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E D IT O R IA L C R ÍT IC A
FlLOLOSKO-UñETNieKI FMULTET
BIBLIOTEKfí III OHDruOTtKII
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6. QUEVEDO
PA BLO JA U R A LD E POU
1. Para leer a Quevedo se tiene que acudir hoy todavía a la vieja edición
de Aureliano Fernández Guerra ([1 8 9 7 -1 9 0 7 ]; algo anterior, pero más asequible
comercialmente es la aparecida en la Biblioteca de Autores Españoles, XXIII
y X L V III, 1852-1859, dos vols. de obras en prosa, pues el de verso, LXIX,
no fue editado por Fernández Guerra), en donde se halla la mejor y más com
pleta colección de O bras en prosa. Quedaron fuera algunos opúsculos políticos
y festivos — los más obscenos— , la E spañ a d efen d id a y algún tratadillo moral,
que la crítica ha ido desempolvando. Las O bras com p letas preparadas por Luis
Astrana Marín [1 9 32], así como su estudio y edición del Epistolario [194o],
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QUEVEDO 5 35
de les letras (Jauralde [1980 c ], y véase Jammes [1967] en cap. 4). Es,
curiosamente, un aspecto poco estudiado desde la perspectiva quevediana,
quizá por la escasez de textos teóricos que en su obra se refieran a la
literatura o al estilo (Komanecky [1 9 7 5 ]). La contienda salpica la bio
grafía de Quevedo y se recrudece en momentos muy determinados: 1609,
hacia 1613 y durante los años que suceden a 1627, muerto el poeta cor
dobés. Quevedo, con la transmisión de los grandes poemas gongorinos,
desde 1613, encontró un terreno donde desenvolverse a gusto: la parodia
del novedoso y extremado estilo culterano, contra el que publicó, además,
dos divertidísimos opúsculos: La culta latiniparla (1631) y la Aguja de
navegar cultos (1631), probablemente redactados el mismo año de su
publicación (Jauralde [1981 £ ]).
La actitud agresiva e imitatoriamente degradante de Quevedo con
respecto a las novedades literarias quizá pueda entenderse recordando
que de estos años, hacia 1604, data la primera redacción del Buscón
(cf. cap. 5), asimilación e inmediata deformación de un género de m0(j
entonces por un escritor joven y ambicioso, de ideología radicalizada.
Sin embargo, Quevedo no se va a presentar ni ahora ni más tarde
con un carácter totalmente definido y compacto. La crítica habla cons.
tantemente de sus contradicciones y paradojas (Castro [1 9 2 8 ], Roig ^
randa [1980]). Espejo de su tiempo, quebrará infinitas veces su actitud
para dar salida a la inseguridad, el desaliento o la inquietud. Est
mismos años de jactancia y seguridad juveniles son los de su corto y sj
nificativo epistolario con Justo Lipsio (Lida [1 9 5 3 ]), en el que ador»
el tono elevado y premonitorio del humanista flamenco.
En 1605 la corte vuelve a Madrid y Quevedo con ella. Hasta I613
cuando ya se documente su presencia en Italia al servicio del duque de
Osuna, van a transcurrir ocho años caracterizados por un quehacer ]ite
rario cada vez más animado y disperso, y una vida cortesana llena de
lances y anécdotas que desembocará, hacia 1609, en una honda crisis
espiritual. Año, por cierto, durante el cual se adensan sus relaciones con
la villa de La Torre de Juan Abad, en Ciudad Real, culminadas, en 1620
con la adquisición del «señorío» de la villa por Quevedo (González Fa
lencia [1946]), quien convierte aquel rincón manchego en refugio pan
sus depresiones y exilios cortesanos.
¿Qué escribió Quevedo durante estos años? Indudablemente siguió
cultivando la vena satírica y festiva, a la que tanto se prestaba el ambiente
de la corte, pero planteándose las cosas con mayor hondura y extensión
Es probable que ya hacia 1605 hubiera redactado el primero de i#
Sueños, al que sucederán E l su eñ o d e l in fiern o (dedicatoria de 160«i
El mundo por d e d en tro (hada 1612) y ya, en otras circunstancias, £
sueño de la m uerte (1622), desgajado por su tono de los tres anterior»
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338 SIG LO S DE O R O : BARROCO
[1955]). Por cierto, que extraña su falta de realismo político aun des
pués, y sobre todo después, de su quehacer diplomático.
El largo período que se abre entonces, en 1620, y culmina con su
encarcelamiento, en 1639, es —literariamente— el más complejo de todos.
Quevedo escribe mucho, rehace cosas viejas y, en cierto momento —al
menos a partir de 1626— decide publicar obras o colecciones importantes
H sus obras. Si a todo ello se añaden las numerosas ediciones piratas
que, a partir de 1625 también, enriquecieron a editores desaprensivos, y
jas sinuosas relaciones del propio autor con algunos libreros, que editaron
obras suyas sin que todavía podamos dirimir si hubo o no connivencia
jon el autor (Ettinghausen [ 1 9 6 9 ]) , el panorama quedará esquemática
mente trazado.
