conducta basada en signos. Si la conducta basada en signos
de dos seres, se halla coordinada adecuadamente, puede tener lugar un tipo particular de
comunicación. Dijimos que la percepción, la abstracción, la aprehensión y la ideación son procesos
mentales que captan a los objetos o cosas de la realidad, pero sin atribuirle ningún sentido o
significado en cuanto a su definición o concepto. La inteligencia o razón es la única que podrá tener
esa función de llenar de contenido al signo lingüístico y a toda imagen mental abstracta.

Semántica

En segundo lugar hablaremos de la semántica que es el “estudio del significado de los signos
lingüísticos y de sus combinaciones desde un punto de vista sincrónico y diacrónico”. Después de los
estudios de Ferdinand de Saussure se entiende que la lengua ofrece dos aspectos de estudios
totalmente diferentes pero complementarios entre sí:

¬ el estudio como conjunto ordenado de elementos en un momento dado de su historia y


haciendo una auténtica abstracción de otros elementos (sincronía o estudio horizontal en la línea del
tiempo)
¬ el estudio de la evolución de la lengua en el tiempo, como un conjunto de sistemas que se van
superponiendo en el tiempo (diacronía o estudio transversal en la línea del tiempo) .

La sincronía “es el método de análisis lingüístico que considera la lengua en su aspecto


estático, en un momento dado de su existencia histórica”. Lo sincrónico es “lo que se dice de las
leyes y las relaciones internas propias de una lengua o dialecto en un momento o período dados.
Asimismo, se dice del estudio de la estructura o del funcionamiento de una lengua o dialecto sin
atender a su evolución”. Mientras que diacrónico se opone a sincrónico y es “lo que se dice de los
fenómenos que ocurren a lo largo del tiempo, así como de los estudios referentes a ellos, sobre todo,
de los hechos y relaciones lingüísticas”. Luego, habrá una semántica sincrónica que estudia los
significados que pertenecen a un sistema en un momento dado y una semántica diacrónica que
estudia los significados a través de la evolución o historia de la lengua. A pesar de su importancia, la
sincronía y la diacronía no son partes integrantes del lenguaje en sí, sino puntos de partida desde los
cuales la lingüística estudia el lenguaje. La teoría semántica generativa es una teoría lingüística que se
aparta de la gramática generativa, al establecer que toda oración realizada procede, por
transformaciones, de una estructura semántica y no sintáctica. En esta teoría, la semántica es un
componente de la gramática que interpreta la significación de los enumerados generales por la
sintaxis y el léxico. Desde otro punto de vista, en el significado de las palabras conviene tener en
cuenta a la etimología (viene de etimo = significado verdadero) y hace referencia a la raíz o vocablo
del cual emana otro. Estudia “el origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y
de su forma. Es la parte de la Gramática que estudia el origen de las palabras consideradas en
dichos aspectos”.

Siguiendo conceptos vertidos en el parágrafo precedente, es obvio que el vocabulario es la


parte de la lengua que menos se ofrece a una consideración estructural, pero a partir de Saussure y
Meyer está, de hecho, penetrado por sistemas o estructuras. Pero la sistematización del lenguaje, de
ninguna manera, significó un avance sino más bien una complicación, a tal punto que las distintas
disciplinas (etimología, semántica, morfología, lingüística, fonología, etc.) lo han llenado de vocablos
técnicos e intrincadas teorías y estudios bastantes difíciles de aprender y mucho más de entender,
porque el desmenuzamiento de las palabras no las hace más comprensibles, sino simplemente genera
un conjunto de términos con contenidos similares que en el fondo resultan confusos. Valga como
ejemplo todo los estudios consignados en las lingüísticas modernas que plantean diferentes
antinomias, que son muy interesantes intelectualmente, pero que en la práctica están virtualmente
divorciadas del uso real del lenguaje, por lo menos, en la actualidad. Como muy bien lo señala y
analiza Viramonte de Ávalos y consintiendo con Coseriu, la lingüística de hoy tiene como objeto “el
lenguaje en todos sus aspectos” y no en estudios sectorizados, pero en especial modo se ocupa del
lenguaje concreto como “actividad en el hablar” cotidiano, o sea, el uso real del lenguaje. De esta
forma, se pasa de una “competencia” estrictamente lingüística a una “competencia comunicativa”.
Este sentido pragmático del lenguaje le devuelve a lo que originariamente era: un medio directo de
comunicación y así es como interesa conocerlo. Todos los vericuetos científicos y académicos de los
estudios lingüísticos y los refinados conceptos elaborados son muy interesantes, pero no hacen al uso
dinámico inmediato del lenguaje, sino que son estáticos. Consecuentemente, el interés lingüístico de
ahora, siguiendo a Chomsky “ha de ser describir el conocimiento implícito que el sujeto tiene de su
lengua”, o sea, estudiar la “competencia lingüística” de cómo se produce y comprende el lenguaje
actualmente en la práctica, cómo se domina la lengua en la comunicación y su contenido social.
Las reglas gramaticales serán un hito que ayudan a formular el lenguaje práctico del discurso, pero
pierden la jerarquía estricta que se pretendió darle primariamente. Las reglas son útiles, en la medida
que ayudan a ordenar un texto, pero de ninguna manera deben limitar una expresión. Esta intención
cambia el sentido del estudio del lenguaje, el cual ya no se enfoca como “estructura homogénea” sino
que se sustituye por el punto de vista del “estudio de la conducta lingüística heterogénea y variable
en situación socio-comunicativa” (Lewandowski). Este cambio de rumbo significa, como antes
indicamos, que “se ha pasado de la oración al texto como entidad semántica” (Viramonte de
Ávalos) y que nosotros adoptamos al texto como “unidad comunicativa”. Estos cambios eran
necesarios dado que una palabra sólo puede ser definida en función de otras de la misma lengua, de
las que se diferencia su sentido. Pero el estudio de cada signo o grupo de signos de una palabra, ya es
una tarea que nada tiene que ver con el significado o uso práctico de la lengua. Hay, sin dudas, un
divorcio total entre los estudios académicos de la lengua, el uso estilístico o literario, el uso científico
y el habla común o cotidiana. Adrados señala que la aplicación de principios de la Fonología a la
Morfología y Sintaxis, se ha llevado a cabo lentamente, con dificultades, pero el intento de aplicarlas
al vocabulario representó una dificultad aún mayor.

Los lingüistas modernos han intentado integrar el uso y significado de las palabras a distintos
“campos” y así se habla de “campos semánticos” (Trier), “campos nocionales” (Matoré) y otros
campos que no aportan más que diferentes puntos de vistas sobre la constelación de usos y
significados de una palabra y su entrelazamiento con las otras palabras del vocabulario. Saussure
aportó el concepto de “red asociativa”, o sea, áreas lexicales en que las palabras engranan en series a
su vez relacionadas en torno a otra palabra dada, de lo que resulta una “ínter animación” del léxico.
El otro aporte es distinguir entre “valor” y “significado” de una palabra, que tuvo como derivación
negativa en la Escuela de Copenhague y el behaviorismo, la reducción de la lengua a un formulismo
alejado del significado. Esta tendencia a estructurar la lengua en forma independiente del significado
se debió al deseo de obviar la dificultad que representa la vaguedad del sentido de muchas palabras.
Pero la idea de pasar por alto las dificultades y declarar a la semántica como ajena a la ciencia
lingüística, es una forma peligrosa de “vaciar de contenido” al vocabulario y esto nos aleja mucho
más del encuentro de una solución al significado ambiguo de una gran cantidad de palabras del
vocabulario. En este esfuerzo de investigación, es mucho más valiosa la actitud de la escuela de
Heidegger que siendo filosófica intenta llenar de sentido a las palabras, en parte con el sentido
etimológico y en parte con una aplicación racional más definida o absoluta que aleje toda relatividad
que conlleve ambigüedad de sentido o significado poco definido de una palabra. A las palabras hay
que usarlas sabiendo con certeza cual es el significado que le estamos dando y procurando que
nuestro interlocutor capte a las mismas con idéntico sentido. La escuela heideggeriana, sin ser
lingüística, intenta dar a la lengua una fuerza potente para hacerla el verdadero instrumento de una
expresión inteligente que conduzca a una comprensión clarísima del mundo que rodea al hombre y
del sentido de su vida. Por otro lado, a través de este estudiado lenguaje, Heidegger pretende ordenar
al ser del hombre y a éste mismo, haciéndole reencontrar con su verdadera naturaleza, estableciendo
una autorreflexión trascendente como camino a la verdad y la autenticidad. Para esto utiliza a la
palabra, más que al lenguaje, y la palabra es el eje e instrumento de esta nueva forma de pensar o de
antropología filosófica, que conduce al hombre a una revalorización que le dé mayor sentido a su
vida y a su lenguaje.

Nuestra tarea es pretender dar un pantallazo de los hechos lingüísticos más destacados de fin
de siglo XX en lo relativo al estudio del lenguaje y de la comunicación para encontrar un punto de
vista más adecuado que colabore al encuentro de un camino efectivo en el terreno de la comprensión
y la comunicación humana actual, para superar la patente incomunicación reinante. Sin
comunicación no hay educación, sin educación no hay revalorización mediante una axiología
auténtica que lleve a dar un sentido real a la vida del hombre, terminando este proceso actual de
deshumanización y despersonalización. Como corolario de este repaso lingüístico, concluiremos que
el defecto de los estructuralistas lingüísticos es que en el fondo, a pesar de sus complicadas teorías,
simplifican en exceso las relaciones entre las palabras, por dos motivos:

1. o por creer que el sentido es inasible y renunciar a él


2. u, opuestamente, por creerlo definible con excesiva facilidad.

El intento de reducir la lengua a oposiciones de forma es pura ilusión, dado que siempre
subyace el conocimiento de hechos semánticos y el estructuralismo sólo nos conduce a una semántica
empobrecida o a una renuncia práctica de salirse del campo de la Fonología y la Sintaxis (Ullman)
(Adrados). La Semántica, en algún modo, ha sido y es en lo esencial, una ciencia fundamentalmente
histórica porque estudia el desarrollo del sentido del lenguaje a través del devenir de la vida de los
pueblos y ha recogido una vasta masa de material relativo al cambio semántico. El problema actual es
lograr una unidad de criterio entre todas las ciencias que estudian el lenguaje a fin de obtener un
entendimiento y manejo claro del mismo para todos y no para una élite intelectual que basa todo en
abstractos bastantes difíciles de entender, manejar, e integrar al concepto práctico del lenguaje, tanto
para su estudio como para su manejo concreto y no teórico ni ideal. Concretamente, hay que saber
cómo se establece un sistema gramatical a partir de los hechos léxicos y, luego, cómo pueden llegar a
integrarse o desintegrarse dichos sistemas (teoría Wartburg). Esto conlleva la posibilidad de
descubrir las tendencias que operan dentro del campo del lenguaje y el vocabulario, estableciendo
sistemas más amplios que los de la gramática, pero que esencialmente sean iguales, más multiformes,
dada la plasticidad evidente del vocabulario en uso. En este quehacer, se deben dar por reconocidos
los hechos siguientes:

• la imprecisión del sentido y su definición por el contexto, imprecisión que resalta


mayormente en las categorías verbales;
• debe darse categorías verbales de formas más abiertas y más permeables a la voluntad del
hablante en cada momento, sin renunciar a las formas y algún grado estructural que dé una disciplina
que aleje el uso caótico del lenguaje, pero sin renunciar al significado neto de cada palabra, tanto en
el texto como en el contexto;
• debe existir un claro enlace o puente entre gramática y vocabulario o lenguaje, sin que
signifique el predominio de uno sobre el otro, a fin de evitar la tendencia actual de ir más a lo lexical
que a lo gramatical, cuando la tendencia debe ser lo contrario, dado que la construcción del lenguaje
es más sintáctica que lexical.

Bases para una logognosis

Quiero proponer un neologismo para mejor comprender la intención del estudio de la palabra
y la trascendencia esencial de la misma. La palabra requiere tres interpretaciones en dirección al
conocimiento:

1. el conocimiento de la palabra en sí
2. el conocimiento de las cosas, adquirido a través de las palabras
3. encontrar un neologismo ajustado a un nuevo conocimiento (ajuste de la palabra al
conocimiento adquirido y que no tenía un logos nominativo)

Es indudable que para llegar al conocimiento de las cosas a través de las palabras, lo primero
es saber lo que cada palabra quiere o puede significar en sí misma y en la intención de su uso. Toda
la problemática referida al conocimiento de la palabra en sí y al conocimiento de las cosas adquirido
a través de las palabras es lo que proponemos llamar logognosis que une dos palabras provenientes
del griego: el prefijo logos que etimológicamente es palabra y el sufijo gnosis que etimológicamente
es conocimiento. Este neologismo une dos conceptos: palabra y conocimiento. Incluso, abarcaría el
tercer concepto que es nominar un nuevo conocimiento el cual carecía de un nombre específico. Esta
tarea de encontrar neologismos (palabras nuevas) debe ser muy cuidadosa, pues de la elección de los
elementos etimológicos surgirá un nuevo término cuyo alcance significativo sea bien claro y
definido. En lo posible, perfectamente delimitado. Estos tres mecanismos propuestos (conocimiento
de la palabra en sí, alcance de un conocimiento a través de las palabras y las palabras usadas para
nombrar un conocimiento nuevo) son los que enlazan a palabra y conocimiento, para configurar otro
punto de vista sobre el saber o sabiduría.

Quizá también hubiera sido ilustrativo hablar de logosofía, pero este neologismo ya fue
empleado para designar un conocimiento especial que en metodología y fines no tiene la particular
intención que hemos impreso al significado de logognosis. Hay muchos conocimientos que interesan
al hombre, desde diversos móviles o motivos o intenciones. Esto ha llevado a la suma de lo que se
considera todo el saber humano que se acumula en la cultura como ciencia, arte, tecnología y otros
quehaceres de la humanidad. Pero un hombre puede pasar su vida dedicado a una actividad con la
cual se encuentra consustanciado por una vocación u otro motivo o estímulo y no interesarle ni saber
nada de sí mismo, o bien, puede necesitar tener un conocimiento de sí mismo para poder alcanzar un
proyecto satisfactorio de vida. Sea cual fuera su deseo, necesitará siempre de palabras para alcanzar o
manifestar cualquier conocimiento. Hoy, además de los neologismos que necesita una tenaz
tecnología que cada segundo inunda al lenguaje con nuevas palabras que llegan a duplicar el
contenido lexical tradicional de una lengua y de los neologismos circunstanciales que cada hombre
inventa con fines lúdicos o para darle nuevos matices a viejas expresiones (designar lo mismo con
otra palabra), hay otra necesidad. La necesidad de llenar el vacío espiritual o existencial o como
quiera llamársele que ha despojado al hombre de un proyecto de vida plena y lo enferma y degrada a
formas de conductas disociadoras y autodestructivas, ha generado las expectativas del hombre por el
conocimiento de sí mismo. Desde que el hombre aprendió a filosofar se viene preguntando por su ser
(qué es) y su destino (para qué existe) pero la humanidad actual tiene otras inquisiciones u otro
inquirir: ¿qué es lo mejor para vivir bien? Ya no se trata de meras abstracciones sobre el ser y el
destino humano, sino de cosas concretas y prácticas como es saber vivir, en el sentido de vivir bien.
Este conocimiento, más que cualquier otro, necesita de buenas y precisas palabras, pues el único de
modo de alcanzarlo es a través de palabras motivadoras. Los grandes maestros del mundo lo fueron
porque formularon sus pensamientos a través de un vocabulario profundo, cargado de sentido y
sumamente motivador. Hoy hay que acceder a la realidad con viejos conceptos pero con puntos de
vista renovados para adaptarse a la misma y dominar las circunstancias para encauzar la vida propia.
Cada persona tiene un camino propio. Luego, el conocimiento personal será distinto para cada
individuo. No todos podrán pensar igual ni a todos servirá una sola cosa o cuestión. Por esta razón no
todos son filósofos, ni ateos, ni religiosos, ni cristianos, ni budistas, ni islámicos, ni políticos, ni
sabios, ni ignorantes. Hay un poco de todo ellos en todas las humanidades pasadas y presentes. Quien
quiera en forma soberbia decir que tiene el secreto del conocimiento universal que salve al hombre
de perder su esencia y dignidad de tal, errará seguramente pues no alcanzará la utopía del cien por
cien de adeptos. Cada conocimiento debe aspirar a lograr una porción de la humanidad: la que se
sienta afín con la propuesta gnósica.

Hay que tender a un mayor ajuste entre vocabulario y realidad porque de acuerdo al
concepto de Urban “todo el que habla es realista” luego, “hay que ser realista o callarse”. Por lo
que no hay que apartarse de la realidad, como ya fue indicado, para que el vocabulario nos sume en
una red de significados que dependen del sentido o entendimiento particular, o sea, del sentido que
una persona le da a una palabra. Este mecanismo de “dar sentido” o significación, lleva a otra cosa
que es la definición de una palabra, dado que realmente hay una red de definiciones del signo
lingüístico. Las formas de las definiciones pueden ser:

1. Definición real: es el ajuste estrecho y veraz del signo al objeto significado (significado-
objeto) constituyendo una definición natural;
2. Definición denotativa: es la que realiza el diccionario de la lengua mediante una acepción
convencional del significado de las palabras y que admite todas las acepciones consagradas por el uso
universal de la palabra. Es una definición útil porque obliga a delimitar el concepto de una palabra en
relación con una acepción consensuada o convenida en que así se aceptará el significado de una
palabra y no con otro. Esto permite un mejor entendimiento y recepción de la comunicación de
ideas, conceptos, juicios y pensamientos, reglada por la acepción escrita, consensuada y universal de
un término. Toda denotación es objetiva y ayuda a una expresión ordenada de un pensamiento.
3. Definición connotativa: es la definición, sentido o significado particular que una persona,
comunidad o disciplina académica da a las palabras para ajustarlas a un fin determinado e intencional
muy particular. Es una definición “ad hoc”. Si las definiciones connotativas no son explicadas
previamente para lograr un consenso de su aceptación desde un mismo punto de vista, generalmente
son conflictivas y controvertidas, las que más problemas plantean al uso del lenguaje. Las
connotaciones por diferentes puntos de vista, en especial, las referidas a los términos abstractos o de
significación mental exclusiva que no depende de algo objetivo sino subjetivo, son las que crean más
controversias y confusiones. No hay que olvidar que mientras toda denotación es objetiva, toda
connotación es subjetiva, lo que obliga a que sea bien explicada para poder ser abarcada,
comprendida y aceptada. Ya dijimos que la denotación es más propia para la comunicación eficaz,
pero esto no significa de ninguna manera que la connotación sea impropia, pues sería limitar el
lenguaje a algo rígido, lo que está lejos de todo lo preconizado en este trabajo. La connotación es la
base de la creatividad, ya que al modificar el sentido de un término con un uso diferente para
adaptarlo a un punto de vista particular, es el objeto o efecto del pensamiento creativo. Sólo que no
hay que olvidar la regla de oro de la comunicación: toda connotación debe ser bien explicada para
ser ubicada en el punto de vista del otro, a fin de ser comprendida y aceptada.
4. Definición etimológica: esta definición es la que obtiene por el significado de la raíz de una
palabra, o sea, el significado que le dio origen. Es una definición ajustada al signo y a su significado
objetivo o intrínseco. Es la definición adoptada por la filosofía antropológica moderna originada en
Heidegger para llenar de contenido a las palabras (convertidas en fetiches por el uso inapropiado) y
así permitir el ordenamiento del pensamiento crítico para buscar el sentido de lo que las cosas son en
sí, su verdadera esencia o naturaleza, para adquirir un pensamiento auténtico, pleno de valor y
sentido y, sobre todo, ajustado a la real condición de la inteligencia del hombre para separar lo falso
de lo verdadero. También busca anclar la realidad en lo necesario (aquello que no puede dejar de
ser) para diferenciarlo netamente de lo contingente (lo que puede ser o no ser).
5. el significado contextual o ad sensum (el que la palabra adquiere dentro de un contexto o el
sentido que la misma tiene dentro de una idea o pensamiento).
6. A esto debemos agregar la polisemia, fenómeno lingüístico por el cual a una misma palabra
se le otorgan diferentes significados, lo que luego estudiaremos

El tema de lenguaje y significado no se agota con todo lo expuesto hasta acá. Es un tema
mucho más amplio y complejo y, en cierto modo, es el nudo gordiano de los problemas actuales de
la comunicación. La falta de adecuación del lenguaje y los significados a una realidad circundante, es
lo que ha llevado a la alteración caótica de textos y contextos, no sólo lingüísticas, sino de la vida
toda del hombre. Nuestra intención es sintetizar en parte lo que ha ocurrido hasta hoy con el
lenguaje, su uso y su estudio, para partir con las nuevas ideas que se tienen sobre el estudio y uso del
lenguaje, la que juzgamos más acorde con la necesidad de la realidad. En esa dirección, creemos útil
rescatar lo dicho por Vicente Bodas Chico en el sentido de que “En Argentina hay un deterioro
lamentable del lenguaje. El idioma es un gran patrimonio nacional. Si no cuidamos el patrimonio
nacional, nos vamos a quedar vacíos. Y esos vacíos, naturalmente, tienden a ser llenados con otros.
Esto es así en todos los terrenos: desde el económico hasta el cultural. Hay que defender la
dignificación del lenguaje, que es defender la dignidad y la identidad de la persona y del país. Así
como ha habido un retroceso en las relaciones humanas, en los buenos modales, en la cortesía, en el
respeto, lo ha habido también en la comunicación, en el lenguaje. Recuerden aquella anécdota del
filósofo y líder religioso Confucio. Le preguntaron que haría él si lo eligieran para gobernar su país.
Contestó: mejoraría el lenguaje de la gente, porque si el lenguaje no es correcto, lo que se dice no se
ajusta a la realidad. Y si no se conoce, no se vive y no se expresa la realidad, el hombre y el mundo
están confundidos”. En la puja actual por el progreso, la tecnología ha aportado elementos muy
valiosos e importantes para la humanidad y ha simplificado grandes esfuerzos y ahorrado tiempo
para lograr avances. Ha mejorado técnicamente la vida del hombre. Pero el progreso tecnológico ha
sido a costa del retroceso del progreso cultural y espiritual. Por eso Bodas Chico agrega: “La
tecnología, o ‘tecnolatría’ como dice Sabato, es importante pero no suficiente para mejorar la
calidad de vida del ser humano, que en aras de un progreso ficticio y externo ha perdido muchos
valores internos y de convivencia”. Nosotros, precisamente, pensamos lo mismo que Bodas Chico y,
quizás, el mayor valor interno y de convivencia, que se nos ha ido de las manos, es el arte de manejar
la palabra y de comunicarnos, de interpretar inteligentemente la realidad y tener una vida digna
propia a nuestra condición humana de ser seres racionales y afectivos.

