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CapiTUuLo 6 CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS* «Reflections on my Critics» [«Consideraciones en torno a mis criticos»] es una extensa réplica a siete ensayos —de John Watkins, Stephen Toulmin, L. Pe- arce Williams, Karl Popper, Margaret Masterman, Imre Lakatos y Paul Feyera- bend—, todos ellos mas 0 menos criticos respecto a algunas ideas propuestas por Kuhn, especialmente en La estructura de las revoluciones cientificas. Los primeros cuatro ensayos fueron presentados tras un articulo de Kuhn titulado «¢Légica del descubrimiento o psicologia de la investigacién?» en un simposio que levaba por titulo «Criticism and the Growth of Knowledge» en el Cuarto Coloquio Internacional de Filosofia de la Ciencia, celebrado en Londres en julio de 1965. El quinto ensayo se termind un afio después, pero los dos tiltimos y la réplica de Kuhn no se acabaron hasta 1969. Entonces se publicaron todos jun- tos como Criticism and the Growth of Knowledge, compilados por Imre Lakatos y Alan Musgrave (Londres, Cambridge University Press, 1970). Se reimprime con el permiso de la Cambridge University Press. Hace ahora cuatro afios desde que el profesor Watkins y yo inter- cambiamos puntos de vista mutuamente impenetrables en el Colo- quio Internacional de Filosoffa de la Ciencia que tuvo lugar en el Bedford College, en Londres. Releyendo nuestras contribuciones junto con las que se les afiadieron desde entonces, estoy tentado de postular la existencia de dos Thomas Kuhn. Kuhn, es el autor de este ensayo y de una contribucion anterior incluida en este volumen.' También pu- * Aunque mi batalla con la fecha fijada para la publicaci6n apenas les dejaba tie po para ello, mis colegas C. G. Hempel y R. E. Crandy de las arreglaron para leer mi pt mer manuscrito y ofrecer titiles sugerencias para mejorarlo conceptual y estilistica- mente. Les estoy muy agradecido, pero no deben ser culpados por mis puntos de vista. 1. T. S. Kuhn, «Logic of Discovery or Psycology of Research?», en Criticism and the Growth of Knowledge, Proceedings of the International Collogium in the Philosophy of Science, London, 1965, vol. 4, I. Lakatos y A. Musgrave (comps.), Cambridge, Cam- bridge University Press, 1970, pags. 1-23 (trad. cast.: La critica y el desarrollo del cono- 152 COMENTARIOS Y REPLICAS blicé, en 1962, un libro denominado La estructura de las revoluciones cientificas, sobre el que él y la sefiorita Masterman discuten mas arri ba. Kuhn, es el autor de otro libro con el mismo titulo. Es el citado aqui repetidamente por sir Karl Popper, asi como por los profesores Feyerabend, Lakatos, Toulmin y Watkins. El que ambos libros Ileven el mismo titulo no puede ser casual, pues los puntos de vista que pre- sentan a menudo se solapan y, en todo caso, estén cxpresados con las mismas palabras. Pero lego a la conclusién de que sus intereses cen- trales son, usualmente, muy diferentes. Tal como es citado por sus c ticos (desafortunadamente no he podido conseguir su original), pare- ce ser que ocasionalmente Kuhn, hace observaciones que subvierten aspectos esenciales de la posicion perfilada por su homonimo. Dado que carezco del ingenio para prolongar esta fantasiosa in- troduccién, en lugar de ello explicaré por qué me he embarcado en ella. Gran parte de este volumen constituye un testimonio de lo que he descrito mas arriba como un cambio de Gestalt que divide a los lectores de La estructura en dos grupos. Junto con dicho libro, esta coleccién de ensayos proporciona por tanto un reiterado ejemplo de lo que en otra parte he Ilamado comunicacién parcial o incompleta —ese didlogo de sordos que usualmente caracteriza el discurso entre los partidarios de puntos de vista inconmensurables. Tal colapso de la comuntcacion es algo importante y requiere mu- cho estudio. A diferencia de Feyerabend (al menos tal como yo y otros Io leemos), yo no creo que sea total o irremediable. Mientras que él habla de inconmensurabilidad tout court, yo normalmente he hablado de comunicacién parcial, y creo que ésta puede mejorarse todo lo que lo exijan las circunstancias y la paciencia lo permita, un punto que desarrollaré mds adelante. Pero tampoco creo, como lo hace sir Karl, que el sentido en el que «somos prisioneros atrapados en el marco de nuestras teorias, nuestras expectativas, nuestras experien- cias pasadas, nuestro lenguaje» sea meramente «pickwickiano». Ni supongo que «en cualquier momento podemos salir de nuestro mar- co... [a] uno mejor y mas amplio... [del que] en cualquier momento podemos salir... de nuevo».? Si esta posibilidad estuviera disponible habitualmente, no deberfa existir una especial dificultad para acce cimiento. Actas del Coloquio internacional de Filosofia de la ciencia celebrado en Londres en 1965, Barcelona, Grijalbo, 1974). 2. K. R. Popper, «Normal Science and Its Dangers», en Criticism and the Growth of Knowledge, op. cit., pag. 56. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 153 der al marco de otra persona para evaluarlo. Sin embargo, los inten- tos de mis criticos para acceder al mio sugieren que los cambios de marco, de tearfa, de lengnaje 0 de paradigma plantean problemas, tanto practicos como de principio, mds profundos de lo que las citas anteriores reconocen. No se trata simplemente de los problemas del discurso ordinario, ni se resolverdn en absoluto con las mismas téc- nicas. Si pudieran serlo, o si los cambios de marco fueran normales y pudicran producirse a voluntad y en cualquier momento, no serfan comparables, en la frase de sir Karl, a «{los] choque[s] culturalfes] que han constituido un estimulo para algunas de las mas grandes re- voluciones intelectuales» (pag. 57). La propia posibilidad de esta comparacién es lo que los hace tan importantes. Asi pues, un aspecto especialmente interesante de este volumen con- siste en que proporciona un ejemplo desarrollado de un choque cultural menor, de las serias dificultades de comunicacion que caracterizan tales choques, y de las técnicas lingitisticas desplegadas en el intento de su- perarlas. Leido como un ejemplo, puede constituir un objeto de estudio y andlisis que proporcione informacién concreta respecto al tipo de epi- sodio evolutivo del que sabemos muy poco. Sospecho que, para algunos lectores, el reiterado fracaso de estos ensayos para intersectarse en cnestiones intelectuales constituird el mayor interés de este libro. Efec- tivamente, dado que tales fracasos ilustran un fenémeno esencial de mi propio punto de vista, esto es lo interesante del libro para mi. Sin em- bargo estoy demasiado metido, me encuentro demasiado implicado para proporcionar el andlisis que el colapso producido en la comunica- cién merece. En lugar de ello, aunque estoy convencido de que frecuen- temente su critica apunta en una direccién equivocada, lo cual a menu- do desdibuja las profundas diferencias existentes entre los puntos de vista de sir Karl y los mfos, en lo que sigue debo tratar principalmente de los puntos planteados aqui por mis criticos. Exceptuando por el momento los planteados por el estimulante articulo de la sefiorita Masterman, estos puntos abarcan tres catego- rfas coherentes, cada una de las cuales ilustra lo que acabo de deno- minar el fracaso de nuestra discusin para intersectarnos en los pro- blemas. Para los propésitos de mi discusién, la primera que abordaré es la diferencia percibida en nuestros métodos: logica versus historia y psicologia social; normativo versus descriptivo. Como en breve tra- taré de demostrar, como medio para distinguir entre los participantes en este volumen, estos contrastes resultan extrafios. A diferencia de los miembros de lo que hasta hace poco ha sido la corriente principal de la filosofia de la ciencia, para desarrollar nuestros puntos de vista, 154 COMENTARIOS Y REPLICAS todos nosotros hacemos investigaci6n histérica y nos apoyamos en ella y en la observacién de los cientificus contempurducus. Eu estos puntos de vista, ademas, lo descriptivo y lo normativo estan inextri- cablemente mezclados. Aunque podemos diferir en nuestros estanda- res y seguramente diferimos sobre cuestiones sustanciales, apenas se nos puede distinguir por nuestros métodos. E] titulo de mi anterior articulo, «¢Légica del descubrimiento o psicologia de la investiga- cién?» no fue elegido para sugerir lo que sir Karl debe hacer, sino mas bien para describir lo gue hace. Cuando Lakatos escribe: «Pero el marco conceptual de Kuhn [...] es sociopsicolégico: el mio es norma- tivo»? sdlo se me ocurre que esta haciendo juegos malabares para re- servarse para s{ mismo el manto del filésofo. Seguramente Feyera- bend esta en lo cierto al afirmar que mi trabajo hace repetidamente afirmaciones normativas. Asimismo es seguro, aunque este punto re- querir4 m4s discusién, que la posicién de Lakatos es sociopsicolégi ca en su reiterado recurso a decisiones gobernadas no por reglas 16- gicas, sino por la madura sensibilidad del cientffico cualificado. Si difiero de Lakatos (o de sir Karl, Feyerabend, Toulmin o Watkins) es respecto a la esencia, mds que con relacién al método. En cuanto a la esencia, nuestra diferencia mas obvia es respecto a la ciencia normal, tema al que pasaré inmediatamente después de dis- cutir el método. Una parte desproporcionada de este volumen esta de- dicada a la ciencia normal, y esto exige una retérica de lo més extrait Ja ciencia normal no existe y no es interesante. En esta cuestién esta- mos en desacuerdo, pero no creo que la discrepancia sea importante, 0 que verse sobre lo que mis criticos suponen. Al ocuparme de esto, tra- taré en parte de las dificultades reales que plantea recuperar la tradi- cin cientifica normal de la historia, pero mi primer punto de interés y el mds importante sera de tipo légico. La existencia de la ciencia nor- mal es un corolario de la existencia de las revoluciones, un punto im- plicito en el articulo de sir Karl y explicito en el de Lakatos. Si no exis- tiese (o si no fuera esencial, prescindible para la ciencia) entonces también las revoluciones peligrarian. Pero, respecto a estas tiltimas, yo y mis criticos (excepto Toulmin) estamos de acuerdo. Las revoluciones a través de la critica exigen hablar de ciencia normal no menos que las revoluciones a través de las crisis. Inevitablemente, la expresin «pro- pésitos cruzados» capta la naturaleza de nuestro discurso mejor que «desacuerdo». 3. L. Lakatos, «Falsification and the Methodology of Scientific Research Program- mesy, en Criticism and the Growth of Knowledge, op. cit., pag. 172. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 155 La discusién de la ciencia normal plantea el tercer conjunto de cuestiones sobre las que se ha ceuuado la critica. la naturaleza del cambio desde una tradicién cientifica normal a otra y la de las técni- cas por las que se resuelven los conflictos resultantes. Mis criticos responden a mis puntos de vista sobre este tema con cargos de irra- cionalidad, de relativismo y de la defensa de la ley de la calle. Todo esto son etiquetas que rechazo categoricamente, incluso cuando son usadas en mi defensa por Feyerabend. Decir que, en cuestiones de eleccién de teorfas, la fuerza de la légica y la observacién no pueden ser en principio compulsivas no equivale a descartar la légica y la ob- servaci6n, ni sugerir que no hay buenas razones para preferir una teoria en lugar de otra. Decir que, en tales cuestiones, los cientificos cualificados son la corte suprema de apelaci6n no es defender la ley de la calle, ni sugerir que los cientificos podrian haber decidido acep- tar cualquicr tcorfa. También cn esta Grea mis criticos y yo discrepa mos, pero todavia ha de considerarse cual es la naturaleza de nues- tras diferencia: Estos tres conjuntos de cuestiones —método, ciencia normal y ley de la calle— son los que ocupan mis espacio en este volumen y, por esta raz6n, también en mi respuesta. Pero mi réplica no puede cerrar- se sin ir un paso més alla de estos aspectos para considerar el proble- ma de los paradigmas al que esta dedicado el ensayo de la sefiorita Masterman. Coincido con su afirmacién de que el término «paradig- ma» apunta al aspecto filoséfico central de mi libro, pero que, en és: te, su tratamiento es bastante confuso. Ningtin aspecto de mi punto de vista ha evolucionado més desde que el libro fue escrito, y su ar- ticulo me ha ayudado en este desarrollo. Aunque mi actual posicién difiere de la suya en muchos detalles, nos aproximamos al problema con el mismo espfritu, incluyendo una conviccién compartida res- pecto a la relevancia de la filosofia del lenguaje y de la metafora. Aqui no voy a poder desarrollar en toda su amplitud