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DE

ENEMIGO A PROMETIDO
MULTIMILLONARIO
UN FALSO ROMANCE DE OFICINA QUE CONVERTIRÁ A LOS
ENEMIGOS EN AMANTES
L.A. PEPPER
ÍNDICE

Capítulo uno: En casa


Capítulo dos: Lejos
Capítulo tres: Atrapados
Capítulo cuatro: Sentar cabeza
Capítulo cinco: Libertad
Capítulo seis: Sin cadenas
Capítulo siete: Comprometido
Capítulo ocho: Conduciendo
Capítulo nueve: Construcción
Capítulo diez: Llegar lejos
Capítulo once: Deseo
Capítulo doce: Así funciona el mundo
Capítulo trece: Se fue
Capítulo catorce: Lugar de origen
Capítulo quince: Encantador
Capítulo dieciséis: Aventura
Capítulo diecisiete: Juntos
Epílogo
Sobre L.A. Pepper
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Este libro es un trabajo de ficción, cualquier semejanza con personas, vivas o muertas, o
lugares o eventos, es pura coincidencia.
CAPÍTULO UNO: EN CASA

R
¿no?
achel Rothenberg, mi jefa, bajó sus terriblemente elegantes gafas de
montura negra para mirarme fijamente. —Chloe Beckett, si quieres
tener éxito en esta revista, debes aprender a jugar. Quieres tener éxito,

Suspiré con frustración y un mechón de cabello escapó de mi coleta y cayó


frente a mi cara. Lo puse detrás de mi oreja. —Sabes que quiero tener éxito más
que nada. Quiero dejar una huella en el mundo, y eso es todo, Rachel. Lo sé y lo
creo. Es importante. Justo por eso DEBEMOS tener una sección en la revista
sobre viajes nacionales.
—Chloe, la revista se llama ‘Wordly’. Se trata de viajes por el mundo. Y ocio.
Lujo.
Levanté un dedo. —¡Correcto! Y nuestro país es una parte importante, para
tener por completo al mundo, debemos hablar de él. Es por eso que una sección
regular llamada ‘En casa’ nos daría la oportunidad para apreciar nuestras
bellezas nacionales, acercarnos tanto a lo familiar como a lo exótico.
—No estoy de acuerdo contigo. Sin embargo, sí lo estoy en que, si quieres
perseguir tu interés aquí, necesitas entrar al juego, justo como dije.
—Yo no juego. Decido un curso de acción y me aseguro de seguirlo.
—Y por eso te contraté, porque no te andas con tonterías. Y porque eres
brillante. Tienes una gran carrera por delante. Tus ideas pueden cambiar el
mundo.
—Entonces dame la sección. Tú eres la jefa.
Rachel se rio. —Yo no soy LA jefa, soy tu jefa.
Sacudí mi cabeza impacientemente. —El jefe nunca está aquí. Está
demasiado ocupado recorriendo el mundo, siendo un diletante y adornando las
portadas de las revistas de chismes con su última ‘buena’ amiga.
—Son muy ‘buenas’ amigas.
Era una voz nueva. Profunda y rica, con una chispa de humor atravesándola.
Salté de pronto. Me había enfocado tanto en Rachel y en exponer mi caso que no
pude manejar bien la interrupción. Mi corazón latía desbocado.
Se giró y me lanzó una mirada, fijando mis pies al suelo con sus ojos color
ámbar. Era alto y llenaba la habitación con su presencia. Sus anchos hombros
estaban cubiertos por un traje a medida y ladeó su cabeza mientras me miraba de
arriba abajo. No pude moverme. Ni respirar. Y definitivamente no pude hablar.
Su cabello oscuro se movía hacia atrás desde una ceja alta y sus pómulos
afilados podían cortar como el cristal. Sus labios sensuales se arquearon con
diversión. Luego alternó la mirada con Rachel y me quedé sin aliento. Había
escrito todo sobre él, investigado y examinado su vida, pero esta era la primera
vez que lo conocía en persona y fue algo abrumador.
Tomó solo una fracción de segundo, pero fue como si las rocas bajo el suelo
se hubiesen movido. Nunca había conocido a alguien que me dejara sin aliento
tan de repente. El sudor bajó por mi espalda. No podía sentir bien mis manos; él
era así de guapo. Estaba aturdida. ¿En serio era humano? Bien podría ser un
ángel caído del cielo.
—Nick, cariño, finalmente volviste. ¿Cómo estuvo Kuala Lumpur?
Ese era Nicholas Meryton.
El aliento que perdí volvió de pronto y se quedó atorado en mi garganta.
Claro. Debí reconocerlo, pero estaba muy aturdida con su presencia. Este era el
hombre que dije que era una cara bonita y vacía. Nicholas Meryton. El fundador
y editor en jefe de la revista Wordly, donde recientemente me habían contratado.
Mi jefe. No, el jefe de mi jefa. La celebridad multimillonaria que era la razón de
que actualmente tuviera un trabajo. Y yo lo había llamado diletante.
—Me discul… —Intenté hacer algo, cualquier cosa para arreglarlo. Yo no
jugaba, pero podía reconocer cuando me había equivocado.
Levantó una mano de forma arrogante y sin siquiera mirarme.
—Asumo que es tu nueva protegida. —Las palabras fueron hacia Rachel, no
hacia mí. —La que contrataste mientras no estaba. La que me llamó y cito: el
próximo premio del gran juego de multimillonarios solteros.
—Teníamos que reemplazar a Jenkins. —Rachel se encogió de hombros. —
Chloe es brillante y tiene un currículo excelente.
—Ah, sí. —Se giró brevemente y se dignó a darme una falsa sonrisa. —Con
experiencia en modas y —se aclaró la garganta—, ¿noticias de celebridades?
¡Qué gran periodista! —Su sonrisa debió haberme congelado, pero hizo hervir
mi sangre.
—Escuche… —Dije, encontrándome de pie otra vez y ya sin ganas de
disculparme.
Finalmente se volvió hacia mí. —Señorita Beckett, ¿cierto?
—Así es, lo sabría si hubiera aparecido en algún momento durante los últimos
seis meses. He estado aquí día tras día.
—Ella se quema las pestañas, Nick, igual que tú.
—Rachel, ¿cómo puede quemarse las pestañas si nunca está aquí? —Ni
siquiera entendí por qué dije algo como eso.
—Estaba TRABAJANDO. Me encargo de una revista de viajes y eso hago,
viajo. —Sus ojos sacaron chispas y pensé que tal mirada bien podría quemarme
por completo. —Y no necesito que una interna me regañe.
—Soy una escritora de artículos destacados.
—¿Artículos destacados? ¿Sobre el último grito en faldas o estás por exponer
a alguna celebridad?
—Solo escribí sobre usted una vez.
—Pues fue bastante mordaz.
—¡Tenía la mitad de su edad!
—Era una mujer adulta, no hice nada malo.
—Debería avergonzarse por salir con una adolescente. ¿Qué edad tiene?
¿Cuarenta?
—Sabes que tengo treinta. Eres muy perfeccionista como para pasarlo por
alto. —Me miró escandalizado por mi insulto directo. Lo llamé viejo y él lo
sabía. En efecto, yo conocía su edad. Sabía mucho acerca de él. Todos lo hacían.
Era alguien famoso. Aunque infame sería una mejor palabra. Se me quedó
viendo. —Ella tenía veinte.
—No cuando comenzó a verla. —Su rostro se contrajo de manera casi
imperceptible, pero logré verlo y lo disfruté mucho.
—Mira Chloe… —Dio un paso hacia mí.
—¡Señorita Beckett, para usted! —Enfaticé el señorita. SEÑORITA.
—Señorita Beckett. —Enfatizó él también. SSSSEÑORITAA. —no veo por
qué es de su incumbencia, sin embargo, cualquier artículo que escriba es
COMPLETAMENTE de mi incumbencia. Porque este es mi negocio y esta
revista se enfoca en hablar de viajeros internacionales, no en acampar en el patio
trasero.
—¡LAS LOCACIONES NACIONALES SON PARTE DEL MUNDO! —
Estaba gritando. Mi voz resonaba a todo volumen. Mi rostro estaba ardiendo,
podía sentirlo. De repente me di cuenta de que estaba a solo centímetros de mí,
observándome. Cielos, era muy alto. Y su pecho parecía aún más amplio desde
tan cerca. Sus fosas nasales se dilataron y su aliento se sintió cálido en mi rostro.
—Nick Meryton, te presento a tu nueva escritora de artículos destacados.
Chloe Beckett, te presento a tu editor en jefe. Puedo decir con solo verlos que
será una relación duradera. Ustedes dos van a llevar esta revista a la estratósfera.
Lancé una mirada furibunda a Rachel, Nick Meryton hizo lo mismo.
Rachel parpadeó. Paseó la vista unas cuantas veces entre Nick y yo. Una
sonrisa apareció en su rostro. Parecía encantada. Yo no podía ni hablar. Por un
momento, todo lo que pude hacer fue respirar para poder controlar mi furia.
—Podemos terminar este encuentro más tarde. Llámame cuando estés
disponible —dije, sintiendo mi garganta tensarse sin razón alguna. Necesitaba
abandonar esta oficina y lo necesitaba ya. Cualquier control que creyera tener
estaba disipándose rápidamente y no sabía el por qué.
Me di la vuelta sin decir adiós y hui.
CAPÍTULO DOS: LEJOS

B ueno, eso estuvo bien —dijo Rachel, su tono seco decía mucho más.
Me encontré de pronto mirando la puerta cerrada. Parecía vibrar
todavía del fuerte portazo que había dado Chloe. —No necesito tu
ayuda, Rachel.
—¿Estás seguro? Porque nunca te había visto reaccionar así ante un nuevo
empleado.
—¿Por qué la contrataste a ella? Es claro que no pertenece aquí. Es una
gruñona. No tiene visión. No entiende el mercado del lujo. ¿Viste cómo estaba
vestida?
—Es un vestido camisero. Perfectamente aceptable para una oficina, te lo
aseguro.
—Perfectamente desaliñado. Mercado de lujo, Rachel.
Rachel puso los ojos en blanco. —¿No te gusta su vestido, o no te gusta que
escribió sobre tu novia adolescente?
—Era legalmente adulta.
—Todos escribieron sobre tu novia adolescente, Nick. Fue un GRAN
escándalo. Hubiera sido negligente no mencionarlo cuando trabajaba en esa
revista de chismes.
—No deberías contratar escritores de revistas de chismes.
—Solo tú tendrías problemas con el primer trabajo de alguien. Ella acababa
de salir de Princeton e hizo un trabajo fabuloso.
—¡En una revista de chismes!
Rachel se rio. —¿Eso te molestó? No lo entiendo. Tú mismo me dijiste que te
arrepentías de salir con ella. Que te había dicho que era mayor y que si lo
hubieras sabido nunca te habrías involucrado.
—Ese no es el punto.
—Y tu nueva empleada fue la que te expuso.
—Ese no es el punto.
—Ella estuvo en lo correcto. Y está en lo correcto sobre los viajes nacionales.
Dijiste que querías hacer una sección en casa. Precisamente por eso la contraté,
porque querías entrar en el mercado de lujo nacional y devolver algo a las
comunidades en los Estados Unidos. Ya hablamos de esto, ¿cuál es el proble…?
Oh.
—¿Oh qué?
—Piensas que es linda.
—No seas ridícula. Es una empleada.
—Mmm. Una que te llamó: chico lindo que usa su estatus de celebridad para
vender revistas.
—Cualquiera estaría ofendido.
—Sabes que eres un chico lindo que usa su estatus de celebridad para vender
revistas. Lo haces a propósito.
—Ese no es el punto.
—No, Nick. Ella es buena. Entiende el trabajo y no se anda con tonterías.
Solo porque tú entras en el juego y te la pasas tomando ventaja, no significa que
ella lo haga. Solo dijo lo que estás haciendo y… Oh. —Ella rio de nuevo.
—¿Qué es tan gracioso?
—Ella te impresionó, ¡pero no puedes usar tu encanto! Hicimos un trato y no
puedes salir con uno de nuestros empleados. Sé exactamente lo que pasa. Leíste
su trabajo sobre Adirondack, su pueblo natal, y caíste enamorado a sus pies.
—Eres una persona absolutamente ridícula. Nunca la había visto antes.
—Entraste en el juego, Nick Meryton, el juego de la fama, el juego del
multimillonario playboy, pero lo que quieres es otra cosa. El sentido de
pertenencia, de hogar. Siempre lo quisiste. Escribiste sobre eso por todo el
mundo, cómo otras personas aman sus ciudades, su tierra. Su hogar. Dices que lo
compartes con el mundo, pero realmente lo quieres para ti mismo y Chloe… ella
lo tiene. Lo conoce. Tú huiste de casa en busca de alguna clase de verdad y
Chloe sabe lo que es eso, lo que es pertenecer, ser alguien de adentro.
Definitivamente leíste su trabajo. Y lo quieres. La quieres.
—Podría despedirte.
—Pero no lo harás, porque eso significaría que tendrías que quedarte aquí y
cuidar del negocio en vez de huir y buscar tus respuestas.
—No tengo por qué sentarme y escuchar más. Hay una revista que manejar.
Soy un hombre importante. —Me levanté para irme. —Debería despedirte.
—También te amo, Nick —me dijo, pero su tono no era en absoluto de amor.
Lo mejor que podía hacer era salir de ahí. Me alejé de ella antes de que pudiera
ver la forma en que mi corazón se aceleró al conocer a esa chica. Chloe. Su
nombre era Chloe.
Me agaché por el borde del cubículo de Chloe y chasqueé los dedos hacia ella,
solo porque sabía que lo odiaría. Ella dejó de tipear. Tenía que ser cortés y lo
hice, pero ambos estábamos al límite. Ya llevábamos muchos gritos y
discusiones que terminaron cuando Rachel intervino y nos prohibió ser todo
menos corteses el uno con el otro. Ambos aceptamos. Seríamos buenos. Yo
dejaría de ser pesado, palabras de Chloe, y ella dejaría de ser una amargada, mis
palabras. Pero chasquear los dedos no estaba dentro de la lista de
comportamiento grosero.
—¡Chloe! —Dije. No de forma pesada. Solo su nombre. Su columna
vertebral se puso rígida y reprimí mi sonrisa. Miró fijamente a la mesa y no se
dio la vuelta. Oficialmente los llamábamos cápsulas, no cubículos. Eran lo
último en diseño de oficinas abiertas, pero ninguno de nosotros se engañaba con
los elegantes detalles modernos y los pequeños rincones de tecnología. Eran
cubículos. Y no tenían puertas, lo que significaba que Chloe no podía dejarme
fuera.
Pero, ¿por qué querría hacerlo? Yo era el jefe. No quité la sonrisa de mi
rostro, pero la convertí en una sonrisa profesional adecuada antes de que,
finalmente, ella se diera la vuelta.
—Sí, señor Meryton. ¿Necesita algo? —Lo dijo de forma alegre. Y falsa.
Miró su engrapadora. Estoy seguro de que pensó engrapar algo a mi pecho. Y
me senté en la orilla de su escritorio.
—Vamos, vamos Chloe, sabes que nos hablamos por nuestro nombre en la
revista Wordly. Es mejor para la moral que nos tratemos como familia. —Ella
sonrió. Era una muy mala sonrisa. Casi me reí por eso.
—Muy bien, Nick. —Amé la forma en que dijo mi nombre, como si quisiera
morderlo entre sus dientes de tener oportunidad. Me encantó cómo podía hacerla
reaccionar solo por ser encantador. Ella no se lo creía. Estaba en lo correcto al no
hacerlo. Pero yo conocía el juego y ella conocía el juego. Y era muy mala
jugadora. Había encontrado un sinfín de entretenimiento al molestarla durante
las últimas dos semanas, en parte porque Rachel tenía razón. Sus historias eran
de primera categoría. Su investigación, impecable. Su instinto sobre lugares y
eventos interesantes daba justo en el blanco. Y trabajaba más duro que nadie en
la oficina, con excepción mía y de Rachel. Ella era un activo valioso para mi
revista y tenía la posibilidad de convertirse en una verdadera estrella.
Pero era la persona más severa, más seria, más sincera e implacablemente
prosaica que había conocido. Con excepción de su escritura. Sus escritos eran
poesía pura. ¿Su persona? Bueno, digamos que la vi esta mañana, perfectamente
presentable, pero ahora que eran casi las cinco, su chaqueta había desaparecido,
su cabello estaba recogido hacia atrás en un nudo que empezaba a deshacerse.
Había una mancha en su blusa que parecía café, y su lápiz labial se había
desgastado por completo. Sus labios habían sido de color rojo brillante esta
mañana, a juego con su falda, y ahora eran de color pétalos de rosa. ¿No le
prestaba atención a su apariencia o habría hecho algo divertido para quitarse la
pintura de los labios? El pensamiento envió una sacudida a través de mí cuerpo.
No pude decir si fue agradable o inoportuno.
—¿Necesitas algo, Nick? —Preguntó. Lo había olvidado.
Pareció destrozar mi nombre entre sus incisivos al pronunciarlo.
Me aclaré la garganta. —Cierto. —La razón por la que había venido a
molestarla. Dejé caer el archivo en su escritorio. —Necesito que investigues este
complejo turístico.
Ella lanzó un suspiro. Un mechón de cabello le cayó en la cara y se lo puso
detrás de la oreja. Era adorable. —¿No pudiste enviarles un correo electrónico y
ya?
Se hacía cada vez más difícil evitar sonreírle. Sacudí mi cabeza. —No. No
está en línea. Es muy exclusivo. Incluso secreto.
Ella frunció el ceño, pero revisó el archivo rápidamente. ¿Eso era
entusiasmo? Se volvió a acomodar un mechón rebelde y dio vuelta a las páginas.
—Este no es un complejo turístico, es un retiro. Un retiro espiritual. —Su rostro
estaba confuso cuando volteó a verme. —En el desierto de Mojave.
Gruñí un asentimiento. Nunca había notado el profundo azul de sus ojos. —
Exclusivo —repetí.
—¿Qué tratas de hacer, Nick?
Justo como dijo Rachel. Ella era genial: nada más que honestidad. Muy real.
Nunca tiraba ningún golpe. 100% auténtica. Era agotador. Me levanté de su
escritorio. —¿Quieres la historia o no?
Ella me miró entrecerrando esos ojos azules. —Por supuesto que quiero la
historia —y entonces se centró en el archivo como si yo ya no estuviera ahí.
Parecía que había terminado de hablar conmigo, aunque aún esperaba alguna
señal de su parte. Pero ella ya estaba trabajando y yo bien podría no haber estado
allí nunca.
Chloe se quitó la cinta de su cabello y se pasó los dedos por los mechones
color chocolate. El olor a flores de manzano flotaba hacia donde estaba
congelado, observándola. Un sentimiento de anhelo me llenó, como cuando me
llegaban las ganas de viajar. La sensación de que mis deseos estaban, fuera de mi
alcance. De que, si pudiera llegar allí, podría vivir mis sueños.
Luego se recogió el pelo y se encorvó sobre la carpeta, absorta. No notó en
absoluto el momento en que me alejé.
CAPÍTULO TRES: ATRAPADOS

T ras la asignación de último minuto por parte de Nick, el señor Meryton,


al diablo, no iba a tutearlo en mi mente, no le daría ese estatus en mis
pensamientos. Tras esta asignación mi cabeza daba vueltas, estaba
exhausta. Me había quedado en la oficina mucho más de lo que pretendía, y era
la última aquí. Se me había pasado el tiempo envuelta en la investigación.
Odiaba lo interesantes que eran sus historias, lo fascinada que estaba por los
lugares que había conocido y las cosas que había hecho, la aventura que era su
vida. Yo nunca había ido a ningún lado ni había hecho nada importante, estaba
muy concentrada en mi educación y luego en mi carrera y, para ser honesta,
realmente nunca tuve el dinero para ir a ninguna parte. Publicar en revistas
puede sonar glamoroso, pero realmente no paga mucho, y no era como si yo
fuera una multimillonaria del jet set que pudiera ir a Kuala Lumpur en cualquier
momento.
Uff. Cerré el archivo y me arreglé la blusa y el cabello. Olvido el lápiz labial,
de todos modos siempre me relamía los labios cuando estaba pensando, y tenía
muchas cosas en la cabeza. Quería seguir trabajando en esta historia, así que
pasé el archivo y lo metí en mi bolso, como si alguien me estuviera viendo y
supiera que tenía una rivalidad con Nick en mi cerebro. A pesar de que no había
nadie allí. Y de que nadie parecía saber que estaba compitiendo con mi jefe. Al
menos eso esperaba. Porque era una rivalidad ridícula. Simplemente no podía
dejar de pensar en él. En lo idiota que podía ser. Resoplé. Un playboy
multimillonario.
Quizá Rachel tenía razón, necesitaba salir y vivir más que para el trabajo.
Pero lo que hacía en el trabajo era tan interesante. Tal vez pase por la tienda de
camino a casa, compre una botella de vino, algunas flores y algo que no sea una
cena congelada para poder decir que estaba haciendo algo más que trabajar en
casa. Eso era vida, ¿cierto?
Apagué la computadora y la oficina se quedó a oscuras y en silencio. Se
escuchaban mis tacones contra el piso mientras caminaba y el botón del ascensor
sonó claro y fuerte entre todo ese silencio.
Igual de fuerte se oyó la puerta abriéndose del otro lado de la oficina. ¿Era
esa la oficina de Nick? ¿Todavía estaba trabajando? Oh, no. Presioné
desesperada el botón del ascensor. ¿Solo él y yo? ¿Los únicos aquí?
—Date prisa, date prisa, date prisa —susurré por lo bajo, suspirando de alivio
cuando la puerta del ascensor se abrió delante de mí. Me deslicé dentro y
presioné el botón de cerrar una y otra vez. —Vamos, vamos.
—¡Detengan el ascensor! —Gritó Nick. Su voz sonaba cada vez más cerca.
—¡Ciérrate, maldita sea!
Las puertas empezaron a cerrarse y por un segundo pensé que estaba a salvo.
Una mano alcanzó a interponerse justo antes de que las puertas se cerraran, lo
que las hizo volver a abrirse de par en par. Nick Meryton entró al ascensor.
Estaba ofendido, lo noté por su lenguaje corporal, y eso fue antes de verme con
el dedo presionado sobre el botón de cerrar.
Me observó con los ojos muy abiertos.
Yo me rehusé a ser la primera en hablar.
—¿De verdad ibas a cerrarme la puerta?
—Eso intentaba. —Me quedé viendo los números de los pisos, dispuesta a
cerrar las puertas e iniciar el viaje, atrapada con mi archienemigo, mi jefe, hasta
que terminara.
Pero no se cerraron.
Se paró a mi lado, a unos noventa centímetros. No se movió. Yo no lo miré,
pero sabía que estaba ahí. Podía sentirlo, su presencia era casi sólida contra mi
piel. Le eché un vistazo. Él tampoco me estaba mirando.
Giró la cabeza con una media sonrisa en su rostro y me sorprendió. —Ahora
sería un buen momento para apretar ese botón.
Cambié mi bolsa de mano y la sostuve. —Se cerrará.
Él asintió y siguió esperando. Y esperando y esperando. —¿Qué le hiciste al
ascensor, Chloe?
—¡Yo no le hice nada al ascensor! —Exclamé y me volví hacia él. Esa
sonrisa perezosa que siempre usaba hizo que mi sangre hirviera. —Presioné el
botón, se supone que eso es lo que hay que hacer.
—No tan fuerte ni tan seguido como tú lo hiciste.
—Cállate, Nick. —Presioné el botón una vez más. Una. Firmemente. Las
puertas se cerraron sin percances. —¿Viste? —Levanté mi barbilla hacia él. El
pomposo idiota. Su mueca se volvió una sonrisa, amplia, brillante y feliz, y mi
corazón comenzó a acelerarse. Tragué saliva tratando de controlarme. —Idiota
—gruñí, y miré hacia otro lado porque ya no podía seguir viéndolo.
Él suspiró pesadamente. Podía sentir su atención dirigiéndose hacia mi
cuando el ascensor comenzó a moverse. Pude haber fingido que el golpe en mi
estómago fue por el movimiento, pero. como periodista. presté atención a los
hechos, y los hechos eran que mi reacción física no se debía al movimiento, sino
a que estaba sola en una pequeña caja con un hombre que era demasiado
atractivo para su propio bien. Y necesitaba mantener la distancia.
Él dio un paso hacia mí.
Yo di un paso hacia atrás, chocando contra el muro. Y entonces miré sus ojos.
Por Dios, era tan apuesto. Era como ver fijamente al sol.
—¿Qué tienes exactamente contra mí, Chloe?
—Yo no tengo nada contra ti —mentí.
Él soltó una risita. —Sabes, no tuviste ningún problema con la autoridad en
tus antiguos trabajos, lo que me lleva a pensar que tu problema conmigo es… —
él se acercó un paso más—, personal.
—No seas absurdo —dije y levanté mi barbilla un poco más, como un reto.
Olía a una mezcla entre un bosque de pinos y algo que quería lamer de pies a
cabeza. Sentí cómo me inclinaba hacia él. Esto no podía ser. —Me molesta tu
suposición de superioridad simplemente por dónde naciste.
Parpadeó y me sonrió con sus blancos, muy blancos dientes. —¿Dónde nací?
¿Recientes mi nacimiento?
—Sí, diablos. —Lo golpee en el pecho con un dedo para hacerlo retroceder.
Su durísimo pecho. —Todo esto. Tu naciste para esto. Te dieron todo junto con
la cuchara de plata en la boca y esa linda cara.
—También te dieron una linda cara, Chloe —mostró una sonrisa afectada. —
¿Se supone que debo resentirme por eso? —Sus ojos bajaron hasta mi pecho.
Miré hacia abajo. Un botón se había abierto. Diablos. No podía detenerme ahora
para arreglarlo, Le pegué de nuevo. Fuerte.
Esta vez me agarró la mano y la sostuvo, levantó una ceja a modo de
advertencia.
—He tenido que trabajar por todo lo que tengo. Trabajé realizando pequeñas
tareas cuando era niño. Después trabajé para obtener las calificaciones para una
beca. Tuve tres empleos en la universidad para poder comprar los libros. Y ahora
comparto un departamento con otras tres chicas que ni siquiera me agradan, solo
para tener la oportunidad de dejar mi marca en el mundo. Para probar que estoy
aquí. Que significo algo.
—Tú significas algo —su mirada retadora se suavizó. No. Eso no serviría.
—Y a ti te dieron todo, sin un gramo de trabajo duro.
Sus ojos ambarinos titilaron. —Tuve que trabajar jodidamente duro,
pequeña…
El ascensor se tambaleó y caí contra el duro pecho de Nick. Él afianzó sus
pies y me sostuvo hasta que recuperé el equilibrio.
—Estoy bien, estoy bien —dije, aunque mis manos aún descansaban en su
pecho y él agarraba mis brazos fuertemente. —Disculpa —esto era muy
embarazoso. Había tirado mi bolsa y me agaché a recogerla, pero cuando me
levanté de nuevo Nick estaba viendo los números sobre las puertas.
—Nos detuvimos —dijo.
Dos pisos estaban iluminados, 17 y 18, y no, no nos estábamos moviendo. —
No puede ser —dije mientras presionaba el botón del vestíbulo.
Él gruñó por lo bajo. —¡Maldita sea! El ascensor se atascó.
Una sensación de alarma subió hasta rozar mi cuello. Sacudí la cabeza. —No.
Va a empezar a trabajar de nuevo.
Nick rio entre dientes. —¿Nunca te habías quedado atascada en un ascensor,
Chloe?
—¡Por supuesto que no! ¡Qué clase de idiota tiene su oficina en lo más alto
de un edificio!
—Disculpa, ¿qué? —Él se veía demasiado conmocionado para estar
ofendido.
—Los lugares donde normalmente están los negocios se encuentran lo
suficientemente cerca del piso para usar las escaleras si necesitas irte. ¿Qué clase
de falta de previsión permite que las personas queden encerradas en un ascensor
y mueran de asfixia?
—¿Asfixia? ¿Falta de previsión? —Me miró como si estuviera loca y, para
ser justos, así es como me sentía justo ahora. Mi cerebro daba vueltas y estaba
casi segura de que las paredes se estaban cerrando sobre nosotros. —¿Sabías que
estamos en la ciudad de Nueva York y que la mitad de los edificios son más altos
que este?
—¡Claro que lo sé! —Estallé. Respirar profundamente no estaba
funcionando. —Solo me aseguré de no tener que pasar mucho TIEMPO en uno
de ellos antes de venir aquí. Y ciertamente evité quedarme atrapada en un
ascensor.
—Está certificado —dijo antes de darme la espalda. —Llamaré al gerente del
edificio y conseguiremos que un custodio baje el ascensor hasta el vestíbulo. Es
a prueba de fallos.
—Bueno, la prueba de fallos falló. —¿La temperatura estaba subiendo aquí?
Era difícil respirar.
Él me ignoró, lo que agradecí, e hizo la llamada. Yo presioné todos los
botones uno a uno y luego volví a empezar. —Inhala —murmuré por lo bajo—,
exhala.
—¡Maldita sea! —Gritó. Yo casi salté fuera de mi cuerpo y mi corazón
comenzó a latir en una carrera más rápida aún. —No podrá venir nadie en una
hora al menos. Espero que no tengas alguna cita urgente.
Lo miré sin verlo realmente. —¿Una hora?
—Está bien —dijo, y estaba segura de que su voz pretendía ser relajante, pero
no lo era. —No te preocupes, pasa todo el tiempo. El ascensor está
perfectamente a salvo. No puede caer. Hay cables de emergencia asegurándolo.
—¡¿El ascensor puede caer?! —Eso no era bueno. No era bueno. Me volví
hacia los botones. Sabía que me estaba poniendo obsesiva, pero no me
importaba. —Ábrete. ¡Abre la puerta! —Presioné el 17 y luego el 18. Luego
ambos. Una y otra vez. Golpeaba el botón de abrir. —Abre, por favor Dios, abre.
—Presioné todos los botones.
Mi garganta se estaba cerrando, no estaba segura de si me llegaba algo de
aire.
—Hey —su voz vino desde muy lejos. —¿Estás bien?
—No puedo respirar —dije o pensé que lo dije. ¿Las palabras salieron de mi
boca? No estaba segura. Mi visión empezó a oscurecerse, los límites de ella
brillaban con destellos de luz.
—¿Chloe? —Escuché como si estuviera muy lejos de mí, luego: la nada.
CAPÍTULO CUATRO: SENTAR CABEZA