El vaciamiento de significado de las palabras

Uno de los fenómenos de la crisis espiritual actual, que llega hasta la cultura como una crisis
cultural bajo la forma de vacío, es el vaciamiento de sentido o de significado de las palabras. Este
fenómeno es la base de la deformación del lenguaje y de su pobreza. Una de las formas de vaciar las
palabras es el “fenómeno kitsch”. Consiste en tomar una palabra representante de un valor profundo
y usarla de cualquier modo (excéntrico, excesivo, ridículo) pero sobre todo, con sentido comercial
(para propagandas, inscripción en prendas de vestir, póster, etc. Un ejemplo acabado es lo referido al
amor). Otro modo de vaciar de contenido a una palabra es sustituyéndola por neologismos de baja
calidad lingüística y de uso sumamente transitorio. Asimismo, otra forma de vaciar el lenguaje y las
palabras, es dejar de usarlas porque se desconoce su significado. Todos estos defectos llevan a la
vulgaridad del lenguaje. Noemí Carrizo escribe “hablar o escribir con simpleza es un mérito, si no
se roza con la vulgaridad”. Carrizo considera que los vocablos o palabras han perdido, en este
fenómeno de crisis, su significado, de tal modo que una palabra queda circunscrita a ser sólo un
signo: “un dibujo de letras o una sucesión de sonidos que, alguna vez, transmitieron una idea”. Esta
afirmación nos conduce directamente a otro fenómeno: al fetichismo. Aquí el signo lingüístico queda
reducido, como dice Carrizo a un mero dibujo simbólico, pero totalmente desprovisto de todo
sentido o significado y que sólo se usa en forma mecánica, sin saber qué se quiere decir. “La palabra
quedó hueca, vana, desocupada”. Nosotros agregaríamos: desolada. El fenómeno del vaciamiento,
en todas sus formas de expresiones, o empobrecen al lenguaje a tal punto de convertirlo en una
verdadera “miseria lingüística”, o lo distorsionan para llevarlo a un estado de confusión total. Ambas
situaciones conforman el modelo de “terrorismo del lenguaje” que nosotros analizamos en este
trabajo. Este manejo indebido del lenguaje, del idioma y, en suma, del habla, no sólo lleva a una
Babel moderna, sino que corta la comunicación auténtica para transformarla en una comunicación
falsa y totalmente ineficiente (¿o inexistente?). Queremos decir que nos incomunican. Una
consecuencia de este desfasaje lingüístico es una especie de sofismo donde los términos se interpretan
en forma caprichosa, irónica o burlona, de acuerdo a cada conveniencia personal. La peor
consecuencia de todo esto es la pérdida del sentido y dimensión de la vida misma. Carrizo describe
esto de la forma siguiente: “El decir de un juez, que marca un destino, es cuestionado. Y con él, la
Justicia. Un hombre no está en bancarrota por decente, más que por desprevenido. La dignidad
puede aparecer como un acto de orgullo en sí, por sostenerla, se rechaza el éxito o el poder. Un
individuo se define como incauto, antes que honesto, si desaprovecha los beneficios indirectos de su
gestión. Y la honra es un arcaísmo”. Esta tergiversación de valores, llevada a cabo con el uso de las
palabras y bien descrita por la autora, es uno de los caminos que lleva a la confusión y a la
destrucción, no sólo del lenguaje, sino de los mismos valores en sí. En este estado cabría el dilema del
huevo y la gallina. ¿Qué fue primero? ¿La pérdida del lenguaje? ¿O la pérdida de los valores? La otra
alternativa es que sean fenómenos simultáneos. Pero está claro que uno de ellos fue la catapulta de lo
otro. Según las tendencias actuales, es posible deducir que el vaciamiento espiritual es la causa de
todos los otros males, entre ellos, el “bastardeo” de la palabra, según expresión de Carrizo. Otro
aspecto que la autora refiere es el excesivo papel de los medios informativos o fenómeno mediático.
Estos medios toman a cualquier individuo que sin ningún rasgo de autenticidad, sino sólo con un
golpe de audacia, improvisa algo. Pero se acompaña de una excesiva palabrería hueca, verborrágica,
carnavalesca y su difusión masiva la convierte en un suceso aparentemente creativo y le lleva a la
cultura kitsch o cultura comercial. Se transforma en éxito. Y pasa al fenómeno del ráting o del
ranking (best seller). “Mediático es el neologismo con el que nos referimos a personajes televisivos de
dudosa trayectoria. Dominan un vocabulario prosaico, de exigua proyección, que persigue la risa
fácil, banal, rayana en el escándalo. El espectador sabe que atiende a una ficción, pero como no
desea pensar en un país que se derrumba, acepta la tácita complicidad. Corremos el riesgo de
abandonar la realidad en momentos en que hay que enfrentarla con la terminología adecuada. La
Biblia nos advierte que la verdad nos hace libre. Pero la alocución personal tendrá que reflejar esa
necesidad de certezas. Si un abismo interior nos inquieta ante un país indefinible, la palabra, al
vaciarse, lo ahonda”. En esto entra la nueva generación de los autodenominados “opinólogos”. La
autora deja un sesgo de esperanza cuando afirma que “los medios conservan aún gente de expresión
acabada, que une la información con el arte de expresar lo esencial, en una combinación armónica.
Y no se traba de recabar en términos complicados o frases solemnes, sino de enunciar una historia o
una opinión, con el natural fluir del pensamiento, decantado después de lecturas, búsquedas,
exploración, reflexiones... Hay empresas que dictan cursos de lecturas para sus empleados, lo que
resulta pronosticador (buen pronóstico) Reencontrarse con el valor de los signos lingüísticos eleva el
entendimiento y la comunicación, también la productividad. La imagen, con su rapidez y
multiplicidad de símbolos, enriqueció las últimas décadas, pero sólo al leer o escribir, el ser humano
ejercita, con hartura, uno de sus cualidades notables: la imaginación”. Nosotros añadimos: y la
inteligencia, que es la condición esencial que nos distingue de otros seres vivos, especialmente los
animales. Renunciar a ella, es rebajarnos en la escala biológica a la misma condición de bestias.

Función del lenguaje y pensamiento

Percy Bysshe Shelley afirmó la idea de que el lenguaje no es meramente un medio para
expresar nuestros pensamientos sino que puede ejercer una influencia decisiva sobre éstos. En este
libro, Prometeo dio al hombre el habla y el habla creó el pensamiento. Los críticos de Shelley
observaron que aseverar esto es como afirmar que el efecto creó la causa. Pensamos que la polémica
se debió a no distinguir como nosotros lo hemos hecho, en referencia al mecanismo intelectual del
pensamiento y a su contenido. Pero también acá, una vez aclarado correctamente qué es uno y qué es
otro, se plantea también un problema de causa-efecto en lo relativo al pensamiento-contenido, dado
que en este momento (próximo al siglo XXI) el pensamiento de la Humanidad está condicionado, en
alguna manera, por una aplastante cultura de más de 50 siglos de existencia. Es muy difícil hoy tener
un pensamiento totalmente creativo, absolutamente en lo cultural. De algún modo, muchos elementos
con que construimos lo creativo están previamente dados en nuestra cultura. La teoría Shelley parte
del presupuesto que el hombre primero habló y luego pensó. Nosotros rechazamos esa idea
apoyándonos en el mecanismo intelectual natural que el hombre posee. Para poder hablar, el hombre
antes tuvo que idear el signo que pudiera graficar el significado que su mente elaboró primero al
observar un fenómeno. Cuando nace la palabra, ya estaba formado en la mente todo significado y
sentido y puesto en marcha todo el intelecto que involucra el pensamiento. Es indudable que la cosa
fue al revés de lo que cree Shelley: el hombre primero pensó y luego habló. El principio de
Descartes “pienso, luego existo” está más cerca de esta idea. De todos modos, polemizar sería hacerlo
en función de una “discusión bizantina”, porque la interacción entre pensamiento y lenguaje es un
camino de doble vía en donde el pensamiento origina lenguaje y éste a su vez puede inducir
contenidos en el pensamiento. Es indudable que nuestra forma actual de pensar está sujeta a las
palabras que debemos usar para expresarnos, para elaborar nuestros conceptos y nuestro análisis de
la realidad, en el mundo en el cual estamos inmersos. Por eso pensamos que para dilucidar la
cuestión no debemos arrancar de este presente “dado”, sino hacer un esfuerzo hermenéutico,
basado en la lógica, en el cual reconoceremos que las primeras palabras surgieron de un
pensamiento previo.

Hipótesis Sapir-Whorf

Sapir, en 1929, aseveró que “los seres humanos están casi enteramente a merced de la
lengua particular, que ha llegado a ser el medio de expresión de su sociedad, el ‘mundo real’ está,
en gran medida, construido sobre los hábitos del lenguaje del grupo”. Incluso los actos relativamente
simples de percepción, en esta teoría, están mucho más a merced de las pautas sociales llamadas
palabras, más de lo que podríamos suponer. Vemos, oímos y experimentamos como lo hacemos, en
gran parte, porque los hábitos de lenguaje de nuestra comunidad predisponen a ciertas opciones de
interpretación.

Whorf, en 1940, afirmó que “el sistema lingüístico básico (gramática) de cada lengua, no es
meramente un instrumento reproductor para expresar ideas, sino que él mismo es más bien el
formador de las ideas, el programa y guía para la actividad mental del individuo, para su análisis de
las impresiones, para su síntesis de su acervo mental. Disecamos la naturaleza según las directrices
fijadas por nuestras lenguas nativas. Las categorías y los tipos que aislamos del mundo de los
fenómenos, no las encontramos allí porque salten a la vista de cualquier observador; por el contrario
el mundo se presenta en un flujo caleidoscópico de impresiones que tiene que ser organizado por
nuestras mentes y, esto quiere decir en gran medida, por los sistemas lingüísticos de nuestra mente.
Nos hallamos así introducidos en un nuevo principio de relatividad que sostiene que todos los
observadores no son conducidos por la misma evidencia física a la reproducción del universo, a
menos que sus bases lingüísticas sean similares o puedan ser calibradas de alguna manera”.El
análisis de esta tesis a la luz de nuestros conocimientos actuales de la fisiología del pensamiento
(modo de funcionamiento) no resiste el rechazo. Pero esa idea whorfiana del hombre atrapado en su
lengua nativa no es tan estúpida como pudiera verse, sino que está enraizada en la vieja problemática
de la “expresión de un pensamiento”. La percepción de un fenómeno, la formación de una idea y un
pensamiento, son resortes propios de la mente, pero la expresión formal del pensamiento está sujeta,
irremisiblemente, al sistema lingüístico. Por eso, la riqueza de los pensamientos en creatividad, obliga
a una continua transformación del lenguaje, cuando éste no satisface la expresión de una idea
creativa. Ullman atribuye que la naturaleza misma del problema lenguaje-pensamiento, crea las dudas
porque lenguaje y pensamiento están estrechamente ligados, de modo tal que es difícil concebir al
primero sin el segundo y, con seguridad, es casi imposible determinar la influencia mutua en la
actualidad. Aparte de las dificultades intrínsecas del problema, habría dos limitaciones más para la
utilidad de la teoría:

• los conceptos abstractos de la rica terminología y la fina delimitación de matices que refleja la
cultura superior (formas superiores de expresión lingüística) que acomoda el lenguaje a las
necesidades científicas, literarias, económicas, políticas, legales e, incluso, del orden filosófico, no
están representados en los idiomas salvajes o más limitados y esto marca las diferencias culturales
entre los pueblos primitivos o salvajes y los pueblos más cultos. Pero ocurre que los lenguajes
primitivos cargan de un mayor sentido a las palabras y ajustan mejor el lenguaje a las realidades,
mientras que el lenguaje de supuesta superioridad lingüística, en el fondo resulta de escaso sentido,
por lo que termina obrando como superficial, pues necesita de muchas palabras para expresar una
realidad determinada y esa escasa adaptabilidad finaliza con un continuo recambio en el que aparecen
neologismos y desaparecen o quedan en desuso los neologismos anteriores a los más recientes. Sería
mucho más conveniente investigar el influjo del lenguaje sobre ideas científicas o filosóficas en
comunidades que efectivamente elaboraron una física o una lógica propia.
• Otra limitación de la hipótesis whorfiana está relacionada con la cuestión anterior. Whorf se
ocupó ocasionalmente de algunos aspectos extraños del vocabulario, pero su teoría se centró sobre la
estructura gramatical y sobre las categorías que esa estructura impone en el pensamiento y el
comportamiento humanos. Whorf sostiene que debido a la naturaleza sistemática y configurativa de
la mente superior, el aspecto de “modelación” del lenguaje vence y controla siempre el aspecto de
“lexación” o asignación de nombres. De ahí que los significados de las palabras específicas sean
menos importantes de lo que imaginamos. Las oraciones, no las palabras, son la esencia del habla.
Pero este aserto tiene dos comentarios que fundan una controversia:

a) la “modelación” no se reduce a la fonología y la gramática, sino que el vocabulario de una


lengua tiene una organización y una estructura propias que en algunos sectores están sólidamente
integrados y rígidamente jerarquizados;
b) aunque sea cierto que las categorías gramaticales sean más profundas y más fundamentales
que los elementos léxicos, son, asimismo, más generales por lo que es más difícil determinar la
influencia precisa que ejerce sobre nuestro pensamiento.

A pesar de sus propias limitaciones, la hipótesis Sapir-Whorf ha sido provechosamente


complementada por otro movimiento lingüístico contemporáneo: la teoría de los campos léxicos que
estudiando la historia y estructura de las lenguas europeas se ocupan, aunque no exclusivamente, de
los problemas léxicos. En esta teoría, cada país forma con su léxico un campo determinado y en
algunas palabras, especialmente referentes a fenómenos intelectuales, morales, psicológicos y sociales,
son intraducibles de un idioma a otro. Esto crea en cada país un campo léxico cerrado. Pero existen
otros términos en la coexperiencia léxica, los cuales encuentran traducción en otras lenguas y éstos
constituyen campos léxicos abiertos. Los “campos léxicos cerrados” que presentan discrepancias
entre los idiomas y los términos intraducibles, expresan la mentalidad peculiar de la nación que los
usa, más que el objeto que se tiene en la mente, cuando se piensa en ellos. Buscar la traducción de esa
palabra incomprensible, obliga a abrir el pensamiento de la mente de una nación a la mente de otra y
la búsqueda o creación de un término equivalente significa de algún modo originar una forma de
pensar distinta. Pero en la realidad no es tan así porque la investigación lingüística profunda, logra
mostrar referencias en muchos pueblos a la idea expresada por el término aparentemente
intraducible, el cual si bien no tiene una equivalencia léxica tal cual, suele tener sinónimos que se han
originado en una misma raíz. Otras veces, lo “intraducible” son los giros idiomáticos propios de cada
país.

El lenguaje como medio para educar el pensamiento

Hay una especie de acuerdo general entre distintos pensadores, de los cuales, el que más ha
destacado en Argentina, es Barylko. Ese acuerdo es unánime en creer que educar es enseñar a
pensar. Pero, paradójicamente, para enseñar a pensar primero hay que enseñar a hablar. Sin lenguaje,
ya lo comprobamos, no hay pensamientos. La educación no es sólo un medio posible para aprender
o adquirir conocimientos, sino quizás, el más importante elemento para lograr la expresión de nuestra
personalidad, de lo que cada uno de nosotros somos. Luego, si aprendemos a manifestar lo que
somos, estaremos en mejor condición de adquirir otra sabiduría fundamental: saber vivir. Nuestra
esencia espiritual, fenómeno único en el universo hasta donde hoy se conoce, puede ser advertida por
una serie de sensaciones que nos muestran y demuestran la presencia insoslayable del fenómeno
espiritual. Pero el conflicto mayor está en buscar el consenso de qué significa la palabra espíritu. El
preguntar filosófico es muy importante, siempre y cuando, la pregunta esté formulada con la palabra
precisa y la respuesta también sea formulada con el correcto uso de palabras cargadas de sentido y
significados verdaderos. Los neologismos necesarios para expresar nuevos aspectos del pensamiento,
deben estar ajustados a lo que el pensamiento en sí es, pero también debe tener en cuenta que la
comunicación o transmisión de ese pensamiento a otros, es por medio de palabras. Esas palabras
deben ser muy claras para nosotros, a fin de entender o comprender lo que nuestro pensamiento nos
dice, como manifestación espiritual. El pensamiento es uno de los mecanismos para lograr
comunicarse con el propio espíritu. O, mejor dicho, el espíritu se manifiesta en nosotros a través de
nuestro pensamiento. Pero, reiteramos, todo esto es con palabras. Los impulsos sin la precisión del
verbo, logos o idea de un signo lingüístico, es una pura imagen mental que está realmente en nuestro
interior, pero sólo es visible y comprensible para nosotros, en tanto y en cuanto captamos su
evidencia. Pero ¿cómo nos explicamos primero a nosotros y luego a los otros, esta “iluminación
interior”? La intuición, la creatividad, la inspiración, la mística, el arrobamiento, el éxtasis y toda otra
forma de conocimiento o revelación surgida desde dentro de nosotros, a pesar de ser valiosa
potencialmente, pueden convertirse en irrelevantes, sino logramos descifrar su contenido a través de
la expresión.

Nuestra lengua enseña que expresar es “manifestar con palabras, miradas o gestos, lo que
uno quiere dar a entender”. Pero si bien un lenguaje gestual es una forma de expresión y de
comunicación, carece de la precisión que puede tener una palabra, la cual es la base de la expresión.
El gesto es una forma de signo o símbolo que si no está dentro del código del receptor del mensaje, a
quien nosotros queremos expresar lo que sentimos, tampoco será eficaz para nuestra expresión. Este
fenómeno de coexperiencia de códigos (que ambos interlocutores posean los mismos códigos o
compilación de signos) es crucial, pues de no existir no habrá comunicación, esto es, transmisión de
una expresión. Yo puedo expresar lo que siento con un gesto o una palabra o un acto, pero si la
forma de expresarme no está dentro de las posibilidades de entendimiento del otro, porque no maneja
los mismos signos ni da a los actos los mismos significados que yo, será inútil sentir y tratar de
compartir los sentimientos o sensaciones. El vivir, transcurrir la vida, con la altura y dignidad de
nuestra condición de seres inteligentes y espirituales requiere que ese trayecto de vida sea compartido
con otros. Nuestra naturaleza exige la sociabilidad, la amistad, la afectividad como exoestima, esto es,
el amor al prójimo. Hemos dicho que tan necesaria es la exoestima como la autoestima. Pero para que
ambas sean reales tendremos que conocer como se debe expresar lo que se siente, porque de otro
modo o no sabremos exactamente que sentimos o nos frustraremos por no poder conocer y descifrar
nuestros sentimientos. No poder entendernos con nosotros ni con los otros es una de las causas del
desajuste en el vivir. La vida inauténtica, aquella que no se corresponde con la inteligencia y el
espíritu humano, es el resultado de no tener claro el sentido de los mensajes que nuestra inteligencia y
espíritu dejan en nosotros. Educarse, como medio de desarrollar nuestro ser, lo que realmente somos,
requiere expresarse. Expresarse requiere pensar. Pensar requiere saber hablar. Saber hablar es
manejar correctamente las palabras.

A pesar de todas las digresiones y vueltas que estamos dando para lograr especificar
bien nuestro mensaje o idea de autenticidad, como aporte de un punto de vista más al amplio bagaje
cultural auténtico de la humanidad, no significa que estemos encerrados en un círculo sin salida. La
reiteración no quiere decir no tener otra forma de expresarnos. Simplemente tiende a reafirmar lo
más sencillamente posible, las cosas que deben ser simples por ser necesarias. Si cada uno debiera
explicarse qué es y por qué existe la respiración del cuerpo, la circulación sanguínea, la digestión, la
sexualidad, nadie podría vivir con su organicidad. Las cosas necesarias, aquellas sin las cuales no
podemos ser o existir, son automáticas y autónomas como son las funciones orgánicas: están ahí,
funcionan, sin cuestionarse mucho el fin. El espíritu y la inteligencia están dados en nosotros, del
mismo modo. Pero así como un mal manejo de nuestras funciones nos llevan a la enfermedad, el mal
manejo de nuestra inteligencia y espíritu destruye nuestra esencia, es decir, nuestra autenticidad (lo
que somos y no podemos dejar de ser). El mal manejo de la inteligencia y el espíritu está en no
preocuparnos por atenderlos con la forma que ellos se merecen, con la misma altura. Es como si
tuviéramos un capital en una fortuna millonaria en dinero y lo despilfarramos en un casino, al azar y
sin ninguna preocupación honda. Sólo que si perdemos las cosas materiales, en este caso el dinero,
eso no nos quita la vida en sí, ni el valor de la vida. Pero si derrochamos los valores de la inteligencia
y del espíritu eso nos desintegra y disocia como hombres verdaderos y nos quita la verdadera vida.
La búsqueda de la verdad es la razón fundamental para ser hombres auténticos. Y la búsqueda de la
verdad en todas las cosas, está expresada con palabras. Ergo, sin palabras no podemos desarrollar
una vida realmente auténtica, no somos personas humanas, sino un elemento más del universo, al que
llegamos dentro de una escala biológica animal como seres vivientes, pero carentes de esencia. Sólo
pura forma. Expresar y desarrollar esa esencia es sólo posible con palabras. La relatividad impuesta a
la palabra y al léxico, natural y obviamente, obstaculiza al pensamiento lógico que percibe a la
realidad como algo continuo y no “cortado”. Ante el fenómeno del uso práctico arbitrario del
lenguaje y la necesidad de una estabilidad significativa de la palabra para que el pensamiento crítico
pueda expresar ajustadamente una realidad, se plantean dos opciones opuestas y controvertibles (que
en alguna medida ya hemos tratado): el lenguaje influye en el pensamiento; el pensamiento
condiciona el lenguaje. En la práctica encontramos las dos opciones en formas diversas y en
diferentes contextos:

la relatividad lexical obstaculiza el pensamiento lógico (una forma en que el lenguaje


influye al pensamiento en forma negativa)
el llenar de contenido menos relativo al léxico, ayudaría a ordenar el pensamiento
lógico (acción e influencia positiva del lenguaje sobre el pensamiento)
un lenguaje pobre no ayuda a pensar
un pensar débil no forma un léxico o vocabulario con sentido pleno
un pensamiento ordenado y lleno de valores y sentido, produce un léxico o vocabulario
de igual valor.

Estas opciones nos llevan a pensar en la magna tarea que le espera a los comunicadores,
educadores y estudiosos del lenguaje, ya que no es solamente ordenar un vocabulario o lengua, sino,
en algún modo, ordenar el pensamiento mismo. Y en esta disyuntiva, las opciones se acentúan bajos
dos precisas pretensiones que conforman un verdadero dilema:

1. Primero hay que ordenar el vocabulario para permitir el restablecimiento del pensamiento
lógico o
2. contrariamente hay que promover básicamente un ordenamiento del pensamiento lógico para
lograr después el ordenamiento del vocabulario.

Estas opciones incluso, pueden llegar a ser válidas simultáneamente de acuerdo al punto de
vista (contexto) en que se incluyan, pues la oposición no surge de las funciones del lenguaje y del
pensamiento, sino de cómo se maneja el lenguaje y el pensamiento frente a la realidad. Según vimos,
la realidad a través de los sentidos impacta en la mente y genera sucesivamente las ideas. Las ideas
producen signos que intentan significar la realidad percibida (el signo puede ser existente
previamente y la idea se acomoda a él o puede ser creado o recreado) y del signo se pasa al concepto
y el juicio que será expresado por el lenguaje. El quid de la cuestión no reside tanto en la percepción
de la realidad, la cual teóricamente debe ser igual para todos, sino en lo relativo a los sentidos que
cada uno da a esa realidad (puntos de vista). Con esto queremos decir que la percepción de la
realidad no tiene que ser parcial o en “cortes” sino que se debe tratar de captarse con su globalidad y
su continuidad para después mejor resaltar un aspecto determinado y, especialmente, subrayando que
lo expresado está referido sólo a un particular punto de vista. Esta forma de actuar involucra,
entonces, los pasos siguientes:

captar la realidad tal cual es: con su globalidad (totalidad) y continuidad


una vez comprendida esa globalidad, sobre ella, a manera de un “zoom”, fijar la atención
en un determinado aspecto o “punto de vista”, pero sin perder la noción de totalidad
al expresar (comunicar) ese particular punto de vista debe quedar bien en claro que se
está refiriendo a una parte de un todo, para evitar transmitir un concepto que puede
ser interpretado erróneamente

En este especial tema que estamos abordando sobre lenguaje y pensamiento en la inteligencia
comunicativa, aunque parezca simplista se nos ocurre como válido el clásico razonamiento que
postula: ¿qué es más importante: regalar pescados o enseñar a pescar? Decimos esto porque la idea de
generar u ordenar pensamientos en otros a través del lenguaje, es una forma útil de iniciar un proceso
de educación, pero si no se pasa de esto a otro método, esto obraría como “estar regalando
pescados”. Contrariamente si se complementa con la intención y el método de enseñar a pensar, a
construir un pensamiento lógico o creativo, es mejor que sólo introducir ideas con el lenguaje y sería
el método que “enseña a pescar”, porque provee al hombre del único instrumento que le habilitará
para comunicarse mediante el uso inteligente del habla, que él mismo producirá una vez que se
ubique lo más verazmente posible frente a una realidad exterior o interior. Nuestros postulados,
dichos en forma más sencilla, tienden a lograr una forma de comunicarse con un lenguaje más
auténtico, es decir, llenando de contenido al lenguaje, el cual debe elaborarse en una forma de
pensar inteligente. Llenar de contenido es obtener signos o palabras que llevan fielmente al
significado, que tengan los rasgos presentes en el significado, de manera que ese signo no sea
portador de deformaciones, omisiones o interpretaciones caprichosas de las características del
significado, para evitar palabras o signos inexactos que den lugar a interpretaciones arbitrarias del
texto y contexto de una realidad (o mensaje) que se quiere comunicar. Al efectuar esta reflexión, se
impone, aunque parezca superflua, la aclaración de que raramente una sola palabra o signo puede
abarcar todos los rasgos propios del significado de una realidad. Por esta razón, un significado se
completa con la red de relaciones de las palabras (homónimos, sinónimos, oposiciones y todas las
“hierbas lingüísticas” que se generan en el “campo” del lenguaje). Esta “red de relaciones” es la que
preocupó a los estudiosos del lenguaje y llevó a proponer teorías sobre sistemas, estructuras, lógica,
etc., pero esa actividad académica no aportó lo necesario al significado, sino que complicó mucho la
comprensión de los signos al desviarse en consideraciones que a veces reflejaban más la forma que
el contenido de las palabras. Estas teorías académicas, en cierta medida, alejaron a las palabras más
aún del significado de la realidad. Los estudiosos de hoy han comprendido que integrar un lenguaje,
la mayoría de las veces, exige un contexto extralingüístico, teniendo presente que una definición
precisa y definitiva es imposible, dado que la lengua admite un cambio constante en determinadas
circunstancias y que las mismas palabras pueden tener un significado distinto, de acuerdo al contexto
cultural en la que esté inserta. Por eso, hemos insistido que al querer comunicarse algo, debe
explicarse nítidamente a qué referimos un punto de vista en un especial texto y contexto (sólo así es
posible dar contenido preciso a un signo o palabra). Pero esa palabra o signo tendrá otro contenido si
el contexto cambia, por lo cual no puede tener un valor universal absoluto. Si la palabra puede
trasladarse a contextos idénticos (coexperiencia) puede adquirir un sentido más universal, aunque
dichos contextos estén separados por el tiempo y la distancia. Pero cuando el uso de un término es
simultáneo (al mismo tiempo y en el mismo lugar) y los contextos no son iguales, obviamente no
tendrá el mismo valor su contenido o significado.