los problemas planteados por mi modo inicial de tratar los paradigmas, pero hay dos consideraciones que exigen que me refiera a ellos. Incluso una breve discusién deberia permitir aislar dos modos muy diferentes en los que el término es utilizado en mi libro y, de este modo, eliminar una cons- telacién de confusiones que ha supuesto un lastre tanto para mi como para mis criticos. Ademas, la clarificacién resultante me permitiré se- falar lo que considero que constituye la raiz de la diferencia concreta mas importante que mantengo en relacién con sir Karl. El y sus seguidores comparten con los filésofos de la ciencia mas tradicionales el supuesto de que la eleccién entre teorfas puede resol- 156 COMENTARIOS Y REPLICAS verse mediante técnicas que son semanticamente neutrales. Las con- secnencias ohservacionales de ambas tearfas primero se formulan en un vocabulario basico compartido (no necesariamente concreto 0 peturanente). Entonces alguna medida comparativa de su total de verdad/falsedad proporciona la base para una eleccién entre amba: Para sir Karl y su escuela, no menos que para Carnap y Reichenbach, los canones de racionalidad derivan exclusivamente de los de la sin- taxis légica y lingiiistica. Paul Feyerabend aporta la excepcién que confirma la regla. Al negar la existencia de un vocabulario adecuado para los informes observacionales neutrales, llega de inmediato a la conclusién de que la eleccién entre teorias es intrinsecamente irra- cional. Se trata seguramente de una conclusién pickwickiana. Ningin pro- ceso esencial para el desarrollo cientifico puede ser etiquetado de «irra- cional» sin violentar enormemente el término. Por tanto es una suerte que la conclusion sea innecesaria. Uno puede negar, como hacemos Feyerabend y yo mismo, la existencia de un lenguaje observacional compartido en su totalidad por las dos teorias y aun asi esperar que siga habiendo buenas razones para elegir entre ellas. Sin embargo, para alcanzar esta meta, los fil6sofos de la ciencia necesitaran seguir a otros filésofos contempordneos en el examen, de una profundidad sin precedentes, de la manera en la que el lenguaje se adecua al mun- do, preguntandose cémo se conectan los términos a la naturaleza, cé- mo se aprenden estas conexiones, y cémo los miembros de la comu- nidad lingiifstica los transmiten de una generacién a otra. Dado que los paradigmas, en uno de los dos sentidos distinguibles del término, son fundamentales para mi propio intento de responder a este tipo de preguntas, también deben ocupar un lugar en este ensayo. METODOLOGIA: EL PAPEL DE LA HISTORIA Y DE LA SOCIOLOGIA Muchos ensayos de este volumen comparten las dudas respecto a que mis métodos sean apropiados para llegar a mis conclusiones. Mis criticos afirman que la historia y la psicologia social no son una base adecuada para las conclusiones filos6ficas. Sin embargo, sus re- servas no son una y la misma. Por tanto, consideraré una tras otra las formas algo diferentes que toman en los ensayos de sir Karl, Watkins, Feyerabend y Lakatos. Sir Karl concluye su artfculo sefialando que para él «la idea de re- currir a la sociologia o psicologfa (0 [...] la historia de la ciencia), pa- CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 157 ra que nos ilustren sobre los objetivos de la ciencia, y sobre su posible progreso, le resulta sorprendente y decepcionante [...] {Como —pre- gunta— puede ayudarnos en esta dificultad concreta el retroceso a estas ciencias a menudo espurias?».‘ Me intriga saber qué pretendera con estas observaciones, porque creo que en este Ambito no hay nin- guna diferencia entre sir Karl y yo. Si lo que quiere decir es que las generalizaciones que constituyen las teorfas aceptadas en sociologia y psicologia (ge histaria?) san déhiles juncos para construir una filo- sofia de la ciencia sobre ellas, no puedo estar mas de acuerdo. Mi tra- bajo no descansa en éstas mas que el suyo. Si, por otra parte, esta de- safiando la relevancia para la filosofia de la ciencia de los tipos de observaciones recopiladas por los historiadores y socidlogos, me pre- gunto como debe entenderse su propio trabajo. Sus escritos estan re- pletos de ejemplos histéricos y de generalizaciones sobre la conducta cientffica, algunos de lus cuales le discutidy en mi cnsayo anterior. Sir Karl escribe sobre temas histéricos, y cita este tipo de articulos en sus obras filos6ficas mas importantes. Un constante interés en los problemas histéricos y su voluntad de embarcarse en la investigacién histérica original distingue a los hombres que él ha educado de los miembros de cualquier otra escuela actual de la filosofia de la cien- cia. En estos puntos yo soy un popperiano impenitente. John Watkins expresa un tipo de duda distinto. Al principio de su articulo escribe que «la metodologia [...] esta interesada en la ciencia en su mas pura expresion, 0 en la ciencia tal como deberfa compor- tarse, mds que en la ciencia a ras de suelo».? Un punto en el que, al menos en una formulacién mas cuidadosa, estoy totalmente de acuerdo. Después arguye que lo que yo he llamado ciencia normal es ciencia a ras de suclo, y cntonces se pregunta por qué estoy tan «in- teresado en sobrestimar la ciencia normal y devaluar la ciencia ex- traordinaria» (p4g. 31). En la medida en que la pregunta es sobre la ciencia normal en particular, reservo mi respuesta para mas tarde (donde intentaré ademas desenmarafiar la extraordinaria distorsién que hace Watkins de mi posicién). Pero parece que Watkins también se hace una pregunta mas general, que se relaciona estrechamente con una cuestién planteada por Feyerabend. Ambos dan por sentado, al menos para los propésitos de su argumentacién, que los cientificos se comportan tal como yo he dicho que lo hacen (més adelante voy a 4, Popper, «Normal Science», op. cit., pags. 57-58. 5. J. W.N. Watkins, «Against “Normal Science”, en Criticism and the Growth of Knowledge, op. cit., pag. 17 158 COMENTARIOS Y REPLICAS examinar las puntualizaciones que hacen a esta concesién). ¢Por qué —preguntan ellos entonces _deberfan el filésofo o cl mctodélogo to- marse en serio los hechos? Después de todo, uno y otro estan intere- sados no en la completa descripcién de la ciencia, sino en el descu- brimiento de los elementos esenciales de tal empresa, es decir, en la reconstruccién racional. ¢Con qué derecho y con qué criterio le dice el historiador/observador 0 el socidlogo/observador al filésofo cudles son los hechos de la vida cientffica que debe incluir en su reconstruc- ci6n y cudles puede ignorar? Para evitar largas disquisiciones sobre la filosofia de la historia y de la sociologfa, me limitaré a dar una respuesta personal. Yo no es- toy menos interesado que los filésofos de la ciencia en la reconstruc- cién racional, en el descubrimiento de los elementos esenciales. Tam- bién yo tengo como objetivo el comprender la ciencia, las razones de su especial eficacia, el estatus cognoscitivo de sus teorfas. Pero a di ferencia de muchos fildsofos de la ciencia, yo empecé como un histo- riador de la ciencia, examinando atentamente los hechos de la vida cientffica. Habiendo descubierto de este modo que la mayor parte de la conducta cientifica, incluyendo la de los mas grandes cientificos, violaba persistentemente los cénones metodolégicos aceptados, tuve que preguntarme por qué tales fallos de adecuacién no parecian im- pedir en absoluto el éxito de la empresa. Cuando posteriormente des- cubrf que un punto de vista diferente de la naturaleza de la ciencia transformaba lo que previamente habia parecido una conducta abe- rrante en una parte esencial de una explicacién del éxito de la cien- cia, este descubrimiento supuso hallar una fuente de confianza en es- ta nueva explicacién. Asi pues, mi criterio para destacar cualquier aspecto particular de la conducta cientifica no es simplemente que ocurre, ni meramente que ocurre con frecuencia, sino mas bien que se ajusta a una teoria del conocimiento cientffico. Reciprocamente, mi confianza en esta teoria deriva de su capacidad para dar un sentido coherente a muchos hechos que, desde el punto de vista mas antiguo, habian sido aberrantes 0 irrelevantes. Los lectores observaran una circularidad en el argumento, pero no es viciosa, y su presencia no distingue en absoluto mi punto de vista del de mis presentes criticos. Aqui, también, me comporto igual que ellos. El hecho de que mis criterios para discriminar entre los elementos esenciales y los que no lo son en la conducta cientifica observada sean en buena medida teéricos proporciona también una respuesta a lo que Feyerabend llama la ambigiiedad de mi exposicién. Las obser- vaciones de Kuhn sobre el desarrollo cientifico —pregunta— ¢deben CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS. 159 leerse como descripciones 0 como prescripciones?* Desde luego, la respuesta cs que deben Iecrse en ambos scntidos a la vez. Si yo tengo una teorfa de cémo y por qué funciona la ciencia, eso debe forzosa- mente tener implicaciones en el modo en que los cientificos deberian comportarse si su empresa tiene que resultar fructifera. La estructu- ra de mi argumento es simple y, segtin creo, no se le pueden hacer objeciones: los cientificos se comportan de los modos siguientes; di- chos modos de comportarse tienen (aqui entra la teorfa) las siguien- tes funciones esenciales; en ausencia de un modo alternativo que pu- diera cumplir funciones similares, los cientificos deben comportarse esencialmente tal como lo hacen si lo que les interesa es mejorar el conocimiento cientifico. Obsérvese que, en este argumento, nada establece el valor de la propia ciencia, y que consecuentemente «la defensa del hedonismo» (pég. 209) de Feyerabend es irrelevante. Sir Karl y Feyerabend, en parte porque han reconstruido mal mi prescripcién (un punto sobre el que volveré), ven una amenaza en la empresa que yo he descrito. Es «responsable de corromper nuestra comprensi6n y disminuir nuestro placer» (Feyerabend, pag. 209); es «un peligro [...] ciertamente para nuestra civilizacién» (sir Karl, pag. 53). Ni yo ni muchos de mis lec- tores nos vemos abocados a esta valoracién, pero en mi argumento no hay nada que dependa de que sea erronea. Explicar por qué fun- ciona una empresa no es aprobarla o desaprobarla. El articulo de Lakatos plantea un cuarto problema respecto al mé- todo, y es el mas fundamental de todos. Ya he confesado mi incapaci- dad para entender qué quiere decir cuando escribe cosas como «el marco conceptual de Kuhn [...] es sociopsicolégico: el mfo es norma- tivo». Sin embargo, si yo pregunto no lo que piensa al respecto, sino por qué considera apropiada esta clase de retérica, se pone de mani- fiesto un punto importante que casi esta expuesto explicitamente en el primer pardgrafo de su seccién 4. Algunos de los principios de: rrollados en mi explicacién de la ciencia son irreductiblemente so- ciolégicos, al menos por el momento. En particular, enfrentado al problema de la eleccién de teorfas, la estructura de mi respuesta es mas o menos la siguiente: tomese un grupo de las personas més ca- 6. P.K. Feyerabend, «Consolations for the Specialist», en Criticism and the Growth of Knowledge, op. cit., pég. 198. Para un examen mucho mas profundo y cuidadoso de algunos contextos en los que se funden lo descriptivo y lo normativo, véase S. Cavell, «Must We Mean What We Say?», en Must We Mean What We Say? A Book of Essays, Nueva York, Scribner, 1969, pags. 1-42. 