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NACIÓN y LITERATURA
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FUNDACIÓN
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Banesco C¡7¡',,:;;~ O CANJE O DONACiÓN
9 EL SOPORTE DE LA VERDAD
Y EL SABER SOBRE LA LITERATURA*
BELFORD MORÉ
Universidadde LosAndes. Mérida
* Originalmente publicado en la revista Estudios (Universidad Simón Bolívar, Caracas)
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NACIÓN, CIVILIZACIÓN Y LITERATURA I
velado y sin mayor contundencia. Sin embargo, todos, en tanto modelizaciones que intenta-
ban legitimar determinados tipos de verdad, tenían consecuencias importantes a la hora
de establecer la autoridad que, como formas de conocimiento, podían tener la historia y la
crítica para organizar el paradigma literario de la nación.
Por esta vía Toro llegaba a cuestionar el relativismo individualista que aparecía como
corolario de las ideas estéticas propuestas por Coll y a la correlativa constitución de un so-
porte diferente de verdades estéticas en el cual las obras, cuyo énfasis estuviera puesto en
la expresión de la subjetividad azarosa del escritor, ocupaban un lugar subalterno. Para su
definición tenían especial valor las clasificaciones psicológicas de Max Nordau que Toro re-
sumía en su artículo. Según ellas, había dos formas de la conciencia humana: conciencia
del yo y conciencia del no-yo. La conciencia del yo se originaba en la sensación de los proce-
sos vitales de la totalidad de las partes del organismo; la otra, conciencia del no-yo, en las
transformaciones de los procesos sensoriales. Tomando como criterio esta clasificación, los
hombres se dividían también y de modo relativo en dos tipos: egoístas y altruistas, los cua-
les eran descritos por Toro en los siguientes términos:
La síntesis del primer término (conciencia del yoj se resuelve en el egoísta, ser
anti-social, pesimista, misántropo ó anarquista, según permanezca encerrado en
el claustro de la idea pasiva ó impulsen al músculo las acciones delictuosas.
y los representantes del segundo grupo (que alcanzan la conciencia del no-yo j son
los altruistas, los buenos elementos sociales, los motores poderosos de la mecánica
intelectual. (Toro, 1897: 140)
Finalmente, en esta clasificación se podía fundar, a su vez, una división de los hombres
que se dedicaban al arte y a la literatura, que también se utilizaba, para catalogar sus pro-
ductos. Así, los artistas y escritores que podían ser inscritos en el segundo tipo humano
eran considerados artistas sanos, y sus producciones recibían el mismo calificativo. Por el
contrario, los artistas o escritores que se situaban en el primer tipo formaban parte del gru-
po de artistas degenerados que producían un arte o una literatura igualmente degenerada.
De este modo, las corrientes estéticas que proponían un tipo de literatura que enfatizara
los aspectos subjetivos de su productor podían tener, cuanto mucho, un valor marginal.
Si nos detenemos en el trazado de argumentos que hemos intentado sintetizar, podre-
mos comprender que, en último caso, la validez de las afirmaciones esgrimidas por Toro se
apoyaba en la autoridad que la ciencia proveía a su dinero. La descripción de un conjunto
de procesos psicológicos, tal y como eran concebidos por una de las corrientes de la psicolo-
gía de la época, terminaba a través de un encadenamiento lógico, fracturando valorativa-
mente la esfera del arte y la literatura. Por consiguiente, a partir de la ciencia, en tanto que
era el único ámbito disciplinario que permitía el acceso a la verdad, se definían las opera-
ciones básicas que, de manera indirecta, se deslindaban los límites entre lo lícito y lo ilícito
en su interior.
El uso de argumentos, teorías y principios derivados de la ciencia fue una operación
central para el abordaje de la literatura entre el grupo positivista. Sin embargo, no se res-
•• I!D 9 tringía exclusivamente a ellos. También la mayor parte de los modernistas se apropiaron
324 de los marcos perceptivos que les ofrecían diversas disciplinas científicas cuando se vieron
en la necesidad de justificar ciertos aspectos de sus proyectos. Esto ocurrió incluso entre
algunos que se hicieron portavoces de las corrientes del movimiento que, aunque de una
forma hasta cierto punto aparente, más se acercaban al irracionalismo. Es interesante des-
tacar algunos casos en que se presentaba la paradoja de querer legitimar postulados que
enfocaban la literatura como un espacio definido a contrapelo de cualquier sistematiza-
ción racional, a través de modelos de racionalidad que proporcionaba la ciencia.
