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AQUILES NAZOA

100 AÑOS
EN 13 VOCES
Compilado por: Ricardo Romero Romero
EDICIONES MINCI
Ministerio del Poder Popular para
la Comunicación e Información
Final Bulevar Panteón, Torre Ministerio del Poder Popular
para la Comunicación e Información, parroquia Altagracia,
Caracas-Venezuela.
Teléfonos (0212) 8028314-8028315
Rif: G-20003090-9

Nicolás Maduro Moros


Presidente de la República Bolivariana
de Venezuela
Delcy Eloína Rodríguez
Vicepresidenta de la República Bolivariana de Venezuela
Jorge Rodríguez
Vicepresidente Sectorial de Comunicación y Cultura (E)
Luis Lira
1er. Viceministro de Comunicación e Información
Pedro Ibáñez
Viceministro de Planificación y Estrategía Comunicacional (E)
Isbemar Jiménez
Viceministra de Gestión Comunicacional
Mardi Medina
Viceministra de Soporte de Plataforma Comunicacional
Kelvin Malavé
Dirección General de Producción de Contenidos
Saira Arias
Dirección de Publicaciones

Ilustraciones
Lorena Almarza

República Bolivariana de Venezuela


Mayo, 2020
AQUILES NAZOA
100 AÑOS
EN 13 VOCES

COMPILADOR:
RICARDO ROMERO ROMERO
CONTENIDO
1. Aquiles, centenario de ternura y humor
por Lorena Almarza
2. Aquiles mío
por Libeslay Bermúdez
3. Humor y amor entre bares y el santoral
por Alí Ramón Rojas Olaya
4. Aquiles y yo
por Mecedes Franco
5. Memorias de un transeunte sonreido
por Roberto Malaver
6. Aquiles, crónica de la identidad profunda
por Laura Antillano
7. Aquiles Nazoa, mi madre y yo
por Armando José Sequera
8. Aquiles como en casa: “Arte y parte”
por Flora Ovalles Villegas
9. Una relectura afectiva del Credo de Aquiles
por Miguel Antonio Guevara
10. Querido Aquiles
por Mercedes Chacín
11. Aquiles el físico, Nazoa el espiritual
por Luis Britto García
12. Ingenio y ternura en Aquiles Nazoa
por Gabriel Jiménez Emán
13. Al pie de la letra… Aquiles Nazoa
por Miyó Vestrini
El hombre de lo sencillo, de los detalles, de la poesía
simple para la sublime, el gran Aquiles Nazoa. El
hombre de los poderes creadores del pueblo.
Nicolás Maduro Moros
(13/12/2019)

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PREFACIO

AQUILES NUESTRO

Cuando nació Aquiles, ya estaba en su etapa final una pandemia.


La Influenza A o mal llamada «gripe española» (se originó en Kansas,
Estados Unidos) cobró la vida de millones de personas alrededor del
planeta. Pero ese niño recién venido al mundo, sobrevivió a la que ha
sido hasta ahora una de las mayores tragedias de la historia humana.
Hace 100 años, cuando muchas almas se fueron, llegó el espíritu
libre del  «lancero». Y en medio de la Covid-19, este centenario no
pasará debajo de la mesa. 
La vida y obra de Aquiles Nazoa transversaliza la venezolanidad,
no solo por su aporte a la cultura, sino a la orientación y actual di-
mensión política del país. Desde el preámbulo de la Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela, la presencia de su pensa-
miento acompaña la nueva etapa de la Patria, en el ejercicio de sus
“poderes creadores”, que permite al pueblo empoderado la facultad
de sumarse a una democracia participativa y protagónica. 
Aquiles, desde su legado, nos muestra una visión de la nación y
la sociedad que soñó, donde impera el amor, la solidaridad, la tole-
rancia y la ternura. Las imágenes que evocan sus versos y relatos,
donde las niñas y los niños son protagonistas, los animales parlan-
tes que transforman lo mágico en real, sus crónicas sobre Caracas
son pasión de actualidad y su humor poético nos llena de trepidante
emoción para el goce y deleite de nuestra existencia.
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Y somos muchos los venezolanos que creemos en los valores e
ideales de aquel oriundo del Guarataro. Tenemos la firme convic-
ción de cambiar el mundo con una sonrisa, una palabra, hasta un
gesto, con las cosas más sencillas.  Creemos que podemos volar con
nuestro cuerpo hasta el infinito, desde los sueños de la infancia para
cabalgar en la historia montados en un caballo bien bonito. Cree-
mos que podemos silbar a las iguanas y cantar con los ruiseñores de
Catuche.
Ese credo amoroso, esa convicción ternurista del caraqueño físico
y espiritual, ha convocado a hombres y mujeres, creyentes en el sor-
tilegio de la música  y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida
perdurable, a rendir homenaje al amigo que reinventó la amistad, al
juglar que nos hizo creer en la poesía y en nosotros mismos, puesto
que sabemos que alguien nos ama. Sabemos que Aquiles nos ama y
lo amamos desde nuestras acciones y palabras.
Por eso, Lorena Almarza nos perfila un Aquiles tan cercano como
un abuelo que nos consiente las travesuras. Laura Antillano hace una
crónica de un cronista del sentimiento. Armando José Sequera nos
muestra el cariño de su madre a las cosas más sencillas del parro-
quiano de San Juan.  Luis Britto García  rememora las querencias
aquilerianas de la Caracas retratada desde sus ámbitos materiales y
metafísicos, creyendo en el Nazoa de las sonrisas.
Flora Ovalles Villegas como artista del cuento nos relata que el
muñequero vivía y sigue viviendo en la fantasía de su hogar. Miguel
Antonio Guevara analiza la subversión transformadora del credo
poderoso de Nazoa en clave filosófica y sociológica. Mercedes Cha-
cín con una carta mística le habla al cultor caraqueño con el afecto de
un hermano mayor. Roberto Malaver hace remembranza de la felici-
dad que produce el recuerdo de las imágenes del sonreído transeúnte. 
En un bar de Caracas, Alí Rojas Olaya degustó un fantástico en-
cuentro con el humorista del Guarataro, donde ambos comieron y
bebieron al son del Gardeliano. Mercedes Franco nos enseña que un
poeta siempre será un noble niño aunque tenga 100 años. La femini-
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dad poética de Libeslay Bermúdez conjugó sentidas prosas que son
versos del alma.
Culminando con un fragmento del guión, del programa radial
Al pie de la letra, de la poeta Miyó Vestrini, del 30 de septiembre de
1985,cedido por La Colección de libros Raros, Manuscritos y Archivos docu-
mentales de la Biblioteca Nacional de Venezuela.
Así que, a pesar de la cuarentena, celebramos este centenario, al
estilo caraqueño, entonamos al lancero, esta famosa melodía (Con la
licencia de Luis Cruz y el canto del ruiseñor Emilio Arvelo):

Ay que día tan precioso,


es el día de tu vida
Todo lleno de alegría,
en la edad primaveral

Tus más íntimos amigos,


este día te acompañan
Te saludan y desean,
un mundo de felicidad

Nosotros por nuestra


parte te deseamos
Lleno de luz este día,
todo lleno de alegría
En esta fecha natal

Y que estos astros dorados


brillen su luz para ti
A Picasso rogamos
Tu centenario feliz

¡Feliz Cumpleaños Aquiles nuestro!

Ricardo Romero
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AQUILES, CENTENARIO
DE TERNURA Y HUMOR

Lorena Almarza
Caricaturista, ilustradora y productora audiovisual. Escribe sobre cine
y medios audiovisuales en la revista Encuadre. Presidenta fundadora de
la Fundación Villa del Cine (2006-2009). Como caricaturista el Premio
Nacional de Periodismo Aníbal Nazoa (2016), y en ilustración recibió
el Premio Nacional Simón Bolívar (2015). Entre sus publicaciones
destacan: Heroínas (2013), Amor y Revolución (2015). 

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AQUILES, CENTENARIO
DE TERNURA Y HUMOR
Lorena Almarza

En Guachirongo lo conocí
Yo conocí a Aquiles en Guachirongo, por entonces una vieja casa
ubicada en la calle 46, desde la cual, Wilmer Peraza poeta y promotor
cultural, impulsaba el sueño de un centro cultural. Como homenaje,
la casa llevaba el nombre de un personaje popular de un cuento de
Salvador Garmendia, “que vivió entre las nubes de los crepúsculos”.
En su patio agreste, donde se disfrutaba de peña poética y musi-
cal, y cuyos detalles se encuentran resguardados en los pliegues de mi
memoria, había un rinconcito modesto con libros, sillitas destartala-
das y unas gaveras, que de llevar refrescos, se convirtieron en asiento
de soñadoras y soñadores a ojos abiertos No sé por qué, pero al
tratar de recordarlo con precisión, veo telas de colores que cuelgan y
bailan con el viento. Quizás esto lo haya sumado mi encanto por ese
lugar, pues fue allí donde escuché los primeros poemas de Aquiles.
Pasó también en aquella temporada en mi pueblo, y quienes co-
nocen a los guaros de entonces, que por todos lados se celebraba la
palabra, para ser más exacta, la echadera de cuento. Y entonces,
ya con El Caimán de Sanare metido en el corazón, en las voces de
cuenteras y cuenteros llegó la prosa y la poesía del Ruiseñor de Ca-
tuche. Entre muchas fábulas y otras “jocoserías”, “El Credo” y “La
Historia de un caballo que era bien bonito”. Sin pensarlo, se me
agrandó el corazón.
Unos pocos libros usados que conseguí en los libreros del Edificio
Nacional y otros prestados, me permitieron adentrarme en la ter-
nura del poeta, en el humor y la picaresca de su prosa, en la crítica
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Aquiles Nazoa

precisa pero sin excesos; y en una ciudad que no conocía – Caracas


- pero cuyas historias y personajes, a ratos se me asemejaban a mi
cotidianidad. Aquiles amaba a Caracas y yo a mi tierra crepuscular
de gente sencilla y pueblerina. Creo que fue justo en ese amor por lo
nuestro, donde nos encontramos.
Pocos años después, gracias a la Cinemateca Nacional y al ci-
neclubismo, vi la adaptación cinematográfica que Leopoldo Ponte,
desde la ULA había hecho de “La historia de un caballo que era bien
bonito”. Recuerdo que la crítica en una revista especializada de cine
adjetivó a la producción como kisch. Sin embargo, para mí fue, es y
será perfecta, pues además, aquella poesía en movimiento tenía to-
ques de psicodelia y evocaba a “Yellow Submarine” de The Beatles.

El amor fue definitivo


No sé cómo lo hizo, pero Leopoldo miró a ese caballo, a ese pue-
blo y a esa banda de músicos desde mis ojos. ¿O será que ambos
mirábamos a través de los ojos del caballo?

Lo afirmativo venezolano en Aquiles


Con humor y amor, Aquiles nos contó Caracas y enalteció siem-
pre la idiosincrasia de nuestro pueblo. En su verbo, lo popular y lo
sencillo, los refranes y las coplas, en fin, la gente y sus cosas junto a
héroes y momentos de valor histórico; así como valores culturales y
la identidad. Siempre, colgada como regalo al lector o lectora, una
invitación a reflexionar.
Para el periodista Héctor Mujica, el querido poeta fue un “Cara-
queño por los cuatros costados”, pero además, “(…) Su historia de
Caracas no es la de un profesional de la historia, sino la historia ínti-
ma”, pues “(…) no sólo leyó los libros del cronista, sino que anduvo a
pie por todos los sitios y lugares” . De hecho, el propio Nazoa refirió
que aprendió a “deletrear el paisaje”, en los paseos que solía dar por
la ciudad en bicicleta junto a su padre, Rafael Nazoa.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

Según Laura Antillano, en su hacer, Nazoa “(…) combina todos


los géneros literarios y el espíritu de un investigador, cronista, hu-
morista, siempre despierto ante su entorno y lo que estaba más allá
también”. En su opinión, el creador fue un “amante de la justicia,
soñador, con alma de niño y corazón de héroe justiciero” .Lo cierto
es que Nazoa, de imaginación prominente y dulzura desbordante,
entretejió recuerdo, imaginario; así como hechos y personajes coti-
dianos para contarnos la ciudad y el país. El escritor y filósofo Ludo-
vico Silva, refirió sobre Aquiles: “Ha sido el único poeta venezolano
que habló directamente a los desheredados, a los marginales, a los
miserables y también a esas clases medias que tienen un pie en el
barro y otro en el primer peldaño de la escala social. Sus versos son
la expresión más transparente y menos falsa que existe, en el plano
poético, no sólo de las costumbres, gustos, decires, prejuicios, amores
y dolores de los sectores venezolanos que sufren con mayor incle-
mencia la aberración histórica del subdesarrollo; sino lo que es más:
expresan con perfecta nitidez la lucha de clases en Venezuela, que es
muy semejante a la de otros países de América Latina” .
De igual modo, para Domingo Miliani, el poeta “(…) vivió or-
gulloso de su extracción humilde, sus oficios proletarios, el auto di-
dactismo que lo convirtió en uno de los más cultos escritores vene-
zolanos, poseedor de una vasta erudición musical, excelente lector
de autores en lenguas inglesa y francesa, aprendidas por su cuenta,
riesgo y pasión” .
En mi opinión, si alguien expresó con generosidad aquello que el
maestro Augusto Mijares definió como “lo afirmativo venezolano”,
fue Aquiles.

El Guarataro
Nació el 17 de mayo de 1920 en el barrio Nuevo Mundo en El
Guarataro, en una calle paralela a la vía de llegaba del tren de los
Valles de Aragua. Sobre su nacimiento escribió: “Los dioses que pre-
sidieron mi nacimiento en 1920, me fueron especialmente favorables
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Aquiles Nazoa

y les agradeceré siempre el haberme deparado la ocasión de vivir


una niñez cuyos términos más poéticos y constantes fueron el tranvía
y el tren (…)” .
Creció en un hogar muy humilde y vivió una “infancia pobre pero
nunca triste”. Dicen que tanto él como su hermano Aníbal, hereda-
ron de su madre, Micaela González, el humor que les caracterizó .
Estudió en la escuela El Buen Consejo “que parecía desprendida de
un bonito libro de lectura porque al frente le pasaba una quebrada y
se llegaba a ella por un puentecito (…)” . Luego estuvo en la Escuela
Federal Zamora, frente a la Plaza de Capuchinos donde solía jugar
con Héctor Poleo y Evencio Castellanos.

Diversos oficios
En su libro “El Ruiseñor de Catuche” , escribió “(…) He ejercido
diversos oficios (…) A los doce años fui aprendiz en una carpintería; a
los trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero
en una bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya
no existe, era el foco de la prostitución más importante de la ciudad.
Más tarde fui mandadero y barrendero del diario El Universal,
cicerone de turistas, profesor de inglés, oficial en una pequeña
repostería, y director de “El Verbo Democrático”, diario de Puerto
Cabello. Durante los últimos diez años me he compartido entre las
redacciones de Ultimas Noticias, “El Morrocoy Azul”, El Nacional,
“Élite” y “Fantoches”, del que fui director”.
En “Vida Privada de las Muñecas de Trapo” contó que aprendió
inglés y francés gracias a una mujer de origen trinitario que vendía
dulces en la esquina de Sociedad, eso cuando era muchacho toda-
vía. El jovencito trabajó en El Universal como empaquetador, y allí
aprendió tipografía y corrección de pruebas. Fue también guía en el
Museo de Bellas Artes una temporada.
Refiere Laura Antillano, que “su vida de niño y adolescente estu-
vo siempre dedicada al trabajo (…) fue autodidacta, aprendió idio-
mas de lectura y escucha.
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Importante contar que tras la muerte de su padre, con apenas


dieciocho años debió hacerse cargo de la familia. Fue así que junto a
su familia se fue a Puerto Cabello donde trabajó como corresponsal
de El Universal. A la par fue Guía en la Oficina Nacional de Turismo
y publicó sus primeros versos en el diario El Verbo Democrático. En
esa temporada, se incorporó a tertulias en la esquina de San Fran-
cisco junto a Alarico Gómez, Gustavo Díaz Solís Pedro Francisco
Lizardo, Juan Beroes, Antonio Márquez Salas, Alirio Ugarte Pelayo,
Luis Eduardo Henríquez, Luz Machado e Ida Gramcko, entre otros.
Según Luis Pastori, “Nazoa es precursor de la promoción literaria
de 1942 por los versos que escribía para El Verbo Democrático” .
Fue justamente la publicación de un artículo donde critica la acción
de las autoridades locales por el mal manejo de la malaria, por lo
que fue encarcelado y expulsado del Estado Carabobo. Contó que
antes de ir preso, lo llevaron en un camión con las manos amarradas,
mientras un guardia le golpeaba la cabeza con el periódico donde
estaba el artículo.

El periodismo y las letras


Fervoroso lector, investigador y autodidactica. De hecho, casi a
diario visitaba la Biblioteca Nacional donde pasaba horas leyendo.
De mano de Pedro Beroes llegó al grupo literario “Presente”, don-
de compartió con Héctor Poleo, César Rengifo, Oscar Guaramato,
Juan Beroes, Antonio Márquez Salas, Rafael Angel Insausti, Gabriel
Bracho y Héctor Mujica, entre otros. A su vez, Beroes se lo llevó al
diario Últimas Noticias donde inició su columna en verso “A punta
de Lanza”, que firmaba como Lancero. Publicó sus versos en El Na-
cional con el pseudónimo “Jacinto Ven a Veinte” y en el semanario
“El Morrocoy Azul” su obra “Teatro para leer”. Trabajó también
para la revista colombiana Sábado, e incluso entrevistó a Jorge Eliécer
Gaitán.
Durante un tiempo estuvo en Cuba, donde tuvo la oportunidad de
dirigir la revista Zigzag y participó en diversos congresos y tertulias.
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Aquiles Nazoa

En su estancia, conoció a Estrella Fernández-Viña Martí, sobrina


nieta de José Martí, de quien se enamoró perdidamente. Se casaron,
pero la joven murió de tuberculosis al poco tiempo. El poeta volvió a
suelo patrio y asumió la dirección del semanario “Fantoches”, conti-
nuando la obra de su maestro y amigo, Leoncio Martínez.
“El Transeúnte Sonreído” vio la luz en 1945, y tres años des-
pués su trabajo periodístico fue reconocido con el Premio Nacional
de Periodismo “Juan Vicente González” correspondientes a escritos
costumbristas y humorísticos.
En ese andar de poesía y vida, conoció a la apureña María La-
prea, viuda de Raúl Estévez con quien se casó. En su incansable
hacer, el multifacético Nazoa, escribió varios guiones, entre ellos: el
cuento de Guillermo Meneses “La Balandra Isabel llegó esta tarde”,
“El demonio es un Ángel” y “Yo quiero una mujer así”. Bueno recor-
dar que “La Balandra Isabel” recibió el Premio a la mejor fotografía
en el Festival de Cannes, el primer reconocimiento internacional a
nuestra cinematografía, gracias al trabajo de José María Beltrán. De
hecho, para muchos, La balandra Isabel, representa el verdadero na-
cimiento de la industria cinematográfica en el país.

Exilio y regreso
Su apoyo a las manifestaciones estudiantiles y de obreros contra la
dictadura, le valió la cárcel y en 1956 la expulsión del país. El poeta
relató que fue “embarcado con las manos esposadas” en un avión, y
fue antes de despegar que se enteró que su destino era La Paz, capital
de Bolivia. Allí se unió al círculo de escritores de la “Peña Navia”, y
publicó entre otros, “El Burro Flautista”. Bajo seudónimo, continuó
escribiendo para El Nacional.
Regresó a Caracas en 1958 y se incorporó a la revista “Domingui-
to” de Gabriel Bracho Montiel. Junto a su hermano Aníbal, fundó
en 1959 “Una Señora en apuros”, y al año siguiente dirigió la revista
“El Fósforo”. Ambas publicaciones enfrentaron la persecución del
gobierno de Betancourt. Entre 1960 y 1965 publicó “El Ruiseñor
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de Catuche, “Cuba, de Martí a Fidel Castro”, “Los Poemas”, “Pan


y Circo” y “Los Humoristas de Caracas”. “El Mismo Pianito”, su
poema abstencionista, le costó nuevos encarcelamientos y acecho de
la DIGEPOL.
Ya el papel no era suficiente vía, así que entre 1968 y 1975 realizó
el programa “Las cosas más sencillas” el cual se transmitió por la
Televisora Nacional (canal 5) que por entonces dirigía Oscar Yanes.
Desde allí, con frescura y profundidad hablaba de temas de actua-
lidad, de lo costumbrista caraqueño; y hasta de autores entrañables
como García Lorca o de obras como “Alicia en el país de las Mara-
villas”. Lamentablemente lo que del programa se sabe, es a través de
los cuentos de quiénes lo vieron o ayudaron solidariamente a Aquiles
con la producción, pues no quedó un solo “video-tape” del progra-
ma. Dicen que en el canal, ni siquiera las cadenas o discursos de
Rafael Caldera, quien era el Presidente, se resguardaban, pues las
citas se reutilizaban. Al parecer el único programa que logró salvarse
fue “Valores Humanos” de Uslar Pietri, porque él mismo compraba
sus cintas.

El humor y el amor en Aquiles


Si algo tenemos claro, es que en Aquiles, el humor no es simple
chiste y risa fácil. Recordemos que se mueve en un contexto, en una
tradición, en la cual el humorismo gráfico fue siempre fuente de crí-
tica aguda, así en como las coplas, sainetes y la poesía popular. Earle
Herrera señala que Aquiles define el humor como un ejercicio de
inteligencia “(…) tiene una expresión muy bella, en la que dice que
el humor es hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que
está pensando (…) Eso señala la sutileza en su humor, el juego de la
ironía. En el momento en que te reías estabas pensando y una toma
de conciencia sobre tu país”.
De modo que el poeta, se hizo de su talento para desde el humor,
un rasgo muy característico de nuestro pueblo, vale referir, comuni-
car y establecer espacios de encuentros y de humanidad.
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Aquiles Nazoa

En su hacer, Nazoa revela un pensador analítico del mundo y las


cosas, que con encanto y certeza llega al otro, como si de acertar la
diana se tratar, pero en lugar de flecha que atraviesa y lesiona, lleva
poesía, identidad y amor por lo propio. Dice Luis Britto García que
el humor va de la mano con el amor. En su opinión, “(…) nuestro
humor compendia más que cualquier rasgo, nuestro rasgo hacia el
mundo y hacia nosotros mismos”. En este sentido, el humor es clave,
pues permite enfrentar lo adverso desde un lenguaje que nuestro co-
lectivo recibe con los brazos abiertos. Por su parte, Ildemaro Torres,
refirió que en Aquiles, el humor es “(…) pleno de gracia, agudeza e
ingenio, a través del cual nos legó como enseñanzas que el humorista
no es un cómico de la literatura, y que, puesto a la búsqueda de lo
risible, al humorista debe serle irrenunciable el respeto a la dignidad
del ser humano”.
Sobre este tema el propio Aquiles escribió en “Genial e ingenioso:
la obra literaria y gráfica del gran artista caraqueño Leoncio Mar-
tínez”: “el humorista es un hombre de actitud subversiva frente al
mundo, un hombre que no se resigna a vivir en la situación que el
destino le ha señalado, pero la ama tanto que tampoco puede re-
nunciar a ella y lo que hace es como irla destruyendo por medio
del amor, irla desarmando pieza a pieza, a ver qué verdad profunda
hay detrás y debajo de aquello que la tradición, las costumbres y los
convencionalismos, le dicen ser la verdad válida y, precisamente, del
desarmar la pieza humana como un juguete en manos de un niño
para ver que tiene adentro, que hay de salvable en ella, es de allí que
surge el humorismo. La actitud del humorista es siempre una actitud
de análisis; lo que la define realmente es esa sonrisa de piedad, de
conmiseración y de profundo amor que asoma a los labios del artista
en el momento en que él descubre que aquello que se decía de la cosa
no existía y que la cosa, en el fondo, era algo distinto, eso es el humo-
rismo, un descubrimiento sorpresivo de que las cosas tienen por den-
tro…El humor lo que hace es provocar el pensamiento analítico”.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

Aquiles justiciero
Contó Fruto Vivas una anécdota, en la cual un día Aquiles fue
a hacer mercado en Quinta Crespo, y en el camino, dio cuenta de
una jaula de la policía llena de niños a la cual se acercó y le preguntó
por qué estaban allí. A lo que los niños respondieron que los habían
metido preso por recoger comida de la basura. Según Fruto Vivas, el
candado de la jaula no estaba cerrado, así que el poeta les abrió para
que salieran. Se metió en la jaula y le pidió a los niños que cerraran
el candado. Al pasar un rato y llegar la policía se encontraron con
Aquiles dentro y le preguntaron quién era y porqué estaba allí, a lo
que respondió – Soy Aquiles Nazoa y recojo comida de la basura.

Silvio Rodríguez y Aquiles


Lil Rodríguez contó en su columna de Última Noticias que en
1998 hizo su primera entrevista al cantautor cubano Silvio Rodrí-
guez “(…) Le pregunté, entre muchos tópicos, por un autor venezo-
lano que le hubiera impactado. Silvio no lo pensó dos veces: “Espé-
rate, es que tengo uno de sus libros en mi cuarto”. Se levantó, fue a
su habitación y enseguida apareció sonriente con el libro: Humor y
Amor, de Aquiles Nazoa”.

Cronista
De igual modo vale referir que Aquiles, es también un referente
importante en la crónica venezolana. Cuenta su contexto sumando
datos y detalles provenientes casi siempre de un impecable trabajo de
investigación, análisis y vivencia, para mostrar personajes históricos
pero también personajes y situaciones cotidianas. El poeta desgrana
con belleza y los descubre ante nuestros ojos. Se interroga, plantea
su punto de vista; y a su vez, nos plantea a quienes lo leemos una
reflexión. Adicionalmente, cuenta con hermoso lirismo, musicalidad
e ingenio. Laura Antillano plantea que “su escritura es un alegato de
defensa y elegía. Su espíritu de investigación y su visión penetrante
de nuestra realidad enriqueció su escritura de nostalgia y ternura,
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Aquiles Nazoa

entregándonos una Venezuela dialéctica, compleja, rica en gestos ca-


racterísticos y definidores”.

Aquiles, el poeta del pueblo venezolano


Para Armando Carías, “Aquiles fue un creador múltiple, pues en
su hacer, pues fue periodista, comunicador, dramaturgo, poeta, cro-
nista (...)”. Me contó que en diversas oportunidades, “(…) durante
presentaciones de Comunicalle dedicadas a homenajear a Aquiles,
hemos sido gratamente sorprendidos por personas del público que
nos declaman “Galerón para una negra” o “Serenata a Rosalía”,
entre muchas otras. Eso nos dice que Aquiles está sembrado en la
génesis, en lo original de nuestro pueblo. Por eso yo diría que si algún
homenaje le debemos, es reconocerlo como el auténtico poeta del
pueblo venezolano, cuyo título no requiere decreto, pues su obra se
ha desparramado entre el pueblo. Sus aportes son infinitos, uno de
ellos, fundamentales, la venezolanidad, aun cuando a las generacio-
nes actuales no les haga resonancia. Aquiles le habla a un país, a una
ciudad (…) En mi opinión, El credo es una de sus obras magistrales.
Una obra cumbre que está a la altura de cualquier obra universal.
En dicha obra, rinde homenaje a grandes obras y a grandes creado-
res del mundo, y revela su capacidad de autoformación y amor por
el conocimiento (…). Por eso y más es el porta del pueblo” .

Adiós al poeta
El 25 de abril de 1976 muere el poeta en un accidente automo-
vilístico. Su obra “Humor y Amor” circulaba desde 1970 y tras su
lamentable partida fueron publicadas “Vida privada de las muñecas
de trapo”, “Raúl Santana con un pueblo en el bolsillo” y “Leon-
cio Martínez, genial e ingenioso”. Sus libros “Raúl Santana con su
Pueblo en el Bolsillo” y “Vida Privada de las Muñecas de Trapo”
obtuvieron el “Mejor libro del año” en 1974 y 1975 respectivamente.
Tras su muerte, y en reconocimiento a su trabajo, la Academia
de la Lengua de Dinamarca le concedió el premio “Hans Cristian
21
100 AÑOS EN 13 VOCES

Andersen”. Héctor Mujica considera que la escritura en prosa de


Nazoa se suma tanto a la de los poetas prosadores de la generación
del 18 en la cual se encuentran Fernando Paz Castillo y Andrés Eloy
Blanco, como a los de la generación del 28 con Miguel Otero Silva,
Antonio Arraiz y a los posteriores como Alberto Arvelo Torrealba,
Juan Liscano y Rafael Pineda. Igualmente Mujica al calificar a Na-
zoa de “impar” lo considera legítimo heredero de Job Pim y Leon-
cio Martínez en el humorismo, de Rufino Blanco Fombona, Pedro
Emilio Coll y Mariano Picón en la prosa, emparejado en la precisa
adjetivación a los clásicos españoles.
Respecto al poeta y humorista, Domingo Miliani destacó que,
“Su temprana conciencia de clase proletaria, su formación marxista,
hicieron de Aquiles Nazoa un signo dramático de dignidad intelec-
tual y política irreductibles” .
Gracias Aquiles por enseñarme a mirar lo hermoso en lo sencillo
de la vida y descubrir los poderes creadores del pueblo.