C hloe se puso blanca como el papel, esa fue mi primera pista. Debió
haber sido su griterío sobre los edificios, pero no, fue cuando su rostro
se drenó de color, cuando sus ojos empezaron a cerrarse. En realidad,
yo estaba preparado.
Ella se desmayó y la atrapé entre mis brazos. Me acomodé con ella en el piso,
la puse en mi regazo. Quité algunos mechones de su rostro, que habían caído de
su coleta. Estaba fría y pegajosa. —Cielos, Chloe —susurré a la mujer
inconsciente, sorprendido por mi instinto de protegerla. Aún olía a flores de
manzano. El anhelo apretó de nuevo mis entrañas.
Sus ojos se abrieron unos segundos después, algo que agradecí. Preferiría
pensar en una mujer que tiene un ataque de pánico en mis brazos, a pensar en lo
que siento por la mujer que tiene un ataque de pánico en mis brazos.
—¿Estás bien?
Se tensó en mis brazos, se puso rígida. Su garganta se convulsionó. —No
puedo respirar —susurró y sus dedos se clavaron en mi camisa. —No hay aire…
—Sus ojos se movieron como si estuviera enfocando las paredes, pero tenía el
presentimiento de que no estaba viendo nada.
—Hey, hey —le dije, sin saber en verdad qué hacer, solo intentando ganar su
atención y hacer que olvidara que estábamos atascados en un ascensor. —El aire
está bien, ¿ves? Estoy respirando también.
—Lo sé, lo sé. Pero no puedo… —La observé abrir y cerrar la boca con
desesperación.
—No, hey, Chloe. Yo puedo respirar. Respira conmigo. —Llevé su mano a mi
pecho, la presioné contra mí para que sintiera mis latidos. —Dentro. —Dije
mientras llenaba mis pulmones de aire. —Fuera. —Exhalé.
Ella no me seguía. Puse mi mano en su pecho, sobando en círculos. —Respira
conmigo. Dentro… Fuera. —Entonces, sus ojos se cruzaron con los míos. Al
principio estaban abiertos con pánico, pero no la dejé ir. Su respiración empezó
despacio. Ella asintió. Dios, sus ojos eran tan azules. Azul como el mar Egeo.
Poco a poco comenzó a volver en sí. La vi recordar quién era yo. Recordar en
dónde estaba. Para ser honesto, yo también lo había olvidado. Había olvidado
por qué ella se sentía suave y cálida en mi regazo mientras que estaba sobando
círculos en su pecho. Tres botones se habían abierto en su blusa y yo no
recordaba haberlo hecho.
—Oh —dijo, y la palabra fue muy pequeña. Ella quitó su mano de mi pecho y
yo hice lo mismo con la mía. —Señor Meryton —habló y mi estómago se
apretó.
—Nick.
—Nick. —Ella se levantó de mi regazo y de repente tuve frío. —Lo siento.
Lo siento mucho. —Su rostro, que antes había sido blanco como el hueso, ahora
estaba totalmente rojo.
—No tienes que disculparte. Sé cómo es un ataque de pánico. Yo lamento que
te quedaras atrapada en el ascensor.
—No me gustan los espacios pequeños —dijo con una voz muy débil.
Se palmeó el cuello con dedos flojos. —Mi garganta está muy seca. Esto es
horrible. Lo siento, no había sucedido en mucho tiempo. No quise decirte….
—Dije que no te disculparas. —Me acerqué a mi bolso y saqué la botella de
agua que siempre llevaba conmigo. Abrí la tapa y se la acerqué. —Ten. Bebe.
—Tú no eres mi jefe —murmuró y yo sonreí, si ya estaba haciendo bromas
sarcásticas, entonces estaba mejor. La sostuve más cerca de ella para que la
tomara. —Mi héroe —dijo, con la cara aún sonrojada, pero volviendo a mirarme
a los ojos.
—Es solo una botella de agua, Chloe.
El silencio cayó entre nosotros. Ella no habló más sobre el agua. Me pregunto
si eso es lo más cerca que estaré de un agradecimiento de su parte.
Probablemente no debería presionarla. No aún. Me puse a pensar que tal vez
estos eran los primeros pasos para ponerla de mi lado. Probablemente me
gustaría tenerla a mi lado. —Saldremos del ascensor en una hora más o menos.
¿Crees que lo logres?
Ella dio un profundo trago. —No.
Suspiré. —Bueno, podrías desmayarte de nuevo por hiperventilar o, no lo sé,
podríamos buscar otra manera de mantener tu mente ocupada.
Sus ojos se centraron sospechosamente en los míos, como si pensara que
estaba diciendo algo inapropiado, algo que a los de Recursos Humanos no les
gustaría, que no les gustaría para nada. Pretendí no entender lo que pensaba. —
¿Tienes algo qué hacer dentro de esa bolsa? Puede que nos mantenga ocupados.
—Oh, sí. Traje el archivo. —Ella cerró el agua de golpe y yo arrastré su bolso
desde donde había caído al suelo. Sacamos los papeles y nos pusimos a trabajar.
Ni quince minutos después ya estaba leyendo el artículo que ella había
iniciado y era bueno, diablos, sí que lo era. Rachel estaba en lo correcto. Chloe
tenía lo que se necesitaba.
—¿Estás seguro de que el ascensor no se está quedando sin aire? —Preguntó
Chloe, la ansiedad regresaba a su voz. ¿Se había ido antes? Ella revolvía papeles
alrededor sin hacer nada realmente. Yo me había quedado atrapado en su escrito,
pero ella apenas si lograba mantenerse bien.
—Positivo.
—Entonces, ¿por qué hace tanto calor?
—No hace calor.
—No. Definitivamente hace calor. —Comenzó a abanicarse con las hojas. El
sudor se acumulaba en la línea de su cabello. —Oh por Dios, voy a arder.
—No empieces a hiperventilar de nuevo.
—No lo haré. Me voy a derretir y a formar un charco.
—Toma algo de agua. —Alcancé la botella.
—No. Estoy demasiado caliente —dijo ella, lo que no tenía sentido, entonces
la vi alcanzar los botones de su blusa, que nunca se abotonó tras desmayarse. De
pronto empezó a quitársela.
—¿Qué diablos estás haciendo? —En esos momentos también sentí que
faltaba el aire en el... ascensor.
—Hace mucho calor, voy a morir. Y tú has visto suficientes mujeres desnudas
con anterioridad.
Bueno, sí, pero esto es diferente. No sabía por qué era diferente, pero lo era,
encerrado en este ascensor con una mujer que me odiaba con fervor. Estaba
perdiendo la batalla, no podía odiarla después de los largos minutos que estuvo
en mis brazos, presionada contra mí, cálida, pesada y con necesidad de mi
contacto.
Inmediatamente mi temperatura se elevó. Su rostro estaba sonrojado y
sudoroso, y la piel de su pecho brillaba. —Chloe… —Comencé, aunque no sabía
qué decir después de eso. La visión de su cremosa piel de olivo me abrumaba.
Nada de lo que traía era sexy. Vestía un sostén azul sencillo, una prenda del día a
día con solo un poco de encaje, que cubría sus senos redondos y llenos. No
tendría que desear ahuecar mis manos en ellos y sentir su peso. No tendría que
desear mover mi cabeza hacia abajo y dejar que mi lengua tocara su piel. Ella se
retorció a mi lado, incómoda. Yo también me ponía más y más incómodo.
De pronto gimió y el sonido pegó como un disparo a través de mí. —El
aire… —dijo. —Hace mucho calor. No puedo respirar.
—No, sí puedes, Chloe —mi voz estaba tensa. Me aclaré la garganta y
empujé el agua hacia su cara. —Bebe, maldita sea.
Hizo un sonido de frustración y tomó un sorbo, luego alejó la botella y su
mano se curveó a la izquierda. —Ugh, no está ayudando.
Tomé su descartada blusa y la rocié con agua. No era el movimiento más
brillante, posiblemente porque no podría ponérsela de nuevo. En cambio, le
limpié la frente con la tela húmeda, la pasé por la cara y el cuello. Ella suspiró y
cerró los ojos. Se apoyó en mí. —Sí… —Cuando ella tragaba, yo seguía el
movimiento bajando por su garganta, bajando la compresa a través de las suaves
curvas de su pecho. Iba a irme al infierno.
—Distráeme, Nick —dijo y casi salté fuera de mi piel porque sabía
exactamente cómo quería distraerla, y no solo estábamos en el lugar y momento
equivocado, no solo la veía vulnerable, no solo me odiaría y nunca me dejaría
tocarla así si no fuera claustrofóbica, además, era mi empleada y no había
manera de que esto terminara bien. Me congelé en donde estaba, mi mano entre
sus senos con la blusa húmeda, intentaba tranquilizarla, pero solo lograba
desesperarme.
—Háblame de tu vida, por favor. Tu llevas una vida muy excitante. —Me reí
por lo bajo.
—Mi vida no es tan excitante, Chloe. —Mi voz era más profunda y ronca de
lo que quería. Subí mi mano a su cuello. —Inclínate hacia adelante —dije, y ella
apoyó sus antebrazos en sus muslos. Presioné la tela mojada en la parte posterior
de su cuello y ella respiró hondo. Y lo hizo de nuevo.
—Eso está mejor, gracias. Pero tu vida es muy interesante. Has ido a todas
partes. Has hecho de todo.
Sacudí mi cabeza, a pesar de que no podía verme, y dejé la blusa mojada en la
parte posterior de su cuello, haciendo que los extremos cayeran hacia el frente
por sus hombros. Vertí un poco más de agua sobre ella para mantenerla fresca y
busqué la liga de la coleta para quitarla porque, de todas formas, había dejado de
hacer su trabajo. Liberé su cabello, que cayó sobre su cuello y hombros.
—Oh no. —Ella intentó jalar aire. —Es horrible. Hace demasiado calor.
—Relájate —le susurré al oído, luego pasé los dedos por los mechones
perfumados con aroma a flor de manzano y los retorcí, formando un nudo en la
parte superior de su cabeza, asegurándome de obtener todos los mechones que
estaban húmedos con su sudor. Ella dejó caer la cabeza sobre mi cuello y
suspiró. Maldita sea, me gustó eso. —Ya sabes todo sobre mí, cariño. —Ella
respiró con asombro ante el ‘cariño’. ¿Por qué usé esa palabra? —Escribiste un
informe completo sobre mi vida traviesa, ¿recuerdas?
—Ese no eras tú. Esa era solo tu personalidad pública. —Parpadeé,
sorprendido de que pensara de esa manera sobre mí, de que intuyera que yo era
otra persona bajo el playboy multimillonario, algo más que una cara bonita y
vacía que servía para vender revistas. —Háblame del verdadero tú.
Sus palabras tocaron algo en mi interior y de repente me puse muy tenso.
Necesitaba algo de ella que no tenía nada que ver con toda esa piel deliciosa que
estaba luchando por ignorar. Gruñí. —No. No de mí —el pensamiento me
aterrorizó y emocionó al mismo tiempo. —Tú. —Ese pensamiento me dio miedo
y me emocionó también, pero la idea de aprender algo sobre ella me puso
ansioso. —Háblame sobre ti. No sé nada con excepción de que tienes un
currículo excelente y que me odias.
—No te odio —susurró, y esperé las siguientes palabras con las que podría
cambiar mi vida, pero lo que llegó no fue lo que esperaba. —Soy del campo.
Estaba a medio camino entre el alivio y la desilusión, porque ella había
evitado hablar sobre sus sentimientos. —¿Entonces eres una chica de granja?
"No. Quiero decir, mis padres crían abejas y siembran flores, tienen algunos
árboles frutales y un jardín con cabañas, pero no, no una granja. Mi papá es
poeta y mi mamá escribe libros de cocina. También hace algo de edición. Pero
no. No hay granja. Crecí en las montañas, a veinte minutos del pueblo más
cercano. Con una población de seiscientas personas.
Tuve que reír. —Una verdadera metrópoli.
—Sí —dijo ella, y nunca escuché su voz más llena de humor, así, sin esa
tensión que cortaba y que siempre la envolvía.
—Suena a que tuviste una infancia perfecta. —No supe si escuchó la envidia
en mi voz.
—Supongo que lo fue. Era hermoso allá arriba. Sé que querían que sentara
cabeza con mi amor de la infancia, Leif.
—¿Leif? ¿Qué clase de nombre es Leif?
Esta vez ella se rio. —Leif. Leif Erikson, el explorador nórdico. Oh, era
perfecto también. Alto, rubio y fuerte. Todas las chicas del pueblo estaban
enamoradas de él.
—Pero no te quedaste. Estás aquí, en la tierra de los edificios con trampas en
forma de ascensor. ¿Cómo pasó eso?
—Supongo que nada de eso era perfecto para mí. Yo quería viajar por el
mundo. Dejar mi huella. Enfrentar los ascensores peligrosos. Realmente vivir.
Como tú.
—¿Cómo yo? —Retrocedí, solo entonces me di cuenta de que había
deslizado mis dedos entre sus cabellos y le estaba dando un masaje.
—Deslumbrante, rico, cosmopolita. Has estado en aventuras sobre las que yo
solo escribiré.
—Tú tienes un hogar como el que yo solo he soñado.
Ella levantó la cabeza y me miró por el rabillo del ojo. Por un segundo pensé
que había un destello de fuego azul en su mirada, pero volvió a bajar la cabeza.
—Sí, y supongo que me podría haber quedado para escribir poesía, cosechar
miel y casarme con Leif.
Ella ya era dulce como la miel, pero no iba a decirle eso. —¿Escribes poesía?
—No —dijo, y la risa salió de las profundidades de su alma. —Yo no.
Escribo artículos. Has leído lo que escribo.
—Sí, lo hice. Y parecía poesía. Tus palabras me hablaron.
—¿Es eso un cumplido, señor Meryton?
—Llámame Nick, Chloe —eso se había sentido oscuro y amenazante. No
podía dejar que fuera tan formal conmigo.
—Oh, supongo que después de que me has visto medio desnuda es una
tontería no hablarte por tu nombre.
Me merecía una medalla por no comentar sobre su semidesnudez y sobre
cuánto me gustaría que estuviera completamente desnuda.
Ella se estremeció contra mí. —Oh, querido —dijo. —Realmente no hace
calor en este ascensor, ¿verdad? Oh, Dios mío, se está congelando. —Los
temblores se intensificaron. —Bueno, Nick, hiciste tu trabajo demasiado bien.
Puedo respirar y ya no me sofoco. Ahora estoy cubierta de un sudor frío.
Él le quitó la tela mojada del cuello y la sacudió. —¡Maldita sea! Lo siento.
He empapado tu camisa. No tienes nada que ponerte.
—No, hiciste lo necesario.
Me incliné hacia adelante y me quité la chaqueta. —Aquí, toma esto.
Ella no discutió conmigo, solo deslizó sus brazos dentro de la chaqueta y se
envolvió. Esta vez me miró por completo. —Gracias, Nick. No eres para nada
como pensé que serías.
Sus ojos eran muy azules. Tan azules como los mares que bañan la costa de
las islas griegas. Podría ahogarme en ellos. Quería hacerlo.
CAPÍTULO CINCO: LIBERTAD

N ick Meryton no solo era apuesto. Acostada en el suelo de una pequeña


caja, entre sus brazos, Nick Meryton era abrumador. Su cálido olor a
pino y sal me rodeó y me envolví aún más fuerte en su chaqueta. Podía
sentir el latido de su corazón mientras me recostaba contra él, y el rumor de la
risa en su pecho.
—¿Cómo pensaste que sería?
—No pensé que me cuidarías. —No pensé que sus brazos me harían sentir tan
segura. No pensé que su pecho fuera tan ancho y fuerte. No pensé que quisiera
lamer el punto de su cuello donde su pulso late, ese que tengo tan cerca de mi
cabeza, apoyada en su hombro.
—No estoy seguro de haber estado solo con una mujer en medio de un ataque
de pánico. Me alegra no haberlo hecho peor.
Luché contra el impulso de pasar la mano por su camisa y sentir sus
músculos, desabrochar los botones y deslizar mis dedos por su piel. Quería
presionar mi pecho desnudo contra el suyo. —Definitivamente no lo empeoraste
—le dije. No podía mirar su rostro en este momento, o más bien, no podía
obligarme a apartar la mirada de su cuerpo. No pude resistirme. Cubrí su
corazón con mi palma. Sus latidos eran fuertes y constantes. —¿Cómo…, cuánto
tiempo hasta que nos rescaten de esta caja de muerte?
Resulta que no pude evitar mirarlo a la cara, y cuando me miró de vuelta, sus
ojos color ámbar estaban llenos de calidez y preocupación. Sentí el calor resonar
dentro de mí.
—¿Estás entrando en pánico de nuevo? ¿Necesitas que te distraiga otra vez?
Sacudí mi cabeza mientras veía sus sensuales labios formar palabras. —¿En
pánico? No. —Acercó una mano a mi cuello. ¿Sintió que mi pulso latía rápido?
Porque lo hacía. No por el pánico. —Pero necesito que me distraigas —le dije. Y
no iba a pensarlo demasiado. Alcé la mano y lo acerqué para besarlo.
Él no se resistió en absoluto. Sus labios se sentían tan suaves, al principio se
cuestionaba, luego solo sentí su aliento revoloteando contra mis labios, después
me tomó, engulléndome con su pasión. Su lengua abrió la costura de mis labios
y profundizó en ellos, como si ya fuera suya para saquear. Me rendí. Me
entregué a él.
Debería haberlo sabido, debería haberlo sabido. En el momento en que sus
labios tocaron los míos, los deseé aún más. Yo sabía. Todo este tiempo supe que
lo quería, y por eso lo odiaba. Estaba demasiado consciente de mí misma como
para permitir el engaño. Esto siempre fue lo que quise, y estuve tratando de
alejarme lo más que pude.
Oh, estúpida. Tan estúpida.
Pero allí estaba yo en su regazo, y él deslizaba sus manos por mi espalda
desnuda, tan grande y fuerte que me hacía temblar, no con frío, sino con lujuria.
Oh. Mi falda me llegaba hasta los muslos porque lo necesitaba más cerca, se
aferró a mi trasero y me hizo sentir su deseo justo donde lo necesitaba.
—Joder —le dije. —Sí. —Y se quitó la chaqueta. Tenía su propia camisa
desabrochada y se la quitó antes de que pudiera volver a agarrar su mandíbula.
Al final del día, el rastrojo áspero estaba contra mi mejilla. Sus labios estaban
hinchados y suaves. Tenía unos labios preciosos y quería que fueran míos.
Reclamé su boca con mi lengua y él gimió, y no pensé que alguna vez
quisiera que este beso terminara. Se separó jadeando y me sujetó cuando fui por
otro, con los ojos pesados y una sonrisa en su rostro que me hizo derretirme. —
Chloe —jadeó, y me incliné para otro beso porque lo necesitaba, pero él se
movió y dejó un rastro caliente en mi cuello, mordiendo la hinchazón de mi
pecho y encontrando un pezón. Jadeé y hundí mis dedos en su cabello, grueso y
sedoso. Me aferré mientras me volvía loca con lengua, labios y dientes. Fue
demasiado. Me aplasté contra él y gemimos juntos.
El intercomunicador zumbó a la vida, un sonido estático en el aire sensual del
ascensor. Solo existíamos nosotros. De pronto el mundo real interrumpió. —¡El
custodio! —chilló la caja. —¿Están todos bien allá arriba?
Estábamos atrapados en un ascensor del trabajo y a punto de tener sexo en el
piso mientras esperábamos el rescate.
Me puse en pie de un salto, tirando desesperadamente de mi falda hacia abajo,
pasando mis manos temblorosas por mi cabello, que estaba despeinado. Al final
desistí con eso.
—Maldición —dijo Nick. Estaba en el intercomunicador, con la camisa ya
puesta. Se movió apresuradamente. —Estamos aquí. Estamos bien. ¿Cuánto
tiempo más tardará? —Él movió sus ojos hacia mí. No pude precisar el mensaje
que estaba enviando. ¿Culpa? ¿Deseo? ¿Preocupación?
—Mmm. No debería ser mucho. No se preocupen, los sacaremos lo antes
posible.
—Genial —dijo Nick y se volvió hacia mí, me miró mientras se abrochaba la
camisa y se agachaba para agarrar la chaqueta de su traje, la había arrojado con
prisa porque quería estar desnuda en su regazo.
—Genial —le dije, repitiéndolo de manera absurda. Me puse la chaqueta, la
abroché hasta el tope para ocultar mi falta de blusa, pero en realidad no ayudó.
Encontré una bufanda en mi bolsa de trabajo y la até alrededor de mi cuello,
metiéndola en las solapas. Sostuve mi camisa mojada en la mano. Ni siquiera
podía meterla al bolso. Empaparía todos mis papeles.
Me miró con los ojos entrecerrados. —No puedes salir así. No llevas tu blusa
y hace mucho frío.
—Es un verano prácticamente balsámico. Me alegra que salgamos de este
ascensor. —Me reí nerviosamente, pero no se dejó engañar. Hizo una mueca. —
Estaré bien. Y nadie se dará cuenta.
—No te dejaré tomar el metro así. Te llevaré a casa.
Lo fulminé con la mirada. No me gustó que me dijera qué hacer. Pero la
verdad me golpeó como un rayo. ¿Cómo sabía que tomaba el metro para ir a
trabajar todos los días? —Mi héroe —dije. Y salió sarcástico, pero en mi
corazón, no fue así.
Después de todo el terror que había sentido al quedar atrapada, fue
anticlimático cuando el ascensor comenzó a moverse y las puertas se abrieron en
el vestíbulo. Recogí mi bolso y Nick me puso una mano en la espalda para
sacarme de ahí sin ningún problema.
Me detuvo justo en el mostrador de recepción, cuando se inclinó y chasqueó
los dedos al guardia. Así que no solo me chasqueaba a mí. Ese asno arrogante.
—La cinta de vigilancia —dijo bruscamente, sin disimular.
Mi corazón se detuvo. ¿Había una cinta de vigilancia?
—Dámela. La señorita Beckett sufre de claustrofobia y no tendré rumores
sobre su ataque de pánico.
El guardia les aseguró que nadie diría una palabra, pero Nick solo sonrió con
serenidad y esperó a que se la entregara. Lo cual hizo. Nick asintió y luego me
acompañó.
—Entonces, ¿regresamos al tratamiento formal, cierto? —Pregunté.
Él no respondió, solo me miró con esos ojos ámbar y me sentí embriagada.
Me acompañó hacia un Cadillac Escalade negro. Su conductor abrió la puerta
y Nick gentilmente me acomodó en el asiento trasero. Se subió a mi lado. Olía
rico y lujoso. Me hundí en los asientos de cuero, sintiéndome segura y protegida.
Su conductor me llevó a casa sin mucha discusión.
No fue hasta que llegué a casa y cerré la puerta tras de mí, que me di cuenta
de cuál era exactamente el estribillo que había estado pasando por mi cerebro a
través de todo esto. —Mi héroe. Mi héroe. Mi héroe. —Y no había nada
sarcástico al respecto.
CAPÍTULO SEIS: SIN CADENAS

