Está en la página 1de 18

1

La intervención

Carmen Serna

2
__ ¿Don Miguel? ¿Cómo se encuentra? Ya veo, no diga
nada, la cara es el espejo del alma. No se preocupe,
hombre, no tenga ningún cuidado, yo mismo le informaré
sobre todo lo que necesita saber. Para eso estamos aquí,
¿verdad, Dolores? Hay que animarse, don Miguel, no hay
que desesperarse. Nosotros hemos estudiado su caso.
Minuciosamente y por extenso. Todo el tiempo que lleva
usted esperando aquí, en esta habitación tan confortable, lo
hemos dedicado a establecer un diagnóstico certero, a
valorar, a sopesar los pros y los contras de su caso y a
decidir qué es lo que tenemos que hacer para solucionar
ese problemilla, al menos así lo ha llamado usted, señor
don Miguel, con que ha llegado a mi consulta. No obstante,
tengo que advertirle que su situación es grave, muy grave.
Le puedo decir sin temor a equivocarme que su caso es
casi desesperado. ¡Pero no cambie la cara, por favor! ¡Qué
mal le sientan esos mohines! Eso no quiere decir que su
enfermedad no pueda tener cura. La tiene, claro que la
tiene. Sin embargo, una cura total, o al menos la cura que
usted y todos desearíamos, no es posible. Desde ahora le
puedo asegurar que en ningún caso podrá restablecerse
por completo. No obstante, si sigue todas nuestras
instrucciones y coopera con nosotros, puede conseguir lo
más importante, óigame bien, lo más importante. Así que
levante esos ánimos, no todo está perdido, la vida puede
volver a sonreírle, aunque eso sí, no le vaya a sonreír de

3
la forma en que lo ha hecho hasta el momento, hágase
cargo.

» Su caso, ya habrá podido imaginárselo, mis anteriores


palabras no admiten duda, requiere de una intervención, de
una intervención peligrosa, como habrá podido suponer, de
una intervención que nunca hasta el momento ha sido
realizada en ningún lugar del mundo. Esto que acabo de
decirle quizá le asuste, no todos los días vamos al médico
a que nos diga que nos tenemos que jugar el pellejo a cara
o cruz. Sin embargo, don Miguel, no hay razón para que le
tiemblen las carnes, cuenta usted con un equipo médico
inigualable —insuperable diría yo— en la especialidad que
nos ocupa. No obstante, la intervención, ha de realizarse
con premura, y eso es, no se lo voy a negar, un obstáculo
considerable, puesto que no hay tiempo material para
preparar con tranquilidad todo lo necesario para la
intervención y su convalecencia. Así y todo, no debe usted
preocuparse por ello demasiado. Las preocupaciones no
van a ayudarle mucho en su proceso. Deseche las
preocupaciones. Las preocupaciones nos estorbarían. Las
preocupaciones complicarían considerablemente el
desarrollo de su enfermedad. Nos podrían jugar una mala
pasada sus preocupaciones. De modo que no se preocupe,
hágame caso. De los problemas nos ocupamos nosotros.
Los problemas corren de nuestra cuenta, ja, ja.

»La intervención, no se lo voy a ocultar, es una


intervención singular. Ya le he avisado de que no se trata
de una intervención corriente, de que nunca hasta el
momento ha sido realizada una intervención parecida en
parte alguna del mundo. Pero a pesar de todo ello, a pesar
de la singularidad de su enfermedad, a pesar de ser su
enfermedad un caso desesperado, nos hemos inclinado
todos por la intervención. Sin intervención su vida no vale
nada. Con intervención, todo será diferente, todo, no lo
dude; y con un poco de suerte, y eso aunque tengamos
muy muy poca suerte, lo más importante puede salvarse.