Aquiles Autobiográfico
Nací en la barriada El Guarataro, de Caracas, el 17 mayo de 1920.
He estudiado muchas cosas, entre ellas un atropellado bachillera-
to, sin llegar a graduarme en ninguna.
He ejercido diversos oficios, algunos muy desagradables, otros
muy pintorescos y curiosos, pero ninguno muy productivo, para ga-
narme la vida. A los doce años fui aprendiz en una carpintería; a los
trece, telefonista y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en
una bodega de la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya
no existe, era el foco de la prostitución más importante de la ciudad.
Más tarde fui mandadero y barrendero del diario El Universal,
cicerone de turistas, profesor de inglés, oficial en una pequeña repos-
tería, y director de El Verbo Democrático, diario de Puerto Cabello.
Durante los últimos diez años me he compartido entre las redac-
ciones de Ultimas Noticias, El Morrocoy Azul, El Nacional, Elite y
Fantoches, del que fui director.
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Aquiles Nazoa

Alguna vez fui encarcelado por escribir cosas inconvenientes,


pero esto no tiene ninguna importancia. A cambio de ese pequeño
disgusto, el oficio me ha deparado grandes satisfacciones materiales
y espirituales.
Mi mujer y yo somos los dueños del único tándem o bicicleta de
dos pasajeros que existe en Caracas. Muchos de los comentarios que
este extraño vehículo suscita al pasar junto a los grupos de echadores,
me sirven a las mil maravillas para sazonar lo que escribo.

23
AQUILES MÍO

Libeslay Bermúdez
Poeta, filósofa, actriz, locutora y productora artística. Se ha dedicado
a la investigación, diseño y realización de eventos y talleres artísticos
literarios con énfasis en la poesía y en el público infantil. Autora de las
obras Juegos de Guerra (2000-2004), Fábula del Pájaro Oscuro (1999), Insectos
en el paraíso (2000). Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés,
catalán, portugués y francés.

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AQUILES MÍO
Libeslay Bermúdez

Dicen los que saben de eso que la poesía es de quién la lee, suele
suceder que nos apropiamos de un texto porque nos canta algo, nos
identificamos con eso, pensamos que el poeta habló certera, bella-
mente, como hubiéramos querido hacerlo y entonces ocurre, se com-
pleta el misterio propio del poema. Pero lo verdaderamente extraor-
dinario sucede cuando aparece un gran poeta y se apropia de uno sin
que podamos evitarlo. Y es que seguramente no querremos evitarlo.
Se apropia de nuestra imaginación, de nuestra risa, de nuestro cora-
zón y nada que hacer, entra en la vida para siempre, quedándose en
cada edad, cada etapa, cada historia. Y ocurre que es el poeta quien
lo completa a uno. Uno que ya venía medio descompuesto de fábrica
requiriendo ser completado y queriendo ser poema...
Por eso es que me atreveré aquí a compartir por primera vez esa
historia secreta, entre un escritor centenario y yo, entregarle este ho-
menaje íntimo por todo lo que hemos sido y seguimos siendo. Yo no
sabía cómo era el hombre, pero si se del poeta que se apropió de mí
cuando apenas contaba ocho años.
Mi vida secreta con Aquiles comenzó una tarde, cuando llegó a
mis manos el nuevo número de esos cuadernillos de poesía: Lo mejor
de los autores, recogidos y publicados por Alejandro Caraballo, impre-
sos en la avenida Urdaneta, que fueron apareciendo por entregas en
los quioscos de periódico. En la contraportada del primer número el
editor nos hablaba sobre su propósito de despertar la afición por la
poesía “que es un formidable medio para transmitir todos los mensa-
jes de los que estamos urgidos” y recalcaba unas palabras de Aristó-
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100 AÑOS EN 13 VOCES

teles en letras mayúsculas: “HAY MÁS VERDAD EN LA POESÍA


QUE EN LA HISTORIA.”
Yo no sabía quién era ese tal Aristóteles, pero su nombre-palabra
me sonaba fuerte y si Caraballo lo ponía con mayúsculas sería por
algo. Tampoco supe hasta después de muchos años quién era ese
entusiasta editor y ni se imaginaría Caraballo que yo lo tomaría tan
en serio, aunque todavía no entendiera mucho el significado de sus
palabras.
Allí conocí los motivos del lobo de Rubén Darío y me empecé
a cuestionar seriamente sobre la condición humana; La Hilandera
de Andrés Eloy Blanco, que se me dibujaba nítida tejiendo la venda
más larga; El dulce milagro de Juana de América a quien le brotaban
flores de las manos y aquello de que El aire ya no es aire como insistía
Miguel Otero. Cosas tristes y fantásticas que cantaban los poetas.
Pero aquella tarde, aquel cuaderno nuevo, traía en sus páginas
centrales una historia de amor que me arrancó lágrimas de inmedia-
to, y suspiros, y ganas de volver a leer repetidamente aquel poema,
y me volví una nostalgia desconocida por algo indescifrable sobre
esa leyenda entre Andersen y Jenny Lind, que resultó ser un ruise-
ñor, porque: “Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como
cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de
Suecia.”
Me doy cuenta ahora que la primera frase de un gran poema es
una ventana imposible por donde no podemos dejar de entrar. Y yo
frente a aquella primera frase deslumbrante como un destello, como
si se abriera la gran cortina de un telón dorado, y por si fuera poco
eso de “Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compar-
tían como dos colegiales comparten sus almendras.”
Y la palabra almendra nunca me fue más dulce, solo pronunciarla
me sumergía en un deleite desconocido, así que aquel día el roman-
ce estallo en mi pecho, tuve que llorar por la belleza del amor que
nunca fue tan grande y claro. Yo me sentía pequeña y vulnerable
ante el poema y su poder, que hacía latir fuertemente mi corazón;
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Aquiles Nazoa

tan vulnerable y dueña de un secreto que no sabía cómo compartir.


Ahora lo sé, el poeta se había apropiado de mi espíritu para siempre.
Entonces, escondida en el baño, comenzó mi larga búsqueda en
un tiempo detenido, me pasaba largos ratos leyendo en voz alta
aquella balada y otros poemas que podía escoger a mi antojo, como
frutos deliciosos entre las páginas de aquellos cuadernillos que hicie-
ron estragos en mi infancia. Todavía conservo algunos y ese tiempo
detenido sigue allí, casi, casi, intacto.
Seguí creciendo y la poesía seguía reclamándome y yo añoraba
cada día volver a ese lugar como a una fuente, más bien cascada,
que retomada cada vez con mayor sed. Aunque aquellos escritores
no eran más que nombres, sus poemas tenían vida propia, hablaban
por sí mismos. También en mi casa se hablaba de ellos, así que de
pronto encontraba a la niña que siempre seré suspirando, mientras
mi hermano mayor recitaba de memoria la balada de Hans y Jenny
y me hacía descubrir otros versos de mi poeta sin rostro, otros que
hacían reír como la Hermosa poesía para recitársela a papaíto en el
Día del Padre, o los que contaban cosas de una Caracas de techos
rojos que nunca llegué a ver.
Resulta que yo venía de una ciudad que parecía más bien un pue-
blo, con el mejor clima del mundo, dónde los enamorados comían
pandehorno y los muchachos patinaban en las madrugadas para ce-
lebrar la misa de gallo, que se llamaba así porque era a la hora del
canto. Una ciudad pizpireta que quería ser grande y tener pianos
como en Europa, que transitaba el siglo de su gran transformación.
Y yo me estaba enterando porque Aquiles me hablaba de eso y supo
muy bien recordar todo para contármelo; entendí entonces que esas
palabras que parecían ya viejas, no me soltaban, que seguían dentro
de uno aunque el mundo fuera otro, porque eran palabras como de
ser venezolanos. Y un país era eso, su gente, sus muchachos, sus amo-
res, sus disparates, sus costumbres venidas de una forma de ser, de su
manera de hacer y entender las cosas, de pronunciarlas en voz alta.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

No tardé mucho en averiguar quién era el hombre, otra tarde,


cuando la televisión dio la noticia del accidente de tránsito que cortó
su vida en Maracay un 25 de abril de 1976. Todavía contaba mis
10 años y aunque no lo sabía se acercaban horas difíciles también
para mi familia, pero ya entonces había aprendido que la poesía es
un refugio, una madriguera y que me ayudaría siempre a enfrentar
cualquier realidad por fuerte o loca que fuera.
Tiempo después comencé a escuchar en la radio a Gualberto Iba-
rreto cantándole al ruiseñor de Catuche, ese hermoso homenaje es-
crito por Enrique Hidalgo: “El ruiseñor de Catuche no ha dejado de
cantar, porque el pueblo dice su canto, canto de pueblo inmortal!”.
Era 1978, la radio siempre encendida amenizaba la casa y las cosas,
por aquel entonces sonaba mucho el diablo suelto de Heraclio Fer-
nández y Florentino y el diablo en las voces de José Romero Bello y el
Carrao de Palmarito. Y es que un tiempo es una atmósfera, un sabor
en la boca, un color en los ojos, lo sabía muy bien Aquiles, y por eso
se había vuelto inmortal. Así que me interrogué: ¿por qué le decían
el Ruiseñor de Catuche?
Conseguí aquella autobiografía de 1950 firmada por el ruiseñor,
donde contaba que había nacido en el Guarataro y de una familia
humilde, que no quiso graduarse de nada para aprenderlo todo a su
manera, que había estado preso por causas políticas, que su curio-
sidad no tenía límites, que entre otras muchas cosas fue periodista.
Y yo pude con él imaginar que fácilmente un poeta puede crecer en
una casa humilde, ser muy rico nada más que con sus sueños, y que
su casa se parecería a la mía, que cuando escribía sobre eso también
escribía sobre nosotros. Por eso pienso, estoy segura, que haberlo
conocido a través de sus palabras ha sido tan grande y eterno como
poder haberlo visto alguna vez; que ese tesoro vital es lo que decanta
al hombre, lo que le define.
Con Aquiles me esperaban todavía más sorpresas, porque no ima-
ginaba aún que las muñecas de trapo pudieran tener una vida íntima
con sus propios secreteos, es decir, que se pudiera escribir sobre eso,
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o sobre cualquier cosa que a uno le dé la gana, y que las cosas más
pequeñas son también y justamente las cosas de los hombres, de las
mujeres o de los niños. Que la vida siempre puede ser una parodia
de sí misma si se mira con el cristal de la inocencia que da la alegría.
Todo aquello y mucho más, aprendería con él, mi poeta.
Ya entrada en la adolescencia un hermoso enamorado me lo trajo
de regreso. Afanado en conquistarme se apareció un día con aquel
libro de nombre sonoro: Humor y Amor de Aquiles Nazoa. Todavía
conservo ese ejemplar con su dedicatoria, que no solo barrió la mo-
notonía de un día de clases, sino que me mantuvo de nuevo poseída
entre sus páginas por largos ratos, mientras repetía incansablemente
los versos que iba escogiendo en el índice. Humor y amor, sin duda
dos palabrotas que lo condensan como un gran sombrero de mago.
Me deslumbró desde siempre por su música, su gracia, la manera
inequívoca de convertirnos en cómplices de su ingenio sin igual, su
facilidad para hacer el humor con todo lo que tocaba. Me maravi-
llaba ir de su mano hacia la Caracas de mis padres, vivir esas calles
y esos personajes, recorrer el tiempo de los cambios, sus pregones,
sus dulces, sus papagayos. Entender que aunque hay cosas que pasan
pueden seguir diciéndonos en la memoria, como aquellas que cuenta
en “Costumbres que desaparecen”:

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100 AÑOS EN 13 VOCES

Antes en las pensiones


y casas distinguidas
cuando alguna señora
mataba una gallina
tiraba para el techo
las patas y las tripas
y a los pocos minutos
ya estaban ahí arriba
diez o doce zamuros
que a comerse venían
las tripas y las patas
que botaba la misia.

¡Qué costumbre tan bella!


¡Qué costumbre tan lírica!
Bastaba que en el techo
de la casa vecina
alguien viera un zamuro
comiéndose una tripa
para que de inmediato
corriera la noticia:
-¿Te fijaste fulana?
Volteapara arriba.
¿Qué tendrán las mengánez
Que mataron gallina?

Aquiles no lo sabía, pero yo le hablaba a solas, le preguntaba


cosas; mientras miraba su foto nos reíamos juntos ¿Cómo se convier-
te uno en poeta, poeta? Y me soltaba una de sus fabulosas fábulas,
cómo aquella de la avispa ahogada en su propia rabia, o la fábula
del loro, porque los animales le servían para dibujar las ideas y los
sentimientos de las personas, será por eso que había tantos cochinos
en esas páginas.

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Aquiles Nazoa

Qué pasaría si no nos tomáramos en serio las razones, si la his-


toria fuera otra mejor contada, si todo pudiera pasar entre nosotros,
si el paraíso de Adán y Eva fuera en realidad un astracán, si hasta
la geografía fuera bromista, si Romeo y Julieta fueran inmortales de
lengua profana, si siempre hasta después de la muerte pudiéramos
reírnos de nosotros mismos.
Del humor nadie se salva y eso hay que agradecerlo, ¿acaso hay
algo más gracioso que una señora de clase media, o de media cla-
se, alardeando su nuevorriquismo? Oírla afanada por parecer mejor
que otros, imitando modos europeos, sin poder evitar que se le salga
su pedigrí caraqueño. Ah, pero la risa nos recuerda que nuestra so-
ciedad se ha tejido sobre sus propias contradicciones culturales, que
somos un poco de todo eso, pero también mucho más. Que tenemos
una historia cumplida y por cumplir. Que merecemos reconocernos
en los acontecimientos y en las anécdotas que nos ilustran. Que so-
mos sobretodo eso, lengua, cultura y corazón. Que la imaginación
es el más poderoso de nuestros bienes, que las ideas son un juego
imponderable, que jugar nos hace grandes, que no nos quita y nos
ensancha el mundo.
Porque este hombre no solo me enseñó de poemas, sino sobre
todo de poesía; me enseñó a comprender que podemos disponer de
la realidad con el legítimo derecho a las cosas más sencillas. Tris-
temente esa memoria de su programa televisado se perdió, como
muchas otras cosas de la memoria nuestra, que como país hemos
dejado perecer bajo el indiferente yugo de la indolencia. Por suerte
ha quedado su palabra escrita y estas historias secretas que cada ha-
yamos podido vivir con él.
Y así es la poesía, lo atraviesa todo, sus divagaciones, sus escritos
periodísticos, sus cuentos y añoranzas, sus vivencias, porque la poe-
sía es un destino, nos lleva inexorablemente, siempre presente en el
dolor, en la suerte, en la nostalgia, en la belleza de todas las cosas.
Aquiles fue político, porque el humor y la ternura tienen mucho
que ver con el amor de los hombres por los hombres y con el amor
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100 AÑOS EN 13 VOCES

inobjetable por la patria; porque la utopía y la amistad tienen un rei-


no prodigioso en el corazón de un poeta; porque creer no es cuestión
de religión sino más bien religación, cuestión de fe, pero en el poder
del amor, en los seres humanos, en la infancia, en la creación, en las
artes, en la existencia de un amigo. Por eso amó la palabra pueblo
tanto como al pueblo mismo y lo popular. Aquiles gigante por dimi-
nuto. ¿Cómo podía explicarme la increíble ternura contenida en ese
poema donde saluda a una pequeña tortuga?:

Buen día, tortuguita,


periquito del agua
que al balcón diminuto de tu concha
estás siempre asomada
con la triste expresión de una viejita
que está mascando el agua
y que tomando el sol se queda medio
dormida en la ventana.

Buen día, tortuguita,


periquito del agua,
abuelita del agua,
payasito del agua,
borrachito del agua,
filósofo del agua…

No hay que explicar ciertamente la ternura, solo sentirla hondo,


cuando el maestro logra expresarla en una imagen. En lo sencillo, en
lo diminuto, allí está el mundo. Y así, nadie como Aquiles supo ex-
plicar la guerra a través de la historia de un bonito caballo comeflo-
res: la inhumana soledad de la sinrazón; haciéndolo eterno a través
de su muerte, porque se puede escuchar mil veces sin que podamos
dejar de seguir hasta la última frase de ese camino.
Poeta entre mayores, Aquiles nuestro, Aquiles mío, honor a tu
inapagable presencia. Te agradezco por la risa, la lágrima, la alegría,
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Aquiles Nazoa

la memoria, por cada descubrimiento, cada absurdidad, por todo el


estremecimiento que has dejado en mí.

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HUMOR Y AMOR ENTRE
BARES Y EL SANTORAL

Alí Ramón Rojas Olaya


Docente, escritor y filósofo.  Ha tenido varias responsabilidades en el
área académica, entre ellas la rectoría de la UCSAR y actualmente
rector de la Universidad Nacional Experimental de la Gran Caracas,
UNEXCA. Autor de los libros: Currículo de la indignación y la ley del
desagravio, Pedagogía del adobe, Aten al planeta, Matemática y realidad, Letras
para la conciencia, La hora de los hornos, Errabundas luciérnagas del cielo nocturno,
entre otros. Coautor de los libros de texto de la Colección Bicentenario
del Ministerio del Poder Popular para la Educación.

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HUMOR Y AMOR ENTRE BARES
Y EL SANTORAL
Alí Ramón Rojas Olaya

Introito profano
Cuando ya me alistaba para huir de aquella mazmorra etílica,
que por espacio de cinco horas me había acogido en su seno junto a
otros parroquianos que intentaban ahogar sus desamores en las vo-
ces de María Luisa Landín y Daniel Santos, tocó a mi espalda como
si se tratara de una puerta el padre Iñaki de Errandonea. Se sentó
a mi lado en aquella barra atendida por personajes que parecían
escapados de una película de Chalbaud. Sacó su cartera del bolsillo
derecho de la parte trasera del pantalón y se dirigió al cantinero:
- Topo, cóbrate la cuenta del amigo y abre otra, por favor. Tráeme
dos mediajarras bien friítas.
Entre la humareda de exangües cigarros fui al baño, oriné, me
eché agua en la cara, me vi en el espejo espurio que estaba a medio
guindar y salí para el segundo round.
- Rector, necesito un gran favor. Dentro de tres meses vamos a
bautizar un libro en la clandestinidad sobre unas cuartetas que re-
copiló el escolapio D. Matías de Aguirreta en San Sebastián de los
Reyes. Miguel Otero Silva está escribiendo el prólogo y Fray Joseba
Escucarreta ya hizo las caricaturas. Yo hice una selección de las tan-
tas que hay y me encargué de transcribirlas ya que muchas estaban
prácticamente ilegibles. Quiero que escribas un ensayo de manera
que el mundo intelectual se entere de lo que estamos haciendo en
Venezuela en materia de humorismo santoral porque con toda segu-
ridad ese libro va a ser prohibido.
- ¿Tienes algún ejemplar?
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100 AÑOS EN 13 VOCES

- Claro, aquí te traje una buena copia que imprimimos en El Na-


cional que hasta encuadernada está.
Me puse a hojearlo y era imposible aguantar la risa que me gene-
raba tanta sabiduría popular.
{Amor perdido, si como dicen es cierto que vives dichoso sin mí,
¡Vive dichoso!, quizás otros besos te den la fortuna que yo no te di.
Hoy me convenzo que por tu parte nunca fuiste mío, ni yo para ti,
ni tú para mi, ni yo para ti, todo fue un juego, no más en la apuesta,
yo puse y perdí}1.
Una mujer ebria llora al son de la Landín, y aferrada a la vie-
ja rockola, entre sorbos de cubalibre, dice: ¡coñoelamadre, cómo lo
amo! ¿Por qué te fuiste? Busca entre todos los clientes una respuesta
que no consigue porque cada quien arrastra sus propias cadenas de
desamores. Se echa otro trago y sigue desgarrándose las venas cuan-
do María Luisa canta:
{Fue un juego y yo perdí, esa es mi suerte, y pago porque soy buen
jugador, tú vives más feliz, esa es tu suerte, ¡qué más puede decirte
un trovador! Vive tranquilo, no es necesario que cuando tú pases me
digas adiós. No estoy herida y por mi madre que no te aborrezco ni
guardo rencor. Por el contrario, junto contigo le doy un aplauso al
placer y al amor, ¡Qué viva el placer! ¡Qué viva el amor! Ahora soy
libre, quiero a quien me quiera ¡Qué viva el amor!}2.
- Cuente con eso, padre.
- ¡Gracias, hijo mío! ¡Dos mediajarras más, Topo! ¿Coño, no nos
salen unos manicitos pa’picá o unas sardinitas?
- Se me ocurre un plan, padre. Como el tema acá es religioso y
humorístico, voy a realizar varios coloquios con gente amiga que sé
dominan el tema. Y como hay abundante cocuy de Lara y Falcón,
1 Amor perdido es un bolero compuesto por el juglar boricua Pedro Flores. La ver-
sión de la mexicana María Luisa Landín, con su voz despechada y dolorida, pegó tanto que
en los pueblos de América la llaman La reina de los boleros. Para mi amigo Ángel González,
“no ha habido música más deliciosamente cabaretera que las canciones interpretadas por la
Landín”.
2 Op. Cit.

36
Aquiles Nazoa

aprovecharé de viajar al futuro para ver qué se opina desde ese mo-
mento ulterior al cual, si Dios y los santos lo permiten, llegaremos
sanos.
Inmediatamente abrí mi agenda, y escribí una lista tentativa de
nombres que me vinieron a la mente en ese momento de ingesta
garrafal de lúpulo y cebada: Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco,
José Ignacio Cabrujas, Gilda Girardi, Adriano González León, José
Gregorio Linares, Alexandra Mulino, Aníbal Nazoa, Francisco Pi-
mentel “Job Pim”, Eduardo Sanoja, Manuel Pérez Vila y Ramón J.
Velásquez. Se la leí al padre y, furioso, me gritó con aire de reclamo:
- ¡Coño! ¿Y a mí me vas a dejar por fuera como la guayabera?
- No diga eso, padre, es apenas una lista que escribí quizás algo
indelicadamente.
- ¡Es jodiendo, vale! Pero sí, me gustaría que me anotes en tu plan
de coloquios, pero como si yo no te hubiese invitado a escribir sobre
el libro. Me gustaría que incluyeras a Joseba Escucarreta y a Miguel
Otero Silva.
{Caminé con los brazos abiertos, por hallar un cariño, una sola
amistad y qué es lo que tengo y tú que me diste: tan sólo mentiras,
cansancio, miserias. Miseria que llevo en la vida hace mucho tiempo
como una tragedia escondida en mi sufrimiento, migajas de besos,
limosna de todo es lo que me han dado como a un ser malvado,
como a un criminal. Miseria que llena de espanto porque no me
quieres. Miseria que es odio y es llanto, porque sé quién eres. Quién
sabe hasta cuándo seguiré esperando que cambie mi suerte o venga
la muerte como bendición}3.
- Con Miguel tengo confianza. Al padre no lo conozco.
- No te preocupes, es un borracho como yo y además también es
jesuita y gran seguidor de San Agustín.
- ¿Y eso, padre?
– No olvides que San Agustín resaltó la necesidad de los mere-
tricios y hasta los comparó a las cloacas de las ciudades porque así
3 Miseria es un bolero de Miguel Ángel Valladares.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

como éstas son necesarios. Una vez dijo: “Quitad los meretricios de
la vida humana, y todo se llenará de libídine”.
- ¡Coño, padre, usted si tiene vainas! ¿Y usted también es devoto
de San Agustín?
- No, yo soy seguidor de San Luis. En su época se dictó una ley
francesa que decía: “Toda casa de prostitución debe abrirse a menos
de trescientos metros de una iglesia, con el fin de que, al salir, todos
puedan ir a purificarse”.
Mientras pedíamos las del estribo, yo no quitaba la vista del libro.
{Yo no he visto a Linda, ¡parece mentira, tantas esperanzas en su
amor cifré! No le ha escrito a nadie, no dejó una huella, no se sabe de
ella desde que se fue. ¡Sabrá Dios cuántos le estarán pintando ahora
pajaritos en el aire! Yo no he querido ni podré querer a nadie con
tan loco frenesí}4.
Mientras el inquieto Anacobero canta Linda, entre mocos y lá-
grimas un hombre, aferrado a la rockola, quiere difuminarse entre el
humo invisible de un recuerdo.

Ángel González
El padre Iñaki y yo salimos esa madrugada casi cayéndonos. El
Tartagal no es precisamente una zona de Caracas muy elegante que
digamos. Nos abrazamos ladeadamente para apoyarnos y así faci-
litar nuestros pasos al tiempo que desde los distintos garitos camu-
flajeados en casas de familia, voluptuosas damas otrora bellas nos
hacían propuestas nada decorosas. Un cantor acompañado por un
guitarrista detuvo nuestros pasos por unos pocos minutos:
{Fúlgida luna del mes de enero, raudal inmenso de eterna luz,
a la insensible mujer que quiero, llévale tiernos mensajes tú. Ella es
trigueña de negros ojos, de talle esbelto y de breve pie, de blancos
dientes y labios rojos, la más risueña y hermosa es. Búscala y dile
que ni un momento, desde que el hado nos separó, no se me quita
del pensamiento, ni se me borra del corazón. Fúlgida luna del mes
4 Linda es un bolero de Pedro Flores.

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Aquiles Nazoa

de enero, dile a mi amada cuánto sufrí, que no me olvide porque me


muero, que me perdone si la ofendí}5.
- Ese que canta es Ángel González, un gran serenatero y bolerólo-
go profesional, y el guitarrista es Arturo Terán, uno de los mejores de
Venezuela y orgullo del pueblo trujillano Burbusay, “el pueblo que
está más cerca de la luna”, me comentó el padre.
- ¿Y por qué no me los presentaste?
- ¡Qué coño te voy a estar presentando! ¿No ves que están más
curdos que nosotros?

El negro Muñoz
Nos acompañamos hasta la esquina de El Cristo. Atrás queda-
ban Aserradero, La Gorda, San Pablo, Miranda, Reducto, Mira-
cielos y Cipreses. En esta esquina nos detuvimos y entramos al bar
La Crema porque Iñaki quería comerse un mondongo de esos ma-
drugadores. Él entró como perro por su casa. Hizo una señal de dos
con la mano y el mesonero entendió que eran dos cervezas e inme-
diatamente después par de mondongos. Allí estaban en una mesa
totalmente ebrios Julio Jaramillo, Daniel Santos, el Indio Araucano
y Alci Sánchez. En otra mesa estaban Rafael Bosque “El Aguilu-
cho”, Andrés Aguilar Pérez “Papote”, Rafael Castarlenas, Roberto
Ruiz y William Blanco abrazado a una guitarra acompañando a
Jesús Rafael “El Negro” Muñoz Marquiz, quien estaba decidido a
levantarse a una dama algo levantisca que bebía como para ahogar
una pena, con un tango de Juan Carlos Cobián y letra de Enrique
Cadícamo:
{Rara…como encendida te hallé bebiendo linda y fatal...Bebías y
en el fragor del champán, loca reías por no llorar... Pena me dio en-
contrarte, pues al mirarte yo vi brillar tus ojos con un eléctrico ardor,
tus bellos ojos que tanto adoré...}6

5 Serenata de Vicente Emilio Sojo (música) y Jesús María Ortega (letra).


6 Los mareados, tango de Juan Carlos Cobián (música) y Enrique Cadícamo (letra).

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100 AÑOS EN 13 VOCES

La dama lo miró como agradeciendo aquella letra que se ajustaba


a su realidad. El Negro, alzó su mediajarra en un gesto de brindis y
solidaridad…
{Esta noche, amiga mía, el alcohol nos ha embriagado... ¡Qué
importa que se rían y nos llamen los mareados! Cada cual tiene sus
penas y nosotros las tenemos... Esta noche beberemos porque ya no
volveremos a vernos más...}7
- No digas eso, mi amor, le respondió la dama que estaba embele-
cada con la voz aterciopelada del Negro…
{Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida... Tres
cosas lleva mi alma herida: amor... pesar... dolor... Hoy vas a entrar
en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos... ¡Qué grande ha sido
nuestro amor!... Y, sin embargo, ¡Ay!, mirá lo que quedó...}8.
Los plausos retumbaron, y la mujer se sentó en una silla que Pa-
pote acercó al lado de la del Negro Muñoz. Entrelazaron las manos.
Hubo mimos y más cervezas.
Después de disfrutar las sopas de panza, Iñaki pidió dos cervezas
en vasos de plástico y seguimos nuestro camino. Velásquez, Miseria,
Curamichate, El Viento y El Cristo. Allí me abrazó y me dijo:
- No olvides lo que te dije. Muchas de las cuartetas que encontré
estaban escritas en servilletas de taguaras con huellas de lápices la-
biales y rastros de ron, por eso es que te llamé a ti. Otros se hubiesen
ido a una biblioteca o a una plaza a recolectar información. Pero tú
no, tú sabes muy bien dónde vas a encontrar la esencia del trabajo.
Iñaki siguió hacia el norte de Caracas y yo, poco a poco caminé
hasta El Cementerio al sur de la ciudad. Cuando pasaba por la Roca
Tarpeya releía la lista y preparaba el primer esbozo en mi mente de
lo que sería la metódica: las preguntas, los lugares, días y horas de
cada coloquio. Viajar al futuro no es tarea sencilla, más fácil es viajar
al pasado. Ambas travesías garantizarían la rigurosidad científica del
ensayo.
7 Op. Cit.
8 Op. Cit.