Para ilustrar estas afirmaciones, detengámonos en la respuesta que en su ensayo La
sugestión literaria dio Pedro César Domínici (1894) a los detractores del modernismo. Esa
respuesta todavía tocaba varios aspectos, pero se centraba en dos cuestiones fundamenta-
les: por una parte, el problema de la autenticidad del decadentismo en el medio americano,
que se expresaba de modo especial en la discusión sobre el carácter mimético del movi-
miento, la cual desarrollaremos con cierto detalle más adelante. Por otra, el problema de la
ruptura que, con relación al desarrollo del proceso literario anterior, implicaba su emergen-
cia en el país. Domínici -y esto es lo que tiene verdadero interés en el presente desarrollo
de ideas- sustentaba sus afirmaciones en el evolucionismo y en el determinismo formulado
por las corrientes sociológicas y psicológicas del positivismo. En principio, para Domínici la
literatura y, en un sentido especial, la ciencia obedecían a la ley universal de la evolución.
Esa ley,sin embargo, no respondía a un dinamismo caótico; estaba marcada por unas leyes
particulares que la dotaban de racionalidad. De esta suerte no podía decirse que las especi-
ficidades que se percibieran en la literatura de una época, de una nación o de un autor en
particular obedecieran a la voluntad caprichosa de sus productores. Esto lo condujo a susti-
tuir la idea de la creación por la de imitación. Nadie creaba; todos, el científico y el artista,
funcionaban de acuerdo al mecanismo universal de la imitación que, en el caso especial de
la literatura, se expresaba en lo que Domínici denominaba «laley de la sugestión»:
Nadie crea ni ha creado nunca, tanto la ciencia como el arte obedecen á una ley
evolucionista; las leyes aparecen de acuerdo con esta eootucion; y los que las des-
cubren no las crean,' las observan y las comprenden, las estudian y las propagan;
lopropio sucede con la literatura; en literatura no se crea, se imita siempre, se obe-
dece á una ley que podríamos llamar de sugestión: se obedece a la sugestión de la
naturaleza, á la sugestión del medio, á la sugestión del temperamento, á la suges-
tión de los libros, á la sugestión de los autores. (Dornínici, 1894: 51)
res europeos a través de argumentos que trascendían el de la «apropiación servil» de las li-
teraturas europeas. En este sentido, las semejanzas entre sus productores estéticos debían 9~
interpretarse no como el resultado exclusivo de un desigual contacto intertextual, sino 325
como una respuesta similar a un conjunto de condicionantes equivalentes a aquellos que
«sugestionaban» a las nuevas promociones de escritores de Europa. Así, las preferencias de
los escritores americanos por determinadas escuelas literarias se explicaban de la siguien-
te manera:
Es indudable que esto obedece á la sugestión de los libros, á la base de sus conoci-
mientos; pero también influye notablemente la sugestión de la época, la sugestión
de las luchas internas, la sugestión de las pasiones, de las creencias.
Se critica que hoy se inspiren losjóvenes americanos en los poetas enfermosfrtm-
ceses, y que se expresen sus nostalgias bebiendo en esa literatura malsana hija de la
decadencia: los críticos no reflexionan que esosjóvenes, en su mayor parte, no co-
.
