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1. Los sacerdotes
Israel, en tiempos de Jesús es una auténtica teocracia: Dios, su ley, su templo gobiernan al
pueblo. Y en una teocracia son los sacerdotes quienes, en primer término constituyen el grupo
más poderoso.
Los sacerdotes habían organizado a los judíos después del destierro de Babilonia (538 antes
de Cristo) y los habían dirigido en los asuntos espirituales y materiales. En tiempo de Jesús
seguían en posesión del poder político y social. ¿Por qué?
El sacerdocio no era por vocación de Dios, sino hereditario. Según la ley, solo podían ser
sacerdotes los descendientes de Aarón, el hermano de Moisés (Ex 28,1; Nm 17,16-26; LC 1,5;
Hb 9,4). Formaban, pues, un círculo cerrado y estrechamente unido, que poseía en exclusiva
el oficiar en el culto del único templo judío, el templo de Jerusalén.
La vida civil estaba ligada en todos sus aspectos al culto religioso que se convierte, en sí
mismo, en un instrumento ideológico. El culto discrimina a todos como judíos y gentiles
(paganos) puros e impuros, justos e injustos, varones y mujeres, con repercusiones en la vida
civil.
En total eran, en tiempos de Jesús, unos 8.400. Solo en Jerusalén vivían unos 1.500. Estaban
organizados en 24 grupos Cada grupo aseguraba el servicio del templo durante una semana
por turno sacado a suerte (LC 1,5-9). Había tanto culto en el templo que cada semana, para
atenderlo, se necesitaban 300 sacerdotes ayudados por 400 levitas. Estos últimos eran
descendientes de la tribu sacerdotal de Leví (Dt 33,8-11; LC 10,32; Jn 1,19; Hch 4,36; Hb 7,11),
una especie de "bajo clero" encargados de servicios liares del culto y también de los servicios
de policía del templo.
2. La aristocracia sacerdotal
El sumo sacerdote
Era el jefe de todos los judíos de Palestina y del extranjero. Hoy diríamos que, en política
interior, era el hombre más poderoso del país. Es el representante de Dios, jefe del culto
nacional, de todos los sacerdotes, responsable principal del templo, administrador de sus
bienes, presidente, por oficio, del sanedrín o gran consejo. El sumo sacerdote era el único
mortal que entraba en la parte más íntima, sagrada e importante del templo: el "sancta
sanctorum": tres veces, un solo día del año, el "día de la expiación" (el yom kippur, o día de
penitencia solemne instituído por Dios para expiar todas las faltas y manchas del año que no
habían sido aún perdonadas).
A partir del año 37 antes de Cristo, Herodes primero y luego los procuradores o gobernadores
romanos tenían el derecho de nombrar y deponer a los sumos sacerdotes. Desde entonces el
cargo de sumo sacerdote no es hereditario ni vitalicio. Desde entonces también consagran al
sumo sacerdote mediante la entrega de los ornamentos sacerdotales (ocho piezas
consideradas como sagradas). Herodes y los romanos guardan estos ornamentos sagrados
(del 6 al 37 después de Cristo en la torre Antonia), y los prestan a los sacerdotes solo para los
días de fiesta.
El sumo sacerdote conservaba su título y mantenía su prestigio e influencia aun después de
haber cesado en el cargo. Esto explica la intervención de Anás en el proceso de Jesús (Jn 18,
13,24; lee también Hch 4,5-6).
Los tres sacerdotes tesoreros. Tenían a su cargo las finanzas del templo: administración de
los tributos, ofrendas, de los capitales privados depositados en el templo, de los inmuebles
propiedad del templo, de la venta de animales y demás cosas necesarias para los sacrificios.
Los siete sacerdotes vigilantes. Guardan las llaves del templo y se responsabilizan, bajo la
autoridad del comandante del templo, de la vigilancia y orden.
Estos doce sacerdotes principales formaban como una comisión permanente del sanedrín que
se encargaba de todas las cuestiones y causas ordinarias.
Según Jesús, el culto celebrado en el templo de Jerusalén debe acabar (Jn 4,23), Jesús
expulsa del templo a los vendedores de animales que servían para los sacrificios. Y se enfrenta
a las supremas autoridades del templo, que hacen del templo, religión y culto, un negocio, un
centro de discriminación de las personas, de ritualismo y legalismos asfixiantes (Mc 11,15á 19;
Jn 2,13-22),
Jesús anuncia que va a dar su propia vida en sacrificio, y va a ofrecer su cuerpo y su sangre
para alimentar la fe y unir a sus seguidores hasta el fin del mundo (Jn 6,53-58).
Las primeras comunidades cristianas, iluminadas y fortalecidas por el espíritu de Jesús, ponen
término a la institución sacerdotal antigua y ven en Jesús al único y definitivo sumo sacerdote
(Hb 7,11-24). Solo Cristo es el sumo sacerdote y en un sentido nuevo: lo cultual cambia a
personal. El sacrificio cultual no vale ya más que por la vida, pasión y muerte de Jesús, es
decir: por su sacrifico personal, que el Padre acepta por la resurrección.
Cristo, libremente, se ofreció a sí mismo como sacrificio perfecto (Ef 5,2; Hb 9,14).
Todos los cristianos somos sacerdotes. El pueblo cristiano es el cuerpo sacerdotal encargado
de ofrecer su vida personal toda como culto espiritual agradable a Dios (Rm 12,1; Flp 2,17;
4,18; Hb 13,15s), y de propagar la palabra de Cristo (1 P 2,5.9; Ap 1,6; 5,10; 20,6). La vida
cristiana es en su totalidad un culto espiritual: en todo tiempo, lugar, acción.