El corpus de obras concernido por este complejo entramado recoge
nada menos que la primera parte de la P olítica d e D ios (redactada posi
blemente en 1619), obra en la que se aprovecha de su reciente experien
cia política para un tratado denso de contenido político-moral (Bleznick
[1955], Hafter [1 9 5 9 ], Lida [1 9 6 8 -1 9 6 9 ]) que el público leyó con avidez,
jeguramente por su flagrante actualidad, al estar sembrada de referencias
|jos privados y al arte de gobernar. De otro modo, y dada su evidente
dificultad de estilo (Borges [1 9 5 2 ]) , no nos podríamos explicar que fuera
la obra de Quevedo que mayor número de ediciones alcanzó en vida del
autor (Crosby [1 9 5 9 ]). Recoge también la primera edición de Juguetes
déla niñez y travesuras d e l ingenio (1 6 3 1 ), título justificativo bien claro
de una actividad que a Quevedo le interesaba presentar como periclitada,
como devaneos juveniles, en vista de que habían pasado ya a ediciones
piratas con los títulos de D esvelos soñolientos o Sueños y verdades soña
da. En Juguetes embute Quevedo los Sueños, censurados; algunas obras
festivas cortas, las más inocuas, como El caballero de la tenaza o el
Cuento de cuentos (Soons [ 1 9 7 5 ] ) , y otras escritas ad hoc: La culta
latiniparla y el Libro d e todas las cosas y otras muchas más (Jauralde
[1981 a y b]). Con todo ello intentaba paliar el deterioro que su imagen
pública venía sufriendo y, de paso, negaba implícitamente — también lo
hizo directamente— ser el autor del Buscón — editado por primera vez
en 1626— y de numerosos opúsculos festivos y políticos que o eran
realmente suyos o se le atribuían.
Los problemas no se circunscribieron a sólo esas obras. Su carácter
irascible y agresivo le valió enzarzarse por entonces en varías polémicas,
algunas muy sonadas. La primera, acerca del pretendido copatronazgo de
santa Teresa de Jesús, le llevó a escribir el Memorial por el patronato
de Santiago (1628), e, inmediatamente, Su espada por Santiago (redac
tada en 1629). Al decir de un contemporáneo, Quevedo fue «el que más
•edejó entender de todos» en la defensa de una tradición que tenía claras
connotaciones ideológicas: conservadurismo, belicismo, misoginia, etc.
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S IG L O S DK Or o .
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Es en las páginas, desiguales, de la Virtud militante (publicada en
¡6J1) donde Q u eved o expresa de manera más comprometida su doctrina
jej desengaño y de la vanidad de la vida, personalizando su senequismo
gj declinar de su propia existencia (Rey [1 9 8 0 ]). Las cartas de estos
ios también recogen los ramalazos de ese hastío amargo. Cada vez pasa
0 4s tiempo en La Torre, desde donde avizora con inquietud la marcha
je ¡os acontecimientos políticos. Al menos tres d e sus grandes obras se
¡edactan durante estos años: La hora d e todos y la Fortuna con seso (pu
blicada en 1650), todavía la primera parte d el M arco Bruto (publicada
en 1644) y la segunda parte de la Política d e D ios (publicada en 1655).
Temas manidos para Quevedo, pero escritos ahora con la profundidad de
ji madurez y ia distancia, elaborados no ya para su circulación manuscrita
inmediata, sino probablemente con vistas a su publicación.
Todavía, de vez en cuando, se asoma a la flagrante actualidad de su
tiempo, como cuando en 1635, en uno de sus viajes a Madrid, impreca
i Jos franceses en forma de Carta al Serenísim o Luis X I I I , a propósito
de los recientes hechos militares. Para entonces sus enemigos se habían
confabulado y tenían en prensa E l tribunal d e la justa venganza (1635),
libelo en el que nuestro autor cosecha todo el fruto de su desparpajo
jjpresivo a modo de forzada retahila de insultos y acusaciones.
Poquísimo se sabe de él entre esa fecha y el 7 de diciembre de 1639,
cuindo se Je detiene en Madrid y se le lleva con gran sigilo y despliegue
policial al convento de San Marcos, en León. La leyenda, que tanto ha
hecho por enriquecer su biografía, ha venido relegando hasta hace poco
(flfiott [1972], Jauralde [1980 b ]) la evidencia que se deduce de los
hechos históricos y los documentos fehacientes: Quevedo, posiblemente
il servicio de la alta diplomacia española, fue acusado, entre otras cosas,
¿t confidente de los franceses por el duque del infantado.
Durante los tres años y siete meses que pasó en el convento de San
Marcos, Quevedo se entregó, pasados los desconciertos y rigores iniciales,
ala redacción de tres grandes obras de tono moral (Jauralde [en pren
sil]): Providencia de Dios (no publicada sino en 1700), La constancia
1 paciencia del santo Job (que tampoco se publicó hasta 1700) y La caída
paralevantarse... Vida de san Pablo (1644), obra que remoza y termina a
pocode ser puesto en libertad, en junio de 1643, por lo que esta obra,
laúltima larga que escribió —pues no se ha encontrado la segunda parte
ddMarco Bruto— es también en cierto modo su testamento espiritual
(Jauralde [1980 a]).