nocen la literatura de Rimbaud, de Verlaine y de Mallarmé, y por consiguiente, no
pueden imitarlos; los críticos no reflexionan que la Europa no está caduca, como
ellos aseguran, y que en Francia existe una gran plétora de savia productora, in-
mensa e inagotable, para irradiar, como único centro, inspiración al resto del
mundo. (1894: 52-53)
artista; aquellos que han creído posible una literatura impersonal, han sido vícti-
mas de una especie de ilusión óptica. (Coll, 1894: 37. Énfasis nuestro, salvo en la palabra real)
9~
También para señalar las diferencias entre los escritores «americanos» y los escritores l:¡,
españoles recurría a argumentos raciales:
El europeo, el indio yel africano han aportado elementos diversos a nuestro Yo;en
cada glóbulo de nuestra sangre se libran las batallas que a través de la historia y
de las conquistas han librado entre síestas tres razas diferentes, ay! Si no enemi-
gas. (ColI, 1898: 486)
En otros casos llegó a percibir la pertinencia limitada que tenían las categorías cientí-
ficas para comprender fenómenos que por su excepcionalidad escapaban a las regularida-
des que el modelo mecánico de la ciencia proponía para la comprensión del arte, Esto lo po-
demos percibir en el citado prólogo a Confidencias de psiquis:
Paréceme que en la esfera de la ideología hay una tendencia, superior á la ley de na-
cionalidad y aun á los postulados del método científico que considera al hombre
como producto del medio físico y del momento histórico, y es aquella. tendencia de
algunos espíritus cultivados por la lectura y la mediación, de crearse un ambiente
fuera del tiempo y del lugar en que han nacido ó viven. La sola clasificación étnica
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no basta, á mi manera de ver, al tratarse de ciertos temperamentos refinados que
presentan factores morales diferentes a los de la raza y época á que pertenecen. (CoII,
1896: 934. Énfasis nuestro)
Esto implicaba, entonces, limitar la autoridad que tenían los esquemas que había
cuando el saber científico para comprender el desafiante fenómeno de la literatura. De ahí
que en un plano más restringido, y fundamentalmente cuando la comprensión de una obra
particular no exigiera formular apreciaciones de carácter global, Coll privilegiaba la críti-
ca impresionista. Ella se avenía más con el diletantismo intelectual, que era el rasgo a tra-
vés del cual explicaba la mutabilidad proteiforme de su propia obra.
Sin embargo, el cuestionamiento a la autoridad del saber científico no llegó a tener, en
los escritos de Pedro Emilio Coll, la contundencia que alcanzó en la concepción de la litera-
tura que hizo suya Manuel Díaz Rodríguez, particularmente aquella que defendió en su en-
sayo Camino de perfección (1911). En este texto publicado en 1911,pero escrito hacia 19088,
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Díaz Rodríguez daba cuenta de dos objetivos esenciales: por una parte se proponía realizar
una revisión profundamente crítica del saber sobre literatura que esgrimieron los grupos
de intelectuales opuestos a las tendencias literarias más novedosas. Por otra, y ya en un
sentido positivo, intentaba formular las normas que, según su criterio, debían orientar la
recepción de la literatura y el arte.
El cuestionamiento de Díaz Rodríguez se dirigía en principio hacia el modelo de saber
en el cual fundaba su poder cultural y prestigio social el grupo de intelectuales académi-
cos, a quienes caricaturizó con el significativo nombre de «don Perfecto". Díaz Rodríguez
destaca varios aspectos en los que subrayaba la ilegitimidad de la crítica literaria que prac-
ticaban los conservadores. Uno de ellos, por ejemplo, era el anacronismo y el carácter in-
sustancial de sus fundamentos. Así sostenía que «La crítica, para don Perfecto, es una es-
pecie de vana arquitectura en que entran como argamasa los desechos de las más rancias
filosofías, y como ladrillos o piedras algunas pedantescas discriminaciones gramaticales
con puros juegos malabares de retórica» (Díaz Rodríguez, 1911: 12).
Sin embargo, se detenía fundamentalmente en el carácter normativo que los conser-
vadores le asignaban a la crítica con relación a la literatura. En este sentido, sostenía que
la crítica no podía situarse ni antes por encima de las obras literarias, es decir, no podía
pretender trazar las pautas que, de un modo riguroso, controlaban la producción de litera-
tura e impidieran cualquier mutación que esquivara sus preceptos. Más bien la crítica de-
bía ocupar un lugar subsidiario: «en vez de una fina señora que dispensa el consejo y la en-
señanza, (era ]la enseñanza misma que se exprime de la obra como el vino de la uva» (Díaz
Rodríguez, 1911: 68). Por esa razón', sus afirmaciones debían responder más bien a procedi-
mientos inductivos en los que, tomando como punto de partida las «obras maestras», se for-
mulaba un conjunto de enseñanzas, pero sin pretender convertirlas en «borceguíes» para
la libertad productiva.