40
Aquiles Nazoa

El presente no era, precisamente, un conjunto de días sosegados.


El presidente Raúl Leoni, una vez en el poder, institucionalizó lo que
se cansó de aplicar Rómulo Betancourt: la violación sistemática de
los Derechos Humanos creando la figura del desaparecido cuyo fin
consistía en crear terror en la población, lograr la desaparición física
de los revolucionarios y debilitar a las organizaciones políticas de
izquierda. En su rol de títere del departamento de Estado de Estados
Unidos, aplicaba las directrices del Plan de las Américas para contra-
rrestar las protestas en América Latina.
La lista de los compañeros para los coloquios la arranqué de la
agenda y la fui botando pedacito por pedacito en cuanta alcantarilla
veía para evitar que si la Digepol me detuviese no supieran del plan.
Teníamos la obligación de cuidar nuestras vidas porque con Leoni se
inauguró en estas venas abiertas la política de Estado de desaparicio-
nes forzosas y ya se presiente que su gobierno será más sanguinario
que el de Betancourt, que es decir bastante.
Confieso que una agitación indescriptible se había apoderado de
mis emociones. Llegaba la hora de adentrarme al despecho y al dolor
que encubría el santoral y el humor. Sabía que durante los coloquios
me tropezaría con expresidiarios y presenciaría peleas a cuchillo y
vería de cerca el horrible desenlace con un hombre chapoteando en
su propia sangre.
Al día siguiente ya la estructura estaba hecha. El padre Iñaki me
invitó a comer arepas en el Miss Mundo en la avenida Nueva Grana-
da y tal como habíamos acordado, ya todos tenían una copia de Las
Celestiales gracias a la generosidad de Miguel Otero Silva.

El Gardeliano
La tarde del día siguiente me fui caminando al botiquín el Gar-
deliano de Caño Amarillo. Llegué una hora antes de lo convenido.
Pedí una mediajarra Unión y saqué mi cuaderno de apuntes. Varios
estudiantes de artes plásticas me saludaron con alegre efusividad.
Justo al terminarme la cerveza, llegó Aquiles Nazoa acalorado. El
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100 AÑOS EN 13 VOCES

poeta pidió un vaso de agua y el mesonero, con aire prepotente de


ostentar una sabiduría filológica fuera de los parámetros convencio-
nales, miró con displicencia al ruiseñor de Catuche y con voz fuerte
lo corrigió: ¿Querrá usted decir, un vaso con agua? El poeta me vio
e investido de humildad le contestó: «Si señor, tráigame ese vaso con
agua, pero también, un plato con sopa, una jarra con jugo, un litro
con leche, una lata con cerveza, una cesta con pan, una totuma con
mazamorra, una caja con frutas, una copa con vino, una cajetilla con
cigarrillos, un paquete con harina, una olla con caraotas, y si no es
mucho pedir, un saco con cemento y un barril con petróleo»9.
Un señor que observó toda la escena, dijo entredientes, pero con
intención de que Aquiles lo oyera:
- Ese mesonero es un idiota.
- No, no, no, nada de idiota. Idiotas son los que padecen idiotis-
mo. Simón Rodríguez nos dice que «es hacer demasiado honor a los
disparates, el llamarlos idiotismos. Idiotismo es construcción contra
las reglas gramaticales, propia de una lengua. Chapurrando pala-
bras, no se forman lenguajes»10.
- Dile al padre Iñaki que tenga cuidado con los correctores de
estilo, y usted también, rector, con este ensayo que está usted pre-
parando. Resulta que un día al revisar el Credo de una de las tantas
editoriales que lo publicaron me llama uno de esos sabiondos que
se creen lingüistas sólo porque leen el Reader Digest y escriben con
el método Palmer. Le pedí que quitara una “y” porque cambiaba lo
que yo quería decir. A los días cuando leo un ejemplar de un lote,
tuve que sacar mi pluma fuente para tachar con rabia aquella “y”
que el petulante intercaló en la primera frase donde digo que Pablo
Picasso es el creador del cielo de la tierra.

Por suerte para nosotros en la rockola comenzó a sonar Tomo y


9 Alecia Castillo. Aquiles Nazoa, su vida y visión de Caracas.
10 Simón Rodríguez. Consejos de amigo dados al Colejio Latacunga. 1851. Obras
completas. Caracas, Venezuela, Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez.
2016. p. 638.

42
Aquiles Nazoa

obligo en la inigualable voz de Carlos Gardel y Aquiles, cual actor de


alto vuelo histriónico, cantó junto al morocho del Abasto:
{Tomo y obligo, mándese un trago, que hoy necesito el recuerdo
matar. Sin un amigo, lejos del pago, quiero en su pecho mi pena vol-
car. Beba conmigo y si se empaña de vez en cuando mi voz al cantar.
No es que la llore porque me engaña. Yo sé que un hombre no debe
llorar. Si los pastos conversaran esa pampa le diría de qué modo la
quería, con que fiebre la adoré. Cuantas veces de rodillas, tembloro-
so, yo me he hincado bajo el árbol deshojado donde un día la besé, y
hoy al verla envilecida a otros brazos entregada fue “pa” mí una pu-
ñalada y de celos me cegué y le juro todavía no consigo convencerme
cómo pude contenerme, y ahí no más no la maté. Tomo y obligo,
mándese un trago, de las mujeres mejor no hay que hablar, todas,
amigo, dan muy mal pago, y hoy mi experiencia lo puede afirmar.
Siga un consejo, no se enamore y si una vuelta le toca hocicar, fuerza
canejo, sufre y no llores que un hombre macho no debe llorar}11.
El dueño del local se dirigió a nuestra mesa con otra mediajarra
Unión y una botella de ron Santa Teresa. Le pidió disculpas a Aqui-
les por el altercado con el mesonero.
- Despreocúpese, amigo, y gracias por la atención, le respondió
afablemente Aquiles.
El poeta llamó al mesonero. Éste, cabizbajo, se acercó a la mesa.
Aquiles le puso la mano cariñosamente en el hombro y le contó:
- Mire joven, «Nací en la barriada El Guarataro, de Caracas, el
17 mayo de 1920. He estudiado muchas cosas, entre ellas un atro-
pellado bachillerato, sin llegar a graduarme en ninguna. He ejercido
diversos oficios, algunos muy desagradables, otros muy pintorescos
y curiosos, pero ninguno muy productivo, para ganarme la vida. A
los doce años fui aprendiz en una carpintería; a los trece, telefonista
y botones del Hotel Majestic; y luego domiciliero en una bodega de
la esquina de San Juan, cuando esta esquina, que ya no existe, era el

11 Tomo y obligo, tango de Carlos Gardel (música) y Manuel Romero (letra).

43
100 AÑOS EN 13 VOCES

foco de la prostitución más importante de la ciudad»12. Precisamente


en el Hotel Majestic, en 1935, un señor muy elegantemente trajeado
estaba a mi lado en el lobby interesado en unos poemas míos que
yo gustosamente le recitaba. Unos guardaespaldas que evitaban que
una multitud de más mujeres que hombres se le acercara quisieron
apartarme de él, y este señor, le dijo a uno de ellos: - ¡Dejá quieto
al pibe que me está diciendo unos poemas que me gustan mucho!
Inmediatamente se dirigió a mí diciéndome: - ¡seguí, pibe, seguí con
tus poemas! En lo que terminé el último de ellos, el señor me felici-
tó, me dio una propina y antes de salir custodiado me preguntó mi
nombre. Yo le contesté. – Aquiles Nazoa. Este señor del que te hablo
es Carlos Gardel.
Aquiles le dio unas palmaditas, y el mesonero, cual muchacho
regañado, acusó castigo y de allí en adelante se encargó de que estu-
viésemos bien atendidos.
{Yo no quiero que nadie a mí me diga que de tu dulce vida vos
ya me has arrancado. Mi corazón una mentira pide para esperar tu
imposible llamado. Yo no quiero que nadie se imagine cómo es de
amarga y honda mi eterna soledad}.

Epistemología del humorismo


- Aquiles, ¿Existe una epistemología del humorismo venezolano?
- Contrariamente a lo que pudiera esperarse de un país que ma-
nifiesta en el humor el rasgo más definitivo de su carácter, el humo-
rismo venezolano es todavía un territorio inexplorado por los estu-
diosos de nuestra cultura. Menos accesible a la investigación que la
pintura, que el cuento, que la música o la poesía, se explica en los
ensayistas su reiterada preferencia por estos temas en los que desde
el siglo pasado disponemos de una abundante bibliografía, contra
las escasísimas páginas que alguna vez Jesús Semprún, Luis Beltrán
Guerrero o Mariano Picón-Salas dedicaron a aquella modalidad
tan significativa de la expresión nacional. No tanto como el antiguo
12 Aquiles autobiográfico. El ruiseñor de Catuche. 1950.

44
Aquiles Nazoa

prejuicio que le negó tradicionalmente jerarquía artística, cuenta en


esta preterición del humorismo el hecho de que el examen de sus
manifestaciones es tarea que exige, ante todo, tiempo y paciencia
para rescatarlas de las ingentes selvas de periódicos en que se hallan
casi perdidas}13.
{Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando
mi retorno. Son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor. Y aunque no quise el regreso, siempre se
vuelve al primer amor. La vieja calle donde me cobijo tuya es su vida
tuyo es su querer. Bajo el burlón mirar de las estrellas que con indife-
rencia hoy me ven volver. Volver con la frente marchita las nieves del
tiempo platearon mi sien. Sentir que es un soplo la vida que veinte
años no es nada, que febril la mirada errante en las sombras te busca
y te nombra. Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que
lloro otra vez}14.
- ¿Qué sería de la humanidad sin la música? Preguntó exclaman-
do viendo la rockola. «Antes de aparecer el hombre sobre la tierra
ya existía la música en la naturaleza. Música en sus formas larvarias
eran el rugido del oleaje marino y el silbar de los vientos entre los
poderosos árboles; era música el rumor de los ríos entre los peñas-
cos y el caer de las torrenciales cascadas; música eran igualmente
el bramar de los volcanes, y el trinar de los pájaros, el graznar de
las aves mayores, el aullar y el gañir de las fieras y bestias. Siempre
hubo música en la tierra, pero aquel mundo de sonidos dispersos no
adquirió significación de hecho musical sino cuando el hombre lo
recogió en su pecho como en una maravillosa caja de resonancia,
y lo revirtió hacia el exterior en formas de ritmo y melodía, base de
toda música»15.
- Aquiles, ¿Son conocidos y honrados los humoristas en Venezuela?

13 Ensayo escrito por Aquiles Nazoa que sirve de introducción a su obra Los humo-
ristas de Caracas (1972).
14 Volver, tango de Carlos Gardel (música) y Alfredo Le Pera (letra).
15 Aquiles Nazoa. Historia de la música contada por un oyente.

45
100 AÑOS EN 13 VOCES

- «Si la obra de algunos de nuestros grandes humoristas como


Job Pim, Jabino y parcialmente Rafael Arvelo, tuvo la excepcional
fortuna de poder reunirse en libros, hay muchos como José María
Reina —de quien apenas conocemos un ocasional folleto—, o como
el poeta gastrónomo Chicharrita, cuya cuantiosa producción se que-
dó, junto a la de varias generaciones de caricaturistas, fragmentada
en revistas y periódicos de difícil localización. Apagados con los días
del breve tiempo en que brillaron, muchas veces para reencontrarlos
hay que acudir a la memoria de las gentes, más que a las bibliote-
cas y colecciones. Y del ejercicio de buceo, de detectivismo literario
que sus nombres nos proponen desde la anécdota callejera o desde
los recuerdos amistosos, no siempre regresa el investigador con las
muestras literarias más eficaces de la obra que indaga. Además de
que muchos de los mejores periódicos humorísticos del país faltan en
nuestras hemerotecas públicas, las colecciones que existen y donde
pudieran estar nuestros autores, están incompletas o han sido dete-
rioradas por lectores perezosos»16.
- Aquiles, leí una crítica que hace Jesús María Semprúm a Pito-
rreos de Job Pim. Entre otras cosas dice: «Job Pim prefiere echar así
sus versos a estas páginas, sin tomarse la pena —que bien lo valían—
de adobarlos con afeites antes de compilarlos en volumen. Tal vez
eso sea más honrado. Así la crítica podrá percibir fácilmente dónde
están los lados débiles, pero también comprenderá las causas de des-
cuidos e incorrecciones, y se mostrará benévola, que es lo menos que
puede hacer con estos Pitorreos, ya que prodiga, no digamos bene-
volencia, sino descarada simpatía a los calamitosos esperpentos que
ahora se estilan por obras literarias»17.
- Esta crítica destructiva de un camarada a otro debe llamarnos
a la reflexión. Es vital que tanto intelectuales como artistas hagan
16 Ensayo escrito por Aquiles Nazoa que sirve de introducción a su obra Los humo-
ristas de Caracas (1972).
17 Jesús María Semprúm, citado en “Palabras y trazos de nuestros humoristas. An-
tología” de Ildemaro Torres. En Suma del pensar venezolano sociedad y cultura. Orden
social. Humor. Caracas, Venezuela: Fundación Empresas Polar. p. 432.

46
Aquiles Nazoa

descender sus egos desde la deidad hasta el nivel humano. Sólo así el
ego tendrá una función social, no competitiva, más cerca del entrea-
yudarse18 del que nos habla Simón Rodríguez. Este visionario cara-
queño explica que el pueblo sabe «que en la enemistad se engendra
el odio, y que el odio degenera en aborrecimiento»19, es decir, «el que
aborrece sabe ofender y la ofensa pide venganza. Casi no hay caso en
que la venganza no se considere justa—por consiguiente todo el mal
que pueda hacerse al enemigo es permitido. Se empieza minando la
reputación—con esta cae el crédito, se pasa a atacar el honor, y de
allí, el dar con la persona cuesta poco»20. ¿Quién es para ti Job Pim?
- «Francisco Pimentel “Job Pim” es el más fino y constante exége-
ta con que cuenta la vida criolla. Su vida la ha dedicado a un queha-
cer literario caracterizado por su facundia temática, por la maestría
y gracia de su expresión y su gentileza de buen “causeur” en verso,
muy criollo en la intención festiva y en el acento popular, pero entra-
ñablemente vinculado, en su fondo moral y aun en la docta elegancia
de sus formas, a las grandes corrientes del humorismo culto que nos
vienen desde Quevedo y Lope de Vega»21.

Pepepepedro
Cuando ya nos aprestábamos para salir, vimos entrar, algo em-
briagados, a Gonzalo Fragui y Alfredo Alvarado “el Rey del Joropo”.
Se dirigieron a nuestra mesa, nos saludamos con cariño. Alfredo ve-
nía con las maracas en sus pies.
– ¡Pon un malambo para zapatear a lo argentino!, le gritó al me-
sonero Alfredo.

18 Simón Rodríguez dice que vinimos al mundo a entreayudarnos, no a entredes-


truirnos.
19 Simón Rodríguez. Partidos, 1840. Obras completas. Caracas, Venezuela, Uni-
versidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. 2016. p. 313.
20 Op. Cit.
21 En “Palabras y trazos de nuestros humoristas. Antología” de Ildemaro Torres. En
Suma del pensar venezolano sociedad y cultura. Orden social. Humor. Caracas, Venezuela: Funda-
ción Empresas Polar. p. 429

47
100 AÑOS EN 13 VOCES

Después del baile de Alfredo, Gonzalo viendo a la barra levantó el


brazo izquierdo e hizo un giro con el dedo índice de la mano. Inme-
diatamente el mesonero trajo dos mediajarras y una botella de vino
porque a Aquiles todavía le quedaba ron. Gonzalo, al ver las cerve-
zas sobre la mesa, se dirigió a todo el local y elevando su voz dijo:
- «Con la primera cerveza soy un desierto. Con la segunda des-
cubro zonas inexploradas de las muchachas. Con la tercera soy un
F-15. Primer viaje al baño: en el espejo un ser inocente sonríe, el
animal acecha a punto de saltar. Con la próxima cerveza vibro al
compás de la música, a la siguiente descubro que no hay lugar para
lo prohibido, una más y agoto palabras de días posteriores. Segundo
viaje al baño: el espejo vomita las carcajadas del ser. Con la siguiente
compruebo que todas las cervezas van a la mar y la mar nunca se
llena. Tercer viaje al baño: el espejo inocente reproduce varios seres
que parecen sonreír. Con la próxima cerveza soy un encantador de
serpientes. Con la última cerveza soy el rey de la selva. Último viaje
al baño. Nadie en el espejo».
- ¿Coño, y al vino que te vas a tomar no le tiras nada?, le espetó
Alfredo.
- «Una botella de vino contiene más filosofía que todos los libros
del mundo, Louis Pasteur», citó con excelsa memoria intelectual,
Gonzalo.
Un estudiante del Centro Rodrigueano de Emancipación Acadé-
mica Armando Reverón de la Universidad de las Artes, conmovido
por el poema que acababa de escuchar, me hizo un gesto para que le
presentara a Gonzalo. Acaté el pedido, y nuestro amigo emeritense,
después de abrazarle con cariño, le preguntó:
- ¿Tú crees en Dios?
– Sí, respondió el admirador.
- ¿Has leído la Biblia?
– Bueno, sí, pero no mucho.
– Lo más importante de la Biblia está en el Génesis: «El primer

48
Aquiles Nazoa

día Dios dijo: “Hágase la luz” y nació Armando Reverón»22.


Los ojos del joven estaban iluminados de tanta emoción.
- ¡Qué bueno que estudias arte en un centro rodrigueano! ¿Cómo
te llamas?, le preguntó Gonzalo al estudiante.
- Pepepepedro.
- Te presento al Rey del Joropo.
-Mucho gusto.
- El placer es mío, respondió Alfredo.
- Mire joven, este hombre que usted ve aquí, baila además de
joropo y malambo, tap dance y flamenco. También es atracador de
bancos, escritor de teatro infantil, profesor universitario de folklore,
tarotólogo y brujo.
- Por cierto, Pepepepedro, ¿y ese nombre tan extraño que tienes
te lo puso tu mamá?
- No, señor Gonzalo, yo me iba a llamar Pedro, pero mi papá era
gago y cuando me fue a presentar, el escribiente, que era un coñoesu-
madre, dejó constancia en el libro de nacimientos mi nombre tal y
como lo pronunció mi papá.
- ¡Qué lavativas nos echa la vida!, exclamó Aquiles al escuchar la
historia del peculiar nombre.
{Quiero emborrachar mi corazón para pagar un loco amor que
más que amor es un sufrir y aquí vengo para eso: a borrar antiguos
besos en los besos de otras bocas. Si su amor fue flor de un día por-
que causé siempre mía esa cruel preocupación. Quiero por los dos
la copa alzar para olvidar mi obstinación y más la vuelvo a recordar.
Nostalgia de escuchar su risa loca y sentir junto a mi boca como
un fuego su respiración. Angustia de sentirme abandonado y pensar
que otro a su lado pronto, pronto le hablará de amor. ¡Hermano! yo
no quiero rebajarme, ni pedirle, ni llorarle, ni decirle que no puedo
más vivir. Desde mi triste soledad veré caer las rosas muertas de mi
juventud}23.
22 Poema la Luz. Gonzalo Fragui. Letralia 115.
23 Nostalgia, tango de Juan Carlos Cobián (música) y Enrique Cadícamo (letra)

49
100 AÑOS EN 13 VOCES

A esta altura de la noche, Alfredo está bailando con una señora.


Gonzalo, Aquiles, Pepepedro y yo cantamos abrazados:
{Gime, bandoneón, tu tango gris, quizás a ti te hiera igual algún
amor sentimental. Llora mi alma de fantoche sola y triste en esta no-
che, noche negra y sin estrellas. Si las copas traen consuelo aquí estoy
con mis desvelos para ahogarlos de una vez. Quiero por los dos mi
copa alzar para poder después brindar por los fracasos del amor}24.

La bicicleta de jardinero
En un momento en que nos quedamos solos, Aquiles y yo habla-
mos de la naturaleza dialógica y la intertextualidad inagotable de
los borrachos y las putas, de las melodías de arrabal con sus historias
bohemias de seres inmersos en la cotidianidad, mujeres y hombres
que viven de barra en barra y de trago en trago la religiosidad en
los altares de todos los bares y burdeles de mala muerte. Hablamos
de la vida que yace en el subterfugio de los boleros, tangos, guara-
chas, mambos, cumbias y serenatas escritas y cantadas por mujeres
y hombres que conocen la miseria de los barrios pobres, del campo
abandonado por el desarrollismo malsano, seres humanos que en su
infancia se acostumbraron, cuales perros callejeros, a las patadas, los
maltratos de matones y contrabandistas y a la comida sólo posible al
azar de la mendicidad. Hablamos de las melodías que huelen a putas
acostumbradas a las caricias de manos ásperas y besos con sabor a
ron. Hablamos del mundo impregnado de billares, hurtos, trampas,
movidas, atracos, traiciones, caña, maromas, puñaladas, desamores
y embrujos de hombres y mujeres que se aferran al santoral como
esperanza redentora de redimir sus pecados.

- Ya debo irme, nos dijo Aquiles.


Lo acompañamos hasta la puerta.
- Carajo, Aquiles, ¿tú viniste en bicicleta?
- Y pedaleando me voy. Por cierto, cada vez que me monto en
24 Op. Cit.

50
Aquiles Nazoa

ella, pienso en mi amado padre. ¿Quieren oír algo que le escribí justo
antes de venir?
- Para nosotros es un placer oírte, Aquiles.
- «Ahí va mi padre pedaleando su bicicleta de jardinero. Él lleva
sin saberlo la poesía como una violeta en el sombrero y a mi niñez
le gustan entusiastamente sus zapatos, que son como unos caballos
viejos y cariñosos. En aquellos tiempos estaban muy baratas las co-
sas. Teníamos una casa de flores que sólo nos había costado a razón
de un sufrimiento insignificante el metro cuadrado. Figúrense como
estarían las cosas de tan baratísimas entonces, que yo tenía una her-
mana llamada Lilia a la que no llegué a conocer porque se murió
aprovechando lo barata que se había puesto la muerte por aquellos
días. Mi padre pagó en cómodas cuotas la muerte de aquella niña.
Todos los días al llegar del trabajo, lloraba un poquito sobre el hom-
bro de mi madre. Y en cosa de cinco meses estuvo saldada la deuda
con la muerte, cosa que no se puede hacer hoy día. ¡Todo está ahora
tan caro!
Con decir que las lágrimas están reguladas por el departamento
de control de precios. Teniendo yo nueve años y él me imagino que
treinta, me pidió delicadamente esa mañana que me volviera de es-
paldas mientras él se bañaba con sus inocentes calzoncillos, porque
el mar le gustaba mucho y estaba amaneciendo.
No sé como aquel hombre se las arreglaba para que yo y mi her-
mana Elba recorriéramos el mundo, pasajeros los tres en su bicicleta
de flores; lo cierto es que el buen hombre tenía un exquisito olfato co-
mercial, y los domingos nos llevaba, él puesto su bellísimo sombrero
de violetas y sus conmovedores zapatos, y nosotros sus hijos la niñez
como un vestido y colinas de estreno, a mágicos mercados donde los
campos con sus correspondientes ríos se vendían a dos paisajes por
centavo.
Y en aquellos lugares mi padre cumplía plenamente su vocación
de ladrón irredento, pues regresábamos los tres a casa con un insólito
botín de aromas. Y todos nos queríamos mucho por eso.
51
100 AÑOS EN 13 VOCES

Una vez nos sorprendió un inmenso aguacero durante uno de


aquellos paseos. Cómo teníamos miedo Elba y yo, pues había mu-
chos relámpagos y el río iba creciendo bastante, mi dulce padre nos
acogió a su pecho, un hijo a cada lado, y estábamos como debajo de
un pan, bien que me acuerdo.
Nos besaba con las violetas de su sombrero para consolarnos de
nuestro miedo, y parece que lloraba también, no estoy seguro. Y
desde luego porque en esa ocasión y lugar oímos mi hermana y yo
latir el corazón de nuestro padre Rafael Nazoa bajo la tempestad,
es por lo que desde entonces nos sentimos a rato tan desdichados en
esta vida.
Y sin embargo, si ahora mismo nos fuera dado elegir: entre aque-
lla hora y el destino a que fuimos implacablemente condenados, yo
y Elba elegiríamos el que nos señaló nuestro indefenso padre aquella
tarde que no olvidaremos, pasajeros los tres en su poética bicicleta
de jardinero»25.

25 Aquiles Nazoa, La bicicleta de jardinero.

52
AQUILES Y YO

Mercedes Franco
Novelista, docente, cronista y escritora de literatura infantil. Ha
trabajado los relatos de terror y leyendas de la tradición oral. Autora
de las obras Cantos de Sirena (Crónicas, 1987), La Piedra del Duende
(Cuentos infantiles, 2000), Crónica Caribana (novela histórica, 2006),
Ribas el invencible (Cuento) y La Sayona y otros cuentos de espantos (2015).
Merecedora del Premio Rómulo Gallegos, (2007), Lista de Honor del
IBBY (1998), y en 2009 fue nominada al Premio Astrid Lindgren de
literatura infantil.

53
AQUILES Y YO
Mercedes Franco

Cuando yo era niña era poeta. El mundo era reciente y brillante,


tanto que me encandilaba.
Era nuevecito y fragante, como un juguete en su caja. Limpio y
reluciente, como las calles del barrio después de una lluvia fuerte.
Yo inventaba palabras con que nombrar todas las maravillas que
veía.
Clariposas errátiles entre las flores, azucielos en la hierbalda.
Nunca era suficiente.
Fue por esos tiempos cuando conocí los poemas de Aquiles Na-
zoa. Mi maestra Zoraida Aguilera, que se parecía a la luna o a un
personaje de Aquiles, me regaló la “Antología de poesía infantil ve-
nezolana”, de Rafael Ángel Insausti.
Allí había encantadores versos de Morita Carrillo, Héctor Gui-
llermo Villalobos, Carmen Delia Bencomo, Beatriz Mendoza Sagar-
zazu y otros. Y también estaban los de Aquiles Nazoa. Inmediata-
mente los elegí y los designé como míos. Contenían todo lo que veía,
olía, saboreaba. Contenían la belleza del mundo.
Decidí copiarlos aparte, en un cuaderno, para que fueran más
míos.
Y ellos lo entendieron y se volvieron míos, para leerlos y releerlos,
para decirlos a solas, con las hojas y los tordos como único público,
cada vez más cautivada y asombrada, no solo por las cosas que el
poema nombraba y describía, sino por la forma sutil y nueva en que
las decía.