¡I naceptable! —Dijo Nick, firme y claro. Definitivamente no gritó. Se aseguró


de evitar cualquier contacto visual conmigo antes de salir de la reunión de
personal. El resto del equipo murmuró y recogió sus cosas, antes de marcharse
para cumplir las órdenes del jefe. Pero yo no.
Continué tomando notas con calma. No me había hablado de todos modos.
No me regañó, ni criticó mi trabajo, ni me enseñó mis fallas de la misma manera
que hizo con todos los demás miembros del personal. Entonces, su ira no estaba
dirigida a mí. Terminé la oración en mis notas y agregué un punto. Muy
enfáticamente. Posiblemente más de una vez.
Dejé caer el bolígrafo sobre la mesa y finalmente tuve el control de mis
emociones para mirar a la sala de conferencias vacía.
No estaba vacía.
Rachel permanecía sentada al final de la mesa, mirándome por encima de sus
anteojos. Odiaba que hiciera eso. Significaba que me estaba observando y
haciendo conexiones. No quería que ella me observara justo ahora.
Ni que hiciera conexiones.
—Divertida reunión —dije, con esa mueca que la gente hace cuando finge
sonreír, pero no realmente y todos saben que es falso.
Rachel no estaba tragándose nada de eso. —¿Qué le hiciste?
—¿Yo? —Estaba demasiado conmocionada como para fingir
despreocupación. —¿Qué te hace pensar que hice algo? Él no me gritó.
Ella se rio entre dientes y volvió a ponerse las gafas en la nariz con un dedo.
—Lo noté. Entonces, ¿qué le hiciste?
Nada. No le había hecho absolutamente nada. Apenas habíamos hablado en
las tres semanas desde que tuve un ataque de pánico en sus brazos. Y había
hecho todo lo que estaba en mi poder para olvidar cómo se sentían sus labios.
Había hecho todo lo posible para actuar normalmente cuando él me ignoraba.
Otra vez. Mi falsa sonrisa se puso rígida. Podía sentirla asentarse dura y fría en
mi cara. —Nada. —Lo dije claramente. —Estamos exactamente igual que antes.
—¿Antes? —Ella saltó ante la palabra. —¿Antes de qué? ¿Qué pasó?
Maldición La gente inteligente era tan molesta cuando estaba cerca. —Antes
de que se volviera psicótico. No lo sé, Rachel. Nos odiamos el uno al otro. Pensé
que eso había quedado claro tan pronto como regresó de dar piruetas alrededor
del mundo mientras tú te ocupabas de su revista.
Ella ladeó su cabeza hacia mí. —Mmm. ¿Es eso lo que quedó claro?
Me puse de pie y recogí mis cosas. —Es lo que me quedó claro a mí. Tengo
que volver al trabajo —dije. Era mejor terminar la discusión.
—Mmm —escuché, y el peligro en ese sonido me puso nerviosa. —
Asegúrate de llegar a tiempo a la Gala Meryton. Lo cierto es que necesitaré que
llegues temprano.
Recogí mis notas. —No voy a la Gala Meryton.
Se puso de pie, ambas manos sobre la mesa y me miró. —Por supuesto que
vas. Se requiere al personal de la revista Wordly. Las invitaciones se enviaron
hace seis meses.
Le sonreí. —Sí. Y solo he trabajado aquí durante cuatro meses. Nunca recibí
una invitación.
Rachel me devolvió la sonrisa. —Eso fue un descuido. Ya estás en la lista de
invitados y necesitas estar allí, lista para jugar y cortejar a los millonarios que se
mueren por congraciarse con Nick. Quiero que te asegures de vestirte lo mejor
posible.
Me atraganté, demasiado ofendida para ser elocuente. —¿Qué?
—Puede que no te guste jugar, pero estás en el juego, Chloe Beckett, y
puedes llegar lejos con las conexiones correctas. Puedes comenzar a hacerlas
aquí. Te quería en nuestro personal por tus habilidades, pero más que eso, por
quién podrías ser. Así que, escucha a tu tía Rachel…
—No eres mi tía, no eres mucho mayor que yo…
—Y más vale que aparezcas con un vestido fabuloso y regodeándote con las
personas ricas que aman a las mujeres bonitas y talentosas. Los hace sentir
especiales pensar que han descubierto a la próxima nueva sensación.
—Tienes que estar bromeando. Soy una escritora, no una vendedora.
—Este es un negocio, Chloe. Necesitas a la gente de dinero de tu lado. Eso
incluye a Nick, debo agregar.
Presioné mis labios hasta formar una línea. No me quería de su lado. De lo
contrario no habría fingido que lo del ascensor no sucedió. —Bueno, no puedo
ir. Soy una pobre escritora. No tengo un vestido de alta costura para una gala
multimillonaria. Todo lo que verá la gente de dinero es a una chica de campo
vestida con harapos.
—¡Esperaba que esa fuera tu única objeción! —Dijo, su brillante sonrisa de
vuelta. —Tengo el vestido perfecto para ti. Me queda un poco pequeño, pero a ti
te irá muy bien.
—No voy a usar tu vestido.
—No es realmente mío. Una de las ventajas de estar en esta revista son todas
las conexiones glamorosas. El vestido fue regalo de un diseñador cuyo
espectáculo cubrí. Sin embargo, nunca encajó bien, así que nunca lo usé. Ahora
solo está ocupando espacio en mi armario. Así que lo traeré el jueves y tomarás
el viernes libre para ir al spa.
—No puedo pagar un sp…
—Tengo un certificado de regalo y, antes de que me digas que no puedes
tomar mi certificado, es un regalo de un show de premios y una compañía
competidora de mi estética, así que simplemente no puedo usarlo por lealtad. Lo
tomarás, también el vestido, y llega temprano a la gala. Puede que no lo sepas,
pero eres mi protegida. Tengo planes para ti. Y no pretendo que tu modestia los
arruine.
Parpadeé. —Está bien. —¿Qué más podría decir?
—Bueno. También trabajas muy duro, así que puedes tomar esto como
Rachel asegurándose de que no te consumas y continúes siendo la bestia que
eres en tu carrera de escritora. ¿Sí?
—Sí.
Ella sonrió. —Está bien, vuelve al trabajo antes de que Nick decida regresar y
acostarse contigo.
—¿Qué? —Mi corazón tartamudeó.
—Vete —dijo ella. Y yo me fui.

Llegué allí temprano, como pidió Rachel. Me tomé el día libre, me peiné y me
maquillé en un elegante salón de belleza y me puse el vestido.
—Te ves increíble —dijo Rachel cuando me vio. —Sabía que ese vestido se
vería fabuloso en ti.
Miré hacia abajo. Se veía fabuloso. El vestido se sujetaba por un hombro y
caía largo y elegante, con una abertura que terminaba en lo alto de mi muslo. El
rojo intenso hizo que mi piel clara oliva brillara y mi cabello oscuro también. —
Es un vestido hermoso, Rachel. Gracias. Señálame a la gente de dinero con la
que quieres que charle. Estoy lista para el juego. Lo prometo.
Se rio y le quitó un par de copas de champaña rosa a un camarero que pasaba.
—No, no tienes que trabajar esta noche. De hecho, solo quería que te divirtieras.
Trabajas demasiado duro y necesitas salir. Adelante —se despidió con la mano
hacia el salón de baile que aún estaba vacío. —Bebe champán, baila, encuentra a
alguien con quien coquetear. Diviértete.
—¿Qué? Creí que era un evento de trabajo.
Ella se encogió de hombros y se rio entre dientes. —Nop. El personal odia
estas cosas. Es un requerimiento de equilibrio entre trabajo y vida. Oh, creo que
veo a alguien que tengo que… —Rachel ya se había ido antes de terminar de
poner una excusa. La miré furiosa mientras cruzaba el piso de parquet hacia un
grupo de personas que conversaban bajo los altos candelabros.
—Me trajeron aquí con falsas pretensiones. —El vestido. El día de spa.
¿Todo? Un grupo de personas riendo entró en la habitación y decidí que
necesitaría más champaña para lidiar con toda esta socialización. Aún era
temprano. Había tiempo de sobra para hacer que esto fuera lo menos doloroso
posible.
La música comenzó y decidí que me iba a divertir. Esto era parte de lo que
quería, ¿no? Quería la oportunidad de vivir y no estar atrapada en las montañas,
atendiendo a las abejas y las flores, donde nunca sucedió nada porque estuvo
nevando todo el invierno. Aquí estaba, codeándome con multimillonarios que no
eran mi jefe, que no me habían ignorado durante semanas y que no habían
aparecido en mis sueños para volverme loca.
De hecho, fue bueno que Rachel me hubiera traído aquí con falsos pretextos,
engañoso, pero bueno. Ella tenía razón. Debería empezar a salir. Seguir adelante.
Encontrar a alguien más en quien pensar, que no sea el totalmente inadecuado e
imposible Nick Meryton.
Y eso fue lo que hice. Había tantas bandejas de champaña yendo y viniendo a
través de la fiesta, que perdí la cuenta de lo que había bebido, mareada por los
candelabros de cristal, los hermosos vestidos y lo poco que me gustaba mi vida
comparada con esta gala. Cuando un hombre con brillantes ojos color miel me
pidió que bailara, dije que sí e ignoré el hecho de que la cara de Nick vino a mi
mente.
Este hombre no era Nick Meryton, él ni siquiera estaba aquí. Este era alguien
completamente diferente. Y quería bailar conmigo, a diferencia de Nick, que ni
siquiera podía estar en la misma habitación conmigo. Me gustó estar en esos
brazos, aunque no eran los brazos de Nick. Me gustó cómo parecía estar
pendiente de cada una de mis palabras y me gustó la forma en que se reía cuando
hacía bromas, a pesar de que su risa llegó un segundo después de la de Nick,
porque por alguna razón, Nick siempre parecía entender mis bromas antes de
que las terminara. Por alguna razón, Nick parecía entenderme, incluso antes de
que las palabras salieran de mi boca.
Pero aparté los pensamientos de él y miré a este hombre, que realmente me
prestó atención, a diferencia de Nick, y cuando se inclinó hacia mí, lo dejé. Y
cuando sonrió con esa peculiaridad en la comisura de su boca que me recordó a
Nick, casi me hizo enojar. Porque este NO era Nick y tenía que recordarlo.
Dije su nombre tantas veces como pude para no confundirlo. —David —le
dije. —David… —y le hice preguntas tontas solo para seguir hablando. Sin
embargo, no pareció darse cuenta de que eran preguntas tontas. Nick lo habría
hecho y se habría burlado de mí sin piedad, habría respondido con fuego. Pero
no, David solo quería meterme en su cama. Fue simple y obvio. Probablemente
no iba a funcionar, pero lo estaba considerando. Sabía que necesitaba superar a
Nick. Aunque no pensaba que David pudiera ayudarme a hacerlo.
CAPÍTULO SIETE: COMPROMETIDO

P asé por alto la bandeja de champaña que llevaba el camarero y fui


directamente a la barra por un whisky escocés doble. No era aficionado a
estos eventos de caridad de mi familia. No habría venido a este, pero se
me exigió. Me aseguré de llegar lo más tarde posible y que de todas formas
pareciera ‘elegante’.
La gala estaba en pleno apogeo. Mi estado de ánimo era muy poco alegre.
Todos lo notaron. No era nada sutil de todas formas. Y sabía perfectamente por
qué estaba así, lo que empeoraba todo.
Era Chloe.
No podía sacarla de mi mente. Durante tres semanas, lo único en lo que pude
pensar era en encontrarla sola y probar su piel desnuda nuevamente, cosa que
simplemente no funcionaría. No se me permitía tocar a mis empleados. Pasé la
mayor parte de las últimas semanas evitándola, lo que no fue fácil porque
ninguno de nosotros parecía hacer nada más que trabajar. Me alegré de tener una
noche en la que no tendría que verla ni pensar en ella. Nadie en la revista Wordly
quería venir a estos eventos mortales.
Claramente, mi única solución era encontrar alguna otra mujer con quien
obsesionarme. Con esas intenciones, me recosté en la barra y examiné la
habitación para ver si había caras nuevas en la multitud. O rostros conocidos a
quienes no les importaría una jugada más.
No tardé mucho en ver a una mujer con un vestido rojo que abrazaba sus
deliciosas curvas en todos los lugares correctos. Su largo cabello oscuro caía por
la espalda en ondas lujosas y cuando se rio de algo que dijo el hombre que estaba
con ella, su risa flotó por la habitación y me dio escalofríos. Se sacudió el pelo y
la gracia de su brazo y muñeca resonaron en mí, un tirón, eso era justo lo que
estaba buscando. Todo lo que pude ver fue su espalda, pero podía decir que era
justo lo que quería.
Sonreí y me acomodé para observarla un momento. Ella no parecía
familiarizada con su compañero, así que dudaba que no pudiera alejarla de él.
Después de todo, yo era un multimillonario famoso del que se contaban leyendas
sobre cómo lograba que las damas se enamoraran. ¿Por qué no tomar ventaja? El
hombre rodeó a la mujer y le susurró algo al oído.
Maldición. Era David. Debería haberlo sabido. Por supuesto. Debería. Era el
hijo obediente que corría detrás de nuestro padre y saltaba todos los aros para
poder contar con su aprobación. Y yo era el hijo que realmente nunca se alineó.
El alborotador. Al que no le importaba la aprobación de los padres y no la
necesitaba. David era el hijo que siempre intentaba ponerse al día para gustarles.
Sí, por supuesto que les gustaba, pero él nunca podría competir conmigo.
Aunque le dije que no estaba tratando de quitarle nada. Nunca lo había hecho.
No quería nada de lo que él tenía…, hasta ahora.
Tomé otro trago de whisky y vi a mi hermano ser galante con la mujer de
rojo. No era muy bueno, honestamente. Era divertido verlo tratar de acercarse y
cómo ella lo evitaba. Otra persona podría retroceder si supiera que su hermano
se interesa por una mujer, pero no éramos así el uno con el otro. Él siempre había
estado celoso de mí, y yo era siempre indiferente a sus celos.
David se inclinó y le dijo algo a la mujer, su brazo se deslizó alrededor de su
cintura y la atrajo hacia su costado, aparentemente sus intentos empezaron a
funcionar.
Tendría que encontrar otra chica después de todo. A regañadientes le deseé lo
mejor.
Luego vi que ella dio la vuelta en los brazos de mi hermano; estrellé mi
bebida en la barra y crucé la habitación antes de ser consciente de lo que estaba
haciendo.
—David —dije; una amenaza en mi tono de voz.
Dio un paso atrás de ella, claramente sorprendido por mi repentina aparición.
No me importó.
Chloe se volvió y me miró con sus ojos azules sobresaltados. —¿Nick?
—Cariño —dije, y envolví mi propio brazo alrededor de su cintura,
atrayéndola hacia mí, lejos de mi hermano. Presioné un suave beso en su mejilla.
Ella se puso rígida, probablemente estaba conmocionada, pero no se apartó y
aproveché la oportunidad para acariciar su cuello. —Lo siento, llegué tarde. Qué
hermosa eres, mi amor.
—¿Cariño? —David me miró con recelo. Y con razón. Le devolví la sonrisa
ampliamente. —¿Estás con ella?
—Sí. Gracias por hacerle compañía mientras me esperaba.
—¿Yo te esperaba? —Sus labios se apretaron. Estaba enojada. ¡Señor,
ayúdame! Encontraba su enojo adorable. Reprimí mi sonrisa.
—No seas así, querida. —Dejé que mis dedos jugaran con un mechón de su
cabello. Ella nunca se peinaba así y era glorioso. Envolví el mechón alrededor de
mi dedo y lo acerqué a mis labios para besarlo. Esta noche no olía a flores de
manzano y me decepcioné. La miré y sonreí, ella me devolvió la mirada.
—¿Cariño, mi amor y ahora querida? —Ella arqueó una ceja mientras me
lanzaba una mirada peligrosa. Me gustó.
—¿Prefieres flor de manzano?
Ella parpadeó sorprendida y sus labios se abrieron. Era algo muy atractivo.
—Ella no parece feliz de verte, Nick.
Cierto. David. Lo había olvidado. Me giré para mirarlo. Era un poco más
bajo, un poco más pesado y su cabello comenzaba a caer. Todos siempre me
habían llamado el hermano más hábil, y sabía que en parte por eso me odiaba.
Siempre que lo comparaban con su hermano menor salía mal parado. Pero yo
nunca había tenido culpa. Hasta ahora. Iba a usar lo que tuviera a mi disposición,
porque él no podía tener a Chloe.
—Hemos estado peleando. —Dije, me puse de pie para sobrepasar su altura y
lo miré.
—Bueno, eso es cierto —dijo Chloe en voz baja. Pasó un camarero y ella
tomó una copa de champán de su bandeja.
—¿Entonces todavía tengo oportunidad de robarte? —David volvió su
atención a Chloe, poniendo una sonrisa de playboy que era totalmente
transparente.
—No —gruñí.
Esta vez puso una mano en mi pecho y me apartó. Ella volteó a verme y bebió
un sorbo de su copa. —¿Robarme? Eso requeriría que me tuvieras, ¿no es así,
Nick? —Un desafío. Me pondría a la altura.
—No seas así, bebé —le dije y tomé la mano que aún descansaba en mi
pecho. La llevé a mis labios y besé su palma, sus egeos ojos azules revolotearon.
Le sonreí, utilicé la sonrisa que hacía que las mujeres se pusieran a mis pies. Ella
retiró su mano de la mía.
—¿Soy bebé ahora? ¿Estás planeando reclamarme para ti?
Estaba enojado. Loco por haberme alejado de ella durante tres semanas. Loco
porque nunca mencioné lo que había sucedido entre nosotros. Loco por no haber
hablado con ella. Y tal vez debería haberlo hecho. De repente me sentí muy tonto
al respecto. De repente deseé haberla invitado a una cita. Empleada o no. No fue
una broma. Nunca fue una broma.
—Oh, no —dijo David. —Por favor no la reclames. Yo la quiero.
Sentí un filo helado traspasarme de la cabeza a los pies. —No puedes tenerla.
Ella es mía.
—¿En serio? —Qué desafío. Ella no se daba cuenta de que estaba en medio
de una larga rivalidad entre hermanos. Era exactamente así, y me deleitó tanto
cómo se me molestó David. Esta gala estaba resultando no ser nada aburrida,
después de todo.
"En serio", afirmé. ¿Qué diría ella de eso? Ella era mía.
—Entonces supongo que debo volver a ponerme tu anillo de compromiso. —
El sarcasmo goteaba de sus palabras.
—Sí, deberías —dije mientras mostraba una sonrisa afectada.
—¿Estás comprometido? —David nos miró boquiabierto. —Mamá te va a
matar, Nick.
—¿Mamá? —Ella parpadeó e intercambió miradas conmigo y con él un par
de veces.
—Pensé que ya habías conocido a mi hermano, Chloe —le dije y mi voz era
mucho más mortal de lo que pretendía. Sus ojos se abrieron de par en par. Yo
también estaba enojado. Ni siquiera podía mirar a David. No podía creer que
hubiera dejado que él la tocara. No podía creer que ella me hiciera esto. Debo
haber dejado que algo se notara en mis ojos. Dio un paso hacia mí, con la cabeza
ligeramente inclinada hacia un lado.
—Herm…, hermano. —Giró la cabeza hacia David, que nos miraba con
avidez. —David. Dijiste que eras David... David Meryton. En la Gala Meryton.
¡Oh, Dios mío! Eres el hermano de Nick.
—Me siento herido, Nick. Tu prometida no parece saber nada sobre mí.
—No hay razón para que hablemos de ti.
Chloe estaba rígida a mi lado. —Nick —siseó. —Nick, ¿puedo hablar
contigo? ¿En privado?
—Sí, Nick. ¿Por qué no vas a hablar con tu prometida, mientras yo le informo
a mamá y papá que decidiste eliminarlos de tu vida? Quiero decir, ni siquiera les
dijiste que tomaste una decisión tan importante como casarte. —Me sonrió con
saña. Estaba deseando comenzar una discusión. Por supuesto. Cualquier cosa
que lo hiciera sentir que estaba ganando.
Pero no estaba ganando a Chloe, eso era seguro. Pasé mi brazo alrededor de
sus hombros y tomé la copa de champán de sus dedos flácidos, terminándola de
un trago. —¿Por qué no vas a hacer eso? Recuérdales que no necesito el permiso
de mis padres para vivir mi vida. Y tampoco necesito su aprobación. ¿Puedes
decir lo mismo?
Se burló de mí, pero no respondió, solo salió corriendo para ir a decirle a
nuestros padres. Éramos adultos, pero a veces todavía actuábamos como niños
que intentan ganar una guerra entre hermanos. Solté un profundo suspiro.
—Nick… —dijo Chloe, su voz temblorosa. —¿Acabas de decirle a tu
hermano, quien luego fue a decirle a tus padres, que estamos comprometidos
para casarnos? Porque así es como sonaba.
Sí. Ya les habría dicho. Había mucho silencio en el salón de baile. Todos
estaban mirando. —Sí. Lo hice —agaché mi cabeza para que solo ella pudiera
escuchar. Porque todos estaban atentos. —También se lo dije a los columnistas
de chismes, Rachel, y aparentemente a todos en la ciudad de Nueva York. —Un
flash apuntó hacia nosotros. Luego otro. Estaríamos en la página seis en la
mañana. —Parece que estamos oficialmente comprometidos.
—Nick.
—Sin embargo, te ves preciosa —le dije, porque todavía no lo había dicho, y
ella se veía hermosa. Ya estábamos en un gran enredo, así que podría disfrutar
finalmente el poder hablar con ella de nuevo. Poder tocarla.
—Me gustaría… —Sus palabras se desvanecieron como si no supiera qué
decir primero.
—¿Hablar en privado?
—Matarte.
Me reí como si acabara de decir lo más ingenioso del mundo. Las apariencias
eran importantes. Nadie podía saber que esto era un gran desastre.
Otro flash se disparó. Sonreí, instintivamente, luego me incliné hacia ella. —
Lo siento —susurré, luego la besé.
CAPÍTULO OCHO: CONDUCIENDO