4
»Para su tranquilidad —está además usted en su derecho
de saberlo— le explicaré punto por punto en qué consiste
la intervención. Cuando sabemos qué es lo que va a
sucedernos, sea lo que sea eso que nos suceda, nos
quedamos más tranquilos, ¿no es así? Parece que se nos
quita un peso de encima. Y uno ya se dice como si fuera a
toro pasado: “bueno, pues no era para tanto, es más el
ruido que las nueces, si llego a saber que era esto no me
hubiera preocupado tanto”. Etc, etc. Yo soy de la opinión de
que es mejor saber que no saber. Es mejor saber, saberlo
todo con pelos y señales, saber cómo van a desarrollarse
las cosas, conocer las complicaciones que puedan surgir...
En fin, que uno debe estar preparado para lo peor. Su
caso, ya se lo he dicho, es casi desesperado. En cualquier
hospital no darían un alfeñique por su vida. Lo habrían
operado, por qué no iban a operarle, hoy en día todo el
mundo opera de todo, pero en su fuero interno habrían
dado el caso por perdido y usted habría salido de la mesa
de operaciones, digámoslo claramente, con los pies por
delante. Aquí, por el contrario, todo va a suceder de otra
manera: vamos a salvarle la vida. De eso no cabe ninguna
duda. De manera que cualquier sacrificio que tenga usted
que realizar para conseguir el preciado objetivo, conservar
su vida, ese don precioso, va a resultar una insignificancia
en comparación con su pérdida. En cualquier hospital
sacrificarían su vida; nosotros vamos a conservársela; y
vamos a conservársela para que usted la emplee como
mejor le parezca, para que haga usted uso de su libertad
como crea conveniente. En eso le dejamos el camino libre,
don Miguel.

»Su enfermedad —como le decía—, su enfermedad


singular, es una extraña enfermedad cerebral que todavía
no tiene nombre. Todas las enfermedades tienen nombre,
me dirá usted. Todas las enfermedades que han sido
diagnosticadas alguna vez, le respondo yo. Siempre hay

5
para todo una primera vez. Así que la primera vez que se
diagnostica una enfermedad, ésta no tiene nombre,
todavía. No obstante, enseguida, sin mucha dilación, la
profesión médica se apresura a nombrar la enfermedad.
Gran parte de las enfermedades descubiertas, casi todas
diría yo, han recibido el nombre de sus descubridores. De
modo que, modestamente, mucho me temo que esta
enfermedad suya recibirá el nombre de mi insigne apellido,
apellido al que por otra parte ya honraron mis ínclitos
antepasados. Sin embargo, supongo que a usted no le
importarán estas menudencias, menudencias que, no voy a
ser modesto, tienen su importancia para el avance de la
ciencia, y estará más dispuesto a atender mi explicación
sobre la etiología de su enfermedad, sus síntomas y sus
consecuencias que a escuchar pacientemente las soflamas
que me dicta mi ego. Así pues, continúo con mi explicación.
Voy a ser prolijo. No le voy a ahorrar detalles. Ya ve usted
que me encuentro cómodamente sentado en este sillón,
mientras usted descansa, también cómodamente, en su
cama. Por cierto, si usted necesitara algo, no dude en
hacérnoslo saber ya sea por medio de sus familiares, ya
por medio del timbre que hay colocado en la pared.
Nosotros, por ser usted, por ser un caso especial,
estaremos siempre dispuestos, en la medida de lo posible,
a atenderle en lo que esté en nuestra mano. No dude en
contactar con las enfermeras, con Dolores especialmente, y
el personal auxiliar. Todos estarán encantados de ayudarle
en la medida de sus posibilidades.

»Pero a lo que íbamos, no me gusta extenderme en lo que


no es absolutamente necesario y esta vez ya me alargo
más de lo que resulta conveniente. Usted, como es natural,
querrá saber en qué consiste su enfermedad, esa
enfermedad innominada de la que ya le he hablado. Pues
bien, como ya le he dicho hace un momento, usted padece
una enfermedad cerebral singular, una enfermedad
cerebral que puede provocarle la muerte si no es
intervenido a tiempo, una enfermedad cerebral que es