Poca vida le quedará ya en 1643 — cansado, enfermo y viejo— cuando
vuelva a la corte y aprenda «a andar de nuevo». Durante algunos meses
prepara las ediciones del Marco Bruto y de L a caída para levantarse. En
noviembre de 1644 se retira definitivamente a La Torre, con la intención
depreparar nada menos que una edición de sus obras, otra de sus poesías
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SIGLOS DE ORO: BARROCO
y acabar la segunda parte del M *rco Bruto. Transcurre un año lento, va*
dknte, que podemos seguir casi paso a paso a través de un precioso
epistolario (Lida [1953 b ] ) : no ha renunciado a ninguna de sus pasiones,
k literaria y la política, pero parece entregarse con mayor fervor a aquélla,
quizá porque presiente la proximidad del final, quizá porque la situación
política no permite más que augurios de derrota y decadencia. En una
celda del convento de Santo Domingo, en Vülanueva de los Infantes,
donde debe de estar enterrado, murió el 8 de septiembre de 1645.
La historia crítica, desde entonces, ha comentado y engrandecido su
Jigra histórica y literaria hasta colocarla en un lugar preeminente, no sin
haber limado algunos aspectos, sobre todo los relativos a su formación y
cultura (Lida [ 1 9 8 0 ] , Castanien [1964], González de la Calle [1965]}
Bénkhou-Roubaud [ 1 9 6 0 ] , Del Piero [1969], Gendreau [1977]), qUe
constituían parte de sus propios anhelos.
Aunque poco y de manera muy peculiar también escribió para el
teatro (Alonso Cortés [1929]), a veces —como en la comedia C ó m o ha
d e s er e l p riv a d o — tomando el género como un pretexto más para la
adulación y el medro cortesano (Somers [1956], Lida [1956]); pero otras
como en el caso de sus entremeses, empleando sabiamente los recursos
de un género menor que tan acordes eran a su vena festiva y .sarcástica
(Herrero García [1928], Mancini [1955], Asensio [1965], Soons [1970]).
BIBLIOGRAFÍA
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PERSONALIDAD £ IMAGEN
II. Lamb dijo que Edmund Spenser era «the poets’ poet», el
oeta de los poetas. De Quevedo habría que resignarse a decir que
$ el literato de los literatos. Para gustar de Quevedo hay que ser
(en acto o en potencia) un hombre de letras; inversamente, nadie
que tenga vocación literaria puede no gustar de Quevedo. La gran
deza de Quevedo es verbal. Juzgarlo un filósofo, un teólogo o (como
quiere Aureliano Fernández Guerra) un hombre de Estado es un
error que pueden consentir los títulos de sus obras, no el contenido.
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QUEVEDO
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PERSONALIDAD I IMAM N
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j/J ItJi/falQ íliJf ,f~M1 1 * ■ *
i Jí ¡llj'StJJi 1íj, »* t .y #vJV ‘i »
19 / 98
teí, MSOÍ4TOICO
^ c o iu o u n a n illa de p l a u , H * t * l p o r e je m p lo : « H u r t a la
H q m m o» A to *, _ . '■ w M sj¿ 1
i J ' ■' í ■f \ ^ ; ; ; ®
afloa na cumplido 1* muerte corporal do Quevedo,
linulo el pflmer artífice de las letras hispánicas. Como
^ virfoO como Shakespeare, como Dante, como ningún
W^ggjlW» Franvinv de* Qutveilo el menos un hombre que una
v \ complcj* literatura.
NEOESTOICO
19, — W A R M IO P P U II
20 / 98
OUBVKHU
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v i NftOltTOICÜ 359
apóstol, mantienen ese tono religioso, intensificado tal ve*. Desde 1634, fecha
en que parece habet comenzado la redacción de Virtud militante, hay más in*
¿idos dd celo ortodoxo de Quevedo». Alfonso Rey [1980], pp. 111*112.]
23 / 98
iT iJteü Ü
25 / 98
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-» - *i>OJ Í0ü CUfUCS SéíUJCÜ («'Ij de&acuerdo COi)
J n ttlK i ■ > • \ /• i i'
..«vwiiu lob auukuos estoicos «ríenos) aürma un auansrno
tfi lu que concierne a lab relaciones fíltre e] alma y el
y o^Míva una oposición absoluta entre los poderes raciona*
7 i^/iibie y *>üs poderes irracionales, de decir, las pasiones.
i >á*í & ueca es quien
I 4iHwj)ipwl I
proporciona
| . |
a Quevedo
» ,í M
los pensamientos
ir-s ü'ir le ayudan a combatjr el miedo a la muerte. De este
H , • j r\ j
o¿o Íü leíiexioii neoestoica de Quevedo presenta los rasgos com-
yjt# de una íjlosoiia moral humanista, aunque ajustada, en la me
cida de 1<> posible, al pensamiento cristiano.
