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La intervención
Carmen Serna
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__ ¿Don Miguel? ¿Cómo se encuentra? Ya veo, no diga
nada, la cara es el espejo del alma. No se preocupe,
hombre, no tenga ningún cuidado, yo mismo le informaré
sobre todo lo que necesita saber. Para eso estamos aquí,
¿verdad, Dolores? Hay que animarse, don Miguel, no hay
que desesperarse. Nosotros hemos estudiado su caso.
Minuciosamente y por extenso. Todo el tiempo que lleva
usted esperando aquí, en esta habitación tan confortable, lo
hemos dedicado a establecer un diagnóstico certero, a
valorar, a sopesar los pros y los contras de su caso y a
decidir qué es lo que tenemos que hacer para solucionar
ese problemilla, al menos así lo ha llamado usted, señor
don Miguel, con que ha llegado a mi consulta. No obstante,
tengo que advertirle que su situación es grave, muy grave.
Le puedo decir sin temor a equivocarme que su caso es
casi desesperado. ¡Pero no cambie la cara, por favor! ¡Qué
mal le sientan esos mohines! Eso no quiere decir que su
enfermedad no pueda tener cura. La tiene, claro que la
tiene. Sin embargo, una cura total, o al menos la cura que
usted y todos desearíamos, no es posible. Desde ahora le
puedo asegurar que en ningún caso podrá restablecerse
por completo. No obstante, si sigue todas nuestras
instrucciones y coopera con nosotros, puede conseguir lo
más importante, óigame bien, lo más importante. Así que
levante esos ánimos, no todo está perdido, la vida puede
volver a sonreírle, aunque eso sí, no le vaya a sonreír de
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la forma en que lo ha hecho hasta el momento, hágase
cargo.
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»Para su tranquilidad —está además usted en su derecho
de saberlo— le explicaré punto por punto en qué consiste
la intervención. Cuando sabemos qué es lo que va a
sucedernos, sea lo que sea eso que nos suceda, nos
quedamos más tranquilos, ¿no es así? Parece que se nos
quita un peso de encima. Y uno ya se dice como si fuera a
toro pasado: “bueno, pues no era para tanto, es más el
ruido que las nueces, si llego a saber que era esto no me
hubiera preocupado tanto”. Etc, etc. Yo soy de la opinión de
que es mejor saber que no saber. Es mejor saber, saberlo
todo con pelos y señales, saber cómo van a desarrollarse
las cosas, conocer las complicaciones que puedan surgir...
En fin, que uno debe estar preparado para lo peor. Su
caso, ya se lo he dicho, es casi desesperado. En cualquier
hospital no darían un alfeñique por su vida. Lo habrían
operado, por qué no iban a operarle, hoy en día todo el
mundo opera de todo, pero en su fuero interno habrían
dado el caso por perdido y usted habría salido de la mesa
de operaciones, digámoslo claramente, con los pies por
delante. Aquí, por el contrario, todo va a suceder de otra
manera: vamos a salvarle la vida. De eso no cabe ninguna
duda. De manera que cualquier sacrificio que tenga usted
que realizar para conseguir el preciado objetivo, conservar
su vida, ese don precioso, va a resultar una insignificancia
en comparación con su pérdida. En cualquier hospital
sacrificarían su vida; nosotros vamos a conservársela; y
vamos a conservársela para que usted la emplee como
mejor le parezca, para que haga usted uso de su libertad
como crea conveniente. En eso le dejamos el camino libre,
don Miguel.
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para todo una primera vez. Así que la primera vez que se
diagnostica una enfermedad, ésta no tiene nombre,
todavía. No obstante, enseguida, sin mucha dilación, la
profesión médica se apresura a nombrar la enfermedad.
Gran parte de las enfermedades descubiertas, casi todas
diría yo, han recibido el nombre de sus descubridores. De
modo que, modestamente, mucho me temo que esta
enfermedad suya recibirá el nombre de mi insigne apellido,
apellido al que por otra parte ya honraron mis ínclitos
antepasados. Sin embargo, supongo que a usted no le
importarán estas menudencias, menudencias que, no voy a
ser modesto, tienen su importancia para el avance de la
ciencia, y estará más dispuesto a atender mi explicación
sobre la etiología de su enfermedad, sus síntomas y sus
consecuencias que a escuchar pacientemente las soflamas
que me dicta mi ego. Así pues, continúo con mi explicación.
Voy a ser prolijo. No le voy a ahorrar detalles. Ya ve usted
que me encuentro cómodamente sentado en este sillón,
mientras usted descansa, también cómodamente, en su
cama. Por cierto, si usted necesitara algo, no dude en
hacérnoslo saber ya sea por medio de sus familiares, ya
por medio del timbre que hay colocado en la pared.
Nosotros, por ser usted, por ser un caso especial,
estaremos siempre dispuestos, en la medida de lo posible,
a atenderle en lo que esté en nuestra mano. No dude en
contactar con las enfermeras, con Dolores especialmente, y
el personal auxiliar. Todos estarán encantados de ayudarle
en la medida de sus posibilidades.