N ick sonrió y posó para las cámaras mientras los flashes parpadeaban a
nuestro alrededor, yo hice todo lo posible para no parecer un ciervo
atrapado por los faros de un auto. Nada tenía sentido, pero estaba
tratando de ir con la corriente, seguir el juego, como Rachel quería que hiciera.
No pensé que este era el juego que ella quería que yo jugara. La pillé
boquiabierta un momento, entre la multitud, pero luego la perdí en el vertiginoso
giro de todo.
—Nick —lo atraje hacia mí y le susurré al oído. —Necesito, necesito
sentarme.
La máscara de la perfección se deslizó y sus cejas se estrecharon con
preocupación. —¿Estás bien? ¿Es esto demasiado? —Su mano se alzó para
hacer círculos suaves contra mi piel desnuda entre los omóplatos y me recordó la
forma en que me tocó en el ascensor. Se me ocurrió que podría estar
perdiéndome de nuevo. No, eso sería lo peor.
"No. No me está dando un ataque de pánico. Pero he bebido demasiado y tú
acabas de decirle al mundo que estamos comprometidos y ni siquiera me
preguntaron al respecto ".
Se mordió el labio para ocultar una sonrisa. Quería golpearlo, pero todos
estaban mirando mientras fingían no estar mirando. —¿Entonces quieres que me
quede solo? —Se inclinó para otro beso falso y lo detuve.
—Nick, tenemos que hablar sobre esto. Necesito saber qué va a pasar ahora.
Se rio de nuevo, pero esta vez pude escuchar la tensión debajo de su máscara.
—Nick —dije—, necesitamos hablar.
Pasó su mano por mi brazo desnudo y me estremecí, ni siquiera pude
ocultarlo, pero cuando unió sus dedos con los míos y luego los acercó a sus
labios para besarlos, no tuve palabras. No había forma de que pudiera resistirme.
Él inclinó su cabeza sobre la mía. —Gracias por jugar conmigo. Creo que he
estado aquí el tiempo suficiente y he dejado una impresión lo suficientemente
grande como para que podamos escapar antes de que mis padres vengan a
buscarme.
—¡Tus padres! —Miré a través de la multitud que fingía no mirarnos y
fallaba miserablemente para ver si podía encontrarlos. Había hecho el artículo
sobre Nick. Sabía cómo se veían. Y no quería enfrentarlos cara a cara.
¡Especialmente no como su supuesta nuera!
—Lo siento —susurró, quitando mi cabello de mi oreja. —Vamos, salgamos
de aquí.
Dejó que sus dedos bajaran por mi cuello hasta mi clavícula e intenté no
temblar. Traté de no derretirme bajo la perfección de su toque, pero no pude
evitarlo. No sabía si era todo por espectáculo, solo parte del juego en el que
estábamos. No sabía si el juego era conmigo o si yo era solo una especie de peón
en un juego más grande que no tenía nada que ver conmigo, pero sabía que
quería que me siguiera tocando. Finalmente estaba liberando el aliento que había
estado conteniendo desde esa noche en el ascensor. Nada se había sentido bien,
hasta ahora que estaba de vuelta en sus brazos. Lo que estaba sucediendo no lo
entendía, pero lo quería.
Puso su mano en la parte baja de mi espalda y me condujo de regreso a través
de la multitud, hacia las puertas arqueadas, donde recogió mi abrigo y me
condujo por los amplios escalones. El valet fue a buscar su auto.
Había silencio aquí afuera. El aire fresco se sentía bien en mis mejillas
calientes. —¿Qué está pasando, Nick? Estoy realmente confundida.
—Todavía no —dijo y miró hacia la calle. Pensé que estaba vacío, pero
cuando volví a mirar, vi sombras, personas de pie sin razón alguna.
Me incliné hacia él.
—¿Son acosadores? —dije en voz baja.
—Paparazzi. No los llamamos acosadores.
—¿Entonces lo son?
—Sí.
Resoplé. —Entonces, ¿esto es con lo que me voy a casar?
Él se rio y colocó su brazo alrededor de mi cintura. —Me temo que sí. —No
había olvidado cuánto me gustaba la forma en que sentía su brazo a mi
alrededor, así que me deleité con el calor y la fuerza de él hasta que su auto se
detuvo enfrente. Era un auto mucho menos llamativo de lo que pensaba. Un jeep
negro Nada especial.
—Lindo auto —le dije.
—Se adapta a mis necesidades.
Me abrió la puerta y la cerró, y luego nos fuimos, conduciendo por las calles
de Manhattan, pasando las luces de la ciudad, mientras permanecíamos sentados
y en silencio. —¿A dónde me llevas? —pregunté finalmente.
—A mi casa. No te preocupes, no te voy a violar, solo necesito un lugar fuera
del ojo público. Podríamos ir a tu casa, si lo prefieres.
Pensé en mi departamento lleno de gente con tres compañeras de cuarto. —
¿No tienes una casita en Greenwich Village? ¿Con vistas al río Hudson?
Él sonrió, pero no me miró, siguió navegando por el tráfico de la ciudad. —
¿Eres una de mis acosadoras, Chloe?
—Escribí un artículo exponiendo tu vida escandalosa, ¿recuerdas?
—Ah, sí, ¿cómo podría olvidarlo?
—Nunca lo olvidaste, ¿verdad? ¿Es esta tu venganza contra mí? Sé que mi
artículo terminó haciendo que rompieras con tu enamorada adolescente.
Él se burló, aún sin mirarme. —De ningún modo. Solo nos estábamos
divirtiendo. Era, como dices, demasiado joven para mí y habría terminado tarde
o temprano.
—Pero lo terminé antes. Así que ahora me estás arrastrando a tu sórdida vida
amorosa, tu supuesta sórdida vida amorosa, con este ridículo compromiso falso.
Esto se siente como una telenovela, Nick. No tengo tiempo para una telenovela.
Tengo cosas reales de las que preocuparme.
—¿Como tu carrera?
—¡Sí, como mi carrera! —Lo dijo como si fuera una acusación, sus ojos
sobre mí con una mirada calculadora. Él tenía un plan. Y me puso nerviosa. Nick
Meryton podría haber sido un infame multimillonario playboy con el tipo de
atractivo sexual que hacía que las mujeres cayeran a sus pies, incluida yo, pero
detrás de esa máscara de niño bonito había una mente aguda con objetivos que
siempre me habían parecido opacos.
Se me ocurrió que esa era, en parte, la razón por la que siempre me había
cautivado el mito de Nick Meryton, porque sentí que había capas debajo que él
escondía de todos. Y me encantó la idea de desenterrar esas historias y traerlas a
la luz. Con él mirándome ahora, sentí la agitación de esa historia, sentí que
podría perderme en ella, y una sacudida de... ¿miedo?, ¿nervios?, ¿emoción? No
estaba segura de qué, pero lo sentí.
—¡Ojos al frente, Nick! Nos vas a estrellar y luego los titulares de la mañana
serán sobre cómo nuestro romance épico se truncó por un trágico y mortal
accidente.
—Poético —dijo, su tono rezumaba sarcasmo, pero se estaba deteniendo, fue
hacia una calle lateral donde se estacionó, apagó el motor y se volvió hacia mí.
Mi corazón latía tan fuerte que me sorprendió que no pudiera escucharlo en el
interior del repentinamente silencioso jeep.
—¿Quieres saber lo que provocó que me expusieras, Chloe?
No debí contestarle, no podía llevar a nada bueno. —Sí.
Se quitó el cinturón de seguridad, se inclinó sobre la consola y volteó a
verme. Yo me recosté hacia atrás, hasta que me presioné contra el frío cristal de
la ventana. Me señaló con el dedo. —Tu artículo hizo que rompiera con mi
pequeña novia, cierto. Tienes razón. Pero también puso en el foco público mi
vida personal y también todos los patrones de acción que ni yo no sabía que
tenía. No se trataba solo de paparazzi tratando de vender fotos mías con la última
chica en la lista. Eran personas analizando toda mi vida y señalando todos mis
defectos para que el mundo los pudiera ver. Eso es lo que hiciste.
—Yo… Yo no quería.
—Tú no querías. Trabajaste en esa terrible revistucha de chismes a la que
nunca le importó si sus historias eran ciertas, y cavaste en MI historia, la
diseccionaste y me dejaste desnudo sobre la mesa. Y desde entonces no he
podido ir a ninguna parte sin una docena de mujeres tratando de ser quien me
salve de mi vida triste y solitaria, buscando amor.
—Sólo intentaba decir la verdad. Entenderla.
—Pero soy una persona, Chloe, no una historia. Y usaste tu talento,
inteligencia, perspicacia, integridad y todo lo demás; me examinaste como a un
objeto.
No podía ver su rostro, no en la oscuridad del automóvil, con solo las luces de
la calle brillando. No podía ver sus ojos y quería hacerlo. Quería romper esas
defensas y saber, realmente saber qué es lo que había hecho. Podía escucharlo en
su voz: el dolor que había causado. Solo estaba tratando de ser inteligente, de
hacerme un nombre como escritora. Mi objetivo eran personas poco profundas
sobre las que se solía chismear. Quería exponer una verdad y lo olvidé. Olvidé
que no se trataba solo de mí. —Nick —no podía borrar la emoción de mi voz, tal
vez no merecía sentirme por encima de esta situación. —Lo siento. Esa no era
mi intención. No quise lastimarte. ¿Aceptarías mis disculpas?
Él gruñó y se dio la vuelta; sin su atención centrada en mí, la intensidad del
momento se desvaneció. Era solo un auto oscuro. Se encogió de hombros
casualmente. —Bueno, digamos que hiciste más difícil mi trabajo, porque ahora
no solo estoy luchando contra los paparazzi, sino también contra las mujeres que
han decidido que soy un gran premio.
—Lamento haberte llamado un gran premio.
—Demasiado tarde. Pero puedes hacer algo para compensarlo.
Su voz había vuelto a ser la de esa encantadora celebridad superficial. Me
libré del hechizo al que me había sometido. —¿Supongo que crees que fingir ser
tu prometida compensará el artículo que escribí?
—Creo —dijo lentamente, como si estuviera midiendo sus palabras—, que
pretender ser mi prometida me permitirá volver al trabajo y detener a las mujeres
depredadoras que están tratando de cazar el próximo gran premio.
—De verdad lamento haberte llamado...
—Sí, me llamaste así —se giró para mirarme y colocó su brazo sobre el
respaldo de mi asiento. Todavía estaba presionada contra la ventana, pero sentía
como si fuera una jaula. —Si realmente lo sientes, puedes ser mi escudo contra
estas mujeres y podemos hacer nuestro trabajo sin hostigamiento. Y me quitará a
mis padres de la espalda, para empezar. —La luz de la calle captó su sonrisa
torcida y mi respiración se cortó. —Porque, por supuesto, leyeron tu artículo y
decidieron que lo único que podría arreglarme sería que me casara. Es por eso
que mi hermano creyó en tu pequeña broma tan rápido. Porque pensó que
finalmente podría vencerme en algo.
—Mi broma.
—Esa, sobre ponerte mi anillo de compromiso. Se podría decir que todo este
desastre es tu culpa.
Me encontré sacudiendo la cabeza, a pesar de que parte de esto fue mi culpa,
no, no lo fue, no todo y no quería asumirlo. No hice todo esto sola y él tuvo la
oportunidad perfecta para decirle a David que no estábamos comprometidos. —
Podrías haberle dicho que no había nada entre nosotros y que era una broma.
Quiero decir, vamos Nick, me odias.
Eso lo mandó de nuevo a su asiento. —No te odio". Hablaba abiertamente en
la oscuridad.
Todo lo que pude hacer fue recordar cómo me había evitado desde el
ascensor. —Así no se sentía. —No me gustó lo vulnerable que soné. Había algo
sobre sentarse en la oscuridad así, con la ciudad pasando a nuestro alrededor,
pero solo nosotros, aquí, juntos. Me recordó a la forma en que estábamos en el
ascensor y, a pesar de mi pánico, cómo me trató, como si quisiera decir algo,
como si fuera importante.
—Chloe. Soy tu jefe No debería haberte besado. Estaba tratando de… —Sus
palabras se desvanecieron.
—Tú no me besaste, Nick. Yo lo hice. Solo intentabas ayudarme en mi ataque
de pánico. Yo soy quien no debería haberlo hecho.
Él expulsó el aire con fuerza. Eso dejó en claro alguna emoción que lo
atravesaba, pero no estaba claro cuál. —Debería haberte hablado sobre esto en
lugar de evitarte.
Sí, debería haberlo hecho. —Bueno, estamos hablando de eso ahora. —
Quería decirle que deseaba besarlo nuevamente. Pero no se supone que lo
deseara. Él era mi jefe y todo sonaba a una muy mala idea.
—No es algo que debiera pasar entre nosotros.
—Tendré la reputación de ascender de cama en cama.
Él rio. —No te imagino tomando alguna vez el camino fácil. Nunca he visto a
nadie trabajar tan duro como tú. Y no juegas, nunca te andas con tonterías.
—¿No es eso en lo que caímos, Nick? ¿En un juego?
—Chloe, no —dijo casi decepcionado.
Sacudí mi cabeza. Esto era imposible. —Ni siquiera sé cómo haría para fingir
ser tu prometida. No soy alguien a quien los paparazzi amen. Quiero decir,
¡mírame!
Sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo. Él ladeó la cabeza. "Créeme,
te he estado mirando Te ves… —la pausa se hizo pesada. —Magnífica.
—Bueno, Rachel me forzó a usar este vestido y me hizo pasar un día en su
tonto spa. ¿Crees que me veo así todos los días?
—Me gusta cómo luces.
Las palabras me sorprendieron. —¿Te estás burlando de mí? Sé
perfectamente que no estoy elegante ni a la moda.
—No, en verdad me gustas. Eres adorable. Tan sincera. Trabajas muy duro.
Nunca puedes mantener tu cabello recogido, o tus blusas bien puestas. Y te
quitas el lápiz labial a las diez de la mañana porque estás pensando mucho.
—¿Cómo…, cómo sabes eso? —Me pasé la mano por el pelo
conscientemente. ¿Me estuvo observando?
—Está bien, ¿sabes? Entiendo que es diferente estar en el ojo público. Yo he
estado ahí prácticamente toda mi vida. Pero acaba de ocurrirte a ti. —Sus ojos
brillaron. —Dame un segundo y lo resolveré.
Sacó su teléfono y apenas tuve la oportunidad de pensar en cómo sería estar
comprometida con Nick, antes de que dejara de hablar.
—Todo listo —dijo. —Mañana, antes del trabajo, irás a ver a mi estilista, ella
te conseguirá un guardarropa listo para la cámara.
—¿Tienes una estilista?
—Por supuesto que tengo una estilista. ¿Crees que puedo manejarme como la
cara bonita de la revista Wordly sin alguien a cargo de mi estilo? Chloe, esto es
un negocio, y es parte de mi negocio.
—Y yo sería parte de tu negocio. Quiero decir, como tu prometida, haciendo
mi papel.
El asintió. —Sí. Mantendremos el secreto en el trabajo.
—No es un secreto, es una mentira.
—Sin embargo, está fuera. Así que no tenemos que escondernos allí.
—Tenemos que mentir. No estamos comprometidos.
Él apretó los labios con fastidio. —Míralo de esta manera. Tú y yo tenemos
un acuerdo en el que estamos aliados personal y económicamente para satisfacer
nuestras necesidades. Es igual que estar comprometidos, si lo miras de la manera
correcta.
—No, no es igual. No, a menos que le des la vuelta.
—Entonces démosle la vuelta. Tenemos que hacer nuestra propia historia,
Chloe. Eso es lo que no entiendes de jugar así. Todos juegan. Y estás tan
ocupado tratando de ganarte un lugar en la mesa siendo el mejor o el más
inteligente, que no te das cuenta de que nadie más está tratando de serlo, solo
intentan aprovechar cualquier ventaja que tengan. Esta es tu oportunidad de
aprovechar. Ahora. Esto no es bueno solamente para mí. También lo es para ti.
—No creo ser mejor que cualquier otra persona.
—¡Pues deberías, maldita sea! —espetó. —Eres mejor. Y más inteligente. Y
más talentosa. Y tan condenadamente hermosa. —Se detuvo por un segundo y
me miró, su respiración era pesada. —Escucha Chloe, has dejado en claro que no
crees que me haya ganado mi lugar, que crees que simplemente nací en él. Dado
tu pensamiento, déjame darte algo de eso
—Creo que lo has ganado —dije escarmentada. Sí lo había dicho, pero ahora
lo conocía mejor.
—No importa, eso es lo que estoy tratando de decirte. Hacemos esto, este
compromiso falso, y me aseguraré de que tu carrera avance. Podrás hacer lo que
quieras. Podrás dejar tu huella en el mundo. Te daré esa sección en la revista. La
que querías sobre viajes nacionales, preocupaciones indígenas, intereses
ecológicos.
Me quedé impactada. Habíamos estado peleando por eso durante meses.
Bueno, no meses, siendo honesta, solo semanas. Dejó de pelear conmigo
después de lo del ascensor. Dejó de discutir conmigo y Rachel comenzó a darme
tareas que se ajustaban mejor a mis solicitudes. —¿No es eso hacer trampa?
—¿No estás escuchando? Todos hacen trampa. Todos aprovechan su ventaja
cuando la obtienen. Tómala. Te lo has ganado. Eres brillante, Chloe, y quiero tu
voz en mi revista, no solo algunos artículos. Quiero que te hagas cargo de toda la
sección. Te daré un equipo. Te haré editora nacional.
Por un momento dejé de respirar. —No puedes. Acabo de empezar a trabajar
allí. Todos me odiarán.
—Nadie te odiará. Todos te aman, ¿lo sabías? Te están apoyando. Y, si estás
comprometida conmigo, nadie pensará que estás usando tu cuerpo para salir
adelante. El nepotismo es una honrosa tradición. Seguirás con tu avance.
Parecerá natural. Puede que se quejen, pero también creerán que es mejor que
seas tú a que sea alguna modelo sin cerebro que se cree escritora. Y si te
conviertes en mi esposa, será tu derecho.
—¡Tu esposa!
—O prometida, es lo mismo. Mira. Es algo falso. Una actuación. Podemos
tener un compromiso todo el tiempo que quieras. No tenemos que casarnos.
Eventualmente el foco público se alejará de mí y mientras tanto tú encontrarás
oportunidades en tu carrera que no alcanzarías nunca si no estuvieras
comprometida conmigo.
—Nick… —Esto parecía una mala idea. Iba en contra de todo lo que había
pensado sobre mí y sobre mi vida y, sin embargo…, quería más de él. Su sola
presencia a mi lado me hacía girar cada vez más fuerte. Solo quería estar a su
lado y no me había dado cuenta de cuánto lo había extrañado durante el tiempo
en que no me habló. Lo miré fijamente, tratando de descifrarlo en las sombras
proyectadas por la noche. Si no hago esto, ¿me ignoraría de nuevo? ¿Lo perdería
otra vez?
Oh, este era un juego peligroso. Estaba preocupada de que no solo estuviera
en juego mi carrera, sino que también lo estuviera mi corazón.
No consideró este arreglo como una propuesta romántica. No me miraba
como si me quisiera, y eso me dolió, aunque era difícil admitirlo. Me miró como
quien propone un negocio. Esto era algo que facilitaría su vida, su negocio y
simplificaría las complicaciones que había agregado a su vida con mi artículo. Y
con mi broma del anillo.
—Esta es una terrible idea, Nick.
Me miró, frío como un témpano, y se encogió de hombros. —No es algo real,
Chloe. Nos proponemos un acto. Fingir que salimos. Digamos que estamos
comprometidos y luego, cuando ya no funcione, decimos que nos separamos.
Una división amistosa. Seguimos nuestros caminos alegres. Tú sigues con tu
carrera y yo vuelvo a ser el soltero más elegible en la ciudad de Nueva York.
¿Qué puede salir mal? —Y dejó salir esa sonrisa devastadora que hacía que
cualquiera hiciese lo que Nick deseara.
—Está bien. —Lo dije y no podía creer que lo hubiera hecho. —Lo haré. —
¿Qué puede salir mal? Tenía miedo de que esas fueran sus famosas últimas
palabras.
CAPÍTULO NUEVE: CONSTRUCCIÓN