A precisiones pueden permitirnos apreciar mejor la reflexión
tote# contenida en la poesía lírica de Quevedo. En efecto, en el
fondo son exactamente las mismas tesis que se repiten en los poemas
jc nuestro autor. Encontraremos continuamente las huellas de un
^juicnto neoestoico que se centra en los tres aspectos dominan-
6¡ conocimiento de sí mismo, desengaño respecto a las cosas que
no pertenecen al dominio del hombre, y pensamiento profundo e
intenso, por no decir obsesivo, referido a la muerte.
. por *f mí*m*; ( W
del u * * ^ U romecu tn a i se **£ *£ ***1 que o c a t í W r f l ^
Immc de e*ie tópico un apcop*affikJ>«> Pj» ^ y ^
de origmlidad. D íd » de otro ^ tra»lucír apena» Ja * 2 ?
ce utilizan tópico* por doquier, ^ d cato del C otidi
htÜdad dd autor, en cierto» íraJi/f \ ^ ^ á ó o cao 4 w>po* a
rx«r*r, Quevedo «upo KaHar ia " ^ ¿ T ^ i o k o que tanto *»t«*fc7
de una» rtroocuf concorde» con el * ^
Jo s é L o » L. A w m i E * r M o**°E
LA POLÍTICA DE DIOS
real, fía en los reyes, pero no en los validos; piensa que sólo el
no un extraño, puede gobernar con acierto la casa familiar de^ ^ 9^^
Por eso exhorta al rey a ejercer su oficio con plena libertad
de sus pasiones, libertad de los entrometidos, validos, extrañ0s. ta<Í
lutismo d el cuidado y responsabilidad sólo ante Dios: «Señor i .
del oficio real se mide con la obediencia a los mandatos de* ry V^
con su imitación». °8V
Para apercibir, pues, al monarca, no para formular una te
del Estado, escribe Quevedo. Pero determinado a componer u^
tado, era menester darle algún orden y arquitectura. Y entonc
nuestro gran escritor, falto de sistema, sustituye éste por la guía J Sj
com entario y método tan suyo, tan español y tan cristiano. Pero ahor
no serán Séneca o Plutarco, y ni siquiera el libro de Job, los comen3
tados, sino los mismos Evangelios, traspuestos del plano estricta
mente religioso al político-religioso, el de la «enseñanza política *
católica», como dice el mismo Quevedo, o «silva de discursos sagra,
damente políticos», según le llamó en su aprobación , el calificador
del Santo Oficio Esteban de Peralta.
E l sacar enseñanza de la Biblia para todos los estados, oficios y
acciones, es nota propia de las épocas de fe viva. Ciertamente, el
hábito católico de descubrir el sentido figurado ayuda aquí, y más a
un escritor que, como el buen barroco, no se para en barras. Pero,
en cualquier caso, tiene razón Quevedo al ampararse en la fecundi.
dad de la Sagrada Escritura y en la certeza de que la vida entera de
Cristo, en todas y cada una de sus acciones, es fuente de provechosas
enseñanzas. Sin embargo, no debemos creer que efectivamente y
punto por punto, Quevedo va sacando su doctrina de la meditación
bíblica. Ya lo hemos dicho antes: él arranca de la situación política
real y conoce, o cree conocer, su remedio. Remedio que, buen cri*.
tiano, buen lector de la Biblia, buen escritor, encuentra, siempre v
con facilidad, autorizado e ilustrado, tras su poco — o su mucho—*
de forzar imitaciones y paralelos, en los Santos Evangelios. Así, pues,
el fundamento de Quevedo al acogerse a la Biblia es la subordina
ción de la política a la religión católica y a la moral cristiana, en
polémica expresa con Maquiavelo y su secularizada y amoral «rasón
de Estado*. Pero también, sabiéndolo o sin saberlo, en polémica
implícita con la concepción luterana del Estado, con la nctttfslindófl
religiosa de la política, a lo Bodino, y con la subordinación anglicana
de la religión o la política. [ . . . )
33 / 98
LA «POLÍTICA DE DIOS» 569
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570 QUEVEDO
nfinilDcMI (Ifb fD
wlMjyti >■* Itlt » U f ÍIMÍ* |()9k IIVIOCilK* Í H jK lf |fl d
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........ .... . . . fipelo gu(o b ie rn o ; |jwo el tono
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_h«fi la# armas, cardada#, no dde v e rd a tk fvkkniti, lino de
e vcfiliiki
• A IU propia
voluntad deJ tutor; Levanta iu propia ligaru para declarar,
b $ j i^. Hliiri^nki d c íc n m l ñ o r í , no lo
juW (J v * ■i á
ístra Mages
i , i ,,j temor hablando con Vuestra Majestad, antes con satis*
1 con i u lee
m Afi e x tr a íd o d
^ iu*rc Muc r®y ju/gue imposible imitar los hechos de
P-jl „ u través de lina l>rillantc serie de metáforas le hace ver al
^ rnínW cjuc también él puede sanar a los enfermos y devolver
P juta a lo# ciegos y resueitar a los muertos. Por el milagro del
he ü l,cvcdo lleva a cabo lo que te supondría imposible,
' E x c g c t a y predicador a la ve/, arrogante y modesto, Quevedo
/ gjcnjpre presente como el intermediario, como el portador de
. vcrJu«i indispensable. 1íosta cuando parece dirigir la atención a
o tr a P * r * c > v * c n c a encauzarla derechamente sobre sí mismo; «Yo
0u toda humildad y reverencia admiro en estas palabras las ínter-
relaciones de los santos, que sirven al misterio. Vosotros todos los
Le mandáis y aspiráis a mandar, ¡atended a mi explicación!». En
otros lugares levanta la voz basta el grito: [«¡O Sefíor! Perdóneme
V u e s t r a Magostad este grito; que más decentes son, en los oídos de
los r e y e s , lamentos que alabanzas»]; «Señor, si el Espíritu Santo, ya
n a Bi scós a lo s sueños
irTi^i» ssí, por ejem plo, los m ercaderes que en el Día del
í C * 1» » u* a l» * * , al revé» y que tienen los cinco sentidos en
tyjfljp ¿ ¿ ¡o s dedos de la mano derecha.