Reflexión, pensamiento y lenguaje interior

El acto de reflexionar es el que nos permite considerar de nuevo una cuestión, o centrarnos
en ella detenidamente. Es un acto de introspección, de un “mirar hacia dentro nuestro”. Más que un
“volver hacia atrás” es un repensar o pensar concentradamente un tema, cuestión o situación para
encontrarle un significado o superar un conflicto o crear algo. El pensamiento reflexivo es el que nos
permite encontrar el pensamiento crítico, aquél que nos lleva a la metafísica, al sentido último de las
cosas y que es propio de la filosofía. Naturalmente, como lo hemos afirmado anteriormente, todo
pensamiento se forma sobre la base de un lenguaje. Generalmente pensamos en el idioma que
hablamos cotidianamente. Si ese idioma tiene el léxico apropiado y con una riqueza de signos
lingüísticos suficientes, tendremos la herramienta idónea para poder lograr la correcta expresión de
nuestros pensamientos. Pero si nuestro idioma corriente no contiene la riqueza expresiva requerida, la
formación de nuestros pensamientos estará condicionada a una expresión insuficiente. Para lograr el
pensamiento crítico o reflexivo, con el uso del lenguaje establecemos una especie de “diálogo o
conversación con nosotros mismos”. Nos hablamos a nosotros, a nuestro interior. Jakobson ha
definido este monólogo interior o reflexión como el lenguaje interior. Para este autor, la función
primaria del lenguaje, como instrumento o medio de comunicación, es, precisamente, la
comunicación interpersonal, pero ésta no puede existir si previamente no se ha ejercido el monólogo
o diálogo interior, el que define como comunicación intrapersonal. Según su tesis, este “tipo de
comunicación se desarrolla gradualmente durante la adquisición del lenguaje y origina procesos
mentales tan importantes como el lenguaje interior, con sus monólogos internos. Frente a la
comunicación interpersonal, que salva el espacio, la comunicación intrapersonal aparece como el
medio básico para salvar el tiempo”. El verdadero formador del pensamiento-contenido sería este
monólogo o diálogo interior. La reflexión o pensamiento crítico es el que nos permite alcanzar el
sentido o significado de las cosas y las cuestiones en general, tanto concretas como abstractas. Es
también la base de la comunicación metafísica y la fuente de poderes mentales que sólo son posibles
de hacer evidentes mediante una gran concentración mental. Asimismo, el pensamiento creativo sólo
se manifiesta cuando en nuestro interior hemos elaborado conceptos claros y nuestro pensamiento-
contenido es rico en datos y conocimientos ordenados. El orden de los conceptos mentales es el que
nos lleva a la sabiduría y nos diferencia de la mera erudición, la que únicamente significa una
acumulación extraordinaria de datos y la memoria prodigiosa para recordarlos oportunamente.

El uso del lenguaje


Intención e interpretación en el uso de las palabras

En el lenguaje hay palabras que, en sí, son neutras. No reflejan significados ni intenciones ni
interpretaciones, hasta que el hombre comienza a usarlas. Recién con el uso en general o en modo
particular, las palabras se “cargarán” de intenciones, significados e interpretaciones. Según la teoría
lingüística del ad sensum (uso e interpretación del lenguaje por el sentido que se le da), una palabra
puede tener una intencionalidad según el que habla y otra, según el que escucha. Así, como antes
analizamos extensamente, la expresión “hijo de puta” puede tener el simple significado de describir al
hijo de una prostituta o bien, tener la intención de adjudicar ese mote como insulto, a quien no es un
hijo de ramera. De igual modo hay palabras descriptivas, como es el caso de genitales o determinadas
partes del aparato digestivo o regiones anatómicas que no pueden ser expresadas tal cual les acepta el
diccionario de la RAE, pues están cargadas de connotaciones equivalentes a insultos o tabúes o por
considerarse cacofónicas. Otras veces, la incultura da origen a términos totalmente divorciados con el
lenguaje aceptado en el ámbito académico y, como en el caso de lunfardo y otros populismos o
barbarismos, se usan palabras cuyos significados, de no conocerse por el uso local, determinan gran
confusión. Es el caso ya comentado de porteños que para designar a la cabeza usan términos tales
como “mate”, “azotea”, “melón”, “coco”, “sabiola”, “balero”, etc. o el lunfardo “testa” o el
“verreísmo” “zabeca”. En este juego verbal intrincado quien no conozca estos modismos se
encontrará desconcertado pues no entenderá qué es lo que se dice.

Bodas Chico nos dice que las palabras no son “ni malas, ni buenas, ni negativas, ni positivas.
Es el hombre con su intencionalidad, voluntad y propósito, el que carga las palabras de positivismo
o negativismo, de bondad o maldad, de amor o de odio, de luz o de sombra, de elogio o de
desprecio, de belleza o de fealdad, de paz o de hostilidad, de pasión o de indiferencia, de verdad o
de mentira, de vida o de muerte, de autenticidad o de hipocresía. El haber colgado a ciertas
palabras el rótulo de “malas palabras” es una cuestión cultural y convencional, propia de cada
sociedad y de cada época histórica, propia de una moralidad superficial y circunstancial
heterónoma (no autónoma). Las “malas palabras” en nuestra sociedad suelen estar circunscriptas
principalmente a los insultos, a las descalificaciones, a los genitales, a la sexualidad, a las
secreciones del cuerpo. Pero las palabras sólo son vehículos de expresión, exteriorización de nuestros
pensamientos y sentimientos. Es en el pensamiento y en el sentimiento, en la voluntad, donde se
originan la maldad y la bondad, no en las palabras. La sociedad ha encontrado la vuelta para
blanquear, purificar y sustituir con eufemismos las llamadas “malas palabras” con otras palabras
anodinas, cursis, onomatopéyicas, científicas, a veces sin significado real, sino prestado. La sociedad
incluso tolera que se insinúen las “malas palabras” con la primera letra y puntos suspensivos, como
si de esta manera queda limpio el que las pronuncia o escribe. Un individuo grosero o soez, o una
actitud grosera o soez, se reflejan en las palabras, pero no son las palabras groseras o soeces, sino el
sujeto que las usa. Lo que ocurre es que las palabras tienen un poder evocador y alucinador. Los
psicoanalistas lo saben bien. Por otra parte, hay gente que, a través de las “malas palabras” se
desahoga, se descarga o muestra sus inhibiciones o represiones. Hay también comunicadores sociales
y animadores de TV que en sus programas despliegan toda una batería de “malas palabras”,
creyendo que de esa forma, se acercan más a su público y se hacen más simpáticos y campechanos.
Cuando en realidad lo que hacen es mostrar su ‘hilacha’, su actitud irrespetuosa, su falta de ingenio,
de léxico y de cultura. Lo cierto es que el lenguaje nos desnuda o nos viste. Y una persona, desnuda
o vestida, es educada o no, culta o inculta, moral, inmoral o amoral. No es más quien más parece,
sino quien más es”.
Individualidad, creatividad y discriminación del lenguaje

Hemos sostenido antes que el lenguaje es un sistema abierto muy difícil de estructurar
mientras esté en uso. Esto se debe a la riqueza de expresiones que continuamente se agregan a todas
las lenguas, mientras algunos usos decaen por obsoletos. El enriquecimiento de una lengua se debe a
varios factores, siendo los principales:

1. el individualismo
2. la creatividad

Prácticamente, el cerebro del hombre continuamente formula nuevas preguntas y planteos


para viejas o nuevas cuestiones sometidas a su inteligencia. Cada respuesta a esas cuestiones origina la
mayoría de las veces, nuevas palabras. Por otro lado, cada pueblo o comunidad posee un pasado
cultural o una forma ancestral de pensar o concebir los fenómenos y, en consecuencia, expresan su
sentir con un lenguaje determinado. Estas circunstancias llevan a la diversidad de expresión en el
lenguaje. En términos simplistas, podíamos universalizar el concepto diciendo, a grandes rasgos, a
cada existencia, un lenguaje, a cada individuo un hablar. La primera oposición lógica a esta premisa
es: si es así, ¿cómo lograr que los diferentes hombres que constituyen la humanidad se entiendan
entre sí? Éste es el meollo de la comunicación universal de todas las épocas de la historia humana.
George Steiner ha planteado cómo la sociedad humana ha buscado vanamente una lengua común
hablada y entendida por todos los seres humanos del planeta y tilda de sueño a esta aspiración porque
la realidad es todo lo opuesto. Describe de la manera, según la Biblia, en que se inicia la humanidad
con Adán y la lengua edénica (que él llama “adánica” que compartieron en un principio Adán y Eva
y sus hijos y luego los descendientes de los mismos al momento de la expulsión del paraíso terrenal).
Da por sentado que ésta es la lengua que usa la humanidad desde Adán y Eva hasta la construcción
de la torre de Babel. Después del castigo divino por la soberbia de querer alcanzar el cielo con una
torre inmensa, la humanidad es confundida al ser dispersada con una tremenda confusión cuya
principal manifestación es la aparición de un sinfín de lenguas incomprensibles entre sí. Este
fenómeno permanece inalterable a través de los siglos, hasta que por la misma Biblia se nos refiere el
milagro de Pentecostés, donde Dios a través del espíritu santo ilumina a los apóstoles con el don de
hablar y comprender todas las lenguas del mundo (don de lenguas). Si se perteneciera a la cohorte de
creyentes en Dios y en la Biblia, tendríamos fácticamente que caer en una especie de fatalismo: la
humanidad está condenada a la diversificación de las lenguas, a que cada pueblo tenga su propia
manera de expresarse oralmente a través de un lenguaje individual. Pero, a esto habría que agregar
una señal de esperanza que es el don pentecostal de lenguas que de alguna manera permite a la
humanidad llegar a comunicarse mediante un poliglotismo impuesto por medios coercitivos
artificiales, o naturales. Es evidente que la diversidad del lenguaje tiene las consecuencias de que los
seres humanos de diferentes comunidades están divididos por barreras lingüísticas, que determina
una sordera semántica mutua con una falta total de entendimiento cuando se hablan directamente
entre sí con sus lenguas distintas y sin mediar traducción. Pero también nosotros hemos analizado
como la traducción tiene sus graves inconvenientes al intentar traspolar significados de una lengua a
otra, porque nos encontramos con el misterio lingüístico de que muchas expresiones son
“intraducibles” de una lengua a otra, debido a la forma peculiar de cada pensar. Este hecho es el que
nos lleva a postular que cada existencia tiene su propia lengua. Según Steiner, la búsqueda de un
sistema lingüístico universal que se pudiese compartir con todos los hombres del mundo, sin
distinción de razas o lenguajes, constituye parte de ese sueño ancestral del lenguaje universal, símil
del adánico o edénico. Este sistema es una especie de interlingua artificial, porque tendría que hacerse
sobre la base de una serie de convenciones y consensos que están fuera de la evolución natural de la
las lenguas.

Otro de los intentos por una comunicación universal es la adopción de la lengua más usada
en el mundo. Pero esto plantea un problema coyuntural. De acuerdo con la fuerza militar,
económica, científica o cultural de un país, medios por los cuales logra su expansión en el universo,
será el predominio de ese país y su lengua. Así vemos en diferentes épocas históricas la hegemonía
del griego, luego del latín, otras veces del francés y últimamente del inglés. Los países anglosajones
llevan el predominio económico y tecnológico del mundo y, por lo tanto, el inglés es la lengua que
más predominio alcanza al imponer terminología a veces intraducible o bien al imponer que cada
lengua adapte el término a su pronunciación y fonética (en castellano, esto se denomina
“castellanizar” un término). De este modo, una gran cantidad de neologismos tecnológicos o
comerciales / empresariales han invadido las diferentes lenguas del mundo y muchos congresos
científicos necesariamente deben traducir sus trabajos al inglés para llegar a un entendimiento común.
Pero acá nos encontramos con cosas muy importantes que llevan al concepto de una especie de
discriminación lingüística.

1. Primer fenómeno: se pierde la identidad lingüística pues el idioma personal se ve invadido


por neologismos “necesarios” provenientes con la escritura y la fonética original de la otra lengua o
la castellanización hace que términos perfectamente acuñados en la lengua original y que pueden
servir para una traducción ortodoxa, son reemplazados por el término foráneo adaptado a la escritura
y fonética propia. Así en castellano que teníamos la palabra “estacionamiento”, ésta es reemplazada
por “aparcamiento”. La palabra “emparedado” es reemplazada por “sánguche” mala traducción del
inglés sándwich, etc.
2. Segundo fenómeno: se da predominancia a un idioma en detrimento de otro, a pesar de la
masa hablante en el mundo sea cuantitativamente igual o superior al idioma adoptado. Es el caso del
castellano. En los mismos continentes, hay casi tanta población que habla el castellano, o quizás más,
que la que habla el inglés. Sin embargo, el castellano o español es una lengua “postergada” pues no
se la usa obligadamente como lengua de intercambio lingüístico, sino como lengua de uso opcional.
3. Tercer fenómeno: es una especie de separación, segregación o apartamiento (del verbo apartar
como una traducción provisoria del término inglés apartheid) de un lenguaje en particular. Esto
ocurre en países que de alguna forma manifiestan una discriminación racial como ocurre en EE.UU.
con los latinoamericanos, los cuales en este siglo XXI, constituyen una mayoría muy importante en la
sociedad y mercados norteamericanos, a tal punto, que obligadamente se acepta la traducción
simultánea del inglés al español y viceversa, la introducción de la música con letras españolas y la
inclusión en los grandes eventos y premios de los artistas latinoamericanos. De igual modo hay
neologismos que comportan el llamado spanglish, un cocoliche similar al portuñol y otras mezclas
lingüísticas. No obstante, básicamente, sigue latente y patente la discriminación étnica y,
consecuentemente, la discriminación lingüística (menosprecio del idioma español)
4. Cuarto fenómeno: el genocidio étnico y lingüístico. Esto ocurre en los países fundamentalistas
(Medio Oriente) y recientemente en la ex-Yugoslavia, donde no sólo hay limpieza étnica (genocidio)
sino también limpieza lingüística. Las tendencias racistas y totalitarias prohíben la enseñanza y
publicación de determinadas lenguas, que pueden ser o no minoritarias. Estas medidas intentar
terminar radicalmente (cortar de cuajo o cortar la raíces) con una etnia determinada y la fuerza de sus
recuerdos y esperanzas que son inherentes a su lengua.

Ante estos fenómenos (o “contradicciones” en la opinión de Steiner), deben tomarse medidas


que pueden conformar una especie de solución de estos problemas y esas medidas tendrían como
base fundamental, el amor al prójimo que es lo que puede obviar toda hostilidad y violencia. Para
esto, debe empezar a inculcarse en todos los niveles de la humanidad, los siguientes sentimientos:

⇒ Sentimiento de supervivencia: debe terminarse con el impulso tanático de destrucción de los


grupos étnicos que es lo único que puede permitir la supervivencia propia y de la humanidad, dado
que la guerra violenta no sólo autodestruye al que la genera sino también a quien se dirige.
⇒ Sentimiento de convivencia: esto nos lleva directamente al sentimiento de tolerancia tanto
racial o étnica como al respeto de las ideas religiosas o filosóficas de una sociedad, mediante la
comprensión universal de las distintas culturas.
⇒ Sentimiento de cooperación: la humanidad, para superar sus problemas, no debe acudir a la
destrucción de hombres y bienes, sino a la cooperación universal para mejor distribuir los bienes
naturales y paliar las diferencias económicas y culturales que dividen a los países o comunidades. La
cooperación implica que el mejor dotado debe ayudar al más necesitado y éste no tener la soberbia de
rechazar la ayuda que se le ofrece o brinda, sino asimilarla para buscar la solución definitiva a su
indigencia.
⇒ Sentimiento de aceptación del multilingüismo permitido.

Estos sentimientos deben ser enseñados con la palabra y el ejemplo desde la infancia, en la
familia, en la escuela, en todos los niveles de la sociedad. Incluso, desde la escuela primaria deben
prepararse a los niños que cohabitan con culturas distintas para que puedan adquirir el poliglotismo
necesario para comunicarse y entenderse con el medio en que se vive. A su vez, las naciones deben
cooperar con el gran esfuerzo de aceptar el multilingüismo y paliar los problemas del mismo, ya sea
enseñando y aceptando una lengua común universal (tipo esperanto) o bien, directamente, enseñando
todas las lenguas necesarias a una comunidad para su entendimiento mutuo. Debemos recordar que
una comunidad deja de ser un país o un conjunto de países afines, para ser un conjunto humano que
se entrecruzan y entrelazan étnica y culturalmente. Es el caso concreto de Latinoamérica integrada
con los países anglosajones del norte de América. Prácticamente la fusión, de las etnias y el lenguaje,
ya está dada. Sólo falta la aceptación formal por la comunidad anglosajona y algunos reductos
latinoamericanos, para que depongan sus conflictos raciales y económicos-políticos, a fin de lograr
una integración sin que se dañen intereses mutuos.

Samuel Ichiye Hayakawa sostiene que “el producto final de la educación es el esquema
total de reacciones y posibles reacciones que llevamos dentro de nosotros”...” “lo que aquí llamo un
“esquema de reacciones” es, por consiguiente, la suma total de nuestras maneras de actuar en
respuesta a los hechos, a las palabras y a los signos.” Explica que esquemas de reacción serían
“nuestros hábitos semánticos” porque de alguna manera actuamos, pensamos, interpretamos todas las
acciones con base en las palabras. Asevera que “las palabras cambian nuestra vida”. Las palabras,
como otros signos y símbolos (dinero, bandera, etc.), los entendemos observando atentamente como
la gente reacciona frente a ellos, pues en definitiva “somos según lo que hablamos o interpretamos de
otras personas, signos y símbolos” y comprendemos todo esto, si conocemos y desciframos los
mecanismos sociales de reacción frente a ellos y, a esa especie de fe, el sentido que le dan a las cosas.
Este sentido está íntimamente ligado al significado que asignamos individualmente a las palabras y
otros símbolos. Por eso cuando esos sentidos no están dentro de nuestros códigos de comprensión,
creemos que los demás están equivocados, que no saben o no pueden expresarse, que sólo nuestros
significados son los apropiados y desechamos todo aquello “a lo que no le encontramos sentido o
significado”. Esto permite que los “estafadores sociales” o “sofistas sociales” (opinólogos) de hoy
(políticos, sectarios, estafadores, charlatanes, publicistas, vendedores, y cualquier “gente de palabra
fácil”) nos engañen, dando a sus palabras el sentido que nosotros queremos escuchar o el que
creemos interpretar como verdadero.

De esta forma “nos empaquetan” (envuelven) con proposiciones de que desarrollemos


determinadas conductas (naturalmente en beneficio de ellos y perjuicio nuestro), simplemente porque
supieron encontrar la palabra o el signo, al que nosotros dimos un significado profundo, cuando en
realidad eran palabras falaces o engañosas. Hayakawa critica a aquellos que creen en el “realismo”
de las palabras y da por ejemplo la palabra “azada” que para los que hablan castellano es una palabra
“obvia”: designa un instrumento para cavar y, por sentido común, no puede ser otra cosa. ¿Pero que
ocurre con la misma palabra frente a un extranjero que no habla español? Luego, se debe entender
que los significados son los que la gente quiere darles a las palabras y no siempre éstos se ajustan a la
realidad. El secreto del éxito está en intentar escudriñar cual es el significado más correcto y
ajustarnos a ello cuando estemos frente a situaciones engañosas. La palabra, como instrumento de
conocimiento, es algo que se interpreta a la luz de experiencias e intereses cambiantes, situación que
se debe a los cambios culturales mencionados anteriormente y estos cambios significan, a su vez,
cambiar también los puntos de vista (realidad aspectual). El sentido de “realidad aspectual” (un
aspecto de la realidad dado por un particular punto de vista), transforma a la palabra en un
instrumento de valor relativo (dado que como el contenido es arbitrario y el significado cambiante,
de acuerdo al cambio de punto de vista) al que no puede dársele un significado absoluto, continuo e
inagotable. Sin embargo, a pesar de esta arbitrariedad, se le asigna al vocabulario y a las palabras un
sentido de unidad formal y como algo “comunitario”, asimismo como una unidad de sentido.

Todo esto en un intento de no perder a la palabra como un “valor comunicativo”. Con estas
consideraciones concluimos los conceptos principales del lenguaje como instrumento de
comunicación. La comunicación de esos puntos de vista, como necesitan imprescindiblemente del
lenguaje, el observador de una realidad debe buscar un lenguaje preciso. Para esto tiene que ajustar
la idea que se forma de esa realidad, de la manera más acertada a lo que ella es, evitando el prejuicio
y la arbitrariedad y después necesita encontrar el signo que exprese correctamente lo significado en
la percepción. El pensamiento lógico deberá generar ese nuevo signo o llenar de contenido a signos
existentes cambiando los sentidos de los mismos para adaptarlos correctamente a la realidad
percibida. Lo anteriormente expuesto se refiere al pensamiento lógico, pero cuando la realidad es
vista con un pensamiento creativo más que lógico, es permisible que los sentimientos influyan en ese
pensamiento y generen otro lenguaje, de mayor fuerza expresiva o comunicativa, siempre y cuando
esa expresión sea comprendida como un punto de vista sobre la realidad, pero teñido por la
creatividad afectiva o sentimental para dar otro significado, aunque éste no sea tan lógico. Lo
importante en todo este proceso, es que tanto el que comunica o expresa una idea y el que la recibe
tengan perfectamente en claro cuál es la intención de lo expresado (si el pensamiento es lógico o
creativo), a fin de evitar interpretaciones erróneas y arbitrarias.

La comunicación y el azar: lenguaje aleatorio

Para mejor comprender el proceso de la comunicación inteligente hay que dar un párrafo
especial a lo que llamaremos lenguaje aleatorio. La observación de la realidad puede ser realizada en
forma sistémica o metódica, pero también hay fenómenos que se captan en forma azarosa, por pura
casualidad. Nosotros ya describimos que los ingleses han inventando un neologismo:
“serendepity” (el cual ha sido traducido literal y libremente al castellano como serendepidad), para
significar “la suerte para hallar cosas valiosas por accidente o azar”. En efecto, el hombre, a
menudo, percibe por azar o accidente cosas valiosas en la realidad que vive o estudia. Cuando
encuentra ese valor, necesita expresarlo y entonces recurre a una creación de una palabra o, si es
posible, recrea una existente para referirse a ese “nuevo valor” o significado. Este fenómeno del
lenguaje aleatorio es propio de la ciencia y tiene como ejemplo clásico el descubrimiento de la
penicilina realizado por Fleming. El investigador se hallaba estudiando un cultivo de hongos y por
casualidad se contaminó con unos microbios que perecieron al tomar contacto con los hongos. Este
hecho azaroso o accidental permitió descubrir la antibiosis: sustancia secretada o excretada por seres
vivos que sirven para paralizar o matar a otros seres vivos. Del cultivo del hongo (penicillium) nace
el nombre de penicilina. Y junto con la penicilina nace el concepto de antibióticos. La ciencia se
enriquece así con dos nuevos conceptos y se transforma el lenguaje usado hasta entonces.

Pero así como existe la serendepidad, también se puede referir a lo azaroso con la palabra
estocástica (que sí está incluida en el diccionario de la Real Academia Española) y que
etimológicamente quiere significar “hábil para conjeturar” y define lo “perteneciente o relativo al
azar”. Pero en lenguaje científico o técnico, estocástico es “lo errático”. Con este último sentido, este
término es útil para referirse a la situación que lleva a confeccionar un lenguaje errático debido a
interpretaciones azarosas no valiosas (efectos estocásticos). El lenguaje descrito puede contener
términos confusos o contradictorios. Este párrafo sobre el lenguaje aleatorio nos sirve para describir
el fenómeno del lenguaje científico, el cual cuando se debe a la alea o azar puede transformarse en
algo valioso o definitivo, o ser un lenguaje errático y susceptible de ser transformado a menudo, por
sus significados confusos o equívocos. La comunicación inteligente debe conocer y distinguir el
lenguaje aleatorio para poder comprenderlo y/o usarlo, porque no hay que olvidar que el azar es
parte de nuestra realidad y debe saberse distinguir lo valioso de lo errático. También estas
circunstancias nos lleva a la reflexión de que en la comunicación inteligente, la definición de las
palabras debe ser tanto formal como semántica, pero siempre inteligente ya sea por casualidad o
acaso.