N o podía creer que ella estuviera de acuerdo. No podía creer que yo lo


hubiera sugerido, pero cuanto más trataba de convencerla, más me
parecía la mejor y más lógica solución para una multitud de problemas.
Por supuesto, solo había una parte de la ecuación que había mantenido fuera
del argumento y era que este compromiso falso era justo la táctica que
funcionaría para llevar a Chloe a mi cama. ¿Las hordas de cazadoras de hombres
eran realmente un gran problema? No, en realidad no. ¿Me molestaban mis
padres para casarme? Eran molestos, pero yo era un experto en evitar e ignorar a
mis padres. ¿Me enojé por el artículo en el que me expone y quiero que cambie
de opinión sobre mí? Sí, eso era cierto. Y no quería hacerlo como venganza,
quería hacerlo porque no me gustaban las conclusiones a las que había llegado y
no me gustaba cómo había pintado mi imagen. Pero me gustaba ella y yo era lo
suficientemente terco y egoísta como para luchar por que me quisiera.
La creación de este compromiso falso no solo la mantuvo a salvo de los
avances de mi hermano, sino que aún sentía el ardor en mi sangre cuando
pensaba en David poniendo sus manos sobre Chloe. Realmente no quería
detenerme a examinar esos sentimientos posesivos. Este compromiso la obligaría
a pasar tiempo conmigo, dándome la oportunidad de trabajarla. Tenía muchas
artimañas. Ella escribió sobre ellas, pero nunca las había experimentado de
primera mano. Y si mis tácticas no funcionaban, usaría mi dinero y mi poder
para hacer que ella me quisiera.
Sabía que era una farsa de mi parte, pero no podía dejar de pensar en ella. Se
había convertido en una obsesión y estaba empezando a ser un problema. Todos
en el trabajo habían notado que estaba distraído. Era solo cuestión de tiempo
hasta que conectaran los puntos y descubrieran que llevaban hasta Chloe.
Este falso compromiso haría que los puntos fueran fuertes y claros, pero
mantendrían a todos alejados de la verdad y establecería algunas protecciones.
Para nosotros dos. Podría perseguirla si estuviéramos comprometidos, no existía
una regla contra las personas en relaciones establecidas que trabajaban en la
revista, pero, ¿qué ocurría con un romance ilícito entre el jefe y una joven y
vulnerable empleada? Eso no estaba exactamente aprobado. Sabía que nunca la
castigaría por una relación que salió mal. ¿Y hacerla pretender? Bueno, eso solo
nos haría conscientes de que la relación no llegaría a ningún lado. Estaba
empezando a sentirme bastante orgulloso de mi pequeña treta.
—Sabes que no tienes que hacerlo si no quieres.
Ella me miró como si estuviera ofendida. —¿Estás tratando de terminar
conmigo?
Dios, esta chica me hacía reír. —No. No, para nada. Solo quiero asegurarme
de que sepas que pase lo que pase con esto, no habrá repercusiones negativas en
el trabajo. Tu trabajo está seguro. Lo entiendes, ¿verdad?
—Confío en ti, Nick —y cuando lo dijo sentí una punzada de culpa. Lo que
sea que pasara entre nosotros, me prometí que no haría nada que ella no
aceptara, y me iba a asegurar de que fuera feliz. Y de que lo disfrutara.
—También confío en ti, Chloe. ¿Qué tal si vienes a mi casa y cerramos el
trato con un pequeño brindis? Podemos resolver cualquier detalle.
Respiró hondo, como si quisiera discutir. Por supuesto que quería discutir.
Ella siempre lo quería. Luego cerró la boca con un chasquido y sacudió la
cabeza. —No, Nick. Creo que deberías llevarme a casa. No quisiera que
olvidáramos que este compromiso no es real.
Ahora era mi turno de discutir con ella y pensarlo mejor. Era un compromiso
falso, claro, pero yo quería algo. Y eso no era del todo falso. Pero no pensé que
fuera el momento de dejarlo salir.
Huh. Esto ya era una mejora en nuestra relación. Pensar así antes de arremeter
y golpearnos el uno al otro. Me sonreí a mí mismo. —No hay problema —le
dije. —Podemos resolver los detalles en el camino.
Arranqué el auto nuevamente y avancé. Todo el viaje a su departamento
estuvo lleno de negociaciones sobre cómo actuaríamos juntos, cuándo
saldríamos en público y cómo nos manejaríamos exactamente con la prensa y en
nuestro lugar de trabajo. Para empezar, tendríamos que hablar con los de
Recursos Humanos, luego con Rachel. Ella querría saber cuánto tiempo había
estado sucediendo esto.
—Desde lo del ascensor —dijo ella. —Mantenlo lo más cercano posible a la
realidad.
—Huh. Ese es un romance torbellino. ¿Solo hicieron falta tres semanas para
que te pidiera matrimonio?
—¿Cuándo más? ¿Ya te había visto antes de que me contrataran? ¿Dónde?
¿En Kuala Lumpur?
—Por supuesto que no. Y antes de irme estaba en una relación con otra mujer.
No duró mucho, pero todos lo sabían. No pudo ser antes. Eso me haría ver como
alguien…
—Fácil —dijo.
—¡Oye!
—Y ligero.
Me estaba tomando el pelo y me gustó. —Digamos que me haría un hombre
que se enamora de más de una a la vez. Realmente no tengo esa reputación.
—Tal vez pueda salvar tu reputación. ¿Por qué no soy yo quien te pide que te
cases conmigo?
Tuve que sonreír, ella me encantó. —No. Definitivamente sería yo quien te lo
pidiera. No peleemos, osita. Digamos que me enamoré instantáneamente de ti y
te pedí que te casaras conmigo.
—¿Osita? ¿Vas a usar toda la miel del catálogo? Eres un hombre ridículo.
—Pero soy tu hombre ridículo. —Ella se sacudió en su asiento. —O, más
bien —enmendé—, tu ridículo hombre falso. ¿O tu falso hombre ridículo? No,
eso tampoco suena bien. Porque soy a la vez un hombre real y realmente
ridículo.
Su carcajada me llenó y me entristeció el detenerme frente a su edificio.
—Está bien, prometido falso. Supongo que comenzaremos el juego el lunes.
—Mi estilista te recogerá a las ocho. Prepárate para ella.
—¡Ocho! ¡¿Tan temprano?! Ya me arrepiento de esto.
—No lo harás después de que ella te lleve de compras.
—Estoy segura de que me arrepentiré de esto tarde o temprano.
—Si te arrepientes lo terminamos. No hay problema. Si alguien quiere salirse,
por cualquier motivo, entonces se acabó. Sin repercusiones. Y déjame contarte
un pequeño truco. Evitamos confirmarlo. Evita, evita, evita. Solo sonríe y asiente
con la cabeza, di ‘nos gustaría mantener eso en privado’ y luego, cuando
inevitablemente termine, simplemente decimos, ‘nos valoramos mucho y
siempre seremos amigos’. Bla, bla, bla, al final los paparazzi pasan al siguiente
objetivo y mis padres estarán decepcionados una vez más, y tú descubrirás que
tu notoriedad mejoró tu carrera y podrás quedarte con la ropa. Es una situación
de ganar-ganar…
Ella sacudió la cabeza como si no pudiera creerlo todo. Me estaba
acostumbrando a la idea y estaba deseando que esto empezara.
—Buenas noches, Nick —dijo y salió del auto antes de que yo tuviera la
oportunidad de salir y abrirle la puerta. Ya la conocía, de todos modos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó sorprendida.
—Te acompaño a tu puerta. ¿No has estado nunca comprometida con un
caballero?
Esa risa se presentó de nuevo. Como campanas sonando dentro de mí. —En
realidad nunca lo he estado. Bueno, aquí es. No hay mucho camino a mi puerta,
me temo.
Tomé un respiro para hablar. Realmente quería decir esto, pero no sabía cómo
respondería ella.
—¿Qué?
—Hay un problema con las MPA.
—¿Muestras públicas de afecto?
Asentí.
Se mordió el labio por un minuto. —¿Con qué tipo de MPA me siento
cómoda?
—Claro, podemos empezar por ahí.
—¿Empezar por ahí? Mmm. Podemos sujetarnos de la mano. Sujetarnos por
la cintura. Tocar la rodilla. La parte baja de la espalda, como cuando me guiaste
a la puerta. —¿Había hecho eso? No me acordaba, pero un sonrojo tocó sus
mejillas, así que recordaría hacerlo con más frecuencia. Ya me estaba
divirtiendo. —Los brazos, los hombros y la espalda.
—¿Cuello? —Me acordé de su cuello y cabello. Su aroma a flor de manzano.
Ella miró hacia otro lado. Su sonrojo se profundizó. También lo recordaba.
—¿Besos? —pregunté y casi temblé esperando su respuesta.
Ella levantó la barbilla. ¿Estaba a punto de iniciar una discusión?
En cambio, asintió. —En la mejilla —dijo decididamente.
—¿Un beso en la mejilla? Eso es para niños y tías solteronas.
Ella giró los ojos. —Es un MPA aceptable en el trabajo, Nick. Trabajamos
juntos. No vamos a estar besándonos.
—En la oficina no —gruñí por lo bajo, pero creo que ella escuchó.
—Así —dijo, puso una mano sobre mi hombro y se inclinó hacia mí. La
sorpresa me atravesó cuando su cuerpo se presionó contra mi pecho. Me quedé
quieto y la dejé presionar sus labios contra mi mejilla, suave, dulcemente. Algo
dentro de mí se derritió por completo. Se apartó y la miré, tenía una sonrisa que
terminó el trabajo. —¿Ves? Apropiado para la oficina. —Tuve que tragar porque
tenía la garganta seca. —Déjame intentar eso —dije y deslicé mi mano alrededor
de la parte posterior de su cuello, dejando que mis dedos se enredaran en su
cabello. Dejé que mi pulgar recorriera su pómulo y luego lo besé, justo donde el
rosa de su rubor era el más brillante. Dejé que mis labios permanecieran un
momento; luego, antes de alejarme por completo, presioné un fugaz beso en su
cuello, justo debajo de su oreja.
Ella jadeó y yo retrocedí. —Dijiste cuello.
Sus labios estaban separados, tal vez porque estaba conmocionada, tal vez
porque le gustó mi beso. —Ya sabes —le dije, sintiéndome astuto, sintiendo que
estaría de acuerdo conmigo. —El personal de la revista Wordly me ha visto con
mis novias. Saben que no me limito a besos en la mejilla. Si se trata de un
romance vertiginoso, van a esperar que te bese de verdad.
Entrecerró los ojos, pero me di cuenta de que no estaba realmente ofendida,
era más este juego al que estábamos jugando. —Sí, bueno, me conocen lo
suficiente como para saber que no me besaría con mi pareja en el trabajo. Así
que piénsalo de nuevo.
—Bueno. Prometidos, pero sin besos en el trabajo —me aseguré de decir ‘en
el trabajo’, porque estaba planeando llevarla a otros lugares. —Pero un beso en
los labios. Casual. Como si fuéramos una pareja real. —Su mirada mostró aún
más sospecha. Me reí de ella. —Está bien, crees que estoy intentando algo,
déjame mostrarte. —Así que me incliné, con la sonrisa todavía en mi rostro, y
besé suavemente sus labios. —Hola —susurré al alejarme. Ella me parpadeó sin
moverse. Me tuve que reír de nuevo. —Si así es como reaccionas cuando te
beso, nadie va a creer que somos una pareja real. Debes hacer que parezca que
hacemos esto mucho. Como si no fuera gran cosa.
Me arrugó la nariz y luego sacudió la cabeza como si necesitara deshacerse
del aturdimiento. —No. Pruébalo otra vez. No estaba lista.
Fue difícil quedarme serio, así que me reí y la besé de nuevo. Esta vez,
cuando terminó, inclinó la cabeza y me miró. —Hola —respondió ella. —
¿Mejor?
Asentí. —Mejor. Ahora tú bésame, como si me estuvieras saludando.
Ella levantó una ceja, pero asintió. Colocó una mano sobre mi hombro y se
paró sobre sus puntas. —Buenos días, bebé —dijo y me besó, apenas tocando
mis labios, pero la sensación reverberó por mi columna vertebral.
—¿Bebé? —Pregunté para distraerme de los temblores que sentí.
—Si vas a darme un apodo, pensé que lo correcto era que se me ocurriera uno
para tí.
—Oh. —No sé por qué no tenía palabras.
Ella asintió y mostró una pequeña sonrisa malvada. —Buenos días, pastelito
de calabaza —dijo, y me dio un pico en los labios.
Me reí. —¿Pastelito de calabaza?
—¿Ves?, yo también puedo hacer esto. Hasta luego, flor de manzano —dijo y
se inclinó para besarme, pero la detuve.
—Esa es mía. Tú eres quien huele a flor de manzano.
Ella se sobresaltó. —¿Lo decías de verdad?
—Tu cabello —dije, con las palabras detenidas en mi garganta.
Se llevó una mano al pelo con timidez. —¡Oh! Es mi champú. Me recuerda a
mi hogar.
—¿Tú…? —Mi voz estaba tensa. La despejé—. ¿Tienes manzanos en la
montaña?
Ella me miró y en las sombras de la noche sus ojos azules parecían profundos.
—Sí tengo. Sí. La miel es de flor de manzano.
Ella era dulce como la miel. —Sí. Eso tiene sentido —dije y me alejé de ella.
Tal vez yo era la abeja y ella la flor. —Creo que ya logramos los besos casuales.
Te llamaré más tarde para hacer planes para la próxima semana.
—¡Oh! —susurró como si lamentara verme ir. ¿Lamentaba que me fuera? Le
sonreí. Me gustaría que lo lamentara.
—Está bien, sí. Parece que es lo mejor —se pasó los dedos por el pelo y se
los echó tras los hombros. Me gustaba, siempre lo tenía atado en el trabajo y
siempre estaba muy concentrada en los negocios. Lo cual era bueno para mi
negocio, pero no era todo lo que quería de ella. Ciertamente no en este
momento... —Te veré el lunes. Cariño. —Añadió. Fue tan incómodo que casi me
reí.
—Quizá deberías llamarme simplemente Nick, flor de manzano.
Ella se rio entonces. —Sí, tal vez debería, Nick. Nos vemos el lunes. —Luego
entró en su edificio y me quedé en la acera, preguntándome qué demonios le
había hecho a mi vida.

Fui a trabajar temprano el lunes, quería entrar antes que los demás y adelantarme
a esta historia del compromiso, desafortunadamente, no me adelanté lo
suficiente.
—¡Oh, Nick! —Rachel me llamó tan pronto como salí del ascensor. —
¿Puedo hablar contigo? —Su voz era una canción y un signo de interrogación
estaba al final de sus palabras, pero no por eso estaba preguntando. Era una
orden.
Técnicamente era mi empleada y no debería ordenarme así, pero en verdad
era mi compañera. Ella era el cerebro detrás de la revista, mientras que yo era el
dinero y la cara. Y ella tendría cosas que decirme. Puse una sonrisa agradable en
mi rostro y fui a su oficina, cerrando la puerta detrás de mí.
La puerta se cerró con un clic. Ella estaba parada frente a su escritorio, no
gritaba, sino que exclamaba. Ruidosamente. Si quisiera sentirme generoso. Y
como había dejado caer esta bomba en su regazo, estaba dispuesto a ser un poco
generoso.
—¡¿Qué demonios es lo que planeas, Nicholas Meryton?!
—Buenos días a ti también Rachel —le dije alegremente, a un volumen
normal y me senté en su sofá.
—No me vengas con eso. ¿Qué demonios intentas con Chloe? Lo juro por
Dios, Nick, si estás jugando con ella, te voy a matar.
—Es bueno que mi vieja amiga, Rachel, confíe en mí.
—Oh, yo confío en ti. En lo que no confío es en tu libido. Sé que es
adorable…
—Es hermosa.
Ella me observó un momento. —Pero es inocente. No es tu clase de persona.
—¿Mi clase de persona? ¿Qué se supone que quiere decir eso?
—Sabes a lo que me refiero. Rico, harto del mundo y manipulador.
—Yo no la estoy manipulando.
—Más te vale no hacerlo. La contraté porque ella tiene algo, algo grandioso,
y no me va a ayudar que le rompas el corazón, le sueltes los tornillos y arruines
su…
—Me gusta Chloe.
—¿Te gusta la mujer con la que estás comprometido? —Su voz era seca y
cortante.
—Yo… Yo —¿por qué las palabras no fluían cuando se trataba de Chloe? —
Yo la amo, ¿de acuerdo? Sabes que no es algo que pueda decir fácilmente.
—Oh, ¿pero fue sencillo pedirle que se casara contigo, Nick?
—Lo fue… Yo… Nosotros… —Era el momento de sacar a la luz la historia
que acordamos. Respiré hondo y enderecé los hombros. —Nos quedamos
atrapados en el ascensor y ella tuvo un ataque de pánico. Yo la cuidé y cuando
nos liberaron, no pude dejarla ir. Y simplemente no lo hice.
Se sentó en el borde de su escritorio con los brazos cruzados y me miró. —Lo
sé —dijo.
—¿Lo sabes?
—Sí, lo sé. Hablo con todos. Y hablé con los custodios.
De repente me quedé observándola. —¿Viste la cinta de vigilancia? —No
pude mantener el tono amenazante fuera de mi pregunta. Se suponía que nadie
vería esa cinta. No quería que saliera a la luz el episodio de Chloe, y mucho
menos lo que pasó entre nosotros.
Se bajó las gafas y me miró por encima de los marcos, evaluándome, como si
ella viera más de lo que quería mostrar. Parpadeó lentamente antes de hablar. —
No, no vi ninguna cinta de vigilancia, aunque si hubiera habido una, supongo
que habría algo que ver.
Recordé ese día con ella en mis brazos y mi respiración se volvió irregular. —
Ella me necesitaba, ¿de acuerdo?
Rachel asintió. —Y te gustó que te necesitaran, ¿verdad?
—Por favor, no me psicoanalices, Rachel. Sucedió, está bien. Traté de no
hacerlo pero, no funcionó. No pude evitarlo. Yo solo… —¿Cuál era la palabra
correcta? —Caí.
—Pobre bastardo. No es de extrañar que estuvieras tan mal estas últimas
semanas.
—Intentábamos mantenerlo en secreto. —Esa fue nuestra explicación para la
ley del hielo que le había hecho a Chloe mientras intentaba fingir que lo
sucedido no había sucedido. Ni siquiera era una mentira. Simplemente
decidimos contarle a la gente más cosas de las que realmente ocurrieron.
Rachel me señaló con un dedo afilado. Su uña estaba pintada de rojo. —Si
esto sale mal, tú eres quien tendrá que aguantar. Tendrás que hacer otro viaje a,
no sé, Tombuctú o algún otro lugar. No la voy a despedir. Ella es mi protegida.
Yo la contraté y la quiero para esta revista.
La idea me ofendió. —¿Por qué saldría mal? Estamos enamorados. Vamos a
casarnos.
—¿Tan rápido? Es una mala idea. —Ella sacudió la cabeza y volvió a su
escritorio. —¿Nunca antes has estado enamorado y luego te has desmoronado?
Siempre parece que es para siempre al principio, hasta que ya no lo es.
—Eso no va a pasar aquí.
Ella lo miró de nuevo. —¿Nunca te has enamorado antes? ¿Nunca habías
pasado por esto?
—¿Qué? ¿Qué tipo de…? ¿Sabes qué, Rachel? Hablaré con los de Recursos
Humanos y nos encargaremos del desorden. No estoy jugando con Chloe. Esto
es…, esto es real. Y agradecería si pudiera contar con tu apoyo.
Rachel estalló. —¡Ella tiene mi apoyo! ¡A ti te voy a matar si la lastimas!
Mi temperamento amenazó con salir, pero lo aplasté. —Voy a cuidarla. Ella
es mi…
—¿Tu qué, Nick? Si ni siquiera puedes decirlo, ¿qué tan real será?
Estreché mis ojos al mirarla. Podría decirlo incluso aunque no fuera real. —
Ella es mi prometido y mi responsabilidad. No voy a lastimarla.
—Más te vale.
—Asumo que esta reunión terminó. —Lo dije no como pregunta, sino como
aseveración.
Nos observamos fijamente hasta que di media vuelta y salí de ahí.
La puerta se cerró de golpe detrás de mí y me alegré de que la oficina aún
estuviera vacía, porque mi corazón latía con fuerza y tenía problemas para
mantener la calma. Entré en mi oficina y me enterré en el trabajo.
CAPÍTULO DIEZ: LLEGAR LEJOS

A las ocho en punto había un automóvil afuera de mi puerta. Cuando me


deslicé dentro, una mujer rubia platinada enfundada en negro me miró
de arriba abajo. —Eres Chloe —dijo, y no era una pregunta. —Soy
Bar. No tenemos mucho tiempo, por lo que tendremos que comenzar de
inmediato. Esto es para ti. Póntelo —y me tendió la caja de un anillo.
—¿Qué? —Un anillo. Un anillo gigante de diamantes corte esmeralda en un
aro vintage. Jadeé.
—Era de su abuela. Ahora que no están ocultando su relación, él quiere que
lo uses.
La miré. Ella no sabía que era falso. Asentí y seguí el juego mientras me
interrogaba sobre mis gustos, mi vestuario actual y mis necesidades. Nunca
había pensado en las cosas que me preguntaba. Cuando llegamos a Barneys en la
Quinta Avenida, mi cabeza daba vueltas. No había tiempo para pensarlo mientras
me arrastraba a un vestidor privado y me pasaba un atuendo tras otro para que
me los probara.
Decidí seguir la corriente y pronto me equipó con zapatos, vestidos, abrigos,
trajes, maquillaje, incluso ropa interior que era mucho más cara de la que podría
haber comprado con mi salario. Traté de sorprenderme por el costo, pero cuanto
más me empujaba, más me adormecía, y estaba un poco mareada.
—Muy bien —dijo al final de la ocupada mañana. Ahora llevaba un elegante
vestido entubado y botas de tacón alto, e iba de camino al trabajo. —Te ves
maravillosa. El resto de tus compras se enviarán a tu departamento.
—Esto fue demasiado, Bar —dije por vigésima vez en el día.
Pero esta vez, tal vez porque su trabajo de la mañana había terminado,
respondió: —No te preocupes, Chloe. Nick puede permitírselo y, por la forma en
que habló de ti, me di cuenta de que te ama y que quiere tratarte bien.
Parpadeé varias veces, quería presionarla para obtener más información sobre
cómo se sentía él, pero se suponía que estaba comprometida. No debería
preguntarme cómo se sentía en absoluto. Así que solo sonreí y dije adiós
La primera persona que vi fue la recepcionista, una mujer rubia que siempre
me intimidaba con su estilo y gracia.
—Chloe! ¡Te ves hermosa! —Jennifer miraba mi atuendo de arriba abajo y
gritó como si fuéramos viejas amigas. No lo éramos. —¡Estamos muy contentos
de que seas tú!
Mis pasos vacilaron. —¿Muy contentos de que yo sea qué?
Ella se rio como si hubiera hecho una broma. —¡Pues la mujer que
finalmente consiguió el gran premio!
Sentí la sangre agolparse en mis mejillas. —Él no es un premio. Este no es un
juego. Yo nunca debí…
—Oh, mi chica estrella. ¡Eres tan linda! Defendiendo el honor de tu hombre
de esa manera. Lo sabía. Cuando entraste aquí por primera vez dije, ‘escucha
mis palabras, esa chica va a llegar lejos’, y aquí estás, la que está por ser reina de
todo esto. —Su sonrisa se amplió. Se amplió mucho.
—Yo no… Yo solo quería escribir para la revista.
—Mmm —dijo. —Como decía, vas a llegar lejos.
Asentí y me alejé de la conversación lo más rápido posible. Decididamente
evité correr a mi cubículo. Cápsula. Lo que sea. Me aclaré la garganta y me puse
a trabajar. No es que fuera capaz de trabajar. Todos en la oficina se las arreglaron
para pasar por ahí en algún momento, y Rachel me llamó a su oficina para
asegurarse de que Nick no estuviera aprovechándose de mi o algo así.
Fue desconcertante y tras insistir que era un convenio mutuo (ella levantó las
cejas por mi selección de palabras, pero no sentí ganas de explicar más) hice que
me dejara ir para volver a mi lugar. Finalmente pude sumergirme en el trabajo
gracias a mis audífonos y a que ignoré a toda la gente que se me acercó.
Hasta la hora de comer.
De repente, ahí estaba Nick, sentado en mi escritorio justo al lado de mi
computadora, imposible de ignorar. Salté en mi asiento y él sonrió
perversamente. Me quité mis audífonos y lo fulminé con la mirada.
—Hora del almuerzo, mielecita. Te ves preciosa. No digo que no te veas
increíble siempre.
Hice girar mis ojos tan rápido que a él se le escaparon las carcajadas, luego
extendió la mano y tomó la mía, colocándola en su regazo, jugó con el anillo de
compromiso en mi dedo, una pequeña sonrisa levantó la comisura de sus labios.
—Secretos fuera mi dulce niña, ahora puedo consentirte frente a los testigos.
—No tengo idea de qué estás diciendo.
Él sacudió su cabeza, tenía una amplia sonrisa, como si no pudiera creerme,
luego se levantó y me atrajo hacia él. —Te llevaré a almorzar. Rachel casi me
corta la cabeza y prometí cuidar de ti para defenderte, y empezaré por
asegurarme de que almuerces.
—Perdí demasiado tiempo de trabajo esta mañana con ese excesivo viaje de
compras. —De repente me sentí avergonzada. —Por cierto, gracias.
—Cuando quieras, flor de manzano —dijo con su mano firme sobre la mía, su
pulgar pasando sobre el diamante en mi dedo. —Ahora déjame alimentarte.
—Puedo comer por mí misma, Nick. No soy una niña.
—No, no lo eres, pero te he visto saltarte el almuerzo cuatro de cinco días a la
semana y simplemente agarrar algo de la máquina expendedora, así que, te guste
o no, si eres mía, almorzarás conmigo.
Quería estar en desacuerdo con su reclamo, pero también sabía que toda la
oficina nos estaba observando, un silencio inquietante se apoderó de nosotros
mientras los demás escuchaban nuestra conversación. Un grupo de periodistas
entrometidos, eso es lo que eran. Y nosotros éramos la historia del día. Nick vio
mi preocupación.
—Vamos, toma tu chaqueta, salgamos de aquí. No puedo esperar para
presumirte.
—Nick —gruñí. —No quiero que me presumas. —Aunque me encantó mi
vestido nuevo, me hacía sentir elegante.
Me atrajo hacia él y me susurró al oído. —Quiero presumirte. Te ves preciosa.
No te preocupes, Chloe, te cubro. Podemos hacer esto.
Suspiré como si fuera a mi funeral. —¿Por qué acepté esto? —murmuré.
—Porque me amas —dijo, y no fue particularmente silencioso. Becky, de la
siguiente cápsula, jadeó y Nick arqueó las cejas.
—Bien, vamos. Llévame a almorzar.
Y ese fue el inicio de mi compromiso público con Nick.