54
Aquiles Nazoa

Pensé que los otros poetas de esa antología eran adultos, pero no
Aquiles Nazoa. En mi inmensa sabiduría de ocho años, yo sabía que
él era un niño, como yo.
El poema que leí primero fue la elegía a Mambrú, y para mí fue
un gran consuelo, porque siempre había querido saber qué pasó con
el pequeño cuerpo dormido de ese valiente capitán de mis juegos,
que había marchado a la guerra sin saber cuándo volvería. Cómo
todos los guerreros.
¿Dónde habría quedado su cara de suave oruga de campo?
¿Dónde la roja florecita de su gorra? ¿Dónde sus brazos de ramas
verdes?
Era reconfortante saber que la hierba lo había recibido “en casa
fresca” y que su espadita de guerra tan pequeña, fue guardada por
alguien en la funda olorosa de una almendra.
“Si lo encuentras mañana dormido en el camino, alisarle el cabe-
llo con tus dedos de lino.”
Su paso marcial entre las rosas y las cayenas se me reveló íntimo y
diminuto, alegre y eterno, como el vuelo de oro de las abejas.
El poema “Los días de la semana” también me arrojó muchas
verdades poéticas a las manos, grandes y bellas verdades. Vi en toda
su luminosa certidumbre la levedad del jueves, “azul como un dedo
de cielo”.
Y esa gran claridad del jueves me ha acompañado durante toda
mi vida, igual que el dulce tintineo del domingo, “una campanita
que todo el año toca alegre”.
Descubrí para entonces con regocijo que a Aquiles, al igual que a
mí, le gustaba la lluvia. Ya tenía confianza con él, así que lo llamaba
por su nombre, Aquiles.
Había establecido un diálogo permanente con él. Ya más que mi
amigo, era yo misma, pero con otra voz, ajena, cercana, transparente
y más hermosa.
Y éramos el mismo, la misma, porque nos gustaba la lluvia tanto
como les gusta a los pájaros.
55
100 AÑOS EN 13 VOCES

“Luz de arriba remozada y abajo llueve que llueve, cruje su san-


dalia breve sobre la arena mojada”.
Este poema empapó mis silencios y se quedó dentro de mí, pero
yo me lo llevaba a la boca de cuando en cuando, solo para regodear-
me en esa magia pluvial, y tratar de adivinar, entre la cortina gris del
agua, a esa ninfa nublada de las torrenteras, de crujiente sandalia
breve, y sentir en el aire el trazo vibrante de sus alas.
Traté de hacerme unos zapatitos de lluvia, como los de la pordiosera.
“Cuando la niña pisa saltan luceros”. Y con unos retazos de tela
color de niebla, que saqué del cajón de costura de mi madre, me fa-
briqué una especie de escarpines, que me cubrían los pies, pero cuyo
carácter lluvioso nadie entendía.
Mientras crecía los poemas de Aquiles crecían conmigo, cobra-
ban nueva forma.
Su voz resonaba sobre todas las cosas, nombrándolas, reinventán-
dolas, y también resonaba en ecos maravillosos sobre mi vida, sobre
mis libros y sobre la gente que veía y las cosas que hacía.
El nombre de María era ciertamente la voz del agua clara, porque
ese nombre, María, tiene la cualidad de ser nombre-canción, se des-
liza al ser pronunciado como una sonata brevísima y delicada, con la
misma dulzura musical de los manantiales.
Fui notando que muchos niños se acercaban con alegría a la obra
de Aquiles. Es evidente, los niños se identifican con la poesía de
Aquiles Nazoa no solo por la diafanidad de su lenguaje, sino por esa
condición poética y lúdica, tan presente en toda su obra, al igual que
en la vida cotidiana de los niños. No se puede decir que escribió para
los niños, pero sí desde la infancia, y desde ese planeta transparente
es como mejor se aprecia su obra.
El poeta Aquiles Nazoa era un hombre-niño, y era un niño poeta.
Por eso le emocionaban los caballos, y los alimentaba con rosas y gladiolos.
Por eso amaba la hermosura simple y perfecta, esa que se halla en
las monedas viejas, en las barbas de los mendigos y en la voz niña de
Jenny Lind, el ruiseñor de Suecia.
56
Aquiles Nazoa

Mientras dibujaba en sus versos la pureza del agua, de los anima-


les y de las cosas, Aquiles también hacia humor.
El humor en su poesía corresponde a esa faceta lúdica de su alma,
de su ser. A la manera de los niños, encontraba el humor en todas las
cosas y lo ejercía con gran alegría y sutileza. Con gran delicadeza,
con sencillez jovial, pero totalmente ajeno a la vulgaridad y a la esca-
tología de muchos seudo humoristas actuales.
Desterrada ya del radiante territorio de la infancia, iniciando mi
vida en la UCV, el universo me concedería uno de mis grandes de-
seos: conocer al mago de mi huerto, al poeta tutelar de mi vida, mi
ángel de guayaba y membrillo. Fue en la Escuela de Letras, donde
Aquiles Nazoa apareció frente a mí una tarde, en plena Renovación
Universitaria. Era el! Me inscribí con veneración en su cátedra de Li-
teratura y Folclor. Todas las tardes preparaba en mi mente uno o dos
párrafos, donde le diría lo importante que había sido para mí, cómo
me había acercado a su espíritu, como gracias a él había aprendido
a encontrar la belleza en todas partes.
Pero nunca me atreví.
Y así me quedé muda sin él. Sin que nadie lo esperara se nos fue
de repente el ruiseñor de Catuche, el poeta de la acequia y el sueño,
Aquiles el de los niños, el gran poeta de Venezuela, dejando tras de sí
un rastro de luciérnagas y un galope bien bonito de estrellas.

57
MEMORIAS DE UN TRANSEÚNTE
SONREÍDO

Roberto Malaver
Periodista y escritor. Fue presidente de la Agencia Venezolana de
Publicidad. Moderador del programa “Como Ustedes pueden
ver”, conocido como Los Robertos, transmitido por Venezolana de
Televisión. Editor del suplemento comico-politico “El Especulador
Precóz”, articulista en el periódico Últimas Noticias. Autor del libro El
discurso más claro de la historia. Obtuvo el Premio Pedro León Zapata de
literatura humorística y el Premio Nacional de Periodismo (2005).

58
MEMORIAS DE UN TRANSEUNTE SONREÍDO
Roberto Malaver

Hay dos grupos de humanos con problemas de memoria,


los judíos que no saben olvidar, y los venezolanos que no saben recordar.
Juan Nuño

Hay momentos en que uno se detiene a pensar en lo mucho o


poco que ha vivido intensamente. Momentos buenos que uno va
acumulando para recordarlos siempre. Sobre todo, momentos en los
que uno supo reírse con ganas, porque reír es una de las más claras
demostraciones de felicidad.
Y de eso se trata hoy. De recordar y volver a vivir aquellos mo-
mentos en que leí y compartí los textos de Aquiles Nazoa. De cuando
una vez llegó Aquiles a la sede del Canal 5, donde presentaba su
programa Las cosas más sencillas. Y aquella vez habían cambiado el
portero, por eso, cuando Aquiles intentó entrar, el hombre lo detuvo
y le preguntó.
-¿Qué desea, señor?
- Deseo que fluya el libre tránsito, que haya flores y frutos en todos
los hogares, que…
-Pase, pase.- le dijo el portero.
Lo supimos porque lo leímos hace mucho tiempo en la prensa.
Así como leímos su querido y famoso libro: Humor y amor. Y ocurre
que cada vez que uno está presente en algún lugar de esos de los
que Aquiles hizo una fiesta del talento, uno comienza a recordarlo.
Por ejemplo; una va a un museo y se acuerda de aquella pareja de
señoras que entraron al museo y solo estaba allí un pintor de brocha
gorda pintando. Y una de las señoras comienza a decir:
-Come he, you, come he, you.
59
100 AÑOS EN 13 VOCES

Y el pintor de brocha gorda se vuelve y le contesta:


-¿Mejía? Aquí no come ningún Mejía.
Y luego las dos señoras se ponen a hablar acerca de una obra que
está pegada de la pared. Y una de ellas dice:
-Esta obra es maravillosa
Y el pintor le dice:
-No señora, esa no es ninguna obra, eso es un parcho poroso que
me quité y lo pegué de la pared mientras pinto.
Una de las características propias de Aquiles fue devaluar a los
nuevos ricos, a esas personas que de la noche a la mañana por un
golpe de suerte, o por un acto de corrupción, generalmente, quieren
aparentar lo que no son.
Y si uno analiza bien toda su obra, se encuentra con que casi nun-
ca hizo juegos de palabras. Esa costumbre que tiene mucho humoris-
ta, Aquiles no la usó mucho, sencillamente se apoyó en lo cotidiano,
en lo que todos conocemos, para hacernos reír con su talento. Así,
nos encontramos con su texto El arrocito de los López, donde Aquiles
hace un maravilloso juego de palabras. En esa fiesta donde pasa de
todo, llega un momento en que la señora de la casa ve a un borracho
que se está tomando un trago y le dice:
-Mire, señor, tenga la bondad de dejar ese vasito ahí. Mire que
usted tiene muy mala bebida.
Y el borrachito, con esa rapidez típica del venezolano, le contesta:
-¿Mala bebida? ¡Noo, misia! Mala bebida es el lavagallo que us-
tedes dan aquí.
Antes, en esa misma fiesta de los López, también hay otro juego
de palabras, cuando el dueño de la casa, el hombre de la casa, como
lo llama Aquiles, está buscando un tirabuzón para abrir una botella
de ponche crema, y la señora le dice que no hace falta, que eso se
abre con una almohada que se pone contra la pared y se le va dando
por el fondo a la botella y se abre, y el hombre de la casa le dice:
- Pero es que no hay almohada, sino el cojín de la sala que tú dices
que es de Perucho…
60
Aquiles Nazoa

Y la señora responde rápidamente:


-De Perucho, no, niño, de peluche.
En fin, uno va llenando sus momentos de felicidad con todas esas
lecturas. Porque afortunadamente tuvimos un humorista que supo
–sin calificativos ni vulgaridades-, solo con su talento, llegar a todos
nosotros.
Como decía, cuando uno se encuentra en un lugar de esos que
Aquiles nos supo contar todo lo que pasaba ahí, a uno no le queda
más que recordar esas lecturas. Así vamos a esas reuniones donde
hay gente emperifollada, como diría él, que se pone a a hablar no
para escucharse ellas sino para que los demás sepan lo que les ha pa-
sado o lo que les está pasando. Como pasa en su texto Venezuela libre
asociada o la generación del 5 y 6. Allí nos encontramos con dos señoras
que están dialogando y una de ellas dice que su esposo está en París
dando una trasferencia –en vez de conferencia- en la universidad de
las Hormonas. Y la otra señora contesta:
-Ay, eso es fantástico, ¿y sobre qué versaba la coincidencia?
-Gua, sobre antropología. Usted sabe que él se graduó de antro-
pófago.
La llama generación del 5 y 6 porque es esa generación que segu-
ro pegó un cuadro millonario y sale a darse su puesto en el mundo
de las ridiculeces.
Y en el manejo de las situaciones cotidianas, de esas que están tan
cercas que nos pasan todos los días, también Aquiles las conoció, esas
situaciones donde por ejemplo un taxista va a buscar a los pasajeros
y llega gritando: “Pasajeros pa Barquisimeto”. Y allí pasa de todo.
Porque está un intelectual discutiendo con su esposa, y entonces el
intelectual le habla a su señora y al taxista.
-Pero mi amor, yo te juro que…Aquí no hay ningunos pasajeros,
está equivocado.
Y en ese momento se despierta el niño y se arma una bulla en la
casa y nuevamente se vuelve a escuchar la voz del taxista gritando:
-¿Qué hubo, pues? ¡Esos pasajeros!
61
100 AÑOS EN 13 VOCES

Y la señora le habla al niño que se despertó.


-Ya va mi amor, ya yo le voy a llevar su teterito.
Y de repente el taxista vuelve a gritar.
-¿Cómo? ¿Cómo es el golpe?
Es precisamente esa manera de mirar tan inteligente y humorista
que tenía Aquiles, es lo que lo hace más cercano a todos nosotros,
porque asimila como nadie esas situaciones cotidianas a las que sabe
sacarle todo el partido posible. Así pasa también con su texto Tráiler
de una película mexicana, donde una mujer sale huyendo chorrean-
do sangre y detrás va otra mujer con el pico de una botella persi-
guiéndola y le dice:
-Y que no te guerva yo a ver sonsacándome al marido, porque
entonces sí es verdad que te la meto por la barriga y le doy guerta
adentro.
Así como su hermano Aníbal Nazoa, manejó el humor en todos
los géneros en su libro Obras incompletas, así también Aquiles Nazoa
hizo humor en prosa, en poesía, en radio y televisión, y sobre todo,
en las cosas más sencillas.

62
AQUILES, CRÓNICA DE
LA IDENTIDAD PROFUNDA

Laura Antillano
Narradora, poeta, ensayista, crítica de cine y fotografía, promotora
cultural y titiritera. Ha desarrollado una importante obra en el género
infantil y juvenil. Entre sus novelas destacan: La muerte del monstruo come-
piedra (1971), Solitaria Solidaria (1990), Narcisa ha desaparecido (2006),
Ciudad Abandonada (2012). Entre sus relatos: La bella época (1969),
Un largo carro se llama tren (1975), La luna no es de pan-de-horno
(1988), Tuna de mar (1991), ¿Cenan los tigres la noche de Navidad?
(1991), Ha recibido múltiples premios, destacando el Premio Nacional
de Cultura, Mención Literatura (2014).

63
AQUILES, CRÓNICA DE
LA IDENTIDAD PROFUNDA
Laura Antillano

Earle Herrera en su ensayo magistral sobre la crónica como géne-


ro, es acertado en la revisión sucinta del concepto descubriéndonos
que la buena crónica incluye el ejercicio de la poesía en ella.
“Cuando una crónica nos atrae o nos deslumbra independiente-
mente de los he4chos que narre o de las opiniones que deje traslucir
su autor, cuando en ella encontramos algo indefinible pero presente,
un cierto encantamiento, una como magia que surge en metáforas e
imágenes, cierta musicalidad en su construcción, una extraña fuer-
za que emana de la palabra: eso es poesía. Y al suceder esto en ese
breve espacio de la crónica, el acto de la comunicación se convierte
en comunión. Y el cronista ha logrado instalarnos en una nueva rea-
lidad, creada por la palabra, fundada por el verbo, fecundada por la
poesía”. (Herrera Earle, 2014).
Si hay algún autor en Venezuela, cuya obra asentada en el género
de la crónica, pone de manifiesto lo señalado por este concepto de
Herrera es Aquiles Nazoa.
Si consideramos su escritura en general, descubrimos, que la con-
cepción del hacer crónica se respira en su poesía, en sus relatos y en
toda su escritura referencial.
De manera obvia o subterránea, este escritor hace crónica en su
descripción activa de los acontecimientos y escenarios, cuya selec-
ción realiza continuamente en el acto mismo de escribir.
La crónica se considera un género fluctuante entre el periodismo
y la literatura, lo que revela entonces la vena periodística de Aquiles
Nazoa como una constante en todo el desarrollo de su escritura.
64
Aquiles Nazoa

Y en ese universo tan amplio, hemos escogido su referencia a


Caracas, la ciudad donde nació y que amo siempre con gratitud y
dolor, solidario y conmocionado ante su historia o vivencia del pre-
sente cotidiano.
Vamos a hablar de la Caracas vista y vivida por un gran escritor,
periodista, poeta, cronista de primera línea, comprometido desde su
cotidianidad, su obra y su esencia humana con este país y nuestra
América; un verdadero maestro de la crónica desde muchas perspec-
tivas, dado que cuando realiza su escritura en otros géneros diríamos
que sigue haciendo crónica a través de ellos.
Definitivamente: una revisión de su libro Caracas física y espiritual
nos pone en contacto con lo que significó para Nazoa esta ciudad.
El libro nace de una propuesta del autor de abarcar Caracas de una
manera libre y múltiple, lo que define en la introducción misma de
este texto, publicada en su primera edición en 1967.
“Acerca de mi libro Caracas, física y espiritual.-“Mi libro en apa-
riencia no sigue un orden coherente, ni régimen alguno. Por su varie-
dad y su bizarría, por su cambiante diversidad de temas, de tonos y
aún de estilos, más que un libro parece un viejo carro de mudanzas,
una de aquellas carretas atestadas de corotos tristes, que en los anti-
guos tiempos de Caracas congregaban la curiosidad de los vecinos a
la puerta de la casa de dónde días antes había salido un muerto.”(,,,)
Su discontinuidad es deliberada, pues quise dar en el conjunto una
imagen de su tema, quise trasladar al ánimo del lector el cuadro de
ésta ciudad martirizada; de mi amada Caracas interceptada en su
proceso histórico normal, fracturada en su paisaje, inconexa en su
topografía, heteróclita en su arquitectura, en sectores la capital más
amable de los trópicos y en barrios enteros la capital más ingrata de
la Tierra. (…)Me senté a escribir un libro de Caracas y lo que me
salió fue un kaleidoscopio. No por el estilo sino por los temas (…)un
reguero de cositas pequeñas y coloridas, de botones deslumbrantes,
llaves abandonadas, relojitos que ya no andan, una rara moneda,
ovillos multicolores, desechos del tiempo cuyo destino es la diáspora
65
100 AÑOS EN 13 VOCES

y el olvido, intimidades tiernas en las que nadie se reconoce, como


las que descubre el transeúnte cuando en una mudanza que pasa se
abre la gaveta de la máquina de coser.(…) De esas pequeñas cosas
está hecha la vida secreta de las ciudades”, (Nazoa, Aquiles, 1967).
Combina aquí el escritor, desde una relación histórica minuciosa
de lo que fueron los orígenes de la ciudad, haciendo énfasis en las
aguerridas luchas entre los invasores y los pueblos originarios, hasta
relaciones emotivas ,llenas de detalles de asuntos como la llegada de
la electricidad o de los helados, la presencia de la ventana como de-
talle arquitectónico de significación social, el nacimiento de la estruc-
tura de las calles en relación con los ríos y el uso de las aguas como
elemento que produjo la planificación en colectivo, la presencia de
terribles epidemias que diezmaron a los habitantes de la ciudad e
instauraron el uso de la botánica autóctona en el uso medicinal, la
memoria de personajes como el Duque de Rocanegras, la historia de
la llegada de la radio, y finalmente un análisis ,diríamos que doloroso
pero , de lo que fue produciendo la anarquía arquitectónica de la
Caracas de la llamada era del petróleo.
Una vertiente fundamental de esta selección de sus crónicas es la
investigación del origen histórico de la ciudad. Y para ello ubica la
presencia de los conquistadores españoles y el contrapunteo con la
población autóctona, en la guerra colonizadora, cuyo proceso con-
duce a la fundación de la ciudad como tal. El escritor se pone, inicial-
mente, en la perspectiva del invasor para señalar este encuentro y lo
describe en su prosa poética sugerente:
“(…) Lo que encontraron fue un mundo virgen regido por el sol
y las aguas, donde los seres humanos eran otra fuerza ciega de la
tierra como las tempestades y como las fieras; donde la lengua que se
hablaba se confundía con los ruidos de la naturaleza, y los hombres
tenían los mismos nombres que las plantas, los ríos, los insectos y los
pájaros. No venían en ese mundo de desamparo a enfrentarse como
en otras tierras de América, a estructuras estadales orgánicas con sus
centros nerviosos y sus blancos de ataque concentrados en grandes
66
Aquiles Nazoa

núcleos de población, sino a un vastísimo territorio de tribus disper-


sas, de grupos clánicos cuyo enfrentamiento exigía tácticas de cacería
más que estrategia de guerra.”
Esta relación donde compara el proceso en Venezuela con lo
ocurrido en otros territorios (como el imperio Inca o el Azteca, pen-
sando en lo que llama “estructuras estadales orgánicas”), señala una
importante consideración a la hora de revisar los procesos sociales
que vinieron en continuidad. Y sitúa entonces a Francisco Fajardo
como iniciador de la gesta que definió el lugar de la ciudad:
“(…) Ajustada la paz con las tribus de arbacos, taramaynas, y
charagotos que poblaban el lugar, entre las laderas de lo que hoy se
llama El Calvario y la región noroeste de Catia, por la facilidad que
permite el terreno para los movimientos a caballo y su proximidad
con el mar, eligió Francisco Fajardo el punto donde levantó cercas
para el ganado y una ranchería, a todo lo cual le dio el nombre de
Valle de San Francisco, así dio el primer signo de su nacimiento la
ciudad de Caracas”.
Aquiles Nazoa hace un relato detallado de los sucesos y sus ele-
mentos, haciendo ver la complejidad de las circunstancias que fue-
ron dando vida a Caracas como comunidad pasando por continuas
vicisitudes. Revisa los pormenores del proceso de la Conquista, y su
relato está regido por el interés detallista de quién quiere contar los
orígenes de un país desde la formación elemental de los grupos hu-
manos que participaron en ello a partir de sus intereses. Insiste en los
intentos de varios jefes de la Conquista.
“(…) Venciendo la vacilación de los que al mencionarles el lejano
Valle evocaban los sucesivos fracasos de Fajardo, de Rodríguez Suá-
rez, de Narváez, de Bernaldez, logró reunir Lossada entre caballeros,
soldados, indios y amigos y gente de servicio, unos mil hombres con
excelente equipamiento, algunos de ellos fundadores de ciudades y
muchos poseedores de los más sonoros títulos nobiliarios. (…)El 26
de marzo de 1567 contempla Lossada desde las alturas de San Pedro
el fastuoso espectáculo de los guerreros de Guaicaipuro que venían a
67
100 AÑOS EN 13 VOCES

su encuentro. Empenachados con plumajes de los más lujosos colo-


res y acaudillados por sus graves caciques, con bullicio y entusiasmo
que parecía de fiesta, allí lo aguardaban para darle combate los tar-
mas, los mariches, los Teques, los arbacos”. (p.19)
La crónica de Nazoa tiene la fuerza teatral que da vida a los per-
sonajes y nos hace la experiencia histórica más cercana, desde una
perspectiva emocional. Y analiza en esta guerra la decisión de Los-
sada con relación al nombre de la ciudad que fundará imponiendo
el poder:
“Un hecho significativo de que sus preocupaciones de ese mo-
mento no son arquitectónicas sino bélicas, sería el de haber asocia-
do, para bautizar la ciudad, con nombres de tan belicoso contenido,
como el de Santiago, el santo patrón guerrero de las Españas, y el de
una de las más aguerridas tribus del Valle”. (p.21)
Cuenta Nazoa que en 1568 en lo que hoy es Catia y era la expla-
nada de Maracapana se produjo “ la operación de más basto alcance que
en aquellos tiempos intentaron las tribus para desalojar de su valle a los españo-
les” (…)”recelando Guacaipuro por equivocados indicios que la conjura había
sido descubierta por los españoles optó por replegarse con su gente y abstenerse de
concurrir al combate.(…)La propia táctica de los indios de acometer al enemigo
ciega tumultuariamente en el pequeño espacio de que disponían, sumada a la de
los españoles de soltar sus caballos a la desbocada sobre los nutridos tumultos,
resolvió la batalla en hecatombe de tribus enteras y dolorosa huida de indios he-
ridos. De los caciques más valerosos solo quedó en el campo Tiuna, quien murió
increpando al propio Diego de Lossada para que se enfrentara con él en lid de
cuerpo a cuerpo”. (p.23).
Recorre el escritor multitud de hechos que señalan devastación,
muerte y angustia, igual que heroicidad de parte de los pueblos ori-
ginarios y no disgrega las razones del conflicto territorial, que fi-
nalmente tendrá la fuerza bruta como herramienta para obtener el
triunfo.
“Levantada sobre ese cimiento de sacrificio nacía la pequeña ciudad. El ali-
ciente de su fundación había sido el oro, pero para aquerenciarse pronto con la
68
Aquiles Nazoa

tierra tenían allí mismo los forasteros la invitación de uno de esos paisajes en que
el hombre se siente llamado a las tareas elementales del sembrador y del pastor.
En el Avila conocían el milagro cromático de un monte que no obstante su eleva-
ción y majestad, en lugar de infundirle a la villa esa adustez típica de los lugares
montañosos, les resultaba más bien el más generoso proveedor de colores.”(p.29).
El libro de Nazoa va viajando por las distintas circunstancias que
van haciendo de un espacio y unos habitantes, una ciudad, atraviesa
el proceso germinal de la misma.
Su visión de lo geográfico va hilando para relatarnos los hechos,
con el desglosamiento de las necesidades y las respuestas que da el
habitante para definir su cotidianidad. Así, sobre el siglo XVIII ano-
ta Nazoa:
“Las calles servían a la vez de acueductos: merced a la pendiente
continua del suelo, el agua bajaba con facilidad desde el Catuche
por acequias tajadas en el medio de la calle, y de allí la tomaban los
vecinos en grandes ánforas para llevarlas a sus viviendas”. (p.31).
La necesidad del agua y su disposición por decisión colectiva de
los nuevos habitantes:
“El agua tuvo la virtud de educar a los vecinos en el amor a las
tareas de interés colectivo. Cada sector tenía la obligación de con-
servar en buenas condiciones el tramo de acequia de que se servía.
Tuvo además la de concentrarlos en un núcleo viviendario orgánico
y urbanísticamente bien definido –lo que facilita en las ciudades la
acción de los servicios públicos- y, finalmente, con el asesor topo-
gráfico más experimentado le señaló con el impulso natural de sus
corrientes, la dirección en que podían abrir las nuevas calles.(p.33).
Tenemos noticia de como la definición de ciudadanía va apare-
ciendo como generada por la praxis en colectivo. Aquiles se sitúa
entonces en la aparición de los grandes problemas de salud que su
investigación le revelan. Las que son nuevas enfermedades para el
colonizador y su descendencia y la inclemencia del clima.
“Después de la plaga de langostas que había arruinado la agricul-
tura en 1574, no experimentaron los pobladores otra calamidad pú-
69
100 AÑOS EN 13 VOCES

blica que el incendio que destruyó en 1579 la ermita de San Mauri-


cio; pero en 1580, sin disponer para su defensa de otro recurso que el
de las inocentes rogativas a San Pablo, el Valle es cruelmente atacado
por un mal desconocido y terrible. Esa fue la epidemia de viruelas
que decidió por fín en favor de los españoles la lucha contra los in-
dios, dejando a miles de ellos tendidos por los campos, pero también
diezmó a las tribus ya amansadas y a las familias pobladoras, y al
restarles sus mejores brazos a la tierra paralizó la producción.”(p.34).
En dos pinceladas el autor nos analiza como la circunstancia de
que la enfermedad sea desconocida totalmente para la población au-
tóctona, se convierte en un aval para los españoles en el plano del
enfrentamiento por el poder.
“La voluntad de sobrevivir los llevó tempranamente a asociar a
sus rogativas y plegarias los recursos medicinales de la botánica in-
diana y las técnicas de los piaches, dando así de una vez origen a
la brujería criolla de los sahumericos, mágicos, a la creencia en los
poderes omnidefensivos de la piedra del zamuro, a los cultos hídricos
como los que todavía perduran en las botellas de agua colocadas jun-
to a la tumba del Beato José Gregorio Hernández en el Cementerio
de Caracas.”(p.36).
La arquitectura, la construcción de los espacios de vida de la ciu-
dad, son tema significativo para el escritor y en el desarrollo de su
crónica, la referencia investigada es permanente.
“Si por el Avila define la ciudad su vocación de vuelo, por sus
ventanas anuncia la gentileza de una arquitectura que estuvo entre
las primeras en comprender la significación de la luz y del aire como
materias constructivas (…)Pues, nuestras ventanas fueron concebi-
das, además, para que por ellas entraran a las casas el amor y la mú-
sica. Si desde dentro servían para asomarse como a un libro abierto
a la crónica ebullente de la vida, desde fuera figuraron largo tiempo
como santuarios o altares del amor, o como resonadores de estreme-
cidas serenatas. Atributo inseparable de la feminidad criolla durante
casi tres siglos, y en el que la imagen de la mujer de Caracas tiene su
70
Aquiles Nazoa

complemento más cabal, no solo crearon una peculiar psicología de


la coquetería y el fisgoneo, (…) modelaron una tipología anatómica
conformada a las artes de asomarse y acodarse con gracia”. (P.74).
Como nos habló de la definición de las calles y la importancia de
los ríos y las aguas en el desarrollo del espacio urbano, que va dibu-
jando sus contornos, nos relata la crónica de la llegada de la electri-
cidad en su proceso histórico.
“La luz eléctrica se conoció en Caracas el 28 de octubre de 1873
cuando en homenaje al Libertador el día de San Simón se hicieron
varios ensayos de iluminación dirigidos por Vicente Marcano. Tam-
bién se ensayó el sistema al inaugurarse la estatua del Libertador al
año siguiente, mediante una planta que instaló y manejó el Doctor
Adolfo Ernst en la casa del antiguo correo, donde hoy se encuentra el
edificio de la gobernación. El experimento se repitió la noche del 27
de octubre de 1884 ya bajo el gobierno del General Joaquín Crespo
en el Teatro Municipal “(p.94.)
Por sus investigaciones y su curiosidad sabemos de asuntos como
la relación entre Don Cecilio Acosta y los helados:
“En 1856 el señor Fausto Teodoro Aldrey, fundador del perió-
dico La Opinión Nacional, anexa a su “Café Español” la primera
heladería de Caracas. La solicitud de permiso para establecerla fue
redactada por Cecilio Acosta en un poético memorial en que exalta-
ba la significación de los helados como estímulo de la amistad. “Los
sorbetes –dice allí- sirven de aliciente al espíritu de asociación, matan
los rencores y hacen que los hombres se acerquen y se entiendan”.
(p.100).
En los años veinte, década del nacimiento del propio Aquiles Na-
zoa, aparece la radio en Venezuela:
”En abril de 1926 los periódicos de Caracas publicaron corteses
notas de primera página dando su bienvenida a los señores Luis R.
Scholtz, Albert Muller y David Lewman, que llegaron de New York
para montar el equipo destinado a las trasmisiones de radio en la ciu-
dad”(…) Después :“Casi no había hombre de Caracas que de las sie-
71
100 AÑOS EN 13 VOCES