Lenguaje y academicismo lingüístico

El pensamiento crítico, herramienta de la inteligencia, es, sobre todo, reflexivo, profundo y


busca el valor y contenido auténtico del vocabulario para mejor expresar el pensamiento lógico. El
pensamiento creativo, menos elaborado intelectualmente, usa del lenguaje para darle contenido a la
creación intelectual. Todo operaría, aparentemente, como que un pensamiento busca a la palabra
como un medio para ser llenado de contenido, mientras que el otro inventa a la palabra para dar
expresión o significado a lo que ha creado. Son dos modos de usar el lenguaje en forma distinta,
porque sus mensajes son distintos. Ambos, a su manera, ordenan las palabras buscando comunicar
claramente sus fines y evitar caer en falsedades. Luego atribuyen sentido, significado y valores, un
tanto distintos a las mismas palabras. En este contexto, las palabras son algo más que los
constituyentes de un sistema de “oposiciones, relativos y negativos”, con significantes llenos de
“emas” (morfemas, fonemas, etc.). Todos los conceptos vertidos por los estudiosos de la Lingüística
explican mucho sobre la naturaleza del lenguaje, pero aportan poco para su uso práctico.
Personalmente, la Lingüística me impresiona como lo que ocurre en Medicina: mientras la Anatomía
diseca estudiando todas las partes de un cuerpo muerto, quieto, inmóvil, la Fisiología estudia al
cuerpo vivo y a sus funciones dinámicas, a los fenómenos que se están dando en un momento
determinado y cuáles son sus mecanismos. En esta interpretación, la Lingüística sería la “anatomía”
del lenguaje: estudia una estructura que ya está dada, que ya pasó, pero es incapaz de analizar lo que
está ocurriendo y mucho menos de predecir lo que puede ocurrir o qué es lo debe hacerse para
aprender a hablar. Opera como una “ciencia muerta” con un alto grado de ciencia academicista, pero
que en realidad no sirve para enseñar y estudiar la lengua viva, la que está en uso. Más aún: cada
escuela o teoría lingüística que aparece crea inmediatamente una reacción contraria que destaca sus
probables fallas.

Las aspiraciones de los estudiosos del lenguaje para sistematizar “lo insistematizable” son
lícitas porque verdaderamente los signos lingüísticos o palabras, dentro del vocabulario, guardan
como conjunto una serie de relaciones entre sí, pero más acertado que analizar esas relaciones por
separado, es considerarlas como una red de significados, sentidos y definiciones que permiten la
comunicación eficaz a través una información consensuada sobre esa red. Además, si bien las
operaciones académicas permiten desmenuzar el lenguaje desde diferentes puntos de vista y
clasificarlos en “campos”, es evidente que en el uso corriente las palabras no se desempeñan según los
conceptos académicos. Los complicados estudios lingüísticos de una u otra tendencia tienen un lustre
intelectual indiscutible, con análisis acertados. Esas reglas, incluso, son útiles a otros estudios e
influyen, a veces, en determinados estilos literarios. Pero lo concreto es que se desconectan de una
realidad lingüística en cuanto a lo referido al uso vulgar del lenguaje, y no ayudan a operar sobre la
comunicación humana cotidiana. Todos estos academicismos han terminado complicando la
enseñanza de una lengua, su gramática y su uso coloquial, literario, científico o “de estilo”. Hay un
alto grado de desconocimiento y desinformación sobre la gramática, la cual, al querer ser modificada
siguiendo una u otra escuela lingüística, encara métodos cambiantes y pocos prácticos que hacen nula
toda enseñanza del idioma, una de las materias de mayor fracaso escolar, secundario y universitario.
Viramonte de Ávalos señala que “el docente de esas asignaturas debe conocer la filiación de
los contenidos teóricos y de las metodologías que se van presentando en renovadas y sucesivas
etapas ya que, ni unos ni otras son de generación espontánea, sino producto de teorías del lenguaje
y de teorías del aprendizaje”. A tal punto llega el fracaso de enseñar lengua que la autora citada
preconiza: “se postula que la educación lingüística debe ser hoy entendida prioritariamente como
educación para la construcción del conocimiento y como educación social y, por ello, que el papel
del docente de lengua materna es, en primer lugar, el de orientador para la adquisición de
conocimientos y de conductas sociales”. Estas reflexiones encierran la esencia de lo que debe ser un
docente moderno: más que un informador de corrientes lingüísticas anfibológicas, debe ser un
formador para educar sobre la “adquisición de conocimientos y de conductas sociales”. Semejante
misión del docente involucra, sin ambages, que debe ser un experto en la comunicación y desarrollar
su inteligencia comunicativa, porque de otro modo sería imposible cumplir cabalmente los fines
propuestos. Viramonte de Ávalos cierra este panorama actual con valiosas conclusiones:

1. “la enseñanza de la lengua debe tender cada vez más a convertirse en eje general de
adquisición de conocimientos, es el lenguaje la fragua donde se construyen los conceptos de todas
las disciplinas y se aprende su utilización”.
2. “Nuevas concepciones del lenguaje han ocupado los sitiales de la ciencia y ello porque a la
pregunta sobre el lenguaje ya no responde sólo la lingüística: la sociología, la psicología, la
historia, la filosofía, la antropología, la biología, las neurociencias, las ciencias de la computación,
convienen en un rico encuentro interdisciplinario, camino obligado hacia el siglo XXI”
3. “una nueva concepción de la enseñanza de las lenguas: ya no es lengua, un objeto exterior
al individuo, lo que ocupa la atención sino el hablante encarnado en un tiempo y un espacio: su
mente, su conducta, sus respuestas, sus percepciones, sus afectos, sus representaciones, su saber. El
hombre, este hombre, con sus realidades de cuerpo, espíritu y circunstancias, ocupa hoy la atención”

Basados en estas conclusiones útiles y otros criterios expuestos en este trabajo, a su vez
postulamos que es deber ineludible de todo estudioso, académico, educador y docente tender a una
transformación conservadora (cambio gradual) de la enseñanza del lenguaje y la gramática. Debe
encontrarse un método de enseñanza racional, organizado y consensuado por la voluntad de docentes
y alumnos y adecuado a la infraestructura real de los medios de enseñanza. El cambio debe ser de
métodos y no sólo de infraestructuras. Cambiar una infraestructura por otra, simplemente porque es
supuestamente mejor debido al éxito en otra comunidad, de ninguna manera significa que tendrá
éxito local. La infraestructura provechosa surgirá, no del trasplante de técnicas inadecuadas, sino de
una organización natural acorde con la esencia del medio que se dispone. Si las infraestructuras que
hasta ahora sirvieron a la enseñanza, de repente se ven como desorganizadas, anacrónicas o vanas, es
porque el medio en el cual están insertas está desorganizado, carente de rumbo y de medios físicos, a
lo que se suma la desorientación espiritual. Por estas circunstancias, implantar infraestructuras ajenas a
ese medio, totalmente inadecuadas y carentes del consenso comunitario, crea conflictos y no aporta
beneficios, por más bondades intelectuales que presuntamente detenta esa infraestructura. La bondad
no reside en la infraestructura posible, sino que realmente tenga una implementación beneficiosa y no
conflictiva. No debemos perder de vista que lo teórico debe concordar con lo práctico. Lo contrario
es un camino al conflicto y la agresión, sobre todo si la reforma es llevada a cabo coercitivamente
(ley obligatoria). En el caso especial de Argentina, más que una nueva infraestructura de enseñanza,
es necesario educar una “nueva mentalidad” basada en un ser humano armonioso, equilibrado,
comunicativo y con su “aparato mental” “puesto a punto”. Esto es más efectivo y fructífero que
implantar por fuerza, infraestructuras vacuas y anticonvencionales.

Deformaciones del uso del lenguaje


Lenguaje popular, modismos y deformación del lenguaje

Los giros idiomáticos de cada país nos llevan a otro aspecto de esta cuestión del lenguaje. La
existencia de una palabra o de un giro o de una frase hecha para un concepto abstracto (aquél que no
tiene un sujeto inmediato), ejerce cierta influencia en la mentalidad del hombre corriente. Éste le
adopta más fácilmente y centra la atención de su mente o pensamiento a él adaptándose sin más
trámite. Esto sí puede interpretarse en algo así como que el lenguaje moduló el pensamiento. Cuando
el lenguaje no se ajusta a realidad y deforma palabras y significados con giros o modismos
idiomáticos que lo alejan de la lengua madre y a la ortodoxia de su uso, ocurre que el pensamiento
modulado por ese lenguaje tiene las mismas características del lenguaje: deformado y alejado de la
realidad. Si tuviéramos que analizar, por ejemplo, el lenguaje español y su evolución en los pueblos
hispanoamericanos, nos encontraríamos con giros y modismos que la Academia maneja con
prudencia y gran dificultad para clasificar y agregar al diccionario. Esto se debe a la pluralidad de
esos localismos lingüísticos que pueden expresar lo mismo en diferentes países, pero también con
distintos apelativos o palabras. Pero no solamente son las palabras aisladas las que se trastocan, sino
que el lenguaje mismo y la forma de hablar, puede llevar a costumbres idiomáticas que deformen al
lenguaje y, consecuentemente, al pensamiento. Por ejemplo, a los argentinos actuales les ocurre que
cotidianamente se expresan, piensan y se manejan con frases hechas y lugares comunes, como lo
señala Carlos Ulanovsky. Siguiendo el pensamiento de Ulanovsky y de otros autores como Borges,
Arlt, etc., es fácil caer en la tentación de decir que los argentinos “piensan según las palabras que
conocen” y no al revés: “hablan como piensan”. Parece que el hombre argentino vulgar, el que no
puede acceder al léxico culto o puro, evidentemente no se enrola en el purismo idiomático (el que no
usa dialectos regionales) puesto que al no saber, no querer o no poder usar un léxico ortodoxo,
inventa un dialecto personal al que inyecta palabras multiusos, neologismos “ad hoc” (lunfardo y
similares). O simplemente deforma las palabras existentes (habla al revés verrés) o en “en
sanguche” (sándwich): empieza y termina una frase con la misma palabra (“¿qué hacés, pibe, qué
hacés?”). Otra peculiaridad es que cuando su forma de pensar es vacua o su lenguaje pobre emplea la
palabra multiuso cosa para multidenominar objetos y personas, llegando a un punto de que si alguien
que lo escucha no está sintonizado en su onda, no podrá descifrar qué quiere decir cuando expresa:
“alcánzame el coso que está cerca de la cosa, allí en la cosa aquella”. Otro término multiuso es la
palabra “macanas”, originariamente asignada a un instrumento usado en las poblaciones indígenas, y
que fue adoptado como lo describe José Edmundo Clemente. Si bien es cierto que la lengua debe
acompañar la evolución de un país o de una sociedad, en el caso de los argentinos, y más
particularmente de los porteños, la avalancha de términos que acompaña cada generación, década a
década, no significa en modo alguna una riqueza lingüística, puesto que muchos términos se
emplean por ignorar los denotativos, otros son meramente connotativos y la mayoría, directamente,
son vacuos (ni denotativos, ni connotativos). Esto se debe a un inmenso vacío lexicológico
(indigencia lingüística). Cuando no se encuentran o no se conocen las palabras adecuadas, se apela al
mote, al multiuso y a todas las deformaciones del lenguaje, que hemos señalado. Todo impresiona
como que el lenguaje en el argentino (circunscritamente en el porteño) no expresa el pensamiento ni
lo modela, simplemente es un instrumento lúdico, a tal punto que dos profesores de letras, Mazzei y
Mayor reconocen sin pudor: “en el caso de los porteños, la lengua no sólo es un instrumento para
comunicar información: el porteño juega mucho con las palabras”. Antes, cuando se hacía
referencia al “juego de palabras” se expresaba una condición de manejo inteligente del lenguaje,
basado en la rapidez mental y consistía en que al oír una palabra determinada, ésta inducía en el
interlocutor un retruécano inmediato y ágil, con otra palabra asociada a la primera por la forma o el
sentido. Este juego era un alarde de agilidad mental en el manejo del léxico. Pero para el porteño,
“jugar con las palabras” no significa siempre agilidad mental, sino simplemente un manejo
caprichoso y arbitrario, no sólo de palabras ya acuñadas o propias del léxico, sino del uso de sonidos
vocales o creación de neologismos “ad hoc” no existentes antes, sin intención de expresar ningún
pensamiento en particular sino manifestarse explosivamente en lo que él considera una expresión de
picardía. Actúa como llenando el vacío de léxico con cualquier cosa y ya no se trata de hablar o
comunicarse, sino simplemente de decir algo, aunque eso no sea justamente una palabra sino un
remedo de la misma. Debida a esta modalidad, humorísticamente los artistas como Olmedo, Balá,
Figuretti y otros similares, pintan al argentino zafado, burlón, picaresco, que “habla de todo, no
entiende de nada y no dice nada”, usando lenguaje “sui generi” que a veces se tilda de lunfardo,
otras de “porteñismo”, etc. Últimamente, la moda es el insulto abierto, el gesto ofensivo, lenguaje
procaz o pornográfico, soez. Ante estos fenómenos, la pregunta es: ¿el lenguaje forma el
pensamiento argentino?, o sea, ¿el argentino es cómo es porque su forma de hablar lo condiciona? o,
contrariamente, ¿la forma de hablar es fruto directo de su forma de pensar? Cabe otra pregunta: ¿el
léxico catastrófico de los argentinos es una nueva categoría gramatical y léxica, o es la consecuencia
lógica y probable de un vacío total de lengua y mente? Una cosa es evidente: que el lenguaje en
Argentina es creado por algunos y adoptado por muchos, vehiculizado por los medios de
comunicación social o masiva. Pero Argentina es el único país en que el hombre medio, cotidiano,
“de la calle”, ante la exigencia de pensar seriamente un problema social o personal, se expresa
socarronamente, con harto uso de muletillas, frases hechas sin sentido, palabras o gestos zafados y
procaces. En el mejor de los casos, con un “chiste” oportuno o con el “discurso de la pavada” (un
montón de frases sin sentido y sin orientación alguna). En otras palabras: hace un uso indigno del
lenguaje, alejándose ostensiblemente del uso inteligente de la palabra. La misma situación, de algún
modo, se instala en los estratos sociales supuestamente pensadores en el orden político y económico,
donde todos se expresan con sofismas solemnes, pero que de ningún modo los pensamientos
expresados conducen o generan conductas eficaces. Lo normal es alardear del “doble discurso”: no se
dice lo que se piensa y no se hace ni lo que se dice ni lo que se piensa, o bien: se dice una cosa, se
hace otra y se piensa lo contrario. En nuestra conclusión y analizando la experiencia propia,
pensamos que, de alguna manera, en Argentina la teoría de los “campos léxicos” parece acercarse
más a la de un “terrorismo del léxico” en donde hay subversión total, que sacude a “todo el país”, y
se autocopia creando un “molde en serie” que se suma a otras cosas compartidas por igual: visten
igual, piensan igual, se expresan igual y hablan igual (masificación por usos, costumbres y lenguaje).
Salirse de este molde y no tener un contenido personal, es constituir una especie de “paria” o
“marginado” social que no logra su inserción en el medio. Incluso se llegó a comentar la posibilidad
de crear una regla para “suprimir” las reglas ortográficas actuales y dejar en libertad a los que
escriben para hacerlo según su propio sentido ortográfico. Retomando la cuestión de lenguaje y
pensamiento y habiendo explicado mejor algunos aspectos del habla de los argentinos, nuestra
opinión es que no puede hablarse, en este ejemplo del idioma argentino, de que el lenguaje modula el
pensamiento porque no hay un lenguaje propiamente dicho y, por los frutos, tampoco parece existir
un pensamiento. Los “pensadores” argentinos ya no son tales, sino directamente son “narradores de
realidades” lo que significa que sólo se describen los fenómenos que ocurren en la realidad, o bien,
al mejor estilo de Borges, “narradores de irrealidades”, sin que ello sea expresar un pensamiento.
Nadie discute la verdad de que el lenguaje expresa el pensamiento, pero en el caso argentino el
campo del léxico es cambiante y anfibológico, y refleja meramente una sociedad caótica con valores
depreciados.

Volviendo al tema central de este parágrafo, cabe preguntar: ¿qué fue primero: los modelos
lingüísticos o las normas culturales? Es evidente que a medida que el hombre va instrumentando “su”
mundo, hace la cultura y con ella la lengua. Por esto, en lo esencial dice Ullman tanto el modelo
lingüístico como la norma cultural han crecido juntos, influyéndose uno con el otro constantemente.
No obstante, en esta asociación la naturaleza del lenguaje es el factor limitante de la libre plasticidad y
torna rígidos los canales del desarrollo en forma autocrática, debido a que el lenguaje es un sistema y
no un conjunto de normas como la cultura. Luego, mientras el sistema lingüístico se renueva muy
lentamente, las normas culturales cambian velozmente porque las innovaciones culturales se llevan a
cabo con relativa rapidez. Esto ocurre más particularmente en estas postrimerías del siglo XX, en que
la tecnología y la globalización causan veloces cambios industriales, sociales, económicos y políticos,
con un vertiginoso devenir de hechos, que en una sola década (1985-1995) cambió el rumbo
económico y político del mundo y la geografía mundial. De algún modo, esto explica cómo se
constituyen los campos léxicos y cómo el espacio semántico correspondiente a una esfera dada de
coexperiencia, se llena (gradualmente y no en forma tan rápida como los cambios) de una espesa red
de términos y conceptos, los que a veces señalan (y otras no) las fuentes de dónde se extraen las
nuevas palabras. En cierta manera, la globalización echa por tierra la teoría de que el lenguaje forma
el pensamiento, porque muchas de las nuevas ideas políticas, sociales y económicas, inducidas en
parte por la tecnología, aún no alcanzan a tener un lenguaje propio y el existente no las contienen en
forma adecuada. Ni comentar el lenguaje tecnológico, patrimonio único de técnicos. En este
contexto, ¿puede ser el lenguaje el instrumento forjador del pensamiento? Quien piense que sí,
deberá explicarlo muy claramente, porque tanto la filosofía como la lingüística contemporánea están
persiguiendo a las palabras para desmenuzarlas y llenarlas de un contenido (primero etimológico y, a
partir de éste, conceptual) a fin de recrear un lenguaje que contenga las nuevas formas de pensar.
Lo real es que no se busca pensar a través del lenguaje sino, contrariamente, se busca un lenguaje
para expresar lo que se piensa. En este esquema, naturalmente, nos hemos referido a los que piensan
(pensadores). Aquellos que no piensan son, probablemente, los que se benefician para obtener
alguna manera de pensar a través de un lenguaje dado. En la información, el lenguaje tiene la misma
naturaleza de la comunicación: es un camino de doble vía en ambas direcciones porque el
pensamiento busca el lenguaje y el lenguaje transmite un pensamiento. Esto no nos debe llevar a la
confusión de creer que el lenguaje es fuente de pensamiento, al menos, en forma exclusiva. ¿Por qué
esta afirmación? Porque las palabras, y con ellas el lenguaje, tienen deficiencias. Según lo hemos
manifestado, es de diversas maneras como se edifica paulatinamente un campo léxico y cada nueva
palabra representa un logro intelectual distinto y, a su vez, proporciona una herramienta de análisis a
millones de hablantes futuros, a los que puede o no influir en su forma de pensar, dado que la
influencia está en estricta relación inversa con el grado de cultura. Y, también en nuestro análisis, el
grado de cultura cambia permanente con las rápidamente mutables “normas culturales”. Por lo tanto,
una palabra concebida en un momento cultural, es muy probable que no signifique lo mismo en otro
momento cultural, aunque el tiempo transcurrido, desde el primer uso de la palabra hasta otra
circunstancia cultural, no sea muy extenso. Los cambios rápidos introducidos en la época actual
hacen que las palabras sean “inestables” junto con los conceptos que representan o significan y en
esto consiste la deficiencia a la cual recién aludimos. Naturalmente, hay también deficiencias
semánticas que analizaremos a continuación.

Crisis social y lenguaje

Hemos sostenido que el lenguaje es un sistema abierto que admite en forma continua su
modificación de acuerdo al contexto cultural en que las palabras deben usarse. Argentina ha sido, y
es, un país que históricamente debe atravesar períodos críticos profundos que inducen grandes
cambios. La pobreza no sólo cambia los destinos económicos y sociales, sino también influye en lo
cultural, rasando hacia abajo. Los medios, en busca de ráting y mejorar los costos, bajan cada vez
más la calidad de sus contenidos. Una de las primeras cosas que se afecta es el lenguaje, el cual se
empobrece de la misma forma que la sociedad que lo maneja. Entonces, la pregunta sobre la
pertinencia de “hablar bien o mal” ya no está al nivel de pueblo, sino de los estudiosos de la lengua,
los que deben, poco a poco, aceptar el fenómeno establecido de que el lenguaje ha cambiado para
peor y se ha llenado de neologismos cuya instalación de hecho, hace casi obligatoria su aceptación
como lenguaje establecido por el uso y admitir su validez sobre la base de la lengua como sistema
abierto. En este contexto social, parece que la regla es: “hay que respetar lo que hay y darle el valor
de uso que tiene cada palabra”. Naturalmente, en el nivel académico, esto no zanja la disputa entre
los puristas de la lengua y los que aceptan los cambios. No obstante, la Real Academia Española,
termina aceptando los argentinismos, pero como en otra oportunidad hemos comentado, la
aceptación académica lo es después de una cierta sedimentación y generalización del uso, y suele
darse la paradoja de que mientras la Academia acepta un vocablo y lo incorpora al Diccionario,
puede cambiar el contexto cultural y el vocablo “pasa de moda”, quedando obsoleto. Esto quiere
decir que la dinámica del lenguaje argentino es formidablemente rápida y de una gran transitoriedad.
El pueblo es una máquina creadora de nuevas palabras, pero lo hace basado en un principio lúdico
de jugar con ellas, o bien, fundamentado en sentimientos encontrados que les lleva a ejercer una
especie de violencia verbal y esto se traduce por la aparición de nuevos insultos y denostaciones. Si a
esto se agrega la pobreza cultural, el lenguaje se deteriora porque no sólo deja de emplear palabras
pertinentes, sino que se llena de populismos y otras expresiones de baja calidad lingüística y lexical.
Este fenómeno es resaltado por la escritora argentina Noemí Ulla quien manifiesta: “ahora se habla
peor que antes, se habla con un número reducido de palabras, cada vez más reducido. Se lee menos
cuando es la lectura la que enriquece la lengua”. Además de resaltar el fenómeno de miseria
lingüística, la autora atribuye a la falta de lectura la tendencia al empobrecimiento del léxico
argentino. Los medios de comunicación social (o masiva), nos llenan hasta el infinito de diferentes
formas de programas, especialmente aquellas novelas interminables e insulsas, los programas de
comentarios periodísticos o políticos, los noticieros con opinión, algunos programas de
entretenimiento, programas de cocina, etc. Pero todos ellos contienen un discurso pobre, iterativo
hasta el cansancio con palabras vacías y repetidas hasta el aburrimiento. Hay un “chorro” de palabras
declamadas sin convicciones y sin sentido, aun para el que las pronuncia. Esto acentúa en peor
manera, el ya existente empobrecimiento del habla, cuyo fruto insoslayable, es la interrupción
comunicacional: no hay comunicación entre los que hablan y los que escuchan. Y los adictos a esos
medios de comunicación, terminan igual o peor que ellos, con un pauperismo intelectual y cultural
aberrante.