6
producida por el riego subdesarrollado y de mala calidad
que llega hasta su cerebro. No, no se trata de una
arteriosclerosis u arteriopatía orgánica oclusiva, no. Las
paredes de sus arterias carótidas están libres de placas, no
hay zonas de engrosamiento o ateromas en el interior de
sus arterias vertebrales. Tal como se ven las imágenes, la
sangre debería circular sin miramientos por todas sus
arterias. Sin embargo, por razones desconocidas, sus
arterias carótidas, las dos, la carótida interna y la carótida
externa, y sus arterias vertebrales, no cumplen
adecuadamente con su función o, lo que es lo mismo, —se
lo diré de forma que pueda entenderme— es como si se
hubieran puesto en huelga. Su arterias carótidas y
vertebrales, las arterias encargadas de llevar la sangre
desde el corazón al cerebro, se han puesto de acuerdo —
es un decir, sus arterias no pueden ponerse de acuerdo en
nada, hasta ahí podíamos llegar— en, de momento, llevar
poca sangre a su cerebro —o dicho de otra manera— regar
poco su cerebro. De modo que si sus carótidas y
vertebrales transportan poca sangre, ¿cuánta va a circular
por el resto de sus arterias cerebrales: la oftálmica, la
cerebrales anterior y media, y las cerebrales posteriores
una vez que comience la distribución por el cerebro? Esta
situación, don Miguel, por poco que persistiera, sería fatal
para usted. Además, tenemos indicios que nos permiten
suponer que más adelante sus carótidas y vertebrales
dejarán de efectuar el trabajo que hasta ahora han
realizado. No sabemos cuánto podría resistir, de no ser
intervenido, en las condiciones más o menos aceptables en
las que ahora se encuentra, ni cuánto tiempo podría
transcurrir hasta que los inevitables síntomas
degenerativos aparecieran. Pero haciendo un cálculo más
o menos aproximado, pongamos que tardaría tres días,
contando desde hoy, en perder el habla; uno o dos más en
perder la vista; paulatinamente iría perdiendo el control de
sus miembros y le sería completamente imposible utilizar el
aparato locomotor; siguiendo con el mismo proceso, dejaría
usted de abrir la boca y, al poco, sería ya incapaz de

7
asimilar cualquier alimento que pudiera llegarle por vía
intravenosa; su hígado, sus riñones y su bazo serían
completamente inservibles; y qué le voy a contar de las
sístoles y diástoles de su agitado corazón, nada que usted
buenamente no pueda imaginar.

»Pues bien, la solución, la única solución que nos queda


para tratar de paliar semejante enfermedad, es la
intervención. Una intervención drástica, al tiempo que
milagrosa, que permitirá que todos sus órganos funcionen a
la perfección o, salvo complicaciones, casi a la perfección.
Usted imaginará con toda razón que si lo único que falla es
el riego, si no llega riego, riego suficiente, a su cerebro, lo
que hay que hacer es llevárselo, llevar buen riego, un riego
suficiente a su cerebro. Si su cerebro anda bien irrigado,
todo en su cuerpo, y por qué no en su corazón, marchará
bien; si a su cerebro llega la suficiente cantidad de sangre,
todo en su vida podrá marchar como es debido. Por lo
tanto, si su cerebro no recibe la sangre que necesita, habrá
que irrigar su cerebro. Si las arterias carótidas y vertebrales
se niegan una y otra vez a regar su cerebro, habrá que
hacer algo, no nos vamos a quedar con los brazos
cruzados. Y aquí es donde entro yo, donde entro yo y todo
mi equipo médico. Mi equipo médico y yo mismo entramos
con usted en el quirófano para arreglarle lo del riego de la
cabeza.

»Esta es la operación singular de la que le hablaba al


principio. A nadie se le había ocurrido hasta el momento
llevar el riego hasta el cerebro. Nadie había dado con la
solución casi mágica de llevar el riego hasta el cerebro.
Claro, que no es fácil llevar el riego hasta el cerebro. La
ciencia médica actual soluciona problemas parecidos al
que usted sufre con injertos. Sin embargo, no hay que
pensar en la posibilidad de hacerle a usted un injerto que
pueda llevarle el riego hasta el cerebro. Hacer un injerto
está bien para llevar el riego a otras partes del cuerpo,
incluso puede emplearse cuando en carótidas o

8
vertebrales se hallan ateromas. Sin embargo, este caso es
bien diferente. Si no hay paredes obstruidas, ¿qué
ganamos con un injerto? ¿Por qué lugar cortamos?
¿Dónde empalmamos?