te de la noche en adelante no estuviera en algún rincón de su hogar


, inmóviles los abiertos ojos en la actitud estática de un magnetizado
manipulando su primitivo receptor con la bocina pegada al oído, y
llamando a cada instante a la familia para que vinieran a oír la onda
que había sintonizado . El punto del piso donde fijaba el polo de
tierra del aparatico, se mantenía siempre mojado por los abundantes
vasos de agua que había que echarle para mantener la recepción en
buenas condiciones”. (p.180).
Estas relaciones de lo pintoresco, emotivas, son señal indicado-
ra de cómo se fue haciendo el “caraqueño” a través de procesos
colectivos de identificación con modos y costumbres. Culmina en
este libro con un análisis crítico, sumamente interesante, acerca del
diseño arquitectónico de la urbe, en el que destaca con entusiasmo
la labor del arquitecto Carlos Raúl Villanueva en la transformación
de lo que fuera la barriada que hoy es la Urbanización El Silencio,
concebida durante el gobierno de Medina Angarita, en pleno centro
de esta capital.
“No conoce la historia de nuestro país una experiencia tan inte-
resante como la que representa ese enorme cuadro de ciudad nueva,
donde el arquitecto Carlos Raúl Villanueva logró conciliar corrien-
tes de tan diversa orientación como el Criollismo Colonial Hispano-
americano, el Funcionalismo Espacial de Le Corbusier y las teorías
de la ciudad-jardín ensayadas por Ebenezer Howard en Inglaterra.
Dar a Caracas una arquitectura en la que el hombre venezolano se
sintiese vinculado a su tradición hispánica, satisfaciendo al mismo
tiempo las urgencias de la vida contemporánea, y disfrutando de un
grato contacto con el paisaje a través de los árboles, del agua y de las
flores, fue un propósito espléndidamente cumplido por la reurbani-
zación de El Silencio y también por la enorme red de concentracio-
nes escolares que en esa misma época se extendió por todo el país”
(p.196).
La bien fundamentada preocupación de parte de quien es sensi-
ble ante los graves problemas que vive la mayoría en la ciudad, no
72
Aquiles Nazoa

puede más que analizar críticamente la cara de esa realidad que le


dolía, constituyéndose en tema central de su visión de la Caracas de
entonces:
“La constante tensión psíquica derivada del hacinamiento, de la
miseria, de la soledad, de la invasión brutal de la urbe por el automo-
vilismo, de la desconfianza recíproca suscitada por el florecimiento
del robo y del crimen, agriaron el carácter de los ciudadanos y los hi-
cieron ásperos, levantiscos y espiritualmente duros. Favorecidos por
el conformismo campesino que se hizo característico en la vida de la
ciudad, proliferaron los edificios oscuros, estrechos y feos, a cuyos de-
ficientes servicios sanitarios no llega el agua; los transportes públicos
destartalados, sucios y pésimamente atendidos por trabajadores sin
conciencia de servicio, descendieron a su punto ínfimo de eficacia.
La radio y la televisión para satisfacer, los gustos primitivos de su au-
ditorio mayoritario, llegaron a los más altos extremos de la chabaca-
nería, el ruido y la estulticia adoptada como forma de arte” (p.198).
El cerrar el libro con este ensayo tenaz en su crítica incisiva revela
el punto de vista más álgido de su mirada a Caracas:
“Como en ninguna otra ciudad nueva de América, en la Caracas
de hoy pueden constatarse algunos de los perjuicios que es capaz
de causar el dinero cuando pretende remplazar a la Cultura. Para
la empresa de convertirnos la capital en una de las ciudades más
desagradables de que se jacta el Continente, convergieron aquí dos
de las formas más estultas y perniciosas de la riqueza. A la estrechez
espiritual de una clase media urbana semi-iletrada que se había en-
riquecido en el ejercicio de la usura, en la importación de baratijas
norteamericanas o simplemente en el juego de caballos, se asoció el
aldeanismo de algunos propietarios rurales que vendieron sus últi-
mos novillos y se vinieron a la capital en busca de más productivos
negocios. En un país menos flexible a los caprichos de la propie-
dad privada –o por lo menos más atento a las resoluciones de los
Congresos Internacionales de Arquitectura y Urbanismo- la simple
inversión de dinero no les hubiera otorgado a sus inversionistas el
73
100 AÑOS EN 13 VOCES

derecho a erigirse en ductores estéticos de la ciudad. Pero no hay en


Venezuela una ley –ni por lo visto una autoridad- que defienda el
derecho de las ciudades a ser bellas”. (p.199 y 200).
(…) De tan intrincada controversia de intereses, la nueva Caracas
va surgiendo como una ciudad improvisada, hecha para satisfacer
pequeños caprichos y ambiciones, no verdaderas necesidades; des-
provista de aquellos estímulos espirituales que necesita el hombre
para hacer de la existencia un oficio agradable y creador.” (P. 202).
La postura crítica de Nazoa revela su preocupación por el contex-
to cultural, la necesidad de buscar coherencia estética en la construc-
ción misma de la ciudad-capital, y el vínculo esencial con el compor-
tamiento de sus habitantes.
Y con ello culminamos esta lectura, en la que hemos querido in-
sistir en la complejidad diáfana, amorosa y verdadera de un escritor,
a quien conocimos cercanamente, y recordamos en el retrato mismo
de su pasión por todo lo que emprendía con enfática disciplina y
encarecida autenticidad. Bien merecería su obra en general de una
digna edición, que se pusiera a la mano de las nuevas generaciones
de venezolanos.

Bibliografía.-
(Herrera, Earle, 2014) La magia de la crónica. Fondo editorial Fundarte. Caracas
(Nazoa, Aquiles 2004) Caracas física y espiritual. Editorial Panapo, reimpresión, Caracas.

74
AQUILES NAZOA, MI MADRE Y YO

Armando José Sequera


Escritor, periodista y productor audiovisual. Ha publicado más de 80
libros. Gran parte de sus obras han sido para niños y jóvenes. Ha obtenido
diecisiete premios literarios, de los que destacan Premio Nacional de
Literatura para Niños y Jóvenes “Rafael Rivero Oramas” (mención
Libro Informativo) del Ministerio de Educación (1997), Premio Casa de
las Américas (1979) y Diploma de Honor IBBY (1995). Es autor, entre
otros títulos, de Evitarle malos pasos a la gente (1982), Teresa (2001) y Mi
mamá es más bonita que la tuya (2005).

75
AQUILES NAZOA, MI MADRE Y YO
Armando José Sequera

No voy a decir que en mi adolescencia admiré a Aquiles Nazoa.


Que al disfrutar de sus versos mi rostro se pobló de sonrisas. Que leí
cuanto escribía con similar gusto al de comer chocolate y que, en un
rincón de mi cuarto, había organizado un altar exclusivo para él.
Mentiría si afirmase tales cosas.
Leí hace algún tiempo un comentario de una persona de mi edad
que decía haber leído tempranamente el libro del poeta titulado El
silbador de iguanas. Por curiosidad, revisé su fecha de nacimiento y des-
cubrí que o tal persona mentía o había nacido alfabetizada. Dicho
libro fue editado en 1955, ¡cuando teníamos dos años!
Supe de la existencia del poeta Nazoa en mi infancia –segunda
mitad de los años Cincuenta del siglo XX y primera mitad de los
Sesenta–, porque mi madre conocía gran parte de su obra y lo ad-
miraba como yo a Mickey Mantle (beisbolista) y a Rin Tin Tín (un
pastor alemán protagonista de una serie de televisión).
Para ella, Aquiles Nazoa era mención recurrente en sus conversa-
ciones conmigo, junto a Rubén Darío y Amado Nervo. Cada vez que
me veía desprevenido, se me acercaba con un álbum de poemas que
había recortado de revistas y periódicos e intentaba leerme alguno.
La mayoría de las veces lo lograba, pese a que llegué en ocasiones a
la exageración y chocancia de cubrirme los oídos.
Esos tres nombres, más el beisbolista y el pastor alemán de la te-
levisión, formaban parte de esa especie de Olimpo casero, al que mi
76
Aquiles Nazoa

abuela –fui criado por ellas dos; mi padre murió cuando yo tenía
tres años–, aportaba a José Gregorio Hernández, al todavía beato
Antonio María Claret, a fray Martín de Porres –aún no lo habían
consagrado santo–, y al ánima de Gregorio de Rivera, a quien se le
rezaba un padrenuestro para que pusiera a nuestro alcance cualquier
objeto extraviado. Por cierto, sigue siendo infablible.
Mi madre amaba la poesía, especialmente la que hablara de amor
y, en el caso del poeta Nazoa, la que añadiera a su rostro un toque
risueño.
Hasta los once años miré la literatura como algo entre pesado y
ridículo, esto es, como a un peñasco cubierto con una funda rosada
de almohada, con faralaos. Desde los cinco, sin embargo, me gustó
leer la prensa todos los días, en principio solo las páginas deportivas
del entonces gran diario El Nacional. Luego, fui añadiendo otras sec-
ciones, más o menos en este orden: los cómics, las noticias curiosas,
más algunas crónicas y reportajes.
Por razones de salud, mi escolaridad se retrasó hasta los siete años,
aunque sabía leer –aprendí espontáneamente–, desde los cuatro. Mi
madre fue la primera sorprendida cuando se enteró, pero fue ella
quien me enseñó las operaciones básicas de la aritmética. Debido a
tales conocimientos, cuando ingresé a la escuela subí tres grados en
menos de tres semanas.
Se habla de la intolerancia adulta e incluso entre contemporáneos
en las primeras edades. Pero rara vez se hace referencia a las aver-
siones que se sienten en esos tiempos, cuando uno se niega a descu-
brir muchas de las maravillas de la existencia, como el amor hacia
alguien que no pertenece a la familia, las artes –cualquiera de ellas–,
y todo aquello que no suponga una diversión instantánea.
Parte del aprendizaje y la madurez consiste en derivar la curiosi-
dad que integra nuestro software original hacia eso que desdeñamos
gratuitamente en nuestra infancia. No conocemos algo y nos nega-
mos a saber qué y cómo es. Es el peor tipo de ignorancia.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

Para el niño y el adolescente que fui, Aquiles Nazoa era un poeta


que conmovía o hacía reír a mi madre con sus textos. Ella intentó
en múltiples ocasiones compartir su hilaridad o el gusto por las pa-
labras que él empleaba, pero yo huía tal como si alguien más alto y
fuerte que yo me amenazara. Sin saberlo, me adelantaba a la frase
que apareció en un pupitre de una universidad española, en los años
Noventa: “La sabiduría me persigue, pero yo soy más rápido”.
Mi interés se hallaba escindido entre una niña vecina que siem-
pre sonreía al verme, el equipo de béisbol Leones del Caracas, y las
películas que pasaban en matineé los sábados y los domingos en el
cercano cine Bolívar, de la avenida Sucre de Catia. El egoísmo ado-
lescente no me daba para más.
Mi madre, sin embargo, no se rendía. No se rindió en ningún
momento. Como el coyote al correcaminos, siempre estuvo al acecho
de mi sensibilidad y entendimiento, para motivarme a leer poesía.
También cuentos, pero en menor grado.
Como ya señalé, con frecuencia me pedía escuchar la lectura de
algún poema de sus admirados Darío, Nervo o Nazoa y, ocasional-
mente, de algún otro poeta, masculino o femenino. Su insistencia
llegó al máximo cuando una tarde me llevó al Aula Magna de la
Universidad Central de Venezuela, a un recital de Pablo Neruda.
La forma de leer y recitar sus textos del colosal poeta chileno era
en verdad detestable. Constituía una mezcla de discurso político de-
magógico con sermón de la primera misa del día, cuando el ofician-
te solo está un poco más despierto que los feligreses. Esa forma de
presentar en voz alta sus textos nada tenía que ver con la calidad
intrínseca de los mismos, según comprobé más de dos décadas des-
pués, cuando me asomé a su Crepusculario, sus Veinte poemas de amor y
una canción desesperada y a sus Cien sonetos de amor, obviamente, para im-
presionar a una egresada de Letras que me gustaba. El Neruda que
yo vi y oí y el que leí más adelante parecía dos personas distintas. Por
78
Aquiles Nazoa

supuesto, tal experiencia, en lugar de colaborar con mi acercamiento


a la poesía, contribuyó a lo contrario.
Pero ni siquiera esa derrota hizo desistir a mi madre. Siguió insis-
tiendo, como si nada. Alegó que lo más seguro era que Neruda no
se sentía bien ese día y ya. Sus emboscadas poéticas continuaron e
incluso arreciaron, supongo que para recuperar el terreno que había
perdido.
Algunas veces, aunque escapé de sus lecturas, alcancé a oír versos
completos o estrofas que, si bien me parecieron interesantes, no justi-
ficaban –según mi parecer de entonces–, la fascinación de mi madre,
excepto por un detalle: la musicalidad. La rima, en los tres autores de
su devoción, era, cuando menos, perfecta. No requería la compañía
de instrumentos pero era, en sí misma, música en estado puro.
Incluso en otros autores que me presentó, como su (nuestro) pri-
mo José Antonio Escalona Escalona, Gustavo Adolfo Bécquer y, so-
bre todo, Nicolás Guillén, esa musicalidad era –hoy lo reconozco y
en mi juventud lo intuí–, irresistible. La palabra se volvía cascada,
torrente que baja por una ligera pendiente y arrastra guijarros, gor-
jeo humano, sílabas indefinibles que solo se escuchan en las conver-
saciones de los sueños y en los grandes poemas.
Sin embargo, no sucumbí a tal influjo. La adolescencia es un tiem-
po en el cual llevar la contraria a los padres y madres alcanza cotas
de militancia, no en un grupo político sino en un club deportivo,
condición que entonces es más fuerte.
Llegué a sentirme invulnerable ante la poesía, pero algún efecto
produjo en mí pues empecé a escribir poemas –peores que los que
acometo ahora–, para las chicas que me gustaban e incluso cuentos,
en este caso porque siempre me han chiflado las narraciones.
Si, debo reconocerlo, aunque no me diera cuenta: el perjuicio que
he causado a mis lectores, tras convertirme en escritor, ya se estaba
gestando.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

Por esos años –finales de los Sesenta y comienzos de los Setenta–,


Nazoa mantuvo un programa en la Televisora Nacional, canal 5. Yo
era afecto a dicho canal por sus documentales sobre la fauna de Ve-
nezuela y el resto del mundo. Mi madre comentaba al verme atento
a la pantalla que yo era capaz de permanecer una hora viendo uno
de tales programas, en los que un oso no hacía otra cosa sino cami-
nar por un bosque o sobre la nieve. O a un grupo de aves cantando
o volando entre una arboleda.
La fascinación que tales imágenes ejercían sobre mí aún no cesa
e incluso la manifiesto en vivo. Mi hija dice que tengo mucho de
Blanconieves, debido a que voy por la calle pendiente del vuelo de las
aves, las hileras de hormigas o bachacos que conforman carreteras
vivas, e incluso saludando a los gatos, los perros y las flores con los
que me topo.
Estoy consciente de que mi tendencia a ver a la poesía en vivo, no
expuesta en palabras sino en físico, está relacionada con aquello que
mi inconsciente captó de los versos leídos por mi madre. Y es que,
ahora que recuerdo, no fueron unos pocos sino centenas de ellos los
que desgranó total o parcialmente en mis oídos, observo que con
miras a un resultado acumulativo y de efecto retardado.

Una tarde, mientras esperaba una emisión en torno al gymnoto


y otros peces eléctricos, tanto de agua dulce como salada, me enteré
que el poeta Nazoa estrenaría ese fin de semana un programa que se
llamaría Las cosas más sencillas. De inmediato, se lo comuniqué a mi
madre.
A partir de esa primera emisión, adoptó la costumbre de sentarse
ante la pantalla del televisor Philco que había en la sala, cinco mi-
nutos antes de que empezara, como si ver el final de la transmisión
80
Aquiles Nazoa

previa le sirviera de calentamiento. Durante la transmisión, ella per-


manecía arrobada y en silencio reverente ante las palabras del poeta.
Un día cedí a su insistencia y me detuve a ver, solo por unos minu-
tos, una emisión de Las cosas más sencillas. Con toda franqueza, debo
decir que me chocó el amaneramiento del poeta. Según la concep-
ción machista de la vida que imperaba en mi familia y en el sector de
Catia donde residía, tal afectación descalificaba cualquier cosa que
él hiciera.
Los comentarios de mis amigos –vecinos y compañeros de estu-
dio–, ratificaron mi rechazo y hasta lo fortalecieron. Hacía poco, ese
machismo estúpido nos había llevado a los integrantes del equipo de
béisbol de mi liceo a pedir la expulsión –amparados en el chantaje
de negarnos a volver a jugar–, de un compañero, cuando supimos
que éste manifestó sentirse atraído por un estudiante varón de otro
instituto de estudios secundarios.
En verdad, más que molestarnos su inclinación lo que nos per-
turbaba –como en toda manifestación machista–, era que se pusiera
en duda nuestra virilidad al compartir equipo con él. De hecho, las
dudas a las que más temíamos eran las propias. A esa edad en que
uno reafirma o niega su personalidad y sexualidad, le damos una
importancia desmedida a los prejuicios.
Por cierto, cuando le expuse a mi madre la situación con este
compañero, se molestó conmigo y me habló de cuan desleal había
sido. El execrado del equipo había sido amigo mío cuando ambos
cursábamos primaria e íbamos con regularidad él a mi casa o yo a la
suya. Nos habíamos distanciado al comenzar bachillerato, no recuer-
do por qué. Un día dejamos la amistad de lado y se acabó. No hubo
enojo de por medio, ni malentendidos. Solo sucedió.
A mi madre le molestó sobremanera no solo que yo no lo hubiera
defendido, sino que, igual que mis compañeros, lo viera como a un
apestado.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

Días después, durante una nueva conversación que tuve con mi


madre en torno a mi amigo, aproveché para justificar mi rechazo a
la poesía alegando que era algo de afeminados. Sabía que estaba re-
pitiendo algo escuchado en el campo donde practicábamos y jugába-
mos, pero lo presenté como una idea propia, a la que había arribado
tras una seria meditación.
Esta vez ella no defendió a mi ex amigo, pero sí a la poesía y sus
cultores. Dijo que yo no debía generalizar y acusar a todos los poetas
de afeminados. Que muchos solo eran extremadamente sensibles. A
continuación, me señaló que yo no debía juzgar a nadie por su apa-
riencia, su color de piel o ni ninguna otra característica de su persona
o su personalidad, y que debía respetar que cada quien fuera como
quería ser.
El cierre de su argumentación –palabra más, palabra menos–,
fue:
–Yo sé que usted –siempre me trató de usted y yo a ella–, está me-
tiendo en el mismo saco a Alvarito y al poeta Nazoa. Y que lo hace
más para molestarme que por otra cosa. Estoy segura de que el poeta
no es eso que usted cree y me remito a una prueba: Isabel, la mamá
de su amigo Humberto, conoce a una señora que de vez en cuando
va a planchar a casa de los Nazoa. Y esta señora dice que, de eso, el
poeta no tiene nada. Que más bien y donde quiera que va, se la pasa
diciéndole piropos a las mujeres.
Aprovechando que me quedé sin respuesta, volvió a la carga so-
bre la poesía.
–El que a un hombre le guste la poesía, escribirla o leerla, nada tie-
ne que ver con la masculinidad, ni la falta de ésta. La poesía es la vida
en palabras, y yo lo que quiero es que usted aprenda a disfrutarla.
Como la miré incrédulo, apeló al poeta Nazoa como arma. Me
pidió que viera con ella una emisión de Las cosas más sencillas, una
sola. Eso sí, completa. Luego, si decidía que no me gustaba ver cómo
82
Aquiles Nazoa

la palabra me mostraba el mundo, ella me dejaría en paz. No volve-


ría a leerme poemas.
Como rotundamente dije que no, se rehizo en el campo de ba-
talla y me atacó por mi flanco débil: mi gusto por todo aquello que
estimule mi imaginación, así sea en pequeña escala. Como se daba
cuenta de que no me gustaban los ademanes del poeta, me propuso
algo insólito: que me sentara de espaldas a la pantalla y escuchara lo
que Nazoa exponía en su programa, sin mirarlo.
En un primer momento dije que no, que ni siquiera así estaba dis-
puesto a ver el que era su programa favorito. Sin embargo, fue tanta
su insistencia que terminé aceptando.
Creo recordar que la tardenoche en que tomé asiento ante el te-
levisor, no mirándolo a él sino a las jaulas de pájaros que mi abuela
tenía en la pared de enfrente –a esa hora, cubiertas por telas para
que su sueño no lo perturbaran las luces de la sala–, el poeta habló
la aviación, de Charles Lindberg, de Amelia Earhart, de Antoine de
Saint Exupéry y de otros personajes y asuntos relacionados con el
vuelo, un tema que me chiflaba en aquellos momentos y aún hoy día
me plancha ante la televisión o me conduce a leer cualquier texto
literario o divulgativo.
No logré apartarme en ningún momento de las palabras que re-
voloteaban a mi alrededor igual a insectos nocturnos y –como era
de esperar–, sin darme cuenta, en cierto momento me volví y seguí
el discurso de Nazoa con total concentración, sin importarme los
movimientos de sus manos.
Ante aquello, mamá aprovechó y me invitó a quedarme a su lado
durante la próxima emisión del programa, para que me convenciera,
definitivamente, que el mismo era interesante, instructivo e incluso
divertido.
Estuve de acuerdo porque, definitivamente, me había gustado el
programa. No recuerdo cuántas veces disfruté junto a ella lo que ex-
ponía el poeta en sus emisiones semanales. También junto a ella pa-
saba los días entre una y otra comentando lo expuesto e intentando
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100 AÑOS EN 13 VOCES

adivinar –no puedo negar que con impaciencia–, cuál sería el tema
siguiente. También admití que, por las tardes, ella me leyera uno o
dos poemas de la recopilación que cada vez era mayor.
En las semanas siguientes, llegué a ver a Nazoa como a un mago
cuyas manos esparcían palabras e ideas en el aire frente a él, igual a
un ventarrón que despeina los árboles a su paso por un bosque, a una
luz de Bengala encendida en una noche de fiesta o a un dispensador
de agua que mantiene el verdor de un jardín.

Una mañana, ya estudiante de primer año de Comunicación


Social en la Universidad Central de Venezuela, me enteré que esa
misma tarde, en el hoy desaparecido Palacio de las Industrias, al co-
mienzo de la avenida Abraham Lincoln, el poeta Nazoa ofrecería
una conferencia.
Aunque como todo adolescente o adulto recién estrenado no me
gustaba salir con mi madre, la invité. Le propuse encontrarnos en
el lugar, no recuerdo si a las cinco o seis de la tarde, y ver a Nazoa
en persona. Esperaba que fuera –y fue–, una sesión de Las cosas más
sencillas, en vivo.
Ella alegó no poder asistir, debido a que era secretaria del turno
de la tarde, en la Escuela Normal Miguel Antonio Caro, en la catien-
se avenida Sucre, y salía justamente a las seis o poco más.
A estas alturas debo confesar que, pese a que me gustaba cuanto
Nazoa decía por televisión, aún no me había aproximado a su obra
literaria. Mi madre me presentó los poemas de él que formaban par-
te de su creciente volumen –éste daba la impresión de un libro con
un embarazo de ocho meses–, entre ellos la conocida “Balada de
Hans y Jenny”, “A un perrito que me mordió antier” y otros, de cu-
yos títulos no me acuerdo.
Mi incursión particular en la obra de Nazoa se inició poco des-
pués de la conferencia, por un hecho igual de curioso al de mi apro-
84
Aquiles Nazoa

ximación a sus charlas. Pero hablaré de ello luego de reseñar lo ocu-


rrido en la conferencia.
Al llegar al Palacio de las Industrias, advertí que en la gran sala
de éste no había sillas sino solamente una tarima pequeña, provista
de un atril y un micrófono, a más o menos tres cuartos del espacio
contado desde la entrada. En dicha tarima solo cabían dos personas
o tres muy próximas entre sí.
Dudé que allí fuera la conferencia, por lo que pregunté. Me di-
jeron que el poeta Nazoa ya había llegado y estaba en la oficina del
presidente de la institución Pro Venezuela, propietaria tanto del local
como patrocinadora de la actividad.
Dicho presidente era Reinaldo Cervini, un caballero siempre trajea-
do de liqui liqui al que, en los años siguientes, aparte de un saludo muy
afectuoso, tuvo para mí algunos minutos de conversación interesante.
Llegó con Aquiles hasta la pequeña tarima y las más o menos
veinte personas que nos hallábamos en la sala –entre ellas un niño
y una niña–, nos mantuvimos disgregados. Solo se aproximó una
pareja, cuyos integrantes iban tomados de la mano.
Cervini nos llamó a acercarnos y el poeta también. Cuando los
presentes estuvimos más o menos a cuatro metros de Nazoa –la ma-
yoría era de gémero femenino–, éste saludó:
–Buenas tardes a todos. Gracias por venir, estar aquí y no estar
pensando en hacerle daño al prójimo… Antes de comenzar mi diser-
tación, permítanme saludar a los niños en su niñez; a los jóvenes en
su juventud y a los adultos en su adulterio…
Así comenzó una de las mejores conferencias a las que he asistido.
Habló sobre no menos de treinta temas pasando de uno a otro como
si caminara entre nubes, ya que nunca se percibieron los caminos
que utilizó. Un tema llevaba a otro, y éste a un tercero; el tercero al
cuarto y así, hasta que Aquiles dijo:
–Y ya no digo más porque he pasado varios días con gripe y tengo
la garganta cansada. Todavía me queda cuerda para un rato, pero a
mi garganta no.
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100 AÑOS EN 13 VOCES

De haber sido un torero lo habríamos sacado en hombros. O, me-


jor dicho, paseado por la enorme sala que se utilizaba en múltiples
exposiciones, como si le diéramos una vuelta olímpica.
Tan pronto llegué a casa, mi madre me pidió que le contara lo
que había presenciado.
Le referí lo que pude, porque fueron tantas cosas que mi memo-
ria se comportó como la grabadora del periodista que sería, esto es,
falló en el momento en que debió trabajar con mayor intensidad y
eficacia.

Por esos días, una de las prácticas de periodismo que debí hacer,
me llevó hasta el editor José Agustín Catalá, a quien debí entrevistar.
En su oficina había varios estantes repletos de libros repetidos. Ob-
viamente, los que él editaba. En una mesa, vi varios ejemplares de
Humor y amor, de Aquiles, que en aquel tiempo era un poquito caro
para los estudiantes como yo. Ya trabajaba –no recuerdo en qué, ni
dónde pues por esos días cambié de empleo casi como de camisa–,
pero igual no me alcanzaba el sueldo para un libro así.
Cuando terminó la entrevista, el señor Catalá que dijo que eligie-
ra uno o dos de los libros que estaban a la vista para regalármelo y
no dudé: puse mi mano derecha sobre el de Aquiles.
–Muy buena elección –dijo Catalá–. ¿Has leído algo de él?
Le referí que a mi madre le gustaba la poesía y me había presenta-
do algunos poemas. También que junto a ella lo veía en la televisión
y, además, que había asistido en días pasados a una conferencia suya.
Me pidió detalles y le conté lo poco que fui capaz de reproducir.
Mientras me entregaba el ejemplar sentenció:
–Ese que viste, es Aquiles.
En los días siguientes, no devoré el libro porque hice como ha-
bitualmente he hecho toda mi vida: cuando una obra me gusta, la
leo en varias sesiones, a las que divido en días o en una determinada
86
Aquiles Nazoa

cantidad de páginas diarias. Esta costumbre surgió con los postres:


si me resultan exquisitos, los como lentamente, disfrutando cada bo-
cado o porción, y dejando que el o los sabores invadan mi paladar
como el amor al corazón.
Muchas páginas debí leerlas en voz alta, para compartirlas con
mi madre, cuya carcajada –cada vez que resultaba pertinente–, era
estruendosa y contagiosa.
Entre otras cosas, me llamó la atención que los animales favoritos
de Aquiles fueran el cochino, el burro y el perro. Los dos primeros
han sido relegados en la literatura tal como en la vida y pueden te-
nerse por los parias del reino animal.
Sin embargo, lo que me resultó más llamativo en los textos de
Aquiles fue su facilidad para rimar, algo que en él lucía natural, sin
el menor afeite. Esta virtud era lo que dotaba de verdadera música a
sus poemas, aparte de conferirles una gracia tan particular como una
bandada de colores recorriendo el amanecer.
No puedo negar que, alentado por ello, intenté infructuosamente
hacer poesía rimada, pero la misma carecía de aquello que tan bien
se le daba a Aquiles, y lucía falsa, igual a mí cuando uso corbata.
De no haber sido por la perseverancia de mi madre, quién sabe
cuánto tiempo habría tardado en conocer, admirar y disfrutar de la
obra de Aquiles. Tanto de los poemarios como de sus otros libros:
su formidable Caracas Física y Espiritual; su Vida privada de las muñecas
de trapo, y numerosos artículos que aparecieron en Últimas Noticias y
a los cuales tuve acceso en la Hemeroteca Nacional, cuando ésta se
hallaba en la antigua sala de patinaje sobre hielo, Mucubají, en los
alrededores del Nuevo Circo.
Aquiles murió en una accidente automovilístico en la Autopista
Regional del Centro. Yo lo sentí, como he sentido el fallecimiento de
hombres y mujeres del arte y el deporte que he admirado bastante.
Pero mi madre lo lloró como a un pariente muy allegado.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

En sus últimos años de vida y en los que siguieron a su muerte,


varios de los poemas de Aquiles fueron publicados como obras para
niños, entre ellos, Las lombricitas, Retablillo de Navidad, Poemas de anima-
les, Fábula de la ratoncita presumida y, sobre todo, Historia de un caballo
que era bien bonito, por lo que se le consideraba uno de los principales
autores en esa categoría literaria.
Uno de los mejores elogios que he recibido en mi vida ocurrió
pocos días después de haber obtenido el Premio Casa de las Améri-
cas en dicha especialidad. Hacía poco más de dos años y medio del
accidente de Aquiles.
La también escritora Blanca de González –que conocía parcial-
mente mi libro ganador, por unos textos publicados en revistas nacio-
nales–, a quien encontré en una de las numerosas actividades cultu-
rales y específicamente literarias a las que fui invitado, al saludarme
y felicitarme, comentó:
–¡Que bueno que Aquiles Nazoa no demoró mucho en tener un
sucesor!