primero la técnica q u e] consiste en adoptar esta
Jrf?*, ^ p a recer y Je r, juntando ambas cosas de un modo
0^ apren d ien d o al lector con lo inesperado por medio de
¿ c contrastes entre estos dos aspectos de la «realidad»: la
eng*óc*a y la fea «verdad» que disimula .1 Pero la brus-
«careo» (el efecto pleno de una de esas contraposiciones
forprenden) depende del abandono de la verosimilitud ocu-
^ excluye esas rápidas series de bruscas transiciones com o las
f ^ núcleo de E l m undo por d e dentro. E llo representa una
^jjte variante respecto a la «técnica del contraste lógico» [que
^Hernando de Zarate por ejem plo en sus Discursos de la paciencia
\Lím4J> con m^smo mundo reducido a una serie de parejas de
¿cenes incompatibles: cada una de las personas que encontramos
especie de abstracción prototípica (que representa a toda una
categoría o profesión) cuya naturaleza íntima se manifiesta
are¿^° una ^ma8en su ser con im agen anterior de su parecer.
Níoobstante, dentro de ese m arco alegórico, E l m undo por de dentro
todavía funciona «fotográficam ente»: no, desde luego, dándonos el
jjmple hecho más su «intelección consciente» a cargo del narrador,
como en el Guzmán , sino yuxtaponiendo dos «fotografías» en cada
mío de los episodios paralelos que form an su fase central, la primera
agradable y atractiva (que nos da el narrador), la segunda sórdida
y repelente (producida por la figura alegórica del desengaño como
comentario a la prim era). [ . . . ]
Esta nueva variante de la «técnica del contraste lógico» volverá
a usarse posteriormente en La hora d e todos , que Quevedo escribió
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wa- «BOKSÓK* A LOS « n e A o t» 577
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DEL «BU SC Ó N » A LO S «SU EÑ O S» 579
tra los autores de aquellas «malas obras» por las que «1 libreto hí
de expi*r cn e* ^nfierno- E n las sátiras tardías, finalmente, la sintaod
líptlctt, el expresivo diálogo y la síntesis conceptista de los más dispare
C¡Jnoa de imágenes garantizan ya una condensación aún más fuerte,
£ b e , del texto.
% £ & ***-
hipérbole es, ju nto a la concentración textual, un rasgo fun-
tal de la sátira de Quevedo que perdura a través de todos los
^ b io s de estilo. E n el Ju icio fin al se le reprocha al boticario que
gifado con una peste y ha despoblado dos lugares; en L a hora
SC todos ---de modo más gráfico, pero no menos hiperbólico— siente
f? °la basura de los frascos de una farm acia y les manda que se
^ rten (III)* Como m uestra el ejem plo de los bufones en el In fiern o ,
flS gjadas son tan frías, dejan tan fríos, que el demonio que los
•olla tiene sabañones, exageración y juego de palabras (equiparación
¿¿«frío» real y m etafórico) pueden ir juntos perfectamente. La ten
dencia a la exageración presta a menudo rasgos caricaturescos al estilo
de agudezas de los prim eros Sueños.
Juicio final se dice del médico, del boticario y del barbero que a ellos l
que agradecer «gran parte deste día» ( — del juicio final); el ansia
amor de las viejas es tan grande que incluso pretenden gustar a los dem
aios en el infierno (Alguacil). Es una excepción una hipérbole que p °"
manezca en los límites terrenos, como, por ejemplo, la afirmación d*i
librero de que la vulgarización de la cultura clásica ha llegado tan leí
que las traducciones de Horacio se leen en las caballerizas. °s
También se dan muy pronto formas pintorescas de hipérbole. patt
del cuerpo se independizan, se personifica lo inanimado (la barba del L*
cenciado Cabra palidece de miedo ante la hambrienta boca, las enferm '
dades emprenden la huida ante la medicina), las personas se transforman
en alegorías de sus propiedades más características (Cabra es «la hambr
viva»,). En las sátiras posteriores la hipérbole se convierte en el medi*
normal de la intensificación conceptista. Unos aduladores entran en acció°
e inmediatamente se dice no que sean encarnación de la mentira, sfcv
que la mentira se viste de ellos «revistiéndoseles la misma mentirá*- ^
charlatán, «con Ja retención, em pezó a rebosar oharlá por los ojos y ’J l
los oídos», y Ja mujer, sorprendida por la hora mientras se está pintando1
sale de la habitación «hecha un infierno, chorreando pantasm as»; en tea
lidad chorrea pomadas y afeites mal aplicados.