»Es por eso que hemos ideado un método para llevar el


riego hasta el cerebro sin necesidad de realizar ningún
injerto. No voy a ocultarle que este sistema tiene sus
inconvenientes. Ahora bien, también es cierto que tiene una
ventaja que supera con creces el sistema del injerto
empleado en otros casos. Los resultados de los injertos, en
general, realizados en cualesquiera partes del cuerpo son
buenos. Sin embargo, si se empleara el sistema que yo
propongo para llevar el riego a otras partes del cuerpo, los
resultados serían extraordinarios. No obstante, dados los
inconvenientes que antes le nombraba, siempre se ha
desestimado realizar intervenciones siguiendo este sistema
y se ha preferido obtener peores resultados en aras de la
comodidad del paciente. Pero por lo que a usted toca, no
tenemos otra alternativa que emplear este sistema, mi
sistema, para llevar el riego a su cerebro dañado. Así que
nada de injertos. Los injertos están desestimados. No se
preocupe porque no intentaremos la chapuza del injerto. Si
las arterias carótidas y vertebrales se niegan una y otra vez
a regar su cerebro, otras arterias tendrá su cuerpo que no
pondrán pegas para realizar este trabajo.

»Se lo explicaré con una analogía para que lo entienda.


Por si no lo sabe, en nuestro cuerpo, como en la vida
misma, —ya lo dijo el mismísimo Heráclito— todo es lucha,
todo está lleno de amigos y enemigos. Salvo el corazón
que es amigo de todo el mundo y vela porque a todo le
llegue su alimento, los distintos sistemas y aparatos
corporales tienen sus filias y sus fobias. Y como viene
siendo natural también en la vida, en cada sistema o
aparato, los órganos que lo componen son entre sí
enemigos mortales. Así, por ejemplo, en el aparato
digestivo, el bazo se lleva mal con el hígado y el hígado

9
con el bazo; el intestino delgado querría hacer el trabajo del
grueso y, viceversa, el grueso el del delgado. Nadie está
conforme, al igual que en la vida, con su suerte. Pero al
igual que en la vida, del mismo modo, nadie puede cambiar
su posición y allí donde te ha tocado te mueres. Esto es así
a no ser que intervenga la ciencia médica para remover los
principios sacrosantos de la bella Naturaleza. Nosotros,
como no podía ser de otra manera, vamos a aprovechar
este estado de cosas, el estado de permanente lucha entre
las distintas partes que conforman su sistema circulatorio,
para tratar de salvar lo inevitable.

»Las arterias carótidas y las vertebrales, de siempre, han


estado enemistadas con la pedia. La pedia no puede ni ver
a las carótidas, la pedia se la tiene jurada a las arterias
vertebrales. Nada mejor, pues, que pedir a la pedia que nos
haga un favor, que suplante en su función a las arterias
carótidas y vertebrales a las que, por otra parte, siempre ha
considerado arterias venenosas y que se daban muchas
ínfulas. La pedia, como podrá usted imaginar, que se ha
pasado toda su vida regando el pie, un trabajo modesto y
poco considerado por las arterias de clase superior, se
moriría del gusto por realizar el trabajo de suprema
responsabilidad que tanta fama ha dado a las arterias
carótidas y vertebrales. De modo que a la pedia, para
demostrar toda su valía, no le importaría hacer lo que
realizan habitualmente estas arterias en cualquier cuerpo
humano: regar el cerebro. Ahora bien, esto supone una
cosa, esto supone que hay que llevar la pedia hasta el
cerebro, no basta coger un cachito de pedia y llevarlo al
cerebro. Hemos desestimado lo relativo a los injertos. No
sé si comprende lo que estoy intentando, desde hace ya
rato, decirle. No podemos llevar un cachito de pedia para
ponerlo desde donde la carótida y la vertebral empiezan su
nombre hasta donde lo cambian. Eso no serviría aquí de
nada. Tenemos que llevar directamente la pedia, toda la
pedia, la pedia al completo, hasta el cerebro. La pedia debe
de seguir realizando su función, la que siempre ha

10
realizado, pero además ahora ha de llevar el riego hasta su
cerebro, todo al mismo tiempo. ¿Me comprende?