Todos los días, me llevaba a almorzar a relucientes restaurantes en los que era
terriblemente difícil entrar. Nunca tuvimos que esperar y siempre nos sentamos
en las mejores mesas con el mejor servicio, ya que todos sonreían a Nick
Meryton y a su prometida. Sería el caballero perfecto, el hombre perfecto, el
novio perfecto, mientras nos tomaban fotos. Todas las noches me llevaba a casa.
Nos reunimos un par de veces para tomar un café antes del trabajo, para
mantener la ilusión de que estábamos juntos fuera del trabajo. Durante la
primera parte de la semana, la oficina era un hervidero de gente, pero se calmó
bastante rápido. Los paparazzi, sin embargo, eran una historia diferente. Nos
seguían a todas partes.
—¿Cómo lo haces? —Estábamos aturdidos por millonésima vez por los
extraños que colocan cámaras en nuestras caras, por las luces intermitentes y por
escuchar cómo gritan el nombre de Nick. Incluso empezaron a llamarme por mi
nombre también.
Él se encogió de hombros—, Te acostumbras. Pero sí, puede ser un poco
molesto. Cuando se den cuenta de que no somos tan emocionantes, la atención
se extinguirá.
Excepto que no se calmó. Quizás lo haría, pero me estaba poniendo nerviosa
y no se estaba muriendo lo suficientemente rápido. Alguien se había acercado a
una de mis compañeras de departamento, ¿cuál?, no sabía, tal vez a todas. Se
estaban dando detalles sobre mí y nuestra relación y, como realmente no había
nada que decir, estaban inventando cosas, con la verdad suficiente para que me
diera cuenta de que tenía que ser una de mis compañeras.
—Ya fue suficiente —dijo Nick cuando me llevó a casa esa noche. —Te
vienes conmigo.
—¿Qué?
—No puedes vivir con esta gente. No te gusta vivir con ellas. Además, este
vecindario no es muy seguro.
No era un barrio elegante como el suyo, pero estaba perfectamente bien. —
No estamos realmente comprometidos, Nick. Vivir juntos haría todo demasiado
real.
—Estás viviendo con unas traidoras y tampoco estás comprometida con ellas.
Puedes quedarte en mi habitación de invitados, donde no hay espías, no tendré
que llevarte a casa todas las noches ni verte por la mañana para planear nuestros
movimientos. Puedo mantener a los paparazzi fuera de tu espalda y enfocarme
en donde debo. Y, si siempre estamos juntos, comenzarán a aburrirse porque no
hay historia. Di que sí, Chloe. Haría todo mucho más simple.
—Si digo que sí ", planteé con cautela, porque no creía que esto simplificara
nada, mi pulso se aceleró ante la idea, pero su rostro se iluminó, esperanzado. —
Si digo que sí, eso significa que cuando esto termine no tendré nada en absoluto.
Si vivo contigo, trabajo contigo y paso todo mi tiempo contigo, cuando
termine…
—No, Chloe, porque no es real, ¿ves? Tu trabajo está seguro. Tu jefa es
Rachel, no yo. Todas tus tareas pasan por ella. Los de Recursos Humanos está a
bordo. Puedes quedarte conmigo, pero mantener tu lugar en este departamento,
guarda tus cosas aquí si quieres, pero no tienes que quedarte mientras estamos en
esto. No te haré pagar el alquiler de mi casa ni nada. Y bueno, somos amigos.
Cuando todo termine, seguiremos siendo amigos.
—¿Somos amigos, Nick?
Me miró bruscamente antes de volver a mirar la carretera.
—Sí, soy tu amigo —soltó, un poco más fuerte de lo que esperaba. ¿Se sintió
insultado? No me lo creo. —Y no voy a dejar de ser tu amigo cuando termine
nuestro pequeño arreglo.
—Arreglo.
—Compromiso falso. Es solo un acto. Solo vamos. Quédate conmigo. Está
mucho más cerca del trabajo. Mi casa es mejor que la tuya y no hay compañeros
de cuarto espeluznantes.
Así que Nick me llevó a mi departamento, donde mis tres compañeras de
cuarto nos observaron boquiabiertas mientras el glorioso Nicholas Meryton
hacía bromas y las sorprendía a todas con su belleza. Yo hice mis maletas. Y así,
mi compromiso se convirtió en algo que era difícil creer que no fuera real.
Lo peor fue que sí FUE más fácil. Fue muy fácil. Nick no tuvo ningún
acercamiento extraño conmigo, alejado de la reputación de mujeriego que lo
perseguía. Mantuvo sus besos casuales y públicos, en la mejilla o en los labios, y
la delicia de estar fuera de mi departamento, solos, mientras 'practicábamos' los
besos, nunca se repitió.
Nunca.
Hablamos de todo: mi ciudad natal, mis estudios en Princeton y el olor de la
primavera cuando finalmente se terminaba el invierno en las montañas; de su
rivalidad con su hermano, sus años salvajes en la preparatoria y Harvard y,
después, de cuando estaba descubriendo lo que quería hacer y sus viajes para
encontrarse a sí mismo. Cuanto más hablaba, más me gustaba. Era divertido
estar con él en público, pero cuando comenzamos a compartir la casa, sin
testigos, me encontré con ganas de hacerme un espacio dentro de él y vivir allí.
Nunca quería irme a dormir, porque no quería darle las buenas noches.
Me encontré buscando razones para pasar tiempo con él. Incluso cuando era
demasiado tarde para salir a cenar, pedíamos en los elegantes restaurantes que
amaba y comíamos nuestras exóticas comidas gourmet del Hawaiian Poke o una
harissa tunecina. Estaba empezando a volverme adicta. No había forma de
conseguir esas comidas en mi antiguo vecindario. Lo forzaba a comer conmigo y
él se reía y fingía resistirse, luego encendía velas para crear ambiente, a pesar de
que me burlaba de eso. Pero burlarse estaba bien, siempre que estuviéramos
juntos.
Hacía cualquier cosa para acercarlo a mí, a pesar de que esta relación era falsa
y de que él nunca me había demostrado que sentía algo como lo que yo sentía.
Era el caballero perfecto, siempre me cuidaba y se aseguraba de que estuviera
bien. Se había negado a que ayudara en la casa, haciendo que su sirvienta
limpiara detrás de mí e incluso lavando la ropa y limpiando en seco.
Yo no quería acostumbrarme, pero me encantaba.
Lo obligué a ver un documental sobre los océanos, porque le dije que era
bueno que su revista fuera consciente de la ecología, y se quejó, pero se sentó
conmigo después de que nuestra cena gourmet a la luz de las velas terminara. Lo
observé sentado en el sofá, a mi lado, su perfecta mandíbula se veía aún más
nítida, tenía el cabello oscuro despeinado por tanto pasarse los dedos mientras se
recostaba en los cojines con un vaso de whisky frente a él. Debería servirle otro.
Este era el segundo y todo el hielo ya se había derretido.
—¿Te sirvo otra bebida? —Ofrecí, alcanzando la botella en la esquina de la
mesa.
Él se rio, divertido. —¿Estás tratando de emborracharme? —Yo solo me le
quedé viendo. —Claro que no —dijo entre dientes con una risita. —De todas
formas, no más para mí. Mañana hay trabajo. Después de este episodio será
mejor que me vaya a la cama.
Se reclinó contra el sofá, con un brazo a lo largo del respaldo, la manga de su
camiseta extendida sobre su bíceps. Podría pasar mi mano por sus músculos y
ver qué pasaba.
—Tienes razón —le dije y agoté lo último de mi cerveza. —Viejo —dejé caer
la botella de cerveza sobre la mesa de café. Él se sentó y se volvió hacia mí.
—Disculpa, ¿cómo me llamaste?
—Dije ‘viejo’, ‘abuelo’, ‘antigüedad’. —Ladeé la cabeza como un desafío. —
Es un día de trabajo, tengo que dormir temprano. No puedo quedarme despierto
para otro episodio de este documental y tomar otra bebida. —Me incliné hacia
él. Si mi camiseta sin mangas era lo suficientemente corta como para darle un
vistazo a mi escote, ¿sería tan malo dejar que lo hiciera? —¿Pensé que eras un
chico malo, Nick?
El me miró, boquiabierto.
—Supongo que no lo eres —me encogí de hombros y me recosté. Chasquee
mi lengua. —Estoy tan decepcionada de que nuestra reputación no esté a la
altura de la realidad. Corre a la cama, Nick, me quedaré despierta y me divertiré
mucho con David Attenborough. —Alcancé el control remoto y presioné para
iniciar el próximo episodio.
Me miró atónito. —¿Qué estás haciendo, Chloe?
Me tuve que reír. Se veía tan escandalizado. Como si la pequeña e inocente
Chloe nunca pudiera bromear, frustrarse o dejar de trabajar en algún momento.
Agité mis pestañas. —Te estoy molestando, Nick.
Me miró estrechando sus ojos.
Dios, todo lo hacía sospechar. "¡Molestando!" Lo piqué a un costado y él
saltó hacia atrás, retorciéndose un poco.
—¡Chloe! —gritó conmocionado.
—¡Por Dios, Nick! ¿Tienes cosquillas?
—¡No! —Respondió tan rápido que supe que era mentira.
—¡Sí tienes!. —No pude evitarlo, antes de que pudiera pensar en otra cosa
que no fuera cuánto quería estar en su regazo, me subí encima de él y deslicé mis
dedos debajo de su camisa para poder hacerle cosquillas y verlo retorcerse. Era
tan cálido y firme y estaba logrando lo que me proponía. Era delicioso.
—¡Chloe, no! —Pero ya estaba allí, y él trataba de alejarse. Yo lo torturé tal
como me había estado torturando estas últimas semanas solo por estar vivo y tan
cerca de mí, y casi mío, pero realmente no. Era mi novio falso, pero ahí, de
repente, me di cuenta de que quería que fuera real.
Con apenas un esfuerzo, ya no estaba en el regazo de Nick; él me dio la
vuelta y me aprisionó contra el sofá, sus manos capturaron mis muñecas y las
llevaron sobre mi cabeza, su pesado cuerpo sobre el mío.
Estaba respirando pesadamente. También él.
No pude hacer nada más que moverme debajo de él, tratando de quitarlo o…
algo.
Sus ojos quemaban al mirarme y yo lo necesitaba tanto.
Me besó vorazmente, como si se hubiera estado muriendo por hacerlo, y sabía
al whisky que había estado bebiendo y a algo que no pude descifrar, sabía a
Nick. Sentí el aroma que flotaba fuera de mi alcance todas las noches cuando me
iba a acostar pensando en él, una esquiva esencia de pino, sal, humo y hombre
que me hizo sentir segura, al mismo tiempo que me hizo añorar algo que nunca
tuve, algo que me pertenecía.
¿Cuándo me soltó las muñecas? Todo lo que sabía era que mis manos se
deslizaban por su piel, hambrientas por su toque. Podía sentir el duro acero de
sus músculos debajo de la seda caliente de su piel. Me aferré a sus hombros y lo
atraje más hacia mi beso, su lengua acariciaba la mía. Yo lo quería todo.
Tiré de su camisa y se la quité, dejando que mi palma recorriera su torso antes
de enredar mis dedos en el cabello de su nuca y tirar de él hacia mi boca. Era
mío.
—Espera —dijo, y me alejó.
—No —respondí y traté de acercarlo de nuevo.
No funcionó. Me miró con su mano izquierda debajo de mi cabeza, envuelta
en mi cabello, y su brazo derecho abrazándome. —Chloe, no quiero
aprovecharme de ti.
—No lo haces —quise acercarme, sedienta de sus labios. —Hablo en serio,
Chloe. Por favor.
Él todavía me estaba cuidando. —Está bien, está bien —dije, lamiendo los
rastros de su beso de mis labios. —Pero, Nick, solo porque este compromiso sea
falso no significa que no podamos tener esto también. Los dos somos adultos.
No necesito que me salves de mí misma.
—Pero yo tengo todo el poder aquí, no es justo, estás vulnerable.
Me reí profundamente y sus pupilas se dilataron. —No soy vulnerable, Nick.
Te deseo. Sabes cómo te ves. Todas te desean. Y estás aquí todo el tiempo.
Besándome para fingir. Podemos hacer esto y nadie tiene que salir lastimado. ¿O
es que tú ...? —Me alejé de él tanto como pude en esa posición cuando se me
ocurrió una idea. —¿O es que tú no me deseas?
Él parpadeó. —Dios, no. Digo, sí. Sí. Te deseo. Dios, Chloe, me he estado
muriendo de ganas por besarte de nuevo, de verdad, por poner mis manos sobre
ti. Pero pensé que no confiabas en mí. O que querías mantenerlo todo como un
acuerdo de trabajo. Estaba tratando de ser respetuoso.
Gruñí. —Bueno, olvídalo. —Saqué mi camiseta sobre mi cabeza y él dejó
escapar un gemido bajo, aplastándome contra su cuerpo y quitándome el aliento
con su beso.
CAPÍTULO ONCE: DESEO

E lla entrelazó sus brazos alrededor de mi cuello y nunca sentí nada tan
intoxicante como su dulce piel presionada contra la mía. Antes de darme
cuenta de lo que estaba haciendo, no me quedó otra opción, mi cuerpo
reaccionó y la levanté del sofá.
—¿Estás segura? —Pregunté porque tenía que saberlo.
Ella pestañeó. —Oh, sí —dijo mientras lamía un camino hacia mi cuello y me
daba una ligera mordida junto a donde me latía el pulso.
La llevé a mi habitación mientras ella se reía. Pensé que eso era genial, hasta
que la arrojé a mi cama y me sonrió abiertamente, con sus ojos azules brillando.
Entonces supe que ESO era genial. Se recostó sobre los codos y me miró, con
nada más que un sostén y los pantalones de su pijama de franela. —No tienes
idea de cuánto tiempo he querido esto —le dije.
Su sonrisa se suavizó en algo tierno. —Y yo. Desde que te conocí, Nick
—¿En serio? Pero me odiabas.
—Claro que te odiaba, tenía que odiarte o me la hubiera pasado deseándote
todo el tiempo, sin esperanza de tenerte.
—Oh, yo creo que tenías esperanzas.
—Entonces ven por mí —dijo, su voz apenas un leve gruñido. Se sentó y tiró
de mí por la cintura de mis pantalones.
Sin perder tiempo, me los quité y, por si acaso, le quité los suyos, junto con su
ropa interior, todo de un tirón. Ella estaba allí, riendo en la cama mientras me
arrastraba sobre su cuerpo casi desnudo.
—Esto va a ser divertido —dije sorprendido por mi propia sorpresa. ¿Cuándo
había empezado a disfrutar tanto estar con ella? ¿Cómo pasamos de disputas
constantes a esta risa fácil?
—Sí, lo será. —Me pasó las manos por las costillas y por la espalda,
volviéndome loco.
—Esto debe irse —dije señalando el sostén.
—Tus deseos son órdenes —ella alcanzó su espalda y se desabrochó. Yo lo
quité rápidamente.
—Nunca pensé que te escucharía decir eso.
—Nunca pensé que lo diría y, sin embargo, aquí estamos. —Su risa se
desvaneció y su rostro se puso serio, sus ojos se oscurecieron totalmente. —
¿Qué quieres, Nick? Todo lo que quieras.
Sus ojos eran tan grandes y profundos. Olía a flores de manzano y a calidez.
Su piel era de seda bajo mis manos, tan suave, tan perfecta, caliente, mía. —A ti
—dije en un susurro. —Te quiero a ti.
Bajé la cabeza para besar sus suaves labios, la sostuve y se aferró a mí, no me
dejaba ir. Pero yo no quería ir a ningún lado. Justo aquí, solo quería estar con
ella. Guie mis labios por su cuello, mientras sus dedos se enredaban en mi
cabello.
—¿Me quieres? —preguntó, la emoción en su voz golpeándome. —Soy tuya.
Besé sus senos, llenos y redondos, y ella arqueó la espalda pidiendo más, así
que le di más. Con la lengua, los labios y los dientes, mordí y tiré un poco y ella
se retorció debajo de mí, como un animal indómito. Se encontraba indefensa. La
besé de nuevo y ella me agarró, presionándose contra mí. Deslicé mis manos por
su cuerpo hasta ese lugar que ya estaba resbaladizo y húmedo, solo para mí. Ella
gimió en mi boca, una vibración que me tocó más profundamente de lo que
pensé que sería posible. —¿Esto es lo que quieres? —pregunté. Ella no encontró
palabras.
Asintió frenéticamente y se agarró a mi espalda. Sus uñas rasgaron mi piel y
la punzada de dolor hizo que el placer fuera aún mayor. La abracé y jugué con
sus sentidos, rompiendo nuestro beso para poder ver el éxtasis en su rostro
mientras se elevaba más y más, hasta que había dejado atrás sus ingeniosas
palabras. Su mente en constante ebullición había sido silenciada, dejó ese
impulso siempre presente en las arrugadas sábanas de algodón, retorciéndose
debajo de su pasión. Tan dulce. Tan caliente. Tan hambrienta.
—Por favor… —Suplicó.
Estaba complacido. Oh, tan complacido. Me envolvió con las piernas
mientras me deslizaba dentro de ella, yo estaba llegando a casa.
CAPÍTULO DOCE: ASÍ FUNCIONA EL MUNDO

H abíamos pasado la noche juntos, en la cama de Nick, y nos levantamos


demasiado tarde, borrachos al tacto, haciendo el amor una y otra vez;
luego dormimos más porque dijo que él era el jefe. ¿De qué servía ser
el jefe si no podías llegar tarde alguna vez? Y cuando nos despertamos
elegantemente tarde, me sonrió como el hombre peligroso que era y volvimos a
hacer el amor, yo no me saciaba. Finalmente salimos de la cama y nos
preparamos para ir al trabajo. Lo miré a través del jeep durante el trayecto y me
guiñó un ojo.
Era imposible contener la risa y la felicidad. Extendió la mano a través de la
consola y tomó la mía. Se la llevó a los labios y besó mis nudillos.
—Dios, me gustas, flor de manzano. —Yo le sonreí.
La luz cambió y él volvió a centrarse en el camino, mientras yo escuchaba las
palabras cantando en mi alma.
Te amo.
Volví mi rostro hacia la ventana. La emoción de reconocer que lo amaba fue
seguida casi inmediatamente por el terror. No podía. No podía.
Esto no era así. Lo aclaramos desde el primer momento, esto era falso. Nada
más que una mentira.
Un compromiso falso para mejorar mi carrera y su vida personal, ¿verdad?
Solo un acto, nada más que un acto. Claramente hubo atracción sexual, pero eso
no debería ser, no deberíamos tener..., yo no debería haber...
…Oh, no...
Me enamoré de Nicholas Meryton.
Esto era un desastre. Le eché un vistazo a Nick. Seguía conduciendo, pero
sujetaba mi mano. No podía hacerle saber que había algo mal. No podía hacerle
saber que había roto nuestro acuerdo. Lo que tuvimos no fue algo falso. No fue
solo para el espectáculo. Acostarme con él había sido un error. Un gran error,
todo lo que logré fue entender que los sentimientos que había estado ocultando
eran reales.
Fueron reales desde el principio.
¿Cómo pude ser tan estúpida? Tan ingenua. Tenía toda la razón sobre mí, era
ingenua y no entendía cómo funcionaba el mundo
Y también yo había estado en lo cierto. No pude con el juego. Nunca pude.
No había estado jugando, solo fingí que lo hacía.
Así que seguiría fingiendo. No podía dejarlo saber.
Nick se detuvo en su estacionamiento y besó mi mano nuevamente. Quería
golpearlo para que no lo hiciera, pero pude ver a los paparazzi afuera del auto,
esperando la foto del día.
—¿Lista para el juego, flor de manzano? —Su sonrisa era diferente esta vez,
despojado de esa imagen de playboy, del acto de chico guapo. Mi corazón dio un
vuelco en mi pecho como el traidor que era
¿Se dio cuenta de que la sonrisa que le di era falsa? ¿Se daría cuenta de que
estaba actuando para él? Lista para el juego, que ya no era el juego que
acordamos. Había reglas completamente nuevas. Mi cabeza dio vueltas. No
sabía cómo iba a hacer esto: fingir que estaba enamorada de Nick Meryton y
comprometerme con él y con todo el mundo, mientras fingía con Nick que no
estaba enamorada y que solo estaba actuando.
No estaba hecha para este tipo tan sofisticado de trama. Yo era una chica de
campo después de todo. Quería volver a mis palabras en las páginas y a mis
pensamientos agradables y ordenados. A mis investigaciones y análisis. Escribir
historias era mucho más fácil que vivirlas. Y aún más difícil era cuando las
historias dejaban de serlo y comenzaban a ser mentiras.
Rachel negó con la cabeza cuando llegamos y los comentarios de mis
compañeros de trabajo sobre los ‘pajarillos enamorados’ y sobre lo ‘agradable
que era estar comprometida con el jefe’, no se detuvieron. Sin importar lo
divertido y alegre de las burlas, mi corazón se había roto en mil pedazos.
Estaba en un gran problema.
Lo intenté. Lo intenté todo el día. Intenté no anhelar verlo durante su día de
trabajo. Traté de esperar a nuestra cita habitual para almorzar, de que todo fuera
como siempre, un romance falso para la audiencia y una amistad, una sociedad
entre nosotros, pero él lo sabía. Mi sonrisa era quebradiza, mi conversación se
apagó.
—¿Estás bien, Chloe? —Preguntó en voz baja mientras almorzábamos. —
Pareces... tensa. —Extendió la mano sobre la mesa y tomó la mía, su pulgar
acarició mis nudillos de una manera que me recordó a la noche anterior. Sus ojos
color ámbar se oscurecieron y un amago de sonrisa apareció en la esquina de sus
labios. Él también lo había recordado.
Le mostré una pequeña sonrisa. Falsa. —Sí. No te preocupes, solo me estoy
ajustando.
—Hey, flor de manzano, no te preocupes. Nada tiene que cambiar. Estamos
igual que antes, ¿de acuerdo? Lo de anoche no tiene que ver.
—Por supuesto —lo tranquilicé. Él volvió a su comida, lo que debe haber
significado que yo era mejor actriz de lo que pensaba. Porque no había nada
bueno en todo esto. Estaba enamorada de Nick Meryton y él pensaba que lo que
teníamos era un pequeño arreglo, un acuerdo de negocios.

Entré en la oficina de Rachel y cerré la puerta detrás de mí.


Ella me sonrió desde su escritorio. —¿Chloe, en qué puedo ayudarte?
Yo no sonreí. —Renuncio.
Rachel puso una cara muy seria y bajó la cabeza para mirarme por encima de
sus gafas.
—Yo t... tengo nostalgia. Necesito dejar la ciudad de Nueva York y volver a
las montañas, a donde pertenezco.
Se quitó las gafas por completo. —¿Qué hizo?
—No hizo nada. No es su culpa. Es mía. Ya no puedo trabajar más aquí.
Renuncio.
—No.
—¿No?
—No. No acepto tu renuncia. No te dejaré renunciar. Voy a hablar con Nick y
arreglaré todo. No volverá a molestarte, te lo aseguro. Eres mi empleada, no
suya, y ya se lo había dicho. Le advertí que, si te hacía algo, estaría de tu lado y
él tendría que hacer un viaje de trabajo muy prolongado. Le conté todo esto
porque no puedo controlar su vida personal, aunque desearía hacerlo. Pero puedo
controlar su vida laboral y estoy a cargo de quién trabaja en esta revista, no él.
No nos dejes.
Se me hizo un nudo en la garganta. —No es su culpa, Rachel. Es mía. Rompí
nuestras reglas.
Las cejas de Rachel se arquearon. —¿A qué te refieres con que rompiste sus
reglas?
Tragué saliva para contener las lágrimas. —Pusimos reglas cuando
concertamos el convenio…
—Convenio. De nuevo esa palabra.
—Convenio —repetí. Ella debería saber. —Lo rompí. Me enamoré de él.
Rachel ladeó la cabeza y luego me miró. —Recuerdo claramente que dijo que
este convenio, este compromiso, sucedió PORQUE tú te enamoraste.
Me reí. ¿O fue un sollozo? —El compromiso fue falso.
Ella seguía observándome. Su cabeza ladeada. Sus manos se flexionaron en el
escritorio como si quisiera estrangular a alguien. —¿Y cómo entraste en este
compromiso falso?
No sonó sorprendida.
—En un principio fue accidental. Estábamos discutiendo en la gala, como lo
hacemos, como solíamos hacerlo, y luego su hermano se sobresaltó por algo que
dije…
—¿Su hermano? ¿Todo esto es sobre su hermano? —Ella levantó los ojos
hacia el techo. —Voy a matarlo.
—No. No lo hagas. No lo culpes. Estuve de acuerdo. Dijo que me daría esa
sección en la revista. Estuve de acuerdo.
—Te iba a dar esa sección de todos modos, Chloe. Y él lo sabía. Estábamos
esperando hasta que tuvieras suficiente experiencia. Chloe... Chloe. ¿Por qué te
involucraste en un conflicto entre Nick y su hermano? Sabes el tipo de relación
que tienen.
—No sabía que era su hermano. ¡Solo pensé que era un tipo llamado David
que quería coquetear conmigo!
—¡Chloe! Tu expusiste su vida al mundo. Sabes los problemas que tiene con
su hermano. ¡Escribiste sobre eso!
—¡Yo no sabía! ¡No estaba pensando! Solo estaba pasando un buen rato,
viviendo la vida. Un balance entre trabajo y socializar, ¡como me dijiste!. —Me
limpié una lágrima. —David es un nombre muy común.
—Y supongo que vio a su hermano tratando de seducirte y se puso todo
posesivo. Porque dijo que eras suya.
Recordándolo ahora, sí, eso es justo lo que había pasado. Ahora que lo
conocía mejor, eso es exactamente lo que había ocurrido. Asentí.
—¡Ese hombre! ¡Nunca dejará de ser un mujeriego!
—No lo culpes. Yo sabía en lo que me estaba metiendo. —Me reí. No fue una
risa feliz. —Escribí su historia. Sabía cómo era él y acepté esta farsa de todos
modos.
—No fue una farsa, Chloe. Fue una táctica, una estrategia para meterte en su
cama.
Sus palabras fueron como cuchillas que dieron en el blanco. —Funcionó. —
Había sido tan estúpida. —Ahora ves por qué tengo que renunciar. No puedo
trabajar con él. No puedo estar enamorada de él. No puedo seguir con esto ni con
sus juegos.
—Dijo que te protegería. Que no habría ningún castigo cuando terminaran.
Me quedé sin aliento al pensar en él discutiendo con Rachel sobre qué
ocurriría si su relación se terminaba, como un asunto de negocios. Lo habló con
ella. —No se trata de eso. Necesito alejarme de él. Fuera de que quiera, o no,
seguir con este acto. No puedo. No me puedo imaginar querer estar con él y no
poder. O peor, verlo con otra mujer tras dejarme. —Las lágrimas que había
luchado por contener comenzaron a fluir.
Rachel salió de su escritorio y se sentó a mi lado en el sofá. Puso un brazo
alrededor de mis hombros. —Nop. Nah ah. Esto es lo que vamos a hacer. Te voy
a enviar a cumplir una asignación.
—¿A dónde? ¿Kuala Lumpur? —Fue gracioso. Yo era la chica que hablaba de
su ciudad natal. No era de ir a lugares exóticos.
Ella sacudió su cabeza. —No. Nacional. Te enviaré a las montañas
Adirondack.
—¿Qué? ¿Me envías a casa?
Asintió. —Sí. Te enviamos a tu destino de viaje nacional, donde vas a escribir
un artículo, con tu bella prosa, sobre las glorias y maravillas de ese lugar.
—Pero no es un destino de lujo.
—El lujo está en el ojo del espectador…, o más bien, en la persona que
comercializa la historia al espectador. Vas a escribir cada lujo en la gran belleza
natural que son tus montañas. Y esa será tu tarea. NO vas a renunciar. Te quiero
en mi revista.
—La revista de Nick.
—Es solo la cara bonita, Chloe. Esta es mi revista y él lo sabe. Y tú eres mi
protegida, no suya. Esta historia del compromiso falso puede desvanecerse,
como debería. Nunca debió pedirte que traicionaras tus principios de esta
manera.
—No me pidió que hiciera nada en lo que no estuviera de acuerdo, Rachel.
Como dijiste, debí aprender a entrar en el juego.
—No con tu corazón, Chloe. Tu corazón nunca fue parte del juego.
—Fue mi culpa.
—Tengo claro que no es así. Se aprovechó de tus vulnerabilidades, porque no
eres como él. Eres real y sincera. Y a él le gustó eso.
Moví mi cabeza. —No fue así.
—De acuerdo, te creo. Pero te tomarás unas semanas lejos de aquí y volverás
al trabajo. Te alejarás de Nick. Apuesto a que verás todo diferente cuando
regreses. Tendrás los pies en la tierra. Todo lo que necesitas es algo de
perspectiva sobre esa fuerza de la naturaleza llamada Nick Meryton.
Rachel se encargaría de todo. Se lo informaría a Nick. Todo lo que tenía que
hacer era empacar e ir a casa.
Me sentía como una cobarde, pero mi corazón estaba muy débil como para
quedarme y luchar. Así que corrí. Corrí hasta llegar a casa.
CAPÍTULO TRECE: SE FUE

T erminaba el día y moría de ganas por tomar a Chloe y volver a casa.


