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LA GRAVEDAD EN LAS PLANTAS

La gravedad en las plantas se conoce como geotropismo o gravitropismo, términos de


los cuales hablaremos más adelante.
La gravedad es un fenómeno natural por el cual los objetos con masa son atraídos
entre sí, que en la tierra se ejerce sobre todos los cuerpos hacia su centro. Todo ser
vivo la detecta y se adapta a ella para sobrevivir. Hablar de la gravedad en las plantas
significa por tanto hablar de lo que las plantas sienten antes de describir y analizar sus
reacciones frente al entorno dónde se encuentran, bien sea en la naturaleza, bien sea
en experimentos de laboratorio. Chamovitz invita a no hablar solo de la gravedad, sino
también de otras fuerzas y circunstancias que afectan a las plantas, y de lo que sienten,
recuerdan o saben las plantas para reaccionar de la forma más adecuada.
En el espacio exterior, libre de la fuerza de la gravedad, no existe arriba ni abajo.
Cuando en la estación espacial una planta situada en posición arbitrariamente
designada como vertical la ponemos en horizontal, el tallo y la raíz siguen creciendo en
línea recta; no recuperan la posición inicial. En tierra, por el contrario, los vegetales
adoptan nuevas posiciones en relación a la gravedad. Si se cambia la orientación de
una planta que crece en vertical, el brote se curva hacia arriba, avanzando en sentido
contrario al de la fuerza de gravedad. La raíz, que constituye el objeto de nuestras
investigaciones, se curva hacia abajo, en el sentido de la gravedad. A menudo, las
raíces empiezan a reorientar su posición ya a los 10 o 30 minutos después de que
actúe sobre ellas el estímulo gravitatorio.
A un observador ocasional podría parecerle que esa curvatura hacia abajo responde
lisa y llanamente a la búsqueda de agua, o constituye una respuesta pasiva a la
gravedad. No hay tal. Ciertamente, las raíces de algunas plantas buscan agua, pero la
gravedad ejerce un efecto independiente sobre el sentido del crecimiento de la raíz.
Más aún, las raíces en desarrollo, dotadas de fuerza suficiente para penetrar en suelos
compactos, poseen también el vigor necesario para resistir la atracción directa de la
gravedad.
Si inclina una planta, esta corregirá su crecimiento para volver a extenderse
verticalmente. Pero ¿cómo detecta la planta la inclinación? Se sirve de «clinómetros»
celulares, unas células llenas de gránulos microscópicos de almidón denominados
estatolitos. Un grupo de ellos se acumula en el fondo de las células y proporciona un
punto de referencia para guiar el crecimiento: al modificar la distribución de la
hormona de crecimiento, la planta puede volver a la posición vertical.
A Knight, en el siglo XVIII se le ocurrió sujetar plantas a una noria en direcciones
aleatorias, y luego hizo girar la noria a 150 revoluciones por minuto durante varios
días. Al final del experimento, todas las raíces se habían alejado del centro y todos los
brotes crecían en dirección a éste. Darwin, a finales del siglo XIX supuso que las puntas
de las raíces tenían gravirreceptores, y para comprobarlo, cortó las puntas de las raíces
de plantas de judías, pepinos y guisantes, y luego las colocó de lado sobre la tierra
húmeda. Comprobaron que, si bien las raíces continuaban alargándose, habían
perdido la capacidad de inclinarse hacia el suelo. Sólo si las dejaban crecer durante
varios días recuperaban esa capacidad y volvían a penetrar en el suelo.
Estos resultados han sido confirmados y desarrollados por la biogenética moderna,
impulsada por las multinacionales de la agroindustria, siempre deseosas de aumentar
los rendimientos de los cultivos.
A diferencia del resto de seres vivos, una planta o un árbol no pueden desplazarse del
lugar donde se encuentran, cosa que haríamos nosotros en el caso de detectar
cualquier amenaza a nuestra integridad. Sin embargo, las plantas pueden comprender
el problema, aguantarlo (por suerte para ellas no sienten dolor), adaptarse y
sobrevivir. Las plantas no utilizan un cerebro central que recoge y procesa información
como nosotros. Las plantas cuentan con diversos sistemas de señales, a menudo
hormonales, que se generan en las hojas y ramas y se transportan hacia las raíces, que
devuelven los impulsos necesarios relativos al crecimiento. Ante otras necesidades,
como la de florecer, son las hojas las que directamente emiten las señales oportunas.
De algún modo, a través de múltiples receptores y canales de contacto, la planta al
completo funciona como un sistema nervioso lleno de ramificaciones. Asimismo las
plantas pueden almacenar sus percepciones por diferentes vías, lo que constituye algo
muy parecido a la memoria. Se ha demostrado que las plantas tienen memoria a corto
plazo, memoria inmunológica e incluso memoria transgeneracional. Algunos
experimentos muestran cómo determinadas plantas que han sido capaces de
desarrollar una respuesta a factores específicos que provocan estrés tienen progenie
más resistente a esos mismos elementos estresantes.
La gravedad es una fuerza corporal, y como tal aplica una fuerza a una masa.
Dependiendo de la masa de cada planta, se producirá un efecto fisiológico diferente.
Los investigadores de la gravedad en las plantas trabajan actualmente con elementos
de la planta que permitan cuantificar sus reacciones. Estos elementos pueden ser una
proteína que se activa o un elemento del citoesqueleto que se altera, el tiempo de
reacción o la energía gastada para ello. En el caso de la energía gastada por las plantas,
la medimos gracias a los amiloplastos, que son orgánulos que se encuentran en células
vegetales, que carecen de clorofila y se caracterizan por el contenido de gránulos de
almidón. Su función es de reserva energética, ya que el almidón, por hidrólisis, se
transforma en glucosa que la célula aprovecha para obtener energia.
Las plantas disponen también de un tipo de orgánulo celular suficientemente grande