—No estoy seguro. Acaba de decir que la pedia es una


arteria, y que esta arteria se encuentra en el pie, ¿no es
así?
—Más o menos. Pes Pedis es pie en latín. Se trata de una
arteria que, pasando por la pierna, termina en el pie.
—Perdone mi ignorancia. Pero como usted mismo ha
dicho, esta intervención es una intervención nueva, nunca
se ha realizado hasta el día de hoy. ¿Si la arteria pedia
está en el pie, o en la pierna, cómo va a encargarse de
regar el pie, la pierna y el cerebro al mismo tiempo?
—Sencillísimo, eso es lo más sencillo del mundo. No se
preocupe por eso. Técnicamente no tiene complicación
ninguna. La cosa no puede ser más sencilla. No existen
apenas problemas mecánicos que dificulten a la pedia
realizar esa doble función. No le voy a ocultar que la
perplejidad que usted muestra ha sido la causa que ha
impedido que intervenciones de este tipo hayan sido
llevadas a cabo en otras ocasiones. Pero es que los
cirujanos y, en general, los hombres vulgares de ciencia
carecen de imaginación y a pequeños obstáculos les
conceden una importancia desmesurada. ¡Hay que ser más
imaginativo, amigo mío! ¡Sin imaginación no puede
conseguirse nada, al menos nada que merezca la pena! Es
cierto que esta intervención tiene inconvenientes. Ya le
había avisado antes. Esta intervención tiene algunos
inconvenientes. Aun así, no son inconvenientes
insuperables y siempre pueden vencerse con algo de
buena voluntad por parte del paciente. Lo importante,
convendrá usted conmigo, es su vida. Hay que hacerlo todo
por la vida o, para ser más exactos, hay que darlo todo por
la vida. Tenemos que ser animosos, señor mío, no nos
podemos ahogar en un vaso de agua. Si el hombre hubiera
actuado como esos vulgares cirujanos desde el principio de
los tiempos, todavía viviríamos en cavernas y nos
vestiríamos con pieles. ¿Por dónde andaría el hombre si

11
nunca se hubiera arriesgado, si nunca hubiera saltado al
vacío? Desde luego no por autopistas.

»Así que cálmese; el caso que nos ocupa no ofrece


ninguna dificultad. Y le explicaré por qué. Como el más
elemental sentido común nos enseña, si queremos que la
pedia riegue el cerebro o lleve la sangre al cerebro,
tendremos que subir la pedia hasta el cerebro,
exactamente al lugar donde las arterias carótidas y
vertebrales dejan de realizar su función. Este es el
inconveniente que anteriormente le citaba. Ahora bien, el
subir la pedia hasta carótidas y vertebrales es un mal
menor. En comparación con todos los bienes que podemos
lograr, subir la pedia hasta carótidas y vertebrales es un
inconveniente sin importancia. Tenga en cuenta que sólo
se trata de elevar una de sus piernas —ya veremos cuál de
ellas en el futuro— hasta el lugar donde estas arterias
hacen su aparición estelar. Allí practicaríamos un corte y
por la ranura cerebral efectuada dejaríamos entrar su
pedia, la cual, graciosamente, se habría ofrecido a
colaborar con todos nosotros para salvarle. Más adelante
cuando las ramificaciones de la pedia se hayan producido y
estemos seguros de que la pedia riega todo su cerebro,
seccionaremos y anularemos sus carótidas y vertebrales ya
inservibles. Creo necesario decirle —no le voy a mentir en
esto— que esta posición de su pierna será definitiva y que
en ningún caso podrá volverla a colocar sobre el suelo en
su posición natural.