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producida por el riego subdesarrollado y de mala calidad
que llega hasta su cerebro. No, no se trata de una
arteriosclerosis u arteriopatía orgánica oclusiva, no. Las
paredes de sus arterias carótidas están libres de placas, no
hay zonas de engrosamiento o ateromas en el interior de
sus arterias vertebrales. Tal como se ven las imágenes, la
sangre debería circular sin miramientos por todas sus
arterias. Sin embargo, por razones desconocidas, sus
arterias carótidas, las dos, la carótida interna y la carótida
externa, y sus arterias vertebrales, no cumplen
adecuadamente con su función o, lo que es lo mismo, —se
lo diré de forma que pueda entenderme— es como si se
hubieran puesto en huelga. Su arterias carótidas y
vertebrales, las arterias encargadas de llevar la sangre
desde el corazón al cerebro, se han puesto de acuerdo —
es un decir, sus arterias no pueden ponerse de acuerdo en
nada, hasta ahí podíamos llegar— en, de momento, llevar
poca sangre a su cerebro —o dicho de otra manera— regar
poco su cerebro. De modo que si sus carótidas y
vertebrales transportan poca sangre, ¿cuánta va a circular
por el resto de sus arterias cerebrales: la oftálmica, la
cerebrales anterior y media, y las cerebrales posteriores
una vez que comience la distribución por el cerebro? Esta
situación, don Miguel, por poco que persistiera, sería fatal
para usted. Además, tenemos indicios que nos permiten
suponer que más adelante sus carótidas y vertebrales
dejarán de efectuar el trabajo que hasta ahora han
realizado. No sabemos cuánto podría resistir, de no ser
intervenido, en las condiciones más o menos aceptables en
las que ahora se encuentra, ni cuánto tiempo podría
transcurrir hasta que los inevitables síntomas
degenerativos aparecieran. Pero haciendo un cálculo más
o menos aproximado, pongamos que tardaría tres días,
contando desde hoy, en perder el habla; uno o dos más en
perder la vista; paulatinamente iría perdiendo el control de
sus miembros y le sería completamente imposible utilizar el
aparato locomotor; siguiendo con el mismo proceso, dejaría
usted de abrir la boca y, al poco, sería ya incapaz de
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asimilar cualquier alimento que pudiera llegarle por vía
intravenosa; su hígado, sus riñones y su bazo serían
completamente inservibles; y qué le voy a contar de las
sístoles y diástoles de su agitado corazón, nada que usted
buenamente no pueda imaginar.
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vertebrales se hallan ateromas. Sin embargo, este caso es
bien diferente. Si no hay paredes obstruidas, ¿qué
ganamos con un injerto? ¿Por qué lugar cortamos?
¿Dónde empalmamos?
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con el bazo; el intestino delgado querría hacer el trabajo del
grueso y, viceversa, el grueso el del delgado. Nadie está
conforme, al igual que en la vida, con su suerte. Pero al
igual que en la vida, del mismo modo, nadie puede cambiar
su posición y allí donde te ha tocado te mueres. Esto es así
a no ser que intervenga la ciencia médica para remover los
principios sacrosantos de la bella Naturaleza. Nosotros,
como no podía ser de otra manera, vamos a aprovechar
este estado de cosas, el estado de permanente lucha entre
las distintas partes que conforman su sistema circulatorio,
para tratar de salvar lo inevitable.
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realizado, pero además ahora ha de llevar el riego hasta su
cerebro, todo al mismo tiempo. ¿Me comprende?
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nunca se hubiera arriesgado, si nunca hubiera saltado al
vacío? Desde luego no por autopistas.
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espantosa ni mucho menos, su suerte podría empeorar, su
suerte podría ser incluso insuperablemente peor.
Imagínese, por ejemplo, el caso —que bien podría
suceder— de que fuera insuficiente el riego que
proporcionara la pedia a su cerebro. Imagínese que una
pedia tuviera que pedir auxilio a la otra pedia, porque la
primera no pudiera hacer todo el trabajo. Imagínese lo que
supondría tener juntas a las dos pedias trabajando codo
con codo. Usted ya no podría andar. Como mucho podría
arrastrarse con el culo por el suelo, o dejarse caer rodando
cuesta abajo. Fíjese usted la cantidad de chichones y de
moratones que le saldrían si eso llegara a suceder. No sólo
se le destrozaría una cadera al estar perpetuamente en la
misma posición forzada, se le destrozarían las dos. Los
dolores horribles de la artrosis que provocaría esta
elevación antinatural de las piernas los sufriría por partida
doble, y no quiero ni pensar lo que penarían su espalda y
sus cervicales obligadas por la posición de sus miembros,
inferiores según natura pero superiores según el arte
médico. Piense, piense en todo lo que acabo de decirle.
Esto no es un juego de niños. Estamos hablando de la vida,
señor mío. No ponga esa carita de dolor y continúe
escuchando. La vida uno debe afrontarla con entereza.
