El teléfono sonó una vez, dos veces, tres veces. Descolgué el tubo y me quedé mirándolo. Hola,
hola, conteste, decía una voz del otro lado. Después un clic. Yo miraba el teléfono negro. No iba a
colgar el tubo. De pronto, estaba cansado del teléfono, harto del teléfono, podrido del teléfono.
No sé por qué. Me levanté decidido y busqué un martillo. Cuando lo hice desaparecer, me sentí
más tranquilo, casi contento. Luego me senté en el sillón de hamaca. Estuve hamacándome un
rato largo, hasta que en un momento me di cuenta de que me estaba hamacando en mi sillón
favorito. ¿Por qué me estaba hamacando? Busqué el serrucho y en media hora reduje mi sillón
favorito a unas maderitas que eché al fuego. El fuego chisporroteó, se puso contento. El fuego
tenía un hambre loca y yo, a medida que quemaba mi sillón, me sentía más, más, cada vez más
liviano. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué se puede hacer en un domingo de lluvia? Entonces salí a la
calle. Iba dando patadas a todos los autos estacionados a lo largo de la vereda. Pensaba en el
magnífico espectáculo que ofrecería una hoguera en la que ardieran los cientos de miles de
automóviles de Buenos Aires. Estaba solo y los objetos eran todopoderosos. Inmóviles, mudos,
pero todopoderosos. No sé por qué, pero empecé a sacarme de a poco la ropa, aunque hacía frío.
Todo, mientras iba caminando. Al principio no me miraron mucho, después bastante; la gente se
había amontonado a mi alrededor, unos se reían, otros estaban serios, una mujer estalló en
carcajadas histéricas, señalándome la ingle y sus alrededores; otra dijo algo así como “asqueroso
exhibicionista”, al fin un policía me cubrió con su impermeable y me llevó a la seccional.
Ahora estoy en Vieytes. Cada vez que puedo me desnudo, pero no me dejan, me visten a la
fuerza. Les digo que estoy bien, que me siento bien; puedo mantener conversaciones razonables
sobre política, cine, fútbol. Lo que no entienden es que no quiero saber nada con las cosas, que
insista en comer con las manos, en dormir en el piso y si es posible al aire libre y sin la menor
prenda encima, en romper todos los objetos que dejan a mi alcance. Trato de explicarles que las
cosas que sirven no sirven, pero entonces ellos menean la cabeza y me palmean y me dicen
“tranquilícese, amigo”.
Adaptación de “De donde Juan Eduardo Martini (estudiante, 25 años, soltero, ‘absolutamente
normal’ según declaraciones de sus vecinos), descubre la muda confabulación violenta de los
objetos contra él y decide liberarse”, de Eduardo Gudiño Kieffer.
Ahora es fácil. Ahora, al cobijo de una de las decenas de bibliotecas que pueblan este
departamento en el último piso de un edificio antiguo de Buenos Aires, con planes inmediatos que
incluyen viajes de trabajo a Estados Unidos y la publicación de libros en Perú, Ecuador y Colombia,
es fácil decir que todo salió bien. Que esto era lo que había que hacer desde el principio: la ruta
acerca de la que nunca debió existir la menor duda. Pero hace dos décadas, cuando tenía 20 años,
el hombre que ahora está inclinado sobre un libro para estamparle una dedicatoria a la pediatra
de Emma, su hija más pequeña, decidió quemar las naves, apostar a vivir de lo único que sabía
hacer —historietas—, y tuvo que preguntarse si estaba decidido, en caso de que todo saliera muy
mal, a ser pobre por el resto de su vida. Y se respondió que sí. Pero, apenas cinco años después,
estaba a bordo de un buque que recorría la Antártida, enviando, desde allí, dibujos al periódico
argentino La Nación, donde desde 2002 publicaba una historieta llamada Macanudo, que
revolucionó la forma y el fondo de la tira diaria, que le permitió no solo no ser pobre sino viajar
desde Canadá hasta la República Checa, montar editorial propia —La Editorial Común—, y tener
una vida exactamente igual a la que quería tener. Por eso: ahora es fácil y puede decirse que este
era, sin dudas, el camino que había que tomar. Pero 20 años atrás, Ricardo Liniers Siri era una
persona sin empleo, un tímido irredento, un desconcertado que quería dibujar pero no tenía la
menor idea de cómo se hacía para vivir de eso.
b) Volvé a mirar la última palabra del texto: “eso”. Está subrayada. ¿A qué otro término hace
referencia?
Liniers, porque comienza con la frase “Ahora es fácil […] al cobijo de una de las decenas de
bibliotecas […] en el último piso de un edificio antiguo de Buenos Aires” Más adelante agrega
“…es fácil decir que todo salió bien. Que esto era lo que había que hacer desde el principio…” Y
culmina con “Pero 20 años atrás, Ricardo Liniers Siri era una persona sin empleo […] que quería
dibujar pero no tenía la menor idea de cómo se hacía para vivir de eso.”
3. Ahora volvé a mirar los puntos 1 y 2. ¿Qué tipo de inferencias tuviste que hacer para
responder cada uno de estos puntos? Justificá tus respuestas.
Justificación: Porque el uso del pronombre “eso” (al igual que “esto”), obliga a buscar un
referente inmediato en el enunciado, anterior a él en el texto. “…quería dibujar pero no
tenía la menor idea de cómo se hacía para vivir de eso.” ESO es la palabra funcional que
hace referencia a la palabra de contenido DIBUJAR, inmediatamente anterior a ella en el
enunciado.