»Pero no ponga esa cara, por favor, no se alarme así, no


sea usted chiquillo. Estas son las cosas que pasan en la
vida. Cosas peores podrían sucederle. A todo el mundo le
suceden cosas horribles, cosas realmente espantosas,
cosas de las que nadie habla por miedo a ser tachado de
mentiroso y exagerado. Yo mismo podría contarle cosas
que han sucedido por ahí que le pondrían los pelos de
punta y ante los cuales se descubriría y bendeciría al cielo
por haberle obsequiado con su suerte. Su suerte no es

12
espantosa ni mucho menos, su suerte podría empeorar, su
suerte podría ser incluso insuperablemente peor.
Imagínese, por ejemplo, el caso —que bien podría
suceder— de que fuera insuficiente el riego que
proporcionara la pedia a su cerebro. Imagínese que una
pedia tuviera que pedir auxilio a la otra pedia, porque la
primera no pudiera hacer todo el trabajo. Imagínese lo que
supondría tener juntas a las dos pedias trabajando codo
con codo. Usted ya no podría andar. Como mucho podría
arrastrarse con el culo por el suelo, o dejarse caer rodando
cuesta abajo. Fíjese usted la cantidad de chichones y de
moratones que le saldrían si eso llegara a suceder. No sólo
se le destrozaría una cadera al estar perpetuamente en la
misma posición forzada, se le destrozarían las dos. Los
dolores horribles de la artrosis que provocaría esta
elevación antinatural de las piernas los sufriría por partida
doble, y no quiero ni pensar lo que penarían su espalda y
sus cervicales obligadas por la posición de sus miembros,
inferiores según natura pero superiores según el arte
médico. Piense, piense en todo lo que acabo de decirle.
Esto no es un juego de niños. Estamos hablando de la vida,
señor mío. No ponga esa carita de dolor y continúe
escuchando. La vida uno debe afrontarla con entereza.
Debe usted portarse como un hombre y abandonar esas
lágrimas de cocodrilo que pugnan por brotar de sus ojos.
Suénese esos mocos, por dios. No es para tanto. Yo sólo
estoy describiendo la realidad; la cruda realidad, es verdad;
pero realidad al fin y al cabo. No tiene que asustarse de la
realidad. No debe asustarse de la realidad. No podemos
hacer nada contra la realidad. Debemos afrontar la
realidad, venga por donde venga.

»Sin embargo, no todo van a ser motivos de preocupación.


La posición de piernas elevadas también tiene sus
compensaciones. La posición elevada de las piernas tiene
sus cosas buenas; tiene, diría yo, sus cosas agradables,
sus placeres ocultos. Imagínese usted —espero que no le
falte la imaginación porque va a necesitarla—la de

13
diferentes juegos eróticos que puede realizar en compañía
de su pareja. No es lo mismo besar a pierna suelta, por
decirlo así, que a pierna recogida. La postura de
indefensión de la pierna recogida aumenta el placer del
beso, de un simple beso, óigame bien. Por otro lado, como
usted mismo no habrá dejado de advertir, sus partes
pudendas quedarán realzadas, mostradas en primer plano,
sin que las piernas las guarden pudorosamente de las
miradas ajenas. Todo el mundo será lo primero que mire, lo
primero en que repare, cuando usted haga su aparición.
Sus partes pudendas serán su carta de presentación.
Todos los señores querrían presentarse, allá donde fueren,
con esa carta de presentación, aunque, hablando
literalmente, tengan que esconder el rabo entre las piernas
allá donde se presenten. Será la envidia de los señores y el
objeto de deseo de las señoras. Piense, además, en las
ventajas que puede reportarle una posición así, de piernas
elevadas: usted ya no necesitaría, en caso de desearlo, ser
encadenado de pies y manos. Usted permanecería
perpetuamente esposado a su cabeza, con el miembro
adelantado, indefenso... ¿Qué mujer podría resistírsele?

»No obstante, tengo que advertirle que no todo van a ser


rosas en este proceso de metamorfosis clínica. Usted
deberá sufrir también algunos inconvenientes. Como usted
mismo sabrá por su experiencia a estas alturas de la vida,
no todo es placer en este mundo. La vida nos da una de cal
y otra de arena. Esto es siempre así. Todavía no le he
explicado con detenimiento el funcionamiento del sistema
arterial de la cabeza. Hasta el momento sólo le he hablado
de las arterias carótidas: la arteria carótida externa y la
arteria carótida interna y de las vertebrales. Si bien estas
arterias son imprescindibles —es un decir, porque usted va
a prescindir por completo de ellas gracias a su o sus
pedias— para hacer llegar la sangre al cerebro, con todo y
con eso, existen otras arterias que poseen una función
extremadamente importante. El que las arterias carótidas y
vertebrales, escúcheme bien, sean la puerta de entrada a