| „0 sa p e to d o s
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q u e v e d o
52 / 98
«U H OKA l>£í: TODOS»
c o a A x w id o , G & e r j A r á e o t, M o r ie n o , R cg er,
Q jt - v e d a , o o o lo r is ib le d e l eoga& o y la c r e d u lid a d .
o . ver qué tan malos son los letrados? Que si no hubiera le-
^ ° eX hubiera porfías; y si no hubiera porfías, no hubiera pleitos;
rrfld05’ Tjjjjgj-g pleitos, no hubiera procuradores; y si no hubiera procu
r e 00 o {atiera enredos; y si no hubiera enredos, no hubiera delitos
uAf6*’ . j,;pra delitos, no hubiera alguaciles); y si no hubiera alguaciles,
l f 51 ^ c e l; y si no hubiera cárcel, no hubiera jueces; y si no hu-
^ e c e s oo hubiera pasión; y si no hubiera pasión, no hubiera cohe-
J osé M a n u el B l e c u a y J. O . C ro sby
TRASMISIÓN Y CREACIÓN
DE LA POESÍA QUEVEDESCA
in V^ a cs causa de mi muerte,
y a manos de mi bien mil males paso,
y cuando estoy rendido me hago fuerte.
56 / 98
TRASMISIÓN Y CURACIÓN POÉTICAS 589
20,-- WAHDROPPBB 57 / 98
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QUEVEDO
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lixi’iuísióN y n u N m poético
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pjíMAio A lo n s o y P rm o Laín E n t r a m o
0PRUS1ÓN Y T A L A N T E P O É T I C O
t Dámaso
™ ;Alonso
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PoesU espaÑoli Grcdo* afectivo ca lt ¿v ¿ p
„ 9) - ^ « d o s . Madrid, 1962*. p p . 497-580 *°
». Pedro L .r » r -- . . ^ * * ^ J7 7 ,
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I» oflgioalky de Quevedo está ante todo en 1
m tttttlluo,« í« KpMtií^n de materia en el veno, en la >fii,
ttvqiwlKfcta tn unidades rtunicaa de las partea de más Inter
ittn Jet pensamiento mismo, de tal modo que ritmo extetio 1 M
túUuta interna, Pero tu más profunda originalidad consi8t *N¡t
iiHvrpondón de los elementos allegadizos al sistema de su ** |
rpresión afectiva; por esta razón nada toca que no quede *
coido tuyo, w * .. *y>a & gfc
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I • !* * • * **► »► ™ ”
locura tta^iunÉfc ett esos rwm> verses, pasa por inda una
i* 'oad» v —nitn>» pmem ñ m ta % csreras mirjr distintas, poLm
«iré aetfc aato&gfé ji p a w io tt hampa; ’
ÍP ¿ e —’•*■ ^«áJamcuc cdfagagg)r Sermejazo, «rayo», cam eL am ^
a quizá tr e s sig n ificad os: <r) ‘m al o rie n ta d a, e s decir, c a n e i gnouinn d esv iaácf;
¿r) ‘n a en frenrarfo a i so l, y, p ar ta n ta , e n som bra, som b río ’,, y ¿r) *Jfe o r a ' ’.
/^qrTpl ind ivid uo, p u es, p a re c ía u n re lo j d e so?, cuya, agrrja. ( = larga nariz) <ggma
iTn« dirección anóm ala, y e r a a l a vez, so m b río y efe m ala catadura. HL verso
séptimo, b a jo s u tra n sp a ren cia , o c u lta o tra d o b le afusión: “ u n gTefamg b a c a
arriba” su giere inm erKatam grng l a irrm^m efe afgr> descomunal, inrorm e. indo-
rppñgfrTf A q u e lla rtarix daría l a im p resió n de u n a tremenda, y descom puesta
masa EL p o d er h ip e rb ó lico d e Q u ev ed o q u ed a ría su ficientem ente dem ostrada;
na la sutileza co n ce p tu a l, y a q u e ta l h ip érb o le resu lta poco ajustada. P ero e i
ajuste s e realiza cu a n d o arrancam os a boca arriín t su segando sen tid o: n a sólo
<ngnffrra ‘rnrr las p a ta s p o r a lto ’, sin o ‘arriba, p o r en cim a de la boca*- Y * está»
pues, claro e s te p rabiem aticD verso q u e, Tano d e d a s caras, significa a l a vez:
‘la naríg erg tan m o n stru o sa co m o u n e le fa n te b o ca arrib a’ y ‘aquel individua,
par encim a d e la b o ca , e ra u n e le fa n te , p a rq u e su n a n z era ta n grande com o
una trom pa’. F ijé m o n o s, p o r fin , en e l u ltim o v ersa : qn e en. la cara d e Aftas
fuera delito. A q u ella nariz h u b ie ra sido extrem ad a h asta e n d rostro d e Anas*
es decir, d e u n ju d ío ; p ero un ju d io m u y p ecu liar, cuyo n o m bre pu ed e expli
carse por u na ca p rich o sa etim o lo g ía (A -a a a ), y significa ‘sin nariz'.- E s decir
— nuevo sen ad o — , tan d esco m u n al gr^. e i apéndice, q u e hu biera resultado « a
ceaivo, d elictiv o, h a sta e n e l ro stro d e un rig o ro sa ch ato ». S in em bargo,
f. M . B lecu a [ 1 9 63 y 1 9 6 9 -1 9 8 1 1 docum enta q u e loa il tim os versos paasmn
todavía por re d a b o ca cio n e s con cep tu osas, hasta a d a p ta r f e fiTrma « te s ó n
archinanz, caratu lera, / •mhmñún gmm á» l1 m o ra d a y m t o » .]