Trabajé muy duro para evitar pensar en ella. Traté de no pensar en la
forma en que sabía su piel o en cómo se sentía al moverse sobre mí, y,
sin embargo, sin importar a dónde iba o lo que hacía, olía su champú de flor de
manzano. No estaba seguro de si se me había pegado algo de ese aroma o si era
la fuerte presencia que tenía en mi mente.
Todo lo que sabía era que estaba listo para salir de aquí e irme a casa con ella.
Y besarla de verdad y llevarla de nuevo a la cama.
—¿Me estás escuchando, Nick?
Parpadeé. Rachel me observaba. —Para ser honesto, no. —Me encogí de
hombros. Nuestra reunión diaria no me llamaba la atención.
Ella hizo eso de mirarme por encima de sus anteojos, como si fuera una
madre decepcionada. Solo era dos años mayor que yo. No era mi madre, así que
le devolví la mirada.
—¿Estás pensando en tu prometida?
Me recosté y crucé los brazos... —¿Y qué si lo hago?
Ella se inclinó hacia delante. —Entonces quizá escuches esto. Ella es mi
empleada y si su relación está interfiriendo con el trabajo, tengo el deber de
hacer algo al respecto.
—No pasará.
—Ya lo hizo. Su trabajo está decayendo.
—No lo está. Retira tus palabras.
—¿Qué? ¿Estamos jugando en el patio de la escuela como niños de ocho
años?
—No, manejamos una revista. Mi revista. Y ella es una excelente escritora.
—Quiero que realice sus propios proyectos, no los tuyos —Rachel chasqueó
los dientes, sus ojos cafés relucían. Ella estaba enojada. Algo no estaba bien. —
Le envié en una asignación.
Mi corazón se saltó un latido. Parpadeé. —¿Enviaste a mi prometida a un
viaje y no me preguntaste?
Ella presionó sus labios en una línea apretada. —Envié a mi escritora a
cumplir una historia asignada. La quería allí a tiempo para la temporada de
esquí.
Chloe no estaba ahí. La habían enviado lejos.
Me quedé conmocionado, sabiendo que Chloe se había ido. No podía ir a su
cubículo y encontrarla. No podía llevarla a su casa en el jeep. No se sentaría a mi
lado en el sofá ni veríamos ese tonto documental sobre el océano. No podría
besarla.
Rachel me estaba escrutando. —Dijiste que tu relación con ella no dañaría su
carrera ni se interpondría en el camino de la revista.
—No lo ha hecho.
—Yo no lo veo así.
La mirada que me dio era acusatoria y…
—Lo sabes.
—Sí. Sé que el compromiso fue falso todo el tiempo. Así que no deberías
tener problemas con su asignación, ya que todo eso no es real, solo es un arreglo
que hiciste para tu conveniencia. No es como si realmente la quisieras. No es
como si realmente estuvieras comprometido con ella.
—Si no te conociera mejor, diría que estás celosa.
Ella giró los ojos. —Soy protectora. Es mi protegida y no vas a jugar con ella.
—No estamos jugando a nada que no hayamos aceptado ambos. Es un arreglo
entre adultos, Rachel.
Ella me envió una mirada de decepción. Definitivamente sabía que me había
acostado con Chloe y que no era solo un falso compromiso. Me conocía desde
hace mucho tiempo.
—Entonces puedes continuar tus juegos cuando ella regrese. Sin daño, sin
problemas.
—¿Cuánto tiempo estará lejos?
—Indefinidamente. Hasta que termine su historia.
Me senté ahí, sin palabras. —¿Indefinidamente? ¿Por qué no me lo dijo antes
de irse?
—Estabas en una reunión, Nick. Eres un hombre ocupado. Le dije que me
encargaría de eso. Y dado que este compromiso es solo un acuerdo comercial de
todos modos, entonces no había necesidad de una discusión íntima, ¿verdad?
Sacudí mi cabeza. Estaba siendo castigado o algo así. Había un bloque de
hielo oprimiendo mi pecho. —¿Asumo que esta reunión terminó? —Ella asintió.
—Entonces volveré al trabajo.
Me fui sin decir ni una palabra más.
La casa estaba oscura, a excepción de las luces parpadeantes del documental del
océano en la televisión. Yo estaba sentado en el sofá, esperando.
Era un arreglo. Un compromiso falso. Y si no iba a llamarme para decir que
había salido en una asignación, yo no la iba a llamar.
Mi ira hacia Rachel, por manipular mi vida personal, se había convertido en
furia hacia la misma Chloe. Eran más de las diez cuando finalmente llamó y por
un minuto pensé en dejar que se fuera al correo de voz, pero quería escucharla.
Respondí, pero no hablé.
—... ¿Nick? —Dijo ella tras una pausa significativa.
—¿Esperas que alguien más responda mi celular?
—No, yo… no. Lo siento. Lamento no haberte dicho. Estabas en una reunión
y no quise interrumpirte. Rachel dijo que se haría cargo.
—Y por eso le dijiste que el compromiso era falso.
—Debimos haberle dicho desde el principio, Nick. Tiene derecho a saber.
—¡¿También tenía derecho a saber que fornicamos?!
—Nick, no me hables así.
Respiré hondo, tratando de calmarme. El océano en la televisión se
balanceaba con cefalópodos y calamares. —¿Vas a fingir que esta asignación no
tiene que ver con lo que pasó anoche?
El teléfono se quedó en silencio por un momento. —Lo sabes. Creo que
empujamos límites que no debimos. Lo de anoche no fue falso. Eso pone en
peligro todo el acuerdo.
—Somos dos adultos consintiendo, Chloe. Es solo sexo. Eso es exactamente
lo que me dijiste anoche.
Podía oírla respirar. —Sí. Lo sé.
Y nos escuchamos respirar en el teléfono. Ella estaba muy lejos de mí. —
¿Hay alguna razón por la que no me llamaras hasta pasadas las diez de la noche?
—Nada siniestro, Nick. Estaba manejando. No hago llamadas mientras
conduzco. Y cuando llegué a la ciudad, tuve que parar y comprar algunos
alimentos, mis padres están en Florida con mi hermana y su nuevo bebé. Tuve
que abastecer la nevera de la casa.
—¿No me llamaste porque estabas comprando la despensa?
—Y cenando. Me encontré con un viejo amigo. Fue un largo viaje.
¿Un viejo amigo? De pronto lo supe. —Así que cenaste con Leif. Tu primer
amor.
—¿Cómo lo supiste? —Sonó sorprendida.
—Soy muy perspicaz. —Y muy desconfiado. Y muy celoso. Un agujero se
abrió en mi estómago. La conversación no llegó a ningún lado después de eso.
Nada se resolvió. No acordamos nada. Estábamos rodeados de palabras que se
resistían a salir.
—Nick —dijo mi nombre en un suspiro. —Creo que sabemos que este
pequeño juego debe terminar, y esta asignación llega en el momento perfecto
para dejar que se desvanezca todo. Fue una broma mala en una fiesta lo que hizo
que algunas cosas se pusieran incómodas, y es tiempo de dejar eso atrás.
—¿Incómodas? —La palabra me golpeó y estalló en mi pecho.
—¿No era este el trato? Si alguno de nosotros quería salir, podríamos
terminarlo. Sin repercusiones. Sin daño, sin problemas. ¿Cierto?
Respiré en el teléfono sin decir nada.
—¿Cierto, Nick?
—Sin daño, sin problemas —dije, manteniendo un tono ligero. —Ese era el
trato.
—Me alegra que estemos en la misma página. —Me dijo que estaba bien y la
llamada terminó. Así. Punto.

Estaba de mal humor. Y no me llevó mucho tiempo estallar. No ayudó que todos
en la oficina fueran unos imbéciles. Cada uno de ellos.
El quinto día después de Chloe, entré en la oficina y me burlé de la
recepcionista. Era encantadora, con grandes ojos y una sonrisa para todos, justo
el tipo de chica que querías que saludara a los visitantes. En lugar de sonreírme,
frunció el ceño.
—Hasta aquí, señor Meryton —me dijo con ese tono que usaban las mujeres
cuando estaban a punto de intervenir en mi vida privada. Oh, Dios. —Se acabó.
Necesita contentarse con Chloe, porque cuando están peleados usted es el mayor
gruñón del mundo, y hemos decidido que ella es quien lo hace feliz. Así que es
tiempo de que se reconcilien.
Retrocedí un paso y di la vuelta para enfrentar a la recepcionista. —Jennifer,
has estado leyendo mucho las revistas de chismes. Mi relación con Chloe
Beckett no es un cuento de hadas.
Ella plantó sus puños en sus caderas y frunció el ceño otra vez. —Sabemos
que no es un cuento de hadas. También vemos que lo hace feliz y que la extraña.
Esa felicidad también es nuestra. Ella es de las buenas. Y usted la ama. Necesita
resolver las cosas.
—No hay nada que resolver. Ella tiene una asignación. Es su trabajo.
—Entonces vaya a visitar a su prometida, porque la extraña tanto que está
haciendo que todos a su alrededor sean miserables.
—¿Te eligieron los empleados para decirme esto?
—De hecho, sí.
—Y te sentiste tan segura que no pensaste que podría despedirte de inmediato
por meterte en donde no te llaman.
—No puede despedirme por nada. Los de Recursos Humanos lo dijeron.
—Oh, así que ellos también votaron por ti.
Ella levantó la barbilla. —Sí. Vaya a ver a Chloe, señor Meryton. Nos lo
agradecerá después.
—No sabes de lo que estás hablando —gruñí y me alejé furioso.
Ella estaba equivocada. Irrumpí en el salón de los cubículos, perfectamente
consciente de las miradas cautelosas desde todas las direcciones. Todos estaban
equivocados. No estaba furioso porque extrañaba a Chloe. Estaba furioso porque
ella me había dejado. Porque ella me traicionó y rompió nuestro acuerdo para ir
a cenar con ex novios granjeros en su mundo perfecto de flor de manzano en las
montañas.
Ella me había dejado.
Y no me hice ilusiones de que no era porque habíamos dormido juntos. No
era, de hecho, ingenuo o estúpido. Claramente se había sentido amenazada por la
forma en que habíamos dado el siguiente paso en nuestra relación. Claramente.
Las cosas se habían vuelto demasiado reales para ella. Prácticamente lo admitió
al teléfono. Ya no quería participar en nuestro acuerdo y, en lugar de enfrentarme
como una persona honorable, me dejó y huyó de regreso a donde era seguro y
nadie la desafiaba. Huyó a casa.
Ella me había dejado.
La idea me dejó con la respiración agitada. Hirviendo. Finalmente
exploramos nuestra atracción mutua, como adultos. ¡Como adultos que
consienten, y ella había reaccionado como una mocosa malcriada!
Por eso estaba enojado. Ella no mantuvo su palabra. Y luego me dejó, con las
revistas de chismes y los paparazzi que contarían la historia de que no podía
mantener una relación seria. Asumirían que había hecho algo mal, algo que haría
un guapo playboy sin profundidad emocional. Las especulaciones ya corrían
desenfrenadas.
Chloe nunca dejó de probarme. No podía evitarlo. Tenía que desafiarme en
cada paso del camino y no iba a detenerse.
Me di la vuelta, atravesé el salón y me detuve en la recepción.
—Recibe todas mis llamadas y dile a Rachel que fui a encargarme de unos
negocios en las Adirondacks.
Jennifer dejó salir un gran suspiro. —¡Oh, gracias a Dios!
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que al fin va por su chica.
—Eres terriblemente descarada, ¿lo sabías?
Ella asintió. —Ahora, por favor, vaya por Chloe para que ya no tengamos que
lidiar con su humor.
No fue hasta que estuve en el ascensor, dirigiéndome a mi jeep, que se me
ocurrió una idea. ¿Qué pasaría si acostarse conmigo hubiera sido el impulso para
que ella me dejara después de todo, pero no de la forma en que pensaba? ¿Y si
no es que fuera demasiado real o demasiado bueno? ¿Y si era porque dormir
conmigo la hizo comprender que nunca podría ser el tipo de hombre que ella
quería? Tal vez se dio cuenta de que no era lo suficientemente especial, y lo que
realmente necesitaba hacer era volver a su verdadero amor, Leif, y a sus
montañas. Ella no quería quedarse conmigo, con una farsa.
CAPÍTULO CATORCE: LUGAR DE ORIGEN

S e acercaba una tormenta. Podría ser la primera vez en toda mi vida que
esperaba con ganas una gran tormenta y que un manto de nieve cubriera
todo alrededor de mi casa en medio de la nada, en las montañas.
Significaba que no podría ceder a mi anhelo de subir a mi auto arrendado
(pagado por la revista) y volver corriendo a casa con Nick. Diablos, era tan
estúpida.
Necesitaba un acto de Dios en forma de la primera tormenta de nieve de la
temporada para evitar sucumbir a las artimañas de Nick.
Sabía que tenía sus trucos. Lo supe todo el tiempo, y los había atribuido a
chismes de celebridades, a pesar de haberlo conocido. Lo conocía y sabía que
era irresistible para las mujeres. Pensé que era más inteligente. Pensé que sabía
lo que estaba haciendo, y me equivoqué.
—Te ves muy enojada con esas papas.
Salté al escuchar la voz y viré para ver al dueño de la misma. —Oh. —Alto,
de hombros anchos y un rubio brillante. —Leif.
—¿Te lastimaron?
Parpadeé. —¿Qué?
—Las papas. Parece que quisieras aplastarlas o algo así. —Se rio de su
broma.
Me reí con él, sin sentirlo realmente, pero aún feliz de verlo. Había olvidado
que estaba parada en la tienda de comestibles Swift. —No es eso, me quedé
atrapada en mis pensamientos.
Él asintió sabiamente. —Es porque nos dejaste aquí, en un rincón del mundo,
para ser una gran chica de ciudad, Chloe. Has olvidado cómo abastecerte para
una nevada.
—¡No lo he olvidado! —Grité ofendida.
—Está bien, Chloe —le guiñó un ojo—, yo te cubro. Vamos, déjame ayudarte
a buscar lo que necesitas. Sé que los suministros de emergencia de tus padres
están almacenados porque los ayudé a prepararse antes de que fueran a visitar a
tu hermana en Tampa. Por suerte para ellos, se perderán la primera tormenta.
—Me gusta la primera tormenta —dije, sintiéndome disgustada.
Dio un paso atrás. "¿Te gusta? Has cambiado. Siempre odiaste quedar
atrapada en la casa. Pero ya no quedarás atrapada así. Ahora tengo un
quitanieves y siempre me aseguro de despejar el camino principal hacia la
ciudad, y también me ocupo del camino de tus padres.
—Siempre has sido un hombre muy considerado, Leif. Me alegra que sigas
aquí, a pesar de que todos nos fuimos de casa.
—Bueno, tus padres eran como mis segundos padres mientras crecía. No iba
a olvidarlo. Incluso cuando sus hijos se fueron.
Eso me puso un poco triste. Pero a mis padres siempre les gustó el
aislamiento, la oportunidad de trabajar en sus libros, en sus abejas y cestería. —
Estoy ansiosa por que neve. Es bueno no tener a dónde ir. Nada que hacer. Es
bueno hacer que el vertiginoso mundo se detenga por un minuto para poder
recuperar el aliento.
Entonces se detuvo y la miró más de cerca. —¿Estás bien, Chloe? Sé que
dijiste que estabas escribiendo algo grande para tu periódico, pero…
—Revista.
—Revista. Pero, ¿está todo bien con tu vida en la ciudad?
Sonreí y sacudí la cabeza hasta que me di cuenta de que estaba negando. —
Sí. Sí. Es genial en realidad. Me están dando mucha más responsabilidad en el
trabajo y mi jefe… —Los ojos ámbar de Nick y su amplia sonrisa brillaron ante
mis ojos por un minuto. —Mi jefa, Rachel, dice que trabajo demasiado y que
necesito tomar un descanso, así que me envió aquí.
—Pero te envió aquí a trabajar. ¿Cómo es eso un descanso?
Bajé mis pestañas y recogí una bolsa de papas. —Porque lo es.
—Muy bien, vamos por tus suministros. ¿Todavía te gustan los dulces de
arce?
Me burlé. —¿Y a quién no? —Y así, fue fácil. Caminamos por la pequeña
tienda apilando lo que él me pasaba en mi canasta, escogiendo dulces y
golosinas como lo hubiéramos hecho cuando éramos niños.
Observé a la empleada de la tienda de comestibles, una chica pelirroja de cara
dulce que nos veía mientras paseábamos por la tienda. La recordaba de cuando
era niña. La hija del tendero. —Hola, Laura —le dije. —¿Cómo has estado?
—Hola Chloe. Es bueno verte de vuelta. —Sus enormes ojos azules
parpadearon de un lado a otro entre Leif y yo. —Te ves tan hermosa —dijo. —
Muy glamorosa. Nunca podría ser una chica de ciudad como tú.
—Oh —exclamé sobresaltada y volteé a ver mis ropas: jeans, botas y un
cuello de tortuga negro debajo de mi abrigo de invierno. No pensé que hubiera
elegido algo particularmente glamoroso. Aunque la mayor parte de mi ropa la
había comprado con la estilista de Nick. Supongo que ya no parecía una chica de
campo.
—Gracias, eres muy dulce. Aunque no entiendo por qué querrías ser como
yo.
—Oh, por favor, Chloe. Eres la chica del pequeño pueblo que triunfó en la
gran ciudad con su trabajo millonario. —Leif la miró con orgullo.
—Sí..., no creo que sea como dices. —Ellos no sabían nada de cómo había
enredado las cosas.
—Aun así. —Laura suspiró tristemente, sus ojos gigantes se nublaron.
—Vamos chica de la ciudad, terminemos tu suministro. Esa tormenta se
acerca.
—No te preocupes, Chloe, Leif te ayudará. Él es el héroe de todos.
Otro cliente se acercó al mostrador para que le cobrara y ella le sonrió, dulce
y amigable, pero cuando Leif se fue para ocuparse de mis suministros, vi que sus
ojos lo seguían, llenos de anhelo por algo que no pensaba que alguna vez pudiera
tener.
Conocía esa mirada. La había sentido desde adentro, así era como miraba a
Nick. Un sentimiento que me hizo volverme mordaz y antagónica. Pero a Nick
le había gustado eso. Le había gustado como era. Me rompió el corazón el
enamorarme de su encanto y de la atracción que sentíamos, y que para él todo
fuera un juego.
—Vamos, soñadora —grito Leif mientras estaba recogiendo lana. Envolvió
un brazo alrededor de mi cintura para que me moviera. Los ojos de Laura se
abrieron y se llenaron de lágrimas antes de seguir cobrando a su cliente. —
Vamos a terminar aquí antes de que la nieve comience a caer en serio. —Señaló
la ventana delantera y cómo flotaban las primeras hojuelas de hielo.
Laura tenía razón. Leif era un héroe. Sin embargo, no era mi héroe.
Necesitaba a alguien tan dulce y genuino como él, alguien que apreciara sus
papas y su quitanieves, que no siempre estuviera buscando una salida o un
mundo mucho más grande para dejar su huella, sino alguien a quien le gustara
este mundo, su mundo. Alguien como Laura.
Finalmente terminamos mis compras y Laura las estaba registrando; ella
mantuvo los ojos bajos, esos bonitos ojos azul claro, y respondió a mis preguntas
irrelevantes con cortesías.
Leif ni lo notó. Estaba ocupado prestándome toda su atención. Y Lauta notó
que él me estaba poniendo atención.
Leif me ayudó a llevar las cosas a mi auto y cerró la puerta tras guardar las
últimas bolsas. Se detuvo allí, apoyado en el capó. —¿Estás segura de que no
quieres que me quede contigo mientras neva, Chloe? Ha pasado mucho tiempo
desde que estuviste aquí durante el invierno. Quizá olvidaste lo solitario que es.
Me detuve. Le di un beso en la mejilla. No iba a empezar ningún juego. No
podría. —Leif, no vamos a regresar. No podría hacerte feliz y tú no podrías
hacerme feliz.
—Sus cejas rubias se juntaron, sintiéndose en un apuro. —Eso no es lo que
quise decir, solo quería…
—Eso es lo que quisiste decir. Estoy en casa y estás recordando cosas del
pasado que fueron maravillosas, en su tiempo. Eso fuimos. Fue nuestra infancia.
Pero ya no somos esos niños. No me voy a quedar aquí, Leif. Y tú no vas a irte.
—Pero, Chloe, estás aquí ahora. —Él tampoco iba a jugar. Él me quería. Tal
vez incluso se imaginó que estaba enamorado de mí, pero era una fantasía del
pasado y deseos que nunca se harían realidad.
—Necesitaba un descanso. Regresaré a Nueva York tan pronto como mi
cerebro vuelva a funcionar. Tengo una casa y, aunque soy de aquí, este lugar ya
no es mi hogar. Y tú y yo ya no estamos juntos. Ya no.
—Nunca te he olvidado —dijo, y su voz era suave. De cualquier otro me
hubiera sorprendido escucharla viniendo de un gran cuerpo fornido. Pero Leif
era la persona más gentil que conocía, la más hogareña, más con flores y frutas
que con aventuras, jet set, paparazzi y personas inteligentes que podían hacerte
reír o llorar con sus palabras.
—Espero que no. Éramos muy felices cuando niños. Nunca te olvidaré
tampoco. Pero tienes a alguien aquí que te mira como yo veo a… —Me detuve.
No estaba lista para admitir en voz alta que había huido porque mi corazón se
había roto.
—Ah —dijo. Y vi cómo la comprensión llegó a sus ojos azules. —Estás
enamorada. Por eso escapaste y volviste a casa.
Moví mi cabeza para negarlo. —Yo no hui.
Levantó un dedo y lo movió frente a mí. —No me mientras Chloe. Te
conozco. Te sentiste atrapada y huiste.
Ah, sí. Lo había olvidado. Leif era un chico de pueblo pequeño que apreciaba
las cosas simples de la vida, pero no era un hombre simple.
—Es mi jefe —dije en voz baja.
—¿El de los periódicos? ¿El gran premio de cara bonita?
—No lo llames así.
—Pero tú lo dijiste. Leo todos tus artículos, Chloe. No somos tan ignorantes
aquí arriba como para no entrar a Internet y suscribirnos a las revistas.
—Estaba equivocada. Y fui injusta. Él es mucho más que eso.
—Así que es en serio.
Sacudí la cabeza. —No para él.
Él frunció el ceño. —Eso no es bueno. Debería saber que vales mucho la
pena.
Me encogí de hombres. —No siempre obtenemos lo que queremos.
—Supongo que no.
Él caminó al asiento del copiloto y yo subí al otro lado, pero antes de dejarlo
ir, estiré el brazo y agarré su muñeca. —¿Sabes quién más vale la pena y no la
reconocen? —Él negó con la cabeza, algo de tristeza aún permanecía en su
rostro. —La preciosa Laura Swift.
—¿Laura?.
Asentí. —No podía quitarte la vista de encima.
—¿A mí?
Sonreí. —Oh, sí. Y creo que piensa que nunca te podrías interesar en ella.
—¿En Laura? —Asentí de nuevo. —Pero la conozco desde que era una niña
pequeñita. ¡Conozco a su papá!
—Así es como conoces a todos. ¿Ya notaste que no es una niñita? ¿Te diste
cuenta de que ahora es una mujer muy guapa?
Su rostro de inmediato se puso rojo, probando que sí lo había notado.
—Deberías invitarla a pasar la nevada contigo, Leif.
Ya no me estaba prestando atención, miraba por encima del techo del
automóvil, justo hacia la ventana delantera de la tienda de comestibles Swift,
donde la bella Laura estaba siendo amable y trabajando para ayudar a las
personas a pasar la primera nevada.
—Adiós, Leif —dije.
—Adiós —respondió distraído. Y conduje a casa de mis padres, hacia arriba
de la montaña, sintiendo que al menos había hecho algo bueno en el mundo.
CAPÍTULO QUINCE: ENCANTADOR