En cuanto a la otra proposición de la autora, la falta de lectura es otra forma de ayudar a la


ausencia de la cultura y al vaciamiento espiritual. La lectura es un gran motor del pensamiento
porque a través de la palabra escrita se mantiene el patrimonio del lenguaje cultivado y preservado de
la falta de espiritualidad. Por eso la lectura puede (y de hecho lo hace) transformar nuestra vida,
llenando de sentido nuestra existencia. A través de los diferentes libros conocemos los “modos de
pensar” del hombre, que es como conocer “los modos de ser”. Con ellos abarcamos todos los
espectros de la conducta humana, los que nos llevan a una universalización y conformación de
nuestra propia conducta personal. La espiritualidad que nos trae la lectura sana (no la de pasquines y
obras bastardas que nos llenan con “más de lo mismo” que nos pudre), es una experiencia única. Nos
permite llenar de contenido nuestra propia existencia, asumirla con plenitud y así, aprender a vivir.
Al bucear en el pensamiento de los múltiples autores, conocemos otras facetas de la vida, otros puntos
de vista, que amplían nuestro propio pensamiento e interpretación de nosotros mismos. La apertura
hacia la pluralidad facilita el encuentro de la propia singularidad a través de nuestras propias metas e
identidad. El conocimiento de sí mismo, nuestra propia autoidentificación es el camino hacia el
cambio y la perfección espiritual. Es una senda abierta e interminable que nos acompaña toda nuestra
existencia y no nos permite aburrirnos de nuestra vida ni errar en sus fines y proyectos. La dinámica
de esa formación e identidad personal depende de nuestra espiritualidad y cultura. A mayor
dimensión de ellas, mayor crecimiento y realización personal. La base de todo es aprender a
comunicarnos, la herramienta es el pensamiento ortodoxo y la esencia la palabra modeladora y
plena de sentida, rica en la expresión. El empobrecimiento lingüístico consiste en una franca
disminución o desaparición, del lenguaje cotidiano, de las palabras propias de un idioma, reconocidas
por siglos de uso y la incorporación en el idioma oficial académico y denotativo (cuya expresión es
el diccionario oficial de la Academia respectiva del idioma). Como la falta de lenguaje, nos conduce a
la falta de pensamiento, el “vacío espiritual” nos frustra. La frustración es la base de la violencia. La
violencia conduce a la conducta anómica y ésta a la delincuencia. Es una forma muy elaborada de
concluir otra causa del actual auge de hechos delictivos. Pero no imposible de que así sea, porque no
hay violencia cuando hay símbolos y palabras que nos ayudan a controlar los instintos o impulsos,
sobre todo los emocionales, encausándolos a acciones o reacciones útiles. El que tiene la posibilidad
de cultivar su espíritu, su cultura, su lenguaje y su pensamiento, esto le crea la ocupación permanente
por la comunicación con sus prójimos y, por ende, por el bienestar mutuo. La ocupación inauténtica
y despreocupación por el prójimo, lleva a su desprecio o indiferencia. Ambas tienen como secuela la
falta de respeto de los bienes y la vida de los prójimos. La palabra conocida, entendida y
comprendida teje una “red de significados” y la transmisión de esos significados nos ayuda a
desarrollar nuestra personalidad (nos transformamos en una persona). Eso nos permite vivir como
seres sociales y adaptarnos a una sociedad, a la cual ingresamos en su seno y somos contenido en ella.
Pero la carencia de esa formación personal nos lleva a lo contrario: a la inadaptación y marginación
social. Y acá se crea un círculo vicioso: cuánto más nos marginamos, más nos alejamos del lenguaje;
cuando la distancia con el lenguaje es mayor, la marginación crece geométricamente. Kovadloff ha
manifestado: “La decadencia de los pueblos suele iniciarse con el envilecimiento de las palabras, con
el abandono del interés por lo que implican como signos de aptitud para la convivencia, la recíproca
credibilidad y la preservación de los matices que hacen posible el pensamiento. Poco pueden
importarnos nuestros semejantes si hacemos un uso prostibulario del lenguaje. Si no nos interesa lo
que decimos, tampoco pueden interesarnos aquellos con quienes nos comunicamos. Y esto, claro
está, tiene sus consecuencias”.

Nosotros creemos que la otra falla es la falta de práctica en los establecimientos escolares, de
la vieja costumbre de obligar a la redacción de lo que se llamaba composiciones o, en ámbitos
superiores, a realizar monografías que obligarán a la investigación y lectura de obras literarias. Es
probable también que el costo de los libros no esté al alcance de más del 80% de la población
argentina, la que se limita a leer, como ya lo remarcamos, ciertos best sellers, los que indudablemente
no son siempre “lo mejor”. En cuanto a la polémica del uso “incorrecto” o “correcto” del lenguaje,
esto es en relación con las normas idiomáticas, la lingüista argentina Mercedes Blanco puntualiza que
la normativización de una forma única del uso del lenguaje, facilita la comunicación y la
discriminación social. Para aclarar su aseveración explica que: “evaluamos a las personas de acuerdo
al modo en que hablan, por eso la lengua es considerada como uno de los marcadores más
relevantes de la identidad individual y social. Si una persona usa ‘haiga’ será metida
irremediablemente en una caja de prejuicios sociales porque esa forma idiomática no se ajusta a la
norma, y es evaluada por el resto de la comunidad como signo, síntoma, de determinada clase social
o nivel socioeducacional. Esto es peligroso, en tanto puede generar rechazo hacia esa persona para
determinadas actividades, es decir, acá se ve cómo la lengua puede ser vehículo de discriminación,
de desigualdad social. El hecho de la evaluación social de corrección hace que sea necesaria la
enseñanza de esa norma, aunque debe normativizada dentro de una estabilidad flexible que admita
todos los usos de la lengua, según variables comunicacionales. Lo contrario es establecer la norma
según postulados inflexibles rígidos, como efectivamente se ha llevado a cabo a lo largo de la
historia del español, que excluye sociolingüísticamente a quienes no han podido acceder al
conocimiento de esa norma de prestigio. Todas las normas o modelos de uso de la lengua son válidos
en tanto tengan vigencia y se los considere como tales dentro de una comunidad. Por eso fue errado
que durante tanto tiempo, la normativa idiomática oficial nacional sostuviera, como modelo, los
rasgos del tuteo, tú, en lugar del voseo, vos”. En esta larga trascripción textual de la cita de la
investigadora además de señalar la discriminación social que en ciertos medios puede generar el mal
uso del lenguaje, también reconoce la necesidad de flexibilizar las normas idiomáticas y de aceptar
determinados usos ya consagrados como el voseo del argentino. Sólo es válido citar literariamente un
regionalismo o costumbrismo cuando se trata de un lenguaje simple o propio de una región, que no
tiene equivalentes universales. La belleza literaria y la adquisición o aprendizaje cultural auténtico,
exigen, necesariamente, la sublimación de los vulgarismos peyorativos, cualquiera sean las
circunstancias en que se den. Esto no es hipocresía, ni eufemismo, ni “ocultar la basura humana”. Es
una simple intención de corregir lo que está enfermo, desviado o degenerado. Entre eso, el propio
lenguaje.
Factores negativos para el lenguaje: neologismo, ambigüedad, polisemia, frase hecha y homonimia

La introducción de neologismos responderá a la mentalidad de cada sociedad. En el caso de


palabras extranjeras impuestas por el comercio, el turismo, la tecnología y los medios de
comunicación, los países adoptan distintos criterios. El primer criterio, lógicamente, es la aceptación o
rechazo. En general, hoy las sociedades son más “permisivas” para incorporar neologismos. En parte
por necesidad (en lo tecnológicos, científico y comercial), en parte por un impulso popular esnobista
de jugar con palabras nuevas y en parte por la imposición de la emigración y el turismo, cuando
ambos son de un volumen muy importante. En el caso del porteño argentino, los neologismos son
parte de una manía lúdica del manejo del lenguaje. En referencia a las modalidades de cada país para
el uso y aceptación de neologismo, Martinet cita a Inglaterra y critica su poco desarrollo para
incorporar neologismos. Acepta palabras extranjeras escritas en su forma original, con pocas
restricciones (aceptación amplia). En muchos casos, el inglés utiliza equivalentes de su propio
lenguaje para nominar estos neologismos y hacerlos más inteligibles. En cambio en Alemania hay
rechazo para introducir voces extranjeras. Si debe hacerlo, opta por remplazar al neologismo
extranjero por una palabra, frase o construcción en idioma alemán. Francia también es reticente con
neologismos extranjeros, pero el idioma tiene pocas posibilidades de fabricar voces nuevas con los
términos existentes. Acá resuelven algunos problemas combinando elementos semánticos griegos o
latinos para recrear un neologismo que remplace al neologismo problema. China, por su dificultad
idiomática, no puede incorporar neologismos extranjeros por lo cual son directamente rechazados en
su forma original y remplazados por combinaciones fonéticas construidas con los elementos fonéticos
locales.

La ambigüedad del idioma o, mejor dicho, la tendencia a la ambigüedad que se observa en


algunos países, especialmente Argentina, se debe a la manía del uso de frases hechas, de elementos
polisémicos u homonimias. Los términos polisémicos u homonímicos son los que nosotros hemos
llamado “multiuso”, en virtud del cual se toma una misma palabras y se la emplea con significados
totalmente distinto. En Argentina, ya observamos y comentamos sobre el término “mate” que puede
ser una calabaza, una bebida o infusión, la cabeza o el verbo matar o el verreísmo de tema. Martinet
piensa que en la práctica la ambigüedad queda suprimida en la comunicación auténtica. Esto es
absolutamente necesario, pues de otro modo no habría comunicación. Por su naturaleza, la
comunicación exige cosas concretas y no ambiguas. La supresión de la ambigüedad, según este autor,
estaría dada en diferentes formas:

1. Por la situación: las circunstancias o situación en que las personas hablan, les permite
establecer un número determinado de indicaciones, que de otro modo no serían indispensables. Los
gestos, el sentido de la cuestión que se trata y los giros idiomáticos conocidos, obvian la ambigüedad.
No ocurre lo mismo en el lenguaje escrito o literario, donde se necesita el lenguaje explícito.
2. Por el contexto: el que permite la supresión de la ambigüedad de monemas
3. Por la comunicación: si se establece la comunicación, es decir, la formulación de un mensaje
y su captación compresiva por parte del interlocutor, queda suprimida la ambigüedad de principio
4. El lenguaje especializado: la formación de este lenguaje exige un trabajo consciente, el que
de por sí y en forma automática evita o elimina las homonimias, las ambigüedades y las confusiones

Uso correcto del lenguaje


Comprender las palabras

Es probable que, si afirmamos que para poder hablar y comunicarse es preciso previamente
entender y comprender las palabras que se usan, se interprete a esta actitud como redundancia o de
Perogrullo, pero lo real es que hablamos y manejamos un idioma sin tener un conocimiento cabal de
cada palabra que pronunciamos ni idea concreta de los significados. Esto es en alguna medida, la
causa de la incomunicación personal. Willem Levelt, un autor psicolingüístico actual, diagramó un
esquema para los mecanismos de entendimiento de las palabras, basado en la fórmula “pensar para
hablar”. Arranca, como punto de partida, desde el mecanismo intelectual de la percepción y
posteriormente resalta tres etapas previas en la elaboración de un mensaje: la concepción, la
formulación y la articulación. Su modelo concluye con la autoverificación. En nuestro esquema
descrito anteriormente nos ocupamos de los mecanismos de percepción, concepción y formulación
de palabras y juicios. En general coinciden con los descritos por Levelt.

En cuanto a la articulación, es una etapa más mecánica que intelectual porque se refiere a la
formación de la palabra en el aparato fónico o vocal en el que interviene la respiración, la laringe y
los resonadores vocales (faringe, nariz y paladar). La musculatura que pone en movimiento esos
aparatos responde a órdenes voluntarias que dependen del cerebro como centro de estimulaciones,
por lo que la articulación es compleja al necesitar tanto del aparato intelectual como de lo mecánico
de la fonación. La coordinación entre el estímulo cerebral que mueve los músculos del aparato de
fonación y la respuesta acertada de éste, originan la onda sonora de la voz que será el medio de
plasmar la señal de la palabra. La articulación es una etapa importante del lenguaje, dado que una vez
que las operaciones intelectuales han formado una palabra o un juicio, necesitan de la voz para
expresarlo o exteriorizarlo. La indemnidad del aparato fonador es tan importante como la del centro
cerebral de la palabra, pues la lesión de uno o de otro impide expresar el pensamiento (afasia,
mudez). Pero también se debe considerar que aunque ambos elementos estén indemnes, pueden
ocurrir fallas funcionales transitorias del mecanismo de emisión de una palabra, fallas que pueden
depender de la memoria, en parte, y de los mecanismos intelectuales. Esto nos ocurre cuando aparece
el fenómeno que expresamos como “tener una palabra en la punta de la lengua” y no poder decirla,
o bien, “se me hizo una laguna”. La memoria recuerda la imagen nítida de lo que queremos
comunicar (recordamos una persona, un objeto, una situación) pero no podemos nominarla
correctamente (olvido de un nombre, de una circunstancia). Evidentemente, en estos casos, la idea de
la cosa es fácilmente evocada (memoria de la idea) pero no encontramos la “memoria de la
palabra”. Para Levelt la falla está en el mecanismo de formulación. Para nosotros la formulación no
yerra en sí, porque la palabra fue oportunamente codificada y comprendida, sino en el mecanismo de
evocación (falla mnemotécnica), y se debe a interferencias tales como la dispersión mental, la falta de
ejercicio de esa evocación (recordemos que la memoria está sujeta a reglas de “recordación” o reglas
mnemotécnicas, una de las cuales, es el ejercicio permanente de evocar lo que se quiere memorizar o
bien usar mecanismos de asociación). Usualmente, cuando algo nos es de gran utilidad, difícilmente
tengamos dificultad en evocarlo, pero muchos conocimientos no fueron “grabados” correctamente en
la memoria, pues se adquirieron un poco apuradamente, con apresuramiento que no permitió su
“grabación” mnemotécnica correcta. Otras veces hay tal acumulación de datos en la memoria, que su
evocación resulta lenta. Esto motiva que si realizamos el esfuerzo, logremos recordar lo que
“teníamos en la punta de lengua”. Luego, la falla funcional del lenguaje en el fenómeno de “tener la
palabra en la punta de la lengua” pero no poder expresarla se debería a una de estas causas:

⇒ dispersión mental: no concentramos debidamente la atención


⇒ fallas del mecanismos para memorizar la palabra (falla mnemotécnica)
⇒ exceso de datos: que bloquean momentáneamente la evocación.

Estas causas interfieren en la formulación mental de una palabra. Finalmente estudiaremos la


última etapa propuesta por Levelt: la autoverificación. Según su concepción, la autoverificación
consistiría en que el comunicador hablante hace como una especie de “chequeo” de su mensaje y
actúa como auto receptor del mismo, a fin de comprobar si es inteligible, comprensible, si no lleva
errores de sentido o de pronunciación o de ordenamiento sintáctico, para proceder a su corrección.
Este proceso de auto corrección puede surgir en forma espontánea, como ocurre con los llamados
“furcios o furzios” que consiste en pronunciar erróneamente una palabra o cambiarla por otra
(balbuceo, “lapsus linguae”, etc.) e inmediatamente desdecirse o corregir la pronunciación. Este
mecanismo es fundamental para la inteligencia comunicativa, sobre todo en lo referente a tratar de
hacer comprensible un mensaje, repasando el modo de decirlo y las palabras a emplear y estudiando
la reacción del que escucha para aclarar o corregir oportunamente los alcances de las palabras
empleadas en el discurso. La preocupación de una formulación ortodoxa de un discurso es parte de
esa inteligencia comunicativa. Mientras los estudiosos de la lengua dividieron sus opiniones entre la
forma y el significado del discurso, es evidente que en el coloquio cotidiano quien habla y quien
escucha atiende más al significado que a la forma del discurso. Sin embargo, el manejo lógico e
inteligente del idioma exige que el discurso tenga una forma determinada además de su contenido o
significado. Cuando se escucha atentamente un discurso, la mente inicia un proceso de comprensión
mediante el cual:

1. asocia el sonido o palabra con un significado


2. distingue los elementos que componen el discurso
3. forma una idea de lo que se le quiere comunicar
4. responde a su vez con otro discurso mediante el cual puede dar a entender que comprendió el
mensaje o que no lo comprendió, si lo acepta o no está de acuerdo con él, si necesita otro tipo de
discurso o mensaje.

El proceso de comprensión parte de la percepción del sonido que llega a sus oídos con la
señal de la palabra y simultáneamente con la percepción comienza el análisis comprensivo. Para
captar bien la señal palabra y analizarla, el oyente debe tener puesta su atención plena. Si esto no
ocurre y el oyente “oye a medias” o está disperso (“no pone atención”), la percepción no será
correcta y el análisis resultará equívoco. La comprensión del discurso fallará y no habrá
comunicación o ésta será defectuosa. En el supuesto de que el oyente “ponga toda la atención”,
puede ocurrir que el proceso de comprensión no sea fácil porque la señal que recibe en forma de
palabras es continua, sin separación entre las palabras. A esto se suma el modo de hablar que puede
ser correcto o incorrecto. El hablante puede hacerlo rápidamente o pronunciar mal las palabras o no
usar una forma precisa, pues las características del hablante dependerán de:

⇒ si habla la misma lengua o es extranjero que “chapurrea” el lenguaje


⇒ el sexo: la mujer tiene la voz más aguda que el hombre y suele hablar con mayor rapidez. Es
común que tenga connotaciones distintas en algunas palabras, salvo que participe en coexperiencia
con el interlocutor. Estas connotaciones dependen del tema del discurso (modas, deportes, cocina,
sexo, etc.)
⇒ edad: los ancianos y los niños tienen problemas del lenguaje. Los niños porque no han
madurado todos los mecanismos de aprendizaje y uso del lenguaje. Los ancianos por fallas o
enfermedades mentales o del aparato de fonación.
⇒ la indemnidad psíquica y física: algunos minusválidos y los que padecen trastornos psíquicos
tienen problemas para expresarse.

En el caso de que no se hable la misma lengua materna (se escucha un discurso en un idioma
extranjero) la estructura sonora o fonética de la palabra no es reconocida ni comprendida. Este
fenómeno se denomina sordera fonológica y consiste en la incapacidad de reconocer los sonidos de
una lengua extraña. Las diferencias de los fonemas entre las distintas lenguas humanas no permiten a
unos reconocer los sonidos de la lengua de otros y esto afecta la percepción de las palabras. Por
ejemplo, un español o un argentino distinguen perfectamente la erre de la ele, pero ocurre que un
japonés no. Así, cuando se pronuncia la palabra “tintorería” el japonés tiende a escuchar y pronunciar
“tintolelía”. La no percepción de la variación sonora se debe a que en el japonés no existen esos
sonidos porque sus palabras no se diferencian en llevar erre o ele (“r”, “l”). Esto no afecta
mayormente la comprensión del término una vez que se conoce esta particularidad fonológica o
fonética. El proceso de oír (recepción acústica) no dependen sólo de las características acústicas de los
fonemas, sino también de la forma que los mismos “fonan” (cómo se articulan en el aparato fonador,
especialmente en la boca, donde intervienen la lengua, los dientes y los labios). Esto es importante
porque fallas del habla como las producidas por la mudez, labio leporino, paladar hendido o falta de
dentadura, afectan la estructura acústica de las palabras. Igualmente fallas del receptor (sordera)
obligan a resignar el sonido acústico en aras de los movimientos de los órganos fonadores,
especialmente del movimiento de los labios. Esto se entiende cuando se conocen los modos de
articular las letras o los fonemas. Clásicamente se sabe que la “d” y la “t” tienen apoyo dental, así
como la “v” tiene apoyo labio-dental, mientras que la “b” tiene formación estrictamente labial. De
igual manera, la abertura buco-labial dependerá de la formación de las vocales siendo la más abierta
la “a” y la más cubierta la “u” quedando el resto de las vocales en posiciones intermedias de la
apertura buco-labial. Cuando el receptor no puede visualizar el rostro del que habla (porque está lejos
o es ciego) para captar correctamente qué tipo de fonema se expresa, se suele aclarar “d” de dedo,
“b” de burro, etc. como una manera de evitar la incomprensión o distorsión ortográfica de una
palabra. Todo esto se debe a que para comprender correctamente un discurso es necesario identificar
los signos o “unidades de significación” que pueden ser palabras, frases verbales u otro tipo de signos
y por esto, cuando se habla, es importante no sólo fonar bien (pronunciar bien) sino que también en
el habla interviene la entonación, o sea, las formas de acentuar e inflexionar la voz. Las diferentes
inflexiones de la voz indican cuando se comienza o se termina una frase, las pausas dan idea de las
acentuaciones ortográficas, otras entonaciones nos manifiestan si hay extrañeza, admiración, sorpresa,
dolor, alegría y también si se nos interroga o si se afirma o niega un discurso. En este tema se aplica y
explica mejor lo del texto y contexto, porque lo qué se dice es el texto mientras que el cómo se dice
es el contexto. Además de la entonación, en el diálogo o coloquio interviene el gesto, que puede
reafirmar un discurso o mostrar que se habla sin convicción o se piensa distinto de lo que se dice. La
variación de los gestos acompaña a la entonación y así un discurso alegre se manifiesta con una
sonrisa, mientras que uno penoso se acompaña de llanto o de gestos de preocupación (seriedad facial,
ceño fruncido, etc.). Otras veces, hay disenso entre lo que se dice y el gesto y así puede ocurrir que se
esté diciendo algo supuestamente triste, pero se lo dice sonriendo. La falta de correlación entre el
discurso y el gesto puede ser signo de que no se tiene la convicción de lo que se está diciendo. O se
está manifestando en forma irónica o socarrona.

Otro punto de vista para la inteligencia comunicativa y la comprensión del lenguaje son las
relaciones sintácticas. La forma o el orden en que se utilizan las palabras cambian el significado de
un discurso. Por ejemplo si digo: “el auto atropelló al peatón” no es lo mismo que decir “el peatón
atropelló al auto”. Mientras la primera frase expresa un hecho casi común y corriente, la otra expresa
un hecho insólito y, naturalmente, el sentido de ambas es opuesto. Es indudable que las oraciones han
sido construidas con las mismas palabras, pero el orden sintáctico de las mismas cambia totalmente el
significado. En la consideración de la comprensión del lenguaje, otros factores de importancia son los
“contenidos internos” o “léxico mental” o “diccionario interno”, es decir, aquellos significados o
definiciones que cada uno da a las palabras. Por regla general, ya lo dijimos, lo más probable es que
se usen las palabras desconociendo su denotación. Es un “uso” automático adquirido en el ejercicio
del lenguaje, de escuchar las expresiones ajenas aprendidas en la familia, en la escuela, en el trabajo,
o sea, en el medio ambiente social que rodea a una persona. Si un investigador se tomara el trabajo de
hacer que cada hablante analice morfológica o sintácticamente cada palabra que pronuncia,
difícilmente la mayoría de la gente podría definir la función o la forma de la palabra y muchos
menos, su definición denotativa o etimológica. Lo propio sería que se usen denotaciones en lugar de
connotaciones, o se tengan “ideas aproximadas” de la definición de las palabras, lo que cada palabra
quiere decir. La confrontación de las palabras que se pronuncian o escuchan con las connotaciones
del “diccionario interno” puede producir varios fenómenos:

• concordancia de sentido o significado y en este caso comprensión correcta


• discordancia entre el sentido dado por el hablante y el “léxico interno” del que escucha
• identificación antelada de una palabra: el receptor reconoce la palabra antes de que el
hablante acabe de pronunciarla
• desconcierto, indiferencia o bloqueo de interpretación por no encontrar sentido a las palabras
que se escuchan.

A todo lo analizado hay que agregar otro componente en la comprensión del lenguaje para
una inteligencia comunicativa y se trata de la estructura de la frase. Una frase u oración o discurso se
construye de una forma determinada y una vez expresada la frase o discurso, se le llama estructura
superficial a “lo que se dice”. Esta estructura puede estar o no en concordancia con la intención de
“lo que se quiso decir” que a su vez constituye lo que se llama la estructura profunda. El fenómeno
de “no encontrar las palabras justas” o “no poder precisar con palabras lo que se siente” es muy
común y puede responder a distintas situaciones:

• que exista algún tipo de “bloqueo” intelectual o afectivo que impide manifestar libremente lo
que se siente
• que no se tenga en claro ese “algo” que se siente
• que exista una limitación del léxico o vocabulario personal
• que realmente no exista en la lengua la palabra justa que traduzca lo que se siente
• que exista una represión social que impide coercitivamente “decir lo que se quiere”.

Otro aspecto de este mismo fenómeno se da con determinadas frases cuyo significado es
distinto de acuerdo al contexto o circunstancias en que se pronuncian. Por ejemplo “no agachar la
cabeza” puede tener un sentido diferente si se dice en un clase de gimnasia o si se entrenan personas
para mantener erguida la cabeza (sentido literal) y otro modo de interpretarse es cuando se usa como
un consejo para dar ánimos a quien es pusilánime o reacciona sumisamente en situaciones que
debería afrontar con energía (alegoría). Si el receptor de la frase en el primer caso lo interpreta como
alegoría y, viceversa, el aconsejado lo interpreta literalmente, no habrá correspondencia entre la
estructura superficial y la profunda. Lo ideal sería la concordancia plena entre estructura superficial y
estructura profunda, de forma tal que se esté habilitado para poder expresar con justeza “lo que se
siente” y “lo que se quiere decir” sin que existan las trabas que hemos señalado someramente. Pero
aún resta ver otros puntos de vista sobre la comprensión de las palabras y es lo relacionado entre el
entendimiento y la capacidad de abstracción. En sentido debemos recordar todo lo que antes
reproducimos del trabajo de Giovanni Sartori Por lo tanto, la comprensión del lenguaje y de las
palabras es función puramente intelectual. En esto nace la inteligencia comunicativa o arte de manejar
el lenguaje. En forma opuesta, la tendencia actual del hombre a lo audiovisual (televisión) lo retrotrae
a la condición de homo videns. Bajo esta coyuntura, el lenguaje conceptual o abstracto es sustituido
por el lenguaje perceptivo o concreto que es infinitamente más pobre: más pobre no sólo en lo
relativo al número de palabras (menor vocabulario) sino fundamentalmente en la riqueza de
significado, es decir, de capacidad connotativa (fenómeno de empobrecimiento de la capacidad de
entender) Sería una especie de “desinteligencia comunicativa”.