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$$$ QU&VKDO
A y e r se fu e , m añ ana n o ha llegado,
h o y se e s tá yen d o sin p arar un punto:
soy u n fu e , y u n será , y un e s cansado.
E n e l h o y y m añ ana y ayer, ju n to
p añ ales y m o rta ja , y h e quedado
p re se n te s su cesiones de d ifu n to.
pero que era imposible en 1613*. «Se trata simplemente de una imagen tópica
en la poesía de su tiempo para indicar que todo es perecedero, hasta los más
fuertes y bizarros muros. Todo obedece al tiempo en muerte fría: la muralla
el arroyo, la luz, la espada y la casa.» Por su parte, R. M. Price (1963, tamKj^
en Sobejano [1978]) advierte que «la fuente de la imagen de la casa ruinosa, en
este soneto al menos, es Séneca, Epistulae m orales ad L ucilium , X I I . E l co
mienzo de la epístola describe la visita del autor a su quinta, donde comprueba
que el tiempo está destruyendo tanto a ésta como a él mismo. En los dos
versos finales del soneto Quevedo recuerda sin duda alguna dos frases: ííQuo-
cumque me vertí, argumenta senectutis meae video”, y “Debeo hoc suburbano
meo, quod míhi senectus mea, quocumque adverteram, apparuit” . La idea tiene
una resonancia a lo divino en el psalm o V II del H eráclito : “ ¿Dónde pondré,
Señor, mis tristes ojos / que no vea tu poder divino y santo?” . E l tema y d
lenguaje dd soneto entero se repiten en el Sueño d el infierno, 1608 (L as za-
bú rd as d e Plutón): "¿A qué volvéis los ojos, que no os acuerde de la muerte?
Vuestro vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece, y
hasta d sueño de cada día os acuerda de 70 /la98muerte, retratándola en sí” » .]
LA LÍRICA AMOROSA 603
G o n z a l o S o b e j a n o , C a r l o s B l a n c o A g u in a g a
y F ern an do L á z a r o C a r r e t e r
«CERRAR PO D RÁ M IS O JO S ...»
Y LA L ÍR IC A A M O RO SA
Salta a la vista que el soneto está dividido en dos partes bien sepa
radas en las que una misma idea se expresa de dos maneras diferentes.
No sólo dice el soneto una sola cosa (como debe ser), sino que, desde el
punto de vista conceptual, dice dos veces lo mismo. Ya en los cuartetos
se afirma que a pesar de la muerte («ley severa») la llama que ardió en
la vida del poeta seguirá ardiendo, y recogida la idea en los versos 7 y 8,
nos es lanzada otra vez en los tercetos que, al parecer, sólo acumulan
palabras pira reafirmar lo ya declarado. Vienen a ser, frente a la sobria
afirmación de los cuartetos, una segunda carga con que el poeta pretende
afianzar la victoria — verbal— contra la muerte.
Claro que la última palabra del poema ( enamorado), celosamente guar-
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LA LIRICA AMOROSA 611
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1 A POEíSSÍA SATÍRICA
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QUEVEDO
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LA POESÍA SATÍRICA 619
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rot-dw1 j*e* ii^>dbÍAcxr táeClivMaeBír uní perversión in m ^
|% uido* Ivt radt*íez#-rvvtn10$ hacen gala del mismo deU»- * '*i
&»«# e: fijuu/KÍ, vt Hltí* en ellos preocupaciones morales A°
£**-«• *: HU'.vf n¡ wmenos más serios Así ocurre en el sipi,/^ ^thk
«apiado batgjaimur
**eto
Si el muüdo amaneciera cuerdo un día,
pob-ies anochecieran los plateros,
que ias guijas nos venden por luceros
yf en migajas de luz, jigote aJ día.