E l GPS murió en algún lugar alrededor de Goose Creek, la ciudad natal


de Chloe. Debería haberlo sabido, había viajado lo suficiente como para
saber que las montañas tenían un servicio terrible y, en el país, nada era
tan fácil como volver a las tierras civilizadas. Sin embargo, mi búsqueda de lujo
me había echado a perder y quizá había olvidado que eso no era todo lo que
había en la vida.
Así que, con la nieve cada vez más pesada, entré en la ciudad y encontré el
único lugar todavía abierto, una pequeña tienda pintoresca llamada Swift. Todo
el pueblo era encantador, especialmente en la nieve, con el manto blanco sobre
casas y árboles. Sentí el atractivo de la vida simple. El pueblo tranquilo. Las
impresionantes montañas. El silencio de la nieve que cae. La campana sobre la
puerta sonó cuando entré.
Una linda pelirroja estaba coqueteando con un tipo grande que estaba sobre el
mostrador, ambos me miraron como quien es descubierto haciendo una
travesura. —¿Tienes café caliente?
La chica me miró con sorpresa. —Sí, señor —dijo. —En la parte de atrás.
—Gracias —ambos me observaron mientras me servía una taza. Olía bien,
aunque probablemente estuviera demasiado caliente. En fin, los mendigos no
podían elegir, y todavía no sabía cuánto tiempo me llevaría llegar a casa de
Chloe.
Tomé algo para comer del estante y esperé a que la chica me cobrara.
El hombre se apoyó en el mostrador, mirándome. —Uh, ¿planeas ir muy
lejos?
Aproveché para mover mis hombros, estaban rígidos por conducir en la nieve.
—No veo que eso sea asunto tuyo. —La gente de los pueblos pequeños era más
amigable que la gente de la ciudad, pero realmente no estaba de humor. Solo
quería encontrar la casa de Chloe y tocar su cuello. O besarla. Todavía no estaba
seguro, era lo que había estado debatiendo todo el camino hasta aquí.
El gran hombre rubio hizo una mueca. —Es cierto, pero cuando me llamen
para que saque tu cadáver de la nieve, será asunto mío.
—¿Disculpa? —Voltee a verlo.
—Todo está cerrando. Las carreteras están cerradas. Lo mejor que podrías
hacer es quedarte en la posada esta noche, porque no vas a llegar a ningún lado.
—Mi jeep está bien en la nieve y sé cómo conducirlo. —Envié una mirada
oscura en su dirección. Levantó las manos en señal de rendición. Suspiré. —
¿Puedes darme algunas indicaciones? Mi GPS no está cooperando.
—Seguro, me ayudará a saber dónde buscar el cadáver.
—Qué gracioso. —Le mostré la dirección.
—Ah.
—¿Ah, qué?
—Eres el chico de Chloe.
No debería haberme sorprendido que en una ciudad de 600 personas todos se
conocieran, y que pudieran haber oído hablar de nuestro compromiso, pero lo
hice. Me fijé en él. Alto, rubio, guapo, fornido. Sobre la edad correcta. Supe que
era Leif.
—Y tú también eres su chico, supongo.
Él sonrió. Una gran sonrisa. Agachó la cabeza y echó un vistazo a la cabeza
roja. Espera, ¿por qué estaba coqueteando con la pelirroja cuando tenía a Chloe?
Crucé mis brazos sobre mi pecho y lo fulminé con la mirada.
—Debes saber que, si alguien la lastima, responderá ante mí.
Las historias que Chloe me había contado sobre este tipo lo habían pintado
como perfecto, amable y bueno, y seguro que se veía bien. Más alto y musculoso
que yo, con esa perfecta fuerza que le daba el trabajar al aire libre. No me caía
bien en absoluto. Podría ser modelo en mi revista. Pero si estaba jugando con
Chloe y con esta pelirroja, también tendría algo que decir al respecto. —Debes
saber que, si alguien la lastima, también me responderá. Y será un dolor que
durará mucho más de lo que creas que puedes repartir.
—Está bien —dijo y me sonrió, así que quería hacer que me respondiera
ahora mismo. —¿Entonces crees que vas a conducir hasta allá arriba?
—No creo que lo haré. Voy a hacerlo. —Estúpido hombre apuesto de sonrisa
perfecta.
Sacudió la cabeza como si yo fuera un tonto, y definitivamente lo era. Tenía
que ver a Chloe. Dejar las cosas como estaban me iba a matar. Recibí las
instrucciones, sentí un dolor en la boca del estómago y me fui.
Veinte minutos más tarde, en medio de la nada, en una intensa tormenta, la
nieve venció a mi jeep.
Estaba atrapado, en ángulo, había caído en una zanja.
—¡Maldita sea! —Mi primer pensamiento no fue la preocupación de estar
atrapado en una tormenta de nieve cegadora por quién sabe cuánto tiempo, o que
me había perdido un accidente mucho peor porque conducía demasiado rápido
con mal tiempo, sino que ese granjero había tenido razón e iba a tener que sacar
mi cuerpo congelado de la nieve. Él y Chloe se reirían de esto mientras vivían
sus vidas hermosas y puras sin que la manchara mi muerte.
Estaba muy consciente de lo ridículo que estaba, pero tenía derecho a serlo.
Maldije un poco más y giré las ruedas. Porque así de estúpido era. Luego me
senté en el auto, cuando la nieve se hizo más espesa y el cielo se oscureció. Esto
solo iba a empeorar. Era sentarme en el automóvil para congelarme lentamente o
salir a caminar, en terreno desconocido, por millas, en medio de una tormenta de
nieve cegadora.
Y todo porque Chloe eligió huir de mí en lugar de enfrentarme. —La mataré
cuando finalmente la encuentre. Si no muero primero.
Respiré profundamente y extendí la mano para sacar mi equipo del asiento
trasero, porque no había forma de que dejara que ese trozo de pastel de carne
quemado me sacara del auto como a una doncella indefensa.
Alguien golpeó el parabrisas.
Oh, no. Era el pastel de carne. Nadie más sabía que estaría aquí.
Suspiré porque, aunque estaba celoso de que Leif se quedara con Chloe y yo
no, necesitaba ser rescatado de mi propia decisión idiota de conducir de frente
hacia una tormenta de nieve.
Bajé la ventana, listo para escucharlo pavonearse.
—Tú… idiota.
—¡Chloe!
Ahí estaba ella. Sus ojos brillando como el mar Mediterráneo durante el
verano, sus mejillas rojas como rosas, un gracioso gorro sobre su cabeza.
—¡Mi heroína! —dije, y lo sentía de verdad. Y más. Quería besarla.
CAPÍTULO DIECISÉIS: AVENTURA

E staba cocinando una gran olla de estofado de ternera en la estufa, porque


no hay nada como algo cálido y reconfortante cuando una tormenta de
nieve se desata afuera. Tenía una hogaza de pan fresco en el horno y ya
había hecho dos docenas de galletas con chispas de chocolate. No era elegante
como las comidas gourmet de Nick, pero me trajo un poco a recordar quién era,
y si ahora era una chica de la ciudad o no, todavía sabía cómo cocinar un montón
de comida reconfortante. Y necesitaba consuelo ahora mismo. Salté cuando sonó
el teléfono fijo. No creo haber escuchado un tono antiguo, como ese, en años.
Pero estaba en las montañas, y se requería de un teléfono fijo para cuando el
servicio inalámbrico se cortara por cualquier razón. Como las tormentas.
—¿Hola?
—Sólo pensé que te gustaría saber que tu novio se dirige hacia allí, y si no
llega en veinte minutos, probablemente deberías ir a rescatarlo de la nieve.
—¿Quién habla?
—Oh, lo siento. —Pero antes de que lo dijera, yo ya lo sabía. —Soy Leif. Me
topé con tu chico guapo de la ciudad y se negó a entrar en razón y quedarse en la
posada. Está conduciendo a través de la tormenta de nieve para verte.
—¿Mi qué?
—Tu jefe. El chico rico.
El aliento abandonó mi cuerpo. —¿Nick está aquí?
—Bueno, no, a eso me refiero. Se va a quedar atrapado en la nieve. Le dije
que no lo hiciera. Probablemente morirá congelado allí afuera. Chloe. Por favor,
no me hagas desenterrar a un muerto congelado. Tendrás que ir a buscarlo.
—Nick está aquí.
—Chloe, se supone que tú eres la inteligente. ¿Vas a rescatar al tonto de tu
novio o no?
—Voy a matar al tonto de mi novio —dije y colgué mientras le gritaba a la
nada. —¡Él no es mi novio! ¡Es una relación falsa! Y voy a matarlo.
No estaba segura de por qué estaba llorando, o por qué mi corazón latía tan
rápido, o por qué estaba tan asustada, incluso cuando me puse las térmicas y
saqué la mochila, las botas y los esquís de campo traviesa, sabiendo cómo iba a
ser. Saqué el pan del horno, puse la estufa a fuego lento, me limpié las lágrimas
y salí a la tormenta.
Había pasado tiempo desde que practiqué esquí a campo traviesa, pero me
acostumbré rápidamente. Por suerte, era el tipo de nieve suave y gentil, cayendo
espesa y exuberante del cielo, no una tormenta de nieve con viento, de esas que
te dejan sin aliento. Fue casi placentero, excepto por el temor de volver a verlo y
que me rompiera el corazón. ¿Para qué vino? Seguí el camino durante unos diez
minutos antes de ver su maldito jeep, había caído en una zanja. La ira regresó,
aunque logré controlarme cuando me acerqué. Toqué el cristal.
Su ventana ya estaba cubierta de nieve, por lo que ni siquiera me vio hasta
que la bajó. —Tú… idiota —le gruñí, sintiendo alivio, ira y un extraño aleteo en
el estómago.
Su rostro se iluminó como un niño la mañana de Navidad. —¡Chloe! Mi
heroína.
Y allí estaba el corazón roto. No iba a empezar a llorar en una tormenta de
nieve. Que se joda. Di un paso atrás y me quité la mochila, sacando los esquís y
las botas adicionales para él. Sabía que era de la talla de mi papá o lo
suficientemente cercano. Se puso su equipo de clima cálido y abrió la puerta. —
Póntelos. Sabes cómo ir a campo traviesa, ¿verdad, señor trotamundos?
Captó mi tono, la ira, y ladeó la cabeza. Esperaba que no descubriera mi
corazón roto. —Chloe, tenemos que hablar. En serio.
—Sí, bueno, hace frío y la nieve solo se está haciendo más profunda, así que
me gustaría encontrar refugio. Vámonos.
Él, por supuesto, sabía esquiar y me siguió. Por alguna razón, en la quietud de
la caída de nieve, no hablar se sintió muy bien. No es como si no quisiera hablar,
pero lo hice callar cada vez hasta que se calmó y esperó. Solo esquió a mi lado
hasta que llegamos a la casa. La dejé iluminada como un faro, por si no lo
encontraba y estaba vagando en la tormenta, solo y helado.
Lo llevé dentro. Olía a pan caliente y a comida rica, y un poquito a vainilla.
Inhaló y miró a su alrededor como si fuera un sueño.
Me sentí cohibida. Mis padres habían construido la mayor parte ellos mismos,
hippies que vivían de la tierra, llenando su casa con niños y poesía, hierbas y
paz, agregando habitaciones cuando las necesitaban, creando invernaderos para
mantener algunas verduras frescas durante el largo invierno. Siempre me sentí
bien al volver aquí, pero era el sueño de mis padres y nunca había sido mío.
—Chloe, esto es maravilloso. Es como un refugio en el desierto.
Agaché la cabeza, murmuré mi agradecimiento y sacudí la nieve de mi
abrigo. Guardamos el equipo y entramos en la sala. Lo vi, en la casa de mis
padres, con el cabello hecho un lío por el esfuerzo, sus mejillas teñidas de rosa
por el frío. Pude ver el asombro en sus ojos, esto era una aventura para él, a
pesar de que era un retiro para mí. Mi corazón dio un vuelco. ¿Tenerlo aquí,
conmigo, que viniera detrás de mí así? Quizá él me quería. Tal vez no del modo
en que yo lo quería, pero tal vez un poco. Y lo había extrañado.
—¿Tienes algo que me pueda poner? Estoy empapado y dejé mis maletas en
el jeep.
—Sí —respondí, pensando vagamente en algunas de las ropas que mi
hermano había dejado aquí. Pero en lugar de aclarar, simplemente lo miré.
Luego me acerqué a él, le saqué el suéter húmedo sobre la cabeza y lo besé
porque necesitaba sus labios contra los míos.
—Chloe… —Lo silencié con mi boca, mis manos buscaban desvestirlo. Le
tomó un momento antes de que empezara a ayudar, antes de que nos besáramos
mientras nos quitábamos botas, jeans y camisetas y, finalmente, pude probarlo de
nuevo, ese punto entre su cuello y su hombro que tanto amaba. —Cariño,
deberíamos hablar… —dijo, sus manos acercándome a él.
—No, Nick. No deberíamos. Por una vez deberíamos dejar de hablar y solo…
ser.
Soltó el aliento en un gran suspiro y me dejó llevarlo a mi habitación. Podía
verlo con ganas de preguntarme al respecto, con ganas de descubrir más para
entender, de dejar que sus encantadoras palabras lo guiaran, pero puse un dedo
en sus labios y lo empujé de nuevo a mi cama. —Sin hablar. —Me quité el
sostén y la ropa interior, y también la suya mientras estaba en eso. Me subí
encima de él, nuestra piel todavía estaba helada por el frío. —Sin hablar, ¿de
acuerdo? Solo esto.
Deslizó sus palmas por mis muslos mientras lo montaba a horcajadas,
viajaron por mis costados hasta envolver mis pechos con el pulgar sobre mis
pezones, sus ojos se habían oscurecido con lujuria. —Está bien, de acuerdo. Sin
hablar. —Me agaché para tomarlo con mi mano y él gimió. Me apretó y chupó
con fuerza mis pezones, instándome a seguir. Lo deseaba tanto. Nunca dejé de
quererlo, y él vino a mí. Tal vez no me importaba por qué, tal vez solo lo quería
ahora, en este momento, porque lo amaba, sin importar lo que sucediera. Si esto
era todo lo que podía tener, entonces esto era todo.
Me deslicé sobre él y maldijo por lo bajo. —Mierda, Chloe, quiero que sea
bueno para ti.
—Más tarde —dije, y comencé a mecerme en él, a sentirlo dentro. No más
palabras. Solo nuestros cuerpos, solo mi amor.
Levantó la mano y me buscó para poder besarme mientras lo montaba, para
poder respirar dentro de mí, para poder murmurar mi nombre una y otra y otra
vez.
Evité las palabras por completo, porque tenía miedo de que, si soltaba mi
lengua, le diría cuán enamorada estaba de él. Así que todo lo que le di fueron
gemidos y mi anhelo inarticulado, mientras él susurraba mi nombre en mi oído,
hasta que todo el mundo se desvaneció.
CAPÍTULO DIECISIETE: JUNTOS

A la mañana siguiente no quería hacer nada más que dormir con Chloe
en mis brazos, el calor de su cuerpo presionado contra el mío me
aseguró que nunca querría estar en otro lugar que no fuera con ella. No
tenía a dónde ir, nada que necesitara hacer era más importante que besarle la
nuca y acariciar las curvas de su suave vientre, los valles de su cintura, el suave
arco de su cadera.
—Nick —dijo ella adormilada y se dio la vuelta para poder presionar sus
labios aterciopelados contra los míos.
—Ven a casa. Vuelve conmigo —susurré. No pude evitar decirlo. La quería
de vuelta. —Podemos resolverlo, lo prometo.
Ella se acurrucó en mi pecho y tarareó, deslizando ambos brazos alrededor de
mí para agarrarme, mi alma se iluminó. La acerqué aún más. Sabía que ella
vendría conmigo. Sabía que ella quería estar conmigo. Anoche no habría sido así
si ella no lo quisiera.
—Yo… —ella comenzó.
Fue interrumpida por un tremendo golpe en la puerta.
Los dos saltamos.
—¡Chloe! ¡Chloe! —Más golpes.
—Mierda —dijo. —Leif. —Y luego rodó fuera de mis brazos, metió las
piernas en un par de pantalones de chándal y se puso un suéter sobre la cabeza.
Me dejó allí, desnudo, en la cama, teniendo frío sin ella, y se fue con Leif.
El agujero en mi estómago se abrió y caí dentro. No había nada más que
furioso, rugiente y ardiente frío. Ella me dejó. Y fue con él. Tiré las mantas y
agarré la pila de ropa que me había traído. La de su hermano, que olía un poco a
moho. No me quedaba del todo bien, pero, ¿qué importaba? Salí para
enfrentarlo.
Pero no pude. Ellos hablaban. —No es lo que crees, Leif —decía. —No
somos eso.
Y dentro de mí, me preguntaba: —Oh, en serio, ¿entonces qué somos Chloe?
—recordando la forma en que se aferró a mí y suspiró contra mi piel, feliz,
contenta, completa. La forma en que nuestros cuerpos se hablaban entre sí, como
si ni siquiera necesitáramos palabras. La forma en la que se sentía en mis brazos,
preciosa, querida. En casa.
—Tenemos un acuerdo —dijo ella y mi ira aumentó.
—Apuesto que sí. Supongo que ese arreglo es lo que lo hizo conducir hasta
aquí en una tormenta de nieve arriesgando su vida. Un arreglo.
—Es por un asunto de trabajo —dijo en voz baja, pero pude escucharlo. ¿Qué
tan cerca estaban el uno del otro? ¿Cuán íntima fue esta pequeña confrontación?
¿Por qué le estaba diciendo que solo teníamos un asunto de trabajo?
Entré en la sala de estar para ver a ese enorme montón de carne parado muy
cerca de Chloe.
Él me vio primero, por supuesto. —Es bueno saber que no eres una paleta de
carne —dijo con una sonrisa peligrosa, mostrando los dientes. —No estaba
seguro cuando vi tu auto vacío. Debí saber que Chloe podría encargarse. Ella
siempre puede.
Asentí con la cabeza, apenas un reconocimiento. Ella se volvió hacia mí y
tragó tan fuerte que pude ver su cuello trabajar. Probablemente no podía soportar
dormir conmigo anoche y enfrentar a su novio esta mañana.
Apreté los dientes. ¿Cómo pudo hacerlo? —Lo sé.
—Mmm. Sí. Bueno, ahora tengo que hacer mis rondas y terminar de quitar la
nieve. Solo estoy cuidando a la gente de la ciudad —dijo y me miró.
—Leif —Chloe subió el tono. Quería verla regañarlo como me regañaba todo
el tiempo, pero no lo hizo. Ella lo besó en la mejilla.
Ella lo besó en la mejilla.
Pude sentir mi corazón romperse. Se giró para mirarme y parpadeó
sorprendida mientras la miraba fijamente.
—Nick…
Me di la vuelta mientras se despedían y saludaban a medias. Puse leña en la
chimenea y encendí el fuego mientras Chloe hablaba con él en voz tan baja que
no podía escuchar. Estaba furioso. Lleno de rabia. No. Herido. Herido porque
ella podía apartarse de mí, de lo que significábamos el uno para el otro, e irse
con él.
Estaba celoso.
No. Fue solo un arreglo. Me gustaba. Por supuesto. Me volvía loco. Estaba
loco por ella y quería tocarla todo el tiempo, pero si ella quería a Leif, ¿quién era
yo para entrometerme? Solo un arreglo. Sin daño, sin problemas.
Apuñalé el tronco y desencadené una lluvia de chispas. Él no era lo
suficientemente bueno para ella. No lo era. Había estado mirando a la linda
pelirroja y Chloe debería ser la única a la que le prestara atención. La única que
importara. Ella era la única que me importaba. Si Chloe lo había escogido, yo
quería que fuera feliz, la dejaría ir porque su felicidad era más importante que la
mía, no importaba cuánto quisiera que viniese a casa conmigo. Pero él no la
haría feliz. Él no podía amarla como yo la amaba.
La chispa en la chimenea se encendió, se levantó y caí de espaldas. Yo amaba
a Chloe. La quería en mis brazos, en mi casa, de nuevo a mi lado, mi amiga, mi
amor. Oh, Dios mío. Estaba enamorado de Chloe. No quería que esto fuera falso.
Quería que fuera real. Estaba enamorado de ella.
Fingí que no les estaba prestando atención, pero supe de inmediato cuando
finalmente le cerró la puerta al gran montón de carne.
—Él limpió el camino entre la casa y el pueblo, y de paso sacó tu auto de la
zanja.
—¡Genial! —dije, lleno de falsa alegría. —Entonces volveré a la ciudad y te
dejaré en paz.
Ella dio un paso atrás. —No puedes irte, las carreteras todavía están
bloqueadas fuera de las montañas. Solo despejó el camino al pueblo.
—Bueno, entonces debería conseguir una habitación en la posada.
Claramente no debería estar aquí. Has elegido a quién quieres.
—¿A quién quiero?
Tuve que reír y no pude evitar la amargura de mi voz. —Leif. —Su rostro
estaba conmocionado, tal vez pensó que no me daría cuenta de que ella elegiría
al mejor hombre. Pero él no era el mejor. —Él no es lo suficientemente bueno
para ti, por cierto.
Ella frunció el ceño. —¿Por qué? ¿Porque es un granjero?
Me burlé. —No. Porque… —No debería decirlo. Pero no podía dejar que se
metiera con alguien que no era tan honesto como ella. —Porque estaba
coqueteando con otra mujer cuando lo conocí en el pueblo. Claramente no está
interesado. Tú deberías ser adorada. Él debería entregarte el mundo, no
engañarte.
—¿En serio? ¿Con quién? —Ella no parecía tan molesta como debería.
Solté un suspiro exasperado. —¿Importa?
Ella asintió ansiosamente.
—Una pelirroja en la tienda.
Su rostro se iluminó. —¡Oh! ¡Laura! Eso es genial. Oh Dios mío.
—Espera, ¿qué?
Se volvió hacia mí y sonrió, casi depredadoramente. —Estaba tratando de
juntarlos. Más o menos. Ella es una buena chica. Perfecta para él. Simple, dulce,
honesta y buena.
—Tú también lo eres. Y mereces a alguien que sea digno de ti.
—¿Yo?
—¡Sí! Y él no es lo suficientemente buen... Espera. ¿Tú los juntaste? —Esto
no tenía sentido, ella no jugaba con la gente.
Ella rio. —No estoy interesada en Leif, Nick.
—¿No?
Ella sacudió su cabeza. —De ningún modo. ¿Estabas celoso?
Mi cabeza daba vueltas. —No.
—Mientes.
—No. —Mentí.
Ella dio un paso hacia mí y agarró la sudadera holgada cerca de mi cintura.
—Te gusto, Nick.
—No. —Mentí nuevamente.
—Sí. ¿Sabes cómo lo sé? —Preguntó, tirando de la sudadera y acercándome a
ella. No me resistí.
—¿Cómo?
—Porque me miraste con los mismos ojos de anhelo con que la pequeña y
linda Laura miraba a Leif en la tienda. ¿Es también la forma en la que te miro
yo?
De pronto pude volver a respirar. —¿Sí?
Ella asintió y se inclinó, besando el punto del pulso en mi cuello, y los latidos
de mi corazón comenzaron a acelerarse.
—No… no me gustas Chloe. —Dije con alivio, debilitando mi voz.
—Nick… —Ella sonó decepcionada. —Di la verdad.
—Eso intento.
Ella debió escuchar algo porque dio un paso atrás. —¿Nick?
Tragué saliva. —No solo me gustas. Te… te amo.
Ella jadeó. —¿Me amas?
—Estoy enamorado de ti.
—¿De verdad? ¿No estás fingiendo? —Una lágrima apareció en su ojo.
Extendí la mano para limpiarla.
—De ningún modo. Chloe. Dios. Te amo. No debiste dejarme.
—Tuve que hacerlo —sus ojos estaban llenos de sombras de aguas profundas.
—Rompí nuestras reglas.
—¿Teníamos reglas?
—Se suponía que todo era falso. Solo un acuerdo. Y me enamoré de ti. No
pude…, tuve que irme. Ya no podía seguir con el juego.
—Sin juegos, Chloe, se acabaron los juegos. Solo nosotros. ¿De acuerdo?
Esto es real. Te adoro. Te daré lo que quieras.
—Nunca quise nada, Nick. Solo te quería a ti. —Sus lágrimas se convirtieron
en alegría. —Nos iremos a casa. No más huidas.
La envolví en mis brazos y la besé, llevándola a la alfombra frente al fuego.
Aparté el delicioso cabello de chocolate de su rostro. —Donde quiera que estés
es mi hogar. Eres tú. Tú eres mi hogar.
Sonrió y me abrazó fuerte. —Tú también eres mi hogar.
—Creo que estamos en casa cuando estamos juntos. —Le quité su fea
sudadera y ella me quitó la mía, y me encantó sentir los latidos de su corazón
presionados contra los míos, sin nada entre nosotros.
Ella sonrió e hizo un trazo con su dedo índice en mi labio inferior. —
Entonces deberíamos estar juntos siempre.
—Buena idea —dije, y nos besamos, con el fuego crepitando, las montañas
cubiertas de nieve y el silencio, y comenzamos nuestra aventura juntos.
EPÍLOGO

S alí del avión privado y miré los cielos griegos que se arqueaban sobre mí.
Las montañas antiguas salpicaban el azul del mar Egeo, y el estuco
blanco puro de las aldeas caía por la orilla en un sorprendente contraste
con todos los tonos de azul.
—¿Cumple con tus expectativas después de todo lo que has leído, señora
Meryton? Este es mi mar favorito en el mundo, porque me recuerda a tus ojos.
Me reí alegremente cuando Nick vino detrás de mí y puso su brazo alrededor
de mi cintura. —No puedo creer que estemos realmente en Grecia.
—Es una de las ventajas de ser mi esposa, flor de manzano. Y una de las
ventajas de ser tu esposo es evitar una boda con la alta sociedad neoyorkina y
casarnos en el huerto de manzanas de tus padres. Fue la boda más perfecta y
significativa de la historia.
—No puedo creer que Rachel haya publicado un número especial con nuestra
boda.
—¿No puedes? —Se rio entre dientes. —A ella le gustó tanto que está
planeando comprar una pequeña granja. Tantas cosas orgánicas, tanta libertad y
pureza hacen que muera de alegría. Se ha enamorado de las montañas.
—Bueno. Ella trabaja muy duro. Necesita un poco de equilibrio entre vivir y
trabajar.
—Yo encontré el mío —dijo y presionó un beso en mi cuello mientras nos
quedábamos de pie, solo un minuto más, en la puerta del avión. —¿Estás lista
para la aventura?
—Contigo a mi lado estoy lista. Te quiero mucho, Nick. Me has dado el
mundo.
Me besó y nunca me acostumbraré a la forma en que su besó me llenó de
amor, calidez y un sentimiento de felicidad, de pertenencia.
—El mundo siempre estuvo ahí, esperándote. Pero tú, flor de manzano, tú me
has dado un hogar.
El calor de su amor tomó mi aliento, en lugar de eso yo tomé su mano y
juntos bajamos los escalones que llevaban hacia el resto de nuestras vidas,
juntos.
SOBRE L.A. PEPPER

Al igual que usted, L.A. ama las historias románticas contemporáneas y es una ávida lectora.

Su corazón ha sido roto por el verdadero amor, sin embargo, ¡todavía es adicta a los finales
felices!

Cuando L.A. no está escribiendo sobre la próxima novela romántica contemporánea del chico
malo multimillonario, disfruta de una copa de Chianti, de raclette con sus amigas, de clases de
spinning y de ver el amanecer cada mañana.

Es una ama de casa desesperada autoproclamada y vive en un callejón sin salida de historias
emocionantes, dramáticas y románticas. Muchas de sus ideas están inspiradas aquí.

L.A. recibió su apodo de una de sus hijas adolescentes, ¡y lo acuñaron amigos y familiares!

Leanne vive en Canadá con su marido, y 4 hijos.

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