Lenguaje auténtico

El lenguaje auténtico, aquél que todo ser humano debiera usar por ser el instrumento válido
de la verdadera inteligencia, es el lenguaje que tiene las siguientes características:

¬ Característica formal: la forma del idioma se adapta lo más posible a las exigencias
gramaticales para una expresión clara, lleva palabras cuyo significado se ajusta plenamente con el
signo y lo que se quiere expresar (respeta el significado etimológico, semántico y denotativo) (en
caso de un lenguaje connotativo, se deja expresamente aclarado qué se quiere decir con determinadas
palabras).
¬ Característica esencial: la palabra usada tiene pleno contenido y coherencia con la realidad,
no se habla por hablar, siempre se expresa un pensamiento neto o auténtico, no se juega con las
palabras (al menos sin una buena intención como puede ser una metáfora, un giro o licencia literaria)
¬ Característica de autoridad: el hablante expresa estrictamente lo que piensa y hace un
esfuerzo por transmitir un pensamiento propio, sin fines retóricos, ni sólo por “decir algo”, sino
expresando una estricta verdad
¬ Característica de coordinación gesto-palabra: los gestos que acompañan a las palabras son
completamente coherentes con las mismas. No hay doble expresión en que un gesto no condiga con
la palabra que acompaña o refuerza.

El Prof. Vicente Bodas Chico considera que existen dos tipos de lenguajes cotidianos:

1. el lenguaje auténtico
2. el lenguaje especulativo o convencional.

El lenguaje auténtico es el que expresa la verdad y lo que realmente “dice lo que se piensa y
lo que se siente”. Es el lenguaje de los niños que aún no son contaminados por el lenguaje de la
falsedad que usan los adultos. El lenguaje especulativo o convencional es el que expresa falsedades,
el que “dice lo que conviene, lo que es útil, lo que no compromete, lo que los demás quieren oír”. Es
el lenguaje de la conveniencia personal o social, el del “doble discurso”, el de la “hipocresía verbal”
cotidiana y que mancha tanto a los niños que rápidamente pasan del lenguaje auténtico al
convencional porque los modelos sociales que se le ofrecen son un verdadero panegírico de la
mentira, de no expresar lo que se realmente se quiere y siente y sólo se expresa aquello que nos traerá
un beneficio o, simplemente, decir lo que es “bonito”, lo que la gente “quiere que se diga”. El
lenguaje especulativo o convencional es el lenguaje inauténtico sin autoridad, el de la hipocresía
social y personal. El que no coordina el gesto con la palabra puesto que casi siempre los gestos que
acompañan a las frases no son justamente los adecuados al contenido de las palabras. Bodas Chico
habla de un lenguaje analógico cuando se refiere a los gestos. Según este autor, la conversación
normal o el lenguaje cotidiano, se acompaña de un 35% de palabras y de un 65% de gestos. El
lenguaje analógico comprende gestos, posturas, miradas, movimientos del cuerpo, actitudes, etc.
Todo ocurre como si “todo habla en nosotros y por nosotros”. El mismo autor asevera que con el
lenguaje verbal se puede mentir, con el gestual es menos fácil (a menos que se estudien los gestos que
acompañarán a un determinado lenguaje, como ocurre con los artistas del teatro). Los ojos y,
consecuentemente, la mirada, son la ventana del alma y no es posible mentir sin que esa falsedad no
se refleje en la mirada. La mirada expresa la limpieza de nuestra mente y corazón. Los gestos, si no
son auténticos, traicionan la frase engañosa. Freud dijo “se habla hasta con la punta de los dedos; el
engaño o la verdad pueden salir por los poros”, razón por la cual es reveladora la discrepancia entre
el tono de la voz y el gesto o el cambio de las expresiones faciales, cuando se intenta ocultar un
verdadero sentimiento. También la contradicción de los dichos, tragar saliva varias veces, levantar la
voz o cambiar nerviosamente de postura, son gestos de falta de adecuación de lo que realmente se
piensa con lo que se está diciendo. Las frases hechas que usan la afirmación continua permanente,
reiterativa y que constituyen lugares comunes, tales como “somos un gobierno honesto y
transparente”, “mi conciencia está tranquila”, “no tolero la injusticia y la mentira”, “soy incapaz de
hacer mal a nadie”, “somos personas honradas y serias”, “la verdad ante todo”, realmente pueden
expresar todo lo contrario. Por esto Bodas Chico le aplica el refrán “dime de qué alardeas y te diré
de qué adoleces”. Estar alardeando de virtudes que no son absolutas o se carecen de ellas son
“excusas que no se piden” y “ya lo dice el adagio latino: la excusa que no se pide es una acusación
manifiesta”.

El lenguaje auténtico es el que dice lo que realmente se piensa y se siente. Y para esto hay que
hablar lo justo y necesario. No decir de más ni de menos, porque “ningún volumen de palabras
puede sustituir la verdad”. Cada palabra encierra un significado. Esto es obvio y lo hemos reiterado
frecuentemente. El contenido de ese significado objetivo o subjetivo, además de manifestar nuestra
especial percepción de la realidad y la forma de dar significado a las cosas, nos intenta acercar a la
realidad. Pero acercarse a la realidad de ninguna manera significa que la palabra reflejará la realidad
tal cual es (aún con el más esmerado afán de una detallada descripción). Mucho menos cuando la
intención es interpretar un fenómeno. Palabra, según lo expresamos, deriva del latín parábola que
significa semejanza, aproximación y expresión de la realidad. Por esto, cuanto más exacto es el ajuste
del significado a la realidad, mejor expresa a ésta, acercándose a la verdad y a la autenticidad. De
todos modos, verdad o mentira, nuestro lenguaje revela no sólo lo que decimos u ocultamos, sino
que esencialmente nos revela como somos: auténticos o falsos. No hay términos medios. Por más que
finjamos ser cordiales y agradables sonriendo permanentemente y asintiendo siempre con los demás,
no lograremos transmitir la confianza y la fe, si de hecho esos gestos de simpatía y bondad no son el
fiel espejo de los sentimientos que albergamos. La inteligencia comunicativa consiste en saber
encontrar, en forma y tiempo, la expresión adecuada a las circunstancias en que se debe pronunciar
un discurso, encontrando la palabra justa y el estilo apropiado. Como toda inteligencia, debe buscar
ejercitarse con el conocimiento de los mecanismos que intervienen en la comunicación y la práctica
constante para superar las deficiencias, dificultades y conflictos que se plantean en cada “situación
comunicativa”. Es innegable que el “buen comunicador” o “comunicador inteligente” debe tener
conocimientos profundos de todos los temas que acá hemos esbozado, porque de ellos dependerá la
comunicación futura, de ese próximo siglo XXI, el cual puede resultar la “cúspide” del proceso social
actual en el buen sentido, o el derrumbe de toda la sociedad, como históricamente ocurrió con todas
las civilizaciones que alcanzaron un determinado progreso. De la preocupación eficiente y del
esfuerzo sin pausas para buscar el camino que nos lleve a una convivencia propia del ser humano
como ser inteligente, salvando los escollos que tradicional e históricamente han afectado a la
humanidad, pero que se han acentuado en la postrimería del siglo XX y que acrecienta aún más en
este comienzo del siglo XXI, dependerá un porvenir venturoso. Ese esfuerzo se llama voluntad para
educarse y el trabajo de rescatar una escala axiológica que llene de sentido a la vida. El tránsito a la
búsqueda de mejores herramientas se ha comenzado con el análisis y perfeccionamiento de los
instrumentos actuales. Pero es mucho lo que queda por aprenderse y aplicarse. Hay que evitar caer en
la tentación de los sofismas propios de intelectuales y académicos que no conducen a una eficiencia
real en la conducta del hombre. El lenguaje de hoy y del futuro próximo debe estar lleno de
contenido para evitar los yerros en que caímos y cuyo precio es la deshumanización y
despersonalización del hombre de hoy.
NOTAS

VIDA: EL MISTERIO DE LA MATERIA Y LA ENERGÍA

Los dos grandes misterios

Materia y energía siempre han sido dos grandes misterios desde el punto de vista de su esencia. Son
cosas conocidas y usadas en lo físico, pero cuando se trata de llegar a lo metafísico, se pierde la huella
de todo conocimiento, sentido y comprensión de lo qué realmente son. La vida, como un milagro,
reúne a las dos. En estos conceptos se mezclan invariablemente las ideas de materia, energía, vida y
espíritu. Lo que se desconoce o no que se quiere reconocer es que las cuatro cosas es lo mismo, pero
con diferentes niveles de expresión, de organización y de formas. Una sola esencia, varias formas de
expresión. Se conoce, exactamente, el fenómeno de la existencia de ambas, cuestión que nadie
polemiza. Por ende, nadie duda que haya materia y que haya energía. Sólo que hasta ahora siempre
se ha establecido, científica y empíricamente, que hay una dualidad entre ambas. La materia se ha
tenido como cosa material, es decir, aquello que ostensiblemente se ve, se siente o se toca. Pero a la
energía se la considera cosa inmaterial porque no es posible aprehenderla directamente por los
sentidos, sino sólo por sus efectos. Mientras la materia siempre es visible, la energía se ha considerado
invisible. Sin embargo, los fenómenos producidos por la energía, además de conocidos, son
visualizados cuando la energía se “materializa” al interactuar sobre la materia. Lo extraordinario de
todo esto es que si bien se considera a la energía como algo distinto de la materia, en la realidad,
materia y energía están siempre juntas constituyendo un todo, de forma tal que cuando ese todo se
desintegra se pierde la materia y aparece sólo la energía. Con los adelantos de la ciencia física se logró
transformar la materia en energía y viceversa. Esto motivó que se supiese que, de algún modo,
materia y energía constituyen una sola cosa y están indisolublemente unidas en todo ente material
para constituir a éste como tal. El problema de la esencia de materia y energía no es objeto de la
ciencia en manera precisa, sino de la filosofía. La ciencia, quizá, ha logrado develar el misterio de
materia y energía, pero como trabaja en compartimientos estancos y desde meros puntos de vista, no
tiene la capacidad para integrar en forma global los conceptos referentes a la esencia de cada una.
Sólo el pensamiento holístico, abarcador y englobador, de naturaleza metafísica, tiene hasta el
momento, la capacidad de lograr integrar el conocimiento científico y ese pensamiento metafísico es
más patrimonio de la filosofía que de la ciencia física, matemática y exacta. Cuando un físico desea
ahondar el concepto de materia y energía, debe apelar indefectiblemente al pensamiento filosófico e
ir más allá del experimento físico. Esto es, llegar a la metafísica. Mi particular preocupación e
intención es lograr, aunque sea en forma imperfecta, un puente en lo relativo a la esencia de materia
y energía, que abarque tanto lo físico como lo metafísico. En esa instancia, deberé apelar al
conocimiento científico para poder entender parcialmente lo metafísico y darle consistencia suficiente
para evitar que se llegue a entender o creer que cuánto se diga en lo metafísica es sólo simple
especulación, sin asidero científico. Todo lo contrario: partiendo de la ciencia, la metafísica puede
demostrar la naturaleza de la esencia de lo físico. ¿Por qué esta preocupación? Porque intuyo que en
su esencia, energía y materia es lo mismo. Comenzaré, entonces, con los propios conceptos de los
científicos que más han trabajado al nivel molecular de la materia, logrando desentrañar como la
materia se convierte en energía o como es posible transformar energía en materia.
La cuestión lingüística

En el fondo de la cuestión materia y energía yace, asimismo, un problema lingüístico. Materia


y energía son palabras. Como todo vocablo, el sentido dependerá de diversas variables. En forma
inmediata hay un sentido y significado dado por el diccionario. Esto es lo denotativo. Pero hay otro
sentido fuera del diccionario y es el sentido connotativo. Dentro del sentido connotativo entran todos
los significados impresos por la ciencia, la filosofía y otras ciencias o disciplinas del conocimiento y
saber humano. Pero fundamentalmente impera el sentido particular que cada uno quiere darle al usar
las palabras. Por último, está el sentido del contexto en que se usa la palabra. No es lo mismo un
entorno filosófico, que uno científico o uno religioso. Cada una de estas formas de saber da el
sentido determinado por la idea, sentimiento o creencia o la rigurosidad de un fenómeno en
particular. Lo importante es no perder de vista el significado y sentido etimológico que es el que dio
origen a la palabra. Ese sentido está por encima de cualquier connotación. Para evitar conflictos de
comprensión y comunicación, la excelencia consiste en usar la palabra dentro de lo etimológico para
evitar confusión o puntos de vistas equívocos o diferentes, sobre un mismo fenómeno.

En nuestro caso, etimológicamente entenderemos por energía a todo lo que implique el


sentido de fuerza y a fuerza la comprenderemos como “eficacia, poder, virtud para obrar”, esto es,
la “capacidad de hacer u obrar”, de promover una actividad. En Física se aceptaba que la energía
pura es la que conlleva la “capacidad de trabajo” y es la que actúa “sin desplazamiento de la
materia”, pero la Física Molecular ha determinado que siempre que actúa la energía, el canal de la
misma son partículas subatómicas, lo que significaría que si no existieran las subpartículas, no se
“materializa” (no actúa) ningún tipo de energía. Luego, necesariamente todo tipo de energía tiene un
sustrato material, aunque sea en la mínima expresión de materia como son las partículas
subatómicas de carácter infinitesimal. Se refuerza, así, el carácter de un todo bajo la faz materia-
energía.

En cuanto a materia, etimológicamente proviene del latín y significaría la “sustancia real


primaria de la que están hechas las cosas que tiene propiedad de espacialidad (ocupa espacio) y que
es perceptible por los sentidos. Junto con la energía, constituye el mundo físico”. En síntesis: para la
Física materia es todo aquello que ocupa un lugar en el espacio y posee masa. El vocablo materia ha
generado otro conocido como antimateria.

La antimateria se define como “la materia compuesta de partículas elementales, en las que
algunas propiedades de una partícula normal, en especial la carga eléctrica, se presentan invertidas.
Por ejemplo, al electrón corresponde una antipartícula conocida como positrón. Las dos partículas
tienen la misma masa, pero la carga eléctrica del electrón es negativa y la del positrón, positiva. El
contacto entre materia y antimateria provoca la aniquilación de ambas y la liberación de grandes
cantidades de energía en forma de rayas gamma. La antimateria puede llegar a producirse en la
naturaleza debido a la acción de los rayos cósmicos, y en forma artificial, durante brevísimos
períodos de tiempo dentro de un acelerador de partículas. Algunas teorías aceptan la posibilidad de
que partes del universo estén compuestas totalmente de antimateria”. La raíz latina emparienta a
materia primero con madera y muy lejanamente con madre (mater) Lo bueno de este concepto es que
reconoce la indivisibilidad de materia y energía que en su conjunto es lo físico por excelencia.

La opinión científica

Robert Oppenheimer después de haber contribuido a construir uno de los primeros


elementos bélicos más destructivos de la historia humana, planteó algunas dudas sobre las ciencias y
la naturaleza de la materia. En su experiencia hubo de examinar elementos tales como electrones,
mesones, procesos de colisión y decadencia radiactiva. Cada una de esas palabras científicas significa
una verdadera epopeya de experimentos, observaciones, equipos sofisticados, errores, análisis,
imaginación y fatiga. Pero ni una sola de esas palabras referentes a la constitución última de la
materia se refiere a cosas visibles en la vida cotidiana y a ninguna experiencia de la vida diaria. Se
convive con esa materia y sus elementos casi invisibles, pero ni la mente ni la ciencia, pueden hacer
tangibles a un nivel vulgar y práctico, la existencia de los mismos. Sólo es un privilegio de
complicados laboratorios y de interpretaciones sumamente abstractas y aspectuales, susceptibles de ser
cambiadas, según el punto de vista con que se estudien. Lo físico es un complejo de macropartículas
(moléculas), micropartículas (átomo) y subpartículas (las que contiene un átomo) La ciencia natural
ha efectuado descubrimientos que han llevado a la invención y ésta llevó a la técnica y a la práctica.
Todas las instrumentaciones científicas han transformado la conformación de nuestro mundo, el cual
ha cambiado su aspecto cada día, casi tanto como nuestro conocimiento de la naturaleza. Pero nada
de eso cambia la esencia de las cosas y los cambios son todos artificios que operan sobre una
materia maleable pero todavía indomable en lo absoluto. Cuanto más se conoce sobre la estructura,
más se ignora sobre la materia. Es posible que los conceptos filosóficos de la antigüedad haya tenido
una mejor idea global de esa naturaleza, que la ciencia de este siglo XXI, que conduce sus
experimentos siguiendo rutas que se están trazadas y que sólo deben encontrarse. Hay tantas rutas,
como proyectos pueda formular la mente humana. Esto complica hasta el infinito el conocer lo qué
es en sí la materia. Cada vez que se encuentra una nueva pista, la misma conduce a un cada vez más
intrincado submundo y termina, como todas las anteriores, en los laberintos del misterio ontológico.
Por más que se sepa de átomos y energía, no se conoce en absoluto el origen y el destino final de los
mismos. El hombre altera el curso natural de los sucesos físicos. Maneja lo “ya dado” pero no puede
crear algo absolutamente igual a lo natural. Siempre termina con inventos artificiales que nada tienen
que ver con los designios naturales. Más aun: la misma naturaleza se encarga de corregir o enmendar
muchas de esas recreaciones artificiales. Se habla de una co-creación cuando en realidad debería
hablarse de re-creación, pues el hombre no crea nada similar a lo natural ya creado, sino que parte de
este material para crear (inventar) cosas artificiales o emular lo natural, como ha intentado con la
clonación genética.

Los científicos buscan nuevas verdades sobre el mundo, pero la ciencia posee rasgos que le
son comunes con otras actividades humanas. Incluso, tiene una larga experiencia acumulativa a través
de los siglos y la ciencia de hoy construye en parte sobre el pasado, mientras que la ciencia del futuro
tiene sus bases en el presente. De este modo fluctúa entre un pasado omnipresente y un futuro que
nunca llega pues siempre es presente. Esa ciencia presente es una especie de archivo de serendepidad,
error, asombro, invención y comprensión, que tomado en su conjunto, es un archivo de tradición.
Estas tradiciones, independientes en alguna medida, son tan esenciales para la comprensión de una
parte de la biología, de la astronomía o de la física, como lo es nuestra tradición humana en general,
para la existencia de la vida humana civilizada y de las relaciones entre nosotros. La Física, que
tradicionalmente se ocupó de investigar a fondo la constitución de la materia, yendo tras la pregunta
fundamental: ¿de qué esta hecha la materia?, cumplió una etapa de la física de la partícula, luego de
la física del átomo y finalmente de la física de la energía. Ha descubierto que la materia se
transforma en energía y viceversa. A pesar de tan tremendo conocimiento lo único que logró es
ahondar más el misterio sobre materia y energía y los mecanismos de interacción entre ambas, en
forma natural. El hombre puede manipularlas en forma artificial, pero esto no tiene nada que ver con
los mecanismos de los procesos naturales. La estructura de la materia primero se le presenta al nivel
de partícula (macropartículas), luego de molécula y finalmente de átomos y energía. La biología y el
misterio de la vida todavía han quedado en la estructura molecular y no la puede trascender, siendo
su último objetivo la biología molecular, especialmente dedicado al estudio de los genes y las
proteínas que intervienen en los ciclos vitales. Pero ninguno de estos conocimientos materiales le
lleva al misterio en sí de la energía que mueve el proceso vital. Luego, la investigación científica
padece tres grandes problemas:
1. los de la dificultad de encontrar respuestas
2. las novedades que van surgiendo y que debe integrar a un todo con algo de significado y
razonabilidad
3. la aventura que en sí significa explorar caminos no conocidos

La teoría atómica del ilustre pensador griego Demócrito, aun en plena vigencia en el siglo
XX, fue puesta en dudas a pesar de todo el conocimiento adquirido en ese siglo sobre el átomo (el
auge del átomo llega en el siglo XX a tal punto, que muchos historiadores piensan, desde el punto de
vista cultural y científico, debe ser llamado el siglo del átomo). Solo el afianzamiento sólido de los
descubrimientos, experimentos e inventos atómicos despejaron la duda de la existencia del átomo. La
noción de que la materia está compuesta de átomos es muy antigua, pero necesitó la confirmación
fehaciente para ser aceptada. Empero, por más que los científicos avanzan en sus metas y propósitos
y resuelven gran parte de los problemas que ellos mismos plantean, ante sus dudas sobre la esencia de
las cosas, en cuanto logran una resolución parcial de los mismos, se abren nuevos horizontes sobre
otros conceptos de orden y armonía natural, que los introduce en vericuetos que son verdaderos
laberintos de caminos varios y sin aparente salida. Esto significa, lisa y llanamente, que el misterio
final no está develado. Cuando se cree que se ha dilucidado la estructura de la materia inerte
(inorgánica), se encuentran con los desafíos de desentrañar el misterio de la materia viviente
(orgánica). Este siglo XXI empieza con un hombre muy preocupado y ocupado en lo biológico. No
obstante, la energía, que la Física ha mostrado que es parte de la materia, en los problemas biológicos
es desconocida. Se está conociendo mucho de lo molecular pero se desconoce también mucho de la
energía vital.

La tesis de una materia primordial, aquella que sería la causa final de las materias inorgánicas
y orgánicas, no ha sido confirmada y el hombre no ha tenido éxito para hallar esa materia. En
Ginebra, Suiza, un grupo de científicos están utilizando un acelerador de partículas LHC (Gran
Colisionador de Hadrones), para buscar una partícula fundamental que explique el origen de la
masa. Oparin, un investigador ruso y otros estudiosos, lograron constituir una especie de membrana
con elementos inorgánicos y esta membrana tenía funciones de crecimiento autónomo, algo así como
tiene el gen para partirse y formar otra cadena de genes dando origen a nueva vida; o la facultad de
las moléculas orgánicas para combinarse y crear las moléculas de la vida (carbohidratos, grasas,
proteínas, vitaminas, etc.). La membrana inorgánica que se expandía por su propia autoconstrucción,
de ningún modo terminó en un proyecto o proceso que llevara a formar un organismo. Simplemente
fue eso: una membrana inorgánica con capacidad de autorreproducirse, o mejor dicho, expandirse
(naturalmente en un parámetro determinado previamente, o sea, una solución especial. Fuera de ella
terminaba su capacidad expansiva. Algo totalmente distinto a la vida, la cual puede adaptarse a todos
los medios y generar especies diversas, algo así, como una cosa específica para cada ocasión en
particular) A pesar de todos los experimentos y las concepciones basadas en ellos o las conclusiones,
no hay dudas de que el carbono es el mismo para la materia como para la inorgánica y de igual
modo todos los elementos que ambas comparten. Tampoco hay dudas de que la energía vital, como
la energía que hay en lo inorgánica, opera sobre moléculas o es producida por sustancias
constituidas por moléculas, partículas y subpartículas. Luego, en ambas materias (orgánica e
inorgánica) existe una misma forma energética de operar. Las moléculas generan energía, la
energía mueve las moléculas. La conjunción energía-molécula es innegable. En cierto modo esto
lleva al concepto de materia primordial, pues tanto las moléculas orgánicas como las inorgánicas
operan con iguales elementos y una energía que sólo se diferencia por los efectos, pero no por su
esencia. Probablemente si el hombre lograr desentrañar el misterio de la materia o hallar el hilo
racional en los estudios actuales que lo lleven a esclarecer la esencia de esa materia primordial, algo
así como la piedra filosofal de los alquimistas (utopía más mágica que real), desentrañe el misterio de
la energía y de la vida misma. Hay hechos y descubrimientos muy indicativos en ese sentido. La
transmutación o mutación está muy cerca de ser obtenida tecnológicamente. Si esto ocurre, podrá
comprender el misterio encerrado en cada ente, que en sí, es una unidad total donde materia y
energía conviven de forma tal que es imposible distinguir a cada una por separado, dentro del todo.
Para lograrlo hay que fisurar al ente y la fisión conseguirá la manifestación de la materia y la energía
en forma separada, del mismo modo que la fusión permite reconocer la constitución de un todo a
través de las partes. En ese instante también el hombre podrá conocer la esencia del alma que es la
energía que está del cuerpo unida inseparablemente a cada una de sus moléculas. Si logra conocer y
entender al alma estará ya habilitado para comprender el espíritu. Esto es: conocer su ser. Pero
mientras no realice el esfuerzo para comprender todo lo que va conociendo de materia y energía y
fusionarlos en un sentido total, la idea de llegar a ese conocimiento no pasa de ser nada más que una
aspiración, tipo piedra filosofal, donde todo parece de ciencia-ficción o algo más mágico que real.
Una de las reflexiones más interesantes sobre materia y energía la encontré en Francis Collins quien
cree que el Universo realmente surgió del Big Bang “una singularidad inimaginable de energía de
hace alrededor de 13,7 mil millones de años. A unos segundos de la explosión original, la materia se
combinó con la energía. Aparecieron pedacitos de una cosa llama quarks, algunos en forma de
materia y otros como antimateria. Parece muy probable que las condiciones originales produjeran
estos quarks opuestos en cantidades iguales, pero por alguna razón inexplicable hubo un quark de
materia extra en cerca de cada mil millones de pares. Estos quarks extras sobrevivieron y avanzaron
para convertirse en protones, átomos, moléculas, galaxias y seres humanos. La explicación más
simple es que no se trata de un accidente, que estos parámetros tienen el valor que tienen por una
razón y esa razón es un Dios a quien le encantan las matemáticas y que, para empezar, le interesa
que exista un Universo. De esto surge dos cosas: el Universo aparece en forma demasiado compleja
para sólo haber sucedido. Lo otro es que la presencia en el hombre del impulso moral de hacer el
bien no puede surgir de una mera selección natural”.