Como resultado visible, a partir de esta transformación del papel asignado a la crítica
necesariamente se llegaba a la disolución del valor absoluto que entre los intelectuales
conservadores se otorgaba a determinados sistemas de normas y, por lo tanto, a la pérdida
de su autoridad como instrumentos cognoscitívos para valorar la literatura. Esto se revela
implícitamente en el desmontaje que en 'el ensayo hacía Díaz Rodríguez de las concepcio-
nes manejadas por los académicos sobre cuestiones decisivas en el campo de la literatura.
Tal es el caso del aspecto lingüístico, que, según vimos más arriba, tenía una importancia
excepcional en el modelo conservador de la crítica. Díaz Rodríguez reprochaba a los acadé-
micos la conversión de las normas cifradas en la gramática y el diccionario en fundamentos
de autoridad absoluta para controlar el flujo de la lengua. De acuerdo con ese fundamento,
los conservadores mostraban una tangible incapacidad para comprender y, por ende, valo-
rar en una forma adecuada el conjunto de procedimientos con los cuales los modernistas
aspiraban al «remozamiento de la lengua». Díaz Rodríguez explicaba y justificaba algunos
de estos aspectos (uso de arcaísmos y neologismos, transposición semántica de los voca-
blos, etc.), y fijaba su atención en aquél que en busca de la medida los resumía, el cual, con
un sentido despectivo, había sido caracterizado por los conservadores como la «manía del
estilo». Según Díaz Rodríguez:
[...j esa extraña manía consiste en trabajar con tanto orgullo, aspirando a impri-
mir la personalidad en un estilo propio, escribiendo sin idioteces ni muletillas de
suerte que la voz másfina y certera encaje en la imaqen-miis bella y justa, y todas
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las palabras queden en tal guisa dispuestas, que cada cual, sin perjuicio de las
otras, venga a su tiempo a exhalar en lafrase o en el verso la recétuiua música de 9~
su alma. A la manía de estilo, o estilismo, opone don Perfecto su prbpio sano y bien 329
equilibrado estilo muy académico, especie de angosto camino gris trillado a cordel
entre sauces cuya pálida verdura se va poco a poco disipando yfundiendo en el co-
lor discreto del camino. En su estilo no caben, como en el de los modernistas, cosas
ligeras. Está hecho de toda eternidad hondo y sesudo para cosas de peso, y si difí-
cilmentefiuye y corre espor lo grávidO. (Díaz Rodríguez, 1911: 32)
En esta precisión se replantean por completo los objetivos que el productor literario
estaba obligado a perseguir en el tratamiento del lenguaje y, consecuentemente, los alcan-
ces que se podían conceder al poder de la norma. El valor asignado al aspecto lingüístico
de un texto literario no dependía de su correspondencia con el sistema normativo, sino más
bien de la capacidad de cifrar en él una particular intuición estética. En este sentido, el im-
perativo de que el escritor debía aquilatar el lenguaje de sus obras con un estilo completa-
mente individual, terminaba por disolver la autoridad de la gramática y del diccionario
como instancias rectoras del uso legítimo de la lengua, y fijaba, además, un nuevo principio
de valoración que fundaba los componentes estéticos del lenguaje en mecanismos con me-
nor sujeción a la racionalidad.
Aquí podemos comprender plenamente la dimensión hacia la cual apuntaba el cuestio-
namiento de Díaz Rodríguez al saber de los antiguos letrados sobre literatura. La oposición
al intento de normativizar el lenguaje, y en un plano más extenso todos los aspectos involu-
crados en la literatura, respondía en buena medida a una oposición más global a cualquier
sistematización racional de una esfera cuya existencia se instalaba fuera de los linderos de
la razón; en términos más precisos, en el terreno mismo de la irracionalidad sublimada.
Según esto, el arte y la literatura como una de sus especies, no debían ser sometidos a nin-
gún tipo de principio regulador, puesto que ello suponía un atentado contra la esencialli-
bertad que les era inherente.