88
AQUILES COMO EN CASA:
“ARTE Y PARTE”

Flora Ovalles Villegas


Narradora oral. Es Miembro de la Red Internacional de Cuentacuentos.
Participa activamente en festivales y encuentros en Venezuela,Colombia,
Ecuador, Argentina, España y México.

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AQUILES COMO EN CASA: “ARTE Y PARTE”
Flora Ovalles Villegas

Crecí con el nombre de Aquiles Nazoa como algo normal y co-


tidiano, sin noción del ser creativo y de su labor de trascendencia
universal. A mis 13 años solo supe que tuvo un accidente y se fue…
Como cuando fallece de manera inesperada, un pariente querido,
pero que vive lejos, lo sentí muy adentro, en callada aflicción, pa-
seándome por los bellos recuerdos que atesoraba sobre él.
Lo mismo pasó en mi hogar con nombres y obras que nos ro-
dearon, donde mi madre nos explicaba, así como quien nos enseña
a hacer una receta, con detalle, paciencia y espacio para preguntar
muchas veces: nos hablaba de Reverón mientras mirábamos sus
cuadros en una exposición, antes o después de ver una película en
la Cinemateca Nacional. Al entrar a la sala del Museo de Bellas
Artes, nos familiarizamos con aquello de la luz y los colores en su
pintura, las muñecas, Macuto y el Castillete donde vivió. Nos men-
cionaba a ese señor muy delgado llamado Cesar Rengifo, quien
vivía y llegamos a ver, cerca del Teatro El Triángulo, frente a la
Plaza Tiuna, en la avenida Roosevelt de Caracas, espacio teatral
donde asistíamos como visitantes cotidianos a talleres, conversas
y a las programaciones del fin de semana durante dos años conti-
nuos. Sentíamos mis hermanos y yo, la cercanía familiar de perso-
nas y momentos que deja afectos indelebles: Márquez Páez y toda
su familia, Gilberto Pinto, Ana Castel, German Ramos, Pedro Rie-
ra, Mantequilla (Enrique Suárez), seres que sin tener idea, al igual
que Aquiles Nazoa, son piezas o retazos de mi historia familiar y de
oficiante en las artes escénicas.
90
Aquiles Nazoa

Desde esa ventana infantil y adolescente donde se van templando


los sentires y donde la exaltación de la vida fue y sigue navegando en
mí ser, alguna vez me pregunté ¿por qué no reverenciar esas cerca-
nías de infancia? ¿Por qué no ostentarlas como pavo real pretencio-
so? Porque no es posible, siendo hija y nieta de quien soy…
Nunca oí a mi madre -con dos títulos universitarios, maestrías,
doctorados-, ni a mi padre -de los primeros analistas de sistema que
formaban a las futuras generaciones recorriendo todo el país-, co-
locar títulos antes de su nombre u apodo. Es más, reíamos cuando
preguntábamos por unos amigos vecinos y su madre les sustituyó sus
nombres dando un parte interesante e hilarante. Decía doña Olga:
de mis hijos les cuento que el dotol, ya se casó; el ingeniero, está ha-
ciendo un dotorado y pronto lo llamaremos dotol también, pero en
su profesión; la enfermera, ya trabaja en el hospital y se casó con un
odommmtólogo de la ULA; y pronto tendremos a un bogado de la
república.
Y en ese momento aparecía en nuestra cotidianidad la comedia,
“Doctor y comiendo hervido”, se nos fusionaban los personajes de
Aquiles (Teobalda, Nicasia, Rufo y Doña Eufrosina) con nuestros
amigos Alberto, Armando, Amanda y Dominguito que perdieron
el nombre, y conservaron parte de su cultura y formas de hablar al
graduarse en la universidad y entre esas imaginábamos una de las
frases finales de ese texto deliciosamente divertido y potable para la
familia, que decía: ¡Vamos a tirarnos un mondongo pa celebrá esto!
Aquiles Nazoa sigue en mi hogar a través de escritos, anécdotas,
también en casa de los abuelos Elsa y Rafael, donde viví durante 3
años de mi pequeña niñez. Mi abuelo celebrara la lectura de versos
y textos en la terraza al caer la tarde, después de la merienda. Nos
sentábamos los 3 a “conversar” con las revistas Tricolor, libros o cua-
dernos de donde salían versos, cantos, coplas y temas interminables.
La abuela tenía que despegarnos cada tarde para irnos a la cena.
Y creo que de ahí quedo grabado en mi memoria, entre muchos
textos, el “Galerón para una negra”. El abuelo no se quedaba solo en
91
100 AÑOS EN 13 VOCES

lo escrito, abordaba a los autores desde sus reflexiones y sentimien-


tos, hablándome de sus vidas y de sus obras, al igual que mi madre
-de manera tan natural y espontánea-, que sentía a Aquiles como en
casa, como de ahí cerquita, como mío y de todos. Tan de todos que
a mi hijo lo acerqué a la escritura de Aquiles, seleccionando algunos
de sus versos para las efemérides en la escuela, cosa que disfrutaba y
reía con un placer al recordar la cara de las maestras y sus compa-
ñeros cuando recitó, “Hermosa poesía para recitársela a papaíto en
el día del padre”.
Hago un recuento de todo ello porque el 17 de Mayo es un día
significativo para los venezolanos y venezolanas que nos alimenta-
mos de esa “caraqueñidad” y “venezolanidad”, puesto que ese día
Aquiles Nazoa nació para a la eternidad.
Ahora, ya consciente de lo que significa de manera individual y
colectiva su vida, obra, exaltación de las cosas sencillas y por ende
nobles, lo aprecio como ese escritor que no se definía como nada,
solo como un hombre que estudio muchas cosas y que sentía que
su oficio le deparó muchísimas satisfacciones, consecuente con la
responsabilidad que tuvo con el mundo y su buen vivir. Siempre dis-
puesto a construir ciudadanía con autenticidad, responsabilidad e
integridad, como una garantía para tomar las mejores decisiones en
la marcha de la humanidad.
Me mueve el que algo tan definidor y autentico como su prolija
obra, llegue natural y sencilla a todas y a todos, desde las rondas y
canciones de cuna, hasta el último suspiro de la existencia. Las can-
ciones de Aquiles, sus versos sencillos y comprensibles, y su prosa
toda nos pasea por el conocimiento de geografías y de historia de
cada rincón Caraqueño y de múltiples parajes venezolanos, reco-
gidos en “Venezuela suya”, con títulos que invitan a por lo menos
buscarlos en el mapa, si es que de una no podemos salir corriendo a
visitarles, tales como:
• Mérida capital del aire.
• Lara en la ruta de los Andes.
92
Aquiles Nazoa

• Descubierto el paisaje de Trujillo dentro de una cesta de Flores.


• Por el Orinoco rumbo al misterio.
Personajes a los que enaltece por su saber, o recrimina por sus
desaciertos y pedanterías que no aportan al crecimiento humanista
y liberador, descritos espléndidamente en muchos de sus poemas y
obras de teatro. Además, un humorismo siempre desde el amor más
profundo al pueblo, donde siempre reclama a la modernidad su paso
violento, en donde estar a la “vanguardia” no necesariamente es
atropellar el paisaje y espíritu.
Aquiles es lo más familiar que tengo dentro de la escritura ve-
nezolana y de mi oficio en las artes escénicas. Con esto no pretendo
desmerecer a otros escritores y escritoras, pero en algunos espacios
de este tiempo, me he preguntado ¿qué diría nuestro ruiseñor de Ca-
tuche?, ¿Qué sentía cuando la diversificación de su trabajo creativo,
desde no tener una única línea del mismo, le restaba reconocimiento
y exquisitez en los espacios letrados? ¿Qué crearía?, ¿innovaría per-
sistiendo en nuestra razón de ser, identidad y raíces, como banderas
para hacerle frente a los desafíos de esta hora?
Me responde leyéndole, revisándolo y contándolo. Aquiles me
acompaña desde niña y con él he nutrido mi repertorio profesional
en el teatro y en la narración oral . Al contar por ejemplo la “Fábula
de la avispa ahogada” me comunico de manera universal con la furia
y el desgaste que implica embravecerse cada vez más. Cuando de-
clamo “Galerón para una negra” recorro con quienes me escuchan
la sensualidad del baile entre el cuerpo y la palabra. En el teatro, los
títeres y la música, con el Guión teatral, “El Espantapájaros” – que
aunque desbaratado-, aprendí a regar las hebras de paja, en nidos
donde nacerán los pájaros producto del amor.
Con estos pequeñitos ejemplos, creo, como en su Credo, siento,
e invito incorporar, no solamente a Aquiles Nazoa, sino a nuestras
escritoras y escritores, a estar cómoda y relajadamente en nuestras
aulas y hogares, conversar con sus escritos y compartirlos en familia,
que sean consultados como seres vivos, a través de la lectura de sus
93
100 AÑOS EN 13 VOCES

creaciones. He coexistido con Aquiles Nazoa desde lo más sensible,


como mío, como de cada uno de los que nos metemos a navegar en
sus letras y que creemos que es “Arte y parte” de nuestro ser y hacer.

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UNA RELECTURA AFECTIVA
DEL CREDO DE AQUILES

Miguel Antonio Guevara


Sociólogo, poeta, ensayista, narrador y editor. Dedicado al arte del
collage. Algunas de sus obras son, Hay un ruido que se escurre por debajo de
las puertas (2012 y 2018), Ese instante turbio (2012)  y Tres postales distópicas
(2017); Por la palabra (2012) y Apuntes por el centenario de la Revolución de
Octubre (2017) y Índice hipertextual (2018). Ha sido galardonado en los
géneros narrativa, ensayo, poesía y periodismo, en Colombia, Venezuela
y Suiza. En 2017, su libro Mahmud Darwish anda en metro recibió el VI
Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo»,
en el género narrativa.

95
UNA RELECTURA AFECTIVA DEL CREDO
DE AQUILES
Miguel Antonio Guevara

Toda creación tiene sus tintes y resabios autobiográficos. No es


necesario realizar un examen o exégesis para encontrar experiencias,
trazos personales, dolores e iluminaciones de los autores y autoras.
A la hora de abordar cualquier contenido de este tipo nos in-
volucramos en una suerte de experiencia inmersiva en la que nos
volvemos cómplices de la imaginación del artista y las realidades allí
presentadas; ese pacto de ficción del que se habla en los géneros li-
terarios traza un tejido conector pero al mismo tiempo tasa, mide,
delimita o más bien, ubica, da lugar.
Y a partir de allí solemos marcar la distancia entre lo que es “au-
tor” y “obra”, como si hubiese algo que les distanciara, cuando uno
es reflejo del otro.

De hecho, al realizar la lectura de este texto, aunque está enmar-


cado en el Centenario de Aquiles Nazoa, podríamos ignorar la im-
pronta de quien escribe, incluso el contexto en el cual se ha proble-
matizado o discutido la razón de ser de estas reflexiones, como si los
textos fuesen enteramente autónomos, como si quedara sobreenten-
dido que son parte de una comunidad afectiva, estética o política.
Cualquiera diría que en el conjunto de estos textos está explícita
la razón de por qué escribimos sobre este importante creador polifó-
96
Aquiles Nazoa

nico latinoamericano; sin embargo, hay una intención muy concreta


acordada entre el editor, es decir, el que motivó a que este homenaje
existiera, y quienes participan, y es justamente la intención compar-
tida de ir más allá de aquella división entre autor y obra de la que
hablamos, reconociendo que todo lo que pueda decir del autor se
encuentra en este legado, que es más que dato o evidencia del paso
por la vida.

Me explico. Ricardo Romero Romero, poeta, periodista y des-


tacado editor venezolano, nos ha convocado a mí y a un grupo de
escritores venezolanos a escribir sobre Aquiles, pero no cualquier
Aquiles sino el Aquiles de los 100 años; un Aquiles que carga un
gran equipaje, por el que se han vertido numerosos análisis y apro-
ximaciones, cientos de publicaciones sobre él. De manera que no
podemos, desde luego, ver su obra sujeta a esos límites que hemos
comentado, sino tratar de darle otra elasticidad, otras posibilidades y
horizontes creativos y estéticos.
A cada uno de los que participamos en esta entrega centenaria se
nos motiva o responsabiliza a ofrecer nuestra visión de un Aquiles
que corresponda a nuestros saberes o lecturas; en mi caso particular,
desde el análisis sociológico y filosófico, que centraré en uno de los
textos tal vez más reconocidos del autor.

Siendo consciente de todo lo que se ha dicho sobre Aquiles, me


concentraré en ofrecer un ejercicio de interpretación más bien mo-
desto; aunque mucha agua ha corrido bajo esta destacada obra,
siempre habrá algo qué decir, si ya se ha dicho antes no debería ser
una preocupación, lo importante es volver a hablar de Aquiles, en
nuestro tiempo, revisitarlo y por ende, seguir nombrándole, para que
97
100 AÑOS EN 13 VOCES

así siga existiendo como parte de esa gran confluencia de discursos que
conforman nuestra identidad como venezolanos y latinoamericanos.
¿Acaso no revivimos cada vez que alguien nos nombra y nos
evoca?, ¿no se expanden las motivaciones de los autores y sus obras
cuando reciben atención, y son abordadas desde diferentes puntos
de vista?, y además, ¿acaso no vivimos nosotros como pueblo cada
vez que invocamos a través de las palabras al artista total que fue
Aquiles?

Este acercamiento se parece más a una suerte de aspiración inter-


pretativa para buscar comprender más, o seguir comprendiendo, un
texto que forma parte ya de ciertos lugares comunes de los discursos
literarios, políticos y hasta demagógicos de nuestro campo cultural
venezolano, nos referimos al Credo de Aquiles.
¿Cuántos afiches, cuántos discursos no giran en torno a los poderes
creadores del pueblo?
La especulación es válida para dar inicio a estos planteamientos,
pues lo speculari nos invita a observar, acechar, volver a mirar ese precio-
so lugar común del paisaje literario y cultural venezolano, después de
todo hay una razón por la que vamos a los lugares comunes, porque
en ellos se ancla un sentido de pertenencia espiritual común.

Nos interesa dar lugar a una deriva hermenéutica, porque desde


la óptica sociológica y filosófica también los textos son productos de
su tiempo, es decir, el Credo no es un mero poema tribunicio que hila
las fibras sensibles de nuestra identidad, sino que también subjetiva
parte de lo que somos, da cuenta no solo de la voz del creador en
mayúsculas como vástago individual sino también de las voces de las
multitudes culturales del mundo.
98
Aquiles Nazoa

Para decirlo de forma más concreta. Un breve vistazo al texto y


lo sabemos universal; una lectura un poco más profunda nos asoma
una constelación de sensibilidades.

Para pensadores latinoamericanos como Enrique Dussel o Ma-


riano Picón Salas, nuestras creaciones artísticas son más que meros
artefactos o dispositivos estéticos y manifestaciones de nuestra subje-
tividad cultural, se trata de registros, evidencias de nuestra cosmovi-
sión, son, al decir canónico, nuestra filosofía, o para decirlo más en
un tono que le gustaría a Aquiles, son la Filosofía Nuestra.
Es en la literatura y en nuestros cantos en donde mejor está siste-
matizada nuestra historia.
Así es como cada poema, canción y obra de arte son más que
un gesto estético de un individuo movido por sus aspiraciones y
deseos, son un expediente, un documento que registra y a la vez
transmite nuestro ser colectivo comunicante, manera de ser y estar
en el mundo.

Hay en la obra de Aquiles, y más aún en el Credo, presencia de


un Pensamiento Crítico, ¿qué significa invitar a creer en los poderes
creadores del pueblo sino un acto profundamente antisistema?
Al hablar de Pensamiento Crítico, entendido como los discursos,
teorías o materiales considerados contrahegemónicos, no se trata de
limitar su campo de acción, sino más bien de aglutinar el acervo
de los creadores que han dejado constancia de su visión crítica del
mundo, dejándonos materiales con los cuales plantarnos mejor ante
la realidad, y por supuesto, hacernos conscientes de nuestra insa-
tisfacción con el estado de las cosas, aspirando eventualmente a su
transformación.
99
100 AÑOS EN 13 VOCES

“Una historia y categorización del Pensamiento Crítico en Vene-


zuela, es un trabajo todavía por hacer”, me diría el filósofo venezo-
lano Manuel Azuaje Reverón; a través de estas palabras nos damos
cuenta que hay una gran cantidad de creadoras y creadores que,
independientemente del “género” o punto de partida estética, han
desarrollado un obra con profunda impronta crítica, ¿cuál es el lugar
de Bello, Rodríguez o Mijares, acaso no es el Pensamiento Crítico,
el de una sociología que entiende lo que somos, y el de una filosofía
que comprende lo que hemos sido y debemos aspirar a ser?, parecie-
ra que ése es el lugar de Aquiles, el del pensamiento crítico y el de la
sensibilidad profunda.

¿Qué se quiere decir con todo esto? hay sociología y pensamiento


filosófico en nuestras creaciones artísticas incluso más que en los
llamados tratados de filosofía o sociología, ¿acaso existe alguna “alta”
teoría memorizada por el pueblo?, ¿no es la síntesis de la lucha de
clases o del valor de lo popular expresado en el Credo una filosofía
potentemente transmitida a través del ludismo poético?
¿Acaso el fin último de la producción intelectual, sensible o
artística no está en la socialización de ese conocimiento?, allí tal
vez un trazo más del perfil de Aquiles, empeñado en comunicar
de distintas formas su discurso, que si lo enfrascamos solo en esa
categoría de lo “social” podríamos más bien limitarlo.
Se trata del Credo específicamente, un tratado filosófico, socioló-
gico de nuestras fibras sensibles, políticas, éticas y estéticas, que aún
después de tantos años y reiteraciones sigue diciéndonos algo, y que
no solo dice sino que propone y marca horizontes, como diría Aqui-
les sobre Caracas, derroteros físicos y espirituales.

100
Aquiles Nazoa

10

Es el Credo una serie, además, de enumeraciones que recupera


la estructura de una oración religiosa para así resignificarla y con-
trabandear mitos de liberación. Vuelve a la raíz del religare, del unir.
El recurso de la oración para atender a la mística necesaria que im-
plica el creer. El recurso de la enumeración como genealogía de los
sentidos, de los pulsos evocadores existenciales. Y además, tal vez lo
más importante, madeja mestiza que asimila críticamente los valores
culturales de la humanidad.
En el Credo cualquiera puede hacerse de esa gran tradición
humana para hacerla propia, y además, convocarla a una nueva
subjetividad que no es la individual, no por algo en la mirada de
Aquiles es el loro de Robinson y no Robinson mismo –es decir,
el ego del náufrago en la isla, el discurso del individuo– quien
encuentra un lugar, ofreciéndonos al mismo tiempo la mirada
maravillada del sujeto que se sabe amalgamado con esa mul-
titud de subjetividades que lo atraviesan, es decir, encarna los
poderes creadores del pueblo porque se sabe ser en tanto hay otro
que lo ama, no hay límites ni fronteras; es el Credo de Aquiles
la mirada y la escucha atenta, el verdadero diálogo con las cosas
y los sujetos que pueblan al mundo y al mismo tiempo lo hacen
ser y multiplican.

11

El Credo resiste los embates del tiempo, se mantiene vigente,


como suelen ser las verdades filosóficas o las fuentes de la sabiduría.
El Credo está vivo porque precisamente cree, invita a creer en las
evidencias de lo bueno que tiene lo humano, está enmarcado en un
humanismo profundo, al decir de Sartre, en un humanismo existen-
cial que se ubica en lo luminoso pero también en lo ético, creer en lo
humano es derrotar la subjetividad tanática occidental.
101
100 AÑOS EN 13 VOCES

Argumentar el creer se mantiene tras el tiempo porque va preci-


samente a contracorriente de la racionalidad del modo de vida con-
temporáneo. El Credo es sociológico porque caracteriza lo humano
más allá de las fronteras geográficas en las manifestaciones de la cul-
tura y además, es profundamente filosófico porque está cargado de
voluntad de vivir.

12

Como se comentó en un principio, toda obra tiene sus improntas


personales. Sus resabios autobiográficos.
Así como también los comentarios y aproximaciones sobre otras
obras son ese eco subjetivo en donde se mezclan verdaderos deseos
de decir, comunicar y a la vez pasiones o caprichos del lector-escritor.
Es por ello que estos apuntes, más allá de la pretensión que hemos
planteado, son movidos también por los afectos.
Porque si en algo creemos los fervientes oradores del Credo de
Aquiles es que podemos creer en nosotros mismos (y en los otros) en
la medida en que amamos, en la medida en que reconocemos lo que
somos.
Y ese amor no solo está expresado en el amor eros sino en esa
cadena de afectos por lo que significamos como ser colectivo, como
país y más aún como subjetividad latinoamericana y humana cada
vez que palpita ese gran tejido de la amistad de la raza cósmica, ese
invento más bello del ser humano que revivimos al invocar las abejas
que nacieron del corazón invasor de Martín Tinajero.

102
QUERIDO AQUILES

Mercedes Chacín
Periodista, cronista, columnista, productora en el área audiovisual,
prensa digital e impresa. Premio Nacional de Periodismo mención
opinión. Directora de diario Ciudad CCS y de la revista dominical
Épale CCS. Profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela y
directora-fundadora de la Escuela de Comunicación Popular Yanira
Albornoz

103
QUERIDO AQUILES
Mercedes Chacín

Lo primero es que no tuve el honor de conocerte. Cuando fallecis-


te el 25 de abril de 1976 (ahora dicen que uno no se muere si no que
cambia de paisaje y a mí me parece un eufemismo ingenuo y lasti-
mero) hacía ya doce que yo andaba curioseando entre juegos como
metras, muñecas de papel y el fusilao; yendo a misas de aguinaldos
en las madrugadas, jartando dulce de lechosa, hallacas; robándole a
mamá leche en polvo con azúcar y jugando volibol, todo eso y otros
asuntos que no vienen caso, en un pueblo llamado Altagracia de Ori-
tuco, aquí en Venezuela. Ya mi hermano Pedro, que murió bastante
más joven tú 17 años después, que era un jodedor, poeta, escritor y
comunista como tú, me lavaba el cerebro con ideas izquierdistas.
Ese año, como recordarás, el gobernante de turno era Carlos An-
drés Pérez (ahora, en tiempos de la Quinta República los enemigos
de la Humanidad le dicen el “jefe del régimen” o dictador). En ese
periodo se nacionalizó el petróleo, asesinaron a Jorge Rodríguez pa-
dre y en octubre mueren víctimas del terrorismo anticastrista 73 ocu-
pantes del vuelo 455 de un avión de Cubana de Aviación con itine-
rario Barbados-Jamaica-La Habana, donde se vieron involucrados
policías venezolanos. En 1976 ya Venezuela andaba cantando en el
concierto de las naciones con una voz clara pero dirigida por batutas
extranjeras y nariceos vergonzosos. De la voz que entonábamos en el
concierto de naciones no tengo que contarte mucho.
Si buscas en Wikipedia, porque estarías interesado, como yo, en
cómo andaba el planeta cuando dejaste el mundo de los vivos, ahí,
en link del año 1976, no encontrarás tu nombre. Pero si lo verás en
104
Aquiles Nazoa

el link dedicado a Venezuela: “Aquiles Nazoa fallece en un accidente


automovilístico en la  Autopista Regional del Centro”. Y también
sabrías que aquel fatídico año era tan bisiesto y dragón como este
cumpleaños cien. El escritor venezolano, Ludovico Silva, si tenía
clara tu genialidad cuando le pidieron escribir un prólogo para un
libro tuyo llamado Poemas Populares, publicado por Monte Avila
Latinoamericana en 1987. Dice ahí Ludovico: No es exagerado decir
que el venezolano Aquiles Nazoa fue uno de los más grandes, si no el
más grande, de los poetas humorísticos de nuestra lengua.
De la frialdad y displicencia de una enciclopedia virtual, pase-
mos, en esta breve comunicación epistolar, a la cotidianidad de una
pandemia, virus que se regodea de lo frágiles que somos los seres
humanos. Y viene a cuento porque tu amor y humor ruedan por
las redes sociales en todos los formatos posibles. Ora un concurso
de literatura humorística, ora un poema declamado por mil voces,
ora una dulce voz al viento esperando el aroma nostálgico del pan
de horno, ora en el estremecimiento de una niña oyendo hablar de
perros, tortugas, ratonas y cochinos, ora en una copla, ora un video,
una escena teatral, un mural, en un amor incomprendido y no por
eso, infeliz. Nos haces felices en estos días, porque eras un tipo que
sabía la importancia de sonreír.
Tu versatilidad, Aquiles, transciende lo útil. Eres un poeta que
siendo elevado no dejas de ser amoroso, prístino, divertido, honesto,
didáctico, revolucionario, y, sobre todo, cercano. No importa cuál
musa te haya inspirado, todas fueron tremendamente eficientes en
trasmitirnos con desparpajo tus sentimientos más íntimos: la musa se
encuentra en la sonrisa amable de un niño, en el enojo del ciudada-
no, en la gracia de la mujer presente para decir, hacer y definir; en
un paisaje nórdico tan claro como el amor, en una luna de un pueblo
llanero, en unos animalitos simpáticos, en las ventanas de madera de
Caracas, en las pestes o los vahídos, en la crueldad o en las hallacas,
en los bares o en los sainetes, en las muñecas de trapo o en las son-
risas que se adivinan en quienes hemos tenido el gozo de disfrutar
105
100 AÑOS EN 13 VOCES

del ingenio de El Ruiseñor de Catuche. Por todo eso, como dice mi


amiga Desireé Santos Amaral, te escribo esta carta.
Y heme aquí en pleno mayo del siglo XXI con estos garabatos
digitales en tu honor, Aquiles. Y la emoción llega cuando redescu-
bro en tus letras que en Caracas y en Altagracia de Orituco la vida
transcurre como en los años 60, 70 y 80 y confirmamos que el placer
está en las cosas más sencillas. En el desayuno de huevos fritos con
arepas y el café al estilo llanero, que ni es guayoyo ni es cerrero. Que
no hay nada que supere al pan de horno; y que cuando paso por la
esquina de Sociedad como subiendo para el Panteón y cruzo a la de-
recha a veces imagino y a veces la veo (a la reencarnación misma de
la vendedora que inspiró tus versos) entre Gradillas y San Jacinto con
su humanidad hermosa vendiendo tortas “tipo burrera”, coquitos y
manjares, con aquellos dientes blanquísimos y una sonrisa perfecta
con aroma a pescado frito con tostón.

¿Qué se habrá hecho la dulcera


de la esquina de Sociedad,
la que dejó tan hondas huellas
en nuestro criollo paladar
con las grandes tortas aquellas
de majestad episcopal
tan parecidas a su dueña,
y que de haber podido hablar
hablar hubieran como ella,
un rudo inglés de Trinidad?
Y como no encontrarte entre mis amores cuando pienso que el
primer perro que tuve en mi casa de Altagracia era callejero y sarno-
so (allá lo llaman también mierdero, remoquete muy grosero) y que
al segundo, mi hija María Victoria y yo lo llamamos igual, porque el
Negrito de Altagracia tiene los mismos amorosos ojos que el Negrito
de Caracas. Al primero papá lo echaba de casa para huir de su sarna
y Negrito volvió tantas veces que la cura llegó y murió de viejo.
106
Aquiles Nazoa

Allá estaba, ladrándole a la luna;


su mirada era triste y era amarga,
como de gran dolor enrome carga
Y era una
Y era una
Y era una sola sarna larga…

Cómo no encontrarte cuando leo que Fidel Castro tuvo el honor


de inspirarte y que por eso mismo espero con ansias unos versos que
me ofreció mi tío Pedro Vicente Chacín Espinoza para mi cumplea-
ños número 56, quien tuvo el honor de conocerte y desde joven te
admira y se expresa como tú, en verso y en prosa. Y vine a enterarme
en tu cumpleaños cien de todo eso, porque la pandemia te acerca a
las personas que amas.
Y como no decirte, ya como para despedirte, que hay un lugar
en el centro, que más que un café parece una cofradía de nostálgicos,
que quiero pensar que te gustaría porque es un lugar en el que toman
café todos los días, todos tus personajes reales o imaginarios. Tienen
en común la buena vibra, el buen humor y amor, la solidaridad y la
justicia. Allí un día cualquiera el amor más claro llega en el ímpetu de
poeta. O tal vez en el taciturno hombre que se sienta solitario a ver
pasar la ciudad frente a sus ojos. O el grandulón escritor que se ator-
menta con amores y desamores. O la joven artista que descubre que
existe un barista que hace el café perfecto. O el guitarrista entusiasta
que en cualquier mesa se aplasta. O el poeta trotamundos que no le
cae bien a todo el mundo. O la bella damisela cuya sonrisa juega con
la brisa. O el escritor atormentado que siente que su lugar está en
otro lado. O el comunista radical insatisfecho que no se encuentra
bien ni con ese techo. O la vendedora de galletas que generosa ofrece
una receta sabrosa. O el amigo que vive en la calle, esperando que yo
no le falle. O el casanova irreductible que cree que todo es posible.
O el enamorado impertinente que con cualquier conversa pela los
dientes. O los visitantes casuales que solo miran arriba y se consiguen
107
100 AÑOS EN 13 VOCES

con un caballo bien bonito que comía flores. Me gusta pensar que te
gustaría, me gusta pensar que serías uno de esos transeúntes sonreí-
dos que hacen que la vida sea esa felicidad que da simplemente estar
juntos y que yo te veo pasar y te alcanzo para caminar contigo un
rato. Y declamas para mí. Y yo sonrío. Sigamos.