Debe usted portarse como un hombre y abandonar esas
lágrimas de cocodrilo que pugnan por brotar de sus ojos.
Suénese esos mocos, por dios. No es para tanto. Yo sólo
estoy describiendo la realidad; la cruda realidad, es verdad;
pero realidad al fin y al cabo. No tiene que asustarse de la
realidad. No debe asustarse de la realidad. No podemos
hacer nada contra la realidad. Debemos afrontar la
realidad, venga por donde venga.
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diferentes juegos eróticos que puede realizar en compañía
de su pareja. No es lo mismo besar a pierna suelta, por
decirlo así, que a pierna recogida. La postura de
indefensión de la pierna recogida aumenta el placer del
beso, de un simple beso, óigame bien. Por otro lado, como
usted mismo no habrá dejado de advertir, sus partes
pudendas quedarán realzadas, mostradas en primer plano,
sin que las piernas las guarden pudorosamente de las
miradas ajenas. Todo el mundo será lo primero que mire, lo
primero en que repare, cuando usted haga su aparición.
Sus partes pudendas serán su carta de presentación.
Todos los señores querrían presentarse, allá donde fueren,
con esa carta de presentación, aunque, hablando
literalmente, tengan que esconder el rabo entre las piernas
allá donde se presenten. Será la envidia de los señores y el
objeto de deseo de las señoras. Piense, además, en las
ventajas que puede reportarle una posición así, de piernas
elevadas: usted ya no necesitaría, en caso de desearlo, ser
encadenado de pies y manos. Usted permanecería
perpetuamente esposado a su cabeza, con el miembro
adelantado, indefenso... ¿Qué mujer podría resistírsele?
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la cabeza, no quita para que luego haya otras arterias que
se encarguen de conducir la sangre que entra por ellas
hasta los extremos más inexplicables de su cara y su
cerebro. ¿Qué pasará con todas estas arterias y sus
ramificaciones una vez que carótidas y vertebrales hayan
sido seccionadas? Tenga en cuenta que la arteria temporal
y sus ramificaciones, la occipital posterior y la auricular
posterior, se encargan de regar las regiones todas de su
cerebro. Carótidas y vertebrales son, por así decir, el río;
las que he nombrado y otras más de las que nada he dicho
por no ser prolijo, sus afluentes. ¿Si se seccionan carótidas
y vertebrales, podrán la pedia o sus ramificaciones unirse
con las primeras así como así?
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insuficiente, esto en el mejor de los casos, siempre y
cuando la arteria alveolar inferior decidiera realizar el
trabajo de su compañera e hiciera ramificaciones en la
zona afectada.
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palabras inteligibles. Esto es una posibilidad. No es una
posibilidad remota, óigame bien. No sería de extrañar que
las cosas salieran así o peor. De hecho, las probabilidades
de que las cosas salgan así o de manera similar es
francamente elevado. Estoy hablando de un 25%, nada
más y nada menos. El 75% restante consistiría en ir
sumando desperfectos al modelo que le acabo de explicar,
desperfectos que pueden ser mayores que los que le he
citado o de menor impacto sicofísico, todo depende de no
se sabe bien qué.
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»Ya estamos otra vez. ¿Pero no le acabo de decir que no
llore? ¡Qué blando es usted, señor mío! ¿Qué saca usted
con llorar? Tenga en cuenta que lo que le doy es una
buena noticia. ¿Que va a quedarse funcionalmente
paralítico? Algo habrá que pueda usted hacer en esa
situación. Con suerte, igual puede manejar las manos y
efectuar inestimables trabajos en su ordenador, no perderá
su puesto de trabajo por ello. ¿Que se queda paralítico,
que sus manos no le obedecen? Mire usted Stephen
Hawking, se las arregla con la boca. Cuidado esa camilla.
Con suerte, si su cerebro no queda dañado, podrá seguir
haciendo algo útil por los demás. Con suerte podrá invitar a
sus amigos a su casa y podrá verlos y escucharlos, y podrá
hablarles, siempre que no se haya quedado ciego o sordo,
o incapaz de hablar, o las tres cosas a la vez. Anímese. La
vida es corta. Hay que disfrutarla. Tiene usted que saborear
los dones que le brinda la vida. La vida, mal que bien,
siempre ofrece algo, siempre tiene algo bueno que
ofrecernos. Cójalo, lo tiene al alcance de su mano. Si no va
a disfrutar de la vida, no merece el esfuerzo que yo y mi
equipo vamos a realizar. Vamos, señor mío, alegre esa
cara; disfrute de los últimos momentos que le quedan de su
vida anterior y pasada y transcurrida, mueva sus piernas
ahora que todavía puede, suba usted solo a la camilla si es
que eso le complace. ¿Ve como puede? No sea débil,
hombre, y disfrute. Goce. Dentro de poco, en unos minutos,
don Miguel, estará ya dormido, cuidado con la puerta,
tengo que estar en todo, en la mesa de operaciones.
Cuando despierte, empezará el momento de vivir en
plenitud su nueva vida.
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