160 COMENTARIOS Y REPLICAS. pacitadas disponibles con las motivaciones més apropiadas; edtiqu las en alguna ciencia y en las especialidades relevantes para la cleccién que hay que tomar; imbuyaseles el sistema de valores, la ideologta, vi- gente en la disciplina (y en gran medida también en otros campos cientfficos); y, finalmente, déjeseles elegir. Si esta técnica no explica el desarrollo cientifico tal como lo conocemos, ninguna otra lo haré. No puede existir un conjunto concreto de reglas de eleccién adecuado para dictar la conducta individual deseada en los casos concretos con los que los cientificos se encontraran a lo largo de sus carreras. Sea lo que sea el progreso cientifico, debemos explicarlo mediante la ins- pecci6n de la naturaleza del grupo cientffico, descubriendo lo que va- lora, lo que tolera y lo que desdefia. Esta posici6n es intrinsecamente socioldgica y, como tal, constitu- ye un importante abandono de los cénones de explicacién autoriza- dos por las tradiciones que Lakatos etiqueta de justificacionismo y falsacionismo, tanto dogmatico como ingenuo. Después especificaré mas este punto y lo defenderé. Pero en este momento me interesa simplemente su estructura, que tanto Lakatos como sir Karl hallan inaceptable por principio. Mi pregunta es: gpor qué ha de parecerles as{? Tanto uno como otro usan repetidamente argumentos con esta misma estructura. Es cierto que sir Karl no lo hace asi siempre. La parte de sus es- critos que persigue un algoritmo para la verosimilitud, si tuviera éxi- to, eliminarfa toda necesidad de recurrir a los valores del grupo, al juicio hecho por mentes preparadas de un determinado modo. Pero, como sefialé al final de mi anterior ensayo, hay muchos pasajes en los escritos de sir Karl que sélo pueden ser lefdos como descripciones de los valores y actitudes que los cientificos deben poscer si, a la ho- ra de la verdad, tienen que conseguir hacer avanzar su empresa. El falsacionismo sofisticado de Lakatos va incluso mas alla. En todos los aspectos excepto en unos pocos, de los cuales s6lo dos son esen- ciales, su posicién se encuentra actualmente muy préxima a la mia. Entre los aspectos en los que coincidimos, aunque él todavia no lo ha visto, est4 nuestro uso comun de los principios explicativos que en ultima instancia tiencn una estructura sociolégica o ideoldgica. EI falsacionismo sofisticado de Lakatos aisla un cierto numero de cuestiones acerca de las cuales los cientificos que emplean el método deben tomar decisiones, individual 0 colectivamente. (Yo desconffo del término «decisién» en este contexto, puesto que implica una deli- beracién consciente sobre cada cuestién antes de asumir una postu- ra en la investigacién. Sin embargo, por el momento, la usaré. Hasta ~~ CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 161 la tiltima seccién de este articulo, hay muy poco que dependa de la distincién entre tomar una decisién y descubrirse a sf mismo cn la posicién que habria resultado de tomarla.) Por ejemplo, los cien- titicos deben decidir qué enunciados hacen «infalsables por un fiat» y cuales no.’ O, tratandose de una teoria probabilista, deben decidir un umbral de probabilidad por debajo del cual la evidencia estadis- tica se considerara «inconsistente» con la teoria (pag. 109). Sobre todo, concibiendo las teorias como programas de investigacin que han de evaluarse a lo largo del tiempo, los cientificos deben decidir si un programa dado en un momento dado es «progresivo» (y por tanto, cientffico) o «degenerativo» (y por tanto, pseudocientifico) (pag. 118 y sigs.). En el primer caso, debe continuarse; en el tiltimo, debe re- chazarse. Adviértase ahora que una exigencia de decisiones como éstas pue- de ser leida de dos modas. Puede considerarse que nombra o describe elementos de decisién para los que se tienen que aportar todavia los procedimientos aplicables en casos concretos. En esta lectura Lakatos todavia no nos ha dicho cémo se las arreglan los cientificos para se- leccionar los enunciados concretos que han de ser infalsables por su fiat; ademés, todavia tiene que especificar los criterios que pueden usarse en el momento para distinguir un programa de investigacién degenerativo de uno progresivo, etc. De lo contrario, no nos ha dicho nada en absoluto. Alternativamente, sus observaciones respecto a la necesidad de tomar decisiones particulares pueden leerse como des- cripciones ya completas (al menos formalmente —su contenido par- ticular puede ser preliminar—) de directrices, o maximas que los cien- tificos necesitan seguir. En esta interpretacién, la tercera decisién directriz se leeria: «Como cientifico, no puedes abstenerte de decidir si tu programa de investigacién es progresivo o degenerativo, y debes asumir las consecuencias de tu decision, abandonando el programa en un caso, y continudndolo en el otro». Correlativamente, la segunda directriz se leeria: «Trabajando en una teoria probabilista, debes pre- guntarte constantemente si el resultado de algtin experimento par- ticular no es tan improbable como para ser inconsistente con tu teoria ientifico, también debes responder». Finalmente, la primera directriz se leeria: «Como cientifico tienes que asumir riesgos, eligien- do ciertos enunciados como los basicos para tu trabajo e ignorar, al menos hasta que tu programa de investigacién se haya desarrollado, todos los ataques reales 0 potenciales contra ellos». y, como 7. Lakatos, «Falsi ication», op. cit., pag. 106. 162 COMENTARIOS Y REPLICAS Desde luego, la segunda lectura es mucho mas débil que la prime- ra. Exige las mismas decisiones, pero no proporciona ni promete proporcionar reglas que dictaran sus resultados. Al contrario, asimi- la estas decisiones a juicios de valor (un tema sobre el que tendré que aiiadir algo) mds que a mediciones 0 cAlculos, por ejemplo, de peso. No obstante, concebidas simplemente como imperativos que com- prometen al cientifico a tomar ciertas clases de decisiones, estas di- rectrices son lo suficientemente fuertes para afectar profundamente el desarrollo cientffico. Un grupo cuyos miembros no sienten la obli- gacién de bregar con tales decisiones (sino que, al contrario, desta- quen otras, o ninguna en absoluto) se comportarfa de modos nota- blemente diferentes, y consecuentemente su disciplina cambiarfa. Aunque la discusién de Lakatos de sus directrices de decisién a me- nudo es equ{voca, creo que su metodologfa depende precisamente de este segundo tipo de eficacia. Ciertamente, no hace mucho para es pecificar los algoritmos mediante los cuales se tomarian las decisio- nes que él demanda, y el tenor de su discusién sobre el falsacionismo ingenuo y dogmatico sugiere que ya no cree posible tal especifica- ci6n. Sin embargo, en este caso, sus imperativos de decisién son, for- malmente, aunque no siempre en contenido, idénticos a los mfos. Di- chos imperativos especifican los compromisos ideolégicos que los cientificos deben compartir si su empresa tiene que tener éxito. Por eso son irreductiblemente sociolégicas en el mismo sentido y en la misma medida que mis principios explicativos. En estas circunstancias, no estoy seguro de qué es lo que esta criti- cando Lakatos 0 de cudl cree que es nuestro desacuerdo en esta area. Una extrafia nota a pie de pagina al final de su artfculo puede, no obs- tante, proporcionar una clave: Hay dos clases de filosofias psicologistas de la ciencia. Segiin una, no puede haber filosoffa de la ciencia: slo una psicologia de cientificos individuales. Seguin la otra, hay una psicologia de la mente «cientifi- ca», «ideal» 0 «normal»: ésta convierte la filosofia de la ciencia en una psicologia de esta mente ideal [...] Kuhn no parece haber notado esta distincién (pag. 180, n. 3). Si le entiendo correctamente, Lakatos identifica la primera clase de filosofia de la ciencia psicologista conmigo, y la segunda consigo mismo. Pero me esta malentendiendo. No estamos tan alejados como su descripcién podria dar a entender, y donde diferimos, su posicién literal exigirfa una renuncia a nuestro objetivo comin. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRiTICOS 163 Parte de lo que Lakatos esta rechazando son las explicaciones que exigen el recurso a los factores que individualicen a los cientificos concretos («la psicologia del cientffico individuals versus «la psicolo gia de la [...] mente “normal”»). Pero esto no nos separa. Yo he recu- rrido exclusivamente a la psicologta social (yo prefiero «sociologia»), un campo bastante diferente a la psicologia individual reiterada n ve- ces. Consecuentemente, a efectos de explicacion, la unidad que utili- zo es el grupo cientffico normal (cs decir, no-patolégico), teniendy en cuenta el hecho de que sus miembros difieren unos de otros, pero no lo que hace nico a un individuo dado. Ademas, a Lakatos le gustaria eliminar de las mentes cientificas normales incluso las caracteristi cas que las hacen ser mentes de seres humanos. Aparentemente, él no ve otro modo de retener la metodologia de una ciencia ideal en la explicaci6n del éxito observado en la ciencia real. Pero si Lakatos es- pera explicar el exito de una empresa practicada por personas, este modo no funcionara. No hay mentes ideales, y por tanto «la psicolo- gia de esta mente ideal» no constituye una base disponible para la ex- plicacién. Ni tampoco lo es la manera en que Lakatos introduce el ideal que se requiere para alcanzar lo que se propone. Los ideales compartidos afectan a la conducta sin convertir en entes ideales a aquellos que los sostienen. Por tanto, el tipa de pregunta que yo plan- teo es: ¢c6mo afectard a la conducta del grupo una determinada cons- telacién de creencias, valores e imperativos? Mis explicaciones se si- guen de la respuesta. No estoy seguro de que Lakatos quiera decir otra cosa, pero si no es asi, no hay nada en esta rea sobre lo que dis- crepemos. Al haber reconstruido mal la base sociolégica de mi posicién, ha resultado inevitable que Lakatos y mis otros criticos no advirtieran una caracteristica especial que se sigue de tomar como unidad el gru- po normal en lugar de la mente normal. Dado un algoritmo compar- tido adecuado, digamos, para la elecci6n individual entre teorfas en competencia o para la identificacién de una anomalia grave, todos los miembros de un grupo cientifico llegaran a la misma decision Sucederfa asf incluso si el algoritmo fuera probabilfstico, porque to- dos los que lo usaran evaluarian la evidencia del mismo modo. Sin embargo, los efectos de una ideologia compartida son menos unifor- mes, porque su modo de aplicaci6n es de un tipo diferente. Dado un grupo en el que todos los miembros estén comprometidos en la elec- ci6n entre teorfas alternativas y también en tomar en consideracién valores como la precision, la simplicidad, el alcance, etc., aun asf, al hacer su eleccién, las decisiones concretas de los miembros indivi- 164 COMENTARIOS Y REPLICAS duales en casos individuales varian. E] comportamiento del grupo se vera afectado decisivamente por los compromisos compartidos, pero la eleccién individual también sera una funci6n de la personalidad, de la educacién y del esquema previo de investigacién profesional. (Estas variables pertenecen al 4mbito de la psicologfa individual.) A la mayoria de mis criticos, esta variabilidad les parece un punto débil de mi posicién. Sin embargo, cuando afronte los problemas de la cri- sis y de la eleccién de la teorfa, argitiré que, al contrario. es mas bien un punto fuerte. Si una decision debe tomarse bajo circunstancias en las que incluso el juicio mas pausado y reflexivo puede ser erréneo, puede ser vitalmente importante que los distintos individuos decidan de modos diferentes. Mas bien me he interesado por lo que ahora Toulmin considera que posteriormente se ha convertido en mi centro de atenci6én: un tipo de cambio conceptual poco estudiado que ocurre frecuentemente en la ciencia y es fundamental para su avance. Para este asunto la analogia geolégica de Toulmin es totalmente apropiada, pero no en el modo en que él la usa. El destaca el aspecto del debate uniformismo-catastrofismo que se ocupa de la posibilidad de atribuir las catdstrofes a causas naturales, y sugiere que una vez que esta cuestién se ha resuelto «las catéstrofes se convierten en lo uniforme y regido por leyes exactamente igual que cualquier otro fe- némeno geoldgico y paleontolégico» (pag. 43, las cursivas son mias). 22. S. E. Toulmin, «Does the Distinction between Normal and Revolutionary S ce Hold Water?», en Criticism and the Growth of Knowledge, op. cit., pags. 39 y sigs 23. Véase también S. E. Toulmin, «The Evolutionary Development of Natural Science», American Scientist, 55, 1967, pags. 456-471, especialmente pag. 471, n. 8. La publicacién de esta hablilla biografica antes del articulo en el que pretende estar basa- da me ha traido muchos problemas. 24, Véase Structure, op. cit., pags. 7 y sigs. En la pag. 6 la posibilidad de extender la concepcién a las microrrevoluciones se describe como una «tesis fundamental» del libro. 25. Toulmin, «Does the Distinction», op. cit.. pag. 44. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 175 Pero su insercién del término «uniforme» es gratuita. Ademas de la cuestién de las causas naturales, el debate tiene un segundo aspecto de interés: la cuestion de si las catastrofes existieron, si en la evolu- cién geol6gica habria que atribuir un papel principal a fenomenos co- mo los terremotos y la accién volcdnica, que actuaron mas repentina y destructivamente que la erosi6n y la sedimentacién. Los uniformis- tas perdieron esta parte del debatc. Cuando se acabé, los gedlogos reconocieron la existencia de dos clases de cambios geoldgicos, no menos distintos entre si porque ambos se debieran a causas naturales; uno actuaba gradual y uniformemente, el otro repentina y catastrofi- camente. Tampoco hoy tratamos los maremotos como casos especia- les de erosién. En correspondencia con esto, lo que yo he afirmado no es que las revoluciones fueran tipos de eventos inescrutables, sino que en la ciencia, coma en la geologia, hay dos clases de cambios. Uno de ellos, la ciencia normal, es el proceso generalmente acumulativo mediante el cual las creencias aceptadas de una comunidad cientifica se forta- lecen, articulan y amplian. Es para lo que los cientfficos estan forma- dos y la principal tradicién de la filosoffa de la ciencia de habla in- glesa deriva del examen de los trabajos ejemplares en los que est encarnada esta formacion. Desafortunadamente, como indiqué en mi ensayo anterior, los partidarios de esta tradicion filosofica general- mente eligen sus ejemplos de cambios de entre los de otra clase, que entonces cortan a la medida para que resulten adecuados. E] resulta- do es el fracaso en el reconocimiento del predominio de los cambios en los que los compromisos conceptuales fundamentales para la prac- tica de alguna especialidad cientifica deben ser desechados y reem- plazados. Desde luego, como afirma Toulmin, las dos clases de cam- bios se interpenetran: las revoluciones no son més totales en la ciencia que en otros 6rdenes de la vida, pero el reconocimiento de la conti- nuidad a través de las revoluciones no ha Ilevado a los historiadores a abandonar la noci6n. Fue un punto débil de-La estructura el que s6- lo pudiera mencionar, pero no analizar, el fenémeno al que referia re- petidamente como «comunicacién parcial». Pero la comunicacién nunca fue, como Toulmin sostendria, «completa incomprensién [mu tua]» (pag. 43). Designaba un problema en el que habia que trabajar, no hacia de él algo inescrutable. A menos que podamos aprender algo mas sobre esto (en la préxima seccién ofreceré algunas indicaciones) continuaremos entendiendo mal la naturaleza del progreso cientffico y, por tanto, quiza también la naturaleza del conocimiento. No hay nada en el ensayo de Toulmin que Ilegue a convencerme de que ten- 176 COMENTARIOS Y REPLICAS dremos éxito si continuamos tratando los cambios cientiticos como si todos fuesen de una unica clase. Sin embargo, el desaffo fundamental de su articulo sigue en pie. ¢Podemos distinguir las meras articulaciones u eatcusivues de creen- cias compartidas de los cambios que implican la reconstruccién? Ob- viamente, en casos extremos, la respuesta es «si». La teoria del es- pectro del hidrégeno de Bohr fue revolucionaria, mientras que la teorfa de la estructura fina del hidrégeno de Sommerfeld no lo fue; la teorfa astronomica copernicana fue revolucionaria, pero la teorfa calérica de la compresién adiabatica no lo fue. Pero estos ejemplos son demasiado extremos para resultar ilustrativos: hay demasiadas diferencias entre las teorfas en contraste, y los cambios revoluciona- rios afectaron a demasiada gente. Pero, afortunadamente, no esta- mos limitados a estos casos: la teoria del circuito eléctrico de Ampe- re era revolucionaria (al menos entre los estudiosos franceses de la electricidad) porque separé la corriente eléctrica y los efectos elec- trostaticos, que antes habfan estado conceptualmente unidos. Tam- bién la ley de Ohm fue revolucionaria, y consecuentemente se le opuso resistencia porque exigfa una integracién de conceptos que previa- mente se aplicaban por separado a la corriente y a la carga.”* Por otra parte, la ley de Joule-Lenz que relacionaba el calor generado en un hilo con la resistencia y la corriente fue un producto de la ciencia normal, pues tanto los efectos cualitativos como los conceptos reque- ridos para la cuantificacién se encontraban a mano. Del mismo modo, en un nivel que no es tan obviamente tedrico, el descubrimiento del oxfgeno de Lavoisier (aunque quiza no el descubrimiento de Scheele, y seguramente tampoco el de Priestley) era revolucionario, porque era inseparable de una nueva teoria de la combustion y de la acidez. Sin embargo, el descubrimiento del neén no lo fue, porque el helio habfa proporcionado ya tanto la nocion de un gas inerte como la co- lumna requerida en la tabla periddica. No obstante, cabe preguntarse cudn universalmente y hasta dénde puede llevarse este proceso de diferenciacién. Me han preguntado una y otra vez si tal 0 cual desarrollo era «normal o revolucionario», y normalmente tengo que contestar que no lo sé. Nada de esto de- pende de que yo, 0 cualquier otro, seamos capaces de responder en 26. Sobre estos temas, véase T. M. Brown, «The Electric Current in Early Nine- teenth-Century French Physics», en Historical Studies in the Physical Sciences 1, 1969, pags. 61-103; M. L. Schagrin, «Resistance to Ohm's Law», en American Journal of Phy- sics, 31, 1963, pags. 536-537. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 177 cada caso concebible, sino que en su mayor parte depende de si la di- ferenciacién es aplicable a un ntimero mucho mayor de casos de los muchos que ya se han aportado. Parte de la dificultad para responder a esta cuestion estriba en que la diferenciacion de los episodios nor- males de los revolucionarios exige un atento estudio histérico y po- cas partes de la historia de la ciencia han sido estudiadas de este mo- do. No sélo se debe conocer el nombre del cambio, sino la naturaleza y la estructura de los compromisos del grupo antes y después de que éste ocurra. A menudo, para determinar esto, uno debe saber tam- bién el modo en que el cambio fue recibido cuando se propuso por primera vez. (No hay un drea en la que yo sea mas profundamente consciente de la necesidad de investigaci6n histérica adicional, aun- que discrepo de la conclusién que extrae Pearce Williams de dicha necesidad, y dudo que los resultados de la investigacién hagan que sir Karl y yo nos aproximemos.) Sin embargo. la dificultad a la que yo me enfrento encierra un aspecto mas profundo. Aunque depende mu- cho de que se investigue més o no, los trabajos que se requieren en este caso no son simplemente del tipo indicado mas arriba. Ademas, la estructura del argumento en La estructura oscurece un poco lo que se echa en falta. Si ahora reescribiera el libro cambiarfa significati- vamente su organizacion. Lo esencial del problema consiste en que para responder a la pre- gunta «¢normal o revolucionario?» uno tiene primero que preguntar «¢para quién?». A veces la respuesta es facil: la astronomfa copernica- na fue revolucionaria para todos; el oxfgeno fue una revolucién para los quimicos, pero no para, por ejemplo, los astrénomos matematicos a menos que, como Laplace, también estuvieran interesados en los te- mas térmicos y los relacionados con la quimica. Para este ultimo gru- po el oxigeno era simplemente otro gas, y su descubrimiento represen- taba meramente un incremento de su conocimiento; para ellos como astronomos no habia nada esencial que tuviera que ser cambiado para asimilar el descubrimiento. Sin embargo, usualmente no es posible identificar grupos que comparten compromisos cognitivos simplemen- te nombrando una disciplina cientifica —astronom{ia, quimica, mate- maticas u otra parecida—. No obstante, esto es precisamente lo que yo he hecho e hice previamente en mi libro. Algunos temas cientificos —por ejemplo, el estudio del calor— han pertenecido a diferentes co- munidades cientificas en diferentes momentos, a veces a varias a la vez, sin llegar a ser el coto privado de nadie. Adems, aunque los cien- tificos estan mucho més proximos a la unanimidad que los profesiona- les, por ejemplo, de la filosofia y de las artes, en la ciencia existen cosas 178 COMENTARIOS Y REPLICAS tales como las escuelas, comunidades que se aproximan a un mismo tema desde puntos de vista muy distintos. Los estudiosos franceses de la electricidad de las primeras décadas del siglo xx eran miembros de una escucla que casi no inclufa a ningtin tedrico de la clectrividad britanico del momento, etc. Por lo tanto, si estuviera escribiendo mi li- bro ahora, empezarfa discutiendo la estructura comunitaria de la cien- cia, y al hacerlo no me basarfa exclusivamente en la disciplina com- partida. La estructura comunitaria es un tema sobre el que por el momento tenemus muy puca informacion, pero recientemente ha pa- sado a despertar el interés de los socidlogos, y también los historiado- res se estan interesando cada vez mas por el asunto.” Los problemas de la investigacién relacionados con este aspecto no son en absoluto triviales. Los historiadores de la ciencia que se enfren- tan a ellos deben dejar de apoyarse exclusivamente en las técnicas del historiador intelectual y usar también las del historiador social y las del cultural. Aunque el trabajo apenas ha empezado, tenemos muchas razones para pensar que tendra éxito, particularmente en el caso de las ciencias desarrolladas, las que cortaron sus raices histéricas en las co- munidades filos6fica o médica. En este caso, lo que uno desearia tener es la lista de los diferentes grupos de especialistas gracias a los cuales avanzaba la ciencia en los distintos periodos de tiempo. La unidad analitica seria los profesionales de una especialidad dada, hombres li- gados por los elementos comunes de su educacién y aprendizaje, cons- cientes del trabajo respectivo, caracterizados por su comunicacién profesional relativamente completa, y por la relativa unanimidad de sus juicios profesionales. En las ciencias maduras los miembros de ta- les comunidades normalmente se verian a si mismos y serian vistos por los demas como los hombres que tienen la responsabilidad exclu- siva de una disciplina dada y de un conjunto de objetivos, incluyendo la formacién de sus sucesores. Sin embargo, la investigacién también pondria al descubierto la existencia de escuelas rivales. Las comunida- des tipicas, al menos en la escena cientffica contemporanea, pueden constar de un centenar de miembros, a veces significativamente me- nos. Los individuos, especialmente los mas capaces, pueden pertenecer a varios grupos, ya sea simultdnea o sucesivamente, y cambiaran o al menos ajustaran sus esquemas mentales al pasar de uno a otro. 27. Una discusién algo mas detallada de esta reorganizacién junto con alguna bio- grafia preliminar se incluye en mi «Second Thoughts on Paradigms», en The Structure of Scientific Theories, F. Suppe (comp.), Urbana, University of Illinois Press, 1974, pags. 459-482 (trad. cit.); reimpreso en The Essential Tension, op. cit., pags. 293-319. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 179 Sugiero que esta clase de grupos son los que deberian ser conside- rados como las unidades que producen el conocimiento cientifico. Desde luego, no podrian funcionar sin sus miembros individuales, pero la idea del conocimiento cientifico como un producto privado presenta los mismos problemas intrinsecos que la nocién de un len- guaje privado, un paralelismo al que volveré. Ni el conocimiento ni el lenguaje siguen sicndo lo mismo cuando se conciben como algo que un individuo puede poseer y desarrollar solo. Por eso, la pregunta «gnormal o revolucionario?» deberia plantearse en referencia a gru- pos como éstos. Entonces, muchos episodios no seran revoluciona- rios para ninguna comunidad, muchos otros lo serén sdlo para un grupo pequefio, otros para varias comunidades a la vez, y unos pocos para toda la ciencia. Yo creo que, planteada de este modo, la pregun- ta tiene respuestas tan precisas como exige mi distincién. Ilustraré dentro de un momento una razén para pensarlo asf aplicanda este tratamiento a algunos de los casos concretos usados por mis criticos para plantear dudas respecto a la existencia y el papel de la ciencia normal. Sin embargo, primero debo sefialar un aspecto de mi posi- cin actual que representa una profunda diferencia, mucho més cla- ra que la que afecta a la ciencia normal, entre mi punto de vista y el de sir Karl. El programa que acabo de exponer a grandes rasgos pone de mani- fiesto, mas claramente de lo que lo ha sido antes, la base sociologica de mi posicién. Y lo que es mas importante, destaca lo que quiz4 no habfa estado claro hasta ahora, la medida en la que considero intrin- seco del conocimiento cientifico el ser un producto de agregados de comunidades de especialistas. Sir Karl ve «un gran peligro en [...] la especializacion», y el contexto en el que hace esta valoracién sugiere que se trata del mismo peligro que ve en la ciencia normal.” Pero, al menos con respecto al primer punto, la batalla ha estado claramente perdida desde el principio. No se trata de que uno no pueda desear por buenas razones oponerse a la especializacion e incluso tener éxito al hacerlo, sino de que el esfuerzo equivaldria necesariamente a opo- nerse también a la propia ciencia. Cada vez que sir Karl contrapone la ciencia y la filosofia, como hace al