108
AQUILES EL FÍSICO,
NAZOA EL ESPIRITUAL

Luis Britto García


Narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, explorador submarino,
autor de más de 70 títulos entre ellos: Rajatabla, Abrapalabra, Los fugitivos,
Vela de armas y La orgía imaginaria. En teatro, La misa del Esclavo, El
Tirano Aguirre y Venezuela Tuya. Con Me río del mundo obtuvo el Premio
de Literatura Humorística Pedro León Zapata. Como ensayista, La
máscara del poder (1989) y El Imperio contracultural: del Rock a la postmodernidad
(1990). Por su obra, recibió varios premios, como el Premio Nacional
de Literatura, y en 2010 el Premio Alba Cultural en la mención Letras.

109
AQUILES EL FÍSICO, NAZOA EL ESPIRITUAL
Luis Britto García

1. AQUILES FÍSICO Y ESPIRITUAL


Caracas desvestida por sus pretendientes

Caracas es una ciudad que se presta a ser descrita desde la pers-


pectiva del odio. Los moralistas, con Andrés Bello a la cabeza, censu-
raron al citadino el abandono de la Agricultura de la Zona Tórrida.
Los costumbristas recargaron las tintas de sus acres retratos hasta
revelar bajo los adornos del pastel el relleno de la pesadumbre. Arís-
tides Rojas, Pedro Emilio Coll y Enrique Bernardo Núñez narraron
con gracia anécdotas que la fijaban como en aisladas instantáneas.
Guillermo Meneses le redactó un conciso currículum; la narrativa de
la violencia la transcribió con la trepidación del tumulto.
En 1967 cumplía Caracas cuatrocientos años. La burocracia le
deparaba una conmemoración y la naturaleza un terremoto. No se
sabe cómo sobrevivió la ciudad a ambos. Aquiles Nazoa acudió a la
celebración con el más humilde de los presentes en aquella catarata
de fastos y ampulosidades: con un libro, Caracas física y espiritual. Fue
como una segunda fundación.
Presunción enciclopédica parecería redactar la Historia de una
ciudad: demasiado se prestaba al repertorio de citas y al fárrago de
conceptos. He dicho siempre que la utopía es la magnificada biogra-
fía de un hombre. Una ciudad, como un personaje de novela, puede
ser nueva rica, despiadada, truculenta: la villa escrita y descrita es
siempre el retrato de su autor. Nadie sabe si la urbe fue en sí misma
importante o desmesurada o profunda: tuvo siempre la talla exacta
110
Aquiles Nazoa

de quien la transitó. Caracas física y espiritual es la tumultuosa autobio-


grafía sentimental de Aquiles Nazoa.

El transeúnte sonreído
La celda del monje se hace amable habitándola: Caracas, com-
prendiéndola. Sólo accederemos a la vida de la ciudad física enten-
diendo a su biógrafo espiritual.
Aquiles fue un poeta. Es decir, un hombre que asume la sensibili-
dad como forma de existencia, y todo lo contrario de un importador
de modas literarias, un manipulador de jurados o un rapiñador de
prebendas. Viven ellos de la poesía: el poeta la vive.
Aquiles fue además poeta popular. Dominó la difícil soltura de
comunicar sin degradar la calidad, que resulta de transmitir siempre
algo legítimo. Aquiles era en oportunidades complejo pero siempre
transparente. A diferencia del populista, que representa al pueblo
como amasijo de fealdades, torpezas y carencias, Aquiles siempre lo
describió en su armonía entrañable: reléanse “Polo Doliente”, “Ga-
lerón con una negra”, “Cholita barrendera”.
Aquiles fue humorista. El humor es inteligencia químicamente
pura, lucidez sin pedantería, nihilismo enamorado, capacidad de
revelar como evidentes verdades que nos enemistan y a la vez nos
reconcilian con la vida. Está el humorista en todo, estando en nada:
acompaña toda pasión con la activa solidaridad de la distancia.
Aquiles fue un revolucionario: es decir, entendió la vida como mi-
litancia y la estética como rebelión. De allí su poética franciscana,
que celebra las cosas y las existencias más sencillas. En las vastas
liturgias del poder que la ciudad desarrolla perennemente, Aquiles
no aspiró a otra condición, según titula uno de sus libros, que la de
Transeúnte sonreído. Transeúnte, peregrino minimalista de las modestas
mecas citadinas, ciudadano a pie, sin otro patrimonio que el deam-
bular, veraz baquiano de la ternura.
Aquiles fue un segregado. Madre terrible es la ciudad para el hu-
morista. A menos que se rebaje a bufón, le reserva el horrible destino
111
100 AÑOS EN 13 VOCES

del paria, a pesar de ser acaso el único que está de su parte. En su


caja de regalos están el exilio, la execración, la prisión. Varios carce-
lazos padeció el sonreído. Uno en los calabozos de López Contreras,
por urgir la aplicación de medidas de lucha antipalúdica. Otro por
la Seguridad Nacional, de donde partió a un largo exilio en Bolivia.
Otro, por decisión propia, cuando el transeúnte liberó a un grupo de
niños detenidos en una jaula y se encerró él adentro, inventando así
anticipadamente el performance. Una de sus publicaciones se llamaba
El Fóforo: un periódico que en cualquier momento lo raspan. En una entrevis-
ta adujo como prueba de que había decaído el humor venezolano
el hecho de que “A mí no me han vuelto a encarcelar desde 1956”.
También sufrió largos exilios de los medios de comunicación y de
los círculos de la cultura exquisita. A quien fue quizá no sólo el más
alto poeta humorístico sino el más alto poeta de su tiempo, sólo se
le concedió el Premio Municipal de Prosa tardíamente y como a
regañadientes.
Contrastó con esta inquina de la policía física y espiritual la devo-
ción que el pueblo siempre le mostró dondequiera que iba. Sin ser
jamás meloso, y sí a veces áspero, el transeúnte encontró en todos los
rostros esa sonrisa con la que los labios salen de paseo.

Álbum de barajitas
Sabemos ahora el inaudito curso de sus errancias: cada paso tras-
ponía siglos. Toda conciencia comienza por la del tiempo. Por efec-
tos de su militancia en la Utopía, no quiso Aquiles pensar su yo sino
confundido con el drama colectivo. A la vuelta de la esquina veía
sembrar la ceiba de San Francisco; a media calle cedía el paso a la
procesión de Nuestra Señora de la Luz. Quizá ganaba apresurado
la acera para contemplar a los estudiantes derribando a Mangan-
zón y Saludante, las estatuas del vanidoso Antonio Guzmán Blanco.
Siempre prestaba oídos a la conversación del mendigo con su pan y
la del perro callejero con su libertad. A la altura de la Plaza Bolívar
se detenía para una sosegada tertulia con don Francisco Delpino y
112
Aquiles Nazoa

Lamas, el Chirulí del Guaire, o ayudaba al Duque de Rocanegras y


Príncipe de Austrasia a desenredar sus fantasiosas genealogías. Para
todo había tiempo: el de la vida, que se apura en un sorbo, y el in-
agotable de la ciudad, que en la caducidad patética de sus gestos
por momentos reviste esa profusión que en el campo o en el mar se
confunden con la perennidad.
La biografía de una ciudad no es la de sus funcionarios ni la de
sus magnates; no está tampoco en las pomposas ceremonias, en las
aclamaciones ni en los fastos. La ciudad es apenas marco sensible de
la misteriosa trama de complicidades que constituye una comunidad.
Como nuestra vida, es estadística de afanes desvanecidos, colección
de instantes fallidos, feria incesante de énfasis y locuras que anima-
mos para distraernos del riesgo de la reflexión. Hormiguero sígnico,
perora en el ademán de sus arquitecturas de poder y se sosiega en el
remilgo de los espacios amables.

Teatro para leer


Las ciudades antiguas eran elipse que circunscribía los dos cen-
tros del templo y del circo, del espectáculo sagrado y del profano.
Nunca en Caracas supimos distanciar lo uno de lo otro. Siempre
contagiamos de postiza solemnidad lo cotidiano o de trivialidad lo
trascendente. En las postales viejas descubrimos antepasados a los
que por sus rebuscados atuendos, sus erráticos peinados y sus gestos
mayestáticos no podemos imaginar de otra forma que como actores
caracterizados para representaciones delirantes.
La ciudad es así escenografía que nos obliga a vivir en plena in-
terpretación de una pieza cuyo principio y final ni siquiera intuimos.
En el desmantelamiento de estas escenografías pomposas entre acto
y acto queda el resquicio sutil por el que cuela la poesía; acaso único
espacio sagrado que nos resta: lo que pasa inadvertido para todos los
maquilladores del instante y sólo puede atrapar el ojo del despreve-
nido. Sólo ella compensa la ironía cruel que convoca tantos rostros
para hacerlos anónimos.
113
100 AÑOS EN 13 VOCES

Caracas allí está


La de la poesía es entonces la leve condición que le iremos descu-
briendo a la ciudad descrita por el sonreído. Esa Caracas que Aqui-
les nos describe va abriendo sus zaguanes y sus patios al visitante
amoroso, lo acompaña en su distraído pasear por los siglos sin una
meta fija, embelesándose por momentos en los pequeños tumultos de
la piñata de la ambición, dejándose llevar de un sitio a otro por las
seducciones de las vitrinas de las pretensiones baratas y las modas
caras. Sólo en compañía del transeúnte advertimos que los edificios
tienen rostros que hacen guiños y muecas repitiendo la pretensión
cómplice de dueños y constructores. Como en un gran tocador de
las señoras se compone la ciudad el rostro con los ridículos afeites de
las modas arquitectónicas caducas y los oropeles ya desechados por
las metrópolis, sin conceder apenas atención a su único encanto: su
mirada.
Caracas allí está: arrodillada en el confesionario de la sonrisa que
absuelve todo pecado menos el de la prepotencia.

Buen día, señor Ávila


Pues así como dispensa la complicidad para los mínimos secretos,
asesta el transeúnte ácidas miradas a todos los dislates que convoca
la ostentación. Alienta el saludable reverdecer de los patios, diagnos-
tica la patológica cursilería de los festones de yeso, del abuso de las
ingeniosas invenciones que pueden devenir monstruos: el teléfono, la
radio, el automóvil. Su crónica jamás soslaya esas minucias que pa-
san la página de las épocas con mayor rotundidad que la onomástica
de las cronologías y las aclamaciones.
Sabemos así del pasmo con el cual los caraqueños como niños
maravillados por el descubrimiento del hielo asistieron a la llegada
del primer sorbete, del primer daguerrotipo, del primer tranvía, del
primer cinematógrafo. A la llegada, nunca a la invención o a la fabri-
cación. Nos arracimamos desde siempre en los muelles de un puerto
o los andenes de una estación esperando que otros nos proporcio-
114
Aquiles Nazoa

naran la maravilla, de espaldas a nuestros sabios que asombraron


a Humboldt con sus aparatos eléctricos o inventaron aeroplanos en
pleno siglo XIX.
Y sin embargo, Aquiles no es el pasatismo. Nadie como él supo
elevar al medio televisivo, que todo lo rebaja. Para nada deplora la
demolición de lo insalubre, lo mugriento, lo cursi: pero tampoco ce-
lebra el progresismo acéfalo que levanta en su lugar lo esperpénti-
co, lo ostentoso, lo contaminante, el rascacielo que insulta al mismo
tiempo a la estética y la naturaleza.

Muriéndome de mar y madrugada


Caracas física y espiritual no es un sólo libro: es un clima presente en
toda la vida y la obra de Aquiles. ¿Quién sino él cursó las discipli-
nas indispensables para novio de la ciudad: muchacho mandadero,
botones del hotel Majéstic, improvisado guía de museos, aprendiz
de carpintero, periodista autodidacto? ¿Quién más tuvo la minucio-
sidad requerida para reseñar la bitácora de los barcos de papel o
la vida privada de las muñecas de trapo? Supo Aquiles tomar estos
pulsos y soportar esas heridas. Su talón era Caracas. Tras destruir
la ciudad, el automóvil se llevó a su cronista más amado. En vano
agasajaron y premiaron las autoridades a tanto figurón pretendiente
o pretensioso, sin saber que Caracas terminaría fugándose con su
más desamparado huérfano y que desde entonces vivirían felices en
el cuento interminable de la memoria.

2. CREO EN AQUILES NAZOA

Durante mucho tiempo tuvimos un imaginario agobiado de hé-


roes. Por siglos nuestra modesta existencia amenazada no encontró
otra manera de crecer que la batalla.
En medio de los estrépitos de la gloria casi olvidamos que no hay
hazaña mayor que la idea.

115
100 AÑOS EN 13 VOCES

La ocurrencia, hija valiente de la realidad y madre fecunda del de-


venir, única chispa que ilumina nuestro presente y clarifica el mañana.
Toda ciencia, incluso la del vivir, es triste, y para soportarla re-
quiere el paliativo de la sonrisa.
Por espontánea, la sonrisa es el más difícil de los gestos. Nunca se
la puede fingir bien, siempre necesitamos algo que legítimamente la
provoque. Corresponde al humorista la dura tarea de enternecer la
expresión a partir de la tristeza del mundo.
No importa cuán profundamente las maquinarias del dolor hayan
trabajado la conciencia del sonreído: sólo abren el surco para la se-
milla que permite soportar la vida.
Abrir el postigo de la alegría en las más tenebrosas estancias es un
deber humano: la ciencia explica el mundo a partir de las ecuaciones
y el humorista a partir del amor.
Es necesario un redentor que cumpla la hazaña de atribuir su
justa proporción a las cosas y nos haga tomar en serio la levedad de
los instantes.
Así nace el humorista, peatón andante investido con las invenci-
bles armas de la indefensión ante el mundo.
La demostración irrefutable de que no se puede estar con la dere-
cha consiste en que durante más de un siglo ésta no ha producido un
solo humorista que valga la pena.
El risueño endominga la existencia reconociendo sus miserias
como el abono de la flor misteriosa que brota en los intersticios del
pensamiento.
Graduado en la inventiva academia del autodidactismo, Aquiles
Nazoa nos convida al pan de la sabiduría ahorrándonos las precepti-
vas enfadosas del escalafón y la academia.
Viene Aquiles al mundo real como hijo del panadero, como mu-
chacho de los mandados, como barrendero que limpia las polva-
redas del tedio, como botones que abre los cuartos del hotel de los
misterios, como guía turístico que explica las maravillas de lo que
pudiera haber sido, como empaquetador de periódicos que traen
116
Aquiles Nazoa

las noticias imaginarias, como clasificador de clichés fotográficos y


lingüísticos, como corrector de pruebas de textos escritos en los len-
guajes del sueño.
Entre tantas profesiones de supervivencia debió Aquiles haber
sido guardián de un zoológico franciscano, donde gozaran de li-
bertad los humildes animales que él tanto amó: el can corriente y
moliente, el burro, el modesto cochino, y también sus mascotas en-
trañables: el caballo que era bien bonito, la tortuguita que de tan fea
parecía hermosa, el elefante del libro Mantilla.
De muchacho deserta Aquiles de la legión de los poetas que se
han contentado con contemplar el mundo, sabiendo que su verdade-
ra misión es crearlo.
Como escritor, como guionista, como dramaturgo, como crítico
de arte, como historiador, como conferencista, como ñángara, como
militante, como preso y exiliado político, como inventor y partícipe
de tantos periódicos humorísticos a los cuales gobiernos patibularios
allanaban las imprentas y mataban a tiros los pregoneros, enseñó
Aquiles que la tarea no es tomar la realidad como tema sino hacer
de la realidad la obra de arte.
Difícil de creer es hoy que estuviera proscrito el apellido de uno de
los más excelsos poetas, al extremo de que tanto él como su hermano
Aníbal debían publicar con seudónimos, y cuando arribaban a los
grandes medios no tardaban las fuerzas de la amargura pedante en
vetarlos.
Tras acceder a la televisión comercial con su Teatro para Leer, fue
expulsado de ella por una jerarquía eclesiástica que no pudo tragar
“La torta que puso Adán”. Tras destellar en la televisión pública con
“Las cosas más sencillas”, fue borrado para siempre por una borrosa
mano que sólo sabía eliminar cintas.
Pero ninguna garra podrá desvanecerlo de su Caracas física y es-
piritual, la ciudad a la cual amó tanto que debió exiliarse en Villa de
Cura, lejos de los defectos que le impedían quererla mejor.

117
100 AÑOS EN 13 VOCES

En vano pretendieron los exquisitos categorizar como cultura


todo lo que se hacía en otra parte. Aquiles edificó una poética a par-
tir de los materiales humildes del acontecer aldeano, de la vasta odi-
sea de los iletrados.
En lugar de encumbrarse en la torre de marfil, zanqueó Aquiles
con pantalones arremangados las aguas donde beben los ruiseñores
del Catuche, topografió la Caracas que era un océano de tejas donde
pescaban ratones los gatos.
¿Qué quiere la ciudad? ¿Adónde va, desde que se echó en un sitio
fijo, emprendiendo una misteriosa ruta en el tiempo?
Nadie como el citadino vive en medio de esta farándula de gestos
y signos ensayados. En la urbe, a diferencia de la aldea, es imposible
que todos se conozcan, por lo que rangos, posesiones y destrezas han
de ser representados o fingidos, con ostentación directamente pro-
porcional a la miseria que encubre.
Caracas pudo haber sido otra, nosotros debimos haber sido di-
ferentes. Aquiles rescató para la memoria de esta representación lo
menos imperdonable.
La ciudad diariamente se remienda a sí misma con la paciencia
de una vieja señora que sabe que ya pasó la edad de los estrenos.
Por la urdimbre de sus pespuntes seguimos el tejido precario de
la cotidianidad.
Allá avanza su aguja para coser retazos de pasado amarillento
como el Pasaje Capitolio con futuros tan infortunados como el Cubo
Negro.
Una urbe es voz múltiple de espacios y de formas, concierto y
desconcierto de disciplinas e indisciplinas, desorganizada improvisa-
ción colectiva que sólo por la armonización del amor puede dar la
nota justa.
Vaga por ella desasosegado el habitante, y sólo la comprende el
poeta que no es comprendido por nadie.
De todo el tumulto metropolitano quedan unos cuantos fetiches
a los cuales investimos de los mismos sentimientos que secretamente
118
Aquiles Nazoa

abrigamos hacia nosotros mismos: desdén, ternura, aceptación o


rechazo.
Estas reliquias, como todas las del mundo, sólo valdrán por el
fervor que les comuniquemos.
Aquiles ya está en el pequeño Panteón del alma que alegramos
con flores silvestres todos los venezolanos.
Su sonrisa hace falta en el otro Panteón, donde entristecen tantos
héroes ante las lluvias de amargura que nos emparaman.

119
INGENIO Y TERNURA
EN AQUILES NAZOA

Gabriel Jiménez Emán


Escritor, poeta, traductor, ensayista, compilador, antólogo y editor, es uno
de los intelectuales vivos más importantes de Venezuela, por lo prolífico
y significativo de su obra literaria.Reconocido internacionalmente por
destacar en el ámbito de la microficción, ha publicado las obras Los
dientes de Raquel (La Draga y el Dragón, 1973), Saltos sobre la soga
(Monte Ávila,1975), La isla del otro (Monte Ávila, 1979), Los 1001
cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980) Una fiesta memorable (Planeta,
1991) entre otras. Es director de la revista cultural “Imagen”. Premio
Nacional de Cultura (2019)

120
INGENIO Y TERNURA EN AQUILES NAZOA
Gabriel Jiménez Emán

Cuando se habla de arte popular o de poesía popular casi siem-


pre se incurre en el dislate de considerar por un lado a una poesía o
un arte cultos, mientras por otro tendríamos el legado mas o menos
indiferenciado de lo popular que, al carecer de autor especifico, no
pertenece a nadie en especial; siendo así lo que el pueblo dice, hace
o piensa, al ser del dominio de todos cualquiera pudiera convertirlo
en transmisor de determinados contenidos, ya sean éstos culturales,
históricos o estéticos. Por lo contrario, cuando atribuimos a un autor
determinada obra literaria o artística, hacemos de éste una suerte de
tótem, de creador capaz de volcar todas sus energías en la ejecución
de una obra con sello personal que, en cuanto comienza a recibir el
reconocimiento público, se entroniza más y más en su propia perso-
nalidad hasta alcanzar el rango de figura consagrada.
Me parece que entre estas zonas hay muchos ámbitos a dilucidar
que no están tan claros como parecen. Cuando el pueblo reconoce
a determinado narrador o poeta como portador de pensamientos o
sentimientos, está haciendo, a su vez, el reconocimiento de su propio
legado, y estableciendo un vínculo con lo literario desde la esfera
pública hacia la esfera privada.
En el caso del poeta y periodista Aquiles Nazoa ocurre un tanto
de esto. Al considerarlo poeta popular o poeta humorístico se le en-
casilla en éstos rótulos para poner cepos al acceso de la obra al canon
académico o al reconocimiento de la crítica. Por ello, quizá, sea ex-
plicable que su obra no haya sido aún elegida para ingresar a impor-
tantes antologías de la poesía venezolana, o no se le haya historiado
121
100 AÑOS EN 13 VOCES

o referenciado con el suficiente rigor. El otro rasgo, el humorístico,


también ha contribuido a que su poesía, en lugar de ser reconocida
como parte sustantiva de nuestro legado literario, se le aparte de éste
con cierto desdén intelectual, tal ha ocurrido a veces con los casos
de eminentes poetas como Andrés Eloy Blanco o Alberto Arvelo To-
rrealba, circunscritos también a lo popular o lo tradicional.
Quien alguien piense que el sacar del lector una sonrisa o el hacer
reír a la gente mediante la lectura es cosa sencilla, está equivocado.
Lo popular a veces es visto desde una óptica de élite, desde una pers-
pectiva del ” buen gusto” la cual se ha mantenido por largo tiempo
aislada en una serie de clisés y amaneramientos que, mas bien, desdi-
cen de la literatura llamada “seria” escrita por autores importantes.
La chispa que encontramos en Aquiles Nazoa es una chispa ver-
nácula, profundamente caraqueña, que ha sabido conquistar lecto-
res exigentes no solamente en el país, sino en América Latina, donde
además anda en boca del pueblo. La parte más celebrada de Nazoa
es precisamente aquella que habla de lo picaresco caraqueño, de sus
vicisitudes y alegrías, del duro vivir al que sabe siempre hallarle un
lado ingenioso. En su obra, primeramente, debemos destacar el sen-
tido musical de su escritura, su dominio de las sonoridades clásicas, a
las cuales dota de aires renovados y las adapta a cualquier situación,
pues este es otro de sus rasgos centrales: se trata de una poesía narra-
tiva, donde a menudo hay una historia o una anécdota que él con-
vierte de inmediato en algo lírico, haciendo gala del que es quizá el
recurso más visible: la parodia. Aquiles no se viene con rodeos en el
momento de imitar a cualquier clásico o romántico, o de adaptarlo a
un personaje lugareño, y en esto se parece a los mejores costumbris-
tas, aunque no pueda ser encasillado sólo en esta tendencia, Aquiles
desciende de esa línea. Debemos anotar aquí el influjo de su maestro
Leoncio Martínez, quien como aquél, se sumerge en el alma popular
por encima de los lirismos castizos o de los delirios románticos (los
cuales usa como leit motivs para parodiarlos) o de las ceñudas aseve-
raciones clásicas, Aquiles opta por una expresión libre, desasida de
122
Aquiles Nazoa

lo que en este caso pudiera llamarse una cultura grave. Por supuesto,
a la larga ese humorismo permanente, ese juego paródico constante
termina por debilitar la expresión lírica, la cual se suele observar sólo
a través del lente de lo cómico o de lo risueño, de la ocurrencia pa-
sajera del gossip, del efecto momentáneo del chiste. Pues si hurgamos
bien en el mejor talante de su obra, hallamos un lirismo donde se
cobijan la ternura, el cariño y el amor desde una óptica radicalmente
distinta de cuanto estábamos acostumbrados en Venezuela, prueba
de lo cual son sus obras maestras Balada de Hans y Jenny y su célebre
Credo, textos que pudieran figurar en cualquier antología de la poesía
universal. Recordamos del primero fragmentos en prosa como:
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían
como dos colegiales comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la llu-
via. Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron madu-
ras las cerezas.
Hans solía contarles fantásticas historias del tiempo en que los
témpanos eran los grandes osos del mar. Y cuando venía la primave-
ra, él la cubría con silvestres tusílagos las trenzas.
La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje.
Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.
Al segundo hay que citarlo íntegro tal es su intensidad lírica y
confesional:
Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra; creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones,
que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero a cada
día resucita en el corazón de los hombres; creo en el amor y en el arte
como vías hacia al disfrute de la vida perdurable; creo en los grillos
que pueblan la noche de mágicos cristales; creo en el amolador que
vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa; creo en la
cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isado-
ra Duncan, abatiéndose como una purísima paloma bajo el cielo del
mediterráneo; creo en las monedas de chocolate que atesoro secreta-
123
100 AÑOS EN 13 VOCES

mente debajo de la almohada de mi niña; creo en la fábula de Orfeo;


creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia,
vi el conjuro de la pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dul-
ce Eurídice del infierno de mi alma; Creo en Rainer María Rilke, hé-
roe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto
de cortar una rosa para una mujer; creo en las flores que brotaron del
cadáver adolescente de Ofelia; creo en el llanto silencioso de Aquiles
frente al mar; creo en un barco esbelto y distintísimo que salió hace
un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto
la espada de los arcángeles, y junto con sus sienes un resplandor de
estrellas; creo en el perro de Ulises; en el gato risueño de Alicia en el
país de las maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratonci-
tos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Varalcino, caballo de
Orlando y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón
de Marín Tinajero; creo en la amistad como el invento más bello;
creo en los poderes creadores del pueblo; creo en la poesía y en fin
creo en mi mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama.
Mientras que de su poesía no humorística, donde se muestra su
dominio de la forma métrica clásica, citamos estas primeras cuarte-
tas de su poema Soneto pensativo:

Novia mía y del aire, madre de los jilgueros,


Tú que en las tardes tristes te asomas al balcón
A esperar la llegada de los altos luceros
Con los que habla de cosas simples tu corazón.

Tú que de eneldos santos poblaste mi tristeza


Y que fuiste remanso para mi soledad,
Que pusiste en mis horas tus linos de pureza
Y en mis manos un limpio cántaro de bondad.