Esta apreciación se puede captar mejor si abordamos el otro frente hacia el cual diri-
gía Díaz Rodríguez sus argumentos críticos: la ciencia. La estrategia elegida por Díaz Ro-
dríguez para restar legitimidad al saber científico iba más allá de las posibles consecuen-
cias perniciosas que podía tener su «intromisión» en la apreciación de la literatura, y ataca-
ba las raíces mismas de su prestigio en el espacio del saber. En efecto, Díaz Rcdríguez se-
ñalaba que entre el conjunto de nuevos signos que caracterizaban al mundo moderno esta-
ba el culto consagrado a la ciencia. Ese culto se enraizaba según él en dos razones: por una
parte, la facilidad del método experimental; por la otra, el misterio del que paradójicamen-
te se cubría todo lo que estuviese asociado a la ciencia. Este último aspecto determinaba la
apariencia religiosa que caracterizaba a la autoridad dada al saber científico, su dogmatis-
mo y el respeto servil con que se acataba todo lo que proviniera de ella. El primero, la pre-
tensión, por parte de la mayoría, de aparecer revestida con la autoridad de sabios.
Esta apreciación global servía de punto de partida para reformar tanto los principios
generales del saber como los alcances que se le podían conceder a la verdad que se deriva-
ba de la ciencia. En este sentido, sostenía Díaz Rodríguez que, a pesar de su simplicidad, el
método experimental no era condición suficiente para garantizar la validez e importancia
de cualquier abordaje de la realidad. Aunque proveía una plataforma común para todos los
que se intentaban acercar a la «verdad», no se podía perder de vista que «[...] los órganos
9 que lo dirigen, es decir los sentidos y el cerebro humanos difieren de un experimentador a
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330 otro» (Díaz Rodríguez, 1911: 40). Así se podían percibir diferencias entre los practicantes de la
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ciencia que reservaban la condición de sabios a un conjunto reducido de individuos que
por estar dotados de una constitución especial, tenían un acceso privilegiado a la verdad.
Sin embargo, dicho acceso no les daba derecho a juzgar transformando en dogmas los pos-
tulados de su apreciación particular del mundo. El sabio debía acompañar su búsqueda de
la verdad con un escepticismo de corte cartesiano que lo hiciera «desconfiar» sistemática-
:.: mente de todos los conocimientos y mantener una actitud abierta hacia las verdades for-
muladas por otros, aunque contradijeran las propias.
Por otra parte -y esto quizás tenga mayor importancia en nuestra argumentación-,
según Díaz Rodríguez, los mecanismos que caracterizaban el funcionamiento del saber, so-
bre todo en sus expresiones más plenas, no dependían en sentido estricto de las pautas re-
gularizadoras del método experimental. Aquí, valiéndose del recuerdo platónico, enuncia-
ba Díaz Rodríguez un paralelismo entre el artista y el sabio, en el que los fundamentos últi-
mos de ambas esferas se extraviaban en el azar y el misterio:
Como el artista a la anunciación de la belleza, en el sabio a la revelación de la ver-
dad hay un sagrado calcfrio. La belleza y la verdad se anuncian de improviso,
como en medio de una luz viví sima de incendio, o como en elfragor de una catás-
trofe. Aquel para quien se destina un hecho preñado de verdad, en cuanto el hecho
se produce, lo reconoce y lo recuerda. De ahí que, para explicamos cómo va el sa-
bio al descubrimiento "dela verdad, lo mismo que para explicamos cómo va el ar-
tista a la creación de la belleza, debemos acudir más de una vez a la preexistencia
de la idea platónica. (Díaz Rodríguez, 1911: 40-41)
En este punto podemos resumir las ideas de Díaz Rodríguez tanto sobre el modelo crí-
tico manejado por los académicos como sobre el modelo que se sustentaba en las «verda-
des» de la ciencia. A diferencia de los primeros, no concebía la labor de la crítica con un
sentido normativo; su función no era controlar el paradigma obligando a que se cumpliera
un sistema de normas inferidas a partir de un reducido número de modelos arquetípicos.
Sería más bien una especie de actividad secundaria que se encargaría de establecer aque-
llas obras que, por esquivar toda normativización formulada, podían considerarse obras
maestras. A diferencia de la ciencia, consideraba que los procedimientos de la crítica de-
bían fundarse en las especificidades del arte y la literatura, vale decir, en su inmutabilidad,
en su capacidad para trascender espacio y tiempo.