principio de su articulo, 0 la fisica y la sociologia, la psicologia y la historia, como hace al final, est4 con- traponiendo una disciplina esotérica, aislada y ampliamente auténo- ma con otra que todavia pretende comunicarse con, y persuadir a, un ptblico mayor que la propia profesion. (La ciencia no es la tinica acti- 28. Popper, «Normal Science», op. cit., pags. 53 180 COMENTARIOS Y REPLICAS vidad cuyos profesionales pueden ser agrupados en comunidades, pe- ro si es la unica en la que cada comunidad es su propio y exclusivo ptiblico y juez.)” El contraste no es nuevo, caracteristico, por ejemplo, de la Gran Cienvia y de la escena contempordnea. En la antigiicdad, las matematicas y la astronom{fa era materias esotéricas; la mecdnica empezo a serlo después de Galileo y Newton; la electricidad después de Coulomb y Poisson; y asi hasta la economia actual. Para la mayor parte de ellas, esta transicion a un grupo de especialistas cerrado for- mo parte de la transicion a la madurez que he discutido anteriormen- te al considerar la emergencia de resolver los rompecabezas. Resulta dificil creer que se trate de una caracteristica prescindible. Quiz la ciencia podria volver a ser como la filosoffa, tal como desea sir Karl, pero sospecho que entonces la admirarfa menos. Para concluir esta parte de mi discusién volveré a algunos casos concretos mediante los cuales mis criticos ilustran sus dificultades para hallar la ciencia normal y sus funciones en la historia, tomando primero un problema planteado por sir Karl y Watkins. Ambos sefia- lan que nada que se pareciera al consenso respecto a lo basico «sur- gi6 a lo largo de la dilatada historia de la teoria de la materia: desde los presocraticos hasta hoy ha habido un interminable debate entre las concepciones continuistas y discontinuistas de la materia, entre va- rias tcorfas atomistas por una parte, y las tcorias del éter, la ondula toria y la del campo por otra».*° Feyerabend sefiala un punto muy similar en el caso de la segunda mitad del siglo xix, al contrastar los enfoques mecdnico, fenomenolégico y de la teorfa de campos de los problemas de fisica.*! Estoy de acuerdo con todas sus descripciones de lo que sucedié. Pero, al menos hasta los ultimos treinta afios, la expresi6n «teorfas de la materia» ni siquiera permite diferenciar los intereses de la ciencia de los de la filosoffa, y mucho menos indivi- dualizar una comunidad o un pequefio grupo de comunidades res- ponsables del tema y expertas en él. No estoy sugiriendo que los cientificos no tengan y usen teorias de la materia, ni que su trabajo no se vea afectado por tales teorfas, ni que los resultados de su investigacién no desempefien un papel en las 29. Véase mi «Comment» [sobre la relaci6n de la ciencia y el arte], op. cit. 30. Watkins, «Against “Normal Science”», op. cit., pag. 34 y sigs., pags. 54-55. Co- no nota Watkins, Dudley Shapere ha hecho una observacién similar en su recensién de La estructura (Philosophical Review, 73, 1964, pags. 383-394), en conexién con el papel de los atomistas en la quimica en la primera mitad del siglo x1x; abordo este caso un poco mas adelante. 31. Feyerabend, «Consolations for the Specialist», op. cit., pag. 207. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS. 181 teorfas de la materia sostenidas por otros. Pero, hasta este siglo, para lus cieutificos las teortas de la materia han sido mas una herramien- ta que una disciplina. Que diferentes especialidades hayan elegido di- ferentes herramientas y que algunas veces se hayan criticado mutua- mente la eleccién no significa que cada una de cllas no haya estado practicando la ciencia normal. La generalizacién que se oye a menu- do segun la cual, antes de la mecanica ondulatoria, los fisicos y los quimicos usaban teorfas de la materia caracterfsticas e irreconcilia- bles es demasiado simplista (en parte porque puede decirse lo mismo de diferentes especialidades quimicas incluso en la actualidad). Pero la propia posibilidad de tal generalizacién sugiere el modo en el que debe ser tratado el tema planteado por Watkins y sir Karl. Para este campo de investigacién, los profesionales de una comunidad o es- cuela dada no siempre necesitan compartir una teorfa de la mate- ria. La quimica caracterfstica de la primera mitad del siglo x1x es un ejemplo de ello. Aunque muchas de sus herramientas fundamentales —a proporcién constante, la proporcién multiple, la combinacién de pesos, etc.— habfan sido desarrolladas y se convirtieron en propie- dad comin por medio de la teorfa atémica de Dalton, después de es- to, los hombres que las usaban podian adoptar una amplia variedad de actitudes sobre la naturaleza e incluso la existencia de los Atomos. Su disciplina, o al menos muchas de sus partes, no dependfa de un modelo de la materia compartido. Incluso donde admiten la existencia de la ciencia normal, mis cri- ticos normalmente tienen dificultades para descubrir la crisis y el pa- pel que desempefia. Watkins proporciona un buen ejemplo de ello, y su solucion se sigue inmediatamente del tipo de andlisis ilustrado mas arriba. Las leyes de Kepler, nos recucrda Watkins, eran incompatibles con la teorja planetaria de Newton, pero anteriormente los astréno- mOs no se mostraron insatisfechos con ellas. Por tanto, Watkins afir- ma que el revolucionario tratamiento que hizo Newton de los movi- mientos planetarios no estuvo precedido por una crisis astronémica. Pero gpor qué tenfa que haberse dado tal crisis? En primer lugar, la transici6n de las érbitas keplerianas a las newtonianas no tiene por qué haber sido (carezco de la evidencia para estar seguro) una revolu- ci6n para los astronomos. La mayoria de éstos siguieron a Kepler y ex- plicaron la figura de las 6rbitas planetarias en términos mecdnicos mas que geométricos. (Es decir, su explicacion no hizo uso de la «per- feccién geométrica» de la elipse, si existia, o de alguna otra caracte- ristica de la que la 6rbita fuera privada por las perturbaciones newto- nianas.) Aunque para ellos la transicién desde el cfrculo a la elipse 182 COMENTARIOS Y REPLICAS habia sido parte de una revolucién, un ajuste menor del mecanismo explicaria, como sucedié con Newton, la desviacién de la clipticidad. Lo que es mds importante, el ajuste newtoniano de las rbitas keple- rianas fue un subproducto de su trabajo en el Ambito de la mecanica, un campo al que la comunidad de astrénomos matemiéaticos hizo al- guna referencia de paso en sus prefacios, pero que después, en su tra- bajo, sdlu desempeiié un papel de lo mas global. Sin embargo, en la mecdnica, donde Newton provocé una revolucién, habia habido un amplio reconocimiento de la crisis desde la aceptacién del copernica- nismo. El contraejemplo de Watkins es la mejor agua para mi molino. Finalmente, paso a uno de los casos histéricos expuestos por La- katos, el del programa de investigacién de Bohr, pues ilustra lo que mas me confunde de su a menudo admirable artfculo y sugiere cudn profundo puede ser el popperianismo, incluso aunque sea residual. Aunque su terminologia es diferente, su aparato analitico es suficien- temente préximo al mio: nticleo duro, trabajo en el cinturén protec- tor y fase degenerativa guardan un estrecho paralelo con paradigma, ciencia normal y crisis. A pesar de todo, hay elementos importantes en los que Lakatos no consigue ver cémo funcionan estas nociones incluso cuando se aplican a lo que para mi es un caso ideal. Permf- tanme ilustrar algunas cosas que él habria podido ver y hubiera po- dido decir. Mi version, como la suya 0 como cualquier otro trozo de narraci6n historica, seré una reconstruccién racional. Pero yo no pe- diré a mis lectores que apliquen «toneladas de sal» ni afiadiré notas a pie de pagina sefialando que lo que se dice en mi texto es falso.” Consideremos la explicacién de Lakatos del origen del 4tomo de Bohr. «El problema de fondo —escribe— era el enigma de cémo los Atomos de Rutherford [...] podian permanecer estables; pues, de acuer- 32. Lakatos, «Falsification», op. cit., pags. 138, 140, 146 y passim. Es razonable pre- guntarse cual es la fuerza de evidencia de los ejemplos que exigen este tipo de reserva (cy es «reserva la palabra adecuada?). Sin embargo, en otro contexto estaré muy agradeci- do por estos «casos hist6ricos» de Lakatos. Ilustran con mas claridad, porque lo hacen més explicitamente que cualesquiera otros ejemplos que yo conozca, las diferencias en- tre el modo en que los filésofos y los historiadores hacen historia. El problema no es que sea probable que los filésofos cometan errores —Lakatos conoce los hechos mejor que muchos historiadores que han escrito sobre estos temas, y los historiadores cometen errores egregios—. Pero un historiador no incluirfa en su narracién un informe factico que él sepa que es falso. Si lo hubiera hecho ast, seria tan consciente del delito que no es concebible que pudiera escribir una nota a pie de pagina en la que llamara la atencién al respecto. Ambos grupos son escrupulosos, pero difieren en aquello en lo que son escru- pulosos. He examinado algunas diferencias de este tipo en «The Relations between His- tory and Philosophy of Science», en The Essential Tension, op. cit., pags. 1-20. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 183 do con la bien corroborada teorfa del electromagnetismo de Maxwell- Lorenz, éstos deberfan colapsar.»» He aqui un problema genuina- mente popperiano (no 1m rempecahezas kuhniano) que surge del can- flicto entre dos partes de la ffsica cada vez mejor establecidas. Por afiadidura, habfa estado disponible durante algdin tiempo como foco potencial para la critica. No se originé con el modelo de Rutherford en 1911; la inestabilidad radiactiva también fue una dificultad para la mayoria de los modelos atémicos antiguos, incluyendo tanto el de Thomson como el de Nagaoka. Ademas, se trata del problema que Bohr (en cierto sentido) resolvié en su famoso articulo en tres partes de 1913, inaugurando de este modo una revolucién. A Lakatos le gu tarfa que éste fuese «el problema de fondo» para el programa de in- vestigacion que produjo la revolucién, y no es sorprendente, pero sin ningtin género de dudas no lo es.** Por el contrario, el trasfondo fue un rompecabezas totalmente nor- mal. Bohr se propuso mejorar las aproximaciones fisicas en un ar- ticulo de C. G. Darwin sobre la energia perdida por particulas carga- das al pasar a través de la materia. En su intento hizo lo que para él fue el sorprendente descubrimiento de que el tomo de Rutherford, a diferencia de otros modelos vigentes, era mecdnicamente inestable y que un recurso ad hoc parecido al de Planck para estabilizarlo pro- porcionaba una prometedora explicacion de las periodicidades de la tabla de Mendeleiey, algo distinto de aquello que habia estado bus- cando. En este punto, su modelo todavia no tenia estados excitados, y Bohr ni siquiera se habia interesado en aplicarlo al espectro atomi- co. Sin embargo, estos pasos se dieron a continuacién en cuanto éste intent6 reconciliar su modelo con el aparentemente incompatible de- sarrollado por J. W. Nicholson, y al intentarlo, se encontré con la fér- mula de Balmer. Como muchas de las investigaciones que producen revoluciones, los mayores logros de Bohr en 1913 fueron, por tanto, el producto de un programa de investigacién dirigido a objetivos muy diferentes de los obtenidos. Aunque no podria haber estabiliza- do el modelo de Rutherford mediante la cuantizaci6n si no hubiera conocido la crisis que el trabajo de Planck habia introducido en la fi- sica, su propio trabajo ilustra con particular claridad la revoluciona- ria eficacia de los rompecabezas de la investigacién normal. Examinemos, finalmente, la parte final del caso histérico de Laka- tos, la fase degenerativa de la antigua teorfa cudntica. Lakatos cuen- 33. Lakatos, «Falsification», op. cit., pag. 41 34, Para lo que sigue, véase Heilbron y Kuhn, «The Genesis of the Bohr Atom», op. cit. 184 COMENTARIOS Y REPLICAS ta bien la mayor parte de la historia, y simplemente la destacaré. Des- de 1900, de modo progresivo, entre los fisicos se fue reconociendo ampliamente que el cuanto de Planck habia introducido una incon- sistencia fundamental en la fisica. Al principio, muchos de ellos tra- taron de eliminarla, pero después de 1911 y particularmente después de la invencién del 4tomo de Bohr, aquellos esfuerzos criticos fueron progresivamente abandonados. Durante mas de una década, Einstein fue el tinico ffsico notable que continué dedicando sus energias a la busqueda de una fisica consistente. Otros en cambio aprendieron a vivir con la inconsistencia y trataron de resolver rompecabezas técni- cos con las herramientas