Cuando se acerca al ámbito de lo vernáculo, Nazoa suele des-


plegar ingeniosos dispositivos verbales, practicando una amalgama
124
Aquiles Nazoa

con estos elementos que dan como resultado un producto original,


donde se combinan la inteligencia y la ternura, o como se ha pre-
sentado su obra de manera genérica a los lectores: amor y humor,
orbes que se juntan en Nazoa para producir una alquimia peculiar
de diálogos, personajes, historias, anécdotas que dibujan un universo
de peculiaridades venezolanas. En este sentido pudiéramos decir que
logra una mixtura notable y plenamente identificable, logrando así
una identidad específica. También son muy notables los textos que
Aquiles dedica a Los humoristas de Caracas (1966), a la Caracas física y
espiritual (1967) y una fascinante Historia de la música contada por un oyente
(1968). Desde el año 1955 había comenzado a publicar sus primeros
libros como Caperucita roja criolla, El burro flautista y Caballo de manteca,
hasta que en la década siguiente se hace notar con los libros Poesías
costumbristas, humorísticas y festivas o Pan y circo. Aunque en 1961 ya ha-
bía dado a conocer un conjunto de textos bajo el sencillo título de
Los poemas, que recoge sus piezas no humorísticas que, a mi modo de
ver, ha debido seguir cultivando. Cuando hemos de referirnos a los
textos humorísticos en prosa de Aquiles, yo seleccionaría “Decálogo
del buen bombero” y “Lo que todas debemos saber acerca de los
huevos”.
Del primero sólo cito los dos últimos puntos del decálogo, a ma-
nera de ejemplo:
“9. Recuerda que tu misión más importante es defender la propie-
dad ajena. Cuando en el curso de las labores de salvamento una de
las víctimas perdiere el conocimiento, el deber de un buen bombero
es ayudarla a encontrarlo. En consecuencia, debes abrir inmediata-
mente una investigación para establecer en qué forma lo perdió; si
antes del incendio, su durante la carrera o si fue que algún vecino
se lo robó aprovechando la confusión reinante. 10. Todo bombero
en servicio que encontrare a una dama sola pidiendo socorro en un
apartamento, debe proceder inmediatamente a sacarla cargada, te-
niendo mucho cuidado, eso sí, de que en el último momento aparez-
ca un marido que le salga cargado a él.”.
125
100 AÑOS EN 13 VOCES

Del segundo texto leemos en la parte final:


“Con motivo de la próxima reapertura de la Metropolitan Opera
House de Nueva York, un reconocido agricultor de la ciudad está
haciendo experimentos a ver si logra que las gallinas pongan huevos
irrompibles. Estos huevos tendrían la ventaja de que pueden usarse
sin cambiarlos durante toda la temporada de ópera, pues usted le
pega a un cantante por la cabeza, y no se quiebra como sucede con
las ñemas corrientes. Este mismo sabio ha estado últimamente ha-
ciendo ensayos a ver si alimentando las gallinas con vidrio logran que
pongan un tipo de huevo transparente, con lo que se eliminaría el
desagradable procedimiento de tener que olerlos para saber si están
podridos.”
Particularmente interesante considero el teatro de Aquiles Nazoa,
que al estar representado en vivo retoma sus mejores elementos po-
pulares, encarnados en personajes que vuelven aún más hilarantes
las situaciones. Cuando veo montadas sus obras de teatro, me cer-
cioro de que Aquiles es en verdad nuestro primer humorista mo-
derno, muy afín por cierto –en su manejo del humor urbano-- a
las locuras y absurdos de un Groucho Marx en Nueva York y luego
lo siento emparentado por vía subterránea a cómicos estadouniden-
ses posteriores como Bob Hope y Woody Allen, quienes toman sus
mejores nutrientes del teatro para llevarlos luego al cine. También,
por supuesto, tenemos a toda una generación de comediantes lati-
noamericanos, sobre todo argentinos y mexicanos, tales los casos de
los geniales Mario Moreno Cantinflas en la primera mitad del siglo
XX y de El Chavo (Roberto Gómez Bolaños) en la segunda, quienes
también extraen sus materiales cómicos del barrio pobre. Sin olvidar,
claro está, al padre de todos ellos: el inglés Charlie Chaplin, maestro
de maestros, quien lleva el arte de la mímica y el gesto a niveles in-
superables, creando además argumentos y tramas que influyeron en
toda la cultura cinematográfica del siglo veinte, además del inheren-
te mensaje de humanidad que envía a los espectadores, creando a la
vez una conciencia ética y estética de la vida y el mundo.
126
Aquiles Nazoa

Veamos parte de un breve diálogo en la obra de Nazoa titulada


Un sainete o Astrakán / donde en subidos colores / se les muestra a los lectores
/ la torta que puso Adán:
Eva
Un pedacito…Sé bueno. Pruébalo…¡Sabe a bizcocho!
Adán
No puedo. Comí topocho y a lo mejor me enveneno.
(Furiosa, escupiendo plomo, Eva coge un arma nueva, y antes de
que Adán se mueva, se la sacude en el lomo.)
Eva
¡Vamos Adán, no más plazos! Aquí tienes dos docenas: ¡Te las
comes por las buenas o te las meto a escobazos!
Adán
Bueno, sí, voy a comer: pero no arriesgues tu escoba, mira que el
palo es caoba y es muy fácil de romper. (Y arrodillándose allí, como
un moderno cristiano, coge la fruta en la mano se la come y dice así:
Adán
¡Por testigo pongo a Dios / de que si comí manzana, la culpa es de
esta caimana / pues me puso en tres y dos! (Come llorando)

Otro punto que debemos consignar aquí es la personalidad hu-


mana de Nazoa. Conocí a Aquiles en casa de una amiga pintora en
Caracas, donde el poeta se deslizaba montado sobre unos patines
por la terraza de la Quinta. ¡Y cómo disfrutaba! Después se tomó
unos vinos, charló narrando anécdotas graciosas. Recuerdo aquella
tarde en casa de Blanca Guzmán: estaban entre otros los poetas Juan
Ramón Pino, un loco maravilloso que era nuestro psiquiatra y era el
más loco de todos nosotros; el poeta margariteño Jesús Rosas Mar-
cano, un verdadero tótem del humorismo nuestro, de grata amistad
y contagiosa gracia; Blanca y su hermana Samanta (una pelirroja
deslumbrante) y otras amigas bellas y sensibles. Después de almorzar
y de beber unas copas, Aquiles expresó su admiración por las fémi-
nas dedicándoles versos; una de ellas dijo que Aquiles era un poeta
127
100 AÑOS EN 13 VOCES

extraordinario porque sabía las intimidades de cada una de las mu-


jeres que se encontraban en la reunión, incluso a una que no había
visto nunca. Todos estábamos impresionados con esta capacidad de
Aquiles de conocer los detalles íntimos de cada mujer en la fiesta, con
lo cual nos llevaba una ventaja abrumadora al resto de los poetas ahí
presentes.
--Caramba Aquiles –le dije-- esas mujeres están encantadas con-
tigo. La verdad es que te envidio, no sabemos cómo has hecho para
averiguar tantos detalles de sus vidas personales, las asombras, las
haces reír…
--Es un arte, Gabriel, es un arte –respondió. A ellas hay que lle-
varles siempre una pequeña ventaja para poder agradarles. Créeme
que no es nada fácil, pero tampoco es tan difícil. Hay que tener mu-
cha velocidad mental.
--Enséñame, Aquiles soy todo oídos.
--Bueno, Gabriel, te lo diré más tarde. Pero ni se te ocurra decirlo
después a nadie.
--Te lo prometo, Aquiles. Palabra de hombre, pero por favor dí-
melo.
Seguimos charlando, bailamos, leímos poemas, bebimos, toma-
mos bocadillos. Antes de concluir la velada, y cuando ya nos despe-
díamos de las anfitrionas, Aquiles me llamó un momento aparte y
me reveló el secreto. Mi asombro fue grande.
Las mujeres dejaban sus bolsos y carteras colgadas de unos per-
cheros a la entrada del recibo. Sin que nadie lo notara, Aquiles se
deslizaba hacia la zona de las carteras en los percheros y las revisa-
ba meticulosamente, las escudriñaba objeto por objeto, documentos
personales, carnets, cédulas, cheques, dinero, fotos de familiares, no-
tas, cartas, tarjetas, etc. Y luego dejaba todo exactamente en su lugar.
Ahí estaban los datos fundamentales de cada una de ellas. Lo demás
era cosa del destino.
Aquiles Nazoa era un hombre de una sensibilidad aguda y un
encanto peculiares. Nada grosero ni chabacano. Le gustaba mucho
128
Aquiles Nazoa

el teatro y la danza, las puestas en escenas con personajes; gran con-


versador, amaba hacerse fotografiar al lado de muñecas con poses
graciosas. Hay un azar maravilloso que comparto con él: estudiamos
ambos (podía ser mi padre, nació un año después que el mío, Elisio,
en 1920-- y tuvo su primer hijo –Claudio-- en mismo año en que yo
nací, 1950, en Caracas) en la Escuela 19 de abril en la parroquia San
Juan, y ambos nos sentamos varias veces en la plaza Capuchinos,
situada al frente de esa escuela allá en Caracas, en la avenida San
Martín, una plaza donde los árboles estaban cargados de pajaritos
y los bancos ocupados de parroquianos conversadores y divertidos,
un lugar verdaderamente agradable, donde solían irnos a buscar a
veces nuestros padres luego de salir de la escuela. Si de Nazoas se
trata, hay que decir aquí que en esa familia hay no pocos escritores,
comenzando por Aníbal Nazoa, extraordinario cronista y narrador
(sus Obras incompletas son un clásico de nuestro humorismo en prosa),
Claudia (Dacha) Nazoa, amiga mía, narradora y escritora de guio-
nes de televisión y cine; Claudio Nazoa, hijo de Aquiles, excelente
“showman” y humorista de cepa, además de gran cocinero; Laura
Nazoa, mujer culta e inteligente, también amiga mía, hija de Aníbal,
de modo que todo aquel que se junta con los Nazoa algo de ellos se
les pega, eso es seguro.
Era también Aquiles un tipo de carácter, defensor de ideas re-
volucionarias, se pronunciaba en contra de las dictaduras y de los
gobiernos militares y autoritarios como el de J.V. Gómez, era un re-
belde iconoclasta, y amante de la revolución cubana. Es conocido el
suceso de cuando estuvo preso por mostrar su desacuerdo público
con las autoridades municipales de Puerto Cabello, donde trabajó
por algún tiempo. También aprendió inglés y francés e hizo de guía
para los turistas en los museos caraqueños. Desde muy temprano co-
menzó a escribir para los diarios “El Universal”, “Ultimas Noticias”,
“El Nacional” y a colaborar con el semanario “El morrocoy azul”
que dirigía Miguel Otero Silva, otro de nuestros grandes bromistas
aún por redescubrir, más allá de la importancia evidente que tiene
129
100 AÑOS EN 13 VOCES

Otero como novelista y periodista. Además de ser Aquiles fundador


de los semanarios humorísticos “La pava macha” y “El tocador de
señoras”, así como colaborador de la revista “Fantoches”, que diri-
gía Francisco Pimentel. Por cierto que a Pimentel hay que reseñarlo
como a uno de los referentes del humor en Venezuela en el siglo
veinte, del que confesó José Antonio Ramos Sucre a Fernando Paz
Castillo y éste recoge en su libro Reflexiones de atardecer: “Job Pim es la
inteligencia más grande que ha dado Venezuela en los últimos años”,
dice este testigo de excepción de la literatura venezolana, explayán-
dose en una crónica verdaderamente deliciosa sobre el humorista ca-
raqueño, que influenció positivamente a Nazoa. Porque en el fondo,
cualquier obra de arte en Venezuela, por más profunda que sea, sino
tiene una pizca de humor, está destinada al olvido de los lectores. Y
si me lo preguntan con insistencia, yo les diría que el humor nos salva
de las amarguras de la vida.
Disfruté mucho de las charlas de Aquiles en sus programas te-
levisivos “Las cosas más sencillas”, donde nuestro poeta se daba el
lujo de hacer una conferencia completa --con gracia incomparable--
acerca de los objetos más comunes o corrientes que se puedan ima-
ginar, otorgándoles matices distintos, inusitados, no decayendo ni un
solo momento durante toda la charla.
Muchos de sus poemas los saben de memoria una gran cantidad
de venezolanos, tocando con sus palabras el corazón del pueblo. Y
ese don, realmente, no lo poseen muchos en un país como el nuestro,
que así como es dueño de hermosos dones imaginativos y creativos,
puede moverse también entre los extremos del tedioso lugar común
de los discursos políticos e ideológicos y el de las cursilerías, las reite-
radas chabacanerías y vulgaridades más procaces.
Creo que Aquiles Nazoa ha sido una de nuestras personalidades
humanas más notables e influyentes. Las iniciativas que se tomen
para valorar y difundir su patrimonio literario y periodístico deben
tener todo nuestro apoyo. Haberle otorgado su nombre a la Casona
Cultural en La Carlota ha sido un acierto. Estuve allí cuando el Pre-
130
Aquiles Nazoa

sidente Nicolás Maduro concedió los Premios Nacionales de Cultura


en diciembre de 2019, y yo, en los prolegómenos del acto, me deslicé
a darme un buen paseo por las frescas habitaciones de la hermosa
casona, cargada de obras de arte, objetos, muebles y recuerdos de
tantas épocas del país, apreciando en los pasillos y corredores exter-
nos decorados con fotos de Aquiles en tamaño natural, donde se le
veía acompañado de esos entrañables personajes que lo llenan a uno
de orgullo venezolano, lo cual constituye un reconocimiento perdu-
rable a su memoria, y permitirá irradiar su obra y su mensaje a las
nuevas generaciones.

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AL PIE DE LA LETRA… AQUILES NAZOA

Miyó Vestrini
Poeta, periodista, narradora y guionista. Se dedicó al periodismo
cultural, formó parte del grupo Apocalipsis de Maracaibo, el Techo
de la Ballena y la República del Este. Dirigió la página de arte del El
Nacional y también la revista Criticarte, realizó trabajos como guionista en
la televisión venezolana. Fue ganadora del Premio de Periodismo en dos
ocasiones. Entre sus obras se destacan: Las historias de Giovanna (1971),
Isaac Chocrón frente al espejo (1980) y Salvador Garmendia, pasillo de por
medio (1994).

132
AL PIE DE LA LETRA… AQUILES NAZOA
Miyó Vestrini

[…]
Las ferias pasan, pero los libros y sus autores, quedan. Hubo un
gran ausente en este jolgorio aniversario: un poeta llamado Aquiles
Nazoa, quien murió precisamente. Víctima del automóvil, doloro-
samente atrapado en un masijo de hierros retorcidos, esperando en
vano una ayuda que no llegó nunca. Aquiles Nazoa amaba y conocía
bien a Caracas. Era un nostálgico, dicen algunos. Pero habría que
precisar que practicaba la nostalgia militante. No escribía plañideras
observaciones sobre la vieja ciudad. Al contrario, la mantenía viva
porque siempre nos remitía a su verdadera esencia: la de su gente,
la de sus pequeñas y grandes historias, la de sus paisajes secretos y
encantados.
Uno de sus libros más esplendidos es Caracas física y espiritual, que
obtuvo el Premio Municipal de Literatura en 1967, año del cuatri-
centenario de Caracas. Editada por el Concejo Municipal, con un
tiraje de 2.500 ejemplares, diez años después del premio, es una obra
que jamás perderá su encanto porque fue escrita, como bien lo dice
su autor, “con los últimos cachivaches del corazón y de la memoria”.
En Caracas física y espiritual, el lector encuentra historia, crónica,
poesía, retratos, anécdotas. Todo cambia de una página a otra. El
único elemento de ensamblaje es el secreto hilo de amor que unía el
poeta a su ciudad.
Decía Aquiles Nazoa en su pequeño prólogo: “…quise trasladar
al ánimo del lector el cuadro de esta ciudad martirizada; de mi ama-
da Caracas interceptada en su proceso histórico normal, fracturada
133
100 AÑOS EN 13 VOCES

en su paisaje, inconexa en su topografía, heteróclita en su paisaje; en


sectores, la capital más amable de los trópicos, y en barrios enteros,
la más ingrata de la tierra. Mi libro, por las historias mágicas que
cuenta, es un libro de poesía; es también un libro de arquitectura y
un libro de modas. He aquí que me senté a escribir un libro sobre
Caracas y lo que me salió fue un caleidoscopio”.
Aquiles Nazoa nació en la Caracas de 1920. Su hermano Aní-
bal también excelente escritor y humorista, afirma que la infancia
y primera juventud del poeta transcurrieron entre el Guarataro y
El Cenizo, las dos fronteras donde la villa honesta se batía contra
el horror del antiguo Silencio. “Siempre con el Ávila en las pupilas
y trajinando los puentes del Guaire, de Caroata, de Catuche, del
Anauco”, escribe Aníbal Nazoa, “Aquiles fue creciendo en el amor
de Caracas, como Paul Éluard en el de Paris y Walt Whitman en el
Long Island y Manhattan”.
Ya adulto, el joven poeta vivió una de sus primeras amargas de-
cepciones. En Puerto Cabello, durante los años finales del gobierno
de López Contreras, dirigió un pequeño periódico, El Verbo Democráti-
co, destinado única y exclusivamente a defender a los pobres. El tono
de las crónicas, combativo y apasionado como siempre, no agradó,
como era de esperarse a las autoridades locales. Tras la clausura
del periódico, encarcelado y luego expulsado del estado Carabobo,
Aquiles Nazoa llegó a Caracas, fiel más que nunca a sus ideales, pero
sin un centavo en el bolsillo.
Pedro Beroes, quien escribiera el prólogo a esa edición de Caracas
física y espiritual, lo conoció en esa época. Trabajaba en Radio Tropi-
cal, dice Beroes, y era ascensorista, botones uniformado, recepcionis-
ta, compraba café y cigarros, en fin, hacia todo tipo de mandados.
Pero no había en él ni resentimiento, ni cólera. Al contrario, era
ya el poeta orgulloso, solidario y esplendido que como lo vaticinara
el escritor Hermann Garmendia, “quedaría para siempre en el co-
razón de su pueblo”.

134
Aquiles Nazoa

Más que prólogo, el texto de Pedro Beroes es un ensayo, quizá


uno de los más emotivos y acertados que jamás se haya escrito sobre
Aquiles Nazoa. Uno de los aspectos singulares del poeta, era su for-
mación su autodidacta. Al respecto, Beroes recuerda que a los veinti-
tantos años, era sorprendente su copioso, aunque disperso saber. Y se
pregunta entonces: “¿Cuándo, cómo y en cuáles libros leyó Aquiles
Nazoa, a los veinte años, la gran literatura española, la inglesa, la
norteamericana y la hispanoamericana? Esto sigue siendo para mí
un enigma. Podía disertar fácilmente sobre la poesía, la novela, el
ensayo, la crítica, la historia, muchas otras cosas, con la misma faci-
lidad de cualquier persona con una buena formación universitaria.
En suma, es uno de los autodidactas más inteligentes y más capaces
que yo he conocido”.
Quizá esta misma condición de autodidacta, determinó en parte
el carácter de Aquiles Nazoa. Orgulloso y modesto al mismo tiempo,
despreció siempre los honores, el prestigio fácil, la adulancia, carac-
terísticas frecuentes de nuestro medio intelectual. Pedro Beroes, con
gran lucidez, recuerda que Aquiles Nazoa fue siempre un hombre in-
defenso en la vida, porque nadie le perdonó nunca su inmenso talento.
“En Venezuela ‒dice Beroes‒ ésta es una triste y dolorosa verdad.
El talento en los hombres honestos es una tremenda desdicha. Cons-
tituye una especie de impedimento con el cual no se puede entrar a
parte alguna. Entre nosotros, que no somos blancos, ni nos enten-
demos, una de las cosas más difíciles de perdonar es el talento. Si
alguien comprendió esto muy bien, fue Aquiles Nazoa, uno de los
hombres más talentosos y buenos que he conocido”.
Aquiles Nazoa nunca tuvo bienes materiales. A los cincuenta
años, ni casa propia poseía. Y mucho menos una cuenta de ahorros.
Era un gran poeta y un gran hombre, viviendo al día, sin saber lo
que le esperaba al día siguiente. Pero toda su obra está impresionan-
temente marcada por el amor, por la terrible compasión que sentía
hacia los desposeídos, por la ternura que le inspiraban los niños, por
la solidaridad con los hombres y sus luchas.
135
100 AÑOS EN 13 VOCES

En uno de sus sonetos, expresó patéticamente la necesidad que


sentía de hacer algo más, algo que trascendiera la escritura. Escribió
entonces:
“Yo cantaba la lluvia y los membrillos,
yo cantaba las flores de la tierra;
mi corazón fue niño por la sierra/coleccionando ramas amarillas.
Pero escuché la voz de los sencillos campesinos y obreros de mi
tierra;/
Y vi sobre el amor venir la guerra/con su turbión doliente de cu-
chillos. /¡Ay, todo era combate, sangre y muro! /
¿Cómo pudo esta sorda mano mía/cultivar su clavel entre las
balas?/¡Cambiar quiero mi plata en plomo duro. /
Quiero poner mi armada poesía /al lado de los picos y las palas”.
Decía Simón Bolívar: “…Mi derecha estará en las bocas del Ori-
noco y mi izquierda llegará hasta los márgenes del Rio de la Plata,
mil leguas alcanzarán mis brazos, pero mi corazón se hallará siempre
en Caracas”. Aquiles Nazoa utiliza esta frase del Libertador, como
preámbulo a su libro Caracas física y espiritual. Con ella ratifica su pro-
pio amor a la ciudad.
No busque en este libro citas históricas, fechas precisas o refe-
rencias bibliográficas, porque no las encontrará. En cambio, leerá
una novela llena de anécdotas, datos curiosos, poemas alusivos a la
ciudad, divertidas costumbres, pequeñas historias del alumbrado, de
la radio, de las ventanas caraqueñas y una maravillosa versión de la
fundación de la ciudad y del sacrificio de Guaicaipuro.
Como bien lo señala Anibal Nazoa, todo esto es muy diferente a
esas añoranzas a las que nos tienen acostumbrados los cultivadores
del reportaje frívolo, detenidos en la evocación de una Caracas fal-
samente añejada, como los malos vinos, que nunca va más allá de la
cocina colonial, la pajilla y el socorrido tranvía.
Y es que además de los temas señalados y otros, Aquiles Na-
zoa con su inmenso amor, habla de la otra Caracas. De la ciudad
martirizada y convertida en un museo de fealdades. En el capítulo
136
Aquiles Nazoa

titulado, “La Caracas del petróleo”, formula su denuncia. Poco


importa que estas líneas hayan sido escritas hace veinte años. Tie-
nen hoy un vibrante eco de sorprendente actualidad. Escuchemos
lo que escribía el poeta entonces: “Como en ninguna otra ciudad
nueva de América, en la Caracas de hoy pueden constatarse algu-
nos de los perjuicios que es capaz de causar el dinero cuando pre-
tende reemplazar a la cultura. Para la empresa de convertirnos
la capital en una las ciudades más desagradables de que se jacta
el continente, convergieron aquí dos de las formas más estultas y
perniciosas de la riqueza. A la estrechez espiritual de una clase
media urbana semi-iletrada que se habían enriquecido en el ejer-
cicio de la usura, en la importación de barajitas norteamericanas
o simplemente, en el juego de caballos, se asoció el aldeanismo de
algunos propietarios rurales que vendieron sus últimos novillos y
se vinieron a la capital en busca de más productivos negocios. En
un país menos flexible a los caprichos de la propiedad privada o
por lo menos más atento a las resoluciones de los congresos in-
ternacionales de Arquitectura y Urbanismo, la simple inversión
de dinero no les hubiera otorgado a sus inversionistas el derecho
a erigirse en ductores estéticos de la ciudad. Pero no hay en Ve-
nezuela una ley ‒ni por lo visto una autoridad‒ que defienda el
derecho de las ciudades a ser bellas”.
¿Cómo es el caraqueño tradicional? Aquiles Nazoa define su
espiritualidad ‒como él la llama‒ de esta manera: mezcla curiosa de
humor, de sentido mágico de la mágica y de una propensión natural
al buen gusto. Y hecho curioso, el poeta afirma que esa espiritualidad
y sus ingredientes, tienen su manifestación más típica en la idea de
la pava. Si usted cree firmemente en la pava o en la mabila, como
todavía le dicen algunos, disfrutará muy particularmente el capítulo
dedicado a la pava. Aquiles Nazoa recuerda que el término proviene
del nombre de un ave nocturna, la pava, cuyo vuelo sobre las casas
en la alta madrugada, con su melancólico quejido, se tenía como
anuncio de desgracia.
137
100 AÑOS EN 13 VOCES

En estas páginas aflora el irresistible don humorístico de Aquiles


Nazoa. Un humorismo fino y perspicaz que corresponde asombrosa-
mente a la realidad del caraqueño de siempre. Si usted teme a que le
caiga la pava encima, recuerde, de acuerdo a la larga lista del autor,
algunos de estas cosas pavosísimas decirle usted a un perro; escribir
con el meñique paradito; leer en el periódico las invitaciones de en-
tierro para ver si lo han puesto a uno; llorar leyendo; vestir liquiliqui
con camisa de manga larga y con corbata abajo; llorar leyendo; los
novios rascados que la noche del matrimonio, entre confidencias y
cursilerías, le dicen a la mamá de la novia, usted pierde una hija,
pero ha ganado un hijo; sacar un perro para que se purgue comien-
do pajita; fumar desnudo; rezar para acostarse a rezar la siesta; decir
al dar un pésma, que no somos nada; retratarse cabeza con cabeza;
clavar arepas detrás de la puerta entre un casquillo y una penca de
sábila para que no falte el pan; bailar pasodoble viéndose los pies; ba-
ñarse en el mar con zapatos de cuero y finalmente, tener un pisapel
de vidrio con animales o flores metidos dentro.
Quien reúna todos estos objetos y actitudes, está condenado a una
pava de cien años, según los expertos en la materia. Expertos que
por cierto han inventado una unidad convencional de medición de
la pava, que parodiando al kilovatio de los medidores eléctricos, se
denomina el pavovatio.
Insertadas en Caracas física y espiritual, las memorias del Duque de
Rocanegras forman parte, decididamente de la literatura fantástica.
De ninguna otra manera podría calificarse su excelencia el señor
Vito Modesto Franklin, Duque de Rocanegras y Príncipe de Austra-
sia, criatura insólita de la fantasía y del humorismo de la ciudad, en
el esplendor físico de aquella figura y en la atmosfera de leyenda que
respiraba su fascinante personalidad. Fue el personaje más típico por
más de diez años de la Caracas de los años veinte.
Dice Aquiles Nazoa que el Duque de Rocanegras, fue una es-
tampa humana mitad broma, mitad poesía, parte locura y par-
te ensueño. Utilizaba un ropero de su propia creación, en los que
138
Aquiles Nazoa

combinaba el leonardo y el verde nilo, el carmesí y el negro, el gris


claro y el esmeralda. Las combinaciones eran curiosísimas: paltó
levita y calzón corto a la chambelán, chistera y camisa mosquetera
de ancho cuello y bocamangas de encaje, tirolés con escarapela de
plumas, corbata de plastrón y zapatillas de raso con hebilla de plata.
Pelucas, un leve maquillaje de carmín y un monóculo, completaban
esta insólita presencia en la Plaza Bolívar, donde pasaba casi todo el
día. Los redactores del semanario humorístico Fantoches con Leo a la
cabeza, contribuyeron notablemente a la popularidad del personaje.
La inventaban cartas dirigidas a él por alguna princesa misteriosa,
le dibujan viñetas y hasta le componían versos. El propio Leo había
escrito un cuplé que fue estrenado en el Teatro Calcaño y que decía
así: “Petronio, fuiste un paleto,/Brummel no valiste nada;/la multi-
tud fascinada/sólo se proclama a mí”.
Vito Modesto Franklin, Duque de Rocanegras, murió olvidado y
solitario, rodeado ‒ dice Aquiles Nazoa‒ de antiguallas absurdas y
muertas que resumían su vida funambulesca.
[…]Aquiles Nazoa en su libro y dentro del capítulo dedicado a los
poetas de Caracas, reproduce aquel famoso calendario caraqueño de
Enrique Bernardo Núñez que la mayoría de los jóvenes caraqueños
desconocen. Era un texto cuyo sobrio lirismo todavía encanta. Cada
mes tenía su propio perfil por ejemplo, enero, cielos de plata. Hojas
secas en los barrancos. La silla es un perfecto zafiro. Abril, con sus
cigarras y cenicientas montañas. Mayo, trae sus rojos ramos y sus
limpias colinas. Caminos de azahar. Floridas cruces y canciones. Ju-
lio prepara sus flautas y destila sus mieles, sus aromas silvestres, ceñi-
do con manto de mariposas. Agosto un mes de estrellas errantes, de
mazorcas y dorados manantiales. Octubre, mes de lluvias y vientos.
De luceros perdidos, mes de racimos y mares oscuros. Y noviembre
con sus mágicos colores, flores moradas, nieblas y luna de difuntos.
Diciembre es en cambio, el mes de la espiga color de adviento. Un
calendario que ciertamente, nos llena hoy de nostalgia.

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100 AÑOS EN 13 VOCES

[…] Aquiles Nazoa, como el soñador que siempre fue, se dejó


llevar por la ilusión. Su libro, Caracas física y espiritual, termina con
palabras llenas de una esperanza hoy, inalcanzada: “… el nuevo
nombre de Caracas, hoy paria de un instante de estremecimiento
y convulsión histórica, podrá volver los sosegados ojos al cielo de la
ciudad, y como el poeta, reconocer al espíritu inmortal de Caracas es
el triunfante vuelo de una tropilla de palomas que cruza el valle…”.
[…]

BIBLIOGRAFÍA
Vestrini, M. (Presentadora). (30 de septiembre, 1985). Aquiles Nazoa. (Transmisión de
Radio). Al pie de la letra. M. Vestrini (Productora). Caracas, Venezuela: Radio Nacional de
Venezuela.

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