¿Cuáles eran los procedimientos legítimos para la ordenación del paradigma de la lite-
ratura, y dónde se ubicaba esa instancia en la que las verdades levantadas a partir de esos
procedimientos completarían su autoridad? El discurso de Díaz Rodríguez no era muy pre-
ciso en sus formulaciones positivas, tal vez por la oposición a cualquier sístematízacíón.ra-
'. cionalizadora del arte, que subyacía en sus apreciaciones sobre ambos modelos. No obstan-
te, había algunas observaciones que nos permitían inferir, por lo menos parcialmente, lo
que Díaz Rodríguez pensaba sobre esto. En primer lugar, la valorización; por lo tanto, los
procedimientos de abordaje del arte y la literatura debían fundarse en la experiencia esté-
tica. Dicha experiencia se definía en términos tomados de un misticismo secularizado,
como una anulación del yo, un olvido de la propia voluntad, en medio de la contemplación
del arte o la naturaleza. De esta manera se podía alcanzar un estado de mutua empatía en-
tre el observador y la obra:
El ímpetu de simultánea simpatía él parece abrirse a la obra de arte, y la obra de
arte parece abrirse a él; tan desembarazado encuentra él bajo sus plantas el cami-
no de la belleza, abierto a pocos elegidos, y tan certeramente se encamina a los re-
cónditos manantiales de la inspiración, sin que para el viaje le sea menester apo-
yarse en el báculo grave de la ciencia, sino seguirse por la luz de aquel sentido
interior, leve y sagaz, que podría llamarse poético o místico, si ya, y no de ahora,
con expresión igualmente vaga pero más bella, no hubiera sido nombrado, enten-
dimiento de hermosura. (Díaz Rodríguez, 1911: 77)
Así, pues, la autoridad del saber sobre la literatura y el arte en general sólo podía sos-
tenerse en el interior de la propia literatura, es decir, en el universo de lo estético, sin para
ello tener que recurrir a otras instancias racionalizadoras que de manera especial encar-
naran la verdad. Ese espacio del arte se concebía en términos similares a los de la religión,
y la experiencia estética era vista con los esquemas perceptivos de la experiencia mística,
Pero no por ello era idéntica. Se trataba de un misticismo y de una religiosidad seculariza-
dos en las que el misterio se despojaba de cualquier respuesta positiva, para dejarlo res-
plandecer en la inestable impresión de lo bello.
az
NOTAS
1. No sólo la literatura de la na-
ción. También la crítica y la histo-
ria se encargaban de darles con-
sidad de Caracas, bajo la direc-
ción de Rafael Villavicencio y
Adolfo Ernst. A pesar de la relati-
va heterogeneidad que había
de demostrar la existencia de
esferas de fenómenos que desafia-
ran rigurosamente la capacidad
de la ciencia. Más bien intentaba
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sistencia a otros paradigmas entre ellos, puesto que encauza- mostrar que había aspectos de la
literarios más amplios o más ron sus preferencias a diversas y realidad cuya explicación no era
restringidos, según el campo aun contradictorias corrientes conocida, pero que no por ello
abarcado por la noción de territo- filosóficas, los unía la confianza violaban las leyes de la natu rale-
rialidad que estableciera los casi absoluta que fijaban en la za. En este sentido, sostenía en
límites de una determinada lite- ciencia como instancia privilegia- uno de los párrafos que servían
ratura. Así, por ejemplo, se habló da para acceder a la verdad. Esto de pórtico a la serie que la actitud
frecuentemente de «literatura los condujo necesariamente a un que debía asumir el sabio frente
americana» y hubo también quie- enfrentamiento con el sector a esos acontecimientos no era
nes, como Manuel Díaz Rodrí- conservador, el cual ocupaba negar su existencia ni "tomar el
guez, concibieron la existencia de puestos importantes en el interior hecho en cuestión como un fenó-
. una literatura española que abar- del poder cultural. meno sobrenatural" (Villavicen-
caba no sólo la literatura de Espa- cio, 1894: 26). Si en apariencia
4. Todavía, para muchos intelec-
ña, sino también la de las nacio- estos hechos desafiaban a la
tuales jóvenes, el conflicto que
nes hispanoamericanas. «razón" era debido a que las leyes
seguía caracterizando la época
que los regían todavía no habían
2. Es importante aclarar que era el que enfrentaba «el oscuran-
sido conocidas, pero podían llegar
utilizamos el término religión en tismo» religioso con las fuentes
a serio con los instrumentos de la
un sentido más amplio, sin redu- «luminosas» del saber cuyo para-
ciencia.