disponibles. Especialmente en las areas del espectro atémico, la estructura atémica y los calores especfficos, sus logros no tuvieron precedentes. Aunque la inconsistencia de la teorfa fisica era ampliamente aceptada, los fisicos podian no obstante ex- plotarla y al hacerlo asf hicicron descubrimientos fundamentales a velocidad extraordinaria entre 1913 y 1921. Sin embargo, casi ins- tanténeamente, desde principios de 1922, se vio que estos grandes éxitos habfan aislado tres problemas que se planteaban tercamente —el modelo del helio, el efecto Zeeman anémalo y la dispersién 6p- tica— y que no podian solucionarse, los fisicos estaban cada vez mds convencidos de ello, con ninguna técnica parecida a las existentes. Como consecuencia, muchos de ellos cambiaron su postura en la in- vestigacion, y las versiones de la vieja teoria cuantica proliferaron en mayor numero y mas aventuradas que antes, disefiando y con- trastando cada tentativa con los tres puntos reconocidamente pro- blematicos. Esta ultima fase, desde 1922, es la que Lakatos llama el estadio degenerativo del programa de Bohr. En mi opinion es un ejemplo de crisis de libro, claramente documentado en publicaciones, correspon- dencia y anécdotas. Ambos lo vemos casi del mismo modo. Por tanto, Lakatos podria haber contado el resto de la historia. Para aquellos que estaban experimentando esta crisis, dos de los problemas que la habfan provocado, la dispersion y el efecto Zeeman anémalo, resul- taron ser inmensamente instructivos. Mediante una serie de pasos conectados, demasiado compleja para sintetizarla aqui, su busqueda Jes llev6 primero a la adopcién en Copenhague de un modelo de ato- mo en el que los llamados osciladores virtuales acoplaban estados cudnticos discretos, después a una formula para la dispersién ted- rico-cuantica, y finalmente a la mecdnica matricial, que finalizé la crisis aproximadamente tres afios después de que hubiera empezado. Para esta primera formulacién de la mecAnica cuantica, la fase dege- CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 185 nerativa de la vieja teoria cuantica proporcion6 tanto la ocasién co- mo una base técnica muy detallada. Hasta dunde yo sé, la histuria de la ciencia no ofrece un ejemplo tan claro, detallado y convincente de las funciones creativas de la ciencia normal y de la crisis Sin embargo, Lakatos ignora este capitulo, y en su lugar salta ala mecanica ondulatoria, la segunda y en principio bastante distinta formulacion de una nueva teoria cuantica. Primero, describe la fase degenerativa de la vieja teorfa cudntica como plagada de «atin mas inconsistencias estériles e incluso mas hipétesis ad hoc» («ad hoc» e «inconsistencias» es correcto, «estériles» no podria ser mas erréneo; estas hipétesis no sélo llevaron a la mecénica matricial, sino también al espin del electrén). Entonces, Lakatos nos presenta la innovacion que soluciona la crisis de la misma forma en que el mago saca un co- nejo de su sombrero: «Pronto aparecié un programa de investiga- cién rival: la mecdnica ondulatoria ... [que] pronto alcanzé, derroté y reemplaz6 el programa de Bohr. E] articulo de De Broglie llegé en un momento en el que el programa de Bohr estaba degenerando. Pero esto fue una mera coincidencia. Uno se pregunta qué podria haber pa- sado si De Broglie hubiera publicado su articulo en 1914 en lugar de en 1924, La respuesta a la pregunta retérica final es clara: nada en absolu- to. lanto el articulo de De Broglie como la ruta que va desde éste a la ecuacién de onda de Schrédinger dependen en detalle de los desarro- llos que tuvieron lugar después de 1914: del trabajo de Einstein y del propio Schrédinger, asi como del descubrimiento del efecto Compton en 1922.** Sin embargo, incluso aunque este punto no pudiera ser do- cumentado con detalle, ¢no es forzar demasiado la coincidencia el usarla para explicar el surgimiento simulténeo de dos teorfas inde- pendientes y en principio completamente diferentes, ambas capaces de resolver una crisis que habia sido visible sélo durante tres afios? Permitaseme ser escrupuloso. Aunque Lakatos no cae en la cuen- ta de las esenciales funciones creativas de la crisis de la vieja teoria cudntica, no esta igualmente equivocado respecto a su relevancia pa- ra la invencién de la mecdnica ondulatoria. La ecuacion de onda no fue una respuesta a la crisis que empez6 en 1922, sino a la que se ini- cia con el trabajo de Planck en 1900 y a la que la mayorfa de fisicos habfan dado la espalda después de 1911. Si Einstein no se hubiera 35. Lakatos, «Falsification», op. cit., pag. 154; cursiva afiadida. 36. Véase V. V. Raman y P. Forman, «Why Was It Schrodinger Who Developed de Broglie’s Ideas?», en Historical Studies in the Physical Sciences, 1969, 1, pags. 291-314. 186 COMENTARIOS Y REPLICAS negado tenazmente a dejar de lado su profunda insatisfaccién con respecto a las inconsistencias fundamentales de la vieja teorfa cuaén- tica (y si no hubiera sido capaz de aunar con tal descontento los rom- pecabezas técnicos concretos de los fenomenos de la fluctuacion electromagnética —algo para lo que no encontré equivalente después de 1925—), la ecuacién de onda no habria surgido cuando y como lo hizo. La linea de investigacién que Ileva a ésta no cs la misma que la que conduce a la mecdnica matricial. Pero ni las dos son independientes, ni el que se terminaran simulta- neamente se debe a una mera coincidencia. Entre los distintos episo- dios de investigacién que las vinculan esta, por ejemplo, la convincente demostracién de Compton en 1922 de las propiedades corpusculares de la luz, el subproducto de una distinguida muestra de investigacién normal sobre la dispersién de los rayos X. Antes de que los ffsicos pudieran tomar en consideracién la idea de las ondas de materia, pri- mero tenfan que tomarse en serio la idea del fotén, y eso antes de 1922 lo habian hecho pocos. El trabajo de De Broglie empez6 como una teorfa del fotén, y su mayor esperanza era reconciliar la ley de la radiacién de Planck con la estructura corpuscular de la luz; las ondas de materia se integraron por el camino. Es posible que el propio De Broglie no haya necesitado el descubrimiento de Compton para to- mar en serio el foton, pero su auditorio, francés y extranjero, cierta- mente sf lo necesitaba. Aunque la mecdnica ondulatoria no se sigue en ningun sentido del efecto Compton, hay lazos histéricos entre una y otro. En cuanto al camino hacia la mecanica matricial, el papel del efecto Compton todavia es mas claro. El primer uso del modelo de oscilador virtual en Copenhague sirvio para mostrar cémo este efec- to podia ser explicado sin recurrir al fot6n de Einstein, un concepto que Bohr habia sido notoriamente reacio a aceptar. E] mismo mode- lo fue aplicado a continuacién a la dispersion, y se descubrieron las claves para la mecanica matricial. Por lo tanto, el efecto Compton es un puente sobre el vacio mencionado que Lakatos oculta bajo el tér- mino «coincidencia». Habiendo proporcionado en otras partes muchos otros ejemplos de los importantes papcles que desempefian la cicncia normal y la cri istiré en multiplicarlos aqui. En todo caso, a falta de in- vestigaci6n adicional, no podria dar los suficientes. Puede que esta investigaci6n, una vez que se haya completado, no corrobore mis te- , pero lo que se ha hecho hasta ahora sin duda no apoya a mis cri- ticos. Ellos deben buscar contraejemplos. is, no ins CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 187 IRRACIONALIDAD Y ELECCION DE TEOR{AS Paso a considerar ahora un ultimo conjunto de cuestiones plantea- das por mis criticos, en este caso se trata de una critica que compar- ten con muchos otros filésofos. Principalmente surge de mi descrip- cién de los procedimientos con que los cientificos eligen entre teorias en competencia, y esto lleva a acusaciones que se agrupan bajo tér- minos tales como «irracionalidad», «ley de la calle» y «relativismo». En esta seccién me propongo eliminar malentendidos de los que, in- dudablemente, mi propia retérica pasada es parcialmente responsa- ble. En la seccién siguiente y tiltima, me ocuparé de algunas cuestio- nes més profundas planteadas por el problema de la eleccién de teorfas. En este punto, los términos «paradigma» e «inconmensurabi- lidad», que hasta aqui he evitado casi totalmente, volveran a aparecer necesariamente en la discusion. En cierto momento de La estructura, la ciencia normal se descri- be como «un tenaz y fiel intento de forzar la naturaleza a entrar en los compartimentos conceptuales proporcionados por la educacién profesional» (pag. 5). Después, al discutir los problemas relacionados con la eleccién entre conjuntos de compartimentos, teorfas o para- digmas en competici6n. yo los describi como sigue: sobre las técnicas de persuasién, o sobre la argumentaci6n y contra ar- gumentaci6n en una situacién en la que [...] ni la prueba ni el error es- tan en cuesti6n. La transferencia de lealtad de paradigma a paradigma es una experiencia de conversién que no puede ser forzada. La resis- tencia de toda una vida [...] no es una violacién de estandares cientifi- cos, sino un indice de la naturaleza de la propia investigacion cientifica [...] Aunque el historiador siempre puede encontrar hombres —Pries- tley, por ejemplo— que no fueron razonables al oponerse tanto tiempo como lo hicieron, no encontraré un punto en el que la resistencia se convierta en ilégica 0 no cientffica. A lo sumo puede desear decir que el hombre que contimia resistiendo después de que todos los miem- bros de su profesién se han convertido ha dejado ipso facto de ser cien- tifico (pag. 151). No es sorprendente (aunque por mi parte me quedé muy sorpren- dido) que, en algunos circulos, pasajes como éste se hayan lefdo como si implicaran que, en las ciencias desarrolladas, la fuerza se constitu- ye en raz6n. Se me acusa de haber afirmado que los miembros de una comunidad cientifica pueden creer todo lo que les plazca sélo con que primero decidan aquello en lo que estén de acuerdo y entonces lo im- 188 COMENTARIOS Y REPLICAS Ppongan tanto a sus colegas como a la naturaleza. Los factores que de- terminan lo que cllos cligen creer son fundauicutalinente irractonales, cuestiones accidentales o de gusto personal. Ni la légica ni la observa- ci6n ni las buenas razones intervienen en la eleccién de teorfas. Sea lo que sea la verdad cientffica, es relativa de principio a fin. Todo eso son malentendidos perniciosos, cualquiera que sea mi responsabilidad en hacerlos posibles. Aunque su eliminacion todavia dejar una profunda divisién entre mis criticos y yo, es un prerrequi- sito incluso para descubrir cul es nuestro desacuerdo. Sin embargo, antes de tratarlos individualmente haré una observacién general que puede ser de gran ayuda. Los tipos de malentendido que acabo de presentar sélo son formulados por filésofos, un grupo ya familiariza- do con las cuestiones a las que apunto en pasajes como el citado. A diferencia de los lectores a los que la cuestién les es menos familiar, los fildsofas a veces suponen que mis intenciones van més alld de lo que realmente pretendo. Sin embargo, lo que pretendo decir es s6lo lo que sigue. En un debate sobre la eleccién de una teorfa, ninguna de las par- tes tiene acceso a un argumento que se parezca a una prueba en el Ambito de la légica o la matematica formal. En esta ultima, tanto las premisas como las reglas de inferencia estan estipuladas por adelan- tado. Si hay un desacuerdo sobre las conclusiones, las partes en con- flicto pueden recorrer de nuevo sus pasos uno a uno contrastandolos con la estipulaci6n previa. Al final de este proceso, una u otra debe aceptar que en un punto identificable en el argumento ha cometido un error, ha violado o aplicado mal una regla previamente aceptada. Después de esta concesién, el que la ha hecho ya no tiene recursos, y Ja prueba de su oponente es entonces compulsiva. Sélo si los dos des- cubren que, por el contrario, su desacuerdo es sobre el significado o la aplicabilidad de una regla estipulada, que su acuerdo previo no pro- porciona una base suficiente para la prueba, el debate subsiguiente se parecera a lo que inevitablemente ocurre en la ciencia. En estas tesis relativamente familiares nada deberia sugerir que los cientificos no usen la légica (y las matematicas) en sus argumen- tos, incluyendo aquellos con los que pretenden convencer a un cole- ga de que renuncie a una teorfa que merece su favor y se adhiera a otra. El intento de sir Karl de convencerme de que soy autocontra- dictorio porque yo mismo empleo argumentos légicos me ha dejado pasmado.” Lo que quiza serfa mejor decir es que yo no espero que 37. Popper, «Normal Science», op. cit., pags. 55 y 57. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 189 mis argumentos, meramente porque son légicos, sean compulsivos. Sir Karl recalca mi posicién, no la suya, cuando describe mis argu- mentos como légicos pero equivocados, y entonces no hace ningtin intento de identiticar el error 0 mostrar su caracter logico. Lo que él quiere decir es que, aunque mis argumentos son légicos, no esta de acuerdo con mi conclusién. Nuestro desacuerdo debe radicar en las premisas 0 el modo en que han de aplicarse, una situacién que estandar entre los cientificos que debaten la eleccién de una teoria. Cuando eso ocurre, recurren a la persuasién como un preludio de la posibilidad de la prueba. Nombrar la persuasién como un recurso del cientifico no es sugerir que no existen muchas y buenas razones para elegir una teorfa en lu- gar de otra. Sin lugar a dudas, no es mi punto de vista que «la adop- cién de una nueva teorfa cientffica es un asunto intuitivo o mistico, uma cnestidn para la descripcién psicolégica mas que un asunto de co- dificacién légica o metodolégica».” Por el contrario, el capitulo de La estructura del que se extrajo la cita precedente niega explfcitamente «que el nuevo paradigma triunfe en tltima instancia a través de alguna estética m{stica», y las paginas que preceden a esta negacién contienen una codificacién preliminar de las buenas razones para la elecci6n de un conjunto de teorfas.”” Mas atin, son razones exactamente del ti- po estandar en la filosoffa de la clencia: precision, alcance, simplici- dad, potencialidad y similares. Es de vital importancia que se ensefie a los cientfficos a evaluar estas caracterfsticas y que se les proporcionen ejemplos que las ilustren en la practica. Si no asumieran valores como éstos, sus disciplinas se desarrollarian de un modo muy diferente. N6- tese, por ejemplo, que los perfodos en los que la historia del arte fue una historia del progreso fueron también aquellos en los que el objeti- vo de los artistas eran la precision de la representacién. Con el aban- dono de este valor, el esquema de desarrollo cambié drasticamente, aunque continué dandose un desarrollo muy significativo.*' 38. Para una versi6n del punto de vista segtin el cual Kuhn insiste en que «la deci- sién de un grupo cientifico para adoptar un nuevo paradigma no puede basarse en buenas razones de ninguna clase, facticas o de otro tipo», véase D. Shapere, «Meaning and Scientific Change», en Mind and Cosmos. Essays in Contemporary Science and Phi- losophy, R. G. Colodny (comp.), University of Pittsburgh Series in the Philosophy of Science, vol. 3, Pittsburg, University of Pittsburgh Press, 1966, pags. 41-85, especial- mente pag. 67. 39. Véase Scheffler, Science and Subjectivity, Indianapolis, Bobbs-Merrill, 1967, pag. 18. 40. Véase Structure, op. cit., pag. 157. 41. Gombrich, Art and Illusion, op. cit., pag. 11 y sigs. 190 COMENTARIOS Y REPLICAS Asi pues, no estoy negando ni que existan buenas razones, ni que dichas razones sean del tipo usualmente descrita. Sin embargo, in- sisto en que estas razones, mas que reglas para la eleccién, constitu- yen valores que licen que usarse al elegir. No obstante, en la misma situaci6n concreta, los cientfficos que las comparten pueden elegir de modo distinto. Hay dos factores profundamente implicados. Prime- ro, que en muchas situaciones concretas, diferentes valores, aunque todos ellos constituyan buenas razones, dictan conclusiones diferen- tes, diferentes elecciones. En tales casos de conflicto entre valores (por ejemplo, que una teorfa es mas simple pero la otra es ms preci- sa), el peso relativo dado a diferentes valores por distintos individuos puede desempefiar un papel decisivo en la eleccion individual. Y lo que es mas importante, aunque los cientificos compartan estos valo- res y deban continuar haciéndolo asi si la ciencia ha de sobrevivir, no los aplican todos del mismo modo. La simplicidad, el alcance, la po- tencialidad e incluso la precisién pueden ser enjuiciadas de modo completamente diferente (lo que no es lo mismo que decir que pue- den juzgarse arbitrariamente) por personas distintas. Digamoslo una vez mas, diferentes individuos pueden diferir en sus conclusiones sin violar ninguna regla aceptada. Como he sugerido mis arriba en relacién con el reconocimiento de la crisis, esta variabilidad de juicio puede incluso ser esencial pa- ra el avance cientifico, La eleccién de una teorfa, y lo mismo sucede en el caso de la eleccién de un programa de investigacion, como La- katos dice, implica riesgos importantes, particularmente en sus pri- meras etapas. En virtud de un sistema de valores cuya aplicacién por parte de unos u otros puede variar mucho, algunos cientificos deben elegirla pronto o no se desarrollara hasta el punto de resultar persua- siva para el resto. Sin embargo, las elecciones dictadas por estos sis- temas de valores atfpicos generalmente son erroneas. Si todos los miembros de la comunidad aplicaran los valores del mismo modo, con un alto riesgo, la empresa del grupo cesaria. Creo que este tiltimo punto se le escapa a Lakatos, y con él el papel esencial de la variabi- lidad individual en lo que, s6lo mas tarde, es la decisién undnime del grupo. Como también destaca Feyerahend, atribuir a estas decisiones un «cardcter histérico» o sugerir que se hacen sélo «retrospectivamen- te» es privarlas de su funcién.” La comunidad cientifica no puede es- perar a la historia, aunque algunos de sus miembros lo hagan. En lu- 42. Lakatos, «Falsification», op. cit., pag. 120; Feyerabend, «Consolations for the Specialist», op. cit., pags. 215 y sigs. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 191 gar de eso, los resultados requeridos se alcanzan distribuyendo entre los miembros del grupo el riesgo que hay que correr. ¢Hay algo en este argumento que sugiera la propiedad de frases como decisién por «psicologia de masas»?*? Creo que no. Al contra- rio, una de las caracteristicas de una masa es su rechazo de los valo- res que sus miembros normalmente comparten. Si lo hicieran los cientificos, el resultado deberfa ser el final de su ciencia, y el caso Ly- senko sugiere que as{ seria. Sin embargo, mi argumento va incluso més alld, pues destaca que, a diferencia de la mayoria de disciplinas, la responsabilidad de la aplicacién de valores cientificos compartidos se debe dejar al grupo de especialistas.“ Incluso puede no extenderse a todos los cientificos, mucho menos a todos los legos cultos, y me- nos atin a la masa. Si el grupo de especialistas se comporta como una masa, renunciando a sus valores normales, entonces la ciencia ya no tiene salvacién. Por la misma razon, ninguna parte de mi argumento, ni aqui ni en mi libro, implica que los cientificos puedan escoger cualquier teorfa que les guste con tal de que se pongan de acuerdo respecto a su elec- cion y después la hagan respetar.* La mayorfa de los rompecabezas de la ciencia normal son directamente presentados por la naturaleza, y todos implican indirectamente a esta ultima. Aunque en distintos momentos del tiempo hayan sido aceptadas como validas distintas soluciones, la naturaleza no puede ser sometida a un conjunto arbi- trario de cajones conceptuales. Por el contrario, la historia de la pro- tociencia muestra que la ciencia normal sélo es posible con cajones muy especiales, y la historia de la ciencia desarrollada muestra que la naturaleza no ser4 confinada indefinidamente en ningan conjunto que los cientificos hayan construido hasta el momento. Si algunas ve- ces digo que cualquier eleccién hecha por los cientificos a partir de su experiencia pasada y de conformidad con sus valores tradicionales es ipso facto ciencia valida para su momento, sélo estoy subrayando 43. Lakatos, «Falsification», op. cit., pag. 140, n. 3 y pag. 178. 44. Véase Structure, op. cit., pag. 167. 45. La siguiente anécdota puede proporcionar cierta idea de mi sorpresa y desa- z6n ante éste y otros modos relacionados de leer mi libro. Durante una reunion, esta- ba hablando con una amiga y colega que generalmente se encontraba muy lejos y de la cual yo sabfa, por una recensién publicada, que mi libro le habia entusiasmado. Ella se volvi6 hacia mi y me dijo: «Bien, Tom, me parece que ahora tu mayor problema es mostrar en qué sentido la ciencia puede ser empirica». Me quedé at6nito y todavia si- go algo tocado. Ninguna otra escena, desde la entrada de De Gaulle en Paris en 1944, ha quedado tan completamente grabada en mi memoria como ésta. 192 COMENTARIOS Y REPLICAS una tautologia. Las decisiones tomadas de otro modo 0 las decisiones que no puedan ser tomadas de este mado no proporcionan base sufi ciente para la ciencia y no serfan cientificas. Quedan lus cargos de irracionalidad y relativismo. Sin embargo, respecto al primero ya he hablado, pues exceptuando la inconmensu- rabilidad, he discutido las cuestiones que me parece que lo provocan. Con todo, en este tema no soy optimista, pues antcriormente no he conseguido entender del todo ni entiendo ahora lo que mis criticos quieren decir cuando emplean términos como «irracional» e «irra- cionalidad» para caracterizar mis puntos de vista. Me parece que estas etiquetas son meros dogmas anticuados, barreras a una tarea compartida tanto si es una conversacién como si se trata de una in- vestigacién. Sin embargo, mis dificultades de comprensién todavia son mis claras y mas pronunciadas cuando estos términos se usan no para criticar mi posici6n, sino en su defensa. Obviamente, en la ultima parte del articulo de Feyerabend hay mucho con lo que estoy de acuerdo, pero describir el argumento como una defensa de la irra- cionalidad en la ciencia me parece no sélo absurdo, sino vagamente obsceno. Yo lo describirfa, junto con el mio propio, como un intento de mostrar que las teorfas de la racionalidad existentes no son lo bas- tante acertadas y que deberiamos reajustarlas 0 cambiarlas para ex- plicar por qué la ciencia funciuua como lo hace. Por el contrario, su- poner que tenemos criterios de racionalidad que son independientes de nuestra comprensién de los elementos esenciales del proceso cien- tifico es abrir la puerta al pais de Babia. Una respuesta al cargo de relativismo debe ser mas compleja que las precedentes, pues la acusacién surge de algo més que de un ma- lentendido. En un sentido del término yo puedo ser un relativista; en otro més esencial no lo soy. Lo que puedo esperar aqui es separar ambos sentidos. Ya debe estar claro que mi visidn del desarrollo cien- tffico es fundamentalmente evolutiva. Por tanto, imaginese un Arbol evolutivo que representa el desarrollo de las especialidades cientifi- cas desde su origen en, digamos, la primitiva filosofia natural. Imagi- nemos, ademés, una lfnea trazada en dicho Arbol desde la base del tronco hasta la punta de alguna rama sin doblarsc sobre sf misma. Cualesquiera dos teorfas que se hallen a lo largo de esta linea estén relacionadas entre sf por la relacién de descendencia. Ahora conside- remos dos de estas teorias, elegidas ambas en un punto que no esté demasiado cercano a su origen. Yo creo que seria facil determinar un conjunto de criterios —incluyendo la maxima precisién de las pre- dicciones, el grado de especializacion, el namero (pero no el alcance) CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 193 de soluciones concretas a determinados problemas— que capacitaria a cualquier observador que no estuviera comprometido con ninguna de las dos teorfas para decir cual de las dos es la més antigua, y cual la descendiente. Por tanto, para mi el desarrollo cientifico es, como la evolucién biolégica, unidireccional ¢ irreversible. Una teorfa no es tan buena como la otra para hacer lo que los cientificos normalmen- te hacen. En este sentido no soy un relativista. Pero hay razones por las que he sida calificado como tal, y tienen que ver con contextos en los que soy cauteloso a la hora de aplicar la etiqueta «verdad». En el contexto actual, no me parece que sus usos intrateéricos sean problematicos. Los miembros de una comunidad cientifica dada generalmente estaran de acuerdo en cuales son las consecuencias de una teoria compartida que superan la prueba del experimento, y por tanto son verdaderas, cudles resultan falsas cuan- do se aplica la teorfa, y cudles no han sido sometidas a prucba algu- na todavia, Cuando se trata de la comparacién de las teorfas disefia- das para dar cuenta del mismo ambito de fenémenos naturales, soy mas cauteloso. Si son teorias que se han dado histéricamente, como las consideradas mas arriba, puedo coincidir con sir Karl para decir que cada una de ellas fue considerada verdadera en su momento, pe- ro que después fue abandonada como falsa. Ademds, puedo decir que la teoria posterior era la mejor de las dos como herramienta para la practica de la ciencia normal, y puedo esperar afiadir lo bastante so- bre los sentidos en los que era mejor para explicar las principales ca- racteristicas evolutivas de las ciencias. Siendo capaz de llegar hasta ahi, no me veo a mi mismo como un relativista. Sin embargo, hay otro paso, un tipo de paso que muchos filésofos de la ciencia desean dar y que yo rechazo. Ellos pretenden comparar las teorfas como si fueran representaciones de la naturaleza, como proposiciones acerca de «lo que realmente esta ahi». Aun aceptando que de dos teorfas cualesquie- ra que se hayan dado a lo largo de la historia ninguna es verdadera, tratan de buscar un sentido en el que la ultima es una mejor aproxi maci6n a la verdad. Yo creo que no es posible hallar nada parecido. Por otra parte, ya no creo que, adoptando mi posici6n, se haya perdido algo, y menos atin la habilidad de explicar el progreso cientifico. ‘Lo que rechazo quedara més claro haciendo referencia al articulo de sir Karl y a sus otros escritos. E] ha propuesto un criterio de vero- similitud que le permite escribir que «una teorfa posterior [...] t, ha suplantado a t, [...] por aproximarse mas a la verdad que t,». Ademas, cuando discute una sucesién de marcos habla de cada miembro pos- terior de la serie como «mejor y mds amplio» que sus predecesores; y 194 COMENTARIOS Y REPLICAS da por sentado que el limite de la serie, al menos si se lleva hasta el in- finito, cs la verdad “absoluta” u “objctiva”, en el sentidu de Tatski>."