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** . g me* uli** i» aootfaer», <Co» estrategia adecuada 4 caso, Iiü
2* *^¡Ü ^«rta «e «a *&&* ^ !kijo desmedido,
> í s t - * » •— * * • constatación 4c u» mundo aquejado de
^ ^xlctivá, te*0* <x*tTÍmtt: de Ja sátóía. DtJ «iodo que los
de* ¿e ^ JocuIíl ^ ^ C«^ íomaoce 72$), se dan » ■
^ «xjonpteo^taría* «a quienes $cha» cactos y quíeaes Jos #•
^ ^ pagará' A* ¡cebajar, en una hipotética ñuxom&áón <de la
ct#<* ajunco, el comercio de piedras preciosas al de simples gui--
jjjfiSí^ _ ^. J0 anexiona a la esfera del mundo al revés implícitamente;
jes, |||g-anjiettto no hace otra cosa que dejar al descubierto la realidad
^ eido con los cánones del tópico,, los objetos no ocupan ú lugax
pe ‘^corresponde en la escala de la creación; de un lado, «guijas»,
que * f . «jigote» (términos del estilo ínfimo a los que presta cohesión
■ de otro, los elementos celestes que pretendían suplantar,
la P*10^ «luz»> «día». De seguir el impulso moxalízador del soneto 68,
* * U , jrág arriba, el rechazo de estos bienes ilusorios habría derí-
^T^bacia el elogio de aquellos bienes imperecederos de la Naturaleza
Q al brillo engañoso del lujo artificial: «De balde me da el sol su
pura, / plata la luna, las estrellas oro» (68, 12-13). En cambio,
^^Z^iACÍón satírica encuentra más divertido destacar en la cordura re-
^lída del mundo el empobrecimiento, consecuente del vuelco, en el
de los plateros: «Si el mundo amaneciera cuerdo un día / pobres
^ crecieran los plateros» (1-2), Con ello, se renovaría una operación
S e t del mundo al revés.
En los dos primeros versos es patente un quiasmo que se superpone
k antítesis: «mundo»-«amaneciera»-«cuerdo»/«pobres»-«anochecieran»-
«los plateros». Entre las expresiones metafóricas deslexicalizadas «amane
cer» y «anochecer» con adjetivo predicado, se interpone convenientemente
«un día». El cuadro de contraposiciones se completa con las que se dan
entre «guijas» y «luceros» o, en el interior de lexemas, «migajas» y «luz»,
«jigote» y «día». Equivalencia en la discrepancia es la fórmula concep
tista, «concordia discors», que mejor cuadra a la elaboración quevedesca
del topos: inversiones quiásticas, paralelismos antitéticos.
Todo ello nos está indicando, una vez más, que el poeta expre
saba de mil maneras — a veces lo hizo directamente— su convencí-
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^ cl<f pt'ííiBÍsiwíí ^ atroj; j) ’ ^ í*
tdjti'ádeftCÍB política» q
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:^Wi^tiíHíCÍa%. 4$ Ia vida, Qijfi aplicados a Í ^ L V
&¿ Hxk «ÜMtcásm poesi* festiva para Á
£$$&. cíjo^istyteíw*hipócritas, rufianes... se su ced a >»S'
W «róo&etas desprovistas no ya de cualq^j^ ^
jjgjfefcp, $1rq basJta de cualqui# signo de apariencia h« ® C H S
Mfa qm fantevés con forma humana. * ti$\
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U PMODIÁ IDIOMÁTICA
Y LA INVENCIÓN GROTESCA
tws, cornicantano ,]
s k Sobre mariposa; marivinos, diabliposa. Sobre misacantano: tori-canta-
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fcfe QUXVBDO
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- ' Mg:‘ QUETEM
_ tftnto con los elementos del lenguaje como con los del
^¿fntasnial que describe mediante ese lenguaje, que es, en sí
jbién grotesco y fantasmal. Por esto es necesario distín-
comienzo lo cómico y grotesco que crea el lenguaje, y
¿i»ií grotesco que expresa el lenguaje. Lo primero, lo cómico
f ¿óm*00 jjjtraducible y a veces incomprensible. La palabra o la
¿obran fuerza cómica independiente; pero lo cómico verbal
¿í?rC5^rvicio de la interpretación caricaturesca del mundo. Que
rrá iíza pues, ^ lenguaje en ambos sentidos: como creación gro-
vtfd0ü expresión de un mundo grotesco, de un mundo que él
tese* y manera peculiar y caricaturesca.
te & purria de Orlando es, como ha visto Emilio Alarcos Garda,
de estilos entrecruzados, es decir, una obra en que el estilo
uJ*®. * el humilde o grosero se dan por lo general alternativa-
Este carácter, la mezcla de estilos, es común a la literatura
v se advierte hasta en los grandes y muy serios poemas gon-
l^tioca ^ intensificación, por los efectos contrastantes y sor-
^ ^ ^ te s que produce, es elemento fundamental de la literatura
Al estilo culto, presente especialmente en la descripción de
£0í^ ^ za de Angélica y del paisaje, convencionales ambos, corres-
el léxico latinizante, las citas mitológicas, las metáforas manie-
\ ^ y el majestuoso estatismo descriptivo. Al estilo jocoso corres-
r ec u rso s id io m á tic o s creadores de comicidad y grotesco, y
e s tilís tic o s creadores, también, de comicidad y grotesco.
[fíe aquí »na muestra de los primeros:
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QUEVEDO
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3. Juegos de palabras.
1) Paronomasias: «embocadas os qu iero [ a las musas 1
cadas». * 110 ^
2) Dilogías: «Sorda París a pura trom pa estab a, / y tod *
de París [‘birimbaos’] serían».] as tr&:
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