para moverse dentro del citoplasma de las células de las plantas en respuesta a la
acción de la gravedad. Se trata de los estatolitos. Reaccionando a la gravedad, los
estatolitos causan presión sobre el retículo endoplasmático de las células que los
contienen, el cual libera iones Ca2+ que actuan sobre el transporte de las auxinas
provocando un gradiente de las mismas que inducirían al crecimiento diferencial y al
curvamiento del órgano. Las auxinas son un grupo de fitohormonas que actúan como
reguladoras del crecimiento vegetal. Esencialmente provocan la elongación de las
células. Se sintetizan en las regiones meristemáticas del ápice de los tallos y se
desplazan desde allí hacia otras zonas de la planta, principalmente hacia la base,
estableciéndose así un gradiente de concentración.
El geotropismo es un tipo de tropismo, propio de las plantas, que se refleja en un
crecimiento en respuesta a la aceleración de la gravedad. Permite el crecimiento de las
raíces, que deben hundirse en el suelo para su correcto funcionamiento, y el
crecimiento de los tallos hacia el medio aéreo. Es de especial importancia durante la
germinación de las semillas. El gravitropismo se ve definido por la concentración
diferencial de auxina, una familia de hormonas vegetales: sintetizada en el ápice, allí
posee su máximo nivel, que decrece conforme el tallo se aleja de aquel.
El geotropismo involucra cuatro pasos secuenciales: la percepción del estímulo
gravitatorio, la producción de señales en células sensoras de la gravedad, la
transducción de señales tanto dentro de células sensoras como entre células y,
finalmente, la respuesta. Los científicos Haberlandt y Nemec observaron que si se
corta la punta de la raíz de una planta, esta pierde la capacidad de responder a la
gravedad. Cuando una raíz crece en forma vertical, los amiloplastos se reúnen cerca de
las paredes inferiores de las células centrales. Sin embargo, si la raíz se coloca en
posición horizontal, los amiloplastos se deslizan hacia abajo y se disponen cerca de las
que previamente eran paredes orientadas en forma vertical. A los pocos minutos, la
raíz comienza a curvarse hacia abajo y los amiloplastos retornan gradualmente a su
posición original. Las raíces a las que se les han eliminado los amiloplastos son
incapaces de responder a la gravedad, lo que sugiere que el movimiento de los
amiloplastos es, en realidad, fundamental.
Pero resulta un misterio la extrema sensibilidad de las plantas a la gravedad, incluso
para las inclinaciones más pequeñas. A priori, se podría pensar que los grupos de
estatolitos constituyen una herramienta poco eficaz. La fricción y los atascos que se
producirían entre los gránulos restringirían el flujo de estos, lo que llevaría a que el
sistema granular dejara de funcionar por debajo de un ángulo crítico. Sin embargo, los
estatolitos ofrecen una precisión sorprendente.
Investigadores del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), el Instituto
Nacional para la Investigación Agronómica y la Universidad Clermont Auvergne han
resuelto esta paradoja. En primer lugar, observaron el movimiento de los estatolitos en
respuesta a una inclinación y descubrieron que estos no se comportan como un medio
granular clásico, sino que se desplazan y fluyen en la célula independientemente del
ángulo de inclinación que se les impone. Igual que un líquido, la superficie de los
depósitos de estatolitos siempre recupera la horizontalidad. Pero ¿cómo logran las
células hacer fluir los grupos de estatolitos?
Para explicar ese comportamiento, los investigadores desarrollaron un sistema similar
a los estatolitos de las células vegetales, el cual consistía en microperlas dispuestas en
el interior de células artificiales del mismo tamaño. La comparación entre ambos
sistemas les llevó a la conclusión de que la fluidez conjunta de los estatolitos se deriva
del movimiento de cada uno de ellos por separado. Los «motores» moleculares de la
célula los agitan constantemente, lo que les permite no quedar atascados. Ello confiere
al sistema, a largo plazo, propiedades cercanas a las de un líquido. Este
comportamiento resulta esencial para la planta, ya que le permite reaccionar ante las
más pequeñas inclinaciones, a la vez que su crecimiento no se ve afectado por las
sacudidas que pueda provocar el viento.
Los estatolitos, del término griego “piedra estacionaria”, captan la gravedad de la
planta de modo similar a lo que ocurre con los otilitos de nuestros oídos, y funcionan
como canicas que caen al fondo de un recipiente cuando se le mueve. Simulando la
gravedad mediante campos magnéticos de alta pendiente, John Kiss de la Universidad
de Ohio, ha conseguido inducir a los estatolitos a migrar a la derecha o a la izquierda,
lo que se ha traducido por el crecimiento de las raíces en la misma dirección. Su
investigación se ha completado en el transbordador espacial de la NASA. Y en
condiciones de ingravidez los estatolitos de las plantas permanecen distribuidos de
forma natural por cada una de sus células.
En 2007, Johnson llevó a cabo un experimento en la Estación Espacial Internacional,
sobre la circunmutación de las plantas, que observamos sobre todo en el girasol, pero
que afecta a muchas otras especies. En ausencia de gravedad, las plantas observan
patrones de movimiento espiral igual que en la tierra, pero de menor intensidad.
Las plantas sienten atracciones simultáneas (la gravedad, la luz del sol, el viento, la
humedad del subsuelo, el olor de otra planta, las sombras, los elementos del entorno
sobre los cuales apoyarse, o una fuente de calor de la cual alejarse), que si fuéramos
Newton podríamos definir así: “La posición de cualquier parte de la planta puede
describirse como una suma de vectores de fuerza que actúan sobre ella e indican a la
planta dónde está y en qué dirección crecer.”

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