Las partículas subatómicas: el camino para desentrañar el misterio

Lo que más contribuye a conocer, científicamente, el fenómeno de la materia y la energía en


su interactuar, es el misterio de la existencia y la acción de las partículas infinitesimales de la materia y
su mínima expresión estructurada: el átomo. Dentro del átomo, las denominadas partículas
subatómicas, aquellas que son responsables de todos los fenómenos energético-materiales, las
responsables de mantener el todo unido. Estas subpartículas operan como la más mínima expresión
de lo material e inmaterial (materia y energía) Las partículas subatómicas y sus movimientos fueron
antelados por investigadores como Mark Planck en su teoría de la mecánica cuántica, la que
preveía que los movimientos de los electrones producían fenómenos que daban la sensación de que
un electrón parecía estar en dos partes al mismo tiempo, o en ningún lugar hasta que alguien lo
observa. De igual modo, a la rigidez de los enunciados de la Física tradicional, Werner Heinsenberg
opuso el principio de incertidumbre que surgió de la observación de que las partículas solían
comportarse como que no poseían velocidades ni posiciones definidas y que sólo actuaban en forma
estocástica, esto es, sujetas a movimientos azarosos, de acuerdo a las circunstancias en que se
encontraran. Esto significaba que de acuerdo al grado de velocidad o determinadas posiciones, las
partículas podían ser inertes, generar partículas radiantes, provocar movimientos internos sin
expresión externa o generar ondas de diferentes naturalezas. Si las partículas hubieran estado sujetas a
reglas fijas, nada de esto sucedería. La incertidumbre de cómo va a moverse una partícula para
expresarse de un modo en particular es lo que generó el principio de Heinsenberg. Pero, como luego
analizaremos, la referencia a un fenómeno cierto como es lo observado por Planck y Hainsenberg,
de ninguna manera significa que todo está dicho. Haber logrado la fisión del átomo fue sólo un acto
muy pequeño en relación con lo que el mundo de la Física posmodernista estaría buscando e
ideando. Ya no interesan ni los electrones, ni protones ni neutrones, considerados “megapartículas”,
en relación con otras partículas infinitesimalmente más pequeñas que las partículas atómicas, razón
por la cual se las llamaría “partículas subatómicas”. Las partículas subatómicas comparten el raro
mundo de la barrera que divide la materia de la energía pura, pues además de ser el medio son la
causa de que la materia visible se vuelva energía invisible, y viceversa.

La energía cósmica es la que permite que astros, planetas y otros elementos estelares estén
inmersos en el macrouniverso, en una órbita casi constante y movidos por fuerzas de atracción y
repulsión que misteriosamente hacen que jamás se rocen entre sí. Parte de esa energía, al menos la
más apreciable, es la energía solar, siendo el sol la aparente fuente principal de energía cósmica Algo
similar a la energía cósmica en lo relativo a atracciones y repulsiones ocurre en el átomo y con las
partículas de toda naturaleza de la materia. Se mueven en un microuniverso produciendo fenómenos
imprevisibles y logrando mantener el equilibrio de la cohesión molecular y particular y el proceso de
la formación y disolución de la materia, en un constante ciclo móvil. La movilidad de las partículas
de la materia es extraordinaria y, aún en la materia aparentemente más sólida, todas sus partículas y
subpartículas se encuentran permanentemente en movimiento, como títeres de una energía muy
particular y misteriosa. Hemos inventando la energía cósmica como el gran gigante milagroso que
mueve todo el universo conocido y desconocido y gravita sobre el microcosmo del mundo atómico y
subatómico, como un brazo extenso que se prolonga desde lo infinitamente muy grande hasta lo
infinitamente muy pequeño. No hay dimensión en ese mundo particular (atómico y subatómico)
donde materia y energía conviven perennemente. Pero tampoco la hay en el mundo cósmico,
claramente basado en el mundo particular. Todo conduce a pensar que hay una sola energía y una
sola materia en esencia, pero que se vuelve variable y múltiple en la presencia formal. Esencialmente
es una, formalmente varia. Este fenómeno de la unidad con formalidad diversa está presente en todo
lo existente, tanto conocido como desconocido. Ahí nace la tremenda dificultad de conocer
cabalmente el todo, puesto que siempre el conocimiento al cual accede el hombre en forma directa es
aspectual. El conocimiento global e integrador se genera en un esfuerzo abstracto intelectual pero
nunca surge de la experiencia directa. Por esa razón se habla de un pensamiento metafísico, pues
siempre está más allá de lo meramente físico. Parte de lo físico pero se aparta luego para llegar a otra
instancia fuera de lo físico. Como dijera Pestalozzi, va de lo concreto a lo abstracto, de lo simple a lo
complejo. Así como la fuerza integradora (organizadora) y originadora de todos los entes es una
abstracción compleja y difícil de comprender, el pensamiento metafísico recrea los conceptos que
ayudan a entender y conocer de algún modo, los misterios tales como el planteado por la energía y la
materia, en cuanto a su esencia, formas y modos de operar. Pero esa mente humana con capacidad de
abstracción va desentrañando paulatinamente lo que era en principio un misterio absoluto, llevándolo
al campo de lo relativo. Cada vez quedan menos duda de que materia y energía son una sola cosa y
están constituidas por los mismos elementos: subpartículas. Esto cambia totalmente el concepto
absoluto de que materia y energía eran dos cosas distintas. La Física Molecular despeja ese misterio y
aclara que la ignorancia y la duda se basaban sólo en el concepto de visibilidad e invisibilidad de las
partículas y subpartículas. De igual modo, los conceptos de materia y antimateria, dado que se
concebía a la materia como una sustancia concreta y hasta sólida. Hoy, al conocer que es
disoluble, esto es, pasible de desaparecer, apelando al eterno juego lingüístico se inventa el
neologismo antimateria. Pero lo cierto es que no hay tal antagonismo puesto que materia y
antimateria es lo mismo: subpartículas que actúan de modos diferentes. La materia construye entes y
la antimateria se encarga de rediseñarlos por lo que aparentemente aparece como oposición, cuando
en realidad es un elemento organizador. Así, todo el universo conocido y desconocido se maneja,
hasta donde puede llegar el conocimiento humano, bajo un juego de movimientos particulares. El
único misterio no resuelto es el proceso o mecanismo por el cual esas subpartículas se organizan o
mueven en un sentido u otro. Vuelve al meollo de toda cuestión, el misterioso principio organizador
que rige la creación de todos los entes. La imposibilidad de un conocimiento cierto empuja al hombre
al campo de las meras creencias o fe y la explicación será por la fe natural en el ente abstracto
denominado Naturaleza o por la fe religiosa y el principio organizador será un ente absoluto llamado
Dios. La confusión entre ambos conceptos induce a algunas mentes a ver a Dios en la Naturaleza o
que la misma Naturaleza es Dios (panteísmo). A continuación analizaremos algunos esfuerzos
científicos para dilucidar esta cuestión que hemos venido abordando.
Materia y antimateria

Conocidas las partículas atómicas y la fisión nuclear que originó la formidable energía
atómica, a los físicos se le plantearon miles de interrogantes para imaginar cómo era el misterio que
recién comenzaban a conocer tras la fisión nuclear. Esa fisión fue la apertura de un inmenso
recipiente que tenía acertijos inconmensurables en relación con lo descubierto y conocido. Así, la
materia estaba sujeta a fuerzas que la integraban, las fuerzas que hacían posible la existencia de la
materia y que actuaban como fuerzas pro-materia. Pero existían otras fuerzas que eran las que
desmenuzaban esa materia para convertirla en energía, en des-materializarla para in-materializarla. Es
el conjunto de fuerzas que constituían la antimateria. Ahora ya se sabía, entonces, que todo el mundo
existente era un conglomerado de partículas que se ordenaban y desordenaban bajo el influjo de
fuerzas misteriosas pero reales. Y que esas fuerzas no eran cosas imposibles de asir o conocer puesto
que actuaban moviendo partículas y subpartículas. Después de conocer protones se descubrieron los
antiprotones, fotones, etc. Pero quedaba un submundo de partículas que poco a poco tomaron
nombres propios como hadrones, fermiones, leptones, mesones pi, etc. Todo lo conocido
materialmente, tanto orgánico como suborgánico e inorgánico depende de estas fuerzas que mueven
en un sentido u otro a las mismas partículas y le confieren el fenómeno de ser orgánicas (vida) o de
ser inorgánicas (materia en general). Estas fuerzas organizan el macrouniverso de las galaxias
conocidas y a conocer y al microuniverso de los cuerpos materiales en general y de sus partículas en
especial. Era muy difícil comprender como los cuerpos celestes y las moléculas y partículas de la
materia y micromateria podían moverse (protones y electrones) atrayéndose o rechazándose sin que
ocurra un verdadero milagro. “Algo” debía intervenir para que eso ocurriera que a manera de “pelota
de ping-pong” pasara entre las partículas moviéndolas en una dirección u otra y provocara el
intercambio de partículas que no sólo genera la energía sino que causa todos los procesos macro y
micromateriales. Esas partículas “pelotas de tenis o ping pong” se denominaron bosones y se
clasifican en dos tipos w y z. De esa forma habría cuatro fuerzas primitivas que regían todo el
proceso universal:

1. fuerza de gravedad (que rige los cuerpos celestes)


2. electromagnetismo (que rige los movimientos de las partículas de la materia)
3. fuerza nuclear fuerte (que conserva la cohesión del núcleo del átomo)
4. fuerza nuclear débil o fuerza “electrodébil” (responsable de la disminución gradual de la
radiactividad)

La fuerza “electrodébil” o fuerza nuclear débil es la producida por los bosones. Los bosones
w se fraccionan en dos partículas:

a. una similar a un electrón: electrón bosónico


b. y otra que es antineutrino.

La teoría de los bosones fue expuesta por Peter Higgs y se conoció como el bosón de Higgs
en 1964 y fue confirmada por Carlo Rubia y Simon van der Meer quienes recibieron el Premio
Nóbel de Física en 1984. El bosón es lo que encuadra, hasta ahora, con la buscada “partícula
fundamental” (también denominada “partícula divina” o “partícula de Dios”. La física cuántica (que
es la que más cuadra para el estudio de subpartículas, pues fue la primera en anunciar su existencia a
través de su teoría cuántica) ha descrito en teoría la interacción entre partículas subatómicas que son
el sustrato de lo llamado materia. Esta teoría cuántica previó la existencia del bosón para poder
comprender y explicar el mecanismo por el cual el resto de las partículas conocidas adquieren su
masa. La inexistencia del bosón pondría en una situación crítica a todos los modelos propuestos para
conocer la naturaleza de esa masa. Hasta hace poco la física manejó ecuaciones que necesitaban
elementos tales como masa y energía. En el futuro es casi seguro que esas ecuaciones deberán
modificarse a medida que el nuevo conocimiento “particular” y “subparticular” haya superado al
“molecular” tornando obsoleta la Física Molecular. Los bosones surgen de hacer chocar un protón
con un antiprotón. El antiprotón es un “antimateria”, pero idéntico al protón, salvo que tiene carga
negativa en lugar de la positiva que tiene el protón. Su vida es brevísima pues al chocar con una
partícula de materia ambas desaparecen y se transforman en energía pura invisible, por ser constituida
por subpartículas nuevas que no se podían detectar con aparatos de imágenes. No obstante, el
empeño de los científicos por averiguar en qué se transformaban los elementos que disolvían lo
antiprotones les produjo la inquietud de producir el choque de protones y antiprotones para lo cual se
diseñó un colosal aparato detector que se denominó el Súper Sincrotón de Protones (cuyas siglas en
inglés es SPS). Este aparato fue complementado por otro a manera de túnel y que se denominó Gran
Colisionador Electrón-Positrón (cuyas siglas en inglés son LEP). Estos dos aparatos servirán para
contestar otras preguntas tales como:

∗ ¿tienen masa los neutrinos?


∗ ¿podrán desintegrarse los protones?
∗ ¿Existe una sola fuerza esencial que controla el movimiento de todos los objetos materiales?

La teoría de la unificación

Los físicos de hoy (así como los antiguos alquimistas buscaban la piedra filosofal),
intentan encontrar lo que han dado en llamar la “teoría de la gran unificación”. Esta teoría llamada
también “teoría del todo” es la que explicaría como una única fuerza es capaz de formar la energía y
la materia, sin que existan fuerzas diversas. Sheldon Glashow ganó un premio Nóbel de Física al
demostrar la unificación de las fuerzas electromagnéticas y la fuerza nuclear débil para explicar las
desintegraciones subatómicas y la generación de energía o la formación de materia a partir de la
energía. Este también fue un paso importante que demostró la tendencia a la unidad en las acciones
físicas de las fuerzas que regulan la formación y la desintegración espontánea de materia como la
formación de energía y la acción de dicha energía, tanto en la desintegración como en la formación
de materia. Sin embargo, este investigador duda si la teoría del todo es una teoría física o una
cuestión filosófica. Nosotros pensamos que es una especie de filosofía de la física, ya que partiendo
de conceptos físicos se amalgama la cuestión filosófica de la unidad de la materia con la energía. Es
una nueva forma de conjugar lo físico con lo metafísico, pero sin usar el lenguaje propio de la
filosofía clásica. Es un lenguaje intermedio entre la ciencia estricta y el pensar metafísico filosófico.
La mecánica cuántica, la teoría de la relatividad y la teoría de la gravedad explican a diversos niveles,
la acción particular de la energía. La teoría de la gravedad opera a nivel de órbita terrestre, la teoría
de la relatividad describe el universo a gran escala y la mecánica cuántica explica el mundo atómico.
Incluso hoy se maneja la “teoría de las cuerdas”. Las cuerdas serían objetos fundamentales del
universo. No son puntuales sino alargados y sin grosor: sólo tienen una dimensión. Las partículas
subatómicas que se han observado naturalmente son modos de vibración de esas cuerdas y son a las
cuerdas, lo que las notas musicales a las cuerdas de una guitarra: modulan la forma de operación de
esas cuerdas. De esa manera, todas las fuerzas de la naturaleza se pueden entender como interacciones
entre cuerdas. El físico Freeman Dyson grafica la teoría de las cuerdas como si fueran un cordel de
esparto carpeteando en una habitación oscura. La teoría de las cuerdas ha sido duramente rebatida
por la física de partículas, representada en el llamado Modelo Estándar que se reduce a comprobar
con gran precisión todas las teorías. Pese a las sutilezas de la teoría de las cuerdas no hay ninguna
duda de que todo está movilizado por partículas, por lo menos, como hasta el presente lo acreditan
los estudios realizados. Incluso algunos científicos afirman que cuando se consigan los aceleradores
adecuados, los postulantes de la teoría de las cuerdas deberán aceptar que en la base de todo sólo hay
partículas. Que estas partículas pueden actuar como cuerdas, como paquetes de energía o como meras
ondas de energía y de fuerzas, que sería la explicación final de todos los fenómenos y la verdadera
teoría del todo. Randall y Rama Sundrum publicaron en 1999 en Physical Review Letters el modelo
llamado Randall-Sundrum que propone que nuestro universo tiene cinco dimensiones, en las cuales
todas las partículas elementales (salvo el gravitón, partícula responsable de la gravedad) se mueven en
una especie de “hoja” que tiene una dimensión menos (en el lenguaje técnico, 3 + 1 dimensiones –
una dimensión temporal y tres dimensiones espaciales). Este modelo permite una gran cantidad de
variables pero siempre basadas en la teoría de las partículas. Ergo, por todo lo expuesto, no es
descabellado deducir que

1. materia es lo constituido por átomos y moléculas y


2. energía por las subpartículas capaces de generar materia o de destruirla (antimateria), o, al
menos, permanecer como tales sin “fabricar” materia alguna.

Lógicamente, si materia es sólo partículas y energía subpartículas, configuran un todo que es


la misma cosa pero en diferentes dimensiones. Esto desecha definitivamente la clásica creencia de que
materia y energía eran entes distintos. Incluso, va a obligar al hombre a cambiar nombres o darles
nuevas denotaciones y connotaciones a los ya existentes. La teoría de las cinco dimensiones debilitó
la teoría de las cuerdas e incluso introdujo otras teorías que llegaron a hablar de diez dimensiones y
últimamente se maneja la undécima dimensión. Todas estas confusiones surgen por haber observado
fenómenos compatibles con una u otra teoría. Lo cierto es que todo lo que existe y es en el universo
completo, se puede manejar por ondas, cuerdas, paquetes y otros fenómenos que se dan en cualquier
dimensión y desafían el concepto de espacialidad y temporalidad que tiene la mente humana. Es
indudable que hasta ahora, dicha mente no ha podido abarcar en extensión y profundidad toda la
esencia de los entes inmersos en el Universo. Hay una lucha denodada entre los esquemas
intelectuales que pugnan por buscar un orden, una razón, una norma y una ecuación matemática para
poder abarcar, encerrar y comprender un fenómeno. Pero la dinámica de los entes y sus partículas
constitutivas es tal, que escapa permanentemente a toda concepción intelectual humana. De ahí que el
hombre deba suplir lo estrictamente tecnológico y científico con la especulación metafísica y
filosófica para cerrar los esquemas que cree haber interpretado o descifrado, en relación con los
fenómenos del Universo (formación del universo, fuerzas y sustancias que interactúan, el
mantenimiento del orden y la función, etc.)

Los hechos inobjetables

Tras la observación de todos los fenómenos fisicoquímicos hechos hasta el presente y, pese a
las complicadas teorías físicas y químicas, no queda ninguna duda de que materia y energía no son
dos entes distintos sino dos formas de manifestación de una misma cosa. Hemos hablado de materia
desde siempre, refiriéndonos a las formas de la misma como moléculas y partículas que impresionan
a los sentidos y son susceptibles de ser apreciados por su impacto sobre aparatos tecnológicos de
registro o de modificación de esas partículas y moléculas. Es innegable que sin partículas ni
moléculas no habría energía. Es lo que sucede con el fenómeno mente-cuerpo, otra forma indisoluble
de materia y energía. Todo el misterio está en el mundo de las partículas, las cuales no sólo
constituyen el submundo de átomos y partículas subatómicas, sino que van más allá de toda
observación y suposición, sorprendiendo a los científicos a medida que la tecnología permite
desarrollar aparatos más sensibles y más sofisticados que develan el misterio del mundo particular (el
mundo de las partículas). A pesar de que en el conjunto macroscópico todo parece obedecer a
relativas leyes de estabilidad, el mundo particular, en especial el submundo de las partículas
infinitesimales, se mueve, aparentemente, de manera estocástica y errática, lo que permite que de un
modo de presentación den lugar a un fenómeno determinado, pero al cambiar el modo de
presentación cambia el fenómeno. ¿Este fenómeno de cambios imprevisibles responde a un modelo
caótico que en el fondo guarda un orden determinado? ¿O es simplemente un caos permanente que
no responde a ningún fin en particular y que actúa desordenamente, pero sus efectos conllevan un
cierto orden?. Hasta ahora, la ciencia ha demostrado que siempre que ocurre un fenómeno, aún los
considerados caóticos, se observan ciertos parámetros que sin ser absolutos, de algún modo imponen
una cierta regulación a la ocurrencia de los fenómenos materio-energéticos. Esto se va descubriendo
a medida que se profundiza el conocimiento de partículas y subpartículas. Ya no se duda que la
misteriosa energía “invisible” no es tal. Son subpartículas (algunas conocidas como los bosones) en
movimiento que imponen una “inestabilidad” de otras subpartículas y partículas que a su vez inciden
en las moléculas y luego en el cuerpo material visible a los sentidos. La acción energética es un
fenómeno que “aparece” sólo cuando es percibida por los sentidos en forma directa o a través de
aparatos detectores. Pero su existencia y acción es permanente, aún cuando no es captada (percibida)
de ninguna forma. Dado que en el fenómeno en bloque de materia-energía no es posible determinar
por separado a ninguna de las dos, hay que tener en cuenta que energía es siempre subpartículas en
movimiento. Ese movimiento puede ser referido a una presunta “unidad de mínima expresión”, que
en forma de célula (en el sentido de lo elemental) vendría a constituir la más mínima expresión del
fenómeno materia-energía. Quizá, el cuanto, de algún modo, sea la referencia a esa unidad, donde un
grupo de partículas y subpartículas interactúan con poder potencial de expresión. No expresan
ningún fenómeno, pero lo encierran en forma latente. Cuando por alguna modificación de la
“estabilidad inestable” o equilibrio instable esa unidad pasa a expresarse moviendo a otras unidades,
es el momento en que sus acciones pueden ser percibidas como fenómenos patentes. Esta sencilla
reflexión empírica explicaría el fenómeno hasta ahora no resuelto por ninguna ley o fórmula de la
teoría cuántica en cuanto a lo referido como energía cuántica y formación de ondas o emisión de
radiaciones. Cuando la unidad materia-energía está aparentemente “quieta” o potencial, es quantum o
cuanto, pero cuando se pone en marcha puede ser radiación en cualquiera de sus formas. Las
radiaciones, hasta ahora, se han clasificado de muchas formas. Pero no hay dudas de que las ondas
son formas de radiaciones. Las llamadas radiaciones ionizantes se referían a partículas emitidas por un
núcleo o unidad materia-energía que tenían la facultad de ionizar a otras partículas en las cuales
impactaban, especialmente en la materia orgánica y puntualmente en el cuerpo humano. Pero,
también, es fehaciente que hay otra energía que ioniza sin emitir partículas. Las radiaciones ionizantes
son las estudiadas para rayos X y las producidas por isótopos y energía atómica. Pero, normalmente,
el ambiente vive “ionizándose” por acciones de la humedad, la temperatura y el electromagnetismo
natural o los fenómenos meteorológicos, a lo que ahora se agrega la contaminación artificial.
Tampoco se duda que todas las energías radiantes son frutos:

1. de pérdidas o ganancias de electrones y que, en el fondo, todo es un fenómeno “electrónico”,


2. o bien hay inestabilidad de partículas atómicas como son los rayos alfa, delta y gamma.