14
la cabeza, no quita para que luego haya otras arterias que
se encarguen de conducir la sangre que entra por ellas
hasta los extremos más inexplicables de su cara y su
cerebro. ¿Qué pasará con todas estas arterias y sus
ramificaciones una vez que carótidas y vertebrales hayan
sido seccionadas? Tenga en cuenta que la arteria temporal
y sus ramificaciones, la occipital posterior y la auricular
posterior, se encargan de regar las regiones todas de su
cerebro. Carótidas y vertebrales son, por así decir, el río;
las que he nombrado y otras más de las que nada he dicho
por no ser prolijo, sus afluentes. ¿Si se seccionan carótidas
y vertebrales, podrán la pedia o sus ramificaciones unirse
con las primeras así como así?

»Un ligero fallo de la temporal o de la occipital o de la


auricular podría tener consecuencias desastrosas,
consecuencias que en la actualidad no pueden calibrarse
debido a que pueden producirse fallos en cualesquiera de
las partes del alambicado recorrido de estas arterias. Por
todo ello, y fueran cuales fueran los fallos que se
produjeran en su inicio o en su recorrido, los daños que se
desencadenarían serían cuantiosos; su vida, incluso,
podría verse puesta en peligro; posiblemente podría quedar
mudo y ciego de por vida, o paralítico de por vida —cosa
esta que no sería tan nefasta dada la posición de sus
piernas que ya le obliga a una parálisis forzosa aun sin ser
paralítico—, o posiblemente transcurriera el resto de sus
días como un vegetal, apoyado sobre su espalda, incapaz
de hablar, de llorar, de gemir.

»Pero además de esto, señor mío, y por si lo anterior fuera


poco, contamos con otras arterias que se alimentan de la
carótida, y aunque ejercen funciones más modestas, no por
ello su trabajo deja de ser de extremada utilidad. Me estoy
refiriendo a la arteria angular de la nariz, o a la arteria del
labio superior o también a la del labio inferior. Si le fallara,
es un decir, la arteria del labio inferior, toda la zona regada
por ella quedaría paralizada o con una movilidad

15
insuficiente, esto en el mejor de los casos, siempre y
cuando la arteria alveolar inferior decidiera realizar el
trabajo de su compañera e hiciera ramificaciones en la
zona afectada.

»No se asuste. Ya le he dicho que iba a prepararle para lo


peor. Yo siempre me pongo en el peor de los casos. Tenga
en cuenta que, aunque no es probable, cabe la posibilidad
de que no aparezca ninguna complicación. Pudiera darse el
caso, remota posibilidad si voy a ser sincero, de que
únicamente con una pierna en posición elevada,
solventáramos el asunto. Ahora bien, le acabo de decir que
esa posibilidad es remota. Si tuviera que cifrar las
probabilidades que tiene usted de que la intervención sea
un completo éxito manipulando sólo una pierna y una
pedia, diría que tiene usted un 0,25% de que todo salga a
pedir de boca. Este porcentaje, como puede usted
comprender, es ridículo; nadie en su sano juicio lo tendría
en cuenta. Sin embargo, en lo que a usted respecta, nadie
le obliga a no creer en los milagros. Milagro sería que la
intervención diera sus frutos a la primera de cambio. Pero
si quiere ser usted más realista, cuente con que la otra
pedia tendrá que ponerse en lugar de la carótida que nos
falta. Y de ahí en adelante, todo lo que pueda decirle son
conjeturas. Una vez que las carótidas hayan sido
seccionadas y la o las pedias ocupen su lugar, será mejor
que nos encomendemos al diablo; o a Dios, si usted lo
prefiere de esta segunda manera. Yo, personalmente,
prefiero encomendarme al diablo. Usted por su parte,
encomiéndese a quien prefiera.