* No obstante, estas posiciones presentan dos problemas, y respecto al primero no estoy seguro de cudl es la posicién de sir Karl. Por ejem- plo, decir de una teoria de campos que «se acerca més a la verdad» que una teorfa mas antigua de materia-y-fuerza significaria, a me- nos que las palabras se usen en un sentido inusual, que los constitu- yentes ultimos de la naturaleza son mAs parecidos a campos que a no- ciones como materia y fuerza. Pero en este contexto ontoldgico dista mucho de quedar claro cémo hay que aplicar la expresién «mas pare- cidos». La comparacién de teorfas historicas no da la impresién de que sus ontologias se estén aproximando a un limite: en algtin sentido fundamental la relatividad general de Einstein se parece mas a la fisi- ca de Aristételes que a la de Newton. En todo caso, la evidencia de la que hay que deducir las conclusiones sobre un limite ontolégico no es la comparacién de las teorfas en su totalidad, sino la de sus conse- cuencias empiricas. Este es un salto importante, particularmente de ca- ra al teorema seguin el cual cualquier conjunto finito de consecuencias de una teorfa dada puede derivarse de otra incompatible con ella. La otra dificultad queda subrayada por la referencia de sir Karl a Tarski, y es mds fundamental. La concepcién semantica de la verdad se resume usualmente con el ejemplo: «la nieve es blanca» es verda- dera si y s6lo si la nieve es blanca. Para aplicar esta concepcion a la comparacion de dos teorfas, uno debe suponer por tanto que sus res- pectivos partidarios estan de acuerdo en los equivalentes técnicos de cuestiones de hecho tales como si la nieve es blanca. Si esa suposi- cin fuese exclusivamente sobre la observacién objetiva de la natura- leza, no presentarfa problemas insuperables, pero implica ademas el supuesto de que los observadores objetivos en cuestién entienden «la nieve es blanca» del mismo modo, una cuestién que puede no ser ob- via si la sentencia reza «los elementos se combinan en una propor- cién constante segtin el peso». Sir Karl da por hecho que los parti- darios de teorfas en competencia comparten un lenguaje neutral adecuado para la comparacié6n de tales informes de observacién. Yo pienso que no es asf. Si estoy en lo cierto, entonces «verdad», al igual que «prueba», puede ser un término que sélo tiene aplicaciones in- 46. K. R. Popper, Conjectures and Refutations. The Growth of Scientific Knowledge, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1963 (trad. cast.: Conjeturas y refutaciones: el desa- rrollo del conocimiento cientifico, Barcelona, Paidés, 1994); Popper, «Normal Science», .. pag. 56 (las cursivas son mas). CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 195 tratedricas. Hasta que este problema de un lenguaje de observacién neutral se resuelva, aquellos que senalan (como hace Watkins al res- ponder a mis observaciones estrictamente paralelas sobre los «erro- res»)*? que el término se usa normalmente como si la transferencia desde contextos intrateéricos a contextos interteéricos no importara, tan slo conseguiran perpetuar la confusién. INCONMENSURABILIDAD Y PARADIGMAS Finalmente llegamos a la constelacién central de cuestiones que me separan de la mayoria de mis criticos. Lamento que el camino hasta aqui haya sido tan largo, pero acepto sélo parte de la responsa- bilidad por la maleza que ha habido que cortar a lo largo del recorri- do, Desafortunadamente, la nccesidad de relegar cstas cucstiones a mi secci6n final tiene como resultado un tratamiento superficial y dog- matico. Sdlo puedo aspirar a aislar algunos aspectos de mi punto de vista que mis criticos generalmente no han captado o que han omitido y proporcionar motivos para leer y discutir mas sobre el tema. La comparacién punto por punto de dos teorfas sucesivas exige un lenguaje en el que al menos las consecuencias empiricas de ambas puedan traducirse sin pérdida o cambio alguno. Que dicho lenguaje se encuentra ah{ a mano se ha dado por supuesto al menos desde el siglo xvi, cuando los filésofos daban por sentada la neutralidad de los registros de la sensacién pura y buscaban un «carécter universal» que manifestarfan todos los lenguajes para expresarlos como uno so- lo, Idealmente el vocabulario primitivo de este lenguaje consistiria en términos de puros datos de los sentidos mas conectivas sintacticas. Ahora los filésofos han abandonado la esperanza de alcanzar este ideal, pero muchos de ellos contintian asumiendo que las teorias pue- den compararse recurriendo a un vocabulario basico, compuesto s lo de palabras que estan conectadas con la naturaleza de modos no problematicos y, en la medida necesaria, independientes de la teorfa. Este es el vocabulario en el que estan enmarcados los enunciados b4- sicos de sir Karl. El lo exige asi en orden a comparar la verosimilitud de las teorfas alternativas o para mostrar que una es mas «amplia» que (0 incluye a) su predecesora. Feyerabend y yo hemos argumenta- do ampliamente que no disponemos de un vocabulario asi. En la transicién de una teorfa a la siguiente las palabras cambian sus sig- 47. Watkins, «Against “Normal Science” », op. cit., pag. 26, n. 3. 196 COMENTARIOS Y REPLICAS nificados o condiciones de aplicabilidad de modos sutiles.** Aunque antes y después de una revolucién se usan en su mayorfa los mismos signos —por ejemplo, fuerza, masa, elemento, componente, célula—, los modos en los que algunos de ellos se conectan con la naturaleza han cambiado algo. Por eso decimos que las sucesivas teorfas son in- conmensurable: Nuestra elecci6n del término «inconmensurable» ha molestado a muchos lectores. Aunque en el campo del que se tomé prestado no sig- nifica «incomparable», los criticos han insistido en que no podemos querer decir eso literalmente, porque los hombres que sostienen dife- rentes teorfas se comunican y a veces cambian sus respectivos puntos de vista.” Mas importante atin: a menudo los crfticos pasan de la exis- tencia observada de tal comunicacién, que yo mismo he subrayado, a la conclusién de que no puede plantear problemas importantes. Toul- min parece satisfecho al admitir “incongruencias conceptuales» para después seguir como antes (pag. 44). Lakatos inserta entre paréntesis la frase «o de reinterpretaciones semanticas» cuando nos dice cé6mo comparar teorias sucesivas, y después trata la comparacién como pu- ramente légica.® Sir Karl exorciza la dificultad de un modo que posee particular interés: «Es simplemente un dogma —un peligroso dogma— que los diferentes marcos son como lenguajes mutuamente intraduci- bles. El hecho es que incluso lenguajes totalmente diterentes (como el inglés y el hopi o el chino) no son intraducibles, y hay muchos hopis 0 chinos que han aprendido a dominar el inglés muy bien»! Yo acepto la utilidad, la indudable importancia, del paralelo lin- giifstico, y por tanto me demoraré un momento en él. Es presumible que sir Karl también lo acepta, dado que él lo usa. Si lo hace, el dog- ma a que se opone no es que los marcos sean como lenguajes, sino que los lenguajes sean intraducibles. {Pero nadie ha creido jamas que lo fueran! Lo que la gente ha crefdo, y lo que hace que el paralelismo 48. En su recensién de La estructura, Shapere critica, en parte muy correctamen- te, el modo en que yo discuto el cambio de significado en mi libro. En un momento da- do, me desafia a que especifique «la diferencia efectiva» entre un cambio de significado y una alteraci6n en la aplicacion de un término. Debo decir que, en el estado actual de la teoria del significado, no hay ninguna. Puede sefialarse el mismo punto usando cualquiera de los dos términos. 49. Véase, por ejemplo, Toulmin, «Does the Distinction», op. cit., pags. 43-44. 50. Lakatos, «Falsification», op. cit., pag. 118. Quizé sélo a causa de su brevedad, la otra referencia de Lakatos a este problema en la pag. 179, n. 1, es igualmente de po- ca ayuda. 51. Popper, «Normal Science», op. cit., pag. 56. CONSIDERACIONES EN TORNO A MIS CRITICOS 197 sea importante, es que las dificultades de aprender una segunda len- gua son diferentes y mucho menos problematicas que las dificultades de traduccién. Aunque para poder traducir uno debe saber dos len- guas, y aunque la traduccion siempre puede alcanzar un cierto pun- to, puede plantear graves dificultades incluso al bilingiie mas habil. Este tiene que encontrar los compromisos mas adecuados entre obje- tivos incompatibles. Debe preservar los matices, pero no al precio de frases demasiado largas quc colapsen la comunicaviGu. La literalidad es deseable, pero no si exige introducir demasiadas palabras extrafias que deben ser discutidas por separado en un glosario o apéndice. Las personas profundamente comprometidas tanto con la precision co- mo con la obtencién de la expresion feliz hallan la traduccién peno- sa, y algunas no pueden hacerla en absoluto. Dicho brevemente, la traduccién siempre implica compromisos que alteran la comunicacién. El traductor debe decidir qué alteracio- nes son aceptables. Para hacerlo necesita saber por una parte qué as- pectos del original es mas importante preservar, y por otra debe co- nocer algo sobre la educacién y experiencia previas de aquellos que leeran su trabajo. Por tanto, no resulta sorprendente que hoy consti- tuya un problema profundo y abierto determinar qué es una traduc- ci6n perfecta y hasta qué punto ina traduccién real puede acercarse al ideal. Recientemente, Quine ha llegado a la conclusién de «que los istemas rivales de hipdtesis analiticas [para la preparacién de tra- ducciones] pueden obedecer a todas las disposiciones lingiifsticas en cada una de las lenguas implicadas y a pesar de todo dictar, en in- contables casos, traducciones completamente diferentes [...] Puede suceder incluso que dos de tales traducciones sean patentemente con- trarias en cuanto a los valores de verdad».* No se necesita ir tan lejos para reconocer que la referencia a la traduccién sélo identifica, pero no resuelve los problemas que nos han llevado a Feyerabend y a mia hablar de inconmensurabilidad. Para mi al menos, lo que sugiere la existencia de una traducci6n es que el recurso esta a disposicién de los cientificos que sostienen teorfas inconmensurables. No obstante, este recurso no tiene por qué ser la completa reformulacién en un lenguaje neutral ni siquiera de las consecuencias de las teorfas. El problema de la comparacién de teorfas sigue ahi. ¢Por qué la traduccién, ya sea entre teorias 0 lenguas, es tan dificil? Porque, como se ha destacado a menudo, las lenguas seccionan el 52. W. V. Quine, Word and Object, Cambridge, MA, Technology Press of the Massa- setts Institute of Technology, 1960, pags. 73 y sigs. (trad. cit.) 198 COMENTARIOS Y REPLICAS mundo de diferentes modos, y no tenemos acceso a medios sublin- giifsticos neutrales de informar. Quine sefiala que, a pesar de que el in- gitista empefiado en la traduccién radical puede facilmente descubrir que su informante nativo pronuncia «gavagai» porque ha visto un co- nejo, es mas dificil descubrir cmo habria que traducir «gavagai».

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