4. Para comprender las siguientes historietas debemos reponer información “no dicha" o
implícita. Debajo de cada tira, explicá cuál es.
a.
Información implícita: La niña está contando estrellas; el gato menciona a los tres chiflados,
aludiendo a que ella está loca, por ponerse a contar estrellas; concluye en que lo va a matar,
porque la distrajo y le hizo perder la cuenta.
b.
Información implícita: La niña realiza todos los días un tira cómica. La que termina ese día
no tiene un gato. Los gatos no están en la tira, porque para ella no son inolvidables como los
personajes que dibujó. Desaparece de “escena” porque le molestó que dijera que no puede
ser buena si no tiene un gato.
c.
Información implícita: La niña estaba patinando, mientras veía a su gato viéndola a ella; se
cayó al piso y, por eso, no quiere patinar más.
5. Creá un ejercicio para trabajar uno de los tipos de inferencias conectivas vistos en la Clase N°
6. Tiene que ser una actividad nueva y original, inventada por vos. Una vez que la termines,
justificá en base a las clases y a la bibliografía por qué trabaja este tipo de inferencias.
Leé el siguiente cuento, y prestá atención a las palabras resaltadas:
APETENCIA
(Por: Graciela Beatriz Ingaramo)
El embarazo de la luna, que esa noche era sólo suya, se desnudó en sus ojos, suscitando un brillo
casi oblicuo y despiadado en ellos. Gemidos metamorfoseados se le agazapaban en la garganta,
peleando por cobrar vida. Y una fuerza indómita, desconocida para él, lo empujaba a esconderse del
mundo, por mera supervivencia.
La sigilosa entrada no ocasionó reparo alguno. En el hogar del vestíbulo, las lenguadas ardientes
adelantaban el cambio de estación e invitaban a arrebujarse en ellas. Algo se movió entre las sábanas,
y un cuello cisne quedó a la deriva de sus sueños y al alcance de apetencias ajenas. Una turbia
ansiedad por recorrerlo bífidamente, acortó la distancia que lo separaba de este.
Próximo a su meta, su vórtice energético detectó una señal química diferente en el aire.
Estupefacto, advirtió la vibración. Los vericuetos yugulares de Diana pasaron del reposo a la
dilatación, en fracciones de segundos. Luego de una pequeña incisión, la succión se hizo audible.
Aparentemente satisfechas, unas alas desplegadas cruzaron la habitación, tañendo zumbidos
rojiondulantes. En la sedosa piel, un puntito color púrpura (¿o eran dos?) se contaminó de estrellas,
incitándolo a verificar sus conjeturas más de cerca.
Diana volvió a moverse y él recapituló su pasado. Por antonomasia, recordó que también había
luna llena la noche en que la conoció. Solo que el peligro, inexistente entonces, se tornaba inminente
ahora. La posición central de la diosa satelital aceleró lo irremediable. Podía sentir su cálido aliento. Su
amada viajaba en uno de esos sueños que, de tan placenteros, delinean una sonrisa en el soñador.
Daba pena, incluso, despertarla. Mas, la comisura de su boca cobraba tanta sed… ¿Cómo frenar a
esos resolutos afilados que, alunados, centelleaban?
Un escozor subepidérmico comenzó a alterarlo. Entre ralos duendes y mosquitos, la grávida
plateada se hacía más grande todavía. Sintió el peso de aquel suplicio y, reptando, oscilante, se vio en
el vestíbulo, donde las lenguadas ardientes adelantaban el cambio de estación e invitaban a
arrebujarse en ellas. Cuatro miembros de carne y hueso estrenaban nueva piel y se le arremolinaban
en anillos constrictores, cubriendo su largométrico cuerpo.
En el cuarto, la bella durmiente desperezó los brazos. En un acto de somniloquia, balbuceó: “Algo
se está quemando”. Por acto reflejo frunció el entrecejo ante el fétido olor, y se acomodó mejor en la
almohada, que ya empezaba a dar muestras nítidas de los nocturnos círculos purpúreos.
Ahora, teniendo en cuenta lo que estudiamos sobre las inferencias conectivas
denominadas relacionales, vas a unir con flechas la palabra funcional que aparece a la
izquierda con el enunciado de la derecha que le corresponde. Te dejo una pista, para
que te guíes.
La almohada
ellos
Del protagonista
De Diana
algo
Un cisne
Del sueño
este
De la diosa satelital
Diana
la
Los gemidos
La bella durmiente
su
A Diana
Del cuello
su
Del hogar
Los ojos
se
A la luna
Justificación:
La actividad que desarrollé trabaja este tipo de inferencias, porque en la lista de la izquierda están
las palabras funcionales, que sirven como referentes de las palabras de contenido —“escondidas” en
la columna de la derecha—, las cuales deberán ser conectadas mediante flechas.
Para resolverla, el alumno deberá detectar mediante una lectura retrospectiva, cuál es el vocablo
omitido en el enunciado, reponiendo la información faltante con los datos que aporta el texto. Los
mismos pueden aparecer, tanto antes como después del pronombre referencial. Las preguntas que lo
ayudarán a inferir la correferencia, son: ¿Quién/Qué? ¿A/cómo/de/hacia/por/para qué/quién?