»Así pues, y como le iba diciendo, podría darse el caso de


que además de tener que permanecer de por vida con sus
piernas bien amarradas a su cuello con las consecuencias
que esta postura trae a corto, medio y largo plazo, tenga un
hormigueo insoportable por todo su cuerpo y, asimismo, se
le desplace la mandíbula inferior en dirección a su miembro
mientras usted babea sin cesar y pugna por decir cuatro

16
palabras inteligibles. Esto es una posibilidad. No es una
posibilidad remota, óigame bien. No sería de extrañar que
las cosas salieran así o peor. De hecho, las probabilidades
de que las cosas salgan así o de manera similar es
francamente elevado. Estoy hablando de un 25%, nada
más y nada menos. El 75% restante consistiría en ir
sumando desperfectos al modelo que le acabo de explicar,
desperfectos que pueden ser mayores que los que le he
citado o de menor impacto sicofísico, todo depende de no
se sabe bien qué.

» Y esto es todo, don Miguel. Ya está todo dicho. Ya le he


pintado todo el panorama. Aunque, si quiere, podemos
continuar hablando. Por poder, podemos seguir hablando
del tema todo lo que usted quiera. Pero, claro, nuestra
charla, nuestra conversación sería ya hablar por hablar.
Nada iba a cambiar nuestra cháchara; las cosas no
cambiarán porque peguemos la hebra; las cosas saldrán,
se lo digo yo, como tengan que salir. Puedo pintarle de
nuevo un cuadro de colores maravillosos o se lo puedo
describir con oscuros y dolorosos colores fúnebres. ¿Pero
qué sucederá? Nadie puede responder a esta pregunta.
Nadie. No obstante, usted debe tener confianza. Debe
tener fuerza. No debe ceder al desmayo. A cada
contratiempo, usted debe sobreponerse. Cuánto más le
castigue la vida, más hombre debe mostrarse. Si el destino
se ensaña con usted, usted debe reírse del destino, debe
seguir adelante como si el destino no tuviera nada que
decirle, como si el destino no sirviera para nada en
nuestras vidas. Ignore al destino, usted a lo suyo. Pero si
usted es un caguetas, allá usted, no le arriendo la
ganancia. Si usted se pone a llorar en los peores
momentos o cuando lo peor de la borrasca haya pasado,
se estará comportando como un pobre hombre que no
sabe gobernar su vida, desperdiciará la subsistencia que
tan generosamente y con tanto gasto del contribuyente le
estamos regalando. Dolores, diles que vayan pasando.

17
»Ya estamos otra vez. ¿Pero no le acabo de decir que no
llore? ¡Qué blando es usted, señor mío! ¿Qué saca usted
con llorar? Tenga en cuenta que lo que le doy es una
buena noticia. ¿Que va a quedarse funcionalmente
paralítico? Algo habrá que pueda usted hacer en esa
situación. Con suerte, igual puede manejar las manos y
efectuar inestimables trabajos en su ordenador, no perderá
su puesto de trabajo por ello. ¿Que se queda paralítico,
que sus manos no le obedecen? Mire usted Stephen
Hawking, se las arregla con la boca. Cuidado esa camilla.
Con suerte, si su cerebro no queda dañado, podrá seguir
haciendo algo útil por los demás. Con suerte podrá invitar a
sus amigos a su casa y podrá verlos y escucharlos, y podrá
hablarles, siempre que no se haya quedado ciego o sordo,
o incapaz de hablar, o las tres cosas a la vez. Anímese. La
vida es corta. Hay que disfrutarla. Tiene usted que saborear
los dones que le brinda la vida. La vida, mal que bien,
siempre ofrece algo, siempre tiene algo bueno que
ofrecernos. Cójalo, lo tiene al alcance de su mano. Si no va
a disfrutar de la vida, no merece el esfuerzo que yo y mi
equipo vamos a realizar. Vamos, señor mío, alegre esa
cara; disfrute de los últimos momentos que le quedan de su
vida anterior y pasada y transcurrida, mueva sus piernas
ahora que todavía puede, suba usted solo a la camilla si es
que eso le complace. ¿Ve como puede? No sea débil,
hombre, y disfrute. Goce. Dentro de poco, en unos minutos,
don Miguel, estará ya dormido, cuidado con la puerta,
tengo que estar en todo, en la mesa de operaciones.
Cuando despierte, empezará el momento de vivir en
plenitud su nueva vida.

18

También podría gustarte