Los electrones son las partículas atómicas vedettes de todo el proceso energético. Cuando se
desprenden como partículas y desestabilizan el átomo que puede liberar otras partículas atómicas,
estamos ante una energía hasta ahora llamada ionizante. Cuando un electrón golpea a otro y lo hace
vibrar y éste a su vez hace vibrar a otros electrones de moléculas contiguas, se genera una corriente
eléctrica o energía eléctrica. Si el electrón errante o nómada alcanza un cuerpo que puede generar
luz, se transforma en energía fotoeléctrica y la partícula es un fotón. Cuando un electrón salta
libremente en el espacio de una molécula a otra, deja moléculas inestables que constituyen iones
negativos o positivos. Negativo es el que pierde el electrón y positivo el que lo gana. Si dos iones de
carga diferente se unen se neutralizan energéticamente y constituyen una molécula estable sin carga
eléctrica activa. Pero si estos iones quedan libres en la atmósfera o el ambiente son simplemente
aniones o cationes que producirán diferentes efectos según el elemento sobre el cual actúan. Es lo que
ocurre tras una tormenta eléctrica donde el ambiente se ioniza con ozono. O bien, cuando el calor
pasa de cierta graduación ioniza positivamente el ambiente cargándolo de cationes. Todo efecto que
logra “ionizar” las moléculas del ambiente simplemente por intercambio de electrones, y no por
emisión de partículas, permite que esos iones ambientales actúen en forma diferente. Estos iones
libres son los que operan formas las ondas energéticas, ya sea como energía fotoeléctrica (luz), como
macroondas (ondas radiofónicas) o como microondas. La organización de los iones como “una
corriente de energía” movilizada en forma ondulatoria dependerá de los “campos” ambientales que
las organicen en forma natural o artificial. El hombre ha generado artificialmente las macroondas de
diferentes frecuencias (ondas largas, ondas cortas, etc.) y las microondas, según la energía
electromagnética que utilice. Mientras las macroondas no generan acciones ionizantes ambientales, las
microondas tienen facultades para ionizar un ambiente y producir iones ambulantes libremente que
pueden producir efectos térmicos o bien actuar sobre ciertas sustancias modificándolas. Se le llama
radiación no ionizante para distinguirla de la llamada radiación ionizante. Pero este error se debe a
que no se conocía el mecanismo de cómo las microondas ionizaban. Luego, ambas radiaciones son
ionizantes en maneras diferentes: una lo es por emisión de partículas radiactivas, la otra ioniza por
meros movimientos electrónicos de ganancias o pérdidas de electrones. La energía cuántica es una
forma de expresión, la onda es otra forma de expresión y la ionización también lo es. No hay dudas
de que el cuanto está a la base de todo, si lo consideramos la “unidad materio-energética”. La
diferencia de la naturaleza no significa que sean cosas distintas. Esencialmente es todo lo mismo.
Formalmente son expresiones distintas de lo mismo. Lo que moviliza al cuanto y hacen que las
partículas entre en acción son las subpartículas atómicas. Por más fórmulas y tecnicismo y
cientificismo que se impriman a los fenómenos, todos serán verdades parciales pero ninguna podrá
negar que el fenómeno esté originado en una sola esencia y tiene formas múltiples. No se debe
confundir lo formal con lo esencial. Todo el movimiento del universo como macrocosmo y del
hombre en particular, como microcosmos, en razón de lo expuesto, es una misma cosa pero el
fenómeno de expresión se modifica de acuerdo a la forma sustancial en que actúa para presentarse,
darse a conocer, esto es, expresarse. La vuelta de la ciencia, a través de los siglos, da la razón al
planteamiento básico formulado por Demócrito, sólo que en lugar de átomo, el lenguaje se ha
derivado al de subpartículas. Aún así estas subpartículas pueden seguir siendo divisibles hasta llegar
un punto en que no se detecte ni se compruebe más división ni posibilidad de ella. Sólo entonces
estaremos ante el concepto absoluto de átomo, es decir, aquello que no puede ser dividido en partes.
Significaría una nueva idea de átomo que desecharía la presente.

La mecánica cuántica de Planck y otras teorías como la Compton son en apariencia, verdades
relativas pero no absolutas. La teoría de Heinsenberg del principio de incertidumbre es
aparentemente también una verdad relativa según el punto de vista con que se enfoque el fenómeno
materio-energético. Sin embargo, el hecho de que el hombre no pueda explicarse todo en un solo
instante, sino que vaya integrando un conocimiento relativo a medida que sus puntos de vista
cambian, no significa que el mundo y el fenómeno materio-energético sea algo sin certeza absoluta.
No lo es, sólo puede parecer incertero (incierto) desde el punto de vista de cómo opera conocimiento
humano. Pero esencialmente es un fenómeno de verdad absoluta si se considera como una esencia
única de forma variada, tal cual es el hombre en sí. Por eso, las mentes humanas más sagaces
concluyeron que el macrocosmos y el microcosmos, en el fondo, son una misma cosa con formas
distintas. Esta conclusión no necesita de mayores asertos abstractos o científicos sino sólo sentido
común, el único que puede imprimir un grado de certeza razonable y aceptable. Pretender explicar
esto con filosofemas profundos generará únicamente sofismas, o querer cuantificarlo con fórmulas y
teorías científicas hará llenar un número infinitesimal de libros que no sólo complicarán a los
científicos, sino que nunca llegará al conocimiento del hombre común. Pero lo peor es que cuando
una teoría sea sostenida, aún durante siglos, en algún momento, con seguridad, será cambiada por
otra. Y, así, sucesivamente. Lo verosímil, como verdad absoluta, es que ningún punto de vista, es
absoluto. Esto constituye una afirmación obvia: si es únicamente un punto de vista, es algo parcial. Si
es parcial no tiene noción de totalidad. Si no llega a lo total es relativo. Si es relativo, por obviedad,
no es absoluto. Lo único absoluto es la verdad incontrovertible de la esencia y la existencia de entes
conocidos y desconocidos y de los fenómenos que éstos generan. La mente humana capta en forma
holística, comprensiva e intuitiva todo eso pero lo que no puede hacer es traducirla en términos
ciertos de pensamientos filosóficos o demostraciones científicas. Sólo es privilegiada la mente que
alcanza a comprender todo en forma global y armonizar su vida individual con la armonía natural
del universo en general. Esto es muy sencillo de decirlo pero muy difícil de comprenderlo y vivirlo.
Los “hombres extraordinarios”, las llamadas “mentes superiores” y los “iluminados” son los que
alcanzan a trascender su vida personal y la época histórica que viven para brillar en el presente y
proyectarse al futuro, siendo rememorados permanentemente desde el pasado. Sus palabras son las
que quedan como eternas e inamovibles porque lograron hablar de lo esencial, prescindiendo de las
formas, y no explicaron nada sino sólo mostraron un fenómeno universal y comprensible. No
dejaron teorías brillantes. Sólo aludieron a valores inmanentes que pueden ser trascendentes.
Tomemos como ejemplo a Santo Tomás. Quizá equivocó el modo de expresar lo que captó, pero la
verdad de sus asertos sólo fue posible comprenderla mucho después de que los formuló. Tenía razón
de que había que observar la creación para apreciar lo esencial y lo que es invisible a los ojos. Pero
no era a través del orden y los movimientos visibles del universo. El hombre tenía que llegar al
corazón molecular y subatómico, microscópico e invisible, para entender lo macroscópico. Ir desde
el microcosmo al macrocosmo. E insistimos en lo que decía Pestalozzi: de lo simple a lo compuesto,
de lo concreto a lo abstracto. Santo Tomás carecía del conocimiento científico profundo, pero su
mente captó que existía algo que producía la existencia armoniosa del universo. Ese “algo” que él
atribuye a Dios, la ciencia lo concibe como el fenómeno de materia y energía. Pero no hay nada que
contradiga que el fenómeno materia-energía es obra de Dios y una continuación de su esencia y
presencia. El mismo Dios reveló a los hombres creyentes, a través de la Biblia, que había creado al
hombre a su imagen y semejanza. Tal poder también es causa de todo lo existente, incluyendo al
universo. De ahí no es imposible que toda la creación sea a “imagen y semejanza” del poder divino.
Las mentes simples así lo entendieron, pero confundieron lo creado, con el creador, creyendo que la
criatura es el creador mismo. Adoraron al sol, la luna, la tierra a los que atribuyeron el atributo de la
divinidad. Los panteístas también confunden a la naturaleza con Dios y, de algún modo, los actuales
ecologistas. Lo cierto es que a través de la materia se descubre la energía. El conocimiento de lo
terrenal lleva al conocimiento de Dios. El globalismo holístico es un mero empirismo de cosas
innegables. A eso apelaron las mentes brillantes que dejaron pensamientos inmodificables a través de
la biografía de la humanidad. Pueden aceptarse o rechazarse pero nunca descalificarse ni negarse, al
menos en forma sensata. Deepak Chopra expresa que “cada pensamiento causa un cambio en el
campo íntegro de la realidad. El cosmos está inteligentemente organizado por sí mismo, y nosotros
formamos parte de él”. Creemos que se refiere al pensamiento trascendente. Pero lo más importante
de este pensador es que admite que no hay ninguna diferencia esencial entre la vida y la no-vida,
salvo la intensidad de conocimiento y la concentración de la información “porque cualquier aspecto
de la realidad puede cambiarse al nivel quantum, alternando su información y energía. La
tecnología para crear tales cambios está en la mente. Sólo aquí” La intención de este trabajo, es
mostrar la unidad absoluta entre materia y energía, usando los criterios estrictamente científicos
matemáticos de la Física. Al explicar el fenómeno, esto permite entender mejor el misterio de la
religión, de la creación y la presencia divina en esa creación, tal cual lo he expuesto. Voluntariamente
he obviado citar a pensadores religiosos o doctrina de la Iglesia, principalmente la Iglesia Católica,
Apostólica y Romana, a la cual pertenezco, para evitar la crítica de que me guío más por la fe que por
la razón y la ciencia. Inversamente intento demostrar que la razón y la ciencia son instrumentos dados
o inspirados por Dios en el hombre y que nos pueden permitir llegar a Él, sin necesitar del dogma y
las revelaciones.

La revelación fue el medio divino para comunicarse directamente con el hombre. Pero,
infortunadamente, alcanzó para los testigos de esa revelación, en forma directa y para los creyentes
por fe, en forma indirecta. Pero hay quienes ignoran la revelación, ya sea por no conocerla o por
rechazo de la misma. Y muchas veces el rechazo se debe a que intentan juzgar sólo con la razón,
desconociendo que la fe es un don de igual valor que la razón, la que nos lleva intuitivamente al
conocimiento de Dios. No obstante, la razón humana es otro camino hacia Dios. Así lo reconoció la
propia Iglesia, Santo Tomás, la teodicea y otros pensadores católicos. Luego, buscar pulir esa razón y
guiarla por el recto camino, es parte del apostolado divino, y la ciencia es el instrumento más válido
para llegar a la razón. La gracia de Dios ilumina a muchos pero no a todos, obviamente. Unos llegan
a Dios en forma espontánea; otros, como San Pablo necesitan del milagro (encuentro directo con
Dios) para convertirse; algunos no llegan nunca a creer ni a conocer a Dios, ya sea por no saber de Él
o por empecinamiento o por maldad. Pero hay muchos que llegan a través de la razón y la ciencia.
Personalmente no he necesitado de la ciencia y la razón para llegar a Dios, pero creo que el Señor nos
dotó de esos formidables instrumentos para encontrarse con Él cuando no hay permeabilidad a la
gracia directa, a la palabra revelada o a la redención a través de Cristo. Esto hace muy válida la
afirmación de que no hay salvación sin mi cooperación. Ningún apóstol de Dios debe despreciar
ninguno de los caminos que nos da el Señor para llegar a la meta (método). El secreto está en
conocer esos caminos y usarlos. Se debe terminar definitivamente al divorcio entre la ciencia y la
religión. No existe tal cosa. Tampoco se debe usar a la ciencia como arma para combatir a Dios y
viceversa. No se trata de una mera controversia entre ateos y creyentes. Se trata de la genuinidad para
alcanzar la verdad, en lugar de discutirla. Si la verdad es una sola, no hay controversia pues no hay
esencia equívoca sino unívoca. Lo equívoco está en el modo de ver y pensar. La verdad y lo unívoco
está en el pensar correcto y crítico. Siempre que alcancemos un “buen pensar” al fondo o al final del
camino está Dios.

Otra cuestión a pensar es la astrología. Se ha discutido mucho sobre la astrología,


como una especie de creencia más que una ciencia propiamente dicho. Personalmente pienso que no
es creencia ni ciencia, sino la comprobación empírica de fenómenos reales, como integración del
macrocosmos con el microcosmos. Repasemos algunos conceptos formulados. Dijimos de Santo
Tomás que tenía razón de que había que observar la creación para apreciar lo esencial y lo que es
invisible a los ojos lo cual no se lograba a través del orden y los movimientos visibles del universo
sino llegando al corazón molecular y subatómico, microscópico e invisible, para entender lo
macroscópico, lo que permite ir desde el microcosmo al macrocosmo. Luego citamos a Deepak
Chopra cuando afirma que “El cosmos está inteligentemente organizado por sí mismo, y nosotros
formamos parte de él”. La astrología advirtió algún tipo de influencia entre los astros y las conductas
humanas. Con el tiempo fue adaptando fórmulas y sistematización de esas influencias ya sea como
predicciones, horóscopos, cartas natales, etc. Esto originó el escepticismo de los astrónomos, el
rechazo de los religiosos y las interpretaciones de los filósofos. Si bien es cierto que los primeros
astrólogos, los caldeos comandados por Zoroastro (distinto al filósofo meda de igual nombre que
habitó en Persia), usaban a la astrología para establecer un cierto determinismo de la influencia de los
astros en la vida de los hombres, los astrólogos actuales que han hecho de la astrología una ciencia
empírica, dejan bien establecido que la astrología establece vínculos y posibilidades pero no
determinada nada, dado que el libre albedrío y la voluntad de cada hombre en particular son las bases
para establecer un estilo vida y no un destino dado por los astros. La influencia astral puede imprimir
algunos rasgos en la actividad personal independiente, pero no determinar ninguna conducta en
particular. En Occidente, los astrónomos enrostran a los astrólogos que los signos zodiacales son un
invento humano que han sistematizado la agrupación de estrellas visibles de una forma determinada,
dejando en el camino millones de estrellas que no son visibles a los ojos ni a los aparatos más
sofisticados. Ponen por ejemplo que los chinos tienen otra sistematización del universo estelar, lo que
lleva a pensar que China tendría otro tipo de influencia estelar. Pero no es así. Sea por el horóscopo
zodiacal occidental o por el horóscopo chino basado también en doce influencias astronómicas, que
en lugar de grupos de estrellas es graficado con animales, todos los estudios coinciden en
características y rasgos de los nacidos bajo una determinada constelación o en un determinado año
signado por un animal. Los astrónomos tienen razón en decir que el zodíaco es un invento humano,
pero no lo son las estrellas que lo constituyen. Y sea un grupo de estrellas o los movimientos astrales
de planetas alrededor de las estrellas, lo importante no lo es tanto la designación por estrellas o por
animales, sino por períodos signados de alguna forma por el movimiento astral y planetario. En
cuanto a la filosofía, algunos de los argumentos esgrimidos son que la astrología está vinculada a la
creación de mundos ficcionales y con un tipo de pensamiento mágico con forma de animismo.
Interpreta que la astrología nace del impulso de la necesidad de poner por fuera de los individuos
cierto destino de tal forma que la determinación de una vida humana no está en las manos de las
personas. Se sostiene que el dato astrológico es un dato que surge de algo lúdico (un simple juego)
pero que llega a lo siniestro en el sentido de que todo lo que le ocurre a uno (lo propio) es dictado en
otro lado y no nace en uno. En forma independiente de lo que sostienen los científicos de la
astronomía y los filósofos, la ciencia (cronobiología, meteorología, medicina) ha establecido
claramente como los fenómenos del universo (luz, radiaciones, posiciones planetarias) influyen en la
tierra, en sus mares, en el estado del tiempo, en el clima y en las personas. Las radiaciones
electromagnéticas, la luz, los cambios lunares y las posiciones de planetas y astros, no sólo marcan las
estaciones, la bajamar y la pleamar, las temperaturas y las presiones, sino que las radiaciones cósmicas
también alteran la vida humana. Hoy se sabe como hay meteoropatías y otros fenómenos
cronobiológicos que alteran los biorritmos y las conductas humanas. ¿Por qué pensar, creer o negar
que no haya otro tipo de influencias como parte de los fenómenos cósmicos que cada ciencia o
disciplina capta en particular desde un determinado punto de vista? Las relaciones y mutuas
influencias entre lo microcósmico con lo microcósmico son muy complejas, pero reales. Un principio
de incertidumbre sería muy saludable antes que un principio de certidumbre total o de escepticismo
total. Por eso he postulado que el espíritu humano es parte de una energía o fuerza cósmica (o como
quiera llamársele) y siguiendo la escuela griega atomística, está constituido por las mismas partículas
del universo que se han organizado en forma distinta. La ciencia me da la razón en cuanto a las
partículas. Lo que es discutible es la organización de la misma. Pero se piensa una u otra cosa, la
cuestión es más sencillas: todo lo que existe es parte de un mismo todo. La problemática planteada a
la astrología en el sentido de que arrancando del pasado o del momento del nacimiento se puede
inducir un futuro no es tal cosa. La astrología describe cómo las personas que nacen en un momento
determinado tienen más posibilidades de desarrollar determinados impulsos. Esto no es futurología,
sino una especie de estadística acuñada con la experiencia. De ahí que se sostenga que la astrología es
una ciencia empírica. Bien manejada e interpretada es algo inocuo, salvo que se la tome en forma
fundamentalista (extremista) y está sujeto más a la creencia personal que a un destino fatal.
ÍNDICE

TOMO I

INTRODUCCIÓN

Hacia nuevos conceptos de vida, alma, mente, espíritu y psicología del hombre, 1
Modelo informático
La teoría práctica, 5
Vida y espíritu humano. Dos misterios de igual naturaleza
Consideraciones preliminares, 10
La energía misteriosa, 15
El espíritu como soplo, 21
El entusiasmo, 22
El espíritu como tres esferas de la esencia humana, 30
El concepto mente como operadora del espíritu, 32
Teorías sobre el “abolicionismo del alma” o “antiespiritualidad”, 38
El espíritu, la esencia del hombre y las concepciones budistas, 42

I – ACTOS MENTALES Y MENTALIDAD

Los actos mentales, 49


El proceso mental, 51
Concepto de acto mental, 51
Actos mentales y sus relaciones, 52
Actos mentales y creencias
Concepto de creencias, 54
Formación de las creencias, 54
Actos mentales y formación de juicio en las creencias, 56
Diferencia entre fenómeno, realidad, creencias y certeza, 57
Tendencia a recordar lo positivo, 59
La fe humana, 59
Las creencias y su repercusión orgánica, 61
Efecto placebo, 62
Sugestión y autosugestión, 63
Las supersticiones, 64
Brentano y los actos mentales, 66
Teoría unicista de los actos mentales, 67
Correlato anatómico de la mente y actos mentales
Sistemas de control, 68
Funciones del encéfalo, 69
Hemisferios cerebrales: el intelecto, 69
Hemisferio izquierdo: el cerebro lógico, 69
Hemisferio derecho: el cerebro artístico, 73
Lóbulo frontal: sede de la inteligencia y la personalidad, 74
Sistema límbico, 74
Conexión entre sistema límbico y tronco encefálico, 75
Amígdala, 76
Hipocampo y cuerpos mamilares: la memoria, 76
Tronco encefálico, 76
Sistema reticular activador y corteza cerebral: la conciencia, 76
Funciones del hipotálamo: sede de los instintos y emociones, 77
La plasticidad cerebral: cerebro proteico, 78
Correlato “fisiológico” de los actos mentales
Aprehensión de la realidad exterior e interior, 79
Extrospección e introspección, 80

II – CONCIENCIA Y REALIDAD

Realidad: mundo exterior y mundo interior, 83


El hombre, su esencia y existencia en la realidad, 88
Percepción de la realidad: sentimiento de realidad, 94
Cognición o encuentro del hombre con la realidad
¿Qué es la cognición?, 95
Desarrollo cognitivo, 101
La metacognición, 102
Esencia de la cognición, 103
El realismo, 103
Los límites del realismo natural, 104
El idealismo, 105
Problemas del idealismo y el realismo, 111
Trascendencia e inmanencia del conocimiento, 112
En busca de una síntesis de la teoría del conocimiento, 114
Realidad, apariencia y esencia: la concepción budista, 117
La conciencia como ventana abierta del espíritu a la realidad, 118
Esencia de la conciencia. Concepto, 119
Estados de conciencia, 121
La conciencia como saber, 122
La conciencia como “yo”, 123
Conciencia de la percepción, 124
Los niveles de conciencia (según el budismo), 127
Conciencia, atención mental y concentración, 128
Variantes de la atención, 130
Preparación atencional y habilidad introspectiva, 131
El entrenamiento mental para la iluminación o estado de conciencia libre, 132
Conciencia y dispersión mental (desatención), 133
La atención y la escuela de la Gestalt, 133
Otros puntos de vista sobre la atención, 133
Operabilidad de la atención, 134
Los estados alterados de conciencia (EAC), 136
Estados mentales y estados conscientes, 139
Conciencia social: percepción de la realidad social, 139
Estructura de la realidad social, 144
El ánimo: búsqueda de un concepto, 148
Carácter, temperamento como elementos formadores del ánimo
¿Qué es el carácter?, 152
Temperamento, 154
Relaciones entre temperamento y carácter, 155
Carácter e inteligencia emocional, 156
Aspectos sobre la formación del temperamento y del carácter
La “alfabetización emocional” de Goleman, 156
La disciplina, 159
Los mecanismos del cambio volitivo mediante la disciplina, 161
La disciplina en la formación de los niños, 163
Inconsciencia, 166
Las características del inconsciente, 171
Concepto espiritual del inconsciente, 174
Inconsciencia y percepción subliminal, 174

III – FACULTADES MENTALES E INTELIGENCIA

La inteligencia: primera nota constitutiva del hombre, 175


Concepto de facultades mentales, 175
Esencia de la inteligencia (¿qué es la inteligencia?), 176
Los conceptos biológicos sobre inteligencia, 182
Cuestiones sobre la inteligencia, 185
El fin u objeto de la inteligencia, 186
Intelecto: una función mental principal, 187
El proceso de abstracción, 188
Percepción, 188
Aprehensión, 189
Ideación: formación de ideas. Imaginación: formación de imágenes, 189
Significación: signo y significado, 190
Concepto: significado como sentido de las palabras, 192
Formulación de juicios, 193
Universales y particulares, 194
Pensamiento, 195
Los principios de la Lógica, 198
La creatividad: el pensamiento original
El concepto de creatividad y serendepidad, 200
Formas o “estilos” de la operabilidad mental creativa, 201
Pensamiento, inteligencia y creatividad, 203
La creatividad puede adquirirse por la ejercitación, 206
Inteligencia y creatividad, 209
La creatividad como patrimonio humano, 210
La inteligencia artificial como obra e instrumento de creatividad, 211
El pensamiento intuitivo, 212
Mecanismos probables de la intuición, 213
Hechos y valores, 214
Percepciones y sensaciones: la perspectiva budista: 218
La memoria humana
¿Qué es la memoria?, 220
Anatomía de la memoria
Los circuitos mnésicos o circuitos de la memoria, 223
Corteza cerebral: áreas sensoriales primarias, 224
Sistema límbico
Hipocampo y cuerpos mamilares: base anatómica de la memoria, 228
Amígdala y memoria emocional, 229
Fisiología de los circuitos mnésicos
Biología molecular de los mecanismos o procesos de la memoria, 230
Los mecanismos fisiológicos del almacenamiento, 231
Relaciones entre conciencia, conducta y memoria como capacidad de recordar. Hábitos, 233
Mecanismos sinápticos con neurotransmisores y receptores, 235
Sistema colinérgico, 235
Sistema glutatérgico o glutamatérgico, 237
Teoría de las ráfagas: experiencia, percepción y aprendizaje, 242
Formas de memoria, 246
Recuerdo o reactivación de la memoria, 253
El olvido, 255
Distrés y memoria
El nudo gordiano de los mecanismos mnésicos, el estrés y el aprendizaje, 257
La maleabilidad de la memoria, 259
Relaciones entre distrés y memoria, 261
La formación de memoria y evocación en el estrés agudo, 264
Estrés crónico y memoria, 266
Conclusiones, 267
Envejecimiento de la memoria, 268
Desarrollo de la memoria, 270
La higiene cerebral, 274

IV - Vida intelectiva. Comunicación y lenguaje

Las “vidas espirituales”, 275


Desarrollo de la intelectualidad, 275
La reflexividad como origen de la comunicación, 277
La esencia del hombre, 278
El aprendizaje, 284
Teoría Vigotsky, 291
¿Qué significa la comunicación?, 292
Elementos constitutivos de la comunicación, 294
Particularidades de la comunicación efectiva, 294
Características de cada componente de la comunicación
Emisor, 295
Mensaje, 296
Coexperiencia, 296
Medio, 297
Receptor, 298
Problemas del proceso de la comunicación, 298
Arte de la comunicación: el lenguaje
Esencia y lenguaje: el misterio de la palabra, 300
Lenguaje, lengua y habla, 303
Dimensión social del lenguaje, 304
Texto y contexto del lenguaje, 308
Contexto del lenguaje en sí, 311
Lenguaje y significado, 311
Semántica, 313
Bases para la logognosis, 316
El vaciamiento del significado de las palabras, 319
Función del lenguaje y del pensamiento, 320
Hipótesis Sapir-Whorf, 321
El lenguaje como medio para educar el pensamiento, 323
Reflexión, pensamiento y lenguaje interior, 326
El uso del lenguaje
Intención e interpretación en el uso de las palabras, 327
Individualidad, creatividad y discriminación del lenguaje, 328
La comunicación y el azar: lenguaje aleatorio, 332
Lenguaje y academicismo, 333
Deformaciones del uso del lenguaje
Lenguaje popular, modismos y deformación del lenguaje, 335
Crisis social y lenguaje, 338
Factores negativos para el lenguaje: neologismos, ambigüedad, polisemia, frase hecha y homonimia, 341
Uso correcto del lenguaje
Comprender las palabras, 342
Lenguaje auténtico, 346

NOTAS
Vida: el misterio de la materia y la energía
Los dos grandes misterios, 349
La cuestión lingüística, 350
La opinión científica, 351
Las partículas subatómicas: el camino para desentrañar el misterio, 354
Materia y antimateria, 355
La teoría de la unificación, 357
Los hechos inobjetables, 358

ÍNDICE

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