cirlo a un sistema religioso en digma era la ciencia. Una expre-
particular. Sabemos bien que sión interesante es la siguiente de 6. En esta visión de la obra de Díaz
existía una asociación estrecha Rafael Marcano Rodríguez, quien Rodríguez tuvo un peso funda-
entre conservatismo y catolicis- sostenía que en los nuevos tiem- mental su condición de médico,
mo. Sin embargo, queremos confe- pos: "Alas exageradas concepcio- como se puede desprender del
rirle una dimensión un tanto más nes de la teología se oponen con fragmento siguiente: «Lapsícofi-
amplia a nuestras apreciaciones: formidable séquito de adeptos, siología existe, pues, como proce-
la Iglesia no estaba directamente con la deslumbrante antorcha de dimiento científico-literario,
comprometida en la valoración de la verdad y la razón los principios pésele a quien le pesare; y porque
la literatura, por más que el tipo universales de la filosofía positiva: el libro en cuestión ha seguido los
de verdades que aportaba tuvie- áSan Pablo y á Santa Teresa de 'rumbos de ese procedimiento,
ran consecuencias importantes. Jesús, se oponen el maestro realizando exquisitos análisis del
Este es un aspecto que requiere Darwin y el maestro Renán y el alma; y porque no podemos conce-
\1
de una investigación más exhaus- maestro Comte: á la literatura bir a su autor sino como un alum-
tiva, y aquí apenas lo rozamos por añeja, exótica, impracticable, no también de la ciencia que ha
necesidades de argumentación. especie de señuelo que atrae á los analizado con el escalpelo de la
ilusos, se enfrenta la literatura disección, tegidos [sic J, aponeu-
3. Sus raíces históricas se pueden
nueva, la literatura que bebe en rosis y nervios en la fría desnudez
remontar a la polémica entre
las claras fuentes de la razón, de de los cadáveres, es que invoca-
Rafael Acevedo y Fermín Toro,
la democracia», (1894: 41). mas analogías científicas que no
que se produjo en Caracas en el
habrán de desviarnos del trazado
año 1838 (De la Vega, 1988). Sin 5. Un caso como el de Rafael
camino» (Toro, 1897: 139), Tam-
embargo, su expresión más clara y Villavicencio, que aparentemente
biénÁngel César Rivas (l897a)
de consecuencias más profundas podría contradecir nuestra apre-
dedicó algunos párrafos de su
en la vida intelectual del país se ciación, sirve más bien para apo-
trabajo sobre el libro a señalar
produjo hacia el primer lustro de yarla. Villavicencio publicó enEl
esta duplicidad en el caso de Díaz
la década de los años setenta, Cojo Ilustrado una serie de rela-
Rodríguez.
cuando emergío en el poder cultu- tos sobre acontecimientos mara-
ral venezolano el grupo de jóvenes villosos. Ese interés, sin embargo, 7. No hemos revisado directamen-
que se había formado en la Univer- no estaba dirigido por el objetivo te el prólogo que Pedro Emilio
Colf escribió para el libro de Diez REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS GIL FORTOUL, José (1894). «Libros
_ID 9 Bodríguez, sino la versión que con ARISMENDI BRITO, Pedro (1895). venezolanos». En Revista Univer-
el título de «Confidencias de «La poesía lírica en Venezuela. Es- salIlustrada. n," 10, tercera
334
psiquis» apareció enEl Cojo tudio de su progreso y estado época, pp. 1-2.
Ilustrado, Ir, n." 120, pp. 934 Y936 actual», En Asociación Venezola-
GRATEROL y MORLES,José (1894).
del año 1896. na de Literatura, Ciencias y
"En contestación al Dr. Pedro
fleltasArtes, 1895: 13-22.
8. Hay una nota situada al final del César Dominici [1111», EnE¡
ensayo que asílo atestigua: «Cha- ASOCIACIÓN VENEZOLANA DELITE- Diario de Caracas. Año Ir, n."
cao, Caracas 1908». RATURA,CIENCIASy BELLASARTES 386,4 de enero.
(1895) .Primer libro venezolano
GUTIÉRREZGIRARDOT,Rafael
de literatura, ciencias y bellas
(1988). Modernismo. México:
artes: ofrenda al Gran Mariscal
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